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Full text of "Obras de Lope de Vega"

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Presented  to  the 

LIBRARY  ofthe 

UNIVERSITY  OF  TORONTO 

by 

THE  DEPARTMENT  OF 
SPANISH  AND  PORTUGÜESE 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2009  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/obrasdelopedeveg07vega 


OBRAS 


DE 


LOPE    DE    VEGA 


OBRAS 


DE 


LOPE  DE  VEGA 


PUBLICADAS 


POR     LA 


REAL    ACADEMIA    ESPAÑOLA 

(NUEVA    EDICIÓN) 
OBRAS     DRAMÁTICAS 


MADRID 

Tipografía  de  Archivos.  Olózaga,   U 
1930 


PRÓLOGO 


Comprende  el  presente  tomo  VII  ele  las  Obras  de  Lope  de  Vega, 
veinte  comedias,  todas  raras,  como  las  anteriores  (i)  o  que  no  han  sido 
reimpresas  desde  el  siglo  xvii.  Trataremos  brevemente  de  cada  una  en 
particular. 

I.     Ei  Labrador  de!  Tormes  (2). 

Esta  comedia  ha  llegado  a  nosotros  en  dos  textos  que  no  son  en 
realidad  más  que  uno  solo.  Una  impresión  suelta,  en  el  Museo  Británi- 
co, que  no  es  posible  identificar  ni  describir  con  certeza  porque  le  faltan 
las  cuatro  primeras  hojas,  en  que  constarían  el  título  y  comienzos  del 
texto  y  la  hoja  finaj.  Las  cinco  han  sido  reemplazadas  por  copias  ma- 
nuscritas. 

El  otro  texto  es  un  manuscrito  de  mano  de  don  Agustín  Duran 
que  se  halla  en  la  Biblioteca  Nacional  (3).  Es  con  levísimas  diferencias 
el  mismo  que  el  anterior,  como  puede  verse  en  la  calidad  de  las  varian- 
tes que  ofrece  el  texto  que  publicamos  a  continuación,  teniendo  ambos 
a  la  vista. 

Pero  parece  que  esta  comedia,  o  una  anterior  a  ella,  hubo  de  tener 
otro  título,  como  nos  indican  unos  disparatados  o  más  bien  postizos 
y  redundantes  versos  que  hay  al  final  y  dicen: 

Rey.  Aquí  ha  pintado 

en  El  Labrador  del  Tormes 
su  autor  un  fino  retrato, 
dándole  fin  a  su  historia 
de  lo  que  puede  un  agravio. 


(i)  Por  un  descuido  en  la  buena  ordenación  de  originales  se  incluyó  en  el  tomo 
anterior  la  comedia  titulada  La  hermosura  aborrecida,  reimpresa  en  la  Biblioteca  de 
Autores  españoles  (tomo  II  de  Lope,  pág.  95).  Aunque,  el  pecado  no  sea  de  mucha 
gravedad,  bueno  es  advertirlo,  para  que  no  se  crea  ignorancia  el  haber  anticipado  la 
publicación  de  dicha  obra. 

(2)  A  esta  comedia  debería  preceder,  en  este  tomo,  la  que  sigue  de  Julián  Romero, 
Fué  im  error  de  ajuste  en  la  colocación  y  paginación  del  tomo. 

(3)  Manuscrito  número  15.443,  en  4°,  de  200  hojas,  que  comprende  otras  nueve 
comedias  de  Lope.  El  Labrador  del  Tormes  es  la  tercera. 


VI  PROLOGO 


Los  dos  últimos  son,  a  mi  juicio,  añadidos,  al  refundir  en  una  sola 
obra  dos  diferentes,  cada  una  de  las  cuales  terminaba  a  su  modo. 

Nótese,  en  primer  lugar,  lo  pésimamente  editada  o  impresa  que  ha 
sido  esta  comedia,  llena  de  erratas  o  groseros  errores,  supresiones  de 
versos  y  series  de  ellos  y  hasta  incongruencias  notorias  de  sentido  que 
parecen  acusar  dos  tendencias  o  planes  en  el  modo  de  tratar  el  asunto. 
Tal  como  hoy  la  conocemos  no  tiene  finalidad,  ni  moralidad,  ni  intención 
dramática,  en  sentido  artístico,  pues  nada  más  brutal  que  casi  todos  los 
caracteres  de  los  personajes  en  sus  ideas  y  en  su  modo  de  obrar. 

Consta  de  un  modo  seguro  que  Lope  escribió,  o  a  principios  del 
siglo  XVIII  existían  a  él  atribuidas  dos  comedias:  una  titulada  El  La- 
brador de  Tonites  y  otra  Lo  que  puede  un  agravio,  pues  ambas  las 
registra  en  su  Catálogo  (páginas  6o  y  63)  el  fidedigno  IMedel  del  Cas- 
tillo, de  quien,  como  de  costumbre,  lo  tomaron  Huerta,  Mesonero  y  Ba- 
rrera. La  fecha  del  texto  impreso,  en  lo  poco  que  se  puede  asegurar 
por  sus  caracteres,  faltando  lo  princi]^al,  que  son  el  encabezado  y  el 
final  de  la  comedia  pudiera  ser  de  fines  del  siglo  xvii  o  principios  del 
siguiente.  Entonces  sería  cuando  se  hiciese  la  refundición  o  eontami- 
nación  (como  decían  los  latinos)  de  ambas  obras,  por  alguno  de  los 
poetas  que  como  censores  y  fiscales  de  las  comedias  tenían  a  su  dis- 
posición los  archivos  del  Príncipe  y  de  la  Cruz:  Avellaneda.  Lanini, 
Salvo,  Cañizares  u  otro  cualquiera. 

Hecha  la  refundición,  ya  no  había  necesidad  de  imprimir  Lo  que 
puede  un  agraz'io  y  manuscrita  la  vería  Medel  del  Castillo.  Hoy  se  ha 
perdido  todo  rastro  de  esta  obra  y  ni  Duran,  ni  Chorley,  ni  Barrera 
supieron  de  ella  más  de  lo  que  dice  Medel. 

Insistimos  tanto  en  lo  que  a  esta  pieza  se  refiere,  porque  monstruo- 
sa y  todo  como  hoy  la  vemos,  contiene  rasgos  de  admirable  belleza  que 
sólo  el  alma  de  Lope  podría  concebir,  a,l  lado  de  las  más  prosaicas  y  crue- 
les sandeces,  y  nos  parece  que  en  su  primitiva  forma  cada  una  de  ellas, 
y,  sobre  todo.  El  Labrador  de  Tormes  sería  una  de  las  más  grandes 
obras  de  tendencia  moral  y  social  de  Lope  de  Vega. 

La  leyenda  o  historia  genealógica  que  Lope  oiría  referir  en  el  tinelo 
de  Alba,  relativa  a  un  Zúñiga.  duque  de  Béjar  o  antes  de  serlo  le  ins- 
piraría el  pensamiento  de  su  comedia,  que  se  desarrollaría  en  la  forma 
que  fragmentariamente  conocemos.  La  dulce  y  agraciada  Casilda,  en- 
amorada del  Conde  galán,  se  casaría,  por  fuerza  de  su  padre,  con  el  La- 
brador Ñuño:  el  Conde  insistiría  en  sus  amores  y  Ñuño  daría  muerte 
a  los  dos  amantes. 

Lope  plantearía  aquí  el  conflicto  que  a  diario  ocurría  en  casi  todas 
las  familias,  dimanado  del  concepto  oriental  en  que  aún  se  tenía  a  la 


PROLOGO  Vlt 

mujer  y  a  su  escasa  importancia  en  la  constitución  de  la  sociedad  fami- 
liar o  doméstica. 

Ello  es  que  parii  el  matrimonio  en  el  si(i;i()  wii  no  se  consultaba  la 
voluntad  de  la  mujer:  la  casaban  su  padre  o  su  hermano  mayor  con 
quien  querían.  El  marido,  nuevo  tirano,  exigía  de  i)ersona  que  adquiría 
por  tales  medios  no  sólo  fidelidad  absoluta  sino  amor  y  respeto  como 
un  hijo  o  un  esclavo;  y,  ¡ay,  de  ella  si  no  cumplía  rii^urosamente  tales 
preceptos!  i'a.^aba  con  la  vida  la  más  ligera  sospecha  que  inspirase  su 
conducta. 

Esta  odiosa  injusticia  es  la  que  se  propuso  hacer  resaltar  Lope  en 
su  primitiva  comedia.  Casilda,  cuya  amorosa  figura  trae  a  la  memoria 
aquella  otra  Casilda  de  Peribáñea,  ama  al  Conde,  aunque  sabe  que  no 
puede  casarse  con  él,  y  por  fuerza  le  oblig'an  a  unirse  al  Labrador,  que 
no  sería  un  noble  encubierto,  como  a  última  hora  le  pinta  la  refundi- 
ción, sino  el  tosco  aldeano  que  Casilda  nos  retrata  luego,  basándose  en 
el   cantar   popular : 

Labrador  que  vas  al  Tormos; 
allá  vayas  y  no  tornes. 

Si  Casilda  fuese  una  mujer  puramente  liviana,  según  contradiciéndose 
a  cada  paso  nos  la  figura  la  obra,  no  desdeñaría  ni  resistiría  tan  heroica- 
mente el  amor  del  rey  Alfonso  XL  que  aparece  en  esta  obra  violento  y 
tirano  cual  fué  realmente  en  la  primera  mitad  de  su  vida.  Sólo  se  rinde 
al  Conde,  que  era  su  verdadero  y  primitivo  amor,  como  en  desquite  de  la 
violencia  con  ella  ejercida.  Cierto  que  no  hace  bien ;  que  mejor  haría  re- 
sistiendo su  pasión ;  pero  ahí  está  precisamente  el  drama  que  Lope  des- 
enlaza según  el  gusto  de  la  época  para  esforzar  más  el  alcance  de  su 
pensamiento. 

En  cuanto  al  argumento  de  Lo  que  puede  íin  agravio  sería  el  de  un 
drama  en  que  el  tema  de  la  honra  se  llevaría  por  el  camino  de  El  médico 
de  su  Jioura.  de  Calderón,  o  El  celoso  prudente,  de  Tirso  de  Molina. 

n.     Julián  Romero. 

Se  imprimió  por  primera  vez  esta  comedia  en  una  Parte  XXVII  de 
Lope  de  Vega,  impresa  en  Zaragoza,  a  principios  de  1633,  de  cuya  exis- 
tencia sólo  tenemos  noticia  por  la  licencia  para  imprimirla  consignada 
en  otra  reimpresión  del  mismo  año,  que,  aunque  dice  hecha  en  Barcelona, 
debe  de  ser  castellana  o  acaso  de  Sevilla  (1). 

(i)  Las  I  Comedias  del  \  Fénix  de  España  Lope  de  Vega  Carpió.  !  Parte  vein- 
te y  siete.  I  Dirigidas  al  Doctor  Ivan  Pérez  I  de  Montalvan,  natvral  de  \  la  Villa  de 
Madrid.  \  Año  (Escudo  del  halcón  en  el  puño  y  el  león  al  pie  con  la  leyenda :  'Tost 
tenebras  speró  lucem",  que  tienen  las  primeras  ediciones  del  Quijote)  1633.  ]  Con  ¡icen' 


Vlll  PROLOGO 


En  este  tomo,  pues,  del  cual  existe  un  ejemplar  completo  en  la  Biblio- 
teca del  Instituto  de  Estudios  Catalanes  de  Barcelona  y  fragmentos  en 
la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid  (i),  sin  contar  con  otros  hoy  perdi- 
dos, se  halla  la  comedia  con  este  encabezado: 

De  Ivlian  Romero.  \  Comedia  \  famosa.  |  De  Lope  de  l^'ega  Carpió.  \ 
Representóla  Antonio  de  Prado  (2) 

Es  impresión  detestable,  así  como  las  demás  del  tomo,  según  puede 
comprobarse  viendo  el  sin  número  de  errores  y  omisiones  que  no  ha 
sido  posible  subsanar  por  no  existir  otro  texto.  La  comedia  tampoco 
es  buena,  tanto  gue  no  parece  de  Lope. 

Son  tres  episodios  militares  de  una  supuesta  vida  de  Julián  Romero. 
El  primero  cuando,  siendo  sacristán  de  un  pueblo  de  la  provincia  de 
Cuenca,  asienta  en  el  ejército  español,  como  ayudante  del  tambor  de  una 
compañía.  El  segundo  en  Londres,  donde,  según  el  poeta  tiene  la  for- 
tuna de  salvar  la  vida  de  Felipe  11;  y  el  tercero  cuando  obliga  a  los 
franceses  a  levantar  el  cerco  de  Douay.  Con  todo,  el  carácter  del  prota- 
gonista está  bien  bosquejado,  según  el  imperecedero  recuerdo  que  este 
celebre  general  español  ha  dejado  en  la  historia. 

No  es  imitación  ni  recuerda  en  nada  la  obra  de  Lope,  más  que  por 
el  nombre  del  héroe,  la  comedia  de  don  José  de  Cañizares,  titulada: 
Ponerse  hábito  sin  pruebas  y  guapo  Julián  Romero,  impresa  en  Valen- 
cia en  1768  (3).  No  sólo  es  un  verdadero  guapo  y  valentón  el  célebre 


cia  (Roto  el  papel,  de  modo  que  sólo  se  lee  en  esta  última  palabra  la  sílaba  "ia".  [En] 
Barcelona  (sigue  otra  rotura  como  de  dos  centímetros  de  ancho,  en  que  pueden  ca- 
ber las  palabras  "A  costa"'  de  (y  roto  lo  demás  del  renglón).  No  debe  leerse  en  el 
espacio  en  que  suponemos  las  palabras  "A  costa''  la  de  "Año"  pues  sobraría  mucho 
espacio,  ni  después  del  "de"'  que  se  conserva  la  fecha  "1633",  porque  en  ninguna  por- 
tada de  entonces  se  repetía  el  año  de  la  impresión  y  ya  estaba  consignado  más  arriba 
a  los  ladíjs  del  escudo. — 4.";  2  hojas  prcls. ;  40  de  las  dos  comedias  Por  la  puente,  Juana 
y  Celos  con  celos  se  curan;  126  (21  a  146)  para  las  seis  comedias  Lanza  por  lanza, 
El  sastre  del  Campillo,  Allá  darás  rayo,  La  selva  confusa,  Julián  Romero  y  Los  Vargas 
de  Castilla.  Siguen  luego  otras  cuatro  comedias,  cada  una  con  su  foliación  particu- 
lar. Como  se  ve,  es  un  tomo  colecticio  formado  sobre  la  base  de  uno  orgánico. 

Véase,  además,  el  folleto  del  señor  Harry  Clifton  Heaton,  su  descubridor,  titu- 
lado Lope  de  Vcga's  Parte  XXVII  extravagante,  aparte  de  la  Romanic  Reviezv, 
vol.  XV;  enero-junio  de  1924. 

(i)  Tomo  X  de  esta  colección  de  Lope:  prólogo  del  señor  Ruiz  Morcuende,  que 
lo  halló,  págs.  XLiii  y  sigs. 

(2)  Ocupa  Jos  folios  loi  a  123;  signaturas  Q-S^. 

(3)  No  conozco  más  impresión  que  ésta,  con  el  siguiente  encabezado:  N.  134. 
Comedia  famosa.  Ponerse  ovito  sin  pruebas  y  guapo  Julián  Romero.  De  Don  Joseph 
de  Cañizares.  Al  final:  En  Valencia,  en  la  Imprenta  de  la  Viuda  de  Joseph  de  Orga... 
Año  1768.  4.^  32  págs.  Pero  es  casi  seguro  que  habrá  otra  anterior  madrileña  de 
Juan  o  Antonio  Sanz.  En  la  Bib.  Nacional  hay  dos  manuscritos  de  esta  comedia,  pro- 


PROLOGO  IX 

maestro  de  campo  conquense,  a  quien  hace  natural  de  Anteciuera,  sino 
que  lo  son  también  su  supuesto  padre  Miguel  Romero,  hombre  ya  se- 
sentón, la  amada  del  héroe  y  su  doncella  y  hasta  una  hermana  del  futu- 
ro cuñado  de  Julián,  que  además  son  todos  deslenguados  y  groseros.  No 
i)uede  darse  mayor  cúmulo  de  desatinos.  Por  otra  parte,  es  falso  que 
Romero  se  ponga  el  hábito  sin  pruebas,  pues  las  ha  ido  a  practicar  a  An- 
lequera,  como  caballero  de  Santiago  e  informante  de  ellas  el  cuñado 
del  protagonista  y  las  obtiene  muy  favorables. 

III.     El  lacayo  fingido. 

Se  halla  esta  comedia  en  el  tomo  titulado  Cuatro  coniedias  famo- 
sas de  don  Luis  de  Gong  ora  y  Lope  de  Vega  Carpió,  impresas  en 
Madrid,  probablemente  en  1613,  y  otra  vez  en  1617  (i).  Las  comedias 
se  titulan:  Las  firme::;as  de  Isabela,  Los  Jacintos  y  celoso  de  sí  mis- 
mo. Las  hurtas  y  enredos  de  Benito  y  El  lacayo  fingido.  La  iirime- 
ra  es  de  Góngora  y  fué  impresa  en  las  colecciones  de  sus  demás 
obras;  la  segunda  es  La  pastoral  de  Jacinto,  de  Lope,  publicada  des- 
pués por  él  mismo;  la  tercera,  aunque  dudosa,  la  hemos  impreso 
en  el  tomo  IV  de  esta  colección,  y  la  cuarta  consta  en  la  lista  de  la 
primera  edición,  1604,  de  El  peregrino  en  su  patria,  en  que  Lope  dio 
algunos  títulos  de  las  obras  que  tenía  ya  escritas. 

La  comedia  es  ciertamente  de  la  primera  época  de  Lope  por  la 
juvenil  travesura  que  la  anima,  especialmente  en  la  dama  disfrazada 
con  el  nombre  de  -  Sancho,  supuesto  lacayo  que  embrolla  y  marea  a 
todos  los  personajes  de  la  comedia,  hasta  conseguir  recobrar  el  amor 

cedentes  de  la  Bib.  de  Osuna,  con  el  título  de  El  valor  como  tía  de  ser  y  el  (jiiapo  Ju- 
lián Romero,  uno  de  ellos  de  1739  y  en  la  Bib.  Municipal  otro  de  1753  con  el  título 
de  El  guapo  Iiilián  Royncro.  Todos  son  enteramente  iguales. 

(í)  Qvatro  Comedias  \  famosas  de  Don  Lvís  de  \  Gongora.  y  Lope  de  Vega 
Carpió,  reco-  I  piladas  por  Antonio  Sanctierj.  !  Dirigidas  a  Don  Ivan  Andrés  Hurta- 
do de  Mendoza,  Marques  de  Cañete,  señor  \  de  la  villa  de  Algetc,  &c.  ¡  (Escudo  de 
Armas  del  Marqués)  Con  licencia  \  En  Madrid,  por  L.  S.  Año  161'/.  \  A  costa  de 
luán  Berrillo.  (Al  fin:)  En  Madrid,  !  En  la  imprenta  de  Luis  Sanche.::.  ! 
Año  M.DC.XÍ'H. 

8.°;  4  hojas  preliminares,  269  foliadas  y  la  del  colofón.  Tasa:  Madrid,  6  de  junio  de 
1617. — Licencia  del  Ordinario:  Madrid,  15  de  diciembre  de  1612. — Erratas  (ninguna): 
Madrid,  8  de  mayo  de  1617. — Licencia  a  Antonio  García:  Madrid,  15  de  junio  de  1616. 
(En  ella  se  dice  que  este  libro  se  había  impreso  "muchas  veces".) — Dedicatoria  fir- 
mada por  Berrillo. 

Parece,  pues,  que  en  1613  debió  de  haberse  hecho  en  Madrid  la  edición  princeps 
de  esta  obra,  si  no  es  que  se  aprovecharon  las  licencias  para  imprimirlo  en  Córdoba, 
donde  también  salió  a  luz  en  dicho  año  de  1613  en  la  oficina  de  Francisco  de  Cea,  cu 
S.°  (Salva:  Catál.  I.  pág.  423.)  Pero  nadie  cita  más  ediciones  y  ni  aún  las  de  1613  han 
sido  conocidas  de  los  expertos  bibliógrafos  Pérez  Pastor  y  Valdenebro. 


X  PROLOGO 


del  Duque  Rosimundo.  Uno  de  los  episodios  más  curiosos,  traído 
aquí  por  los  cabellos  y  sólo  como  uno  de  los  diabólicos  enredos  del 
falso  Sancho,  es  el  cuento  o  ejemplo  contenido  en  El  Conde  Luca- 
nor  (Enx.  XXXII)  que  don  Juan  Manuel  refiere  así :  "tres  homes  bur- 
ladores vinieron  a  un  rey,  et  dijéronle  que  eran  muy  buenos  maestros 
de  facer  paños,  et  señaladamente  que  facían  un  paño  que  todo  home 
que  fuese  fijo  de  aquel  padre  que  todos  dicían,  que  vería  el  paño; 
mas  el  que  non  fuese  fijo  de  aquel  padre  que  él  tenía  et  que  las  gen- 
tes dicían,  que  non  podría  ver  el  paño"  (i).  Punto  por  punto  se  ve- 
rifica lo  demás  del  cuento,  haciendo  dudar  al  mismo  rey  de  Francia 
si.  sería  o  no  hijo  legítimo. 

En  cuanto  a  la  época  de  la  composición  de  esta  comedia  se  da 
con  certeza,  en  el  pasaje  siguiente  (pág.  88  de  este  tomo): 

Sancho.      ¿Qué  hay  de  España? 

Eleandro.  Bravas  cosas. 

Tuvo  en  Valencia  sus  bodas 

el  Rey :  vio  las  fiestas  todas 

mi  hijo. 
Sancho.  ¿Grandes? 

Eleandro.  Famosas. 

Escribe  ((ue  se  halló  allí, 

y  de  allí  se  vendrá  acá 

y  las  contará. 
Sancho.  ¿Y  vendrá? 

Eleandro.  A  dieciséis. 
Sancho.  De  éste. 

Eleandro.  Sí. 

Es,  por  consiguiente,  de  1599,  en  que  se  hizo  el  casamiento  de  Feli- 
pe I  TI  y  quizá  fué  escrita  en  Valencia  misma,  pues  también  Lope 
estuvo  en  las  bodas  e  hizo  allí  lucidísimo  papel. 

IV.     Laura  perseguida. 

Obra  también  de  la  juventud  de  Lope,  pues  aparece  citada  en  el 
primer  Peregrino  (1604).  Poseemos  aún  más  concretas  noticias.  Se- 
gún el  manuscrito  autógrafo  que  existió  en  el  archivo  del  Conde  de 
Altamira,  Lope  terminó  esta  comedia  en  la  villa  de  Alba  de  Tormes, 
donde  residía,  como  secretario  del  Duque  don  Antonio  de  Toledo, 
el  12  de  octubre  de  1594  {2). 

(i)     Bib.  de  Autores  cspailolrs.  lomo  51,  pág.  402. 

(2)  A  la  Biblioteca  Nacional  ha  llegado  una  copia  exacta  de  esta  comedia  sa- 
cada en  1781  por  el  empleado  del  Archivo  de  Altamira  don  Miguel  de  Pliegos,  como 
se  expresa  el  final  de  esta  reimpresión,  pero  alterando  el  encabezado  que  tenía  el 
original  con  este  otro:  "Comedia  \  nunca  vista  \  Intitulada  I  Laura  Perseguida.  En 


TROLOGO  XI 


Imprimióse  muchos  años  después,  en  1614,  en  la  Parte  cuarta  de 
la  colección  del  autor  y  con  su  asentimiento  por  Gaspar  de  Forres, 
aiilor  o  jefe  de  compañías  de  cómicos,  muy  amig'o  y  protegido  de 
Lope,  y  después  otras  veces  ( 1  j. 

Esta  comedia,  de  un  género  muy  del  gusto  del  autor,  pues  re])itió 
varias  veces  el  argumento  más  o  menos  alterado  en  los  episodios, 
como  puede  observarse  en  este  mismo  tomo  en  las  comedias  Lucinda 
perseguida  y  Xadie  se  eoiioee,  tiene  mucho  interés,  y  en  la  época 
en  c[ue  se  supone  la  acción  no  es  tan  inverosímil  coino  hoy  lo  sería, 
imcs  casos  semejantes  y  más  crueles  nos  recuerda  la  historia.  Dígalo 
si  no  la  tragedia  histórica  de  doña  Inés  de  Castro,  cuyo  asunto  recuer- 
da algo  la  obra  de  Lope,  es]jecialmente  en  el  episodio  de  (juitarle  a  Laura 
los  hijos  y  despedida  que  ella  les  hace. 

Como  Lope  se  complacía  en  intervenir  en  el  enredo  de  sus  come- 
dias con  el  falso  nombre  de  Belardo,  costumbre  en  que  perseveró  toda 
su  vida,  no  dejó  de  hacerlo  en  esta  obra,  ])ara  tributar  una  muestra 
de  gratitud  a  su  protector  el  Duque  de  Alba  y  contar  veladamentc  algo 
de  su  vida.  El  pasaje  es  bastante  curioso  (pág.   132). 

Okaxteü.    ¿Cómo  os  llamáis,  y  sin  perdón? 
Belardü.  Belardo, 

si  os  que  se  ha  de  arrojar  de  un  liolpc  todo. 
Oranteü.    ;  Casado  sois,  en  fin? 
Belardo.  Y  me  lia  cosíado 

el  serlo  andar  quizá  por  esos  montes. 
Oranteü.     Vuestra  mujer,  ,;es  moza? 
Belardo.  Hará  estas  hierbas 

tres  veinte  {2^)  y  no  más  años  (2). 
Oraxteo.  Bastan. 

;  Es  bueno  esc  lugar? 
Belardo.  Tiene  buen   dueño  ; 

que  cuando  menos  es  del  Duque  Alhano. 


Alba  a  12  de  octubre  de  ^5y[-/]."  Pero  copió  las  diversas  licencias  que  tuvo  para  la 
representación  del  ejemplar  de  que  se  trata,  y  fueron:  una  para  Granada  a  31  de 
agosto  de  1603;  otra  para  Madrid,  a  3  de  mayo  de  1604.  Desgraciadamente  no  dice 
quién  fué  el  actor  dueño  de  la  obra,  ni  quiénes  la  representaron. 

(i)  Por  no  repetir  con  exceso  las  descripciones  bibliográficas  remitimos  al  lector 
para  las  de  esta  Parte  al  tomo  anterior  a  éste,  pág.  vii  del  Prólogo,  donde  se  citan 
tres  ediciones  de  ella. 

(2)  Esa  debía  de  ser  entonces  la  edad  de  doña  Isabel  de  Ampuero  y  Urbina ; 
pues  consta  que  era  muy  jovencita  cuando  Lope  la  robó  en  1588  para  casarse  con 
ella.  La  forma  equívoca  de  "tres  veinte"'  pudiera  entenderse  también  60  años;  pero 
entonces  hubiera  sobrado  la  alusión  al  destierro  por  ser  cosa  ya  viejísima  para  re- 
cordada con  melancolía.  Quizá  la  ambigüedad  resulte  de  estar  mal  reportado  el  verso, 
que  como  se  ve  es  incompleto,  faltándole  dos  sílabas.  Diría  "tres  y  veinte"  o  "tres 
con  veinte". 


XII  PROLOGO 


Falta  salud  y  gente ;  pero  tiene      • 
una  buena  dehesa  y  un  buen  río. 

V.     El  leal  criado. 

De  la  misma  época  que  la  precedente  y  aún  algo  anterior  a  ella  es 
El  leal  criado,  cuyo  autógrafo,  fechado  también  en  Alba  de  Tormes, 
a  24  de  junio  de  1594,  existió  en  la  biblioteca  de  los  condes  de  Alta- 
mira,  herederos  del  Duque  de  Sessa  y  de  la  cual  hay  un  traslado  bas- 
tante seguro  en  la  Biblioteca  Nacional,  hecho  en  el  siglo  xviii  (i). 

Pero  además  fué  impresa  en  162 1  por  el  mismo  Lope  de  Vega  en  el 
tomo  o  Parte  XV  de  su  colección  propia  (2).  De  modo  que  ambos  textos 
son  dignos  de  crédito,  aunque  siempre  es  más  correcto  y  más  completo 
el  autógrafo.  Por  ejemplo,  en  esta  impresión  de  la  Parte  XV,  que  es  de 
suponer  que  Lope  corrigiese  por  sí,  pues  el  corrector  oficial  apenas 
examinaba  los  libros,  dejó  pasar  la  falta  de  versos  y  tales  y  tan  gro- 
seras erratas  que  el  autor  se  admiraría  al  verlas  si  alguien  se  las 
hubiese  mostrado. 

El  asunto  de  esta  comedia  parece  tomado,  y  lo  será,  de  algún  cuen- 
tista italiano.  Está  bien  tratado  aunque  resulta,  algo  inverosímil.  En 
cambio,  la  versificación  es  briosa  y  lozana  como  lo  era  la  juventud 
de  su  autor.  Circunstancia  curiosa  y  reparable  es  la  de  que  después 
de  haber  andado  la  comedia  rodando  por  las  provincias,  al  llegar  a 
Madrid  en  1600  se  obligase  al  autor  a  cambiar  los  nombres  de  los 
lugares  de  la  acción,  París  y  Rúan,  sustituyéndolos  por  el  imagina- 
rio de  Dantís  y  el  de  Milán.  Debió  de  consistir  en  que  habiéndose 
hecho  la  paz  con  Francia,  después  que  Lope  había  compuesto  su  obra, 
quisieron  las  autoridades  evitar  disgustos  o  quejas  de  los  franceses 
residentes  en  España. 

VI.     La  lealtad  en  la  traición. 

En  dos  textos,  que  no  son  en*  realidad  más  que  uno,  pues  sólo 
ofrecen  leves  diferencias  ortográficas  o  de  poca  monta,   ha  llegado 

(i)  El  encabezado  del  manuscrito  de  1781,  que  será  distinto  del  autógrafo,  dice: 
Comedia  I  Intitulada  \  El  Leal  Criado.  |  En  Alva  a  24  de  junio  de  1594.  \  Pasa  en 
Dantis.  \  Acto  Primero.  |  Personas  que  hablan  en  él.  La  copia  está  hecha  por  el  mis- 
mo don  Miguel  de  Pliegos,  que  hizo  la  anterior  y  también  nos  conservó  las  licencias 
para  las  representaciones  sucesivas  de  la  obra  que  Vergara  fué  a  estrenar  a  Gra- 
nada a  fines  de  octubre  de  1595;  luego  en  Madrid,  en  noviembre  de  1600,  con  el  entre- 
més La  Alameda  de  Sez'illa;  otra  vez  en  Granada,  en  noviembre  de  1603,  y  en 
Jaén,  en  enero  de  1614. 

(2)  Véase  en  el  tomo  anterior,  página  xxv,  la  extensa  descripción  de  las  dos  edi- 
ciones de  esta  Parte  XV,  publicadas  por  el  mismo  Lope. 


PROLOGO  XÍII 

a  nosotros  esta  excelente  comedia,  aunque  en  estado  muy  deplorable 
por  las  innumerables  erratas,  equivocaciones  y  faltas  que  ofrece,  se- 
gún puede  juzgarle  por  las  abundantes  notas  que  ha  exigido  la  publi- 
cación de  este  defectuosísimo  texto. 

El  más  antiguo  (i)  al  parecer  lo  forma  una  comedia  desglosada  de 
un  tomo  que  no  se  ha  podido  aún  identificar,  en  el  cual  ocupaba  los 
folios  41  a  57;  signaturas  GM.  Hállase  este  ejemplar  en  un  volumen 
colecticio  de  la  Biblioteca  Xacional  de  ^lunich,  que  contiene  otras  trece, 
todas  raras,  con  el  titulo  general  de  Flor  de  las  comedias.  El  particular 
de  la  que  estudiamos  es:  La  lealtad  en  la  traycion.  \  Comedia  \  famo- 
sa ¡  de  Lope  de  Vega  Carpió.  \  Representóla  Prado.  \  Hablan  en  ella 
las  personas  siguientes.  (Las  mismas  y  por  el  mismo  orden  y  con  la 
misma  ortografía:  "Alexandro,  ^Níalxessi''  de  la  que  sigue.)  Acto 
primero. 

De  esta  antigua  impresión  se  hizo,  probablemente  en  Sevilla,  en 
la  segunda  mitad  del  siglo  xvii,  otra  impresión  con  el  siguiente  título: 

La  lealtad  en  la  Traición  \  comedia  \  famosa.  [  De  Lope  de  Vega 
Carpió.  I  Representóla  Prado.  \  Hablan  en  ella  las  personas  siguientes.  \ 
(Ya  hemos  dicho  que  son  las  de  la  edición  anterior.)  Jornada  Primera. 

Como  se  ve,  difi'ere  sólo  de  la  anterior  en  la  /  latina  de  la  palabra 
"traición"  y  en  el  empleo  de  la  voz  "Jornada"  en  lugar  de  "acto".  Esta 
unpresión  suelta  no  tiene  lugar,  ni  año,  ni  circunstancia  particular  que 
la  diferencie  de  otras,  más  que  el  tamaño  desproporcionado  de  la  pala- 
bra "comedia",  propio  de  las  ediciones  sevillanas.  Consta  de  ló  hojas 
en  4.°.  sin  numerar;  signaturas  A-D  todas  de  a  4  hojas;  sin  cabece- 
ras ni  adorno  final. 

En  cuanto  a  la  propiedad  de  la  obra,  que  no  aparece  citada  en  nin- 
guna de  las  listas  del  Peregrino,  creemos  que  no  hay  razón  para  dudar 
de  la  exactitud  de  la  atribución  hecha  a  favor  de  Lope.  El  Catálogo  de 
^ledel  del  Castillo  (1735)  también  se  la  adjudica.  De  la  fecha  ni  aun 
aproximadamente  podemos  decir  nada,  sino  que  parece  obra  de  la  ma- 
durez de  Lope,  por  la  hábil  lucha  de  grandes  y  nobles  afectos,  de  que  sa- 
bía dotar  a  sus  personajes  en  las  obras  de  su  última  época  de  autor 
dramático. 


íi)  Don  Cayetano  Alberto  de  la  Barrera,  en  su  Catálogo  del  teatro  antiguo  es- 
pañol, pág.  435,  dice  que  don  Agustín  Duran  poseía,  de  esta  comedia  un  "manuscri- 
to, con  la  fecha  de  Madrid,  22  de  noviembre  1617."  Pero  es  error  de  aquel  bibliógra- 
fo ;  porque  el  vínico  manuscrito  que  tuvo  Duran  de  esta  obra  fué  vma  copia  hecha  por 
él  en  el  m.es  de  octubre  de  1828,  de  la  impresa  suelta  que  poseía  don  Manuel  Casal. 
Esta  copia  está  hoy  en  la  Biblioteca  Xacional.  (V.  Catálogo  de  Paz  y  Mélia.  núme- 
ro 1734.)  El  original  de  Casal  será  el  que  hoy,  procedente  de  M.  John  R.  Chorley, 
se  halla  en  el  Museo  Británico. 


XIV  PROLOGO 


En  la  Biblioteca  Nacional  hay  un  manuscrito  antiguo  y  al  pare- 
cer autógrafo  ele  una  comedia  titulada  El  muerto  vivo  y  lealtad  en  la 
traición,  comedia  firmada  por  un  don  Juan  de  Paredes  (i).  Esta  co- 
media, que  nada  tiene  de  común  con  la  de  Lope,  ofrece  cierta  semejan- 
za con  Los  hermanos  encontrados,  de  Moreto  {Parte  III  de  sus  Co- 
medias) y  mayor  aún  con  las  tituladas  Hados  y  lados  hacen  dichosos 
y  desdichados  y  El  Parecido  de  Rusia,  ([ue  quizá  las  haya  ins])irado. 

VI í.     Lo  que  está  determinado. 

Tampoco  esta  comedia  ofrece  completas  garantías  de  autenticidad 
por  no  haber  sido  mencionada  por  su  autor;  pero  es  tan  del  estilo  y 
género  de  Lope ;  está  tan  bien  versificada  y  ofrece  unos  caracteres  tan 
bellos  que  sería  una  pena  i)rivar,le  de  este  hermoso  drama. 

Se  imprimió  por  primera  y  única  vez  en  Parte  III  de  la  colección 
de  Escogidas  que  lleva  la  fecha  de  1653  y  el  título  de  Lo  que  está  de- 
terminado. Comedia  famosa  de  Lope  de  l^eya  Carpió  (2). 

Es  pieza  novelesca  y  bien  dis])uesta  y  conducida,  salvo  el  repug- 
nante episodio  de  hacer  comer  el  bárbaro  Enrique,  nuevo  Atrida,  al 

(i)     En  43  hojas  en  4.";  k'tra  del  sisólo  xvn  y  procedente  ile  la  Biblioteca  de  Osuna. 

(2)  Parte  I  fcrccnt  ¡  de  Comedias  de  los  I  ineiorcs  ¡¡ujaüos  de  I  España.  ]  Dedi- 
cadas a  Don  Ivan  de  Rosas  \  Viiianco  y  Escalera,  Cauallcro  del  orden  de  Santiago, 
de  la  Innta  de  \  Aposento  de  su  Magestad,  y  Tesorera  de  la  Reyna  nuestra  ¡  Seño- 
ra y  de  sus  Altecias.  1  66.  |  Año  (Escudo  del  Mecenas)  165^.  \  Con  Priuilegio  en  Ma- 
drid. Por  Melchor  Sanche^:.  |  A  costa  de  loseph  Muñoc  Baruia,  Ayuda  de  la  cerería 
de  la  Reyna  ¡  nuestra  Señora.  Véndese  en  su  casa  en  la  calle  de  Atocha. 

4.°;  3  hojas  preliminares  y  261  foliadas.  Signaturas  A-Kk  de  a  8  hojas  menos  la 
última  que  tiene  4.  Port. ;  v.  en  blanco. 

Hoja  2^\  Titulos  de  las  comedias  que  tiene  este  libro:  i.  La  llave  de  la  lionra,  de 
Lope  de  Vega,  fol.  i. — 2.  ]\Iás  pueden  Zelos  que  Amor,  de  Lope  de  Vega.  fol.  19. — 
3.  Engañar  con  la  verdad,  de  Gerónimo  de  la  Fuente,  fol.  39. — 4.  La  Discreta 
Enamorada,  de  Lope,  fol.  59. — 5.  A  un  Traydor  dos  Aleuosos,  y  a  los  dos  el  más  leal, 
de  Miguel  González  de  Cunedo,  fol.  84. — 6.  La  Portuguesa  y  dicha  del  Forastero,  de 
Lope  de  Vega  Carpió,  fol.  107. — 7.  El  Maestro  de  Dangar,  de  Lope,  fol.  131. — 8.  La 
Fénix  de  Salamanca,  del  doctor  Mira  de  Mescua,  fol.  157. — 9.  Lo  que  está  determi- 
nado, de  Lope,  fol.  181.— 10.  La  Dicha  por  malos  medios,  de  Gaspar  de  Auila,  fol.  203. 
—II.  San  Diego  de  Alcalá,  de  Lope,  fol.  222.— 12.  Los  Tres  señores  del  mundo,  de 
Luis  de  Belmonte,  fol.  242. 

Hoja  2."  vuelta.  Suma  de  las  aprobaciones. — Suma  del  privilegio  a  Muñoz  Bar- 
ma,  por  10  años:  7  de  octubre  de  1652.— Erratas  (ninguna):  Madrid,  4  de  febrero 
de  1653:  Murcia  de  la  Llana.— Suma  de  la  Tasa:  4  mrs.  pliego;  tiene  con  el  princi- 
pio 66:  Madrid,  15  de  febrero  de  1653. 

Hoja  j." :  Dedicatoria  suscrita  por  José  Muñoz  Barma,  sin  fecha.  Dice  que  le  ofre- 
ce este  libro  que  contiene  comedias  de  los  mejores  ingenios  de  España.  "Y  bien  pu- 
diera decir  del  mejor  en  esta  profesión,  pues  las  que  componen  la  mayor  parte  de 
este  volumen  son  del  Fénix  della,  el  inmortal  Lope  de  Vega." 


PROLOGO  XV 

pobre  Conde  el  cuerpo  de  su  propio  hijo.  El  mismo  asunto,  poco  más 
o  menos,  tocó  Lope  otras  veces,  tan  feliz  en  la  pintura  de  estos  hijos 
de  reyes  o  grandes  señores  ciue  viven,  como  Ciro,  su  juventud  en  una 
aldea  hasta  que  un  suceso  inesperado  les  revela  su  origen  y  los  res- 
tituye a  su  verdadera  clase.  Ejemplo  de  ello  son  las  comedias  Lo  que 
ha  de  ser,  El  hijo  de  los  leones  y  otras  muchas. 

VIII.     Lo  que  hay  que  fiar  del  mundo. 

Imprimió  Lope  este  sombrío  drama  en  la  Parte  XII  de  sus  co- 
medias en  1619(1).  Desde  entonces  no  se  ha  vuelto  a  reproducir;  y  eso 
que  tiene  caracteres  y  circunstancias  que  sujetan  la  atención  del  que 
lo  lee  y  después  de  leído  hace  que  no  se  vaya  tan  presto  de  la  memoria. 

Quiso  sin  duda  recordar  lo  más  dramático  de  la  vida  de  Ibraim,  el 
célebre  visir  del  sultán  Solimán  11,  con  quien  gozó  tanta  privanza  que 
le  casó  con  una  hermana  suya,  aunque  luego,  a  instigación  de  la  fa- 
vorita Rojelana,  le  hizo  estrangular  mientras  dormía.  Que  Lope  te- 
nía presente  esta  terrible  lección  moral  lo  indica  el  pasaje  (pág".  268) 
en  que  al  conferir  el  sultán  el  mando  al  genovés  Leandro  y  exigirle  que 
vista  a  lo  turco  quiere  también  que  cambie  de  nombre  y  le  dice : 

Selín.        Pues  llamaráste  Brahín. 
Leandro.  Brahín   por   nombre,    consiento, 

responde  el  genovés. 

Lope  pudo  haber  leído  el  caso  del  A^isir  en  cualquier  libro;  por 
ejemplo  en  las  historias  de  Paulo  Jovio  u  oírlo  contar  de  público,  pues 
las  hazañas  "del  Turco"  eran  entonces  harto  conocidas  en  España  por 
las  narraciones  de  cautivos  y  soldados. 

Pero  el  drama  tiene  una  primera  parte  de  origen  diverso:  es  el 
hecho  de  recibir  Leandro  temporal  libertad  para  venir  a  casarse  con 
su  amada  y  promesa  de  volver  luego  a  constituirse  en  esclavitud.  El 
mismo  Lope  indica  un  hecho  semejante  que  pudo  haberle  sugerido 
esta  parte  de  su  drama.  Cuando  el  Sultán  duda  de  que  cumpla  la  pa- 
labra de  volver,  Leandro  le  recuerda  el  caso  sig-uiente  (pág.  258): 

Un   moro   de   Granada,   Abindarráez 
por  nombi-e,  y  caballero,  con  ser  moro, 
volvió  preso  a  Rodrigo  de  Narváez, 
guardando  a  la   palabra  igual  decoro   (2). 

El  hacer  genoveses  a  Leandro  Espinóla  y  su  esposa  Blanca  Lo- 


(i)  Véase  en  el  tomo  anterior,  ¡¡agina  xviii  del  Prólogo,  la  extensa  descrip- 
ción bibliográfica  de  dicha  Parte  XII. 

(2)  Es  el  tan  conocido  suceso  del  moro  Abindarráez  y  la  hermosa  Jarifa,  tan 
bien  novelado  por  xA.ntonio  López  de  Vega  y  por  otros. 


XVI  PROLOGO 


melín,  no  tiene  raíz  histórica  ninguna.  Espinólas  y  Lomelines  había 
entonces  en  España  en  abundancia  y  el  puerto  de  Genova,  después  de 
Ñapóles,  era  el  más  conocido  de  los  espaíioles, 

IX.     La  locura  por  la  honra. 

Este  drama,  citado  por  Lope  en  la  segunda  edición  del  Peregrino 
en  su  patria  (1618)  fué  impreso  por  él  mismo  en  dicho  año,  en  la 
Parte  XI  de  sus  Comedias  (i).  Compuso,  además,  un  auto  sacramen- 
tal del  mismo  título  (2),  en  el  cual  reprodujo  en  parte  algunos  temas 
poéticos  del  drama,  como  el  romance,  imitación  de  los  antiguos, 

Yo  me  levantíira  un  lunes 

tui  lunes  (le  .la  Ascensión, 

que  va  parafraseando  a  lo  divino  en  lindos  y  alados  versos. 

(i)  Onsena  |  parte  de  I  las  Comedias  de  ¡  Lope  de  Vega  Carpió,  ja-  ¡  miliar  del 
Santo  Oficio.  I  Dirigidas  a  Don  Bernabé  I  de  Viiianco  y  Velasco,  Canallero  del  Ahito 
de  San-  I  tiago,  de  la  Cámara  de  su  Magestad.  \  Sacadas  de  sus  originales.  |  Año 
(Escudete  del  Sagitario,  con  la  leyenda  "A  Deo  missa  salvbris  sagita".)  1618.  ¡  Con 
privilegio.  |  En  Madrid,  Por  la  viuda  de  Alonso  Martin  de  Balboa.  [  A  costa  de  Alon- 
so Peres  mercader  de  libros.   I   Véndense  en  la  calle  de  Santiago. 

4.°;  6  hojas  proís,  y  295  foliadas;  signaturas  A-Oo,  todas  de  8  hojas.  Al  final, 
en  hoja  perdida,  dice:  "En  Madrid,  '  En  casa  de  la  viuda  de  Alonso  I  Martin  de 
Balboa.  |  Año  M.  DC.  XVIH." 

Portada;  vuelta  en  bl. — Hoja  2.'':  ''Aprovación  del  se-  ¡  ñor  Doctor  Gutierre  de 
Cetina."  Madrid,  4  de  febrero  de  1618. — ''Suma  del  priuilegio*'  al  autor,  por  diez  años: 
El  Pardo,  24  de  febrero  de  1618. — ''Titulos  de  las  Comedias.'' 

El  perro  del  hortelano,  fol.  i. — El  azero  de  Madrid,  fol.  28. — Las  dos  estrellas  tro- 
cadas y  ramilletes  de  Madrid,  fol.  51  v. — Obras  son  amores,  fol.  74  v. — Servir  a  señor 
discreto,  fol.  98. — El  Príncipe  perfecto,  fol.  122  v. — El  amigo  hasta  la  muerte,  fol.  148. 
—La  locura  por  la  honra,  fol.  175  v. — El  Mayordomo  de  la  Duquesa  de  Amalfi,  fol.  200. 
—El  x\renal  de  Sevilla,  fol.  225. — La  fortuna  merecida,  fol.  245. — La  Tragedia  del 
Rey  Don  Sebastián  y  Bautismo  del  Príncipe  de  Marruecos,  fol.  271. 

Vuelta:  "Tassa"  4  mrs.  pliego:  tiene  75  y  medio,  !\Iadrid,  10  de  mayo  de  1618. — Erra- 
tas (muchas) :  Madrid,  6  de  mayo  de  1618.  El  Lie.  Murcia  de  la  Llana. 

Hoja  3.°:  Dedicatoria,  de  Lope,  sin  fecha.  (Lisonjera:  dice  que  no  pide  nada.) 

Vuelta:  "Prólogo  del  Teatro  a  los  lectores."  Se  queja  Lope  de  los  que  le  usurpan 
sus  comedias  en  la  representación;  aprendiendo  unos  cuantos  versos  y  poniendo  otros 
muchos  propios  del  usurpador.  Que  se  vendían  en  las  tiendas  estos  manuscritos  a 
nombre  de  los  autores  usurpados.  Dice  que  las  de  este  tomo  son  legitimas.  Ofrece  otras 
doce  y  añade  que  tiene  escritas  ocJiocienfas.  Este  prólogo  ocupa  además  todo  el  recto 
de  la  Hoja  4.'' 

Vuelta:  "A  la  memoria  éter-  ¡  na  de  nuestro  insigne  amigo,  Lope  Félix  de  Vega 
Carpió  por  sus  escritos."  Es  una  larga  silva  firmada  por  "Don  Tomás  Tamayo  de  Var- 
gas. D.  C."  en  que  va  citando  las  obras  de  todo  género,  menos  las  comedias,  que  designa 
en  globo,  que  tenia  compuestas  Lope.— Texto.— Colofón. — Vuelta  en  blanco. — El  li- 
bro se  empezó  a  vender  en  mayo. 

(2)  Publicado  en  el  tomo  II  de  la  aiKcrior  colección  académica  de  Obras  de  Lope: 
Madrid,  1892,  págs.  627  y  siguientes. 


PROLOGO  XVII 

El  asunto  de  este  cruento  drama  quiere  referirse,  pero  con  mucha 
libertad  de  interpretación,  a  la  época  de  Carlomagno.  El  personaje 
principal,  el  conde  Floraberto.  con  su  locura,  parece  ser  el  famoso 
Orlando : 

Carlos.     ¿Qué  es  aquesto? 
Ricardo.  El   Conde   Orlando, 

que  era  Floraberto  ayer, 

furioso,  no  por  los  desdenes  de  Angélica,  sino  por  la  tentativa  de  adul- 
terio de  su  esposa  Flordelís;  el  Príncipe  Carlos  es  el  Carloto  de  los 
romances;  doña  Alda,  con  su  propio  nombre,  etc. 

Pero  esto  es  sólo  un  pretexto  para  situar  la  escena  en  cuanto  a 
lugar  y  tiempo;  creemos  c[ue  Lope  quiso  otra  cosa.  El  conflicto  do- 
méstico y  social  confusamente  dispuesto  en  El  Labrador  del  Torines, 
tal  como  hoy  lo  conocemos,  está  planteado  aquí  con  toda  su  crudeza 
y  resuelto  con  la  misma  inicua  crueldad  que  en  aquella  ol)ra.  La  pobre 
Flordelís  muere  a  manos  de  su  marido,  sin  haber  cometido  delito  ma- 
terial. ¿Causas  de  esta  catástrofe?  Las  conocidas.  El  Príncipe  Carlos 
amaba  a  Flordelís  y  era  correspondido  de  ella.  Pero  el  Rey,  temiendo 
que  contrajesen  un  matrimonio  clandestino,  obliga  a  Flordelís  a  ca- 
sarse a  toda  prisa,  aun  en  ausencia  de  su  padre  el  Almirante,  con  el 
Conde  Floraberto.  Donde  dice  rey  póngase  padre  o  hermano:  la  au- 
toridad doméstica  era  la  misma. 

¿Qué  había  de  suceder?  Lo  de  siempre.  El  Conde,  que  conocía  los 
amores  de  su  mujer  con  el  Príncipe,  y,  sin  embargo,  se  casa  con  ella, 
iras  de  andar  algún  tiempo  celoso  y  receloso,  finge  una  lejana  partida 
de  caza  y  regresando  de  noche  sorprende  al  Príncipe  en  su  domicilio. 
Hace  arrojar  por  una  galería  a  la  triste  Isabela,  doncella  de  Florde- 
lís, que  se  estrella  contra  las  losas  del  suelo;  da  por  su  propia  mano 
muerte  a  un  inocente  caballero  que  acompañaba  al  Príncipe,  y  después 
de  una  horrible  escena,  parodia  trágica  del  romance 
Blanca  sois,   señora  mía  (i) 

en  que  el  Conde  va  descubriendo  los  indicios  de  la  presencia  del  Prín- 
cipe fpág.  308), 

¿  Cuyos  eran  dos  caballos 

que  estaban  en  el  zaguán?,  etc.  (2) 

la  apuñala  encarnizadamente,  exclamando: 


(i)     Cancionero  de  Romances,  1550.  En  Duran;  Autores  españoles,  I,   161. 

(2)     En  el  romance  citado,  dice  :  y  enviólo  para  vos. 

— ¿Cuyo  es  aquel  caballo  — ¿Cuyas  son  aquellas  armas 

que  allá  abajo  relinchó?  que  están  en  el  corredor? 

— Señor,  era  de  mi  padre  — Señor,  eran  de  mi  hermano 


XVlll 


PROLOGÓ 


Del  alma  sólo  me  pesa. 

Palabras  fríamente  dichas,  pero  que  son  espantosas  en  labios  de  un 
cristiano  que  de  tal  modo  castiga  un  delito  de  pensamiento. 

Sobreviene  el  padre  de  la  víctima  y  en  lugar  de  los  acentos  de  do- 
lor que  debía  arrancarle  el  trágico  suceso,  no  menos  feroz  que  el 
padre  de  Casilda  la  del  Labrador  del  Tormcs,  profiere  estas  repugnan- 
tes palabras: 

Digo,  aunque  perdone  amor, 
que  está  mil  veces  bien  muerta 

y  me  pesa  que  despierta 
no  esté  del  sueño  profundo 
para  sacalla  del  mundo 
abriéndole  yo  la  puerta. 

Mis  brazos  quisiera  darte  (al  Conde) 
y  el  agravio  lo  resiste, 
de  que  parte  no  me  diste 
para  venir  a  ayudarte. 

El  Conde  se  vuelve  loco  furioso,  no  por  el  remordimiento  de  su 
crimen,  sino  porque  con  el  escándalo  se  ha  descubierto  su  deshonra,  y 
aún  no  se  considera  bastante  vengado  mientras  viva  el  Príncipe,  a  cuya 
existencia  no  puede  atentar. 

Para  restituirle  el  juicio  y  restablecer  el  imperio  de  la  moral  de 
aquel  tiempo,  hay  que  darle  en  matrimonio  una  hija  del  Rey  y  casar 
al  Príncipe  con  doña  Alda,  hermana  del  Conde,  terminando  como  una 
vulgar  comedia  esta  gran  tragedia;  desenlace  que  no  puede  satisfacer 
a  ningún  espíritu  recto  y  menos  al  del  autor  del  drama,  cuya  psicolo- 
gía amorosa  y  conyugal  conocemos  harto  por  sus  hechos. 

Pero  esta  obra  está  bellísimamente  escrita  y  versificada;  saturada 
de  ideas  y  pensamientos  sublimes,  y  con  escenas  de  incomparable  be- 
lleza. En  ningún  drama  puede  presentarse  episodio  más  hermoso  que 
aquel  con  que  principia  el  acto  segundo,  cuando  el  Príncipe,  disfraza- 
do de  aldeano,  con  sus  criados  igualmente  encubiertos  enraman  y  en- 
tapizan de  flores  la  puerta  y  balcones  de  Flordelís  (págs.  299  y  sigs.) 
a  la  vez  que  entonan  el  cantar  rústico: 

¿  Cuándo  saliredes,  alba ; 

alba  galana? 

i  Cuándo  saliredes,  alba  ? 


y  hoy  vos  las  envió. 
— ¿Cuya  es  aquella  lanza 
que  desde  aquí  la  veo  yo? 
. — Tomadla,  Conde,  tomadla; 


matadme  con  ella  vos; 

que  aquesta  muerte,  buen  Conde, 

bien  os  la  merezco  yo. 


PROLOGO  XIX 

X.     Lucinda  perseguida. 

Esta  linda  coinedia  aparece  ya  citada  por  Lope  en  1604  en  la 
primera  edición  de  su  Peregrino;  pero  no  la  imprimió  hasta  162 1  en 
la  XVII  Parte  de  sus  comedias,  editada  por  él  mismo  (i). 

Está  dedicada  a  don  i\íanuel  Sueyro,  clásico  traductor  de  Tácito 
y  de  Salustio  y  autor  de  unos  Anuales  de  Flandes.  en  dos  tomos  en 
folio,  impresos  en  Amberes,  en  1624.  Residía  este  hispanoportugués 
en  Flandes,  donde  había  nacido,  y  en  cierta  ocasión  envió  a  Lope  se- 
milla de  tulipanes,  que  éste  hizo  prosperar  en  su  jardinillo,  cosa  que 
le  recuerda  agradecido  en  su  dedicatoria  de  la  comedia.  Afirma  tam- 
bién en  ella  ser  dicha  obra  fruto  de  sus  juveniles  años,  y  añade  este 
curioso  párrafo:  "Su  título  es  Lucinda  perseguida;  que  de  mis  manos 

(i)  Decima  séptima  '  parte  de  1  las  comedias  de  1  Lope  de  Vega  Carpió,  Pro-  ¡  cu- 
rador Fiscal  de  la  Cámara  Apostólica,  y  I  Familiar  del  Santo  Oficio  de  [  la  Inquisi- 
ción. I  Dirigidas  a  diver-  i  sas  Personas.  |  Año  (Escudo  del  Sagitario)  1621.  ¡  Con  pri- 
vilegio. I  En  Madrid.  Por  Fernando  Correa  I  de  Montenegro.  !  A  costa  de  Miguel 
de  Siles  mercader  de  libros.  Véndese  en  su  casa,  en  la  calle  Real  de  las  Descalcas. 

4.";  4  hojas  prels.  y  312  fols.  (Erratas  en  la  numeración  de  las  ocho  últimas.) 
Signaturas  A-Qq. — Port. ;  v.  en  bl. 

Hoja  2!':  "Tabla  de  las  come-  [  dias  de  esta  decima  séptima  parte."  i.  Con 
su  pan  se  lo  coma.  Dirigida  a  la  Ilustrísima  señora  doña  Francisca  Salvador, 
folio  I.  (Representóla  Valdés.)— 2.  Quien  más  no  puede.  A  D.^  Ana  María  Mar- 
garita Roig,  Marquesa  de  Villacor,  fol.  29.  (Representóla  Pedro  Cebrián.) — 3.  El 
soldado  amante.  A  la  señora  doña  Ana  de  Tapia,  fol.  44.  (Representóla  Osorio.) — 

4.  Muertos  biuos.  Al  Licenciado  Salucio  de  Poyo,  fol.  83.  (Representóla  Villalba.) — 

5.  El  primer  Rey  de  Castilla.  A  Don  Fernando  de  Ludeña,  fol.  112.  (Representóla 
Vergara.) — 6.  El  dómine  Lucas.  A  luán  de  Pina,  fol.  131.  (Representóla  Melchor  de 
Villalba.) — 7.  Lucinda  perseguida.  A  Emanuel  Sueyro,  fol.  162.  (Representóla  Mel- 
chor de  León.) — 8.  El  Ruiseñor  de  Sevilla.  Al  Lie.  don  Francisco  de  Herrera  Mal- 
donado,  fol.  187.  (Representóla  Rios.) — 9.  El  sol  parado.  A  don  Andrés  de  Rogas, 
fol.  209.  (Representóla  Ríos.) — 10.  La  madre  de  la  mejor.  A  don  Fray  Plácido  de 
Tosantos,  obispo  de  Guadix,  fol.  235.  (Representóla  Riquelme.) — 11.  Jorge  Toleda- 
no. A  luán  Pablo  Bonet,  fol.  260.  (Representóla  Porras.) — 12.  El  Hidalgo  abencerraje. 
A  doña  Ana  de  Pina,  fol.  281.  (No  dice  quien  la  representó.) 

Vuelta:  Aprobación  del  maestro  Espinel:   Madrid,  20  de   octubre  de   1621. 

Hoja  5.":  Tassa  (4.  mrs.  pliego;  79  pliegos  =  316  mrs.,  9  reales  y  10  mrs.)  Ma- 
drid, 27  de  enero  de  1621. 

Vuelta:  Suma  del  privilegio.  (A  Lope,  por  diez  años.)  San  Lorenzo,  31  de  octubre 
de  1620. — Fe  de  erratas  (ninguna).  Madrid,  25  de  enero  de  162 1.  El  Lie.  Murcia  de 
la  Llana. 

Hoja  4." :  Prólogo  al  Lector. 

En  este  mismo  año  se  imprimió  de  nuevo  esta  parte  en  Madrid,  por  la  viuda  de 
Alonso  Martín.  Hay  ejemplar  en  el  Museo  Británico. 

En  1622  se  repitió  la  edición  en  [Madrid  por  la  viuda  de  Fernando  Correa,  en  lo 
demás  exactamente  como  la  de  1621 ;  y  también  la  reprodujo  la  viuda  de  Alonso  Mar- 
tin. De  modo  que  fueron  cuatro  las  ediciones  de  esta  Parte  en  dos  años. 


XX  PROLOGO 


y  caudal,  ¿qué  podría  salir  sino  este  nombre f^^  Singular  persistencia 
del  recuerdo  en  162 1  de  unos  amores  ya  terminados  en  1608.  Lucinda, 
como  es  sabido,  era  el  nombre  poético  de  la  actriz  Micaela  de  Lujan, 
tan  ensalzada  y  amada  de  Lope. 

En  cuanto  a  la  comedia  puede  decirse  que  es  un  duplicado  de  Lau- 
ra perseguida  o  ésta  de  ella,  según  cual  fuese  la  primogénita.  En  la 
de  Lucinda  hay  un  segundo  episodio,  que  son  los  amores  de  Rósela  y 
Alfredo,  que,  paralelamente  a  los  de  Lucinda,  se  van  desarrollando  en 
ia  obra. 

X¡.     Más  vale  salto  de  mata  que  ruego  de  buenos.       ^ 

Esta  rarisima  comedia  parece  que  se  imprimió  la  primera  vez  en 
una  Parte  XXVI  de  Lope,  impresa  en  1645,  en  Zaragoza,  de  que  hubo 
en  algún  tiempo  ejemplar  en  la  Biblioteca  Nacional,  pero  no  actual- 
mente. 

Para  esta  reimpresión  nos  hemos  servido  de  la  impresión  suelta 
hecha  en  Sevilla,  a  principios  del  siglo  xviii,  por  un  impresor  flamen- 
co llamado  Francisco  de  Leefdael,  que  reprodujo  otras  muchas  obras 
dramáticas  del  siglo  xvii. 

El  encabezado  de  la  que  ahora  tratamos  es:  Núm.  P4.  \  Mas  vale 
salto  de  mata,  \  qve  rvego  de  hvenos.  \  Comedia  \  famosa,  \  De  Frey 
Lope  Félix  de  Vega  Carpió.  \  Hablan...'''' ,  etc.  Al  final:  "Con  licencia. 
En  Sevilla,  por  Francisco  de  Leefdael,  |  en  la  Casa  del  Correo  Viejo.-' 
32  págs.  en  4.°  Sin  año,  ni  adornos  tipográficos  al  principio  ni  al  fin 
y  sin  más  característica  que  tener  desde  la  página  21  al  final  separa- 
das las  dos  columnas  de  cada  plana  por  una  líneaj  a  modo  de  coron- 
del, formada  con  adornitos  de  imprenta  y  dos  cruces  en  medio  de  la 
línea. 

La  comedia  es  ciertamente  de  Lope  y  no  mala.  Despierta  el  interés 
desde  el  principio  con  la  fuga  simultánea  de  Estela  y  su  amante  don 
Carlos,  presos  en  lugares  distintos  de  la  torre  en  que  los  tenía  encerra- 
dos el  Conde  de  Barcelona,  hermano  de  la  dama,  y  su  transformación 
en  aldeanos  al  servicio  del  rico  labrador  Albano. 

El  principio  de  un  romance  que  canta  Alendoza,  criado  de  don  Car- 
Ios,  que  también  les  acompaña. 

Hortelano  era  Belardo 

en  las  huertas  de  Valencia, 

nos  pudiera  indiciar  que  esta  comedia,  fruto  de  la  mocedad  de  Lope, 
fuese  escrita  en  Valencia  entre  1588  y  1590,  en  que  Belardo  residió 
en  dicha  ciudad  y  que  por  eso  pone  el  lugar  de  la  escena  en  Cataluña. 

Tiene  además  muchas  gracias  de  por  menor,  agudezas  aldeanas 
y  escenas  rústicas  que  luego  imitó  Tirso  de  Molina. 


PROLOGO  XXÍ 


XII.     Más  valéis  vos,  Antona,  que  la  corte  toda. 

Otra  comedia  que  también  únicamente  suelta  ha  llegado  a  nos- 
otros. La  conoci(S  Aíedel  (pág.  Ó7  de  su  Catálogo).  Don  Agustín  Du- 
ran hizo  una  copia  del  ejemplar  impreso  que  poseía  don  Manuel  Casal 
y  será  el  que  hoy,  procedente  de  Chorley,  se  halla  en  el  Museo  Britá- 
nico. La  copia  de  Duran  está  en  la  Biblioteca  Nacional  (i). 

El  encabezado  de  la  impresa  es  así:  Adas  valeys  vos  Antona,  \  que 
la  corte  toda.  \  Comedia  \  famosa.  |  De  Lope  de  Vega  Carpió.  \  Ha- 
blan en  ella...  etc. 

No  sabemos  si  tendría  colofón,  porque  al  ejemplar  del  Museo  Bri- 
tánico, único  conocido,  le  faltan  las  dos  últimas  hojas,  sustituidas  ya 
a  fines  del  siglo  xviii  o  principios  del  siguiente  por  una  copia  manus- 
crita, que  por  dicha  coincide  exactamente  con  la  copia  de  Duran,  si  no 
es  que  esta  copia  fuese  ya.  como  presumimos,  hecha  sobre  este  mismo 
ejemplar  incompleto. 

La  obra  no  sólo  es  de  Lope  sino  una  preciosa  muestra  de  una  cla- 
se de  comedia  rústica  en  que  tanto  sobresalía,  por  su  gracia,  ingenio  y 
dulzura.  Es  muy  parecida  a  la  anterior  en  el  fondo  y  desarrollo  del 
asunto ;  pero  lo  que  prueba  el  infinito  talento  e  inagotables  recursos  del 
autor,  no  se  parece  ni  en  los  episodios,  ni  en  lo  que  hablan  los  perso- 
najes, ni  en  los  demás  pormenores. 

Parece  que  Lope  compuso  esta  comedia  para  ejemplificar  el  dicho 
popular  que  le  da  título,  pues  Antona  se  hace  llamar  la  náufraga  Du- 
quesa de  Bretaña,  Isabela,  al  entrar  a  servir  al  rico  ganadero  Pelayo, 
hasta  que  al  final  recobra  su  nombre,  al  mismo  tiempo  que  el  infante 
de  Navarra  es  también  reconocido. 

XílL     El  mayor  rey  de  los  reyes. 

De  este  título  cita  el  Catálogo  de  ]\Iedel  del  Castillo  (1735)  dos 
comedias,  atribuyéndolas,  una  a  Lope  de  Vega  y  otra  a  don  Pedro  Cal- 
derón de  la  Barca;  pero  ninguna  a  nombre  de  Claramonte,  a  quien  se 
adjudica  en  tres  manuscritos  antiguos  que  hay  en  la  Biblioteca  Na- 
cional. 

El  primero  y  más  completo  y  antiguo  que  sirvió  para  nuestra 
reimpresión,  tiene  el  número  17.133.  Otro  manuscrito  que  ostenta  el 
número  15.278,  es  ya  refundición  o  arreglo  del  anterior  y  se  intitula 
"£/  mayor  rey  de  los  reyes.  Comedia  famosa  de  Andrés  de  Claramon- 
te.'^ Tiene  al  principio  un  largo  encabezado  en  prosa  describiendo  el 

(i)     Tiene  hoy    la  signatura  Ms.  14.993  y  no  difiere  del  texto  impreso  más  que  en 
algunas  correcciones  atinadas. 


5CXII  PrÓLOCiÓ 

a|)arato  escénico.  Las  acotaciones  de  este  texto  son  sienii)re  mucho 
más  extensas  que  las  del  anterior.  Hay  no  sólo  continuos  cambios  de 
palabras,  sino  escenas  enteras  añadidas  y  supresión  de  otras  del  an- 
terior manuscrito.  Este  es  copia  hecha  por  Dieg'o  Martínez  de  Mora, 
librero  de  Madrid  que  entretenía  sus  ocios  cojeando  comedias,  algu- 
nas de  las  cuales  son  hoy  sólo  conocidas  por  estas  copias.  La  de  ésta 
atribuida  a  Claramonte  es  de  principios  de  1631  (i). 

Hay  además  en  dicha  Biblioteca  otro  manuscrito,  copia  de  la  co- 
pia de  Martínez  de  Mora,  que  ofrece  poco  interés. 

\'olviendo  al  primero,  deberemos  advertir  que  el  nombre  de  Cla- 
ramonte, puesto  en  el  primer  encabezado,  es  de  letra  moderna:  pero 
al  final  repite  ''De  Claramonte"  de  letra  más  antigua.  El  título  inter- 
no dice:  ''Comedia  famosa  yntitulada  El  mayor  rey  de  los  reyes  donde 
representan  (2)  las  figuras  siguientes.'' 

Ahora  bien;  ¿qué  parte  puede  corresponder  a  Lope  en  esta  obra? 
No  nos  atrevemos  a  señalarla.  Hay  pasajes  y  escenas  que  parecen  su- 
yas y  lo  serán:  porque  Claramonte  no  era  capaz  de  escribir  quintillas, 
ni' redondillas  como  muchas  del  primer  acto,  ni  octavas  reales  como  las 
del  acto  o  jornada  tercera;  pero  creemos  que  sí  estará  interpolado 
por  él.  La  segunda  refundición,  copiada  por  Mora,  será  ya  de  otro 
poeta,  porque  Claramonte  murió  en  1626. 

Esta  obra  es  la  historia  de  los  tres  Reyes  Magos  o  del  Oriente: 
pero  no  la  de  su  viaje  a  Belén,  que  se  cuenta  sólo  en  relación,  sino  la 
de  los  sucesos  ocurridos  en  sus  reinos  durante  la  ausencia.  Todos  pier- 
den y  recobran  luego  sus  estados,  según  el  poeta  por  intervención  di- 
vina. Hay  episodios  bastante  novelescos  y  no  mal  referidos,  pero  el 
drama  en  conjunto  vale  poco. 

XIV.     El  mayorazgo  dudoso. 

Esta  excelente  comedia,  fruto  de  la  juventud  de  su  autor,  apai'e- 
ce  ya  mencionada  en  1604  en  la  primera  edición  de  El  Peregrino  y 
fué  impresa  cinco  años  después  en  la  Parte  II  de  las  comedias  de 


(i)  Al  final  de  la  primera  jornada  dice:  "Acabóse  de  escribir  miércoles  a 
primero  de  bcnero  de  presente  ano  de  1631  años.  Alabado...  {etc.)  de  memoria  por  diego 
martínez  de  mora  mercader  y  tratante  en  comedias. a  gloria  y  honra  de  dios  nro  Sr.  y 
de  su  bendita  madre  año  de  1631.  D.°  martínez  de  mora."  Al  final  del  acto  2°  hay 
la  firma:  "D."  martínez  de  mora  de  memoria  por  el  dicho  año  de  1631."  El  acto  3.° 
está  bastante  incompleto.  Y  al  final,  dice:  "Fin  de  la  comedia  del  mayor  Rei  de  los 
Reyes  escrita  por  Diego  martínez  de  Mora  mercader  y  tratante  en  comedias,  a  7 
de  henero  de  1631  años." 

(2)     En  el  encabezado  del  texto  fpág.  427)  por  errata  se  puso  ''se  presentan". 


PRÓLOGO  XXI  ri 

Lope  (i).  En  la  Biblioteca  Nacional  hay  un  manuscrito  antiguo  que 


(i)  Segvnda  parte  de  las  Comedias  de  Lope  de  Vega  Carpió.  Madrid.  Alonso  Mar- 
tín, 1609.  De  esta  primera  edición  hay  ejemplar,  según  Rennert,  en  el  Museo  Británico. 
Fué  costeada  por  el  librero  Alonso  Pérez  (padre  del  doctor  P.  de  Montalbán)  y  de- 
dicada a  doña  Casilda  Gauna  Varona.  La  fe  de  erratas  está  fechada  en  Madrid,  a 
18  de  noviembre  de  1609.  La  aprobación  del  doctor  Cetina  es  de  Madrid,  i."*  de  agos- 
to de  1609  y  otra  de  fray  Alonso  Gómez  de  Encinas,  mercenario,  de. Madrid,  a  30 
de  julio  del  mismo  año.  Contiene  las  doce  comedias  de  la  de  Madrid,  1610. 

Se  reimprimió  en  Valladolid  y  Pamplona  el  propio  año  de  1609,  ediciones  hoy 
rarísimas.    La    cuarta    edición,    probablemente    igual    a    la    primera    de    1609,    dice: 

Segunda  parte  !  de  las  Co-  ¡  medias  de  Lope  ¡  de  Vega  Carpió,  \  que  contiene  otras 
doze,  cuyos  nombres  1  van  en  la  hoja  segunda.  ¡  Dirigidas  a  Doña  Casilda  de  Gau- 
na Varona,  muger  de  I  don  Alonso  Veles  de  Gueuara,  Alcalde  ma-  |  yor  de  la  cixi- 
dad  de  Burgos.  I  (Un  grabado)  Con  licencia.  ¡  En  Madrid,  por  Alonso  Martin.  [  Año 
1610.  I  A  costa  de  Alonso  Pérez,  mercader  de  libros. 

4.°;  2  hojas  prels.  y  372  foliadas. 

Portada.  Vuelta:  Tassa:  Madrid,  18  de  noviembre  de  1609. — Erratas:  Madrid, 
18  de  noviembre  de  1609. — Hoja  2." :  "Las  comedias  que  contiene  este  volumen  son 
las  siguientes:  Comedia  de  la  fuerza  lastimosa  (fol.  i). — Comedia  famosa  de  la  Oca- 
sión perdida  (fol.  37). — Comedia  famosa  del  Gallardo  Catalán  (fol.  69). — Comedia  fa- 
mosa del  Mayorazgo  dudoso  (fol.  105). — Comedia  famosa  de  la  resistencia  honrada 
y  Condesa  Matilde  (fol.  137). — Comedia  famosa  de  Los  Benavides  (fol.  169). — Co- 
media famosa  de  los  Comendadores  de  Córdoba  (folio  201). — Comedia  famosa  La 
Bella  malmaridada  (fol.  229). — Comedia  famosa  de  Los  tres  Diamantes  (fol.  253). — 
Comedia  famosa  de  la  Quinta  de  Florencia  (fol.  285). — Comedia  famosa  Del  padri- 
no desposado  (fol.  313). — Comedia  famosa  de  las  Ferias  de  Madrid  (folios,  342  a 
372). — Todas  llevan  expreso  el  nombre  de  Lope  de  Vega  y  entre  algunas  hay  hojas 
en  blanco,  sin  duda  para  vender  sueltas  las  comedias. 

La  quinta  edición  será  la  siguiente  de  Barcelona. 

Segvnda  parte  1  de  las  co-  I  medias  de  Lope  |  de  Vega  Carpió.  I  Que  contiene 
otras  dose,  cuyos  nombres  [  van  en  la  vltima  hoja.  I  Dirigidas  a  Doña  Casilda  de 
Gauna  Varona,  muger  de  |  don  Alonso  Velez  de  Guevara,  Alcalde  ma-  I  yor  de  la 
ciudad  de  Burgos.  |  Año  (Adorno  tipográfico.)  161 1  I  Con  licencia.  1  En  Barcelona 
en  casa  Sebastián  de  Cormellas  al  Cali,  j  Año  lóii.  ¡  Véndense  en  la  mesma  Emprenta. 

4.°;  4  hojas  prels.  y  323  hojas,  sin  foliar.  Signaturas  A-Xx,  todas  de  a  8  hojas  me- 
nos la  última  que  tiene  cuatro. 

Portada. — V.  en  bl. — Hoja  2."  Tassa :  Madrid,  8  de  noviembre  de  1609 :  4  mrs.  plie- 
go.— Vuelta:  Licencia  Real:  Madrid,  11  de  agosto  de  1609,  a  Alonso  Pérez. — Hoja  5.' 
Aprobación  del  doctor  Cetina:  Madrid,  i."  de  agosto  de  1609. — Aprobación  de  fray 
Alonso  Gómez  de  Encinas:  Madrid.  30  de  julio  de  1609. — Vuelta:  Aprobación  de  El 
Maestro  Fr.  Thomus  (sic)  Roca:  Barcelona.  En  Santa  Catherina  Martyr,  "víspera  de 
la  misma  Santa".  Año  1610.  Licencia  del  Vicario  de  Barcelona.  Hoja  4.^  Dedicatoria 
a  Doña  Casilda  por  Alonso  Pérez.  En  la  Vuelta,  los  títulos  de  las  comedias;  las  mis- 
mas y  por  el  mismo  orden  que  en  la  edición  anterior. — Texto. 

La  sexta  edición  dice: 

Segvnda  parte  |  de  las  coiné-  |  dias  de  Lope  de  I  Vega  Carpió,  I  Que  contiene 
otras  doze,  cuyos  nombres  |  van  en  la  hoja  segunda.  I  Dirigidas  a  doña  Casilda  de 
Gauna  Varona,  muger  de  |  don  Alonso  Velez  de  Gueuara,  Alcalde  ma-  I  yor  de  la 
ciudad  de  Burgos.  I  (Adorno  tipográfico)  1  En  Brvsselas,  I  Por  Roger  Velpio,  y  Hu- 


XXIV  PROI-OGO 


hemos  tenido  presente  para  la  corrección  del  texto,  aunque  no  ofrece 
variantes  de  importancia  (i). 

Es  un  verdadero  drama  romántico  y  muy  interesante,  aunque 
algo  inverosímil.  Tiene  escenas  lindísimas,  como  la  de  la  pastora  Clá- 
vela que  viene  a  cantarle  al  prisionero  para  darle  noticias  de  lo  que 
sus  amigos  hacen  en  pro  de  su  libertad  y  le  trae  cestilías  de  frutas  y 
flores  que  logra  se  entreguen  al  desgraciado  Lisardo ;  y  otras  de  gran 
ternura,  como  el  diálogo  entre  éste  y  su  hijo,  al  cual  no  conoce. 

XV.  El  mejor  maestro  el  tiempo. 

Sólo  un  texto,  pero  no  malo,  tenemos  de  este  drama  con  tendencia 
moral  ya  reflejada  en  el  título:  es  el  de  la  Parte  J^I.  de  las  comedias 


bcrto  Antonio.  Iniprcssorcs  ■  de  sus  Altezas,  a  l'Agiiila  de  oro,  cerca  de  |  Palacio, 
lóii.   I   Con  licencia. 

8.";  3  hojas  prels.  y  669  págs.  (por  errata  dice  645),  Signaturas  A-Vv -,  de  a 
8  págs.,  menos  la  última,  que  tiene  2. 

Port,;  V.  en  bl. — Hoja  ^." :  Dedicatoria  de  Alonso  Pércrj. — Vuelta:  Títulos  de  las  co- 
medias y  erratas. — Hoja  j." :  "Aprobación":  Madrid,  i.°  de  agosto  de  1609:  El  Doc- 
tor Cetina. — Vuelta:  "Aprobación":  Madrid,  30  de  julio  de  1609:  Fray  Alonso 
Gómez  de  Encinas. — Texto. 

Y  la  séptima  de  esta  parte  será  la  que  sigue. 

Segvnda  parte  I  de  las  Comedias  de  I  Lope  de  Vega  Carpió,  I  que  son  las  que 
se  siguen.  [  La  juerga  lastimosa.  ¡  La  ocasión  perdida.  I  El  Gallardo  Catalán.  |  El 
Mayorazgo  dudoso.  I  La  Condesa  Matilde.  I  Los  Benauides.  I  Los  Comedadores  de 
Cordoua.  |  La  Bella  malmaridada.  I  Los  tres  diamantes.  I  La  Quinta  de  Florencia.  I 
El  Padrino  desposado.  \  Las  Ferias  de  Madrid.  I  Dirigidas  a  Doña  Casilda  de  Gavna 
!  Varona,  ningcr  de  don  Alonso  Vclez  de  Gueuara,  Alcalde  I  mayor  de  la  ciudad  de 
Burgos.  |  Año  (Escudo  pequeño  del  halcón  en  el  puño,  sin  el  león  al  pie  pero  con 
la  leyenda)  iói8.  j  Con  licencia.  |  En  Madrid,  Por  luán  de  la  Cuesta,  I  A  costa  de 
Miguel  Martínez,  j  Véndese  en  la  calle  mayor,  a  las  gradas  de  S.  Felipe.  (Al  fin:) 
En  Madrid.  |  Por  luán  de  la  Cuesta.  \  Año  M.DC.XVIIL 

4.";  2  hojas  prels.;  signat.  A-Vv,  algunas  de  4  hojas;  la  mayoría  de  8. 

Port. — V.  en  bl. — Tasa  :  79  pliegos  con  el  principio  a  4  mrs.:  Madrid,  25  de  ju- 
nio de  1618. — Erratas:  Madrid,  23  junio  1618:  Murcia  de  la  Llana.—  "Aprobación": 
Madrid,  i.°  de  agosto  de  1618:  El  Doctor  Cetina.— Aprobación  de  fray  Alonso  Gó- 
mez de  Encinas:  Madrid,  30  de  julio  de  1609.— Licencia  a  Miguel  Martínez:  Madrid, 
7  de  noviembre  de  1617.— Dedicatoria  de  A.  Pérez.— Texto.—  Auto  del  Consejo  prohi- 
biendo introducir  libros  de  fuera  del  Reino:  Madrid,  19  de  octubre  de  1617.  Nota  de 
Miguel  Martínez  sobre  el  auto. — Colofón. 

(i)  Tiene  el  número  17.071;  consta  de  56  hojas  en  4.°  y  procede  de  la 
Biblioteca  de  Osuna.  La  letra  es  de  la  primera  mitad  del  siglo  xvii.  El  título  es: 
"La  famosa  Comedia  del  mayoraz  |  go  dudoso.  Salen  flora  y  albano."  De  letra  mo- 
derna :  "de  Lope  de  Vega"  No  tiene  portada  antigua  ni  más  preliminares.  La  primera 
jornada  de  muy  mala  letra;  la  de  la  segunda  mucho  mejor  y  la  de  la  tercera  la  misma 
de  la  primera.  No  tiene  ninguna  otra  seña  ni  firma. 


PROLOGO  XXV 


de  Lope,  impresa  primero  en  Madrid,  en  1615,  y  luego  en  Madrid  y 
Barcelona  en  1616,  a  pesar  de  lo  cual  es  tomo  de  gran  rareza  (i). 


(i)  El  Fénix  i  de  España  |  Lope  de  Vega  Car-  |  pío  Familiar  del  Santo  j  Oficio, 
I  Sexta  parte  de  sus  Comedias.  |  Dirigidas  a  don  Pedro  Docon  y  Trillo,  Cauallero  del 
habito  I  de  Santiago,  hijo  del  señor  don  Juan  Docon  y  Trillo,  del  Consejo  Supremo 
de  su  Magestad,  y  de  la  Santa  Cruzada,  Cauallero  del  habito  de  Calatraua,  Comen- 
dador de  la  I  Fuente  el  Moral,  y  Casas  de  j  Ciudad  Real.  |  Año  (Escudo  del  impresor) 
JÓ15.  j  Con  privilegio.  |  En  Madrid,  |  Por  la  viuda  de  Alonso  Martin.  |  A  costa  de 
Miguel  de  Siles  librero,  j  Véndense  en  su  casa  al  lado  del  Correo  mayor.  (Colofón:) 
''En  Madrid,  por  la  viuda  de  Alonso  Martín  |  de  Balboa,  Año  de  iói¿. 

4.°;  4  hojas  prels.  y  302  numeradas.  Signaturas  A-Pp  de  a  8  hojas. 

Port. — V,  en  bl. — Hoja  <?.":  ''Títvlos  de  las  Comedias.''  i.  La  batalla  del  honor, 
fol.  I.— 2.  La  obediencia  laureada  y  primer  Carlos  de  Hungría,  fol.  26.-3.  El  hombre 
de  bien,  fol.  51.— 4.  El  servir  con  mala  estrella,  fol.  yy  v. — 5.  El  cuerdo  en  su  casa,  fo- 
lio loi  V. — 6.  La  Reina  Juana  de  Ñapóles,  fol.  126  v. — 7.  El  Duque  de  Viseo,  fol.  147. 
— 8.  El  secretario  de  sí  mismo,  fol.  175. — 9.  El  llegar  en  ocasión,  fol.  200  v. — 10.  El 
testigo  contra  sí,  fol.  228  v. — 11.  El  mármol  de  Felisardo,  fol.  252  v. — 12.  El  mejor 
maestro  el  tiempo,  fol.  275. — Vuelta:  "Tassa" :  Madrid,  3  de  abril  de  1615. — Erra- 
tas: Madrid,  i.°  de  abril  de  1615:  El  Lie.  ^Murcia  de  la  Llana. — "Aprobación"'  del 
Maestro  Vicente  Espinel:  Madrid,  11  de  diciembre  de  1Ó14. — Hoja  5.^:  Privilegio  a 
Francisco  Davila,  por  diez  años:  Madrid,  24  de  diciembre  de  1614. — Hoja  4.":  Dedi- 
catoria de  Siles  a  Docón.' — Texto. 

Las  reimpresiones  de  1616  son  las  siguientes: 

El  Fénix  '  de  España  |  Lope  de  Vega  I  Car-  |  pió,  Fa¡uiliar  del  santo  Oficio. 
¡  Sexta  parte  de  svs  comedias,  corre-  \  gida,  y  enmendada  en  esta  segunda  impresión 
de  Madrid  por  los  |  originales  del  propio  Autor.  I  Dirigidas  a  Don  Pedro  Docon 
y  Trillo,  Cauallero  del  Abito  de  Santiago,  hijo  del  señor  don  luán  Docon  y  |  Trillo, 
del  Consejo  supremo  de  su  Magestad  y  de  la  santa  Cruzada,  |  Cauallero  del  Abito  de 
Calatrava,  Comendador  de  la  I  Fuente  el  Moral,  y  casas  de  Ciudad  Real.  Año  (Escu- 
dete de  Cuesta,  con  el  halcón  en  el  puño  y  la  leyenda  Post  tcnebras,  etc.)  i6i6.  j  Con 
privilegio.  En  Madrid.  I  Por  luán  de  la  Cuesta.  I  A  costa  de  Miguel  de  Siles  Merca- 
der de  libros.  Véndese  en  su  ¡  casa,  en  la  calle  Real  de  las  Descalzas. 

4.°;  4  hojas  prels.  y  282  foliadas.  Signaturas  A-Nn  de  a  8  hojas,  menos  la  última 
([ue  sólo  tiene  dos.  En  el  vuelto  del  folio  2S2.  dice :  "Con  privilegio.  1  En  Madrid 
por  luán  de  la  Cuesta.  ¡  Año  1616." 

Port. — V.  en  bl. — Hoja  2!":  '"Titz'los  '  de  las  comedias  qve  ¡  z'au  en  esta  sexta  parte. 
I  La  batalla  del  honor,  fol.  i.  (Acaba  en  el  fol.  24  r.) — La  obediencia  laureada  y  pri- 
mer Carlos  de  Vngria,  fol.  24  (vuelto)  (acaba  en  el  47  r.). — El  hombre  de  bien,  fo- 
lio 47  (v.)  (acaba  en  el  72  v.). — El  secretario  de  sí  mismo,  fol.  /T,  (acaba  en  el  97  r.). 
— La  Reyna  luana  de  Ñapóles,  fol.  97  (v.)  (acaba  en  el  116  v.),. — El  cuerdo  en  su 
casa,  fol.  117  (acaba  en  el  13  v.). — El  Duque  de  Viseo,  fol.  140  (acaba  en  el  165  r.). — 
El  testigo  contra  sí,  fol.  165  (vuelto)  (acaba  en  el  187  v.). — El  servir  con  mala  estre- 
lla, fol.  188  (acaba  en  el  209  v.). — El  llegar  cu  ocasión,  fol.  210  (por  errata,  dice  209 
y  acaba  en  el  235  v.). — El  mármol  de  Felisardo,  fol.  235  (es  el  236,  acaba  en  el  259  r.). 
— El  mejor  maestro  el  tiempo,  fol.  259  (v.)  (acaba  en  el  282  r.) — Vuelta:  "Tassa." 
4  mrs.  pliego.  Tiene  71  y  medio  =  8  reales  y  14  mrs. :  Madrid,  3  abril  1615. — Erra- 
tas (ninguna)  Aladrid,  19  mayo  1616. — "Aprouacióu"  de  Espinel.  Dice  que  el  libro 
fué  recopilado  por  Francisco.  Davila,  vecino  de  Madrid  y  que  contiene  excelentísimos 


XXVI  PROLOGO 

El  asunto  no  parece  de  invención  del  poeta  sino  más  bien  tomado 
de  algún  libro  extranjero  de  novelas  o  cuentos.  La  intención  moral  del 

versos  y  conceptos;  que  se  liabía  perdido  la  i."  censura  que  había  dado  y  vuelve  a  dar 
esta  en  el  mismo  sentido.  Madrid,  ii  de  diciembre  de  1614:  ''El  Maestro  Espinel." 

Hoja  5.":  Privilegio.  "El  Rey.  Por  cuanto  por  parte  de  vos  Francisco  Dauila,  vecino 
de  Madrid  nos  fué  fecha  relación  teníades  un  libro  muy  curioso  intitulado  El  Fénix 
de  España  Lope  de  Vega  Carpió,  en  el  cual  iban  doce  comedias  suyas  y  muy  exem- 
plares  y  de  agudos  concetos,  y  en  adquirillas  y  juntallas  habíades  gastado  mucho 
tiempo  y  trabajo,,  suplicándonos  que,  atento  era  útil  y  provechoso,  os  diésemos  licen- 
cia para  imprimirle  y  privilegio  por  veinte  años",  etc.  Se  le  concede  por  diez,  Madrid, 
24  de  diciembre  de  1614.  Ocupa  el  privilegio  hasta  la  mitad  del  vuelto  de  la  hoja  3."; 
el  resto  en  blanco. 

Hoja  4.":  Dedicatoria,  sin  fecha,  por  Miguel  de  Siles.  Celebra  la  familia  de  Docón 
y  Trillo  y  a  la  erudita  doña  Catalina  Trillo,  hermana  de  don  Juan  Docon. 

Vuelta:  "Al  Lector.  Bien  estoy  cierto,  Lector  amigo,  que  aunque  te  hago  segundo 
convite  con  im  mismo  plato,  está  tan  bien  sazonado  por  la  erudición  de  su  dueño  que 
no  te  dejará  mal  gusto,  principalmente  habiéndole  añadido  la  salsa  de  su  corrección 
y  enmienda;  que  aunque  en  la  impresión  primera,  con  el  estudio  posible  procuré  re- 
ducir a  su  principio  los  versos,  que  por  haber  andado  en  manos  diferentes  estaban  algo 
desfigurados,  en  ésta  he  hecho  una  copia  de  los  mismos  originales,  en  que  están  resti- 
tuidos a  su  primera  hermosura:  Admira  al  autor  y  agradece  el  deseo,  etc." 

Sigue  el  texto. 

El  Fénix  |  de  España  I  Lope  de  Vega  Car-  1  pío  Familiar  del  Santo  I  Oficio.  [ 
Sexta  parte.  |  Dirigidas  a  don  Pedro  Docon  y  I  Trillo,  Cauallero  de  Santiago,  hijo 
del  señor  don  luán  Docon  y  |  Trillo,  del  Consejo  Supremo  de  su  Magestad,  y  de  la 
Santa  Cruza-  |  da,  Cauallero  del  habito  de  Calatraua,  Comendador  de  I  la  Fuente  el  Mo- 
ral, y  Casas  de  Ciu-  |  dad  Real.  ¡  /¿.  j  Año  (Escudete  con  una  figura  humana  en  el 
medio  y  una  cartelita  arriba  que  dice:  In  lovis  vs-  I  que  sinvm  I  16 JÓ.  I  Con  licen- 
cia, ¡  En  Barcelona,  en  casa  Sebastián  de  Cormellas  al  Cali. 

4.°;  4  hojas  prels.  No  tiene  foliación  seguida.  Cada  comedia  tiene  la  suya.  Sin 
embargo,  las  signaturas  van  seguidas  de  A-Qq  4:  todas  de  a  8  hojas. 

Portada.— Vuelta  en  h\.—Hoja  2."  "Titvlo  de  las  Comedias  |  que  van  en  esta  sex- 
j    ta  parte. 

La  batalla  del  honor  (fols.  1-23  v.).— La  obediencia  laureada  y  primer  Carlos  de 
Vngría  (fols.  1-24  v.).— El  hombre  de  bien  (fols.  1-26:  la  vuelta  en  bl.).— El  servir  con 
mala  estrella  (fols.  1-24:  la  vuelta  en  bl.).— El  cuerdo  en  su  casa  (fols.  1-24  v.).— La 
Reyna  luana  de  Ñapóles  (fols.  25-44  v.  Debe  de  ser  error  la  numeración,  porque  el 
papel,  tipos  y  números  son  como  los  demás.).— El  Duque  de  Viseo  (Tragicomedia  del: 
fols.  1-28  V.).— El  Secretario  de  sí  mismo  {fols.  1-24  v. :  por  errata  dice  14.).— Llegar 
en  ocasión  (fol.  28  v.).— El  testigo  contra  sí  (1-24  v.).— El  mármol  de  Felisardo  (fo- 
lios 1-24  V.).— El  mejor  maestro  el  tiempo  (fols.  1-24  v.). 

Vuelta:  "Tassa."  A  4  mrs.:  Madrid,  3  abril  1615. 

Hoja  3."  "Aprobación"  del  Maestro  Espinel.  Dice  que  este  libro  fué  recopilado 
por  Francisco  de  Avila,  vecino  de  Madrid;  que  el  tomo  tiene  excelentísimos  versos  y 
concetos:  Madrid,  11  de  diciembre  de  1614. 

Vuelta :  "Licencia"  Cree  que  debe  darse  Fr.  Onofre  Ferrer,  dominico  y  añade  que 
todas  estas  comedias  han  sido  ya  representadas  en  toda  España  y  vistas  por  otras 
partes. 

Hoja  4.';  Dedicatoria,  como  en  las  anteriores,  ensalza  la  familia  Docón  y  Trillo  y 


PRÓLOGO  XXVII 

autor  es  manifiesta  y  se  declara  paladinamente  en  diversos  lugares 
de  la  obra.  Dura,  en  efecto,  es  la  lección  que  la  fortuna  administra  al 
Rey  y  sus  dos  hijos,  arrojándolos  primero  del  trono  y  haciéndoles  salir 
de  un  peligroso  naufragio,  sin  más  que  los  cuerpos  y  en  país  extrafio 
donde  tienen  ])ríniero  que  mendigar  el  sustento  y  luego  entrar  a  servir 
como  hortelanos  a  cierto  señor  ([ue  por  dicha  los  trata  con  grande 
liumanidad. 

En  esta  situaci(')n  los  dos  altivos  hijos  del  Rey  no  sólo  adquieren  en- 
señanza para  lo  futuro,  cuando  una  reacción  favorable  los  restablece 
en  el  trono,  sino  que  hallan  dichosos  matrimonios  en  la  ilustre  famiha 
de  su  patrono. 

El  argumento  de  esta  obra  se  desliza  sin  ningún  contratiempo, 
mansa  y  dulcemente,  y  nos  resulta  de  lectura  agradable,  por  las  belle- 
zas de  estilo  y  lenguaje,  aunque  quizás  algo  monótona. 

La  época  de  su  composición  sería  poco  anterior  a  la  de  su  impresión 
y  es  extraño  que  no  la  haya  recordado  Lope  al  publicar,  no  más  de 
de  tres  años  después,  la  segunda  edición  de  su  Peregrino,  donde  estam- 
pó la  lista  de  las  comedias  que  había  escrito  desde  1604.  Pero  es  sabido 
que  sólo  puso  en  ella  los  títulos  de  que  buenamente  se  acordaba,  dejan- 
do fuera  muchos  otros. 

Antes  de  terminar  estas  observaciones  no  podemos  menos  de  recla- 
mar, una  vez  más,  contra  el  absoluto  e  inexacto  fallo  de  quienes  por 
sólo  haber  leído  una  docena  de  comedias  de  Lope  quieren  privarle  de 
ciertas  calidades  de  autor  dramático  que  en  grado  eminente  adjudican 
a  otros  autores  que  ciertamente  poseyeron,  pero  que  también  se  hallan 
en  el  i)rimero  de  todos  ellos  y  en  más  abundancia  cpie  en  los  demás. 

Es  una  la  de  que  en  Lope  no  hay  intención  moral  ni  tendencia 
educativa.  Desde  luego  creemos  y  afirmamos  que  el  autor  dramático 
n_o  debe  preocuparse  en  demostrar  ninguna  tesis,  ni  enseñar  delibera- 
damente ninguna  ciencia  ni  arte,  ni  siciuiera  urbanidad  y  buena  crian- 
za; le  basta  con  recoger  uno  o  más  fragmentos  o  aspectos  de  la  vida, 
en  lo  que  tengan  de  más  interesante  y  artístico  y  describirlos  en  la 
forma  más  bella  y  elegante  posible.  Si  de  los  hechos  se  deduce  alguna 
enseñanza  moral,  siempre  buena,  tanto  mejor. 

Pero  es  inexacto  que  Lope  no  haya  escrito  comedias  de  tendencia 
moral.  Bastará  recordar  el  gran  número  de  las  que  tienen  por  título 

dice  que  "al  presente  vive  doña  Catalina  Trillo,  hermana  de  don  Pedro  Docón,  padre 
del  don  Juan,  dedicado;  que  a  doña  Catalina  la  cita  el  Bachiller  Juan  Pérez  de  Moya 
por  su  erudición  y  santidad  y  eminente  en  las  lenguas  latina  y  griega.  .Sin  fecha:  firma 
Miguel  de  Siles. — Vuelta  en  blanco."' 

Al  final  del  tomo,  o  sea  en  el  vuelto  del  folio  24  de  la  última  comedia,  dice  al 
pie:  ^'Con  licencia.   I  En  Barcelona,  en  casa  Sebastián  de  CormeUas   ¡   al  Calí,  Año, 

M.DC.xyiy 


XXVIII  PROLOGO 

ya  un  proverbio,  como  la  presente,  de  El  mejor  maestro  el  tiempo;  ya 
un  refrán  o  un  dicho  popular,  cuyo  fin  y  aplicación  morales  constitu- 
yen la  esencia  de  su  argumento. 

Lo  mismo  podemos  decir  de  los  caracteres,  dado  caso  que  presen- 
tar en  escena  un  avaro  inverosímil ;  un  gruñón  insoportable ;  un  necio 
embustero,  un  odioso  maldiciente,  una  marisabidilla  (hoy  formarían  le- 
gión), en  sus  caracteres  abstractos  y  generales  sea  una  perfección  en 
el  drama,  cosa  harto  dudosa.  De  eso,  gracias  a  Dios,  poco  hay  en  Lope ; 
pero  caracteres  reales  e  interesantes,  ya  ridículos,  ya  cómicos,  ya  dra- 
máticos ;  todos  bien  presentados,  llenos  de  vida,  de  exactitud  y  de  vigor, 
a  centenares  se  hallan  en  nuestro  gran  poeta. 

Esos  caracteres  universales  y  abstractos,  tan  cacareados  hace  años 
con  referencia  a  los  teatros  extranjeros,  no  son  desconocidos  en  el  nues- 
tro y  constituyen  una  sección  aún  poco  estudiada  de  él :  se  hallan  en  los 
autos  sacramentales.  Allí  se  verán  personificados  y  repetidos  hasta  la 
saciedad  la  codicia,  el  engaño,  la  ira,  la  lujuria,  la  vanidad:  todas  las 
pasiones  y  ridiculeces  individuales  y  sociales  que  los  seudoclásicos  creían 
])ropios  de  la  comedia  y  el  drama.  Pero  éstos  no  deben  ser  tratados 
de  moral  teórica,  sino  reflejo  de  la  sociedad  en  que  viven;  deben  refe- 
rir casos  particulares,  ya  sucedidos  o  ya  inventados,  pero  verosímiles. 
Así  lo  entendieron  los  griegos,  que  no  quisieron  idealizar  o  generalizar 
las  ideas  de  venganza,  fatalidad,  lujuria,  amor  conyugal,  envidia,  amor 
filial,  etc. ;  quisieron  hacer  revivir  hechos  singulares  en  que  concurrían 
aquellos  sentimientos,  pero  sujetándolos  a  lo  particular  del  caso,  en 
Electra,  Edipo,  Fedra,  Andrómaca,  Polinice,  Antígona,  etc.  Lo  inte- 
resante era  la  vida  y  hechos  de  las  personas,  como  tales  personas,  se- 
gún su  historia  o  leyenda,  no  lo  sustancial  de  los  afectos  que  las  movían. 

XVI.     La  merced  en  el  castigo. 

A  nombre  de  Lope  se  imprimió  esta  hermosa  comedia  en  la  Par- 
te XXVI,  Zaragoza,  1645,  hoy  perdida;  pero  que  vio  el  erudito  don 
Juan  Yáñez  Fajardo  y  cita  en  su  inédito  Catálogo  de  comedias  antiguas. 

En  la  Parte  XXX  (1668)  de  la  colección  de  Comedias  Escogidas,  se 
reimprimió  con  este  título:  Comedia  famosa  I  El  premio  en  la  misma 
pena,  |  De  Don  agvsfiíi  Morefo,  \  Personas  qne  hablan  en  ella  (i). 

(i)  Parte  treinta.  |  Comedias  |  riveras,  y  escogidas  de  los  ¡  mejores  Ingenios  de 
España.  |  Dedicadas  ¡  a  Don  luán  de  Moles,  Oficial  por  su  Magcstad,  de  la  |  Secre- 
taría del  Estado  de  Milán,  en  el  Consejo  |  Supremo  de  Italia.  I  (Escudo  del  Mecenas) 
Con  privilegio.  En  Madrid,  Por  Domingo  García  Morras,  I  Impressor  del  estado  Ecle- 
siástico. Año  de  1668.  ]  A  costa  de  Domingo  Palacio  y  Villegas,  Mercader  de  Libros. 
Véndese  en  su  casa,  frontero  del  Colegio  de  Santo  Tomás. — 4.*';  4  hoj.  prels.  y  463  pá^s^s. 
La  comedia  de  Lope  se  halla  en  la  pá.s;.  79  y  siguientes,  Empieza;  "Ya  estamos  en 
taragoza."  Y  acaba:  "pues  la  hace  el  que  perdona," 


PROLOGO  XXIX 


En  la  Parte  XL  (1675)  de  la  misma  colección  se  repitió  la  impresión 
dándole  este  encabezado :  La  gran  comedia  \  del  Dichoso  en  Zaragoza.  \ 
Del  Doctor  Ivan  Perc:;  de  Montalvan  (i),  Algunos  afirman  que  tam- 
bién se  publicó  suelta  a  nombre  de  Montalbán,  cosa  poco  probable. 

Y,  en  fin,  a  mediados  del  siglo  xvii  se  imprimió  suelta  rotulándose : 
La  ¡nerccd  en  el  castigo.  \  Comedia  famosa.  \  De  Lope  de  Vega  Car- 
pió. I  (2). 

De  ]\loreto  no  puede  ser  esta  comedia  por  no  tener  ninguno  de  los 
caracteres  de  este  poeta.  De  Montalbán  pudiera  ser;  pero  lo  tardío  de 
su  atribución  le  quita  el  poco  valor  que  tenga  el  hecho  contra  más  segu- 
ros indicios. 

No  desdice  de  las  demás  obras  de  Lope.  El  asunto  ofrece  interés; 
está  bien  urdido;  es  bueno  el  gracioso  Martín  y  el  desenlace  muy  origi- 
nal, feliz  y  razonado.  La  época  de  la  composición  de  esta  comedia  será 
posterior  a  1Ó18,  ya  que  no  figura  en  la  lista  del  segundo  Peregrino. 

XVII.     El  mérito  en  la  templanza. 

En  un  solo  texto  y  no  muy  autorizado  ha  llegado  a  nosotros  esta 
linda  comedia  que  no  pudo  tener  otro  padre  que  el  Fénix  de  los  in- 
genios. Se  halla  en  una  impresión  suelta  de  fines  del  siglo  xvii,  cuyo 
encabezado  dice:  El  mérito  en  la  templanza,  \  y  Ventura  por  el  sve- 
ño.  I  Comedia  \  famosa.  !  De  Lope  de  Vega  Carpió.  \  Hablan,  etc. 
Consta  de  18  hojas  sin  numerar,  ni  señales  ningunas  de  lugar,  tiem- 
po, ni  oficina  tipográfica.  La  creemos  edición  madrileña,  quizá  de 
Francisco  Sanz.  Tampoco  tiene  adornos  ni  otra  cosa  que  las  letras  ne- 
cesarias para  la  lectura.  En  la  Biblioteca  Nacional  hay  un  manuscrito 
moderno  de  esta  pieza,  copia  hecha  por  don  Agustín  Duran  de  un 
ejemplar  de  esta  edición  y  quizá  del  mismo  que,  procedente  de  Chorley, 
está  hoy  en  el  Museo  Británico  (3). 

El  asunto  de  esta  deliciosa  comedia  parece  ser  de  pura  invención 
del  poeta,  por  las  reminiscencias  que  ofrece  de  otras  suyas  en  algunas 
situaciones.  El  desenlace  peca  de  algo  violento  y  poco  preparado,  si  bien 


(i)  Parte  \  quarcnta  I  de  Comedias  i  nvevas.  1  De  diversos  az'torcs.  \  Año  (Un 
canastillo  de  flores.)  i6/¿.  \  con  privilegio.  I  En  Madrid:  Por  lulián  de  Paredes,  Im- 
pressor  de  Libros,  en  la  Plagúela  del  Ángel. — ^4.°;  2  hoj.  prels.  y  244  foliadas.  La  co- 
media de  Lope  está  en  los  folios  167  y  sigs.  Empieza :  "Ya  estamos  en  Zaragoza." 
Y  acaba:  "el  Dichoso  en  Zaragoza." 

(2)  Sin  lugar  ni  año;  4.";  20  hojas  sm  numerar;  signaturas  A-E-,  todas  de  4  ho- 
jas sin  cabeceras,  ni  adorno  final:  parece  edición  madrileña. 

(3)  AI  final  de  esta  copia  se  dice:  "Copia  de  la  impresa  que  po?ee  en  su  colección 
don  Manuel  Casal.  Madrid,  24  de  octubre  de  1828.  A.  Duran." 


XXX  PROLOGO 

no  puede  negarse  que  es  lógico  y  natural  En  cambio  está  escrita  y  ver- 
sificada con  sin  igual  soltura  y  elegancia. 

La  época  de  su  composición  no  dejará  de  ser  posterior  a  1618,  por 
no  figurar  en  las  listas  del  Peregrino  y  por  su  perfección  misma. 

XVIII.     Mudanzas  de  la  fortuna  y  sucesos  de  Don  Beltrán 

de  Aragón. 

Aparece  mencionada  esta  obra  en  El  Peregrino  de  161 8,  con  solo 
el  título  de  Don  Beltrán  de  Aragón :  fué,  por  consiguiente,  escrita  des- 
pués de  1604.  Constaría  el  texto  en  una  impresión  de  la  Tercera  parte  de 
las  Comedias  de  Lope  de  Vega  y  otros  autores,  hecha  en  Valencia  en 
161 1,  que  sólo  se  conoce  por  la  mención  que  de  ella  se  hace  en  otra 
edición,  también  rarísima,  estampada  en  Barcelona  en  161 2  por  Se- 
bastián de  Cormellas  (i). 

De  esta  Parte  hay  reimpresiones  de  2\iadrid,  1613,  por  Miguel  Se- 
rrano, y  Barcelona,  161 4,  del  mismo  Cormellas.  La  de  Madrid,  que  ofre- 
ce más  garantías  de  autenticidad,  ha  servido  de  texto  para  esta  impre- 
sión; pero  también  se  ha  tenido  a  la  vista  la  de  1614.  En  la  colección 


(i)  Tercera  parte  |  de  las  |  comedias  de  |  Lope  de  Vega  y  otros  j  auctores, 
con  sus  loas  y  entremeses  I  las  guales  Comedias  van  en  I  la  oja  precedente.  |  Dedica- 
das a  Don  Lvys  Ferrer  |  3;  Cardona,  del  abito  de  Sanctiago,  Coadjutor  en  el  oficio  de  j 
Portantvezes  de  General  Gouernador  desta  Ciudad,  y  Reyno,  y  señor  de  la  ¡  Baronía 
de  Sof.  (Adornito)  I  Con  licencia  del  Ordinario.  I  *  En  Barcelona,  en  casa  de  *  ¡  Se- 
bastian de  Cormellas,  al  Cali.  I  Año  de  1612.  I  |[  Véndense  en  Caragoqa  en  casa  de  layme 
Gotar  I  Mercader  de  Libros. 

4.°;  2  hoj.  prels.  y  336  más  sin  foliar.  Signaturas  A-Ss\  de  a  8  hojas;  más  A-B** 
para  los  entremeses  y  loas. 

Port. ;  Vuelta:  ''Comedias.  |  Los  hijos  de  la  Barbuda.  ¡  La  aduersa  Fortuna  del 
Cauallero  del  Spri-  ¡  tu  Sancto.  |  El  Espejo  del  Mundo.  |  La  noche  Toledana.  |  La 
Tragedia  de  Doña  Ynes  de  Castro.  ¡  Las  mudanzas  de  Fortuna  y  sucesos  de  don  ] 
Beltrán  de  Aragón,  I  La  privanqa  y  caída  de  don  Aluaro  de  Luna.  |  La  prospera 
Fortuna  del  Cauallero  del  Spi-  ¡  ritu  Sancto.  |  El  Esclauo  del  Demonio.  |  La  pros- 
pera fortuna  d  Ruy  López  d  Aualos.  j  La  aduersa  fortuna  de  Ruy  López  d  Aua- 
los.  [  Vida  y  muerte  del  Santo  Negro,  llamado  san  I  Benedito  de  Palermo." 

Hoja  2." :  Aprobación  con  el  'Tmprimatur.  I  Casanova"  al  margen,  de  "Gaspar  Es- 
colano,  Retor  de  la  parrochial  |  de  san  Esteuan,  y  Choronista  de  su  Mage  |  stad  en  la 
ciudad  y  Reyno  de  Valencia". — Dedicatoria  a  don  Luis  Ferrer  en  16  tercetos  que  aca- 
ban en  el  vuelto  de  esta  hoja. — Texto  que  acaba  en  el  recto  de  la  última  hoja:  vuelta 
en  blanco.  Siguen  en  14  hojas  los  entremeses  El  sacristán  Soguijo;  el  Entremés  fa- 
moso de  los  Romances ;  el  de  los  Huevos  y  las  cinco  Loas :  en  alabanza  de  la  espada ; 
de  las  calidades  de  las  mujeres;  de  la  Batalla  Naval;  de  las  Letras  del  ABC  y  del 
*'sumptuoso  Escurial." 

Las  ediciones  de  Madrid,  1613  y  Barcelona,  1614  son  exactamente  iguales  a  ésta, 
salvo  las  diferencias  de  lugar  en  las  aprobaciones  y  licencias. 


PROLOGO  XXXI 

de  Lord  Holland  hubo  un  ejemplar  suelto,  quizá  desglosado  de  alguna 
de  las  Partes  anteriores,  que,  como  la  de  Madrid,  1613,  no  llevan  pa- 
ginación seguida. 

En  la  Biblioteca  Nacional,  procedente  de  la  ducal  de  Osuna,  hay 
un  singular  manuscrito  antiguo  (de  1610)  titulado  Miidan::as  de  la 
fortuna,  que  sin  ser  un  plagio  es  una  imitación  servil  de  la  comedia 
de  Lope.  Va  siguiendo  paso  a  paso  la  acción  y  los  episodios ;  pero  em- 
pleando palabras  distintas  y  cambiando  los  nombres  de  algunos  per- 
sonajes, que  aquí  son  los  siguientes,  que  ponemos  para  que  se  puedan 
comparar  con  los  impresos: 


D.  P."  prinzipc 

don  al."  el  rey 

garzes 

don  juá  abarca 

la  rreyna 

feligiano 

don  Beltran  de  aragon 

leonor 

Jordán 

Doña  Ana  abarca 

Un   soldado 

almirante 

don  al."  ynfante 

federico 

Pondremos  ahora  algunas  muestras  de  su  versificación  y  estilo  asi 
en  el  comienzo  de  la  obra  como  en  la  conclusión  de  ella. 

R.'  Es  mucha  descortesía,  Humilde  estoy  ante  ti. 

don  Pedro.  R.^  ¿Y  a  mi  hijo,  por  qué  no 

P.°                      Habré  de  callar,  le  habéis  de  tener  respeto. 

que  os  tengo  de  respetar,  Descomidióse,  en  ef  eto  ; 

como  a  reina  y  madre  mía.  y  siendo  menor  que  yo, 

R."  no,  sino  perderme  a  mí  él  me  había  de  respetar, 

el  respeto.  y  la  culpa  estuvo  en  él. 

P.°                       El  cielo  quiera  R.'  Respetadle  vos  a  él 

que  antes  yo  a  tus  manos  muera.  P.°  Eso  no  está  en  su  lugar. 

La  terminación  de  esta  obra  es  como  sigue: 

D.  Juan.     Habéisme  honrado  el  Infante  y  yo  a  Castilla. 

de  manera,  don  Beltrán,  Beltrán.     Y  fin  a  la  historia  dando. 

que  no  sabré  exagerarlo.  Si  faltas  ha  habido  en  ella, 

Pedro.         Vamos,  señora,  de  aquí.  perdonad,  senado  claro. 

R."              Vamos,  porque  nos  partamos  Finís. 

En  cuanto  al  autor  sólo  podemos  decir  que  en  el  manuscrito  apa- 
rece un  J.°  (Juan)  Rodríguez,  que  quizá  no  sea  más  que  el  copista  (i). 

La  que  consideramos  obra  de  Lope  es  un  gran  drama  por  el  estilo 
y  muy  parecido  a  los  de  Don  Bernardo  de  Cabrera,  lo  cual  es  una  prue- 
ba más  de  que  éstos  son  de  Lope,  en  que  se  pinta  la  caída  de  un  buen 


(i)  Ms.  15.553  de  43  hojas  en  4.°,  letra  de  la  época  que  dice  y  con  el  siguiente 
encabezado:  Las  mudancas  de  fortuna.  De  16 10.  /.»  Rodríguez.  /."  jornada.  Salen  Don 
Pedro  y  su  madrastra  la  Reyna.  D.  J.  M.  Rocamora  en  su  Catálogo  de  los  manuscri- 
tos de  la  Biblioteca  de  Osuna,  de  donde  procede  éste,  creyó  que  era  autógrafo  de  Lope 
de  Vega. 


XXXII  PROLOGO 


ministro,  por  las  envidias  y  calumnias  cortesanas  que  un  rey  dema- 
siado crédulo  admite  sin  comprobarlas  y  la  elevación  de  otro  gran 
caballero  que  en  debida  gratitud  de  beneficios  recibidos  impide  la 
total  ruina  del  primero  y  aún  consigue  que  vuelva  a  la  gracia  real. 
Derroche  de  nobles  afectos  y  altas  cualidades  caballerescas  hay  en 
esta  obra  que  indican  bien  el  alma  sublime  que  sabía  crearlos  y  darles 
la  expresión  más  grande  y  más  poética  que  se  ha  visto.  El  deleite  es- 
piritual que  esta  obra  produce  casi  hace  olvidar  los  muchos  defectos 
de  impresión  que  ha  sufrido  y  no  hemos  podido  subsanar. 


XIX.     Los  muertos  vivos. 

Este  drama,  que  Lope  apodó  tragicomedia,  es  obra  de  su  primera 
juventud,  como  indica  el  autor  en  la  dedicatoria  al  poeta  murciano 
Damián  Salucio  del  Poyo,  y  resulta  de  nombrarla  en  su  primer  Pe- 
regrino de  1604.  No  fué  impresa  hasta  1621,  en  que  el  mismo  Lope 
la  dio  al  público  en  la  Parte  XVII  de  su  colección  especial  de  come- 
dias (i). 


(i)  En  el  tomo  anterior  a  éste  (pág\  xxviii  del  Prólogo)  hemos  descrito  la 
Parte  XVII,  edición  de  Madrid  de  1621,  que  creemos  sea  la  primera.  Ahora  para 
completar  este  punto  c  ir  dando  la  bibliografía  dramática  de  Lope  describiremos  la 
reimpresión  de  1622,  hecha  por  la  viuda  del  mismo  Fernando  Correa  que  hizo  la  an- 
terior. 

Decimascptima  ¡  parte  de  j  las  eomedias  de  \  Lope  de  Vega  Carpió,  pro-  | 
enrador  Fiscal  de  la  Cámara  Apostólica,  y  I  Familiar  del  Sanio  Oficio  de  I 
la  Inquisición.  ]  Dirigida  a  diver-  ]  sas  personas,  i  Año  (Escudete  del  Sagitario  con 
la  sabida  leyenda)  1622.  ¡  Con  privilegio.  I  En  Madrid.  Por  la  viuda  de  Fernando  Co- 
rrea. I  A  costa  de  Miguel  de  Siles  mercader  de  libros.  Véndense  en  su  casa  ¡  en  ¡a 
calle  Real  de  las  Descalcas. 

4.°;  4  hojas  prels.  y  312  foliadas:  Signaturas  A-Qq.  todas  de  a  8  hojas,  Al  ñnal 
del  tomo  sólo  dice  "Fin". 

Portada. — V.  en  bl. — Hoja  2!":  "Tabla  de  las  come-  [  di^  decimascptima  parte: 
I.  Con  su  pan  se  lo  coma.  Dirigida  a  la  Ilustrissinia  Sra.  D."  Francisca  Salvador,  fol.  t. 
— 2.  Quien  mas  no  puede.  A  Doña  Ana  María  Margarita  Roig,  Marquesa  de  Villa- 
gor,  fol.  29. — 3.  El  soldado  amante.  A  la  señora  doña  Ana  de  Tapia,  fol.  44  (es  54  v.). 
— 4.  Muertos  viuos.  Al  Licenciado  Salucio  del  Poyo,  fol.  8¿. — 5.  El  primer  Rey  de 
Castilla.  A  don  Fernando  de  Ludeña,  fol.  112  v. — 6.  El  Domine  Lucas. — A  Juan 
de  Pina,  fol.  137  v. — 7.  Lucinda  perseguida.  A  Emamiel  Sueyro,  fol.  162. — 8.  El 
Ruyseñor  de  Seuilla.  Al  Licenciado  D.  Francisco  de  Herrera  Maldonado,  fol.  187. — 
9.  El  sol  parado.  A  don  Andrés  de  Rocas,  fol.  209  v. — 10.  La  Madre  de  la  mejor.  A 
don  Fray  Plácido  de  Tosantos,  Obispo  de  Guadix,  fol.  235  v. — 11.  lorge  Toledano. 
A  luán  Pablo  Bonet,  fol.  260  v. — 12.  El  Hidalgo  Abencerrage.  A  doña  Ana  de  Pina, 
fol.  289  V. — Vuelta:  "Aprouacion"  del  Maestro  Espinel:  Madrid,  20  octiubre  1621. 

Hoja  5.*:  "Tassa'":  4  mrs.  pliego:  tiene  79  =  316  mrs.  "de  pedimiento  de  la  parte 


ÍROLOGO  XXXIII 

En   hi   Biblioteca   Nacional   hay   un   manuscrito   antiguo   de   esta 


del  dicho  Lope  de  Ve.ua  Carpió,  doy  esta  fee  en  Madrid,  a  27  de  enero  de  1621  años. 
—Diego  González  de  Villarrocl.  Tiene  79  pliegos,  que  a  los  dichos  cuatro  maravedís 
cada  pliego,  monta  nueve  reales  y  diez  maravedís  en  papel." 

Vuelta:  "Suma  del  privilegio";  a  Lope  por  diez  años:  S.  Lorenzo,  31  de  octu- 
bre de  1620. — "Fe  de  erratas  (ninguna)  :  ]\Lidrid,  25  de  enero  de  1621 :  El  Lie.  I\Iur- 
cia  de  la  Llana". 

Hoja  4^:  "Prólogo  al  Lector. — Solía  el  Teatro  hacer  aquestos  prólogos,  y  cansa- 
do de  las  quejas  de  los  autores  (de  compañías)  que  dicen  que  les  imprimen  sus  co- 
medias en  daño  de  su  hacienda,  remite  el  de  esta  parte  a  imo  de  los  académicos  de 
la  corte  para  que  en  vez  de  introducción  satisfaga  por  los  poetas  a  sus  voces  y  pe- 
ticiones injustas.  Dos  veces  se  les  puso  pleito  a  los  mercaderes  de  libros  para  que 
no  las  imprimiesen  por  el  disgusto  que  les  daba  a  sus  dueños  ver  tantos  versos  rotos, 
tantas  coplas  ajenas  y  tantos  disparates  en  razón  de  las  mal  entendidas  fábulas  y 
historias.  Vencieron,  probando  que  una  vea  pagados  ¡os  Ingenios  del  trabajo  de  sus 
estudios  no  tenían  acción  sobre  ellas:  y  así  se  determinaron  a  pedirles  que  se  las  de- 
jasen corregir,  y  que  habiendo  de  imprimirse  no  fuese  sin  avisarlos.  Esto  se  ha  hecho, 
y  las  comedias  salen  mejores,  como  muestra  la  experiencia.  Cuanto  a  la  queja  de  ios 
Autores  se  responde  que  los  unos  las  hurtan  a  los  otros  o  las  venden  a  los  lugares  que 
•  para  sus  fiestas  las  codician;  y  destruyéndose  ellos  a  sí  mesmos,  o  haciendo  compo- 
ner de  otros  versos  las  invenciones  que  agradan,  o  hurtándolas  o  comprándolas  a 
sus  papelistas  y  secretarios  cómicos  que  con  gran  facilidad  las  venden,  el  menor 
daño  es  imprimirlas;  que  no  ha  de  andar  el  Poeta  guardándoselas  y  más  quien  les  da 
su  mismo  original,  y  en  su  vida  le  quedó  traslado"  (lo  subrayado  es  del  texto:  alude 
Lope  a  sí  mismo). 

En  la  dedicatoria  a  Salustio  del  Poyo  de  su  comedia  Los  muertos  vivos,  dice  Lope: 
"Dos  cosas  tiene  contra  sí  este  ejercicio:  la  primera  está  dicha  (la  envidia  y  maledi- 
cencia) la  segunda  los  traslados;  porque  no  hay  cortesana  que  haya  corrido  a  Italia, 
las  Indias  y  la  casa  de  Meca  que  vuelva  tan  desfigurada  como  una  pobre  comedia  que 
ha  corrido  por  aldeas,  criados  y  hombres  que  viven  de  hurtarlas  y  de  añadirlas.  En 
esta  parte  he  desconfiado  mucho  de  papeles  míos,  a  quien  yo  llamo  pródigos,  por- 
que ni  puedo  vestirlos  ni  negarlos." 

La  comedia  del  Domine  Lucas  dice  "Representóla  Melchor  de  Villalba''. 

Dice  que  Lucinda  perseguida  era  obra  de  las  primeras  que  escribió  cuando  era 
joven.  Se  la  dedica  Sueyro,  porque  le  había  enviado  tulipanes  de  Flandes  y  habían 
llegado  bien  y  florecido  y  Lope  los  había  puesto  en  su  jardinillo  donde  todos  los  años 
se  reproducían.  "Su  titulo  es  Lucinda  perseguida,  que  de  mis  manos  y  caudal  ¿qué 
podía  salir  sino  este  nombre?" 

En  la  comedia  El  ruiseñor  de  Sevilla,  dice:  "Representóla  el  famoso  Ríos."' 
En  La  madre  de  la  mejor:  "Representóla  Riquelme." — En  Jorjc  Toledano,  "Represen- 
tóla Porras"  y  en  la  dedicatoria  dice:  "Parte  es  historia  y  de  lo  verosímil  lo  que 
constituye  al  poeta;  hacía  el  Jorje  Toledano  aquel  insigne  representante  de  Toledo 
Solano  a  quien  en  la  figura  de  galán  por  la  blandura  de  talle  y  aseo  de  su  persona 
nadie  ha  igualado." 

Con  su  pan  se  lo  coma.  "Representóla  Valdés."— QíííVh  más  no  puede.  "Represen- 
tóla Pedro  Cebrián." — El  soldado  amante.  "Representóla  Osorio,  autor  antiguo  y 
famoso." — Los  muertos  vivos.  "Representóla  Villalba." — El  primer  rey  de  Castilla, 
"Representóla  Vergara." 


XXX IV  PROLOGO 


obra,  y  no  malo,  puesto  que  ha  permitido  corregir  algunas  lecciones 
erradas  del  impreso  (i). 

Este  quizás  haya  sido  retocado  por  el  autor  al  publicarlo  en  1621; 
porque  habiéndose  introducido  él  mismo  en  la  acción  con  su  habitual 
nombre  de  Belardo,  lo  hace  en  unos  términos  que  indican  ser  ya 
ordenado  de  sacerdote.  Están  hablando  de  aparecidos  y  dice : 

Frondoso.      ¿  Qué  te  parece  Belardo,  que  mi  abuela  era  fantasma, 

tú  que  has  sido  sacristán;  Frondoso.  ¿Fantasma? 

las  ánimas  que  allí  están.  Belardo.  ¿Sólo  esto  os  pasma? 

que  nunca  verlas  aguardo,  Cómo  eso  suelen  fingir. 

suelen  venir  por  acá  Una  vez  dicen  que  asió 

si  tienen  algo  que  hacer?  a  Gil  con  un  garabato, 

Belardo.     No   hay   hombre   tan   bachiller  y  que  otra  vez  como  gato 

que  sepa  lo  que  hay  allá.  al  cura  se  apareció. 

Y  aunque  a  veces  yo  he  canta-  Y  aún  más  que  una  noche  a  mí 

responsos  a  los  difuntos,        [do  me  picó  con  una  aguja, 

nunca,  por  Dios,  a  esos  puntos  Frondoso.  Calla  que  sería  bruja, 

con  los  muertos  he  llegado.  Belardo.     Por  Dios,  que  creo  que  sí. 
Verdad  es  que  oí  decir 

Esta  comedia  no  parece  de  la  inventiva  del  autor,  por  ser  sumamen- 
te novelesca  y  no  poco  inverosímil,  pero  es  entretenida  y  a  veces  con- 
mueven algunas  escenas.  Puede  decirse  que  toda  ella  es  un  admirable 
himno  a  la  amistad. 

XX.     Nadie  se  conoce. 

Se  imprimió  esta  comedia  en  1635,  en  la  Parte  XXII  auténtica, 
que  Lope  tenía  ya  preparada  y  distinta  de  otra  Parte  XII,  impresa  en 
Zaragoza  en  1632  (2). 


(i)  Ms.  I4-97i>  de  39  hojas  en  4.°;  letra  de  mediados  del  siglo  xvii.  Tiene  el  tí- 
tulo de  Los  muertos  vivos,  y  falta  la  dedicatoria. 

(2)  En  el  tomo  antecedente  hemos  descrito  esta  Parte  XXII  extravagante  o  de 
Zaragoza;  daremos  ahora  la  bibliografía  de  la  Parte  madrileña. 

Ventidos  |  parte  |  perfeta  de  las  comedias  |  Del  Fénix  de  España  Frey  Lope 
Félix  de  Vega  |  Carpió,  del  Habito  de  San  luán,  Familiar  I  del  Santo  Oficio  de 
la  Inquisición,  Pro-  |  curador  fiscal  de  la  Cámara  I  Apostólica.  I  Sacadas  de  svs 
verdaderos  |  Originales,  no  adulteradas  como  las  que  hasta  I  aquí  han  salido.  I  De- 
dicadas a  la  Excel."''  ¡  Señora  doña  Catalina  de  Zuñiga  y  Auellaneda,  j  Marquesa  de 
Cañete.  \  64  y  '^  \  Año  (adornito)  i6s^.  í  Con  privilegio.  \  En  Madrid.  Por  la  viuda 
de  luán  Goncalez.  j  A  costa  de  Domingo  de  Palacio  y  Villegas,  y  Pedro  Verges,  j 
mercaderes  de  libros. 

4.**;  4  hojas  prels.  y  234  foliadas. 

Port. — V.  en  bl. — Hoja  2.'' :  Dedicat."  de  Luis  de  Vsategui,  yerno  de  Lope. — En 
la  vuelta:  Las  comedias  que  lleva  esta  parte  ventidos  de  Fray  Lope  Félix  de  Vega  | 
Carpió,  son  las  siguientes:  Quien  todo  lo  quiere,  fol.  i. — No  son  todos  ruiseñores,  fo- 


PROLOGO  XXXV 

La  comedia  parece  de  la  edad  madura  de  Lope  y  escrita  sin  acor- 
darse de  que  en  su  juventud  había  tocado  dos  veces  el  mismo  tema, 
en  las  tituladas  Laura  perseguida  y  Lucinda  perseguida:  sólo  que  aho- 
ra lo  trata  en  cómico  y  no  en  sentido  dramático. 

Es  de  las  comedias  más  bellamente  escritas  y  versificadas  de  este 
divino  ordenador  de  ,1a  palabra  humana,  que  en  su  pluma  es  luz,  fue- 
go, alegría,  pasión,  ternura:  lo  que  Lope  quiere  que  sea.  y  todo  lo 
quiere  con  plena  conciencia  de  lo  que  hace  y  de  que  nadie  le  puede 
superar,  ni  aun  casi  competir  como  maestro  del  idioma. 

Obsérvese  que  en  esta  comedia,  lo  mismo  que  en  la  titulada  El 
mayorasgo  dudoso,  el  protagonista  de  ambos  tiene  el  nombre  de  Lisar- 
do:  tan  a  la  mano  tenía  siempre  este  nombre  para  emplearlo  como 
seudónimo  cuando  le  convenía. 

Emilio  Cotarelo  v  Mort, 


lio  19. — Amar,  servir  y  esperar,  fol.  41. — Vida  de  San  Pedro  Nolasco,  fol.  65. — 
La  primera  información,  fol.  84. — Nadie  se  conoce,  fol.  106. — La  mayor  vitoria,  fo- 
lio 130. — Amar  sin  saber  a  quién,  fol.  150. — Amor,  pleito  y  desafío,  fol.  173. — EJ  la- 
brador venturoso,  fol.  192. — Los  trabajos  de  lacob,  sueños  ay  q  verdades  son.  fol.  214. 
—La  Carbonera,  fol.  234. 

Hoja  ?.^:  Aprovación  del  Maestro  loseph  de  Valdivielso :  Madrid,  i¿  de  mayo 
1635;  Lie.  del  ordinario:  Madrid,  14  de  mayo  de  1635. — Vuelta:  Aprovación  del 
Lie.  don  Florencio  de  Vera  y  Chacón:  Madrid,  26  de  mayo  1635. 

Hoja  4.^:  Suma  del  priviles:io  a  Lope  por  10  años:  Madrid,  21  de  junio  de  1635. 
Suma  de  la  Tassa:  (4  mrs.  pliego;  tiene  74^^  =  290  mrs.)  Madrid,  2  de  octubre  de 
1635 ;  Fe  de  erratas  (ninguna) :  Madrid,  28  septiembre  de  1635 ;  Lie.  Murcia  de  la 
Llana. — Vuelta:  "Al  que  leyere."  "Sale  en  público  el  último  fruto  que  dio  viviendo 
la  fectmdidad  del  mayor  ingenio  que  tuvo  nuestra  venturosa  España..." 


ÍNDICE  DEL  TOMO  VII 


120.  El    labrador    del    Tormes i 

121.  Julián    Romero. , 31 

T22.  El    lacayo    fingido 70 

1 23.  Laura  perseguida no 

124.  El    leal    criado 149 

125.  La  lealtad  en  la  traición 19  r 

126.  Lo   que   está   determinado 219 

127.  Lo  que  hay  que  fiar  del  mund<i 251 

128.  La  locura  por  la  honra 288 

129.  Lucinda   perseguida 324 

130.  Más  vale  salto  de  mata  que   ruego   de  buenos 362 

131.  Más  valéis  vos,  Antona,  que  la  corte  toda 395 

132.  El  mayor   rey   de   los   reyes 427 

133.  El    mayorazgo    dudoso • 465 

134.  El    mejor    maestro    el    tiempo 504 

135.  La  merced   en   el   castigo 538 

136.  El  mérito  en  la  templanza  y  ventura  por  el  sueño 571 

137.  Mudanzas  de  fortuna,  y  sucesos  de  don  Beltrán  de  Aragón 600 

138.  Los    muertos    vivos 639 

139.  Nadie    se    conoce 681 


f 


COMEDIA    FAMOSA 


DE 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


DE 


LOPE    DE    VEGA     CARPIÓ 


PERSOXAS  QUE  HABLAN   EX   ELLA: 


El  Conde  de  Béjar. 
El  Labrador  del  Tormes. 
ToRRijos,   lacayo. 
Sanxho^   criado. 
Segadores,   bailarines. 
Casilda. 


Silena. 

XUÑO   PÉREZ   (i). 

Vidal,   viejo. 

MlRENO. 

El   Rey   don  Alfonso. 
La  Reina  doñ.\  María. 


Don  Fadrique. 
Doña   Aldonza. 
Músicos. 
Payo    de    Lemos. 
[Don    Diego.] 


ACTO  PRIMERO 

i^Suena  dentro  ruido  de  casa,  y  sale  el  Conde  de  Bé- 
jar  y    ToRRijos    y    Sancho    con    un   señuelo.) 

Conde.  Perdióse  el  mejor  halcón. 

Sancho.      La  garza  parece  nube. 

ToRRijos.  Bl  sol  será  su  ladrón. 

Conde.       Con  la  presteza  que  sube 
uno  y  otro  átomos  son. 

Sancho.  Por  la  temeraria  altura 

calla  el  metal  del  neblí. 

Conde.         Cobrarle  será  ventura. 

ToRRijos.    Y  desdicha  para  mí 

si  este  ejercicio  nos  dura. 

Nombre  de  imagen  de  guerra 
siempre  a  la  caza  le  han  dado, 
mas  ésta  que  nos  destierra, 
Conde   y   señor,    de   poblado 
aún  más  énfasis  encierra. 

Conde.  ¿  Cómo  ? 

ToRRijos.  Retrato  no  es, 

sino  el  mismo  original. 
Callando  hablen  mis  pies, 
que  a  ser  de  encina  o  nogal, 
roble,  quejigo  o  ciprés, 

aún  no  hubieran  resistido 
sierra  tal,  maleza  tanta. 

Conde.        Ahora  el  halcón  se  ha  perdido  . 


(i)     Es    el   mismo    Labrador    del    Tormes. 


VII 


ToRRijos.  Wielve  hacia  Béjar  la  planta, 
que  es  pájaro  bien  nacido; 

y  sin  duda  acudirá 
al  alcándara  a  cumplir 
la  obligación  en  que  está. 

Conde.         Subirá  hasta  el  zafir. 

ToRRijos.    ¡  Hucho  !,   ¡  ho  ! ;  no   alcanza  allá. 

Sancho.  Digo   que   vueseñoría, 

si  le  parece,  se  vaya 
antes  que  la  noche  fría 
cubra  del  Tormes  la  playa. 

loRRijos.    i  Qué  hermosas  truchas  que  cría ! 
Vuelve  a  ver  las  labradoras 
y  hidalgos  del  lugar, 
pues  entraremos  a  horas 
en  las  (i)  que  puedas  mirar 
estrellas,   soles  y  auroras, 

y  yo  podré,  con  el  santo 
que  la  capa  desgarró, 
deshacer  la  nube  en  llanto. 

Conde.        ¡  Harto  deshecho  iré  yo 

de  que  el  halcón  vuele  tanto  ! 

Dos  mil  escudos  perder 
quisiera,  que  no  el  ave 
'    que  ha  querido  fénix  ser. 

ToRRijos.  Que  se  quema  aún  no  se  sabe. 

Sancho.      \"uela  donde  la  has  de  ver. 


(i)     En   los  textos:   "en   el",   sin   duda   refiriéndose 
"tiempo",    que    no    formaría    consonante. 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


ToRRijos.       Y  acá  vuela  por  el  viento 
ruido  de  labradores, 
si  acaso  escuchas  atento. 

Conde.        Sí,   parecen   segadores. 


Casilda. 

torrijos. 

Sancho. 


{Dentro  Casilda  y  SiI-ena.) 
¡  Ea,  Silena ! 


¡  Qué  contento ! 
A  Santibáñez  se  van, 
que  alguna  haza  han  acabado. 

Conde.         Entre  este   verde   arrayán 
encubrios ;   disimulado 
los  veré  y  no  me  verán. 

Sancho.         Pues  por  Dios  que  una  por  ve- 
descubro  como  una  flor.         [la  (i) 

Conde.         Si  el  amor  no  me  desvela; 
que  es  todo  antojos  amor, 
todo  ilusión  y  cautela. 
¿Es  la  hija  de  Vidal, 
aquel  aldeano  rico? 

ToRRijos.    Es  al  mismo  cielo  igual, 

y  si  al  rostro  iguala,  espero  (2) 
no  te  testará.   Conde,   mal. 

{Salen   Músicos   3;    Bailarines    de   segadores   y    Ca- 
silda y  Silena  cantando  y  bailando.) 

MÚSICOS.        "Guarridica  yo   si  morena 
es  la  segaderuela : 
más  almas  que  espigas 
el  valle  sustenta ; 
han  muerto  sus  ojos 
con  luces  de  estrellas. 
¡  Ay  de  los  que  miran 
aunque   águila    sea, 
pues  su  atrevimiento 
llora  y  paga  en  pena ! 
Guarridica,"  etc. 

(Entranse   cantando   y   el   Conde   detiene    a    Casilda 
del   brazo   y    queda   con    ella    Silena.) 

Conde.  ¡Oh  blanco  de  mis  deseos!: 

si  os  detenéis  seréis  ya 
flor  destos  campos  hibleos, 
aurora  que  asombra  a  (3) 
gigantes  de  sombras  feos. 

Casilda.      ¡Ay  de  mí!  Señor,  ¿qué  es  esto? 
¿  Quién,  como  áspid  entre  hierba, 
os  encubrió  en  este  puesto? 

(i)     En  el  impreso:  "por  bella",  que  no  rima  ni  ha- 
ce sentido.  Tampoco  el  manuscrito  lo  hace  muy  claro. 

(2)  "Espero"    no    rima    con    "rico".    Quizá    deba 
decir  "el  pico"  ;  la  discreción. 

(3)  En  los  textos:  "ya",  que  no  forma  sentido. 


Conde. 


Casilda. 

Conde. 

Casilda. 


Conde. 


Silena. 

torrijos. 

Casilda. 

torrijos. 


Conde, 
torrijos. 


Casilda. 


Silena. 
Conde. 


Amor,  que  el  fuego  conserva 
en  mí  a  quereros  dispuesto. 

Otra  vez  os  he  hablado 
despacio  en  esta  ribera... 
¡  Soltad ! 

Y   me   habéis   burlado. 
Hablaros  sola  quisiera; 
mas  como  atrás  míe  he  quedado 

de  la  gente,  echarán  menos 
mi  persona  y  volverán. 
¿Pues  qué  importa,  ojos  serenos, 
ojos  que  matando  están 
de  tantos  donaires  llenos? 

¿Cómo  que  importa?  ¡Arre  alié 
i  Su  honra  y  reputación ! 
Segura  del  Conde  está. 
¿Vuelve  alguno? 

Con  el  son 
todo  hombre  aturdido  va. 

Si  ha  dormido  en  los  vapores 
del  gazpacho  y  lo  demás, 
bien  puedes  dar  disfavores 
a  mi  amo. 

¡  Cruel  estás ! 
No  se  pase  el  tiempo  en  flores. 

Apon,  toca  con  la  mano, 
dale  un  bocado  en  la  nieve. 
Lo  que  pensáis.  Conde,  es  vano; 
mirad  que  en  vano  se  atreve 
vuestro  amor,  cirando  honor  gano. 

Es  verdad  que  el  otro  día 
volar  la  garza  os  miré, 
cerca  esa  laguna  fría 
que  al  Tormes  besando  el  pie 
el  de  su  cristal  le  envía. 

Es  verdad  que  os  parecí 
bien,  y  si  he  de  hablar  verdad 
que  hicistes  lo  mismo  a  mí; 
mas  no  tengo  voluntad 
cuando  para  otro  nací. 

Dejadme  andar  mi  camino. 
Mas,   señor,   no   la   impidáis, 
porque  su  muerte  imagino. 
Si  palabra  no  me  dais, 
en  esto  me  determino : 

que  me  tenéis  de  querer, 
y  si  voy  a  vuestra  aldea 
que  me  habéis  de  hablar  y  ver 
lo  que  el  intento  desea; 
vuestro  pienso  obscurecer,  (i) 


(i)     Así  en  los  textos;  pero  hay  evidente  error. 


ACTO  PRIMERO 


Casilda.  Digo  que  yo  os  hablaré 

si  es  que  a  Santibáñez  vais. 
Conde.         Mañana  en  la  noche  iré. 
Casilda.      Pues  soltad. 
CoxDE.  i  Palabra  dais  ? 

Casilda.      Digo   que  lo   cumpliré. 

Mas,  ¿será  la  ida  cierto? 
ToRRijos.  ¡  Tierna  está  la  labradora  ! 
Conde.        ¡  Si  en  vos  sólo  está  mi  puerto 
y  en  tormenta  queda  ahora 

mi   amoroso  desconcierto ! 
Siglos  las  horas  serán, 

mi  Casilda,  hasta  que  os  vea. 
Casilda.      Pues  adiós,  que  lejos  van 

"los  segadores. 
SiLEXA.  La  aldea 

casi   que  ya  pisarán. 
Casilda.  Pero  no  dejéis  de  ir. 

ToRRijos.  Andad,  que  se  va  la  gente. 
Casilda.      Los  nobles  saben   fingir. 
ToRRijos.  Todo  amante  jura  y  miente, 

mas  yo  te  sabré  servir. 
SiLEXA.  Vamos,   señora,  de  aquí. 

Casilda.      De  plomo  son  ya  mis  pies. — 

Adiós. 
Conde.  Adiós. 

Casilda.  Si  de  mí 

burla  hacéis,  veréis   después. 
Conde.         ¿Qué  he  de  ver? 
Casilda.  Que  sobra  (i)  el  sí. 

ToRRijos.        ¿  ]\Lis  que  es  ya  menester  dalla 

porque  se  vaya  dinero? 
Conde.  ¡Enamorada  está,  calla. 
ToRRijos.    Silena,   tu  desdén   fundo   (2), 

que  entres  conmigo  en  batalla. 
Silena.  En  todo  te  he  de  servir. 

ToRRijos.  Ata  el  mastín,  que  al  corral 

seis  tapias  verás  medir, 
Silena.        ¡  Seis  tapias  !  ¿  Pues  qué  animal, 

di,  tal  podría  sufrir? 
ToRRijos.       El  que  a  la  rueda  de  amor 

quiere   ser  jumento   atado. 
Casilda.      Si  vais  tendréis  mí  favor. 

(Vansc   las   dos.) 

Conde.         Perdí  el  halcón  y  he  cazado, 
Torríjos,   garza  mejor. 


torrijos. 
Conde. 

ToRRIJOS. 


Conde, 
torrijos. 


Conde, 
torrijos. 


(j)  En  el  manuscrito  :  "cabra"  ;  en  el  impreso  :  "co- 
bra", ambos  por  errata. 

(2)  Así  en  los  textos;  pero  quizá  deba  leerse  "sin 
desdén  quiero". 


Conde, 
torrijos. 

Conde. 

Torríjos, 

Conde. 


Y  yo  cernícalo :  di, 
¿qué  penetras  que  cacé? 
A  Silena. 

En   ella  vi 
las  muestras  de  un  no  sé  qué 
en  orden  de  amarme  a  mí. 

Un  escrito  irá  cruel, 
de  tierno,  tras  su  favor. 
¿Qué  dices? 

Yo  cera  en  él: 
que  en  mirándome,  señor, 
luego  despacho  un  papel. 

Imito  ansí  a  un  cortesano. 
Como  de  naipes  traía 
baraja  aqueste  cristiano: 
papeles  traía  de  celos, 
papeles  de  ausencia,  olvido, 
papeles  de  incendio  y  hielos. 
¿Ya  qué  intento? 

A   ser   querido. 
La  causa  destos  desvelos 

preguntada,   respondía 
que  era  de  amor  un  papel 
la  mejor  artillería; 
pues  un  día  daba  en  él 
y  otro  en  quien  lo  recibía; 

que  la  más  linda  razón 
fácilmente  se  olvidaba, 
y   un   pap^l,    en   conclusión, 
cada  vez  que   se  miraba 
retrataba  su  pasión 

de  suerte  que  visto  allí 
pintadas  las  maravillas 
de  amor  a  las  damas... 

Di. 
Tal  vez  les  hacían  cosquillas 
y  venían  a  dar  el  sí. 

Pues    dime,    ¿sabrá    leer 
Casilda  ? 

No  hay  mujer, 
sí  sabe  que  es  afición, 
que  le  faltase  ocasión 
de  leer  y  dejar  de  ver.  ^ 

Ahora  bien ;  mañana  iremos 
a  ver  de  Casilda  el  día, 
y  con  nevados  extremos 
las   rosas  del  alba   fría  (i) 
en  su  hermosura  veremos. 
Mí  amor  della  gozará. 


(i)     Este  pasaje  está  alterado  por  quien  apenas  sa- 
bía castellano. 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


aunque  le  pese  al  amor. 
{Dentro   Ñuño.) 

Ñuño.        Pues  la  vida  os  costará, 
y  yo  saldré  vencedor. 

ToRRijos    Mala  respuesta  te  da 

el  eco  de  aquesa  peña. 

Sancho.      Acaso  habló  un  aldeano 
a  los  novillos  que  enseña. 

Conde.        ¡  Hola  !  ¿  A  quien  digo,  villano  ? 

Ñuño        Quien  de  esa  suerte  desdeña, 
aunque  de  Béjar  el   Conde 
fuese,  el  mejor  labrador 
que  en  sus  riberas  esconde 
el  Tormes... 

ToRRijos.  ¡  Gentil  humor 

■el  que  al  mió  (i)  corresponde  ! 
Digo  el  propio  original.  (2) 

NuÑo.  Señor,  a  grandeza  tal, 

¿qué   roble  ni   qué   laurel 
no    rinde   su    fortaleza? — 
¿  Llámame  ?  Su  Señoría 
me  dé... 

Conde.  ¿Quién  sois? 

NuÑo.  Conocerme 

bien  por  el  nombre  podría. 

Conde.        DeciJdo. 

NuÑo.  Si  he  de  atreverme, 

escuche  la  historia  mía. 

La   falda   desta  montaña, 
soberbio .  túmulo   insigne 
de  la  nieve,  cuna  al  Tormes, 
pues  de  adonde  muere  vive; 
diesa  a  quien  turbante  apenas 
congelada  nube  sirve 
por  ser  sus  extremos  talles 
que  con  los  cielos  compiten, 
me  dio  en  una  aldea  pobre, 
no   como  de  Venus  dicen 
en  Chipre,  en  Delfo  sí  Apolo, 
albergue  de  humilde  origen. 
Allí  nací  labrador, 
como  otros  monstruos  terribles 
de  la  tierra,  siendo  en  ella 
parto  a  su  vez  infelice, 
pues  desde  que  dio  la  edad 
fuerza  a  miembros  juveniles 
di  en  romper  sus  pardos  senos, 


(i)     En  los  textos:   '"mismo". 

(2)     Pasaje    muy    estropeado ;    faltan    versos. 


antes  del  arado  libres. 
Desde  el  más  cerril  novillo 
dañoso  manchado  tigre, 
toro  de  aquestas   riberas, 
almas  con  el  yugo  humilde, 
buey  sujeto   por  mi  mano, 
dando   la   atrevida   esfinge 
de  la  envidia  su  veneno 
a  muchos,  porque  me  envidien. 
No  hubo  fiesta,  baile  o  juego 
donde  asistiese  que  firme 
no  rindiese  y  alcanzase 
premio  para  otros  difícil; 
tanto,  que  en  muy  breve  tiempo, 
volando  a  la  inaccesible 
cumbre  de  la  buena  fama, 
a  alcanzar  sus  glorias  vine, 
y  de  discreto  también, 
allá   por   no   sé   qué   fines, 
que   de    Gramática    supe, 
nunca  al  ingenio  imposibles, 
porque   después   por  grandeza 
que   es   justo,    señor,    se   estime, 
el  Labrador  me  llamaron 
del  Tormes  en  nubes  tristes, 
sepulltando  el   Ñuño   Pérez, 
que  ansí  el  que  miráis  se  dice : 
nombre  herencia   de  mi   padre, 
que  ya  entre  una  losa  existe, 
dando,   aunque   en  humilde   edad, 
clara  y  verdadera  efigie 
que  se  pone  ed  sol  qu€  nace 
y  que  no  hay  estado   firme. 
De  aquestos  bienes  gozara, 
perdonad,  señor  (i),  abriles 
vivan  siembre  vuestros  años 
sin  qive  é\  tiempo  los  marchite, 
que  me   adelante   a   contaros 
sin   vergüenza  ni   melindres, 
tras  de  tantas  alabanzas 
una  flaqueza  terrible. 
¡  Ay,    famoso   Conde,   cuando 
cautivo   me   hallo  libre, 
esclavo  siendo  señor 
y  topo  viviendo   lince ! 
La   causa  unos   ojos   fueron, 
cuya  hermosura  apacible 
no  es  sol,  aunque  tiene  rayos, 
no  estrella,  aunque  estrella  brille. 
Mas  por  milagro  de   amor 


(i)     En  los  textos:  "amor  en" 


ACTO  PRIMERO 


en   el   cielo,   donde   asisten 

dosel  de  púrpura  y  nieve, 

dos  divinos  imposibles, 

estaba  aquesta  serrana, 

dueña  del   cielo   que   oísteis, 

cuando  pudo  enhechizarme 

y  cuando   pudo   rendirme; 

no  como  damas  de  corte, 

todos    fingidos   matices, 

composición  enfadosa 

por  aquellos  que  las  sirven ; 

ni   cual   doncella  encerrada 

con  barabúndas  civiles 

de    cambrayes    criminales 

que  en  celosos  cuellos  viven, 

mas  azotando  a  un  arroyo 

las  faldas,  que  el  viento  libre 

dejó   de   puro  cansado 

los   animbos   de   los   miembres,    (i) 

ondearon  sus  cristales 

contorneados  marfiles ; 

unos   lienzos   de   la   Vera, 

tn   blancos    como    sutiles; 
y  tal  vez  sobre  una  losa 
que   sus   extremos   divide, 
tendidos,  jabón  les  daba, 

que  entregado  al  cristal  libre 

fabricaba    espuma    tal, 

tan  hinchada,  aunque  apacible, 

que  parecía  de  lejos 

enjambre  de   blancos   cisnes. 

AHÍ,  entre  un  chopo  y  un  fresno, 

palios  de  este  arroyo  insigne, 

pude  ver  sin  que  me  viese 

los  claveles  y  rubíes 

en  las  mejillas  y  labics 

y  en  frente  y  manos  jazmines; 

en  dos  pechos  de  alabastro 

que  antes  de  unos  cuerpos  ciñen, 

el  alma  de   una   gorgnera 

de  red  que  prende  a  los  libres, 

dos   blancos   de  mis   deseos; 

mas  al  punto  que  los  vide 

volvieron   su   nieve    fuego, 

y  en  ellos  ser  fénix  quise. 

Fuíme  a  la  orilla  acercando 

con  pasos  no  más  sutiles 

que  aquellos  con  que  la  sierpe 


(i)  Así  en  los  textos.  El  asonante  'pide  "mimbres" 
y  no  "miembres";  pero  lo  demás  no  es  fácil  de  com- 
poner. 


cuando  entre  grama  se  viste 

al   simple  gazapo   lleva 

que  del   vivar   donde   vive 

sacó  a  ser  huésped  la  madre 

de  un   césped  hijo  de   Chipre. 

Alzó  la  cabeza  y  vióme, 

y   al    barajar    carmesíes 

del   susto   con  azucenas, 

yo,  vergonzoso,  la  dije 

"Guárdeos  Dios,  serrana  hermosa", 

a  cerrar   fué   el   invencible 

pecho :  digo  que  a  abrocharse 

los  cuerpos  que  al  fin  la  visten, 

rompió  a  mi  amor  el  silencio, 

y  al  fin  de  ella  a  entender  vine 

que  la  agradó  mi  persona 

y  se  llamare  felice 

de  que  su  padre  me  hiciera 

el  Píramo  de  su  Tisbe. 

Traté  con  Vidal  aquesto, 

que  ansí,  ¡  oh,  gran  señor !,  se  dice, 

y  yo  pobre  desprecióme, 

que  donde  hay  oro  hay  origen. 

, Noble,  discreto,  es  el  necio; 

hermoso  el  feo,  apacible 

el  intratable,  que  tiene 

transformaciones  de  Circe. 

El  sol  que  me  abrasó  el  alma 

es  la  serrana  que  vistes 

pasar  con  los  segadores 

vistiendo  el  campo  de  abriles. 

Por  lo  que  os  conté  mi  historia 

es  porque,  ansí  de  invencibles 

triunfos  ciñáis  vuestra  frente, 

dando  cetro  a  vuestros  timbres, 

que  pues  sois  de  aquesta  tierra, 

señor,  y  el  mundo  se  os  rinde 

me  ayudéis  en  esta  empresa, 

si  es  que  del  amor  supisteis : 

que  a  este  Vidal  le  habléis 

y  digáis  que  no  me  quite 

la  prenda  que  más  adoro, 

el  alma  que  más  me  rinde;  (i) 

que  el  fuego  le  dé  a  su  esfera, 

viento  a  la  que  el  aire  viste; 

agua  al  mar,  piedra  a  su  centro, 

y  para  que  resucite 

a  Ñuño  a  Casilda  hermosa, 

ángel  donde  sólo  vive; 

que  con  esto,  una  S.  y  clavo 


CO     En  el  impreso:  "rige". 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


podrá    por   vuestro    rendirme. 
Conde.  ¡  Afuera,    vil   labrador  ! 

¡  Para  la  lengua,  villano, 
con  que  has  pintado  tu  amor 
y  de  un  ángel  soberano 
has  vuelto  cielo  el  rigor ! 

Conquiste  tu  atrevimiento 
cuantas  voladoras  aves 
puro  acuchillan  el  viento; 
^  cuantos  peces  sorben  naves, 

hidrópicos  su  elemento. 

Tu  amor  resuelto  (i)  conquiste 
las  salamandrias  que  el  fuego 
de  bermejas  llamas  viste; 
las  fieras  del  campo,  y  luego 
todo  cuanto  en  él  asiste. 

Pide  a  la  veloz  corriente 
de  un  arroyOj  después  río, 
que  se  detenga  en  su  fuente; 
que  hiele  el  ardiente  estío 
por  la  canícula  ardiente. 

Pide  que  se  pare  el  sol 
en   su   curso    occidental, 
y  que  en  sombra  su  arrebol 
deje  el  orbe  celestial 
y   busque    el   suelo   español. 

Que  a  las  plantas  más  sombrías 
el  fruto  quite,  y  dilate 
en  largos  siglos  los  días, 
y  no  me  pidas  que  trate 
de  tus  penas  sin  las  mías. 

Pero   porque   no   me   arguya 
de  ignorancia  tu  pasión, 
ya  sin  premio  por  ser  tuya, 
digo   que  esa  pretensión 
loca  de  tu  pecho  huya. 

Casilda,    flor   de   su   aldea, 
otro  campo  la  desea 
con  más  poder,  más  amor 
y  gozará  su  favor, 
pues  con  más  armas  pelea. 

Tú  pues  esto  ves,  en  tanto 
el  fuego  a  llama  limita, 
olvidando  el  dulce  encanto 
que  ansí   el   sosiego  te   quita 
y  que  ansí  te  ofrece  el  llanto. 

Porque  si  aquesto  no  haces, 
volviendo  hielo  en  tu  pecho 
aquesas  llamas  voraces, 
con  él  quedarás  deshecho 


(i)     En  los  textos:   "reselo",  que  no  es  nada. 


eso  en  que  te  satisfaces,  (i) 

Tu  ser  vendrás  a  perder 
Casilda  sus  bienes  hoy,  (2) 
pues   para  poderlo  hacer 
el  Conde  de  Béjar  soy; 
tú  villano,  ella  mujer. 
(Vase.) 

NuÑo.  Digo  que  la  dejaré; 

mas,  ¿cómo  el  alma  podrá? 
ToRRijos.  Como  de  mano  la  dé. 
Sancho.      La  ausencia  busque,  que  es  ya 
madrastra  a  la  mayor  fe. 

Si  a  Casilda  tiene  amor, 
despiqúese  con  Ginesa. 
ToRRijos.  Y  si  le  niega  favor, 

las  labradoras  del  Teresa  (3) 
sean  parches  de  su  dolor. — 

¡  Válgate  el  diablo  al  grosero ! 
¿  Alcahuete  hace  a  mi  amo  ? 
Sancho.      Dejarle  por  loco  quiero. 
ToRRijos  Yo  iré  a  seguir  el  reclamo 

de  los  ojos  por  quien  muero. 
Y  agradezca... 
NuÑo.  Yo  pequé; 

pero  con  su  señoría 
me  desculpé,  que  amor  fué 
causa  a  la  descortesía. — 
¿Qu/é  mira? 
ToRRijos.  Ya  yo  lo  sé; 

mas  ha  andado  muy  cruel. 
NuÑo.  Confieso  que  anduve  mal. 

ToRRijos.    Es  un  tonto,  un  moscatel. 
NuÑo.  Soy... 

ToRRijos.  Daráme  un  memorial, 

que   yo   me    acordaré    del. 
(Vanse  Torrijos  y    Sancho.) 
NuÑo. 
Suspende   el   vuelo,   pensamiento  altivO: 
no  quedemos  entrambos  anegados: 
yo  entre  el  amargo  mar  de  los  cuidados 
y  tú   en  el  viento  donde   sólo   estribo. 

Si  te  ha  desvanecido  el  ver  que  vivo 
de  dos  favores  sin  valor  ganados, 
plumas  humillas,  pues  que  ya  abrasados 
les  hiere  el  hielo  de  un  desdén  esquivo. 
Como  flores  tuvieron  nacimiento 


(i)  Así  en  los  textos;  pero  hay  error  evidente,  o 
faltan  versos,  que  será  lo  más  cierto. 

(2)  También   aquí    falta   algo. 

(3)  Así  en  el  manuscrito  ;  en  el  impreso,  "terras- 
sa",  que  es  peor.  Quizá  dieba  decir:  "la  labradora 
Teresa". 


ACTO  PRIMERO 


en  los  campos  de  amor  sin  cultivarse, 
fácil  las  marchitaron  váentos  fríos. 

¡  Mas  para  qué  me  canso,  pensamiento, 
si   basta   para   sólo   marchitarse 
el  ser  nacidas  para  frutos  míos ! 

(Sale  MiRENO.) 

MiRENO.  No  tienes  que  lamentarte, 

pues  que  ya  tu  dicha  empieza 

donde  he  podido  escucharte. 
Ñuño.  ¿  Cómo,  IMireno  ? 

MiRExo.  Endereza 

a  la  aldea,  allá  te  parte. 
Por  aquí  Vidal  pasó, 

y  domando  esos  novillos. 
Ñuño.         ¿Qué  hizo? 
MiRENO.  Que  te  miró 

hasta  que  con  desuncillos 

tu  fuerte  brazo  alabó. 
Di  jome  que  te  llamase, 

que  en   Santisbáñez   te   espera. 
Ñuño.         Harás  que  mi  pena  pase, 

que  vuelva  el  alma  a  su  esfera 

y  en  ella  de  a:mor  se  abrase. 
Pero  dime  la  verdad, 

ansí  de  Silena  goces. 

¿  Burlaste  ? 
MiRENO.  Mi   voluntad 

muy  mal.  Ñuño,  la  conoces. 

Tú  gozarás  la  beldad, 

'     porque  aquí  se  me  ha  encajado, 

de  Casilda,  que  vi  al  viejo 

algo   esta   tarde   inclinado. 
Ñuño.  Pues  yo  tomo  tu  consejo 

y  me  voy  determinado 
de  besarte  aquesos  pies. 

Daréte  el  mejor  eral 

que  entre  mi  ganado  ves... 
MiRENO.      No  me  estará.  Ñuño,  mal. 
NuÑo.         Si  gozo   dése  interés. 

Y  partamos,  porque  el  viento 

quisieran    mis    pies    calzar, 

o  ser  rayo,  o  pensamiento. 
MiRENO.      ¿Para  qué? 
Nuxo.  Para  volar 

a  ver  si  logro  mi  intento. 
Para  que  con   su  presteza 

viese  si  se  determina. 
MiRENO.      Pues  desea  ser  belleza 

de  mujer,  que  ésta  camina 

con  la  mayor  ligereza. 
(Vanse.) 


(Salen  el  Rey,  y  don  Diego  y  Payo  de  Lemos.) 

Don  Diego. 
Llaman  Peña  de  Francia  a  esta  Señora, 
porque  aquí  la  escondieron  los  leoneses, 
huyendo  al  fin  de  la  canalla  mora 
que  ayudaron,  señor,  a  los   franceses 
en   Roncesvalles. 

Payo. 
Su  divina  aurora 
entre  rotas  lorigas  y  paveses 
por  despojo  quedó  de  aquesta  guerra, 
por  luz  de  España  y  norte  de  esta  sierra. 

Rey. 

Yo  me  huelgo,  don  Diego,  de  haber  visto 
este  convento  santo,  aquesta  casa 
divina  donde  humano  se  vio  Cristo, 
cuyo   edificio   de  las  nubes   pasa; 
que  aunque  el  imperio  de  la  edad  conquisto, 
aun  más  de  amor,  que  a  devoción  me  abrasa, 
que  en  estos  años  de  heredado  quiero 
ser  cuerdo  mozo  cuando   en  ella   espero. 

Don  Diego. 
Aquí  de  Salamanca  a  ver  veniste 
sola  a  esta  imagen  destos  monjes  santos; 
como   quien  eres   recebido   fuiste, 
con  danzas,  juegos  y  sonoros  cantos. 

Rey. 
A  no  llegar  enamorado  y  triste, 
si  es  bien  cantar  a  un  rey  extremos  tantos, 
un  siglo  entre  sus  riscos  me  estuviera. 

Don  Diego. 
¡  Que  en  ese  amor  tu  intento  persevera ! 
Payo. 
¡  Que  a  un  poderoso  Rey  como  tú  obligue 
un  tan  humilde  objeto,   una  serrana, 
y  que  no  la  razón  tu.  mal  mitigue! 

Rey. 
¿Qué  importa,  si  fabrica  en  nieve  y  grana 
el  hechizo  de  amor  que  me  persigue, 
en   proporción   cuanto   divina  humana? 
¿Qué   importa,   si    en   dos    ojos,    no   de   nieve, 
que  negros  son,  mis  esperanzas  bebe? 
Que  el  cuerdo  nunca  calidad  procura 
para  amar,  sino  parte  solamente 
de  cuerpo  y  alma,  donde  esté  segura 
beldad  y  discreción;  tal  se  consiente 
desde  el  rey  al  pastor,  que  la  hermosura 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


tiene  tanto  poder,  es  tan  valiente, 
que  suple  calidades  y  señala 
que  con  la  muerte  al  igualar  le  iguala. 
Pasando  a  caza  vi  en  aquesta  aldea, 
como   te  dije,   aquella  labradora, 
y  desde  que  la  vi  mi  amor  desea 
gozar   del    suyo. 

Don  Díego. 
¿Qué   te    impide    ahora? 
Sea,   señor,  lo  que  en  firmeza  sea. 
A   Santibáñez  parte,  y  pues   que  mora 
en  él,  roba  a  su  padre  su  hermosura : 
tu   quietud  y  sosiego  así  procura. 

Vete  a  dormir  a  Béjar  esta  noche, 
pues  llegarás  a  tiempo,  que  aún  el  día 
del  mar  no  habrá  sacado  el  rubio  coche 
ni   ella   ausentado   su   tiniebla   fría. 
Dale  al  Conde  un  rebato,  haz  que  trasnoche 
y  en  empresas  tan  fáciles  confía. 

JIey. 

Con  saber  que  a  sus  tierras  he  llegado 
y  no  me  ha  visto  me  ha  desobligado. 
Por  donde  vine  que  volvamos  quiero 
y  que  en  la  aldea  de  Casilda  hagamos 
noche  embozados,  que  gozarla  espero. 

Don  Diego. 
Todos  es  justo  que  tu  amor  sigamos. 

Rey. 
Montes,  adiós;  adiós,  peñasco   fiero, 
donde  el  alba  de  Dios  norte  miramos, 
y  perdonad,  que  os  dejo,  (i) 

(Sale   el   Conde.) 

Conde.        El  tiempo  enseña 

que  a  muy  buena  ocasión. 
Dé  Vuestra  Alteza  los  pies 

a  un  vasallo  que  ha  venido 

a  pedir  perdón,  después 

que  lo   haya   merecido, 

de  lo  descuidado  que  es. 

Hoy  supe   que   a  honrar  venía 

esta  tierra,  y  he  tardado 

en  hacer  lo  que  debía; 

mas  quien  confiesa  que  ha   errado, 

en  vuestro  perdón  confía. 
Rey.  Quien  pretende  merecer 


(i)  Falta  el  resto  de  esta  octava,  que  se  comple- 
taría con  los  dos  primeros  versos  que  siguen  y  algunas 
otras  palabras. 


nunca  se  ha  de  descuidar 
en  servir  y  agradecer; 
pues  mal  se  podrá  pagar 
si  no  se  llega  a  deber. 

Supuesto  que  vine  aquí 
Conde,   y  vuestra   tierra  honré, 
si  cuando  me  parto  os  vi, 
yo  de  vos  me  acordaré 
como   os   acordáis   de  mí. 

{Vanse  y   queda  solo   el   Conde.; 

Sí,  pero  yo   seguiré 
cual  sol  a  tu  luz  divina. 

(Sale  ToRRijos.) 

ToRRijos.  ¿Qué  hay? 

Conde.  ¡  Aparta ! 

ToRRijos.  i  Bien,  a  fe  I 

¿Tenemos  ya  trebolina? 

Conde.         ¡  Loco  estoy ! 

ToRRijos.  ¿El  Rey  se  fué? 

Conde  Y  de  eso  sólo  ha  nacido 

haber  yo  el  seso  perdido, 
que   son  sus   reales   razones 
tósigos  en  ocasiones 
que  trabucan  el  sentido, 

ToRRijos.       Pues,  señor,  ¿hase  quejado 
de  que  tardaste  en  venir 
a  besar  su  mano? 

Conde.  ¡  Airado 

me  culpo  el  no  prevenir 
lo  que  creí  desconfiado  ! 

ToRRijos.       ¡  Qué  gentil  borrachería ! 
¿Rey  en  Béjar?  Calla,  calla, 
y  vamos  a  ver  el  día 
de  Casilda :  entra  en  batalla 
con  tu  osada  valentía. 

Vamos  de  aquí  a  anochecer 
a   Santibáñez,   adonde 
tu  sol  pueda  amanecer, 
y  yo,  motilón  de  ini  Conde, 
a  Sílena  pueda  ver. 

Entremos  por  el  corral, 
y  sin  que  ladre  el  mastín 
mientras  rumia  el  animal 
del  pesebre,  darás   fin 
con  tu  amor  a  tanto  mal. 
Que  lo  demás  es  locura, 
y  culpo  tal   sentimiento. 

Conde.         Bien    divertirme   procura, 

Torrijos,    tu    entendimiento. 
¿Mas    cumplirá    la    hermosura 


ACTO  PRIMERO 


í 


de  Casilda  lo  que  ayer 
nos  dijo? 

ToRRijos.  No   hay   que    dudar: 

podrás    hablarla  y   ver, 
y  si  me  aprietas,  gozar. 

Conde.         Hoy  me  ha  dado  en  qué  entender 
aquello   que  habló    el  villano 
que   me    costaría   la   vida. 

ToRRijos.  ¡  Ese    es    pensamiento    vano ! 

Pues  que  su  amor  te  convida, 
da   a   todo   agüero  de   mano 
y  tierra  con  ella  gana. 

Conde         Vamos,  que  aunque  injusta  ley, 
es  de  honor :  hoy  en  mí  sana  (i) 
enojo   que   causó    un    Rey 
belleza  de  una   serrana. 

(Vansc.) 
(Salen   Casilda,  Vidal  y    Silena.) 

\'iDAL.  Esto  tengo  prevenido, 

que  ya  estoy   determinado. 

Casilda.      Siempre  tu  gusto  he  seguido. 

Vidal.         Casilda,  bien  lo  he  mirado, 

yo   te   doy   muy  buen   marido. 

Al   Conde  te  vi  hablar, 
sin  que  me  vieses,  ayer 
de  un  encubierto  lugar, 
y  debe  de  pretender 
tu  honor  y  el  mío  manchar. 

Es  poderoso   señor, 
y  no  puede  un  padre  viejo, 
aunque  tenga  más  valor, 
más   prudencia  y  más   consejo, 
enfrenar  su  loco  amor. 

Y  ansí,  habiendo  contemplado 
en  mí  aquesta  insuficiencia, 
hoy  a  Ñuño  te  he  buscado: 
hombre   que   hará   resistencia, 

no  a  un  Conde,  a  un  Rey  coronado. 

Con  pecho  casto  y  fiel, 
puedes  bien  poner  tu  honor, 
tu  fe  y  esperanza  en  él, 
que    aunque    nació    labrador 
es  digno  de  su  laurel. 
Casilda.         Yo  he  sido,  padre,  de  suerte 
a  Ñuño   tan   inclinada, 
de  cuyas  partes  me  advierte 
tu  amor  que  no  hago  nada 
ahora  en  obedecerte. 

Y  para  que  eches  de  ver 


(i)     En  los  textos:   '"gana",  por  errata. 


que    en    aqueste    pensamiento 
no  soy  mudable  mujer 
y  que   seré  a  este  intento 
imposible   de   vencer, 

trae  al  Adonis  más  bello 
del  mundo   por  mi   marido, 
y  que  venga  ufano  a  sello 
de  mil  riquezas  vestido, 
airoso  del  pie  al  cabello ; 

tráeme  cuantos   olores 
Sabá  en  sus  aromas  cría, 
cuantas    muestra   el    campo    flores 
el  abril,   ansí   que   el  día 
recibe    y   vista    de    amores; 

y  al  fin,  de  tierra  y  de  mar 
dame  la  mayor  riqueza, 
que  aunque  la  pudieras  dar, 
por  Ñuño  y  por  su  belleza 
hoy  las  pudiera  trocar. 

Es  verdad  que  me  halló  el  Conde, 
y  que  porque  me  dejase 
otro  día  le  dije  adonde 
para  hablarme  me  buscase. 
Vidal.         Pues  que  tan  bien  corresponde 

a  mi   obediencia  tu  amor, 
Ñuño    Pérez   que   entre   quiero 
a  verte. 

(Vase.) 

Casilda.  Será   favor, 

si   bien,   señor,   el   primero 
que  me  haces  y  el  mayor. 

SiLEN.\.  ¿Ya,   en  efecto,   estás  casada, 

Casilda  ? 

Casilda.  Silena,    sí, 

y  estoy  muy  bien  empleada. 

(Entra    el    Conde    y    Torrijos.) 
Conde.        ¡  Casada  Casilda  oí ! 
(Entra.) 

ToRRijos.    Entra  quedo,  que  no  es  nada, 

pues   de   nadie   visto    has    sido, 
que   aquí   con    Silena    está, 
y  sea  el  Sofí  su  marido. 

Silena.       Gente  ha  entrado  hacia  acá. 

Casilda.      Por  la   falsa  puerta  ha  sido. — 
¿  Quién  es  ? 

Silena.  ¿Quién  va? 

Conde.  Quien  quisiera,, 

aunque  la  noche  es  obscura, 
que  mucho   más   lo   saliera, 
por  gozar  de  la  hermosura 


10 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


torrijos. 

Casilda. 

torrijos. 

Casilda. 

Conde. 

ToRRIJOS. 

Conde. 
Casilda. 


Conde. 

Casilda. 

Conde. 

Casilda. 


SlLENA. 

Conde. 


Casilda. 
Conde. 

ToRRIJOS, 


que   en  vuestros  ojos  me  espera. 

El  Conde  soy,  que  he  venido 
de  la  palabra  obligado 
que  de  vos  he  recibido. 
Yo  Torrijos,  rematado 
como  si  fuera  vestido 

en  almoneda  por  ti, 
Silena. 

¡Ay  de  mí,  señor  í 
¿Quién  le  ha  entrado  hasta  aquí? 
Hace   invisibles   amor, 
y   yo    el   instrumento   fui. 

Vayase  su  señoría, 
que  vendrá  mi  padre  ahora, 
y  viéndole  aquí  podía 
matairme. 

El   alma   os    adora, 
hermosa  Casilda  mía, 

y  es  imposible  dejar 
que  goce  desta  ocasión. 
Temiendo  estoy  un  azar, 
que  hay  gañán  que  es  un  Sansón, 
y  mientras  viene  a  enhilar 

si  es  el  Conde  o  no  es  el  Conde, 
hacer  dos   costillas  menos. 
¿Qué    vuestro    amor    me    responde, 
divinos  ojos  serenos? 
Que  pues  prudencia  se  esconde, 

en  él  se  vaya  de  aquí. 
Y  mire  que  me  han  casado. 
¡  Casado !   ¿  Qué  escucho  ? 

Sí. 
¡  Mataré  al  villano  osado 
que  tal   intenta ! 

i  Ay   de   mí, 

que  mi  padre  viene  ya ! 
Métase  en  ese  aposento, 
que  después  en  mí  tendrá 
una   esclava,  y  de   su   intento 
con  la  victoTÍa  saldrá. 

¡  Vuelva,  señor,  por  mi  honor 
su  nobleza  y  cortesía ! 
¡  Presto,  presto ! 

Vuestro  amor 
obliga  a  la  pena  mía; 
pero  ofrecedme  un  favor: 

dadme  a  besar  una  mano 
primero. 

Y    dos    os    daré 
por    el    peligro    que    gano. 
Aquí  me  retiraré. 
De   miedo   soy   hombre   vano. 


Conde. 
Casilda. 


Conde. 


Torrijos. 


Ñuño. 


Soy  músico,   soy  poeta; 
no  ha}^  veleta  como  yo. 
(Escóndese.) 
(Salen  Vidal  y  Ñuño.) 

Vidal.         Vuestro  es  ya  lo  que  os  inquieta. 
NuÑo.        Amor  mis  deseos  premió 
con  mi    Casilda  discreta. 

Y  pues  que  ya  a  su  presencia, 
Vidal,   habernos   llegado, 
quiero,  con  vuestra  licencia, 
que   vea  el   que  la  ha  ganado. 
¡Cielos,  quién  tendrá  paciencia! 

Yo  be  sido  la  venturosa, 
pues   granjeo.   Ñuño   mío, 
que  me  llamen  vuestra   esposa. 
i  Mío  dijo!   Desconfío 
ya  de  mi  pena  amorosa. 

Torrijos,   yo   salgo. 

Tente, 
y   mira   que    es   mucha   gente 
y   que   es   de   noche,    señor, 
que  hay  brazo  de  labrador, 
onda  de  David. 

Quien    siente 

los  favores  que  me  hacéis, 
más    que   loco   debe   de    estar. 
En  mí  un  esclavo  tendréis; 
mas   habéisme   de  pagar 
con    el    mismo   amor. 

Veréis 

como   os   estimo   y   adoro ; 
y  en  fe  de  esto  os  doy  la  mano. 
¡  Perdió  a  mi  amor  el  decoro ! 
Cristiana   es  con  el  cristiano 
y  mora  con  el  que  es  moro. 

Yo  una  moza  conocí 
como   aquesta,   que  hizo  voto 
de  a  nadie  negar  el  sí. 
Mas  se  excusa  el  alboroto: 
vuelve  si  es  posible  en  tí. 
Conde.  Torrijos,  si  es  cobardía 

la  tuya,  la  pena  mía 
no   puede  más   aguantar. 
Ñuño.  ¡  Podráme  el   sol   envidiar  ! 

¡  Venid,  pues,  gozo  del  día ! 

(Sale   el   Conde.) 

Conde.  ¡  Villano,  no  gozarás, 

que  antes... 
(El  Rey,  don  Diego  y  gente  al  paño.) 
Rey.  Don  Diego,  detente 


Casilda. 


Conde.  . 
Torrijos. 


ACTO  SEGUNDO 


11 


y  los  pasos  vuelve  atrás, 

que  aunque  es  del  sol  el  oriente, 

éste  que  miras  es  más. 
\'iD.vL.  Conde  y  señor,  ¿qué  es  aquesto? 

Conde.         ¿Qué?  Querer  a  vuestra  hija 

darle  más  honrado  puesto ; 

querer  que  a  su  luz  no  aflija 

la  nube  que  le  habéis  puesto ; 
querer  que  este  labrador 

no  goce  de  la  hermosura 

en  aquesta  edad  maj'or, 

y  gozar  de  la  ventura, 

tiempo  y  lugar  con  amor. 
NuÑo.  j  Eso  no,  no  gozará, 

siendo  su  marido  yo, 

vuestra   señoría   ya 

mientras  no  trocase  en  no 

el  sí  que  ahora  me  da ! 

\'alor  tengo  y  tengo  honor, 

y  el  quitarme  a  mi  mujer 

es  tiranía,  señor. 
Conde        En  los  reinos  del  querer 

sólo  vive  ley  de  amor. 
¡Esta  me  manda  que  goce 

de  aquello  que  más  deseo. 
Rey.  y  esa  misma  reconoce 

que  estorbe  intento  tan  feo 

quien  tu  sinrazón  conoce : 
que  te  quite  de  delante 

la  causa  destos  enojos, 

por  quien  blasonas  de  amante. 
CoxDE.         i  Quebraréle  yo  los  ojos 

por   locura    semejante! 

Quien  tanto  mal  me  asegura, 

conocerle  es  justa   ley. 

(■Uescííbrcse  el  Rey.) 

Rey.  Paso;  enmendarte  procura, 

que  a  Casilda  lleva  el  Rey. 
Casilda.      ¡  Qué  perseguida  hermosura  ! 

(Llévase   el   Rey   a   Casilda   de   la  mano   y   éntranse 
todos  y   quedan   solos   el   Conde  y   NuÑo.) 

CoXDE. 
i  Perdí  la  posesión  de  mi  esperanza ! 

NuÑo. 
¡  Cayó  por  tierra  el  edificio  mío ! 

Conde. 
Contra   el  poder  de  un   Rey  loco   porfío. 

NuÑo. 
Tormenta  es  ya   la  que  miré  bonanza. 


Conde. 

¡Engañóse  mi  altiva  confianza! 

NuÑo. 
¡Murió  mi  bien,  nació  mi  desvarío... ! 

Conde. 
Las    fuerzas    faltan,    falta   el   albedrío. 

NuÑo. 
Pues  su  mayor  firmeza  fué  mudanza. 

Conde. 
¿  Qué  miraré  sin  la  serrana  hermosa  ? 

NuÑo. 
¿Qué  haré  de  Casilda  enamorado? 

Conde. 
Celoso  estoy. 

NuÑo. 
El   alma   no    reposa. 

Conde. 
¡  Mal  haya  el  que  mis  dichas  ha  estorbado  ! 

NuÑo. 
¡Pene  cual  yo  quien  lleva  ajena  esposa! 

Conde. 
¡  Sin  premio  muera  ! 

NuÑo. 

¡  Como  yo,  abrasado  ! 

(Vanse.) 

ACTO  SEGUNDO 

{Sale  el  Conde  con  prisiones,  escuchando  a  uno  que 
canta.) 

MÚSICO.  "Don  Alonso  de  Castilla, 

de  aqueste  nombre  el  onceno, 
en  Alba  de  Tormes  tiene 
al  Conde  de  Béjar  preso. 
Mil   inquietas  mocedades 
en  tal  estado  le  han  puesto, 
que   aguarda  afligido  y  sólo 
a  la  muerte  por  momentos." 

Conde.         ¡  Válgame  Dios,  ya  se  cantan 
'     versos  de  mí;  ya  con  ellos 
mi  prisión  lamenta  España ! 
Pues  prosigue,  escuchar  quiero, 
que  en  lo'S  pechos  afligidos 
y  en  los  en  prisiones  puestos 
si  no  alivia  el  yerro  el  canto, 


12 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


MÚSICO. 


Conde. 


TORRIjOS. 

Conde. 


ToRRIJOS. 

Conde, 
torrijos. 
Conde, 
torrijos. 


lo  suspende  por  menos. 
"La  sentencia  está  ya  dada, 
y  en  una  escarpia  de  acero 
manda  poner  su  cabeza, 
para  mayor   escarmiento. 
En  tierra  cayó  la  estatua, 
vióse  humillajdo   el  soberbio, 
las  mujeres  3^a  seguras 
3'  ya  los  vasallos  quietos." 
¿Pues  tantas  he  yo   forzado? 
¿Tantos  insultos  he  hecho? 
¿Tan  mal   traté   mis   vasallos? 
¿Soy  acaso  Nerón  con  ellos?  (i) 
Si   al   Rey   llevando   a   Casilda 
con  cuatro  o  seis  cabalkros 
quitársele  quise,  que  es 
por  lo  que  me  tiene  presu, 
fué  adorando  su  hermosura, 
y  que  fué  yerro   confieso; 
mas  son  dignos  de  perdón 
cuando  son  de  amor  los  yerros. 
¿Quién  cantará  a  mis  oídos 
mis   locos   atrevimientos? 
¡  Mi   cabeza  en  una  escarpia  ! ; 
j  yo  sentenciado  !,  y  lo  creo ; 
porque  las  nuevas  del  mal, 
siendo  desdichado  el  dueño, 
son  ciertas  antes  de  dichas. 
¿Qué  serán  puestas  en  versos? — 
¡  Hola,   Sancho  !    ¡  Hola,   García  ! 
¡Torrijos!  Están  durmiendo. 
¡  Ah,  Torrijos ! 

(Dentro   Torrijos.) 

Señor. 

¡  Hola ! 
(Sale   Torrijos.) 

Señor. 

Entra. 

¿Qué  tenemos? 
¿  Dormías  ya? 

Como  un  sollo, 
como  el  ingenio  de  un  necio, 
preciado  de  hablar  mucho 
y  malo  como  un  discreto ; 
en    los    cuentos    un    flemático, 
y  como  en  noche  de  invierno 
im  amante  trasnochado, 
que  ama  bien  sin  tener  celos. 


(i)     Sobra   una   sílaba;    quizás    diría:    "Nerón    de 
ellos". 


Torrijos. 


Conde. 

Torrijos. 
Conde. 

Torrijos. 


Pero,  ¿por  qué  lo  preguntas? 

Conde.        ¿  Por  qué  ?  Porque  fueran  luego, 
si  lo  permiten  las  .guardas 
que  en  este  castillo  han  puesto 
las  sinrazones  de  Alfonso 
a  mi  persona,  y  corriendo 
alrededor  sus  murallas 
trajeras  el  que  me  ha  muerto 
aquí  cantando  en  voz  triste 
mi  historia. 

¿  Pues  que  no  dieron 
sus  acentos  esperanzas 
de  que  Casilda,  instrumento 
desta  prisión,  gozarías  ? 
Antes  en  las  mismas  leo 
que  a  muerte  estoy  sentenciado. 
¿  Qué  dices  ? 

Lo  que  dijeron. 
Ve  y  haz  esta  diligencia. 
Hanse  ya  entregado  al  sueño 
las  guardas,  y  abrir  la  torre 
imposible  a  lo  que  entiendo; 
será  que   andan   con   cuidado, 
y  a  Sancho  y  García  pusieron 
aquesta  noche  en  la  calle, 
famoso  Conde,  diciendo 
que  bastaba  que  durmiese 
por  alivio  de  tus  hierros 
yo  en  tu  recámara  solo. 

Conde.        ¿  Y  qué  ? :  ¿  ellos  de  aquí  salieron  ? 

Torrijos.  Abajo  están  en  la  villa. 

Conde.         ¡  Sin  duda  mi  mal  es  cierto ! 
Mas  oye,  que  suenan  pasos. 

Torrijos.  Ya  escucho,  que  ya  los  siento. 

Conde.        Trae  una  vela. 

Torrijos.  Murió  ahora. 

Conde.         ¡  Descuidado  fuiste  ! 

Torrijos.  Creo 

que  es  vano  el  cuidado  contra 
la  desvergüenza  del  viento, 
vida  y  muerte  de  la  luz 
como  del  amor  los  celos. 
Mas,  ¿quién  es?  Entra,  señor. 


(Sale  Ñuño.) 

NuÑo. 

Conde. 

Conde. 

¿Quién  va  allá? 

TORRJJOS. 

Algún  miedo 

vive  entre  estas  cuchilladas. 

NuÑo. 

Un  vasallo  amigo  vuestro... 

¿Dónde  estáis? 

Conde. 

Llega  hacia  aquí. 

ACTO  SEGUNDO 


13 


XuÑo. 


C0N*DE. 


XuÑo, 


Conde. 


XuÑo. 


Que  aficionado  en  extremo, 
señor,  de  vuestra  persona, 
de  vuestros  heroicos  hechos, 
sabiendo  que  el  rey  Alfonso 
aquí  en  Alba  os  tiene  preso 
y  a  pique  de  degollar 
la  vida  y  fama  oponiendo, 
a  su  rigor,  he  querido 
libraros. 

¿  Cómo,  en  efecto, 
el  entrar  en  esta  torre 
pudistes? 

La   industria    es   medio 
para    allanar   imposibles, 
aunque  no  lo  han  sido  aquestas. 
Una  llave  pudo  darme 
por  entre  el  mudo   silencio 
y  el  sueño  de  aquestas  guardas 
entrada  a  vuestro  aposento. 
De  aquí  tenéis  de  salir 
Conde,  que  de  no  hacerlo 
como  es  miraréis  mañana 
lo  que  os  han  cantado  cierto. 
Sentencia  Alfonso  os  ha  dado 
de  muerte,   esto  dice   el  pueblo ; 
y  pues  que  el  pueblo  lo  dice, 
que  es  voz  de  Dios,  el  creerlo 
importa   en   esta   ocasión, " 
tan   solamente  advirtíendo 
que  a  libraros  viene  un  hombre 
sin  reparar  en  el  riesgo 
que  de   ello   puede   venirle ; 
no  por  agradecimiento 
que  espera  de  vuestra  casa, 
de  vos  ni  de  vuestros  deudos; 
pero  porque  echéis  de  ver 
que  hay  más  que  no  en  nobles  pechos 
en  un  labrador  virtudes 
donde  hay  luz  de  entendimiento, 
y  que   sin   obligaciones 
pueden   ser  de   otros   espejos; 
que  descuidos  dé  los  nobles 
cumplen  villanos  groseros. 
La  obscuridad  de  la  noche, 
el  haberse  la  luz  muerto, 
de  que  os   pueda  ver  me  impide. 
¿Quién  sois?  ¿Sois  de  Béjar? 

Tengo 
mi  hacienda  cerca  de  allí. 
Soy,  famoso  Conde,  un  cuerpo 
adonde  por   alma  vive 
lealtad,   prudencia   y   consejo. 


A  librar  vuestra  persona 
con  estas  tres  cosas  vengo, 
sin  que   tiranice   el  gusto 
a  las  leyes  de  su  imperio. 
Bajad  por   esa   escalera, 
y  sin  que  el  son  de  los  hierros 
los  guardas  despierten.  Conde; 
que  una  yegua,  hija  del  viento 
en  ese  campo  os  aguarda. 

Conde.         Primero  he  de  conoceros. 

NuÑo.  Salid,  que  allá  me  veréis. 

ToRRijos.    Señor,  parece  que  es  sueno, 
la  entrada  de  aqueste  hombre. 

XuÑo.  Pero  desde  aquí  os  advierto 

que  si  el  tiempo  se  mudare, 
que  suele  mudarse  el  tiempo 
y  envejecer,  os  veis  libre 
de  quien  sois  natural  dueño, 
que  os  acordéis  que  un  villano, 
nobles    ánimos    venciendo, 
cuando  más  mal  le  quisistes 
estas    finezas   ha   hecho. 
Que  si  tal  vez  por  amor 
se  os  ofreciere  ofendello, 
penséis  en  que  os  da  la  vida, 
libertad  estando  preso ; 
que  recordando   al  olvido 
de  esta  historia  o   estos  procesos 
ni   seréis  príncipe  ingrato 
ni   tirano  caballero. 

Conde.         ¿  Quién  es  el  que  esto  me  dice  ? 

NuÑo.  El  que  ha  emprendido  este  hecho 

es   el  labrador   del   Tormes. 

Conde.         ¡  Ah,    X^'uño,   yo    te    prometo 
que  si  quieto  en  Béjar  vivo, 
que   sí   a   mis   estados   vuelvo, 
que  tú  seas  mi  privanza ! 

X'uÑo.  Libraros   sólo    pretendo. 

ToRRijos.  Por  agüero  lo  tm-iste 

un  tiempo;  mas   fué. el  agüero 
de  muerte  trocado  en  vida. 
que   es   la  libertad  lo   mesmc. 
Marchemos  hacía  la  puerta. 

{Dentro  Payo  de  Lemos) 

Payo.  X^'o   conseguirá  el  inten*-o 

'     a  que  hoy  ha  dado  principio. 
X'uÑo.  Sin   duda  que  nos   sintieron. 

Conde.         ¡  Las  guardas  han  despertado  ! 
XuÑo.         Su   señoría   el   esfueizo 

no  pierda,  que  he  de  librarle 
sí   de  Jerjes   los   ejércitos 


14 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


estas  pttertas  ocuparan. 
Si  están  ya  tomadas  creo 
que  será  imposible,  Ñuño. 
Conde,   en  piis   brazos   soberbios 
la  hierba  del  Pico  vive, 
rompiendo  ansí  aquestos  hierros 
se  descolgara  de  aquí. 


Conde. 
Ñuño. 


Conde. 
Ñuño. 
Conde. 

Ñuño, 
torrijos. 

Ñuño. 

ToRRIJOS. 


NuÑo. 
torrijos. 

Guarda. 

torrijos. 

Guardas. 


Payo, 
torrijos, 

NuÑo. 
Payo. 


Ñuño. 


ToRRIJOS. 

Payo, 
torrijos. 


(Arranca  una  reja.) 

¿Qué   Milón,   qué   Hércules  griego 
tan  fuerte  reja  arrancara? 
Señor,  muy  cerca  está  el  suelo : 
descuélgate. 

Ya  lo  hago. 

{Descuélgase.) 

Que  los  dos  tras  desto  iremos. 
Que  no  sea  el  postrero  yo, 
famoso   Ñuño,    te    ruego. 
Ya  en  el  suelo  el  Conde  está. 
Pues  yo  voy  tras  él  al  suelo, 
que  es  ciego  su  señoría 
de  noche,  y  si  no  le  adiestro 
es  imposible  librarse. 
Pues    arrójate   de    presto. 
Una  pica  está  la  caba 
de  hondo. 

En  este  aposento 
están. 

i  Vaya   allá    conmigo, 
San... 

(Salen   Payo  :y   Guardas.) 

¡  Bárbaros,  deteneos, 
si   no   queréis   que   esta   punta 
pase  esos  aleves  pechos ! 
¿  Dónde   está  el   Conde  ? 

Aquí    está — 
En  el   salto   nos   cogieron. 
¿  Quién  es  el  que  busca  al  Conde  ? 
¿Quién  es?  El  Rey  por  lo  menos; 
pue    sa/quí    viene    su    firma. 
Aquí  manda  en  un  decreto 
que  luego  parta  a  Medina, 
adonde  le  aguarde  preso. 
Pues  esta  reja  ha  rompido 
y  quebrantando  los  hierros, 
se  fué  huyendo  su  rigor. 
¡  Y  vive  Dios  que  es  mal  hecho ! 
Vos  ayuda  le  habéis  dado. 
¿  Nosotros  ?  ¡  Qué  lindo  cuento  ! 
El,  dejándonos  dormidos 


Payo. 


torrijos. 

Payo. 

NuÑo. 

TORRIJOS. 

NuÑo 


GUARD.    I 
ToRRIJOS, 


GUARD.  2. 
TORRIJOS. 


Casilda. 


SlLENA. 


y  aquesta  reja  rompiendjo, 

Icaro  fué  desta  torre 

sin  respetar  mis  consejos. 
¡  HoJa,  cuadrilleros  !,  salgan 

y  no  quede  valle  o  cerrro 

donde  el  Conde  no  se  busque, 

y  en  tanto  llevad  aquestos 

donde  paguen  sus  delitos. 

¿Los  dos  qué  culpa  tenemos? 

Préndanse  también  los  guardas. 

Con  mucho  gusto  voy  preso. 

Yo  con  mucha  pesadumbre. 

¡  Grande  fué  mi  atrevimiento ! 

Mas  si  no  hallan  al  Conde, 

si  mi  industria  tiene  efecto, 

de  la  tiniebla  amparado, 

moriré  contento  viendo 

que  hoy  un  labrador  dio  a  un  noble 

lo  que  muchos  no  pudieron. 
"  ¡  Vaya  el  lacayo  ! 

Ya    irán. — 

¡  Ah,  Ñuño,  Ñuño,  el  Infierno 

aquí  te  metió  esta  noche, 

sin  duda  alguna,  pues  pienso 

que  se  mirará  por  ti ! 
'  Vamos. 

Ya  voy,   caballeros. — 

Torrijos  hecho  torrijas, 

pues  la  miel  voy  previniendo. 

(Vanse   todos.) 
(Salen  Casilda  y  Silcna.) 

Puras,   risueñas   fuentes 
deste  jardín  hermoso, 
que  en  curso  pavoroso 
dais   perlas   transparentes 
al  nácar  que  del  día 
nace  en  celajes  sobre  el  alba  fría, 
si  mi  tristeza  os  mueve, 
llorad  conmigo,  aumentaréis  mí  nie- 

Y  bien  la  puedes  mostrar,       [ve ! 
pues  por  hermosa  perdiste 
la  paz  donde  el  bien  consiste 
en  tu   casa  y  en  tu  hogar. 

Tu  'padre,  deudos  y  hacienda 
también,  Casilda,  has  perdido, 
y  a  Ñuño,  el  mejor  marido, 
sin  que  ninguno  se  ofenda, 

que  en  toda  la  serranía 
de  Béjar  ni  en  la  ribera 
del  Tormes  verse  pudiera, 
cuando  tales  hombres  cría. 


ACTO  SEGUNDO 


15 


Casilda.  Yo  confieso  que  perdí 

la  ventura  que  esperé 
muchos  días;  pero  fué 
sueño,  no  la  merecí. 

Pero  bien  sabes  también 
que  nunca  le  di  favor 
al  Rey  que  de  su  rigor, 
con  favor  o  con  desdén, 

le  obligara  a  tal  locura, 
digo  a  traerme  con  él. 
SiLENA.        ¿Y  estás,  dime,  tan  cruel 
todavía  que  asegura 

tu  pensamiento  a  su  amor  ? 
Casilda.      Nieve  que  apague  su  fuego 
y  ser  un  peñasco  luego 
de  inaccesible  rigor. 

Aunque  señor  natural 
un  rey,  mi   Silena,   sea, 
el  gusto  es  rey,  y  desea  ■ 
su  ser  en  un  ser  igual. 
El  viene,  si  no  me  engaño. 
Silena.        Sentirá  que  hayas  salido 

de  su  cuarto,  en  que  ha  vivido 
consigo  tu  desengaño. 

Pídele  que  nos  envíe 
a  Santibáñez. 
Casilda.  Mi  amor 

le  obligará  con  rigor 
para  que  el  suyo  se  enfríe. 

(Sale  el  Rey.) 

Rey.  Gallarda   labradora, 

más  hermosa  que  el  día 

cuando  entre  rosas  cría 

luz  que  los  campos  dora, 

mostrando  en  sus  albores 

oro  a  la  nieve,  púrpura  a  las  flores, 

templa  tanta   fiereza, 
trueca  en  cera  el  diamante : 
un  rey  es  ya  tu  amante 
y  adora  tu  belleza. 
Necia,  Casilda,  eres 
si  olvidas  cetros  y  aguijadas  quieres. 
Casilda.  El  olvidar,  gran   señor, 

un  favor  tan  desigual  - 

no  es,  fKDr  Dios,  que  os  quiero  mal, 
mas  por  no  tener  valor. 

Si  yo  una  señora  fuera 
de  sangre  y  fembra  en  Castilla 
rica,  cuando  ansí  se  humilla 
¿quién  duda  que  le  quisiera? 

Mas  siendo  una  labradora 


y  él  rey,  no  me  estará  bien. 
Rey.  ¡Qué  bien  muestras  que  el  desdén 

por  alma  en  tu  pecho  mora ! 

Mira   qué   quieres   que   haga 
por  tí,  ¿qué  interés  te  mueve? 
Pide,  que  como  la  nieve 
tu  injusto  rigor  deshaga 

y  blanda  mi  amor  te  vea, 
mi  corona  te  daré, 
mis  reinos,  como  mí  fe, 
porque  tu  amor  lo  posea. 
Casilda.         Aunque  el  interés  ha  sido 
quien  torres  ha  derribado, 
y  en  las  mujeres  agrado 
lugar  continuo  ha  tenido. 

Aunque  dicen  que  ya  Amor 
perdió  la  aljaba  con  él 
y  que  el  pecho  más  cruel 
se  enciende  con  su  valor, 

entiéndese  en  las  ciudades, 
en  las  cortes  de  los  reyes, 
no  en  las  tierras  donde  bueyes 
siguen  más  que  majestades. 

Ansí  que  mi  amor  mal  haya 
cuando  yo  quiera  por  él. 


Rey. 

¿Pues  qué  pretendes  con  él? 

Casilda. 

Que  me  deje  y  que  se  vaya. 

Rey. 

El  resistirse  es  locura. 

Casilda. 

¡  Que  tu  amor  se  ciegue  tanto ! 

(Sale  la  Reina  y  Aldonza.) 

Reina. 

Si  esto  pensé,  ¿qué  me  espanto? 

Aldonza. 

¿Qué  desengaño  procura 

de  más  certeza  tu  amor? 

Reina. 

Veré  en  qué  viene  a  parar 

locura   de   un   desear 

prevenida  de  un  temor. 

Rey. 

Yo  he  de  hacer  mi  voluntad. 

Casilda. 

Yo  tengo  de  hacer  la  mía. 

¡  Soltad ! 

Rey. 

EJ  Amor  me  guía. 

Casilda. 

¿Quién  es  causa? 

Rey. 

Tu  beldad. 

Casilda. 

¡  Fea  es  ya  ! 

Rey. 

No  es   sino  hermosa 

Casilda. 

¡Dejadme   o   voces   daré! 

Rey.     ' 

Tengo  amor. 

Reina. 

¡  Yo    celos ! 

'Casilda. 

Fe 

nunca  es  buena  mentirosa. 

Rey. 

Queredme  con  ella  a  mí. 

Casilda. 

No  puedo. 

16 


EL  LABIL\DOR  DEL  TORMES 


Rey.  i  Locos  desvelos  ! 

Casilda.      ;  Que  no  hay  quien  me  ayude,  cielos  ! 
Reina.         La  Reina  tenéis  aquí. — 

¿  Que  es  esto,  labradora,  di  ?  ¿  Qué  voces 
son  las  que  das?  ¿Y  quién  desta  manera 
cuando  en  palacio  estás,  cuando  conoces 
que  estoy  yo  aquí,  qué  tu  hermosura  altera? 
¿Quién  eres?  Habla  ya,  no  te  reboces 
callando  el  nombre  que  mi  amor  espera 
y  mi  deseo  de  verle  conducido 
al  dulce  espanto  de  tu  voz  nacido. 

SlLENA. 

Casilda  es,  gran  señora,  la  serrana, 
(hablo  turbada)   ésta  que  el  Rey  pretende, 
aunque  ella  a  sus  amores  no  se  allana, 
por  contemplar  que  a  vos  en  eso  ofende. 
Tnijola  de  su  tierra  aquí,  do  gana 
desdén  tu  Alteza,  donde  más  se  encierra, 
estando  a  pique  de  casar  con  Ñuño, 
hombre  que  muesa  tierra  trae  en  (i)  puño. 

Mil  días  la  ha  tenido  aquí  encerrada, 
y  ahora,  descortés  y  aun  atrevido, 
la  ha  querido  forzar. 

Reina. 

Calla  la  airada 
lengua  con  que  a  Su  Alteza  has  ofendido, 
no  marchites  la  frente  coronada 
del  verde  lauro  que  ganó  vencido 
el  moro  en  los  confines  de  Antequera. 
¿Tal  del  Re\^,  mi  señor,  pensar  pudiera? 

Si  fuera  armado  en  la  campaña,  dando 
temor  y  espanto  al  sarraceno  moro , 
amar  la  muerte  del  confuso  bando 
que  se  opusiera  a  su  real  decoro, 
yo  lo  creyera,  yo,  que  estoy  mirando 
viva  su   fama  sobre  estatua  de  oro; 
pero  ¿ocupado  en  viles  ejercicios?, 
de  tu  malicia  son  claros  indicios. 

Desde  aquí  a  verme  voy  con  su  grandeza, 
ya  que  su  misma  espada...  Mas,  ¿qué  veo? 
¿  Aquí  me  está  escuchando  Vuestra  Alteza  ? — 
Volvió  la  espalda,  marchitó  el  deseo; 
huye  el  león  en  su  mayor  fiereza, 
mas  visto  aguarda  en  la  campaña  fea  (2). 

Rev. 
¡  Yo,  león  español,  de  amor  perdido 


(i)  En  los  textos:  "hombre  que  a  muesa  tierra 
tra   en   el    puño". 

(2)  "Fea"  no  es  consonante  de  "veo"  y  "deseo", 
como  debiera. 


huyo  de  una  mujer  que  me  ha  vencido. 
(Vase.) 

Casilda.         A  vuestros  reales  pies, 
señora,   pido    perdón: 
al  Rey  no  he  dado  ocasión, 
esto  lo  sabréis  después. 

Mi  vivienda  era  una  aldea, 
mi  amor  el  de  un  labrador, 
cegó  a  Su  Alteza  el  amor, 
yo  resisto  y  él  pelea. 

Reina.  Ya  sé  que  te  trujo  aquí 

cuando  fué  a  Peña  de  Francia, 
que  fué  devota  ganancia 
si    pérdida    para    mí. 

Muy  bien  sé  que  te  robó 
el  mismo  día  que  estabas 
desposada,  porque  esclavas 
a  sus  potencias  halló 

de  su  gusto.  Yo  daré 
remedio  a  su  desatino 
dándote  un  esposo  digno 
de  tu  constancia  y  tu  fe : 

Payo,  un  hidalgo  que  ha  ido 
a  traer  al  Conde  preso 
en   Béjar,   de   quien   confieso 
que  anduvo  loco   atrevido, 

será  tu  marido  hoy; 
pues  hoy  en  Medina  ha  entrado. 

Aldonza.     y   en  tu  sala  acompañado. 

Reina.         Tu  amiga,  Casilda,  soy. 

Hoy  que  eres  diamante  vi 
cuando  mi   afrenta  intentó 
el  Rey,  y  viéndolo  yo 
pago  lo  que  te  debí. 

Con  él  quedarás  casada, 
y  os  daré  igual  a  tu  suerte 
la  renta  que  te  despierte 
para  que  vivas  honrada. 

(Sale  Payo  de  Lemos  y  gente.  Xuño  Pérez  y  ToRRi- 
jos    preios.) 

Payo.  Pensé  que  el  Rey  mi  señor 

hablara,  señora,  aquí, 

y  así  entré. 
NuÑo  ¿  Qué  es  lo  que  vi  ? 

Reina.        ¿Y  el  Conde? 
Payo.  Este   labrador, 

Reina,  le  dio  libertad; 

éste  la  prisión  rompió 

por  donde  el  Comde  salió, 

su  dueño. 
Reina.  ¡Fué  lealtad! 


ACTO  SEGUNDO 


17 


Casilda.  Y  éste,  gran  señora,  es 

quien  ha  de  ser  mi  marido : 
aqueste  sólo  he  querido, 
éste  pido  a  vuestros  pies. 
Si  de  mí   estáis   obligada 
resistiendo  al  Rey  su  amor, 
concedechne   este   favor, 
ansí  de  la  edad  airada 

no   veáis   vuestra   hermosura 
marchita.  Con  él  no  quiero 
rentas,  sólo  el  bien  espero 
que  su  igualdad  me  asegura, 

pues  en  las  leyes,  después 
del   amor,    imperio   justo, 
tan  sólo  el  caudal  del  gusto 
es  el  miayor  interés. 
Reina.  Si  el  amor  ansí  te  obliga 

y  aquí  te  lo  trujo  Amor, 
goza  de  tu  labrador, 
San  Pedro  te  le  bendiga. 
Payo.  ¿Pues   el  delito,   señora, 

de  haber  al  Conde  librado? 
Reina.         Todo  está  ya   perdonado: 
Casilda,  Payo,  le  adora. 

Ella  ha  guardado  mi  honor 
defendiéndose  del  Rey, 
y  ansí  será  justa  ley 
que  vuelva  yo  por  su  amor. 

Hoy  seré  vuestra  madrina, 
que  os  honro  España  verá. 
NuÑo.  ¡  La  vida  en  la  muerte  está ! 

Casilda.      ¡  Hoy  fué  mi  cielo  ]\Iedina  í 
ToRRijos.       ¿Y  a  mí  quién  me  lo  ha  de  dar? 

¿Quedo  libre  del  delito? 
Reina.         Mi    largueza    no    limito, 
que  es  día  de  perdonar. 
ToRRijos.       Yo  sólo  libre  me  siento, 

que  a  Ñuño  en  esta  ocasión 
si  le  quitan  la  prisión 
le  dan  la  del  casamiento. 
(Vanse.) 


'{Salen  el  Conde  y   Sancho  vestidos  de 
Conde  con  mi  azadón.) 

COXÜE. 
Viste  al  invierno  frío 
mayo  de  blancas  flores, 
púrpura  a  rosas,  cielo  a  violetas; 
viene  el  pálido  estío, 
marchita  sus  colores, 
al  parecer  estables,  ya  imperfetas 
es  de  aquestas  inquietas 


Alíanos,  y  el 


dueño  el  tiempo:  mudanzas 

el  otoño  se  ofrece, 

el  campo  reverdece, 

espera  coronado  de  esperanzas 

tras  de  otra  en  copos  y  nieve; 

mas  yo,  ni  en  largo  bien,  ni  en  el  mal  breve. 

Despeñados  cristales 
cavan  peñasco  duro, 
alma  de  lluvia  (i)  en  su  veloz  corriente, 
adonde  son  iguales 
a  su  elemento  puro 
llegan,  no  hijos  de  nativa  fuente; 
sin  ellos  queda  ardiente 
la  antes  húmeda  tierra, 
hasta  que  el  que  las  sube 
sol  desata  otra  nube, 
volviendo  a  su  posada  al  mismo  guerra; 
libre  fué  si  es  cautivo, 
mas  j'^o  tan  sólo  con  desdichas  vivo. 

Sancho. 

Las  hojas  en  los  campos, 

el  águila  en  los  vientos, 

madre  de  Venus,  en  el  mar  la  espuma ; 

la  nieve  entre  sus  campos. 

Si  espejo  a  tus  intentos 

diste,  y  desnuda  su  inconstante  bruma, 

señor,  no  te  consuma 

el  verte  en  tal  estado, 

que  pasará  su  rueda, 

jamás  estable  y  queda, 

y  presente  en  el  punto  que  ha  pasado 

a  tanta   tiranía, 

émulo,  luz  dará  a  tu  alegre  día. 

Conde.  Fáltame  ya  la  esperanza, 

y  temo  que  este  pesar 
nunca  ha  de  tener  mudanza. 

S.^NCHO.      Muy  bien   puedes   admirar 

el  mal  que  de  amor  te  alcanza : 

bien  el   verte   Conde  ayer 
y  hoy  cultivando  un  jardín, 
todo  por  una  mujer. 

Conde.        Venir  aqiu'  no  fué  a  fin, 
Sancho,  de  poderla  ver. 

Huí  de  Alba  sentenciado 
a  muerte,  y  de  aquesta  suerte 
sabré  si  este  Rey  airado 
vuelve  a  tratar  de  mi  muerte, 
quejoso  y  mal  informado. 
Y    si    es    ansí   trataré 


(i)     En    el    impreso :    "pluvia". 


VII 


18 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


que  nos  vamos  a  Aragón. 
Sancho.      De  este  parecer  seré. 

Pero,  si  no  es  ilusión 

y  el  alma  fantasma  ve, 

¿no  es  Torrijos  el  que  viene 

de  palacio  por  aUi, 

señor? 
Conde.  Creerlo  conviene, 

si  no  es  que  también  a  mí 

lo    que    dices    me    detiene. 
Sancho.  Si  de  la  torre  escapó 

a  Medina  se  aventura  (i). 

{Sale  Torrijos.) 

Torrijos.  ¿Quién  a  tal  dicha  llegó 

como  Ñuño  más  segura? 

¡Mujer  bella!,  ¿por  qué  no? 
Hoy  será  aqueste  jardín 

su  cielo  y  Zapardiei 

de  ranas,  poblado,  en  fin; 

noble,  rico,  pues  en  él 

habrá  tanto  serafín. 
Todo  por  el  casamiento 

de  aquesta  hermosa  serrana. 
Conde.         ¿Quién  vendrá  aquí? 
Torrijos.  El    firmamento 

de   estrellas,  y  un  sol  que  gana 

luz   y   pomposo   ornamento. 
Y  carambola  ha  de  haber, 

que  la  Reina  baja  acá, 

quieren  decir  que  a  comer. 
Conde.  ¿Ya  qué  tal  fiesta  se  hará? 
Torrijos.  \  Grosero  al  fin  proceder ! 

¡Qué  majadero  que  estáis! 

¿No  sabéis  que  es  hoy  madrina? 
Conde.         ¿De  quién ? 
Torrijos.  ¡  Mucho    preguntáis  ! 

De   la   beldad   más  divina. 
Conde.        ¿Y  es?  Decid. 
Torrijos.  ¡  Pesado  andáis  ! 

Cásase    Casilda   hoy. 
Conde.        ¿Qué  Casilda? 
Torrijos.  Una  serrana. 

Conde.        ¿  De  dónde  ? 
Torrijos.  ¡  Paciente  estoy  ! 

i  Del  Brasil,  de  Trapobana, 

de  Ginebra,  de  Estrarríboy, 
de  Gazpirrio  !  Mas,  ¿  qué  veo  ? 

¿Es  el  Conde,  mi  señor, 


(i)     En    los    textos:    "vendrá",    que    no    rima    con 
'segura". 


O  me  ha  engañado  el  deseo? 

Conde.        Paso,  Torrijos,  que  amor 
todo  es  disfraz. 

Torrijos.  Si  rodeo 

por  la  cerca  del  jardín 
no  topo  aquesta  ventura, 
porque  tú   eres,   en   fin. 

Conde.         Este  traje  me  asegura. 

Torrijos.    ¿Y  quién  es  el  Gandalín 
que  te  acompaña? 

Sancho.  ¿Quién   es? 

Torrijos.  ¡  Sancho !    Grandes   cosas  hay, 
algunas  sabrás  después; 
mas   Medina   es   el    Catay 
de  tu  Angélica. 

Conde.  No   des. 

Torrijos,  más   que  dudar 
a  mi  amor  y  a  m,i  deseo. 

Torrijos.    Hoy  Ñuño  la  ha  de  sacar. 
El  Rey  la  trujo  trofeo 
que  no  pudiste  estorbar. 

Prendiéronnos  en  la  torre 
de  Alba,  vino  aquí  la  Reina, 
celosa  tanto  socorre, 
viendo  que  en   Casilda  reina 
un  Marte,  que  firme  corre 

en  esto  del  resistir 
la  loca  afición  del  Rey, 
que  ha  podido  conseguir 
el  perdón,  y  con  la  ley 
del  matrimonio   impedir 

que  goce  de  su  hermosura^ 
pues  a  Ñuño  se  la  ha  dado. 
El  goza  desta  ventura, 
la  Reina  los  ha  casado, 
que  con  esto  se  asegura. 
Vestidos   de    cortesanos 
a  comer  vienen  aquí. 
¡  Qué  viandas  !  Dos  enanos 
empanar  anoche  vi 
por  jugadores   de   manos. 

Sancho.  Dirás  de  estra^dos  hurones, 

Torrijos.    En  jigote  lui  bachiller, 

docto  en  poner  objeciones, 
que  herejías  suelen  hacer 
de  las  más  santas  razones. 

Un  discreto  hecho  en  tostada^ 
largo  como  sus  concetos, 
todo  seco  de  empanada, 
y  entre  dos  platos  inquietos 
una  vieja  lampreada. 
Sin  toda  la  jerarquía 


ACTO  SEGUNDO 


19 


Conde. 


Cantan. 


d€  caballeros  pichones 
que  España  en  sus  nidos  cría. 
Mas,   dime:   ¿cómo  te  pones 
en  tal  peligro  este  día? 

Conde.  Quise  saber  el  estado 

en  que  mis  cosas  están. 

ToRRijos.  Ya   los  novios  han  llegado. 
¿  Oyes  ? 

D'c  aquí  envidiarán 
mis  ojos  lo  que  han  amado. 
"Todo  pasa  por  el  tiempo, 
que  no  hay  cosa  que  no  troque: 
nobles  hace  a  los  villanos 
y  villanos  a  los  nobles. 
Erase   la    Casildilla 
y  érase  también  un  Conde, 
por  ella  perdió  su  estado 
y  ella  por  otro  perdióle." 

(Salen  la  Reina,   Aldonza,   Casilda,   Ñuño  y  acom- 
pañamiento.) (i) 

Reina.  ¡  Hermoso   está   con   las    flores 

el  jardín  ! 

Casilda.  Señora  mía, 

la  hermosura  le  pone 
Su  Alteza;  después  mi  Ñuño, 
que  es  el  mayo. 

Ñuño.  ¡  Altos    favores 

adonde    están  vuestros   ojos, 
hermosura  de   mi    noche ! 

Conde.        Que  donde  vive  el  amor 

no  es  mucho  que  el  tosco  roble 
iguale  al  cedro  más  alto, 
pues   llanos   hace   los   montes. 

Aldonza.     Efectos  del  amor  canta 
el  villano. 

Casilda.  Y  aun   se   esconde 

mi   historia   entre   sus   acentos, 
mi  memoria  entre  sus  voces. 

Conde.         No  hay  calidad  en  amor, 

pues  son  los  mayores  dotes 
el  caudal  de  la  hermosura, 
dulce  hechizo  de  los  hombres. 
i  Dichoso  el  que  ha  de  gozarla, 
y   por  ventura    esta   noche, 
y  infeliz  del  que   la  pierde 
por  firme  loco  de  amores ! 

Casilda.      ¿Este  no  es  el  Conde? 
Silena.  Si, 

que,    loco    de   tus    amores, 


(i)     Esta  acotación  falta  en  el  impreso. 


se   ha   disfrazado. 

Casilda.  ¡  Ay  de  mí ! 

Ñuño.  ¿Qué  decís? 

Casilda.  Que  siempre  os  goce, 

el  alma  pedía  a  los  cielos. 
Reina.         Amor  hará  que  os  lo  otorgue. 

(Vayase   todo   el  acompañamiento.) 

Conde.         Y  el  que  desespere  el  alma, 
pues  en  los  brazos  se  pone 
de  un  risco  el  sol  que  me  abrasa, 
cielo  de  quien  fui  Faetonte. 
¡  Ay,  yedras  de  ese  olmo  asidas, 
cristales  murmuradores, 
que  sois  trepando  en  las  peñas 
de  mis  inconstancias  nortes ! 
Consoladme  en  mis  desdichas, 
Alfonso,  yo  soy  el  Conde 
de  Béjar,  yo   soy  quien  quise 
contra  mi  lealtad  de  bronce, 
con  cuatro  o  seis  embozados, 
quitaros  a  la  que  hoy  rompe 
el  nudo  que  mi  esperanza 
formó  con  tanta  desorden. 
No  hay  amor  sin  competencia, 
con  ella  si  crece  al  doble, 
¿  qué  hará  cuando  se  miran 
perdidas  sin  que  se  logren? 
El   Conde   soy,   ¿qué   aguardáis?, 
que  huyó  de  las  prisiones. 

(Sale  Casilda.) 

y  que  a  Casilda... 
Casilda.  Detente, 

aue  ella  escuchando  tus  voces, 
habiéndote   conocido, 
con  miedo  aquí  te  responde, 
pues  deja  solos   los   Reyes, 
a  su  esposo,  a  mil  legiones 
de  dueñas   y   de   criados, 
linces,  y  a  ti  aduladores...  (i) 
Mas,  ¡  ay  de  mí,  el  Rey  viene ! 

(Sale  el  Rey.) 

Rey.  Conocí   las   intenciones 

que   tuvistes   de  apartareis 
por  entre  estos  tornasoles: 
si  es  para  darme  disculpa 
que  en  dar  la  mano  a  este  torpe 
labrador  fuiste   for:i-l- 


(i)     Así  en  los  textos;  pero  ei  -a  ti'  sería  otra  pa- 
labra o  sobra. 


20 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


(¿qué  celos  la  paz  no  rompen?) 
y  que  tenéis  de  quererme 
yo  os  perdono  como  tornen 
a  vivir  mis   esperanzas 
con    vuestros   dulces    favores. 
Casilda.      Señor,  yo  me  veré  en  ello; 
Vuestra  Alteza  me  perdone. 

{Sale  XuÑo.) 

NuÑo.         Casilda    por    aquí    vino. 

Con  el  Rey  está;  dar  voces 
importa  a  honor:  ya  recelo 
que   no    son   seguros   golpes. 
¡  Casilda,    Casilda ! 

Casilda.  Ñuño 

viene,    señor. 

Rey.  Bien   me   esconde 

el  cuadro  de  este  arrayán, 

Casilda.      Aquí  quien  os  ama  os  oye. 

NuÑo.         Huélgome  que  estéis  despierta. 
¿Sola  estáis? 

Casilda.  Entre    estas    flores 

sólo  a  espaciarme  salía. 

Conde.         ¡Tiemblo  de  ver   este  hombre! 

NuÑo.         Pues,  Casilda,  ya  sois  mía 
y  en  matrimonios  conformes 
hacemos    dé   dos    un    alma, 
que  esto  la  Iglesia  dispone. 
Sólo  a  mí  habéis  de  mirarme ; 
mis  mandamientos  menores 
han  de  ser  leyes  a  vos 
mirando   aquellos   que   cogen 
por  fruto  honradas  mujeres, 
deste  casamiento  noble ; 
que  a  mí  me  toca  el  guardaros, 
no  de  los  humildes  hombres, 
sólo  como  yo :  de  duques, 
de  marqueses  y  de  condes; 
del  Rey,  cuando  el  Rey  quisiere, 
obscureciendo    su   nombre, 
proseguir  vviestra  conquista 
contra  quien   fuiste  de  bronce, 
fuera  de  que  en  sangre  tal 
nunca  vive  el  vicio  (i)   enorme 
tan  de  asiento  que  no  asiente 
la  razón  lo  que  le  importe; 
y  cuando  no  lo  hiciese, 
Ñuño  labrador,  el  noble, 
¡  vive  Dios  que  le  matare ! 
Vamos,  Su  Alteza  perdone. 


(i)     En  los  textos:   "ocio",   que  parece  errata. 


Casilda. 
NuÑo. 


Conde. 


Rey. 


que  un  palomo  me  dio  ejemplo 
ahora    en   aquestas   torres, 
que  a  otro  dio  muerte  a  picadas 
por  un  delito  tan  torpe. 
Ñuño,  yo  soy  vuestra  esposa. 
Y  yo  El  Labrador  del  Tormes, 
que   por   coger   honor    siembro 
valor.  ¡  Feliz  quien  le  coge ! 

(Vanse.) 

Si  desta  suerte  ha  tratado 
a  un  Rey,  ¿  qué  le  queda  a  um  Conde  ? 
Hoy  se  partirá  a  su  aldea 
y  hoy  venceré  mis  pasiones; 
que  quien  tuvo   atrevimiento 
de  hablar  lo  que  aqueste,  es  hombre 
que   ejecutará  ofendido 
lo   que   con   honor   propone. 


ACTO  TERCERO 
{Sale  ToRRijos  y   NuÑo  co7i  una  daga  en  la  mano.) 

NuÑo,  La  causa  me  has  de  decir 

o  aquí  tienes  de  acabar, 
sin  que  te  puedan  oír 
o  alguno  pueda  purgar 
lo  que  veniste  a  inquirir. 

Si  es  que  me  escuchas  atento, 
Ñuño,  con  menos  rigores, 
sabrás  todo  el  fundamento 
y  menguarán  los  furores 
de  tu  inquieto  pensamiento. 
Deja  esas  vanas   razones 
y  confiesa  la  verdad. 

ToRRijos.  Pues  en  el  potro  me  pones 
de   tanta   riguridad 
y  no  crees  mis  pasiones, 

sabrás  que  el  Conde,   que  vino 
con  Sus  Altezas  ayer 
a   Béjar,   porque  ya   es  digno 
de  su  amor,  me  envió  a  ver 
de   Casilda  el  peregrino 

rostro,  y  a  que  la  hablase 
que  aún  persevera  en  su  amor, 

NuÑo,         Di. 

ToRRijos.        Que  ansí  me  disfrazase 
mandó  porque  yo  mejor 
dentro  de  su  casa  entrase. 

Entré,  hablé  a  tu  mujer; 
respondióme  que  casada 
no  tenía  de  ofender 


TORRIJOS. 


NuÑo. 


ACTO  TERCERO 


21 


tu  honor,  que  sería  honrada. 

Que  dejase  el  pretender, 
porque  si  no  lo  hacia 

ansí,  tras  del  Rey  iría, 

y  de  bruzos  a  sus  pies 

le  pediría  después 

remedio  a  su  tiranía. 
Esto  llevo  por  respuesta, 

y  ésta  sola  es  la  verdad : 

tu  esposa  es  casta  y  honesta. 
Ñuño.  Pues  con  tal  seguridad, 

A'ete,  y  al  Conde  protesta 
lo  que  dices  que  te  dijo. 

Aconséjale  que  deje 

la  ocasión,  porque  me  aflijo; 

tu  ingenio,  al  fin,  le  aconseje. 

que   mire   de   quién    fué   hijo. 
Que  no  pretenda  afrentar 

a   sus   vasallos,   que  mire 

que  yo  le  pude  librar 

en  Alba,   que   se   retire 

y   se   trate   de   aquietar. 
Todo  aquesto  le  dirás 

como  que  de  ti  ha  salido, 

y  de  paso  tocarás 

que  el  perro  es  leal,  y  ofendido 

muerde  al  dueño,  cuanto  más... 
ToRRijos.       Todo  aqueso  le  diré. 
NuÑo.         Torrijo5,  sé  buen  amigo, 

que   yo   tuyo   lo   seré. 
ToRRijos.  De  mi  fe  serás  testigo, 

yo  al  Conde  reduciré. 
Nuxo.  Pues  quede   ansí   confirmado. 

mi  amor  y  mi  honor  te  duela. 
ToRRijos.  ¡  El  llora,  y  ella  ha  tragado 

lindamente   mi    cautela ! 

¡  La  vida   al   Conde   le  ha   dado ! 

(Vase.) 
(Sale  Casilda.) 

:'C-ASILDA.  ¡  Ñuño  de  mis  ojos, 

labrador  del  alma, 
que  posesión  coges 
sembrando    esperanzas ! 
¡  Dulce  hechizo  mío 
que  con  tantas  gracias 
por   remate   adoro 
en  estas  montañas !, 
¿qué    haces?    ¿Quién,    dime, 
por   aquí   te   aparta 
triste  y   pensativo, 


con  ceño  en  la  cara? 
La  causa  es  que  miras 
alguna  serrana, 
y  triste  de  ti 
si,  aunque  fuese  un  alba, 
un  cielo,  una  estrella, 
me  olvidas  y  la  amas ; 
que  ofendida  entonces, 
cual  loba   con   rabia, 
serían  a  mis  dientes 
ella  y  tú  vianda, 
pues   los   celos    fieros 
que  a  un  caribe  igualan, 
por    sustento,    Xuño, 
tienen  carne  humana. 

XuÑo.  Casilda,  sosiega, 

pues  con  tus  palabras 
a  mi  amor  ofendes 
y  aim  a  ti  te  agravias; 
pues  cuando  quisiera 
yo,  no  me  dejaran 
tus  ojos,  que  en  ellos 
¿qué  beldad  no   pasa, 
qué  alba  no  se  ríe, 
qué  flor  no  se  halla, 
qué  fuente  no  bulle, 
qué  sol  no  se  espanta? 
Yo  te  adoro  sola. 

Casilda.     Xo.  divertido  andas. 
Tú  amas  en  la  aldea. 

NuÑo.  Sí,  mas  a  tu  estampa, 

a   la   sombra  tuya. 

Casilda.      Xo   aseguras   nada 
la  sospecha  mía ; 
algo  aquí  te  encanta 
Porque  presunciones, 
yo  creo  que  falsas, 
más  no  me  atormenten 
pues  libre  te  hallas, 
has  de  hacer  por  mí 
una  cosa. 

X'uxo.  Habla. 

Casilda.      Ausentarte  tienes 

de  la  aldea,  de  casa : 
X^uño,  vete  al  Tormes, 
pues  andan  tus  vacas, 
-    tus  yeguas  y  ovejas, 
lechónos  y  cabras 
en  su  hermosa  orilla ; 
divierte  y  descansa 
ansí  tus  pesares, 
pues  contra  la  llama 


22 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


del  sol  cara  tienes 
como  a  las  borrascas 
del  enero   frío, 
ladrón  de  las  plantas. 
Goza  tus  labores 
y  olvida  si  amas, 
que  es  el  ocio  dueño 
siempre  de  esperanzas. 
Ñuño.  Casilda  me  envía 

que  me  ausente,  traza 
al  Tormes;  y  cuando 
acaba  de  hablarla 
criado  del   Conde... 
Celosa,   enojada. 
Todo  esto  es  fingido: 
ella  que  estimaba 
verme  todo  el  día 
loco   contemplarla. 
¡  Honor,    gran    peligro 
tenéis!  La  que  es  casta 
ver  huye  al  marido 
fuera  de  su  casa, 
porque  su  presencia 
cuando  más  airada 

'  por  lo  menos  dice 

que  ha  de  haber  bonanza ! — 

Digo,   esposa  mía, 

que  si  asegurada 

quedáis  desa  suerte 

con  que  yo  me  parta 

(¡qué  ciega  que  ha  andado!), 

que  en  la  yegua  baya 

que  ensillada  tengo 

para  ir  a  esas  hazas 

cerca  de  la  ermita 

del   Patrón  de  España, 

me  iré  a  las  labores 

que  al  Tormes  esmaltan ; 

que  aquestas  tristezas 

perdona,   que   el   alma 

no  puede   encubrirse, 

eran  engendradas 

de   que    esta   licencia 

de  ti  me  faltaba 

cuando   la   quería, 

que  el  que  en  labor  trata 

ha  de  andar  sobre  ella, 

que  mozos  egañan. 

Casilda.      Pues  parte,  aunque  pene. 

NuÑo.         Lágrimas  son  falsas 

las  que  llora  ahora. — 
Suspende  las  lágrimas, 


que  no  es  para  siempre. 
Casilda.      Envía  mañana 

por  hato  a  Bartolo. 

el  novio  de  Laura. 
NuÑo.  Con  aquesta  ausencia 

sabré  si  ésta  trata 

mi  ofensa,  y  sabida 

tomaré   venganza. 

(Vase.) 

Casilda.  Fuese.  ¡  Plegué  al  cielo 

que  de  un  risco  caigas 
y  que  te  despeñes 
de  sus  cimas  altas ! 
Que  en  ese  camino 
sombras  y  fantasmas 
asombren  tu  yegua; 
en  vez  de  mortaja, 
juncias  de  ese  río, 
por    sepulcro   el   agua. 
Labrador  que  vas  al  Tormes, 
¡  allá  vayas  y  no  tornes  1 
j  Qué  cansada  vida, 
qué    cosa   pesada 
es   siempre   un  marido 
en  mesa  y  en  cama, 
y  más  cuando  el  cielo  (i) 
de  que  se  trataba 
feo,  torpe  y  necio ! 
Variedad  agrada. 
¡  Bien    hayan    aquellas 
que  como  la  blanca 
espuma  en  el  río 
tienen  sus  constancias ! 

{Sale  Vidal.) 


Vidal. 

Casilda. 

Casilda. 

Señor. 

Vidal. 

-  Ñuño  al  Tormes  baja, 

¿  que  le  das  licencia 

para  que  allá  vaya? 

Casilda. 

Por    eso    anda   triste. 

Vidal. 

Y  tú,  loca,   andas 

altanera:  advierte 

que  sé  lo  que  tratas. 

Casada  eres,  hija. 

y   si    eres   casada 

tan    sólo    tu    esposo 

ha    de    amar    tu    fama 

Anda,  llama  humilde, 

(i)     Faltan  versos  después  de  éste. 


ACTO  TERCERO 


23 


SlLENA. 

Casilda. 


deja  de   ser  garza, 
que  hay  halcones  condes 
que  atrevidos  cazan 
y  es  su  gusto  viento 
y   apretándole   agua; 
luz  que  sólo  deja 
por  sombra   la  infamia. 
Leía  en  un  libro 
la  noche  pasada 
que  un  rey  a  un  privado 
le  dijo  en  su  cara 
que  le  olía  la  boca 
mal,   que  procurara 
remedio,   o  que  nunca 
entrara  en  su  sala. 
Fuese  a  su  mujer, 
que  tierno  le  amaba, 
y   quejoso   dijo 
que  cómo  tal   falta 
no  le  había  dicho. 
Penélope,   casta, 
le  respondió  y  dijo 
que  creía  honrada 
que   todos   los  hombres 
tal  olor  gozaban. 
Destas  has  de  ser; 
que    de    no    imitarlas 
ni  hermosura  precias 
ni   respetas   gracias. 

(Vase.) 
(Sale  SiLENA.) 

Ya  se  partió  el  viejo. 

i  En  mal  hora  parta, 
que  yo  al  Conde  adoro 
con   fineza   tanta ! 
¡  Labrador  que  vas  al  Tormes, 
allá  vayas  y  no  tornes ! 


(Vanse  y  salen  el  Rey  y  la  Rein.v  y  el  Conde  31  doña 
Aldonza  y  acompañamiento.) 

I 


Conde. 

Rey. 

Conde. 

Reina. 


Hey. 


Aldonza  y  acompañamiento.) 

Literas  a  Sus  Altezas. 
No  habéis  de  pasar  de  aquí. 
Sírvanse   vuestras   grandezas 
que  los  acompañe. 

Ansí 
las  prometidas   finezas 

que  en  nuestro  servicio  haréis, 
vuestros  yerros  perdonados, 
ansí  remediar  podréis 
mejor. 

Ya  os  quedan  cuidados. 


Alvaro,  en  que  os  ocupéis. 
A  dar  el  maestrazgo  voy 
a  Plasencia  a  don  Fadrique, 
de  Santiago,  contento  hoy 
de  que  España  lo  publique 
por  suyo,  pues  padre  soy. 
Treces  y  comendadores 
para  la  elección  me  esperan: 
serán  lisonjas  mayores, 
puesto  que  servirme  quieran 
hidalgos  y  labradores. 

Que  fiestas  nos  prevengáis 
para  la  vuelta,  a  esto  os  dejo. 

Reina.  Sólo  en  Béjar  os  quedáis: 
a  este  intento  por  consejo 
os  encargo  que  lo  hagáis; 
mas  cuerdo,  sin  inquietar 
a  vuestros  vasallos,  Conde; 
y  si  habéis  de  dar  lugar 
a  quejas  no  es  justo. 

Conde.  ¿  Dónde 

puedo  más  bien  granjear 

vuestra  gracia  que  en  serviros, 
quietándome  juntamente? 
Ya  he  conocido  los  tiros 
de  la  fortuna  inclemente, 
ya  sus  inconstantes  giros 

dispuestos  siempre  a  mudanzas. 
Sólo  agradaros  deseo. 

Reina.         Son  honradas  esperanzas 
las   que  llevamos. 

Rey.  Yo   creo 

que   trataréis  de  bonanzas 

tras  de  tan  grande  tormenta 
como  la  que  fué  pasada. 

Conde.         ¿Quién   escarmentar  no  intenta? 

Reina.        Quien  no  estima  al  Rey  en  nada. 

Rey.  y  quien  supo  dar  afrenta. 

Vuestro  ánimo  se  mitigue 
juvenil  que  al  viento  sigue, 
que  si  a  disparar  comienza 
no  habrá  razón  que  me  venza 
ni  lástima  que  me  obligue. 

Aldonza.        Adiós,  Conde. 

(Vanse.') 

Conde.  El  cielo  os  guarde. 

Sancho.       Muy  bien  te  han  dado  a  entender 

tus  travesuras. 
Conde.  ¡  Qué  tarde 

bueno   me   quieren   hacer ! 

¡Aún  sangre  en  mi  pecho  arde; 


24 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


aún  me   han  quedado   cenizas 
de  aquella  Troya  pasada ! 
Sancho.      Si  con  esperar  la  atizas, 
durará. 

{Sale  ToRRijos.) 

ToRRijos.  ¿Tendrá  posada 

un    sirviente    que    autorizas 

con   el   nombre  de   estafeta, 
aunque  mal  segura,  hoy 
en  tu  cuarto? 

Conde.  Entra,  que  inquieta, 

según  agorero   estoy, 
esa  acción  tan  imperfeta, 

este  modo  de  decir 
y  aquese  modo  de  entrar, 
a  mi  amor,  que  ha  de  vivir 
tan  sólo  con   esperar. 
¿Viste  al  sol? 

ToRRijos.  En  su  zafir. 

Que  mejor  diré  en  su  oriente. 

Conde.        ¿  Hablaste  a  Casilda,  di  ? 

¿  Es  piedra  a  mi  amor,  o  siente  ? 

TORRijos.  Siento  que  te  envía  el  sí. 

Conde.        ¿El  sí? 

ToRRijos.  Escucha    atentamente. 

A   Santibáñez  llegué, 
y   vestido    de    villano 
en  casa  de  Ñuño  entré: 
digo  un  imposible  llano, 
porque  en  Misa  la  dejé. 

Legué  a  Casilda  a  hablar 
amparado  de  Silena, 
que  aquesto  me  dio  lugar. 
Comuniquéle  tu  pena, 
que   ella  trató   de   escuchar. 

Estimó   tanta    fineza, 
y  di  jome  que  mañana 
en   la   noche   su   belleza 
te  espera  a  tu  gusto  llana, 
rendida  de  tu   firmeza. 

Conde.  ¿Qué  dices? 

ToRRijos.  Lo  que  has  oído. 

Por  la  huerta  me  mandaron 
salir,  temiendo  al  marido, 
que   aunque    en   Misa   le   dejaron 
mis  ojos,  sin  ser  sentido 

al  salir  me  le  topé 
en  la  huerta,  que  iba  a  entrar. 

Conde.         ¿  Conocióte  ? 

ToRRijos.  ¡  Bien,  a  fe  ! 

Quísome  la  muerte  dar. 


pero  yo  le  deslumbre 

con  mi  ingenio  de  manera, 

que   él   quedó   muy   sosegado 

cerca  de   su   esposa. 
Conde.  Espera. 

¿  Y  de  mí  ? 
ToRRijos.  Con    el    cuidado 

que  tuvo  la  vez  primera. 
Conde.  No  importa,  que  amor  que  gana,, 

sin   dificultades   miuere. 

Mas,  ¿qué  dijo  mi  serrana? 
ToRRijos.  Que  te  adora,  que  te  quiere 

3^  que  allá  vayas  mañana, 
que... 
Conde.  Para,  no  digas 

mas,  suspende  la  lengua,  pues  con  ella 
a  enloquecer  me  obligas. 
Sólo   en  los  ojos  de   Casilda   estrella 
deste  horizonte  pasa, 

vuelve  a  oriente  y  busca  en  el  mar  casa- 
Venga  la  noche   fría, 
si   bien   de   obscuras   sombras    entoldada, 
más  hermosa  que  el  día, 
con  pies  de  nieve  por  montaña  helada, 
pues  que  con  el-la  espero 
gozar  la  gloria  por  quien  vivo  y  muero 

¡  Oh,  nueva  venturosa  ! 
i  Oh,   Torrijos,  más  lindo,  más  bizarro 
que    la   llama   hermosa 
del  sol,  pincel  (i)  de  su  ilustre  carro ! 
¡  Un  cielo  me  pareces  ! 

TORRIJOS. 

¿Con  estas  barbas? 

Conde. 

Sí,  que  más  mereces- 
Tú  me  has  enamorado; 
por  ti   a   Casilda  gozaré,   ¿quién  duda: 

TORRIJOS. 

¿  Qué  frenesí  te  ha  dado, 

que  ansí  en  mí  amante  te  transforma  y  muda? 

Conde. 
Quien  ama  y  no  enloquece, 
¡  ay !,  no  de  amante,  no,  premio  merece. 

Como  envía  a  la  tierra 
el  agua  nube  para  ser  bordada 
de  flores,  y  a  la  guerra 
del  caloroso  estío  el  aura  amada, 
ansí  a  la  sangre  fría 


(i)     Así  en  lo?  textos. 


ACTO  TERCERO 


Jo- 


SU  fuego  amor  para  que  viva  envía. 

Mi  Casilda  es  un  cielo, 

la  vida  con  su  amor  en  mí  ha  causado. 

SA^'CHO. 
Desto  algún  mal  recelo. 

TORRIJOS. 

Mas  quédase  un  hereje  apasionado. 

Conde. 

;  \'enid.  que  yo  vo\-  loco  ! 

Sanxho. 
Tente. 

TORP.IJOS. 

Aguarda,  señor. 

Sancho. 

Espera  un  poco. 

(Sale   Ñuño.) 

Xu.vo.  Sin  reparar  en  licencia, 

perdona,  heroico  señor, 
a  Ñuño,  al  fin  labrador, 
que  he  entrado  a  vuestra  presencia. 
Conde.         ¿Quién  ha  de  hacer  resistencia? — 

Seáis,  Ñuño,  bien  venido; 
si  la  vida  os  he  debido 
a  vuestra  per.sona. 
NuÑo.  Creo 

que  al  menos  fué  mi  deseo 
bien  engendrado  y  nacido. 

Supe  ayer  que  habéis  llegado 
con  Su  Alteza  aquí, 
y  ansí  a  Casilda  fingí, 
de  veros  determinado, 
que  a  ver  partía  mi  ganado.. 

Y  a  la  yeguada  Hegué 
es  verdad,  donde  saqué 
dos  morcillos,  potros  dos, 
que  tan  sólo  para  vos 
ha  un  año  que   señalé. 

Estos  en  ese  zaguán 
los  podréis  salir  a  ver 
cuando  gustéis  y  a  saber 
que  en  ellos  deseos  van 
gigantes,  que  en  un  gañán 

como  yo,   en  un  labrador 
se  debe  preciar,  señor, 
y  también  en  esta  espada 
antigua,  aunque  no  dorada, 
los  podréis  mirar  mejor. 

Esta  también  os  presento 


Conde. 
'   XuÑo. 


por  ser,  si  no  fué  de  rey, 
señor,  espada  de  ley, 
buena  como  el  pensamiento 
ha  de  serlo,  y  el  intento 
del  señor  y  del  amigo. 
Miradla,  que  yo  me  obligo 
que  si  entre  su  espejo  os  vei.- 
en  ella,  rastro  hallaréis 
de  las  empresas  que  sigo. 

Y  por  vos  me  he  desarmado,, 
sin  armas  quedo  por  vos, 

que  quiero,  bien  sabe  Dios, 

sólo  veros  obligado. 

Mi  humildad  habéis  mirado, 

yo  miro  vuestro  poder: 
no  lo  'trato  de  vencer, 
pero  de   serviros   trato, 
que  obligado   no  hay   ingrato 
que  no  lo  deje  de  ser. 

Y  con  esto  adiós  quedad, 
que  yo   paso   a   mi  labor. 
Yo  os  agradezco  el  favor. 
La   espada,    señor,   mirad. 

(Vase.) 


A  pedir  viene   piedad. 

No,  no  ha  imaginado  nada. 
Mas,  ¿para  qué  fué  esta  espada? 
ToRRijos.  ;  Para    qué?    Consejo    es    sabio: 
para  que  la  de  su  agravio 
no    traigas    desenvainada. 

La  espada  fué  siempre  honor 
del  hombre;  él,  que  no  lo  ignora^, 
te  ha  dicho  en  dártela  ahora 
que   se   la  guardes,   señor. 
Aunque  me  ha  dado  temor.. 

en  mí  no  tendrán  lugar 
enigmas,   antes  gozar, 
él   ausente,    la   ocasión 
pienso  esta  noche. 

Razón 
fuera  temer  este  azar. 


ToRRIJOS 

Conde. 


Sancho. 


Conde. 


Sancho. 


(Vaiise   V  salen  Músicos  y   Mirexo.) 

Músicos.         "Despertad,  mi  lindo  amor: 

despertad,  porque  salga  el  sol.' 
Lab.  i."  '        Buena   era   para   alborada 

la  música. 
Lab.  2."  Y  aun  la  letra: 

según    mi   ingenio    penetra. 

de  propósito  trovada. 
¿Es  de  Mireno? 


26 


EL  LABRADOR  DEL  TORJVIES 


Lab.  i.° 

MlRENO. 

Mus.  i.° 


Mus.  2.° 
Lab.  i.« 

MlRENO. 


Xj^b.  i." 


Conde. 

MlRENO. 


MÚSICOS. 


No,  ha  días 
ya  la  poesía  ha  dejado. 
¿Dejado?  ¡Necio  has  andado! 
Fenecerá  con  mis  días. 

¿Luego  piensas  que  ignorantes, 
vejeces  ni  otros   sujetos 
embotarán   mil  concetos? 
Poetas   ha   habido   infantes, 

reyes,   duques  y  marqueses, 
y  condes,  y  aun  hoy  los  veo, 
entre  cuyas  obras  leo 
riquísimos    intereses 

de   estimación   y   valor. 
Tiénese   en  mucho   lugar 
aquesto  de  coplear. 
Por  locura  y  por   favor. 

¿  Y  quién  pensaréis  que  son 
los  que  de  aquesto  murmuran? 
¿Quién?    Sólo   los   que   procuran 
pasanse  con   solo   un   don. 

Don  les  agrada  al  cenar, 
don  les  agrada  al   comer, 
don   al   decir   y   al  hacer 
y   don   al   discretear. 

Y  todo  hombre   echar  había 
de  ver  destos  inocentes, 
que  aunque  no  paran  sus  dientes 
también  es  don  la  poesía. 

¡  Triste  cosa  es  el  nacer 
graves   para    andar   mirlados, 
discretos  por  lo  afeitados 
y  ricos  para   comer. 

Pero  un  hombre  allí  ha  salido 
y  hacia  la  huerta  ha   entrado. 
¿  Si  habrá  mi   amor  despertado  ? 
¡  Mal  hará  si  no  te  ha  oído  ! 

Pero  hacia  allí  el  hombre  viene; 
nosotros    cantando    vamos 
ahora  entre  aquesos  ramos, 
por  do  más   la  letra  suene. 

''Despertad,  mi  lindo  amor; 
despertad,  porque  salga  el  sol." 


{Vanse   cantando   y   sale    Ñuño.) 
Ñuño. 
Estos  mis  labradores  son.  j  Ay  triste ! 
¿Adonde,  pasos,  caminando  llego, 
cuando  en  vosotros  mi  dolor  consiste, 
sólo  incitado  de  un  honroso  fuego, 
donde  cuando  mi  honor  labrador  viste? 
¡  Animo  noble  con  mi  agravio  ciego, 
como  la  mariposa,  ando  ganando 


mi  muerte  en  esta  luz  que  voy  buscando ! 

Tres  días  ha  que  de  la  esposa  mía 
partí,  diciendo  que  iba  a  mis  labores, 
y  de  los  tres  no  ha  habido  noche  fría 
que  del  sol  no  haya  visto  los  albores 
rodeando  a  mi  casa,  hijos  del  día, 
y  en  ésta  las  sospechas  son  mayores, 
pues  del  Tormes  aquí  hacerles  quiero, 
no  ha  faltado  a  mi  bien  un  mal  agüero: 

Una  tórtola  Vi  que  con  su  esposo 
besos  de  paz  le  daba  en  ese  llano, 
sobre  im  olivo,  y  que  un  halcón  furioso 
los  ausentó,  también  de  amor  tirano. 
Una  oveja  debajo  de  un  coposo 
fresno  adelante  contemplé,  que  en  vano 
su  muvillo  gozar  sólo  quería, 
y  un  extranjero  a  topes  les  impedía. 

De   im   álamo   gentil    miré   abrazada 
una  hojosa  parra,  que  atrevida, 
trepando  hacia  su  cima  enamorada, 
vida  la  daba  de  su  misma  vida. 
Ansí  con  mi  Casilda,  dije  amada, 
pasé  la  mía  yo,  ya  fementida. 
Desasiólos  un  viento,  yo  lo  vide, 
y  proseguí.  ¡  Mal  haya  el  que  os  divide ! 

Pues  el  que  más  me  aflige  y  atormenta 
es  el  haber  mirado  dos  caballos 
al  entrar  del  lugar,  que  de  mi  afrenta 
por  ladrones  bien  puedo  llamallos. 
Ensillados   estaban ;   pedí  cuenta 
a  la  gniarda  y  hallé  que  de  mancallos 
tratan  y  que  su   dueño   adelante   iba, 
y  no  le  he  visto  porque  en  pena  viva. 

Temo  que  sea  el  Conde;  mas  la  puerta 
falsa  que  sale  a  aquesta  huerta  abrieron. 
¿En  mi  casa,  ¡  ay,  honor!,  qué  se  concierta? 

{Sale  SiLENA.) 

Si  LENA. 

Cuando  anoche  viniste,  ¿no  os  dijeron 
que  habíais  de  volver  por  esta  huerta, 
no  por  la  calle?  Entrad,  señor. 

NUKO. 

¿Qué  oyeron 
mis  oídos  ?  ¡  Ay,  triste !   Mas,  ¿  quién  duda 
que   el  traje,  el  nombre  y  la  persona  muda? 

SlLEXA. 

A  más  no  espere  3'a  su  señoría, 
entre,  que   está  aguardando  mi  señora, 
y  en  la  cama  con  más  que  peina  el  día 
flores  sobre  el  regazo  de  la  aurora. 


ACTO  TERCERO 


¿I 


Nuxo. 
¡  Ah,  falsa  !  ¡  Ah,  Conde  vil !  ¡  Ay,  honra  mía 
¡Quien   fía  de  mujer,  su  infamia  ignora! 
Vamos. 

{Sale   el    Conde   y    Torrijos.) 

Conde. 

Las  cuatro  tapias  se  han  saltado. 

Torrijos. 
Y  yo  media  espinilla  me  he  quebrado. 

Demás  que  me  topé  aquesta  alborada 
a  una   frenticalzada,   a  un  tabernero, 
aguando  el  vino,  y  a  una  fea  tapada. 

Ñuño. 
¿Es  el  Conde? 

Conde. 
Yo  soy. 

Ñuño. 

i  Vil    caballero, 
un  tiempo  mía,  saca  ya  la  espada, 
que  con  la  que  te  di  matarte  espero ! 
Si  no  es  que  allá  colgada  la  has  dejado 
porque  no  te  afrentase  quien  me  ha  honrado. 

Conde. 
¡  Xuño,  detente ! 

NuÑo. 
¡  Conde,  mete  mano  ! 
Conde. 
Que  soy  yo  tu  señor,  labrador,  mira. 

SlLENA. 

¡Triste  Silena ! 

Torrijos. 

¡  Escurriré ! 

NuÑo. 

A  un  tirano 
que  a  sus  vasallos  ofender  aspira 
igual  le  viene  a  ser  el  m.ás  villano. 

Conde. 
Que  te  ofendí  confieso ;  mas  retira 
de  mi  ofensa  tu  bárbaro  deseo. 

NuÑo. 

¡  Yo  por  mi  honra  y  con  razón  peleo ! 

(£níra)!J£?.) 

Silena.  ¿Por  dónde  me  escaparé? 

Torrijos.  ¿Es   Silena? 

Silena.  Amigo,  sí. 


Torrijos.  Pues  échate  por  aquí, 

que  tras  ti  me  arrojaré, 

pues  nos  ofrece  un  portillo 
a  otra  huerta  esa  pared. 

{Dentro   el   Conde.) 

Conde.         ¡  Muerto  soy  ! 
Torrijos.  ¡  Ah,   cielos,   ved 

que  yo  lo  estoy  con  oíllo. 

{Vanse.) 
{Sale  NuÑo  con  la  espada  desnuda  tras  de  Casilda.) 

Casilda.  ¡Esposo  mío,  detente 

y  ten  de  mi  amor  piedad, 

que  con  tal  riguridad 

ofendes  una  inocente ! 
NuÑo.  ¡  Calla  la  lengua,  tirana, 

que  es  animar  mí  rigor ! 

i  Dime  de  mi  deshonor ; 

confiesa   que  •  eres    liviana, 
para  que  de  aquesa  suerte 

te  dé,   falsa  fementida, 

fin  a  tu  injuriosa  vida, 

y  con  más  enojo,  muerte ! 
Casilda.  Si  es  fuerza  ya  el  confesar, 

yo  digo  que  te  ofendí. 
NuÑo.  i  Pues  mi  ofensa  vengo  ansí ! 

{Mátala.) 

Casilda.      ¡  Y  yo  lo  Arengo  a  pagar  ! 
{Dentro  Vidal.) 

Vidal.  Entrad,  que  aquí  es  el  ruido. 

NuÑo.  ¡  Cielos,  ya  vengué  mi  honor  I 

{Sale  Vidal,  Mireno  y  labradores,  con  luces.) 


;  Ñuño  Pérez  ? 


¿Qué  hay,   señor? 


VlDi\L. 

NuÑc. 

Vidal.         Hijo... 

NuÑo.  Padre... 

Vidal.  ¿Qué  ha  sido 

tal  rumor  en  vuestra  casa? 
Que   como   vivo    frontero, 
el  verte  tal  y  tan   fiero, 
pues  que  de  límites  pasa; 

con  oír  espadas  desnudas 
de  pendencia  entre  casados, 
nos  traen  con  estos  cuidados. 

MiRENO.      Y  aunque  nuestras  lenguas  mudas, 
con  la  misma  confusión 
tras  de  Vidal  nos  entramos 
también,  que  cantando  andamos, 


28 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


pues  la  noche  da  ocasión. 
Ñuño.  Pues   si   lo   queréis   saber, 

llegad   esa    luz    allí. 
Vidal.         ¿Qué  miro?  ¡  Ay  triste  de  mí! 
Ñuño.         Vuestra  hija  y  mi  mujer. 
Vidal.  ¿  Por  qué  muerte  la  habéis  dado  ? 

NuÑo.  Porque  ella  me  deshonró. 

Vidal.         ¿Cómo,    decid?    ¿Se    probó? 
Ñuño.  ¡  Muy  bien  lo  tengo  probado  ! 

Vidal.  Sólo    el    adulterio    pide 

una  tan  cruel  venganza. 
Ñuño.  Sí    este   nombre   de   ella   alcanza, 

justo  será  el  que  la  impide. 
Vidal.  ¿  Cómo,  si  no  hallaste  hombre 

en  vuestra  casa  con  ella? 
MiRENO.  ¡  Ella  murió  por  ser  bella  ! 
NuÑo.  ¡  Hombre  haillé  ! 

Vidal.  ¿Quién?  Decid  el  nombre. 

NuÑo.  El  Conde  de  Béjar  fué, 

que  muerto  en  este  portal 

yace    con    castigo    igual 

al  que  mereció  su  fe. 

Este  mi  honor  ha  infamado, 

éste  hallé  dentro  en  mi  casa; 

que  un  poder  términos   pasa 

de  lo  que  el  cielo  le  ha  dado, 
Este  de  aquí  retiré : 

a  cuchilladas  cayó 

sobre  un  pesebre  que  yo 

para  bueyes   fabriqué. 
Dile  allí  la  muerte  fiera, 

que  es  bien  que  ansí  se  derribe 

y  que,   quien   cual  bestia  vive, 

encima   un   pesebre   muera. 
Vidal.  Ahora  os  quiero  abrazar, 

que  aunque  fué  nueso  señor, 

vos  vengastes  vuestro  honor 

y  ése  sólo  ha  de  reinar. 

Mi  hija  es  la  que  habéis  muerto, 

Ñuño,  y  al   fin  la  pasión 

pudiera  en  esta  ocasión 

pedir  a  este  desconcierto 
venganza;  mas  no  lo  haré, 

porque  yo  fuera  el  villano 

si  persiguiera  la  mano 

del  que  tan  honrado   fué. 
Antes  por  participar 

de    hazaña    tan    conocida, 

quisiera  darle  la  vida 

para  volverla  a  matar. 
Toda  mí  hacienda  tenéis, 

poneros  en  salvo  importa. 


NuÑo.  ¡Ah,   canas!,   ¿quién   se   reporta 

con  el  valor  que  tenéis? 

Los  pies  me  dad,  y  venid 
adonde  sabréis  mi  intento. 
Vidal.         El  más  feliz  casamiento 

veles,  y  tome  ejemplo  en  mí  (i). 
{Lleva  Vidal  a  Casilda.) 

(Salen  el  Rey,  la  Reina,  don  Fadrioue^  doña  Aldon- 
ZA,  Payo  de  Lemos  y  acompañamiento.) 

Payo.  Don  Fadrique  de  Castilla» 

maestre  de  Santiago, 
viva,  y  gócele  Su  Alteza 
largos  y   felices  años. 

Reina.         Pues  ya  se  ha  hecho  el  juramento 
y  los  trece  le  han  jurado, 
frailes  y  comendadores 
todos  le  besen  la  mano. 

Fadrique.  Si  tanto  amor  Vuestra  Alteza 
le  hace  a  un  humilde  vasallo, 
¿qué  queda  para  don  Pedro, 
tu  digno  hijo  y  mi  hermano? 

Reina.         De  doña  Leonor  lo  sois 

de  Guzmán,  de  cuyo  claro 

linaje  ha  habido  en  Castilla 

reyes  y  príncipes  tantos ; 

de  Alfonso,  a  quien  guarde  el  cíelo, 

sois    un   divino    retrato. 

Y  ojalá  que  en  Pedro  viera, 

de  estos  reinos  mayorazgo, 

la  inclinación  que  en  vos  veo, 

pues  de  Cruel  le  he  notado 

aun  en  sus  primeros  años. 

Fadrique.  Precióme  de  vuestro  esclavo. 

Payo.  ¡Viva  -el  maestre  don  Fadrique? 

Rey.  ¡  Viva  !,  y  al  alcázar  vamos. 

(Tocan  cajas.) 

Pero,  ¿qué  caja  es  aquesta, 
que   inquietando   el   aire  vago 
nuestro  ánimos  inquieta? 
Payo.  Todos  lo  que  es  ignoramos. 

Pero  ya  marchando  llegan, 
con  cuatro  o  seis  enlutados, 
un  destemplado  tambor 
y  una  bandera  arrastrando. 

(Salen  por  un  palenque  NuÑo  con  luto,  Vidal,  Mi- 
reno,  ToRRijos,  SiLENA  y  labradores,  con  una  ban- 
dera   arrastrando.) 

NuÑo.  Valeroso  don  Alfonso, 


(i)     Así   en   el   texto;    pero    sin   duda    está    errado 
pues  además  es  el  verso  largo. 


ACTO  TERCERO 


29 


t    Rey. 
Reina. 
Rey. 
Reina. 
Ñuño. 


de    España   onceno   llamado, 
como  Fernando  valiente 
y  como  su  hijo  sabio. 
Ilustre   doña   María, 
reina  de  los  castellanos; 
valerosos  caballeros, 
Maestre  de  Santiago, 
escuchadme  todos  juntos, 
que  con  todos  juntos  hablo: 
cual  jueces   a   Sus   Altezas, 
los  demás  como  abogados. 
Xuño  Ferez. 

Habla,   Xuño. 
¿Alguna  desdicha  aguardo? 
¡  Qué  notable  confusión  ! 
Idme  atentos  escuchando. 
Bien  se  os  acuerda,  señores, 
que  tras  de  haber  yo  librado 
al  Conde  de  Béjar,  preso 
y  aun  a  muerte  sentenciado 
por  sus  muchas  tiranías 
y  por  haber  intentado 
quitarle  al   Rey  a   Casilda, 
a  quien  libró  de  sus  manos, 
yo  me  desposé  con  ella 
dentro  en  Medina  del  Campo, 
honrándome  mi   señora 
la  Reina,  ¡  viva  mil  años !, 
bien    que    queriéndome   armar 
caballero,   y   procurando 
que  en  mi  casa  me  quedase, 
favor   digno    de    estimarlo. 
Pedí  en  su  trueque  el  perdón 
del    Conde   como   vasallo, 
el  cual  me  otorgó   Su  Alteza, 
y  de  otros  grandes  rogado 
también,   en   que  me  volví 
a    Santibáñez    honrado, 
de  mi   quietud  deseoso, 
que  es  lo  que  procura  el  sabio 
sé  también  que  habéis  sabido. 
Mas  que  aqueste  cuerpo  amado 
que   en  hombros  de   aquestos   viene 
manchase  mi  lecho  casto. 
No  saben  Vuestras  Altezas, 
no ;  que  pensando  mi  agravio 
y    sospechando   mi   ofensa 
un  día  me  entré  en  su  cuarto, 
tras  de  avisarle  con  éste  (i), 


(i)     Aqui    faltan    versos    para    que    entre    a    hablar 
del    Conde. 


Vidal. 


Rey. 


Vidal. 
NuÑo. 


que   era   entonces   su   criado; 
que  le  presenté  dos  potros 
a  que  olvidase  conquista, 
indigna  de  un  pecho  hidalgo, 
y  una  espada,  porque  en  ella 
leyese  en  renglones  claros 
que  mis  armas  le  rendía, 
tan  sólo  para  obligarlo, 
no;   que   pensando   mi   agravio 
y  ausente  en  mi  casa  ha  entrado 
violó    el   tálamo    Casilda, 
que   antes   mostró   ser   peñasco 
a  otras  mayores  grandezas, 
cómplice  en  agravios  tantos; 
no  que  a  los  dos  los  maté, 
y  que  habiéndola   enterrado 
a  ella  traigo  al  Conde  aquí, 
con  banderas  arrastrando, 
por  lo   que   fué  capitán 
como    caballero    armado ; 
con  pompa  como  a  mi  dueño, 
honrándole    con    criados, 
para  que  después  de  visto 
tu  Alteza  mande  enterrarlo, 
y  a  mí  i(i)   cortar  la  cabeza 
si   pequé  con  la   que  saco. 
Advirtiendo    que    yo,    padre 
de  la  muerta,  bien  mirado 
el  caso  a  Xuño  perdono, 
digno  de  estatua  de  mármol. 
Yo    castigarlo   pretendo, 
pero   será  castigarlo 
armándole    caballero, 
y   armándole    con   el   hábito 
de   Santiago   que   él   tuvo 
y  el  valor  que  escucho  y  callo, 
por  haber   tocado   en  mi, 
también   de   amor   obligado. 
Es  digno  de  perdonallo, 
pues  quien  a  los  reyes  vence, 
muy  cerca  está  de   igualallos. 
¿A  un  labrador  Vuestra  Alteza 
honra  ansí? 

Sí  lo  he  callado, 
desde  que  nació  mi  padre 
fué  noble,   aunque   amigos   falsos 
de  Aragón  a  aquestas  sierras 
■de  Tormes   lo   desterraron 
por  envidias ;  compró  casas, 
en    ellas    prados,    gaznados, 


(i)     En  el  texto  dice  "Ñuño",  que  alarga  el  verso. 


30 


EL  LABRADOR  DEL  TORMES 


Reixa. 


y  hecho  humilde  labrador 
aquí    feneció    sus    años, 
con  doña  Elvira,  mi  madre, 
siendo  de   la   casa   entrambos 
de  Heredia.   Aquestos  papeles 
averiguan  bien   el  caso. 
Pues  bien  se  ha  echado  de  ver 
que  quien  ha  tanto  ánimo 
para  emprender  tal  hazaña 
de  noble  sangre  ha  gozado. 


Payo.  Pues  habiendo  muerto  al  Conde. 

Rey.  ¡  Quedo,  caballero,  paso  ! 

Fadrioue.  justamente  el  Rey  le  premia, 
mi  señor. 

Rey.  Aquí   ha    pintado 

en  El  Labrador  del  Tormes 
su  autor  un  fino  retrato, 
dándole   fin   a  su  historia 
de  lo   que   puede  un   agravio. 


COMEDIA  FAMOSA 

DE 


J"TJLI^:tT    Tt(Dls/L:HlTtC) 


DE 


LOPE   DE    VEGA    CARPIÓ 


REPRESENTÓLA  ANTONIO  DE  PRADO 


HABLAN  EN  ELLA  LAS  PERSONAS  SIGUIENTES: 


Don  Fernando,   (i) 

Capitán   don  Juan. 

Beltr.\n. 

Atambor. 

Almirante. 

Secretario. 

Don  Juan. 


Tomás,   duque. 

Don    García    de   Toledo. 

Julián   Romero. 

La    Reina    María. 

Conde  de  Feria. 

Rey   Felipo. 

El   Emperador. 


Don  Leyó  Conde. 

Sargento. 

Soldados. 

Juana  [31  su  Madre.3 

Huésped,  padre  de 

Pablo,  y   Andrés.   (2) 


ACTO  PRIMERO 

{Saien    don    Fernando,    y    don    Juan,    y    Capitán    y 
Beltrán.) 

D,  Fer.  Digo,    señor   Capitán, 

que  yo  la  reserviré 
con  mucho  gusto,  y  iré 
donde  tantos  buenos  va:i. 
Capitán.         Señor  don  Juan,  yo  rne  holgara 
que  en  esta  ocasión  pudiera 
servirle  con  mi  bandera, 
que  nadie  más  bien  lo  honrara. 

Pero  el  señor  Presidente, 
de  quien  me  he  valido  yo, 
para  don  <Gil  la  pidió, 
que  dicen  que  es  su  pariente. 

Pues  mire  vuesa  merced 
si  era  respeto  justo 
hacerle  yo  ese  disgusto 
a  quien  me  hace  a  mí  merced. 

Véngase  a  Italia  conmigo, 
que  con  mi  escuadra  podrá 


(i)     Parece  que  este  don  Fernando  es  el  mismo  Ca- 
itán  que  a  renglón  seguido  se  llama  don  Juan,  asi 
>mo  Be'ltrán  es  el  después  llamado  Julián  Romero. 
(2)     Además   intervienen  otros  que  se  indican  por 
abreviaturas  Mar.j  Biato. 


entretenerse  hasta   allá, 
ques  plaza  para  un  amigo; 

y  déjeme   el   cargo   a   mí 
de   su   justa  pretensión 
en  la  primera  ocasión, 
que   nunca   faltan   allí. 

Mi  mesa  no  ha  de  faltarle, 
y  una  piñata  también 
para  cuatro  hombres  de  bien. 
Beltráx.     ¡  Quién  pudiera  acompañarle ! 

Ya  es  tarde;  quiérome  entrar 
en  mi  iglesia. 
Capitán.  ¿Qué    hace    aquí? 

Venga  y  fíese   de  mí, 
que  no  es  bien  que  entre  Gueycar 
y  Júcar  (i), 

sobre   una   tierra   mal   sana 
hecha  para  hombres  de  lana 
y  para  ingenios  de  azúcar, 

esté  como  preso  un  hombre 
que  sólo  en  Cuenca  le  ve 
el  sol  que  pasa,  y  yo  sé 
que  Italia  la  sabe  el  nombre. 

Ese  talle  y  bizarría 


(i)     Faltan    la.s    primeras    palabras    de    este    versa 
que,   como   se  ve,   rima  con   "azúcar." 


32 


JULIÁN   ROMERO 


¿dónde   mejor    lucirá 
que  en  Ñapóles,  donde  está 
la  gala  y  la  cortesía? 
ÍBeltrán.         ¿iLuego  hay  más  gala  que  ver 
entrar   de   guardia   en    Milán 
un  soldado  tan  galán 
como  vos   lo   podéis   ser? 

¿Ni  cuera  de  más  primor 
que  tenga  más  que  mirar 
que  un  peto  y  un  espaldar, 
con  una  y  otra  labor, 

y  gorra  de   terciopelo 
con    más    costa    que    invención, 
que   se  iguale  a   un  morrión 
con   un   penacho   hasta   el   cielo? 

Y  al  que  de  galán  se  pica, 
¿qué  más  galán   se   desea, 
que  cuando  armado  se  vea 
terciando  al  hombro  la  pica? 

Digan  lo  que  pasa  aquí. 
¿Quién    es   éste? 

Un    sacristán. 
¡  Vive  Dios,  señor  don  Juan, 
que  se  ha  andado  tras  de  mí 
toda  esta  mañana  ! 

Soy 
a  las  armas  inclinado. 
¿  Luego  queréis  ser  soldado  ? 
No  sé,  a  fe;  tentado  estoy, 

y  más  después  que  os  escucho, 
porque  lo  habláis  de  manera 
que  tras  de  vos  me  anduviera 
hoy  todo  el  día. 

¿Hablo  mucho? 

Y  tan  bien,  que  me  traéis 
hecho  un  bobo  tras  de  vos. 
i  Alto,  amigo,  andad  con  Dios; 
bueno  está ! 

No  os  enojéis. 
Señor,  ¿adonde   se  entiende 
que  los  soldados  irán? 
Unos    dicen    que    a    Milán, 
y  otros  quel  Turco  deciende, 

y  algunos  dicen  también, 
y  pienso  que  han  de  acertar, 
que  vamos   a   conquistar 
la  ciudad  de  África. 
D.  Juan.  ¿Quién? 

Capitán.        África    de    Berbería, 

la  que   se   llamó   Atrodicio, 
antiguamente  el  indicio 
es  que  junta  don  García 


Capitán. 
D.  Juan. 
Capitán. 


Beltrán. 

Capitán. 
Beltrán. 


Capitán. 
Beltrán. 

D.  Juan. 

Beltrán. 
D.  Juan. 

Capitán. 


de  Toledo  y  Juan  de  Vega, 
virrey  de   Sicilia,  allí 
la  gente  que  va  de  aquí 
y  el  tercio  dicho  que  llega 

de  Alemania,  y  tiene  Andrea 
las  galeras  en  Mecina. 
Pero  también  se  imagina 
que  el  Emperador  desea 
baje  libre  de  la  guerra 
de  Escocia  para  mover 
la  que  le  empezaba  a  hacer 
el  reino  de  Ingalaterra 
por  Flandes. 
D.  Juan.  ¿  Y  hay  ocasión 

agora  para  la  empresa? 
Capitán.     Y  embestir  a  la  Princesa, 
su  prima,   en  la   posesión 
del  reino. 
D.  Ju.\N.  ¿Luego  murió 

Enrique  ya? 
C\PiTÁN.  Y   Eduardo, 

su  hijo,  mozo  gallardo. 
D.  Juan.     ¿Dejó  hijos? 
Capitán.  No  llegó 

a  edad  de  tenerlos. 
D.  Juan.  ¿Viene 

sin  contradición  ninguna 
el  reino  a  María? 
Capitán.  Alguna, 

por  ser  católica,  tiene. 

Porque  el  Duque  poderoso 
de  ^Normandia  ha  procurado 
excluirla  del  Estado; 
y  así  el  César,  receloso 

desta  exclusión,  apercibe 
sus  gentes  para  enfrenar 
al   fuerte,  (i) 
a  la  Princesa,  que  vive 
casi  presa  en  un  castillo. 
D.  Juan.     Y  pretenderá  también 

que  al  Príncipe  se  la  den. 
Capitán.     Días  ha  que  oigo  decillo 

después  que  enviudó  Su  Alteza 
de  la  primera  mujer. 
¿  Mas  que  os  tengo  de  romper 
la  jineta  en  la  cabeza? 
Beltrán.         No  hará  el  señor  Capitán. 
D.  Juan.     ¿Por  qué? 
Beltrán.  No  tendrá  razón. 

Capitán.     ¡  Válgate   Dios,   clerizón ! — 


(i)     Falta  lo   demás  de  este  verso. 


ACTO   PRIMERO 


33 


D.  Juan. 
Beltrán. 


1).  Juan. 
Beltrán, 
D.  Juan. 
Beltrán. 
D.  Juan. 
Capitán. 
D.  Juan. 

Beltrán. 

Capitán. 


D.  Juan. 
Beltrán. 
Capitán. 

Beltrán. 


Capitán. 

D.  Juan. 
Capitán. 

D.    JuAiS. 


Capitán. 


D.  Juan. 
Capitán. 

D.    TUAN. 


Déjelo,  señor  don  Juan. 
Estoy  por  darle. 

No  dé, 
que  yo  me  iré  si  le  enfado; 
que   soy... 

¡  Un  desvergonzado ! 
Agora  sí  lo  seré. 

¡  Grosero,  vete  de  aquí ! 
\'cte  tú. 

¿  Hay  tal  desvergüenza  ? 
Señor   don   Juan... 

¿  No  es  vergüenza 
que  éste  se  me  atreva  a  mí? 

Si  vos  os  desvergonzáis, 
¿por  qué  no  me  he  de  atrever? 
Amigo,  hacedme  placer 
que  en  vuestra  iglesia  os  metáis, 

que  no  sé  si  ella  os  valdrá 
si  yo  me  enojo  también. 
¡  Andad,  bergante ! 

Hablad  bien. 
Bien   habla;    quitaos   allá: 

no  han  de  preferirse  algunos. 
Sólo  el  que  habla  mal  se  atreve, 
sea  quien  fuere ;  Dios  me  lleve 
donde  seamos  todos  unos. 

(Fase.) 

i  Pardiós    que    es   hombre   chapa- 
Digo  que  os  quiso  embestir,     [do  ! — 
Hombre  es  que  os  hará  morir. 
Este  fuera  gran  soldado. 

Mejor  soldado  a  lo  menos 
que  clérigo.  Es  temerario, 
gran  pendenciero,  voltario, 
y  vive  a  ruego  de  buenos; 

que  mil  veces  ha  querido 
ahorcarle  el   Corregidor, 
porque  a  su  alguacil  mayor 
mil   veces   se  ha   resistido. 

Finalmente,  el  otro  día 
le  quitó  im  preso,  y  calló. 
A  ese  hombre  quisiera  yo 
llevar  en  mi  compañía, 

que  tiene  brío  y  coraje. 
¿  Llámase  ? 

Beltrán  Montero. 
¿Quién  es? 

Julián   Romero   (i)  : 


(i)     Faltan  versos  que  expliquen  este   galimatías  y 
completen  versos  defectuosos. 

Vil 


es  un  caballero  de  linaje 
vizcaíno. 

(Sale  un  Sargento.) 

Sargento.  Vucsa  merced  haga  alarde 
de  los  soldados  que  tiene. 

Capitán.     ¿Pues  qué  hay  de  nuevo? 

S.ARGENTO.  Orden    viene 

para  que  marche  esta  tarde. 

(Sale    JuLi.xx    Romero    .v    taña   uua   campanilla.) 

Capitán.         A  Misa  llaman ;  haced 

echar  el  banido  ho}-,   que  quiero 
ver  esta  Misa  primero. 

Sargento.  Abrevie  vuesa  merced. 

Capitán.         Al  clérigo  lo  decid, 

ques  el  que  viene;  ha  de  ser, 
que  hoy  no  tengo  que  hacer. 
Vos  lo  demás  prevenid. 

(Salga  el  Atambor  y  éntrense  el  Capit.^n  y  don  Juan.) 

Atajmbor.        ¿Qué  orden  hay? 

Sargento.  Echad   el   bando. 

(Julián  pase  con  el  misal,  y  las  vinajeras.) 

Atambor.    ¿Ha  de  ser  para  esta  tarde? 
Sargento.  Luego  se  hace  el  alarde. 
Atambor.    Manda  el  señor  don  Femando 
de  Acuña  que  los  soldados 

acudan  a  su  bandera 

dentro  de  una  hora. 
Julián.  ¡  Quién   fuera 

uno  de  los  alistados ! 
Atambor.        ¡  Pardiós  !.  yo  quisiera  ser 

monecillo    como    vos. 
S.\RGENTO.  Asidos  están  los  dos ; 

el  vino  le  ha  de  beber. 
Julián.        ¿No  hay  un  obispo  de  anillo 

que  os  ordene  de  corona? 
At.\mbor.    Todo  el  año  me  hago  mona 

y  nunca  soy  monecillo. 
Julián.  La  ampolleta  me  ha  escurrido. 

Sargento.  Y  os  ayudará  a  la  Misa. — 

¿Qué  hacéis  aquí? 
Atambor.  Dése  prisa, 

porque  yo  ya  he  consumido. 

(Salen  Soldados.) 

¿Ha  de  ser  luego  el  alarde? 
Sargento.  Dentro  de  un  hora  ha  de  ser. 
SoLD.   i.°     ¿Pues  tan  presto  se  ha  de  hacer? 

¿  Cuándo  se  marcha  ? 
Sargento.  Esta  tarde, 

3 


34 


JULIÁN    ROMERO 


que  bajan  ya  las  banderas, 

según  don  García  avisa. 
SoLD.  3.°     ¿Pues  para  qué  con  tanta  prisa? 
Sargento.  Para  alcanzar  las  galeras, 

que  han  de  estar  todo  este  mes 

en  Cartagena. 
Julián.  ;Y  se  irán 

presto  de  allí? 
SoLD.  3."  Capellán, 

o  monecillo,  o  quien  es, 

¿qué  le  importa  que  se  vayan 

tarde  o  temprano  de  allí: 
Sargento.  Dejalde. 
SoLD.  2."  ¿Es  segura? 

Sargento.  Sí, 

de  las  que  agora  se  ensayan 
para  volverse  en  saliendo 

del  teatro  de  Neptuno. 
SoLD.  3.°     Y   sepamos:    ¿sabe    alguno 

para  dónde  se  va  haciendo 
esta  gente? 
Sargento.  A  Berbería,  (i) 

SoLD.  2..°     Dicen  que  ha  de  haber  jornada. 
SoLD.  3.°    Mejor;  pero  acaba  en  nada. 
Sargento.  Eso  (2)  dice  don  García ; 
pero  otros  dicen  que  va 

a  casarse  a  Ingalaterra 

el  Príncipe,  y  que  la  guerra 

ha  de  ser  hogaño  allá. 
SoLD.  2.°        ¡  Pluguiese  a  Dios  que  allá  fuese 

y  que  la  guerra  durase ! 
SoLD.  3.°     Más  que  nunca  se  acabase 

y  a  saco  Londres  se  diese, 
que  si  yo  sus  calles  viese, 

no  seré  hombre  de  bien 

si  vuelvo  mal  puesto. 
Julián.  Amén. 

SoLD.  i.°     Ni   yo. 

Julián.  Et  cum  spirítu  tuo.  (3) 

SoLD.  i.°        Tened  cuenta  al  Sacristán, 

que  anda  hecho  una  lanzadera. 
Julián.       Deo  gracias. 
Sargento.  Dende  fuera 

le  responde  al  Capellán. 
SoLD.  3.°  ¿Luego  está  ayudando  a  Misa? 

Sargento.  Y  responde  desde  aquí. 
SoLD.  3.°     ¡  Figura  es  ! 


(i)     En   el   texto:    "La    Berbería",    por   errata. 

(2)  En  el  texto:   "Pero". 

(3)  No  rima  "tuo"  con  "viese". 


Sargento.  Y  para  mí 

lo  ha  sido  de  mucha  risa. 
SoLD.  i.°         Ya  ha  salido  el  Capitán. 

{Sale  el  Capitán  y  don  Juan.) 

Capitán.     ¿Vase  juntando  la  gente? 

Sargento.  Ya  se  junta. 

Capitán.  Y,  finalmente, 

prometo,  señor  don  Juan, 

de  darle  mi  escuadra  y  mesa, 

y  mi  bandera  después. 
D.  Juan.     Señor  don  Fernando,  no  es 

tan  pequeña  la  promesa, 
sino  muy  grande  favor 

para  quien  sólo  desea 

irle  sirviendo,  aunque  sea 

en  una  plaza  menor. 
Capitán.         Vuesa  merced  se  perciba... 
D.  Juan.     Ya  yo   apercibido   estoy. 
Julián.       Que  no  me  he  atrevido  hoy 

a  decir  que  me  reciba. 

¿Soy  3'0  menos  que  los  otros? 

¿Por  qué  no  me  he  de  atrever? 
Capitán.     Ya  yo  no  tengo  que  hacer. 
Sargento.  Menos  tenemos  nosotros. 
Capitán.         Pues  a  la  orden. 
Julián.  Ya  se  van. 

Sargento.  Toca  a  marchar. 
Julián.  Aquel   son 

me  alborota  el  corazón. 

¡  Válgate  Dios,  tapatán  ! 
¿  Quién  hay  que  no  se  alborote 

de  una  caja?  ¿Qué  he  de  hacer? 

¡  No  puedo  más,  yo  he  de  ser 

soldado,  y  no  sacerdote! 

Y  en  la  guerra,  si  el  pie  estampo 

ima  vez  y  me   acomodo, 

cuando  corra  turbio  todo 

puedo  ser  Maese  de  Campo. 
Quiero  hablar  al  Capitán, 

pero  téngole  enojado; 

no  quiero  ir  por  soldado, 

no  me  conozca  don  Juan. 
Allí  me  quiero  meter 

en  orden  con  los  demás, 

que  van  muchos,   y  uno  más 

nadie  lo  echará  de  ver. 
SoLD.  i.°        Apartaos  de  ahí,  majadero. 
Julián.       Soy  soldado,  camarada. 
SoLD.  3.°     ¿Pues  cómo  andáis  sin  espada? 
Julián.        He   de   ser   arcabucero. 
SoLD.  2.°        ¡Lástima  es  hacerle  mal? 


ACTO   PRIMERO 


35 


SOLD.    3.° 

Julián. 
SOLD.  3.^ 

Julián. 


Dejalde,  que  es  un  pobrete. 

SoLD.  3.°     Pobremente,    gato,    vete; 

haz  que  te  echen  un  ramal. 
Julián.  ¿  Qué  he  dicho  ?  Corrido  estoy. 

No  hay  sino  disimular, 
que  me  han  de  crucificar 
los  soldados  si  allá  voy. 

Por  dicha,  no  aniquila 
el  servir.  Señor  soldado, 
¿ha  menester  un  criado 
que  le  lleve  la  mochila? 
¿  Quién  es  ? 

Yo  seré. 

Vos  no, 
sois  muy  grande  mochilero. 
¿Qué  es  esto,  Julián  Romero? 
¿  Para  nada  valgo  yo  ? 

¡  Vive    el    César   bendito 
que  le  tengo   de   servir, 
y  he  de  ir  allá,  aunque  haya  de  ir 
por  mozo  del  atambor  ! — 
¿Queréisme  llevar  con  vos? 
Atambor.    ¿  De  qué  me  habéis  de  ayudar  ? 
Julián.       Os  ayudaré  a  llevar 

la   caja,   que    entre   los   dos 
será  el  trabajo  menor. 
Atambor.    ]\Ii  teniente  os  quiero  hacer. 
Julián.       Eso  no;  yo  no  he  de  ser 

sino  m.ozo  de  atambor. 
Atambor.        Pues  seréis  mi  mochilero. 

Cargaos  la  caja. 
Jlt-IÁn.  Sí    haré, 

no  diga  alguno  que   fué 
atambor  Julián  Romero. 

(í^anse.) 

(Sale  Juana  y  su  Madre.) 

M.\DRE.  Este  traidor  de  don  Leyó 

tiene  el  reino  alborotado. 

i  Que  se  haya,  así  entronizado 

un  hombre  humilde  y  plebeyo ! 
¿Qué  pretende? 
Juana.  Deshacer 

el  derecho  de  María; 

y  mi  padre  eso  querría. 

¿Pues  por  qué  ha  de  pretender 
lo  que  pretende  un  traidor 

un  hombre  de  calidad? 

(Sale  el  Duque.) 

Duque.        Déme  vuestra  majestad 
las  manos. 


Juana. 

Padre  y  señor, 

¿  qué  pide  ? 

Duque. 

Las  manos  pido, 

que  se  las  quiero  besar. 

Juana. 

¡  Ay,  padre,  no  hay  que  tratar  ! — 

Mi  padre  viene  perdido. 

Duque. 

No  vengo  sino  ganado, 

pues  pude  daros  a  vos, 

hija,  una  corona. 

Juana. 

¡Ay,    Dios! 

¿  Corona  me  habéis  dado, 

que  yo  ninguna  deseo? 

Duque. 

La  de  Ingalaterra. 

Juana. 

Padre, 

yo  no  la  quiero;  a  mi  madre 

se  le  debe  ese  trofeo. 

que  si  yo  tengo  derecho. 

Duque. 

El  que  ella  tiene  os  dará. 

Juana. 

No  lo  dará. 

1 

Duql'e. 

Bueno  está. 

Pues  que  el  reino  lo  ha  hecho. 

Esto  nos   conviene  agora; 

no  hay  que  replicar  aquí. 

que  me  va  la  vida  a  mí. 

Juana. 

Y  a  mí  la  vida. 

Duque. 

i  Traidora ! 

Juana. 

Mi  madre  no  ha  de  excedier 

el    derecho   de   reinar. 

Duque. 

A  mí  me  toca  esforzar 

el  que  vos  podéis  tener. 

Pero  esto  importa  primero, 

porque  está  tratado  así, 

que  me  importa  a  mí.  (i) 

(Salgan  todos.) 

Dentro. 

¡  Viva  Juana ! 

Duque. 

El  reino  viene. 

Hija,  por  ti  está  la  suerte, 

y   no   por   tu   madre.   Advierte 

lo  que  has  de  hacer. 

Juana. 

Reina  tiene 

Inglaterra,  Duque;  (2) 

dejaos   desa   liviandad. 

Duque. 

No  quiero  esa  Majestad; 

dése  el  reino  a  cuyo  es. 

Tú  has  de  reinar,  ¡  vive  Dios !, 

y  no  tu  madre. 

Juana. 

No  digas 

que  he  de  reinar. 

Duque. 

Enemigas, 

(i)     Verso   incompleto. 

(2)     Otro  verso  incompleto. 


36 


JULIÁN    ROMERO 


¿queréis  que  os  mate  a  las  dos? 

Juana. 

Mátame  primero  a  mí 

que  a  mi  madre. 

Duque. 

Eso   pretendo. 

Juana. 

¡  Padre  mío ! 

Duque. 

i  Ya  me  enciendo  ! 

Todos.     , 

¡  Viva  Juana ! 

Duque. 

Sal  allí. 

Segundo. 

Viva  vuestra  majestad 

los  años  que  ha  menester 

tu    reino.- 

Juana. 

¿Esto  se  ha  de  hacer 

en  mi  presencia? 

Duque. 

¡  Callad ! 

{Salen  Ingleses.) 

Turbada  está. 

1.  No  pensó  (i) 
verse  como  aquí  se  ve. 

Juana.  Levantaos  todos  en  pie. 

2.  ¡  Oh,  gracias  a  Dios  que  habló ! 
Juana.  No  sé  si  hablé  bien  o  mal, 

que  se  alborota  la  gente. 
DuQ'UE.        Vuestra    majestad    se    asiente 

en  este  trono  real. 

Todo  el  reino  que  está  aquí 

esta  corona  le  ofrece. 
Juana.  Cosa  de  sueño  parece 

esto  que  pasa  por  mí. 
Duque.  D-espíerta  está. 

Juana.  ¿  Juana  reina  ? ; 

decildo  así. 
Todos.  ¡  Reine  Juana 

mi'l  años  ! 
Madre.  Decid  :   \  Viva  Juana  ! 

(Tocan  las  cajas.) 

Juana.         Pa  réceme  que  soy  reina. 

{Sale   el   Conde.) 

Conde.  Déme  vuestra  majestad 

las  manos. 
Juana.  Conde,   cubrios : 

todos   son   criados   míos. 

¿Hay  tal  ventura?  Llegad, 
Marquesa,  vos. 
SoLD.  Quien  abona  (2) 

ya  me  voy  hallando  bien 

con  el  cetro  y  la  corona. 


Conde.  La  mano  le  dio  a  besar 

a  su  padre. 
SoLD.  Claro  está, 

y  a  su  madre  la  dará. 
Juana.         Suave  cosa  es  reinar. 

La  reina  soy,  ya  lo  creo; 

no  debo  destar  soñando, 

yo  he  de  morir  sustentando 

la  corona  que  poseo. 
Conde.  Ya  veis,  Duque,  que  he  cumplido 

cuanto  os  prometí. 
Duque.  Útil  es; 

y  yo  cumpliré  después 

todo  cuanto  he  prometida. 
Juana.  Don  Leyó,  llegaos  aquí. 

Pues  ya  la  corona  es  mía, 

haced  que  doña  María 

■parezca  luego  ante  mí ; 
o  la  traed  desengañada 

a  la  corte:  haz  que  se  prenda, 

no  aguardes  que  se  defienda. 
Conde.        Vuestra  prevención  me  agrada. 
Juana.  La  prisión  hará  mi  padre. 

Conde.        Ninguno  la  hará  mejor. 
Juana.         Don  Leyó,  ¿  con  qué  favor 

podré  hoy  honrar  a  mi  madre  ? 
Conde.  El    mayor    favor,    señora, 

que  la   Reina   suele  hacer, 

siéndolo  vos,  ha  de  ser 

que  os  lleve  la  falda  agora. 
Juana.  ¿Vióse  agravio  semejante? 

¿  Honra  es  ésa  ? 
Conde.  Sí  será. 

Juana.         Pues  vamos :  mi  padre  irá 

con  el  estoque  delante. 

{Vanse.) 
{Salen   María  y  Tomás-) 

Tomás.  Un  católico  me  envía 

de  la  Corte  este  papel, 
que    dice,    señora    en    él : 
¿A  mi  reina  María."  (i) 

María.  ¿  Reina  me  llama  ?  ¿  Si  es  muerto  ■ 

el  Rey  mi  hermano  ? — Tomás, 
mira  lo  que  dice  más. 

To]vi;Ás.         "En  peligro  será  (2) 

si    entras    en   Londres..." 

María.  ¿Qué  es  esto? 


(i)     En  el  texto  :  "por  eso",  por  errata,. 
(2)     Falta  un  verso  a  esta  redondilla,  que  justifica- 
ría estas  palabras   de  un   soldado. 


(i)  Para  que  el  verso  conste  habrá  que  pronun- 
ciar  "reina",    como   en   la   Edad    Media. 

(2)  Verso  incompleto  e  incongruente.  Quizá  deba 
leerse   "T-u  peligro   será   cierto". 


ACTO   PRIMERO 


37 


Tomás. 


]\ÍARÍA. 

Tomás. 
María. 


Tomás. 
Z\Iarí\. 

Tomás. 

M.\RÍA. 


To:siÁs. 


María. 

Uxo. 

María. 

Uxo. 


María. 
Uxo. 

María. 


¿  Qué  peligro  puede  ser 

el  que  yo  puedo  tener 

en  Londres?  Miedo  me  ha  puesto. 

Por  otra  también  me  ofrece 
mi  primo  el  Emperador 
desde  Flandes  su  favor. 
Si  el  casarte  favorece, 

prosigue,  no  tengas  pena, 
que  con  su  fortuna  vas. 
Con  la  mía  di,  Tomás, 
que  jamás  la  tuve  buena. 

Cierta  es  la  muerte  del  Rey. 
Y  la  mía  lo  será, 
amigo,  si  llego  allá, 
que  esto  pretende  don  Leyó,  (i) 

Días  ha  que  se  murmura 
tu  muerte. 

Y  aun  la  ocasión. 
Saltos  me  da  el  corazón : 
amigo,  no  estoy  segura. 

Si  temes  que  el  Rey  es  muerto, 
nómbrate   Reina,   señora, 
pues  es  ocasión  agora. 
Si  supiera  el  caso  cierto, 

ánimo  tengo  y  valor 
para  emprender  esa  hazaña, 
que  tengo  sangre  de  España 
y  en  ella  al  Emperador. 

No  es  caso  de  admiración 
que  esto  se  pueda  encubrir. 
Como  esto  sabe  fingir 
la  herejía  y  la   ambición. 

Bien  haces  de  asegurarte 
en  este  castillo  agora. 
No  estoy  mal  aquí. 

{Sale  Uxo.) 

Señora. 
¿ Qué  dices? 

Vengo  avisarte 
que  el  de  Suecia  ha  llegado : 
dice  que  te  quiere  hablar, 
y  no  le  he  dejado  entrar 
porque  viene  acompañado. 
¿  Qué  gente  trae  ? 

Muchos  son : 
trecientos  hombres  y  más. 
Déjame  sola,  Tomás, 

{Vanse.) 
que  qtiiero  hacer  oración. 


(i)     Para    que    "Leyó"'    sea    consonante    de    "Rey" 
habrá  que  pronunciarlo   sin  la  o.  "(Dudley.) 


Hasta  agora.  Señor,  os  he  pedido 
la  corona  que  tantos  han  ganado, 
que  por  ser  de  martirio  hubiera  dado 
más  crédito  a  la  fe  que  os  he  tenido,  (i) 
sino  la  deste  reino  desdichado. 
Primero  he  de  daros  restaurado 
lo  que  habéis  vos  dexado  por  perdido. 

Vuestra  causa  defiendo;  hablemos  claro: 
nos  costó  menos  sangre  Ingalaterra 
que  los  demás  por  la  eomún  desgracia. 

Aquí  de  Dios,   Señor,  bien  me  declaro: 
daldes  la  mano  vos,  quel  hombre  yerra 
y  sólo  puede   Dios   ponerle  en   gracia. — 

¡  Hola ! 
Tomás.  Señora. 

María.     .  Dexad 

entrar  al  Duque. 
Tomás.  Tropel 

de  gente  viene  con  él. 
María.         Conmigo  está  la  verdad, 

que  es  más  poderosa  y  fuerte. 
Tomás.         ¿A  tu  enemigo  mortal 

aguardas  sola  ? 
Marí.v.  Estoy  tal, 

que  no  me  espanta  la  muerte. — 

{Sale  el  Duque  y  gente.) 

Duque,  seáis  bien  venido. 
Llegad  acá.  ¿Cómo  estáis? 
¿Venís  bueno?  ¿Adonde  vais, 
que  vais  tan  apercibido? 

Duque.  A  prenderos. 

María.  ¿Quién  lo  manda? 

Duque.         Quien  puede. 

María.  ¡  Cierto  es  mi  daño  ! 

El  Rey  será. 

Tomás.  Aquí  hay  engaño. 

Muestra  la  cédula. 

María.  Anda. 

¿Habíase  de  atrever 
el  Duque  a  prenderme  a  mí 
sin  orden  del  Rey? 

Duque.  x\quí 

traigo  orden. 

María.  Quiérolo  A^er. 

Tomás.  '^Juana,  por  la  gracia  de  Dios  Rei- 

na de  Inglaterra,  Francia  y  Hun- 
gría, su  prima  cabeza  de  la  Iglesia. 
Mandamos  a  vos  Enrique,  Duqiíe  de 


(i)     Falta  un  verso,   después   de   éste,   para  el   so- 
neto y  para  el  sentido. 


38 


JULIÁN    ROMERO 


Sufolsia,  nuestro  Canciller  mayor, 
que  prendáis  la  persona  de  Mada- 
ma María  y  la  traigáis  presa,  y  a 
buen  recaudo,  a  mía  de  las  torres 
de  Londres,  y  que  no  excedáis,  so 
pena  de  nuestra  desgracia,  del  or- 
den que  os  habernos  dado  por  escri- 
to y  de  palabra. 

'•La  Reina." 

María.  ¿Qué  Juana  es  ésta?  ¿No  reina 

mi  hermano? 

Duque.  Madama,  no; 

murió  dias   ha. 

María.  •  Si  él  murió,  (i) 

¡  traidores  !,  yo  soy  la  Reina , 

y  os  mando,  ¡  ea  !,  que  prendáis 
al  Duque.  ¿Qué  hacéis? 

Tomás.  ¿Qué   es    esto? 

María.        Con  vosotros  hablo.  ¡  Presto, 
presto ! 

Tomás.  Duque,  ¿qué   aguardáis? 

Uno.  Suspenso  está. 

María.  Alzaklo  más 

aquel  pendón  de  la  fe 
en  mi  nombre. 

Tomás.  Así  lo  haré. 

María.       Decid  que   reina  de  hoy  más 
la  fe  de  Cristo,  y  María, 
Reina  de  la  Gran  Bretaña. 

ToaiÁs.        Esta  es  la  mayor  hazaña 
que  emprendió  (2)  mujer. 

María.  Es  mía. 

Tomás.  ¡  Reina    María  ! 

María.  Decid, 

que  vive  la  fe  de  Cristo. 

Uno.  ¡  Tanto  valor  no  se  ha  visto  ! — 

¡  Bárbaros,  traidores,  oíd,  oíd  !  (3) 

Tomás.  ¡  Viva  la  Iglesia  romana 

y  nuestra  reina  María ! 

María.        Traidores,  desde   este  día 
reina  María,  y  no  Juana. 

Decid  que  viva  vosotros; 
que  os  mataré,  ¡  vive  Dios  ! 

Todos.         Que  viváis  mil  siglos  vos 
decimos  también  nosotros. 


(i)     En  el  texto:   "Si  el  Rey  murió",  que  alarga, 
sin    necesidad,    el   verso. 

(2)  En  el  texto:  "ha  emprendido",  que  hace  el  ver- 
so largo. 

(3)  Para  que  haya  verso,  sobra   el   "bárbaros"    o 
el  "traidores". 


María.  Y  el  Pontífice  romano 

decid  que  viva  también. 
Todos.         ¡  Viva  el  Pontífice,  amén  ! 
María.         Besadme  agora  la  mano. 
SoLD.  ¡Duque,  ah.  Duque!,  ¿que  se  ha 

vuestro  ánimo  y  corazón,         [hecho 

cuando  ésta  es  la  ocasión?  (i) 
Duque.        ¡  Háseme  helado   el  pecho  ! 
María.  Al  Duque  quiero  prender. 

pues  hoy  vence  quien  se  atreve. 
Tomás.         Sed  preso.   Duque. 
Duque.  ¿Yo,   aleve? 

¿El  Duque  preso  ha  de  ser? 
María.  Sed  preso,  que  yo  lo  mando. — 

Llegad  vosotros  allí. 
Tomás.         Preso  está. 
JMaría.  LJevalde  así, 

que  habemos  de  entrar  triunfando 
por  Londres.  Hoy  el  pendón 

de  la  Iglesia  militante 

llevad  vos,  Tomás,  delante; 

las  armas  del  Papa  son, 
que  yo  he  mandado  traer 

siempre  delante  de  mí : 

por  esta  señal  vencí, 

agora  lo  echáis  de  ver. 
To]\L\s.  No  es  aún  tiempo  de  traellas; 

mira... 
Miaría.  Nadie  me  aconseje. 

¿Bueno  es  que  las  armas  deje 

quien  ha  de  verse  (2)  con  ellas? 
Tomás.  Muy  pocos  vamos  aqui 

para  la  gente  que  está 

por  Juana. 
María.  La  que  está  allá 

se  ha  de  venir  luego  a  mí. 
Con  una  cadena  fuerte 

venga  el  Duque  bien  asido. 
ToiVLÁs.        Suerte  que  le  ha  sucedido : 

luego  se  asombró  de  verte. 
Milagro  fué. 
María.  Bien  podría 

su  milagro  primero,  (3) 

quie  soy  católica  yo 

y  tengo  fe  de  María. 

(Van  se.) 


(i)     En  el  texto  dice:   "cuando  está  el   Sol  en   la 
oración",  que  es  vm  disparate. 

(2)  En  el  1¡exto  :  "verla",  que  parece  errata  evidente. 

(3)  Para  que  hubiese  verso  habría  que  pronunciar 
"primero".  Probablemente  está  mal  esta  palabra. 


ACTO   PRIMERO 


39 


(Sale  Juana  y  don  Leyó   Conde.) 
CoXDE. 
Yo  sé  mejor  que  vos  si  me  conviene; 
quiero  que  llegue  hasta  mis  pies  María 
y  me  bese  la  mano.  Presa  viene. 
¿Qué  daño  puede  hacerme?  ¿ Xo  podría 
alborotarse  Londres  ? 

Juana. 
Orden  tiene 
mi  padre;  él  la  dará,  que  siendo  mia 
todos  acudirán  a  mi  obediencia. 
Quiero  ver  a  María  en  mi  presencia. 

Béseme  ella  la  mano,  que  es  grandeza 
de  mi  corona  real,  que  si  os  parece 
que  me  importa  quitarle  la  cabeza 
por  el  peligro  que  a  la  mía  ofrece, 
tu  justa  pretensión  y  la  grandeza 
del  César,  que  sus  cosas  favorece, 
'espués  habrá  ocasión;  que  de  primero  (i) 
-sta  Vitoria  que  me  falta  espero. 

{Sale  un  Soldado.) 

Soldado. 
Toma  las  amias. 

Conde. 

¿  Qué  hay  ?  ¿  Qué  es  eso  ? 

Soldado. 
María  viene;  (2) 
jn  Cantabria  está.  (3) 

Juana. 

¿Has  perdido"  el  seso? 
Soldado. 
Por  Londres  se  ha  de  entrar  sin  resistencia, 
que  al   Duque   de   Sufolcia  tiene  preso 
y  los  pueblos  se  dan  a  su  obediencia. 
Reina  se  hace  llamar  por  donde  pasa 
y  todos  la  obedecen ;   esto  pasa. 

JU.\XA. 

¿Mi  padre  preso?  ¡  Ay,  Dios! 

Conde. 

Xo  tengas  pena. 


que 


(i)     En   el   texto:    "ocasión   de  que  primero 
«sta",  etc.,  que  no  forma  sentido. 

(2)  Verso  muy  incompleto,  que  podría  acabarse 
■"con   grande   diligencia". 

(3)  Como  se  ve,  todos  los  nombres  inglses  están 
desfigurados.  "Cantabria."  será  Cantórbery,  "Sufol- 
cia",  que  cita  dos  versos  después.  Suffolk,  etc. 


;  Qué  importa  que  lo  esté  ?  Yo  saldré  agora 
y  libraré  a  tu  padre. 

Juana. 

Ruido   suena. 
¿Si  llega  ya  María  vencedora? 

(Tocan.) 

Conde. 
^lejor  dirás  rendida  y  en  cadena, 
que  apenas  me  verá  Londres,  señora, 
cubierto  de  armas,  cuando  al  mismo  punto 
estén  con  ellas  y  conmigo  junto. 
Sosiega. 

Juana. 

No    podré.    ¿  Querrá    María 
recebirme  en  su  gracia  ?  ¡  Ah,  reina  triste ! 
Duró  tu  bien,  como  el  sueño,  un  día ! 
Toma  allá  la  corona  que  me  diste, 
que  la  figura  que  en  la  farsa  hacía 
,  ^olvió  a  la  natural,  dejó  la  extraña, 
luego  que  se  deshizo  la  maraña. 

Conde. 
Vuelve  a  ceñir  tu  frente  vitoriosa; 
en  posesión  estás,  goza  segura 
este  reino  y  la  corona  poderosa; 
quel  peligro  es  crisol  donde  se  apura 
el  valor  de  la  sangre  generosa, 
y  hasta  agora  María  se  aventura: 
ella  tiene  el   peligro,   y  tú,   señora, 
tendrás  el  triunfo  si  yo  salgo  agora. 

Juana. 
Tu  fe  me  asegura,  yo  ánimo  tengo ; 
muestra  tú  el  que  me  das;  prende  a  ]\Iaría, 
que  escurecerá  viendo,  si  no  vengo, 
la  prisión  de  mi  padre. 

Conde. 

Reina,  fía 
que  volveré  con  ella  si  yo  vengo. 
(Vase.) 
Juana. 

Y  dime  tú  la  gente  que  tenía 
cuando  llegó  mi  padre. 

Soldado. 

Poca    gente. 
Juana. 
¿  Cómo  pudo  prenderle  ? 
Soldado. 

Fácilniente. 


40 


JULIÁN    ROMERO 


Llegó  a  prenderla,  y  ella,  humilde  y  blanda, 
leyó  su  mandamiento ;  alborotóse  : 
rompiólo  y  dixo  a  voces:  "¿Quién  me  manda 
prender  a  mí,   que  soy  la  Reina?"  Helóse 
el  Duque,  que  si  entonces  se  desmanda 
ella   fuera  la  presa;  pero   el  cielo 
nos  cubrió  a  todos  (i)  de  un  sudor  de  yelo 

al  sacar  un  pendón  que  ella  tenía 
con  las  armas  del  Papa  en  su  aposento. 
Alzó  el  pueblo  la  voz  "¡  Reina  Maria !", 
y  todos  juntos  con  igual  contento, 
llevando  al  Duque  preso,  en  compañía 
de  la  Reina  salieron  a  buscarte, 
que  no  hubo  un  hombre  sólo  de  tu  parte. 

Con  seiscientos  no  más  salióse  (2)  en  campo ; 
mas  tantos  a  su  voz  han  acudido, 
que  la  gente  que  agora  la  acompaña 
pasa  de  treinta  mil. 

Juana. 

¡  Quién  me   ha  metido 
en  esta  confusión !  Este  me  engaña. 
El  traidor  de  don  Leyó  me  ha  vendido ; 
siempre  cobarde  fué  en  sus  contratos.  (3) 

{Sale  DON  Leyó   Conde,  y  gente.) 

Conde. 
Ingleses  caballeros,  no  es  aquélla, 
adonde  veis  la  reina  que  busoastes; 
conjurados  saHstes  contra  ella, 
mas  contra  mi  sin  duda  os  conjurastes: 
allá  me  prometistes  de  prendella 
o  morir  por  la  reina  que  dexastes, 
y  aquí  apenas  los  frenos  descubristes 
cuando  vuestros  pendones  le  abatistes. 
Todos  serán... 

Pablo. 
Señor,  pues  con  nosotros 
nada  puedes  hacer,  danos  licencia 
de  pasarnos  allá. 

Conde. 
¿También  vosotros 
queréis  desampararme?  ¡  Ah,  Providencia! 
El  cíelo  me  aparta  unos  y  otros, 
poco  a  poco  se  van  de  mi  presencia. 
¡  Viva  quien  vence,  y  venza,  en  fin,  María ! 


íji)     En    el    texto:    "nos    cubriera    sólo    dos",    que, 
como   se   ve,   es  error  de  prensa. 

(2)  En  el  texto:  "salir",  que  no  forma  sentido. 

(3)  Falta   el  penúltimo   verso  a  esta   octava. 


(Sale  la  reina  María  y  gente.) 

Dame  las  manos. 

María. 

La  Vitoria  es  mía. 
Vencí  con  la  oración,  pues  he  vencido 
sin  llegar  a  las  manos. — ¿Quién  es  ése? 

Conde. 
¿Quién  es  quien  (i)   lo  pregunta? 
María. 

¿A  qué  has  venido 
a  mis  pies? 

Conde. 
Por   clemencia ;    no   te   pese. 

María. 
El  mayor  bien  del  mundo  me  has  pedido. 

Conde. 
Dexa,  señora,  que  los  pies  te  bese. 

María. 
Como  no  seas  don  Leyó,  te  perdono. 

Conde. 
Mátame,  pues  que  lo  soy:  don  Leyó  (2). 
Soy  el  Cbnde. 

María. 
Prendelde. 

(Sale   Tomás.) 

Tojl.xs. 

Ya  está  preso. 

María. 

¿  No  ves  la  paz  de  la  clemencia  mía  ? 
j  Degollad  al  traidor  ! 

Conde. 

Yo  lo  confieso  (3). 

María. 

A  los  de  paz  perdono  hoy,  que  es  día 
de  perdonar  injurias. 

JU.A.NA. 

Según  eso, 
bien   puedo  yo   llegar,   reina   María. 


(i)     En  el  original  :  "el  que  lo",  que  alarga  el  verso. 

(2)  Este  pasaje  está  alterado:  "Luego"  no  es  con- 
sonante de  "perdono". 

(3)  Si   estaba  preso   ¿  cómo   vuelve  a  hablar  aquí  ? 
Todo   este  trozo  está  interpolado   )•  alterado. 


ACTO    SEGUNDO 


41 


María. 
¿Qué  nombre?  (i) 

Juana. 
No  osaré. 
María. 

¿  Por  qué,  si  daña  ?  (2) 

JUAXA. 

Por  no  decir  "yo  soy  la  reina  Juana''. 

La  falsa  reina  soy,  que  por  consejo 
de  don  Leyó  pretendí  desposeerte;  (3) 
forzada  reccbí  el  cetro  que  hoy  dexo 
y  aJegre  espero  que  me  des  la  muerte. 
La  culpa  tuvo  él.  De  nadie  me  quejo,  (4) 
que  yo  jamás  tratara  de  ofenderte: 
yo  no  lo  quise,  ellos  me  buscaron, 
y  en  el  mayor  peligro  me  dexaron. 

Los  mismos  que  me  hicieron  me  han  deshe- 
justicia  pido  al  cielo  deste  engaño;  [cho, 

ellos  justificaron  mi  derecho, 
y  si  no  supe  asegurar  mi  daño, 
la  traición  pago  yo  que  ellos  han  hecho. 

¿Quién  vio  jamás  tan  nuevo  desengaño? 

JuAXA. 

Tu  sangre  soy. 

AL\RÍA. 

La  mala. 

JUAXA. 

¡  Ah,  Reina, 
por  eso  vengo  a  que  me  sangres  della ! 

María. 
Tú  sola  más  que  todos  me  ofendiste, 
que  siendo  sangre  mía  me  negaste;  (5) 
mil  blasfemias  me  dicen  que  dijiste 
de  Dios  y  a  su  A'icario  amenazaste. 


(i)     En  el  texto  original:  "hombres",  por  errata. 

(2)     "Daña"   no  es  consonante   de  "Juana". 

(2)  También  aqui  habrá  que  pronunciar  "don  Ley"' 
para  que  conste  el  verso.  Lope  quizás  escribiría 
"Donley". 

(4)  En  el  original  decía:  "La,  culpa,  la  culpa  tuvo 
él,  de  nadie  me  quejo" :   catorce  sílabas. 

(5;     Estos  dos  versos  están  así  en  «1  original: 
"Tú  sola  siento  más  que  todos  me  ofendiste 
que  sangre  mía  me  negaste." 

Se  ve  claro  que  el  "siento"  del  primer  verso  debe 
pertenecer  al  segundo,  variada  la  terminación.  Es  in- 
creíble el  desconcierto  que  hay  en  estas  impresiones 
antiguas   de   comedias. 


A  mí  darme  la  muerte  pretendiste 
y  a  mi  hermana  Isabel  aprisionaste ; 
diez  mil  quejas  y  más  de  ti  me  han  dado 
en  diez  días  primeros  que  has  reinado. 

Dícenme  todos  que  segvín  gastabas 
con  mano  liberal  \-  a  todas  vías  (i) 
y  la  pompa  real  que  sustentabas, 
no  dejaras  qué  dar  en  cuatro  días; 
que  como  no  sabías  lo  que  dabas, 
dabas  lo  que  sin  pensar  que  lo  tenías; 
que  recebiste  la  real  guirnalda 
y  te  llevó  tu  madre  de  la  falda. 

¡  Qué  terrible  portento,  qué  rudeza 
de  un  pueblo  ciego !  ¡  Qué  ambición  tirana 
de  una  mujer  cual  naturaleza! 
Con  todo,  quiero  perdonarte,  Juana, 
y  a  don  Leyó,  que  fué  autor  y  cabeza 
desta  maldad,  cortádsela  mañana. 
No  aguardéis  más  con  él,  y  al  Duque  preso 
las  manos  le  soltad. 

JüAXA. 

Las  tuyas  beso. 
Entra   en   Londres,   señora. 

]\Iaria. 

El   palio    sea 
para  que   entre  debajo  del  triunfando 
el   Santo   Sacramento. 

JUAXA. 

Bien  se  emplea. 
]\L\ría. 
Yo  iré  con  una  vela  acompañando; 
llévame  tú  la  falda,  porque  vea 
tu  madre  que  la  vas  representando 
en  la  farsa  del  mimdo  que  hoy  contemplo, 
de  quien  tú  has  sido  natural  ejemplo. 

FIX     DEL     -ACTO     PRIMERO 


ACTO   SEGUNDO 

(Salen  don  García  de  Toledo,    y    don  Fernando,  y 

DON    Juan,    y    Julián    Romero,    y    Soldados,    y    uit 

Sargento.) 

D.  Fer.  Sin  gente  está  el  baluarte. 

D.  García.  Yo  no  lo  puedo  hacer ; 

llegad  a  reconocer 

el  muro  por  esa  parte. 


(i)     En  el  texto:  "dabas",  que  no  rima  con  "días' 
y  "tenías",  como  era  necesario. 


42 


JULIÁN    ROMERO 


D.  Fer. 


D.  Juan. 

D.  Fer. 
D.  García 
D.  Fer. 
D.  García 
D.  Fer. 

D.  García 


Julián. 


Que  si  Dragut  se  ha  escapado, 
como  vos  imagináis, 
con  la  gente  que  lleváis 
vais  muy  bien-  acompañado. 

Y  si  fuere  ardid  de  guerra 
sabremos  ya  que  lo  es, 
y  se  batirá  después 
por  la  mar  y  por  la  tierra. 

Hoy,  fuerte  Acuña,  es  el  día 
que  os  habéis  de  eternizar, 
y  el  buen  día  habéis  de  dar 
a  la  casa  de  Buendía. 

El  que  vos  me  dais,  señor, 
para  mí  bueno  ha  de  ser, 
pues  muerto  me  han  de  volver 
si    no   vuelvo   vencedor. — 

Ea,  soldados,  muramos 
como  españoiles;  gocemos 
el  puesto. 

No   moriremos 
sino  como  alarbes ;  vamos. 

¿Vos  tan  presto  acobardado? 
¿Quién  es? 

Mi  cabo  de  escuadra. 
Ouitalde  luego  la  escuadra. 
Es  valeroso  soldado . 

valor  es  osar  morir. 
Eso  no  ilo  puede  ser: 
bien  puede  el  hombre  temer, 
pero  no  lo  ha  de  decir. 

Osar  morir   es  valor, 
mas  no  morir  por  osar, 
que  el  hombre  se  ha  de  guardar 
para  otra  ocasión  mejor. 

Bueno  es  que  sea  valentía 
arriesgar   una   batalla, 
y  al  otro  por  excusalla 
se  le  tenga  a  cobardía. 

Yo  tengo  por  más  valiente 
el   que  mejor   se  defiende, 
que  osar  morir  no  se  entiende 
morir  -temerariamente, 

sino  cuando  mucre  el  hombre 
por  su  Dios  y  por  su  rey, 
más  obligado  a  la  ley 
de  la  razón  que  al  renombre. 

Señor,  cuando  sea  verdad 
que  Dragut  se  haya  escapado, 
¿por  ventura  se  ha  llevado 
la  gente  de  la  ciudad? 

¿No  están  dentro?  ¿Quién  ignora 
que  nos  han   de   resistir? 


D.  Juan. 
Julián. 
D.  Juan. 
Julián. 

D.  García. 
Julián. 

D.  García, 

Jlt-ián. 
D.  García, 
D.  Juan. 
Julián. 


D.  Juan. 

Julián. 

D.  Fer. 

Julián. 
b.  Fer. 
Sargento. 

Julián. 


¿Pues  adonde  habernos  de 'ir 
ducientos  hombres  agora, 

si  a  sólo  reconocer, 
muchos  somos,  y  si  vamos 
a  pelea,  no  llevamos 
la  gente  que  es  menester? 

Eso  me  parece  a  mí, 
y  me  parece,  señor, 
que  osaré  morir  mejor 
que   algunos   que  van   aquí. 

¿Quién   va   aquí   que   valga   me- 
El  que  menos  que  yo  hiciere,    [nos? 
¡  Bien  poco  valdrá  el  que  fuere ! 
Valdrá  por  dos  hombres  buenos, 

que  ésos  valgo  yo  muy  bien. 
¿Por  dos  hombres  Abaléis   vos? 
Sí,  que  hoy  pienso  hacer  por  dos, 
y  por  ducientos   también. 

Pues  id  a  reconocer 
las    fuerzas   del   enemigo. 
Sí  haré;  uno  irá  conmigo. 
Mirad   vos    quién   ha   de    ser. 

Ruego  al  cielo  que  me  nombre. 
De  los  que  Jiay  agora  aquí, 
don  Juan  me  parece  a  mí 
que  es  de  mi  tierra  y  muy  hombre. 

¿  Dónde  habemos  de  ir  los  dos  ? 
A  reconocer  el  muro ; 
mirad   si   honraros    procuro. 
No  vaya  don  Juan  con  vos, 

si  hartos  hay  aquí. 

¿  Pues  quién  ? 
Mi  Sargento. 

Ya  yo  os  sigo ; 
vamO'S. 

Vaya  Dios  conmigo 
y  Santiago  también. 

(Vanse   los  dos.) 


D.  García.      ¿  Qué  hombre  es  éste  ? 

D.  Fer.  A  Italia  vino 

por  mochillero,   señor; 

es  hombre  de  gran  valor, 

su  padre  era  vizcaíno 
hijodalgo. 
D.  Juan.  Maestro  fué 

mayor  de  las  obras. 
D.  García.  ¿  Dónde  ? 

D  Juan.     En  Cuenca. 
D.  Fer.  Bien  corresponde 

con  las  suyas,  yo  lo  sé. 
Vínose  en  mi  compañía 


ACTO   SEGUNDO 


43 


sirviendo,  como  refiero, 
hasta  el  mismo  embarcadero, 
donde  supe  que  venía. 

Hícele  alistar,  dio  muestra, 
embarcámonos,  pasó 
por  soldado.  Sucedió 
que  estando  la  armada  nuestra 

aprestándose,  tuvimos 
aviso  de  que  Oclialí 
andaba  cerca  de  allí, 
y  a  darle  caza  salimos. 

Dimos  con  él,  y  amainando 
peleamos;  resistióse, 
y,  finalmente,  escapóse, 
aunque  no  se  fué  alabando. 

Diez  fustas  perdió  aquel  día : 
aquí  fué  donde  primero 
dio  muestra  Julián  Romero 
de  su  mucha  valentía ; 

porque  habiéndose  arrojado 
dJentro  de  una  galeota, 
herido  de  una  pelota 
y  de  mil  flechas  pasado, 

llevando  una  espada  sola 
y  una  daga,  acometió 
al  arráez  y  lo  mató, 
y,  finalmente,  rindióla. 

No  pude  darle  mi  escuadra 
por  la  hazaña  de  aquel  día; 
pero  después,  en  Pavía, 
le  hice  cabo  de  escuadra. 

(Disparen  dentro  arcabuces.) 

D.  García      ¿  Qué   es   aquello  ? 

D.  Fer.  Han   disparado 

de  dentro  de  la  ciudad 

mil  arcabuces. 
D.  García.  Mirad 

si  se  habían  emboscado. 

i  Buen  lance  echárades  hoy  ! 
D.  Fer.       Con  ese  riesgo  vinimos : 

todos  venturosos  fuimos. 
D.  García.  Yo  más  que  todos  lo  soy, 
que  no  os  quisiera  perder 

por  seis  Áfricas  a  vos. — 

¿Vuelve  alguno  de  los  dos? 
D.  Juan.     El  que  se  dejó  caer 

del  muro,  se  ha  levantado. 
D.  García.  Según  eso,  ¿vivo  está? 
D.  Juan.     Y  viene  derecho  acá. 
D.  García.  Hoy  de  buena  se  ha  escapado. 


{Sale  JuLiÁx  Romero.) 

D.  Fer.  ¡  Y  cómo  que  ha  sido  buena  ! 

Julián  es. 

D.  García.  Seáis  bien  venido. 

En  verdad  que  hoy  habéis  sido, 
Julián,  de  buena  estrena. 

Julián.  No  ha  sido  mala  hasta  agora, 

pues  ninguna  herida  siento. 
Allá  me  dejo  al  Sargento. 

D.  Fer.       Con  vos  todo  se  mejora. 

Viniendo  vos,  mis  soldados 
muy  buen  sargento  tendrán. 

D.  García.  ¿Qué  visteis? 

Julián.  Señor,  que  están 

bravamente  atrincherados. 

Tienen  hecho  im  contramuro 
donde  está  la  Artillería, 
y   toda   la   Infantería 
cubierta  de  acero  duro. 
Y  así  no  parece  gente 
por  el  muro,  que  se  vea, 
hasta   que   el   asalto   sea 
y  ellos  salgan  de  repente. 

Que  llegando  descuidada, 
nuestra  gente  pereciera 
en  la  muralla  primera 
de  la   primer   rociada. 
Este  fué  su  intento. 

D.  García.  El   nuestro 

muy  diferente  ha  de  ser : 
un  ardid  se  ha  de  vencer 
con  otro  ardid  de  maestro. 

\^os.  Acuña  y  Valenzuela 
y  Avendaño,  subiréis 
con  la  gente  que  tenéis 
por    aquella    montañuela ; 

que  dende  allí  fácilmente, 
no  habiendo  quien  os  resista, 
os  ponéis  a  escala  vista 
en  la  muralla  de  frente. 
Yo  entre  tanto  fingiré 
por  esta  parte  el  asalto, 
y  hasta  que  estéis  en  lo  alto 
alarma  les  tocaré. 

D.  Fer.  Es  milagroso  el  engaño 

■     y  fácil  de  conseguir. 

D.  García.  Pienso  que  se  ha  de  rendir 
África  con  poco  daño. 

D.  Fer.  Sargento,   poned   en  orden 

la  gente. 

Julián.  Eso  quiero  hacer. 


44 


JULIÁN    ROMERO 


D.  Fer.       Silencio,  que  es  menester 
no  suceda  algún  desorden. 

D.  García.      Ea,  amigos,  diligencia, 

que  quiero  yo  hacer  la  mía. 

D.  Fer.       Empiece  vueseñoría. 

Aquí  viene  Su  Excelencia. 

D.  García.      No  importa,  esto  se  ha  de  hacer. 

(Sale  DON  Pedro  de  Toledo  de  gota  arrimado  a  un 
Soldado.) 

D.  Pedro.  ¿Qué  se  ha  de  hacer? 

D.  G.ARCÍA.  Cierto  engaño. 

D.  Pedro.  Mirad  no  sea  en  nuestro  daño. 

D.  García.  Señor,  dejadme  hoy  vencer. 

D.  Pedro.       Venced,  que  eso  deseo. 

D.  García.  Vuesclencia  se  retire 

a  su  galera  y  nos  mire. 
D.  Pedro.  Dende  aquí  también  os  veo. 
D.  García.      ¡  Arma  !  ¡  Arma  ! 
D.  Pedro.  Don  García 

dice  que  quiere  hoy  vencer; 

desde  aquí  'lo  quiero  ver. 


Soldado. 
D.  Pedro. 
Soldado. 


D.  Pedro. 
Soldado. 


(J'asc.) 

Ya  empieza  la  batería. 

Dios  nos  dé  buena  vitoria. 
Vitoria  dicen  ya  allí. 

(Digan   vitoria   adentro.) 

¿  Son  los  nuestros  ? 

Señor,  sí. 


D.  Pedro.  A  Dios  se  dará  la  gloria. 

(JuLi.^N    Romero    en   lo    alto   con    el    estandarte.) 

Julián.  ¡  Viva  nuestro  Emperador  ! 

¡  Viva  España ! 

Soldado.  El  estandarte 

tiene  sobre  el  baluarte 
nuestro  campo  vencedor. 

(Entre  Julián  Romero,  y  sale  don  García.) 

D.  García.      Ya   Vucselencia  venció  : 
entre  en  África  triunfando, 
que  el  mundo  le  está  temblando. 
D.  Pedro.  Vos  vencisteis,  (i)  que  no  yo. 
Triunfad  vos,  que  el  regocijo 
tengo  yo  de  la  vitoria, 
y  básteme  a  mí  la  gloria 
de  teneros  por  mi  hijo. 
¿  Fuese  Dragut  ? 


(i)     En  el  texto:  "vos  venciste",  que  es  mala  y  no 
usada   concordancia.   También   podría   ser   "vencistes." 


D.  García.  Seis  días  ha 

que  con  un  ardid  extraño 
se  salió  de  África. 

D.  Pedro.  El  daño 

teano  que  en  Italia  hará. 

(Entre  Julián  Romero  con  la  bandera,  y  don  Juan, 
empuñados.) 

Jllián.  Pues  la  gané,  mía  es. 

Yo  no  he  de  dar  la  bandera 

menos  que  desta  manera; 

llegue   a   quitármela,   pues. 
D.  Juan.         El  Capitán  me  la  dio 

y  la  tengo  de  empuñar, 
Julián.       Primero  la  has  de  ganar, 

como  la  he  ganado  yo. 
D.  Juan.         Dámela  en  paz,  que  está  allí 

el  Virrey.  ¡  Haz  que  se  altere 

el  campo ! 
Julián.  Quien   la    quisiere 

me  la  ha  de  ganar  a  mí. 
D.  Juan.        Julián,  bueno  está;  ¿qué  es  esto? 

Mira  que  nos  conocemos; 

tratémonos  bien,  no  demos 

a  conocernos  tan  presto. 
Julián.  ¿  Pues  a  qué  pensáis  que  vengo 

sino  a  darme  a  conocer? 
D.  Juan.     ¿  Quién  sois  vos? 
Julián.  ¿  Quién  ?  Yo  he  de  ser 

mejor  que  vos. 
D.  Juan.  Ya  te  tengo 

respondido  lo  que  puedo. 
Julián.       Vos  mentís,  por  sí  o  por  no, 

y  salte  conmigo. 
D.  Juan.  ¡  Yo 

te  mataré ! 
Julián.  Hablemos  quedo. 

D.  PtDRO.       ¿  Qué   es  aquello  ? 
Julián.  Antes   no    es: 

estamos  hablando  aquí 

don  Juan  y  yo. 
D-  Juan.  Señor,  sí. 

D.  Pedro.  Hablad  bajo. 
Julián.  Vamos,    pues. 

(Sale  don  Fernando.) 

D.  Fer.  ¿Dónde   vais   ailborotados  ? 

Julián.       Voy  a  darle  la  bandera 

a  don  Juan  presto,  que  espera. 
D.  Fer.       ¿Luego  vais  desafiados? 

Ya  sé  el  caso,  y  me  parece 

que   andáis  muy   libre.    Sargento. 


ACTO    SEGUNDO 


45 


Julián. 
D.  Fer. 

D.  García, 

D.  Fer. 


D.  García 
D.  Fer. 
Julián. 


D.  Juan. 


Julián. 


I 


D.  Pedro, 


Dad  la  bandera  al  momento 
a  quien  también  la  merece. 

También  la  merezco  yo. 
Prometísela  a  don  Juan 
desde   Cuenca. 

Capitán, 
¿qué  pleito  es  ése? 

Murió 

mi  Alférez  en  la  refriega: 
tengo  la  bandera  dada 
a  don  Juan. 

Mucho  me  agrada. 
Y  el  Sargento  se  la  niega. 

Señor,  yo  hállela  en  la  muralla 
muerto   el  Alférez,  cobré 
la   bandera,   peleé, 
fui  el  primero   en  levantalla 

sobre  esas  torres,  y  fui 
sargento  en  la  compañía; 
por  eso  digo  que  es  mía 
y  por  eso  no  la  di. 

Si  del  suelo  la  cogiste 
no  digas  que  la  cobraste, 
que  allí  acaso  te  la  hallaste 
porque  más  dichoso  fuiste. 

Ganástela,  claro  está, 
y  no  por  más  atrevido, 
sino  por  haber  subido 
después  de  muchos  allá. 

Cuando  el  Alférez  cayó, 
como  después  del  subiste, 
primero  que  yo  la  viste, 
porque  iba  delante  yo. 

]\Iuy  bien  lo  puedes  decir, 
que  te  ibas  tú  retirando, 
y  yo  me  quedé  matando 
los  que  te  hacían  huir. 

Del  suelo  alcé  la  bandera; 
pero  cuando  yo  la  alcé 
treinta  moros  derribé, 
que  hace  una  muralla  entera. 

Y  si  es  así,  no  te  espante 
que  no  la  pudieras  ver, 
porque,  ¿cómo  puede  ser 
con  tantos  cuerpos  delante? 

Bueno  está.  Cuando  no  fuera 
Sargento  se  la  debía ; 
por  la  hazaña  deste  día 
no  le  quitéis  la  bandera. 

Conmigo  se  irá  don  Juan, 
que  si  voy  a  Ingalaterra 
con  el  Príncipe  y  hay  guerra. 


yo  le  haré  mi  capitán. 
Y  a  vos  os  quiero  hacer 

mi  teniente  en  esta  ausencia. 
D.  Fer.       Si  me  ha  visto  Vueselencia... 
D.  Pedro.  Este  bien  lo  podéis  ver. 

{Lee  DON   Fernando.) 

"A  don  Pedro  de  Toledo,  marqués 
de  Viüafranca,  virrey  de  Ñápeles  y 
capitán  general  en  la  conquista  de  la 
ciudad    de   África.    Conviene    a    mi 
servicio  que  dejéis  la  guerra  en  el 
estado  que  estuviere,  y  a  don  García 
de  Toledo,  vuestro  hijo,  en  las  ga- 
leras de  que  le  hago  general,  y  os 
vengáis  luego  a  Flandes,  donde  ten- 
go   necesidad    de    vuestra    persona 
para   que   vaya   en   compañía  de   la 
del  Príncipe  a  Inglaterra.  En  Bru- 
selas.— Carlos,  emperador." 
D.  Pedro.       Ya  digo  que  os  dejo  a  vos, 
don  Fernando,  en  mi  lugar: 
de  África  me  habéis  de  dar 
cuenta  a  mí,  al  César  y  a  Dios. 

Bien  sé  que  queda  segura 
dándoos  a  vos  la  tenencia. 
D.  Fer.       Déme  los  pies  Vueselencia, 

pues  hoy  quiere  honrar  su  hechura. 
Jltlián.  Ya  esta  guerra  se  ha  acabado 

y  aquí  no  la  puede  haber, 
pues  yo  ¿  qué  tengo  de  hacer 
en   África   arrinconado? 

Quiero  ir  a  Ingalaterra 
si  allá  se  va  a  pelear, 
que  yo  no  puedo  medrar 
sino  donde  hubiere  guerra. 

Yo  le  alargo  la  bandera 
a  don  Juan,  si  la  quisiere, 
y  Vueselencia,  me  diere 
licencia  que  en  su  galera 

sirviéndole  vaya. 
D.  Pedro.  Estimo 

el  celo  que  habéis  mostrado; 
vos  seréis  un  buen  soldado. 
Julián.       Con  ese  favor  me  animo. 
D.  Pedro.       Quiero  que  me   acompañéis; 

quédese  don  Juan  aquí. 
Julián.       Tomad  la  bandera,  a  mí 

basta  el  favor  que  m.e  hacéis, 
por  razón  de  estado,  digo. 

(Vaitse.) 


46 


JULIÁN    ROMERO 


iSalen   la   Reina   María,  y   gente.) 

Que  nos  está  menos  mal 
que  éste  se  case  contigo, 
que  es  de  tu  sangre  real, 
y  no  extraño  ni  enemigo. 

Y  cuando  no,  Francia  (i)  tiene 
un  Príncipe  que  te  adora; 
el  Polaco  te  previene, 
y  de  Dinamarca  agora 
otro  Embajador  nos  viene. 

Cualquiera  dellos   elige, 
y  no  al  Príncipe  de  España, 
que  si  por  razón  se  rige 
de  estado  la  Gran  Bretaña, 
del  que  hoy,  Tomás,  se  colige 

el  daño  que  aún  no  ha  empezado 
y  ya  se  teme  en  su  ausencia. 
María.       Vasallos,  yo  me  he  casado 
en  razón  de  mi  conciencia, 
y  no  por  razón  de  estado. 

Esto  hallo  que  me  conviene; 
no  hay  más  razón  para  mí 
de  estado  que  la  que  tiene 
la  misma  conciencia  en  sí : 
esta  me  alumbra  y  previene. 
La.  razón  que  puede  haber 
de  estado  es  mudar  de  estado, 
quien  no  quisiere  perder 
el  que  su  padre  le  ha  dado; 
que  el  Rey  que  lo  viene  a  ser 

preciase  más  del  blasón 
de   católico,   y   por   esto 
lo  que  es  por  esta  razón... 

{Suena    dentro    caiitpantllas    y    chirimías.) 

¿Qué  es  aquesto?  (2) 
Duque.  Por  la  calle  (3) 

pasa  el  Santo  Sacramento. 
María.        Desde  aquí  quiero  adoralle: 

(Arrodíllense  todos.) 

déjese  hoy  el  parlamento 
y  vam.os  a  acoimipañalle. 
Vamos  todos. 


Duque. 


No  hasras  tal ! 


(i)     En  el  original:   "Su  Excelencia",   que  hace  el 
verso  de  diez  sílabas  y  no  tiene  buen  sentido. 

(2)  Verso  incompleto  ;  y  además  falta  otro   a  esta 
quintilla. 

(3)  Otro  verso  incompleto,  que  pudiera  decirse  así : 
"Señora,  que  por  la  calle". 


María.        ¿Por  qué.   Duque? 
Duque.  No  es  decencia 

desta  Majestad  Real 
ni  obligación  de  conciencia, 
y  no  siéndolo  haces  mal. 

Que  el  Rey  no  lo  suele  hacer 
de  España. 
]\ÍARÍA.  Nadie  se  altere. 

Por  allá,  no  es  menester; 
mas  por  acá  al  que  me  viere 
de  ejemplo  lo  puede  ser. 
Si  yo  acertase  a  pasar 
por  vuestra  casa  algún  día, 
¿ño  me  habéis  de  acompañar 
hasta  dejarme  en  la  mía? 
Duque.         No  lo  podría  excusar,  (i) 
María.  ¿Por  qué? 

Duque.  Porque  soy  vasallo 

y  vos  sois  (2)  mi  Reina. 
María.  Bien; 

pues  yo  por  mi  cuenta  hallo 
que  Aquél  es  mi  Rey,  también 
quiero  ir  a  acom.pañallo. 
(Fase.) 
Duque.  ¿Qué  hay  que  pensar?  Ella  tiene 

sangre  de  España,  y  la  ley 
de  sus  pasado'S  mantiene. 
¡  Quién  pudiera  hacer  un  rey 
por  deshacer  al  que  viene  ! 

Filipo  nos  ha  de  dar 
bien  en  qué  entender  a  todos. 
Dios  nos  quiere  castigar 
por  mil  caminos  y  modos. 
No  lo  he  podido  estorbar, 

como  Filipo  no  vea 
a  Londres.  (3) 
BiATO.  Buen  parecer, 

porque   casado  granjea 
más  aumento  y  más  poder. 
Propúsele   el   casamiento 
del  Marqués  de  Sajonia;  dio  (4) 
luego   algún   consentimiento, 
pero  después  se  volvió 
a  su  primer  movimiento. 

{Vanse,  y  sale  el  Rey  Felipo,  y  el  Conde  de  Feria.) 
Rey.  Quisiera  entrar  esta  tarde. 


(i)  En    el    original:    "pueda",    por   errata. 

(2)  En  el  mismo :    "seréis". 

(3)  El  texto  dice:  "Como  Freiponorea  a  Londres." 

(4)  Así   en   el   texto.    Pudiera   leerse:    "del   de 
jonia  y   dio". 


J 


ACTO   SEGUNDO 


47 


Conde. 


Rey. 


Conde. 


Rey. 
Conde. 

Rey. 


Conde. 


disfrazado  como  vengo, 
en  la  corte. 

Postas  tengo; 
pero  llegaremos   tarde, 

y  aun  de  noche. 

Decís   bien ; 
de  ese  parecer  estoy, 
y  me  arriesgo  si  allá  voy 
a  mil  desgracias   también. 

Y  más  en  un  reino  extraño, 
donde  no  soy  conocido, 
aunque  la  posta  he  corrido 
sin  ningún  peligro  y  daño. 

Aunque  viene  disfrazado 
Vuestra  Alteza,  en  el  lugar 
ha  dado  que  sospechar. 
¿  Pues  qué  sospechas  he  dado  ? 

No  aparta  el  huésped  los  ojos 
de  Su  Alteza. 

Yo  lo  creo. 
Siempre  acechando  lo  veo 
y  sobresaltado. 

Antojos 

vuestros  son  de  que  se  altera 
el  lugar. 

Gente  va  entrando. 


{Tocan   ¡Plaza,   plaza!) 

Rey. 

Mas,  ¿  si  se  viene  acercando 
la  Reina? 

Conde. 

¿  Qué  mucho  fuera  ? 
Gente  de  lustre  parece. 

Rey. 

¿Cómo  no  viene  la  mía? 

Conde. 

No  tarda  hoy  por  todo  el  día. 
{¡Pla^a!) 

Rey. 

Conde,  el  alboroto  crece. 
¿  La  Reina  entra  ? 

Conde. 

Señor,  sí ; 
cogidos  nos  ha.  ¿Qué  haremos? 
Volvámonos. 

Rey. 

No  podemos, 

ya  estoy  empeñado  aquí. 

Quiérela  ver,  que  a  eso  vengo 

Niño. 

corriendo  la  posta.   Conde. 

{Sale  el  Huésped.) 

Huésped. 

Conde. 

Huésped. 

Andrés.' 

Huésped. 

Señores. 

Niño. 

Rey. 

¿De  dónde 

veré  a  la  Reina  ? 

Andrés. 

Huésped. 

Allí  tengo 

Niño. 

una  ventana,  subid. 

Huésped. 

{Vanse,  y  entra  Pablo  y  Andrés,  hijos  del  Huésped, 
y  un  Niño  jugando  con  un  trompo.) 


Andrés. 

Huésped. 


P.^BLO. 


Huésped. 

Andrés. 
Huésped. 

Andrés. 
Huésped. 

P/lBLO. 

Huésped. 


Padre,  ¿qué  tenemos? 

Quede  : 
una  presa,   con  que  puedo 
salir  de  la  feria ;  oíd. 

¿Vistes  los  dos  forasteros 
que  entraron  agora  ? 

Sí; 
y  a  uno  un  diamante  vi 
que  vale  muchos  dineros. 

Y  el  otro  me  pareció 
que  debajo  la  ropilla 
trae  un  joyel. 

¡  Qué   maravilla ! 
Cadena  es... 

Bien  dije  yo. 

Que  vale,  a  mi  parecer, 
tres  mil  escudos. 

¡  Braveza ! 
j  Joya  de  rey,  rica  pieza  ! 
¿Cómo  la  pudiste  ver? 

Por  aquel  resquicio,  cuando 
el  más  mozo  se  encerró 
a  dormir  la  siesta,  y  yo, 
que  los  estaba  acechando, 

vi  que  llegó  el  compañero 
con  mucho  respeto  a  hablalle, 
y  porfió  en  desnudallc, 
y  le  descalzó  primero. 

Pero  el  gusto  de  quedarse 
recostado  en  una  silla, 
desabrochó  la  ropilla 
al  tiempo  de  recostarse, 

y  entonces  reconocí 
aquella  prenda  que  adoro. 
¡  Ay,  dulce  cadena  de  oro, 
el  alma  me  dejo  en  ti ! 

Un  corderino  tamaño 
de  oro  macizo,   esmaltado 
de  diamantes,  trae  colgado 
del  joyel,  si  no  me  engaño. 

¡  Padre,   padre,   el   corderillo 
para  mí  lo  quiero  yo ! 
¡  Démelo  a  mí ! 

Este   me    oyó. 
Vete  de  aquí,  rapacillo. 

No  quiero,  si  no  me  da 
el  corderillo  primero. 
Sacalde  allá. 

¡  Yo  no  quiero  ! 
Dejalde,   no    salga   allá. 


48 


JULIÁN    ROMERO 


que  en  la  calle  ha  de  decir 
todo   cuanto   aquí   tratamos. 
Niño.  ¡  Pues  no  me  lo  dé,  veamos ! 

Andrés.      ¡  Que  éste  nos  hubo  de  oír ! 
Huésped.       Tras  de  vosotros   se   entró 

jugando  el   trompo. 
Pablo.  ¡  Azotalde ! 

Niño.  ¡  Padre,  pesia  tal ! 

Huésped.  Dejalde, 

no  importa,  ya  nos  oyó. 

Hijos,  éstos  son  criados 
de  Felipo,  que  se  habrán 
adelantado   y   vendrán 
a  su  persona  arrimados. 

El  hurto   es  de  calidad 
y  las  personas  lo  son, 
y  se  hará  la  información 
con  mucha   riguridad. 

Y  no  estamos  en  la  villa 
con  tan  buen  nombre  los  tres 
que  no  nos  pondí-án  después 
cada  uno  en  su  parrilla. 

Yo  con  la  edad  no  poseo, 
ya  aquel  mi  antiguo  vigor, 
por  fuerza  he  de  ser  cantor 
si  en  el  facistol  me  veo. 

Paréceme  que  tú  puedes... 
¿  Quién  nos  oye  por  aquí  ? 
Apartémonos  allí, 
que  hay  ojos  en  las  paredes. 

Paréceme  más  seguro 
que  entre  las  doce  y  la  una, 
que  es  hora  más  oportuna... 
Aún  aquí  no  me  aseguro. 
Pablo.  ¡  Acabad  ya  ! 

Huésped.  Digo,  pues, 

que  tú  en  la  sala  has  de  entrar 
y  los  has  de  degollar. 
Pablo.         ¿Y  qué  se  ha  de  hacer  después? 
Huésped.        Enterrar   los   cuerpos. 
Andrés.  ¿  Dónde  ? 

Huésped.    En   el    establo. 
Pablo.  Y  mañana, 

si  pregunta  Elvira  o  Juana 
por  los  huéspedes... 
Huésped.  Responde 

que  a  las  cuatro  madrugaron 
y  se   fueron  del   lugar, 
que  es  cuando  tú  has  de  ensillar 
los    caballos    que    dejaron 
y  dar  con  ellos  después 


adonde  naide  los  vea. 
(Dentro   JuLrÁN   Romero.) 


Julián. 

¿Hay   posada? 

Huésped. 

¿Quién    se    apea? 

Pablo. 

Español  parece  que  es, 

y  soldado. 

Huésped. 

Sal   tú   allá. — 

No  hay  posada. 

(Sale  JuLi.\N.) 

Julián. 

Dios  os  guarde. 

Huésped. 

Sí  guardará.  Llegáis  tarde. 

Julián. 

Oídme. 

Huésped. 

Digo  que  está 

todo  ocupado,  y  no  tengo 

don'd/e  estéis.  Id  a  buscar 

con  tiempo  donde  posar. 

Andad  con  Dios. 

Julián. 

También  vengo 

a  saber... 

Huésped. 

i  No  hay  qué  saber ! 

Dejadme,    señor. — Cerrad 

presto  esa  puerta. 

Julián. 

Escuchad... 

Huésped. 

No  os  quiero  escuchar  ni  ver. 

¡  Cierra  esa  puerta  ! 

Julián. 

¿Tal  pasa?  (i) 

No  cerréis,  que  os  echaré 

en  tierra  de  un  puntapié 

la  puerta  y  toda  la  casa. 

Huésped. 

¿  Cómo,  cómo  ? 

Julián. 

¡  Vive  Dios 

que  me  habéis  de  oír  primero 

que  os  entréis  allá  ! 

Huésped. 

¡  No  quiero ! 

Julián. 

Pues  porfiemos  los  dos. 

Pablo. 

Oílde,  padre. 

Huésped. 

¡  No  hay  posada  ! 

Julián. 

i  Ni  Dios  te  la  dé ! 

Huésped. 

¡  Dejadme! 

Andrés. 

Oílde,    padre. 

Julián. 

Escuchadme. 

Huésped. 

Ya  he  dicho  que  está  ocupada. 

Julián. 

No   quiero   que   me   hospedéis; 

oídme  sola  una  razón. 

Andrés. 

Es  recio  de  condición 

mí  padre,  no  os  espantéis. 

Huésped. 

¿Qué  queréis? 

Julián. 

Que  me  digáis 

sí  se  apearon  aquí 

(i)     En  el  texto :  "posada",  por  errata. 


I 


ACTO    SEGUNDO 


49 


hoy  dos  españoles. 

Andrés. 

Huésped. 

Sí. 

Julián. 

¿Para  qué  lo  preguntáis? 
Somos  camaradas. 

Julián. 

Huésped. 

Bien. 

Andrés. 

Andrés. 

Decilde  que  no  han  venido. 

Huésped 

Huésped. 

¡Calla,  necio  ! 

A.ndrés. 

0  que  se  han  ido. 

Huésped. 

Este  ha  de  morir  también. — 

Bobo,  no  se  ha  d<e  negar 
lo  que  se  puede  saber. — 
Hoy  aquí  a  horas  de  comer 

se  vinieron  a  apear. 

Julián. 

El  uno  es  mozo  galán, 

Huésped. 

de  aspecto  grave,  amoroso. 

blanco,  rubio,  zarco,  hermoso. 

Jl-lián. 

que  más  parece  alem.án 

que  español :  belfo  de  un  labio, 
mediano  de  cuerpo,  de  hasta 

Huésped 

treinta  años  o  menos. 

Julián. 

Huésped. 

Andrés. 

Basta. 
Y  el  otro... 

¡  De  brío,   oh,  rabio  ! 

Julián. 
Huésped. 

Huésped. 

¡  Calla,  necio  ! 

Julián. 

Hablarles  quiero, 
que  a  ellos  vengo  a  buscar. 
¿Dónde  están? 

Huésped. 

No  habéis  de  hablar 
si  no  me  decís  primero 

quién  son,  que  me  han  parecido 
españoles  caballeros. 

TULI.\N. 

No  creáis  tal:  son  dos  plateros 
que  con  Su  Alteza  han  venido 
a  hacer  las  joyas. 

Huésped. 

Y  vos, 

Julián. 

¿  sois  también  platero  ? 
Sí. 

Pablo. 

Rateros  son. 

Huésped. 

Para  mí, 
joyas  traen  aquellos  dos 

para  hacer  rica  esta  tierra; 

Andrés. 

Andrés. 
Huésped. 

conózcoJos  como  al  sol : 
puede  un  platero  español 
comprar   media    Ingalaterra. 
¿Media   Ingalaterra? 

Sí. 

Huésped 
{Sale  el  Ri 

Andrés. 

¿Medio  pueblo  no  podrán 

comprar  para  mí? 

Rey. 

Jl'lián. 

Sí  harán, 
y  ciento. 

Huésped. 

Eso  es  para  mí. 
No  hay  que  decir,  verdad  trata. 

¿  Qué  diablos  pueden  tener 
aquéllos  ? 

Pueden  hacer 
un  muro  a  Londres  de  plata. 

i  Válgame  el  cielo  ! 

Así  pasa. 
¿Que  pensáis  que  es  lo  de  acá 
todo  oropel?  No  saldrá 
un  español  de  su  casa 

menos  que  con  mil  escudos 
cosidos  en  el  jubón. 
¿Es  verdad? 

Tenéis  razón. 
Mis  manos  en  vuestros  ñudos, 

a  fe  que  pasan  de  ciento. 
No  sé  si  llegan,  a  fe. 
Tan  mala  landre  me  dé 

{Tóquele   el   lado.) 

como  la  que  agora  tiento. — 

En  esa  sala  os  entrad. 
¿  Cuál   decís  ? 

En  la  primera; 
subid  por  esa  escalera. — 

{Vasc.) 

Hijos,  ánimo;  escuchad. 

Gran  tesoro  he  descubierto; 
no  hay  mal  que  haya  que  temer: 
muy  bien  hay  en  qué  meter 
las  manos,  desto  os  advierto. 

Peligro  hay,  bien  claro  os  hablo; 
tres  para  tres  somos,  pero 
éste  que  vino  el  postrero 
tiene  en  el  cuerpo  el  diablo. 

Aseguremos  la  empresa : 
traedme  aquí  el  Manchadillo, 
al  Gitano  y  su  caudillo, 
no  se  nos  vaya  la  presa. 

Tened  vos  cuenta  no  salga 
a  la  calle  este  rapaz, 
y   callad,   padre. 

La  paz 
del  Padre  Eterno  le  valga. 

(Vanse.) 

{Sale  el  Rey  leyendo  mía  carta,  y  el  Conde,  y  Julián 
Romero.) 

"Su  Majestad  me  mandó  embar- 
car los  tercios  viejos  de  Ñapóles  y 
Sicilia  en  cuarenta  naves;  con  ellos 
estoy  a  vista  de  Inglaterra,  aguar- 
dando orden  de  Vuestra  Alteza.  No 


vil 


50 


JULIÁN    ROMERO 


desembarco  la  gente  por  no  alboro- 

Rey. 

Picas ;  ¿  qué  tengo 

tar  el  reino.  Paréceme  que  todo  está 

que  darte? 

pacífico  por  agora. — Don  Pedro  de 

Niño. 

Tío,  ¿es  la  una? 

Toledo." 

Conde. 

¡  Quita,  rapaz  ! 

Ha  sido  buena  elección; 

Rey. 

No  le  deis. 

es  el  Marqués  muy  prudente; 

¿Qué  me  buscas  en  el  pecho? 

no  desembarque  la  gente 

Conde. 

Dos  0  tres  veces  lo  ha  hecho. 

hasta  mejor  ocasión. 

Rey. 

Dalde  algo. 

Y  pienso  que  no  la  habrá 

Niño. 

¿Dónde  tenéis 

placiendo  a  Dios,  que  la  Reina 

el  corderico? 

pacíficamente   reina; 

Rey. 

¡  Acabad ! 

pero  pues  a  vista  está 

Conde. 

Toma    un    escudo. 

de  Inglaterra  la  armada 

Niño. 

No  quiero 

para  lo  que  sucediere, 

si  no  me  enseña  primero 

paréceme  bien  que  espere 

el  corderico. 

todo  este  mes  abrigada 

Rey. 

.Mirad 

en  PJemua. 

qué  pide ;  ¡  dádselo  ya  ! 

COXDE. 

Salte  allá. 

Conde. 

El  Toisón  debe  de  ser. 

(E 

lira  el  Niño  y  arrimase  al  Rey.) 

Rey. 

¿Pues  cómo  lo  pudo  ver? 
¡  Válgame  Dios  ! — Ven  acá. 

Rey. 

Dejalde  llegar,  que  es  hijo 

¿  Qué  pides  ? —  ¡  Pena  me  ha  dado ! 

■del  Huésped. 

Niño. 

Mi  padre  dice  que  tiene 

Niño. 

Mi   padre   dijo 

un  corderico. 

que  luego  ha  de  entrar  acá. 

Rey. 

¡  No  viene 

y  está  amolando  el  cuchillo. 

el  niño  mal  informado  ! 

{Avalánzase  al  pecho  del  Rey  el  Ni.ño.) 

Conde. 

Niño. 

Hállele  yo  en  el  resquicio. 
Tío,  ¿quiere  irse  a  dormir? 

Conde. 

¡  Quita,  niño ! 

Rey. 

¿Por  qué,  hijo? 

Niño. 

Calle,   pues 

Niño. 

Ha  de  venir; 

verálo;  y  mi  hermano  Andrés 

es  la  una. 

fué  a  llamar  el  Manchadillo. 

Rey. 

¡  Fuerte    indicio ! 

Tío,  ¿es  la  una? 

¿Quién,  hijo? 

Conde. 

¡  Pardiós ! 

Niño. 

Mi  hermano  Pablo: 

¿Qué  dice? 

¿  no  ve  que  lo  ha  de  matar  ? 

Rey. 

¡  Qué   ha    de   decir 

Y  diz  que  lo  ha  de  enterrar.... 

un  niño ! 

mire,  tío,  en  el  establo. 

Niño. 

Vaya  a  dormir; 

Conde. 

¡  Jesvis,  que  inorme  traición  \ 

¿quiere,  tío? 

Rey. 

¿Vistes  tan  nuevo  suceso? 

Rey.      ■ 

Decidme    vos. 

Conde,  ¿qué  os  parece  deso? 

¿  cuándo  arribastes  ? 

Conde. 

¡  Divina  revelación ! 

Julián. 

Ayer, 

Rey. 

Mirad,  Conde,  en  qué  peligro 

y  al  punto  en  tierra  me  echó 

ha  estado  mi  vida  hoy. 

el  Marqués. 

i  Jesús,  Jesús,  si  aquí  estoy 

Rey. 

¿  Cómo  quedó  ? 

paréceme  que  peligro ! 

Julián. 

Con  ánimo  de  emprender 

Vamonos  luego  de  aquí. 

la  conquista  desta  tierra. 

Niño. 

No  salga,  tío. 

Rey. 

Es  don  Pedro  de  Toledo : 

Rey. 

¿Por  qué? 

con  sólo  su  nombre  puedo 

Niño. 

Calle,  yo  se  lo  diré. 

espantar  a  Ingalaterra. 

De  mi  gente,  ¿  ha  entrado  alguna  ? 

{Mire  el 

Niño  a  todas  partes^  como  que  tiene  tniedo.y 

Julián. 

Tres  millas  delante  vengo; 

Rey. 

Algún  ángel  habla  en  tL 

ya  entraron. 

Niño. 

Tío,  ¿se  lo  ha  de  decir 

ACTO    SEGUNDO 


51 


a  mi  padre? 
Rev.  Xo  hayas  miedo. 

Xixo.  Mire,  tío... 

Conde.  Estáte  quedo. 

Niño.  Luego  vendré,  déjeme  ir. 

Rev.  Dejalde. 

Conde.  Xo  volverá. 

XiÑo.  ¡Por  esta  cruz  de  volver! 

(Llegue  a  la  puerta,  y   mire  adentro,  y   vuelva.) 

Conde.        Del  cielo  debe  de  ser 

este  aviso. 
Rev.  Claro  está. 

Niño.  ¡  Mi  hermano  está  en  la  escalera 

con  una  pistola  así ! 

(Señale   que    tiene   la  pistola   encarada.) 

Y  mi  padre  no  está  allí, 

que  está  abajo,  echando  afuera 
al  perro  por  que  no  ladre. 
Julián.        Estas  palabras  no  son 

de  niño, 
Rev.  Tenéis  razón. 

Niño.  No  se  lo  diga  a  mi  padre, 

que  me  azotará. 
Rev.  No  haré. 

Julián.       La  puerta  abren  de  la  calle. 

Esto}-... 
Rev.  Todo  el  mundo  calle. 

Niño.  Viene  mi  hermano,  que  fué 

a  llamar  al  Manchadillo, 

y  viene  con  otros  dos. 
Rev.  ¡  Oh  maravilla  de  Dios, 

admirado  estoy  de  oíllo  ! 
Por  codicia  de  robarme, 

sin  conocerme,  esta  gente 

pudiera  aquí  fácilmente 

esta  noche  degollarme. 
Tres  ángeles  he  tenido 

de  guarda  esta  noche  aquí: 

dos  que  me  guardan  a  mí 

y  éste,  que  también  lo  ha  sido. 
;  Qué  haremos  ? 
Jlt-ián.  Rom.per  por  todo. 

Déjeme  salir  allá 

Su  Alteza,  y  presto  verá 

cómo  el  negocio  acomodo. 
Rev.  No  alborotemos  la  casa, 

que  está  la  Reina  a  la  vista. 
JtxiÁN.        ¿  Qué  valor  hay  que  resista 

la   cólera   que   me   abrasa? 
¿Vuestra  Alteza  ha  de  tener 


peligro  estando  aquí  yo? 
Rev,  ¿  No  soy  hombre  ?   ¿  Por   qué  no  ? 

Aguardad, 
Julián,  Quiero  poner 

fuego  en  la  casa  y  matar 

cuantos  hay  dentro. 
Rev.  ¿No  veis 

que  estoy  yo  en  ella,  y  queréis 

que  se  alborote  el  lugar 
y  me  hallen  en  un  mesón 

con  tan  poca  autoridad? 

(Llegue  el  XiÑo  a  la  puerta.) 

Niño.  Venga  acá,  tío. 

Rev,  Mirad: 

¿qué  es  esto? 
Julián.  Hombres  son, 

que  están  en  la  mesma  puerta 

arrimados  escuchando. 
Rey.  Estos  me  van  apurando ; 

salgamos  a  ellos. 
Conde.  Advierta 

Su  Alteza... 
Rev.  ¿Qué  he  de  advertir? 

Conde.        Lo  que  puede  suceder, 

y  yo  el  culpado  he  de  ser. 
Rev,  ¡  Ea,  acabad!  ¿Qué  teméis? 

Rom.ped  la  puerta  y  salgamos 

a  la  calle,  ¿Qué  aguardamos? 

Y  vos  aquí  os  quedaréis. 
Conde.  ¡  Con  esta  daga  abriré 

puerta  por  donde  salgamos  ! 

Venga  Vuestra  Alteza. 
Rey,  Vamos, 

Niño,  ¡  Llévame,  tío  ! 

Rev.  Sí  haré. 

Julián,  Yo  quedo  de  guarda  aquí 

mientras  Su  Alteza  se  va, 

que  poco  se  perderá 

cuando  me  maten  a  mí. 

La  puerta  siento.  Ahora  bien, 

ayúdeme  Dios ;  yo  espero 

la  espada  en  la  mano,  y  quiero 

fingir  que  duermo  también. 

(Con  la  espada  desnuda  sobre  una  silla.) 

(Sale  el  Huésped,  Andrés  y  Pablo.) 

Huésped.    '     Ruido  de  tejas  siento; 
¿qué  será?  Quiérolo  ver; 
llegad  a  reconocer 
vosotros  el  aposento 

mientras  yo  subo  al  tejado. 


52 


JULIÁN   ROMERO 


Pablo.        ¿No  es  bulto  aquél? 

Andrés.  Llega  quedo,  (i) 

¿Hay  algo? 
Pablo.  Sí,  el  uno. 

Andrés.  ¿  Puedo 

llegar  yo  ? 
Pablo.  ¿  Qué  haces  parado  ? 

¡  Llega  y  dale  ! 
Jlt-ián.  No  ciará 

sin  llevar  ésta  primero. 
Andrés.      ¡  Muerto  soy  ! 
Pablo.  Lo  mismo  espero. 

(Salgan  con   pistolas  el   Gitano  y   el  Manchadillo.) 


Qué  es  eso? 

i  Teneos  allá ! 


Gitano. 

Julián. 

Manchad.       Tira  tú,  pues  yo  no  acierto. 

Julián.        Procurad  no  errar  el  tiro, 

que  si  acierto  adonde  tiro... 

¡  Ea,  ladrones ! 
Gitano.  ¡  Yo  soy  muerto  ! 

Julián.  Sang-re  es  ésta,  herido  estoy. 

¡  Ah,  perros  !  ¡  Canalla  ! 
Huésped.  ¡  Pablo, 

(Métalos  a  cuchilladas,  y   el  Huésped,  sin  salir  fue- 
ra  da   voces   dentro.} 

Pablo  !,  ¿  qué  es  eso  ? 
Pablo.  i  El  diablo ! 

Julián.        Para  vosotros  sí  soy. 

(Sale  la  Justicia  y  corchetes.) 

Justicia.        Voces  dan  en  esa  casa. 

i  Válgame  Dios  !,  ¿qué  será? 
Huésped.    ¿No  hay  justicia? 
Justicia.  Entrad  allá, 

sabed  lo  que  adentro  pasa. 
Huésped.        ¡  Misericordia,   señor, 

yo  solo  en  la  casa  quedo ! 

{Entre   la   Justicia    y    salga   el   Huésped   y    tras   del 
Julián  Romero.) 

¡  Tened  clemencia ! 
Jlxián.  No   puedo, 

que  hoy  es  día  de  rigor. 
Justicia.  ¿  Qué  es  esto  ?  ¡  Teneos  ! 
Julián.  ¿A    quién? 

Justicia.     Al  Gobernador. 
Julián.  ¡Afuera! 


(i)     En    el    original:    "presto",    que    no    rima    con 
'"puedo". 


Justicia.     Espera,   español,  espera, 

sabrás  quién  soy. 
Julián.  Eso   bien. 

Diga  quién  es. 
Justicia.  El  Teniente. 

Huésped.    ¡  Oh,  señor  Gobernador, 

justicia,   que    este   traidor, 

este  español  insolente, 
este   ladrón,    y   otros   dos 

que  se  van  por  los  tejados... 
Julián.       ¡  Ah,  mal  viejo  ! 
Huésped.  Me  han  robado 

la  casa  esta  noche ! 
Julián.  Vos, 

señor  Teniente,  sabréis 

mañana  todo  el  suceso: 

haced  que  le  lleven  preso. 
Justicia.     Vos  también  preso  vendréis, 

que  importa  mientras  no  tengo 

otra  información  mejor. — 

Llevadle. 
Julián.  Mirad,  señor, 

que  con  el  Príncipe  vengo, 
y  soy  su  criado. 
Justicia.  Bien. 

Julián.        Ya  os  aviso. 
Justicia.  Ya  lo  sé. 

Dad  las  armas. 
Julián.  Sí  daré. 

Justicia.     Aletelde  allá  dentro. — ^¿  Quién 
posa  más  aquí?  Se  hará 

la  información. 
Huésped.  ¡  Oh,  señor ! 

¿Para  qué  queréis  mejor 

información?  Hecha  está: 
veis  allí  dos  hijos  muertos 

y  tres  huéspedes  quí. 
Justicia.     ¿  Hay  tal  maldad  ? 
Huésped.  ¡  Para  mí 

estos  son  testigos  ciertos  ! 
De  vos  la  justicia  espero 

destos  que  me  han  maltratado, 

aunque  ya  se  han  escapado 

los  dos  que  he  dicho. 
Justicia.  No  quiero 

más  información.  ¿Tal  pasa? 

Basta  ésta  y  ser  español, 

enemigo  nuestro.  El  sol 

apenas  con  luz  escasa 
rayar  a  las  torres  bellas 

del  mismo   alcázar  real, 

cuando  asido  de  un  ramal 


ACTO   SEGUNDO 


53 


se   verá   colgado  dellas. 

Verá  la  Reina  quién  son 
españoles,  y  que  está 
el  primero  que  verá 
en  la  horca  por  ladrón. 

Pero  importa  ya  infinito, 
para  que  yo  me  anticipe, 
que  tenga  luego  Felipe 
aviso  deste  delito. 

A  la  Reina  os  querellad; 
sepa  qué  gente  acompaña 
a   Felipo.    ¡  Buena   hazaña 
para  la  primera  ! — ^-\ndad. 
Huésped.        ¡  Justicia ! 
Justicia.  Perded  temor, 

que   cuando   no   os   agraviara, 
por  español  le   colgara 
mejor   que    por    salteador. 

(Vatise.) 

(Sale   acompañamiento,   el   Conde   de    Feria,    Tomás, 
el  Rev  y  la  Reina  debajo  de  un  palio,) 


Rey. 

Conde. 
Rey. 


María. 

Rey. 
María. 

Rey. 


María. 


Cuando  por  la  puerta   entré 
un  memorial   recebí. 
¿  Qué  le  he  hecho  ?  ¿  A  quién  lo  di  ? 
¿  Cayóseme  ? 

Yo  lo  hallé : 
aquí  le  tengo. 

Acordadme 
mañana  que   le   tenéis. 
{Asiéntense    los   Reyes.) 

Pero  no  lo  dilatéis; 

quizá  im.porta ;  luego  dadme. 

(Lea  el   Rey.) 

"Príncipe  y  señor  de  mi  vida:  En 
vuestras  manos  generosas  puedo  de- 
cir que  la  tengo,  hoy  que  pensé  lle- 
gar a  besárselas  como  a  Rey  y  señor 
mío,  a  la  Reina  mi  señora  y  her- 
mana. 

¿  Qué  es  esto  ?  ¿  Yo  no  he  mandado 
degollar  a  esa  tirana? 
Señora,  que  es  vuestra  hermana... 
¿  Cómo  no  la  han  degollado  ? 

¡  Vayan ! 

Vuestra  Majestad 
pierda  el  enojo  que  tiene 
con  Juana. 

No  conviene. — 
i  Ah  de  mi  guarda  !  Llamad 

al  cancelario. 


Rey. 
María. 

Rey. 

María. 

Rey. 


Tomás 
Conde. 
María. 


Rey. 
María. 


Huésped. 

Rey. 
Huésped. 


No  vais. 
Yo  la  tengo  convencida 
de  traición  :  ¡  pierda  la  vida  ! 
Piérdala,  pues  lo  mandáis; 
pero  hoy  no  sea. 

Mañana. 

la  degüellen. 

Será  justo, 
mas  no  será  por  mi  gusto, 
que  en  efeto  es  vuestra  hermana. 

El  Rey  se  aparta  enojado. 
Paréceme  que  lo  está. 
Alguno  me  pagará  • 

el  enojo  que  le  he  dado. — 

Yo  la  perdono,  señor, 
si  es  vuestra  voluntad. 
Beso  a  Vuestra  Majestad 
las  manos  por  el  favor. 

Vayan:  bien  pueden  traerla 
para  que  la  mano  os  bese, 
y  plega  a  Dios  que  no  os  pese 
de  haber  rogado  por  ella. 

{Sale  el  Huésped.; 

¡  Reyes  de  la  Gran  Bretaña, 
justicia   vengo...  !—i  Oh!,   ¿qué   di- 
¡Este  es  el  Rey!         '  [go? 

¿Qué  es,  amigo? 
Venid  acá. 

¡  Suerte  extraña ! 
Señor,  ¿el  Rey  es  aquél? 
i  Miren  a  quién  lo  pregunto  ! 

{Llega  al   Conde  a  preguntarlo.) 


Rey. 

Conde... 

Conde. 

Ya  estoy  en  el  punto. 

Rey. 

Disimulemos  con  él. 

Huésped. 

¡Mis  huéspedes  son!  ¿Qué  haré? 

María. 

¿Qué  queréis?  Venid  acá. 

Huésped. 

Señora... 

Conde. 

Turbado  está. 

María. 

No  me  espanto  que  lo  esté. 

que  ha  visto  a  'Su  Majestad. 

Rey. 

Y  aun  eso  es  su  espanto. 

María. 

Amigo, 

¿qué  tenéis?  Decildo. 

Huésped. 

Digo, 

Reina... 

Rey. 

Decid  la  verdad. 

Huésped. 

Un  agravio,  una  traición... 

Tres  españoles... 

Rey. 

¿Qué  fué? 

54 


TULIAN    ROMERO 


Huésped.    Ya  es  mayor  mi  iturbación.  (i) 

Rey.  ¿  Qué  os  han  hecho  ? 

Huésped.  Hanme   robado 

la   casa. 
Rey.  Miraldo  bien. 

Huésped.    Señor,  sí. 
Rey.  ¿  Hay  más  ? 

Huésped.  Y  también 

dos  hijos  me  han  degollado, 
y  tres  hombres  qne  acudieron 

a  las  voces. 
María.  ¿Es  posible? 

-  ¡  Terrible  maldad  ! 
Rey.  ¡  Terrible  !— 

¿Y  no  están  presos? 
Huésped.  Rompieron 

el  tejado  y  se  escaparon 

los  dos. 
Rey.  Tal  les  iba  en  ello. 

¿Y  el  otro? 
Huésped.  Pude  prendello : 

a  la  cárcel  lo  llevaron. 
Rey.  Vayan  luego,  échenle  fuera; 

tráiganle;    aquí    tengo   yo 

noticia  ya,  y  no  pasó 

el  caso  de  esa  manera. 
María.  ¿Pues  cómo? 

Rey.  Dicen  que  ayer 

entraron  en  un  mesón 

dos  españoles,  que  son 

hombres  de  buen  proceder. 
Y  que  el  huésped,  por  robarles 

una  cadena,  llamó 

a  tres  ladrones,  y  entró 

a  media  noche  a  matarles. 
María.  ¡  Válgame  Dios  ! 

Rey.  Ellos,  pues, 

con  las  espadas  rompieron 

las  puertas,  y  se  salieron. 

Esto  sé  yo,  y  pienso  que  es 
un  mismo  caso. 
María.  ¿Quién  son 

los  españoles? 
Rey.  Aquí  están 

los  dos  agora. 
María.  Hombres  serán 

de  opinión. 
Rey.  Don  Gómez  de  Figueroa, 

conde  de  Feria,  es  el  uno. 
María.        El  será  el  uno,  y  ninguno 


más  digno  de  eterna  loa. 
¿Y  quién  será  el  otro? 


Rey. 

María 

Rey. 


Yo. 


¡ Jesús ! 

Anoche  me  vi 
tan  apretado... 
Huésped.  ¡  Ay   de   mí ! 

María.         ¿Vuestra  Majestad  se  vio 

en  ese  peligro  aj^er? 
Rey.  Corrí  por  veros  la  posta, 

y  me  tuviera  de  costa 
la  vida  el  poderos  ver. 

Débosela  a  quien  me  dio 
el  hábito.  ¿Dónde  está 
el  niño?  Traelde  acá. 
Huésped.    ¡  Ese  a  mí  me  la  quitó ! 

(Sale  la  Justicia,  y  Julián  Romero  con  una  soga  al 
cuello.) 


(i)     Falta  un   verso  a  esta  redondilla. 


■JuLIÁ.\. 


Rey. 

JULI.\^'. 

María. 
Justicia. 


JULIÁX. 

Justicia. 
Rey. 


Conde. 


¡Cuerpo  de  Dios  !  ¿Qué  aguardaba 
Vuestra    Majestad    conmigo? 
A  tardarse  más... 

¡  Oh,  amigo, 
dadme  los  brazos ! 

Ya  estaba 

en  el  postrero  escalón. 
i  Mucha  priesa  se  dio  el  Juez  ! 
Señora,  anoche  a  las  diez 
le  hallé  escalando  un  mesón, 

y  acababa  de  matar 
cinco  hombres. 

Yo   no    lo   niego. 
Confesó  de  plano  luego: 
¿qué  se  había  de  aguardar? 

Los  términos  de  la  ley; 
y    fuérades   descubriendo 
que  los  mató  defendiendo 
su  vida  y  la  de  su  Rey. 

Ya  está  aquí  el  niño. 


{Sale   el   Niño.) 

Rey. 

Este  fué 

quien  me  avisó. 

María, 

El  huésped 

querría  saber  quién   fué. 

Rey. 

Aquél. 

Huésped. 

¡  Ya  espero 

la  muerte ! 

María. 

Esa  se  le  dé.  (i) 

(i)     Este  pasaje  está   muy   alterado.    Probablemen- 
te se  escribiría  así : 

Rey.  Este    fué 

quien  rae  avisó. 


ACTO  TERCERO 


55 


Ahorcakle  de  esos  balcones. 
¡Presto!  ¿Qué  hacéis?  ¡Acabad! 
Y  juntamente  ahorcad 
del  pie  los  cinco  ladrones 
que  mató  aqueste  español. 
IiÑo.  ¡  Padre,  padre  !  ¿  Dónde  va  ? — 

j  Tío,  mire  que  le  da 
este  alguacil !  ¡  Voto  al  sol 
que  no  ha  de  ir  con  él ! 
Rky.  Dejalde, 

pues  tiene  tan  buen  padrino. 
María.         De  mayor  castigo  es  digno. 
Rey.  Vaya  desterrado. 

María.  Dalde 

a  este  niño  mil  ducados 
todos  los  años  de  renta; 
éstos  le  doy  por  mi  cuenta. 
Rey.  Yo  se  los  daré  doblados. 

Julián.  Y  denme  a  mí  quien  me  saque 

del  hombro  izquierdo  una  bala, 
que  estoy  rabiando :  no  iguala 
dolor  con  éste. 
María.  ¿Es  achaque? 

{Sáquesela  él  propio.) 

Rey  ¿Qué  fué? 

Julián.  Una  bala,   señor, 

que  desde  anoche  traía. 
Tomás.        ¡  Bravo  hecho  ! 
María.  ¡  Gran  bizarría ! 

Vos  sois  hombre   de  valor. 
¿  Cómo  os  llamáis  ? 

Julián 

Romero. 

Ya  florecéis. 
Rey.  Quedaos  conmigo,  y  seréis 

de  mi  guarda  capitán. 
María.  Vamos,  señor,  que  hoy  querría 

que  aquí  en  Visestre  se  os  dé 

la  corona. 
Rey.  De  más   fe. 

María.         ¡  Viva  Felipo  ! 
Rey.  ¡  Y  María  ! 


Reina.  El  huésped  quiero 

saber  quién  fué. 
Rey.  Aquél. 

Huésped.  Ya    espero 

la   muerte. 
Reina.  Esa   se  le  dé. 


ACTO  TERCERO 

{Salen  el  Secretario  del  Rey  y  Juliá.n  Romero.; 

Julián.  ¡  Cuerpo  de  Dios,  qué  he  de  hacer, 

si  estoy  harto  de  aguardar  ! 

O  me  mande  despachar 

o  yo  me  quiero  volver. 
Secretar.       Señor  capitán  Romero, 

no  deis  voces,  que  os  oirá 

el  César;  salios  allá. 
JLT.IÁN.        Óigame  ya,  que  eso  quiero. 
Secretar.      Aquí  se  negocia  mal 

con  fieros  y  valentía ; 

salios  allá,  que  otro  día 

daréis  ese  memorial. 

No  os  puede  el  César  oír, 

que  hoy  tiene  mucho  que  hacer. 
Julián.        ¡  Vive  Dios  que  lo  ha  de  ver  ! 

¿  Pues  para  qué  ha  de  salir  ? 
Ha  seis  meses  que  deseo 

velle  por  dalle  esta  carta, 

¿y  queréis  vos  que  me  parta 

hoy  que  la  cara  le  veo? 
Secretar.       ¿  Carta  es  ésa  ? 
Julián.  Y  de  favor : 

de  su  hijo;  ved  si  fuera 

de  importancia  si  pudiera 

dársela  al  Emperador. 
Y  tengo  tan  poca  dicha, 

que  en  seis  meses  no  he  podido 

ni  aun  verle  la  cara. 
Secretar.  Ha  sido 

general  esa  desdicha. 
¿Habéis  visto  despachar 

algún  negocio  después 

que  estáis  en  Bruselas? 
JuT-iÁN.  ¿  Pues 

qué  se  ha  de  hacer? 
Secretar.  Aguardar 

que  esté  mejor,  que  anteayer 

se  levantó  de  su  mal. 
Julián.        ¡  Dé  el  gobierno,  pesia  tal, 

si  no  lo  puede  tener, 

y  no  andemos  unos  y  otros 

tropezando  todo  el  año 

en  su  gota. 
Secretar.  El  siente  el  daño. 

Julián.        Más  lo  sentimos  nosotros, 
que  nos  hace  aquí  gastar 

las  haciendas  sin  provecho. 

¡  Sí  está  tullido  o  contrecho, 

recójase  a  descansar ! 


56 


TULIAN '  ROMERO 


Secretar.       Eso  quiere  agora  hacer. 
Julián.        ¡  Pesia  talj   eso  queremos : 
buen  hijo  mozo  tenemos, 
el  que  habernos  menester  ! 
¿Cuándo   renuncia? 
Secretar.  Hoy  propone 

el  caso  en  Cortes. 
Julián.  Hazaña 

de  lui  Cesar  hijo  de  España 
que  a  los  demás  se  antepone. 
¿De  quién  se  cuenta  este  hecho? 
Secretar.    De  muchos;  pero  más  gloria 
merece  él  desta  vitoria 
que  los  demás  que  esto  han  hecho, 

por  ver  que  están  detenidos 
en  su  corte  como  vos 
mil  hombres.  Quedaos  con  Dios, 
que  estamos  apercebidos 
para  esta  tarde  a  las  tres. 
Julián.        Señor  Secretario,  aguarde: 
¿parécele  que  esta  tarde 
habrá  ocasión? 
Secretar.  Mejor  es 

que  aguardéis  cuatro  o  seis  días, 
que  llegue  Su  Majestad 
de  Inglaterra. 
Julián.  Callad 

que  son  vanas  fantasías. 

Ni  el  padre  ha  de  renunciar, 
ni  el  hijo  acá  ha  de  venir, 
ni  me  puedo  persuadir 
que  a  mi  me  han  de  despachar. 
Secretar.       Haced  lo  que  os  pareciere; 
yo  vuestro  negocio  hago, 
que  no  el  mío. 
(Vase.) 
Julián.  ¡  Por  Santiago, 

que  he  de  ver  lo  que  me  quiere, 

seis  meses  ha  en  esta  Corte, 
el  César !  Ya  va  saliendo 
la  guarda;  a  Dios  me  encomiendo. 
Impórteme  o  no  me  importe 

yo  le  he  de  hablar,  que  ansí  entablo 
mi  negocio.  El  sale  allí : 
¿llegaré  agora?  No  y  sí... 
¿Qué  me  ha  de  hacer  si  le  hablo? 
Quiero  arrojarme  a  sus  pies. — 

(Sale  el  Emperador^  y  acompañamiento,  y  el  Duque 

DE     SabOYA.) 

Mande  Vuestra  Majestad 
ver  ésta  luego. 


Emperad.  Mirad 

qué  es  eso. 
Julián.  Una  carta  es 

del  rey  Felipe. 
Emperad.  Está  bien; 

yo  la  veré. 
Julián.  Es  necesario. 

Secretar.  No  lo  deja. 
Emperad.  El  Secretario 

me  lo  acordará  también. 
Secretar.       Tras  del  se  va  de  rodillas. 
Julián.       Oiga  Vuestra  Majestad; 

óigame,    que   importa. 
Emperad.  Andad. 

¿Qué  os  he  de  oír? 
Julián.  Maravillas. 

Emperad.       No  tengo  agora  lugar, 

ni  puedo  pararme. 
Julián.  Es  ley 

de  hoja:  deja  de  ser  Rey 

si  no  te  puedes  parar. 
Emperad.       Eso  voy  a  hacer. 
Julián.  Primero 

lea  Vuestra  Majestad 

aquella  carta. 
Emperad.  Mirad 

qué  dice. 
Secretar.  "Julián  Romero 

es  im  gran  soldado :  ha  sido 

capitán,  según  parece, 

por  sus  papeles ;  merece, 

por  lo  bien  que  me  ha  servido, 
el  puesto,  que  no  le  doy, 

porque  en  ése  se  entretenga. 

Vuestra  Majestad  le  tenga 

por   mi   encomendado.    Hoy, 
día  de  San  Juan. — Felipo.'" 
Emperad.    Gran   testimonio   traéis 

de  quien  sois.  ¿Qué  pretendéis? 
Julián.        Servir,  que  ansí  me  anticipo 

a  mil  buenos. 
Emperad.  Despachalde. — 

Vos   acudiréis... 
Julián.  ¿A   quién? 

Emperad.    A  Gonzalo  Pérez. 
Julián.  ¡  Bien, 

después  de  seis  meses ! 
Emperad.  Dalde 

vuestros  papeles. 
Secretar.  Yo  haré 

mi  oficio. 
Jlt-IÁn.  Señor. 


ACTO  TERCERO 


0/ 


Emperad. 

Tui.iÁx. 


Emperad. 


¿Qué  queréis? 
¿  Sirvo  yo  a  Gonzalo  Pérez 
o  a  Su  Maj  estad  ?  ¿  Por  qué 

me  ha  de  despachar  ninguno 
sino  Vuestra   Majestad? 
¡  Quitad  de   aquí,   acabad, 
este  soldado  importuno  ! — 

Apartaos,   Julián    Romero. 


í 


(Éntrese  el  Emperador  y   tiene  al   Secretario.) 

Julián.        ¡  Yo  me  iré,  mas  vive  Dios, 
que  no  os  iréis  de  aquí  vos 
sin  despacharme  primero ! 

Secretar.       Señor    Capitán... 

Julián.  Señor 

Secretario,  despachadme. 

Secretar.  No  puede  ser  hoy;  dejadme, 
que  se  va  el  Emperador. 

Julián.  ¡  Váj-ase  o  quédese,  digo 

que  me  habéis  de  despachar 
en  este  mismo  lugar ! 
i  Que  andéis  jugando  conmigo  ! 

Secretar.       ¡  Oh,  cómo  sois  temerario  ! 
No  os  despacharé  en  un  mes. 

Julián.        Pues  suelo  andarme  tres 
asido   de   un   Secretario... 

Secretar.       ¿Qué  pretendéis? 

Julián.  La  tenencia 

del  castillo  de  Duay. 

Secretar.  Mejor  es  la  de  Lombay. 

Jl"LIÁn.        ¿En  qué  está  la  diferencia? 

Secretar.       En  que  es  plaza  de  importancia : 
la  de  Duay  no  os  conviene, 
porque  se  entiende  que  tiene 
el  Almirante  de  Francia 

con  diez  mil  hombres  sobre  ella. 

Julián.  Eso  pretendo,  eso  ruego; 
despachadme  luego  luego, 
que  quiero  que  me  halle  en  ella. 

Secretar.       Mirad  no  os  pese  después. 

Jlt-IÁn.        Procuradme  despachar, 
porque  yo  pueda  llegar 
antes  que  llegue  el  francés. 
Hágase,  pues  me  conviene. 

Secretar.  Yo  despacharé  al  Infante. 

Julián.       No  la  entrará  el  Almirante 

si  con  toda  Francia  viene,  (i) 

(Vanse.) 


(i)  En  el  texto  no  expresa  que  diga  Romxro 
estos  dos  versos  ;  pero  parece  claro  que  no  debe  de- 
cirlos  el    Secretario. 


(Salen    el   Ajlmirakte    y    Soldados.) 

Soldado.         Dicen  que  se   rendirán 

si  en  tres  días  no  les  viene 

algún  socorro. 
Almirant.  ¿Quién  tiene 

la  fuerza? 
Soldado.  Jaques  Quelmán. 

Almirant.      ¿  Es  tudesco  ? 
Soldado.  Borgoñón. 

Almir.\nt.  ;  Qué  gente  tiene  en  Duay  ? 
Soldado.     ^lil  hombres  de  guerra. 
Almirant.  Si  hay 

españoles,  muchos  son. 
Soldado.         No  más  de  dos  compañías 

de  ducientos  hombres. 
Almirant.  ¡  Alto  ! 

Vuélvase  a  dar  otro  asalto ; 

no  quiero  aguardar  tres  días, 
ni  tres  horas.  Toca  alarma. 

(Vanse.) 

¡  Francia  arriba ! 

(Sale  Julián  Romero.) 

Julián.  Agora  yo  llego 

que  el  Almirante  ha  cercado 
a  Duay,  y  que  ha  llegado 
antes  que  llegase  yo. 

Corriendo  la  posta  voy, 
y  hoy  pienso  llegar  allá ; 
pero  si  cercada  está, 
¿qué  importa  que  llegue  hoy? 

¿Podré  entrar?  Peligro  hay 
si  me  ven  las  centinelas. 
¿  He  de  volver  a  Bruselas 
sin  haber  visto  a  Duay? 

¿Qué  dirá  el  Emperador? 
— ¿  Para  eso  era  solamente 
la  prisa  de  la  patente? 
Julián,  ¿no  sería  mejor, 

ya  que  no   fué  de   provecho, 
volver  ante  mi  grandeza 
las  manos  en  la  cabeza, 
que  no  con  ella  en  el  pecho? 

¿  Dónde  está  el  coraje  y  brío 
con  que  me  hablasteis  ayer? 
¿  Prometistes   defender, 
mientras  yo  socorro  envío, 

a   Duay,   y   volvéis   aquí 
antes  que  yo  la  socorra? — 
¿  Quién  habrá  que  no  me  corra 
si  esto  se  me  dice  a  mí? 


58 


JULIÁN    ROMERO 


Un  bravo  ardid  tengo  ya 
con  que  engañar  al  francés. 

(Sale  el  Almirante  y    Soldados.) 

Almirant.      Quiero  acercarme. 
Soldado.  Dos  días 

piden  ya. 
Almirant.  Uno  les  daré 

de  plazo;  más  no  podré: 

y  me  enojas  si  porfías. 

Cada  hora  que  me  detengo 

aquí  pierdo  de  ocasión. 
Soldado.     ¿Vuelto  allá? 
Almirant.  La  condición 

espero. 
Julián.  A  buen  tiempo  vengo. — 

Vueseñoría  me  dé 

las  manos. 
Almirant.  Seáis  bien  venido. 

¿Quién  sois? 
Julián.  Capitán  he  sido : 

hasta  adelante   seré 
quien  vos  quisiéredes. 
Almirant.  Honrado 

parece  y  noble. — Ya  aguardo 

el  nombre. 
Julián.  Julián  Romero. 

Almirant.  No  os  conozco  por  el  nombre. 
Seáis  quien  fuéredes,  en  mí 

hallaréis  todo  el  favor 

que  hayáis  menester. 
Julián.  Señor, 

a  serviros  vengo  aquí. 
Almirant.      ¿Qué  os  ha  sucedido  allá? 
Julián.        Dejo  muerto  a  un  secretario 

del   César,   bravo   contrario, 

y  enemigo  días  ha. 
Almirant.      ¡  Mal  caso  ! 
Julián.  Hízome  un  agravio, 

y  soy  colérico  yo. 
Almirant.  Si  tanta  ocasión  os  dio, 

cólera  fué  de  hombre  sabio. 
¿Qué  hay  por  allá? 
Julián.  En  sesión  (i) 

que  en   sus  reinos  ha   hecho 


(i)     Así   en   el   texto;   pero  quizá  deba   leerse: 

Julián.  La    cesión 

que  de  sus  reinos  ha  hecho 
Carlos  Quinto. 

Almir.  Es  un  gran  hecho, 

digno  de  su  discreción. 


Carlos  Quinto... 
Almirant.  Es    rigor   hecho 

digno  de  su  discreción. 
¿  No  trata  de  socorrer 

a  Duady? 
Julián.  De  eso  trata. 

Almirant.  Si  dos   días  lo  dilata, 

ya  no  será  menester. 
Jltlián.  ¿  Cómo  ? 

Almirant.  Dáseme  a  partido 

si   hasta  mañana  no   tiene 

socorro.  Guillermo  viene 

de  Duay. — ¿  Qué  han  respondido  ? 

{Sale  el  Soldado.) 

Soldado.         Mudaron  de  parecer. 
Almirant.  ¿Piensan  negociar  mejor? 
Soldado.     Los  españoles,  señor, 

se  obligan  a  defender 

mientras  el  socorro  viene, 

seis  días  que  tardará, 

la  villa. 
Julián.  En  diez  no  vendrá, 

ni  puede  el  César,  ni  tiene 
ese  pensamiento  agora. 
Almirant.  Hacedme  merced  de  entrar 

en  Duay  a  desengañar 

los  que   están  dentro. 
Julián.  En   buen   hora. 

Almirant.       Haced  esta  cortesía, 

que  la  sabré  agradecer. 
Soldado.     Yo  la  había  de  pretender, 

que  ésa  es  diligencia  mía. 
Almirant.      Decid  como  no  podrán 

ser  tan  presto   socorridos, 

y  ofreceldes  los  partidos, 

si  hasta  mañana  se  dan, 
que  van  escritos  ahí. 
Julián.        ¡  Gran  ventura  ! — Sí  haré. 
Almirant.  Y  a.lgo  más. 
Julián.  Yo  les  diré 

lo  que  hace  al  caso. 
Almirant.  De  mí 

seréis  premiado  después 

como  es  razón. 
Julián.  Yo  no  digo 

qué  haré ;  venga  conmigo 

un  caballero   francés 
que  lo  vea  y  acredite 

mi  opinión. 
Almirant.  Guillermo  irá. 


ACTO  TERCERO 


59 


I 


Julián.       Duay  no  se  rendirá 

si  salgo  con  este  envite. 

(l'aasc.) 
(Sale    el    Castellano    de    Duay,    y    el    Capitán,    y 

ESQUIVEL.) 

Capitán.         No  se  puede  defender 
de  dos  días  adelante 
la  villa,  y  el  Almirante 
viene   con  todo   poder; 

que  tiene  determinado 
de  no  alzar  el  cerco  de  ella 
aunque  v'enga  a  socorrella 
el  mismo   César. 
EsouivEL.  No  ha  dado 

el   francés  de   su  arrogancia 
tan  grande  satisfación 
que  no  se  tenga  opinión 
de  hacer  algo  de  importancia. 

No  se  trate  de  partido, 
que  aún  no  es  tiempo. 
Castella.  ¿  Cómo    no  ? 

¿  Qué  socorro  aguardo  yo 
para   estarme   entretenido 
seis  días  más  ni  dos? 
EsouivEL.  Ya  tiene 

aviso  el  Emperador. 
Castella.    Yo  no  lo  tengo,  señor, 

del  socorro  que  me  viene ; 
y  he  menester  prcA-enir 
con  tiempo  el  daño  que  espero 
si  enojo  al  Francés.  No  quiero, 
pues  no  puedo  resistir 

su  poder,  fiar  del  mío 
el  riesgo  que  correrá 
Duay  si  a  saco  lo  da 
el  enemigo. 
EsQUIVEL.  Más   fío 

del  ánimo  con  que  están 
mis  españoles  soldados. 

{Sale  Guillermo  y  Julián  Romero.) 

GuiLLER.        Aquél  es  el  Castellano; 

contalde  lo  que  sabéis. 
Julián.       Dejad  que  le  hable;  veréis 

cómo  este  negocio  allano. 
Señor  Capitán,  aquí 

me  envía  Su  Majestad, 

no  por  la  necesidad, 

estando  vos,  que  hay  de  mí, 
sino  porque  el  César  quiere 

daros  otra  cosa  a  vos 


Cap.     (i) 

Castella, 
Julián. 

Capitán. 

Julián. 

Capitán. 

Castella. 

Capitán. 


EsQUlVEL. 

Capitán. 
Julián. 


Capitán. 


Julián. 

Capitán. 
Julián. 
Fran.  (2) 


Julián. 


Fran. 


que  importe  más. 

i  Bien,  por  Dios  ! 
¿Hará  lo  que  le  dijere? 
¿Quién   sois,   señor. 

Castellano, 
de  Duni. 

¿Si  éste  se  burla? 
Esta  os  lo  dirá. 

¿Hay  tal  burla? 
Yo  la  obedezco. 

¡  Oh,  villano ! 
¿  Por  Castellano  venía 
a  Duay? 

Sea  para  bien, 
i  Miren  el  engaño  !  ¡  Quién 
lo  supiera ! 

AI   Duque   envía 
de  Saboya,  su  sobrino, 
de  socorro;  hoy  llegará 
o  mañana,  cerca  está. 
A  darles  aviso  vino 

del  socorro.  ¿Hay  tal  engaño? 
¡Que  le  dejamos  pasar! 
¡  Ah,  quién  pudiera  avisar 
al  Almirante  del  daño ! 

¿  Qué  aguardas  ?  El  Duque  llega. — 
Señor  capitán  Romero, 
con  vuestra  licencia  quiero, 
pues  la  fuerza  se  os  entrega 
y  sois  su  alcaide,  volverme 
al  campo. 

No  es  tiempo  deso, 
que  habéis  de  quedaros  preso. 
¿Pues  por  qué  queréis  prenderme? 
Así  conviene. 

¿No  ha  sido 
buen  trato  haberme  fiadb 
y  traerme  aquí  engañado? 
Ardid  fué  que  hoy  he  tenido 

para   entrar   a   dar   aviso 
del  socorro.  El  Almirante 
se  engañó  como  ignorante 
y  con  su  enemigo  quiso 

que  entrase  en  la  villa :  entré, 
aun  sin  pedírselo  yo ; 
si  fué  engaño,  él  se  engañó, 
y  mal  trato  suyo  fué. 
Sí,  pero  no  es  hidalguía 


(i)  Así  €11  el  texto;  pero  parece  que  cjuien  habla 
es  Guillermo,  el  soldado  que  entró  en  la  plaza  con 
Julián  Romero. 

(2)     Querrá  decir  "Francés". 


60 


JULIÁN    ROMERO 


de   español  y  caballero 
tenerme  preso. 
Julián.  No  quiero 

haceros  des-cortesía, 

sino  sólo  deteneros 
porque  no  aviséis  que  viene 
el  Duque. 
Fran.  La   culpa  tiene 

quien  pudiera  allá  prenderos 
y  no  lo  hizo. 
Julián.  No  os  pese, 

que  os  puedo  hacer  amistad. 
Castella.    a  una  torre  lo  llevad  (Aparte.) 

donde  no  vea  el  sol. 
Julián.  No  es  ese 

mi  intento. 
Castella.  ¿Pues   cuál? 

Julián.  Que  esté 

donde  se  vaya. 
Castella.  Ya  entiendo ; 

harélo   así. 
Julián.  Eso  pretendo. 

(Vaya  preso.) 

Castella.    Llevalde,  ¡hola! 

Fran.  ¡  Si    podré 

escaparme ! 

EsouiVEL.  Si  éste  da 

aviso  que  el  Duque  viene 
y  el  contrario  se  previene, 
mucho  daño   nos  hará. 

Julián.  ¿Y  si  no  viene? 

EsQuiVEL.  Imposible 

me  parece  que  ha  de  ser 
defendernos  sin   tener 
socorro. 

Julián.  Eso  haré  posible. 

No  sólo  he  de  socorrer 
a  Duay  yo   so-lamente, 
pero  con  muy  poca  gente 
al  francés  pienso  romper. 

Salga  el  soldado  y  dé  aviso 
que  el  socorro  viene  ya, 
que  vuesa  merced  verá. 

(Sale  el  Castellano.) 

Castella.    ¡  Maravillas   de  improviso ! 

Así  sucediera  todo. 
Apenas   salí   de   aquí, 
cuando   arrimándose   a   mí 
me  dijo  de  aqueste  modo: 

"Señor   Capitán,   ya  ve 
el  agravio  que  me  han  hecho. 


y  de  cuan  poco  provecho 
en  la  prisión  le   seré. 

V'uesa  merced  se  aproveche, 
que  es  razón,  deste  diamante, 
y  déme  lugar  bastante 
para  que  del  muro  se  eche." 

Dijo,   y   apenas   le   di 
lugar   ni   aun   respuesta,   cuando 
como   un   alcotán   volando 
en  medio  el  campo  le  vi. 

Esta  es  la  hora  que   está 
dando   aviso   al   Almirante 
del   socorro. 
EsouivEL.  Este  diamante 

mejor  socorro  os  dará. 
Julián.  Bueno   está   así;   el  enemigo 

una  de  dos  ha  de  hacer : 
o  retirarse  a  poner 
su  gente   en   orden.    Pues  digo- 

que  con  la  nuestra  cubierta 
de  la  noche,  si  podemos, 
sin  ser  sentidos  saldremos 
por   una    secreta   puerta 

al  monte,  y  allí  apartados 
y   divididos  dos  millas 
unos  de  otros,  en  cuadrillas 
de  veinte  o  treinta  soldadas, 

con  los  cabos  encendidos 
y  al  son  de  cajas  marchando, 
nos  vendremos  acercando 
a  Duay,  y  siendo  sentidos 

del  contrario,  ha  de  pensar 
que  va  todo   el  mundo  junto 
sobre  ellos,  y  al  mismo  punto 
se  tiene  de  retirar. 

Entonces  yo,  si  oportuna 
ocasión   tengo,   embistiendo 
la  retaguarda,  pretendo 
dar  un  tiento  a  la  fortuna. 

Y  para  que  el  enemigo 
más  se  confunda  y  divierta 
y  tenga  por  nueva  cierta 
la  que  le  lleva  su  amigo, 

en  la  muralla  han  de  estar 
tocando    alarma,    con   hachas 
encendidas,    las   muchachas 
y  mujeres  del  lugar; 

que  con  esto  se  asegura 
Duay  y  engaño  al  Francés. 
Capitán.     ¡  Brava  estratagema  es  ! 
Julián.       Vamos  a  probar  ventura. 

(Vanse.) 


ACTO  TERCERO 


61 


(Sale  el  Almirante  Francés.) 

Fran.  Recójase  el  campo  presto, 

no   nos   halle    el   enemigo 
desordenados. 

Almirant.  Ya  digo 

que  esté  todo  en  orden  puesto. 
¿Es  posible? 

(Salga  el  Almirante,  y  gente  marchando.) 

Fran.  Hame  costaüo 

un    diamante   de    valor 

de  mil  escudos,   señor, 

el   aviso   que  te  he   dado, 
¿y   dudas   si  viene  o  no 

el   Duque  ? 
.\i.MiRA\T.  Temo  otro  engaño 

peor  que  el  pasado. 
Frax.  El  daño 

del    socorro   temo   yo, 
si  está  tan  cerca  de  aquí 

como  dice. 
.Vlmirant.  Si   estuviera 

no  lo  dijera. 
Fran,  Eso    fuera 

si  no  me  prendiera  a  mí. 
/  El  venía  a  dar  aviso 

del  socorro,  y  si  lo  dio 

no   tuve  la  culpa  yo. 
Almirant.  Túvola   mi   poco   aviso : 

esta    vez    gana    renombre 

de  engaños.  ¿  Qué  es  lo  que  aguardo '. 
Fran.  Pues  que  se  fingió  Juan  Pardo 

siendo  Romero  su  nombre 
Almirant.      ¡  Qué  fácilmente  creí 

la  muerte  del  secretario  ! 

Pero  si  el  campo  contrario 

está  tan  cerca  de  aquí 
y  viene  el  Duque  con  él, 

tan  poderoso,  no  ha  sido 

mal  suceso  haber  tenido 

aviso  con  tiempo  del. — 
¿Qué  es  aquello? 
Fran.  Luminarias 

que  ponen  los  de  Duay 

sobre  el  muro. 
Aamirant.  Fiestas  hay, 

y  serán  extraordinarias. 
Ya  osan  salir  libremente 

al  muro;  alegres  están; 

cajas  suenan,  voces  dan, 

grande   alboroto   se   siente. 


Agora  tengo  por  cierto 

el  socoro.  ¿  Qué  rumor 

es  éste? 
Fran.  ¡  Arma,  arma,  señor, 

un  cam'po  se  ha  descubierto ! 
Cajas  se  oyen,  y  se  ven 

las  cuerdas. 
Almirant.  Tienes  razón, 

por  esta  parte  oigo  el  son. 
Fran.  Por  allí  se  oye  también. 

Almir.'\nt.      j  Válgame  Dios  !,  mucha  gente 

según  eso  trae  de  guerra 

el  Duque,  pues  tanta  tierra 

su  campo  ocupa  igualmente. 
En  tres  millas  de  distancia 

se  oyen  cajas  y  se  ven 

cuerdas  de  fuego;  ahora  bien, 

retirémonos  a  Francia. 

(Vanse,    y    tocan    arma.    Sale    Julián    ;y    gente.) 

Julián.  ¡  Ea,  españoles  !   ¡  Ea,  soldados  !, 

el  coaitrario,  una  por  una, 
va  hu3'endo,  y  hoy  la  fortuna 
favorece  a  los  osados. 

Con  osar  se  ha  de  vencer 
esta  noche.  Animo,  a  ellos, 
que  a  todos  pienso  rompellos 
sólo  con  acometer. 

Mil  hombres  vamos  aquí 
y  más  yo,  y  a  Dios  pluguiera 
que  menos  fuéramos :  fuera 
mayor  blasón  para  mí. 

¿Qué  haremos?  Huyendo  van. 
Mi  propia  fortuna  os  doy. 
Santiago,  y  válgame  hoy 
mi  patrón  San  Julián. 

(Salgan  el  Rey  y  el  Duque,  marchando.) 

Duque. 

Hagan  alto,  señor;  mucho  quisiera 
socorrer  a  Duay,  si  a  tiempo  llego, 
antes  que  el  enemigo  la  rindiera. 

Que  si  de  aquella  plaza  se  hace  entrego, 
podrá  sin  resistencia  cada  día 
correr  este  país  a  sangre  y  fuego, 

y  Vuestra  Majestad  también  podría 
meter  la  "guerra  de  una  vez  en  Francia, 
pues  a  la  raya  está  de  Picardía. 

Rey. 
Ya  no  será  el  socorro  de  importancia, 
sino  de  estorbo  y  embarazo;  siento 


62 


JULIÁN    ROMERO 


a  castigar  de  Enrico   la  arrogancia. 

Su  Condestable  va  a  meterse  dentro 
de  San  Quintín  mientras  socorro  tiene; 
mas  no  se  alabará  si  yo  le  encuentro, 

y  mientras  en  Italia  me  entretiene 
al  de  Guisa,  el  valiente  Duque  de  Alba 
y  Paulo  Cuarto  al  desengaño  viene, 

podré  yo  sin  temor  asir  la  calva 
ocasión  que  me  ofrece  la  vitoria 
del  Condestable.  Aquí  seguro,  y  salva 

désta,  pienso  salir  más  triunfo  y  gloria  (i) 
que  el  Almirante  de  Duay,  ni  el  Papa 
de  la  liga  que  ha  hecho,  con  notoria 

codicia  de  quitarme  a  mí  la  capa 
para  hacer  su  linaje  a  costa  mía; 
fuerte  ambición  que  a  nadie  se  le  escapa. 

Dejemos  a  Dusay  por  otro  día 
y  vamos  a  buscar  al  Condestable, 
pues  a  la  raya  estoy  de  Picardía, 

y  él  dentro  en  San  Quintin. 


Duque. 


Es    admirable 


resolución. 


(Sale  el  Secretario.) 


Secretario. 
Señor,  Julián  Romero 
ha  llegado. 

Rey. 
Decid  que  luego  me  hable. 
Si  fué  a  Duay  mejor  suceso  espero. 

{Sale  Julián   Romero.) 
Julián. 
Miejor  me  sucedió  que  yo  pensaba. 
Su  Majestad  me  viva. 

Rey. 

En  cierto  agüero 
que  tengo  yo  de  vos  me  aseguraba 
la  presa  de  Duay.  ¿Cómo  os  ha  ido? 

Julián. 
Llegué  a  Duay,  señor,  y  hallé  que  estaba 

cercada  en  torno  (2)  del  Francés  temido 
y  que  el  Alcaide,  previniendo  el  daño, 
trataba  de  rendírsela  a  partido. 

Entré,  en  efeto,  allá  con  cierto  engaño; 
entregúeme  a  la   fuerza,  y,   finalmente. 


(i)     Este   verso   y    el   anterior,  están    errados. 

(2)     En  el  original:  "contorno",  que  alarga  el  verso. 


aquella  noche,  con  silencio  extraño, 

hice  en  un  punto  armar  toda  la  gente , 
y  puestas  las  mujeres  sobre  el  muro 
con  hachas  encendidas,   de   repente, 

por  una  falsa  puerta  me  aventuro; 
eché  los  hombres  fuera,  repartidos 
en  veinte  o  treinta  escuadras,  y  procuro 

que  vuelvan  unos  de  otros  divididos. 
Eran  mil  los  soldados,  y  traían 
cada  cual  cinco  cabos  encendidos, 

que  mirando  de  lejos  parecían 
un  ejército  grande. 

Rey. 

Cosa  es  clara. 

Julián. 

¿  Pues  qué  pensó  el  contrario  ?  Que  venía 
todo  el  mundo  sobre  él. 

Rey. 

Yo  lo  pensara. 
Julián. 
Y  ¡juro  a  Dios!,  señor,  que  al  mismo  punto 
que  descubrió  las  luces... 

Duque. 

¡  Quién  llegara ! 
Julián. 

Y  oyó  las  cosas  de  un  mortal  trasunto 
cubierto  el  campo,  el  Almirante,  ciego 
del   sobresalto,   tím.ido   y  difunto, 

mandó  tocar  a  retirarse  luego. 
Yo  que  vi  la  desorden,  vengo,  ¿y  qué  hago?, 
recojo  mis  soldados  presto  y  llego, 

y  diciendo  y  haciendo  un  Santiago, 
les  di  de  medio  a  medio  tan  gallardo, 
que  puede  competir  con  el  estrago 

de  Roncesvalles. 

Rey. 

Sois  otro   Bernardo. 
Vitoria  vuestra  fué  y  hazaña  clara 
de  las  mayores  que  de  vos  aguardo. 

Julián. 

Ninguno,  ¡  vive  Dios  !,  se  me  escapara, 
pesar  de  la  fortuna  que  fué  mía, 
si  la  noche  dos  horas  más  durara. 

Dejáronme,  señor,  la  artillería, 
treinta  banderas  y  el  bagaje  entero. 
Seguí  el  alcance  y  sobrevino  el  día. 


ACTO  TERCERO 


63 


I 


Rey. 

¿Cómo  no  me  pedís,  Julián  Romero 
de  albricias  a  Duay? 

Duque. 

¡  Bien  la  merece 
quien  supo  defendella ! 

Julián. 

Yo  no  quiero 
lo  que  está  ya  ganado. 

Rey. 

¿Qué  os  parece 
que  poiedo  daros  yo  ? 

Julián. 

Las   cinco   villas 
d-e  San  Quintín. 

Rey. 
Si  el  cielo  favorece 
la  empresa,  3-0  os  las  mando,  y  treinta  millas 
la  tierra  adentro  más. 

Julián. 

i  Qué  Santiago 
les  pienso  dar,  señor  !  ¡  Qué  maravillas 
me  habéis  de  ver  hacer  ! 

Rey. 

Yo  os  haré  en  pago 
de  su  Cruz. 

Julián. 
Cesan  ya  mis  pretensiones. 
Rey. 
^Maese  de  Campo  general  os  hago 

(le  tres   tercios,  Julián ;  a  tres  naciones 
quiero  que  gobernéis  en  esta  guerra: 
a  españoles,   tudescos  y  valones. 

Julián. 
Dadme,   señor,   las   manos. 

Rey. 

Pues  se  encierra 
el  Condestable  en  San  Quintín,  no  tiene 
gana  de  pelear:  ganemos' tierra, 
^larche  el  campo. 

(Sale  el   Secretario.) 

Secretario. 

Señor,  la  espía  viene 
de    San    Quintín. 


Rey. 

Silencio,  no  se  entienda  : 
sabremos  lo  que  pasa ;  no  conviene 

que  me  hable  agora;  aquí  espera  la  milicia. 
Escuchad,  Capitán. 

Secretario. 
Señor. 
Rey. 

Yo  quiero 
dar  a  Julián  Romero  la  encomienda 
de  Yeste. 

Don  Fernando. 

No  sé  yo  si  es  caballero. 

Rey. 

No  reparéis  en  eso;  Santiago 

se  honrará  de  tener  por  compañero 

un  hombre  tan  valiente;  yo  le  hago 
del  hábito  merced;  dádsele  al  punto. 

Don  Fernando. 
Señor... 

Rey. 

No  repliquéis. 

Don  Fernando. 
No  satisfago 
las  leyes  de  mi  orden. 

Rey. 

No  os  pregunto 
por  las  leyes  agora. 

Julián. 

El  Rey  me  mira. 

Rey. 
Haced  la  información. 

Julián. 

Ya  se  retira; 
la  Cruz  me  prometió;  lo  que  es  barrunto. 
D.  Fer.  Procurad  que  se  me  dé, 

señor  Julián   Romero, 

con  brevedad  el  dinero 

que  es  menester. 
Julián.  ¿Para   qué? 

D.  Fer.  ^         Para  hacer  la  información 

de  limpieza. 
Julián  ¡  Que  me  place  ! 

¿Qué  decís? 
D.  Fer.  La  que  se  hace 

según  la  constitución 


64 


JULIÁN    ROMERO 


Julián. 


D.  Fer. 

Julián. 

D.  Fer. 

Julián. 

D.  Fer. 
Julián. 

D.  Fer. 
Julián 

D.  Fer. 


de  la  Orden. 

Es  muy  estrecha 
la  mía:  no  tengo  un  cuarto; 
mas  si  es  de  limpieza,  harto 
tiempo  ha  que  la  tengo  hecha. 

Yo   sé   que   soy   caballero, 
pero  estoy  pobre. 

Dad  orden 
de  buscarlo. 

No  quiero  orden 
donde  se  entra  con  dinero. 

Ninguna  cosa  se  alcanza 
sin  dinero. 

Yo  los  libro, 
si  así  es. 

¿  Dónde  ? 

En  el  libro 
del  Rey. 

¡  Buena  es  la  libranza ! 
¿  Pues  qué  queréis  ?  Yo  no  tengo, 
después  de  Dios,  más  hacienda, 
juro,  icnta  ni  encomienda 
que  mis  pagas. 

Yo  no  vengo 
a  hacer  cuentas  con  el  Rey, 
sino  hacer  por  comisión 
del  Rey  mismo  información, 
conforme  es  costumbre  y  ley. 
¿  Y  quién  sois  ? 

Yo  os  lo  diré : 
que  fui  clerizón  primero 
de  una  igilesia. 

Ya  lo  sé. 
Luego  fui  vuestro  soldado, 
cabo  de  escuadra,  y  allí 
pasé  a  ser  sargento,  y  fui 
subiendo  de  grado  en  grado, 

por  mis  servicios,  a  ser 
alférez  y  capitán ; 
cosas  son  éstas  que  están 
probadas  ya  sin  hacer 
información. 

Nadie  ignora 
vuestra  nobleza,  hecha  está; 
¿pero  cómo  se  hará 
la  de  vuestro  padre  agora  ? 

El  arcabuz  es  mi  padre, 
y  ésta  mi  madre;  mirad 
si  tengo  harta  antigüedad 
por  la  parte  de  mi  madre. 

Hijo  SO}»-  de  quien  ha  hecho 
los  linajes  de  la  tierra. 


Julián. 


D.  Fer. 
Julián 


D.  Fer. 


Julián 


y  el  tronco  del  mío  se  encierra 
en  este  brazo  derecho. 

D.  Fer.  Muy  bien  muestra  su  hidalguía, 

su  valor,  y  en  conclusión, 
voy  a  hacer  la  información, 
aunque  sea  a  costa  mía. 

De  secreto  a  hacerla  voy, 
y  no  quiero  ser  testigo 
de  su  información  que  hago, 
sino   al  mismo   Santiago 
que  ha  andado  siempre  conmigo. 

[Julián.]       Pues   por  testigo  os  doy 
a  vuestro  mismo  Patrón : 
no  hagáis  más  información, 
que  él  os  dirá  quién  yo  soy. 

{Vase.) 
(Sale  el  Rey  y  el  Duque.) 

Duque.  Su   Majestad   se   resuelva 

en  lo  de  la  espía. 
Rey.  Vuelva 

a  San  Quintín,  que  allá  estoy 
resuelto  en  llevar  al  fin 

la  guerra  de  Picardía : 

reconozca  bien  la  espía 

las    fuerzas  de   San   Quintín. 
La  gente  que  dentro  tiene 

el  Condestable,  y  si  piensa 

aguardarme  en  su  defensa; 

o    si    el    Almirante    viene 
de  la  costa  de  Duay 

y  piensa  meter  su  campo 

dentro,  o  me  espera  en  el  campo 

como  él  dice. 
Duque.  Indicios  hay. 

Pienso  que  está  el  Almirante 

de  vuelta  y  en  Picardía,  (i) 

dejando  gente  bastante 
de  socorro  al  Condestable, 

a  Duay  se  ha  de  volver, 

y  aquí  se  le  puede  hacer 

luego  otra  burla  admirable. 
Rey.  ¿Cómo? 

Duque.  Vayase  acercando 

Vuestra  Majestad  allá, 

que  yo  me  iré  por  acá 

a  la  ligera  arrimando 

con  diez  mil  hombres  al  paso, 

y  emboscado  me  pondré 

donde  si  él  pasa  le  haré 

se  vuelva  más  que  de  paso. 

(i)     Falta  un  verso  antes  o  después  de  éste. 


ACTO  TERCERO 


65 


{Sale  el   Secretario.) 


Secretar. 


Ya  la  información  se  hizo, 
y  ha  sido  muy  suficiente: 
tan  noble  es  como  es  valiente, 
la    nobleza    satisfizo. 

i  Huélgome,  por  vida  mía  ! 
Secretar.  Desde  hoy  su  ventura  empieza,  (i) 
Rey.  No  pudo  faltar  nobleza 

en  tan  sfrande  valentía. 


Rey. 


{Salen  dos  Caballeros,  y  dox  Juan.) 


Cab.    I.° 

D.  Juan. 

Cab.  2° 

D.  Juan. 
Julián 

j  '.    JUAX, 


Cab.  2° 

D.  Juan. 
Julián. 
D.  Juan. 


Cab.  2." 


Julián. 
Cae.  2." 


Maese  de  Campo  le  han  hecho 
de  tres  tercios. 

Yo  le  vi 
a  tercios  roto  y  deshecho. 
También  le  veréis  aquí 
con  un  hábito  en  el  pecho. 

¿Hábito  Julián   Romero? 
Estos  aquí  me  han  nombrado. 
¡  Pesia  tal  con  el  grosero ! 
Si  a  él  hábito  le  han  dado, 
¿qué  darán  a  un  caballero? 

Yo  le  vi  en  Gante  después 
que   de   Ingalaterra   vino 
pobre  capitán. 

¿  No  es 
éste  el  milagro  ? 

Imagino 
que  he   de   matar  estos  tres. 

Vos  vístesle  capitán, 
pero  yo  sé  quien  le  vio 
menos  que  soldado :  yo  (2) 
en   Cuenca  le   conocí 
hecho  un  pobre  sacristán. 

Nunca  más  honrado  estuvo ; 
si   no   dígalo   Gabriel, 
con  quien  él  a  sueldo  anduvo, 
sirviéndole  de    furriel. 
(3).  Con  vos  un  encuentro  tuvo: 

el  de  África ;  yo  me  hallé 
también  aquel  día  allí. 
Aquí  está  don  Juan.  (Aparte.) 
¿  Por    qué 


(i)  En  el  original:  "comienza",  que  no  rima  con 
"nobleza". 

(2)  En  el  original  :  ''Don  Juan",  que  sin  necesidad 
alarga  el  verso,  puesto  que  es  el  mismo  dox  Juax  quien 
habla. 

(3)  En  el  texto  se  supone  que  sigue  hablando  dox 
Juax,  cosa  impropia,  pues  el  choque  había  sido  con 
él   mismo. 


fué  la  pesadumbre  así  ? 
D.  Juan.     Sobre  la  bandera  fué. 
Cab.  2."  Pienso   que  os  desafió; 

¿salisteis? 
D  Juan.  ¿Eso  decís? 

¿Campo  había  de  hacer  yo 
con  un  atambor  ? 
Julián.  ¡  Mentís 

vos,  y  vos,  y  quien  creyó 
que  yo  fui  tamborinero  ! 
Mozo  de  atambor  sí  fui, 
y  soy  también  caballero, 
y  agora  verás  aquí 
quién  es  Julián  Romero. 

Meted  mano  todos  tres, 
que  quiero  mostrar  que  soy 
mejor  que  vosotros,  si  es 
honra  en  mí  dárosla  hoy 
para  mataros  después 
a  cuchilladas. 

Señor, 
¿quién  a.1  respeto  que  os  debe 
se   atreverá   sin   temor 
del    mismo    Rey? 

Quien    se    atreve 
a  murmurar  mi  valor,   (i) 
Señor,   señor ! 

Sólo  importa 
sacar  la  espada. 

La  mía 
en  daño  vuestro  no  corta; 
suplico   a   vueseñoría. .. 
Mi  cólera  se  reporta 

a  sustentar  lo  que  digo; 
pero  soy  hombre  de  bien ; 
tenéis  del  Rey  el  castigo, 
sois   ^Maestre   de  Campo;   ¿quién 
se  ha  de  atrever?  Yo  no  quiero 
reñir  con  vos. 
Julián.  Yo  no  soy 

sino  Julián  Romero 
cuando  con  la  espada  estoy; 
por  eso  arrojé  primero 
el  bastón  en  tierra. 


Cab.  i.° 


Ji/'lián. 

[Cab.  2.°] 
JuLi.  (2) 

Cab.  2° 


D.  Juan. 


(i)  En  el  texto  se  intercala  aquí  el  verso:  "Yo  me 
atreviera  también",  que  supone  sigue  diciendo  Julián 
Romero  ;  pero  que  ni  rima  ni  forma  sentido. 

(2)  Supone  el  texto  que  dice  don  Juax  estas  pala- 
bras,   pero   es    errata 


VII 


66 


JULIÁN   ROMERO 


Cae.  i."  Ahora  que  sé  (i) 

que   sois   como    [yo]   un   soldado, 

si  pudiere   os  mataré. 
Julián.       Todos  me  habéis  agraviado. 

¡  Guardaos  todos ! 
Cae.  i.°  Yo    haré 

lo  que  pudiere  por  mí. 
D.  Juan.     Yo  me  rindo,  herido  estoy. 
Cae.  3.°      Yo  también  me  rindo. 
Cae.  i.°  ¿Aquí 

qué  puedo  hacer?  Nada;  [soy] 

hombre  (2)  muerto 
Julián.  Así  a  ti.  (3) 

Ya  habéis  echado  de  ver 

con  el  valor  que  peleo, 

y  que  merezco  tener 

el  hábito  que  poseo. 

Las  vidas  os  quiero  hacer 
de  merced.  Dejadme  ahí 

las  armas ;  id  en  buen  hora. 

¿Dónde  habernos   de  ir   asi? 

La  muerte  nos  das  agora. 

¿  Qué  dirá  el  mundo  de  mí  ? 
Lo  que  dijere  de  todos. 

¿Dónde  iremos  desarmados 

tres  hombres  como  nosotros? 

Donde  seáis  murmurados 

como  yo  fui  de  vosotros. 
Eso   por  castigo   os   doy 

de   vuestra  gran   desvergüenza. 

Lo  mismo  es  que  mandar  hoy 

sacarnos  a  la  vergüenza. 

¡Casi  avergonzado  estoy! 
Lástima  que  han  hecho  ya 

de  verles  ir  sin  espadas 

cuando  el  Rey  en  arma  está 

y  sus  escuadras  armadas. — 

Soldados,  volved  acá. 
¿Qué  dijistes  vos  aquí 

de  mí  agora? 
Cab.  i."  La  pobreza 

con  que  en  Gante  os  conocí. 
Julián.        Esa  es  la  mayor  nobleza 

que  podéis  contar  de  mí. — 
Y  vos,  ¿de  mí  qué  dijisteis? 


Cae.  i.° 
Cab.  2." 
D.  Juan. 
Julián. 
Cae.  i.° 

Julián. 


Cae.  2.° 

D.  Juan. 
Jltlián. 


(i)     Verso  largo.   Se  habrá  escrito  así: 

el   bastón. 
Cab-  i.°  Ahora  que  sé. 

(2)  En  el  texto:  "Por  hombre",  que  alarga  el  ver- 
so y  trunca  el  sentido. 

(3)  Quizá   deba   leerse:    "¡Pesia  a  ti!" 


D.  Juan.     ¡  No  me  acuerdo,  vive  Dios  ! 
Cae.  2.°       Así,  yo  dije  que  ftiisteis 

menos  que   [atambor.] 
Julián.  Los  dos 

pienso  que  no  me  ofendisteis. 

Menos  que  atambor  ha  sido 
quien  a  un  atambor  sirvió ; 
mas  no  por  haber  servido 
a  otro  hombre  menospreció, 
menos  honra  ha  merecido  (l). 

La  virtud  propia  no  está 
sujeta  al  valor  ajeno 
ni. la  honra  a  quien  la  da: 
no  puede  hacerme  el  Rey  bueno 
si  yo  no  lo  fuera  ya. 

Ni  es  buena  razón  de  honor 
al  criado  atribuir 
la  indignidad  del  señor; 
que  no  es  deshonra  servir 
aunque  sea  a  un  atambor. 

Muchos  monarcas  ha  habido 
que  han  sido  siervos  de  quien 
menos  que  pastor  ha  sido, 
y  muchos   reyes  también 
que   de   siervos   han  venido. 

Tan  mal  me  tratáis,   (2) 
vos  que  atambor  me  llamáis, 
cuando  me  hacéis   este  ultraje, 
porque  no  consideráis 
que  hoy   empiezo  mi   linaje 
y  vos  el  vuestro  acabáis. 

Y  si  blasones  no  muestro 
que  mi  padre  me  dejó, 
aunque  fué  de  obras  maestro, 
más  tengo  ganados  yo 

que  as  pudo  dejar  el  vuestro. 

Y  creo  de  su  valor 

y  deíl  que  de  mí   colijo, 
que  se  preciara  mejor 
de  tenerme  por  su  hijo 
que  a  vos  por  su  sucesor. 

Esto  basta;  andad  con  Dios 
y  tenedme  cortesía, 
que  os  castigaré  a  los  dos 
si  me  enojáis  otro  día. 


(i)     Pasaje    alterado.    Quizás    se    enmendaría    algo 
diciendo  : 

mas  no  por  haber  servido 
menos    honra    ha   merecido, 
ni    a   hombre   se    menospreció. 

(2)     Verso  corto,  que  pudiera  completarse  diciendo : 
"Y  no   tan  mal  tratáis." 


ACTO  TERCERO 


67 


Y  mirad  que  os  mando  a  vos 
que  del  ejército  os  vais 

hoy  por  todo  el  día:  volveos 

a  Cuenca,  porque  digáis 

en  qué  justas  y  torneos 

ocupado  me  dejáis. 

Decid  que  un  sol/dado  fuisteis 

tan  noble,  que  no  tenéis 

memoria  de  lo  que  hicisteis, 

y  que  por  eso  os  volvéis  (i) 

tan  don  Juan  como  venisteis. 
Mirad  que  os  haré  matar 

si  no  os  vais  luego  del  campo. 

(Vasa.) 

D.  Juan.     ¡  Oh,  villano ! 

Cab.  i.°  ¡Porfiar!... 

Mirad  que  es  Maese  de  Campo 

y  nos  mandará  ahorcar ! 
Cab.  3.°  ¡  Callad,  pesia  tal  1 

D.  Juan.  ¡  No    puedo  ! 

¿  Por  él  me  había  yo  de   ir 

del  campo? 
Cab.  2.°  Allí  viene,  quedo. 

D.    JuAX.     Luego    me   pienso    partir. 

¡Gran  personaje  es  el  miedo! 

{Vanse.} 

{Sale  el  Rey,  y  acompañamiento  de  capitanes,  y  dice 
el  Rey.; 


Rey, 


Príncipe. 


Conde. 

Rey. 

Feria. 


Rey. 


Yo  os  he  llamado  a  consejo, 
capitanes,  dende  ayer, 
porque  no  pretendo  hacer 
nada  sin  vuestro  consejo. 

Ayer  estaba  resuelto 
de  empezar  la  batería 
por  esta  parte,  y  la  espía 
que   de    San   Quintín   ha  vuelto 

dice  que   arrimado   está 
a  la  espalda  deste  lienzo 
un  templo  de  San  Lorenzo ; 
y  si  el  asalto  se  da, 

como  quedamos  ayer 
de  acuerdo,  por  esta  parte, 
por    ser   este   baluarte 
el  más  flaco  de  romper, 

se  ha  de  echar  el  templo  en  tierra 
de   nuestro   español   bendito, 
cosa  que  yo  no  permito 
atmque  se  deje   la  guerra. 


(i)     En  el  texto:  "volvistes",  por  errata. 


Mirad,  cómo  esto  se  evite, 
por  dó  se  pueda  batir, 
que  yo  no  he  de  consentir 
que  una  piedra  se  le  quite. 
Duque.  Ninguno  hay  aquí  presente 

que  lo  tenga  por  mirar, 
si  en  San  Quintín  se  ha  de  entrar 
por  esta  parte  se  intente, 

y  si  no  el  cerco  levante 
Su  Majestad  sin  batilla, 
que  es  fortísima  la  villa 
y  está  dentro  el  Almirante. 

Príncipe  de  Orange,  ¿a  vos 
qué  os  parece? 

Aunque    rompéis 
el  templo,  señor,  no  hacéis 
ofensa  al  Santo  ni  a  Dios, 

no  es  aquesa  mi  intención. 
Lo  que  dice  ol  Duque  digo. 
¿Oué  dice  Feria? 

La  ley  que  sigo, 
yo  digo  son  de  opinión,  (i) 

Si  el  Duque  de  Fransuy, 
que  los  demás  que  han  votado 
la  empresa  han  dificultado, 
si  no  se  hace  por  allí, 

como  si  importase  más 
San  Quintín,  echando  un  templo 
en  tierra,   que  el  mal   ejemplo 
que  damos  a  los  demás. 

¿Qué  dirán  los  luteranos 
cuando  nos  vean  pasar 
por  un  templo  a  saquear 
una  villa  de  cristianos? 

Y  quizá  van  con  nosotros 
algunos,  más  por  robar 
las  iglesias  y  el  lugar 
que  las  casas  de  los  otros. 

Bien  se  echó  en  Roma  de  ver 
cuando  Borbón  la  asaltó; 
y  aun  él  con  su  muerte  dio 
bien  que  notar  y  temer. 

Escarmiente  en  este  ejemplo 
Su  Majestad. 
Rey.  ¿Ya  el  que  doy 


(i)     Este    y    el    anterior    son    versos    largos    y    sin 
sentido.    Pudierají   arreglarse   diciendo : 
Rey.       ¿Qué  dice  Feria? 
Feria.  Que  sigo 

una  contraria  opinión. 
Pero  vienen  luego  dos  redondillas  llenas  de  dispara- 
tes que  no  nos  atrevemos  a  enmendar. 


68 


JULIÁN    ROMERO 


no  es  bueno?  De  opinión  soy 
que  no  se  derribe  el  templo. 

Si  por  un  sepulcro  vil 
no  consintió   saquear 
César  Augusto  un  lugar, 
siendo  emperador  gentil, 

yo  quiero  hacer  otro  tanto, 
que  soy  católico  yo: 
si  él  a  un  filósofo  honró, 
yo  respondo  (i)  a  un  mártir  santo. 

Julián,  ¿no  tengo  razón? 
Julián.        Si  esto  se  hubiera  de  hacer 
con  mi  voto  y  parecer, 
y  fuera  el  de  Salomón 

en   grandeza   y  majestad, 
ya  él  estuviera  más  llano 
que  la  palma  de  la  mano ; 
esto  es  a  decir  verdad. 

Esto  es  guerra,  y  llanamente 
aquí  hay  fuerza,  y  sin  pecar 
puede   robarse    un    altar 
con  necesidad  urgente. 

-Si  esto  es  así  y  sabe  el  santo 
que    son   santos    sus    intentos, 
¿qué  hay  que  andar  en  cumplimientos 
con  im  santo  que  lo  es  tanto  ? 

Y  siendo  español  Lorenzo 
yo  sé  que  no  se  pondrá 
con   lots  que  somos  de   allá 
en   cuatro   palmos  de   lienzo, 

y    en    ocasiones    forzosas, 
¿  cuándo   en   la   Iglesia  de   Cristo 
santo   ninguno    se   ha   visto 
que  repare  en  pocas   cosas? 

Y  si   es   por   el   mal   ejemplo, 
¿por  qué  el  santo  ha  de  querer 
que   dejes  tú  dte   vencer 
porque  no  se  rompa  un  templo? 

Y  cuando  ése  le  deshagas, 
puedes   hacelle,   señor, 

en  España  otro  mejor 

con  que  al  santo  satisfagas. 

Eso  me  parece   a   mi 
que  es  lo  que  importa,  y  me  aparto 
con  tu  licencia  a  mi  cuarto, 
pues  no  hay  más  que  hacer  aquí. 

(Vanse    todos,   y    quedase    el    Rky   solo.) 

Rev.  Cada  uno  se  va  al  suyo 

mientras  vo  me  determino : 


en  no  hallando  otro  camino 
yo  fácilmente  concluyo. 
Hoy  es  menester,  mártir  glorioso; 
ayudadme   a  vencer,    fuerte   Lorenzo, 
seréis  escudo  del  arnés  que  trenzo 
y  el  premio  de  mis  armas,  (i) 

Siendo  por  vuestra  causa  vitorioso, 
hoy  que  a  reinar  y  a  pelear  comienzo, 
si  aquí  os  derribo  para  entrar  un  lienzo, 
en  España  os  haré  un  templo  famoso. 

Haré  que  en  un  milagro  el  mundo  vea 
las  siete  que  celebra  en  su  memoria; 
verá  (2)  un  templo  y  mausoleo  en  Castilla, 

como  en  efecto  en  Caria  y  [en]  Judea, 
rendir  a  un  templo  la  honra  y  la  vitoria 
y  el  mundo  en  el  la  otava  maravilla. 
S.  LoREN.       Invencible   rey   Felipo, 

entra  en  San  Quintín,  que  el  cielo 
oyó  tu  humilde  plegaria 
y  yo  tu  demanda  aceto. 
Entrarás  en  San  Quintín 
hoy  por  mi  causa,  y  el  premio 
de  la  vitoria  será, 
como  prometes,   eíl  templo 
de   San   Lorenzo  d   Real, 
que  en  El  Escuríal  espero, 
y  hoy  en   recompensa  dello 
dos  Vitorias  te  prometo. 
Rey.  Por   aquí  suena  ima   caja 

que  toca  alarma.   ¿Qué  es  esto? 

¿En  todo  un  campo  se  oye 

no  más  de  ima  caja?  ¿Sueño? 

Una   trompeta   me   llama; 

¿qué    impulso   es    éste   del   cielo? 

¡Cierra,    España;    arriba,    arriba! 

Lorenzo,  a  vos  me  encomiendo. 

i  San  Lorenzo,   Santiago  ! 

¡  Santiago,   San  Lorenzo  ! 

Ya  se  da  la  batería, 

desde  aquí  el  asalto  veo. — 

¡  Ea,    Conde    de    Agamón, 

Príncipe  de  Orange,  a  ellos! 

i  Ba,  Caceras   famoso, 

vailiente  Julián   Romero, 

famoso   Duque   de    Feria, 

gana  de  tal  feria  el  premio  ! 

¡  Ea,    fuerte    Navarrete, 


(i)     Será  "respeto"  y  no  "respondo". 


(i)  Verso  incompleto,  que  pudiera  llenarse  con  las 
palabras  "más  famoso". 

(2)  En  el  original:  "aura"  (habrá),  que  daña  el  sen- 
tido. 


ACTO  TERCERO 


69 


maese  de  Campo  del  tercio 
mejor  que  salió  de  España; 
ea,  españoles,  que  hoy  tengo 
a  un  español  por  patrón ! 
¡  Vitoria,   en   su  nombre   venzo ! 

(Dicen    dentro.) 

Dentro.     ¡  Vitoria,   vitoria  ! 

Rev.  a  vos,  Lorenzo,  os  la  debo: 

vos  la  alcanzasteis  de  quien 
la  da  cuando   quiere  luego. 

(Sale  el   Duque.) 

Duque.        Entre  Vuestra  Majestad 
en  San  Quintín. 

Rey  i  Gloria   al   cielo  ! 

¡Capitanes,  Duques,  Condes, 
levantaos  todos,   que   quiero 
recebiros   en  mis  brazos, 
pues  hoy  me  han  dado  los  vuestros... 

Julián.       Aquí   estoy  yo,   señor. 

Rey.  Julián,  (i) 

en  mis  brazos  os  espero. 
¡  Levantaos,  valor  del  mundo  ! 

Julián.        Señor,   aquí  os   traigo  preso 

a  un  par  de  Francia  y  del  mundo, 


(i)     Verso  largo  :  sobra  el  "yo"  de  la  linea  anterior. 


quien  no  lo  tiene. 

Rey.  Yo  os  creo 

si  es  el  Almirante. 

Almirant.  Soy, 

señor,  vuestro  prisionero, 
que  basta.  Dadme  los  pies, 
pues  estoy  rendido  y  preso. 

Rey.  Levantaos,   francés  gallardo, 

dadme  los  brazos,  que  hoy  tengo 
en  más  por  vos  la  vitoria 
y  no  os  tengo  a  vos  en  menos 
siendo  par,  pues  os  venció 
quien  es  sin  par  en  el  suelo. — 
¡Oh,  Lorenzo,  hijo  y  patrón 
de  nuestra  España,  ya  tengo 
más  ocasión  de  cumplir 
el  voto  que  tengo  hecho ! 
Entremos  en  la  ciudad, 
donde  se  dé  fin  al  premio 
de  las  armas  de  Felipo 
y  el  principio  al  Monesterio 
de  San  Lorenzo  el  Real. 

Almirant.  ¡  De  tal  Rey  digno  trofeo ! 

Rey  y  aquí  acaba,  senado, 

la  historia,  y  no  los  hechos, 

del   gallardo   capitán 

de  Cuenca,  Julián  Romero. 


LA    FAMOSA    COMEDIA 


DE 


EXj    XjJ^GJ^"2"0    :FIIíT(3-IDO 


DE 


LOPE     DE     VEGA    CARPIÓ 


LOS  QUE  HABLAN  EN  ELLA  SON 


El  Rey  de  Francia. 

La  Reina,  su  mujer. 

Leonardo,   galán. 

El  Marqués  Arnesto. 

Rosarda,   dama. 

El  Duque  Rosimundo. 


Leonora,  dama,  que  eí  Sancho, 

Eleandro,  su  criado. 

Un  hijo  de  Eleandro. 

Un  Mayordomo. 

Un  Alcaide. 

Un  Conde. 


Un    Seneral. 
Un  Paje. 
Un  Villano. 
Una  Villana. 
Dos  Guardas. 


JORNADA  PRIMERA 

{Dicen  desde  dentro  dos  Guardas.) 

GuARD.  i.°       ¡  Fuego,  fuego  ! 
GuARD.  I."  ¿Dónde,    dónde? 

GuARD.  i.°  ¡  Fuego  en  casa  del  Marqués ! 
GuARD.  2.°  ¿Y  hacia  qué  parte  es? 
GuARD.  i.°  En  lo  que  al  muro  responde. 

{Sale   iiH   Mayordomo   medio   desnudo.) 

Mayord.         Id,  haced  que  toque  a  fuego 
luego  a  la  Iglesia  mayor, 
porque  anda  el  fuego  mayor, 
i  Id  corriendo,  luego,  luego  ! 

{Dentro.) 

GuARD.  i.°       i  Fuego,  fuego! 

GuARD.  2.°  En  la  cocina 

es  donde  se  emprendió  más. 
{Sale  el  Bobo  cargado  de  asadores,  gatos  y  perros.) 

Bobo.  ¡  Válate  San  Nicolás  ! 

Camina,  hijo,  camina. 
{Dentro.) 
GuARD.  i.°       ¡  Vinagre,  vinagre,  hola, 

que  esto  es  lo  que  más  importa ! 
GuARD.  2.°  i  Corta  aquesta  viga,  corta, 

que  el  toque  está  en  ella  sola. 
Mayord.         Vaya  todo   este  arco   al  suelo. 

y  no  irá  el  fuego  adelante. 
{Vase.) 


{Sale  Leonardo  con  Rosarda  en  brazos.) 

Leonardo.  Hecho  voy  segundo  Atlante, 
pues  llevo  sobre  mí  el  cielo. 

{Vase.  Dentro.) 

GuARD.  i.°       ¡  Socorro  presto  ! 

Guard.  2.°  ¿  Qué  quieres  ? 

GuARD.  i.°  ¡  Todo  lo  alto  es  una  fragua ! 

Guard.  2."  ¡  Agua,  agua  ! 

GuARD.  I."  ¡Agua,   agual 

Guard.  2  °  ¡Al  cuarto  de  las  mujeres! 

{Salen  con  dos  cántaros,  cada  uno  por  su  parte,  róm- 

pcnsc,    y    quiébranlos.) 

GuARD.  i.°       ¡  Agua,  agua,  válate  Dios  ! 
GuARD.  2.°  i  Mas  que  te  Valga  a  ti  el  diablo ! 
GuARD.  i.°  i  Hame  muerto,  por  San  Pablo  ! 
GuARD.  2.°  ¡  Derrengóme,  vive  Dios  ! 

{J^ansc,  y  sale  el  Marqués  y  el  Mayordomo.) 

Marqués.        ¿  En  qué  estado  queda  el  fuego  ? 
Mayord.      Sólo  el  desta  sala  queda.   " 
Marqués.    Remédiese  como  pueda, 

con  algo  más  de  sosiego. 
Y  haced  que  se  recorra 

ese  homenaje  de  casa. 
Mayord.      ¡  Notable  desorden  pasa ! 
Marqués.    No  os  dé  congoja  aunque  corra; 
cójase  así  buenamente 

eso  que  hubiera  quedado; 


JORNADA  PRIilERA 


71 


lo  demás  no  os  dé  cuidado. 
}klAYORD.      ¡  Hola  !,  echad  fuera  esa  gente  . 

{Entratise,  y   toma  a  salir  Leonardo   con   Rosarda.) 

RosARDA.  ¿  Qué  fuego  es  éste,  Leonardo  ? 

¿Qué  mal?  ¿Qué  desasosiego? 

Leonardo.  Xo  hay,  Rosarda,  aquí  otro  fuego 
que  el  fuego  en  que  yo  me  ardo. 

Este  es  en  mí  natural, 
que  esotro  ha  sido  echadizo. 

Rosarda.     ¿  Luego  fué  ruido  hechizo  ? 

Leonardo.  Y  hecho,  aunque  por  mi  mal. 
El  desposarte  mañana 
con  el  duque  Rosimundo, 
a  pesar  suyo  y  del  mundo 
me  ha  hecho  tu  casa  llana. 

Porque  no  le  des  los  brazos 
mañana,  fui  a  echar  el  fuego, 
y  echado  me  arrojé  luego 
por  él,  y  te  saqué  luego  en  brazos. 

Y  si  de  industria  se  usó 
y  no  se  usó  de  la  fuerza, 
no  importa,  porque  por  fuerza, 
a  importar,  la  usara  yo. 

Quiérote  tanto,  Leonardo, 
y  que  me  quieras  estimo, 
que  en  mi  deshonra  me  animo 
y  en  tus  furores  te  aguardo. 

¿  Cómo  ?  ¿  Furor  y  deshonra  ? 
¿  Pues  qué  deshonra  mayor 
que  la  mía,  y  qué  furor 
que  el  tuyo,  si  sabes  de  honra  ? 

¿  No  es  deshonra  que  el  Marqués, 
siendo  quien  es  en  el  mundo, 
falte  al  duque  Rosimundo 
la  palabra  dada? 

Leonardo.  Es. 

Rosarda.         Pues  mira  cuánto  deseo 
tu  gusto,  que  te  perdono, 
y  estos  dos  yerros  abono 
porque  en  los  tuyos  (i)  me  veo. 

Leonardo.       Confieso  que  mi  osadía 
ofensa  fué  del  Marqués; 
mas,  i  ay  de  mí,  que  no  es 
tanto  suya  como  mía ! 

Rosarda.         ;  Cómo  tuya  ? 

Leonardo.  Porque  el  Rey, 

que  en  tus  amores  prosigue 
y  sin  ley  su  gusto  sigue, 


porque  un  rey  puede  sin  ley, 

viendo  que  te  desposabas 
con  Rosimundo  mañana 
y  que  su  esperanza  vana 
desposándote  dejabas, 

me  mandó  que  echase  el  fuego, 
y  a  río  vuelto  me  arrojase 
y  en  su  poder  te  entregase, 
y  hube  de  obedecer  luego. 
Ros.^rda.         ¿  Y  piensas  a  él  entregarme  ? 
Leo:íardo.  ¿  Pues  qué  tengo  de  hacer  ? 
Rosarda.     ¿  Pues  tiénesme  en  tu  poder, 
y  al  suyo  quieres  llevarme? 

¿Qué  es  lo  que  aguardas,  cruel? 
Pero  no  cruel,   cobarde; 
no  aguardes  a  que  sea  tarde, 
hin'amos  del  Duque  y  del. 

Como  ose  yo  ir  contigo 
y  a  llevarme  no  te  atrevas... 
Leonardo.  ¿Cómo,  si  antes  que  el  pie  muevas 
ha  de  estar  el  Rey  conmigo  ? 

¿  No  ves  que  a  la  mira  ha  estado, 
y  tan  cerca  que  ya  llega? 


Rosarda. 


Leonardo 
Rosarda. 


{Entra    el    Rey    embozado,    con    gente.) 


Rey. 


(i)     Así  en  el  original;  pero  quizá  deba  leerse; 
tus  brazos". 


Esta  dama  se  os  entrega; 

llevalda   donde  he  mandado. 
Rosarda.         ¿Qué   haces,    señor?   Aguarda, 

no  emprendas  tan  grande  culpa. 
Rey.  Bien  tengo  que  dar  disculpa, 

pero   no   es  tiempo,   Rosarda. 
Rosarda.         No  es  hombre  el  Marqués,  mi  tío, 

con  quien  se  pueda  esto  hacer. 
Rey.  Ningún  respeto  ha  de  haber 

donde  hubiere  gusto  mío. — 
Tirad  con  ella  de  ahí 

y  donde  mandé  aguardad. 

(Lléz'anla.) 

Leonardo.  ¿  Qué  manda  tu  Majestad 

que  haga? 
Rey.  Vente  tras  mí, 

Leonardo,  y  este  servicio 

pagaré  como  verás. 

(Vasü  el  Rey.) 

Leonardo.  ¡  No  me  faltaba  ya  más 

que  servirte  en  este  oficio ! 

Ahora  bien;  esto  está  hecho, 
y  es  justo  considerar 
que  aquí  la  fuerza  ha  lugar 
■  y   no   lo  tiene   el   derecho. 


72 


EL  LACAYO   FINGIDO 


Y  de  dos  inconvenientes : 
o  casarme  con  Rosarda 
o  tenella  el  Rey  en  guarda, 
a  pesar  de  sus  parientes, 

claro  es,  si  en  el  mundo  hay  ley, 
que   el   menor   es   el   presente, 
porque  si  ella  no  consiente 
no  le  ha  de  hacer  fuerza  el  Rey. 

Pues  della  seguro  tengo 
,que  me  adora,  y  es  quien  es... 
¡Pero  si  éste  es  el  Marqués...! 
¡  En  mil  dudas  voy  y  vengo ! 

{Enira    el    Marqués    y    su    gente.) 
Marqués. 
¿Cómo?  ¿Que  no  parece.?  ¡Vive  el  cielo 
que  ha  de  sacarse  la  verdad  en  limpio ! 
¿Habéis  buscado  bien  la  casa  toda? 

Mayordomo. 
En  su  espacioso  sitio  no  ha  quedado 
sala,  cámara,  cuadra  y  su  retrete 
que  no  se  visitó. 

Leonardo. 

Marqués    famoso, 
¿tanta  aceleración?  ¿Pues  qué  hay  dd  fuego? 

Marqués. 
Valeroso  Leonardo,  en  que  ha  resuelto 
en   pavesas   y   humo   mi   hacienda; 
quemó  joyas  y  casa  y  murió  luego. 
Pero   el   que   ahora   abrasa   mis  entrañas, 
consúmeme  el  honor. 

Leonardo. 

¡Cómo!    ¿Qué   ha   sido? 

Marqués. 

Perdí  entre  los  despojos  abrasados 
la  mejor  prenda  de  mi  casa  antigua. 
Hanme  robado,  amigo,   de  su  cuarto, 
en  medio  del  incendio,  a  mi  Rosarda, 
y  padezco  el  agravio,  y  no  sé  cómo, 
que  el   robador  lo  ha  hecho  ocultamente. 

Leonardo. 
Guardándome  el  secreto  de  mi  aviso, 
por  lo   que  suceder,   señor,   podría 
si  sabe  ser  yo  quien  te  lo  ha  dado, 
te  diré  lo  que  vide  yo  no  ha  mucho 
ni  muchos  pasos  de  este   que  ahora  pisas. 

Marqués. 
Prometo  lo  que  pides. 


Leonardo. 

Pues  al   tiempo 
que  el  incendio  salió  en  su  mayor  fuga, 
pasó  de  gente  junto  a  mí  una  tropa, 
y  en  medio  una  mujer  que  daba  voces, 
pero  rompidas,  jwrque  la  tapaba 
con  un  lienzo  la  boca  el  uno  dellos, 
que  fué  de  mí  en  la  voz  bien  conocido. 
Le  oí  decir :   "Llevarla  donde  haga 
lo  que  no  quiso  hacer  sin  casamiento 
ahora,  a  su  pesar,  sólo  por  fuerza." 

Marqués. 
¿Y  éste  quién  era? 

Leonardo. 
El  duque  Rosimundo, 
que  de  dalle  la  mano  arrepentido, 
ha  querido,  robándola,  gozarla. 

Marqués. 
Es  el  Duque  un  traidor,  y  eres  mi  amigo. 
El  aviso,  Leonardo,  te  agradezco. 
Y  adiós,  que  ya  me  llama  la  venganza. 

(Vase  el  Marqués.) 
Leonardo. 
No  le  he  dado  a  mi  empresa  mal  principio. 
Ahora   importa   verme  con   el   Duque. 
Tropel  de  gente  siento,  aquí  me  aparto. 

(Entra  el  Duque  Rosimundo  con  Criados.) 
Duque. 
Rosarda  no  se  halla,  pues  no  dicen 
dónde  se  pudo  ir  o  quién  la  esconda. 
¿Tiene  seno  la  tierra   en  que  la  oculta 
el  robador  indigno  de  mi  honra? 

Criado. 
Dicen  que  entre  la  bulla  del  incendio, 
o  ella  emprendió  la   fuga  o  la  robaron. 

Duque. 
¡  Leonardo    amigo ! 

Leonardo. 
Pues,   señor,   ¿  qué   es   esto  ? 

Duque. 
Falta,   amigo,   Rosarda  de  su  casa, 
y  tiéneme  el  dolor  tan  impaciente 
como  dudoso  el  caso  peregrino. 

Leonardo. 
Con   el  secreto  que   requiere   el   caso, 


JORNADA  PRIMERA 


73 


porque  de  no  tenerle  se  podría 

entre  mí  y  el  Marqués  seguirse  enojo, 

te  diré  lo  que  sé  de  este  suceso. 

Duque. 
El  secreto  prometo. 

Leonardo. 

Pues    ahora, 
al  tiempo  que  la  llama  codiciosa 
mostraba  mayor  ímpetu,  pasaron 
por  este  puesto  en  un  tropel  confuso 
algunos  rebozados,  que  llevaban 
una  mujer  en  medio  que  lloraba. 
Les  dijo:   "Robadores  de  mi  honra, 
¿adonde  me  lleváis,  a  pesar  mío? 
¡  A  Rosimundo   quiero,   a  Rosimundo, 
aunque  el  traidor  Marqués  mande  otra  cosa, 
de  la  dada  palabra  arrepentido!" 
Tapándole  la  boca  dijo  uno: 
"El  ^Marqués  mi  señor  nos  manda  esto, 
y  se  ha  de  hacer  lo  que  el  Marqués  nos  man<lq," 
Y  volviendo  esa  esquina  se  escondieron. 

Duque. 
¿Luego  el  ruido  y  el  fuego...? 

Leonardo. 

Fué  de  industria, 
según  parece  por  lo  que  he  contado. 

Duque. 
¡  Oh,  aleve  !    ¡  Que  esto  pase  ! — Mi   Leonardo, 
el  hacerme  amistad  no  es  cosa  nueva, 
ésta  al  número  añado  de  las  hechas. 
Adiós,  que  voy  a  hacer  lo  que  oirás  presto. 

Leonardo. 
¡  Y  yo  con  mi  propósito  bien  puesto  f 

(Vasc,  y  sale  el  Marqués  con  sus  Criados.) 


Marqués. 
Mayord. 


Marqués. 
Mayord. 


¿Por  dónde  dijeron  que  iba? 
Según  allí  nos  dijeron, 
en  este  punto  le  vieron 
ir  por  esta  calle  arriba. 

¿  Quién  dicen  que  va  con  él  ? 
Dicen  que  va  con  su  gente. 


(Entra  el  Duque  Rosimundo  con  Criados.) 

Duque.         Paréceme  que  se  siente 

hacia  aqui  grande  tropel. 
Marqués.        ¿Es  el  Duque? 
Duque.  ¿  Es  el  Marqués  ? 

Marqués.      ¿Quién  es  el  que  lo  pregunta? 


DuguE.        ¿Quién  pudo  hacer  la  pregunta? 
Marqués.     ¿Es  el  Marqués. 
Duque.  El  Duque  es. 

Marqués.  Pues,  Duque,  ¿a  qué  das  la  vucl- 

Vuélveme  a  Rosarda  a  casa.       [ta? 
Duque.         Para  pasar  lo  que  pasa. 

Marqués,  no  la  traes  mal  vuelta. 
¿Vienes  quizá  arrepentido 

de  echar  echadizo  el  fuego 

y  quiéresme  hacer  entriego 

della.  habiéndola  escondido  ? 
Marqués.  ¡  Bueno  vienes  ! 

^ Duque.  ¡  Bueno  estás  ! 

¿  Qué  es  de  Rosarda,  Marqués  ? 
Marqués.    ¡  Tú  sabrás  mejor  lo  que  es 

della,  pues  robado  la  has ! 
Duque.  Pues,  traidor,  ¿  finges  el  fuego, 

y  usando  de  la  ocasión 

escóndesmela  a  traición 

}■   hácesla   robada  luego  ? 
¿Y  pídesmela?  ¿Pensaste 

que  ignoraba  lo  que  pasa? 
Marqués.    Traidor,  ¿quémasme  la  casa 

con  el  fuego  que  tú  echaste, 
y  por  achaque  has  tomado 

el  fuego,  para  echar  fama 

que  te  he  escondido  tu  dama, 

habiéndola  tú  robado? 
DuQ*uE.  Dame.  Marqués,  mi  mujer. 

Marqués.    Dame,  Duque,  mi  sobrina. 
May'ord.      Señor,  mal  se  determina 

esto  aquí,  a  mi  parecer. 
Vuestra  señoría  se  vuelva 

y  Rosimundo  también, 

y  pues  no  puede  por  bien, 

por  pleito  el  caso  se  absuelva. 
¿De  qué  ha  de  servir  que  os  note 

la  corte  de  descompuestos? 

Apartad  y  dejad  éstos 

y  ninguno  se  alborote. 

Si  no  dése  al  Rey  noticia 

y  componga  el   caso  el   Rey. 
Marqués.     ¡  Aun  bien,  que  hay  justicia  y  ley ! 
Duque.         ¡  Aun  bien,  que  hay  ley  y  justicia ! 

(Vanse,  y  sale  una  Villana,  y  Leonora,  princesa,  qnc 
se  llama  Sancho,  en  hábito  de  lacayo,  con  un  ca- 
potillo  de   muchas  cintas.) 

Villana.         Dad  de  comer  al  sardesco 

porque  se  vuelva,  que  es  tarde. — 
Gentilhombre,  Dios  le  guarde; 
esta  posada  le  ofrezco. 


74 


EL  LACAYO   FINGIDO 


Que  ésta  es  la  quinta  que  he  dicho, 
cuyo  alcaide  es  mi  marido, 
si  hubiere   en   qué  sea  servido. 
Adiós,  y  lo  dicho,  dicho. 

(Vase.) 

Sanxho.  Un  pie  le  beso,  mi  reina, 

por  la  merced  ofrecida. — 
i  Que  no  tema  aquesta  vida ! 
¡  Poco  temor  en  mi  reina ! 

¡  Que  pudiese  tu  memoria 
sola,   ¡  oh  duque   Rosimundo !, 
obligarme  así  a  ver  mundo 
y  que  lo  tenga  por  gloria ! 

¡Que  siendo  de  España  hija, 
por  ti  a  Francia  haya  venido, 
y  por  hallarte  haya  sido 
mi  jornada  tan  prolija ! 

¡  Que  siendo  dama  gentil 
me  haya  hecho  un  vil  lacayo, 
con  más  cintas  en  el  sayo 
.    que  ponen  a  un  tamboril, 

y  que  juzgue  esta  hazaña 
con  que  mi  afrenta  eternizo 
por  la  mayor  que  hombre  hizo 
después  que  España  es  España, 

y  me  pague  todo  esto 
con  dejarme  por  Rosarda! 

(Entra  el  Alcaide.') 

Alcaide.     Ponle  al  sardesco  la  albarda 

y  vuélvelo  al  pueblo  presto. 
Sancho.  Este  es  el  viejo,  sin  duda, 

que  a  cargo   esta   quinta  tiene.' — 

Si  quien  lo  haga  no  viene, 

yo  lo  haré,  si  hay  en  qué  acuda. 
Alcaide.         No  hay  en  qué  acuda,   señor. 

¡  Hánselo  visto  y  qué  agudo ! 

¿De  dónde  adonde? 
Sancho.  Ahora  acudo 

a  ser  vuestro  servidor. 
Alcaide.         No  quiero  servirme  del, 

señor  mozo  de  agujetas. 
Sancho.       Señor  guía  de  trompetas, 

menos  yo  servirle  a  él. 
Alcaide.         Mancebo,  dejemos   cuentos: 

¿  buscáis  algo  ? 
Sancho.  Aún  por  ahí  sí : 

¿tenéis   aposento  aquí? 
Alcaide.     Aposento  y  aposentos. 
Sancho.  ¿Luego  del  Rey  sois  criado? 

Alcaide.     Para  lo  que  le  cumpliere. 


Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 
Alcaide. 

Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 


Alcaide. 

Sancho. 

Alcaide. 
Sancho. 


Alcaide. 
Sancho. 
Alcaide. 


Sancho. 


Diga  presto  lo  que  quiere.  [do? 

¿Y  está  aquí  el  Rey,  hombre  honra- 
Ha  de  estar  antes  de  un  hora. 
¡  Oh,  cuánto  deso  me  huelgo  ! 
¿Para  eso  dejáis  sin  huelgo 
la  persona? 

Calle  ahora. 

¿  Qué  es  lo  que  queréis  al  Rey  ? 
Querría  darle  un  aviso, 
y  breve,  que  si  hoy  no  aviso 
haré  en  ello  contra  ley. 

¡  Válame  Dios!,   ¿qué  será 
caso  de  tanta  importancia? 
Podría  de  toda  Francia 
ser  remedio. 

Sí  será. 
Conoció  la  antigüedad, 
según   diferentes   eras, 
monstruos  de  muchas  maneras 
y  de  extraña  novedad : 

medio  hombres,  medio  caballos, 
medio   toros,   medio   hombres, 
que  hasta  sus  propios  nombres 
puedo,    si    quiero,    nombrallos. 

Nació  en  Creta  el  Minotauro, 
en  la  era  del  rey  Minos ; 
Hércules  en  sus  caminos 
encontró  a  Neso  el  Centauro. 

Jusias,  hombre  y  mujer, 
vivió    al   mundo    hermafrodita, 
sin  otra  copia  infinita, 
que  en  Plinio  se  puede  ver, 

que  afirma  haber  visto  Roma 
•en  los  ya  pasados  siglos 
mil  portentos,  mil  vestiglos 
de  que  el  mundo  agüeros  toma. 

Llovió   sangre,   llovió   trigo; 
también  de  un  hombre  y  mujer 
se  vio  una  muía  nacer, 
caso  que  horror  trae  consigo. 

Y  aun  diz  que  otra  parió  un  puer- 
sí,   y  aun   no  menor  que   vos.    [co, 
¿Tan  grande?   ¡Creólo,  por   Dios! 
Pues  si  a  estos  tiempos  me  acerco... 

Dejemos  viejas  memorias 
y  nuevas,  don  Pepitín, 
y  sepamos  a  qué  fin 
revuelve    tantas    historias. 

Los  Reyes  en  cuya  edad 
estos  portentos  se  vieron, 
sábese  que  padecieron 
sedj  hambre  y  necesidad. 


JORXADA  ,PRIMERA 


/O 


Alcaide. 
San'ciio. 


XCHO. 


Alcaide. 


Y  por  esto  yo  al  Rey  vengo 
a  dalle  con  tiempo  aviso 

de  que  el  Rey  de  reyes  quiso, 
en  tiempo  suyo. 

¡  Oh,  qué  luengo  ! 

Pero  antes  que  esto  se  entienda, 
sólo  esto  entre  los  dos : 
¿muy  bien  conociste  vos 
al  Alcaide  desta  hacienda? 

¡  Demasiado   lo   conozco  ! 
Id  conmigo. 

Con  vos  voy. 
;  Xo  vino  su  muj  er  hoy, 
en  traje  villano  y  tosco, 

de  un  pueblo  que  está  aquí  junto, 
adonde  se  fué  a  holgar? 
Y  vino  de  ese  lugar. 
Pues  voy  al  punto. 

Id  al  punto. 
Sabed,  pues,  que  la  comadre 
del  lugar  es  madre  mía, 
y  }'o  vine  esotro  día 
de  España  a  ver  a  mi  madre. 

Y  estando  contento  y  harto 
regalado  de  mi  madre... 

¿  La  comadre  ? 

La  comadre. 
Llegó  esta  mujer  de  parto. 
¿Quién?   ¿La   del   alcaide? 

Sí. 
¿Mi  mujer?  ¡  Válame  Dios  ! 
¿  Pues  de  qué  os  alteráis  vos, 
que  no  hay  de  qué  hasta  aquí? 

¿  Esta  moza   no  ha  podido 
empreñar?  (i) 

No  es  ése  el  daño;  (2) 
que  ha  más  de  treinta  y  im  año 
que  no  engendra  su  marido. 
Como  esas  faltas  me  dijo 
allí  del  a  mí  mi  madre, 
que  es  un  diablo  la  comadre... 
¡  Pareceráse  a  su  hijo  !— 
¿  Faltas'? 

Las  que  no  se  han  visto. 
¿Que  era  viejo? 

Peor,  otra. 


Alcaide. 
Sancho. 
Alcaide. 

Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 


Alcaide. 
Sancho. 


Alcaide. 
Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 


Alcaide. 


Sancho. 

Alcaide. 
Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 

Alcaide. 

Sancho. 


Alcaide. 


'empreñarse",    que    alarga    el        SANCHO. 


(i)     En    el    original 
verso'. 

(2)  Después  de  este  verso  siguen  estas  palabras : 
"Sancho.  ¿Pues  qué?",  que  no  son  necesarias  para 
el  sentido   y  alargan  mucho  el  verso  siguiente. 


;  Qué  ? 
No  sé:  allá  de  una  potra... 
¡  Eso  no,  por  Jesucristo  ! 

Id  adelante,  mancebo. 
Pues  lo  que  queda  es  el  diablo. 
¡  Presto,  pues,  hablad ! 

Y'a  hablo. 
Veréis  el  caso  más  nuevo, 

el  de  mayor  pasatiempo 
y  el  de  mayor  compasión, 
en  parte. 

¿  En  resolución...  ? 
No  era  el  preñado  de  tiempo, 

mas  traía  cuando  entró 
dolores  que  a  mover  vino, 
llovió... 

(Como  que  habla  entre  dientes-) 

¿Un  qué? 

Un  pollino. 
¡  \'erbum  caro  !  ¿  Un  qué,  movió  ? 

Movió  un  pollino,  ¿estáis  sordo? 
Torno  a  decir  que  un  pollino, 
y  aunque  movido  vino, 
salió  tan  grande  y  tan  gordo. 

;  Un  pollino  ?  ¡  Oh  meretriz  ! 
¡  Oh  traidora  adulterina ! 
¿  Pues    con    un    asno,    ansarina, 
planta    de    mala    raíz? 

¡  Juro  a  Santa  Anastasia 
que  he  de  hacer  una  venganza ! 
¿  Sin  duda  parte  os  alcanza 
desta  injuria? 

¡  Toda  es  mía  ! 

¿  Sois,  por  ventura,  el  alcaide? 
¡  Soy  el  puto  del  marido  ! 
Habíaos  yo  conocido 
como  al  propio  moro  Zaide. 

¿Y  con  esta  buena  nueva 
venís  a  buscar  al  Rey? 
¿Pues  no  fuera  contra  ley 
no  decir  cosa  tan  nueva? 

¿  No  es  justo  que  aviso  tenga 
de  un  prodigio  que  en  sus  tierras 
promete  hambres  y  guerras, 
porque  en  tiempo  se  prevenga. 

¡  No  vi  hijo  de  comadre 
jamás  que  supiese  tanto ! 
Señor,  nací  en  Viernes   Santo, 
y  parió  a  las  tres  mi  madre, 

y  no  nace  sin  misterio 
quien  nace  el  día  que  digo. 


76 


EL  LACAYO   FINGIDO 


Alcaide.     ¿Vos  no  seréis  mi  testigo 

si  yo  pido  mi  adulterio? 
Sancho.         ¿Pues  por  qué  no  Jo  he  de  ser? 

Serélo  de  mil  amiores. 
Alcaide.     ¿  Que  se  sintió  con  dodores 

y  me  engañó  esta  mujer? 
¡Y  dijo  que  iba  .al  lugar 

a  visitar   sus   parientes ! 

¡  Mil  castigos  diferentes 

tengo  de  hacerle  dar. 

¿Pues  yo  no  me  soy  justicia 
.  y  tengo  horca  y  cuchillo? 
Sancho.      Bien  hacéis  de  no  encubrillo, 

tenga  el  Rey  dello  noticia. 
Alcaide.         Galán,  por  amor  de  mí, 

que  no  os  vais ;  seréis  testigo 

en  la  querella. 
Sancho.  Id,  que  digo 

que  yo  no  me  iré  de  aquí. 
Sópase  en  Francia  de  vos 

que  sabéis  tomar  venganza. 
Alcaide.     ;  Hela  de  hincar  la  lanza 

hasta  el  cuento,  vive  Dios  ! 

(Vasc   el   Alcaide.) 

Sancho.         De  gusto  tiene  de  ser 
el  motivo  del  pollino; 
no  he  hallado  mal  camino 
para  darme  a  conocer. 

(Entra  Eleandro  su  criado.) 

Eleandro.       Señora... 

Sancho.  ¡  Eleandro   amigo  ! 

Eleandro.  ¿Qué  haces? 

Sancho.  Nada  que  importe : 

como  huyo  de  la  corte, 

el  aldea  y  campo  ^sigo. 

De  corte,  amigo,  ¿qué  hay? 
Eleandro.  Tráigote  unas  buenas  nuevas. 
Sancho.      ¿Nuevas,  Eleandro? 
Eleandro.  Tan  nuevas, 

que  'Son  las  más  nuevas  que  hay. 
Sancho.         ¿Casóse  ya  Rosimundo? 
Ej^eandro.  ¿  Y  cómo,  si  es  ya  casado  ? 

Bien  sabes  lo  que  ha  pasado. 

¡  Húndase,  señora,  el  mundo  ! 
¿Acuerdaste   que   el   cruel, 

en  España  y  en  tu  estado, 

estando  ya  concertado 

tu  desposorio  con  él, 
tan  a  pique  de  ser  ya, 

que  esotro  día  'se  hacía, 


se  despareció  en  un  día 
antes   de   las   bodas? 

Sancho.  Ya, 

ya  me  acuerdo,  por  mi  mal ; 
que  fué  aquesa  la  ocasión 
desita  peregrinación, 
que  en  su  alcancie  me  trae  tal. 

Y  debo  bien  acordarme, 
pues  dejé  padre  y  parientes, 
la  patria,  estado  y  las  gentes, 
por  buscarle  y  disfrazarme. 

Eleandro.       Pues  de  la  misma  manera 
que  te  sucedió  con  él 
le  ha  sucedido  ahora  a  él 
en  isu  desposorio. 

Sancho.  Espera. 

¿Del  mismo  modo  ? 

Eleandro.  Del   mismo: 

desde  esta  noche  pasada 
no  hallan  la  desposada. 

Sancho.      ¿Cómo? 

Eleandro.  Tragóla  el  abismo. 

Pegóse  fuego  a  la  casa, 
según  dicen  echadizo, 
y  entre  el  ruido  hechizo 
faltó  ella,  y  esto  pasa. 

Pídesela  el  Duque  al  tío, 
y  el  tío  pídela  a  él, 
y  anda  sobre  esto  un  tropel 
extraño. 

Sancho.  En  forma  me  río. 

Agrádame  este  suceso, 
que,  en  fin,  me  queda  esperanza. 

Eleandro.  ¿Y  de  labranza  y  crianza 
profesas  la  aldea? 

Sancho.  Profeso. 

Pero  creo  que  no  fundo 

mal  por  ho)^  mi  intención, 

porque  así  tendré  ocasión 

de   verme   con   Rosimundo. 

Que  el  Rey  acitde  a  esta  quinta 
la  mayor  parte  del  año, 
y  para  esforzar  mi  engaño 
hasta  el  sitio  el  cielo  pinta 

para  qiie  el  Rey  me  conozca; 
que  más  pintado  ha  de  ser, 
porque  aquí   se  deja  ver 
entre  gente  zafia  y  tosca 

mticho  mejor  que  en  palacio, 
donde  antes  que  le  vean 
los  que  hablarle  desean 
van  las  cosas  muy  despacio. 


w 


JORNADA  PRIMERA 


;/ 


Eleandro. 
Sanxho. 

Eleandro, 
Sancho. 


Eleandro. 


Esto  es  cuanto  a  lo  primero: 
luego,  cuanto  a  'lo   segundo, 
seré  aquí  de  Rosimundo 
parcial,  que  es  lo  que  yo  quiero. 

Porque  del  Rey  conocido, 
he  de  serlo  de  los  Grandes. 
Grandes   son  sus   trazas. 

Grandes, 
si  con  las  de  hoy  he  salido. 

¿Luego  tienes  dada  alguna? 
Una  que  presto  has  de  ver 
para  darme  a  conocer, 
que  como   ella  ninguna. 

¿  Pues  con  tanta  brevedad 
sie  ofreció  tan  buena  traza? 


(Llegan  el  Rey,  Leonardo,  Alcaide  y  Guarda.) 

Guarda.      A  ima  parte.  ¡  Plaza  plaza, 

que  llega  Su  Majestad ! 
Rey.  De  guairda  estará  esa  gente, 

y  vos,  como  as  he  mandado, 

tened  en  todo  cuidado 

y  recato  conveniente. 
Alcaide.         Lo  que  tu  ]\Iai estad  manda 

haré  con  puntualidad. 
Leonardo.  Bien  sabe  tu  Majestad 

cuan   apasionado   anda. 
Rey.  Leonardo,  mucho  lo  estoy; 

que  diligencia  no  he  hecho 

de  que  consiga  provecho, 

y  he  hecho  infinitas  hoy. 
Apartaos  todos  allá 

y  retirad  esa  gente. 
Guarda.      ¡  Hagan  plaza  brevemente  ! 

{Apártanse,  y   queda  el  Rey  y   Leonardo  solos.) 

Leonardo,  alacho  en  fingir  bien  me  va. — 

Señor,  ¿  dónde  está  tu  prenda  ? 
Rey.  Encerrada  en  esta  torre. 

¿  En  corte  qué  fama  corre  ? 
Leonardo.  Ninguna  que  a  ti  te  ofenda. 
Es  el  alboroto  grande 
que  hay  en  casa  del   Marqués, 
y  el  de  Rosimundo  es 
no  menor,  que  al  fin  es  grande. 

Y,  como  venía  diciendo, 
están  los  dos  encontrados 
y  de  mi  industria  engañados : 
los  revolví  yo  mintiendo. 
•     Y  pídela  el  tío  al  Duque, 
y  el  Duque  pídela  al  tío. 
Rey.  i  Bravo  hecho  ! 


Leonardo.  Como  mío. 

Antes  que  el  Marqués  caduque 

lo  ha  (de  hacer  caducar 
el  robo  de  la  sobrina. 

Rey.  Esta  es  la  hora  que  caminan 

y  me  vienen  a  buscar. 

¿  Si  sospechó  algo  la  Reina  ? 

Leonardo.  Bien   ha   sabido  su   falta, 
ningún    alboroto    reina. 

No  es  cosa  de  pasatiempo 
recelar  sospecha  della 
tal  sospecha  en  ningún  tiempo. 

Lo  que  importa  es  que  se  tenga 
por  acá   mucho   secreito, 
no  lo  sepa  antes  que  a  efeto 
tu  pretensión,  señor,  venga. 

Rey.  La  solicitud  que  puedo 

pongo,  Leonardo,  en  guardallo. 
¿  Quién  ha  de  osar  revelallo 
si  está  por  freno  mi  miedo? 

Bien  sé,  Leonardo,  la  gente 
de  quien  mi  secreto  fío. 

Leonardo.  Señor,  el  parecer  mío 

te  he  de  decir  llanamente, 
dando  licencia  primero 
que  hable  tu  Majestad. 

Rey.  No  tienes  necesidad 

della ;  habla,  que  ya  espero. 

Leonardo.       Bien  sabrás  que  me  mandaste 
quemar  la  casa  al  Marqués, 
y  que  entre  el  fuego  después 
robase  a  Rosarda... 

Rey.  .  Bíaste. 

Bien  sé  lo  que  en  esto  hiciste 
y  lo  que  en  esto  te  debo : 
no  lo  repitas  de  nuevo; 
di  el  fin  porque  lo  dijiste. 

Leonardo.       Deberme  tú  es  contra  ley, 
y  yo  sí  debía  por  ti 
hacer  lo  que  hice   allí, 
que  lo  hice  por  mi  Rey. 
Y  como  allí  debía  ser 
aquel  que  fui  en  aquel  puesto, 
debo  en  éste  hacer  esto, 
o  no  hiciera  el  deber. 

Tú  tienes  a  tu  Rosarda 
por   gusto   tuyo   robada, 
sobre   robada   encerrada 
en   una  torre   con  guarda. 

Ella  tiene  calidad, 
tú  de  rey  obligación, 
dos  respetos  que  ellos  son 


78 


EL  LACAYO   FINGIDO 


■  grandes  en  tu  Majestad. 

Si   tu  amor  le  ha  satisfecho 
tanto  a  ella  como  es  justo, 
cuando  ella  acuda  a  tu  gusto 
es  todo  a  su  costa  hecho. 

¿  Gusta  ella  de  su  daño  ? 
Ella  se  tiene  la  culpa. 
Si  no  gusta,  ¿qué  disculpa 
te  queda  que   no   sea   engaño? 

Si  ella  por  su  voluntad 
hiciese  lo  que  pretendes, 
sólo  a  sus  deudos  ofendes, 
pero  no  a  tu  Majestad. 

Que  muchos  reyes  ha  habido 
que  por  amor  han  errado; 
pero  no  porque  han  forzado, 
mas  porque  los  han  querido. 

Y  entonces  las  mismas  leyes 
hacen  los  yerros  menores 
siendo  yerros  por  amores, 
aunque  acontezcan  por  reyes. 

Mas  si  no  gusta  ella  dello 
y  tú  usas  de  la  fuerza, 
entonces   tú   eres   de    fuerza 
quien  más  pierde  en  emprendel-lo. 

Y  aunque  siempre  se  es  lo  mismo 
para  la  ignominia  della^ 

si  gusta,  ofendes  a  ella, 
y  si  no  gusta,  a  ti  mismo. 

Porque  soy  parte  en  el  caso 
me  he  atrevido  a  decir  esto : 
perdona  si  en  lo  propuesto 
de  límite,   señor,   paso. 

Que   huyendo   tu  deshonra 
me  pareció  que  era  justo 
que  el  que  ya  acudió  a  tu  gusto 
acuda  ahora  a  tu  honra. 
Rey.  Es  tuya  al  fin  la  advertencia; 

yo  la  agradezco,   Leonardo; 
cree  que  en  llamas  de  amor  ardo, 
pero   no   con   resistencia. 

Que  lo  que  de  ésta  pretendo 
entiendo   que   lo   merezco, 
y  si  el  amor  que  la  ofrezco 
no  admite  ahora  pudiendo, 

aunque  yo,  al  parecer  tuyo, 
como  ardo  en  su  amor  arda, 
no  quiero  de  mi  Rosarda 
gusto  siendo  sin  el  suyo. 

Que  como  éste  falte  en  ella 
usar  de  fuerza  no  puedo, 
que  yo  a  quien  me  quiere  quiero, 


Leonardo. 

Rey. 

Leonardo. 


Alcaide. 

Rey. 
Alcaide. 

Rey. 

Alcaide. 


no  sólo  quiero  querella. 

Que  para  que  yo  agradezca 
el  verme  favorecido, 
tengo  de  verme  querido 
sólo  porque  lo  merezca. 

Rogaréla,  cansaréla, 
y  cuando  siendo  importuno 
no   halle    remedio   alguno, 
dej  arela  y  guardaréla. 

Y  para  dorar  el  caso 
con  el  mundo  y  con  su  tío, 
disculpa  hay  en  favor  mío 
que  hará  no  poco  al  caso. 

Yo  sé  (que  se  sabe  todo) 
que  Rosarda  no  gustaba 
de  dar  la  mano  que  daba 
al  Duque  de  ningún  modo; 

y  que  amenazas  del  tío 
le  movieron  mano  y  labios. 
Y  pues  deshacer  agravios 
en  mi   reino  oficio   es  mío, 

diré  que  yo  tracé  el  robo 
por  deshacer  su  disgusto. 
Buen   camino   da   a  mi   gusto. 
Muy  bien  por  aquí   lo  adobo. 

Digo  que  es  bravo  el  color 
que   ya   le   tienes   pintado. 


Leonardo. 
Alc.mde. 
Rey. 
Alcaide. 

Rey. 


(Llégase  el  Alcaide.) 

i  Sea  por  siempre  ensalzado 
por  mil  siglos  el  Señor ! 
Alcaide... 

Llegó  la  hora 
de  tratar  de  mi  adulterio. 
No  le  loáis  sin  misterio; 
¿pues- por  qué  le  loáis  ahora? 
Porque  se  acabó  el  secreto 
y  podremos  ya   hablar  todos 
los  que   somos  de  los  godos 
como  del  ara,  en  efeto. 

Háblelo  todo  Leonardo, 
y  acá  que  nos  papen  duelos. 
Señor  Alcaide,  ¿son  celos? 
Llegad  y  hablad,  que  aquí  aguardo. 

¡  Negro  de  bien,  que  ha  durado 
el  secreto ! 

¿Fué  prolijo? 
Mucho  os  afligís. 

¡  No  aflijo, 
peor  que  eso ! 

(Como   entre   dientes.) 
;  Oué  ? 


TORNADA  PRIMERA 


79 


Alcaide. 

Rey. 
Alcaide. 


Alcaide. 


Me  enfado 
de  que  ante  mí  haya  secretos. 
¿  Y  si  son  en  ocasión  ? 
No  sé,  a  fe:  en  conversación 
dicen  que  no  es  de  discretos. 
Leonardo.       Como  es  tan  buena  la  tuya, 
perderá  Su  Majestad 
mucho   en  perdella. 

En   verdad, 
que  no  es  muy  buena  la  suya. 
¡  Maravilloso  es  el  viejo  ! — 
Tiene  el  alcaide   razón. 
Ea,  va  de  conversación; 
de  jalde  vos. 

Ya  le  dejo. 
Perdone   Su  Majestad, 
que  enmendaréme  otro  día. 
j  Lindo  está,  por  vida  mía  ! 
Conoce  bien  la  amistad 
que  tu  Majestad  le  hace. 


Rey. 


Leonardo. 


Leonardo 


{Entra  un  Villano  con  un  billete.) 

Villano.         Señor,  mi  ama,  que  yace 

en  la  cárcel,  le  envía  un  ruego 
y  que  me  despache  luego. 

Rey.  ¿  A  mí  ruego  ?  ¡  Que  me  place  ! 


(Abre  el  Rey  el  patcl,  y  lee  bajo.) 


Alcaide. 


Leonardo. 


Alcaide. 


Rey. 


Alcaide. 

[Rey. 

^Alcaide. 


-eonardo 
ÍAlcaide. 


¿Ruego  envía?  ¡Vive  Dios 
que  no  le  ha  de  aprovechar ! 
Alcaide,  ¿qué  envía  a  rogar? 
¿Está  enojada  con  vos? 

¡  Es  una  grande  mundaria, 
y  por  la  crisma  que  tengo 
que  si  a  degollarla  vengo 
no  le  ha  de  valer  plegaria. 

Pues  Alcaide,  ¿cómo  esto? 
¿Qué  ha  hecho  vuestra  mujer, 
que  la  pudiste  poner 
del  modo  que  la  habéis  puesto, 

con  grillos  y  con  cadena 
3^  en  un  cepo  de  cabeza? 
¿Quéjase  la  buena  pieza? 
Pues  ¿  por  qué  no  es  ella  buena  ? 

¿Pues  es  vuestra  mujer  mala? 
¿Cómo  si  es  mala?  ¡Y  no  poco! 
i  Ay,  Dios,  y  cómo  está  loco 
el  que  a  estas  falsas  regala ! 

Porque  a  esta  ruin  mujer 
mi  regalo  la  ha  hecho  mal. 
¿Qué  hizo? 

El  delito  es  tal, 


que  me  hace  estremecer.         [ción? 
Rey.  ;  Qué  ha  sido  ?  ¿  Os  ha  hecho  trai- 

Alcaide.       ¿Traición?   ¡Y  no  comoquiera! 
Rey.  ¿No  diréis  de  qué  manera? 

Alcaide.     ¡  Es  caso  de  inquisición  ! 
Rey.  ¿Es  adúltera,  quizá? 

Alcaide.     Adulterio  ha  cometido : 

pero,  i  de  qué  suerte  ha  sido ! 
Leonardo.  ¡  Válame  Dios!,  ¿qué  será? 
Alcaide.         ¿  Que  se  la  pidiese  en  carnes 
yo  a  su  padre  a  esta  traidora 
para  que  hiciese  esto  ahora? 
Leonardo.  ¿  Qué  hizo  ? 
Alcaidb.  ¡  Tiémblanme  las  carnes 

sólo  en  pensar  el  delito ! 
Rey.  ¿  Fué  más  que  adulterio  ? 

Alcaide.  ¡'Más! 

Rey.  ¿  Que  fué  más  ? 

Alcaide.  ¡Lo  que  jamás 

fué  visto  de  hombre  ni  escrito ! 
Pues  que  no  digo  el  misterio, 
misterio  tiene. 
Leonardo.  Yo  no  lo  adivino. 

Alcaide.     ¿  Quién,  si  el-la  movió  un  poUino, 

pudo  hacerme  el  adulterio? 
Leonardo.       Un  asno,  a  mi  parecer. 
Alcaide.     ¡  Pues  un  asno  fué.  por  Dios, 

tan  grande  como  los  dos ! 
Rey.  o  como  vos  podría  ser. 

Alcaide.         Mire,  siendo  el  Rey,  si  es  justo 
que   haya  maldad   como   aquesta. 
Rey.  Materia  hay  aquí  dispuesta 

para  un  buen  rato  de  gusto. — 

¿  Y  tenéis  con  quien  probar 
el  delito  a  esa  traidora  ? 
Alcaide.     Testigos  hay  que  a  la  hora 

lo  pueden  aquí  jurar. 
Rey.  Pues  veamos  un  testigo. 

Alcaide.     Este  mancebo  es  el  uno, 
y  dice  más  que  ninguno. 
Rey.  ¿  Decís  vos  esto  ? 

Sancho.  Sí  digo. 

Rey.  ¿  Cómo  ? 

Sancho.  Porque   sucedió 

esto  en  casa  de  mi  madre, 
señor,  que  fué  la  comadre 
~  que  al  móvito  se  halló. 
Rey.  ¡  Agrádame,  a  fe,  el  testigo  * 

Xo  puede  ser  esto  malo. — 
¿Juraréislo? 
Alcaide.  ¡  Jurarálo ! 

Sancho.      Diré  lo  que  ahora  digo. 


80 


EL   LACAYO   FINGIDO 


Rey.  Pues  decid  cómo  pasó 

debajo  de  juramento, 

que  yo  proveeré  al  momento 

justicia. 
Sancho.  Esto  sucedió; 

y  sin  faltar  punto  en  algo 

contaré  el  suceso  todo : 

Yendo  a  pasar  por  un  lodo 

su  mujer   de   este   hidalgo 
en  £sta  aldea  aquí  junto, 

y  no  habiendo  más  de  un  paso, 

y  atravesándose  acaso 

mi  polHno  en  aquel  punto, 
codiciosa  de  pasar 

sin  mojarse   su   camino. 

la  vi  mover  un  poMino. 
Alcaide.     ¿  Del  lugar  ? 
Sancho.  ¡  Pues  del  lugar  ! 

Alcaide.         ¿  Que  no  le  movió  movido 

sino  de  una  parte? 
Sancho.  A  otra. 

'Alcaide.     ¡  Oigan  esto  !  ¡  Y  tiene  la  otra 

el  cuerpo  a  palos  molido ! 
¿No  me  veniste  a  decir 

que  había  movido  un  pollino, 

ladrón  ? 
Sancho.  ¡  Lindo  desatino  ! 

¿Un  asno  había  de  parir? 

¡  Qué  hermoso  entendimiento  ! 

¡  Pues  aunque  fuera  ella  burra ! 
Alcaide.     ¡  Mirad,  el  diablo  me  aburra 

si  os  cojo ! 
Rey.  i  Lindo   cuento  ! 

Ea,  alcaide,  paso,  paso, 

que  vos  entendistes  mal. 
Sancho.      Señor,  es  un  animal, 

no  estuvo  cierto  en  el  caso. 
Rey.  Galán,  ¿quién  os  ha  traído 

por  aquesta  tierra  a  vos? 
Sancho.      ¿Quién,   señor?  Después  de  Dios, 

estos  pies  y  este  vestido. 
Rey.  ¿  De  qué  nación  ? 

Sancho.  Español. 

Rey.  i  Famoso  suelo  ! 

Sancho.  ¡  Y  bien   ancho  ! 

Rey.  ¿  Y  cómo  es  el  nombre  ? 

Sancho.  Sancho. 

Rey.  ¡  Bravo   hombre    sois  ! 

Sancho.  Como  el  sol. 

Rey.  ¿  Habéis  servido  ? 

Sancho.  He  servido. 

Rey.  ¿  íkluchas  veces  ? 


Sancho. 
Rey. 

Sancho. 


Rey. 

S.\NCHO. 

Rey. 
Leonardo 

Sancho. 

Rey. 

Sancho. 


Rey. 
Sancho. 

Rey. 
Sancho. 


Rey. 
Sancho. 


Más  de  diez. 
¿Y  es  la  primera  esta  vez 
que  usáis  de  aqueste  vestido? 

Xo,  que  aunque  francés,  parece 
usa  también  del  España, 
que  aunque  la  usanza  es  extraña, 
cuando  es  buena  la  apetece. 

¿Luego  allá  de  lacayuelo 
habéis  servido  ? 

A  mil   grandes. 
¡  Gusto  tiene  ! 

No  hay  más  Flandes 
que  oírle. 

Tenerle  suelo. 

¿Y  quién  os  trujo  a  esta  tierra? 
'Mi  padre,  que  está  presente. 
Es  un  ingenio  eminente 
y  útil  mucho  en  paz  y  en  guerra. 

¿Útil  en  qué? 

En   cuanto  importa 
a  lui  reino  todo. 

¿  Que  tanto  sabe  ? 
Imposible  es  que  lo  alabe 
lengua  que  no  quede  corta. 

De  astrólogos  no  conozco 
quien  le  iguale,  ni  le  leo ; 
ni   supo  más  Tolomeo, 
ni  escribió  más  Sacrobosco. 

Es  en  medidas  Vitrubio, 
y  en  ingenio  un  Juanelo, 
mide  con  un  dedo  el   cielo, 
con   un    dedal    el    Danubio. 

Nadie  sobre  las  estrellas 
ha  tenido   tanta  parte, 
y  en  su  vida  emprendió  arte 
sin  consultarlas  a  ellas. 

Sabe  la  mágica  toda, 
y  es  en  ella  tan  sutil, 
que  hace  mil  obras,  y  en  mil 
con  su  ingenio  se  acomoda. 

Y  entre  otras  cosas  que  hace 
por  extremo  hace  una, 
a  mí  a  lo  menos  ninguna 
como  ella  me  satisface. 

¿Y  es? 

Una  tela  que  la  llama 
prueba  de  la  decendencia ; 
cosa  de  tanta  excelencia 
jamás  la  contó  la  fama. 

Es  una  cosa,  señor, 
donde  se  echa  el  resto  junto, 
porque  antes  que  le  dé  el  punto 


JORNADA  PRIMER.\ 


81 


í 


Alcaide. 

Sancho. 
Alcaide. 
Sancho. 


Rey. 

Leonardo. 

Eleandro. 

Rey. 

Eleandro. 

Leonardo. 

Sancho. 

VII 


que   requiere   a   la   labor 

aguarda  que  por  el  cielo 
influencia   haya   perfeta, 
mira  en  tal  y  tal  planeta 
de  aspecto  benigno  al  suelo. 

Y  después  de  darle  el  punto 
la  mide. 

Yo  os  juro   a  Dios 
que  la  estáis  urdiendo  vos 
ahora,   a   lo  que  barrunto. 

Acabando   de  tejclla 
tiene   una   grande   virtud. 
No  tengáis  vos  más  salud 
que  la  virtud  tendrá  ella. 

La  virtud  es  que  .aquel  hombre 
que  en  naciendo  de  su  madre 
es  legítimo  del  padre 
que  lo   crió  en  ese  nombre 

ve  la  tela,  y  al  contrario 
el  que  se  tiene  por  hijo 
del  que   ser  su  padre  dijo 
sin  serlo,  caso  ordinario, 

no  la  ve  de  ningún  modo 
si  la  está  mirando  un  año. 
De  suerte  que  es  desengaño 
la  tela  de   reino   todo. 

Y  con  que  se  halla  un  rey, 
sin  pensar,  bravos  hallazgos, 
de   estados   y   mayorazgos 
poseídos  contra  ley. 

Porque   aquellos   que   poseen 
si  legítimos  no  son, 
por  su  simple   confesión 
confiesan  que  no  la  ven. 

Y  a  su  lado  la  están  viendo 
los  que  legítimos  son: 

goza  el  rey  de  la  ocasión 
y  entra  la  hacienda  pidiendo. 

Leonardo,   ¿qué  decís  desto? 
Tan  bueno  es  como  imposible. 
Y  si  yo  lo  hago  posible, 
¿qué  premio  queda  propuesto? 

Y  cuando  no  fuese  así, 

¿  a  qué  pena  has  de  ponerte  ? 
A  que  nos  mandes  dar  muerte 
luego  a  mi  hijo  y  a  mí. 

Señor,  virtud  puso  Dios 
de  influjos  en  las  estrellas, 
y  quizá  sabe  por  ellas 
lo  que  ignoramos  los  dos. 

Verás  mil  desheredados 
por  momentos  en  tu  corte. 


Rey. 
Sancho. 

Rey. 

Eleandro, 

Rey. 

Sancho. 

Rey. 
Sancho. 

Rey. 

Eleandro, 
Rey. 
Sancho. 
Eleandro, 

Rey. 

Alcaide. 

Rey. 

Alcaide. 

Rey. 

Alcaide. 

j-VE  1 . 

Alcaide. 
Rey. 


Alcaide. 


Rey. 


De  esta  tela  quiero  un  corte. 
¿Y  cuesta  muchos  ducados? 

No  deja  de  ser  de  costa; 
pero  lo  bueno  que  tiene 
es  que  hasta  a  hacerse  viene 
mi  padre  la  hace  a  su  costa. 

Yo  codicioso  la  espero. 
¿Qué  aguardáis  que  no  se  empieza? 
Digo  que  haré  una  pieza 
donde  echar  el  resto  espero. 

Pues  mirad  si  algo  queréis 
entretanto  que  se  labra. 
Sólo  que  nos  des  palabra 
de  que  nos  la  pagaréis. 

¿  Y   cuánto  ? 

Lo    que    dijeren 
los  que  merecieron  vella, 
que  no  quiero  más  por  el-la 
que  conforme  lo  que  vieren. 

Pues  esa  palabra  doy, 
y  la  cumpliré  sin  falta. 
Que  me  des  licencia  falta. 
Ve  en  buena  hora. 

¿  Vaste  ? 

Voy. 

¿Y  tú? 

El  queda  en  mi  casa, 
porque  entretenerme  pueda. 
¡  Ta,  ta,  Sancho  en  casa  queda, 
presto   verán   lo   que   pasa ! 

Alcaide. 

Señor. 

Mirad 
que  me  guardes  a  Rosarda, 
que  gente  os  queda  de  guarda. 
Descuide   tu   Majestad. 

Y  sobre  todo  el  secreto, 

que  esto  es  lo  que  más  encargo. 
El   secreto  tomo   a  cargo 
y  la  guarda  te  prometo. 

No  entre  persona  en  la  torre 
fuera  de  vuestra  mujer, 
ni  aun  se  le  dé  de  comer 
si  por  su  mano  no  corre. 

Y  si  yo,  de  cuando  en  cuando, 
enviare   este   muchacho, 

entre. 

i  Donoso  despacho ! 
No  guardo  a  nadie  en  entrando. 

De  mí  mesmo  no  confío 
en  entrando  él  en  la  torre. 
Eso   por  mi   riesgo   corre 

6 


82 


EL   LACAYO   FINGIDO 


en  él,  y  entre  a  riesgo  mío. 
AiCAiDE.         Eso    muy    enhorabuena; 

allá  con  él  lo  han  de  haber. 
Rey.  Diránle  lo  que  ha  de  hacer, 

no  tengáis  vos  de  eso  pena. 
Vamonos. 
Leonardo.  No  sé  qué  fin 

estas  quimeras  tendrán. 
Sancho.      Allá  me  voy,  padre  Adán. 
Alcaide.     No  ci-eo  en  vos,  hijo  Caín. 

(Vanse  todos  y  queda  el  Alcaide  solo.) 

Alcaide.         Sólo  me  faltaba  ya 

traer  este   diablo   a   cuestas. 
Sancho   en   casa :    ¡  por   aquestas, 
cual  secreto   a  riesgo  está ! 

Siguiera  el  diablo  el  camino 
como  aquel  ladrón  siguió : 
¡  diz  que  im  pollino  movió, 
y  era  que  apartó  un  pollino  f 

¿Hubo  en  el  mundo  tal  trueco? 
¿  Pensó  el  diablo  tal  novela  ? 
En  la  invención  de  la  tela 
verán  como  fué  eml^eleco 

el  pensamiento  en  que  dio. 
Diz   que  tela   puede   haber 
que  la  pueden  unos  ver 
claramente  y  otros  no. 

Llega  el  legítimo  y  vela, 
llega  y  no  la  ve  el  bastardo... 
Yo  sólo  la  tela  aguardo; 
veamos  quién  ve  la  tela. 

Porque  si  ella  se  ejecuta 
y  la   llegamos   a   ver, 
maldito  el  hombre  ha  de  haber 
que  no  sea  hijo  de  puta. 


JORNADA  SEGUNDA 
{Sale  el  Rey,  Leonardo  y  Sancho.) 

Rey.  Yo  no  me  hallo  en  la  corte. 

Leonardo.  No  andes  tú  con  ella  corto, 
sino  olvida  el   campo. 

Rey.  ¿  Corto  ? 

Mil  gustos  hallo  a  mi  corte. 

Leonardo.       Con  todo,  señor,  no  veo, 
aunque  el  campo  haces  corte, 
que  entre  los  dados  das  corte 
que  sea  justo  a  tu  deseo. 
No  veo  que  tu  Rosarda 


acude  a  tu  pretensión. ' 
Rey.  Inmortal  es  el  tesón 

que  en  darme  desdenes  guarda. 

Es,  mi  Leonardo,  de  modo, 
que  persuadiéndola  he  puesto 
de  cuidado  todo  el  resto, 
y  he  perdido  el  resto  todo. 
Ya  yo  no  tengo  que  espere. 
Leonardo.  ¿Posible  es  que  fuerzas  tantas 

no  bastan  ? 
Sancho.  ¿  De  qué  te  espantas, 

si  Rosarda  al  Rey  no  quiere 
y  a  ti  te  quiere  ? 
Leonardo.  ¡  No  hay  tal ! 

Rey.  ¡Cómo!  ¿Que  quiere  a  Leonardo? 

Sancho.       Pues  no  aguardas... 
Rey.  Ya  aguardo. 

Sancho.      Digo  que  le  quiere  mal. 
Rey.  Como  en  el  quiere  te  quedas... 

Sancho.      No  has  de  hablar  a  ocasión 
que  me  partas  la  razón, 
para  que  entender  bien  puedas. 
Pena  es  que   entendieras  maL. 
Rey.  Menester  es  que  se  espere 

cuando  se  dijere  el  quiere 
que  se  junte  al  quer  el  mal. 
Leonardo.       ¡  Sin  sangre  me  había  quedado ! — 
¡  Demonio  Sancho,  o  rapaz, 
tengamos  la  fiesta  en  paz ! 
Sancho.      Pues  aún  no  hemos  comenzado. , 
Rey.  En  fin,  ¿que  quiere  a  Leonardo 

mal? 
Sancho.  Y  declaradamente 

dice  que  el  ser  él  valiente, 
el  ser  discreto  y  gallardo 

le  tiene  a  ella  en  el  extremo 
en  que  al  presente  se  halla. 
Leonardo.  ¡Habla  el  diablo  en  éste!   ¡Calla! 

¡  Vive  el  cielo  que  le  temo ! 
Rey.  No  entendí  eso :  ¿  de  qué  modo 

la  tiene  el  ser  él  valiente 
en  el  extremo  presente  ? 
Leonardo.  Este  confúndelo  todo. 

Sin  duda  lo  que  Rosarda 
en  esas  razones  siente 
cuando  me  llama  valiente 
y  de  persona  gallarda, 

es,  según  parecer  mío, 
decir  que  el  tener  yo  pecho 
con  que  arrojarme  de  hecho 
por  ella  en  casa  del  tío 
es  lo  que  la  tiene  a  ella 


JORNADA  SEGUNDA 


Rev. 

Sancho. 
Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Rey. 

Leonardo. 
Rev. 
\    Sancho. 


Leonardo. 

Sancho. 
Leonardo, 


Sancho. 
Leonardo 


Sancho. 
Leonardo 


Sancho. 
Rey. 


Sancho. 


en  el  extremo  en  que  está. 
Sí,  sin  duda  eso  será 
lo  que  puede  decir  ella. 

Pues  eso  digo  que  dice. 
¡  Yo  digo  que  te  encomiendo 
a  Barrabás ! 

Y  en  diciendo, 
cuanto  ha  dicho  contradice. 

¡  Que  no  baste  que  lo  ataje ! 
i  Otra  habremos  de  tener ! 
¡Un  demonio  es  la  mujer! 
¡  Mayor  demonio  es  el  paje ! 

¿  Pues  en  qué  se  contradice  ? 
Ahora  dice  que  Leonardo 
es  valiente  y  es  gallardo, 
y  al  momento  se  desdice. 

Y  dice  que  de  haber  sido 
Leonardo  tan  para  poco, 
tímido,  cobarde  y  loco, 
todo  su  mal  ha  nacido. 

Que  si  ella  está  en  tu  poder... 
¡  Todo  vaya  con  el  diablo ! 
¿  Qué  hablas,  hombre  ? 

Lo  que  hablo. 
¿Hay  tan  galano  entender? 

No  sabe  mucho  ni  poco 
lo  que  dice ;  si  no,  aguarde : 
¿No  me  llama  ella  cobarde, 
infame,  gallina  y  loco  ? 

Y  otras  mil  cosas  encima 
no  buenas  de  referir. 

Pues  lo  mesmo  es  que  decir 
que  hazaña  no  fué  de  estima, 

ni  que  valentía  fué 
el  robar  una  mujer 
sin  resistencia  y  poder. 
¿  No  dice  esto? 

Sí. 

Sí,  a  fe, 

que  esto  es  de  lo  que  me  río. 
¿  Qué  importa  que  el-la  me  Mame 
cobarde,   gallina,   infame, 
hombre  sin  valor  ni  brío, 

porque  contra  una  mujer 
emprendí   lo   que   emprendí 
a  lo  que  tú  hablas  aquí, 
sin  saber  darte  a  entender? 

¿  Luego  a  entenderme  no  he  dado  ? 
Sí  has  dado,  pero  no  bien. 
¿Aún  sí  quisieras  también 
ser  en  esto  porfiado? 
¿Ahora   esto   no   es   cosa   brava? 


Dijo   más:   de   que   por   ti 
quiere  mal  al  Rey. 
R_EY.  ¿A  mí 

por  él? 
Leonardo.  ¡  Peor  está  que  estaba  ! 

Este    tiene   de    hacer 
que  yo  me  pierda  aquí  hoy. 
Rey.  ¡  Cómo  !  ¿  Aborrecido  soy 

por   él? 
Leonardo.  Haslo    de    entender . 

Decir   que   por   causa  mía 
Rosarda    a   ti   te   aborrece 
de  toda  duda  carece, 
no  es  tan  claro  el  sol  del  día. 

Dice  que  por  lo  que  hice 
yo  por  ti  a  disgusto  suyo, 
no   acude   Rosarda  al  tuyo. — 
¿Esto  no  dice? 
Sancho.  Eso    dice. 

Rey.  ¿  Pues  no  lo  dirás  de  suerte 

que   lo   entendamos,   amigo? 
Sancho.      ¿  Pues   bien   claro   no   lo   digo  ? 
Leonardo.  ;  Alcjor  mueras  mala  muerte ! 
Sancho.         Ahora,  señor,  no  sé  más 
que   solamente   Rosarda, 
de  su  prisión,  de  su  guarda, 
de  su  agravio  y  lo  demás, 
dice  que  tuya  es  la  culpa, 
que  tú  eres  quien  su  mal  causa, 
y  que  nadie  tan  sin  causa 
ni  nadie  tan  sin  disculpa. 

De  nadie  sino  de  ti 
al  viento  derrama  quejas, 
que  ablandarán  las  orejas 
de  un  áspid. 
Leonardo.  Digo  que  sí. 

Lo  mesmo  que  yo  te  digo 
dice   él,  mas  dícelo  mal : 
no  está  Rosarda  tan  mal 
contigo  como  conmigo, 

por  roballa  de  su  casa 
y   entregalla   en   tu  poder. 
Sancho.       ¿Eso   no   sabe   entender? 

¿Quien  no  entiende  que  así  pasa? 
Leonardo.       ;  Pasado   mueras,   ladrón  ! 

¿Ahora  acudes  con  eso? 
Rey.        -     Quejas  tiene  de  más  peso: 
mis  quejas,  Leonardo,  son. 
Yo  la  he  llevado  por  bien 
y   la   he   llevado   por   mal, 
y,   finalmente,   está  tal, 
que  no  es  mía  a  mal  ni  bien. 


84 


EL   LACAYO   FINGIDO 


Yo  me  he  valido  de  fuegos, 
de  rigores  y  amenazas, 
yo  me  he  vahdo  de  trazas, 
de  regalos  y  de  ruegos. 

Yo  he  seguido  cuantos  modos 
hay  de  llevar  la  mujer, 
todos  con  buen  proceder 
y  con  mal  suceso  todos. 

Si  dice  que  con  violencia 
quebranté   su  antigua  casa, 
yo  confieso  que  así  pasa 
y  que  fué  mucha  licencia. 

Pero    concédame   luego, 
si  quiere  decir   verdad, 
que    aunque    fué   gran   libertad, 
la  tiene  el-la  por  mi   fuego. 

Yo   sé,    y   sábelo    el   mundo, 
que  tuviera  a  mejor  suerte 
haberse  dado  la  muerte 
que  la  mano  a  Rosimundo. 

Pues  si  yo  di  la  ocasión 
de   estorbar   su   casamiento, 
hecho,   aunque  a  su  descontento, 
con  tanta  resolución, 

¿por  qué  me  paga  tan  mal, 
que  tiene  en  poco  mi  gusto? 
Ahora,  Leonardo,  yo  gusto 
de  dar  aquí  mal  por  mal. 

Yo  sé  de  su  proceder 
desta  ingrata  ya  conmigo, 
que  la  pretensión  que   sigo 
efecto   no   ha   de   tener. 

Yo  sé  que  no  hay  en  el  mundo 
ocasión  que  se  le  ofrezca 
que  más  ella  ahora  aborrezca 
que   gozarla   Rosimundo. 

Pues  si  estoy  tan  ofendido 
como  estoy  sin  esperanza, 
¿puede  haber  mayor  venganza 
que   dársele  por  marido? 

Su  tío  la  anda  buscando 
y   Rosimundo    también : 
mi   venganza   entra   aquí   bien 
la  dama   manifestando. 

Quiero  dar  noticia  della 
y  hacer  que  con  él  se  case. 
Sancho.      ¡  Vive   Dios  que  tal   no   pase  ! 

Si  los  casa  me  degüella. 
Leonardo.       ¡  No  me  faltaba  ya  más 

que  el  casamiento  se  hiciese ! 
Sancho.      Yo  moriré  si  tal  viese. — 
¡  Fuera   vergüenza ! 


Leonardo. 


Sancho. 

Leonardo. 
Sancho. 


Leonardo. 


Sancho. 

Rey. 
Leonardo. 


Rey. 

{Entran 
Reina. 

Rey. 

Leonardo. 
Rey. 
Reina. 


Rey. 
Reina. 


Rey. 

Reina. 

Rey. 

Duque. 

Marqués. 

Reina. 


Y  aún  más. 

¡  Fuera    afrenta,   vive    Dios, 
rendirte  así  a  una  mujer! 
Y  cosa,  si  llega  a  ser, 
que  mal  nos  está  a  los  dos. 

¿Pues  a  mí  me  está  mal  esto? 
Como  a  mí,  ¿qué  haces  extremos? 
¿  Por  lo  menos  no  perdemos 
el   trabajo   que   hemos   puesto? 

¡Alto,   esto    es   por   demás, 
cuanto  dice  es  por  enigmas ! 
Digo  que  en  poco  te  estimas 
si  no  te  estimas  en  más. 

¿  Bueno  será  que  se  diga 
que  una  mujer  te  venció? 
Señor,   ¿no  estoy  vivo  yo? 
Pues   tu   empresa   se    prodiga. 

Que  yo  Sancho  no  seré, 
o  te  la  pondré  en  la  mano. 
Cansaráste,    Sancho,   en   vano, 
y  yo  no  descansaré. 

Mi  parecer  no  ha  de  ser, 
pues,  que  aflojes  por  ahora, 
que  es  mujer,  y  cada  hora 
están  de  su  parecer. 

Ahora  quiérome  seguir, 
Leonardo,  esta  vez  por  vos. 

la   Reina,   el   Duque  y   el   Marqués.) 

Pésame  que  estéis  los  dos 
tan  malos  de  convenir. 

¿Quién  Anene? 

La  Reina  viene. 
¡  Oh  señora ! 

¿  A  novedad 
tendrá  Vuestra  Majestad 
visita!  le  ? 

Alguna  tiene. 

No  que  no  haya  deseo  harto 
en  mí ;  pero  no  hay  lugar, 
que  en  el  campo  habéis  de  estar 
o  apartado  en  vuestro  cuarto. 

Ya  yo  pensaba  ir  a  veros ; 
de  mano  me  habéis  ganado. 
Siempre  me  veis  de  pensado. 
¿  Pues  qué  se  hace,  caballeros  ? 

Yo  vengo  a  besar  las  manos 
a  tu   Majestad,   señor. 
Yo  a  defender  el  honor, 
señor,  que  pongo  en  tus  manos. 

Y  yo  vengo  a  interceder 
por  ellos,  señor,  con  vos; 


JORNADA  SEGUNDA 


85 


Rey. 


Dug'LíE. 


Marqués. 

Duque. 

Rey. 


^Marqués. 


Duque. 

-Marqués. 

Rey. 


L 


sino  que  tienen  los  dos 
pleito  malo  que  absolver. 

Ya  tengo  de  él  yo   noticia: 
digan  ahora  qué  es 
lo  que  el  Duque  y  el  Marqués 
piden,  proveeré  justicia. 

Yo,  señor,  y  el  iMarqués,  tío 
de    Rosarda,    concertamos, 
cual  consta,  pues  lo   firmamos 
del  concierto  suyo  y  mío, 

que  me  daría  a  Rosarda, 
su  sobrina,  por  mujer, 
y  ahora  no  hace  el  deber, 
pues  la  ha  alzado,  esconde  y  guarda. 

Y  pido  esto  y  la  palabra 
que  ella  dio  y  él  firmó. 

{Empuña  la  espada  el  Duque.; 

La  verdad... 

La  he  dicho  yo. 
Nadie  más  los  labios  abra. 

Pues  el  Duque  informó  ya, 
informe  ahora  el  Marqués, 
que  la  justicia  después 
por  justicia  se  verá. 

Yo  digo,  señor,  que  hice 
con  el  Duque  ese  concierto; 
pero  digo  que  no  es  cierto 
lo  que  en  mi  deshonra  dice. 

Que  bien  sabe  que  me  falta 
mi  sobrina  de  mi  casa, 
y  sabe  bien  lo  que  pasa 
él  acerca  de  su  falta, 

pues  fué  él  quien  la  robó, 
y  yo  no  soy  quien  la  escondo. 
Yo  pleiteo  y  no  respondo. 
Uno  y^otro  sé  hacer  yo. 

Estando  en  litispendencia 
el  negocio  como  está, 
sólo  la  probanza  da 
en  pro  o  contra  la  sentencia. 

Y  los  que  tienen  coronas 
y  un  pleito  han  de  decidir, 
no  se  tienen  de  regir 

por 'afición  de  personas. 

El  Duque  alega  una  cosa, 
y  el  Marqués  lo  mismo  alega, 
y  competencia  tan  ciega 
requiere  prueba  forzosa. 

La  relación  habéis  hecho, 
visto  el  caso  se  os  da  a  prueba : 
veamos  quién  mejor  prueba. 


Reina. 


que  ése  tendrá  más  derecho. 

Y  con  esto,  vamonos, 
señora,  hacia  nuestro  cuarto. 
En  verdad  que  deseo  harto 
la  concordia  de  los  dos. 


{Vanse  todos  y  quedan  Leonardo  y   Sancho.) 

Sancho.         Ya  se   fué   el  Rey. 
Leonardo.  Ya  se  fué. 

Sancho.      ¿Y  qué  piensa  hacer,  Leonardo? 
Leonardo.  Pienso  irme,  porque  tardo.' 
Sancho.      ¿  Luego  hay  adonde  ? 

Y  a  qué. 
Esta  vez  la  sangre  ha  estado 
en  los  pies. 

¿Por  qué   en   los  pies? 
¡  Valentías,  y  después 
no   hablara  de  turbado ! 

No  hay  quien  haga  que  yo  calle 
desde  Levante  a  Poniente. 
Sino   Sancho   solamente. 
¿Tú? 

Yo. 

¡  DaHe ! 

¡  Pues    sí,    dal-le  ! 
Sancho  amigo,  no  os  entiendo. 
¿No  me  entiende?  Mire  bien. 
Por  la  fe  de  hombre  de  bien, 
no  sé  lo  que  estás  diciendo. 

¿No?  Pues  diga:  ¿hubo  picón 
de  lo  que  ante  el  Rey  le  hice?; 
que  si  aquí  la  verdad  dice 
¿no  le  picó  el  corazón? 

Mas,  ¿qué  me  quiere  negar 
que  le  tu-^o  tamañito? 
Leonardo.  Yo,  pues,  ¿en  qué  he  hecho  delito, 
que  se  me  pueda  imputar  ? 

No  delito,  que  no  fué 
por  tal  jamás  reputado 
el  amor. 

¿  Yo  cuándo  he  amado  ? 
Has  amado  y  amas. 

¿Qué? 
¡  Ea,  que  todo  se  sabe ! 
¿  Qué  te  nos  haces  de  nuevas  ? 
¡  Si  es  que  mi  paciencia  pruebas, 
Sancho... ! 

Todo  lo   sé,  acabe; 
que  ella  me  lo  ha  dicho  todo. 
Cuando    comenzó    a    querella, 
y  cuanto  ha  hecho  por  ella, 
el  dónde,  el  cuándo  y  el  modo. 


Leonardo. 
Sancho. 

Leonardo. 
Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

i^eonardo. 

Sancho. 


Sancho. 


Leonardo. 
Sancho. 
Leonardo. 
Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 


86 


EL  LACAYO   FINGIDO 


Leonardo.       Pues  miente  ella,  señor  Sancho, 
que  no  lo  hay,  si  la  hubo  antes. 

Sancho,      j  Que  no  se  haga  de  guantes, 

que  en  verdad  que  le  viene  ancho ! 

Leonardo.       ¡  Digo  que  ya  andas  pesado  ! 
No  tratemos  de  esto  más. 

Sancho.      ¿Que,  en  fin,  dices  que  jamás 
a  Rosarda  no  has  amado? 

Leonardo.       ¿Sabes,  Sancho,  lo  que  dices? 
¿Yo  amar  mujer,  y  a  Rosarda, 
siendo  prenda  del  Rey  ?  ¡  Guarda ! 

Sancho.      ¡  Bien,  bien,  no  te  escandalices  ! 
Pase  por  burla  y  donaire : 
yo  entendí  mal,  soy  un  necio , 
pues  en  verdad  que  me  precio 
de  que  las  mato  en  el  aire. 

Mejor  está  de  esta  suerte 
que  de  la  que  yo  pensaba, 
que  en  mi  alma  que  me  pesaba, 
que  es  pesadumbre  de  muerte 

pensar  que  era  contra  ti 
lo  que  tengo  de  hacer. 

Leonardo.  ¿Y  qué  es  lo  que  has  de  hacer? 

Sancho.      Haré  lo  que  prometí. 

(Hace  que  se  va-) 

Leonardo.       ¿Y  qué  has  prometido?  Aguarda; 

dime  eso. 
Sancho.  Que  será  suya 

antes  de  mil  horas. 
Leonardo.  ¿Cuya? 

Sancho.      De  nuestro  Rey. 
Leonardo.  ¿  Quién  ? 

Sancho.  Rosarda. 

Leonardo.       ¿  Y  lo  has  de  hacer  así  ? 
Sancho.      Téngoselo  prometido. 
Leonardo.  Pues  doy  al  Rey  por  querido 

si  él  la  llega  a  persuadir. — 

Sancho,  y  quien  viene  de  buenos... 
Sancho.      ¡Oh!   ¿Ya  tenemos  sermones? 
Leonardo.  ¿No  es  bien  que  huya  de  ocasiones? 
Sancho.      No  puede  esta  vez  ser  menos. 
Prometílo,  y  es  un  Rey 

a  quien   se  lo  prometí, 

y  que  hay  que  mirar  aquí 

a  bondad,   razón  y  ley. 
Leonardo.       Alto,  cogido  me  han  vivo 

en  esta  treta  en  extremo: 

es  mujer  Rosarda,  y  temo 

no  tome  nuevo  motivo. — 
Sancho,  el  punto  1-legó 

ya  de  desnudar  verdades : 


yo  amo. 

Sancho.  ¡  Ea,  necedades  ! 

¿  No  era  el  pesado  yo 

y  él  quien  ni  amó  jamás, 
y  el  que  enfadado  me  dijo, 
teniéndome   por   prolijo, 
"Ni  tratemos  de  esto  más"? 

Toda    aquella    baraúnda 
en  sumisión  ha  parado : 
como  un  león  desatado 
viene,  humilde,  a  mi  coyunda. 

Leonardo.       Pues  si  no  a  la  tuya,  ¿  a  cuál  ? 
Mi  Sancho,  yo  amo  a  Rosarda; 
no  hay  que  negarte  j^a. 

Sancho.  Aguarda : 

ya  sé  tu  cuento,  y  no  mal. 

Leonardo.       ¿Cómo? 

Sancho.  De  su  mism.a  boca 

de  tu  Rosarda  hermosa, 
sin  faltar  en  toda  cosa. 

Leonardo.  ¿  Y  está  firme  ? 

Sancho.  Más  que  roca. 

Y  envíate  a  asegurar 
de  su  firmeza  conmigo 
y  me  hables  en  su  lugar,  (i) 

Leonardo.       ¿  Que  mis  penas  te  contó  ? 

Sancho.       Todas,  grandes  y  pequeñas,   (2) 
y  me  dijo,  por  más  señas, 
una   que   te  diré  yo. 

Que  porque  estés  confiado 
de  lo  que  por  ti  he  de  hacer, 
un  papel  que  en  tu  poder 
de  tu  nombre  está  firmado, 
en  que  juras  y  prometes 
que  serás  marido  suyo, 
que  por  yerro  a  poder  tuyo 
fué  envuelto  entre  otros  billetes, 

porque  ahora  en  su  aflicción 
defenderse  con  él  piensa, 
porque  es  la  mayor  defensa 
que  tiene  en  esta  ocasión, 

conmigo  por  su  consuelo 
al  momento  se  lo  envíes; 
y  como  de  mí  te  fíes 
dándomelo,   llevarélo. 

Sólo  es  el  mal  que  de  bobo 
no  lo  acertaré  a  llevar. 

{Saca  el  papel  Leon.\rdo.) 


(i)     Falta    un    verso    a    esta    redondilla. 
(2)     Después    de    este    verso    sigue    este   otro,    que 
añadiría   el   recitante:    "tu   Rosarda   me   contó". 


JORNADA  SEGUNDA 


87 


Leonabdü.  Yo  se  lo  pensé  enviar 

un  día  antes  de  su  robo. 
Y  como  han  sido  las  cosas 

después  acá  tan  de  salto, 

me  hallé  de  ocasiones  falto : 

toma,    llévale,    si    osas. 
Pero  recelo  un  encuentro 

que  un  gran  azar  nos  promete. 
Sancho.       Si   al   infierno   va   el   billete 

y  lo  llevo,   ha  de  entrar  dentro. 
Leonardo.       Mira,  mi  Sancho,  que  fío 

de  ti  la  vida,  y  no  menos. 
Sancho.      No  me  va  a  mí  mucho  menos, 

que  en  tu  bien  procuro  el  mío. — 
Ahora,  mi  Leonardo,  adiós; 

fía  en  él,  que  al   campo  parto. 

(Fase.) 

Leonardo.  ¡  Sabe   él   si   quisiera  harto 
que  partiéramos  los  dos ! 

No  me  estuviera  a  mí  mal 
que  éste   ignorara  que  quiero ; 
sábelo,  y  llevallo  quiero 
más  por  bien  que  no  por  mal. 

¡  Qué  ingenio  tuvo  el  rapaz ! 
Y  si  él,  como  ha  mostrado, 
de   mi   bien   se   ha   apasionado, 
bien  lo  hará,  que  es  sagaz. 

(Entra  el  Duque  Rosimundo.) 

Duque.  ¡  Mi  Leonardo  ! 

Leonardo.  ¡  Oh,    Rosimundo  ! 

¿Cómo  va  de  pleito? 

Duque.  Bien, 

porque  el  peso  de  mi  bien 
todo  en  tu  amistad  lo  fundo,     [mo? 

Leonardo.       ¿Todo  en  mi  amistad?  ¿Pues  có- 

DuQUE.        Porque   el  peso  de  una  empresa 
que  saber  que  tanto  pesa 
como  la  que  a  cargo  tomo, 

sólo  lo  que  tú  me  has  dicho 
por    su    fundamento    lleva, 
y  dándose  el  pleito  a  prueba, 
mi    prueba   estriba    en   tu   dicho. 

Quiero  que   siendo  testigo 
digas  qué  sabes  de  eso. 

Leonardo.  Pues  no  hay  empresa  ni  peso, 
y  esto  es  lo  que  siempre  digo. 

¿  Pues  esa  es  la  fe  y  palabra 
que  al  dar  el  aviso  diste? 

Duque.        ¿  Cuándo  ? 

Leonardo.  Cuando  me  dijiste 


que  no  diríades  palabra. 

Yo,  fiándome  de  vos, 
os  di  el  aviso  que  os  di : 
lo  que  dije,  yo  lo  vi, 
y  esto  para  entre  los  dos. 

Y  en  queriendo  que  lo  diga 
ante  el  juez  por  testigo, 
no  vi  cosa,  y.  esto  digo. 
Duque.        Di   la  palabra  y  me  obligo, 

que  soy,   en   fin,   caballero, 
y  la  he  de  cumplir;  mas  vos, 
esto  para  entre  los  dos, 
no   andáis...;   pero  callar   quiero. 

Que  no  digáis  vuestro  dicho 
no  importa;  pero  quisiera 
que  hablar  y  hacer  valiera; 
y   voime :   lo   dicho   dicho. 

(Vase.) 

Leonardo.       Puestos  ya  en  el  punto  éstos, 
los  dos,  aunque  triunfo  cueste, 
no  hay  camino  sino  éste 
para  evadirme  yo  de  éstos. 


Leonardo, 
Marqués. 
Leonardo, 
Marqués. 


{Entra   d   Marqués. J 
¡  Señor ! 


¡  Oh,  Leonardo  amigo  ! 
¿Qué  hay  del  pleito? 

Está  de  modo, 
que  eres  tú,  Leonardo,  el  todo 
en  la  pretensión  que  sigo. 
Leonardo.       ¿Yo  el  todo?  ¿Pues  de  qué  suer- 
Marí?ués.    Púsele  al  Duque  demanda,         [te? 
y  el  Rey  dar  probanza  manda, 
y  está  en  ti  mi  vida  o  muerte. 

Porque  más  mi  acción  no  es 
que  la  que  tú  viste,  acaso, 
y  así  tú  solo  en  el  caso 
eres  mis  manos  y  pies. 

De  modo  que  serán  vanos 
sin  tu  dicho  los  demás. 
Leonardo.  Pues  haz  cuenta,  si  no  hay  más, 
que  estás  sin  pies  y  sin  manos. 

¿Pues  das  la  palabra  y  fe 
que  me  diste  de  avisarte 
de  que  nadie  por  tu  parte 
sabría  que  te  avisé, 

y  quieres  que  jure  yo? 
La  pasión  te  tiene  ciego: 
lo  que  te  avisé,  vi,  y  luego, 
lo  que  vi  se  me  olvidó. 

Sólo  lo  vi  para  ti, 


88 


EL  LACAYO   FINGIDO 


pero  no  para  jurallo. 
Marqués.    Dite  mi  palabra,  y  callo; 

pero  poco  haces  por  mí. 
Leonardo.       No  tengo  de  decir  dicho; 

el  cansarte  es  por  demás. 
Marqués.    Bien  pudieras  hacer  más; 

pero,  en  fin,  lo  dicho,  dicho. 

Leonardo.       Yo  con  esto  concluí; 

quiébrense  ellos  las  cabezas, 
que  cuando  estén  hechas  piezas, 
no  se  me  da  un  clavo  a  mí. 

(Entrase  y  salen  Sancho  y  Eleandro.) 

Sancho.  ¿  Qué  hay  de  España  ? 

iíilLEANDRO.  Bravas  cosas ; 

tuvo  en  Valencia  sus  bodas 

el  Rey;  vio  las  fiestas  todas 

mi   hijo. 
Sancho.  ¿Grandes? 

Eleandro.  Famosas. 

Escribe  que  se  halló  allí, 

y  de  allí  se  vendrá  acá 

y  las  contará. 
Sancho.  ¿Y    vendrá...? 

Eleandro.  A  diez  y  seis. 
Sancho.  ¿De  éste? 

Eleandro.  Sí. 

Sancho.         Y  de  mi  madre,  ¿qué  escribe? 
Eleandro.  Que  hace  diligencias  grandes 

por  saber  adonde  andes. 
Sancho.      ¿Y  está...? 
Eleandro.  Tristísima   vive ; 

pero  que  con  esperanza 

de  que  has  de  parecer, 
Sancho.      Por  fuerza  había  de  ser, 

aunque  haya  de  haber  tardanza. 
Eleandro.      ¿  No  preguntas  cómo  va 

de  tela? 
Sancho.  ¿Habrásla  acabado? 

Eleandro.  Eso  no,  ni  aun  empezado, 

y  estará  acabada  ya. 
El  decir  si  se  acabó 

es,  por  Dios,  un  gran  donaire : 

como  ello  todo  era  aire, 

en  el  aire  se  tejió. 
Sancho.  Sin  duda  estarás  molido 

de  tejer. 
Eleandro.  Antes,  señora, 

temo  no  me  muela  ahora 

el  Rey,  quizá,  de  corrido. 


Sancho.  ¡  Lindo  eres,  por  vida  mía ! 

Si  el  Rey  la  enviare  a  pedir, 

¿qué  tienes  más  que  decir 

más  de  que  está  ya  tejida? 
Eleandro.      ¿Qué  tejido  ni  qué  tela, 

si  hebra  no  se  ha  tejido? 
Sancho.     Aún  tú  no  me  has  entendido. 

¿Sabes  mi  pretensión? 
Sancho,  Séla. 

Cómo  hemos  de  salir  della 

es  lo  que  deseo  saber. 
Sancho.      La  tela  que  hay  que  tejer, 

aquésa  yo  he  de  tejella. 
Vete,  y  espérame  en  corte, 

aunque  tarde  algún  espacio; 

y  en  entrando  di  en  palacio 

que  llevas  tejido  un  corte. 

Que  esto  es  lo  que  a  ti  te  toca, 

y  déjame  lo  demás. 
Eleandro.  De  esto  y  de  todo  lo  más, 

no  desplegaré  mi  boca, 

(V,ase-) 

Sancho.         Tengo  tanto  a  qué  acudir, 
que  no  sé  por  dó  comience ; 
pero  el  ánimo  es  quien  vence : 
con  todo  quiero  embestir.— 

(Entra   el   Alcaide.) 

¡  Señor  Alcaide ! 
Alcaide.  ¡  Jesú ! 

Sancho.      ¿Dónde,  sin  Dios  y  sin  ley? 
Alcaide.     Domine,  memento  mei. 
Sancho.      ¿Qué  habéis  visto? 
Alcaide.  i  A    Berzebú  ! 

¿  Pues  no  basta  haberos  visto  ? 
Sancho.      ¿  Y  a  im  ángel  hacéis  la  cruz? 
Alcaide.      Ángel  con  pies  de  avestruz, 

como  aquel  que  tentó  a  Cristo. 
Sancho.  ¿Pues  cómo  está  la  parida? 

Alcaide.     Para  irse  su  camino ; 

después  que  movió  el  pollino, 

siempre  está  como  movida. 
Sancho.         ¿Tal  está? 
Alcaide.  En  sólo  el  dibujo 

la  tenéis. 
Sancho.  ¿Yo?  ¿Pues  qué  he  hecho? 

Alcaide.     Por  Dios,  que  no  es  de  provecho 

después  que  acá  el  diablo  os  trujo. 
Teníala  yo  que  apenas 

el  aire  no  la  tocaba: 

ella  es  podrida  y  brava, 


JORNADA  SEGUNDA 


89 


púsela  cepo  y  cadenas. 
Está  la  pobre... 
Saxcíio.  /  No  dudo 

que  muera  de  ésta. 
Alcaide.  Sin    duda. 

Sancho.      ¿Y  si  ella  se  ve  viuda 

antes  que  os  vieseis  vos  viudo  ? 
Alcaide.         Dios  lo  puede  hacer  todo ; 

pero,  por  Dios,  mala  está. 
Sancho.      ¡  Adiós ! 

Alcaide.  ¿Qi^ié  es?  ¿Hay  cuento  ya? 

Sancho.      ¡  Y  mal   cuento  ! 
Alcaide.  ¿Y  de  qué  modo? 

¿Tenemos  otra  preñada? 
Sancho.      Y  que,  por  Dios,  que  si  pare, 

cuando  en  mucho  bien  se  pare... 
Alcaide.     Vendrá  ello  a  parar  en  nada. 

¿Y  es   la   preñada? 
Sancho.  La   Reina. 

Alcaide.     ¿Y  es  quizás  de  otro  pollino? 
Sancho.      ¿Todo  ha  de  ir  por  un  camino? 

Pues   yo  os...    ¡vive   Dios   y   reina, 
que  si  no  abrís  bien  el  ojo 

que   os   cueste   el   caso   no   nada ! 
Alcaide.     ¿Ella,  al  fin,  no  está  preñada? 
cancho.      Preñada,  pero  de  enojo. 
Yo  hablo  veras,  y  vos 

hacéis  el  corazón  ancho. 

Alcaide.     ¿De  enojo  a  fe?  ¿Y  con  quién,  San- 

Saxcho.      ¿Con  quién?  Con  vos.  [cho? 

Alcaide.  ¡  Más,  por  Dios  ! 

■  \NCHO.  Xo  son  siempre  unos  los  tiempos, 

haylos  de  muchas  maneras ; 

sabed  que  yo  sé  de  veras, 

y  que   sé   de   pasatiempos. 
Vos  estáis  de  regordeo; 

yo  vuestro  bien  procuro,  (i) 

y  es  porque  yo  juro,  juro... 
Alcaide.  No,  no  juréis,  yo  lo  creo. 
Sancho.         ¿Pues  sabéis  vos  lo  que  hacéis 

en  darme  el  crédito  o  no? 

O  vivir,  o  morir. 
Alcaide.  ¿  Yo  ? 

Sancho.      ¡  No,  sino  yo  !  ¿  No  entendéis  ? 
Alcaide.        Venid  acá,  Sancho,  por  Dios, 

y  decidme  esto  despacio. 
Sancho.      Digo,  que  se  arde  palacio 

con  chismes  y  contra  vos. 
Alcaide.         ¿Contra  mí?  ¿Y  de  qué  manera? 


(i)     En    el    original:    "procurando",    que    no    rima 
con   "juro". 


Sancho.      Sabed  que  la  Reina  sabe... 

No  sé  en  qué  corazón  cabe 

el  hacer  que  v.n  hombre  muera. 
Alcaide.        Acabaldo  de  decir, 

ya  que   lo  habéis   empezado. 
Sancho.     A  la  Reina  le  han  contado 

todo,  y  esto  es  concluir. 
Alcaide.        ¿Qué? 
Sancho.  Que  el  Rey  tiene  a  Rosarda 

encerrada  en  esta  torre, 

y  más,  que  no  sólo  corre 

por  mano  vuestra  su  guarda, 
sino  que  por  vuestra  mano 

la  hubo  el  Rey  a  las  manos: 

mirad  los  malos  cristianos 

que  han  dicho,  tal  de  un  cristiano. 
Está  de  modo  la  Reina 

con  vos,  que  jura  y  perjura 

que  os  ha  de  ver  la  asadura; 

y  podrálo  hacer,  que  es  Reina. 
Alcaide.         ¿Que  la  asadura  ha  de  verme? 
Sancho.      Y  de  una  escarpia  colgada. 
Alcaide.     ¿Y  de  quién  será  informada? 
Sancho.      Del  Diablo,  que  nunca  duerme. 
Alcaide.        ¿Yo,  yo  del  Rey  alcahuete? 
Sancho.       Ahí  veréis   la  maldad, 

que  sabiendo  la  verdad 

echen  la  culpa  a  un  pobrete. 
No  la  echarían,  yo  fío, 

al  traidor  que  la  vendió. 
Alcaide.     Por  Dios,  eso  no  sé  yo: 

¿Quién  la  vendió  al  Rey? 
Sancho.  Su  tío. 

Aquel  ladrón  del  Marqués, 

traidor,  sin  Dios  y  sin  ley, 

por  estar  bien  con  el  Rey. 
Alcaide.     ¿El  Marqués? 
Sancho.  El  Marqués,  pues. 

Sin  gustar  jamás  de  ello 

ella. 
Alcaide.  Eso  sé  yo  bien, 

que  siempre  hizo  del  desdén 

y  que  nunca  pudo  vello. 

i  Pues  lleve  el  Diablo  al  Marqués 

y  al  padre  que  lo  engendró ! 

Si  él  lo  hizo,  ¿es  bien  que  yo 
,   pague  el  pato  acá  después? 
Sancho,  Hombre  sois,   por  vos  mirad, 

que  no  hay  a  quien  más  le  importe, 
Alcaide.     ¡  Juro  a  Dios  de  ir  a  la  corte, 

y  delatar  la  verdad ! 
Sancho.         Yo  de  ese  parecer  soy, 


90 


EL  LACAYO   FINGIDO 


aunque  mozo;  vos  sois  viejo, 
no  habéis  menester  consejo. 
Alcaide.     Adiós,   Sancho,  a  corte  voy. — 
i  Asadura  de  mi  alma, 
en  escarpia,   Verbum   caro ! 
Todo  tiene  de  ir  más  claro 
y  más  llano  que  esta  palma. 

(Vase-) 

Sancho.         ¿Vióse  nunca  tan  buen  paso? 
El  viejo   se  va  a  la   Reina, 
en  quien  ni  aun  sospecha  reina, 
y  le  cuenta  todo  el  caso.  • 

¡Lindo   cuento  para  el  viejo 
cuando  se  halle  burlado ! 
Quedte  ahora  en  este  estado, 
que  en  lindo  punto  le  dejo. 

Quise  que  la  Reina  entienda 
como  el   Rey  tiene  a   Rosarda 
en  una  torre  con  guarda, 
no   tanto   porque    se   ofenda 

como  porque  no  seamos 
ofendidos  del  acaso 
aquellos  que   en  este   caso 
nuestra    parte    interesamos. 

Ya  quiso  el  Rey  que   Rosarda 
se  manifestara  al  mundo 
}'■   dársela   a  Rosimundo 
por  vengarse;  pero  guarda, 

que  fuera  el  hacello  asi 
quitar  al  Rey  del  poder, 
a  Leonardo  su  mujer 
y  mi  Rosimundo  a  mí. 

Sépase  ahora  por  entero, 
que  cuando  ahora  se  supiere, 
se  sabrá,  no  como  quiere 
el  Rey,  mas  como  yo  quiero. 

A  Rosarda  quiero  hablar, 
que  aunque  es  su  prisión  la  torre, 
este   zaguán   pisa   y   corre 
cuando  se  sale  a  espaciar.       [puesto 

Que    aunque    he    descubierto    el 
de  la  guarda,   está  guardado, 
y  sólo  a  Sancho  le  es  dado 
llegar  donde  ahora  fui  puesto. 

Quiero    por    buena    razón 
darle  .un    poco    de    lisonja. 
Ya  sale  al  torno  mi  monja. 

(Sale  Rosada.) 
Rosarda.     Sancho,  ¿a  tan  buena  ocasión? 
¿Qué  hay,  mi   Sancho,  vivo  o 
¿Cánsase  el  Rey  o  porfía?  [muero? 


Sancho. 

Rosarda. 

Sancho. 

Rosarda. 
Sancho. 


Rosarda. 


Sancho. 
Rosarda. 
Sancho. 


Rosarda. 

Sancho. 
Rosarda. 


Sancho. 
Rosarda. 
Sancho. 
Rosarda. 

Sancho. 


Rosarda. 
Sancho. 


Hoy  peor  que  el  primer  día. 
¿  Peor  hoy  que  el  día  primero  ? 

De  la  nuevaxcon  que  vengo 
se  echa  de  ver,  y  no  mal. 
¿Tal  es,  Sancho  amigo? 

Tal, 
que  miedo  de  darla  tengo. 

Aunque  mal  lo  hago,  cierto 
que   de   cansado  me   cierro, 
y  no  sé  si  acaso  yerro 
por  donde  pienso  que  acierto. 

Ya  de  retórico  pasas. 
¿En  qué  yerras  o  en  qué  aciertas? 
Las  nuevas,  Sancho,  ¿son  ciertas? 
Ciertas. 

¿De  qué? 

Que  te  casas,  (i) 

Y  el  hacellas  malas,  pasa 
ya  de  quererte  ofender, 
que  basta  que  a  una  mujer 
se  le  diga  que  se  casa 

para  que  tenga  por  buena 
la  nueva,  aunque  le  esté  mal. 
¿Y  que  el  casamiento  es  tal 
que   me   tiene   que  dar  pena? 

Mucha. 

Ya  sé  lo  primero; 
saber   quiero    lo   segundo : 
¿  Con  quién  es  ? 

Con  Rosimundo. 
¿Con  Rosimundo?  ¡Primero...! 

¿  Primero    qué  ? 

¡  Mala   muerte 
morirá  el  que  tal  aguarda ! 
Que  no  hay  remedio,  Rosarda, 
que  está  ya  echada  la  suerte. 

Que   primero   ni    postrero 
hay  donde  el  Rey  interviene, 
y  si  él  gusta,  de  ser  tiene. 
¿Qué  hay  porque  no  le  quiero? 

Porque   no   le   quieres,   pues, 
te  quiere  manifestar, 
y  hacer  que  a  tu  pesar 
al  Duque  la  mano  des. 


(i)     Este  pasaje  está  en  el  original  así: 

Las  nuevas,   Sancho,  son   ciertas? 
Sancho-        Ciertas. 
Rosarda.  ¿De  qué  son? 

Sancho.  De  que  te  casas. 

Con  lo  que  el  verso  resulta  de  diez  sílabas. 


TORNADA  SEGUNDA 


91 


ROSARDA. 

Sancho. 

RoSARDA. 

Sancho. 


ROSARDA. 


^ANCHO. 
RoSARDA. 

Sancho. 

RoSARDA. 

Sancho. 

RoSARDA. 

Sancho. 


ROSABDA. 


SiVNCHO. 


¿Ya  eso  qué  dice  Leonardo  ? 
¿'Qué  ha  de  decir?  Como  es  cuerdo, 
ha  tomado  nuevo  acuerdo. 
Dilo,  acaba. 

¿Tanto  tardo? 

Como   ve    que    Rosimundo 
por  fuerza  te  ha  de  entregarse, 
determina  de  casarse, 
que  no  es  más  que  esto  este  mundo. 

Pues  si  él  de  casarse  acuerda, 
ni  a  él  mujer  le  ha  de  faltar 
ni  a  mí  parte  en  qué  hallar 
una  viga  y  una  cuerda, 

que  vigas  hay  en  la  torre 
y  cintas  en 'mi  cabello. 
¡  Vive  Dios,  qvTC  va  a  hacello  ! — 
¿  Pues  vaste  ? 

A  ahorcarme. 

Corre. 

Voy.  ¿Pues  piensas  que  es  donai- 
Vuelve,  mujer,  ¿dónde  vas?  [re? 
Pues  cómo,  ¿no  hay  más? 

No  hay  más. 
¡  Ahorcarse  es  cosa  de  aire  ! 

i  Vuelve,  vuelve,  pese  a  mí ! 
que  ahí  tienes  a  tu  Leonardo, 
tan  tu  amante  y  tan  gallardo 
como  ha  estado  hasta  aquí. 

Verdad  es  que  el   Rey  quería, 
porque  a  él  no   le  has  querido, 
darte  al  Duque   por  marido; 
mas  mudóse,  a  instancia  mía. 

Que   le    prometí    acabar 
contigo,  que  le  harás  rostro, 
y  así,  aunque  el  Rey  te  dé  en  ros-tro, 
te   importa  disimular. 

Hagamos  ahora  a  tu  salvo 
de    su   enfado    pasatiempo, 
que  yo  os  pondré,  en  siendo  tiempo, 
a  ti  y  a  Leonardo  en  salvo. 

Y  para  poderlo  hacer 
te  traigo  aquí  el  papel  suyo, 
y  vengo  por  aquel  tuyo 
que  tienes  en  tu  poder: 

en  que  le  das  la  palabra 
que  él  en  éste  te  da  a  ti. 
No  sé  si  me  enoje  o  si 
al  perdón   las   puertas   abra. 

Mas  por  el  gusto  del  fin, 
el   sobresalto   perdono. 
Qué  quieres,  nada  sazono 
si  no  es  con  hacerte  ruin. 


RosARDA.        Toma,  ves  aquí  el  papeí 
y  dáselo  a  mi  Leonardo : 
y  así  tu  promesa  aguardo 
como    su    firmeza   de   él. 

Sancho.  Voime,   pues,  y   fía  de  mí, 

Rosarda,    que    he    de    ayudarte, 
porque    en   defender    tu    parte 
me  va  también   parte   a  mí. 

(Vasc.    Salen    el    Rey    y    Leonardo.) 

Rey.  ¿  Sanchuelo  ? 

Leonardo.  En  el  campo  está. 

Rey.  ¡  Extremado  es  el  rapaz  1 

Leonardo.  Tiene  el  ingenio  vivaz 
y  cuanto  quisiere  hará. 

Rey.  No  haría  por  mí   poco 

si   su   promesa   cumpliese 
y  con  blandura  venciese. 

Leonardo.  Mostraba  tenerle  en  poco. 

El  es  de  muy  claro  juicio, 
entremetido  y   sutil, 
y  tiene  otras  partes  mil 
de  las  que  pide  el  oficio. 

A  fe  que  él  ponga  a  Rosarda 
de  la  suerte  que  conviene. 
No  sé  cómo  ya  no  viene. 
Para  mí  un  siglo  se  tarda. 


Rey. 


Paje. 


{Entra  un   Paje.) 

Un  extranjero,  señor. 


dice  que  hablarte  quiere, 

que  importa. 
Rey.  Dile  qué  quiere. 

Paje.  Dice  que  es  un  tejedor. 

Rey.  ¿Un  tejedor? 

Paje.  Que  en  tu  corte 

no  cabe  de  gozo  y  ancho. 
LeO'NArdo.  Este  es  el  padre  de  Sancho. 
Rey.  Entre. — Sin  duda  trae  el  corte. 

{Entra   Eleandro.) 

Eleandro.      a  Vuestra  Majestad  beso 
los  pies. 

Rey.  Seáis  bien  venido. 

Eleandro.  Un  corte  traigo  tejido 
de  mi  tela. 

Rey.        "  Huelgo  de  eso. 

Veamos. 

Eleandro.  Harélo  traer, 

que  cosa  de  tanta  estima 
veráse  mal  aquí;  encima 
de  una  mesa  se  ha  de  ver. 


92 


EL  LACAYO   FINGIDO 


Manda  darme  un  aposento 
donde  se  vea  despacio. 

Rey.  ¡  Hola  !,  darle  en  mi  palacio 

una  cámara  al  momento. — 
Y  traído  el  corte,  quiero 
que  tú  el  primero,  Leonardo, 
le  veas. 

Leonardo.  ¡  Cuento  gallardo  ! — 

¿  Yo  el  primero  ? 

Rey.  Tú   el   primero. 

Leonardo.       ¿En  fin,  que  el  primero  soy- 
de  quien  hacer  prueba  quieres? 

Rey.  Por  tenerla  de  quién  eres, 

el  primer  lugar  te  doy. 

Leon.\rdo.       En  fin,  ¿tú  lo  quieres? 

Rey.  Quiero. 

Leonardo.  Pues  si  tú  gustas,  veréla. — ■ 
Id  y  haced  traer  la  tela, 
que  yo  la  veré  el  primero. 

(Entra  la  Reina.) 

Rey.  ¿Es  la  Reina  la  que  entra? 

Leonardo.  La  Reina. 

Reina.  ¡  Válgame  Dios, 

y  qué  apareados  los  dos ! 
Rey.  ¡  A  mal  tiempo  nos  encuentra, 

que  quiere  conversación 

y  yo  no  estoy  para  ella ! 
Leonardo.  El  tiene  el  gusto  en  aquella 

que  le  tiene  el  corazón. 
Rein.\.  ¿Q"é  hace  Vuestra  Majestad? 

¿Estará  de  pasatiempo? 
Rey.  Antes  venís  a  mal  tiempo. 

Reina.         ¿  A  mal  tiempo  ? 
Rey.  Sí,   en  verdad. 

Porque  vamos  yo  y  Leonardo 

a  un  negocio  de  importancia. 
Reina.         ¿No  os  detendréis  a  mi  instancia? 
Rey.  Digo  que  importa,  y  ya  tardo. 

Leonardo.       Sí,  señora;  es  ya  muy  tarde, 

Uj  podremos  detenernos. — 

¿  Cuándo  tenemos  de  vernos 

en  esta  tela? 
Rey.  Esta   tarde. 

{Vanse   todos,  y   queda  la  Reina.) 

Reina.  ¿Que  no  pudo  estar  aquí 

el  Rey  en  viéndome  entrar? 
¡  Para  todos  hay  lugar, 
y  nunca  le  hay  para  mí ! 

No  sé,  a  fe,  lo  que  me  sienta 
del  poco  gusto  del  Rey. 


(Entrase  el  Alcaide^  y  quédase  la  Reina  pensando.) 

Alcaide.     La  verdad  a  toda  ley, 
y  no  sufrir  una  afrenta. 

¿Mi  asadura  en  una  escarpia 
sin  culpa?  ¿Hay  más  crueldad? 
¡  Yo  contaré  la  verdad, 
y  veremos  quién  se  escarpia ! 

Tráeme  el  caso  sin  sentido. 
¿Yo  alcahuete  de  Rosarda? 

(Entra    Sancho    quedito   y    ásele    de   un    brazo.) 

Sancho.      Aquí  está  un  ángel  de  guarda. 
Alcaide.     ¿Y  es  de  aquellos  que  han  caído? — 
¡  No  digo  yo  que  éste  es  trasgo ! — 

¿  De  qué  nublado  has  caído  ? 
Sancho.      En  vuestro  alcance  he  venido; 

pero  quedo,  punto  y  rasgo. 
La  Reina  es  la  que  está  aquí. 
^Alcaide.     ¿La  Reina?   Pues  llegar  quiero; 

mas  no,  llegad  vos  primero. 
Sancho.      Dejadme  llegar  a  mí. 
Reina.  Quizá  no  es  lo  que  imagino; 

por  ventura  me  he  engañado. 
Sancho.      Aquí  tenéis  un  criado 

que  viene  ahora  de  camino. 
Reina.  ¡  Oh,  Sancho,  de  verte  gusto ! 

Pues  ¿de  dónde? 
S.A.NCIIO.  De  tu  quinta. 

Alcaide.     ¡  Demonio  es :  todo  lo  pinta 

este  Sanchuelo  a  su  gusto ! 
Reina.  Pues,  Alcaide,  ¿también  vos? 

¿  Cómo  no  llegáis? 
Alcaide.  Ahora... 

Reina.        Llegad  sin  temor. 
Alcaide.  Señora, 

{De   rodillas.) 

i  misericordia,    por    Dios  ! 

A^edme  de  hinojos  puesto, 
obligue  a  tu  Majestad 
a  escucharme  la  verdad. 

Reina.        ¿Cómo  la  verdad?  ¿Qué  es  esto? 

Alcaide.         Que  el  ladrón  que  de  mi  nómbre- 
se acordó  para  mentir, 
muy  bien  lo  puede  él  decir; 
pero... 

Reina.  ¿Qué  dice  este  hombre? 

Alcaide.  Bjieno  es  eso,  en  buena  fe, 
pues  ha  jurado  escarpiarme. 
¿  Quiere  ahora  a-segurarme  ? 

Reina.        Misterio  tiene  esto,  a  fe. 
Disimular  quiero  aquí. 


JORNADA  SEGUNDA 


93 


Alcaide.    Mire,  así  viva  mil  años, 

que  han  sido  chismes  y  engaños 
cuanto  le  han  dicho  de  mí. 

Pues  dígame:  ¿hombre  era  yo 
que  al  Rey  le  había  de  traer 
a   Rosarda  a  su  poder? 
¿  Alcahuete  yo  ?  ¡  Eso  no  ! 
Del  bellaco  de  su  tío, 
de  ese  Marqués,  o  que  se  es, 
que  lo  que  siendo  él  ^Marqués... 

(Túrbase.) 

fué  el  delito,  que  no  mío. 

Ese  al  Rey  se  la  Atendió 
por  caer  en  gracia  suya, 
contra  su  voluntad. 

Reina.  ¿Cuya? 

Alcaide.     De  ella,  que  ella  no  gustó, 

que  en  buena  fe  que  es  honrada, 
y  como  tal  se  resiste; 
sino  que  es  mujer  la  triste 
y  está  allí  muy  acosada. 
¿  Dónde  ? 

En  mi  torre,  con  guarda. 
Y  si  la  tengo  en  mi  torre 
por  cuenta  mía  no  corre, 
sino  del  Rey,  que  la  guarda. 

Saxcho.  ¡  Qué   bien,   qué   suavemente, 

sin  tormento   ha   confesado ! 

Alcaide.     Yo  siempre  estoy  obligado 
a  mi  Rey  como  teniente. 

Si  el  Rey  por  sí  es  tan  ruin 
y  me  encarga  una  mujer, 
¿secreto  no  he  de  tener? 

Reina.         Sí,  que  sois  Alcaide  al  fin, 
y  honrado. 

Alcaide.  Por  su  virtud. 

Reina.         Guardáis  muy  bien  un  secreto. 

Alcaide.     Eso  yo  se  lo  prometo. 

Reina.         No  tengáis  vos  más  salud. 

¡'Miren  de  qué  modo  quiso 
Dios,   estando  yo  ignorante, 
porque  no  fuese  adelante 
tal  maldad  tuviese  aviso ! 

Así,  Rey,  ¿que  aquesto  había 
donde  en  la  torre,  con  guarda, 
tenéis  a  vuestra  Rosarda? 

Alcaide.     Oiga,  ¿que  no  lo  sabía? 

Reina.  ¿  Yo  ?  Como  lo  que  nunca  fué. 

Alcaide.     ¡  Válgate  el  Diablo  por  Sancho  ! 

¿Xo  hay  un  árbol,  no  hay  un  gan- 
de donde  me  ahorcaré?  [cho 


Reina. 
Sancho. 


¿  Xo  digo  yo  que  éste  tiene 
de  dar  fin  a  mi  vejez, 
primera  y  segunda  vez? 
¿Quién  viene?  ¡Hola! 

El   ^Marqués   viene. 


{Entra    el    Marqués.) 

Marqués.        Déme  Vuestra  !Maj  estad 

aquesas  manos  reales. 
Reina.        A  los  hombres  principales. 

Marqués,    y    de   vuestra    edad, 

siempre    suelo    yo    negarlas; 
pero  ahora  ya  no  dejo 
de   dárosla   por   ser   viejo, 
sino  por  no  querer  darlas. 

Pues  cómo,   ^Marqués,   es  bueno 
que   por    esperanzas   vanas 
un   hombre   lleno   de   canas 
y  de  obligaciones  lleno ; 

un  hombre  que  tiene  llenas 
de  sus  victorias  los  templos, 
y  hombre  por  cuyos  ejemplos 
en  mi  reino  hay  tan  buenos. 

Un  hombre  cuyo  consejo 
hace  raya  en  mis  consejos, 
mozo   y  valiente   entre   viejos 
y  en   seso   entre  mozos  viejo, 

ahora   al   cabo   de   sus   años, 
por   caer   del   Rey   en   gracia, 
sin    advertir    mi    desgracia 
ni    advertir   sus   propios   daños, 

al   Rey  vendiese   a   Rosarda, 
a  su  sangre,  a  su  sobrina. 
Empresa  al  fin  peregrina; 
hazaña,  cierto,  gallarda; 

entregar  a  una  doncella, 
cu3'a    honra    riesgo    corre, 
para  que  el  Rey  en  su  torre 
la  encierre  y  se  esté  con  ella. 

A   no   ser   ella   quien   es, 
bueno    anduviera    su    honor. 
Mal  lo  pensaste,   señor. 
Marqués.    Beso  esos  reales  pies. 

¡Que   sola  tu  !Maj estad, 
por   tan    discreto    camino, 
pudiera  ser  la  que  vino 
-    a  descubrir  la  verdad ! 

Y  verdad  que  ha  tantos  días 
que   deseo    yo    saber. 
Reina,        No  lo  acabo  de  entender, 
¿luego   tú   no    lo    sabías? 
Marqués.        ¿Yo,  Reina?  ¿Pues  qué  razón 


94 


EL   LACAYO   FINGIDO 


Reina. 
Alcaide. 


DUOUE. 


hay  de  que  se  haya  creído 
de  mí  tal? 

Perdón  te  pido. 
Milagros  de  Sancho  son. 

¡  De  esta  hecha  sí  me  empala 
el  Rey  en  sabiendo  el  cuento ! 

(Entra  el  Duque  Rosimundc.) 


Aunque    sea    atrevimiento 
hacer  esto  en  esta  sala, 

perdone    tu    Majestad, 
que   para  que   en   él   prosiga 
el  honor  solo   me   obliga, 
pero  no  la  voluntad. 

Porque  por  donde   se  lleva 
mal  negocio   en  mi   pleito, 
quiero   que   en  aqueste   pleito 
estéis,    Marqués,    a    la   prueba. 

Vos   ante   el   Rey   prometéis 
probar  que  a  Rosarda  tengo, 
y  yo  sólo  a  probar  vengo 
que   encubierta   la   tenéis. 

Y  así  porque  yo  me  fío 
en  la  verdad  que  sustento, 
dentro   el   real   aposento 
sobre  el  caso  os  desafío. 

Y  digo  que  os  probaré 
sólo    en   batalla    aplazada 
que    vos    la    tenéis    alzada, 
y  que  yo  no  la  robé. 

Y  hablen  allí  las  espadas 
y   callen   aquí   las   plumas. 

Marqués.    Porque  de  mí  no  presumas 
cosas    de    mí    no    intentadas, 

no  en  fe  de  lo  que  yo  hice, 
sino  en  fe  de  que  no  hay  hombre 
que  con  mis  prendas  y  nombre 
haga  lo  que  aquí  se  dice, 

el  campo  pedido  acepto, 
y  en  él  te  daré  a  entender 
que  yo  tal  no  pude  hacer. 
El  no   poder  es  defecto : 

que  lo  hiciste,  eso  sí, 
no  que  no  pudiste  hacello. 
Duque,  sábese  ya  ello, 
que  por  eso  habla  así. 

Sábese  ya  de  Rosarda. 
¡  Por  mi  vida  ! 

Y  por  mi  vida. 
¿Y  quién  la  tiene  escondida? 
El  Rey. 

¿El  Rey? 


Duque. 


Reina. 


Duque. 

Reina. 

Duque. 

Reina. 

DuouE. 


Reina.  Y    con    guarda. 

Duque.  Marqués  y  señor,  yo  pido 

perdón  de  mi  grave  culpa. 
Marqués.    Bien  tenéis,  Duque,  disculpa. 
Duque.       Y  aun  por  eso  te  la  pido. 

Dame  las  manos,  por  Dios, 

que  el  amor  me  tenía  ciego. 

(Dansc   las    manos.) 

Reina.        Y  dadas  las  manos,  luego 

pido  yo  un  ruego  a  los  dos. 

Marqués.        ¿Qué  es  lo  que  mandarnos  puede 
tu  Majestad  que  no  hagamos? 

Reina.         Que  entre  los  tres  que  aquí  estamos 
este  secreto  se  quede. 

Duque.  ¿Mi  Rosarda  está  con  honra? 

Reina.         ¿  Pues  no  basta  conocella 
para  que  donde  esté  ella 
se  crea  que  no  hay  deshonra? 
Rosarda  está  con  su  honor, 
y  este  negocio  en  mi  mano, 
y  estando  en  ella  está  llano 
que  nadie  lo  hará  mejor. 

Por  lo  que  en  él  me  va  a  mí 
y  por  lo  que  os  va  a  los  dos, 
idos,  señores,  con  Dios, 
y  quédese  esto  ahora  así, 

que  yo  lo  pondré  de  modo 
que  a  todos  nos  esté  bien. 

Marqués.    Tus  pies  beso. 

Duque.  Yo  también. 

Reina.         Pues  irme  quiero  yo  y  todo. 

(Vansc,   y    queda   el   Alcaide   y    Sancho    mirándose 
un   rato   sin   hablar.) 

Sancho.  ¿No  habláis.  Alcaide?  Hablémo- 

[nos : 
¿Qué   decís   o   qué   habéis   visto? 
Alcaide.       Yo  que  ruego  a  Jesucristo 
que  me  saque  en  paz  de  vos. 

¿Qué  os  parece,  Sancho,  de  ésta 
en  que  me  tenéis  metido? 
Sancho.      ¿Esta,  pues,  tan  mala  ha  sido? 

¿  Pues  hasta  ahora  qué  os  cuesta  .■' 

Acabad,  no  seáis  cobarde. 
¿No  vivo  yo?  No  temáis. 
Lo  que  importa  es  que  os  partáis, 
porque  se  hace  ya  tarde. 

Ea,  adiós.  ¡  Miren  mi  acuerdo  ! 

(Vase  y  vuelve.) 

Díjome   vuestra  mujer 


JORNADA  TERCERA 


95 


que  os  acordase  al  volver 

de  aquella... 

Alcaide.  ¿Qué?  Xo  me  acuerdo. 

Sancho.         ¿Pues  no  tenéis  de  compralle...  ? 

Alcaide.     ¿  Qué  ? 

Saxcho  Para  su  enfermedad. 

Alcaide.     ¡  Ah,  sí !  ;  Ah,  sí !  Decís  verdad : 
una  purga  he  de  llevarle. 
Y  no  sé  qué  otras  cosillas. 

San'cho.      Pues  no  os  olvidéis.  Adiós. 
(Fase.) 

Alcaide.     El  me  defienda  de  vos. 

¡  Válgate   el    diablo,    hurguillas  ! 

¡  Todo  lo  busca  y  lo  hurga, 
no  he  visto  cosa  más  brava ! 
Solamente  le   faltaba 
saber  también  de  la  purga. 
¡  Mala  purga,  mal  bebida 
te  mate  de  mal  ruibarbo, 
que  3-0  tu  vida  no  escarbo 
y  tú  me  escarbas  la  vida ! 


JORNADA  TERCERA 

{Salen    dos    Guardas.) 

Guarda  i.° 
A  buena  cuenta,  el  paso  que  ocupamos 
es  el  paso  preciso  de  su  vuelta. 

Guarda  2.° 

Y  ésta  es,  según  razón,  la  hora  que  dijo 
Sanchuelo  que  el  alcaide  volvería. 

Guarda  1° 

Y  por  si  se  tardare,  ¿qué  recaudo 
dejastes  en  la  puerta  de  la  torre? 

Guarda  2° 
¿  No  es  suficiente  el  número  que  queda  ? 
Cuando  faltemos  dos,  ¿no  hay  cincuenta 
que  la  guarden  y  ronden  por  sus  postas, 
y  si  fuere  importante  la  defiendan 
del  poderoso  ejército  de  Jerjes? 
Pero,  ¿si  se  quedase  allá  esta  noche? 

Guarda  i.** 
;  Cómo,  si  acá  le  esperan  con  la  purga  ? 

Guarda  2° 

Deseárnoslo  tanto,  que  tememos. 
¿Vienen  las  medias  máscaras  a  punto? 


Guarda  i.° 

A  punto  vienen,  y  es  razón  ponerlas, 
que  ya  es  la  hora,  poco  más  o  menos, 
que  viene  por  ahí  como  una  posta. 

Guarda  2° 
Y  creo  que  a  pie  ha  de  ser. 

Guarda  1° 

¿Pues  qué  a  caballo? 
Como  nació  del  vientre  de  su  madre. 

{Sale  el  Alcaide  con  botas  de  camino  y  un  quita- 
sol en  una  mano  y  un  vaso  en  la  otra;  y  un  ti- 

llano  con  gorra,  cantando:  ^'Ensílleme  el  potro  ru- 
cio") 

Guarda  i.° 

¡Ojo!;  pidiendo  viene  el  potro  rucio. 

Guarda  2." 
Pues  hace  mal,  viniendo  a  pie  el  cuitado. 

Guarda  i.** 

¿De  noche  y  quitasol? 

Guarda  2° 

Por  el  sereno. 
Guarda  1° 
Aviente  el  uno  al  mozo  a  espaldarazos. 

Guarda  2° 
Yo  le  haré  que  vuele  la  ribera. 

Mozo. 
¡Ay,   justicia   de   Dios!    ¡  Ay  !    ¡  Ay  ! 

Guarda  2° 

Camine. 

{Quííanle   la   espada   al   Alcaide.) 

Guarda  i.° 
Deje  esta  espada  o  rueca,  pusilámine ! 

Guarda  2.° 
¿Qué  pide  que  le  ensillen  el  decrépito? 
¿  Caballo  rucio  pide  un  astro  rústico  ? 

Guarda  i.° 
No  dice  mal :  ensíllenle  un  cuadrúpedo, 
que  es  noche  y  viene  a  pie  sobre  estos  lapides. 

Alcaide. 
¿  Dónde  se  aparecieron  ?  ¿  Son  espíritus 
del  otro  mundo,  díganme? 

Guarda  i." 

Y   diabólicos. 


96 


EL   LACAYO   FINGIDO 


Alcaide, 

A  no  ser  malos,  ¡  qué  dispuestos  ángeles ! 

Guarda  i.° 
Pues  hácennos  bonitos  las  carátulas, 
que  sin  ellas  tenemos  gestos  fúnebres. 

Guarda  2." 
¿Para    qué    espada   llevas,    di,   murciélago, 
sin  poderla  regir  tus  fuerzas  frágiles? 
¿No  era  mejor  con  purga  traer  espátula, 
que  sirve  al  desatar  la  cañafístola? 

Alcaide. 
Si  ha  sido  burla,  pasa  ya  de  límite. 
De  noche,  y  en  camino  y  entre  árboles, 
burlarse  con  el  hombre  ¿es  cosa  lícita? 
¡  Venga  la  espada,  que  eso  no  es  buen  término ! 

Guarda  i.° 
¡  Oigan,  que  espada  pide  el  muy  flemático  I 
Antes  sellamos  que  por  el  escándalo 
que  su  espada  ha  causado  en  nuestros  ánimos 
le  condenamos  todos  los  del  cónclave 
a  que  beba  esa  purga  salutífera. 

Alcaide. 
i  No,  no,  que  me  ha  de  hacer  mal  al  estómago ! 

Guarda  i.° 
Pues  hala  de  beber   si    fuese   Hércules, 
o  harémosle  llorar  como  a  Demócrito. 

Alcaide. 
Si   fuera   de   ruibarbo   contra   cólera, 
recibiérala  yo,   que    soy   colérico ; 
mas  lleva  confección  de  hermodátiles, 
con  ser,  catolicón,  hermes  }'  agárico, 
cosas  impertinentes  a  mi  estómago. 

Guarda  2.° 
i  Acabe,  beba  el  puto  viejo  el  recipe, 
o  quedará  de  un  golpe  paralítico ! 

Alcaide. 
¿Que,  en   fin,  he  de  beber,  señores  médicos? 

Guarda  i." 
No  ha  de  quedar  de  aquesta  purga  pénitus. 

Alcaide. 
i  Si  posibili  est,  fratres  charísimi, 
transeat  a  me  aqueste  cálice ! 

Guarda  2." 
¡  O  beba,  o  abrirle  he  medio  cápite ! 


Alcaide. 
;No  me  dan  antes,   siquiera  de  lástima, 
o  aceitunas,  o  limón,  o  algo  odorífero 
con  que  pase  sin  usmo  el  triste  antídoto? 

Guarda  i.° 
¡  Acabe,  beba  el  viejo  sin  escrúpulo ! 

Alcaide. 
Ya   lo   beben,    señor,    refrene    el    ímpetu. — 
¡  Recíbote  a  ojos  ciegos,  in  Dei  nomine  ! 
¡  Santo  Dios,  qué  mal  tufo ! 

Guarda  i.° 

Es  aromático. 

Alcaide. 
He  aquí  un  hombre  purgado  sobre  céspedes, 
que  aun  purgándose  uno  entre  las  sábanas 
suele,  si  el  aposento  es  algo  húmedo, 
morirse,  sin  pensar,  de  un  pasmo  súpito. 

Guarda  2.° 
Mejor  lo  quiera  Dios. — Amigo,  vamonos. — 
Adiós,  patrón. 

Alcaide. 

Fratelos   salubérrimos. 
¡  Por  las  llagas  de  Dios  y  del  Seráfico, 
que  ya  se  han  holgado  a  beneplácito, 
se  sepulte  esto  aquí ! 

Guarda  i° 

Sobre  este  artículo, 
serán  las  lenguas  de  los  dos  inmóviles. 

Alcaide. 

Temo,  ya  que  ha  caído  en  mí  esta  máciua, 
no  lo  sepa  Sanchuelo,  ¡que  en  sabiéndolo...! 

{Vansc,   y    entra   el   Mozo    con   el   lío   de   ropa-) 
Mozo, 
i  Ah,  señor!,  ¿cómo  está? 
Alcaide. 

Cerca  del  tránsito. 
Mozo,  toma  el  dinero :  ve  y  di  al  médico 
que  recete  otra  purga  en  otra  cédula, 
porque  se  vertió  esta  otra  en  el  viático. 

Mozo. 
¿  Pues  la  purga  ? 

Alcaide. 
¡  Vertióse,   mozo    incrédulo  !- 
No  siento  tanto  el  haber  bebídola, 
que  es  para  purgar  sólo  el  ventrículo ; 


JORNADA  TERCERA 


97 


pero  purgar  también  la  bolsa...  ¡Oh,  pese  a... ! 

Mozo. 
¿Voime,  señor? 

Alcaide. 
i  Volando,   mozo   rígido  ! — 
Yo  quiero,   antes  que   las  vías  purgátiles 
lo  desaten,  ni  queden  los  justísimos, 
por  causa  de  los  flujos,  en  (i)  probática, 
irme,  por  no  ver  el  caso  puesto  en  plática. 

(Entrase,   y   salen    Sancho   y   Leonardo.) 


Saxcho. 
Leonardo. 
Sanxho. 
Leonardo. 


Sancho. 


Leonardo. 


¡  Famosa  cosa ! 

¡  Famosa  ! 
¡  Brava  tela ! 

¡  La  mejor 
que  he  visto  ! —  ¡  Y  vive  el  Señor, 
que  yo  no  he  visto  tal  cosa ! 
Voy  por  otro  o  otros  dos 
que  la  vean. 

iV\ase.) 

Ve  en  buen  hora. — 
Si  tienen  lo  que  yo  ahora, 
verán  viento,   ¡  vive  Dios  ! 

No  es  bueno  que  me  han  llevado 
a  ver  tela  sin  habella, 
y  que   la  he  visto,   sin   vella : 
i  como  a  un  indio  me  han  tratado ! 

No  se  puede  averiguar 
esto  de  yerbas  y  estrellas 
y  decir  que  uno  por  ellas 
la  mágica   puede   usar. 

Si   me   refiero   a  lo  antiguo, 
de  Circes  y  de  Medeas, 
son    fantasías   de   ideas : 
por   ahí   poco   averiguo. 

Son   las   fábulas  y   cuentos 
de   las  yerbas  de  Tesalia; 
también  dicen  que   en  Italia 
hay    familiares   a   cientos. 

Pero  aunque  siempre  de  este  arte 
he  oído  toda  mi  vida 
que  es  usada  y  conocida, 
nunca  por  quién  ni  en  qué  parte. 

Todos  dicen  "yo  lo  vi", 
y  ninguno  "yo  lo  he  visto"; 
no  sé  yo :  yo  creo  en  Cristo, 
¿  quién  me  mete  en  más  a  mí  ? 

Yo  sé  lo  que  un  caballero 


(i)     En  el  original:   "hechos",  que  alarga  el  verso. 
VII 


de  capa  y  espada  sabe ; 

lo  demás,  ni  ello  en  mí  cabe, 

ni  yo  especulallo  quiero. 

Lleváronme  a  ver  la  tela: 
juro  a  Dios  que  no  la  vi; 
pero  díjeles  que  sí, 
y  díjelo  de  cautela. 

He   aquí,   aunque   no   lo   creo, 
que  ni  sé  si  hay  tela  o  no : 
¿  el  primero  he  de  ser  yo 
que  diga  que  no  la  veo  ? 

Séalo  otro.  Yo  no  dudo 
que  realmente  es  embeleco; 
pero,  ¿qué  se  yo  si  peco 
también,  y  todo  de  agudo? 

Si  fuere  risa,  sea  risa; 
si  fuere  verdad,  verdad ; 
no  soy  solo  en  la  ciudad, 
que  harta  gente  la  pisa. 

En  mí  no  ha  de  dar,  por  Dios ; 
dé  en  otro  primero  el  rayo. 

{Entra    Sancho    con   el   Marqués    y    el    Duque.) 

Leonardo.  ¿Qué  hay,   Sancho,   traes  más? 
Sancho.  Trayo. 

Leonardo.  ¿  Cuántos   vienen  ? 
Sancho.  Otros  dos. 

Duque.  ¡  Pues   brava   tela,    Leonardo  ! 

Leonardo.  ¡  Lucida  a  fe  ! 
Marqués.  Veámosla. 

Leonardo.  Y"o  no,  que  él  la  enseñará, 

que  a   la   salida  os   aguardo, 

(Entrase-) 

Leonardo.       Si  ellos  ven  lo  que  yo  vi, 
Sanchuelo  a  todos  nos  burla: 
y  si  es  burla,  ella  es  la  burla 
mejor  que   en  mi  vida  vi. 
Paréceme  que  los  miro 
gastando  la  vista  al  aire : 
pues  Sancho  ¡  con  qué  donaire, 
si  es  tiro,  nos  hace  tiro ! 

¡  Qué  de  vueltas  que  da  al  viento ! 
¡  Qué  de  ademanes  que  hace ! 
(Salen   el   Marqués   y   el   D'uque-) 

Marqués.  ¡  Bien    luce  ! 

Duque.  ,  ¡  Bien  satisface  ! 

AL\rqués.  ¡y  bien  finjo! 

Duque.  ¡  Muy   bien   miento  ! 

Marqués.  ¿Que  éste  la  vio  y  no  la  vi? 

Duque.  ¿Que  no  la  vi  y  él  la  vio? 

Marqués.  ¡  No  osaré  decir  que  no ! 

7 


98 


EL  LACAYO  FINGIDO 


Duque.  Por  fuerza  dije  que  sí. 
Leonardo.  ¿Pues  no  es  buena? 
Duque.  ¡  Buena,  a  fe  ! 

Marq'ués.    j  La  mejor  es  que  yo  he  visto ! 
Leonardo.  ¿  Visto  la  han  ?  ¡  Válgame  Cristo, 

peor  está  que  pensé ! 
Duque.  ¿  Qué  aguardamos  ?  Vamonos. 

Leonardo.  Sancho,  ¿también  tú  te  vas? 
Sancho.      Señor,  voy  por  más. 
Leonardo,  ¿Por   más? 

Sancho.      No  más  que  por  otros  dos. 

{Vanse,   y   queda   Leonardo.) 

Leonardo.       Con  semblante  sosegado 
dijeron  que  la  habían  visto. 
Digo  que  apenas  resisto 
la  turbación  que  me  ha  dado. 

¿No  vella  yo  y  vella  ellos? 
Aunque  aqueso  sería  el  Diablo... 
¿Qué  digo?  ¿Sé  lo  que  hablo? 
Pero  sí  que  bastó  vellos. 

Si  a  ver  la  tela  vinieron 
y  habella  visto  afirmaron, 
¡pues  bueno  a  fe  me  dejaron, 
pues  yo  no  la  vi  y  la  vieron ! 

¡  Válate  el  diablo  por  tela ! 
¿  Que  la  vieron  es  posible  ? 

(Entran    con    Sancho    un    Conde    y    un    General.; 


Conde. 

¿Que  es  invisible? 

Sancho. 

Invisible. 

Conde. 

He  de  verla. 

General. 

Veréla. — 

¿Habéisla  visto,  Leonardo? 

Leonardo 

Vila. 

General. 

¿Yes  buena  ? 

Leonardo 

¡  Famosa ! 

General. 

Ahora  veamos  esta  cosa. 

Conde. 

Vamos,  que  por  mí  ya  tardo. 

{Entranse,    y    queda    Leonardo.) 

Leonardo.       Sólo  falta  que  lo  afirmen 
el  Conde  y  el  General, 
para  que,  si  pasa  tal, 
todos  mi  temor  confirmen. 

¡  Alto  !  Ellos  se  detienen, 
y  es  que  la  deben  de  ver; 
y  si  no  tienen  que  hacer 
más  que  yo,  ¿cómo  no  vienen? 

Porque  allí  no  hay  más  que  entrar 
y  tornar  luego  a  salir: 
no  sé  yo  si  lo  reír, 


ni  sé  yo  si  lo  llorar. 

{Salen.) 

Conde.        (No  vi  cosa.) 

General.  (Nada  he  visto.) 

Conde.        ¡  Vistosa    tela  ! 

General.  ¡  Vistosa ! 

{Vansc.) 

Leonardo.  ¿No  dije  yo?  ¡Es  milagrosa! — 
¡  Viéronla,  por  Jesucristo  ! 

Sancho.         Ea,  labor  hay  cortada 

en  que  entrar  hasta  los  codos. 

Leonardo.  ¿Vais  por  más,  Sancho? 

Sancho.  Por  todos. 

Leonardo.  ¿Por  todos? 

Sancho.  En  camarada. 

(Vase.) 

Leonardo.       Basta  que  todos  los  que  entran 
ven  la  tela  si  no  es  yo... 
¿  Venia,  digo  ?  ¡  Quizá  no  ! 
Quizá  conmigo  se  encuentran. 

¿  No  podremos  haber  dado 
todos  en  un  pensamiento  ? 
Pero  no:  mucho  mal  siento 
del  sosiego  que  han  mostrado. 

¿Cómo,  Leonardo,  qué  es  esto? 
¿No   os   dio   el   Duque   Arnaldo   al 

[mundo  ? 
¿  No  sois  hermano  segundo, 
en  Francia,  del  duque  Arnesto? 

¿  Si  se  descuidó  mi  madre 
y  dio   en  otras   fantasías? 
i  Mas  si  al  cabo  de  mis  días 
fuese  hijo  de  otro  padre ! 

{Entran   un   golpe   de   caballeros   con   el   Rey.) 

Rey.  ¿Qi-ie  tan  vistosa  salió? 

Pues,  Leonardo,  ¿qué  hay  de  tela? 
Leonardo.  Señor,  extremada:  vela, 

dirás  lo  que  digo  yo. 

¡  Alto  !  Pues  siendo  tan  buena, 

¿no  la  vemos?  ¿Qué  aguardamos? 

Ya  todos  con  gusto  estamos. 


Rey. 


Duque. 


{Entransc.) 


Leonardo.  ¡  Sólo  yo  quedo  con  pena ! 

¿Pues  estoy  en  mí?  Yo  hallo 
por  gran  necedad  sentirlo: 
sino   si   es  burla,   reírlo; 
si  verdad,  disimulallo. 


k 


JORNADA  TERCERA 


99 


Por  Dios  que  me  he  de  seguir 
por  lo  que  todos  hicieren, 
que  contra  lo  que  mil  quieren 
mal  puede  uno  solo  ir. 


{Van    salic'jiilo     uno    a    ttno    y     hablando.) 

Duque. 

Marqués. 

General. 

COXDE. 

Rey. 


Leonardo. 

Duque. 

Marqués. 

Conde. 

General. 

Rey. 


Reina. 


Rey. 

Reina. 

Rey. 

Leonardo. 

Reina. 

Rey. 
Reina. 
Rey. 
Reina. 


I 


Duque. 

]NL\ROUÉS. 

Conde. 
General. 

Leonardo. 


Duque. 


V 


¡  La  tela  es  buena  en  extremo ! 
¡  Maravillosa,    realmente ! 
¡  Por  mi  fe,  es  excelente  ! 
Saber  alaballa  temo. 

Si  buscase  muchos  modos 
de  loalla,  no  sabré, 
i  Maravillosa  es,   a  fe  ! —         [dos  ! 
¡  Por  Dios,  que  me  he  de  ir  con  to- 

i  Ni  hay  tela,  ni  sé  qué  hablo ! 
¡  Ni  hay  tela,  ni  yo  tal  creo ! 
¡  Si  hay  tela,  yo  no  la  veo ! 
¡  Si  hay  tela,  me  lleve  el  diablo ! 

Yo  no  la  vi,  pero  llegue 
otro  a  negalla  primero : 
todos  lo  afirman,  no  quiero 
ser  el  primero  que  niegue. 

(Entra    la    Reina.) 

Basta,  señor,  que  me  afirman 
que  han  traído  a  vuestra  corte 
de   una   tela   extremo   corte. 
Cuantos  la  ven  lo  confirman. 

¿  Luego   venia  ? 

El   reino   todo. 
Menos  más  de  dos  gallardos. 
Dícenme  que  los  bastardos 
no  la  ven. 

De  ningún  modo. 

¿  No  la  veré  ? 

Sí,  si  quieres. 
Sí,  sí,  deseólo  harto. — 
¡  Hola  !,  llevarla  a  mi  cuarto, 
y  veránla  las  mujeres. 

;Esta  es  verdad  o  novela? 
¡  Yo  qué  sé  de  esto ! 

Yo  menos. 
¡  Pues  por  Dios  que  queden  buenos 
los   que   no   AÍeren   la  tela ! 

¡  Por  Dios  que  veo  más  de  un  tris- 
y  no  soy,  a  lo  que  creo,  [te ; 

sólo  yo  el  que  no  U  veo ! 
Si  me  diesen  en  el  chiste, 

yo  estoy  tal,  que  podría  ser, 
que  ruin  mujer  fué  mi  madre. 

C^Vasc.) 


Marqués.    ¡  Qué  tonto  fué  mi  padre, 
que  lo  engañó  su  mujer ! 

(Vase.) 

Conde.  Padre,  ¿que  me  criaste  vos 

y  otro  me  hizo  ?  ¡  Loco  voy ! 

(Vase.) 

General.     ¿Que  hijo  de  puta  soy? 

i  No  pensé  tal,  juro  a  Dios! 

(Vase.) 

Rey.  Solos  habernos  quedado. 

Reina.         No  muy  solos,  que  aquí  está 

Leonardo. 
Leonardo.  También  se  irá. 

Reina.         Nunca  vos  estáis  sobrado. 

No  os  vais  vos,  que  el  Rey  no  gus- 

Leonardo,  de  que  osvais  vos,       [ta, 

que  hay  no  sé  qué  entre  los  dos, 

que  los  dos  gustos  ajusta. 
Rey.  El  ser  Leonardo  quien  es 

y  en  todo  tener  buen  gusto, 

lo  ajusta  a  mí. 
Reina.  Luego  justo 

es,   Leonardo,  que.  te  estés. 
No  te  vayas,  que  también 

gusto  yo  de  que  te  quedes. 
Leonardo.  Nada  que  tú  mandar  puedes, 

puede  no  estarme  a  mí  bien. 
Rey.  ¿Pues  qué  se  ofrece,  señora, 

de  pleitos,  que  ya  no  es 

pleito  el  Duque  y  el  Marqués? 

¿  O  no  sois  la  intercesora  ? 

¿Cómo  está  ya  muerto  aquello, 

que  de  ello  no  me  tratáis? 
Reina.         Pero,  ¿cómo  os  acordáis 

todavía,  señor,  de  ello? 
Rey.  Como  os  vi  tan  cuidadosa 

y  os  veo  ya  tan  sin  cuidado 

del  pleito,  habéismele  dado. 
Reina.         Dámele  a  mí  cualquier  cosa. 
No  se  le  diera  a  otro  más 

del  que  se  me  ha  dado  a  mí. 
Rey.  ¿Cuidado   del   pleito? 

Reina.  Sí. 

Rey.  '  ¡No  me  le  dio  a  mí  jamás! 

Reina.  Basta  que  se  le  haya  dado 

y  tanto  al  Duque  y  Marqués. 
Rey.  ¿Cómo  no  tratan  de  él,  pues? 

Leonardo.  Cuanto  habla,  habla  doblado. 
Reina.  Como  le  mandaste  dar 


100 


EL  LACAYO  FINGIDO 


del  caso  a  los  dos  probanza, 

han  perdido  la  esperanza 

de  poderlo  averiguar, 

porque  no  juró  un  testigo 

solo  que  hay. 
Rey.  ¿Por  qué? 

Reina.  No  quiso, 

y  estáse  el  pleito  indeciso. 
Leonardo.  Ahora  hablará  conmigo. 
Rey.  Saber  quién  es  y  obligalle 

a  ese  testigo  que  jure. 
Leonardo.  Déjelo,  no  lo  procure, 

que  quizás  podrá  dañarle. 
Rei.xa.  Eso  no  se  les  ofrece, 

o  les  está  así  mejor. 

¿Queréis  que  os  diga,  señor, 

qué  es  lo  que  a  mí  me  parece? 
Que  ni  alzó  el  Marqués  la  moza, 

ni  el  Duque  se  la  robó; 

sino  que  de  cuña  entró 

otro. 
Leonardo.  ¡  Cuan  bien  lo  arreboza  ! 

Reina.  Algún  hombre  principal, 

que  usando  de  su  poder 

tiene  oculta  la  mujer. 
Rey.  ¿y  sabéis  quién? 

Reina.  No  sé  tal. 

Si  yo  alcanzara  a  saber 

este  casó  sin  segundo, 

¿el  Marqués  y  Rosimundo 

pleito   habían   de   traer? 
¿Una  traición  como  ésa 

no  había  de  averiguar? 

¿Tal  de  mí  se  ha  de  pensar? 

De  que  se  sepa  me  pesa. 
Pensallo  yo  o  presumillo, 

sí;  mas,  ¿de  saberlo  había? 
Rey.  y  aun  por  eso  lo  decía, 

que  era  mal  hecho  encubrillo. 
Reina.  Eso  no,  ¡  Buena  era  yo 

para  tenello  encubierto ! 
Leonardo.  Así  lo  sabe  ella  cierto, 

como  soy  Leonardo  yo. 
Reina.  Ahora,  lo  que  en  esto  hallo 

es  que  los  dos  lo  dilatan : 

pues  si  ellos  de  ello  no  tratan, 

¿quién  me  mete  a  mí  en  tratallo? 
De  ese  parecer  no  estoy. 

Dios  guarde  a  tu  Majestad. 

(Vasc.) 
Sancho.     Tiempo  pierdo  en  la  ciudad; 


yo  también,  señor,  me  voy. 

Rey.  Espera,    Sancho,   detente: 

¿pues  de  esa  suerte  te  vas? 

Sancho.      ¿Pues  cuándo  me  importa  más 
que  ahora  ser  diligente, 

que  la  Reina  y  su  sospecha 
le  tiene  puesto  en  aprieto. 

Rey.  Aun  bien  que  eres  tú  discreto, 

de  la  ocasión  te  aprovecha. 

Y  pues  que  lo  prometiste, 
dame  a  Rosarda  en  la  mano : 
haz  presto  aquel  risco  llano. 

Sancho.      ¿Lo  que  te  dije  no  hiciste? 

Rey.  Ya,  primero  que  se  fuera, 

advertí  al  alcaide  todo 
lo  que  ordenaste  del  modo 
que  dijiste  que  lo  hiciera. 

Sancho.         ¿Qué  le  mandaste? 

Rey.  Que  hiciese 

cuanto  mandase  Rosarda, 
sin  que   estorbase   la  guarda 
nada  que  ella  le  pidiese. 

S.\ncho.  Basta  con  eso.  Me  voy, 

y  mañana  allá  te  espero. 

Leonardo.  Sancho  mío,  ¿vivo  o  muero? 

Sancho.     Yo  te  daré  vida  hoy. 


Rey. 


Leonardo. 

Rey. 
Leonardo. 


Rey. 


(Vase.) 

Leonardo,  ¿no  oíste  la  Reina? 
¿No   viste    aquella   preñez 
de  cosas? 

Algún   doblez, 
sin  duda  en  su  pecho  reina. 

Pues  no  sabe  lo  que  pasa. 
Por  lo  menos  lo  presume, 
porque  aunque   se  lo  resume 
muestra  que  en  celos  se  abrasa. 

Pues  de  hecho  no  lo  sabe, 
porque   si   ella   lo   supiera, 
tanto  valor  no  cupiera 
en  mujer,  que  en  pocas  cabe. 

Yo,  que  la  conozco  bien, 
sé  que  no  lo  sabe,  no. 
Leonardo.  Y  lo  mismo  digo  yo, 

porque  lo  muestra  ahora  bien, 

y  creo  yo  que  lo  ignora. — 
No  creo  ni  lo  deseo, 
que  si  lo  sabe,  yo  creo 
que  mi  suerte  se  mejora. 

¿Qué  dices? 

No  lo  ha  sabido, 
sino  que  sospecha  sólo. 


Rey. 
Leonardo 


JORNADA   TERCERA 


101 


Rey. 


f 


Leonardo,  a  Sanchillo  sólo 

mi  gusto  está  remitido, 
si  él  hace  con  brevedad 

lo  que  prometido  tiene. 
Leoxardo.  Eso  es  lo  que  más  conviene 

ahora  a  tu  ^^lajestad; 
apretar  con  la  ocasión, 

porque  la  presa  está  hecha, 

primero  que  su  sospecha 

estorbe  tu  pretcnsión. 
Rey.  Pues  no  pienso  amanecer, 

si  te  parece,  en  la  quinta. 

{Salen    el    Marqués    y    el    Duque.) 

M'ARQUÉs.    Si   ello   se  nos   despinta, 

muy  bien  ha  de  suceder. 
Rey.  ¿  Quién   entra  ? 

Leonardo.  El  Duque  y  el  Marqués. 

Rey.  Pues  entren,  y  vamonos. — 

¿Pues  dónde  bueno  los  dos? 
]\Iaroués.    Señor,  a  besar  tus  pies. 
Rey.  ¿  Ofrécese  alguna  cosa 

en  que  poder  acudir? 
}vL\R0UÉs.    Ambos  hemos  de   servir, 

que  es  obligación   forzosa. 

{Vansc   el   Rey  y   Leonardo.) 

No   le   osé   decir  palabra 

porque  prometí   secreto 

a  la  Reina. 
Duque.  Ese  respeto 

hace  que  el  labio  no  abra. 
^L^ROuÉs.        ¿Qué  dirá  el  Rey  de  nosotros, 

ayer  contrarios  y  hoy  juntos? 
Duque.       Que  no  reparéis  en  puntos : 

dirá  lo  que  dicen  otros. 
Ya  prometimos  secreto 

y  habrémosle  de  guardar; 

mas  llegue  el  tiempo  de  hablar, 

que  cuando  se  llegue  a  efeto 
cada  uno  hablará 

lo  que  le  estuviere  bien. 

{Entra   la   Reina.) 

Reina.         Estéis,  señores,  tan  bien, 

como   el  hablaros  me   está. 

Marqués       Los  dos  besamos,  señora, 
a  tu  Majestad  los  pies. 

Reina.        ¿Es  hora  de  vernos? 

^L\ROUÉS.  Es, 

y  a  que  nos  mandes  ahora. 
Duque.  Acerca  de  nuestro  pleito, 


¿qué  tenemos  negociado? 
Reina,        Téngolo  en  tan  buen  estado, 

que  en  pensarlo  me  deleito. 
Y,  en  fin,  pues  yo  prometí 

que  a  los  dos  daría  gusto, 

fuera  de  parecer  justo 

y  cumplir  lo  que  ofrecí. 
Mañana,  como  que  vais 

así  a  otra  cosa  distinta, 

amaneced  en   la  quinta; 

que    con    que    allí    amanezcáis, 
y  yo  allí  también  me  halle, 

que  pienso  allí  amanecer: 

lo  que  ofrecí  podré  hacer 

con  que  todo  el  mundo  calle. 
Dejad  que  el  negocio  corra 

por  donde  yo  he  de  guiallo. 
Duque.       Mudo  soy. 
Marqués.  Agora  callo. — 

De  prevenciones  ahorra. 
Reina.  Pues  voime.  Allá  nos  veremos 

a  la  misma  hora  que  he  puesto. 
Marqués.    A  la  hora  y  en  el  puesto 

que  nos  mandas  estaremos. 

{Vanse,    y    sale    Sancho    y    Rosarda.) 

Sancho.  ¿Has  enviado  a  llamar 

al  alcaide? 
Rosarda.  Ya  envié. 

Sancho.      Mientras  viene  te  diré 

cómo  Leonardo  ha  de  entrar, 
que  el  entrar  él  en  la  torre 
es  donde  está  todo  el  toque; 
yo  haré  lo  que  a  mí  me  toque 
hasta  esto,  que  por  ti  corre. 

Sólo  tengo  que  avisarte 
que  para  que  dé  el  sí  el  viejo 
en  tan  buen  punto  lo  dejo, 
que  el  sí  no  puede  faltarte. 

Que  el  mismo  Rey  le  ha  mandado 
que  tu  mandato  obedezca ; 
pero   porque    no   parezca 
que  ha  sido  caso  pensado, 

es  bien  que  entres  con   recato, 
y  no   arrojándote   luego 
como  que  parezca  ruego 
'   y    no    parezca    mandato. 
Entretenlo  así  primero, 
que  es  el  viejo  de  palacio. 
Rosarda.     Yo  le  hablaré  despacio. 
Sancho.      Eso  sólo  es  lo  que  quiero, 

que  en  su  vida  ha  estado  él 


102 


EL   LACAYO   FINGIDO 


tan   de   prisa   como   ahora. 
El  viejo  viene,  señora; 
voime,  y  quédate  con  él. 

(Vase   Sancho  y   entra  el  Alcaide.) 

Alcaide.         Pues,  mi  señora,  ¿en  qué  puede 
este  criado  serviros? 

RosARDA.     Merced  me  haréis  de  cubriros, 
y  eso  de  servir  se  quede. 

Yo  soy  la  que  espero  hoy 
de   vos   merced   y   regalo. 

Alcaide.     ¿  Yo  merced  ?  ¡  No  está  esto  malo  ! 

RosARDA.     Cubrios. 

Alcaide.  Muy  bueno   estoy. 

RosARDA.        Yo  no  quiero  que  así  estéis; 
atención  quiero  no  más. 

Alcaide.     Eso  y  todo  lo  demás 

haré  que  vos  me  mandéis. 

Si  pudiere,  que,  por  Dios, 
que  no  sé  si  me  ha  de  dar 
la  negra  purga  lugar 
de  que  hablemos  los  dos. 

Rosarda.        De  libres  padres  nací : 

pluguiera  a  Dios  no  naciera, 

pues  naciendo  al  mundo  libre 

contra   razón   estoy  presa. 

Poderosos,   aunque   a   mí 

pudieron  darme  a  la  tierra 

vida  larga,   no   pudieron 

evitar  su  muerte  presta. 

Por  muerte  suya  quedé 

en  el  amparo  y  tutela 

de    Arnaldo,   marqués,   mi    tío, 

de  quien  hoy  soy  heredera, 

que   el   estado   del   Marqués 

y  de  mi  padre  la  hacienda 

por  su  muerte  han  hecho  un  cuerpo, 

y  de  éste  soy  la  cabeza. 

Alcaide.     Acordaos  donde  quedamos, 

que  al  momento  doy  la  vuelta. 

(_Vase.) 

Rosarda.     Si  la  pasión  me  dejara, 
a  la  risa  rienda  diera, 
i  No  es  bueno  que  me  dejó 
y  se  fué!  ¿Quién  esto  hiciera? 
Pero  sí  bien  pudo  hacello 
un  necio  con  una  necia, 
que  harto  lo  he  sido  yo 
en  dar  de  mi  vida  cuenta 
a  quien  de  mí  no  la  ha  hecho; 
pero  es   forzoso,   ¡  paciencia  ! 


(Vuelve-) 

Alcaide.     Quedamos  en  que  quedaste 
sin  padres  y  con  tutela. 

Rosarda.     Puesta  en  casa  del  Marqués, 
viérades  a  mis  pies  puestas 
del  Hesperia  y  del  Arabia 
de  oro  y  plata  largas  venas; 
las  piedras  que  saca  el  indio 
y  perlas  que  el  negro  pesca 
me  servía  a  mí  mi  tío 
y  no  me  tenía  contenta 
y  en  este  golfo  de  bienes, 
que  no  hay  golfo  sin  tomenta, 
la  fortuna,  que  no  en  balde 
sobre  una  bola  se  asienta, 
de  la  bola  resbalé 
todo  el  mundo,  y  mudóse  ella. 

Alcaide.     ¡  Y  yo  a  mi  pesar  también 

me  mudo  ! — Ya  vuelvo,  espera. 

(Vase.) 

Rosarda.     ¿Qué  me  trujo  mi  ventura 

a  este  tiempo?  ¿Hay  tal  afrenta? 
j  Oh,  necesidad  infame  ! 
¡  Oh,  ignominiosa  paciencia, 
que  a  este  extremo  habéis  traído 
a  una  mujer  de  mis  prendas! 
Sin  duda  lo  hace  de  industria, 
porque  el  sufrimiento  pierda, 
como  he  perdido  el  sentido, 
pues  hallo  industria  en  las  bestias. 
¿Enojaréme  o   reiréme? 

(Vuelve  el  Alcaide.) 

Alcaide.     La  purga  me  trae  de  vela. — 
Y,   como   decís,   señora, 
volvió   fortuna  la  rueda. 

Rosarda.     Mudóse,  pues,  mi  fortuna, 

Alcaide,  en  nada  de  buena, 
y  quiso   mudase   estado 
mi  tío :   ¡  nunca  quisiera  ! 
Buscóme  un  marido   rico, 
como  si  yo  pobre  fuera, 
sin  ver  que  faltas  de  gusto 
se  suplen  mal  con  riqueza. 
Ya  del  día  de  las  bodas 
se  prevenían  las  fiestas, 
cuando  tma  noche  me  vi 
robada  y  en  prisión  puesta. 

Alc.mde.     ¡  A  Satanás  doy  la  purga. 

Rosarda.     Yo    quisiera... 

Alcaide.  Y  yo  quisiera 


JORXADA   TERCERA 


103 


acabarte  de  oír  de  un  golpe, 
pero  hasme  de  dar  licencia. 

(Vaso.) 

RosARDA.     ¿Ya  de  que   sirve  sentirlo, 

si  se  ha  de  sufrir  por  fuerza? 
El  no  siente  lo  que  hace, 
y  supuesto  que  lo  sienta, 
ya  lo  lleva  por  chacota 
llevarlo  como  lo  lleva. 
Pues  no  me  hallo  en  estado 
de  que  lleve  en  la  cabeza : 
haga  él  lo  que  yo  quiero, 
y  hágase  como  él  lo  quiera, 
que  ya  no  quiero  enojarme. 

(Vuelve.) 

Alcaide.     En  efecto,  tú  quisieras... 

RosARDA.     Quisiera  yo,  si  es  posible, 
hacer  cierta   diligencia; 
tan  cierta,  que  será  cierto 
el  salir  de  aquí  con  ella, 
y  ésta,  padre,  está  en  tu  mano 
y  en  la  entrada  de  esta  puerta, 
sólo  en  que  dejes  entrar 
hoy  mi  ventura  por  ella, 
que  entrará  con  que  entrar  dejes 
a... 

Alcaide.  Primero  que  entre  espera 

antes  que  salga  de  mí 
alguna  cosa  que  hieda. 

(Vase.) 

RosARDA.     Sin  duda  es,  o  yo  me  engaño, 
el  alcaide  anda  de  priesa, 
porque  en  el  salir  y  entrar 
y  en   sus  ansias  tan  inquietas 
parece  que  está  de  parto 
o  los  dolores  le  aprietan. 
¿  Si  le  ha  burlado  Sanchillo 
con   alguna   estratagema  ? 
'Que  no  sin  misterio  dijo 
él  que  despacio  fuera; 
y  si  es  la  burla  que  pienso, 
por  mi  fe  que  ha  sido  buena. 

(Vuelve.) 

Alcaide.     ¡  Basta,  que  doy  más  caminos 
que  da  al  año  una  estafeta ! — 
Señora,  en   resolución, 
todo  este  ruego  y  oferta, 
toda  esta  exageración, 


el  preámbulo  y  arenga, 
¿es  pedir  que  deje  entrar 
a  alguno  por  esta  puerta? 

RosARDA.     A  Leonardo,  que  me  importa 
la  vida. 

Alcaide.  Entre  en  hora  buena, 

y  no  me  lo  agradezcáis, 
que  por  vos  no  lo  hiciera. 
Hágolo  porque  el  Rey  manda 
que  hoy  en  todo  os  obedezca : 
llegue  él  a  mí  cuando  mande, 
que  la  puerta  tendré  abierta. 

(Entra    Sancho.) 

Sancho.      ¡  Oh,  señora  ! 
RosARDA.  ¡  Oh,  Sancho  amigo  ! 

Alcaide.     ¿Acá  entráis  vos,  buena  pieza? 
Saxcho.         ¿  Pues  por  qué  no  ?  ¿  Hay  entredi- 

^[cho?(i) 

¡  Pchs  !    i  Mal   huele   por   aquí ! 
Alcaide.     ¡  Ah,  ladrón,  ya  te  lo  han  dicho  ! — 

Adiós,  señora,  a  más  ver. 
RosARDA.     No  03  vais ;  mirad. 
Alcaide.  No  hay  lugar. 

Sancho.      Dejaldo  ir  a  reposar, 

que  a  fe  que  lo  ha  menester, 

que  cuando  un  hombre  es  de  pur- 

no  está  el  pararse  en  su  mano,     [ga, 
Alcaide.     ¡  Credo  in  Deum  como  cristiano, 

que  sabe  lo  de  la  purga ! 

(Vase.) 

Rosarda.         Ya  Leonardo  puede  entrar 

en  la  torre,  ,¿  Ahora  qué  resta  ? 
Sancho.      Que  de  aquí  a  la  hora  puesta, 

retirarse  y  aguardar, 

que  tu   remedio  está  llano 

en  viéndoos  allí  a  los  dos. 
Rosarda.     Voime,  pues,  mi  Sancho,  adiós ; 

mi  vida  pongo  en  tu  mano. 
Sancho.         ¡Cielos!,  ¿la  danza  no  guío? 

Pues  el  duque  Rosimundo, 

a  pesar  de  todo  el  mundo, 

ha  de  ser  esta  vez  mío. 

(Entra   el  Rey  y   Leonardo.) 
Rey.  Sancho,  en  hora  buena  estéis. 

Sancho.     El  cíelo,  señor,  te  guarde. 
Rey.  ¿  Hemos  venido  muy  tarde  ? 

Sancho.      No,  señor,  buena  hora  es. 
Rey.  Mientras  en  corte  me  engolfo 

mi  gusto  tormento  corre; 


(i)     Falta  un  verso  a  esta  redondilla. 


104 


EL   LACAYO   FINGIDO 


pero  en  llegando  a  la  torre 
de  mi  bien,  no  temo  el  golfo. 

Luego  que  a  esta  puerta  llego 
descansa,  Leonardo,  el  alma, 
porque   la   tormenta   calma. 
Leonardo.  ¡  Yo  me  turbo,  temo  y  ciego ! 

(Entra    Eleandro.) 

Eleandro.       Aumente  el  cielo  los  años 
de  tu  ]\Iaj  estad,   señor. 

Rey.  ¡Oh,  artífice  vencedor 

de  naturales  y  extraños ! 

Por  esta  vez,  ¿a  qué  bueno 
ha  sido  vuestra  venida? 

Eleandro.       ¿No  es  tiempo  ya  de  que  acuda? 
Trátese,  pues,  del  aprecio, 
que  en  estando  hecho  el  precio 
que  os  entregará,  sin  duda. 

(Entran    el    Duque,    el    Marqués,    el   .General    y    el 
Conde.) 

JMarqués.        ¿Mándanos  tu  Majestad 

algo  en  que  te  servir? 
Rey.  ¡  Marqués ! 

¡  Duque  Rosimundo  !  Pues, 

¿a  qué  bueno?  ¿Hay  novedad? 
Marqués.        Acompañamos  la  Reina, 

que  se  acaba  de  apear. 
Rey.  ¿La  Reina,  y  sin  avisar? 

Marqués.     ¡  Sin  avisar  ! 
Rey.  Puede,  que  es  Reina. — 

¿  Si  la  trae  algún  recelo  ? 
Leonardo.  No,   sino  deseo  de  verte. 
Rey.  ¡  No  la  trae  sino  mi  muerte ! 

Leonardo.  No  la  trajo  sino  el  cielo. 
Rey.  Leonardo,  gran  riesgo  corre 

con  su  venida  mi  bien. 
Leonardo.  En  la  quinta   le   entreten, 

que  ha  riesgo  si  entra  en  la  torre. 
Rey.  No  pasará  de  la  quinta, 

que  nunca  pasa  de  allí. 
Leonardo.  Hoy  hace  el  cielo  por  mí 

si    sus    intentos   despinta. 
Rey.  Mientras  yo  a  su  vista  asisto 

de  la  Reina  y  vuelvo  a  veros, 

vos  y  aquestos  caballeros, 

Leonardo,  pues  lo  habéis  visto, 
podréis  apreciar  la  tela, 

que  por  el  aprecio  paso, 

y  páguenle  en  todo  caso 

al  momento. 

(Vase.) 


Leonardo. 


Eleandro. 
Leonardo. 
Eleandro. 

Leonardo. 
Eleandro. 


Conde. 


General. 


Marqués. 


Duí^ue. 


Apreciaréla. — 
Pues,  ¿qué  pedís  vos  de  corte, 
maestro? 

Mil  doblas  pido. 
¿Mil   doblas? 

No  ha  sido 
mucho. 

Sí  fué ;  de  ahí  se  acorte. 
No  he  pedido  más  ni  menos 
de  lo  que  se  me  ha  de  dar : 
y  aun  bien,  que  hay  en  el  lugar 
apreciadores  y  buenos. 

Dénsele,  que  bien  los  vale 
si  el  verla  el  precio  señala. 

(Fase.) 

Yo  no  la  vi,  más  valdrálo : 
en  bien  bajo  precio  sale. 

(Vasc.) 

Por  mí   súbala  diez  codos. 

iVase.) 

Por  mí,  ni  es  bajo  ni  es  alto. 

(Vase.) 

Leonardo.  Pues  todos  lo  dicen,  ¡  alto  ! : 
quiero  decir  lo  que  todos. — 

¡  Por  Dios  no  vi  lo  que  aprecio, 
pero  haré^elo  contar  ! — 
Vamos,  señor,  haréos  dar 
de  contado  todo  el  precio. 

Eleandro.       A  contar  voy  el  dinero, 
luego  doy  la  vuelta,  hijo. 

Sancho.      Yo  aquí,  con  el  regocijo 

debido  al  caso,  te  espero. 

(Vanse,    y    queda    solo    Sancho.) 

Sancho.  Mirar  debo  con  cuidado 

por  lo  que  hoy  traigo  entre  manos, 
que  no  es  bien  que  salgan  vanos 
tantos  pasos  como  he  dado ; 

que  el  caso  que  emprendo  es  gra- 
y  no  sin  razón  le  temo,  [ve 

y  esta  reducción  a  extremo, 
que  hoy  se  le  ha  de  echar  la  llave. 

Ayuda,  fortuna  amiga, 
que  en  tu  nombre  me  aventuro. 

{Vase,   y   sale   el   Rey.) 

Rey.  Por  mi  real  corona  juro 

que  no  sé  lo  que  me  diga. 
¿  Que  hicieron  el  aprecio 


JORNADA  TERCERA 


105 


sin  tela?  Mas,  ¿si  la  habría? 

Yo  por  burla  lo  tenía ; 

mas  de  veras  pago  el  precio. 

{Entra    Sancho.) 

Rey.  Sancho. 

Sanxho.  Señor,  ¿qué  hay  de  celos? 

¿Viene  la  Reina  celosa? 
Rey.  No,  Sancho,  no  sabe  cosa: 

mil  gracias  doy  a  los  cielos. 
Sancho,  ¿dices  que  hoy,  en  fin, 

a   Rosarda  gozaré? 
Sancho.      Hoy. 

Rey.  ¿Iré  a  la  torre? 

Sancho.  Ve, 

que  a  las  tres  tendrá  eso  fin. 

{Vase  el  Rey.) 

¡  Qué   contento   el  pobre  va ! 
Piensa  que  la  Reina  ignora 
su  amor,  y  es  ésta  la  hora 
que  aquí  por  mi  orden  está. 

Y  en  su  venida  le  fundo 
al  necio  el  tiro  mejor 
que  se  le  ha  hecho  a  señor 
después  que  este  mundo  es  mundo. 

(Entra  Leonarda.) 

Leonardo.       ¿Es  donaire  o  no  es  donaire? 

Las  mil  doblas  se  han  llevado, 

uno  sobre  otro  contado, 

y  la  partida  fué  aire. — 

¡Oh,  mi  Sancho!  ¿Qué  se  hace'' 

¿Qué  se  ha  hecho  por  allá? 

Al  alcaide  hablé  ya. 
Sancho.      ¿Y  qué  dice? 
Leonaudo.  Que  le  place ; 

que  él  me  franqueará  la  torre. 
Sancho.      Pues  casaráste  esta  vez ; 

espérame  allí   a  las  diez. 
Leonardo.  ¡  Tiempo  perezoso,   corre  ! 

i  (Vase  y  salen   el   D'uque  y   el   Marqués.) 

Duque.  ¡  Válelo  muy  bien  la  tela ! 

Marqués.  ¡  Muchas  veces  bien  valido  ! 

Duque.  ¡  Xo  vi  aire  más  bien  vendido ! 

Marqués.  ¡  No  vi  más  cara  novela ! 

Duque.  ¡  Oh,  Sancho !        , 

Sancho.  Señores,  ¿dónde? 

Duque.  Buscándoos. 

Sancho.  ¡  Por   vida    mía  ! 

Duque.  La  Reina  a  vos  nos  envía; 


Duque. 
Sancho. 
Duque. 
Marqués. 


Sancho. 


quiere  decir  que  responde, 

que  es  un  caso  que  los  dos 
con  Su  Majestad  tratamos: 
os  busquemos   y   sigamos 
el  orden  que  daréis  vos. 

Venimos  a  que  nos  deis 
el  que  habernos  de  tener. 
Sancho.      Pues  el  que  habéis  de  tener 

es  que  al  momento  os  tornéis, 

y  estéis  a  las  diez  en  punto 
en  la  torre  en  que  con  guarda 
tiene  el  Rey  puesta  a  Rosarda, 
y  que  el  Duque  vaya  a  punto, 

como  desposado,  en  fin : 
muy  galán  y  acompañado, 
y  apenas  habrá  llegado 
cuando  consiga  su  fin. 

Iré  a  las  diez,  puntualmente. 
O  un  cuarto  hora  después. 
Adiós. — Vamonos,    Marqués. 
Vamos  a  convidar  gente. 

(P'anse.) 

Andad,   que   vais   muy   contentos, 
que  allá  veréis  lo  que  pasa : 
hoy  ve  el  Rey  vuelta  su  casa 
desde  almenas  a  cimientos. 

(Entra    el   Alcaide.) 

Alcaide.         ¿Dos  mil  vizcaínos?  ¡Por  Dios, 
que  no  se  la  dan  de  balde ! 

Sancho.       ¡  Miren  qué  sorna  !  Buscalde. 

Alcaide.     ¿A  quién  buscáis? 

Sancho.  Busco  a  vos. 

Alcaide.         ¿Y  qué  es  lo  que  me  queréis? 

Sancho.      ¿Pasó  ya  aquella  tormenta? 

Alcaide.     No  toda,  que  a  buena  cuenta 
habrá  algo  que  paséis. 

Sancho.  ¡  Xo,  no.  pasaldo  vos  todo, 

y  hágaos  muy  buen  provecho. 
¿Qué  es  de  vos?  ¿Qué  os  habéis  he- 

Alcaide.     He  andado  puesto  de  lado.       [cho? 
¿  Y  para  qué  me  buscáis  ? 

Sancho.      Hase   la   tela   acabado. 

Alcaide.     Así  dicen. 

Sancho.  Y    ha    mandado 

■    el  Rey  que  de  ella  os  vistáis 

y  parescáis  en  las  bodas 

de  Rosarda,  que  hoy  se  casa, 

y  aunque  hay  mil  galas  en  casa, 

ninguna  como  ella  en  todas. 

¿Qué  más  gala  que  salir 


106 


EL  LACAYO   FINGIDO 


^     visto  de  unos  y  otros  no? 

¡  Ojalá  saliera  yo  ! 
Alcaide.     Será,  por  Dios,  de  reír. 

¿Y  ha  de  ser  mío  el  vestido, 

Sancho  ? 
Sancho.  Bueno  es  pensar  menos. 

¿  No  son  dos  mil  muertos  buenos  ? 
xAjlcaide.     Ya  quisiera  estar  vestido. 
Sancho.         Idos,  pues,  que  en  siendo  tiempo, 

haré  que  mi  padre  os  vista. 
Alcaide.     Sancho,  ¿la  tela  es  de  vista? 
Sancho.      De  vista  y  de  pasatiempo. 

{Vase  el  Alcaide.) 

Paréceme  que  se  va 
esto  poniendo  en  buen  punto. 

(Entra  Eleandro  y  su   hijo   en   traje  de  caballeros.) 

Eleandro.  Aquí  quedó  en  este  punto : 

adonde  le  dejé  está. 
Sancho.         Pues,  mi  Eleandro,  ¿has  cobrado? 
Eleandro.  Todo,  sin  faltar  ceptí. 
Hijo.  ¡Cielo!  ¿Es  posible  que  vi 

rm  día  tan  deseado? — 

Dale,  señora,  las  manos 
a  este   humilde   criado  tuyo. 
Mal  quien  te  hizo  hermano  suyo 
las  dará:  somos  3'a  hermanos. 

Levanta,  Partenio  caro, 
y   vengas   muy   en   buen   hora. 
¿Cómo    vienes? 

Bien,  señora. 
Di    el    señora   no   tan   claro, 

porque  aquí  no  soy  señor, 
sino    Sancho    solamente : 
tratarásme  entre  esta  gente 
como  a  tu  hermano  el  menor. 

¿Qué  me  dices  de  mi  madre? 
Muere  por  saber  de  ti. 
Sabrá  muy  pronto  de  mí. 
Yo  he  menester  a  tu  padre. 

Ven,  que  a  lo  largo  podré 
darte   cuenta   de   mi   vida. 
En  todo  serás  servida 
de  mi  lealtad  y  mi  fe. 


Sancho. 


Hijo. 

Sancho. 


Hijo. 

Sancho. 


Hijo. 


(Vanse,   y   sale   Rosarda-) 

Rosarda.        Ya  el  plazo  puesto  es  llegado 
y  mi  Leonardo  no  llega; 
ni  el  alma  triste  sosiega, 
llena  de  amor  y  cuidado. 
¿Es  posible  que  he   de   ver 


hoy  el  bien  que  ver  deseo? 
En  fe  de  ser  bueno  creo 
que  no  puede  suceder. 

¡  Tantos   son,   cielos,   los  males 
que  hechos  me  tiene  el  amor ! 

(Entra  Leonardo.) 

Leonardo.  Con  recato  y  con  temor 
atravieso  estos  umbrales. 

No  porque  nadie  me  impide, 
que  franca  tengo  la  puerta, 
ni  porque  gloria  tan  cierta 
es  temida,  y  feudo  pide. 

Mas  porque  un  alma  que  adora 
siempre  padece  recelos. 
Rosarda.     ¿No  es  éste  Leonardo,  cielos? — 

¡  Mi  Leonardo ! 
Leonardo.  ¡  Mi  señora ! 

No  sé  por  dónde  comience 
a  celebrar  mi  placer, 
porque  temo  no  saber, 
que  el  miedo  a  la  causa  vence. 

El  alma,  que  en  verte  calma, 
tiene  anudada  la  lengua, 
y   así   caerá  en  grande  mengua ; 
pero  hablándote  está  el  alma. 
Rosarda.         ¿Es  posible  que  nos  vemos? 
No  es  posible,  aunque  gozo. 


Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 

Leonardo. 

Sancho. 


Rey. 


(Entra    Sancho.) 

Señor,  tu  gozo  en  el  pozo. 

¿  Cómo,  Sancho,  ¿  Qué  tenemos  ? 

Viene  el  Rey  sobre  vosotros. 
¿El  Rey? 

Sí. 

¿  Pues  qué  remedio  ? 
No  sé  que  haya  humano  medio, 
porque  está  ya  con  nosotros. 

(Entra  el  Rey.) 

¿Era  ya  tiempo,   señora?... — 
Pero,  ¿qué  es  esto,  Leonardo? 
¿Qué   hacéis   aquí? 


Leonardo. 


Que   aguardo : 


(Túrbase.) 


Rey. 
Leonardo, 

Rey. 


he  llegado  antes  de  ahora. 
¿Pe  qué  te  turbas? 

No  turbo: 
pregúntaselo  a  las  guardas. 
¿De  modo  que  a  mí  me  aguardas? 
Más  creo  que  te  perturbo. 


JORXADA  TERCERA 


107 


Que  he  venido  a  perturbar 

con  mi  venida  tu  gusto, 

si  se  puede  decir  justo 

hallarte   en   este   lugar. 

¿  Pues  conmigo  trato  doble  ? 

¿  De  ti  fié  mi  secreto, 

de  ti ? :  ¿yo  soy  el  discreto ? 

Y  tú,  ¿tú  eres  el  noble? 
¿A  mí  me  aguardas,   Leonardo? 

¿Cuándo  te  dije  yo  a  ti 

que  me  aguardases  aquí? 

Pero  no,  ¿qué  más  aguardo? 
i  Vive  el  Cielo  que  hoy  el  suelo 

en  ti  enemigo  ha  de  ver ! 
Sancho.      Señor,  ¿qué  hemos  de  hacer, 

que  se  cae  sobre  ti  el  cielo? 
Rey.  ¿Qué  hay? 

Sancho.  Que  la  Reina  mi  señora 

viene,  señor,  sobre  ti. 
Rey.  ¿Pues  la  Reina  viene  aquí? 

Sancho.     Aquí. 
Rey.  ¿  Ahora  ? 

Sancho.  Ahora. 

Rey.  ¿Pues  cómo  la  huiré  el  cuerpo, 

porque  no  dé  aquí  conmigo? 
Sancho.      ¿Cómo,  si  está  ya  contigo 

en  batalla,  cuerpo  a  cuerpo? 

(Entra  la  Reina.) 

Reina.  Pues,  señor,  ¿tan  encerrado 

aquí  os  había  de  hallar? 
¿Cómo  tendré  yo  lugar, 
si  estáis  tan  bien  ocupado? 

¿•Cómo  no  me   respondéis? 
Mas,  ¿qué  habéis  de  responder? 
Pues  cómo:  ¿un  Rey  con  mujer, 
y  la  mujer  que  tenéis, 

se  viene  al  campo  a  encerrar 
a  hurtadas  con  una  dama? 
¡  Grave  empresa  !    ¡  Buena  fama  ! 
¡  Buena  empresa  !   ¡  Buen  vagar ! 

¿Juntas  de  noche  y  de  día 
con  Sancho,  Leonardo  y  vos? 
¡  Lindo  uno,  bueno  dos : 
virtuosa   compañía ! 
Sancho.  ¿Tu  Majesad  da  en  callar? 

¿Por  qué  no  habla?  Acabe  ahora: 
da  a  la  Reina  mi  señora 
con  eso  que  sospechar. 

Pensará  que  hace  de  veras 
lo  que  de   industria  está  haciendo. 
Reina.         ¿Qné  es  lo  que  estás  tú  diciendo? 


¿Tú  quimeras? 

Sancho.  Xo  hay  quimeras. 

No  hay  sino  verdades  finas, 
que  si  el  Rey  a  este  aposento 
vino,  ha  venido  a  otro  intento 
muy  fuera  del  que  imaginas. 

Habíanse  los  dos  dado 
la  palabra  de  casarse: 
quisieron   hoy   desposarse 
y  vino  hoy  el  desposado. 

Reina.  ¿Palabras  se  tenían  dadas? 

Sancho.     Cuando  menos  por  escrito : 
a  sus  firmas  me  remito. 

Reina.        ¿Luego  hay  cédulas  firmadas? 

Sancho.  ¿  Luego  no  ?  ¡De  eso  me  río  ! 

De    cada    uno    un    papel : 
él  el  de  ella,  y  ella  el  de  él. 

Leonardo.  He  aquí  el  mío. 

RosARDA.  He  aquí  el  mío. 

Reina.  Perdone  tu  Majestad, 

que  cierto  que  callo  ahora. 

Rey.  ¡  Que  sois  terrible,  señora  ! 

¡  No  hay  quien  os  sufra,  en  verdad ! 
¡  Por  Dios,  que  me  han  hecho  tiro  ! 
Dios  me  saque  del  con  bien, 
y   de   este   aprieto   también, 
porque  otras  mil  cosas  miro. 

(Dicen    desde    dentro.) 

Marqués.        ¡  Fuera  !  ¡  Lugar  !   ¡  A  una  parte  ! 

Rey.  ¿  Quién  ? 

Sancho.  Un  acompañamiento 

es  de  cierto  casamiento. 
Rey.  ¿  Casamiento,  }-  en  tal  parte  ? 

(Entra  una  Guarda.) 

Guarda.         La  puerta  piden,  ¿daréla? 
Rey.  Muy  bien  se  la  puedes  dar. 

(Entren  todos  los  que  pudieren  de  acompañamiento, 
y  el  Duque  vestido  de  ropas  de  boda,  y  el  Mar- 
qués, y  el  Alcaide  en  calzas  de  lienzo  y  en  camisa, 
con  espada  en  su  talabarte-) 


Sancho. 


Rey. 
Sancho. 


¡  Afuera  !   ¡  Hagan  lugar, 
no  le  ajen  esta  tela! — 

¿Vuestra   Majestad  no   sabe 
cómo  al  alcalde  vestí? 
¿De  qué?  ¿De  mi  tela? 

Sí. 
¡  Qué  ancho  viene,  en  sí  no  cabe ! 

¿No  está  muy  bueno  el  vestido? 
¿Qué   dice   Su   M-ajestad? 


108 


EL   LACAYO   FINGIDO 


Rey.  ¡  Está  famoso,  en  verdad ! 

Alcaide.     Señores,  ¿yo  estoy  vestido? 

Reina.  ¡  Famoso  ! — ¡  Qué  he  de  decir  ! — 

Digamos  todos  lo  mismo. 

Leonardo.  ¡  Muy  bueno  !  ¿  Hay  tal  barbarismo, 
que  hemos  todos  de  mentir? 

Duque.  ¡  No  pensé  saliera  tal ! 

Marqués.    ¡  Admirablemente  sale  ! 

Alcaide.     ¿Vale  mucho? 

Marqués.  ¡  Y  cómo  vale  ! 

Alcaide.     ¡  Pues,  por  Dios,  que  abriga  mal ! 

Duq'üe.  Basta  que  parezca  bien. 

Alcaide.     ¡  Y  tan  bien  como  parece ! 

Reina.         ¡  Bien  lo  que  costó  merece ! 

Alcaide.     ¿Que  es  de  esa  tela  que  veo? 
¡  El  día  que  los  muchachos 
me  tiran  piedras,  es  hoy ! 
¡  Vive  Dios  que  yo  lo  estoy, 
o    todos    están   borrachos ! 

Este  ladrón  es  quien  anda 
quitando  a  todos  el  seso. 
¡  Pues  no  pasaré   por  eso, 
si  todo  el  mundo  lo  manda ! 

¡  No  es  tiempo  de  callar  más, 
que  esto  pasa  ya  de  raya: 
poco   se  pierde  que  haya 
un  hijo  de  puta  más! — 

Señores,  yo  juro  a   Dios 
que    yo    la    tela   no   veo, 
y  así   confiesan  y  creo 
que  no   la  ven  más  de   dos. 

Leonardo.       Ahora  bien,  no  supo  el  mundo 
quién  mi  madre  pudo  ser, 
ya  no  tengo  qué  perder, 
porque  soy  hijo  segundo. 

O  sea  o  no  sea  bastardo, 
digo  que  no  veo  la  tela. 

Duque.         ¿Va  a  decir  verdad?  Diréla. 
Yo  digo  lo  que  Leonardo. 

Reina.  Pues  si  mi  voto  se  toma, 

yo  también  que  hay  tela  niego. 

Marqués.    Yo  la  veo  como  un  ciego. 

Duque.        Yo  como  al  que  está  en  Roma. 

Alcaide.         Pues  decid,  hijo  de  puta, 
¿todos  son  hijos  de  putas? 

Rey.  La  burla  es  de  las  astutas 

que  he  visto. 

Reina.  ¡  Leve  y  astuta  ! 

Sancho.         ¿No  me  negarán  que  he  hecho 
a  algunos  tragar  saliva. 

Rey.  Pues,  Duque,  ¿dónde  se  iba? 

Duque.        Vengo  a  casarme  derecho. 


Rey.  ¿a  casaros?  Pues  ¿con  quién? 

Duque.        ¿Cómo  con  quién?  Con  Rosarda. 
Rey.  Torna  a  decir  eso;  aguarda: 

¿  con   quién  ? 
Duque.  Con  Rosarda. 

Rey.  Bien. 

¿Con  quién? 
Duque.  Con  Rosarda,  digo. 

Rey.  Con  Leonardo  está  casada. 

Marqués.  ¿Cómo? 
-Alcaide.  No  se  le  dé  nada : 

¿no    se    casará   conmigo? 
Podra  decir,   con  verdad, 

que  me  ha  llevado  en  camisa. 
Marqués.    ¡  No   hagamos   cosas   de    risa 

las   cosas  de   calidad  ! — 
Sancho,  ¿no  dijiste  vos 

que  la  Reina  mi  señora 

mandaba  que   a(|uesta  hora 

estuviésemos  los  dos, 
porque   le   tenía   tratado 

al  Duque  este  casamiento? 
Reina.        Marqués,   yo   tenía   ese   intento, 

pero  habíame  engañado, 

porque  Rosarda  y  Leonardo 

palabra  se  tienen  dada. 
Duque.       ¿Y  está  ya  con  él  casada? 
Rey.  Por   mi   mano. 

Duque.  Pues  ¿qué  aguardo? 

Marqués.       ¿Casados  sin  gusto  mío? 
Sancho.      Cada  uno  tiene  un  papel 

con  las  firmas  de  ella  y  de  él. 
Leonardo.  He  aquí  el  mío. 
Rosarda.  He  aquí  el  mío. 

Rey.  Ellos  están  desposados, 

y  yo  de  que  lo  estén  gusto. 
Marqués.    Pues  como  a  ti  te  dé  gusto, 

Dios  los  haga  bien   casados. 
Sancho.         Duque,  ¿  fuera  buena  ahora 

Leonora  la  despreciada, 

la  sin  razón  olvidada? 
Duque.        ¿  Que  conocéis  a  Leonora  ? 

Quizá,  Sancho,  ahora  pago 

lo  mal  que  lo  hice;  mas... 
Sancho.      No  es  tarde,  que  a  tiempo  estás 

de  poderla  dar  buen  pago. 
Duque.  ¿  Eres  mi  Leonora  acaso  ? 

Sancho.      Sí,  Duque,  Leonora  soy. 
Duque.       ¡  De  contento  en  mí  no  estoy ! 

Señor,  ya  también  me  caso; 
que  quien  a  aquesto  se  ha  puesto 

por  mí,  muy  bien  lo  merece. 


Á 


JORNADA  TERCERA 


109 


Reina.         Y  es  deuda,   según  parece, 

por  lo  que  ella  aquí  ha  propuesto. 
Rev.  ;  Que    es    Leonora  ? 

DuouE.  Heredera, 

señor,  de  un  Duque  español. 
Reixa.         i  Y  no  fea  ! 
Rey.  ¡  Es  como  el  sol ! 

Y  amando  de  esa  manera, 
justo  es  que  vos  paguéis 

honrándola  su  afición. 
Alcaide.     Sancho,  ¿que,  en  resolución. 


sois  hembra? 
Saxxho.  ¿y  no  lo  creéis? 

Alcaide.         No  me  parece  que  estoy 

para  no  poder  creeros. 
Rey.  Tarde  se  hace,   caballeros, 

porque  se  celebre  hoy. 
En  mi  cuarto  celebremos 

un  caso  de  tanta  gloria. 
Leonardo.  Dando  fin  a  aquesta  historia, 

que  es  justo  que  ya  le  demos. 
Laus  Deo. 


FAMOSA   COMEDIA 


DE 


LAURA  PERSEGUIDA' 


FIGURAS   DEL   PRIMER  ACTO: 


El  Príncipe  Orantec. 
El   Conde  Rufino. 
El    Rey    Pirandro. 
Laura,  dama. 
Leonarda,  dama. 


Flavio. 
Ardeniü. 

ESTACIO. 

Octavio^  secretario. 


ACTO  PRIMERO 

(Conde  Rufino,  Príncipe  Or-anteo,  Flavi'o,  Ardenio, 
EsTACio,  Criados,  gente  de  guarda  que  sale  a 
prender  al   Príncipe.) 

Rufino.  Dése    a   prisión   Vuestra   Alteza. 

Or.'^nteo.    ¿  Burlas  ? 

Rufino.  De  veras  lo  digo. 

Oranteo.    ¡  Conde ! 

Rufino.  ¡  Señor ! 

Oranteo.  Conde  amigo, 

vete  y  guarda  tu  cabeza. 
Rufino.  Si  yo  de  mi  autoridad 

prenderte,   señor,   quisiera, 

entonces  temer  pudiera 

castigo  y  riguridad. 

Pero  tu  padre  me  manda 

que  te  mate  o  que  te  prenda. 
Oranteo.     ¡  Que  esto,  Conde,  el  Rey  pretenda  ! 

¿Tan  ciego  en  mis  cosas  anda? 
¿  Matarme  a  mí  ? 
Rufino.  No  se  entiende 

que  te  ha  mandado  matar, 

que  es  manera  de  espantar 

al  preso  que  se  defiende. 
Y  cuando  así  lo  mandara, 

ni  tu  padre  mi  Rey  fuera, 

ni  el  Conde  le  obedeciera, 


(i)  El  encabezado  del  manuscrito  de  esta  come- 
dia, de  la  Biblioteca  Nacional,  dice:  "Comedia  I 
nunca  vista  |  Intitulada  I  Laura  Perseguida,  j  En 
Alba  a  12  de  octubre  de  iS9[4.]  Personas  que  ha- 
blan en  este  acto  Primero."  Las  variantes  que  arroja 
respecto  de  la  Parte  IV  de  Lope,  van  anotadas  al 
pie   de   cada    columna. 


ni  en  ti  su  acero  infamara. 

Que  éste,  que  para  prenderte 
de  la  vaina  no  ha  salido, 
da  muestras  que  no  ha  tenido 
pensamiento  de  ofenderte. 

Que  si  por  bien  de  Su  Alteza 
hubiera  yo  aquí  llegado, 
ya  se  hubiera  el  sol  mirado 
en  su  lealtad  y  limpieza. 

Que  porque  a  prenderte  vengo 
no  le  he  querido  sacar, 
pues  sólo  te  he  de  forzar 
con  las  razones  que  tengo. 

Y,  en  fin,  la  que  más  esfuerza  (i) 
es  venir  yo  tan  forzado, 
si  ya  no  estás  obligado 
más  al  autor  de  la  fuerza, 

que  es  padre,  y  padre  con  ira, 
que  luego  se  ha  de  aplacar. 
Oranteo.    ¿Al  Rey  me  he  de  sujetar, 
si  ya  caduca  y  delira? 

¡Gentil  y  justa  obediencia! 
Sépase  el  delito  mío, 
y,  vive  Dios,  que  confío 
de  un  contrario  la  sentencia. 

¿Es  más  que  tener  amor 
a  una  mujer? 
Rufino.  No  es  tu  igual. 

Oranteo.    ¿Y  esa  es  causa  principal, 
si  es  de  mi  gusto  el  mayor? 

Para  tenerle,  por  dicha, 
¿ha  de  ser  alguna  diosa? 
i  Ah,  Conde,  no  es  otra  cosa 
sino  mi  antigua  desdicha ! 

Y  estos  viejos  una  vez 
no  vuelven  atrás  los  ojos; 
mas  de  sus  propios  antojos, 
¿quién  será  justo  juez? 

En  estando  algún  anciano 


(i)     En   el    original: 
crito  :    "te   fuerza". 


"te   esfuerza" ;    en   el   manus- 


I 


ACTO  PRIMERO 


111 


Oraxteo. 


Rufino. 
Oranteo. 

RUFIXO. 


de  todo  punto  impedido, 
luego  es  el  mozo  perdido 
altanero,  loco  y  vano. 

Lueg"o  todo  es  dar  consejo, 
de  ejemplo  suyo  adornado, 
i  Ah,  Dios,  quién  de  lo  pasaao 
les  diera  un  presente  espejo! 

Que  a  fe  que  aunque  más  se  abo- 
vieran  en  otras  edades  [nan 

las  faltas  y  liviandades 
que  a  ningún  mozo  perdonan. 
RuFixo.  No  carece  de  misterio 

del  Rey  tu  padre  el  rigor, 
si  ha  de  resultar  tu  amor 
en  tu  afrenta  y  vituperio ; 

de  donde  se  ha  de  seguir 
que  él  y  el  reino  lo  padezcan. 
¿Y  que  mis  culpas  merezcan 
tales  razones  oír? 

¿Hay   semejante   maldad? 
¿  Yo  deshonra  ?  ¿  Por  qué  ?  ¿  En  qué  ? 
Temen... 

Dilo. 

No   lo   sé, 
ni  lo  afirmo  por  verdad; 

pero  dicen  que  le  has  dado 
palabra  de  casamiento, 
que  es  notable  detrimento 
de  tu  honor  y  de  tu  estado, 

por  ser  Laura  hija  de  un  hombre 
señor  de  un  pobre  castillo, 
cercado  de  un  montecillo 
que  aun  apenas  tiene  nombre. 

Y,  en  fin,  mujer... 
Oraxteo.  ¡  Calla,  necio, 

que  te  han  informado  mal, 
y  esta  es  causa  principal 
de  perdonar  tu  desprecio ! 

Que  si  no,  ¡  por  esta  luz 
del  sol  y  de  Laura  hurtada, 
que  te  metiera  la  espada 
desde  la  punta  a  la  cruz ! 

Quien  a  Laura  ha  de  nombrar 
ha  de  ser  con  el  respeto 
debido  al  justo  conceto 
de  lo  que  yo  puedo  amar. 

Lo  que  es  digno  que  lo  ame. 
Conde,  un  hombre  como  yo, 
¿  por  ventura  mereció 
que    tu   boca   nombre    infame? 

Si  acaso  bien  me  estuviera, 
hoy  a  Laura  te  mostrara. 


porque  con  más  bella  cara 
como  otra  Medusa  fuera. 

Y  aun  ese  padre  ignorante, 
que  tiene  entrañas  de  monte, 
fuera  de  nuestro  horizonte 
otro  endurecido  Atlante. 

Cuando  nombrarla  permita 
será  con  el  mismo  celo 
que  suele  nombrarse  el  cielo, 
a  quien  Laura  tanto  imita. 
Rufino.  .Si  eso  hablarte  merecía 

mi  inocencia,  es  bien  fundada : 
no  saques,  señor,  la  espada, 
que  aquí  podrás  con  la  mía. 
Toma,  y  pasarás  el  pecho 
más  leal  y  desdichado, 
Que  al  dueño  lo  mal  hablado 
nunca  dio  mejor  provecho. 
Pásale,  aunque  él  no  pecó 
ni  este  pago  merecía; 
quedará  la  lengua  fría 
con  que  a  tu  Laura  ofendió. 
De  la  cual  yo  sé  muy  bien 
que  es  discreción  peregrina, 
que   es  hermosura  divina 
)•   ángel    del    cielo   también. 

Pero   este   tu  padre   airado 
nos  hace  hablar  en  tu  mengua. 
Oraxteo.     Si  me  ha  ofendido  tu  lengua, 
tu  lengua  me  ha  regalado : 
yo  te  perdono,  y  me  doy 
por  tu  preso.  Conde  amigo. 
Rufino.       Ya  no  has  de  ir  preso  conmigo. 
Oranteo.     Basta,  Conde :  preso  voy. 

Esto  es  mi  gusto. 
Rufino.  Pues  ven, 

que  en  esta  torre  has  de  entrar. 
Oranteo.     ¿  Hanme  también  de  guardar 

estos  criados  ? 
Rufino.  También. 

Oranteo.         Pues  dile  al  Rey  que  estoy  preso. 
Rufino.       Esto  es  hecho. — ¡  Alerta  y  guarda  ! 

{Éntrense    Oranteo    y    Rufino.) 

Flavio.       Aquí  es  hoy  cuerpo  de  guarda. 

Estacio.      Que  me  ha  pesado  confieso, 

Ardenio.         ¿  Por  qué  ? 

Estacio.  Porque  si  éste  escapa 

de  estas  prisiones  y  enojos, 
nos  ha  de  quebrar  los  ojos 
cuando  nos  eche  la  capa. 

Ardenio.         ¿Que  matarnos  ha  al  salir? 


112 


LAURA  PERSEGUIDA 


ESTACIO. 

Flavio. 


ESTACIO. 


Ardenio. 


Flavio. 

ESTACIO. 

Flavio. 


ESTACIO. 


Ardenio. 


Flavio. 

ESTACIO. 


Ardenio. 
Flavio. 

ESTACIO. 


Como  lo  cuento.   ¿Pues  no? 
Cuando  prender  se  dejó 
sabe  que  no  ha  de  morir; 

y  por  esa  niñería 
no  ha  de  hacer  tal  crueldad. 
¿  No  ves  con  qué  libertad 
al  Conde  matar  quería? 

Yo,  por  mí,  si  él  salir  quiere, 
no  le  he  de  estorbar  el  paso. 
Entonces,  lo  que  hace  al  caso 
es  hacer  lo  que  él  hiciere. 

¿Hase  de  jugar  o  hablar? 
Jugar,  que  es  buena  ocasión. 
Aquí  me  come  un  doblón. 
Contigo  no  he  de  jugar, 

que  me  ha  dicho  cierto  amigo 
que  traes  soga  de   ahorcado. 
La  necedad  en  que  han  dado 
los  necios  que  andan  conmigo. 

Un  hombre  que  desa  suerte 
tan  desdichado  vivió, 
¿con  sus  reliquias  dejó 
tanta  ventura  en  su  muerte  ? 

Un  instrumento  afrentoso 
de  un  hombre  tan  desdichado, 
que  vino   a  morir  ahorcado, 
¿  puede  a  un  hombre  hacer  dichoso  ? 

¿  Cómo  dais  crédito  tanto 
a  un  pedazo  de  una  soga 
que  a  un  ladrón  el  cuello  ahoga? 
¡  Ved  qué  reliquia  de  santo ! 

Tiene  Estacio  gran   razón. 

Y  rióme  que  a  Florela 
hallé  anteayer  una  muela 
de   un   ahorcado   ladrón, 

que   diz  que  es  muy  venturosa 
para  hacer  enriquecer 
a  la  más  pobre  mujer. 
¡  Buena  muela  es  ser  hermosa ! 

Esa  es  muela  de  molino, 
que  no  para  de  una  vez 
si  enfermedad  o  vejez 
no  le  atajan  el  camino. 

También  esotra  borracha 
de   Clávela,  necia  y  fea, 
se  sahuma  con  almea 
y  se  vende  por  muchacha. 

Y  Gricelia,  ¿  no   sembró 
valeriana  conjurada? 

Y  yo  sé  persona  honrada 
que  en  otra  cosa  la  halló. 

¿  Cómo  ?  ¿  Hubo  acaso  candelas  ? 


Rey. 
Rufino 

Rey. 


Rufino. 


Rey. 


{Salen  el  Rev  Periandro  y  el  Conde  Rufino.) 

Ardenio.     El  Rey  sale. 

En    fin,    ¿se    dio? 
Dióse,  y  en  prisión  quedó 
con   guardas   y   centinelas. 
JNIiedo  le  quiero  poner; 
que  de  podelle  casar 
pienso  que  me  ha  de  estorbar 
el  amor  desta  mujer. 

Estando  tan  adelante 
el  casamiento  que  tratas, 
aciertas,   si  no  dilatas 
remedio  tan  importante. 

Y  a  tus  años  está  bien 
dejar  aparte   el   cuidado 
de  ver  tu  hijo   casado. 
Y  es  aumentarlos  también. 

Que  al  rey  que  duerme  contento 
de  sucesión,  no  aprovecha 
cuidado,  pena  o  sospecha 
a  darle  algún  descontento. 

Fuera   de   que  ya   las   bodas, 
del  Embajador  tratadas, 
estarán  capituladas, 
y  las  demás   cosas  todas. 

Deje  ya,  pues  es  razón, 
Oranteo  esta  mujer, 
y  quiera  la  que  ha  de  ser 
para  darme  sucesión. 

Baste  ya  el  tiem.po  perdido 
con  esta  Laura  hechicera ; 
que  el   que  yerra  y  persevera 
es  animal  sin  sentido. 

Y  porque  por  cierto  tengo, 
según  me  ha  dicho  una  espía, 
que  en  palacio  la  tenía, 
hoy,  Conde,  a  buscarla  vengo. 

Cierra  esa  puerta,  y  la  guarda 
se  venga  toda   conmigo. 
Tan  flaco  y  vil  enemigo 
con  poca  guarda  se  guarda. — 

Ardenio,    Flavio   y   Estacio, 
palacio  se  ha  de  mirar. 
Las  puertas  harás  cerrar, 
y  hágase  franco  el  palacio. 
(Vanse.) 

(Laura    y    Leonarda    entren.) 

Leonarda.       Aunque  tu  m.ucha  hermosura 
enciende    cualquier    deseo, 
ser  amada  de  Oranteo 
fué,    Laura,    mayor    ventura. 


Rufino. 


Rey. 


ACTO  PRIMERO 


113 


\ 


Que  si  la  mujer  hermosa 
es  gozada  desdichada, 
tú   has    sido   hermosa   y   gozada 
con  más  extremo  dichosa. 
Y  esto  echaráslo  de  ver 
en  que  por  ser  poseída, 
si  es  propia,  es  aborrecida 
la  más  hermosa  mujer. 

Pero  quien  mirase  atento 
los  pasos  que  en  esto  das, 
verá  que   se  debe  más 
a  tu  gran  entendimiento. 
Laura.  Leonarda,  si  no  supiera 

tu  pecho  y  el  de  Oranteo, 
a  envidia  y  nuevo  deseo 
tu  plática  me  moviera. 

Que  si  se  me  debe  aquí 
tan  justa   correspondencia, 
tú  sabes  con  la  experiencia 
los  méritos  que  hay  en  mí. 

Tú  sabes  los  muchos  años 
que  al  Príncipe  sirvo  y  quiero, 
por  cuyo  amor  verdadero 
he  sufrido  tantos  daños. 

Tú  sabes  que  desde  el  día 
que  del  castillo  salí 
de  su  gusto  el  no  y  el  sí 
son  compás  del  alma  mía. 

Entre  estos  puntos  se  mueve 
y  por  estos  dos  se  rige. 
Leonarda.  No  por  eso,  Laura,  dije 

que  te  paga  o  que  te  debe. 

Que  el  bl?nco  donde  yo  miro 
es  la  deslealtad  de  Octavio, 
por  cuyo  amoroso  agravio 
celosa  rabio  y  suspiro. 

Y  como  en  su  opuesto  tienen 
las  cosas  más  perfección, 
ansí  mis  desdichas  son 
cuando  con  tus  dichas  vienen. 
Laura.  Condición  debe  de  ser 

de  la  mujer  más  querida 
andar  quejosa  y  fingida, 
y  tú,  en  fin,  eres  mujer. 

¿En  el   secretario  pones 
esas  dudas? 
Leoxarda.  ¿Pues  en  quién 

las  puedo  poner  más  bien 
que  en  un  autor  de  traiciones  ? 

Es  un  hombre  que  tiniendo 
de  la  persona  real 
el  oficio  más  leal, 


Laura. 


Octavio. 


Laura. 
Octavio. 


Laura. 
Octavio. 


Laura. 
Octavio. 

Laura.  - 
Octavio. 


Laura. 


de   su  deslealtad  me  ofendo. 

Es  un  hombre  que  si  miras 
que  es  para  todos  fiel, 
me  ha  hecho  a  mí  su  papel 
y  borrador  de  mentiras. 

Aquí  escribe  y  aquí  inventa 
cuantas   tiene  por  donaire, 
y  daráme  roto  al  aire 
cuando  se  acabe  la  cuenta. 
Tvi  eres,  Leonarda  mía, 
de   aquellas   escrupulosas 
que  hacen  de  pocas  cosas 
quimeras  y   fantasías. 

De  las  que  cuando  no  ven 
llorar,    suspirar,   morir, 
suelen  jurar  y  decir 
que  nunca  las  quieren  bien. 

No   pongas   culpa    en   Octavio, 
de  quien,  cuando  estés  quejosa, 
es  más  por  ser  melindrosa 
que  por  ocasión  de  agravio. 

Que  él  te  quiere  de  tal  suerte, 
que  en  lo  que   fueses   servida 
no  hay  pensar  que  tiene  vida 
que  no  ofreciese  a  la  muerte. 
{Entre    Octavio.) 
Para  que  en   una  razón 
tu  desdicha  comprehendas, 
¡  oh,  Laura !,  basta  que  entiendas 
del   Príncipe   la   prisión. 

Oranteo  queda  preso 
y  el  Rey  te  manda  buscar; 
que  si  te  viniese  a  hallar 
se  teme  un  triste  suceso. 

En  este  peligro  estás. 
¿Dónde   me  busca? 

En   palacio, 
que  de  tu  vida  el  espacio 
es  el  hallarte  no  más. 

¡  Ay,  Octavio  !,  ¿qué  he  de  hacer? 
Remedio   tengo   que   estimes, 
no  más  de  con  que  te  animes 
a  dejar   de   ser  mujer. 

¿Cómo,  si  mujer  nací? 
Con   tomar  de  presto  el  traje 
de  algún  caballero  o  paje. 
¿Y  ansí  he  de  escaparme? 
Sí. 
Y  determínate  presto, 
que  suena  la  guarda. 

A'oy. 
{Vase   Laura.) 

8 


114 


LAURA  PERSEGUIDA 


Octavio,     ¿Cómo   en  tu  memoria  estoy? 
Leomarda.  ¿Agora  me  tratas   desto? 

Ve  y  libra  a  Laura,  y  después 

nos  hablaremos. 
Octavio.  Ya  sabes 

que  son  tus  ojos  las  llaves 

de  cuanto  mi  vida  es, 

(Vayase   Octavio.) 

Dentro.         Este  cuarto  no  hemos  visto. 
Octavio.    Adiós,  que  la  guarda  es  ésta. 
Leonarda.  Ni  aun  para  darle  respuesta 

mis  muchos  celos  resisto. 
Téngolos  de  Laura,  y  tales 

que  pierdo  el  seso  con  ellos, 

siendo  en  mi  alma  el  tenellos 

ocasión  de  muchos  males. 
Bien  sé  yo  que  no  es  razón 

y  que  es  ofender  los  ciclos; 

pero  por  eso  son  celos, 

porque  son  sin  ocasión. 

(Entre  el  Reyj  el  Coxde,  Estacio,  Flavio,  ArdekioJ 

Rufino.  Leonarda  sola  está  aquí. 

Rey.  ¡  Oh,  Leonarda  ! 

Leonarda.  ¿Dónde  vas 

con  tanta  guarda? 

Rey.  No  es  más 

de  para  prenderte  a  ti, 

Leonarda.       ¿  A  mí,  siendo  yo  tu  presa 
por  gusto  y  obligación  ? 
Tal  cuidado,  tal  prisión, 
será  por  más  alta  empresa. 
¿A  quién  buscas? 

Rey.  Tú    lo    sabes. 

Leonarda.  ¿Yo,   señor? 

Rey.  Tú,  que  fuiste 

la  tercera  que  encubriste 
cosas  a  mi  honor  tan  graves. 

Leonarda.       Parece  que  hablas  de  veras. 

Rey.  No  te  quiero   alborotar, 

pero  quiérote  pagar 
cuando  tú  obligarme  quieras. 

Dime  de  Laura,  y  te  juro 
por  este  pecho  de  darte 
en   mi   reino   tanta  parte 
cuanto  al  Príncipe  procuro. 

Leonarda.      ¿Eso  buscas? 

Rey.  Esto  sóío. 

Leonarda.  Pues  sábete  que  hoy  se  fué 
con  sólo  un  hombre  de  a  pie, 
y  antes  que  saliese  Apolo, 


a  su  pequeño  castillo, 
donde  el  viejo  padre  está, 
aunque  llegado  no  habrá. 
Rey.  Toma,  Leonarda,  este  anillo, 

y  fía  que  si  parece 
tendrás  la  satisfación 
que  merece  la  razón 
de  quien  tanto  bien  me  ofrece. 
Vete  a  tu  aposento. 
Leonarda.  El  cielo 

te  dé  sosiego  y  me  guarde. 
Rey.  ¡Que  una  mujer  me  acobarde, 

y  la  más  baja  del  suelo! 

¡  Que  mi  tierra  me  alborote 
y   prive    de   sucesión, 
y  que  haya  dado  ocasión 
que  en  las  entrañas  se  note ! 

¡  Vive  Dios,  Rufino  amigo, 
que  viva  la  he  de  quemar ! 
Rufino.       Parece  imposible  hallar 
a  su  pena  igual  castigo, 

que  es  lástima,  señor,  verte. 
Rey.  Sabe  el  Cielo  lo  que  paso. 

(Entra   Laura   en   hábito   de  paje.) 

Laura.         Ya  no  creo  que  doy  paso 

que  no  me  lleve  a  la  muerte. 

Presto  el  disfraz  me  vestí. 
Pero,  ¡  ay,  triste!,  ¿dónde  llego, 
que  huyendo  del  mismo  fuego 
en  medio  del  fuego  di? 
Animo,  que  a  toda  ley 
la  vida  en  tenerle  va. 

Estacio.      ¡Hola,  paje,  tente  allá! 

¿No  miras  que  está  aquí  el  Re^^? 

Rey.  ¿Qué  es  eso? 

Fl.'Wio.  Un  paje,  señor. 

Rey.  ¿  Cuyo  ? 

Laura.  Del  Príncipe. 

Rey.  Llega. 

Laura.         Mariposa  he  sido  ciega; 
mi  engaño  fué  mi  dolor. 

Rey.  No   temas,   llégate  más. 

Laura.         Bien  estoy,  señor,  aquí. 

Rey.  El  nombre  y  tiempo  me  di 

que  con  el  Príncipe  estás. 

Laura.  Celio  es  el  nombre,  y  habrá 

un  mes  que  en  servicio  estoy 
del  Príncipe,  y  porque  Voy 
a  la  prisión   donde  está, 
licencia,   señor,  te  pido. 

Rey.  Hay  mucho  que  averiguar. 


ACTO  PRIMERO 


115 


Laura.         ¿Luego  no  me  podré  entrar 

con  esto,  si  eres  servido? 
Rey.  Xo,  señor,  que  hay  más  que  hacer. 

Laura.         ¡  Oh,  nubes,  poneos  aquí ! 
Rey.  ¿Conoces  a  Laura? 

L.VURA.  Sí. 

Rey.  ¿Quién   es   Laura? 

Laura.  Una  mujer 

que  mereció  ser  divina 
y  por  muchos  siglos  bella. 
Rey.  Este  sí  que  dirá  della 

cuanto  sabe  y  imagina. — 
¿Qué  sabes  della? 
Laura.  Sé  yo 

mi!  cosas  para  contar. 
Rufixo.       i  Oh,  qué  nuevas  te  ha  de  dar ! 
Rey.  ¿Has  visto  a  Laura? 

Laura.  ;  Pues  no  ? 

El  mundo  su  fama  abarca. 
Rey.  ¿Dónde? 

Laura.  En  estampa  la  vi, 

hoy  que  el  principio  leí 
de  las  obras  del  Petrarca. 
Rey.  ¿Pues  qué  Laura  imaginabas? 

Laura.        La  italiana  famosa  (i). 
Rufixo.       ;  Qué   inorancia   tan   graciosa ! — 
Di,  necio,  ¿al  Rey  engañabas? 

Pregunta  el  Rey  por  la  amiga 
del    Príncipe. 
aura.  Soy  muy  nuevu 

en  este  traje  que  llevo, 
ya  que  el  servirle  me  obliga; 

no  privo  tanto,  en  verdad, 
que  haya  visto  sus  secretos. 
Rey.  ;  Qué  diferentes  efetos 

prometió  su  libertad ! 

Pero,  ¿en  qué  nos  detenemos 
sabiendo  donde  ella  está? 
Ven,  Conde,  que  ho}-  morirá. 

{Vase    el    Rey.) 

Laura.         ¿Por  quién  hace  el  Rey  extremos? 
Rufixo.  Por  hallar  una  mujer 

que  a  Oranteo  trae  perdido. 

¿  Cómo  no  lo  has  entendido, 

y  pareces  bachiller? 
Laura.  Soy  nuevo  en  palacio  y  corte. 

Si  la  cogen,  ¡  pobre  della ! 


(I)     Parece    que    estos    dos    versos    debe    decirlos 
también    Laura. 


Rufino.      Lo  que  se  tarda  en  prendella, 
tarda  en  que  el  cuello  le  corte. 
Está  el  Rey  muy  enojado. 
Voime,  que  se  va. 

{Vase    el    Conde.) 

L.\URA.  ¿Qué  temo 

de  este  mi  dichoso  extremo 
habiendo    al    Rey    engañado? 

Pero  resta  de  saber 
si  al  Príncipe  podré  hablar. 

(Oranteo  entre.) 

Oranteo.     ¿  Que  se  quiere  el  Rey  vengar 
en  una  flaca  mujer? 

Quebrantaré  la  prisión 
y  romperé  la  obediencia, 
porque  a  veces  la  paciencia 
vuelve  en  ira  la  razón. 

¿Buscalla  con  esa  furia 
y  para  darle  la  muerte? 
¿Pues  qué  torre  o  prisión  fuerte 
no  rompiera  tanta  injuria? 

¡  Dame,    ingrato   padre   mío, 
a  mi  Laura,  o,  vive  Dios, 
que  hemos  de  probar  los  dos 
la  fuerza  de  un  desvarío : 

yo  lo  que  puede  el  veneno 
y  tú  el  efeto  que  hace, 
si  antes  desto  no  deshace 
el  pecho,  de  que  está  lleno ! 

Aquí  está  un  paje,  a  quien  digo.— 
¡  Hola  !   ¿  Sabes  tú  del  Rey, 
aunque  por  más  justa  ley 
dijera  de  mi  enemigo? — 

Pero,   ¡ ay,  cielo!,  ¿quién  te  dio 
de  mi  propria  Laura  el  ser?, 
porque   sólo  el  ser  mujer 
para   su    ser   te    faltó. 

;Mas,  ¿qué  dudo?  ¡Laura  mía! 
¿Tanto  en  conocerme  tardas? 
¿Y  tú,  como  noche,  aguardas 
tanto   en  descubrir  el  día? 
¿De  qué  recibes  agravio, 
pudiéndolo   estar  de  ti  ? 
Por  el  Rey  me  ha  puesto  así 
hoy  tu  secretario  Octavio. 

Que  como  no  puede  hacerte 
sujetar  a   su  porfía, 
quiere  que  celebre  un  día 
tu  casamiento  y  mi  muerte. 
¡  !\Iira  qué  bien  me  acomodas 


Laura. 
Oraxteo. 


Laura. 


116 


LAURA  PERSEGUIDA 


y  el  premio  de  tanto  amar, 
pues  mi  sangre  ha  de  firmar 
los  conciertos  de  tus  bodas ! 

Aunque   esto   bien   lo    concierta, 
pues  no  es  bien  que  te  aperciba 
mujer  siendo  Laura  viva, 
sino  siendo  Laura  muerta. 

Y  aun  muerta  tengo  por  mí 
que  de  suerte  lo  sintiera, 

que  al  mundo  en  pena  volviera 
para  quejarme  de  ti. 

Y  advierte,   Príncipe,   advierte 
en  mi  remedio  y  tu  gusto 

si  ya  por  tu  bien  no  es  justo 
que  deje  darme  la  muerte. 

Aquí  con  el  Rey  hablé 
y  por  tu  paje  me  tuvo, 
porque  sólo  en  esto  estuvo 
la  vida  con  que  quedé. 

La  cual,   si  te  da  cuidado, 
agora  tiene   ocasión 
de  que  muestres  la  razón 
con    que    te   tengo    obligado. 
Oranteo.         Después   que   mudaste    el    ser, 
Laura,   el   ser   firme   mudaste, 
y   fué   porque   te   quedaste 
con  algo  de  ser  mujer. 

¿Agora  en  mi  fe  varías? 
No  debes  de  ser  quien  eres, 
porque   siempre   las  mujeres 
tenéis  la  firmeza  a  días. 

¡  Con   lindo  miedo   amaneces 
al   cabo  de  tantos   años, 
pues  viva  con  tantos  daños 
y  muerta  te  me  apareces ! 

Vuelve  a  tomar  tu  vestido 
y  el  que  legítimo  usaste, 
que   creo   que   en   él   dejaste 
la    más    parte    del    sentido. 

Porque   mayor   ocasión 
no  puede  una  mujer  dar 
de   afligir  y  de   matar 
que    quejarse    sin    razón. 

¿  Por  mi  bien  matarte  a  ti, 
siendo  tú  todo  mi  bien? 
Cuando  a  ti  muerte  te  den, 
Laura,  ¿qué  habrán  hecho  a  mí? 

Anda,  que  eres  temerosa ; 
mas  dejándolo  de  ser 
dejaras  de  ser  mujer, 
que  es  en  ellas  ley  forzosa. 


¡  Vive  el  cielo  que  primero 
veas  resolverse  en  nada 
esta   máquina    estrellada 
hasta  el  Antípoda  fiero; 

que  veas  dos  soles  rojos 
en    tu    Venus    y    Calixto, 
si   acaso   no   los  has   visto, 
viendo  al  espejo  tus  ojos, 

que  el  Príncipe  desampare 
a  Laura  mientras  viviere, 
ni  viviere  ni  rey  fuere 
donde  Laura  no  reinare ! 

Laura.  ¿Tan  presto  airados  los  ojos? 

¿Tan    presto    tanto    desdén? 
Algo  tienes  tú  también 
de  mujer  en  los  enojos. 

¡  Qué    fácil    sangre   que    crías 
para    sangre    tan    real ! 

Oranteo.     Después,   Laura,   que  hablas  mal, 
sales    con    hechicerías. 

No  se  apure  más  mi  agravio, 
que  yo  sé  que  hay  fuerza  en  ti, 
no  para  vencerme  a  mí, 
pero  de  Atenas  im  sabio. 

Laura.  ¿Cómo  dejas   la  prisión? 

Oranteo.     Supe  que   andaba  a  buscarte 
mi  padre  para  matarte 
y  rompí  la  obligación. 

Atrepellé    la   obediencia 
cuando    conocí    su    furia; 
que  la  bestia  de  la  injuria 
no  se  enfrena  con  paciencia. 

Laura.  ¿Y  agora  qué  hemos  de  hacer? 

Oranteo.     Esconderte  mientras  pasa 
esta  furia. 

Laura.  ¿Y  en  qué  casa? 

¿Cómo  o  con  quién  ha  de  ser? 

Oranteo.        Aguarda  un  poco,  que  sale 
este  tirano  enemigo. 

Laura.         Habíale  bien,  dulce  amigo, 

que  una  humildad  mucho  vale. 

{Entren  el  Rey,  el  Conde  y  Criados.) 

Rey.  ¿Que  ha  quebrado  la  prisión? 

Rufino.       ¿  Quién,  señor,  le  ha  de  guardar 

sabiendo  su  condición? 
Rey.  Hierro  y  puertas,  a  pesar 

de  la  mayor  presunción. 
Maté  al  fin  im  hierro  duro, 

di   de  estocadas   a  un  muro. 
Oranteo.     Con  menos  furia,  señor, 

podrá  tener  tu  rigor 


ACTO  PRIMERO 


ii: 


$ 


I 


í 


mi  atrevimiento  seguro. 
Tu  hijo  soy,  vesme  aquí. 

Rey.  ¿Cómo  a  mis  ojos  airados 

osas  parecer  ansí? 

Oraxteo.     Verlos  espero  aplacados 
si  agora  están  contra  mí. 

Que  mal  sentenciado  he  sido, 
señor,  sin  haberme  oído, 
y  tú  no  has  sido  esta  vez 
padre,  ni  rey,  ni  juez, 
pues  no  me  guardas  oído. 

Rey.  ¿Qué  te  puedo  yo  escuchar? 

Después    de    la    información, 
¿  qué   tengo  más   que   probar  ? 

'/)R.\NTEO.     ¿Tan  buenos   testigos   son, 
que  me  pueden  condenar? 
¿Agora  estás  advertido 
de  ley  que  tan  justa  ha  sido 
y  que  tanto  se  ha  gtiardado? 
¿Quién  puede  ser  condenado 
sin  primero   ser   oído? 

Dime :  ¿el  hijo  no  es  forzoso 
ser  a  su  padre  obediente? 
En  lo  justo  y  virtuoso. 
¿'Casarte  no  era  decente 
y  a  tu  reino  provechoso? 
¿  Quién  lo  niega  ? 

Pues  ¿qué  quieres, 
si  desto  contrario  eres 
y  a  mi  gusto  pertinaz, 
por  seguir  como  rapaz 
la  más  vil  de  las  mujeres? 

¿Yes  como  estás  engañado, 
siendo  Laura  un  claro  espejo 
de  honor,  presente  y  pasado  ? 
Pero  nace  del  consejo 
de  los  que  están  a  tu  lado. 

Que  a  haber  cortado  la  lengua 
a  alguno  que  se  deslengua 
y  en  esas  puertas  clavado, 
ni  me  hubiera  a  mí  afrentado 
ni  hubiera  hablado  en  su  mengua. 
Pero  yo  le  buscaré. 

Rufino.       Si  a  mí.  Príncipe,  me  miras, 
satisfación  te  daré. 

Oraxteo.     Quien  al  Rey  va  con  mentiras, 
no  quiero  que  me  la  dé. 

Laura  es  noble,  aunque  es  verdad 
que  es  pobre  y  en  calidad 
desigual  a  quien  tú  eres; 
pero  es  luz  de  las  mujeres 
en  virtud  y  honestidad. 


Rey. 

Oraxteo. 
Rey. 

Oraxteo. 
Rey. 


Oraxteo. 


Si  me  es  forzoso  querella 
tú  mismo  lo  juzga.   Rey, 
teniendo  dos  hijos  della, 
que  humana  y  divina  ley 
me  mandan  obedecclla. 

Si  fué  el  dejarse  engañar 
el  vicio  más  de  notar, 
¿de  un  Rey  se  ha  de  defender 
en  un  campo  una  mujer? 
Rey.  ¿  Que  ansí  te  consiento  hablar, 

que  no  te  mando  en  un  punto 
quitar  la  vida,  atrevido, 
y  el  atrevimiento  junto? 
Que  más  que  verte  pverdido 
me   vale  verte   difunto. 

Laura,  hija  de  un  villano, 
¿  llamas  noble,  y  muy  liviano 
la  haces   casta  Lucrecia, 
sabiendo  que  la  desprecia 
hasta  el- más  vil  cortesano? 

i  Ved  qué  Laura,  como  aquella 
que  fué  huyendo  de  Apolo ! 
Tan  engañado  estás  della, 
que  has  pensado  que  eres  solo 
el  regalado  con  ella. 

¡  Ah,  loco,  y  cuáles  venenos 
tienen  tus  sentidos  llenos, 
de  un  hombre  tu  igual  impropios, 
pues  ya  llegas  a  hacer  propios 
hasta  los  hijos  ajenos ! 

¿Una  Infanta  tan  hermosa, 
que  tiene  por  toda  Hungría 
nombre  de  divina  y  diosa, 
dejas  por  la  hechicería 
de  una  fea,  al  mundo  odiosa? 

Que  diz  que  es  tal  su  fealdad, 
que  damas  de  la  ciudad 
te  dan,  cuando  sales,  vaya, 
de  que  robado  te  haya 
dos   horas   la   voluntad, 

con  que  el  seso  te  ha  quitado. 
Oraxteo.     Cualquiera  que  eso  te  dijo 

te  ha  mentido  y  te  ha  engañado; 

y  si  no  fuera  tu  hijo 

no  hubieras  tan  libre  hablado; 

que  si  he  tenido  la  espada 
en  su  deshonra  envainada 
es  porque  fuiste  mi  padre; 
que,  vive  Dios,  que  mi  madre 
no  fué  como  Laura  honrada. 

Y  eso  de  fea,  si  hubiere 


118 


LAURA  PERSEGUIDA 


quien  la  haya  vi?to  en  la  corte 
y  algunas  señas  me  diere, 
esta  lengua  se  me  corte 
o  la  suya,  si  él  mintiere. 

Que  es  bella  con  tanto  extremo, 
queal  más  fuerte  Hércules  temo, 
como  llegase  a  su  vista, 
que  en  viéndola  no  se  vista 
la   camisa  en  que  me  quemo. 

Trátala  bien  si  he  de  ser 
tu  hijo,  y  no  la  pretendas 
infamar  y  escurecer, 
que  a  Laura  le  sobran  prendas 
para  ser  de  un  rey  mujer. 
Rey.      •  Aunque  el  castigarte  fuera 

cosa  tan  justa  y  pudiera 
satisfacer  de  tu  muerte 
al  reino,  que  ha  de  perderte 
y  tu  maldad  vitupera, 

quiero  por  loco  dejarte 
y  hacer  contigo  un  partido 
con  que  pueda  avergonzarte, 
aunque  pongas,  advertido, 
tu  Laura  en  secreta  parte. 

Y  es  que  si  yo  te  probare 
que  la  han  gozado  sin  ti 
y  por  infame  quedare, 
tú  me  obedezcas  a  mí 
en  lo  que  yo  te  mandare. 

Pues  cuando  hubiere  testigo 
que  eso  me  pruebe,  me  obligo, 
no  solamente  a  dejarla, 
pero  la  vida  quitarla 
como  a  mi  propio  enemigo. 

Pues  quede  ansí. 

Por  tu  vida 
lo  juro. 

Pues  vamos,  Conde. 
Defenderáse,   advertida. 
No  importa;  al  oro  responde 
la  mujer  más  escondida. 

En  un  rey  no  ha  de  haber  fuerza 
que  su  propósito  tuerza 
con  mil  industrias  y  modos. 

(Vanse  el  Rey  y  el  Conde.) 

Oranteo.     a  conquistarte  van  todos, 

y  el  mismo  Rey,  Laura,  es  fuerza. 

Laura.  Ya  lo  veo ;  ¿  qué  he  de  hacer  ? 

Oranteo.     Confiados  todos  van 

que  el  oro  te  ha  de  vencer; 
pero    engañados    están 


Oranteo. 


Rey. 
Rey. 

Rey. 

Rufino. 

Rey. 


después  que  no  eres  mujer. 
Laura.  ¿Luego  siéndolo  tenía 

algún  peligro? 
Oranteo.  Podría 

este   loco   imaginar ; 

que   un  monte   suele   allanar 

el  oro  con  la  porfía. 

Y  por  quedar  sin  sospecha 
créeme  que  el  verte  hombre 
de  consuelo  me  aprovecha, 
que  la  fuerza  deste  nombre 
cualquiera  temor  desecha. 

Laura.  ¿Aún  te  huelgas  de  burlar? 

]\Ias  di,  ¿  dónde  me  han  de  hallar  ? 
Oranteo.     El  oro  llevan  por  norte, 
Laura.         Salgamos  hoy  de  la  Corte. 
Oranteo.     ¿Dónde  irás? 
Laura.  A  mi  lugar, 

que,  en  fin,  es  castillo  fuerte, 

sólo  a  tu  gusto  rendido. 
Oranteo.     A  punto  puedes  ponerte. 

Y  si  has  de  mudar  vestido, 

oye  un  engaño. 

L.\URA.  Di. 

Oranteo.  Advierte. 

Con  él  has  de  visitar 
a  mi  padre. 

Laura.  ¿Yo  al  Rey? 

Oranteo.     Y  con  un  engaño  hablar, 

aunque  del  concierto  es  ley 
que  tu  infamia  ha  de  probar. 
L-^URA.  ¿Ha)'',  para  que  bueno  sea, 

que  el  Rey,  tu  padif,  me  vea? 

Oranteo.     Con  el  engaño  que  fueres 
no  ha  de  saber  que  tú  eres, 
sino  ver  que  no  eres  fea. 

Y  no  repliques  en  esto, 
pues  sabes  mi   condición. 

Laura.         ¡  Que  a  tal  error  te  has  dispuesto ! 

(Octavio    entre.) 

Octavio.     ¡  Maldiga  Dios  la  ocasión     ^     (Ap.) 
que  en  tanto  daño  me  ha  puesto ! 

Del  que  amistad  sabe  hacer 
todo   se   puede   creer, 
honra  y   hacienda   entregar, 
la   misma   vida    fiar, 
pero  no   lo  que  es  mujer. 

¡  Oh,  cómo  el  bien  infinito 
del  hombre,  entre  mil  enojos 
no    fuera   visto    ni    escrito, 
si  no  naciera  con  ojos 


ACTO  PRIMERO 


119 


O  no  tuviera  apetito ! 

¿Laura  a  mí?  ¿Yo  a  Laura?  ¿En 

tal  pensamiento  fundé?  [qué 

j  Líbreme  Dios  de  mí  mismo ! 

Laura,  a  mis  ojos  abismo, 

cielo   de   mí  mismo   fué. 
Unas  ligas,  unas  medias 

¿han  hecho  en  mis  pensamientos 

tan  espantosas   tragedias? 
Laura.         ¿Y  con  esos  fingimientos 

tus  desatinos  remedias? 
Oranteo.         No  está  mal  trazado  ansí ; 

esto  a  mi  padre  le  di. 
Octavio.     ¡Que  ver  a  Laura  en  tal  traje 

mi  lealtad  del  cielo  abaje! 
Oranteo.     ¡  Por  Dios,  que  está  Octavio  aquí ! 
Octavio.         Pensando  en  vuestro  suceso 

arrebatado  traía 

la  mayor  parte  del  seso. 

Por  muerta  a  Laura  tenía 

y  a  ti  con  diez  guardas  preso. 
Oranteo.         Si  muerta  Laura  estuviera 

más  gente  menester  fuera. 

Quédate,   Octavio,   que  vamos 

donde  resistir  podamos 

del  Rey  la  cólera  fiera. 
Octavio.         ¿  Qué  le  diré  si  le  veo  ? 
Oranteo.    Que  ninguna  cosa  sabes 

de  Laura  y  de  mi  deseo. 

(Vayanse   Oranteo   y   Laura.) 

Octavio.     ¿Que  tan  presto,  ojos  suaves, 
vuestro  rendido  me  veo? 

¿Que  así,  tan  presto,  el  rigor 
de  aqueste   rayo  de  amor 
toda  el  alma  me  ha  deshecho, 
dejándome   sano   el  pecho 
de  aquel  invisible  ardor? 

Una  mujer  vuelta  en  hombre, 
que   siendo  mujer  no   pudo 
hacerme  nombrar  su  nombre, 
me  ha  dejado  tal,  que  dudo 
que  el  mundo  traidor  me  nombre. 

i  Oh,  imposible  pensamiento, 
mirad  que  si  sois  de  viento 
irá   creciendo   la   llama 
que  a  Eróstrato  dio  la  fama 
de  su  infame  atrevimiento ! 

¿  Pero  soy  yo,  por  ventura, 
el  primer  autor  de  aquellos 
que  infamar  su  amor  procura, 
o  el  más  disculpado  dellos, 


por  ser  mayor  la  hermosura? 

Y,  finalmente,  de  amar, 
¿qué  me  puede   resultar, 
mientras   que   traición   no   intento? 
Porque  el  primer  movimiento 
nadie  le  puede  culpar. 

(Entren  el  Rey  Pirandro  31  el  Coxde  Rufino.) 

Rey. 
¿  Octavio  dices  que  aquí  estaba  solo  ? 
Rufino. 
Aquí  le  han  visto  ahora. 
Rey. 

Salte  afuera. 
(Fase    el    Conde.) 

Octavio. 
¿Hay  algo  en  que  servirte  pueda  Octavio? 

Rey. 
Octavio  amigo,  puesto  que  los  hombres 
confían  más  del  bello  sol  que  sale 
que  del  que  ya  se  pone,  porque  piensan 
que  aquél  comienza  lo  que  acaba  el  otro, 
la  posesión  del  bien  entre  discretos 
excede  las  mayores  esperanzas, 
y  al  fin,  el  sol  que  alumbra  el  día  presente 
seguro  ofrece  lo  que  el  otro  en  dtida, 
que  puede  amanecer  con  viento  y  agua. 
Pudiera  hablarte  con  menor  preámbulo, 
conocido  tu  buen  entendimiento, 
y,  en  fin,  ha  sido  justo  declararte 
por  estas  semejanzas  mi  propósito. 

Octavio. 
¿Eres  tú,  acaso,  el  sol  que  ya  se  pone, 
invicto  Rey,  y  el  Príncipe  el  que  sale? 

Rey. 
Pues  me  entiendes,  Octavio,  no  desprecies, 
por  confiarte  del  favor  del  Príncipe, 
la  merced  que  te  pienso  hacer,  si  acaso 
favoreces  mi  intento  contra  el  suyo. 

Octavio. 
Señor,  tú  eres  mi  Rey,  a  ti  se  debe 
como  a'  principio  la  lealtad  jurada; 
fuera  de  ti  debiérase  a  tu  hijo, 
mas  contra  ti  ninguna  ley  lo  manda. 
Dime  en  lo  que  te  ofende  y  yo  te  sirvo, 
que  como  no  le  toques  en  la  vida 
ni  a  mí  en  traición,  en  lo  demás  es  cierto 


120 


LAURA  PERSEGUIDA 


que  contra  él  te  dé  su  ayuda  Octavio. 

Rey. 

El  ser  su  padre  asegurarte  puede 
que  quiero  más  su  vida  que  la  mía, 
y  que  de  aqueste  amor  nace  la  causa 
de  lo  que  ahora  contra  él  te  pido. 
Bien  sabes  tú,  que  tú  lo  sabes  sólo, 
el  necio  amor  que  ha  tantos  años  tiene 
a  aquesta  Laura  el  Príncipe  mi  hijo; 
sabes  también  que  tengo  concertado 
casalle  con  la  bella  infanta  Porcia, 
y  que  estando  tan  cerca  de  traella 
me  pone   mil   impedimentos  vanos, 
nacidos  todos  deste  amor  ilícito. 

Octavio. 

Todo  lo  sé  muy  bien,  y  Dios  lo  sabe 
si  me  cuesta  dolor  su  perdimiento, 
y  si  para  estorbar  mayor  locura 
han  sido  buena  parte  mis  consejos. 

Rey. 

Hablé  con  él  ahora,  Otavio  amigo, 

y  alabándome  a  Laura  por  divina 

en    costumbres,    virtudes   y   hermosura, 

vituperalla  tuve  por  remedio, 

quedando  concertados  que  si  acaso 

yo  le  probaba  que  era  Laura  incasta 

y  que  trataba  fuera  del  otro  hombre, 

la  dejaría  para  siempre,  y  luego 

la  concertada  esposa  admitiría. 

Sabiendo,  pues,  que  Laura  no  tan  sólo 

es    casta,    recogida   y   virtuosa, 

pero  que  excede  en  esto  a  las  pasadas 

cuyos  nombres  celebran  fama  y  tiempo, 

he  pensado  valerme  de  un  engaño, 

del  cual  tú  sólo  puedes  ser  Ulises, 

ansí  por  el  ingenio  delicado 

como  por   las   privanzas   de   Oranteo 

y  la  llaneza  con  que  a  Laura  tratas. 

Octavio,   esta  traición  es  virtuosa, 

es  digna  de  alabanza,  gloria  y  premio : 

sirves  tu  Rey  y  libras  a  tu  Príncipe 

del  cautiverio  de  una  Circe  loca; 

no  se  te  sigue  desto  nombre  infame, 

sino  de  heroico  y  ingenioso  amigo, 

restaurador  de  tu  querida  patria. 

Haz  que  el  Príncipe  entienda  que  le  vende 

esta  su  dama,  Laura,  y  vive  el  cielo 

de  darte  de  mis  reinos  tanta  parte, 

que  excedas  al  que  más  en  ellos  tiene. 


Octavio. 
Causa  tan  justa  y  para  bien  del  Príncipe, 
de  la  Patria  y  de  todos  sus  vasallos, 
¿a  quién  no  ha  de  animar  y  darle  esfuerzo? 
Palabra  doy  que  al  Rey  cumplir  se  debe, 
de  morir  en  la  empresa  o  acaballa. 
Vencer  a  Laura  por  lascivo  término 
es  alcanzar  del  mismo  sol  un  rayo 
o  recoger  la  mar  en  urna  breve. 
Y  ansí  pienso  valerme  de  un  engaño 
que  hacen  a  los  hombres  los  espíritus; 
que  para  darles  a  entender  que  miran 
leones,   tigres,   piedras,  oro  y  perlas, 
o   tales   cosas   que    criar   no   pueden, 
les  engaña  la  misma  fantasía 
con  quimeras  delante  de  los  ojos. 
Yo  haré  que  el  mismo  Príncipe  presuma 
que  Laura  me  desea  y  favorece ; 
resta  que  tú,   cuando  él  aquesto  entienda, 
me   fuerces  a  casar  con  Laura,  haciendo 
con  tal  velocidad  el  desposorio, 
que  cuando  se  conozca  el  desengaño, 
de  volverla  a  cobrar  no  haya  remedio. 

Rey. 
;  Qué  se  esperaba  menos  de  tu  industria 
y  de  la  lealtad  con  que  me  sirves? 
En  prendas  de  la  paga  que  te  espera 
te   doy  mis  brazos. 

Octavio. 

Yo   me   parto   luego 
para  saber  del  Príncipe   el  disinio. 

Rey. 
El  cielo  guíe  tu  intención.  Octavio, 
y  ponga  a  nuestra  empresa  fin  dichoso. 

(Vase  Otavio.)  • 

¡  Qué   bien   de   aqueste   conocí   el   ingenio, 
inconstante   y   amigo    de    traiciones ! 
Mas,   ¿qué   no  puede   un   Rey,   cuyo  palacio 
es  cueva  de  lisonjas  y  mentiras? 

(Entre    el    Conde.) 

Rufino. 
Aquí   está   una   mujer   que   quiere   hablarte. 

Rey. 
¿Mujer  a  mí? 

Rufino. 
Mujer   que   aunque   se   cubre 
con  un  manto  sutil,  por  él  nos  muestra 


ACTO  PRIMERO 


121 


un   sol,   cubierto   de  una   fácil  nube, 
que  debe  do   ser  cielo   descubierto. 

Rey. 
Entre,  que  si  ella  es  ciclo  a  tiempo  viene, 
que  le  pienso  pedir  cierto  milagro. 

{Entre  Laura  en  hábiio  de  mujer,  con  manto.) 

Laura. 
¿Puedo    a    tu    Majestad    hablar    a    solas? 

Rey. 
Podrás,  que  el  'Conde  es  mi  persona  misma. 
L'n  poco  te  desvía. 

Rufino. 

Aquí  me  aparto. 
Rey. 
Di  lo  que  quieres  y  descubre  el  rostro. 

Laura. 
Escúchame,  señor,  atento  un  poco. 
Rey. 

Escucharéte   con  igual   contento, 
si  no  me  vuelve  tu  hermosura  loco. 


¿  Burlas  ? 


Laura. 

Rey. 
De  veras  hablo. 

Laura. 

Estáme  atento. 
Porque  siempre  con  los  reyes 
se  ha  de  abreviar  de  palabras, 
diré  mi  desdicha  en  pocas, 
luego   que   entiendas   la    causa. 
Yo  soy,  poderoso  Rey, 
la  desdichada  Lisandra, 
de  un  capitán  de  tus  guerras 
hija,   en   ellas   engendrada. 
Murió    mi    padre    subiendo 
una  peligrosa  escala, 
por  poner   sobre   una   torre 
la  bandera   de   tus   armas. 
Quedé   sola,   aunque  no  sola 
de  la  virtud  heredada; 
mas   para   Tarquinos   fuertes, 
¿qué    importan    Lucrecias    flacas? 
Fui  vista  en  la  iglesia  un  día, 
que  no  en  puerta  ni  en  venrantt, 
de  un  caballero,  tu  deudo, 


fiero  autor  de  mi  desgracia. 
Preguntó   mi   trato   y   nombre ; 
siguióme,   supo   mi   casa ; 
y   con   saber  mi   firmeza, 
no  desmayó  su  esperanza. 
Alteraron   sus  paseos 
la  vecindad,   pobre  y  baja, 
haciéndome  Tais  libre 
cuando  era  Virginia  casta. 
Sus  billetes,  sus  promesas 
eran  en  mis  torres  altas 
como   poner   fuego   inútil 
sobre  pólvora  mojada. 
Sucedióme    un    triste    día 
que  con  una  prima  hermana, 
como  otra  Europa,  segura 
visité  del  mar  la  playa. 
Entré  en  un  barco,  vendida, 
que    apenas    atrás   dejaba 
media  legua  la  ribera 
cuando  vi  mi  muerte  clara. 
Una   (i)    galera   famosa 
cubierta  de  velas  blancas, 
sembradas,  en  vez  de  cruces, 
de  medias  lunas  de  plata,  • 
llena  de   oficiales   moros 
y  chusma  pobre  cristiana, 
vi  que  con  pintados  remos 
venía    azotando    el   agua: 
dio  caza  al  pobre  barquillo 
como  cuando  un  tigre  caza 
una  temerosa  liebre 
o  el  alcotán  la  calandria. 
Lloraba    yo,    presumiendo 
ser  la  galera  africana, 
cuando    al    caballero   veo 
que  della  en  el  barco  salta. 
Traía  un  blanco   alquicel 
y  una  marlota  morada 
sembrada  de   cifras   de   oro 
y  de  unas  manos  atadas; 
bonete  rojo,  cubierto 
de  plumas  verdes  y  pardas, 
y  el  cuello  y  brazos,  desnudes, 
de  corales,  oro  y  plata. 
Conocí    criados    suyos 
que  en  el  mismo  traje  estaban, 
y  parecióme  bien  moro 
quien  cristiano  me   enfadaba. 


(i)     Así    en    el    manuscrito;    en    el    impreso    dice: 
"Vi    una". 


122 


LAURA  PERSEGUIDA 


Llevada,  en  fin,  a  la  popa, 

al  mar  conmigo  se  alarga, 

de  donde  salí  sin  honra, 

que  no  es  mancha  que  el  mar  lava. 

Si  los  agravios  te  tocan, 

duélate,   señor,  mi  infamia; 

que  de  un  moro  un  rey  piadoso 

bien  puede  tomar  venganza. 

Rey. 

i  Por  vida  de  Oranteo,  que  es  la  vida 
que  más   estimo  que   la  mía  propia, 
y  así  de   aquella   Laura  mal  nacida 
se  cuente  el  fuego  que  abrasó  a  Etiopia, 
que  el  alma  que  has  bañado,  enternecida, 
de  tus  lágrimas  tiernas;  en  la  copia; 
no  tenga  cosa  que  de  gusto  llame 
hasta  vengarte  dése  'loco  infame ! 

Dime   su  nombre  luego. 

Laura. 

Antes  querría, 
por  no  alterar  negocio  tan  secreto, 
que  esta  noche  castigues  su  osadía, 
que  yo  te  lo  daré  preso  y  sujeto; 
porque  en  desamparando  el  sol  el  día. 
perdido  a  Dios,  a  ti  y  a  mí  el  respeto, 
salta  un  jardín,  y  con  desnudo  filo 
me  fuerza  y  goza  por  el  mismo  estilo. 

Rey. 
¿Hay  tal  maldad?  ¿Has  entendido,  Conde, 
esta  violencia,  este  crimen  feo? 
¿  Qué   fábula,   qué  historia  corresponde 
deste  cruel  al  infernal  deseo? 
¿  En  qué  sagrado,  en  qué  lugar  se  esconde 
el   infame  trasunto  de  Tereo? 
¡  Muera !  Apercibe  un  arcabuz,  Rufino. 

Rufino. 
Tiempo   hay  de   castigar   su   desatino. 
No  con  tanto  furor;  espera  un  poco. 
Rey  eres,  bien  podrás  matarle. 

Rey. 

¡  Oh,  cielo,  (I) 
qué  ciego  en  el  error  ajeno  toco, 
y  cómo  en  su  castigo  me  desvelo ! 
¿  Su  pensamiento  puedo  llamar  loco 
cuando  del  mío  el  mismo  error  recelo; 
que  si  a  Lisandra  yo  gozar  pensara. 


(i)     Así   en   el   manuscrito.    El  impreso    dice:    "Re- 
celo",  que   alarga   el   verso. 


¿qué  violencia,  qué  fuerza  no  intentara? 
¡  Oh,  hermosura  divina,  honesta  y  grave ! 
¿Por  qué  el  gozarte  puedo  llamar  culpa, 
si  al  hechizo  de  lengua  tan  suave 
el  mismo  Rey  pudiera  hallar  disculpa? 
Rufino,  hoy  tienes  mi  privanza  y  llave, 
aunque  esta  ceguedad  tanto  me  culpa, 
si  esta  mujer  negocias  que  me  quiera. 

Rufino. 
¿Tan  tierno  estás? 

Rey. 

Sus  ojos  considera. 
Rufino. 
¿  Luego  ya  el  arcabuz  no  se  apercibe  ? 
Rey. 

¡  Dichoso  aquel  que  con  tan  dulce  engaño 
el  justo  premio  de  su  amor  recibe. 

Rufino. 
Hablarla  quiero. 

Rey. 
¡  Oh,  pensamiento  extraño  ! 
Estados,  oro,  perlas  apercibe 
si  se  moviere  a  remediar  mi  daño. 

Rufino. 
Calla,  pues  que   conquistas  fortaleza 
que  tiene  rota  ya  la  mejor  pieza. 

Lisandra,  el  Rey,  de  tus  amores  ciego, 
por  su  gusto  te  ofrece  montes  de  oro. 
Rey  es,  en  fin;  de  un  rey  estima  el  ruego, 
pues  ya  ni  pierdes  fama  ni  decoro. 
Sigúese  desto  la  venganza  luego 
de  aquel  tu  amante  transformado  en  moro, 
y  que  serás  tenida  en  el  respeto 
que  la  que  puede  a  un  rey  tener  sujeto. 

Laura. 
Conde,  cuando  quien  es  el  Rey  no  fuera, 
merece  lo  que  pide  su  persona. 
Dile  que  soy  su  esclava,  y  que  quisiera 
ser  la  reina  mayor  que  el  mundo  entrona. 
Pero  cual  soy,  supuesto  que  difiera 
con  tal  desigualdad  a/su  corona, 
le  serviré,  sujeta  a  hacer  su  gusto. 

Rufino. 
Solicitas  tu  bien  y  haces  lo  justo. 
¿Dónde  vives? 

Laura. 
Espera  mientras  salgo 


ACTO  PRIMERO 


123 


a  llamar  un  criado  que  te  enseñe. 

Rufino. 
¿  Es  escudero  ? 

Laura. 
Es  un  honrado  hidalgo. 
Rufino. 

A  un  rey,  en  fin,  se  cumple  cuanto  sueñe. 
¿  No  me  aseguras  más  ? 

Laura. 

Bien  creo  que  valgo 
para  poder  quitar  la  fe  que  empeñe. 

Rufino. 
Despídete  del  Rey. 

Laura. 

Dile  mi  intento. — 
No  va  saliendo  mal  mi  fingimiento. 

Rufino. 

Esta  dama  te  pide  ya  licencia. 
Re^. 
¿Pues  qué  has  hecho,  Rufino? 
Rufino. 

He  negociado 
lo  que  me  enseña  el  arte  y  la  experiencia 
de  algunas  destas  diosas  que  he  tratado. 

Laura. 
Aunque  siento  dejar  vuestra  presencia, 
detenerme,  señor,  será  excusado, 
que  me  esperan  aquí  deudos  y  un  coche. 

Rev. 
¿  Pues  cuándo  podré  veros  ? 
Laura. 

Esta  noche. 
Rev. 
Adiós. 

Laura. 

El  te  dé  vida. 

Rev. 

Conde  amigo, 
¿cómo  ha  sido  mi  bien?  Mujer  tan  brava, 
¿tan  tierna  luego  se  mostró  contigo? 

Rufino. 
Este  nombre  del  rey  todo  lo  acaba. 
Un  criado  enviará  que  ha  de  ir  conmigo 
a  enseñarme  su  casa. 


Rey. 

No  faltaba 
sino  que  ahora  el  Príncipe  viniese, 
para  que  estorbo  de  mi  gusto  fuese. 

(Oranteo   entre.) 

Oranteo. 
Una  dama  que  aprisa  ahora  sube 
en  un  coche,  señor,  me  envía  a  hablarte  ; 
aunque  apenas  su  voz  oyendo  estuve, 
cuando  cuatro  caballos  pica  y  parte. 
No  he  visto  yo  cometa  romper  nube 
como  ella  vuela  y  deja  tierra  aparte. 

Rey. 
¿  Qué  fábulas  son  éstas  que  me  dices 
y  adornas  de  retóricos  matices  ? 

Oranteo. 
¿No  quieres  que  te  diga  su  recado? 
Rey. 
¿Es  una  que  salió  de  hablar  conmigo? 

Oranteo. 
Es  una  que  contigo  hablando  ha  estado. 

Rey. 
¿Y  sabes  tú  lo  que  es? 

Oranteo. 

Yo  soy  testigo. 
Dice  que  porque  tú  la  has  infamado 
de  fea  y  necia,  vino  a  hablar  contigo; 
y  por  mostrar  mejor  su  entendimiento, 
de  improviso  fingió  del  moro  el  cuento. 

Lo  que  es  satisfacción  de  su  hermosura 
no  ha  sido  poca  ver  que  quedas  loco 
y  que  el  necio  del  Conde  te  procura 
tu  gusto,  que  a  mi  cuenta  será  poco. 
Si  es  Laura  fea  o  necia,  o  por  ventura 
a  amarla  con  hechizos  me  provoco, 
júzgalo  tú,  que  yo  con  esto  he  dado 
el  recado  que  Laura  me  ha  mandado. 
{Vase   el    Príncipe.) 

Rey. 
¿Hay  desvergüenza,  hay  tal  atrevimiento 
que  se  pueda  igualar  al  desta  infame? 
¿A  un  rey  se  sufre  hacer  tal  fingimiento? 
¿A  un  rey,  y  que  su  sangre  no  derrame? 
:  Laura  en  mis  ojos?  ¿Laura  en  mi  aposento, 
y  en  ocasión  en  que  yo  la  incite  y  ame? 


124 


LAURA  PERSEGUIDA 


¡  Corrido  estoy  de  entrambos,  y  de  suerte, 
que  les  quisiera  dar  violenta  muerte ! — 
Conde,   ¿qué  dices  desto? 

Rufino. 

Estoy   sin    seso, 
y  por  mi  parte  de  la  burla  airado. 

Rey. 
¿  Laura  burlar   a  un   re>'  con  un   suceso 
de   tanto  sentimiento   acompañado  ? 
¡  Muera  la  infame  !  ¡  Ponme  en  cárcel  preso 
el  hijo,  como  víbora  engendrado! 

Rufino. 

¿Qué  te  parece  del  fingido  moro? 
¿He   de  ir  con  arcabuz? 

Rey. 
¡  Mi  afrenta  lloro  ! 

Fin   del   primer   acto. 


ACTO  SEGUNDO 
FIGURAS  DEL  SEGUNDO  ACTO 


El  Príncipe  Oranteo. 
El   Conde    Rufino. 
El   Rey   Pirandro. 
Laura,    dama. 
Leonarda,   dama. 


Octavio,  secretario. 

Flavio. 

Camilo. 

Belardo. 


{Sale  Leonarda  y  Oct.wio.) 

Octavio.         Es  del  Príncipe  el  remedio, 
Leonarda,    aquesta    invención. 

Leonarda.  Sí,  pero  mala  razón 

ponerme  a  mí  de  por  medio. 

Octavio.         ¿Por  qué?  ¿Tan  falta  naciste 
de  ingenio,  de  industria  y  arte, 
que  no  sabrás  transformarte 
en  quien  tanto  hablaste  y  viste? 

¿Ser  Laura  no  fingirás 
por  un  momento. 

Leonarda.  Sí  haré : 

Pero  no  sé  si  sabré 
imitarla. 

Octavio.  Sí  sabrás; 

que  yo  te  daré  el  vestido 
que    aquí    Laura    ayer    dejó 
cuando  en  hombre  se  mudó, 
que  mayor  ejemplo  ha  sido. 

Porque  si  en  medio  del  día, 
vuelta  en  hombre  una  mujer. 


pudo  a  un  rey  tan  (i)  sabio  hacer 
tal  engaño  y  tropelía, 

mejor  de  noche  podrás 
fingirte  Laura,  por  bien 
del   Príncipe,   que  también 
a  Laura  remedio  das. 

Leonarda.       ¿Y  qué  te  ha  movido  a  ti, 

sin  que  los  dos  esto  entiendan? 

Octavio.     ¿Y  es  poco  que  se  defiendan 
del  Rey  airado,  por  mí? 

¿No  ves  que  como  el  Rey  vea 
que  Laura  me  dice  amores, 
que  eres  tú,  cuyos  favores 
haremos  que  escuche  y  crea, 
pensará  que  la  ha  dejado 
el    Príncipe,   y   ella   a   él, 
templando   el   pecho  cruel 
con  Laura  inocente,  airado? 

Y  así  vivirán  en  paz 
Laura,  Oranteo  y  el  Rey, 
que  como  alarbe  sin  ley, 
siempre   ha   estado   pertinaz. 

Leonarda.       De  tu  ingenio.   Octavio   mío, 
había  de  ser  el  engaño 
tan    peregrino    y    extraño. 

Octavio.     Que  será  su  bien  confío. 
El   ser  fiel   y   piadoso 
me  mueve  a  hacer  estas  paces. 

Leonarda.  Por  este  bien  que  le  haces 
mereces   quedar   famoso. 

Octavio.        Algún  día  lo  sabrán, 
y   verán    si    soy   fiel. 

Leonarda.  ¿Qué  paga  te  espera  del? 

Octavio.     ¡  Ay  de  mí,  si  me  la  dan! 

Leonarda.       ¿Qué   tengo   de   hacer? 

Octavio.  No  más 

de    irte    a    poner   el    vestido. 

Leonarda.  Pues  voime,  Octavio  querido, 

que   hoy   transformado   me   has. 

Octavio.         En  una  diosa  quisiera 

como  Venus,  Juno  y  Palas, 
a  quien  tú,  Leonarda,  igualas, 
que  Laura  es   cosa  ratera. 

Leonarda.       De  que  te  parezca  mal 
estoy   yo    muy   satisfecha. 

(Fase.) 

Octavio.     Tan  mal,  que  el  alma  sospecha 
que  es  Laura  sol  celestial. 


(i)     Falta  esta  palabra  en  el  impreso;  pero  consta 
en  el  manuscrito. 


ACTO  SEGUNDO 


125 


cuyo   hermoso   resplandor 
hacerme   muy   presto   aguarda, 
al  Príncipe  y  a  Leonarda, 
al  Rey  y  a  Laura,  traidor. 

Brava   quimera   levanto 
siendo   falso  el   fundamento ; 
pero   ¿  cómo   podrá  el   viento 
obligarse  a  peso  tanto? 

Leonarda   tiene   creído 
que   aqueste   engaño  es   piedad, 
con  que   reduzco  a  amistad 
al   hijo   y   padre   ofendido. 

El  Príncipe  ha  de  entender 
que  es  su  Laura  esta  Leonarda ; 
El  Rey  que  la  olvide  aguarda 
por  darle   propia  mujer. 

Laura  a  todo  está  inocente; 
ved  si  de  balde  me  pinto 
en   el    mayor   laberinto 
que    humana    memoria    siente. 

(Entre   el    Rey.) 

Rey.  ¿Has  puesto  a  punto  el  engaño, 

Octavio   amigo  ? 
Octavio.  No   soy 

de   los   que   prometen   hoy 

y   pagan   al   fin  del   año. 
Venga  el   Príncipe,   y   verá 

que  Laura  a  más  de  dos  quiere, 

porque    de    mujer    no    espere 

que   con   uno   firme  está. 
Rey.  ¿  Que   tienes   ya   prevenido 

que  con   sus   ojos  lo  vea? 
Octavio.     Y  haré  que  este  engaño  crea 

hoy    el    más    noble    sentido, 
que    en    efecto    son    los    ojos. 
Rey.  Si   hoy   salimos   con  la  gloria. 

Octavio,    desta    vítoria, 

serán    tuyos    los    despojos. 
A  Laura  te  doy. 
Octavio.  No  quiero, 

señor,  otro  premio  alguno. 
Rey.  y  que  no  ha  de  ser  ninguno 

a  tu   privanza   primero. 
Voy   por   el   Príncipe. 
Octavio.  En  tanto 

el  engaño  tendré  a  punto. 

Extrañas  máquinas  junto; 

bravo  edificio  levanto. 

Si   el    fin   al   ánimo   sigue, 

dichoso  puedo  esperalle. 


(Leonarda,  con  el  vestido  de  Laura.) 

Leonarda.  ¿  Parécese  a  Laura  el  talle  ? 
Octavio.     ¿Qué  habrá  que  el  amor  no  obligue, 
pues  siendo  Laura  una  fea, 
por  hacerme  a  mí  placer 
dejas  tu  ser  por  su  ser? 
mas  no  porque  siempre  sea ; 

que  luego  serás  Leonarda 
y  la  luz  del  alma  mía. 

{El  Rey,  el   Conde  y   Oranteo.) 

Oranteo.     ¿Laura  hacer  eso  podía? 
Rey.  "¿Laura  no?  Príncipe,  aguarda; 

que  el  Conde  que  los  vio  juntos 
no  se  debió  de  engañar. 
Rufino.       Este  fué  el  mismo  lugar, 

y  aquí  se  juntan   por  puntos. 
Y  mira  si  esos  dos  son. 
Oranteo.     De  Laura  es  aquel  vestido. 
Rey.  y  el  alma  y  cuerpo,  que  han  sido 

tu    cielo    y    adoración. 
Leonarda.       Mal  correspondes,  Octavio, 

a  mi  infinito  querer. 
Octavio.     ¿Cómo  tengo  yo  de  hacer 
al  Príncipe  tanto  agravio? 

Si  una  mujer  libre  fueras, 
Laura,  y  no  de  quien  lo  eres, 
entre  infinitas  mujeres 
ser   amada  merecieras. 

¿'Pero  quién  le  ha  de  quitar 
a  un  príncipe  su  contento  ? 
Rey.  ■  ¿  No  escuchas  aquello  atento  ? 

Ella  le  viene  a  rogar. 
Oranteo.         ¿  Posible  es  que  Laura  es  ésta  ? 

¡  Que  tal  bajeza  hay  en  Laura ! 
Leonarda.  Vuelve,   mi    Octavio;    restaura 
mi  vida  con  tu  respuesta ; 

que  yo  vivo  tan  cansada 
con  ese  Príncipe  loco. 
que  hago   en   dejarle   poco, 
bien  quejosa  y  mal  pagada. 

Fuera  deso,  el  padre  airado, 
que   casarle   ha   pretendido, 
me   ha   buscado   y   perseguido, 
y   de  muerte   amenazado. 

Pues   yo,   triste,   desta   suerte 
dejarle   pienso  y  amarte, 
por  no  A'er  en  cada  parte 
tantas  sombras  de  m.i  muerte. 

Haz,  Octavio  amigo,  el  ruego 
de  una  afligida  mujei-. 


126 


LAURA  PERSEGUIDA 


Octavio,    Antes  que  tal  venga  a  hacer, 
Laura,  me  echaré  en  un  fuego. 

Oranteo.         ¡  Ah,  Laura,  que  a  tanto  amor 
diste  tan  injusta  paga! 
Deja,  Rey,  que  aquesta  daga 
vengue  mi  perdido  honor. 
IMorirá  la  infame. 

Rey.  Tente. 

Octavio.  Grente  suena,  no  estás  bien; 
ven,  Laura,  conmigo;  ven, 
que  es  conocida  esta  gente. 

{Vansc  Leonauda  y  Octavio.) 

Oranteo.         Si  verla  muerta  deseas. 
Rey,  déjamela  matar. 

Rey,  Ya  me  quiero  contentar 

con    que    sus    maldades    veas. 

Que  te  aseguro  que  es   faina 
de  aquesta  corte  y  de  fuera , 
que  no  hay  hombre  que  la  quiera 
que  no  la  tenga  por  dama. 

Sino  que  tú,  confiado 
en  su  regalo  y  blandura, 
has  dado  en  esa  locura 
de  que  eres  único  amado. 

Oranteo.         ¿  Quién  había  de  pensar 
que  esto  pudiera  caber 
no  en  amor,  si  la  mujer 
dura  tan  poco  en  amar, 

sino  en  interés,   pues   era 
tan  cierto  que  me  casara 
con  ella,  que  no  bastara 
cosa  que  el  cielo  no  fuera? 

Y  cuando  por  nada  desto 
esa    mujer    se    obligó, 

el  temor  no  la  estorbó 

del  peligro  en  que  se  ha  puesto. 

No  temió  verse  perdida. 
Bien  dicen  que  cuando  quieren 
deseo  y  gusto  prefieren 
a  su  interés,  honra  y  vida. 

¡  Oh,  cómo  a  ver  me  has  traído. 
Rey,  el  mayor  desengaño ! 
Rey.  En  declararte  este  engaño 

semejante  al  tiempo  he  sido. 

Y  un  desengaño  y  consejo 
como  aqueste  que  te  he  dado 
siempre  fué  bien  acertado, 
por  la  cordura  de  un  viejo. 

Esto  Dios  lo  ha  permitido, 
pues  era  dejar  tu  intento 


con  tan  bajo  casamiento 
todo  tu  reino  perdido. 

Resta  que  cumplas  ahora 
la  palabra  que  me  has  dado; 
que  ya   tu   reino   alterado 
favor   contra   Laura   implora. 

Que  como  estorbarla  ven 
tu  casamiento,  no  hay  duda 
que  a  su  casa  el  vulgo  acuda 
y  áspera  muerte  le  den. 

Esta  Infanta  es  bella  dama, 
y  digna  de  tu  mujer, 
como   lo   puedes   saber 
de  lo  que  dice  la  fama. 

Yo  haré  que  partan  por  ella, 
y  tú,  mientras  viene,  olvida 
esa  mujer  abatida, 
que  todos  se  cansan  della. 

Ye  a  matar  el  conejuelo 
con  ballesta  o  arcabuz 
cuando   de   su  hermosa  luz 
el  sol  desampare  el  suelo. 

Sigue  la  cobarde  liebre 
hasta  cansalla  y  matalla, 
que  aquel  rato  de  batalla 
es  justo  que  se  celebre. 

O  podrás  volar  la  cuerva 
con  el  sutil  baharí, 
o  seguir  el  jabalí 
que  se  esconde  entre  la  hierba. 

Podrás  pescar  con  redaya 
las   truchas   de   aqueste   río, 
o  en  cosas  de  mayor  brío 
tener  la  tristeza  a  ra>a. 

Haz   una  justa,  un  torneo, 
dente  veinte  mil  ducados, 
y  otros  veinte  éstos  gastados. 
Oranteo.     Conozco  tu  buen  deseo, 

y  cuan   obligado   estoy 
a  pedirte  de  mi  ofensa 
perdón,  tomando  en  defensa 
la  palabra  que  te  doy. 

De  rodillas  por   el   suelo 
de   mi   locura   corrido, 
padre  y  señor,  te  lo  pido, 
y  con  la  humildad  que  al  cielo. 
Rey.  Álzate,  que  esa  humildad 

a   tu   valor   corresponde. — 
¿  Qué  os  parece  desto,  Conde  ? 
Rufino,       Que  hoy  se  abrase  la  ciudad 

de  luminarias  y   fiestas 


ACTO  SEGUNDO 


12: 


Rey. 


Rufino. 
Rey. 

Oranteo. 
Rey. 


Oraxteo. 
Rey. 


por  nuevas  de  tanto  bien. 
Ahora,  pues,  conmigo  ven, 
y  haz  cuenta  que  ya.  te  aprestas 

para  partir  por  la  Infanta. 
En   todo   serás   servido. 
Hijo,  una  palabra  os  pido, 
ya  que  esa  cordura  es  tanta. 

¿  Cómo,  señor? 

Que    no    habéis 
de  ofender  en  ningún  modo 
a  Laura,  para  que  en  todo 
olvido  y  valor  mostréis. 

Bien  puedes  estar  seguro. 
Mil  siglos  te  guarde  el  cielo. 


( 


(Vayanse   y   quede   Oranteo   solo.) 

Oranteo. 
Que   no   se   ofenda,   recelo, 
de  que  habré  de  ser  perjuro. 

Falsa,  inconstante  más  que  ramas  y  hojas 
del  árbol,  que  jamás  el  viento  deja. 
¿Posible   es    que    el    estrecho   lazo   aflojas 
del  firme  amor,  que  ya  con  él  se  aleja? 
¿  Que  del  vestido  antiguo  te  despoj  as, 
sin  que  tuvieses  género  de  queja, 
y  estando  al  alma  tanto  tiempo  asido 
con  propia  mano  y  gusto  le  has  rompido? 

¿Aíejor  es  que  yo  Octavio?  ¿Cómo  a  Octavio 
ruegas?  Y  Oictavio,  infame,  te  desecha; 
que  desto  más  que  de  mi  mal  me  agravio, 
;¡ues  ruegas,  y  tu  ruego  no  aprovecha. 
Octavio,  Laura,  es  sabio,  y  como  sabio, 
el  fin  de  ese  tu  amor  piensa  y  sospecha; 
por  él  me  dejas,  y  él  a  ti  por  loca, 
que  es   muy  vil  la  mujer  cuando  provoca. 

Laura,  en  quien  yo  jamás  contra  mi  gusto 
hallé  de  qué  quejarme,  me  ha  vendido; 
Laura  me  ha  dado  celos  y  disgusto, 
Laura  ha  rogado  y  desechada  ha  sido. 
¿A  quién  pudiera  dar  crédito  justo, 
si  no  fueran  los  ojos  }•  el  oído 
testigos,  que  no  dársele  sería 
decir   que  es  noche  la  mitad  del   día? 

¡  Ay  de  mí,  que  me  abraso !  ¿  Ay  de  mí,  triste  !, 
que  una  mujer  que  ayer  me  regalaba 
hoy  ruega  a  un  hombre  que  a  su  amor  resiste, 
y  la  desecha  como  a  vil  esclava. 
Tú  fuiste,  Laura ;  caña  inútil  fuiste, 
cuya  verdura  el  sol  de  julio  acaba; 
con  celos  me  has  dejado.  Pues  no  creas 


que  es  posible  gozar  lo  que  deseas. 

¿  Mas  qué  he  de  hacer,  que  en  fin  muero, 
muero  de  celos  }•  rabio? 

(Octavio  entre.) 

Octavio.     ¿Qué  voces  das? 

Oranteo.  De  un  mal  fiero 

quejándome  estaba,  Octavio, 
porque  remedio  no  empero. 

Octavio.        ¿  Tú  mal  ? 

Oranteo.  Yo  mal  insufrible, 

tan  peligroso  y  terrible, 
que  el  alma  me  abrasa  y  arde. 

Octavio.     Estás  bueno,  Dios  te  guarde: 
sin  duda  es  mal  invisible ; 
y  males  que  desa  suerte 
tienen  el  alma  afligida, 
aunque  su  tormento  es   fuerte, 
pueden  molestar  la  vida, 
pero  no  causar  la  muerte. 

¿  Habrás  con  tu  padre  habido 
malas  palabras? 

Oranteo.  No  ha  sido 

de  mi  padre  enojo,  Octavio, 
sino  de  Laura  un  agravio. 

Octavio.     ¿Qué  agravio? 

Oranteo.  Celos  y  olvido. 

Octavio.         ¿De  Laura  engañado  estás, 
que  vive  Dios  que  te  adora? 

Oranteo.     ¿Niegas,  villano?  ¿Eso  más? 
Pues  con  esta  daga  ahora 
la  verdad  confesarás. 

Octavio.         ¡  Jesús  !  ¿  Tu  daga  en  mi  pecho  ? 

Oranteo.     Sí,  que  aunque  estoy  satisfecho 
de  que  no  me  has  ofendido, 
ya  lo  tienes  merecido 
por  lo  que  conmigo  has  hecho. 

Octavio.        ¿Qué  he  hecho? 

Oranteo.  Haberme  encubierto 

que  Laura  traición  me  hacía. 

Octavio.     Por  no  darte  pena,  es  cierto 
que  esa  maldad  te  encubría. 

Oranteo.     ¡  Ay,  Octavio,  }  o  soy  muerto  ! 
¡  Qué  gran  ventura  has  tenido 
en  que  yo  propio  haya  oído 
>  que  consentir  no  querías. 

Octavio.     De  Laura  habrá  pocos  días 
que  soy,  señor,  perseguido. 

Mas  otros  hay  en  la  corte, 
cuyos  nombres  yo  no  sé, 
aunque  la  vida  te  importe. 


128 


LAURA  PERSEGUIDA 


con  quien  menos  casta  fué. 
Okanteo.     ¿  Que  esto  escuche  y  me  reporte  ? 

Vete  de  aquí. 
Octavio.  Yo  me  voy. 

Oranteo.     Vuelve,  que  a  fe  de  quien  soy 

que  la  he  de  olvidar  por  fuerza. 
Octavio.     No  poca  razón  te  esfuerza. 
Oranteo.     Basta  el  desengaño  de  hoy. 
Llama  dos  criados  luego. 
Octavio.     ¿Qué  castigo  hacerla  quieres? 

Mira,    señor,    que    estás    ciego. 
Oranteo.     Yo  no  castigo  a  mujeres; 

abrase  a  Laura  mal   fuego. 
A  lo  que  me  obliga,  haré  (i), 

mi  honor. 
Octavio.  Pues  luego  vendré. 

Okanteo.     Porque  hierro  no  ha  de  entrar 

a  deshacer  el  altar 

del   ídolo  que  adoré. 
No  tengas  deso  recelos, 

que  hoy,  testigo  son  los  cielos, 

la  quiero  más   que  jamás, 

porque  amor  se  aumenta  más 

con  esto  que  llaman  celos. 
Aborrézcola  en  extremo, 

aunque   llore   y   se   desangre, 

y  escucharla  o  verla  temo ; 

quisiera   beber   su   sangre, 

y  por  hablalla  me  quemo. 
Pero  no;  yo  he  de  morir 

y  el  alma  se  ha  de  sufrir. 

(OcTAvro,  Flavio  y  Camilo.) 

Octavio.     Aquí   están   Camilo   y   Flavio. 
Oranteo.     Pues    vente    conmigo,    Octavio, 

y    ellos    nos    pueden    seguir. 
Octavio.         ¿A  pie  vas? 
Oranteo.  Basta  embozado.    • 

Octavio.     Es   decirte  menester 

que  la  que  llevas  al  lado 

no  se  mancha  en  la  mujer. 
Oranteo.     Hazte  conmigo  soldado : 

ella  está  bien  defendida. 
Octavio.     Ya  yo  entiendo  que  su  vida 

en  tu  misma  vital  aura, 

^  o  que  en  fin,  lo  ha  sido. 

Oranteo.  ¡  Oh,  Laura, 

amada  y  aborrecida ! 

{Vansc.) 


(i)     Asi    en   el   manuscrito.    En   el   impreso:    "yré". 


{Sale   Laura.) 

Laura. 

Cuando  mi  libertad  contemplo  y  miro 
que  me  quitaron  unos  ojos  bellas, 
y  veo  el  alma  en  servitud  por  ellos, 
lloran  mis  ojos  y  de  amor  suspiro. 

No  de   su  luz  hermosa  me  retiro, 
ni  de  que  el  alma  se  me  abrase  en  ellos; 
que  sin  la  posesión  bastara  vellos, 
tanto  su  gloria  y  su  grandeza  admiro. 

Cuando  yo  considero  que  soy  suya 
y  que   mis   celos   y  disgustos   causa, 
adoro  y  beso  la  áspera  cadena. 

Que  no  puede  haber  mal  que  me  destruya 
que   en  consideración  del   que  es  la  causa, 
no  vuelva  bien  el  mal,  gloria  la  pena. 

{Entren   Oranteo,   Octavio,   Flavio,   Camilo.) 

Oranteo.         Entrad  todos  libremente. 
Laura.         Señor,  ¿  tan  acompañado  ? 
Oranteo.     No  vengo  yo  con  cuidado 
de   que   murmure   la   gente. 

Y  cuando  alguno  tuviera, 
poco  entiendo   que   importara, 
porque  después  se  espantara 
de  ver  que  jamás  volviera. 
Laura.  ¿  Qué  novedad  de  razones 

de  tal  ceño  acompañadas  ? 
¿Qué  hombres  llenos  de  espadas 
hoy  a  los  ojos  me  pones? 

¿  Qué  entrada  furiosa  es  ésta  ? 
¿  Hay  enemigos  aquí  ? 
Algo  te  han  dicho  de  mi, 
que  ya  dudas   la   respuesta. 

Por   Dios,   para  ser  discreto 
muy  ignorante  has  entrado, 
aunque   te   hubieran  contado 
que  te  disfamo  en  secreto; 

que   un   hombre  que  quiere   bien, 
cuando   alguna  cosa   sabe, 
entra  solo,  aguarda  grave 
que    satisfacción    le    den, 

y  hasta  saber  bien  lo  que  es, 
la  gente  se  ha  de  excusar ; 
que  hay  hombre  que  entra  a  matar 
y  todo  es  llorar  después. 

Hecho  un  Héctor  has  venido, 
y  otra  vez  has  de  venir, 
que  espero  hacerte  reír 
con  la  furia  que  has  traído. 


ACTO  SEGUNDO 


129 


Pero  al  propósito  vamos : 
¿qué  es  lo  que  ahora  tenemos? 

Oranteo.     Bien  finge. 

Octavio.  ¡  Lindos  extremos  ! 

Laur.\.         ¿Ya  de  oído  nos  hablamos? 

Pues  calla,  Oranteo :  Octavio, 
cuéntame  tú  su  venida. 
Octavio.     En  peligro  está  tu  vida; 

mira  si  le  has  hecho  agravio. 
Laura.  ¡  Cómo,  señor,  desa  suerte 

venís  por  mal  informado! 
¿  Dicho  os  han  que  os  he  agraviado  ? 
Pues,  alto,  dadme  la  muerte; 

que  quien  nombre  de  mujer 
vuestra  ha  tenido,  si  ha  hecho 
cosa  infame,  'por  derecho 
lo  podéis,  Príncipe,  hacer. 

¿  Ese  crédito  han  ganado 
los  años  que  os  he  servido, 
lo  que  el  Rey  me  ha  perseguido 
y  vuestro  reino  alterado? 

Las  mudanzas  y  caminos, 
las  huidas  y  trabajos, 
¿ya   son  pensamientos  bajos 
de  quien  os  conoce  indinos? 

Lo  que  he  pasado  por  vos 
en  largos  discursos  nuestros, 
y  el  tener  dos  hijos  vuestros, 
que,  en  fin,  son  vuestros  y  dos. 

Estar  en  puntos  mi  vida, 
según  mal  con  ella  están, 
que  ha  quedado  por  refrán: 
"Laura  amada  y  perseguida", 

¿merece,    sin   ocasión, 
aquesa   furiosa   ira, 
fundada   en   mayor   mentira 
que  en  Troya  la  de  Sinón? 

¡  Ah,  hombres,  que  nos  tratáis 
como  a  bestias  a  unas  y  a  otras, 
que  en  sirviéndoos  de  nosotras 
o  nos  vendéis  o  matáis  ! 

Si  acaso  es  para  dejarme, 
el  testimonio  ordinario 
no  es,  Príncipe,  necesario; 
sin  él  sabré  consolarme. 

Yo  me  iré  donde  no  veas 
una  reliquia  de  mí. 
Oranteo.     Octavio. 
Octavio.  Señor. 

Oranteo.  ¿  Que    ansí 

hable  aquesta? 


Octavio.  No   la  creas. 

Oranteo.         ¡  Vive  Dios,  que  si  no  hubieran 

mis  ojos  visto  advertidos 

su  maldad,  que  los  oídos 

lo  que   oyeran  no  creyeran ! 
Mas  yo  te  vi  hablar  con  ella 

y  sé  bien  que  te  rogaba. 
Octavio.     ¿  Yo  ? 
Oranteo.  Tú  mismo. 

Octavio.  ¿  Y  qué  le  daba 

por   respuesta  ? 
Oranteo.  Aborrecella. 

JMas,  ¡  ay  de  mí!,  que  me  engaña, 

o  aquella  lengua  o  su  amor. 

Tanto,  que  a  no  haber  honor 

hiciera  una   infame  hazaña. 
¿Quién  creerá  desta  mujer, 

y  lo  que   habemos   oído, 

que  con  tantos  me  ha  ofendido? 

¿  Mas  a  quién   engaña  el  ver  ? 
No   fuera  un   pequeño   agravio 

que   perdonar    le   pudiera, 

que  como  uno  solo  fuera 

se   le   perdonara.   Octavio. 
O'CTAvro.         Si  tan  lastimado  estás, 

no  la  estimes  ni  la  dejes. 
Oranteo.     Ni   mi  gusto  me  aconsejes, 

ni  de  hablarla  me  hables  más. 
Octavio.         ¿  Pues  no  la  puedes  tener 

como  amiga? 
Oranteo.  Enemiga 

dijeras  mejor  que  amiga. 

¿Yo  amiga  tan  vil  mujer? 

Bien  lo  entiendes,  vive  el  cielo; 

que  aunque   el   adorarla  es   llano, 

no  la  tocase   una   mano 

por  los  tesoros  del  suelo. 
Ea,  que  es  mucha  ternura 

con  una  mujer  tan  mala, 

que  a  Cava  y  a  Elena  iguala. 
Octavio.  Pues  señor,  tu  honor  procura. 
Oranteo.         ¡  Hola  !,  mujer,  o  quien  eres, 

¿Dónde  esos  niños  están? 
Laura.         Presto,    mí    señor,   vendrán ; 

mas  di :  ¿  para  qué  los  quieres  ? 
Oranteo.,        ¿Y  tú  qué  tienes  con  ellos 

que  eso  me  has  de  preguntar? 
Laura.         Ser  su  madre,  y  en  amar 

su  padre  más  tierna  que  a  ellos : 
de  tu  boca  oigo  "mujer" 

por  desprecio. 

9 


130 


LAURA  PERSEGUIDA 


Oranteo. 


De  mi  boca 
eres  mujer  torpe  y  loca,    . 
y  eres  cuanto  puedes  ser. 

Eres  sol,  que  no  ha  podido, 
de  puro  frágil  y  tierno, 
romper  la  niebla  en  invierno, 
y  así  se  quedó  escondido ; 

que  aunque  el  sol  de  tu  belleza 
subió  a  lo  que  pudo  ser, 
nunca  ha  podido  romper 
la  niebla  de  tu  bajeza; 

y  eres  también  como  fuente 
de  nacimiento  tan  vil, 
que  en  pasando  el  fresco  abril 
apenas  tiene  corriente; 

y  eres  también  como  hiedra 
que    al   olmo   humilde   llegó, 
y  después   que  ella  creció, 
ni  en  ramas  ni  hojas  medra; 

y  eres   como   sol   que  arde 
para  llover  otro  día, 
porque   pague,   el   que   se   fía 
de  clara  y  serena  tarde; 

y  es  cosa,  en  fin,  manifiesta, 
Laura,  que  eres  un  laurel, 
que  no  hay  pájaro  que  en  él 
no  duerma  a  placer  la  siesta; 

y  si  de  tu  pecho  bajo 
no   tuviera  tanta  luz, 
no  me  faltara  arcabuz 
con  que  los  echara  abajo. 

Mas  ya  aquesto  se  acabó; 
vengan  los  niños. 

No  mandes, 
aunque  mis  culpas  sean  grandes, 
que  te  dé  mis  hijos  yo; 

cuanto  más  que  es  bien  te  infor- 
de  mi  vida,  si  hay  en  mí         [mes 
cosa  que  te  obligue  a  ti 
a  palabras  tan  enormes ; 

porque  me  traspase  un  rayo 
si  la  hay  en  mi  pensamiento. 
Oranteo.     Es  pedir  color  al  viento, 

tierra  al  mar  y  nieve  a  mayo. 

Salgan  los  niños  aquí, 
o  entrad  vosotros  por  ellos. 
Laura.         Déjame  llorar  con  ellos, 
señor,  pues  yo  los  parí. 

(Salgan    los    niños.) 

Hijos,   en  hora  menguada 


Laura. 


y  en  hado  triste  y  lloroso, 
del  padre  más  rigoroso 
y  madre  más  desdichada. 

Sin  duda   os  lleva  a  matar, 
porque  vuestro  padre  intenta 
vuestra  muerte  con  mi  afrenta, 
porque  se  quiere  casar. 

Si  esto  es,  en  dejando  el  suelo 
quejaos  del  tirano  a  Dios, 
que  presto  seréis  los  dos 
Castor  y  Polux  del  cielo. 

Tres   corazones   tenía 
mientras  os  tuve  a  mi  lado, 
y  a  vuestro  padre  engañado, 
por  alma  en  el  alma  mía. 

Todo  me  lo  llevan  junto ; 
mirad  si   a  la  muerte  quedo. 
Oranteo.     Octavio,  oílla  no  puedo ; 
voime,  llévalos  al  punto. 

{Vase  Oranteo.) 

Octavio.        ¿  Ahora  lloras  muy  tierno  ? 
Señora,  después  vendré 
y   este   rigor   te   diré, 
que    no    será    enojo    eterno; 

y  la  palabra  te  doy 
de  traértelos  aquí. 
Eso  esperaba  de  ti ; 
Octavio,  en  tu  mano  estoy. 

Tuya  es  mi  muerte  y  mi  vida. 
No  llores. 

¡  Ay,    desdichada, 
cuando  perseguida,  amada; 
cuando  olvidada,  ofendida ! 

{Vase  Laura.) 
{Entren  el  Rey  y  el  Conde.) 

Rey.  Pues  está  tan  sosegado, 

y  puesto  en  aborrecer 
ese  veneno,  cifrado 
en  una  loca  mujer, 
de  quien  estuvo  hechizado, 

bien  podrás,  conde  Rufino, 
hacer  aqueste   camino, 
y  traer  la  Infanta  hermosa 
que   ser   de    Oranteo   esposa 
ya  sin  excusa  imagino. 

Rufino.  Aprestaré  mi  jornada 

luego  que  esté  prevenida. 

Rey.  En  ser  o  no  dilatada 

consiste.  Conde,  mí  vida, 
deste  disgusto  acabada. 


Laura. 


Octavio. 
Laura. 


ACTO  SEGUNDO 


131 


Seis  naves  has  de  llevar; 
.   pienso  hacellas  aprestar 
tan  presto  de  bastimentos, 
que  con  estos  mismos  vientos 
puedan  alargarse  al  mar. 

Lo  que  es  la  popa,  que  aguarda 
>a  de  tu  nave  traer 
nuestra  Princesa  gallarda, 
toda  se  ha  de  guarnecer 
de  tela  encarnada  y  parda. 
Una  cama  que  un  tesoro 
valga  de  perlas  y  oro, 
irá  en  medio  de  la  popa, 
para  que  la  envidie  Europa, 
aunque  iba  endiosado  el  Toro. 

Y  luego  en  el  corredor 
que  en  la  popa  mira  al  mar 
irán  con  igual  primor 
naranjos  vertiendo  azar, 
y  flores  de  nuevo  olor. 

Irán  desde  ¡as  cubiertas. 
Conde,  hasta  las  obras  muertas, 
cortinas  ricas  y  alfombras. 

RuFixo.       Hoy  la  mar  y  tierra  asombras 
y  la  antigüedad  despiertas; 
porque  no  fué  tal  la  nave 
en  que  recibió  su  Antonio 
Cleopatra,  soberbia  y  grave. 

Rey.  Quiero  yo  dar  testimonio 

del  bien  que  en  mi  pecho  cabe. 
Que  en  fin,  haber  reducido 
un  hijo  al  primer  sentido 
y  mis  reinos  remediado, 
merece  ser   celebrado 
y  por  milagro  tenido. 

Pues  para  el  mástil  y  gavia 
una  empresa  alegre  y  sabia 
haré  que  tú  le  interpretes, 
y   cuelgue  en  los  gallardetes. 

Rufino.      .V  Atenas  juntas  y  a  Arabia 
letras  y  riqueza  abrazas. 

Rey.  De  mi  esperanza  y  deseo, 

Conde,   se  engendran  las  trazas. 

Rufino.       ¡Qué  humilde  estará  Oranteo 
si  una  vez  su  cuello  enlazas ! 

Rey.  Vamos,   que   llevo   esperanza. 

Rufino.      Todo  esperando  se  alcanza. 

Rey.  Pues   por   eso   espero.   Conde; 

porque,  en  fin,  no  hay  cosa  adonde 
no  baga  el  tiempo  mudanza. 

{Vanse.) 


(Entre  el  Príncipe.) 

Oranteo. 

Si  quise  bien  seis  años,  como  entiendo, 
¿que  olvido  me  bastó  de  sólo  un  día? 
Alas  si  me  abraso,  ¿qué  es  lo  que  me  enfría? 
¿Y  por  qué,  si  me  hielo,  estoy  ardiendo? 

¿Cómo,  si  vivo  alegre,  estoy  muriendo? 
¿Cómo,  si  huyo,  acometer  querría? 
¿Y  quién,  cuando  acometo,  me  desvía 
y  me  deja  morir  si  me  defiendo? 

¿  Quién,  si  me  rindo,  me  concede  palma  ? 
¿Y  quién  me  dice  que  el  dolor  rehuya, 
o   que  pierda  el  sentido  y  desespere? 

Honra  y  amor,  que  luchan  en  mi  altna : 
que  el  uno  quiere  que  ofendido  huya, 
y  el  otro  quiere  que  agraviado  espere  (i). 

(Entre  Octavio  con  los  niños  y  Belardo^  lab>ádor.) 

Octavio. 
Aquí  está  el  labrador  y  los  muchachos. 

Oranteo. 

Pues  entre,  Octavio,  aunque  por  bien  tuviera 
que  los  llevara  el  hombre  de  mañana. 

Octavio. 
Quedaráse   en   palacio  aquesta  noche. 
Entrad,  buen  hombre. 

Belardo. 

¿  Que  en  efecto  tengo 
de  ver  la  cara  a  su  merced,  Octavio? 

Octavio. 
Entrad,  pues  que  os  lo  digo,  que  os  importa. 

Belardo. 

Beso  los  pies  de  su  bestial  grandeza ; 
que  cierto  no  nie  ha  puesto  tanto  mi».'do 
un  camello  que  vide  cuando  niño. 
Su  pestilencia  mande  perdonarme 
si  no  traje  el  vestido  a  su  propósito, 
que  a  saber  que  su  altura  me  llamaba 
hubiera  yo  venido  a  pascualiego. 
Tampoco  mi  mujer  supo  el  sócese, 
que  le  enviara  algunos  besamanos. 

Oranteo. 
Bueno  es  el  labrador.  ;  Dónde  nacistcs? 


(i)     Asi    en    el    manuscrito.    El    impreso    dice:    "y 
el    otro    que    agraviado    desespere". 


132 


LAURA  PERSEGUIDA 


Belardo. 

Aquí  soy,  de  la  falda  de  la  sierra, 
de  un  lugar  que  se  diz... 

Octavio. 

Decid  el  nombre. 

Belardo. 
Hablando   con   perdón,   Cabezadasno. 

Oranteo. 
Por  (i)  eso  tenéis  vos  tan  gran  cabeza. 

Belardo. 
Mayor  la  tiene  su  mercé  en  mi  ánima. 

Oranteo. 

Esos  muchachos,  puede  haber  seis  años, 
que  echaron  a  la  puerta  de  mi  cámara : 
>o  los  hice  criar,  y  al  cabo  dellos, 
junto  se  les  han  muertq  padre  y  madre. 
¿  Sabréislos  vos  criar? 

Belardo. 

Sí,  por  la  gracia 
de  Dios,  que  nos  crió  desde  más  chicos. 

Oranteo. 

¿  Cómo  os  llamáis,  y  sin  perdón  ? 

Belardo. 

Belardo. 

Si  es  que  se  ha  de  arruejar  (2)  de  un  golpe  todo. 

Oranteo. 

¿Casado  sois,  en  fin? 

Belardo. 
Y  me  ha  costado 
el  serlo  andar  quizá  por  estos  montes. 

Oranteo. 
¿Vuestra  mujer  es  moza? 
Belardo. 

Hará  estas  hierbas 
tres  veinte  y  no  más  años. 

Oranteo. 

Bastan. 
¿Es  bueno  ese  lugar? 

Belardo. 

Tiene  buen  dueño. 


(i)     Así   el   manuscrito;   el   impreso:    "con". 
(2)     En  el  manuscrito:  "arrojar". 


que  cuando  menos  es  del  duque  Albano. 
Falta  salud  y  gente,  pero  tiene 
una  buena  dehesa  y  un  buen  río. 

Oranteo. 

Octavio,  el  labrador  es  a  propósito, 

que  no  tiene  palabra  de  malicia 

ni  entenderá  que  aquestos  son  mis  hijos, 

porque  cuanto  responde  es  disparates. 

Vete  con  él,  y  de  secreto  entrégaselos, 

dándole  algún  dinero  dilatado; 

críense  como  huérfanos  los  hijos 

de  una  mujer  tan  mala  como  Laura;  . 

calcen  abarcas,  vístanse  pellejos. 

Octavio. 

En  todo  voy  siguiendo  tus  designios. 

Oranteo. 

Y  vuelve  por  su  casa,  que  te  aguardo 
a  su  puerta  sentado. 

Octavio. 
¿A  qué  propósito 
sentado  ahora  a  puertas  desa  dama? 

Oranteo. 

Haz  tú  lo  que  te  digo. 

Octavio. 

Iré,  sin  duda. 

(Viiyasc   Oranteo-) 

¿  Sabéis,  Belardo,  ya,  como  estos  niños, 
aunque  sean  echados  a  la  puerta, 
han  de  tenerse  y  estimarse  en  mucho? 

Belardo. 

Digo,  señor,  que  los  tendré  yo  en  tanto 

como  una  torre  que  tuviera  a  cuestas ; 

ni    habrá   dos    ruiseñores    enjaulados 

que  con  pasta  de  almendra  y  corazones 

se  críen,  engañando  con  el  gusto 

el  regalado  pico  de  su  madre, 

que    puedan    igualarse    a   su   crianza. 

Octavio. 
Haréis  en  eso  como  cuerdo,  y  luego 
que  al  aldea  lleguéis,  no  sea  muy  público 
que  son  aquestos  niños  de  la  puerta, 
ni  que  os  los  di  por  orden  de  Su  Alteza; 
sino   decid   que   son   de   gente  honrada, 
que  os  va  no  mala  paga  en  el  secreto. 
Estos  son  veinte  escudos;  si  otra  cosa 
ellos  o  vos  necesidad  tuviéredes, 


ACTO  SEGUNDO 


133 


a  mí  habéis  de  acudir. 

Belardo. 

Guárdele    el    cielo, 
que  a  fe  que  me  faltaban  sendos  bueyes 
y  me  ha  de  dar  la  vida  el  dinerillo. 
¿  Los  nombres  de  los  niños  ? 


Octavio. 


Son  los  nombres 


Pascual  >'  Jorge. 

Belardo. 
Buenos  nombres  tienen. 
Octavio. 
(Los  nombres  les  mudé.) — Vamos,  amigo. 

Belardo. 
Ea,  Jorge  y  Pascual,  veni  conmigo- 
{Vanse.) 

(Entre  Oranteo  de  noche.) 

Oranteo.     Puertas  de  mi  Laura  hermosa, 
calle  donde  me  perdí, 
oíd  una  injusta  cosa, 
que  es  hablarla  desde  aquí 
con  voz  de  amigo  amorosa. 

Ojos  que  un  tiempo  me  hicistes 
vuestro  dulce  sueño,  y  distes 
a  mi   fe  tal  galardón, 
¿qué  es  de  aquella  posesión? 
¿Qué  es  de  la  fe  que  me  distes? 

¿  Qué  es  de  aquel  antiguo  amor, 
que   al  más  encendido   igualo 
mientras  que  duró  su  ardor? 
¿Qué  es  del  pasado  regalo? 
¿Qué  es  del  pasado  favor? 

¿  Qué  es  de  aquellos  desvarios 
por  mi  enojo  y  mis  desvíos? 
¿Qué  es  de  aquel  mirar  tan  grave 
¿Qué  es  de  aquel  llanto  suave? 
¿Dó  está,  decid,  ojos  míos? 

¿Tan  presto  se  lleva  el  viento 
fe  tan  fundada  en  tener 
firme  siempre  el  pensamiento? 
Mas  fe  fundada  en  mujer 
no  tiene  buen  fundamento. 

Si  mí  palabra  rompistes, 
y  dicen  que  de  otro   fuistes, 
y  por  ventura  de  dos, 
¿qué  puedo  esperar  de  vos, 
qué,  pues  atrás  os  volvistes  ? 


¿Cuál  hombre  no  ha  de  creer, 
viendo  al  pasado  lugar 
hoy  al  Príncipe  volver, 
que  no  ha  de  volver  a  hablar 
esta  hechicera  mujer? 

¿De  qué  sirve  fingir  bríos 
ni  que  están  los  pechos  fríos  ? ; 
que  antes  que  aparte  un  desdén 
dos  que  se  han  querido  bien 
atrás  volverán  los  ríos. 

(Entre    Octavio.) 

Oranteo. 
;  Quién  va? 

Octavio. 
Yo  soy,  señor;  ¿ya  desconoces 
a  Octavio? 

Oranteo. 
¡  Oh,  buen  Octavio  !  ¡  Y  qué  consuelo 
tu  venida  me  ha  dado,  porque  estaba 
perdiendo  el  seso  de  tristeza  pura ! 

Octavio. 
Pues  ya,  señor,  ¿qué  causas  tener  puedes? 
¿Ya  no  eran  tus  tristezas  acabadas? 
¿En  tu  poder  no  tienes  tus  dos  hijos, 
y  castigas  en  esto  su  vil  madre  ? 
¿  No  tienes  con  el  Rey  paz  y  contento, 
y  es  ido  el  Conde  por  tu  esposa  a  Hungría? 
¿  Tu  reino  que  te  adora  sosegado, 
que   solía   decir   públicamente 
que  habían  de  matar  entre  tus  brazos 
esta  mujer  a  cuyas  puertas  vienes? 

Oranteo. 
Esta  mujer  a   cuyas   puertas  vengo, 
si  he  dedecir  verdad,  Octavio  amigo, 
y  verdad  que  a  ninguno  confesara, 
tengo  clavada  en  medio  de  este  pecho, 
abrasado  de  celos  y  de  agravios, 
por  los  celos  que  tú  y  el  Rey  me  distes, 
la  quiero  mucho  más  que  la  quería. 
Por  los  agravios  le  deseo  la  muerte ; 
y  como  agravios,  del  honor  son  hijos, 
que  los  ayuda  luego  como  padre, 
vencerán  mis  agravios  a  mis  celos. 
No  la  hablaré,  si  por  hablarla  viese 
bajarse  las  estrellas  a  la  tierra 
y  subirse  los  árboles  al  cielo, 
dar  bramidos  el  sol,  bramar  la  luna, 
cantar  los  peces  y  abrasar  el  agua  (i). 

(i)     Quizá    diría:    "la    nieve",    porque    abrasar    el 
agua   es   cosa   fácil,   cuando  está   muy   caliente. 


134 


LAURA  PERSEGUIDA 


Octavio. 
Hurtado  le  has  a  algún  poeta  eso; 
pero  si  hablarla  no  es  tu  gusto,  o  es  fuerza, 
que  ya  no  la  has  de  hablar,  ¿para  qué  vienes 
a  meter  por  la  puerta  los  suspiros, 
y  a  bañar  los  umbrales  con  tus  lágrimas? 
¿No  sabes  que  si  aquellos  que  se  amaron 
con  pequeña  ocasión  a  verse  vuelven, 
es  acercase  el  fuego  con  la  pólvora? 
Quitemos  la  ocasión,  vuelve  a  palacio, 
no  pueda  más  una  mujer  que  un  hombre; 
y  si  no  es  la  mujer,  es  más  vergüenza, 
pues  puede  más  que  un  hombre  aquesta  calle, 
que  no  me  negarás  que  estás  en  ella. 

Oranteo. 

Octavio,  sufre  tú  lo  que  yo  paso 
y  dame  ese  tu  pecho  exento  y  lilire, 
que  yo  me  volveré  luego  a  palacio, 
y  si  no  puede  ser  que  uno  por  otro 
sufra  las  penas  que  padece  el  alma, 
ni  aun  las  enfermedades  de  los  cuerpos, 
vete  tú  libre,  y  déjame  a  mi  loco, 
que  vive  Dios  que  estoy  perdiendo  el  seso, 
y  que  ha  de  amanecerme  en  esta  calle. 

Octavio. 
¡  Buenos  estamos  de  esa  suerte ! 

Oranteo. 

i  Ah,  cielo, 
y  qué  mal  me  hizo  un  desengaño ! 
Fuérase  Laura  vil  cuanto  quisiera, 
fuérase  Laura  una  mujer  infame, 
no  lo  vieran  mis  ojos  claramente, 
que  lo  demás  de  nadie  lo  creyera, 
aunque   fuera  del  alma  que   me   rije. 
¡  Que  a  Laura  me  han  quitado,  que  no  tengo 
a   Laura,  ni  la  hablo,  ni  la  toco; 
que  no  me  puedo  regalar  con  Laura, 
que  sus  dulces  palabras  ya  no  escucho, 
que  no  la  he  de  ver  más ! — íLlama  a  esa  puerta. 

Octavio. 

¿  Cómo,  señor,  que  llame  dices  ? 

Oranteo. 

Llama. 
OctAvio. 

No  me  mandes  que  llame. 
Oranteo. 

¡  Vive  el  cielo, 
que  te  atraviese  con  aquesta  daga! 


Octavio. 

Yo  llamaré. 

Oranteo. 

No  llames;  tente,  espérate. 
Octavio. 
¿Que  ya  no  he  de  llamar? 
Oranteo. 

No,   que  me  vence 
un  vergonzoso  honor,  y  en  este  medio 
que  tan  ciego  me  viste,  abrió  mis  ojos, 
y  me  enseñó  mi  error.  Escucha;  siéntate. 

Octavio. 
¿  Adonde  ? 

Oranteo. 

En  este  suelo. 

Octavio. 

Por  mi,  siéntome. 
Oranteo. 
¿Entretenerme  en  algo  no  pudieras? 

Octavio. 
Si  hiciera  luna,  no  faltaran  naipes. 

Oranteo. 
Cuéntame  un  cuento. 

Octavio. 

¿Yo  cuento?  Soy  contento. 
Ya  va,  comienzo:  Erase  que  se  era... 

Oranteo. 

Di  que  era  yo,  cuando  era  yo  con  Laura... 
Mas,  ¿acabaste  el  cuento? 


Octavio. 


5ueuo   es   eso ! 


Aún  no  le  he  comenzado. 

Oranteo. 

No   le   digas, 
sino  alcémonos  presto,  y  a  la  reja 
de  Laura  algunas  piedra  tiraremos. 

Octavio. 
Yo  iré  esta  noche  sin  juicio  a  casa. 

Oranteo. 


Esta  tiro. 


Octavio. 
Yo  aquesta. 


ACTO  SEGUNDO 


135 


Oranteo. 

Ya  responde. 
Octavio. 
A  fe  que  es  este  el  cuento  que  buscabas. 

(Laura  arriba.) 

Laura. 

tCs  mi  Octavio? 

Oranteo. 

La  voz  de  Laura  es  ésta. 
;Mí   Octavio  dijo:   i  oh,  triste  desengaño! 

Laura. 

Xo  responden;  debió  de  ser  acaso. 

Oranteo. 
Cerró  y  entróse;  pérfida  enemiga. 

Octavio. 
]\Iira  que  hoy  me  mandó  guardar  sus  hijos, 
y  dije,  pretendiendo  consolalla, 
que  después  a  su  casa  volvería, 
y  ella  sin  duda  tiene  en  mí  los  ojos, 
y  así  sospecho  que  me  habló  tan  tierno. 

Oranteo. 
Ya  es  tarde,  Octavio;  Octavio,  Octavio,  déjame. 

Octavio. 
No  des  voces.  ¿No  miras  que  es  la  calle? 

Oranteo. 

:^igo  que  es  tarde  ya;  llama  a  esa  puerta, 
•luera  Laura  esta  vez.  Laura,  "mi  Octavio" ; 
■mi  Octavio",  Laura.  ¿Qué  es  aquesto,  cielos? 

Octavio. 

Xo  te  apasiones,  que  es  notable  engaño, 
que  ya  la  has  muerto,  pues  está  sin  hijos. 

Oranteo. 
Llámala,  y  muera. 

Octavio. 
Llamaré. 
Oranteo. 

Pues    presto. 
Octavio. 
¿Quién  está  acá? 

(De  adentro.) 

Laura. 
¿Quién   es? 


Octavio. 

Ya  respondió; 
mas  mira  que  no  aciertas  en  matalla ; 
porque  si  con  palabras  la  castigas 
hacer    con   otros    obras   tan    infames, 
¿cómo  con  muerte  tan  extraña  quieres 
castigalla  no  más  de  las  palabras? 

Or.^nteo. 
Bien  has  hecho;  no  llames. 

Octavio. 
Ya  he  llamado. 

Oranteo. 

Pues  busca  algún  achaque. 

Octavio. 

¿Hay  lumbre? 

Laura. 

Lumbre  agora  no  falta  en  algún  pecho. 
Vaya  con  Dios,  que  aquí  todo  es  tinieblas. 

Oranteo. 
¡  Oh,  cielos,  qué  metida  está  en  su  pena ! 

Octavio. 
Bien  has  oído  todo  lo  que  ha  dicho. 

Oranteo. 

¡Y  cómo  si  lo  he  oído!  ¿Qué  me  sirve 
fluctuar  como  nave  con  tormenta, 
si  me  ha  de  sumergir  la  mar  al  cabo? 

Octavio. 

Señor,  ¿podré  llegarme  a  aquesta  esquina, 
que  me  parece  que  he  sentido  gente? 

Oranteo. 

Podrás;  y  más.  Octavio,  si  lo  haces 
para  darme  lugar  a  lo  que  piensas. 

Octavio. 
Antes  para  templar  mi  desventura, 
y  para  remediar  tu  gran  locura. 
{Vayase  Octavio.) 

Oranteo.        Ahora  bien;  Octavio  es  ido; 
tenedme  con  fuerza,  honor, 
que  anda  esta  noche  el  amor 
,    del  alma  favorecido. 

Y  donde  el  alma  se  junta 
con  la  fuerza  del  deseo, 
al  blanco  de   caso   feo 
luego  el  apetito  apunta. 

Hablar  ¿  qué  me  ha  de  importar 


■?■ 


136 


LAURA  PERSEGUIDA 


Laura. 

Oranteo. 

Laura. 


Oranteo. 


Laura. 


pero  hablar  y  con  mujer, 
cierta  ocasión  suele  ser 
para  volverla  a  tratar. 

Pues  algo  ha  de  ser  de  mí, 
ya  que  a  término  he  llegado 
que  estoy  a  esta  puerta  atado, 
de  donde  libre  salí. 

Mas  fui  esclavo  que  se  huyó 
con  la  cadena  en  los  pies, 
que   la   justicia   después 
con  la  misma  le  volvió. 

Buen   remedio;  hablarla  puedo 
desde  aquí  con  un  disfraz, 
que  al  deseo  pertinaz 
tenga  por  un  rato  quedo. — 

¡Ah  de  la  ventana!  ¡  Ah,  Laura 

(Laura,  arriba.) 
¿  Quién    es  ? 

Octavio. 

Mi   Octavio, 
por  quien  parte  de  mi  agravio 
se  recupera  y  restaura. 

El  Príncipe,  mí  señor, 
¿  cómo    queda  ? 

Más  templado 
de   aquel   enojo   pasado. 
Llámale,  Octavio,  furor. 

¿Has  visto  tan  fiero  pago 
sin  agravio  ni  ocasión? 
¿Has  visto  tal  sinrazón. 
tal  soberbia,  tal  estrago? 

¿En  qué  jamás  le  ofendió, 
como  tú  tan  bien  lo  sabes? 
¿  Hablan  así  reyes  graves 
a  mujeres  como  yo? 

¿Palabras  pudieron  ser, 
sin  información  bastante, 
para  mujer  semejante 
que  de  un  rey  era  mujer? 

¡  Ah,  Dios,  que  le  han  vuelto  loco 
que  un  rey  bien  pudo  buscalle 
hechizos    para    casalle, 

Y  para  volverle  loco ! 
¿A  mí  me  dice  que  fui 

de  muchos  ?  ¡  Qué  razón  de  hombre 
de  sus  prendas  y  su  nombre  ! 

Y  para  dejarme  a  mí, 

¿no  era  mejor:  "Laura  mía, 
el  Rey  me  manda  dejarte; 
ya  de  no  verte  ni  hablarte 
ha  llegado  el  triste  día"  ? 


Oranteo. 
Laura. 


Que  ahí  un  triste  oficial, 
cuando   eso   quiere   hacer, 
aun   casando  a  una  mujer 
piensa   que   la   trata   mal. 

Y  sin  esto  me  ha  tomado 
mis  hijos.  Pues,  ¿cómo?  ¿Era 
su  madre  alguna  ramera  ? 
¿Tanta  infamia  les  ha  dado? 

Pues  crea  que  en  sangre  hidalga 
y  en  haber  vivido  bien 
no  me  puede  igualar  quien 
menos  que  un  príncipe  valga. 

Y  en  el  vivir  soy  mejor 
que  el  Príncipe,  como  él  es; 
pues  tal  me  dejó  después 
que  trata  de  ajeno  amor. 

¿  Que  luego,   sin  otra  gente, 
no  me  has  querido? 

¿Yo  a  ti? 
Octavio,  ¿vienes  en  ti? 
Alguien  tu  voz  finge  y  miente. 


{El  Rey  y   Octavio  y  criados  con  alabardas.) 

Rey. 
¿Que  entrar  quería  y  que  tan  loco  estaba? 
Octavio. 
Bien  loco  estaba,  pues  entrar  quería. 

Rey. 
Rompe  esas  puertas,  muera  aquesa  infame, 
que  con  hechizos  vuelve  loco  al  Príncipe. 

Oranteo. 
Mi  padre  es  éste;  ¡triste  yo !  ¿Qué  es  esto? 

Rey. 
Rompelda  con  aquesas  alabardas. 

Oranteo. 
Padre  y  señor. 

Rey. 

¿Quién  es? 

Oranteo. 

Tu   triste   hijo. 

Rey. 

¡  Ah,  traidor  loco  ! 

Oranteo. 

Alguno  te  ha  engañado. 

Rey. 

¿Qué  haces  aquí? 


ACTO  TERCERO 


137 


Octavio. 

Detente,  y  no  la  maten. 

Rey. 
No  la  maten. 

Octavio. 

Espérense,  no  muera.  _ 

Rey. 
Bajalda  aquí. 

Octavio. 

¡  Qué  confusión  tan  grande  ! 
¿Qué  harás,  Octavio,  si  tu  Laura  muere? 

Rey. 
¿A  qué  viniste? 

O  R  ANTEO. 

Si  adentro  estuve ; 
si  ella  supo  jamás  que  fuera  estaba, 
mil  furias  me  atormenten  del  infierno ; 
yo  vine  por  mis  hijos. 

Octavio. 

Esta  es  Laura. 

Rey. 
¡Oh,  falsa  alteración  de  un  Rey  y  un  reino! 
¿Qué  hacía   agora   el   Príncipe   contigo? 

Laura. 

No  lo  he  visto,  señor,  por  tu... 

Rey. 

No  jures. 
Ahora  bien;  no  la  maten  por  agora; 
pero  llevalda  hasta  la  cárcel  pública. 

Oraxteo. 

Has  hecho  bien,  que  lo  merece  todo. 

Rey. 

Siempre  me  engañan  esas  humildades. — 
Vaya   presto. 

Laura. 

¿  Esto  más  ? 

Rey. 

¡  Ah,  fementida ! 

Laura. 

i  Bien  me  han  llamado  Laura  perseguida ! 

FIN    del    segundo    ACTO 


ACTO  TERCERO 

FIGURAS   DEL  TERCER  ACTO 


Octavio,   secretario. 

Laura,   dama. 

Dos  Niños. 

El  Príncipe  Oranteo. 

ESTACIO. 

El   Rey    Pxrandro. 
Un   AlCayde. 


El  CoKDE  Rufino. 

Belardo. 

Belisa. 

FlNEO. 

Ardenio. 
Porcia- 


(Octavio  y  Rufino.) 

Octavio.         Hasta  agora  no  he  podido 
daros,   Conde,   el   parabién; 
vos  seáis  mu)'  bien  venido, 
que  aquel  que  viene  tan  bien, 
así  ha  de  ser  recebido. 

Rufino.  De  vuestra  amistad  me  agravio; 

mucho  os  descuidáis.  Octavio, 
pues  hasta  que  a  hablaros  vengo 
parabién   de   vos   no   tengo. 

Octavio.     Vos  me  hacéis  en  eso  agravio. 
La  Infanta  que  habéis  traído 
con  el  Rey,  que  alegre  veo, 
ocupado  os  ha  tenido, 
como  a  mí  con  Oranteo, 
que  nunca  del  me  divido. 

Rufino.  ¿  Está  el  Príncipe  contento 

del  dichoso  casamiento  ? 
Decidme  lo  que  sentís. 

Octavio.     Vos,   que    con   Porcia   venís, 
adivinaréis  su  intento. 

Que  su  valor  y  hermosura 
tienen  adonde   se  emplean 
alma  y  voluntad  segura. 

Rufino.       Sucesión  dichosa  vean, 

que  cierto  fué  gran  ventura. 
Que  estuvo   la  destrución 
deste   reino   en   la  opinión 
que   tenía   recebida 
de  una  mujer  mal  nacida 
y  de  baja  condición. 

Pues  nunca  tan  engañado 
con  Calipso  estuvo  Ulises, 
ni  con  '  Elisa  ocupado 
el  piadoso  hijo  de  Anquises, 
como  él  con  Laura  hechizado. 

Octavio.-  Conde,  yo  no  dudo  deso; 
pero  también  es  exceso 
dar  a  Laura  sangre  infame 
porque  el  vulgo  la  disfame 
viendo  a  su  Príncipe  preso. 
Laura  es  noble,  y  fué  su  padre 


138 


LAURA  PERSEGUIDA 


libre  señor  de  im  castillo, 

con  cuanto  a  nobleza  cuadre. 
Rufino.      De  oírte  me  maravillo, 

¿Qué  te  han  dicho  de  su  madre? 
Octavio.         Que  fué  mejor  que  no  él. 
Rufino.       Si  el  Rey  te  oyera... 
Octavio.  Es   cruel, 

en  llegando  a  hablar  en  ella. 
Rufino.      Ya  está  libre. 
Octavio.  Triste  della, 

lo  que  ha  pasado  por  él. 

Presa  ha  estado  hasta  aquel  punto 

que  tú  entraste  con  la  Infanta, 

que  abrieron  al   vulgo  junto 

la   cárcel,   de  donde  espanta 

que  salga  viva. 
Rufino.  Pregunto : 

¿El  Príncipe  hablóla  allí? 
Octavio.     Mil  veces  muerto  le  vi, 

pero  tiene   gran   valor. 
Rufino.       Bien  ha  vuelto  por  su  honor. 

¿Los  hijos? 
Octavio.  No  están  aquL 

Rufino.  ¿  Sabes  dónde  ? 

No   lo   sé. 
Rufino.       ¿Quién  a  Laura  regaló, 

si  acaso  regalo   fué, 

mientras    presa   estuvo  ? 
Octavio.  Yo. 

Rufino.       La  paga  es  bien  que  te  dé. 
Octavio.         No  se  deja  visitar, 

si  no  es  que  la  acierto  a  hallar 

en  la  calle  alguna  vez. 
Rufino.       Es  el  Rey  bravo  juez. 
Octavio.     A  Dios  pretende  apelar. 

Yo  de  haberla  perseguido, 

por  verla  tan  santa  agora, 

casi  estoy  arrepentido. 
Rufino.       ¿Está   hermosa? 
Octavio.  Aunque  más  llora, 

nunca  la  gracia  ha  perdido. 
Decir  que  a  galas  se  inclina... 
Rufino.       Pues  ¿qué  trae? 
Octavio.  De    peregrina 

una  ropa  y  un  bordón, 

un  sombrero  de  cordón 

y  una  aforrada  esclavina. 
Mas  vuelve,  verásla  allí. 

(Laura  de  peU-egrina.) 
Rufina.       Vamos,  Octavio,  de  aquí. 


Octavio.     Que  te  da  lástima  creo. 
Rufino.       Por  el  tiempo  en  que  la  veo, 
y  aquel  tiempo  en  que  la  vi. 

(^Fáyanse  los  dos.) 

Laura. 

¿  De  qué  sirve  que  pida 
a  la  muerte  remedio  de  su  suerte 
mujer  tan  perseguida, 
que  las  piedras  que  pisa  le  convierte 
en  espada  la  envidia, 
que  como  a  herido  toro  la  fastidia? 

Ya  no  espero  remedio 
sino  en  mis  manos,  donde  ya  no  vive 
temor  vil  de  por  medio, 
sino  un  materno  amor  que  me  prohibe 
que  me  quite  la  vida, 
de  aquellos  tiernos  hijos  defendida; 

que  cobrar  a  Oranteo 
bien  sé  que  es  imposible,  y  a  mis  hijos 
solamente  deseo. 

(Belardo  y  su  Mujer^  labradores  y  los  dos  Niños.) 

Mujer. 

¿Que  tantas  fiestas,  tantos  regocijos 
se  han  de  hacer  en  las  bodas? 

Belardo. 

Ha  de  haber  danzas  de  las  villas  todas. 

Verá  pues  quien  se  casa 
sino  un  Príncipe  tal. 

Mujer. 
Mejor   quisiera 
pasarlas  en  mi  casa, 
que  no  estoy  yo  para  salir  de  fuera ; 
y  a  fe  que  se  os  acuerde, 
si  alguno  de  los  niños  se  nos  pierde. 

Laura. 

¡  Dios  mío,  si  son  ellos  ! 
¿  Qué  me  detengo  ? — ¡  Dadme  aquesos  brazos, 
mis  dos  ángeles  bellos  ? 

Mujer. 
¿Y  quién  sois  vos,  que  así  les  dais  abrazos? 

Laura. 
El  alma  que  solía 
darles  sustento  cuando  Dios  quería. 

Belardo. 
¡Ojo!  ¿Pues  no  era  muerta? 


ACTO  TERCERO 


13Q 


Laura. 

No,  hermano,  que  fui  a  España,  a  Santiago. 

Hoy  al  placer  la  puerta 

habéis  de  abrir,  porque  esperéis  el  pago 

que  del  Príncipe  os  tengo, 

y  de  vuestro  lugar  agora  vengo. — 

i  Hijos  de  mis  entrañas, 
reconoced  a  vuestra  madre  muerta  ! 

Belardo. 

;Oue  de  tierras  extrañas 
agora  viene  de  sayal  cubierta, 
y  que  éstos  son  sus  hijos? 

Laura. 

I    ¿No  os  lo  dan  a  entender  sus  regocijos? 

Belardo. 

En  esto  lo  veremos : 
si  sabe  de  Pascual  y  de  Jorgito 
el  nombre. 

Laura. 

En  eso  estemos. 
Tenellos  en  el  alma  solicito. 
¡  Pascual  y  Jorge  amados  ! 

Belardo. 

i  Dios,  que  lo  sabe  ! 

Laura. 

Nombres  son  trocados. 

Belardo. 

;Y  que  al  Príncipe  ha  ido, 
y  él  le  ha  mandado  que  sus  hijos  lleve? 

'Laura. 

Buen  testimonio  ha  sido 

para  que  esta  verdad  se  finne  y  pruebe 

la  paga  que  me  ha  dado, 

\juVíi  que  os  diese,  mientras  he  faltado ; 

cien  esculos  de  oro, 
con  que  seréis  los  ricos  del  aldea; 
que  allá  será  un  tesoro, 
y  un  vestido  riquísimo,  que  sea 
de  vuestra  mujer  luego. 

Mujer. 
•Vamos,  por  vida  vuestra,  a  verle,  os  ruego. 

¿Está  bien  guarnecido, 
señora  peregrina  ? 

L.\URA. 

Es  oro  todo. 
También  me  dio  un  vestido 


para  Belardo  deste  mismo  modo, 

de  paño,  que  allá  en  Flandes 

se  le  visten  los  príncipes  y  grandes. 

Dióme  con  mano  franca 
corales  bellos  y  sortijas  ricas, 
y  mucha  ropa  blanca. 
Vamos.  ¿Traéis. pollino? 

Belardo. 

Y  dos  borricas, 
que  si  tema  tomasen, 
este  palacio  es   poco  que  llevasen. 

Mujer. 

Vamos  a  verlo  agora, 
no  os  estéis  en  palabras  excusadas. 

Belardo. 
Vamos.  Guíe,  señora. 

Laura. 

¡  Ay,  dulces  prendas  por  mi  bien  halladas ! 

Belardo. 

Gran  bien  nos  ha  venido. 

¡  Oh,  qué  de  boda  he  de  ir  con  el  vestido  ! 

(Vanse.) 

(Oranteo    y    Octavio.) 

Octavio.         Siendo  cierto  el  casamiento 

que  con  la  Infanta  has  de  hacer, 
ha  sido  cierto  (i)  tener 
libertad  mi  atrevimiento. 

Ya,  señor,  de  todo  punto 
tu  amor  con  Laura  acabó, 
y  ya  el  tiempo  le  enterró 
por  conocido  difunto. 

Yo   he   tomado   inclinación 
a  sus  cosas  desde  el  día 
que  he  tenido  a  cuenta  mía 
sustentarla  en  la  prisión; 

decir  quiero,  regalalla, 
con  que  ha  resistido  un  año 
como  el  vulgo  significa 
de  cuanto  pudiste  dalla. 

Y  cierto  que  su  belleza 
no  ha  engendrado  este  deseo, 
sino  la  virtud  que  veo 
en   su  humildad  y  nobleza. 

La  gran  paciencia  y  valor 
con  que  ha  resistido  un  año, 


(i)     Así    en    los    textos : 
"cuerdo". 


pero    quizá    diría    mejor 


140 


LAURA  PERSEGUIDA 


Oranteo. 


Octavio. 
Oranteo. 


Octavio. 


Oranteo. 
Octavio. 

O'RANTEO. 


tanta  pena,  tanto  daño, 

me  ha  movido  a  tierno  amor. 

Dame,  pues,  esta  licencia, 
si  mi  servicio  te  obliga, 
porque  el  Rey  no  la  persiga 
con  muerte  o  con  larga  ausencia. 

Que  si  sabe  que  está  aquí 
hará  un  hecho  acelerado, 
que  aunque  te  vea  casado 
no  está  seguro  de  ti. 

Octavio,  mucho  has  perdido 
conmigo  en  esta  ocasión, 
y  esa  baja  pretensión 
bajo  pensamiento  ha  sido. 

Si  Laura  sólo  tuviera 
haberla  tratado  yo, 
que  ya,  en  fin,  menos  perdió 
que  con  otro  hombre  perdiera, 

yo  tuviera  a  gran  ventura 
darla  a  un  hombre  de  tu  talle, 
y  hacienda  con  ella  dalle 
bien  bastante  y  bien  segura. 

Pero   mujer   que   ha  tenido 
los  dueños  que  me  has  contado, 
¿por  mujer  me  has  demandado? 
¡Bajo  pensamiento  ha  sido! 

Si  estuvieras  ignorante, 
y  yo  también  lo  estuviera, 
razonable  intento  fuera, 
y  a  mi  deseo  importante. 

Pero  si  de  ti  he  sabido 
qué  trato  solía  tener, 
pedírmela  por^mujer 
bajo  pensamiento  ha  sido. 

No  lo  supe  yo  de  cierto, 
ni  aun  pienso  que  lo  creí. 
¿Creístelo  para  mi, 
por  venutra,  siendo  cierto, 

y  para  ti  no  lo  crees? 
No  apuremos  esto,  Octavio, 
que  es  para  mí  mucho  agravio, 
no  más  de  lo  que  desees. 

Y  no  me  ves  tan  casado 
con  Porcia,  que  esto  me  pidas. 
¿Merezco  que  me  despidas, 
Príncipe,  con  rostro  airado, 

pues  lo  que  pude  tomar 
quise  venirte  a  pedir? 
¿Tal  te  atreves  a  decir? 
¿Esto  te  puede  enojar? 
Pues  no  es  libertad,  infame? 


Octavio.     No  ha  un  año  que  a  Laura  dejas, 
sin  que  te  muevan  mil  quejas, 
y  lágrimas  que  derrame. 

Pues  SI  a  Laura  no  conoces 
y  niegas  lo  que  ha  pasado, 
¿no  me  puede  haber  casado? 
Oranteo.     ¡  Perro,  mataréte  a  coces  ! 

¿  Hay  tal  maldad,  que  hombre  vivo 
diga  a  mis  ojos  que  quiere 
gozar  a  Laura,  y  que  espere 
el  agravio  que  recibo 

tiempo  de  tomar  venganza  ? 
Octavio.     Señor,  ¿pude  (i)  yo  pensar 
que  de  volverla  a  tratar 
tuviste  (2)  alguna  esperanza? 
Oranteo.         Demonio,  en  forma  de  hombre; 
si  por  lo  que  me  has  contado, 
como  has  visto,  la  he  dejado, 
y  aborrecido  su  nombre, 

también  me  has  visto  llorar, 
y  en  un  aposento  hacer 
cosas  de  flaca  mujer, 
y  nunca  a  Laura  olvidar. 

Porque  hasta  que  salga  el  alma 
no  me  podrá  salir  della,  - 
que  el  amor  que  vive  en  ella 
llevará  al  tiempo  la  palma. 

Y  decirme  hombre  viviente 
que  a  Laura  quiere  gozar, 
y  más  quien  me  vio  llorar, 
y  llorar  tan  tiernamente, 

Es  obligarme  a  perder 
el  seso,  pues  para  Dios 
casados  somos  los  dos : 
Laura  sola  es  mi  mujer. 

No  me  veas  en  tu  vida 
ni  entres  adonde  esté, 
y  agradece  que  no  dé 
satisfacción  merecida 

a  tu  mucha  libertad. 

{Vase  el  Príncipe.) 

Octavio.     Siempre  tuve  esta  sospecha; 

que  a  un  grande  amor  no  aprovecha 
curalle  con  larga  edad. 

Yo  he  medrado,  Laura  hermosa, 
en  aquesta  pretensión. 


(i)  Así  en  el  Imanuscrito ;  el  impreso  dice,  por 
errata,    "puedo". 

(2)  Así  el  impreso ;  el  manuscrito  dice,  quizá 
Tiejor,  "hubiese". 


ACTO  TERCERO 


141 


mas  no  la  hay  a  mi  pasión 
de  sufrir  dificultosa. 

Oranteo  me  despide, 
y  para  siempre  enojado. 
¡Qué  presto  muere  un  privado 
si  no  acierta  en  lo  que  pide  ! 

Mas  pues  ya  perdí  del  todo 
cuanto  solía  tener, 
a  Laura  no  he  de  perder, 
si  puedo,  de  ningún  modo. 

Casarme  tengo  con  ella 
y  atropellar   cuanto   hubiere, 
que  cuando  aquí  no  viviere, 
lugar  tengo  y  tierras  ella. 

(Laura  entra.) 

Laura.  Por  gentil  arte  cobré 

mis   hijos   de   aquel   villano, 

dándole  con  larga  mano 

cuanto  posible  me  fué. 
Cásese  agora  Oranteo, 

y  tenga  mis  hijos  yo. 
Octavio.         Laura. 
Lauka.  ¿  Quién   es  ? 

Octavio.  Quien  te  d'ó 

el  alma  por  un  deseo. 
L.\URA.    .         Deja   ya   de   hablarme   así, 

que  es  plática  muy  cansada. 
Octavio.     Ya  no,  que  estás  obligada, 

Laura  bella,  a  darme  un  sí. 
Laura.  ¿Un  sí?  ¿De  qué  puede  ser 

si  no  es  de  aborrecerte? 
Octavio.     No  me  hables  de  esa  suerte, 

que  es  sí  de  ser  mi  mujer. 
L.-^URA.  ¿Y  quién  te  ha  dado  esas  nuevas? 

Octavio.     El  Príncipe,  que  es  su  gusto. 
Laura.        ¿Su  gusto?  ¡  Ah,  tirano  injusto! 

y  tú  si  su  gusto  apruebas ! 
Tras  un  año  de  prisión 

y  no  se  acordar  de  mí, 

¿  sale  con  casarme  así 

a  darme  satisfacción? 

Mas  sepamos  en  qué  modo, 

Octavio,  es  parte  Oranteo 

para  mandar  eso. 
Octavio.  Creo 

que  es  la  parte  y  es  el  todo. 
Y  haces  mal  en  resistir, 

Laura,  a  lo  que  te  ha  mandado, 

que  ser  de  ti  despreciado 

\o  me  lo  sabré  sufrir. 


Ea,  no  seas  agora 
contraria  a  lo  que  es  razón, 
pues   sabes   con  la  pasión 
que   Octavio  ese  cielo  adora. 

El  año  que  te  he  servido 
en  la  cárcel  lo  merece. 
Pues  lo  que  soy  ¿no  te  ofrece 
gusto  al  favor  que  te  pido? 

Que  no  hubiera,  cierto  estoy, 
con  otra  alguna  mujer 
al  Príncipe  menester, 
sino   sólo   ser   quien   soy. 

Dame  esa  mano  y  tratemos 
lo  que  es  tu  remedio  y  mío. 
Laura.        Ya  pasan  de  desvarío. 

Secretario,   tus   extremos. 

No  me  toques  ni  me  hables, 
que  siendo  de  otro  mujer 
mal  lo  puedo  tuya  ser. 
Octavio.     Tus  engaños  son  notables. 
¿A  Oranteo  llamarás, 
por   ventura,   tu  marido? 
Laura.         Sí  que  lo  es,  y  que  lo  ha  sido. 
Octavio.     Pues  hoy  casar  le  verás. 

Mal  lo  hace,  si  es  cristiano, 
viva  la  primer  mujer. 
Laura.         Que  tuya  no  lo  he  de  ser, 

tenlo,  Octavio,  por  muy  llano. 
Octavio.         ¿No?  Pues  por  Dios  que  el  amor 
en  ira  se  ha  de  trocar, 
y   que   he  de   hacerte   un   pesar. 
Laura.         Eso  es  de  hombres  de  valor. 
Octavio.         ¡  Ah  de  la  guarda,  que  digo ! 

(EsTACio  y  Ardenio.) 
EsTACio.      ¿  Qué  mandas  ? 
Octavio.  Esta   mujer, 

que  merecía  tener, 
a  no  lo  ser,  más  castigo, 

salió  anteayer  desterrada 
y  acude  aquí  cada  día, 
y  es  una  que  el  Rey  solía 
buscar  con  desnuda  espada. 

La  Infanta  os  manda  que  luego 
con  las   infames  mujeres 
la  llevéis. 
Ardexio.  .  Que  tú  lo  quieres 

basta  y  sobra. 
Octavio.  Yo  os  lo  ruego. 

EsTACio.  Pues   vete  seguro. 

Octavio,  Adiós. 

{Vase    Octavio.) 


142 


LAURA  PERSEGUIDA 


ESTACIO. 


Laura. 
Ardenio. 


Laura. 


Ardenio. 


ESTACIO. 

Ardexio. 

Lf\URA. 


Ea,  dama  peregrina, 
la  del   sayal  y  esclavina, 
venid  presto  con  los  dos. 
¿  Dónde  ? 

A  aquel  palacio  hondo, 
de  damas  infames  lleno, 
y  de  vos  no  poco  ajeno, 
según  el  tiempo  pasado. 

Pero  la  Infanta  lo  manda. 
Callad,    que   lo    manda    Octavio, 
que  quiere   hacerme  este  agravio 
como  hombre  que  loco  anda. 

Pero  podréisme  llevar 
muerta,  que  viva  no  hay  orden. 
Bien  vi  yo  que  esta  desorden 
nadie  la  pudo  mandar. 

¡  Qué  buen  término  de  infanta 
mandar  tan  infame  cosa! 
Quedaos,  peregrina  hermosa, 
a  quien  la  fortuna  espanta, 

que  Dios  os  ha  de  hacer  bien. 
Dejad  agora  el  palacio 
y  escondeos. 

Ven,  Estacio. 
El  cielo  os  lo  pague,  amén. 


(Vase  Estacio  y  Ardenio.) 

¿  Hay  más  en  que  me  siga  mi  fortuna  ? 
¿Faltábame  3'a  más  que  infamia  tanta? 
¿Qué  cosa  contra  mí  no  se  levanta, 
pues  hasta  la  más  baja  me  importuna? 

Ya  me  cubre  el  cielo,  el  sol,  la  luna, 
y  tengo  puesta  el  agua  a  la  garganta; 
la  muerte  misma  de  mi  mal  se  espanta, 
que  viva  muerta  no  se  vio  ninguna. 

Octavio,  infame,  quiere  infame  hacerme; 
el  Príncipe  con  él  quiere  casarme 
por  mostrar  lo  que  pudo  aborrecerme, 

y  estoy  contenta  de  que  vengo  a  hallarme 
a  tiempo  que  no  queda  mal  que  hacerme, 
pues  ya  no  queda  mal  con  que  probarme. 

{Entre  FIxeo^  criado  de  Laura.) 

FlNEO. 
En  tu  busca,  señora  desdichada, 
vengo  afligido. 

Laura. 

¡  Qué  hay,  Fineo,  de  nuevo  ? 
¿Aún  no  se  han  acabado  mis  trabajos? 
¿No  quedan  con  salud  mis  caras  prendas; 
mis  hlios  no  están  buenos? 


Fineo. 

Tus  criadas, 
enamoradas  de  unos  bajos  hombres 
con  quien  ha  días  que  en  requiebro  andaban, 
lo  mejor  de  tu  hacienda  hicieron  líos, 
y  cargando  de  todo  y  de  tus  hijos, 
que  yo  no  sé  por  qué  tus  hijos  llevan, 
han  dejado  desierta  como  un  campo 
tu  casa,  triste  y  sola. 

Laura. 

¡  Que  aún  aquesto 
le  quedaba  guardado  a  la  fortuna ! 
Que  me  llevaran  aquella  pobre  hacienda, 
triste  de  mí,  no  fuera  de  importancia; 
pero  mis  hijos,  ¿cómo,  que  mis  hijos 
era  hacienda  también  para  ladrones? — 
Fineo,  ¿  a  qué  propósito  los  llevan  ? 

Fineo. 
Como  saben  que  son  hijos  de  un  Príncipe, 
por  su  seguridad,  o  por  si  acaso 
los  quisieren  cobrar,  aprovecharse 
del  gran  dinero  que  en  hallazgo  dieren. 

Laura. 
Pues  tu,  traidor,  ¿por  qué  no  diste  gritos 
que  los  pusieras  en  el  mismo  cielo? 

Fineo. 
Eso  faltara  si  tuviera  boca; 
pero  estaba  cubierta  con  un  paño, 
y  las  manos  atadas  a  un  madero, 
que   era   negocio  y  hurto   prevenido. 

Laura. 
El  sello  ha  echado  en  esto  la  fortuna 
a  todas  mis  desdichas  y  trabajos; 
ya  he  perdido  mis  hijos  para  siempre. 
Para  siempre  os  perdí,  queridos  hijos, 
que  desde  que  me  falta  vuestro  padre 
jamás  me  ha  sucedido  cosa  alegre. 
Ya  de  mi  muerte  se  ha  llegado  el  día, 
que  no  es  posible  que  ya  pueda  el  alma 
sufrir  la  carga  desíe  mártir  cuerpo, 
nacido  para  ejemplo  de  desdichas. 
Matarme  determino,  que  en  matarme 
consiste  el  fin  de  tanta  desventura, 
pero  ha  de  ser  a  vista  de  Oranteo, 
porque  su  corazón  vengue  en  mi  sangre 
y  sus  tiranos  ojos  en  los  míos. 
Ven  conmigo,  Fineo. 

Fineo. 
En    este    caso 


ACTO  TERCERO 


143 


no  sé  qué  pueda  darte  por  consejo, 
fuera  del  acudir  a  la  justicia, 

Laura. 
A  la  justicia  voy;  vente  conmigo; 
sino  que  voy  a  hacerla  de  mí  propia. 
;  Ay,  ángeles,  retratos  de  un  tirano, 
tarde  os  hallé  para  perder  temprano! 

{Hiitra  el  Rey,  Porcia,  infanta,  Oranteo,  Coxde,  Es- 
TACio,  Ardenio  y  gente.) 

Rey.  Saquemos  a  este  balcón 

sillas  para  que  nos  vea 

la  ciudad  (i)  que  lo  desea 

por  amor  y  obligación. 
Que  tan  alterada  está 

que  una  con  otra  se  encuentra, 

y  a  pesar  de  guardas  se  entra 

hasta  nuestra  sala  ya. 
Rufino.  Las  sillas  están  aquí. 

.■-EY.  Pues,  hija,  ¿cómo  os  halláis? 

■JKCIA.       Donde  vos,  señor,  estáis, 

mejor  que  donde  nací. 
-.vEY.  Que  tercero  me  habéis  hecho 

de  aquese  requiebro  creo, 

por  decírselo  a  Oranteo. 
Oraxteo.     El  se  cansa  sin  provecho. 
Rey.  Responde,  pues,  ya  te  quedo 

por  fiador. 
Okaxteo.  y  ha  sido  justo, 

que  responderé  con  gusto, 

después  que  verla  no  puedo, 
i  Ay,  querida  Laura  mía  : 

cómo  os  hablara  yo  a  vos  ! 
Rey.  ¿  Callas  ? 

Oraxteo.  Estudio,  por  Dios, 

lo  que  responder  podría. 
Pero  crea,  Porcia  bella, 

que  si  aquí  se  halla  bien 

por  mi  causa,  que  también 
■    me  hallo  yo  bien  por  ella. — 
Por  ella,  y  digo  entre  mí, 

por  Laura,  aunque  ya  tan  mal, 

que  he   venido   a   estar  mortal 

de  pensar  que  la  perdí. 
Porcia.  No  sé  yo  sí  yo  os  agrado 

como  a  mí  vos,  mí  señor. 
Rey.  Pésame  de  ser  fiador, 

seo-ún  estáis  adeudado. 


(i)  Asi  el  manuscrito  :  el  impreso  dice  "pueblo"  ; 
pero  luego  escribe  "una  con  otra",  que  no  concuerda 
con    pueblo.    Quizá    Lope    habrá    escrito    "gente". 


{Entra  Laura.) 

Mas  mira  quién  está  ahí. 
Laura.        Está  una  pobre  mujer 
que  alegre  solía  ser, 
y  agora  es  triste  por  ti ; 

y  no  triste  de  manera 
que  remedio  pueda  haber 
para  su  mal,  sino  hacer 
que  agora  en  tus  ojos  muera. 

(Vaso   a   dar   con   una   daga.) 

Rey.  Tenelde  la  airada  mano, 

que  vive  Dios  que  ha  querido 

matar  a  Porcia. 
Laura.  Que  ha  sido 

muriendo  mí  intento  vano. 
Rey.  Mas  que  es  Laura.  ¡  Oh,  enemiga  ! 

¿Esto  pudieron  tus  celos? 
Laura.         Matadme,  enemigos  cielos, 

que  ya  mí  rabia  os  obliga. 
Rayos  faltan,  falta  fuego. 
Rey.  Hacelda  luego  pedazos. 

Oranteo.    Eso  no,  que  están  mis  brazos 

de  por  medio. 
Rey.  Muera  luego. 

Oranteo.         Señor,  cree  que  te  engañas, 

que  matarse  a  sí  quería. 
Rey.  ¡  Estás  ciego  todavía  ! — 

Pasalde  aquesas  entrañas ; 

que  bien  vi  yo  que  a  la  Infanta 

quiso  matar,  y  a  eso  vino. 
i   Porcia.        ¿  A  mí  ?  Pues  qué  desatino 

la  obliga  a  cólera  tanta? 
Rey.  Es  una  loca  sin  alma. 

Porcia.       ¿Pues  locas  entran  aquí? 
Oranteo.     Digo  que  matarse  a  sí ; 

es  más  llano  que  la  palma. 
Porcia.  No  la  maten  a  mis  ojos, 

llévenla  a  alguna  prisión. 
Rey.  ¡  Que  ésta,  en  cualquiera  ocasión, 

me  ha  de  dar  tantos  enojos  ! — 
Ahora  bien,  ll^valda  presa, 

que  pagará  el  desatino, 

y  agradezca  el  buen  padrino 

que  ha  tenido  en  la  Princesa. 
PoKCiA,  ,       Yo,  señor,  me  quiero  entrar, 

que  la  grande  alteración 

me  ha  dado  alguna  pasión. 
Rey.  y  }o  os  quiero  acom.pañar. 

Conde,  esté  con  buena  guarda 

ese  mortal  enemigo 


144 


LAURA  PERSEGUIDA 


hasta  el  día  del  castigo 
que  desta  mano  le  aguarda. 

(Éntrese  el  Rey  y   Porcia.) 

Rufino.  Yo  tendré,  señor,  cuidado. 

Oranteo.     Conde,  Laura  no  ha  de  ir  presa, 
que  es  doblar  a  la  Princesa 
la   alteración   que   ha   tomado; 

y  el  Rey  no  anduvo  discreto 
en  querer  darle  a  entender 
que  aquí  se  ha  venido  a  ver 
de  la  muerte  en  tanto  aprieto. 

Bien  es  darla  libertad, 
porque  la  Princesa  crea 
que  no  hay  quien  mal  la  desea 
con  tanta  riguridad. 

Esta  fuera  discreción, 
y   no   el    alterarla   ansí, 
vayanse  todos  de  aquí, 
que  no  ha  de  ir  a  la  prisión. 

Y  tú,   Conde,  esto  dirás 
al  Rey. 

Rufino.  Ansí  lo  diré. 

Oranteo.    Vete  luego. 

Rufino.  Yo  me  iré. 

Oranteo.     Basta,  no  repliques  más. 

(Vanse.) 

Dime,  mujer  desdichada, 
y  en  triste  punto  nacida, 
más  que  amada  perseguida, 
con  ser  en  extremo  amada, 

¿qué  te  ha  movido  a  matarte, 
y  delante  de  mis  ojos? 
Laura.         El  ver  que  injustos  enojos 
deso  todo   fueron  parte. 

El  ver  que  cuando  más  fui 
querida  de  tus  entrañas, 
cosas  más   fieras   y  extrañas 
inventaste  contra  mí. 

El  ver  que  siendo  cristiane, 
consentiste  que   estuviera 
presa  un  año,  que  no  hiciera 
tan  gran  bajeza  un  villano. 

El  ver  que  siendo  leal, 
más   que   cuantas  han  nacido, 
me  has  dicho,  y  yo  te  he  sufrido, 
que  soy  a  una  infame  igual. 

El  ver  cómo  me  has  quitado 
mis   hijos. 
Oranteo.  ¿Yo  no  te  vi 


que  rogaste  a  Octavio  aquí? 
Laura.         De  Octavio  fuiste  engañado; 
que  con  alguna  mujer 
hizo  esa  falsa  ilusión, 
por  la  vana  pretensión 
de   que   he   de   ser   su   mujer. 

Y  pudieras  excusar 
mandarme  casar  con  él. 

Oranteo.     ¿Pues  bátelo  dicho  él? 
Laura.         No  ha  un  hora  en  este  lugar. 
Oranteo.         Yo  le  dije  ahora  aquí 

que  a  coces  le  mataría 

si  otra  vez  me  lo  decía, 

por  lo  que  te  amaba  a  ti. 
Porque  para  lo  de  Dios 

eras,  Laura,  mi  mujer. 
Laura.         Pues  más  que  esto  pudo  hacer 

por  agraviar  bien  los  dos, 
que  hacerme  llevar  quería 

con  las  infames  mujeres: 

¿qué  mayor  testigo  quieres 

de  su  verdad  y  la  mía? 

Y  por  aquí  sacarás 

que  el  Rey  concertaba  allí 
decir  que  yo  te  ofendí 
por  apartarte  no  más ; 

que  bien  sabes  el  cuidado 
con  que  las  noches  y  días 
siempr  ea  mi  lado  vivías, 
que  era  ofenderte  excusado. 

Y  de  ti  me  maravillo, 
pues  aun  del  sol  me  guardaste 
desde  aquel  día  que  entraste 
a  forzarme  en  el  castillo ; 

mas  que  te  holgaste  es  ló  cierto  . 
de  que  esto  me  levantasen. 
Oranteo.     No  dudo  que  me  engañasen, 
ni  el  darles  crédito  abierto. 

Pero  que  noches  y  días 
tu  nombre  me  haya   faltado, 
que  sangre  no  hayan  llorado 
las  mismas  entrañas  mías, 

que  yo  no  haya  estado  loco, 
no  (i)  dudes. 

(Entra    Octavio.) 

Octavio.  ¿ Qué  veo,  qué  escucho? 

Oranteo.     Pero  el  honor  puede  mucho, 
si  no  es  en  quien  vale  poco. 

(i)     Así    en    el    manuscrito:    el    impreso    dice    "no 
lo  dudes",  que  alarga  el  verso. 


ACTO  TERCERO 


145 


Laura. 


I 


Oranteo. 


;     Octavio. 

;    Oraxteo. 
I 


Octavio. 


Oranteo. 

Octavio. 
Oranteo. 


Laura. 


El  honor  me  ha  detenido, 
tenlo  por  cosa  muy  cierta, 
que  sabe  Dios  que  a  tu  puerta 
mas  de  una  nociie  he  dormido. 

Pero,  ¿qué  había  de  hacer, 
creyendo  la  información 
contraria  de  tu  opinión, 
sino  morir  o  vencer? 

Bien  informarte  debieras, 
y  saber  que  te  engañó 
quien  mi   muerte   procuró, 
Príncipe,  con  tantas  veras. 

Decir  que  por  mí  lloraste, 
no  sé  cuándo  o  cómo  fué, 
que  en  tus  ojos  siempre  hallé 
que  con  rigor  me  miraste. 

Dices  que  has  estado  loco, 
y  eso  no  puedo  negar, 
que  menos   no  pudo  estar 
hombre  que  me  tuvo  en  poco. 

Si  el  honor  te  detuviera, 
el  mismo  considerara 
que  siendo  su  prenda  cara 
por  el  de  entrambos  volviera. 

Mas  como  dije,  Oranteo, 
yo  sé  muy  bien  lo  que  ha  sido. 
Falso    Octavio,    ¿  aquí   has   venido : 
¿Delante  de  mí  te  veo? 

(Meta   mano.) 

¡  Vive  Dios  de  atravesarte  ! 
Señor,  no  manches  tu  espada 
en  mí. 

Ya  no  importa  nada 
engañarme  y  disculparte. 

¿Quién  era  aquella  mujer 
que  cuando  el  Rey  me  llevó 
para  que  la  viese  yo 
mi  Laura  fingiste  ser? 

Señor,  pena  de  la  vida 
me  mandó  el  Rey  que  tuviese 
una  mujer  que  fingiese 
ser  Laura. 

¿  Que  fué  fingida  ? 

¿Y   quién   fué? 

Leonarda  fué. 
Llámame  a  Leonarda  aquí, 
y  guarda  de  huir  de  mí, 
mira  que  hallarte  sabré. 

(Vase   Octavio.) 
Por  ésta,  cruel,  tirano. 


Oranteo. 
Laura. 


Oranteo. 


Laura. 

Oranteo. 
Laura. 


Oranteo. 
Leonarda. 


Oranteo. 


VII 


sacarás  otras  verdades 

que  engendraron  las  crueldades 

desa  injusta  y  fiera  mano. 

Por  estos  casos  ansí 
a  mis  hijos  me  quitaste, 
que  aunque  yo  los  cobré,  baste 
que  hoy,  y  hurtados  los  perdí. 

Por   esta. 

Xo  más,  no  llores, 
no  me  mates. 

¿A  qué  vienes? 
Vete,  traidor,  que  ya  tienes 
a  quien  regales  y  adores. 

Vete,  dos  veces  casado, 
con  tu  segunda  mujer, 
que  muerta  debo  de  ser, 
pues  que  licencia  te  he  dado. 

Perdonóme,  Laura  mía, 
que  hoy,  que  conozco  tu  honor, 
volverá  mi  mucho  amor 
al  extremo  que  solía. 

No  me  digas  de  mujer 
pues  que  tú  sola  lo  fuiste, 
que  ésta  que  Conmigo  viste 
ni  lo  es,  ni  lo  ha  de  ser. 

Y  cree  que  cuando  allí 
darte  la  muerte  intentabas, 
el  trabajo  que  pasabas 
pensando  estaba  entre  mí ; 

y   porque   veas  si   es   cierto, 
que  es  honra  mi  enojo  todo, 
aquí  verás  de  qué  modo 
está  mi  amor  vivo  o  muerto. 

Vamonos  luego  los  dos 
a  tu  castillo  en  un  coche, 
que  antes  que  llegue  la  noche 
serás   mi   mujer. 

¡  Ay,  Dios !, 

¿que  tengo  de  perdonarte? 
Sí,  por  mi  arrepentimiento. 
De  la  paga  me  contento 
y  mi  perdón  quiero  darte; 

pero  con  la  condición 
que  te  he  de  llevar  de  aquí. 
Digo  mil  Aceces  que  sí. 
Estas   tus   maldades   son. — 

Príncipe,  si  yo   fingí 
ser  Laura,  no  por  tu  agravio, 
que  fui  engañada  de  Octavio 
y  entendí  servirte  a  ti. 

Basta,  Leonarda ;  yo  creo 

10 


146 


LAURA  PERSEGUIDA 


que  fué  invención  del  traidor. 

Laura  ha  cobrado  su  honor, 

y  él  mostró  su  mal  deseo ; 
del  cual  no  quiero  venganza 

mayor  que  dejarle  ansí. 
Octavio.     Muestras,  gran  señor,  en  mi 

valor  digno  de  alabanza. 
Grande  mi  delito  ha  sido, 

pero  mayor  tu  piedad. 
Oranteo.     No  puede  de  tu  maldad 

ser  mi  buen  pecho  vencido. 
Para  quien  eres  te  queda. — 

Leonarda,  con  Laura  ven. 
Leonarda.  Pues  que  tu  mal  paró  en  bien, 

¿qué  habrá  que  el  tiempo  no  pueda? 
Laura.  Pues  no  lo  dudes,  que  puede 

dar  otro  marido  el  Rey 

a  Porcia,  porque  no  hay  ley 

para  que  yo  sin  Rey  quede. 
Oraxteo.         Esta  noche  nos   casamos; 

mira  tú  cómo  ha  de  ser 

ser  la  Infanta  mi  mujer. 

Vamos,  mi  bien. 
Laura.  Mi  bien,  vamos. 

(Vaiisc.) 
(Quédase    Octavio.) 

Octavio. 

Gentil  ha  sido  el  fin  con  que  remata 
mi  historia  el  duro  amor,  porque  me  acuerde 
que  a  la  virtud,  a  quien  la  envidia  muerde, 
no  puede  la  verdad  mostrarse  ingrata. 

Ya  mi  esperanza  hasta  morir  dilata, 
no  como  el  árbol  que  las  hojas  pierde, 
pues  espera  que  presto  será  verde 
lo  que  el  invierno  encubre,  escarcha  y  plata. 

Ya  como  planta  seca  estoy  desnudo ; 
niégame  humor  la  tierra,  el  sol  me  niega 
la  vida,   el  cielo  su   rocío  dorado. 

Efectos  son  de  amor,  amor  lo  pudo : 
un  ciego  que  da  vista  a  cuantos  ciega 
para  que  vean  que  los  ha  engañado. 

{Salgan  el  Rey,  el  Conde  y  gente.) 

Rey.  ¿  Que  el  Príncipe,  en  fin,  ha  hecho 

caso  tan  mal  hecho,  Conde? 

Rufino.       Quitómela   a  mi   despecho. 

Rey.  Centellas   de  Laura  esconde 

en  las  cenizas  del  pecho. 

No  sé  qué  tengo  de  hacer 
con  que  de  aquesta  mujer 


Rufino. 


Rey. 


Octavio. 
Rufino. 


Rey. 
Octavio. 


Rey. 

Rufino. 

Rey. 

Rufino. 


Rey. 


Rufino. 


Rey. 
Rufino. 

Rey. 


le  pueda.  Conde,  apartar, 
porque  pensarla  matar 
mayor  peligro  há  de  ser. 

Ahora  sí,  que  te  ha  puesto 
en  más  cierta  confusión, 
Rey  poderoso,  con  esto, 
y  más  en  esta  ocasión, 
su  dudoso  presupuesto. 

Que  antes  que  Porcia  viniera 
por  menos   daño  tuviera 
que  no  se  determinara. 
Que  a  Laura  prender  dejara 
es  lo  que  ahora  quisiera. 

Octavio,  ¿qué  es  de  Oranteo? 
Ahora  a  casarse  ha  ido. 
De  su  locura  lo  creo, 
y  más"  si  con  Laura  ha  sido, 
que  fué  su  antiguo  deseo. 

Casi  responder  no  puedo. 
¿Llevóse  a  Laura? 

Y  juró 
que   ni   respeto   ni   miedo 
lo  estorbarán. 

Soy  Rey  yo. 
Y  él  tu  hijo. 

Bueno  quedo. 

Pues  ¿cómo  se  casarán? 
Bueno,  ¿a  qué  lugar  irán 
que  su  bendición  les  niegue 
cualquier  clérigo  a  quien  llegue? 
¡  Qué  fruto  los  hijos  dan  ! 

Pero  que  a  Porcia  tengo  (l) 
en  mi  poder,  y  casado 
a  ver  al  Príncipe  vengo, 
¿cómo  no  me  muestro  airado?. 
¿En   qué  mi   furia  detengo? 

Levanta  luego  bandera 
contra  ese  infame,  y  muera. 
Salgan  dos  mil  hombres  presto, 
que  a  prenderle  voy  dispuesto, 
o  a  matar  mi  infame  nuera. 

Si  aquesa  prisa  te  das, 
que  le  alcances  es  muy  cierto, 
y  no  te  detengas  más. 
Forma,   Conde,  un  campo  abierto. 
Basta  saber  que  tú  vas 

para  que  el  mundo  te  siga. 
A  Porcia  llevar  me  obliga, 
por  si  la  gente  provoca. 


(i)     Así   en   los  originales;   pero  parece  que  mejor 
diría  "Pero,  por  que". 


ACTO  TERCERO 


147 


Rufino.       Toca  un  par  de  cajas,  toca. 
Rey.  ¡  Oh,  enemigo  y  enemiga  ! 

(Vayanse.) 

Entren    Oranteo,    Laura,    Leonarda,    Alcaide    del 
castillo.) 

Alcaide. 
Abrir  las  puertas  como  están  del  pecho. 
;  Quién  las  ha  de  negar  a  sus  señores  ? 
Las  llaves  os  entrego  del  castillo, 
y  cuantas  fuerzas  tiene  os  hago  francas. 

Oranteo. 
Alcalde  amigo,  yo  os  haré  mercedes. 

Laura. 
¡  Por  cierto  vos  le  dais  hermosas  llaves ! 
Paréceme  que  el  Príncipe  se  ríe 
de  ver  que  a  tal  señor  y  de  tal  reino 
le  dan  la  llave  de  un  castillo  pobre ; 
mas  no  podré  negar,  pues  no  ha  heredado, 
que  es  digna  aquesta  llave  de  algún  precio, 
pues  es  la  que  primero  se  le  rinde. 

Oranteo. 
Laura,   corrido  estoy  que  eso  me  digas, 
que  todo  el  reino  no  se  iguala  en  precio 
a  aquesta   fuerza,  que  es  al   fin  tu  dote, 
y  el  que  recibo  en  este  casamiento : 
y  hago  desde  aquí  pleito  homenaje, 
de   honrarle   más   que  mi   palacio   propio, 
y   de    fortificarle   y   aumentarle. 

Laura. 
Beso  los  pies  de  tu  real  Alteza. 
Mas  lo  que  ahora  quiero  que  procures 
es  el  cobrar  nuestros  queridos  hijos, 
dando  por  ellos,  en  hallazgo,  el  precio 
que  a  quien  los  tiene  en  su  poder  provoque. 

Alcaide. 
¿Cuáles  hijos,  señora?  ¿Acaso  tienes 
más  que  los  dos.  Laurino  y  Oranteo, 
que  se  llaman  también  Pascual  y  Jorge, 
de  la  crianza  de  un  villano  oculto? 

Laura. 

Esos  tengo  no  más.  ¿  Sabes  tú  dellos  ? 

Alcaide. 
Anoche   aquí  llegaron  tus   criadas 
con  unos  buenos  hombres  de  cammo, 
huyendo  de  un  Octavio  que  quería 
llevar  tu  hacienda  y  intentó  tu  infamia, 
y  trajeron  en  líos  grande  hacienda, 
y  esos  dos  niños  como  dos  estrellas. 


Laura. 

¿Hay  ventura  tan  grande?  ¿De  quién  nace 
sino  de  ya  teneros,  señor  mío? 
¡  Venirme  de  improviso  bien  tan  grande  : 
Oranteo  y  mis  hijos  juntos!  Cielos, 
¿cómo  los  podré  ver  sin  verme  loca? — 
Venid,  mi  Lien,  a  ver  a  vuestros  hijos. 

Oranteo. 
Buen  Alcaide,  la  nueva  merecía 
otra  merced  haceros   señalada; 
mientras  puedo,  tomad  esa  cadena. 

Alcaide. 
¡  Vivas  mil  años !  Hoy  de  pobre  salgo, 
que  estaba  como  Alcaide  y  como  hidalgo. 

(^Soldados,  bandera,  caja,  el  Conde  con  bastón,  el  Rey 
detrás    con    Porcia    y    Octavio.) 

Rey.  En  fin:  ¿está  en  el  castillo? 

RuFixo.       Y  dicen  que  ya  casado. 

Rey.  Pues  no  hay  más  de  combatillo. 

Rufino.       El   cañón    fuera   excusado, 

que   he   visto  un   flaco  castillo. 

Porcia.  Señor,  no  me  des  marido 

conquistado  y  combatido, 
porque  eso  sólo  ha  de  hacer 
el  hombre  por  la  mujer, 
y  hasta  aquí  mujer  he  sido. 

Rey.  Sí  me  corren  tus  razones, 

bien  se  entiende  y  considera 
que  en  obligación  me  pones 
que  al  traidor,  si  los  tuviera, 
le  saque  mil  corazones. 

Ya  sé  yo  que  no  has  de  ser 
su  mujer;  mas  quiero  hacer, 
para  que  esto  se  concluya, 
de  suerte  que  a  vista  tuya 
•muera  su  infame  mujer. 

Que  yo  le  daré  al  villano, 
cuando  posible  me  sea, 
el  castigo  de  mi  mano 
para  que  tu  padre  crea 
que  siento  el  llamarte  en  vano. 

Aunque  en  vano  no  has  venido, 
que   yo   te   daré   marido 
a  pesar  deste  cruel, 
que  ya  sospecho  que  a  él 
le  tienes  aborrecido. 

Porcia.  Eso  no,  invicto  señor, 

que  antes  a  amarle  me  aplico, 
aunque  no  me  tenga  amor; 


148 


LAURA  PERSEGUIDA 


sólo  te  ruego  y  suplico 
cobres  mi  perdido  honor. 

No  vuelva  yo  despreciada, 
para   quedar    afrentada 
por    extranjeras    naciones. 
Rey.  Conde,  con  estas  razones, 

¿  ha  de  estar  queda  la'  espada  ? 

¿En  pie  tenes  tan  vil  fuerte? 
¡  Combatilde,  derribalde, 
y  prended  de  cualquier  suerte 
mi  traidor  hijo  y  matalde, 
que  bien  merece  la  muerte  ! 
(Salgan  al  comenzar  a  batille  Oranteo  y  Laura,  cada 
uno   con   un   niño   delante  y   Leonárda   detrás   de 
rodillas-) 
Oranteo.         No  hay,  señor,  otros  perfetos, 
torres,   muros,   parapetos, 
que  nos  defiendan  de  ti, 
si  no  es  el  traerte  aquí 
las  dos  vidas  de  tus  nietos. 

Contra  ti,  Dios  no  lo  quiera, 
que  yo  desnude  la  espada 
ni  jamás  alce  bandera; 
aquí  la  traigo  envainada, 
aunque   muera  y  Laura  muera. 

Que  defenderme  podía 
todos  lo  ven,  más  confía 
que  en  sólo  amor  tan  perfeto 
pude  perder  el  respeto 
que  a  Rey  y  padre  debía. 

Este    me   hizo   casar, 
y  aunque  no  mi  igual,  tomar 
mujer  noble  y  virtuosa, 
que  esto  es  ya  tan  cierta  cosa 
como  hay  sol  y  tierra  y  mar. 

Hermosos  nietos  te  he  dado, 
que,  en  fin,  ya  te  han  hecho  abuelo, 
nombre  tierno  y  regalado, 
que  al  pecho  más  piedra  y  hielo 
basta  a  dejar  abrasado. 

Y  no  soy  de  los  primeros 
para   emplear  tus   aceros, 
y  porque  ejemplo  me  valga, 
que  de  una  mujer  hidalga 
dan  a  su  padre  herederos. 

Mas  si  te  obligan  despechos 
a  hacer  dos  tiranos  hechos, 
estos   son  nuestros   escudos : 
pasarás  sus  cuellos  mudos 
primero  que  nuestros  pechos. 
Rufino.       ¿Callas,  señor? 
Rey.  ¿Oué  he  de  hablar? 


Rufino.       Yo  no  sabré  aconsejarte. 

Rey.  Pues  tú  me  has  de  aconsejar,  (i) 

Rufino.       Ya  no  le  hay  sino  casarte, 

y  al  Príncipe  perdonar. 
Rey.  Yo,  ¿con  quién ? 

Rufino.  Con  Porcia. 

Rey.  ¡  Bueno  ! 

¿Yo  casar  a  la  vejez...? 
Rufino.       No  estás  de  ser  mozo  ajeno, 

ni  ha}'  más  remedio. 
Rey.  Esta  vez 

Conde,  el  consejo  condeno; 
que  Porcia  no  me  querrá. 
Porcia.       Acabado  'por  mí  está 

y   recibo   gran   merced. 
Rey.  Pues  por  vuestro  me  tened. 

Rufino.       Boda  y  tornaboda  habrá. 

Perdona  a  Oranteo  y  recibe 

a  Laura  y  a  tus  dos  nietos. 
Oranteo.     Deja  que  a  ti  me  derribe. 
Rey.  Ya  sois  mis  hijos  perfetos. 

Muera  el  odio,  el  amor  vive. 
Perdono  a   Laura   mi   agravio. 
Rufino.       ¿Fué  buen   consejo? 
Rey.  Fué  sabio. 

Leonarda.  Señor,  por  merced  te  pido 

l>erdones  a  mi  marido. 
Oranteo.     ¿Quién    es    tu    marido? 
Leonarda.  Octavio. 

Oranteo.         Nadie  puede  haber  que  pida, 

que    sin   gusto   se   despida. 
Octavio.     Tuyo  soy  por  varios  modos. 
Oranteo.     Demos   fin,  y  decid  todos : 

¡  VÍA^a  Laura  perseguida  !  (2) 
Fin  de  la  comedia. 

(i)  Este  verso  acaso  deba  decir:  "Pues  tú  el  re- 
medio has  de  dar". 

(2)  El  ms.  dice  al  final:  "En  Alba.,  a  12  de  oc- 
tubre de  1594.  Lope  de  Vega  Carpió."  Y  a 
continuación  lo  siguiente:  "Licencia  de  los  Jueces 
ordinarios. — 'Doy  licencia  para  que  se  represente  esta 
Comedia,  porque,  examinada,  no  contiene  cosa  al- 
gima  que  ofenda  los  oídos  de  los  oyentes.  En  Gra- 
nada, último  de  agosto  de  1603  años. — El  Dr. 
Montoya.=^Por  mandado  del  Sr.  Licenciado  Silva 
de  Torres,  del  Consejo  de  Su  Majestad,  Alcalde 
de  su  Real  Casa  y  corte.  Corregidor  de  la  villa  de 
Madrid  y  su  tierra,  he  visto  esta  comedia  y  digo  que 
puede  representarse.  En  Madrid,  a  tres  de  mayo 
de  1604. — Liñán  de  Riaza. — Represéntese  esía  co- 
media. En  Madrid  a  cuatro  de  mayo  de  i6o4.^-(i?ií- 
brica). — Fin.  =  Corregida  y  concertada  con  su  origi- 
na.!, correcciones,  censuras  y  licencias.  Madrid  20  de 
nobre.  de  1781. — Miguel  de  Pliegos.  (Riibrica.)'' 


EL  LE-A^Xi  GI?.IJ^r:)0 


COMEDIA  FAMOSA  DE  LOPE  DE  VEGA  CARPIÓ 

DIRIGIDA  A 

DON  FRANCISCO  DE  SOLIS 

Caballero  del  hábito  de  Alcántara  y  Capitán  de  Infantería 
española  en  el  reino  de  Xápoles.  (1) 


Estudiosamente  dijo  Plutarco  que  procuraban  los 
hombres  crédito  de  los  merecimientos  de  sus  obras. 
No  sé  si  en  esta  edad  lo  hubiera  hecho ;  pero  por 
muchos  pudiera  este  filósofo,  y  otros,  que  toda  la  fe- 
licidad colocaron  en  la  opinión,  pues  vemos,  así  prín- 
cipes como  hombres  particulares,  ya  en  las  armas, 
ya  en  las  letras,  mirar  como  último  fin  la  buena  fa- 
ma;   asi    es    lo    que    dijo    Esíacio : 

Xinica  podrá  morir  el  honor  vuestro, 
y  con  perpetuo  verso  vuestras  guerras 
serán  cantadas  de  las  dulces  Alusas. 

Y  Ovidio  en  la  Elegía  segunda : 

Si   murieron   Orestcs  y   Tcseo, 
Vivió  su  fama. 

Asi  las  heroicas  obras  del  excelentísimo  señor  Du- 
que de  Osuna  (a  quien  V.  m.  con  tanta  lealtad  ama, 
sigue  y  acompaña,  y  de  quien  con  tanto  amor  y  satis- 
facicn  es  estimado,  y  preferido  siempre).  Quisiera  ha- 
blar en  las  excelentes  partes  ueste  gran  Príncipe, 
mayormente  con  los  que  le  aman  y  acompañan,  y  a 
quien  él  tiene  particular  atención ;  pero  retírame  deste 
gusto  mi  ignorancia,  que  bien  sé  que  no  me  reprehen- 
diera Platón,  como  en  el  Diálogo  de  Amor  lo  tiene, 
de  los  que  por  decir  grandes  cosas  de  lo  que  aman, 
se  desvian  de  la  verdad.  Amaba  j'o  a  V.  ra.  así 
por  sus  partes  como  por  ser  los  dos  de  ima  patria; 
pero  después  que  le  vi  tan  inclinado  a  servicio  y  gus- 
to  de  nuestro  Gran  Duque,  le  amé  más  tiernamente,  y 
le  puse  en  el  número  de  los  que  saben  emplear  bien 
su  voluntad.  Ofrecióseme  ocasión  desta  memoria,  di- 
rigiendo a  V.  m.  uno  de  mis  escritos,  aunque  en  los 
primeros  años,  y  conociendo  a  V.  m.  en  los  tiernos 
suyos,  desde  que  servía  a  la  Majestad  del  Señor  Rey 
Felipe  Segundo,  de  agradable  y  santa  memoria,  no  me 


(i)  El  encabezado  del  manuscrito  de  esta  come- 
dia existente  en  la  Biblioteca  Nacional,  dice:  "Co- 
media  ¡  Intittilada  El  Leal  Criado.  1  En  Alva  a 
24  de  Junio  de  1594.  |  Pasa  en  Dantis.  |  Acto  Pri- 
mero '  Personas  que  hablan  en  él."  Las  variantes 
ven  anotadas  en  el  texto,  para  el  que  ha  servido  el 
de  la  Parte  XV  publicada  por  el   autor. 


pareció  fuera  de  propósito  dedicársele,  en  reconoci- 
miento de  la  merced  que  siempre  me  ha  hecho,  y  de 
que  conozca  mi  rendimiento,  y  deseo  de  su  aumento, 
y  vida  que  le  dé  nuestro  señor,  como  puede  y  me- 
rece. 

Capellán  de  V.  m. 

Lope  de  Veg.\  Carpió. 
FIGURAS    DE   LA   COMEDIA 


Leonardo,  caballero. 
Julio,   criado. 
Belarda,  tendera,  {i) 
Serafina,  dama. 
RiBERiA,    su    tía. 
Galerio,  su  pacre. 
Uberto,  criado. 
Andronio,   tendero. 
Rufino,   mercader. 
Dionisio. 


TllSALDO. 

jCorinto. 
Felisardo. 

TlRRENA. 

FiNEO,  criado. 

LlCIDO. 

Marcelio,  vecino. 
LiSARDA,  niña. 
Un  Alguacii.. 
Un   Niño. 


Representóla  Vergara. 

ACTO  PRIMERO 

(Leonardo   y   Julio.) 

Julio.  ¿A  esto  habernos  venido? 

Creo  que  si  lo  supiera 
con  menos  gusto  viniera 
o  no  me  hubieras  traído. 

Cuando  pensé  que  a  París 
te  trajo  algiin  caso  honroso, 
es  pensamiento  amoroso 
y  una  historia  de  Amadís. 

En  esta  edad  lisonjera, 
donde  apenas  hay  verdad, 
se    engendra   la   voluntad, 
de  la   fama  novelera. 


(i)     "Y  perfumera",  añade  el  ms. 


150 


EL  LEAL  CRIADO 


Agora  se  entra  el  amor 
a  un  hombre  por  los  oídos, 
cuando  todos  los  sentidos 
no  hacen  fe  ni  dan  valor. 
La  fama  de  la  hermosura 
de  una  mujer  te  ha  engañado. 
Leonardo.  ¿  En  qué  tienes  mi  cuidado, 
Julio  amigo,  por  locura? 

Tu   lengua  y  mal   proceder 
¿por  qué  tal  nombre  me  dan? 
Julio.         ¿No  vienes  cesde  Milán, 
sólo   a   ver   una   mujer? 
Leonardo.       Es    verdad. 
Julio.  Pues    ¿qué    mayor? 

Leonardo.  ¿Ves  cómo  tu  necedad 
ofende  mi  voluntad 
y  el  grande  poder  de  amor? 
Dime:  ¿no  deja  su  tierra 
un  hombre  por  ver  la  extraña? 
¿El  gusto  del  mar  le  engaña 
y  la  opinión  de  la  guerra? 

¿Por  ver  una  gran  ciudad, 
de  algún  rey  el  casamiento, 
fiestas  o  recebimiento, 
o  cualquiera  novedad? 

¿Pues  cuánta  mejor  disculpa 
mis   deseos   hallarán 
en  venir  desde  Roán  (i) 
por  una  amorosa  culpa? 

¿No  es  mayor  una  mujer 
que  una  ciudad  y  que  un  mar, 
siendo  un  mundo  de  pesar, 
siendo  un  cielo  de  placer? 

Pues  quien  a  ver  ha  venido 
cosa  tan  grande  y  hermosa, 
que  es  mar  de  gusto  espaciosa 
y  guerra  de  alma  y  sentido, 
¿en  qué,  dime,  pudo  errar, 
o  lo  llamas  desatino, 
pues  en  efeto  a  ver  vino 
mundo,  cielo,   guerra  y  mar? 
Julio.  Todos   los   sabios  hallaron 

por  dificultad  y  error 
persuadir  un  amador, 
que  sin  remedio  dejaron. 

Ovidio  hierbas  no  halló. 
Séneca  voz  ni  consejo, 
Plauto  amigo  o  padre  viejo, 


(i)     En  el  ms. :   "Milán".  Véanse  las  aprobaciones 
que  van  al  final  de  esta  comedia. 


y  nada  de  esto  soy  yo. 

Que  bien  sabes  que  no  soy 
padre,  ni   sabio,  ni  amigo, 
sino  un  hombre  que  te  sigo, 
porque  en  tu  servicio  estoy. 

Siendo  así,  servirte  quiero, 
que  aconsejarte  no  es  mío. 
Leonardo.  De  tu  entendimiento  ño 

la  ayuda  y  favor  que  espero; 

agora  me  has  dado  gusto, 
agora  me  has  agradado. 
Julio.  Sepamos,   pues,  tu   cuidado, 

o  sea  justo  o  injusto, 

y  dime  tu  pensamiento 
y   lo   que   piensas   hacer, 
Leonardo.  Ver  esta  hermosa  mujer 
como  en  el  entendimiento, 

donde  se  ha  representado 
con  tan  angélica  forma, 
que  quiero  ver  si  conforma 
lo  vivo  con  lo  pintado. 

Y  podrá  ser  que  no  sea 
como  en  la  idea  la  vi, 
y  que  no  hallándola  así, 
en  ella  mi  engaño  vea. 
Julio.  En  fin:  ¿es  ésta  la  calle? 

Leonardo.  Esta,  Julio,  por  las  señas. 
Julio.  Son  estas   casas  pequeñas 

para  su  riqueza  y  talle. 

Porque  ¿cómo  puede  estar 
menos  que  en  palacio  grave 
una  mujer  donde  cabe 
mundo,  cielo,  guerra  y  mar? 
Leonardo.       Déjate  de  burlas,  loco, 

que  el  hombre  es  pequeño  mundo, 
y  en  este  argumento  fundo 
que  este  mucho  cabe  en  poco. 

Cuanto  más  que  el  padre  avaro, 
con  celoso  pensamiento, 
en  noche  de  encerramiento 
tiene  su  sol  bello  y  claro. 

Es,  como  sabes,  viudo ;  . 
y  así  por  su  guarda  y  fama, 
a  una  tía  desta  dama 
ha  entregado  el  bien  que  pudo. 

Ella  la  guarda  y  la  cela 
con  ojos  de  lince  largos, 
vuelta  un  dragón,  vuelta  un  Argos 
que,  en  fin,  cuando  duerme  vela. 

Mas  como  Jason  halló 
con  que  al  dragón  diese  muerte. 


ACTO  PRIMERO 


151 


y  Mercurio  de  otra  suerte 

los  ojos  de  Argos  venció, 
Amor  me  enseñará  a  mi 

cómo  aquesta  tía  venza. 
Jui.io.  Pues  alto :  llega,  comienza. 

¿Que  has  de  hacer?;  ya  estás  aquí. 
Si  tienes  vara  encantada, 

hazla  dormir. 
Leonardo.  Eso  ignoro : 

Veo  las  manzanas   de  oro 

y  la  vaca  transformada 
y  no  sé  remedio. 
Julio.  Espera, 

que  a  la  puerta  desta  tienda 

está  una  mujer. 
Leonardo.  No  entienda, 

Julio,   mi   mal. 
Julio.  ¿Qué  te  altera? 

¿No  vende?  Llega  a  comprar. 

(Bel.\rda,  perfumera.) 

Belarda.     ¿  Quiere  algo  vuestra  merced  ? 
Julio.  Arrímate  a  esa  pared 

si  te  piensas  desmayar. 

Si  de  ver  una  vecina 
te  quedas  desa  manera, 
¿qué  hicieras  si  amor  te  diera 
tu   madama   Serafina? 

Habla  y  compra  alguna  cosa, 
que    si    aquesta   has   de   temer, 
sin   duda   a  cualquier   mujer 
debes  de  tener  por  diosa. 
Belarda.         Si   en  otra  parte  buscáis 
perfumes  o  aguas  de  olor, 
de  aquesta  ciudad,  señor, 
hoy  en  lo  mejor  estáis; 

que  no  hay  en  todo  París, 
ni  en  toda  España  ni  Italia, 
tan  bello  almizcle  y  algalia, 
ámbar  negro  y  ámbar  gris. 

Hay  menjuí  de  la  China, 
y  pastillas  de  Lisboa, 
cuya  mixtura  se  loa 
por  la  más  preciosa  y  fina. 

Jabones  napolitanos, 
no  de  alejo  piamontés, 
tengo  tales,  que  en  un  mes 
hacen   regaladas   manos. 

Ungüentos,  aguas,  aceites, 
mantecas,  mudas,  blanduras, 
quintas  esencias,  seguras. 


resplandor,  cebos  y  afeites. 
Si  tenéis  esposa  o  dama 
llevalde  un  milagro  destos. 
Leonardo.  ¿  Hay  algún  aceite  entre  éstos 
contra  la  amorosa  llama? 

¿Hay  alguna  compostura 
de  azar  para  el  corazón? 
Belarda.     Señales  son  de  afición. 
Julio.         Remedio  de  amor  procura. 
Belarda.        Pues  compre  blanduras  de  éstas, 

que  hacen  a  las  damas  blandas. 
Julio.  En  que  te  diviertes  y  andas 

y  tu  pasión  manifiestas. 

Oye  y  deja  las  ventanas. 
Compra  de  aquestas  blanduras, 
que  éstas,  las  que  son  más  duras, 
ablandan  y  vuelven  llanas. 
Belarda.         Poned,  señor,  deste  azar 

a   vuestra   dama  en  el  pecho, 
y  sea  de  piedras  hecho 
que   le   podréis   ablandar. 
Leonardo.      Si  allí  llegase  mi  mano. 

ella  sola  haría  el  efeto. 
Belarda.     Tenéis  muy  justo  conecto 
y  habláis  como  cortesano. 
Julio.  ¿Qué   te    cansas    en    blanduras? 

Ni   con   hierbas,   ni  con   lloro; 
que  no  hay  azar  como  el  oro 
que  ablande  las  peñas   duras. 

Ponle  a  cualquiera  mujer 
cien  doblones   en  el  pecho, 
y   verás   de   cera  hecho 
lo  que  piedra  solía  ser. 
Leonardo.       ¿  Sabes  lo  que  hará  la  paga 
para   cosa  tan  divina? 
Lo  que  hará  la  medicina 
que  está  lejos  de  la  llaga. 

¿  Qué  importa  el  más  raro  ungüen- 
si  a  la  herida  no  se  aplica?         [to, 
¿Oro  en  persona  tan  rica, 
no  es  villano  pensamiento? 
Belarda.         ¿Es    muy   hermosa    esa   dama 

que  os  tiene,  señor,  así? 
Leonardo.  Nunca  yo,  amiga,  la  vi; 

matóme  el  alma  su  fama. 
Belarda.         ¿Es  acaso  Serafina, 
que  ese  efeto  suyo  es? 
Leonardo.  Lo  que  ha  de  saber  después 
divinamente  adivina. 
¿Cómo  es  tu  nombre? 
Belarda.  Belarda. 


152 


EL  LEAL  CRL\DO 


Leonardo.  Pues,  Belarda,  yo  la  adoro. 
Bei.arda.     Con  razón,  que  es  como  un  oro, 

y  por  extremo  gallarda. 

Mas  ipésame  de  que  emprendas 

un  imposible  tan  aJto. 
Leonardo.  ¿Porque  estoy  de  prendas   falto 

para  igualar  a  sus  prendas? 
Belarda.         Xo  juzgo  lo  que  no  sé; 

hablo  de  su  padre  avaro. 
Leonardo.  En  ningún  medio  reparo; 

todo  lo  vence  la  fe. 

Ponga  ejércitos  de  hombres, 

cerque  de  tigres  su  casa, 

que  el  mismo  amor  que  me  abrasa 

alcanza  mayores   nombres. 
León  y  ejército  es, 

y  rayo  penetrativo ; 

yo  los  rendiré,  si  vivo, 

que  amor  los  pinta  a  sus  pies. 
Belarda.        Valor  tienes ;  pero  advierte 

que  el  sol  en  su  cielo  sale. 

(Serafina,  o  la  ventana.) 

Leonardo.  ¿  Qué  fama  habrá  que  le  iguale, 
o  qué  Apeles  que  le  acierte  ? 

¡  Oh  nunca  vista  hermosura, 
con   tal    razón    celebrada ! 

Belarda.     ¿No  es  perfeta? 

Leonardo.  Es  extremada, 

es  angélica  criatura. 

Julio.  Razón  tienes,   vive   Dios, 

señor,  de  morir  por  ella. 
Mas  él  se  canse  en  querella. 
y  querámonos  yo  y  vos. 

Belarda.         ¿  Sabéis  vos  si  soy  casada  ? 

Julio.  Eso  tengo  por  más  bueno, 

porque  del  cercado  ajeno 
sabe  más  la  fruta  hurtada. 

Quiéreme,  tendera  hermosa, 
sin  más  desvanecimientos, 
y  toca  esos  mandamientos 
de  aquesta  mano  olorosa. 

Que  me  pierdo  por  olores, 
que  es   el  mayor   incentivo, 
y  el  más  regalado  estribo 
para  el  fin  de  los  amores. 

Belarda.         Y  3-0  me  suelo  perder 
por  un  bellaco  a  tu  modo. 

Julio.  No   soy  lindo,   pero  todo 

no  tengo  mal  parecer; 

tú,   que   eres  mujer  de  gusto, 


no  te  pagues  de  alcorcados. 
Belarda.     ¿  Qué  hacen  estos  elevados  ? 
Julio.         j  Ah,  señor  ! 
Leonardo.  Extraño  susto. 

Necio;  ¿vesme  allí  sin  mí, 

poco  menos  que  en  el  cielo, 

y  de  allí  me  traes  al  suelo, 

donde  ha  un  siglo  que  salí? 
Belarda.         Bien  estabas  ocupado, 

3'  estima  en  mucho  el  favor. 
Leonardo.  ¿Habrá,  por  dicha,  mi  amor 

su  fuego  comunicado, 
o  suele  estar   Serafina 

puesta  a  la  ventana  tanto? 

Mas  ¿por  qué  me  causa  espanto? 
Belarda.     Sospecho  que  se  te  inclina, 

que  en  viendo  algún  hombre  aquí 

no  suele  un  punto  parar. 
Leonardo.  ¿Quiéresla,  Belarda,  hablar? 
Belarda.     Eso  y  más  haré  por  ti 

y  por  aqueste  atrevido 
í      que  en  tu  compañía  viene. 
Julio.  Lo  que  era  menester  tiene. 

Leonardo.  Julio,  mi  remedio  has  sido. 
Belarda.         ¡  Ah,  señora  Serafina, 

sabed  que  traído   han 

ricos  cortes  de  Milán 

de  tela  escarchada  y  fina ! 

¿  Queréislos  acaso  ver  ? 
Serafina.  Pasa,  por  tu  vida,  luego. 
Leonardo.  Si  mirando  quedé  ciego, 

03'endo  me  siento  arder. 
Belarda.         ¿Queréis  de  todos  colores? 

porque   los   hay  extremados. 
Serafina.  ¿  Hay  algunos  encarnados  ? 
Belarda.     Y  de  extremadas  labores. 
Serafina.       Pues  esos  me  dan  más  gusto. 
Leonardo.  Fuera  3-0  quien  te  lo  diera. 

(RiBERiA,  SU  tía  de  Serafina,  a  la  ventana.) 

R1BERIA.     ¿Qué  haces,  di,  ventanera, 

dando  a  tu  padre  disgusto? 
¿Es  esto  lo  que  te  digo? 

¿Lo  que  te  predico  es  esto? 
Serafina.  En  este  punto  me  he  'puesto. 
Belarda.     Este  es,  señor,  tu  enemigo; 

Riberia,  su  tía,  es  ésta. 
RiBERiA.     Éntrate  allá,  que  algún  día 

esta  reja  y  celosía 

tú  verás  lo  que  te  cuesta. 
Serafina.       ¿Qué  me  tiene  de  costar? 


ACTO  PRIMERO 


153 


RiBERiA.     ¿Respondes,  desvergonzada? 

Serafina.  ¿  Que  no  he  de  hablar  ni  hacer  nada 
en  que  te  pueda  agradar  ? 

RiBERiA,         Entra,   pues,   no  me   repHques. 

Belarda.     Ya,  en  efeto,  la  llevó. 

Julio.  A  tal  Argos,  digo  yo, 

que  mucho  Mercurio  apliques. 

Leonardo.       A  no  me  tener  por  loco, 
o  resultar  que  perdiera 
mi  bien,  desde  aquí  me  viera 
tener  su  respeto  en  poco. 

¿  Sinvergüenza  a  un  ángel  bello, 
que  de  sus  mejillas  puede 
darle  color  ?  ¡  Que  esto  quede 
sin  castigo! 

Julio.  Puede  hacello, 

que  es  su  tía  y  es  su  oficio. 

Leonardo.  ;  Su  oficio  es  tratalla  mal? 
¡  Oh  Circe,  oh  furia  infernal, 
que  este  es  tu  nombre  y  oficio ! 
Mas,  señora,  pues  que  sabes 
mi  amoroso  pensamiento, 
y  para  su  encerramiento 
has  hallado  industria  y  llaves, 

en  esos  cortes  que  llevas 
corta  remedio  a  mi  mal, 
que  será  la  paga  tal 
que  en  razón  de  amor  me  debas. 

Dile  que  desde  mi  tierra, 
adonde  llegó  su  fama, 
me  trajo  la  ardiente  llama 
que  amor  en  mi  pecho  encierra. 

Dile  que  soy  caballero, 
y  que  es  Leonardo  mi  nombre, 
y  dile  que  soy  un  hombre 
que  por  su  hermosura  muero; 

y  dale   este  anillo  en   fe 
del  amor  que  la  he  tenido, 
que  siendo  correspondido 
será   el    fénix   que   en    él   ve; 

y  toma  tú,  que  en  mi  nombre 
traigas  aquesta  cadena. 

Belarda.     Ni  tu  razón  ni  tu  pena 
será  justo  que  me  asombre. 

El  anillo  tomaré 
para  dar  a  tu  señora, 
pero  la  cadena  agora, 
aunque  quiera,  no  podré, 
que  no  soy  interesable 
y  tengo  quien  me  la  vea. 

Leonardo.  Xo  es  posible  que  eso  sea. 


sino  desdicha  notable. 

Y  pues  no  te  sirves  dolía, 
cuando  me  aparte  de  aquí 
no  te  acordarás  de  mí. 
Belarda.     Menos  lo  hiciera  por  ella. 

Pero  pues  tu  gusto  es, 
yo   la   acepto   por   señal, 
que  el  remedio  de  tu  mal 
es   ya  mi   propio   interés. 

Vuelva  Julio  por  aquí 
a  saber  de  aquí  a  media  hora 
lo   que   dice  esta  señora 
de   aqueste  anillo  y   de  ti. 

Pero  mi  marido  viene. 

(Sale  Androxio.) 

Leonardo.  El  ámbar  es  extremado, 

pero  el  precio  me  ha  espantado. 
Julio.  ¡  Que  guantes  sin  olor  tiene  ! 

Andronio.       ¿  Qué  buscan  estos  señores  ? 
Belarda.     Andan  muy  cortos  de  precio, 

}•  haciendo  gran  menosprecio 

de  los  más  finos  olores. 
Andronio.       ¿\'endrán  de  la  India,  acaso, 

de  Portugal  ? 
Belarda.  Y  él  agora 

vendrá  de  ver  la  señora. 
Andronio.  ¿  Qué  señora  ?  Hablemos  paso. 
Belarda.         Los  que  él  ha  dado  sabré 

desde   el   punto   que  comió. 
!  Andronio.  Tu  condición  te  engañó, 

por  tu  vida,  que  juzgué,  (i) 
Belarda,         Éntrese  en  la  tienda  un  poco, 

que  entro  aquí  a  ver  la  vecina. 
Andronio.  ¿Cuál  dellas? 
Belarda.  A  Serafina. 

Andronio.  Mira  que  ese  viejo  es  loco 

y  tiene  del  aire  celos. 
Belarda.     Hame  unos  cortes  pedido. 
Andronio.  Tratan  de  darle  marido. 
Belarda.     Ya  lo  quisiesen  los  cielos 
Julio.  En  la  tienda  se  han  entrado; 

¿qué  piensas  agora  hacer? 
Leonardo.  Centinela  quiero  ser 

deste  mi   enemigo  amado. 
Julio.       ,      Mejor  es  que  des  la  vuelta, 

y  aun  a  ti  mismo  era  bien, 

porque   enmendases  también 

esa  condición  resuelta. 


(i)     Así  en  ambos  textos;  quizá  será  "jugué". 


154 


EL  LEAL  CRIADO 


Leonardo.       ¿De  qué  es  la  resolución '* 

Julio,         De  la  cadena  que  diste ; 

que  otra  mayor  me  pusiste 
de  hierro  en  el  corazón. 

Leonardo.       ¿  Pues  no  está  bien  empleada, 
y  tu  lición  no  seguí, 
si  el  oro  enternece  así 
a  la  mujer  más  helada? 
¿Tú  mismo  no  lo  decías? 

Julio.         A  los   ricos   di   el   consejo. 

Leonardo.  En  buenas  manos  la  dejo. 

Julio.         En  mejores  la  tenías. 

Yo  no  sé  lo  que  has  de  hacer 
en  gastándose  el  dinero. 

Leonardo.  De  algún  amigo  lo  espero 
que  me  podrá   socorrer. 

Julio.  Un  amigo  mucho  vale, 

tenerle  es  tener  tesoro, 
mas  una  cadena  de  oro 
no  hay  amigo  que  la  iguale. 

Pero  pues  ella  me  mira, 
y  es   mujer  tierna  y   briosa, 
yo  he  de  hacer  alguna  cosa 
que   te   parezca   mentira. 
No  sé  quién  se  viene  aquí. 

(Salen  Gaíerio,  padre  de  Serafina,  y  Uberto,  criado.) 

Galerio.     Cuando  del  haga  elección, 

tendré  la  satisfacción 

que  puedo  tener  de  mí. 
Uberto.  Contrario  humor  es  el  tuyo 

de  los  demás  padres  viejos. 
Galerio.     Y  a  mí  lo  son  tus  consejos, 

y   así   tus    consejos   huyo. 
Uberto.  ¿Cuál  es  del  padre  el  cuidado? 

Galerio.     Criar  los  hijos. 
Uberto.  Pues   bien, 

cuando  criados  estén, 

¿no  es   el   remedio   acertado? 
Galerio.         ¿Quién  lo  duda? 
Uberto.  Pues  quien  tiene 

sola  una  hija,  ¿qué  trata, 

si  su  remedio  dilata, 

qué  es  lo  que  más  le  conviene  ? 
Galerio.        Entra  en  casa  y  no  me  apures ; 

llama  a  Serafina  luego. 
Uberto.       Yo  iprocuro  tu  sosiego. 
Galerio.     No  quiero  que  le  procures. 
Leonardo.       El  que  entra  sin  duda  es 


¿  Por  qué  en  desviarte  tardas 
adonde  el  peligro  ves? 

Vamos,  porque  vuelva  yo 
a  ver  la  amiga  tendera. 
Leonardo.  Como  ella,  Julio,  te  quiera, 
todo  mi  mal  se  acabó. 

(Vanse  Julio  y  Leonardo.) 

Galerio.         ¡Que  jamás  dejo  de  ver 

mancebos  junto  a  mi  puerta ! 
Pero  al  fin  es  señal  cierta 
que  cebo  debe  de  haber. 

Como  al   reclamo  acude  el  paj arillo, 
y  el  tordo  al  fruto  de  temprano  acerbo, 
al  animal  difunto  el  negro  cuervo, 
las  saltadoras  cabras  al  tomillo. 

Como  a  la  voz  del  tierno  corderillo 
hambriento  lobo   en   porfiar   protervo, 
al  agua  herido  de  la  flecha  el  ciervo, 
y  lleno  de  garrochas  el  novillo; 

y  como  el  abejuela  a  la  flor  bella, 
el  mudo  pez  al  cebo  y  al  garlito, 
y  a  su  voz  cuantas  aves  tienen  nombres, 

así  el  mancebo  acude  a  la  doncella, 
porque   es  este  deseo  y  apetito 
común   naturaleza  de   los   hombres. 


padre  de  mi  "bien. 


Julio. 


¿  Qué  aguardas? 


Serafina. 

Galerio. 
Serafina. 

Galerio. 

Serafina. 

Galerio. 

Serafina. 

Galerio. 

Serafina. 


Galerio. 


Serafina. 


Galerio. 
Serafina. 


(Sale   Serafina.) 

Que  me  llamabas  me  dijo 
Uberto. 

¿  Qué  hacías  agora  ? 
Estaba    con    mi    señora, 
por   cuyo  gusto   me   rijo. 
¿Hacías  labor? 

Sí  hacía. 
¿Qué? 

Una    red. 

¿Red,  para  qué? 
Creo  que  una  toca  haré, 
aunque  gorguera  quería. 
Mas  tomóme  la  palabra 
mi  prima,  señor,  ayer. 
Pájaros   quiere   coger 
la  mujer  que  redes  labra. 

No  las  hagas,  por  tu  vida. 
Ya   si  no  es  para  vengarme, 
no  hay  red  que  tienda  ni   arme, 
que   he    sido   en   otra   cogida. 
¿Qué    dices? 

Que  ya  por  ti 
se  quedará  comenzada. 


ACTO  PRIMERO 


155 


Galerio. 
Serafina. 
Galerio. 
Serafina. 

Galerio. 


Serafina. 
Galerio. 


Ser.\fin.\. 


Galerio. 


Serafina. 
Galerio. 

Serafina. 
Galerio. 


Serafina. 
Galerio. 


Serafina. 


Galerio. 


Ser.\fina. 

Galerio. 
Ser.\fina. 
Galerio. 
Ser.\fina. 


G-ALERIO. 

Serafina 


¿Deseas  verte  casada? 
¿  Díceslo  de  veras  ? 

Sí. 
¿Y  cuándo  tú  me  preguntas 
tan  vergonzosas   razones? 
¿Desto  las  colores  pones, 
ya  encarnadas,  ya  difuntas? 

Que  importa  saber  tu  gusto. 
¿No  basta  que  el  tuyo  sabes? 
Hija,  en  negocios  tan  graves, 
que  yo  sepa  el  tuj'o  es  justo. 

Déjate  de  sumisiones, 
y  dime  tu  voluntad. 
Si  es  tuya  la  autoridad, 
¿  conmigo  en  eso  te  pones  ? 

Aquí  estoy  a  ti  sujeta, 
haz  de  mí  lo  que  quisieres. 
Serás,  entre  mil  mujeres, 
tú  agora  la  más  perfeta. 
Di  si  te  quieres  casar. 
¿  Pídenme,  acaso  ? 

Cual  suelen, 
me  afligen,  cansan  y  muelen. 
¿Y  sientes  deso  pesar? 

No;  pero,  en  fin,  considero 
que   a  esta  loca  juventud 
no  les  mueve  tu  virtud. 
¿Pues  qué,  señor? 

Mi  dinero. 
Bien  que  alguno  habrá  picado 
en  tu  exterior  hermosura, 
como  este  que  hoy,   por  ventura. 
Ya  lo  dije. 

Y  no  has  errado. 
Porque  si  no  eres  servido, 
desengáñate  de  mí, 
que  mientras  te  tengo  a  ti 
no  quiero  mejor  marido, 
i  Vivas  mil  años,  amén  ! 
Voite  a  sacar  tela  o  raso 
para  un  vestido. 

Habla  paso, 
no  te  lo  oiga  decir. 

¿Quién? 
Mi  tía. 

¿Y  estorbarálo? 
;Ya   no   sabes   su   avaricia, 
y  que   de   envidia   y  malicia 
me  estorba  cualquier  regalo? 

Este  no  le  estorbará. 
Pedirte   también   quisiera... 


Galerio.     Pide  otra  cosa  cualquiera ; 

pide,  que  en  tu  mano  está. 
Serafina.  Un  Contcmptus  mundi  quiero. 
Galerio.     Pensé  que  un  fino  collar. 
Serafina.  Quiero  leer  y  rezar, 

mientras  que  ociosa  te  espero. 
Galerio.         ¿Hay  padre  que  haya  engendrado 

en  tal  punto  tanto  bien? 

Yo  voy  por  él,  y  también 

te  traeré  el  libro  y  tratado. 
¿  Qué  color  de  raso  quieres  ? 
Serafina.  Compra  el  libro  y  eso  deja. 
Galerio.     ¿Quién  es  el  que  tiene  queja 

del  valor  de  las  mujeres? 

¿  Quién  es  el  que  cansa  el  cielo 

con  pedir  hijos  varones, 

viendo  aquí  las  perfecciones 

de  su  poder  en  el  suelo  ? 
Bendito  yo  que  te  hice... 

Yoy,  hija;  aguárdame  ixn  peco. 

(Vase.) 

Serafina.  ¡  Qué  presto,  avariento  y  loco, 
tu  codicia  satisfice ! 

Si  te  tratan  de  que  dejes 
esa  hacienda,  que  es  tu  Dios, 
no  hay  mal  de  ijada  ni  tos 
de  que  luego  no  te  quejes. 

Y   como   mi   casamiento 
te  ha  de  sacar  tanta  parte, 
que   desta   queja  me   aparte 
te  causa  extraño  contento. 

No  sé  si  es  esta  amenaza; 
mas  quien  desto  se  desvía 
no  se  espante  si  algún  día 
anda  su  honor  en  la  plaza. 

Que  tanto  detenimiento 
en  cosa  que  tanto  importa, 
mil  veces  el  hilo  corta 
al  más  cuerdo  pensamiento. 

(Sale  Belarda.) 

Belarda.         Dame  esos  brazos  mil  veces, 

flor  de  hermosura. 
Ser.^fina.  ¡  Oh,    Belarda  ! 

Belard.v.     Dichoso  el  que  los  aguarda, 

y  sea  un  rey,  que  un  rey  mereces. 
i  Qué  linda  y  qué  fresca  estás  ! 

Bendígate  el  cielo. 
Serafina.  Estoy 

para  servirte. 


156 


EL  LEAL  CRIADO 


Belarda.  Yo  soy 

la  que,  en  fin,  se  obliga  más. 
Serafina.       Siéntate,  Belarda  mía. 
Belarda.     De   rodillas  estaré. 
Serafina.  Mira  que  me  enojaré 

si  estás  como  el  otro  día. 
Belarda.         Pues  di :  ¿  mil  hombres  no  hubiera 

que  te  sirvieran  así? 
Serafina.  ¡  Ay,  amiga!  ¿Hombres  a  mí? 

¡  Jesús,  y  quién  lo  creyera ! 

No,   hermana;   ya   por   sin   duda 

tengo  un  torno  y  una  reja. 
Belarda.     Después  tendrás  esa  queja 

de  cuatro  veces  viuda. 

En  verdad  que  has  de  casarte, 

y  antes  de  un  mes. 
Serafina.  ¿De  un  mes?  Bueno. 

Belarda.     Das  con  los  ojos  veneno, 

y   quiere   amor    castigarte; 
que  como  abeja  has  de  ser, 

dejándole  en  quien  picares. 
Serafina.  Por  cierto  que  mis  pesares 

no  esperan  este  placer. 
Belarda.         Milagro  fué  que  tu  tía 

no  se  viniese  tras  mí. 
Serafina.  Bueno,  fiará  de  ti 

lo  que  a  sí  propia  no  fía. 
Dice  que  eres  una  santa. 
Belarda.     Pues  no  lo  creas. 
Ser.\fina.  Ya  sé 

que  en  tiempo  de  tanta  fe 

cualquiera  milagro  espanta. 
¿  Quién  es  un  hombre  que  hoy 

comipraba  olor  en  tu  tienda? 
Belarda.     ¿Un  viejo? 
Serafina.  No. 

Belarda.  ¿Quién,  mí  prenda? 

Serafina.  Por  darte  señas  estoy; 

mas  dirás  que  es  libertad. 
Belarda.     ¡Ah,  sí,  un  clérigo! 
Serafina.  No,   acaba. 

Belarda.     Es  un  roanés  (i)  que  compraba 

ámbar  fino  en  cantidad. 
Serafina.       No  sé;  pero  el  traje  en  todo 

era  de  hombre  forastero. 
Belarda.     Es  un  noble  caballero. 


(i)  En  el  ms. :  "Un  milanés".  Aquí  se  le  olvidó 
a  Lope  que  por  la  censura  se  había  cambiado  la  pa- 
tria de  Leonardo.  Se  conoce  que  la  corrección  se  hizo 
sólo  en  algunos  lugares. 


Serafina.  ¿Y  el  otro? 
Belarda.  Del  mismo  modo, 

aunque  le  trae  por  criado. 

Mas,  ¿cómo  miraste  en  él? 
Serafina.  Porque  allí  te  vi  con  él. 
Belarda.     Con  causa  lo  has  preguntado. 

No  te  receles  de  mí. 
Serafina.  ¿Quieres  que  una  cosa  diga? 
Belarda.     Tu  esclava  soy  más  que  amiga. 
Serafina.  Pues  escúchame. 
Belarda.  Eso  sí. 

Habla,  huélgate  este  rato, 

desenfádate  contigo. 
Serafina.  Mucho  ha  podido  conmigo 

la  llaneza  de  tu  trato. 
Belarda.         Díme  ya  cuanto  quisieres, 

y  tenga  todos  sus  nombres, 

que  a  solas,  como  los  hombres, 

somos  hombres  las  mujeres. 
¿Hate  parecido  bien? 
Serafina.  No  vi  en  mi  vida  su  talle. 
Belarda.     (Poco  es  menester  rogalle, 

que  ella  se  ayuda  también.) 
Tienes,  por  cierto,  razón. 

Pues  si  le  vieras  hablar... 

Dejóme  para  expirar 

su  dulce  conversación. 

Lo  menos  que  tiene  es  talle, 

porque  hablándole  enloquece. 
Serafina.     Y  a  fe  que  bien  te  parece. 
Belarda.     Tanto,  que  quisiera  amalle. 
Pero  viene  enamorado 

de  Milán. 
Serafina.  ¿Tiene  allá  dama? 

Belarda.     No,  que  lo  viene  por  fama, 

que  es  pensamiento  extremado. 
Serafina.       ¿Por  fama  se  enamoró? 
Belarda.     Así  me  lo  dijo  allí. 
Serafina.  ¿  Que  se  ha  descubierto  a  ti  ? 
Belarda.     Y  aun  este  anillo  me  dio. 
Serafina.  ¿Conócesla? 
Belarda.  Pienso  hablalla 

de  su  parte. 
Serafina.  ¡  Qué  dichosa  ! 

¿Quieres  hacer  una  cosa? 
Belarda.     ¿Y  es? 

Serafina.  Engañarle  y  burlalla. 

Belarda.         ¿  Cómo  ? 
Serafina.  Darle  aqueste  mío, 

y  darme  este  suyo  a  mí. 
Belarda.     Por  cierto,  señora,  sí, 


Acto  primero 


157 


que  eso  y  más  hacer  confío. 
Mas  dime :  si  es  que  le  quieres, 
negociaré  que  te  hable. 
Serafin.a.  ¿Viónie? 

íJelarda.  ¡  Qué  engaño  notable  ! : 

¿qué  no  sabrán  las  mujeres? 
Vióte  muy  bien,  y  me  dijo 
que  eras  mayor  que  la  fama 
que  le  han  dicho  de  su.  dama, 
tanto  que  estuvo  prolijo. 
Serafina.      ¿En  qué? 
Belarda.  En  saber  cosas  tuyas, 

como  si  a  él  le  importaran. 
Serafina.  ¡  Pluguiera  a  Dios  le  agradaran, 

como  me  agradan  las  suyas ! 
Belarda.         ¿  Quieres  que  le  diga  eso  ? 
Serafina.  Cuando  él  me  quisiera  a  mí. 
Belarda.     Pues  sábete  que  por  ti 
pierde,  Serafina,  el  seso. 

Para  ti  es  aqueste  anillo, 
y  la  respuesta  que  aguardo; 
tuyo,  señora,  es  Leonardo, 
segura  puedo   decillo. 

Castamente  te  desea, 
a  esto  viene,  esto  pretende, 
lo  que  tu  padre  defiende, 
quiere  amor  que  suyo  sea. 

No  te  turbes  ni  te  espantes, 
sino  estorba  el  vil  consejo 
de   aquese   avariento   viejo, 
centauro  de  mil  amantes. 

Y  pues  tan  bello  le  pinto, 
que  ha  igualado  tu  deseo, 
sea  Leonardo  el  Teseo 
que  venza  este  laberinto. 

Sal  de  sus  lazos  y  redes, 
y  muera  el  monstro  enemigo. 
Serafina.  Pues  no  puedo  hablar  contigo, 
respóndete  tú  que  puedes. 

Conózcome  aborrecida 
de  mí  misma  en  esta  edad, 
viendo  que  en  tal  soledad 
paso  la  flor  de  mi  vida. 

Amaréle  a  su  pesar 
destos  dos  ojos  crueles, 
que  tú  podrás  como  sueles, 
venirme,  Belarda,  a  hablar. 
Dile  que  me   pareció 
I  un  ángel,  que  no  hombre  humano, 

y  que  le  daré  esta  mano, 
y  esta  vida  y  toda  yo... 


Pero  no  le  digas  nada, 
que  no  sé  si  estoy  en  mí. 
Belarda.     Ya  viene  Riberia  aquí. 

¿  Xo  es  esta  tela  extremada  ? 


Serafina 

Riberia. 

Belarda. 

Serafina 

Belarda. 

Riberia. 

Belarda. 


Riberia. 
Serafina, 


Belarda. 


Riberi.\. 

Belarda. 

Riberia. 

Belarda. 

Riberia. 
Belarda. 


Riberia. 
Belarda. 


Riberia. 

i    Serafina. 
i   Belarda. 


{Sale    Riberia.) 

¿  Y  qué  tal  ? 

Bolarda   amiga ! 
¡  Oh,    mi    señora !    ¿  Aquí    estabas  ? 
¡  Oh,  qué  cosas  hay  tan  bravas  ! 
Buena  está,  ¡  Dios  la  bendiga ! 
Siéntate,  que  yo  estoy  bien. 
Xo  pasa  por  ella  día, 
esta  es  madre,  que  no  es  tía. 
j  Ay,  Dios  se  la  guarde,  amén ! 
¡  Qué  dicha,  a  falta  de  madre, 
hallarla  tan  buena  aquí ! 
Ella  lo  conoce  ansí. 
Bien  lo  dijera  mi  padre; 

que  del  amor  que  te  tengo 
forma  celos  cada  día. 
Por  cierto  aquí  lo  decía, 
y  dice  siempre  que  vengo. 

Como  a  la  vida  te  quiere, 
porque   es   una   corderilla 
tan  obediente  y  bobilla 
que  si  te  enoja  se  muere. 

Si  vieses  lo  que  pasamos 
con  ella,  boba  dirías. 
Cuantos  nacen  tienen  días, 
y    todos    nos    enojamos. 

¿En  qué  agora  te  entretienes, 
porque    mudemos    razón? 
Todo  es  hacer  oración. 
¿X'o  estoy  flaca? 

Flaca  vienes. 
Anda  Andronio  por  ahí 
desvanecido  en  su  juego,  (i) 
pues  que  si  entra  el  amor  ciego... 
Reza,   y  vencerásle  ansí. 

Cilicio  traigo  en  verdad, 
aunque  galana  me  ves, 
pues  a  fe  que  ha  más  de  un  mes 
que  ayuno  a  la  Soledad. 

Hija  Serafina,  aprende 
para  cuando  seas  casada. 
La  lición  tengo  estudiada. 
Sí,  en  verdad,  que  bien  me  entiende; 
pero  mi  tienda  dejé 


(i)     Así   en   eL  impreso;    en   el   ms.    dice:    "fuego' 


158 


EL  LEAL  CRIADO 


sola,  licencia  me  dad. 
RiBERiA.      Allá  hemos  de  ir  en  verdad. 
Belarda.      ¿y  cuándo? 
RiBERiA.  Esta  tarde  iré 

o  mañana  de  mañana, 

que  un  poco  de  holanda  quiero. 
Belarda.     ¡  Y  qué  buena  que  hoy  la  espero ! 
RiBERiA.      Quiérola  en  precio  mediana. 
Belarda.         Escogerás  a  tu  gusto; 

¿habéis  de  ir  las  dos? 
Riberia.  Las  dos. 

Belarda.     Quedad,  señoras,  con  Dios. 
Serafina.  Todo  me  ha  venido  al  justo: 
amor  quiere>  y  temor  duda. 

¡  Oh,  padre,  en  qué  me  has  metido  ! 

Cuando  traigas  el  vestido 

me  has  de  hallar  de  honor  desnuda. 

{P^ansc,  y   salen   Leonardo  j'   Julio.) 

Leonardo. 

Ver  el  único  bien  de  mi  consuelo, 
y  hallar  también  quien  mi  dolor  le  diga, 
esperando  respuesta   favorable, 
todo  en  discurso  de  un  pequeño  día, 
parece,  Julio,  historia   fabulosa. 

Julio. 
Piensa  que  cuando  en  esta  tierra   fueras 
un  príncipe  famoso  y  te  costara 
muchos  dineros,  y  servicios  muchos, 
no  estuviera  tu  amor  en  tal  estado. 
No  sé  qué  imagen  celestial  hoy  tiene 
a  Venus  tan  propicia,  el  sol  tan  claro, 
y  le  mira  de  aspecto  tan  benévolo, 
que  lo  que  no  te  dieran  muchos  años 
te  ha  dado  fácilmente  solo  un  día. 

Leonardo. 

¿Qué  importa  esa  ventura,  Julio  mío; 
qué   importa   ese   milagro   de   los   cielos 
si  otras  estrellas  y  otro  sol  más  puro 
me  eclipsan  esa  luz  con  su  respuesta? 
Dame  que   Serafina  corresponda 
con   ese  día,  y  sol,  cielo  y  estrellas, 
y  entonces  yo  veré  que  mi  ventura 
tiene  poder  y  fuerza  sobre  todas. 

Jltlio. 

Cuando  son  los  principios  favorables, 
bien  pueden  esperarse  alegres  fines. 
La  esperanza  del  bien  los  males  vence; 
aprisa  da  sus  bienes  la  fortuna, 


el  que  es  dichoso  en  todo  se  parece, 

las  sentencias  de  amor  no  guardan  término, 

luego  da  el  alma  los  sucesos  tristes, 

y  el  pulso  de  la  vida  las  alegres; 

este  es  el  corazón,  y  a  mí  me  enseña 

que  son  en  tu  favor  tiempo  >•  fortuna. 

Leonardo. 
Amor  lo  trace,  amor  de  mí  se  duela, 
él  es  deste  milagro  el  abogado. 
Mas  oye,  que  Belarda  de  allá  viene ; 
¡  oh,  esperanza  y  refugio  de  mi  vida ! 
Si  me  dieras  licencia,  aunque  a  tu  puerta, 
aunque  en  la  calle,  aunque  lo  vieran  todos, 
besara  de  rodillas  por  la  tierra 
esos  pies   que   han   andado   en   mi   remedio. 

(Sale  Belarda.) 

Belarda. 
Déjame  ver  si  está  en  la  tienda  Andronio, 

Leonardo. 
Andronio,  tu  marido,  es  ido  fuera. 
Dime  de  mi  esperanza  alguna  cosa; 
dime  de  mi   remedio  y  de  mi  vida, 
¿qué  estado  tiene  el  alma,  que  en  tus  manos 
espera  dulce  gloria  o  pena  amarga? 

Belarda. 
Primero  quiero,  que  de  mí  lo  sepas, 
que   me   digas,   Leonardo,  en   qué   Tesalia 
estudiaste  la  mágica  y  hechizos; 
qué  Medea  tuviste  por  maestra; 
que  aunque  es  verdad  que  la  hermosura  vence 
la  fuerza  de  palabras  y  de  hierbas, 
rendir  una  doncella  descuidada 
y  darle  tal  veneno  con  los  ojos, 
efectos  son  que  de  hermosura  exceden. 

Leonardo. 
¿  Luego  rendida  Serafina  queda  ? 

Belarda. 
Díjelo  sin  querer,  pero  no  importa, 
ella  queda,  Leonardo,  tan  rendida, 
que  antes  que  yo  la  hablase  en  ti  palabra 
me  confesó  que  el  alma  le  robaste 
con  sólo  verte  desde  aquella  reja; 
dice  que  te  dará  la  fe  de  esposa, 
y  aqueste  anillo  por  el  tuyo  envía. 

(Sale  Andronio.) 

Andronio. 
¿Qué  anillo  es  ese,  y  qué  es  lo  que  le  dices, 


ACTO  PRIMERO 


159 


Belarda,  a  aquese  forastero? 
Belarda. 

¡  Oh,  Andronio ! 
Hoy  que  compraba  en  nuestra  tienda  el  ámbar, 
aber  quería  solamente  el  precio; 
que  es  mercader,  y  de  Milán  famoso, 
y  trae  cantidad  de  lo  más  fino; 
hemos  hecho  concierto,  y  doile  en  prendas 
aqueste  anillo  que  me  dio  esta  tarde, 
mientras  me  paga  un  corte,  Serafina, 
porque  él  también  me  ha  dado  esta  cadena 
en  fe  de  que  quedamos  concertados. 

Julio. 
¿Hase  visto  jamás  tan  alto  enredo? 

Andronio. 
A  quien  tan  bien  entiende  destas  cosas 
no  tengo  que  culpar  que,  en  fin,  las  haga 
sin  que  dellas  me  dé  parte  ni  aviso. 
,Vos  seáis,  caballero,  bien  llegado, 
y  pésame  que,  en  fin,  Belarda  en  esto 
anduviese  tan  poco  cortesana 
que  algún  regalo  en  casa  no  os  hiciese. 
Entrad  en  mi  aposento,  por  mi  vida ; 
tomaréis  de  una  caja  de  conserva, 
y  sacaremos  de  un  español  vino 
que  no  lo  bebe  el  mismo  rey  tan  bueno. 

Leonardo. 

Por  cierto  vuestro  término   es  tan  noble, 
que  si  con  vos  hiciera  agora  el  precio, 
creo  que  os  diera  sin  ninguno  el  ámbar. 
Yo  lo  he  comprado  a  ciertos  portugueses; 
no  pido  más  de  lo  que  me  ha  costado ; 
ve,  Julio,  a  la  posada  y  trae  la  muestra, 
en  tanto  que  yo  voy  a  mis  negocios. 

Andronio. 

No  permitáis  en  esto  hacerme  agravio; 
por  vida  mía,  que  entréis. 

Leonardo. 

Estoy  de  prisa ; 
mañana  yo  os  ofrezco  de  acetallo. 

Andronio. 
Belarda,  ruega  tú,  que  estás  muy  necia. 

Belarda. 

Si  el  ruego  de  mujer  lo  acaba  todo, 
^que  nos  hagáis   este   favor  os   pido. 


Leonardo. 

Serviros  debo  y  replicar  no  es  justo. 
Ve,  Julio,  por  el  ámbar  entre  tanto. 

Julio. 
Yo  voy,  señor. 

Leonardo. 

Entrad   delante. 

Andronio. 

Entremos, 
porque  estas  amistades  confirmemos. 

{Vanse,  y  queda  Julio  solo.) 

Julio.  Notable  enredo  ha  sido 

y  desta  mujer  el  pecho, 
que  en  daño  tan  conocido 
al   ciego   Leonardo   ha   hecho 
amigo  de  su  marido ; 

que  en  la  empresa  de  su  amor 
es    el    remedio    mejor, 
pues  mediante  el  amistad 
tendrá  con   facilidad 
de  Serafina  favor. 

¿  Pero  cómo  podrá  dalle 
el  ámbar  que  prometió? 
Aunque  puede  consolalle, 
que  quien   allí  lo   metió 
podrá  tan  presto  sacalle; 

porque   la  misma  mujer 
mina   de   ámbar   ha  de  ser, 
pues  que  della  ha  de  salir, 
y  es  negocio  de  reír 
el  volvérselo  a  vender. 

Yo  del  dinero  que  tengo 
habré  de  comprar  un  poco, 
con  que  a  dar  la  muestra  vengo; 
que   me   matará   este   loco 
si  en  comprallo  me  detengo. 

Pero,  ¿qué  justicia  es  ésta? 

(Vase  Julio  ;  salen  un  Alguacil  y  Rufino,  mercader.) 

Rufino.  '    Que  le  prendáis  sólo  resta, 
como   el    mandamiento   dice. 

Alguacil.  Digo   que   ayer   no   lo   hice 
por  ver  su  buena  respuesta. 
Pero  pues  hoy  no  acudió, 
ni  como  me  prometía, 
Rufino,  el  dinero  os  dio, 
cesará  la  cortesía. 

Rufino.       Haced  vos  que   cobre  yo, 

que  vuestro  interés  os  va. 


160 


EL  LEAL  CRIADO 


Alguacil.  ¿Qué  digo?  ¿Quién  está  acá? 

(Salen  Andronio,  Belarda  y   Leonardo.) 

Andronio.  ¿Quién   llama? 

Alguacil.  ¡  Oh,  señor  Andronio  ! 

Ya  sale  su  matrimonio ; 

¿quién  duda  voces  habrá? 
Andronio.       Rufino,  si  hoy  no  he  cumplido, 

bien  podéis  tener  por  cierto 

que  a  mi  no  me  han  acudido; 

mas  no  es  pasado  el  concierto, 

que,  en  fin,  por  todo  hoy  ha  sido. 
Rufino.  A  la  noche  o  de  mañana 

pagáis   a  la   cortesana; 

pero  a  la  cárcel  iréis. 
Leonardo.  Si  es  deuda,  aquí  me  tenéis, 

si   yo   soy   fianza  llana. 
Alguacil.       Creo  que  sois  •  caballero 

y  para  todo  abonado ; 

pero,  en  fin,  sois  forastero. 

Muchas  veces  me  ha  engañado, 

llevarle  a  la  cárcel  quiero. 
Ea,  véngase  conmigo. 
Belarda.     Id,  marido;  andad,  amigo, 

que  a  vos  no  os  ha  de  comer. 
Andronio.  En   fin,  ¿  me  queréis  hacer, 

Rufino,  vuestro  enemigo? 
Vamos,  señor  Alguacil, 

que   aunque  allí  esté  un  año  y  mil 

no  he  de  pagar. 
Rufino.  Norabuena, 

para    vos    será    la    pena. 
Andronio.  Ruin   término   y  trato   vil. 
Rufino.  Hablad   bien. 

Leonardo.  ¿  Por  sólo  eso 

ha  de  ir  preso? 
Andronio.  No  defiendas 

mi  prisión,  que  haré  un  exceso. 
Leonardo.  Yo  daré  fianza  o  prendas. 
Andronio.  No  darás,  tengo  de  ir  preso. 
Leonardo.       Si  es  tu  gusto,  adiós. 
Alguacil.  Avenid 

y  sabremos  si  es  ardid 

ir  preso  por  no  pagar. 
Rufino.      Mucho  mejor  es  callar. 
Alguacil.  ¿  Para   qué  ?    Si   no   reñid. 

(Vasa  Rufino,  Andronio  y  el  Alguacil.) 

Leonardo.     Mucho  su  prisión  me   pesa. 
Belarda.     Que  no  te  pese  es  mejor, 
pues  tendrá  tu  alma  presa 


por    ella   tan   gran    favor, 

que  toda  su  pena  cesa. 
Leonardo.       ¿  Cómo  ? 
Belarda.  Que  aguardo  este  día 

a  Serafina  y  su  tía, 

y  te  podrás  esconder 

adonde  la  puedas  ver. 
Leonardo.  Tanto  bien,  Belarda  mía, 

¿  con  qué  pagarte  podré, 

si  no  es  que  esta  vida  amada 

del  alma  propia  te  de  ? 
Belarda.     Bien  la  tienes  empleada ; 

adonde  la  das  esté. 
Éntrate  en  este  aposento, 

que  ya  por  la  calle  siento 

que  con  su  escudero  vienen. 
Leonardo.  Creo  que  estas  cosas  tienen 

de  acabar  mi  entendimiento. 
Belarda.         Ponte  detrás  de  la  cama, 

y  cuando  en  la  sala  estén 

saldrás  a  mirar  tu  dama. 
Leonardo.  Desde  allí  la  veré  bien; 

sal  presto  y  mira  quién  llama, 
y  no  vayan  a  la  tienda. 
Belarda.     No  hayas  miedo  que  eso  emprenda 

la  tía,  que  es  recatada. 

(Salen  Riberia  y  Serafina.) 

Riberl\.     Ya  estarías  descuidada, 

Belarda,   de   mi   encomienda. 

Belarda.         Tú  seas  muy  bien  venida 
y   este   angelito   también; 
la  holanda  tengo  escogida, 
a  verla  a  la  tienda  ven, 
y  esta   niña,   por   tu  vida. 

Riberia.  No,  quédese  aquí  en  la  sala, 

que  es  término,  en  fin,  más  grave. 

Belarda.     Nadie  en  el  valor  te  iguala ; 
bien  dices,  quede  con  llave, 
que  una  llave  guardarála. 
Yo  soy  desta  condición. 

Serafina.  A  fe  que  es  gentil  razón, 
cuando  me   pensaba  holgar. 

Riberia.      Quiero    esta   holanda   comprar 
sosegado  el  corazón. 

Échate  a  dormir  allí, 
que  presto  negociaremos. 

Serafina.  Buena  me  dejas  ansí. 

Riberia.      Sal,   Belarda,  y  cerraremos. 

Belarda.     Da  bien   la   vuelta,   eso   sí ; 
prueba  el  pestillo  también. 


ACTO    PRIMERO 


161 


RiHEKiA.      Yo  digo  que  queda  bien. 
Serafina.  En   fin,   que   cerrada   quedo. 
Belarda.     Di   agora   que  tienes  miedo, 

I  como  si  hubiese  de  quién. 

Serafina. 
_Los    ojos    de    la    envidia    que    excedieron 
Ks  que  agora  el  pavón  tiene  en  cuidado; 
os   que   guardaron   el   vellón   dorado, 
y  los  del  lince,  que  por  piedras  vieron. 

ÍLos  del  león,  que  abiertos  se  durmieron, 
y  es  de  la  guarda  símbolo  pintado. 
Los  del  azor,  en  la  perdiz  cebado; 
y  los  del  sol,  que  a  Marte  infamia  dieron. 
Los  del  zahori,  que  más  profundo  viere, 
I)  el  brumete  (i)  en  la  gavia  de  la  nave, 
-    o    del    celoso    lleno    de    disgustos, 

no  guardarán  una  mujer  si  quiere, 
porque  a  la  sombra  de  sí  misma  sabe 
hacer  sus  hechos  y  encubrir  sus  gustos. 

(Sale  Leonardo  de  donde  está  escondido.) 

Leonardo.       Bien   decís,    señora   mía, 

pues  que  habiéndoos  encerrado, 
dentro  con  vos  me  han  dejado 
los   ojos   de   vuestra  tía. 

Y  no  es  milagro  creed, 
ni  os  espantéis,  que  yo  soy 
vuestro  Leonardo,  a  quien  hoy  (2) 
habéis  hecho  tal  merced. 

Estad  con  mucho  contento 
de    que    mis    deseos   largos 
han  hecho  cerrar  el  Argos 
de  vuestro  recogimiento. 

Amor,  que  es  inclinación, 
y  de  la  sangre   igualdad, 
en  un  .hora  de  amistad 
pone  un  siglo  de  afición. 

De  Belarda  he   recebido 
aqueste  anillo  y  respuesta, 
y  que  admitirme  dispuesta  (3) 
estáis,  por  vuestro  marido. 

Aquí  no  sé  qué  mi   lengua 
pueda  en  recompensa  hablar, 
que   hablando   será  mostrar 
vuestro  valor  y  mi  mengua. 

Y  ansí  solamente  quiero 

1(1)     Así   en  ambos  textos.   Igual  que   "grumete". 
(2)     Falta  esta  voz  en  el  impreso  ;  pero  no  en  el  ms. 
(3)     Así  en  el  ms. ;  en  el  impreso:  "respuesta",  por 
errata. 


daros  más  nuevas  de  mí, 

que  aunque  ya  no  soy  quien   fui, 

soy,  señora,  un  caballero. 

Soy  de  los  linajes  claros 
que  hay  en  Milán,  patria  mía, 
adonde  la  fama  un  día 
trajo  esos  méritos  raros. 

Contaban  todos  de  vos 
que   érades  divino  hechizo, 
y  que  sin  segunda  os  hizo 
el  instrumento  de  Dios. 

Comencé  luego  a  enfermar 
de  un  peligroso  deseo, 
que  a  no  estar  donde  me  veo 
fuera  milagro   escapar. 

Si  estáis  ya  determinada, 
mi  bien,  de  ser  mi  mujer, 
a  amor  le  sobra  poder 
y  no  se  le  esconde  nada, 

porque  tratarlo  podemos 
trayendo  aquí  a  vuestra  tía.  • 
Serafina.  Que  conocidos  de  un  día 
esto,   Leonardo,   tratemos, 

parece   cosa   de   sueño ; 
pero  al  tiempo  en  que  ya  estoy 
no  hay  que  culpar  sí  les  doy 
a  mis  pensamientos  dueño. 

Vos  lo  sois  de  mí,  en  efeto, 
que   hoy  que  amor  os  me  enseñó, 
a   mi   corazón   mandó 
que  os  tuviese  sujeto. 

En  viéndoos,  dije  entre  mí 
que   tal   marido    quisiera, 
como   si   el   alma  supiera 
lo   que    ha   pasado    por    mí. 

Mi  amor  deste  solo  día, 
como  ha  sido  inclinación, 
es  más  verdadera  unión 
que  de  mil  años  podía. 

Para   casarme  con   vos 
el  pedirme  es  excusado, 
para  amor  un  padre  airado,  (i) 
que  nos  matará  a  los  dos. 

Belarda  es  solo  remedio; 
aquí   nos   podremos   ver, 
y  dar  en  lo  que  ha  de  ser 
un    justo   y   honesto   medio ; 

que  podéis  muy  cierto  estar 


VII 


(i)     Así    en    ambos    textos;    pero    está    equivocado 
este  verso. 

11 


162 


EL  LEAL  CRIADO 


que   aquesta  verdad  lo  es. 
Leonardo.  Este  aguardar  un  después 
la  vida   suele   acabar; 
pero  por  seguridad 
la  mano  es  bien  que  me  deis. 
Serafina.  Con  ella  también  tenéis 
segura  la  voluntad. 

Contentaos   con  esto  agora 
hasta  que  a  vernos  volvamos. 

(Belarda^  dentro.) 

Belarda.     ¿  Queréis,  señora,  que  abramos  ? 
Leonardo.  Ya  vienen;   adiós,   señora, 

dadme  esos  brazos,  por  Dios. 
Serafina.  Con  el  alma  os  los  entrego. 

Que  entran,  señor;  ¿estáis  ciego? 
Leonardo.  Adiós,  Serafina. 
Serafina.  Adiós. 

(RiBERiA  entre  co/t  Belarda,  y  Leonardo  se  esconda.) 


Serafina. 

Riberia. 

Serafina. 

Riberia. 

Serafina. 

Riberia. 

Serafina. 

Riberia. 

Serafina. 

Belarda. 

Serafina. 

Belarda. 
Serafina. 

Belarda. 
Riberia. 


Serafina. 


Belarda. 
Serafina. 
Riberia. 

Belarda. 

Leonardo 
Belarda. 


A   fe  que  os  habéis  tardado. 
¿  No  has  dormido  ? 

No,  por  cierto; 
mas  ¿qué  os  detuvo  el  concierto? 
¡  Qué  buena  holanda  he  comprado  i 

No  la  he  comprado  yo  mala. 
¿  Cómo  ? 

Si  me  has  de  dar  della. 
¿Dar?  Para  que  labre  en  ella. 
Cierto  que  es  bella  esta  sala. 

¿Hasta  entretenido? 

Sí, 
que  ha  habido  mucho  que  ver. 
Para  todo  eres  mujer. 
Aunque  lo  so}',  no  lo  fui; 

mas   pienso   que   lo   seré. 
En   todo   me  das   contento. 
Que  venga  tu  padre  siento, 
o  que  esperándome  esté. 

Vamos,    Serafina. 

Adiós, 
mi  Belarda,  que  otro  día 
vendrá  de  espacio  mi  tía. 
El   cielo  os  guarde  a  las  dos. 

¿Y  la  holanda? 

Al  escudero 
se  la  di. 

Sal,   mi   Leonardo, 
que  ya  tus  brazos   aguardo. 
Y   yo   por   dártelos   muero. 

¿Cómo  te  ha  ido? 


Leonardo.  Altamente, 

aunque  el  tiempo  me  faltó. 
Belarda.     ¿  Abrazástela  ? 
Leonardo.  ¿Pues  no? 

Belarda.     Quien  ama,  siente  y  consiente. 
Pues  a  fe  que  has  de  gozalla 

o   los   libros    quemaré. 
Leonardo.  Para  entonces  te  daré... 
Belarda.     ¿Qué  me  has  de  dar?  Bobo,  calla, 
que  no  me  conoces  bien. 

¿Dónde  está  Julio? 
Leonardo.  Buscando 

ti  ámbar. 
Belarda.  Y  yo  pensando 

que  le  quiero  bien  también. 
Leonardo.       Por  esclavo  le  tendrás. 
Belarda.     Daréte  mi   vida. 
Leonardo.  Dame, 

que  mío  aquel  ángel  le  llame: 

ni   pido   ni   quiero   más. 


ACTO  SEGUNDO 

{Salen  Leonardo,  Dionisio  y  Julio.) 

Dionisio.        De  vuestra  venida  estoy, 

Leonardo,   alegre,  y  lo   están 
cuantos  tenéis  en  Milán 
tan   amigos    como    soy; 

si  hay  alguno  tan  amigo, 
aunque  vos  lo  merecéis. 
Leonardo.  Segura  esa  fe  tenéis, 

Dionisio,    para   conmigo. 

Supe  de  mi  padre  amado 
la  muerte  por  falsa  nueva, 
y  vine  a  ver  con  la  prueba 
que   fué  engaño  concertado, 

que  creo  que  de  otra  suerte 
no  saliera  de  (i)  París. 
Dionisio.  Donde  tan   firmes  vivís, 

¿  quién  pudo  sino  la  muerte  ? 

Porque   habéis   aborrecido 
Vuestra  patria  insigne  y  clara, 
y  cualquier  lugar  bastara 
donde  hubiérades  nacido. 

Veo  que  París  (2)  es  corte, 
y  ansí  vuestro  gusto  apruebo ; 
que  a  los  de  un  hombre  mancebo 


(i)     El  ms.   dice;    "de   Dantís". 
(2)     En  el  ms. :  "Dantís". 


ACTO  SEGUNDO 


163 


no  hay  patria  que  tanto  importe. 

Mas  es  consideración 
de  cuidado  para  mí 
ver  que  no  tengáis  allí 
para  vivir  ocasión. 

¿  Qué  pleito  o  negocio  os  lleva, 
qué  trato  o  qué  pensamiento? 

Leo.\.\rdo.  Encubrir  con  vos  mi  intento 
fuera   ingratitud  muy  nueva, 
y  de  no  os  le  haber  escrito 
no  culpéis  la  voluntad, 
pues  diciéndoos  la  verdad 
ese  pensamiento  os  quito. 

Agora  sabréis  la  historia 
que  en  la  corte  me  ha  tenido 
en  un   éxtasis  de  olvido 
ei   alma   con   la   memoria. 

Veréis  en  razón  del  cuento . 
con  la  llaneza  que  os  trato. 

DiCNisic.     Decid,    pues. 

Leonardo.  Oídme  un  rato. 

Dionisio.    Ya  os  escucho. 

Leonardo.  Estadrne   atento : 

Amor  que  cautiva  el  alma 
por  dos  puertas  entra  en  ella ; 
que  son  los  ojos  y  oídos 
del  alma  ventana  y  puerta. 
A   Rnán   (i)   llep,ó   la   fama, 
y  mi  muerte  envuelta  en  ella, 
de   madama   (2)    Serafina, 
flor  de  hermosura  francesa.  (3) 
Entróme  por  los  oídos, 
y  quedó  en  el  alma  impresa 
como  queda  del  que  escribe 
duro  sello  en   blanca   cera. 
Tuvo  la  imaginación 
conmigo   tan   alta    fuerza, 
que  me  sacó  de  ^Nlilán  (4) 
y  de  sentido  pudiera. 
Partí  con  Julio  a  París,  (5) 
donde  vi  su  imagen  bella, 
sin  comparación  más  rara 
que  amor  la  pintó  en  mi  idea. 
Era  una  vecina  suya 
en  estos  casos   tan   diestra, 
que   siendo  con   Julio   prima 


(i)  En  el  ms. :   "Milán". 

(2)  En  el  ms. :  "de  la  hermosa". 

(3)  En  el  ms. :  "de  la  hermosa  milanesa" 

(4)  Así  en  ambos  textos. 

(5)  En   el  ms. :   "Dantís". 


fué  con  Leonardo  tercera. 
Tenía  Belarda,  en  fin, 
de  aguas  y  de  olores  tienda, 
que    si    dijera    de    hechizos 
no  se  agraviara  Medca. 
Pasó  mi  dama  y  su  guarda, 
que  era  una  celosa  vieja, 
a  verla  a  su  casa  un  día 
que  estaba  escondido  en  ella; 
concertámonos  los  dos, 
que   habiendo   iguales   estrellas 
mucho   primero  las   almas 
que  las  lenguas  se  conciertan. 
Viniendo  otros  muchos  días, 
quiso  el  amor  que  una  siesta 
su   tía   se    fué   a   un    jardín 
y  nos   cerró   por  de   fuera, 
que  sola  pensó  de  jalla; 
pero   mal   los   celos   piensan 
cerrar  la  puerta  al  amor 
que   tiene   llave   maestra. 
Yo  estaba  dentro  escondido, 
,  como  otras  veces,  con  ella, 
dándome    vueltas    el    alma 
al   dar  la   llave   las   vueltas. 
Salí,  y  asiendo  sus  brazos 
ie  dije:  Esposa,  ¿qué  esperas 
de  amor,  del  tiempo  y  de  mi 
si  agora  este  bien  me  niegas  ? 
Resistióse,  3'  yo  abrasado, 
por  engañalla  y  vencella 
me   puse  al   pecho  una  daga 
con  mil  lastimosas  quejas. 
Enternecióseme  entonces, 
y    rcr.dida    y    satisfecha, 
quedándolo  de  mi  gusto, 
pasó  la  primer  vergüenza. 
Quedó   preñada,    Dionisio, 
y  en  el  mes  sospecho  que  entra, 
cosa  en   que   nos   va  tres   vidas 
como  su  padre  lo  sepa. 

Dionisio.        ¿En  qué  te  suspende  amor, 
que   así  te   quedaste  helado? 

Leon.-^rdo.  ¿  No  quieres  que  este  cuidado 
me  cause   pena  y  dolor? 

Pues  hallé  mi  padre  vivo, 
luego  me  importa  volver. 

Dionisio.    Quisiérate   detener 

por  el  gusto  que  recibo ; 

mas  ha  de  ser  imposible; 
mira  en  qué   servirte   puedo, 


164 


EL  LEAL   CRIADO 


Leonardo 

DlO>7ISIO. 

Leonardo, 
Dionisio. 


Julio. 
Dionisio. 

Leonardo. 

Dionisio. 
Leonardo. 


Julio. 


que  obligado  a  tu  amor  quedo. 
Quisiera   ser   invisible, 

y   envuelto   en   viento   volver 
donde  Serafina  está; 
mira  si  quedarme  acá 
posible  pudiera  ser. 

¿  Qué   has   menester   de   mi   casa, 
de   mi   vida   y   de   mi   hacienda? 
Julio    te    dará    una    prenda, 
que  al  fin  es  la  mano  escasa 

del  padre,  que  ya  conoces, 
y   sobre   ella   le  darás. 
Paso,  Leonardo,  no  más, 
que  en  eso  me  desconoces. 

No  soy  amigo  de  aquellos 
que  a  todo  acuden  ligeros, 
y  a  lo  que  es  prestar  dineros 
los    llevan    de    los    cabellos ; 

buena  sangre  y  condición 
me  ha  dado  un  buen  nacimiento. 
Venga  Julio. 

Iré    al    momento. 
Basta  mi  satisfación. 

¿'Cuándo   partirás? 

^Janana, 
si  hoy  me  despachas. 

Sí  haré. 
Aún  hay  en  el  mundo  fe, 
y  no  es  la  esperanza  vana. 

Prevén,   Julio,   mi    partida. 
Todo  lo  tendrás  a  punto. 
Créeme  que  estoy  di  f mito 
lejos  del  alma  y  la  vida. 


0'anse,  y  salen   Galerio  y   Uberto.) 

Galerio. 

Esto  me  ha  dicho,   y  téngolo  por   cierto. 

Uberto. 

¿  Serafina,   señor,   está   preñada  ? 

Galerio. 

Declarada  está  ya  mi  infamia,  Uberto, 
y  mi  desdicha  eterna  confirmada. 
Riberia  ayer  en  el  jardín  o  huerto 
del  vientre  infame  vio  la  ropa  alzada, 
que  aquel  escapulario  es  el  que  encubre 
lo  que  el  tiempo  no  sufre  y  me  descubre. 

UbertO. 
Que  he  tenido,  señor,  esa  sospecha 
no   lo   puedo  negar,   mas   no   creía 


que  en  tal  recogimiento  y  vida  estrecha 
tener  lugar  esa  maldad  podía. 

Galerio. 
A   la   mujer    que   quiere   no    aprovecha; 
vana  y   sin   fruto   fué  la  guarda  mía. 
i  Oh,   padres ;   oh,   maridos,   y  en   qué   punto 
está  vuestro  dolor  y  infamia  junto! 

Uberto. 

¿  Por  dónde,  o  cómo,  o  cuándo  fué  posible  ? 

Galerio. 

¿De  la  mujer  preguntas  eso,  necio, 
que   a  los   ojos   del   padre  más   terrible 
harán  su  gusto  y  de  su  honor  desprecio? 

Uberto. 
Saber  el  malhechor  te  es  convenible. 

Galerio. 
Por  saberlo  te  diera  cualquier  precio ; 
mas  procurallo,  Uberto,  un  hombre  noble 
es   hacer   que   la   infamia   crezca   al   doble. 

Mejor   es   acabar   con   esa   infame. 
¡Afuera  amor  de  padre;  el  honor  viva; 
su  miserable   sangre  se  derrame 
y  acabe  aquí  su  condición  lasciva ! 
Agora  es  bien  que  te  despierte  y  llame, 
y  en  tu  memoria  mi  crianza  escriba, 
que  eras  mi  hechura  y  que  mi  honor  se  pierde. 

Uberto. 
Basta  que  de  tu  amor,  señor,  me  acuerde. 

Mira  en  lo  que  te  sirvo,  que  no  hay  cosa 
de  cuantas  hoy  tu  ánimo  imagina, 
para  mi  lealtad  dificultosa, 
aunque  sea  matar  a  Serafina. 

Galerio. 
Puesto   que   sea   hazaña  vergonzosa, 
el  alma  a  lo  que  dices  determina; 
que    hoy   la    darás    la   muerte,    y   al    vil    fruto 
de  su  vientre  cruel  y  disoluto. 

Esa  espada,  ceñida  por  mi  mano, 
razón  es  que  mi  honor  deshaga  y  lave. 
Heredarás  mi  hacienda,  y  será  llano, 
por  instrumento  de  escribano  grave. 
Serás  mientras  viviere  propio  hermano, 
y  de  mi  pecho  y  mi  tesoro  llave, 
y  después  de  mi  muerte  hijo  heredero 
en  vez  de  aquella  que  matar  espero. 

Uberto. 
No  tengo  que  obligarme  nuevamente ; 


ACTO  SEGUNDO 


165 


dame  la  traza,  y  lo  demás  te  juro 
que  me  puedes  fiar  seguramente, 
porque  tu  honor  y  mi  lealtad  procuro. 

GalerIo. 
Pues   oye   mi   designio   atentamente, 
ya  que  a  tan  grave  caso  me  aventuro. 

Uberto. 
'  ¿  Cómo  quieres  que  sea  ? 

Galerio. 

Escribir    quiero 
una   carta,   o    fingir   un   mensajero, 

en  que  diré  que  queda  en  el  aldea 
mala   su   prima   y   que   licencia   pida 
para  que  luego  la  visite  y  vea, 
}    en  el  camino  quitale  la  vida; 
que  como,  en  fin,  de  noche  escura  sea, 
podrás,   fingiendo  una  pequeña  herida, 
decir  que  te  robaron  salteadores, 
que  haberlos  en  el  monte  no  lo  ignores. 

Pues  como  la  hallen  muerta,  ¿  quién  lo  duda, 
sino  que  pensarán  que  por  forzalla? 
Secreto  es  el  pinar,  la  noche  muda, 
que  todos  los  secretos  mira  y  calla; 
las  ropas  y  las  joyas  la  desnuda, 
que  está  muy  a  propósito  roballa, 
y  allí  pluguiera  a  Dios  que  yo  me  hallara 
porque  la  sangre  que  le  di  sacara. 

Uberto. 

Yo  te  he  entendido  bien;  no  te  apasiones; 
vete  a  escribir  la  carta,  que  muy  presto 
verás  llena  a  París  (i)  de  los  ladrones 
autores  del  deüto  manifiesto. 

Galerio. 
Sabes  la  obligación  en  que  me  pones; 
que  aunque  a  darte  mi  hacienda  estoy  dispuesto, 
si  no  te  doy  la  vida  no  te  pago. 

Uberto. 

No  quiero  hacienda,  por  tu  amor  lo  hago. 

Galerio. 
Voime,  que  viene. 

Ueeri  o. 

Déjame  con  ella, 
que  quiero  de  mi  amor  aseguralla ; 
porque  esta  confianza  ha  de  vencella, 
y  esta  espada  después  ha  de  matalla. 


(¡)     En   el   ms. :    "Dantís". 


Galerio. 
Mi  honor  y  mi  esperanza  pongo  en  ella. 

{Vase    Galerio   y   sale    Serafina.) 

Uberto. 

¿Qué  arnés  ha  de  pasar,  qué  peto  o  malla, 
sino  de  una  mujer  bañado  el  pecho 
de    lágrimas,    defensa    sin    provecho? 

Serafina. 

Si  el  que  comienza  a  amar  probar  pudiese 

por  breve  espacio  el  daño  de  la  ausencia, 

y  teniendo  su  amor  correspondencia 

lo  que  es  partirse  deste  bien  supiese. 
Si  de  un  celoso  olvido  conociese 

aquel  fuego  mortal,  cuya  asistencia 

destruye  el  alma  y  cansa  la  paciencia, 

¿cómo  es  posible,  amor,  que  te  siguiese? 
Si  acaba  un  celo,  si  un  desdén  ofende ; 

si  un  disgusto  de  amor  quita  la  vida, 

¿  qué  hará  quien  tantos  males  comprehende  ? 
Mejor  fuera  llamar  a  la  partida, 

partirse  el  alma,  pues  lo  mismo  emprende 

a  ventura  de  que  otro  la  despida. 

Uberto.  ¿  Sabes  que  te  escucha  Uberto  ? 

Serafina.  Alterádome  has,  ¡  ay,  Ddos  ! 

Uberto.       Dícete  el  alma  lo  cierto, 
como  si  ya  de  los  dos 
adivinara  el  concierto. 
De  ausencia  te  estás  quejando. 

Serafina.  ¿Que  me  estabas  escuchando? 

Uberto.       Tarde  ya  tus  quejas  cubres; 

que  va  lo  que  al  tiempo  encubres 
el   tiempo   manifestando. 

Serafina.       ¿Qué   me   hablas   por   enimas? 

Uberto.       Menester  es  que  me  entiendas, 
si  acaso  la  vida  estimas 
y  de  esas  amargas  prendas, 
que  han  de  vivir  si  te  animas. 

Serafina.       ¡  Triste  de  mí !   ¿  Qué  me  dices  ? 

Uberto.       Deja   sombras   y   matices, 
pinta  la  verdad  desnuda 
antes  que  tu  padre  acuda 
y  esas  prendas  martirice. 

Serafina.       ¿Qué  prendas  y  qué  dislates? 

Uberto.'      Mejor  es   que  tu  remedio, 
mísera  señora,  trates, 
1  que  estás  de  un  peligro  en  medio 

que  no  es  bien  que  le  dilates. 
Tu  padre  la  infamia  sabe : 
padre,   noble,   rico   y   grave. 


166 


EL  LEAL  CRIADO 


y  mándame  que  te  lleve 

a  matarte;   esto  es  en  breve. 

SerafiNx\.  ¡  Que   tanto  nial  no  me   acabe  ! 
■Caeréme   muerta.   ¿Qué  haré? 

Uberto.       Pues  para  el  daño  tuviste 
el  ánimo  que  se  ve, 
al    remedio   no   estés   triste, 
no  te  caigas,  tente  en  pie. 
Cartas  finge  de  tu  prima 
que  está  enferma,  y  es  la  enima 
que  llevándote  yo  a  vella 
vierta  esa  sangre  hasta  hacella 
que  menos  la  suya  oprima. 

Si  de  mi  quieres  fiarte, 
y  avisarte  lo  merece, 
pondréte    en    segura    parte. 

Serafina.  Si  el  cielo  este  bien  me  ofrece 
no  es  bien  la  verdad  negarte : 
lo  que  le  han  dicho  lo  es. 

Uberto.       Pues  ten  ánimo,  y  después 
reconoce  mi  buen  celo. 

Serafina.  Después  de  pagarte  el  cielo 
seré  tierra  desos  pies. 

Uberto.  ¿  Adonde  está  aquel  galán, 

para  que  aquesto  le  cuente? 

Serafina.  Triste  yo,  que  está  en  Milán. 

Uberto.       j  Que  agora  estuviese  ausente  ! 

Serafina.  Ansí  mis  desdichas  van. 

Uberto.  No  tengas  pena  ninguna, 

que  ha  de  vencer  tu  fortuna 
de  aquese  inocente  el  auna, 
a  quien  la  muerte  en  su  palma 
daba   sepultura   y    cuna. 
El  verá  la  luz  del  cielo. 
Serafina.  Que   viene  el  viejo   cruel, 
Uberto  amigo,  recelo. 

Uberto.       Pues   disimula  con   él, 
baja  los  ojos  al  suelo. 

{Sale   Galerio.) 

Galerio.         De  su  enfermedad  me  pesa, 
y  pues  que  con  tanta  priesa 
por  mi  Serafina  envía, 
poco  en  la  vida  confía. 

Serafina.  ¿Pues,  señor,  qué  carta  es  esa? 

Galerio.         ¡Oh,   hija,  y  todo  mi   bien; 
nuevas  triste,  por  tu  vida ! 
Mas  poca  pena  te  den. 

Serafina.  ¿Son  de  hacienla  mal  perdida? 
¿Son  de  ■  amigos  u  de  quién? 

Galerio.        De  tu  prima  Elicia  son. 


Serafina.  ¿  Qué  tiene  en  esta  ocasión  ? 
Galerio.  Está  enferma  y  por  ti  envía. 
Serafina.  Será,  si  no  es  niñería, 

tristeza  de  corazón. 

Mas  por  tu  vida  que  agora 

permitas  que  la  visite, 

si  es  gusto  de  mi  señora. 
Galerio.     No  sé,  si  mi  amor  permite 

que  faltes  de  verte  un  hora. 
¿Cómo  me  dará  paciencia 

para  que  sufra  tu  ausencia? 
Serafina.  Anda,  señor,  que  sí  harás, 

que  por  esta  vez  no  más 

quiero  que  me  des  licencia. 
Y  más  que  tú  bien  podrías 

irte  par  allá  siquiera 

y  holgarte  dos  o  tres  días. 
Galerio.     Sólo  con  miralla  altera 

la  sangre  en  las  venas  frías. 
Uberto.  Dale  licencia,  señor, 

que  será  grande  favor 

y  consuelo  para  Elicia. 
Galerio.     Pues  tanto  A-erla  codicia, 

será   estorbarlo   rigor. 
Vaya,  y  tú  la  llevarás. 
Serafina.  Beso  tus  manos  mil  veces. 
Uberto.       ¿  Agora  contenta  estás  ? 
Serafina.  Con  la  merced  que  me  ofreces 

mi  obligación  crece  más. 
¿  Cuándo  me  he  de  partir  ? 
Galerio.  Luego, 

que  es  bravo  el  calor  y  fuego, 

y  irás  de  noche  a  tu  gusto, 

que  por  seis  leguas  no  es  justo 

que  lleves  desasosiego. 
Ponte  de  camino. 
Serafina.  \"oy. 

Galerio.     Di  que  aperciban  el  coche. 
Serafina.  En  bravo   peligro  estoy; 

si  Dios  me  guarda  esta  noche, 

mañana  el  alma  le  doy. 

{I' ase   Seu.^fina.) 

Galerio.     Contenta   parte   y   segura. 
Uberto.       Pues   a   morir    se   apresura, 

no  sé  yo  por  qué  lo  está. 
Galerio.     ¿No  ves  que  su  sangre  ya 

desagraviarme   procura? 
Uberto.  Después   que  le   dé  la  muerte, 

¿dónde  me  mandas  venir? 
Galerio.     Aquí,  de  la  misma  suerte. 


é 


ACTO  SEGUNDO 


167 


porque  luego  ha  de  acudir 
toda  la  ciudad  a  verte. 

'  Uberto.  Pues  ésta  hará  lo  que  debe, 

ya  que  a  servirte  se  atreve. 

Galerio.     ¡Oh,   pesado  honor  del  mundo: 
cuántos    llevas    al    profundo 
por  una   venganza  breve ! 

{Sale  TiB.\LDo,  villano,  leñador,  y  Corinto.) 

CoRiNTO.         Dios,   que  me  has  embelecado 
con  tu  amorío  y  locura, 
aunque   por  tanta  hermosura 
no  es  menos  bien  empleado. 
¿Y  ella  siente  tus  requiebros? 

Tibaldo.     Es  huerte  como  un  Roldan; 
menos  agudos  están 
estos  espinos  y  enebros. 

Es  un  erizo  a  mis  manos 
si  la  toco  de  una  legua, 
y  para  mis  plantas  yegua 
corriendo  cuestas  y  llanos. 

No  tiene  la  Ardenia  sierra 
por   do   atraviesa   el    Piamonte 
tan   dura   encina   en   su   monte, 
tan  fiera  tigre  en  su  tierra. 

Pues  decir  que  no  la  obligo, 
j  ay,  de  mi  bolsa  y  mi  sueño ! : 
de  todo,  Corinto,  es  dueño, 
y  de  mi  sólo  enemigo. 

Corinto.         Por  mi  fe  que  la  tenía 
a  Tirrena  por  más  blanda. 

Tibaldo.     Si  tal  su  cama  hacer  manda, 
no  sé  si   dormir  podría. 

¿Qué  te  diré,  si  la  he  dado 
coplas  y  otras  mil  ternuras  ? ; 
mas,  por  Dios,  las  escrituras 
no   bondan   más    que   el    cuidado. 

¿Pues  qué  zarcillos  de  plata? 
i  Mal  año  que  así  los  tenga 
la  Reina,  pues  cinta  luenga 
tanto  cuelga  como  ata ! 

¿  Corales  ?  ¿  Xo  ?  ¡  Pesia  mí  1, 
y  patena  como  un  plato. 
¡  Pero  qué  te  lo  dilato : 
yo  mismo  entre  ellos  me  di ! 

Corinto.        ;Hasla  ofendido? 

Tibaldo.  Yo,  ¿en  qué, 

si  no  es  en  quererla  tanto? 

'Corinto.     ¿No  la  has  sacado  el  disanto 
al  baile,  y  pisado  el  pie? 

'Tibaldo.  ^í  la  pisé,  y  aun  buen  rato. 


que  cuando  allí  me  dispuse, 

sobre  el  pie  por  Dios,  le  puse 

trece  puntos  de  zapato. 
Corinto.         ¿  Posiste  ramo  el  San  Juan  ? 
Tibaldo.     ¡  Y  cómo  !  ¿  Pues  era  bobo  ? 

Todo  un  álamo  y  un  pobo, 

que  enramó  puerta  y  desván. 
Corinto.         ¿Dasla  música? 
Tibaldo.  ¿  Pues  no  ? 

Ayer  acordó   Pinero 

la  frauta  con  un  mortero, 

y  hasta  el  alba  no  paró. 
Corinto.         No   sé.   Tibaldo,   qué  diga;    . 

desdichas   deben   de   ser. 
Tibaldo.     No  cuides  tú  que  es  mujer 

esta  mi  dulce  enemiga, 

sino  algún  mármol  o  peña. 
Corinto.     ¿Y  que  ahora  ha  de  pasar 

por  este  mismo  pinar  ? 
Tibaldo.  ■  Sí,  que  hoy  anda  a  cortar  leña. 
Corinto.         Por  Dios,  pues  que  ya  anochece, 

que  ha  de  llevar  buen  pellizco. 
Tibaldo.     Pues  si  el  brazo  le  pellizco, 

¿cuidarás  que  se  enternece? 
Más  dura  está  que  un  guijarro. 
Corinto.     ¿En   fin,  la  esperas? 
Tibaldo.  Sí  haré, 

que   por  eso   allá   envié 

a  Pinabel  con  el   carro; 

y  aunque  he  estado   todo   el   día 

sin  comer  cortando  pinos, 

por  ver  sus  ojos  mohínos 

hasta  mañana  estaría. 
Corinto.        Tente,  que  par  Dios  que  es  ella. 

(Sale      TlRREXA.) 

Tirrena.     ¿  Habéis  visto   por  aquí 
un  hacha  que  ayer  perdí 
y  me  han  reñido  por  ella? 

Tibaldo.         Si  de  las  almas  que  pierdes 
también  te  riñese  el  cielo, 
de    que    lograses    recelo, 
Tirrena,  tus  años  verdes. 

Si    acaso   soy   el   perdido, 
albricias  me  quiero  dar 
,    de  que  me  vienes  a  hallar 
antes  de  hallarme  el  sentido. 
Mas  como  me  cobre  a  mí 
sin   duda  le   cobraré, 
que  como  en  ti  misma  esté 
también   me  vuelves  en  mí. 


168 


EL  LEAL  CRIADO 


TlRRENA, 

Tibaldo. 


TlRRENA. 
CORINTO. 


TlRRENA. 

CORIXTO. 
TlRRENA. 


CoRINTO. 
TlRRENA. 

Tibaldo. 


TlRRENA. 


¿'Comienzan  ya  tus  locuras? 
¿Hate  dado  la  terciana? 
Hoy  me  ha  dado  más  temprana; 
como  mi  muerte  apresuras. 

Mas  di,  cruel,  ¿en  qué  fvmdas 
ese  tu  antiguo  desdén, 
que  no  es  posible  que  un  bien 
en  esa  dureza  infundas? 

Vuelve  a  mi  daño  los  ojos 
y    verás    en    su    humildad 
agraviada  mi  verdad 
y  vengados  mis  enojos. 

¿Amor  que  me  enseña  a  hablar 
no   te   enseña   a   amar   a   ti? 
De   lo  que   os   pregunto   aquí, 
¿qué  razón  me  sabéis  dar? 

¿  Ansí  respondes,  Tirrena, 
a  este  pobre  amodorrido, 
con  la  pesada  dormido 
de   tu  gloria  y  de  su  pena? 

¡  Eh,  no  seas  tan  esquiva, 
si  has  de  ablandarte  después; 
que  mayor  milagro  es 
que   después  de  muerto  viva ! 

Si   tu  hermosura   le   ha   muerto, 
déle  agora  vida  y  alma, 
y  desta  amorosa  calma 
reciba  en  tus  ojos  puerto. 

Que  soy  testigo,  por  Dios, 
que  no  ha  comido  en  tres  días 
sino  memorias  baldías 
y  alguna  lágrima  o  dos. 

Ninguna  cosa  le  daña 
como  serle  tú  tercero. 
¿Por  qué? 

Porque  a  nadie  quiero 
tanto   en   toda  la   montaña. 

Y   Tibaldo   esté   seguro 
que   porque   te   tengo   amor 
le   muestro   tanto    rigor 
y  tantas  penas  procuro. 

¿  Hablas   de   veras  ? 

¡  Y   cómo ! 
¡'Cielos,   que   el   mayor   amigo 
me  ha  muerto !  ¡  Oh,  muerte,  hoy  te 
hoy  con  mis  manos  la  tomo !   [sigo, 

¿  Que    en    eso,    fiera    cruel,  ^ 
ha  estado  todo  mi  mal  ? 
Es   la  causa  principal 
quererle.  Tibaldo,  a  él. 

Que  como  el  alma  no  quiere 


partirse,    siendo    invisible, 
querer  a  dos  no  es  posible, 
y  más  quien  por  uno  muere. 
Muero  por  Corinto,  y  digo 
que  si   se  me  muestra  ingrato, 
te  has  de  vengar  en  su  trato 
del  que  yo  tengo  contigo. 

CoRiNTO.         Agora  acabo  de  ver, 

aunque  la  causa  me  aflige, 
que  por  locura  se  rige 
el  gusto  de  la  mujer. 

Verá  el  diablo  no  me  acuerde 
de  mí  si  della  me  acuerdo. 

TlRRENA.     Pues  por  ti  me  abraso  \   pierdo. 

Tibaldo.     ¿Que    por    ti    se    abrasa   y    pierde! 
Basta  tanto  desengaño; 
que   vos   haréis   cuerdo   un'  loco, 
y  aun  a  fe  que  no  hagáis  poco 
porque  es  muy  loco  mi  daño. 
Quiérele,  Tirrena  ingrata, 
y  él  muchos  años  te  goce. 

Corinto.     Mucho  mi  amor  desconoce 

quien  desta  suerte  me  trata ; 

porque  sembrar  y  coger 
podrás  trigo  en  esta  arena, 
antes  que  amar  a  Tirrena 
ni  otra  ninguna  mujer. 

¡  Donosa  es  la  gentecilla 
para   fiarles  el  pecho ! 

Tirrena.     ¿Hante  algún  agravio  hecho 
en  el  monte  o  en  la  villa? 

Corinto.         A  quien  tiene  entendimiento 
basta  ver,  como  lo  ves, 
que  no  hay  amor  que  después 
no   engendre   arrepentimiento. 
Míralo  tú  p'or  los  nombres 
que  de  amor  tan  loco  infieres; 
cuanto  quieren  las  mujeres 
es  hacer  bestias  los  hombres. 

Tirrena,  Tibaldo  es  ya 
tu   sujeto,   que  yo  so>' 
tan  mío,  que  sólo  doy 
vida  a  quien  vida  me  da. 
Mi  libertad  es  del  cielo, 
mujer    no    la    ha    de    llevar; 
supe  amar,  supe  olvidar, 
y  del  lobo  basta  un  pelo. 

(Salen  Uberto  3;  Serafina.) 

Uberto.  Quede  el  coche  en  el  camino 

mientras  que  esconderte  puedo. 


ACTO  SEGUNDO 


169 


Serafina, 


Uberto. 

K  TlRRENA. 

Ti  BALDO. 
TlRRENA. 
CORINTO. 

Uberto. 


Serafina. 
Uberto. 


Serafina, 
Uberto. 


Serafina 
Tibaldo. 


TlRRENA. 
TlB.\LDO. 


Uberto. 
Serafina 


Con  cada  sombra  de  miedo 
la  de  la  muerte  adivino. 

Suena  gente  por  aquí. 
Cerca  los  que  son  están. 
¿  Sentís  los   ecos   que  dan 
entre  aqucsos  pinos? 

Sí. 
¿  Qué  será? 

i  No  sean  ladrones  ! 
Ya  he  conocido  la  gente 
labradora  y  conveniente 
al  engaño  en  que  te  pones; 

que  estos  leñadores  son 
destas    pequeñas    aldeas 
donde  esconderte  deseas. 
Gran  ventura  y  ocasión. 

¿  Qué    tengo    de    hacer    agora  ? 
Dar  voces  que  a  tu  marido 
dejo   robado   y  herido, 
y  que  te  fuerzo,  señora. 

Yo   saldré   del   monte   huyendo 
y  a  tu  padre  le  diré 
que  muerta  en   él  te   dejé. 
Pagarte,  si   vivo,  entiendo, 
o  el  cielo  después  por  mí. 
Aunque  has  tu  padre  agraviado, 
no   está  a   matarte   obligado, 
ni  hay  ley  que  lo  mande  ansí. 

Y    fía  de  mi  piedad 
que   no   he   de    desampararte, 
y  que  tengo  de  buscarte 
a   tu  esposo   en   la   ciudad. 

Por  las  señas  que  me  has  dado. 
Eso  sólo  te  suplico. 
Por   más   que   el   oído   aplico 
no  entiendo  lo  que  han  hablado. 

Si  tratan  de  darnos  muerte... 
i  Ay,  triste  !  ¿  Qué  hemos  de  hacer  ? 
Mal  debes  de  conocer 
mi  brazo  robusto  y   fuerte. 

Xo  he  temido  aquí  un  león, 
que   sabe   todo   el   lugar 
que  quiso  el  ganado  entrar, 
¿y  he  de  temer  a  un  ladrón? 
Habla   ahora. 

Ya   que   has   muerto 
mi  marido,  cruel  tirano, 
¿por  qué  tu  sangrienta  mano 
intenta   tal   desconcierto  ? 

iMíra   que   estoy   muy   preñada, 
y  que  has  de  matar  a  dos. 


TlRRENA. 

Tibaldo. 

CORINTO. 

Uberto. 
Tibaldo. 

Uberto. 


TlRRENA. 


Serafina. 


TlRRENA. 

Serafina. 

CORINTO. 


Serafina. 


Tibaldo. 
Serafina, 

TlRRENA. 

Serafina. 

CORINTQ. 
TlRRENA. 

Serafina, 

CoRINTO. 

Tibaldo. 


¡  Ay,  socorrelda,  por  Dios  1 
La    piedra    no    teme    espada. 

Ya  la  honda  me  desciño. 
¡  Afuera,  ladrón  cobarde  ! 
\illano,    aguarda. 

¿Que  aguarde? 
Yo,  hermano,  con  estas  riño. 

Huir  me  cumple. 

Eso  sí ; 
¿  hemos   de   seguirle  ? 

No; 

que  ya  la  mujer  dejó. 
Señora,  llegaos  a  mi ; 

no   hayáis   miedo,   mujer   soy. 
¡  O'h,  serrana  de  mi  vida ! 
Por  la  que  tuve  perdida 
dos  mil  abrazos  te  doy. 

¿Hay  ventura  semejante? 
¡Oh,  amigos,  de  mí  os  servid! 
¡  Oh,  si  fuera  yo  el  David 
de  aquel  infame  gigante ! 

Que  si  le  acierto  a  poner 
esta  piedra  en   su  lugar, 
seguro  pudiera  estar 
de  no  volver  a  comer. 

Contadnos  lo  que  ha  pasado. 
Cerca  del  monte  esta  noche 
veníamos  en  un  coche 
yo  y  mi  esposo  desdichado; 

y   estos   ladrones    salieron, 
haciendo  la  gente  huir, 
que  por  miedo  de  morir 
la  antigua  lealtad  perdieron. 

Mi  marido  por  guardarme 
creo    que    herido    quedó, 
y  este  que  aquí  me  dejó 
quiso  en  el  monte   forzarme. 

Mas   ¡  ay,  mísera  de  mí ! 
¿De    qué    tenéis    turbación? 
Si  estos  los  dolores  son, 
¿  cómo  he  de  parir  aquí  ? 

Cerca  está,  no  os  aflijáis, 
mi    pobre   cabana. 

¡Ay,  Dios! 
Llevémosla  entre  los  dos. 
¡  Animo  ! :  no  le  perdáis. 

¡  Muerta  soy  ! :  ¿ya  lo  veis  ? 
¡  Juro  a  Dios  que  pare  ya ! 
Calla,  que  no  os  faltará 
hasta  alcuza  en  que  sopléis. 


170 


EL  LEAL  CRIADO 


(l'ansc,  y  salen  Julio  y  Leonardo.) 

Leonardo.       El   A-erme,   Julio,   presente 
a  los  ojos  de  mi  gloria, 
hace    que    mi    bien    se    aumente, 
porque  tengo  en  la  memoria 
Ja  pena  que  tuve  ausente. 

Aqui   mis   pasos   deten, 
y  muerto  el   cuerpo   también, 
¡  oh,  ciudad  ennoblecida  ! ; 
que  la  patria  más  querida 
es  donde  el  hombre  está  bien. 

Reconoced,  (i)  calle  mía, 
aquel  amigo  pasado 
que   frecuentaros  solía, 
a  la  noche  rebozado 
y  descubierto  de  día. 

Miradme,  ¡  oh  puertas  y  rejas, 
testigos  de  tantas  quejas 
y  de  tan  altas  venturas. 
Julio.  ¿  Que  aún  satisfacer  procuras 

las  piedras  de  que  las  dejas? 
Leon.\rdo.       ¿Pues  hay  de  aquéllas  alguna 
que  no  tenga  entendimiento  ? 
¿  Falta  razón  en  ninguna, 
para  sentir  mi  contento 
}■  celebrar  mi  fortuna? 

¡  Oh,  Julio,  que  vesla  allí 
la  tienda  en  que  me  perdí, 
y  en  que  también  me  gané; 
ves  allí  donde  compré 
la  libertad  que  vendí ! 

Tienda  en  que  amor  fué  tendero 
y   famoso  mercader 
del   tesoro   por   quien   muero, 
donde  es  el  concierto  el  ver 
}   el  alma  misma  el  dinero. 

Pagúela  toda,  y  recelo 
si  del  concierto  no  apelo 
que  della  no  ha  de  quedar 
con   que  le   pueda  pagar 
después  su  alcabala  al  cielo. 
Julio.  ¿Cómo  nos  informaremos 

de  tu  bien  y  de  Belarda? 
Leonardo.  Alguna  cosa  compremos. 
Julio.  No  demos  sospecha;  aguarda; 

y  alguna  industria  pensemos. 
Leonardo.       Galerio  es  éste,  detente. 
Julio.         Ya  este  viejo  impertinente 
nos  comienza  a  perseguir. 


(i)     En  el  inipreso  :  "Reconozco",  por  errata. 


{Salen  Galerio  y  Fineo,  criado.) 

FiNEO.         ¿Cómo  la  dejaste  ir 

con  tan  poca  guarda  y  gente? 
Galerio.        Alguna  culpa  he  tenido, 

mas  pues  el  camino  es  poco 

Uberto  bastante  ha  sido. 
Leonardo.  En  viendo  este  viejo  loco, 

¡oh,    Julio!,    pierdo    el    sentido; 
que  temo  que  eche  de  ver 

de  Serafina  el  delito, 

que  es  fácil  de  conocer. 
Julio.         Por  eso  te  solicito 

que  la  pidas  por  mujer. 
Leonardo.       ¿Para  qué  me  he  de  cansar 

si  no  la  quiere  casar? 
Julio.         ¿Cómo  no  se  entra  en  su  casa? 
Leonardo.  Los  celos  en  que  se  abrasa 

no  le  dejan  sosegar. 

(Sale  Uberto   con  sangre  en  el  rostro.) 

Uberto. 

Pues  he  llegado  a  tu  presencia  vivo, 
oye,  señor,  estas  desdichas  nuevas 
que  de  tu  hija  miserable  traigo. 

Galerio. 
¿  Qué   dices  ?   ¡  Triste  yo,   mil  veces  triste  ! 
¿Cómo  vienes  ansí?  ¿Qué  traes,  Uberto? 
¿Dónde  queda  mi  hija? 

Uberto. 

Muerta  queda ; 
que   rabio   de   dolor   sólo   en   decillo. 

Galerio. 

¿Muerta  mi  hija,  ¡oh,  perro?  ¿Dónde  o  cómo? 
¿  No  hay  gente,  no  hay  justicia  ?  ¡  Gente,  amigos, 
deudos,  vecinos ! 

Uberto. 
¿Pues  de  qué  me  culpas? 
¿  Sabes  la  causa?  ¿Fui  yo,  por  ventura, 
el  homicida,  el  agresor,  el  reo? 

Galerio. 
Dame,  Finco,  dame  aquesa  espada ; 
quitaréle  la  vida  y  a  mí  luego. 

{Salen  Andronio  y  dos  vecinos,  Licido  y  Marcelio.) 

LlClDO. 
¿Qué  es  esto,  que  dais  voces? 


ACTO  SEGUNDO 


171 


Andronio. 

¿Qué  es  aquesto? 
Galerio,  mi  señor,  ¿qué  habéis  sabido? 

LlCIDO, 

¿De  qué  está  herido  Überto? 

Marcelio. 

¿  Con  tu  amo 
•  Uberto  es  bien  que  tengas  estas  voces? 

Galerio. 
Que  no  es  eso,  ¡  ay  de  mí !  ¿  No  veis  que  dice 
que  es  muerta  Serafina? 

Leonardo. 
¿Quién? 

Galerio. 

Mi  hija. 
Leonardo.    • 

i  Válgame  Dios!  ¿Que  Serafina  es  muerta? 

LlCIDO. 

¿  Muerta  ?  ¿  De  qué  manera  ? 
Marcelio. 

¡'Caso  extraño  ! 
¿No  me  diréis  adonde  o  cómo? 

Uberto. 

¡  Oh,    cielos : 
dadme  aliento  siquiera,  dadme  lengua 
para  decir   el  desastrado   caso. 
y  quitadme  la  vida  luego  al  punto ! 

Andronio. 

Dilo,  pues,  que  ya  estamos  de  un  cabello. 

Uberto. 

Oid,  pues,  todos,  si  queréis  sabello : 

Ayer,  cuando  el  sol  hermoso 
sus  rayos  negaba  a  oriente, 
esparciénlolos   al   mar 
por  el  regazo  de  Tetis, 
con   Serafina,   aquel   ángel 
cuja  alma  los  cielos  tienen, 
que  nunca  sus  serafines 
vivir  la  tierra  merecen, 
salí   en  un   coche,   que    fué 
sepulcro  y  andas  fúnebres, 
en  que  a  la  tierra  llevaba 
la  muerte  al  cuerpo  inocente. 
Iba  a  ver  su  enferma  prima; 
que  así  en  el  mundo  acontece, 


que  el  enfermo  se  levanta 

y  el  que  le  visita  muere; 

y  llegando  al  pie  del  monte, 

cuya  falda  coge  y  bebe 

de  mil  arroyos   el   agua 

que  en  invierno  juntos  crecen, 

una  tropa  de  ladrones 

salen  del  monte,  cual   suelen 

al  descuidado  ganado 

los  lobos  que  velan  siempre. 

\'i   las   cuerdas   encendidas; 

conocí  el  daño  presente, 

salté  del  estribo  al  puntu, 

y  en  viendo  tantos  heléme. 

Dos   o   tres   me    dispararon, 

y  quiere  Dios  que  me  yerren, 

para  que  quedase  vivo 

a  llorar  eternamente. 

fingíme  muerto  y  caí, 

y  ellos,  dejándome,  vuelven 

al  coche,  que  saquearon 

hasta  las   cortinas   verdes. 

Sacaron  la  triste  dama, 

y    el    capitán    inclemente 

robándola  se  enamora ;  (i) 

desnudándola    se    pierde. 

Forzarla  quiso,   y  la  triste, 

quejándose  tiernamente, 

resiste  al  robusto  brazo 

y  pide  a  Dios  que  la  esfuerce. 

Airado  el  cruel  verdugo, 

el  amor  en  odio  vuelve, 

y  arrebatando  la  daga 

hasta  la  cruz  se  la  mete. 

En  ella  las  manos  puso ; 

la  triste  murió,  y  la  gente 

por  el  monte  arriba  en  hombros 

la  lleva  y  despeña  en  breve. 

Yo,  por  no  aguantar  allí 

a  que  a  lo  mismo  volviesen, 

A'íne  a  darte  nuevas  tristes 

de  tu  desdicha  y  su  muerte. 

G.\LERI0. 

¿Son  nuevas  éstas  para  oír  un  padre? 
¿  Nuevas  son  éstas  que  después  de  oídas 
puede  un  padre  quedar  con  vida  y  alma  ? 
¿  Quitarémela  yo,  decid,  amigos. 


(i)  Así  en  el  ms. ;  el  impreso:  "enamoró",  que 
alarga  el  verso.  Quizá  Lope  no  escribiría :  "robándo- 
la", sino  :  "viéndola  se  enamoró". 


172 


EL  LEAL  CRIADO 


O  aguardaré  que  del  dolor  vencida 
me   desan-ipare  y  dé  lugar  que  vaya 
a   acompañar  el  ángel  de   mi   hija? 
¿  Qué  hacéis  agora,  descuidadas  manos  ? 
i  Por  qué  razón  ahora  se  perdonan 
las   canas  deste  rostro,  que   regadas 
de  lágrimas,   saldrá  con  menos  fuerza, 
como  las  hierbas  de  la  tierra  salen 
cuando  les  echan  agua  en  las  raíces  ? 

Leonardo. 

¡Desdichado  de  mí!:  ¿tendré  yo  vida? 

AXDRONIO. 

Señor  Galerio,  aquí  se  ven  los  hombres 
y  el  valor  natural  de  sangre  y  prendas. 
Si  Serafina  es  muerta,  en  vez  de  llanto, 
apresuremos  la  venganza  justa, 
que  estos  ladrones  no  estarán  muy  lejos. 

LlCIDO. 

Dése  de  todo  parte  a  la  justicia, 
y   con   su   ayuda  búsquese   este  monte 
o  mueran  dentro  del  en  vivo  fuego 
los  autores  de  caso  tan  infame. 

AIar/Celiü. 
Galerio,   ¿qué  dudáis,   qué  estáis  suspenso? 
Prevenid  los  parientes  y  las  armas 
antes  que  salgan  del  espeso  monte, 
porque   ninguno  con  la  vida   quede. 

Galerio. 

Ven  conmigo,  Fineo,  \  tú  a  curarte 
puedes  quedarte,  Uberto.  ¡  Ay,  hija  mía! 
Murióse  el  alegría  de  mis  años, 
porque  a  nuestros  engaños  seas  ejemplo. 

FlNEO. 

Anímate,  señor,  con  esperanza 

que  de  su  sangre  alcanzarás  venganza. 

(Vanse  y  quedan  Ubekto,  Leon.^rdo  y  Julio.) 

Leonardo. 

Si  un  grande  mal  el  corazón  convierte 
en  piedra,  Julio,  piedra  ha  vuelto  el  mío, 
este  que  agora  para  eternas  lágrimas 
materia  ha  dado  a  mis  cansados  ojos. 

Julio. 

Señor,   mira   que  agora  e-   este  el  punto, 
el  punto,  digo,  de  mostrar   esfuerzo. 
Vuelve  a  mirar  que  el  llanto  y  los  suspiros 


son  en  el  hombre  indicios  de  flaqueza, 

y  de  poco  valor  señales  siempre. 

¡  Ah,  mi  señor !   ¡  Ah,  mi  Leonardo,  escucha  ! 

Leonardo. 

Enemigo,  ¿qué  dices,  que  me  estorbas 
que  en  tan  justa  ocasión  no  pierda  el  seso, 
siéndolo  tanto  de  perder  la  vida? 
¿Yo  vivo  ya,  yo  tengo  ser,  yo  hablo, 
yo   miro,   yo   suspiro,   yo   sustento 
en  este  cuerpo   un  alma  tan   cobarde, 
y  para  lamentarme  tengo  espíritu? 
No  te  pongas  delante;  hoy  es  el  día 
que  va  Leonardo  por  París  (ij  sin  seso; 
hoy  va   sin  seso  por   París   Leonardo, 
pues  que  falta  a  Leonardo   Serafina. 

Uberto. 

Santo  cielo,  ¿qué  es  esto  que  oigo  y  veo? 

¿Si  es  éste  aquel  que  Serafina  adora, 

y  aquel  a  quien  me  manda  que  le  busque? 

Julio. 

Señor,    ¿no    consideras    cuan    infame 
quedas  después,  y  como  loco  público 
vas  por  las  calles  de  París  (2)  agora, 
y  que  después  que  tengáis  vista  y  seso 
de   arrepentido   perderás   la   vida? 

Leonardo. 

¿  Cuándo  quieres   que   vuelva  a   arrepentirme  ? 

Del  otro  mundo  volveré  si  quieres. 

Muriendo  yo  una  vez,  ¿de  qué  me  sirve 

considerar   de   qué  manera  muero? 

¿Qué  Alejandro  soy  yo?  ¿Qué  Pirro  o  César? 

¿  Debo  seguir  a  Cipión  por  dicha, 

o  arrojarme  en  la  espada  como  Píramo? 

Si  amé,  yo  moriré  como   quien  ama. 

¡Oh,  casa;  oh,  rejas;  oh,  pared;  oh,  puertas, 

oh,  tienda  mía,  en  que  compré  mi  muerte : 

sed  testigos  que  pago  con  la  vida 

la  que  debo  a  mi  querida  esposa ! 

i  oh,  ánima  gloriosa  ! ;  ¡  oh,  ángel  puro, 

que  ya  pisas  seguro  las  estrellas, 

poniendo  en  ellas  las  hermosas  plantas, 

vuelve  esas  luces  santas  a  tu  esposo, 

yo  soy  aquel  dichoso  ! 

Uberto. 

Y  es  sin  duda 


(i)     En  el  ms.  :   "Dantís",  así  como  en  el  verso  si- 
guiente. 

(2)     "Dantís'',  en  el  ms. 


ACTO  SEGUNDO 


173 


que  eres,  Leonardo,  un  hombre  tan  dichoso. 
Detente,  que  tu  amada  prenda  es  viva. 

Leonardo. 
¿Qué  dices?   Dime,   Uberto:   ¿es   por   ventura 
lástima  que   me   tienes  ? 

Uberto. 

Esto  es  cierto ; 
yo  la  pondré  en  vuestras  manos  viva. 

Leox.\rdo. 
¿Viva? 

L'berto. 

Viva   sin   falta,   pues  me  manda  ella 
que  con  esta  invención  venga  a  su  padre, 
que  hallándola  preñada,  me  ha  mandado 
matarla  en  ese  monte,  aunque  le  has  visto 
verter    infames   y    fingidas   lágrimas. 
Yo  le  he  dado  la  vida  y  escondido, 
y  pensaba  a  Milán  (i)  ir  a  buscarte; 
mas  pues  eres  venido  a  tan  buen  tiempo, 
calla  y  vente  conmigo. 

Leonardo. 

¿Hay  navegante 
que  después  de  tormenta  llegue  al  puerto; 
hay  preso  libre  sentenciado  a  muerte; 
hay  cautivo  escapado  de  algún  bárbaro 
que  pueda  competir  con  mi  alegría  ? 
Si   no   pierdo   el   sentido,   que   no   pudo 
quitarme  entonces  el  dolor  pasado, 
es  porque  aguardo  cuando  vea  mi  esposa, 
y  pues  le  tengo,   déjame  que  arroje 
aquesta  boca  al  suelo  de  tus  plantas. 

Uberto. 

No  es  tiempo  de  gastarle  en  cumplimientos. 
La  herida  que  en  mi  rostro  ves  fingida 
no   ha   menester    remedio,    caro   amigo, 
y  así   podremos   ir   sin   detenernos 
donde  te  espera  la  mujer  más  firme 
de  cuantas  hoy  celebra  humana  historia. 
Si  me  quieres  pagar  este  amor  mío, 
sólo  podrás  satisfaciendo  el  suyo. 

Leonardo. 
Tú  vieras  en  su  punto  mi  firmeza 
si    más    el    desengaño   dilataras ; 
vamos  a  ver  aquella  de  mi  vida 


único  bien   y  dueño   para   siempre. 

Uberto. 
Por  si  éstos  fueren  a  buscar  el  monte, 
es  menester  que  vamos  adelante. 

Leonardo. 

El  cielo  guíe  tus  amigos  pasos. — 
¿Qué  te  parece,  Julio? 

Julio. 

El  fin  deseo, 
porque  hasta  el  fin  ningún  dichoso  veo. 

(/  'aiisc.) 


(Salen 

Felisar. 

CORINTO. 

Felisar. 

CORlNTO. 


Felisar. 

CORINTO. 

Felisar. 


(i)  Como  se  ve  por  este  y  otros  casos  anteriores, 
ya  no  se  cuida  Lope  de  la  patria  que  al  principio  se 
nabía  dado  a  Leonardo. 


CORlNTO. 
Felisar. 

CORINTO. 


Felisar. 


CORINTO. 


Felisardo,    viejo    villano,   y    Corinto.) 

Ya  he  sabido  lo  que  pasa. 
No  es  razón  que  eso  te  aflija, 
pues  no  tienes  mano  escasa. 
Que  antes  de  casar  mi  hija 
ya  tengo  nietos  en  casa. 

Un  rapacillo  parió 
que  no  he  visto  en  leche  yo, 
deshojarle  algún  clavel 
que   pueda  igualar   con   él. 
Bendito  el  que  le  crió ; 

con  eso  estaremos  bien. 
Dios  te  dará  para  todo, 
y  ella  lo  tiene  también. 
Ya  que  aquí  los  acomodo, 
no  es  bien  que  nada  me  den. 

El  premio  de  Dios  es  bueno, 
pero  el  del  mundo  condeno ; 
que  el  que  hace  una  buena  obra 
ella  por  premio  le  sobra. 
Duéleste  del  daño  ajeno, 

y  es  indicio  de  valor. 
¿  Ha  dicho  acaso  su  tierra  ? 
Ha}'  otro  engaño  mayor : 
que   dice   que   la   destierra 
della  y  de  su  padre,  amor; 

y  que  aquel  que  la  traía 
huyendo  entonces  venía; 
así  que  la  has  de  esconder 
y  nadie  lo  ha  de  saber 
fuera    de   tu    casa   y   mía. 

¿  Aun  eso  tenemos  más  ? 
Por  San...  que  a  no  estar  parida 
y   tú   que   por   medio   estás, 
que   no  le  diera  acogida. 
Antes  por  eso  la  das : 

que  es  del  hombre  socorrer 


174 


EL  LEAL  CRIADO 


a  cualquier  pobre  mujer. 
Felisar.     :Eso    al    caballero    toca, 

pero  a  mí,  ¿qué  me  provoca? 
CoRiNTO.  Que  por  Dios  lo  has  de  hacer. 
Felisar.         Basta,  en  mi  casa  está  ya; 

que  la  esconderé  te  digo 

y  que  por  mi  cuenta  está. 

{Salen    FiNEO,    GaleriO,   A^"DRC■NIo,    Licido   y    Mar- 

CELIO.) 

FiNEO.         ¡  Que  aún  no  hallemos  un  testigo ! 

Andronio.  ¡  Que  nadie  señas  nos  da ! 

LiciDO.  Serranos  están  aquí. 

Mar.  Buen   hombre. 

Felisar.  ¿Q^'^é  mandáis? 

M.\R.  Di : 

¿andan  por  acá  ladrones? 
CoRiNTO.     A  hablar  con  ellos  te  .pones. 
Felisar.     ¿  Si  son  los  de  anoche  ? 

CORINTO.  Si. 

Felisar.         Pues  huye  y  cierra  la  casa. 

(Huyen  Felisaudo  y  Corinto.) 

!NÍAR.  ¿  No  os  da  gusto  lo  que  pasa  ? 

No  hay  labrador  que  no  huya. 
FiNEO.         Cerróse  aqueste  en  la  suya; 

tanto  aquesta  gente  abrasa. 
LiciDO.  Están    perdidos    de   miedo. 

Galerio.     Ya  que   sin  hija  me   quedo, 

¿sin  venganza  he  de  quedar? 
Andronio.  El  tiempo   te  ha  de   vengar. 
Galerio.     Triste  yo  si  aquí  no  puedo. 
Fineo.  Llamemos  siquiera  a  ver 

si  querrán  por  los  dineros 

darnos  algo  de  comer. 

¡  Ah,  gente ! 

(Corinto,  dentro.) 

Corinto.  ¡  Ah,  ladrones  fieros  ! 

¿pensáis  entrar  ni  poder? 
Pues    fuertes    están   las    puertas, 

y  cuando  fuesen  abiertas 

aquí  tengo  un  arcabuz. 
Mar.  Aunque  les  muestres  la  cruz 

serán  diligencias  muertas. 
Ya  creen  que  eres  demonio. 
Andronio.  Creo  que  el  que  vive  aquí 

conozco. 
Licido.  Pues  llega,  Andronio. 

Andronio.  ¡Hola!,  ¿conocéisme  a  mí? 
Felisar.     Sí,  mostrad  el  testimonio. 


Andronio.       Dadnos  algo  de  comer. 

Corinto.     ¿  No  os  contentáis  con  que  ayer, 
cosa  que  a  París  (i)  asombre, 
de  jas  tes   herido   un  hombre 
y  enterrada  una  mujer? 

Galerio.         ¿Qué  tengo  que  esperar  ja? 
¿No   veis   notorio   mi   daño? 

(Vaya  a  salir  Tibaldo,  y  en  viéndolos  caiga  y  huya.) 

Tibaldo,     Ya  dado  a  criar  está 

el  niño,  que  a  haber  un  año 
no  fuera  mayor. 

Fineo.  ¿  Quién  va  ? 

Tibaldo.         ¡  Ay  de  mí,  ladrones  son ! 

Mar.  A'uelva  acá. 

Tibaldo.  ¡  Tración,  traición  ! 

Galerio.     No  te  esperará  palabra. 

Licido.        Saltando  va  como  cabra. 

Galerio.     ¡  Bravo  engaño  y  confusión  ! 

Cánseme,  en  fin,  en  vengarme ; 
pero  Dios,  que  no  consiente 
maldades,   ha  de  anudarme; 
hable  la  sangre  inocente 
si  a  mí  no  quiere  escucharme. 

Volvamos    a    la    ciudad, 
donde  eterna  soledad 
ha  de  ser  mi  compañía. 

Fineo.         Yo  espero  en  Dios  que  algún  día 
han  de  pagar  su  maldad. 
Entretanto  ten  consuelo. 

Galerio.     ¿Cómo  sin  hija  y  venganza, 
si  no  es  de  verla  en  el  cielo  ? 

Mar.  Esa  es  mejor  esperanza 

en  las  desdichas  del  suelo. 

Galerio.         Aunque  vengarme  he  sabido, 
triste   estoy  y   arrepentido 
y  en  mi  dolor  castigado; 
que   mucha  sangre   he   sacado 
siendo  de  poca  ofendido. 

(Vanse.) 

{Sale  Leonardo,   Uberto  y  Julio.) 

Leonardo. 
Detrás  de  aquesa  rama  he  visto,  Uberto, 
todo  lo  que  ha  pasado  y  me  ha  movido 
el  fingimiento  deste  viejo  infame 
a  nueva  pena  y  a  venganza  justa; 
que   teniendo   por    cierto   que   le   diste 


(i)     "Dantís"'  en  e!  nis. 


ACTO  SEGUNDO 


175 


a  mi  querida  esposa  injusta  muerte, 

con  tan  buen  corazón  venga  a  este  monte, 

fingiendo  que  a  buscar  los  que  la  han  muerto. 

UCERTO. 

Toda  su  vida  tuvo  estas  venganzas ; 
y  de  su  mocedad,  que  bien  me  acuerdo, 
cuentan  extrañas  tiranías  suyas. 

Leonardo. 
Pues,  ¿cómo  le  has  servido  tanto  tiempo? 
Uberto. 

Crióme  desde  niño,  y  en  su  casa, 
me  dejaron  mis  padres,  que  sirvieron 
a  sus  abuelos,  y  según  he  oído 
eran  sus  deudos,  y  su  misma  sangre. 
Casóme,  fuera  desto,  y  hame  dado 
con  que  pueda  vivir  honestamente. 

Leonardo. 
¿Qué  eres  casado,  en  fin? 

ÜBERTO. 

Habrá  dos  años. 
Leonardo. 
Pésame  que  pagarte  yo  no  puedo ; 
porque    una    hermana    mía   pensé   darte, 
y  con  ella  mi  hacienda  toda  en  dote. 
Era  merced  muy  grande;  pero  advierte 
que  te  ha  venido  bien  estar  casado. 

Leonardo. 
¿Por   qué? 

Uberto. 

Porque  mi  esposa  está  preñada 
y  aun  pienso  que  en  el  mes  como  la  tuya, 
tomaremos  tu  hijo,  y  a  mi  casa 
le  llevaremos  en  lugar  del  mío, 
y  el  mío  le  traeremos  a  esta  aldea; 
porque  creyendo  el  viejo  que  es  mi  hijo, 
a  quien  agora  ha  de  mandar  su  hacienda, 
criarále    con    amor    incomparable, 
y  harále  su  heredero  en  vida  y  muerte. 

Leonardo. 
Eres  el  más   fiel  y  leal  criado 
que  desde  su  principio  tuvo  el  mundo : 
dame  esos  brazos  y  esos  pies  mil  veces. 

Uberto. 

jNo  me  agradezcas  esto,  tuyo  es  todo, 

le  Serafina  es  esta  hacienda  y  tuya, 

jnfía  que  tu  hijo  ha  de  heredalla. 


y  que  ha  de  ser,  Uberto,  tu  remedio. 

Julio. 

¿  Es  esta  casa  donde  está  ? 

Uberto. 

Sospecho 
que  debe  de  ser  ésta,   porque  anoche 
muy   cerca  la  dejé  de   aquesta  aldea. 

Julio. 
En    duda,    llamaré. 

Uberto. 
Llama. 
Julio. 

¡  Ah  de  casa  ! 

(CoRiNTO^    dentro.) 

CORINTO. 

¿  Que  aún  no  se  quieren  ir  estos  ladrones  ? 

Uberto. 

Buen  hombre,  buen  pastor,  no  soy  quien  piensas^ 
sino  el  marido  desa  noble  dama. 

CORINTO. 

¿  Cuál  dama  ?  Aquí  no  hay  dama. 

Uberto. 

Díle  a  ella 
que  Uberto  soy,  que  ella  conoce  el  nombre. 

Leonardo. 
Callado  han;   sin  duda  que  está  dentro; 
cielos,  haced  que  tengan  tal  ventura. 

Uber'To. 
Yo  le  dejé  en  poder  destos  serranos, 
y  es  imposible  que  faltase  dellos. 

{Salga    Corinto.) 
CORINTO. 

Por  el  nombre  me  mandan  que  os  avise 
que  entréis  a  ver,   señor,  a  vuestra  esposa, 
y  un  hijo  que  tenéis  también  con  ella. 

Leonardo. 
¿Parió? 

Corinto. 

Parió  y  varón. 

Uberto. 

¿  Varón  ? 


176 


EL  LEAL  CRIADO 


CORINTO. 

Aosadas, 
que   lo   juréis  en   viéndole   desnudo. 

Leonardo. 
¿Qué    puedo    más    pedirte,    santo   cielo? 

Uberto. 
Luego  lo  he  de  llevar. 

Leonardo. 

Ordena  en  todo, 
amigo  Uberto,  lo  que  tú  quisieres. 

CORINTO. 

Entrad,   que  está  bien  linda  la  parida, 
y  en  oyéndoos  nombrar  se  alzó  en  la  cama. 

Leonardo. 

Julio,  padre  soy  ya.  Detenme,  Julio, 
que  te  estoy  para  matar  de  puro  loco. 

Julio. 

Es   verdad  que  me  medran  tus  locuras ; 
¿yo  he  de  pagar  que  bien  o  mal  te  vaya? 

Leonardo. 
Serafina  parió,  cielo  bendito. 
¿  Qué  será,  Julio? 

Julio. 

Alq-ún  Serafinito. 


ACTO  TERCERO 

(Salen   Felisario,   viejo   villano,   y  , Serafina   en   há- 
bito   de    labradora-) 

Eelisar.         Salid  de  mi  casa  luego ; 

que  no  he  menester  yo  en  ella 

alimentar    la    centella 

que  después  la  abrase  en  fuego. 
¡  Bueno  es  que  anden  cubriendo 

mis   canas  vuestra  maldad ! 
Serafina.  Con  menos  riguridad,   (i) 

pues  sabéis  que  no  os  ofendo, 
que   si   a  verme   viene   aquí 

Leonardo,   mi   esposo  es. 
Felisan.     ¿Es  burla  de  solo  un  mes 

la   que   ha   pasado   por  mí, 
o    pasa    de    siete    años 

que  en  esta  casa  he  sufrido 

que   a   título   de   marido 


(i)     En    el    impreso:    "regtiridad",    por    errata. 


me  hiciese   tales  engaños  ? 

Estos  ha  que  aquí  te  tengo, 
tan  a  mi  costa  y  pesar, 
que  ya  me  dice  el  lugar 
que  a  ser  alcahuete  vengo. 

Es  verdad  que  eres  mujer, 
que  has  dado  corte  en  tu  vida, 
sino  a  mi  pesar  dormida, 
y  despierta  a  tu  placer. 

Todo  es  comer  y  holgar, 
y  aguardar  que  el  galán  venga, 
y  que  buenas  noches  tenga, 
y  en  lo  demás  no  hay  hablar. 

¿  Piensas   que  acá  en  el  aldea 
no    hay    tijera    de    las    vidas, 
y  que  entradas  y  salidas 
no  hay  quien  las  murmure  y  vea? 

Pues  engañaste,  que  suele 
ser  acá  mucho  peor, 
porque  es  negocio  el  honor, 
que   hasta   en  animales   duele. 

Y  créete  que  si  no  está 
con  el  ser  labrador  junto, 
la  malicia  está  en  su  punto, 
y  más  curiosa  que  allá. 

No  quiero  que  me  des  nada, 
porque    el    infame    provecho 
nunca   deja   sano   el   pecho 
ni  la  hacienda  acrecentada. 

Vete  en  buen  hora,  y  si   quieres 
que  lo  vuelva,   volverélo. 
Serafina.  Conozco  tu  honrado  celo, 
y  que  en  extremo  lo  eres ; 

pero  nunca  imaginé 
que  tan  larga   compañía 
se  deshiciera  en  un  día 
sin  razón  y  sin  por  qué. 

Que  examinando  mi  vida, 
contra  ti  no  hallo  ofensa, 
y  mil  causas  en  defensa 
de   haberme  dado  acogida. 

Lo  primero,  Eelisardo, 
es  saber  claro  de  Uberto 
que  es  mi  casamiento  cierto 
y  que  es  mi  esposo  Leonardo 

Lo  segundo  haber  parido 
en  tu  casa,  donde  he  estado, 
y  últimamente  gastado 
casi  cuanto  habéis  comido. 

Si  en  mi  vida  no  doy  corte 
es  porque  el  cielo  no  corta 


ACTO  TERCERO 


177 


una  vida  que  me  importa 

para  volverme  a  la  corte. 
Mas  pues  aquí  me  dejó 

Uberto,  y  me  ha  sustentado, 

haz,  padre,  como  hombre  honrado : 

vuélveme  a  quien  te  me  dio. 
Que  si  mi  marido  sabe 

que  sin  él  salí  de  aquí, 

podrá  presumir  de  mí 

alguna  sospecha  grave. 
Felisar.         Xo  hay,   Serafina,  remedio; 

y  pues  tanto  te  he  querido. 

cree  que  si  te  despido 

parto  e!l  corazón  por  medio ; 
pero  conviene  a  mi  honor 

que    al    punto    salgas. 
Ser.^fi.va.  ¿Por  qué? 

Felisar.     Porque  mucho  aventuré 

en  darte  ayuda  y  favor; 
^  que  está  mi  hijuela  doncella, 

del   ejemplo   de   aquel   día 

aprendió  lo  que  temía 

que  aprendiese  tu  centella. 

Y  es  de  manera  que  hoy 
he  sabido  que  anda  loca 
por  'Corinto,  y  que  me  toca 
saber  si  ofendido  estoy; 

que  estos  tus  negros  amores 
dan  argumento  a  las  piedras, 
a  los  olmos,  a  las  yedras, 
a  las  aves  y  a  las   flores. 

Y  pues   que   me   has   destruido 
lo  que  más  tengo   guardado, 

no  te  espantes  que  enojado 
te  desamparo  y  despido; 

Toma  tu  cría,  y  a  Uberto 
le  di  mi  queja  y  agravio. 
Serafina.  Xo  haces,  padre,  como  sabio, 

ni  aciertas  bien. 
Felisar.  Bien  acierto; 

y   pues   tan   discreta   eres, 
;  por  qué  a  un  villano  porfías  ? 
Serafina.  ¿  Que  son  las  desdichas  mías 
ejemplo  a  perder  mujeres? 

¿  Que   de  mi   amor  ha  sacado 
Tirrená  al   suyo   ocasión? 
Felisar.     Yo  tengo  agora  pasión 

y  es   el   rogarme  excusado. 
Si  Uberto  te  dio  a  criar 
su  hija  en  aquesta  aldea, 
lo  que  aquí  darte  desea 

vil 


allá  te  lo  puede  dar. 

Aunque  nunca  os  he  entendido; 
pues  él  en  esta  ocasión 
te  llevó  el  hijo  varón 
y  su  hija  te  ha  traído. 

Y   estos    enredos    y   tratos, 
sin  otros  de  cada  día, 
a  la  propia  piedad  mía 
hacen  mis  ojos  ingratos. 

Esto  es  ya  resolución ; 
no  has  de  entrar  más  en  mi  casa. 
Serafina.  Tu  rigor  excede  y  pasa 
de  tu  honrada  condición. 

Pero  pues  en  padres  fui 
tan   desdichada  mujer, 
no   te   quiero   encarecer- 
el  daño  que  haces  en  mí. 

Déjame  entrar  a  sacar 
la  niña  que  aquí  he  criado, 
que   la   ropa  y  el   cuidado 
juntos  no  podré  llevar. 

Harto  será  que  la  lleve 
en  la  flaqueza  que  estoy 
y  en  la  desdicha,  pues  soy 
mujer  que  a  un  hombre  no  mueve. 
Felisar.         Eso  no,  yo  iré  por  ella, 

o  mi  hija  la  trairá. 
Serafina.  Ruégale  que  salga  acá 

porque  me  despida  délla. 

(Vayase   Felisardo.) 

Siete  veces  ha  dado  el  cielo  vuelta 
del  pez  de  plata  al  vellocino  de  oro, 
mientras  ausencias  y  desdichas  lloro, 
dándome  amor  su  gloria  en  pena  envuelta. 

Quiero  morir,  y  cuando  estoy  resuelta 
lo  estorban  prendas  que  en  el  alma  adoro; 
3^  así  el  camino  de  dejarla  (i)  ignoro 
de  aquesa  humana  cárcel  libre  y  suelta. 

Cárcel  de  desdichados  es  la  vida; 
suspensa   mar   de   calurosa   calma, 
y  a  veces  nave  en  el  golfo  combatida. 

Dichoso  a  quien  la  muerte  dio  la  palma 
de  los  cuidados,  donde  vio  perdida 
por  largos  años  la  razón  del  alma ! 

(Salen  Tirrena  con  Lisarda,  niña,  en  hábito  de  la- 
bradora-) 

Tirrena.        Es  posible  que  ha  llegado. 


(i)     Así  en  el  ms. :   en  el  impreso  :   "deberla",  por 
errata. 

12 


178 


EL  LEAL  CRIADO 


mi  Serafina,  el  rigor 
de  un  padre  mal  informado 
a  hacer  eterno  su  error, 
tu  destierro  y  mi  cuidado? 
¿Es  posible  que  te  envía 
con  tan  fiera  tiranía 
y  de  mis  ojos  te  aleja? 

Serafina.  Del  no  es  bien  que  forme  queja, 
mas  de  la  desdicha  mía. 

Dice  que  yo  he  sido  ejemplo 
de  tu  amor  y  el  de  Corinto, 
y  en  esto  el  enojo  tiemplo, 
porque  si  antes  mi  amor  pinto 
ya  seré   de  amores  templo. 

Porque  quien   engendra   amor, 
o  es  amor,  o  otro  mayor; 
y  por  lo  que  el  mío  estimo, 
a  sus  ajgravios  me  animo 
y  a  no  dar  culpa  a  su  error. 

Ya  te  habrá  dicho  que  ha  sido 
resolución  mi  destierro. 

TiRRENA.     De  manera  le  he  sentido, 
que  añadir  al  primer  jerro 
otro  mayor  he  querido. 
'Contigo  quisiera  irme, 
porque  en  pensar  despedirme 
me  sacarán  los  enojos 
toda  el  alma  por  los  ojos. 

Serafina.  Bien  merezco  amor  tan  firme; 
mas  pues  aquesto  ha  de  ser, 
dame    licencia    al    partir 
y  al  forzoso  padecer. 

Tirrena.     ¿Que  te  has,   Serafina,  de  ir? 

Serafina.     Bien  pienso  volverte  a  ver. 
Dame  esos  brazos,  y  adiós ; 
hija,  despedios  vos 
de  vuestra  tía  Tirrena. 

LiSARDA.     Tía,   quede   norabuena. 

Tirrena.     Dame  un  abrazo. 

LiSARDA.  Y    aun    dos. 

Tirrena.         Por  no  me  acabar  en  llanto, 
te  dejo. 

(Faje   Tirrena.) 

Lisarda.  ¿Dónde    me   lleva, 

madre  ? 
Ser.\fina.  a  probar  todo  cuanto 

a  la  fortuna  le  deba 

quien  sabe  sufrilla  tanto. 

Hija,  a  la  ciudad  iremos. 
Lisarda.     Y  diga,  madre :  ¿  qué  haremos  ? 


¿  Hay  muchas  cosas  allá  ? 
Serafina.  Sí,  que  tu  padre  estará, 

y  aquel  que  tanto  ofendemos. 
Sabed  que  hemos  de  pedir 

limosna  para  comer. 
Lisarda.     Pues,  ¿por  qué  tardamos  de  ir, 

que  bueno  debe  de  ser? 
Serafina.  Bueno,  que  es  menos  morir, 

¡  Oh  villanos,  siempre  ingratos, 

de   falsos  y  dobles  tratos ! 
Lisarda.     Ande  acá. 
Serafina.  Partamos  ya. 

Lisarda.     Madre,  si  vamos  allá, 

¿  no  me  comprará  zapatos  ? 

{Vanse  y  salen   Galerio  y   Uberto.) 

Galerio.         Pues  mi  hermana  murió,  Uberto, 
y  anda  mi  vida  a  la  orilla, 
para  dar  al  alma  puerto 
es   menester    reducilla 
a  lo  provechoso  y  cierto. 

Dejar  de  mi  hacienda  quiero 
tu  hijo  por  heredero 
en  lugar  de  aquella  ingrata, 
cuya  memoria  me  mata 
y  de  cuya  pena  muero. 

En  lo  demás  quiero  dar 
orden  para   recogerme, 
mientras  que  me  dan  lugar, 
que  al  hombre  viejo  que  duerme 
suele    el    morir    despertar. 

Treinta  mil  ducados  dejo 
de  mayorazgo  en  cabeza 
de  ese  niño,  que  es  mi  espejo; 
que  por  no  ser  la   riqueza 
de  Midas  me  agravio  y  quejo. 
Uberto.         Por   tan   alto   beneficio 
hará    tu   amor   sacrificio 
hoy  de  mi  alma  de  nuevo. 
Galerio.     Esto  y  más,  Uberto,  debo 
a  tu  lealtad  y  servicio. 

Fuera  de  que  en  mi  linaje 
ya  no  hay  otro  que  me  herede 
ni  en  méritos  te  aventaje. 
Uberto.       De  tu  gran  valor  procede 
ensalzar  mi  humilde  traje. 

Soy,  señor,  la  hechura  tuya ; 
pero  porque  se  concluya 
el  disponer  de  tu  hacienda, 
te  has  de  acordar  de  tu  prenda, 
que,  en  fin,  la  que  gozo  es  suya. 


ACTO  TERCERO 


179 


Galerio.         ¿Cómo  acordar  siendo  muerta? 

Uberto.     Al    alma    harás    algún    bien 

si  su  salvación  es  cierta. 
Galerio.     ¿  Qué  quieres  tú  que  le  den, 

mi   error  y  esperanza  incierta? 
No  me  la  nombres  si  quieres 

que  no  te  aborrezca. 
Uberto.  Aún   eres 

padre  airado. 
Galerio.  Justo    soy, 

lo  que  merece  le   doy. 
Uberto.       Ni  te  enojes  ni  te  alteres; 

que  no  hablaré  más  en  ella. 

Mas  pues  esta  casa  está 

llorando  la  falta  della; 

digo  tu  hermana,  que  ya 

dejó  la  mortal  querella. 
Sabe  que  quiero  traer, 

aqui  una  buena  mujer, 

labradora  de  una  aldea. 
Galerio.     Como  tú  quisieres  que  sea, 

que  bien  la  habré  menester; 
que  de  mi  hermana,  en  verdad, 

por  su  gobierno  y  regalo 

he  sentido  soledad. 
Uberto.       Esta  en  el  gobierno  igualo, 

y  decir   puedo  en  bondad. 
Galerio.        Advierte  que  si  es  casada 

desde  aquí  me  desagrada. 
Uberto.       Viuda,    aunque    moza    es. 
Galerio.     ¿  Cuánto  habrá  ? 
Uberto.  Más  de  un  mes. 

Galerio.     Pues    ya    estará    consolada, 

que  bien  creo  que  en  un  día 

para  consuelo   sobraba 

el  otro  medio. 
Uberto.  No  haría 

si    al    muerto    marido   amaba, 

de  quien  una   hija   cría. 
Galerio.         ¿De  qué  edad? 
Uberto.  De  siete  años, 

(que    con   tu  niño    criaremos ; 

ved  qué  graciosos  engaños). 
Galerio.     Bien  dices,  niña  le  demos, 

para  que  aprenda  sus  daños. 
Comenzará  desde  agora, 

si  junto  con  ella  mora, 

a  darte  mala  vejez. 
Uberto.       Esto  permite  esta  vez, 

que    es    honrada   labradora. 
íalerio.         ¿  Yo,  Uberto  ?  Tuyo  es  el  daño. 


que  ya  acabo  mi  carrera; 
pero    paróceme    engaño 
al    hijo    que   propio    fuera 
traer   enemigo   extraño. 

Uberto.         ¿  Que  aun  de  aquesto  tienes  celes  ? 
Calla,  y  tendrás  dos  consuelos. 

Galerio.     Uberto,  quiéralo  Diosj 

voime  y  tú  traerás  los  dos. 

{Vase   Galerio.) 

Uberto.       Guárdente,    señor,   los   cielos. 
Bien  se  ha  negociado  así, 
porque   con   aquesta   traza 
podré  sacarla  de  allí, 
y  estorbaré  el  amenaza 
del  villano  a  quien  le  di. 

Y  será  enredo  gracioso ; 
pues  hija  y  nieto  es  forzoso 
que  tenga  el  viejo  avariento... 
Llamar  a  la  puerta  siento. 

(Serafina,    dentro.) 

Serafina.  ¡  Ayuda,  cielo  piadoso  ! 

¿  Hay  algo  acaso  que  dar 

a  una  mujer  sola  y  pobre 

para  ayuda  de  criar 

una  hija? 
Uberto.  Aquesto   sobre. 

Entrad,  bien  podéis  entrar. 

{Sale    Serafina    con    la   niña.) 

Serafixa.       ¡Jesús!  ¡Uberto!  ¿Tú  eres? 
Ueerto.      Espera;  digo  que  esperes. 
Serafina.  Sin   saber   que   aquí   vivías 

me  entré. 
Uberto.  ¿Y  estas  prendas  mías 

negar  a  los  brazos  quieres? 
No  vivo,  señora,  aquí, 

que  es  tu  padre  el  que  aquí  vive. 
Serafina.  ¿Y  aquí  me  detienes? 
Uberto.  Sí. 

Serafina.  Mas  bien  es  porque  me  prive 

de  la  sangre  que  ofendí. 
¿  Dónde  está  Leonardo  ? 
Uberto.  Es  ido 

a  Milán. 
Serafina.  ¿Ha  mucho? 

Uberto.  Un   mes, 

y  si  descuido  he  tenido, 

sabrás    la   causa   después. 
Serafina.  ¿Que  avisarme  no  has  querido? 


180 


EL  LEAL  CRIADO 


Uberto. 


Serafina. 


Uberto. 


Serafina. 
Uberto. 

Serafina. 
Uberto. 


Serafina, 
Uberto. 


Serafina 


Uberto. 


No,  por  excusarte  peiia. 
Pero,  ¿  cómo  o  quién  ordena 
que  vengas,  señora,  ansí? 
La  desdicha  en  que  nací, 
que  no  hizo  cosa  buena. 

¿  Cómo  de  verme  has   faltado  ? 
Atrevido  el  labrador 
me  ha  infamado  y  desterrado, 
diciendo  que  de  mi  amor 
Tirrena   ejemplo   ha   tomado; 

porque  hay  cierta  parlería 
de  que  a  'Corinto  quería 
y   soy   desdichada   en   viejos. 
Parece  que  a  mis  consejos 
acudió  tu  fantasía. 

No  hay  mal  que  por  bien  no  ven- 
¿€ómo?  [ga. 

A    tu    padre    engañé 
con  que  un  ama  en  casa  tenga. 
¿Dirás  tú  que  }0  seré? 
Sin  que  el  amor  te  detenga. 

Que   al   cabo   de   tantos   años 
y  de   tu  mudanza  y  daños, 
y  el  crédito  de  tu  muerte, 
pensar   que  ha  de  conocerte 
son  vanidades  y  engaños. 

Que  eres  viuda  le  dije 
y  que  aquesta  niña  tienes; 
por   eso   gobierna  y   rige 
tus  mismos  pasados  bienes; 
deja  el  temor  que  te  aflige; 

aquí    tu    hijo    tendrás, 
le   criarás  y  le   verás 
en  tus  brazos  cada  día, 
y  aún  estoy,  por  A'ida  mía, 
por   decirte   lo   que   hay   más. 

¿  Cómo  ? 

Que   ya   es   heredero 
•de   su  hacienda  confirmado, 
y   el   mayorazgo   primero. 
.  De  lo  que  me  has  obligado, 
¡  qué  tarde  pagarte  espero  I 

¿Posible  es  que  a  tu  mujer 
nunca  le  has  dado  a  entender 
que  tiene  hija  y  no  hijo? 
Si  el  alma  no  se  lo  dijo, 
de  mí  no  lo  ha  de  saber. 
Porque  como  j'o  tenía 
tu  hijo,  el  su3'o  tomé 
casi  al  tiempo  que  paría, 
donde  a  trocalle  llevé. 


y  así  el  tuyo  por  él  cría; 

tanto,  que  ipara  llevar 
tu   hijo    al   monte   y   lugar 
dode  estabas  esos  días 
que    para    verle    pedías, 
había   bien   que   llorar. 
Serafina.       ¿Qué  le  decías? 
Uberto.  Que  estaba 

un  amigo  en  esa  aldea 
que  por   él   me   importunaba. 
Serafina.  Pues  agora  el  suyo  vea, 

que  yo  como  el  propio  amaba. 

Y  dirásle  la  verdad, 
porque  donde  hay  voluntad 
no  es  justo  que  haya  secreto. 
Uberto.       Más  le  calla  el  más  discreto 
mientras  ha}'  más  amistad. 

Déjame  tu  hacer  a  mí; 
pero  di,  ¿  cómo  venías 
a  pedir  limosna  aquí? 
Serafina.  Porque  a  pesar  de  los  días 
me  acuerdo  que  aquí  nací ; 

y  fiada  y  atrevida 
en  que  estoy  desconocida, 
llamé  para  que  me  vieses. 
Uberto.       Quiso   el   cielo   que   vinieses 
para  ganarte  perdida, 

¡  Qué  lindo  cuento  ha  de  ser, 
que  es  tu  padre  el  viejo  honrado 
y  no  te  ha  de  conocer ! 
Serafina.  Que  a  su  nieto  haya  criado 
le  tengo  de  agradecer, 

que  en  fin,  es  su  propio  nieto. 
Uberto.       Efe   del   cielo  este   secreto 

y  de  tu  remedio  llave. 
Serafina.  Tanto  bien  en  mí  no  cabe ; 
muestran  los  ojos  su  efeto. 

Pues  llévame  donde  vea 
a  mi  serafín  querido, 
que  es  lo  que  el  alma  desea. 
Uberto.       Aquí  le  dejé  dormido; 
entra  y  norabuena  sea. 
Serafina.       Para  servirte  será 
si  posesión  tomo  ya. 
Quédate.  Lísarda,  aquí. 
LiSARDA. .  ¿  Diga,  volverá  por  mí  ? 
Uberto.       Sí,   hija. 
LiSARDA.  o  entraré  allá. 

(Quede  sola  la  niña.) 

Dijo  mi  madre  que  había 


ACTO  TERCERO 


181 


de    pedir    para    comer, 
y  estáse  aquí  todo  el  día : 
más  me  quisiera  volver 
adonde  vivir  solía; 

que  aunque  veo  fruta  y  pan, 
de  nada  dallo  me  dan. — 
¡  Salga,  madre,  y  vamonos  ! 

(Sale    Galerio.) 

Galerio.     Quedaos  y  volved  los  dos. 
LiSARDA.     Salga  acá,  madre ;  ¡  qué  afán ! 
Galerio.         ¿  Qué  hace  aquesta  niña  aquí  ? 

¡  Ah,  muchacha ! 
LiSARDA.  Madre,  salga. 

Galerio.     ¿Está  tu  madre  aquí? 

L I  SARDA.  Sí. 

G.ALERio.     i  Bonita,  ansí  Dios  me  valga  ! 
LiSARDA.     ¡Ay!,  ¿conóceme  él  a  mí? 
G.^LERI0.        Graciosa  labradorcilla ; 

sin   duda  que   de   la  villa 

a  Uberto  vino  a  buscar. 

¿  Es  la  que  en  casa  ha  de  estar 

tu  madre? 
LiSARDA.  ¡  Y  qué  maravilla  ! 

Acá  ha  de  estar,  si  Dios  quiere. 

¿  Es  él  el  dueño  ? 
Galerio.  Yo  soy. 

LiSARDA.     ¿Mas  qué  hará  cuando  supiere 

que  le  han  de  engañar  hoy? 
Galerio.     No  hay  cosa  que  no  me  altere. 
¿Qué  dice  aquesa  rapaza? 

¿  Sí  -es  de  Uberto  alguna  traza  ? 
Li SARDA.     Mire,  dice  no  es  mí  madre 

ésta,  y  que  Uberto  es  mí  padre, 

y  cuando  me  ve  me  abraza. 
Galerio.         ¿Tu   padre   Uberto? 
LlSARDA.  Sí,   sí, 

y  su  hija  Serafina 

es  ésta  que  viene  aquí. 
Galerio.     ¡  Piedad  del  cíelo  divina ! 

Toma,  mis  ojos  y  di. 
LiSARDA.  ¿  Cuánto  vale  éste  ? 
Galerio.  Un   real. 

LlSARDA.     De  aquestos  no  hay  allá,  tío. 
Galerio.     Di  más. 

LlSARDA.  Pues  ¿  haráme  mal  ? 

Galerio.     No,  mí  bien;  no,  espejo  mío. 

¡  Cíelos,  hay  misterio  igual ! 
T     LlSARDA.         ¿Tomarámele  después? 
Galerio.     Después  te  daré  otros  tres. 
LlSARDA.     ¿Pues  este  niño  es  su  nieto? 


Galerio.     Ya  yo  he  entendido  el  secreto : 
viva  Serafina  es. 

¿Cómo  del  mucho  contento 
no  me   deshago  y   reviento? 
Ya   se   acabó   mí   venganza. 
Alas,  ¡  ay.  Dios,  qué  presto  alcanza 
a  la  alegría  el  tormento  ! 

Que  sin  duda  Uberto  ha  sido 
de  quien  estuvo  preñada. 
Y  si  de  Uberto  ha  parido, 
juntos  segará  mi  espada 
la  hija,  nieto  y  marido. 

Que  como  suele  juntar 
para  poderla  segar 
la  manada  el  segador, 
así  los  junto  mejor 
para  poderlos  matar. 

¡  Traidor  Uberto  !,  ¿  esto  pasa  ? 
¿Para  eso  te  fié 
honra  y  llaves  de  mí  casa? 
Si  antes  enojo  tom'é, 
agora  mayor  me  abrasa. — 

Hija,  no  digáis  que  a  mí 
me  dijistes  nada  aquí. 
¿Entendéis? 
LlSARDA.  Si  haré,  señor. 

Galerio.     Pues  guardaos,  que  en  mí  rigor 
para  verdugo  nací. 

Mirad  que  os  azotaré 
si  decís  alguna  cosa. 
LlSARDA.     Calle,  tío,  que  no  haré. 
Galerio.     ¿  Hay  historia  fabulosa 

como  esta  que  aquí  se  ve? 

¿  Que  Uberto  me  ha  deshonrado, 
y  su  hijo  le  he  criado, 
y  agora  me  trae  su  amiga 
tras  que  su  engaño  me  obliga 
'    a   que   la   hacienda  le  he  dado? 

Pero  salen,  callar  quiero. 

(Salen  Serafina  y  Uberto.) 

Uberto.       Sal,  que  aquí  está  mi  señor; 

¿  qué  esperas  ? 
Serafina.  Animo  espero; 

que  se  me  ha  puesto  mí  error 

entre  los  ojos  primero. 
Uberto.         Esta  es,  señor,  la  mujer 

que  te  prometí  traer; 

(mejor  su  hija  dijera). 
Galerio.     ¿Que  estoy  mirando  esta  fiera? 
Serafina.  ¿  Que  a  mi  padre  vengo  a  ver  ? 


182 


EL  LEAL  CRIADO 


Galerio.         ¿De  dónde  sois? 
Serafina.  De  Belflor, 

deste  monte  casería. 
Galerio.     Sí,  mas  entendí  la  flor; 

la  sangre  me  da  alegría 

y  descontento  el  honor. 

Si  otro  que  Uberto  no  fuera 

quien  deshonrado  me  hubiera, 

agora  le  perdonara, 

que  me  enternece  su  cara 

y  su  presencia  me  altera. 
Aquí  sus  trabajos  veo, 

y  aquí  le  diera  mis  brazos, 

no  siendo  el  caso  tan  feo; 

¿mas  cómo,   si  hacer  pedazos 

al   falso  Uberto   deseo  ? — 
¿  Casada  has  sido  ? 
Serafina.  Si   íuí. 

Galerio.     Moza  casaste,  y  fué  bien, 

que  una  hija  que  perdí 

fué  mi  deshonra  también 

porque  esposo  no  la  di. 
Pero  aseguróme  un  día 

con  su  mucha  hipocresía 

que  me  cegó  los  sentidos, 

pues  dándole  yo  vestidos 

oratorios  me  pedía. 
¿Esta  niña  tuya  es? 
Serafina.  Sí,  mí  señor;  que  la  falta 

de  mi  marido  no  ha  un  mes... 
Galerio.     Ya  por  los   ojos  me  salta       {-^Pd 

fuego  que  abrasa  a  los  tres. 
¿Hate  ya  contado  Uberto 

lo  que  a  mi  servicio  toca? 
Uberto.       De  todo,  señor,  la  advierto. 
Galerio.     La  sangre  a  amor  me  provoca, 

y  a  venganza  mi  honor  muerto. — 
Si  en  algún  lugar  del  suelo 

podías  tener  consuelo 

era  donde  agora  estás. 
Serafina.  Ya  no  pienso  pedir  más 

para  mí  remedio  al  cielo. 
Galerio.         ¿  Era  mozo  tu  marido  ? 
Serafina.  Sí,  señor,  mancebo  era. 
Galerio.     ¿  Amábasle  ? 
Serafina.  Tanto  ha  sido, 

que  por  ventura  perdiera 

la  vida  con  el  sentido. 
Galerio.        Tendría  merecimiento. 
Serafina.  No  tienen  sus  gracias  cuento. 
Galerio.     ¿'Casóte  tu  padre? 


Serafina.  No. 

Galerio.     ¿Pues  quién? 

Serafina.  El  amor  y  yo 

hicimos   el   casamiento. 
Galerio.         ¿Y  él  tomólo  después  bien? 
Serafina.  Antes  procuró  matarme, 

y  amor  lo  hizo  tan  bien 

que  al  mismo  vino  a  entregarme. 
Galerio.     ¿Qué  aguardo  a  saber  de  quién? 

(Aparte.) 
Ello  es,  sin  duda,  que  Uberto 

fué  el  autor  del  desconcierto; 

pues  quitaréle  la  vida. 
Serafina.  ¡  Que  no  he  sido  conocida ! 
Galerio.     Ya  estoy  del  engaño  cierto. 
¡  A  quién  la  entregaba  yo 

para  que  le  diese  muerte ! 
Uberto.  Bien  mi  engaño  se  trazó. 
Galerio.     Hoy  su  infame  sangre  vierte 

la  que  el  villano  ofendió. — 
Vamos ;  la  casa  verás, 

y  un  niño  de  quien  serás 

madre  en  crianza  y  amor. 
Serafina.  Y  en  parirle  con  dolor,       (Aparte.) 

que  en  esto  me  debes  más. 
¿Es,  señor,  de  Uberto  hijo? 
Galerio.     ¡  Y  cómo  si  suyo  es ! 

(Ansí  el  traidor  me  lo  dijo.) 

Y  tuyo  será  después, 

que  por  su  madre  te  elijo. 
Y  esa  niña  a  mi  cuidado 

deja  su  amor. 
Serafina.  Ya  ha  llegado 

mi  vida  donde  salió. 
Lisarda.     Madre,  mire  qué  me  dio. 
Serafina.  ¿Y  quién? 
Lisarda.  Señor  me  le  ha  dado. 

(Salen   Fixeo  y   Julio.) 

Fineo. 
Vas  tantas  veces  con  tu  amo  y  vienes, 
Julio,  a  Milán,  que  tengo  por  enfado 
andarte  dando  tantos  parabienes. 

Julio. 
Hoy  hemos  a  París,  (i)  cual  ves,  llegado. 

Fineo. 
¿En  efecto,  salud  y  gusto  tienes? 

Julio. 
Gusto  fuera  de  aquí,   fuera  excusado. 


(i)     En    el    ms. :    "Dantís". 


ACTO  TERCERO 


183 


¿Cómo  está  mi  tendera? 

FlNEO. 

Sin  paciencia, 
contando  los   minutos   de  tu  ausencia. 
¿Habrá   topado   Uberto    con   tu   amo? 

Julio. 

Desde  que  vino  anda  en  busca  suya. 
¡  Oh,  cuánto  esta  mujer  adoro  y  amo  ¡ 

FlNEO. 

Tienes  razón,  que  es  >a  muy  propia  tuya, 
y  a   fe  que  vienes   acudiendo  al   ramo 
más  que  a  buscarme. 

Julio. 
El  cielo  me  destruya 
si  no  traje  a  los  dos  en  la  memoria. 

FiXEO. 

¿Cuándo  pensáis  dar  fin  a  tanta  historia? 
Julio. 
Después  que,  como  sabes,  murió  Andronio 
y  ha  quedado  viuda  mi  tendera, 
quisiera  hacerla  santo  matrimonio, 
si  acaso  mi  señor  lo  permitiera; 
y  agora  que  saqué  mi  patrimonio 
de  mi  tutor,  aunque  pobreza  era. 
creo  que  no  me  excuso,  aunque  le  pese. 

FlNEO. 

Justo  sería  que  licencia  diese; 

que  para  amar  siete  años  con   fe  tanta, 
ni  eres  tú  Durandarte  ni  Oliveros. 

Julio. 
Llamar  quisiera;  un  poco  te  adelanta. 

FlNEO. 

Aquí  te  aguarda,  porque  quiero  veros. 
Julio. 

Mas  pues  la  calle  y  murmurar  espanta, 
entrar  será  mejor. 

FlNEO. 

Buenos  aceros. 

(Vase    Julio.) 

Ha  menester  el  novio  con  la  esposa 

que  ha  estado  ausente,  y  es  moza  y  briosa. 

Envidia  tengo  a  Julio  por  su  agosto; 
todo  lo  goza,  en  fin,  ur^  forastero, 
y  todo  al  natural  le  viene  angosto; 


¡  qué  viuda  aquesta ;  ah.  Dios,  de  envidia  mue- 
Como  las  moscas  a  la  miel  o  al  mosto,        tro ! 
de  amantes  anda  un  escuadrón  entero 
por  esta  tenderilla  de  los  cielos; 
y  gózala  un  extraño,  j  Ah,  celos,  celos ! 
¡  Qué  guantes  olorosos  no  le  ha  dado ; 
qué  coleto  de  flores,  que  no  tiene 
quien  tuvo  de  mi  amor  jamás  cuidado 
sino  es  acaso  de  que  muera  y  pene ! 
i  Oh,  Julio;  oh,  mes  del  año  celebrado, 
por  la  fertilidad  rico  y  solene  ! 
;  Mal  enero  te  queme  el  verde  fruto, 
porque  no  pagas  al  amor  tributo ! 

(Salen   Leonardo  y  Uberto.) 

Leonardo. 

Estoy  sin  seso,  Uberto,  y  afligido 
sólo  en  pensar  que  a  Serafina  pierdo. 

Uberto. 
Este  es,  Leonardo,  el  yerro  que  en  siete  años 
he  cometido  contra  el  amor  tuyo. 
Mas,  ¿  cómo  dices  que  a  tu  esposa  pierdes  ? 

Leonardo. 
¿No  es  perder  a  mi  esposa  no  gozalla? 

Uberto. 
Tu  bien  he  pretendido  en  lo  que  has  visto, 
que  yo  no  he  procurado  tu  disgusto. 

Leonardo. 
En  tratándome  ansí  por  mejor  tengo 
que  me   atravieses  con  tu  espada  propia 
el  corazón  que  has  obligado  tanto. 
Bien  sé  que  es  mi  remedio  lo  que  has  hecho 
y  que  la  perdición  de  siete  años 
has  remediado  dando  casa  propia 
a  aquella  peregrina  de  remedio. 
Mas  no  me  deja  amor  vivir  sin  ella; 
y  como  desta  larga  ausencia  vengo 
y  no  puedo  gozar  sus  dulces  brazos, 
he  sido  como  nave  que  lia  salido 
de  las  fortunas  del  airado  golfo 
y  se  vino  a  romper  llegando  al  puerto. 

Uberto. 
Una  industria  notable  se  me  ofrece 
para  que  a  Serafina  veas  y  goces, 
ya  que  el  amor  te  llega  a  tanto  extremo, 
y  es  que  hables  a  Galerio  y  que  le  digas 
que  desta  labradora  enamorado, 
sin  reparar  en  que  eres  caballero, 


184 


EL  LEAL  CRIADO 


te  has  querido  casar  diversas  veces 

porque  ella  de  otra  suerte  no  ha  querido 

condescender  a  tu  amoroso  ruego. 

El,  viendo  que  yo  entonces  le  importuno 

y  para  no  sufrir  tus  celos  della, 

te  la  dará  sin  duda  por  esposa, 

y  casado  podrás  verla  y  gozarla, 

o  tenerla  en  mi  casa  a  tu  contento, 

mientras  se  desengaña  el  loco  padre, 

que  hoy  en  día  aborrece  su  memoria. 

Leonardo. 
Bien  dices;  a  buscarle  vamos  luego, 
que  es  milagrosa  traza. 

Uberto. 

Bien  te  cuadra 
cualquiera  cosa  que  gozalla  sea. 

Leonaruo. 
¿Cuál  otro  bien  mi  corazón  desea? 

(Vanse   Uberto   y   Leonardo.) 
FlNEO. 
¡  Con  qué  descuido  Julio  está  en  su  trono ! 
¿  Qué  digo  ?  ¡  Julio ;  ah,  Julio  ! 

(Sale  Julio.) 

Julio. 

¿  Qué  tenemos  ? 
¿Cansábaste,   por   dicha,    de   aguardarme? 

FlNEO. 

Aquí  ha  venido  Uberto  con  tu  amo, 
y   sospecho   que  andaban  en  tu  busca. 

Julio. 
¿Qué  importa  que  me  busque?  Dende  agora 
de  perdido  no  puede  nadie  hallarme. 
Dale  al  diablo  esta  vez,  por  vida  tuya, 
y  entremos  a  almorzar  con  mi  tendera, 
que  tiene  apercebido  desde  anoche 
(que  supo  que  venía  por  dos  cartas) 
vino  español,   pan  tierno,   pernil  fino, 
de  que  salen  las  hebras   como  grana. 

FlNEO. 

¿Y  convídame  a  mí? 

Julio. 

Sí,  que  me  ha  dicho 
que  te  ha  cobrado  amor,  porque  le  llevas 
las  cartas  que  en  mi  ausencia  le  enviaba. 


FlNEO. 

De  mala  gana  voy,  no  porque  entienda 
que  ella  me  convidó  de  mala  gana ; 
pero  esto  de  almorzar  con  dos  amantes 
está  reprehendido  entre  hombres  mozos. 
Bueno'  es  que  estéis  como  palomos  mansos 
dándoos  el  cebo  con  la  propia  boca, 
y  que  os  vais  desde  allí  donde  amor  sabe, 
\'   suelen   disparar   esos   relámpagos, 
y  esté  yo  como  piedra,  a  que  en  la  mía 
se  me  haga  vinagre  cuanto  coma. 

Julio. 
]\Iejor  se  ha  hecho;  calla,  que  los  gustos 
jamás  sin  compañía  fueron  buenos, 
y  amor  solo  no  quiere  compañía. 
Una  fregona  tiene  como  un  oro, 
que  vierte  sangre  de  los  propios  labios, 
y  tiene  como  un  queso  fresco  el  pecho, 
donde  tiró  el  amor  pellas  de  nieve, 
y  para  siempre  dos   se  le   quedaron; 
es  limpia  de  camisa  y  de  cabello, 
y  moza  de  juanetes  como  el  puño. 

FlNEO. 

¡  Eso  pesia  mi  mal !,  y  sea  una  estatua 
con  diez  siglos  de  edad  y  cuatro  dientes, 
y  no  me  manden  apretar  los  míos. 

Julio. 

Ya  me   huele  el  pernil. 

FlNEO. 

Entra  y  holguémonos. 
¡  Qué  bien  huele  esta  casa ! 

Julio. 

Todo  es  ámbar. 
Pues  verás  una  cama  que  parece 
que  ha  extendido  su  mano  la  limpieza 
y  la  curiosidad  abierto  el  cofre. 
Sábanas,  que  beber  su  holanda  puedes; 
almohadas  de  randas  y  labores, 
colcha  de  hilo  de  pita  y  de  la  China. 

FlNEO. 

¿Y   la   de   mi    fregona? 

Julio. 

Ella   es   la   cama, 
que  la  mejor  es  de  la  propia  dama. 

(Vanse.) 


ACTO  TERCERO 


185 


(Salen  Galekio,  Leonardo  y  überto.) 

LiALEKio.         Digo  que  soy  muy  contento, 

puesto  que  advertiros  quiero 

que  para  tal  caballero 

es   infame  casamiento. 

¿  \'os,  tan  rico  y  tan  galán, 

con  una  pobre  mujer? 
Leonardo.  ¿Quién,  señor,  lo  ha  de  saber, 

si  una  vez  entro  en  Milán? 
Galerio.         ¿Quién?   La  envidia,   que  visita 

hasta  los  seguros  muertos, 

y  de  iní^osibles  inciertos 

ias  verdades  facilita. 

Ella  hará  la  información. 
Leoxardo.  Mi  agravio  está  de  por  medio; 

pero  decid  :  ¿  qué  remedio 

podré  dar  a  mi  afición? 
Galerio.         Dejar  ese  pensamiento, 

que   el   daño   que   veis   os   hace. 
Leonardo.  Mal  podré,  si  de  amor  nace 

y  tiene  en  el  alma  asiento. 
Si  sin  sacarle  no  sale, 

creed  que  jamás  podré. 
Galerio.     Uberto  amigo,  ¿qué  haré? 
Uberto.       ¿  Hay  engaño  que  a  este  iguale  ? 
¿  Qué  te  va  en  dársela  a  ti  ? 

¿Es  por  ventura  tu  hija? 
G.\LERio.     No  hay  cosa  que  más  me  aflija 

que  ver  este  infame  aquí; 
que  como  él  está  casado 

muere  por  ver  apartada 

de  sí  aquesta  desdichada, 

que  ha  olvidado  y  deshonrado. 
Ve,  Uberto,  y  busca  a  Fineo, 

y  haráse  lo  que  me  pides. 
Uberto.       Agora  a  lo  justo  mides 

tu  valor  y  mi  deseo; 

quédate,   Leonardo,    aquí, 

que  ya  te  la  quiero  dar. 
Leonardo.  Bien  le  habemos  de  engañar, 

}■   él  piensa  engañarme  a  mí. 

(Vase  Uberto.) 

Galerio.         Leonardo,  si  tanto  amor 
tienes  a  aquesta  mujer, 
que  quieres  por  ella  hacer 
contra  tu   sangre  este  error; 

pues  a  tu  tierra  pretendes 
llevarla,  advierte  un  remedio 
con  que  puesta  tierra  en  medio 
menos  a  tu  sangre  ofendes. 


Leonardo. 


'vjALERIO. 

Leonardo. 


G.-vlerio. 


Leonardo. 


Galerio. 

Leonardo, 
Galerio. 

Leonardo 
Galerio. 


Leonardo 


Galerio. 
Leonardo 


¿  Qué  me  darás  y  diré 
que  es  mi  hija,  y  en  Milán 
les  claré  a  cuantos  querrán 
dello  testimonio  y  fe, 

y  fuera  de  eso  con  ella 
toda   mi    hacienda? 

¿  Qué  paga 
puede  haber  que  satisfaga, 
si  no  es  acaso  el  querella? 

Si  es  esto,  no  has  de  mirar 
más  de  que  soy  caballero. 
¿Luego  piensas  que  la  quiero? 
Y  es  fácil  de  imaginar, 

Porque  ir  a  Milán  conmigo 
y  firmar  que  tu  hija  es, 
y  darme  tanto  interés 
sin  ser  hermano  ni  amigo, 

¿qué   intento  puede  tener 
si  no  es  el  tenerla  amor, 
que  dar  tu  hacienda  es  error 
y  yo  tomar  vil  mujer? 

Pues  si  yo  te  digo  aquí 
la   causa   porque   lo  hago, 
¿no  es  bien  que  me  des  en  pago 
lo  que  ella  no  fuere? 

Sí, 

pide  cuanto  ella  no  sea. 
(i  Qué  bien  voy  disimulando  : 
con  su  padre  estoy  hablando 
y  finjo  que  la  desea!) 

Di,  señor. 

Hablemos  paso : 
sólo  pido  por  concierto... 
¿Qué? 

Que  mates  a  Uberto; 
mira  si  es  diverso  caso. 

¿A  Uberto?  ¿Por  qué,  señor? 
No  me  preguntes  por  qué, 
basta  que  yo  te  daré 
para  su  muerte  favor, 

y  contigo  iré  a  olilán 
y  allí   viviré   contigo. 
(Uberto,  mi  fiel  amigo, 
¡  qué  buena  paga  te  dan  ! 

Este  debe  de  pensar 
que  Uberto  su  hija  ha  muerto, 
y  por  el  secreto  es  cierto 
que  me  le  manda  matar; 

quiero  decirle  que  sí.) 
¿Estás  ya  determinado? 
,  Para  el  premio  que  me  has  dado 


186 


EL  LEAL  CRIADO 


me  pides  muy  poco  aquí, 

que  darme  hacienda  y   honoi 

por  la  muerte  de  un  criado 

es  poco  para  un  soldado, 

y  más  perdido  de  amor. 
Digo  que  le  mataré, 

y  advierte  que  has  de  cumplir 

la  palabra. 
Galerio.  Hasta  morir, 

Leonardo,  la  cumpliré. — 

Si  éste   muere,   honradamente 

habré  mi  hija  casado; 

a  hablarla  voy. 

(Vase   G.'VLERio.) 

Leonardo.  Ten  cuidado 

que   sea   secretamente. 

¡  Que  tanto   este   viejo  estime 
asegurar   su   secreto ! 

{Sale   Uberto.) 

Uberto.       ¿Ya  negociaste,  en  efeto? 

Todo  es  que  lui  hombre  se  anime. 
¡  Bien  engañaste  a   Galerio ! 
Leonardo,-  Si  supieses  que  también 

hay  ya  quien  lo  estorbe. 
Uberto.  ¿Y   quién, 

quién  tiene  en  tu  hacienda  imperio? 
Serafina  es  tu  mujer. 
Leonardo.  Ella  y  su  hacienda  me  da 

el  viejo. 
Uberto.  ¿  Pues  en  qué  está  ? 

Leonardo.  En  sólo  hacerle  un  placer. 
Uberto.  Házsele;   ¿en  eso  reparas? 

Leonardo.  ¿  No  ves  que  es  matarte  a  ti  ? 
Uberto.       ¿A  mí? 
Leonardo.  A  ti,  pues. 

Uberto.  ¿  Por  qué  a  mí  ? 

Leonardo.  Las  causas-  parecen  claras : 
por  cubrir  debe  de  ser 

el  secreto  de  la  muerte 

de  su  hija. 
Uberto.  ¿  Y  de  esa  suerte 

te  quiere  heredero  hacer? 
Leonardo.       Y  a  Milán  quiere  ir  conmigo. 
Uberto.       Pásame  con  ésta  el  pecho, 

que  es  poco  todo  lo  hecho 

para  la  fe  de  un  amigo. 

Huélgome  que  te  ha  ofrecido 

en  que  mí  vida  te  ofrezca. 
Leonardo.  Aunque  eso  bien  te  parezca, 


que  no  lo  intentes  te  pido. 

Envaina   luego  tu   daga, 
que  aun  de  burlas  me  das  pena. 
Leonardo.  Antes  ocasión  tan  buena 
es  de  mis  servicios  paga. 

No  me  burlo ;  ¡  vive  Dios, 
que  me  has  de  matar  ! 
Leonardo.  Advierte 

que   harás,   Uberto,   de  suerte 
que  nos  matemos  los  dos. 

Sacaré  mi  propia  daga 
y  haré  en  mí  lo  ijue  en  ti  pides. 
Uberto.       Si   tu    fe  con   ésta  mides, 
satisfacción  fuera  impropia; 

y  si  como   soy  cristiano 
fuera  gentil,  en  mí  hallaras, 
porque  a  tu  esposa  gozaras, 
el  ánimo  de  un  romano ; 

que  a  tu  pesar  me  matara 
y  no  esto}    fuella  de  hacello. 


Serafina. 


Leonardo. 

Serafina. 
Leonardo. 


Serafina. 


Leonardo. 


Uberto. 

Leonardo, 

Uberto. 


Serafina. 


Uberto. 
Serafina 


(Sale  Serafina.) 

Deja  que  enlace  tu  cuello, 
si   merezco  ver  tu  cara, 

Leonardo. 

Señora  mía, 
¿  sabes  ya  lo  que  ha  pasado  ? 
Mi  padre  me  lo  ha  contado. 
Cese  un  poco  tu  alegría, 

que  aunque  te  me  quiere  dar, 
ha  de  ser  con  condición 
que  mate  a  Uberto. 

¿  Hay   traición 
más  nueva  que  imaginar? 

¿Por  qué? 

Si  no  es  por  vengarse 
de  que  dio  a  tu  muerte  efeto, 
será  porque  esté  secreto 
y  no  venga  a  declararse. 

Ya  le  ofrezco  }o  mi  vida. 
Acaba,  que  es  necedad. 
Ya  sabes  que  a  tu  amistad 
hasta  el  alma  está  ofrecida. 

Mátame  y  goza  tu  esposa. 
Déjate  de  ser  Orestes; 
que   mejor   será   que   aprestes 
industria    más    provechosa. 

Finge  tú  que  le  mataste, 
pues  en  el  campo  ha  de  ser. 
Y  después  ¿no  me  ha  de  ver? 
¿Qué  importa,  si  le  engañaste? 


ACTO  TERCERO 


1S7 


Uberto.  Bien  dice,  dile  que  sí. 

Leonardo.  Pues  veme  a  Julio  a  buscar. 
Uberto.       ¿  Dónde  le  tengo  de  hallar  ? 
Leonardo.  Adonde  yo  me  perdí. 
Uberto.  ¿  Es  en  casa  de  la  viuda  ? 

Leonardo.  ¿Quién  duda  que  allí  se  pierde? 

Ya  de  mi  esperanza  verde 

amor  el  efeto  muda. 

(Vase  Uberto.) 

Éntrate,  señora,  allá 
mientras    a    Galerio   engaño. 
Serafina.  Líbrete  el  cielo  del  daño 
¡I.  que  amenazando  te  está. 

jr  (Vase   Serafina.) 

Leonardo.       Si   de  aquesta  confusión 
puedo  salir  con  vitoria, 
tuya  será,  amor,  la  gloria, 
tuyos  los  despojos  son. 

Mas  dada  el  alma  y  la  vida 
a   mi   esposa,    ¿qué   te   queda? 
Mas  bien  es  que  darte  pueda 
la  que  me  tien-e  ofrecida. 

(Sale    Galerio.) 
Galerio. 
¿Has   hablado,   Leonardo,   a   Serafina? 
Leonardo. 

Habléla  ya,  señor,  con  tu  licencia, 

y  tan  contenta  de  su  suerte  vive, 

-como  yo  de  pii  suerte  estoy  contento. 

Vino  también  Uberto  tu  enemigo, 

con    quien    por    darte    gusto    he    concertado 

que  ai  campo  vamos  a  tratar  mis  cosas, 

adonde  pienso  darle  muerte  súbita, 

satisfaciendo  tu  agraviado  pecho, 

que  no  le  debe  de  matar  sin  causa. 

Galerio. 

¿  Sin  causa  ?  j  Y  cómo  si  la  tengo  I  Creo 
que  a  sabella,  mejor  le  matarías. 

Leonardo. 

Pues  si  es  verdad,  señor,  que  como  a  hijo 
me' das  tu  hacienda  y  quieres  dar  tu  honra, 
y  al  fin  quien  da  la  honra  da  la  sangre, 
¡y  el  alma  que  después  queda  a  los  cuerpos, 
[que  alma  es  la  fama,  pues  que  siempre  dura, 
ipor  qué  me  niegas  la  ocasión  que  tienes 
ira  rñatar  un  hombre  que  has  criado 


y  que  según  me  dicen  es  tu  hechura? 

Galerio. 
A  su  tiempo  sabrás  este  secreto ; 
contento  estoy  que  agora  le  ejecutes; 
pero  advierte  que  en  señas  de  su  muerte 
has  de  traerme  su  cabeza  misma. 

Leonardo. 
¿  Su  cabeza  ?  ¿  Qué  dices  ?  ¿  Pues  no  basta 
ser  matador,   sino  también  verdugo? 

Galerio. 
Hanme    engañado   ya    con    otra    muerte, 
y  no  será  razón  que  tú  me  engañes. 

Leonardo. 
Pues  perdona,  que  a  eso  no  me  atrevo. 

Galerio. 
Ni  yo  a  darte  mi  hacienda. 

Leonardo. 

¿Qué   me    importa?, 
con  sola»  mi  mujer  estoy  contento. 

Galerio. 
Esa  no  llevarás,   pues   no  le  matas. 

Leonardo. 
¿No  llevaré? 

Galerio. 
No,  digo. 

Leonardo. 

Pues    espera, 
y  traeré  de  camino  la  justicia, 
que  yo  le  diré  a  Uberto  lo  que  pasa, 

Galerio. 

Leonardo,  escucha;  que  el  pedirte  aquesto 

fué  por  tu  bien,  porque  este  Uberto  infame 

yo  sé  que  esta  mujer  preñada  tuvo, 

y  por  tu  honra  quise  darle  muerte, 

que  a  mí  no  me  ha  ofendido  mi  criado. 

Leonardo. 
¿  Preñada  ?  ¿  Cuándo  ? 

Galerio. 

Ha  esto  mucho  tiempo, 
y  yo   sé   que   también  la   trata   agora. 

Leonardo. 
j  Cielos,  qué  es  esto  que  oigo  ! 


ISS 


EL  LEAL  CRIADO 


Galerio. 

Verdad   pura. 
Leonardo. 

Mira,  Galerio,  bien  lo  que  me  dices. 

Galerio. 
Digo  que  aqui  lo  he  visto  con  mis  ojos. 

Leonardo. 
Sin  duda  que  es  verdad ;  ¡  oh,  falso  amigo ! 
Camina,  que  su  vida  te  prometo. 
Vete  a  llamar. 

Galerio. 

Yo  voy. 
Leonardo. 

Ve  con  secreto. 
¡  Oh  verdad,  del  tiempo  hija, 
que  del,  en  fin,  te  engendraste ! 
Cuando  tu  efeto  me  aflija, 
¿qué   consuelo   habrá  que  baste 
o  qué  razón  que  me  rija? 

¿Uberto  con  Serafina?     j 
¡  Ah,   infame,   de  muerte  dina, 
la  mejor  mujer,  mujer! 

(Sale    Uberto.) 

Uberto.       Vengo,  Leonardo,  a  saber 
si  el  viejo  se  determina; 
que  está  Serafina  loca. 

Leonardo.  Yo  debia  de  estar  loco 

cuando  con  discreción  poca 
puse  en  quien  hablé  tan   poco 
lo  que  tanto  al  honor  toca. 

¡  Traidor  !   ¿  De  aquesto  servía 
andar  de  noche  y  de  día 
en  defensa  de  mi  esposa... 

Uberto.       ¡Qué  locura  tan  graciosa! 

Leonardo.  Y  haciendo  tu  honra  mía? 

¿  Piensas,  mal  nacido  Uberto. 
que  lo  que  tu  pecho  encierra 
había  de  estar  cubierto, 
mandando  Dios  a  la  tierra 
que  nada  tenga  encubierto? 

¿Con  mi  esposa?  ¿Tú  a  mi  espo- 
Pues  tú  y  la  falsa  alevosa  [sa? 

habéis  de  morir,  aquí. 

Uberto.       ¿Tú  la  espada  para  mí? 

¿Hay  locura  tan  graciosa? 

¿Quién  te  ha  engañado?  ¿Qué  tie- 

Leonardo.  Traidor,  ¿eso  me  preguntas?    [nes? 
¿  Con  esa  inocencia  vienes  ? 


Uberto.       Leonardo,  si  al  pecho  apuntas, 
¿  por  qué  la  punta  detienes  ? 
Si  es  para  gozar  tu  esposa 
esa  industria  cautelosa, 
y  el  viejo  te  la  ha  mandado, 
¿  qué  -aguardas  ? 

Leonardo.  Hasme  afrentado. 

Uberto.       ¿Hay  locura  tan  graciosa? 
Sin  duda  te  lo  aconseja, 
por  encubrir  su  delito. 

Leonardo.  Traidor,  de  engaños  te  deja. 

Uberto.       Que  me  mates  te  permito, 
mas  no  con  injusta  queja. 

(Sale   Julio,    Fineo   y    Bel.^rda.) 

Julio.  Señor,  ¿en  qué  te  ha  ofendido 

Uberto  ? 
Leonardo.  Este  mal  nacido, 

Julio,  me  quita  el  honor. 
Julio.  ¿Uberto?   ¿Cómo,   señor, 

si  la  vida  le  has  debido? 
Uberto.  Julio,   veneno  le   han  dado. 

Julio.  ¡Triste  de  mí!   ¿Cómo  fué? 

¿  No  anduvo  siempre  a  tu  lado  ? 

(Salen  Galerio,  Serafina,  Lisarda,  niña,  y  un  Niño.) 

Ser.\fina.  ¿Matar  a  Uberto?  ¿Por  qué? 

¿Qué  es  esto,  Leonardo  amado? 
Leonardo.       ¡  Desvíate,  infame  y  baja 

mujer  que  su  sangre  ultraja! 

¡  Villana  una  vez  y  mil ! 

Mujer  que  la  que  es  más  vil, 

con  exceso  te  aventaja. 
No  te  llegues  si  no  quieres 

que  te  pase  el  pecho,  infame. 
Ser.\fina.  Pensando  estoy  si  tú  eres. 
Galerio.     ¡  Que  estas  afrentas  te  llame, 

mujer,  y  que  no  te  alteres ! 
Uberto.  Digo  que  hechizos  le  han  dado, 

y  que  está  loco. 
Leonardo.  Obligado 

estoy  a  volver  por  mí. 

Belarda,  ¿no  estás  aquí? 
Belarda.     Aquí  estoy,  y  hasme  enojado. 
Leonardo.  Dile  a  Galerio  que  crea 

que   su  hija   Serafina 

es   la  que   mi   lengua  afea. 
Belarda.     Tanto  tu  maldad  es  dina 

de  que  castigada  sea. 
Y  pues  ya  lo  has  descubierto, 

sabed,  Galerio,  que  Uberto 


ACTO  TERCERO 


189 


Galerio. 


Uberto. 


Galerio. 


Uberto. 
Galerio. 


Leonardo 

?    Uberto. 
Leonardo 

^-ERAFINA. 

Serafina. 


Galerio. 


Leonardo 


a  Leonardo  la  entregó, 
que  era  su  marido,  y  yo 
la   tercera  del   concierto. 

A  mi  hija  he  conocido 
antes  de  agora,  y  sabed 
que  de  un  ángel  lo  he  sabido, 
que  es  esta  niña. 

Tened 
silencio  todos,  os  pido : 
¿por  qué,  Galerio,  mandaste 
darme  muerte? 

Uberto,  baste; 
que  ya  mi  yerro  entendí ; 
que  como  viva  la  vi, 
pensé  que  tú  me  infamaste ; 

que  lo  que   por  ella  hacias 
daba   entender   que   eras   padre 
del  niño  que  aquí  tenías^ 
y  ella  tu  amiga  y  su  madre. 
¿Que  así  matarme  querías? 

Por  esto  te  daba  muerte, 
y  porque   de   aquella  suerte 
que  tú  me  engañaste  a  mí 
me   quiso   engañar   aquí, 
estuve   en  dársela   fuerte. 

El,  viendo  que  la  negaba, 
quiso  de  todo  avisarte, 
y  a  la  justicia  llamaba, 
y   contéle   que   el   matarte 
por  su  honor  se  procuraba, 

y  que  tratabas  con  ella. 
.  Esa  ha  sido  mi  querella. 
Uberto,  dame  esos  pies. 
La  mano  es  bien  que  me  des. 
Y    la    daga,    Uberto,    en   ella; 

pásame  el  pecho. 

Dejemos 
cumplimientos. 

Padre  amado : 
sí  tu  perdón  merecemos, 
basta  el  destierro  pasado. 
Por  él  a  tus  pies  iremos. 

Si  te  ofendí  ya  me  has  muerto. 
Siete  años  en  un  desierto 
hice  penitencia  extraña. 
Quien  tan  bien  me  desengaña, 
antes  me  ha  honrado,  por  cierto. 

Leonardo  es  mi  hijo,  y  hoy 
mi   heredero  el   suyo. 

Esclavo 
tuyo   eternamente   soy. 


Galerio.     La    industria,    mi    Uberto    alabo, 

y  gracias  della  te  doy. 
Leonardo.      Con  tu  licencia  querría, 

por  ser  esa  deuda  mía, 

darle  el  galardón. 
Galerio.  Y  es  justo. 

Leonardo.  Los  dos  niños,  si  es  tu  gusto, 

casaré   desde  este  día. 
Y  así  el  mayorazgo  queda 

entre  los  dos,  y  a  los  dos 

quien  de  todos  tres  suceda. 
Galerio.     Ello  es  misterio  de  Dios : 

tú  heredas  y  Uberto  hereda. 
Dale,  Lisarda,  la  mano. 

¡  Ah,  serafín ! 
Lisarda.  ^Muestra,  hermano. 

Leonardo.  Decid  sí  entrambos. 
Niño.  Sí. 

Lisarda.  Sí. 

Julio.  Dámela  también  tú  a  mí, 

no  nos  quedemos  en  vano. 
Serafina.       ¿  Quién  se  casa  ? 
Belarda.  ¿Quién?  Belarda. 

Serafina.  Por   muchos   años,   amiga, 

que   ya   tu   descanso   tarda. 
Leonardo.  Ya,  Julio,  se  desobliga, 

y  el  noble  senado  aguarda. 
Uberto.  Aquí  acaba  El  leal  criado, 

en  vuestro  honor  recitado; 

las  faltas  nos  perdonad, 

que  en  lo  que  es  la  voluntad, 

ni  ha  llegado  ni  ha  faltado  (i). 


(i)  El  ms.  termina  así:  "Fin  de  la  Comedia. — En 
Alba  a  24  de  Junio  de  1594. — Lope  i>e  Vega  Carpid. 
—  Licencias  de  los  Jueces  ordinarios. — En  Granada  a 
treinta  días  del  mes  de  octubre  de  mil  quinientos  y 
nobenta  y  cinco  años,  el  señor  Licenciado  Almeri- 
que  Antolínez,  Provisor  de  este  Arzobispado,  cometió 
el  examen  de  esta  comedia  al  Maestro  Lobo,  y  con 
su  declaración  se  traiga  para  proveher  Justicia. — No- 
riega  Valdés,  Notario. — Digo,  yo  el  Maestro  Lobo, 
que  vi  y  examiné  esta  comedia,  y  que  no  tiene  nada 
que  enmendar,  ni  hay  en  ella  "falta  alguna,  y  así  la 
doy  por  aprobada.  Y  por  la  verdad  lo  firmé  de  mi  nom- 
bre en  treinta  dias  del  mes  de  Octubre  de  i595  años. 
— El  Maestro  Lobo. — El  Licenciado  Almerique  Antolí- 
nez Provisor  de  este  Arzobispado  doy  licencia  a 
Luis  de  Bergara,  Representante  para  que  en  esta 
Ciudad  pueda  representar  la  comedia  del  Criado  Leal, 
sin  que  por  ello  incurra  en  pena  alguna.  En  Grana- 
da a  30  de  Octubre  de  1595. — El  Licenciado  Antolí- 
ne.^El  Secretario  Tomás  Gracián  Dantisco,  examine 
esta  comedia,  y  los  entremeses  de  ella  y  cantares  y 
de  su  censura.  En   Madrid  a  29  de  Octubre  de   1600. 


180 


EL  LEAL  CRIADO 


(Rúbrica.)=^Esta.  Comedia  del  Leal  Criado,  se  podrá 
representar  mudadas  ípor  algunos  respetos  por  aho- 
ra) las  ciudades,  do  dice  París,  sea  Dantís,  y  Rúan 
sea  Millán,  que  en  todas  partes  van  borradas,  y  mu- 
dado un  verso  a  fojas  doce  de  la  primera  jornada.  En 
eí  entremés  de  La  Alameda  de  Sevilla,  no  diga  el 
Rufián  aquellos  donaires  de  la  caida  de  los  Ange- 
les malos,  guardada  siempre  la  honestidad  que  se  de- 
be. En  Madrid  a  lo  de  Noviembre  de  1600. — Tomás 
Gracián  Dantisco. — Esta  Comedia  y  Entremés  se  po- 
drán representar  guardando  en  todo  la  censura.  En 
Madrid  a  10  de  Noviembre  de  1600.  {Rúbrica.)=.^o 
tiene  cosa  por  donde  no  se  pueda  representar.  En 
Granada  a  13  de  Agosto  de  1603. — Fray  Manuel  de 
Jesús. — Vi  esta  Comedia  y  se  puede  representar.  En 
Granada,  4  de  Noviembre  de  1603. — El  Dr.  Francisco 


Manuel  de  Rueda. =  Por  orden  del  Sor.  Gonzalo  Gue- 
rrero, Canónigo,  Vicario  y  Provisor  de  la  Sta.  Iglesia 
de  Jaén,  he  visto  esta  Comedia  del  Criado  Leal,  y 
no  hallo  cosa  en  ella  por  la  cual  no  se  deba  dar  li- 
cencia para  representarse.  En  Jaén,  a  15  de  Enero 
de  1 614. — Fray  Juan  de  Jesús. — Vista  la  aprobación 
antecedente,  el  Sor.  provisor  dijo,  que  daba  y  di6 
licencia,  para  que  en  esta  Ciudad  y  Obispado  de  Jaén 
se  represente  esta  Comedia  del  Criado  Leal :  y  lo  fir- 
mo en  Jaén  a  iS  de  Enero  de  161 4. — El  Licenciado 
Gonzalo  Guerrero. — Por  su  mandado.  Juan  de  Mata, 
Notario. 

Fin. — Corregida  y  concertada  con  su  original.  Co- 
rrecciones y  Censuras  y  Licencias.  Madrid  y  Noviem- 
bre 20  de  1 781. — Miguel  de  Pliegos.  (Rúbrica.)" 


LA  LEALTAD  EN  LA  TRAICIÓN 


COMEDIA   FAMOSA 

DE 

LOPE    DE     VEGA    CARPIÓ 

REPRESENTÓLA  PRADO. 


HABLAN  EN  ELLA  LAS  PERSONAS  SIGUIENTES: 


El  Rey  don  Felipe. 
DroNis,  rey  tirano. 
Ricardo. 
Faustina. 


Teodor.'v. 

Tebandro. 

Valerio,  padre  de  Ricardo. 

Alejandro. 


Malgesi. 
Salteadores. 
Un  Correo. 
Soldados- 


JORNADA  PRIMERA 
(Sale  Ricardo,  Faustina  y  Teodora.) 


Ricardo. 
Faustina. 

Ricardo. 


Faustina. 
Ricardo. 


Detente. 

Extraña  locura; 
¿ tú  te  atreves  ? 

¿  Por  qué  no, 
si  Hungría  en  mi  sangre  vio 
el  valor  que  me  asegura? 

Mi  vasallo   eres. 

Yo  soy, 
si  tu  vasallo  por  ley, 
tan  obediente  a  mi  rey 
que  el  ser  que  tengo  le  doy. 

Confieso  que  en  el  estado 
de  mi  rey  tu  padre  está; 
mas  no,  que  justo  será 
tenerle,  pues  usurpado 

le  tiene  tu  padre  el  Rey, 
que  en  discordias  contingentes 
conspirando  indiferentes 
se  coronó.  Aquí  la  ley 

no  tuvo  fuerza,  pues  fueron 
tan  forzados  los  vasallos, 
que  fué  sólo  sujetallos 
el  temor  que  les  pusieron. 

El  amarte  yo  no  es 
en  mí  atrevimiento  loco, 
que  no  te  estimo  en  tan  poco 


siendo  tu  igual. 
Faustina.  ¿  Pues   qué  es, 

bárbaro,  loco,  arrogante, 
soberbio,  desvanecido, 
Icaro  al  viento  atrevido 
y  al  cielo  osado  gigante  ? 

¿  Qué  indicios  de  liviandad, 
qué  señales  de  flaqueza 
ha  sentido  en  mi  grandeza 
tu  ciega  temeridad, 

que  en  tí  produzca,  en  efeto, 
tan  contra  razón  )■  ley, 
que  a  la  hija  de  tu  rey 
hayas  perdido  el  respeto? 

Sí   es   causa  la   contingencia 
que  mi  padre  con  Filipo 
tiene  del  reino,  anticipo 
su  (i)  discordia  a  mi  inocencia 

Pues  cuando  contra  su  rey 
hoy  mí  padre  traidor  sea, 
no  es  razón  que  en  mí  se  vea 
del  crimen  lesa  la  ley. 

Pues  siendo  mujer  con  poca 
fuerza,  pudiera  ayudar 
a  inducir  gente,  y  reinar 
con  presunciones  de  loca. 

Mas  aunque  ofendida  rabio. 


(i)     En   el   original:    "tu",   por   errata. 


192 


LA   LEALTAD   EN   LA  TRAICIÓN 


ya  en  (i)   tu  escarmiento  me  inci- 
no  castigo  tu  delito  [to  (2) ; 

por  no  publicar  mi  agravio. 

(Sale  Valerio^  padre  de  Ricardo.) 

Valerio.         ¿  Qué  es  esto  ? 
Ricardo.  De  tu  grandeza. 

Faustina.  ¿Aun  se  (3)   atreve  tu  osadia? 
Ricardo.     Que  ofenda,  señora  mía, 

es  adorar  tu  belleza. 
Faustina.      Cuando  es  delito  mayor 

no  amar  el   merecimiento, 

tanto  es  más  atrevimiento 

manifestar  el  amor. 
Ricardo.         Habla  a  su  Alteza,  Teodora; 

válgame  aqui  tu  favor. 
Teodora.     Dignos  son  yerros  de  amor 

de  perdón,  y  más,  señora, 
si  algo  merece  contigo 

mi  lealtad. 
Faustina.  ¿Pues  si  no   fuera 

por  lo  que  te  estimo,  hubiera 

dilatado    su    castigo  ? 

(I'anse   las  dos.) 

Ricardo.  ¿Qué  castigo  has  dilatado, 
cruel,  qué  pena,  qué  muer  le 
me  pudieras  dar  mas  fuerte 
que  ser  de  ti  despreciado? 

¿Tanto  mi  amor  te  ofendió 
que  tal  vergüenza  te  obliga? 
¿  No  era  tu  padre,  enemiga, 
un  vasallo  como  yo? 

Si  a  su  natural  señor 
despojó  de  la  corona, 
la  ventaja  que  le  abona        , 
¿no  es  'haber  sido  traidor? 

¿Pues  por  qué  es  en  mí  osadía 
querer  tu  correspondencia, 
si  ha  hecho  esta  diferencia 
en  los  dos  su  alevosía? 

Mas  )^a  puede  ser  que  irrites 
a  la   fortuna  inconstante, 
y  que  menos  arrogante 
de  mí  favor  necesites. 
Valerio.         Hijo,  Ricardo. 


En  el   orig. :   "ya  tu". 

En   el    orig.:    "imita",    que   no    rima    con    "de- 

En  el   orig.:   "aun  no",  que  alarga  el  verso  y 


(i) 

(2) 
lito". 

(3) 
no  forma  sentido. 


Ricardo.  Señor, 

Valerio.     ¿Qué  tienes? 
Ricardo.  No  sé  que  tengo, 

que  entre  la  ofensa  prevengo 
la  venganza  de  mi  honor, 

pues  ya  sabes  que  mi  hermana 
en  palacio  está;  Faustina, 
prenda  a  quien  el  alma  inclina 
con  potencia  soberana, 

con  presunciones  de  Infanta 
desestima  mi  valor, 
y  siendo   causa  el  amor 
que  hasta  los  cielos  levanta 

su  vuelo,  quise,  ignorante, 
declarar  mí  locura;   (i) 
pero  ella,  altiva,  procura 
no   estimar   mi    fe  constante; 

y  de  mi  ofensa  obligado 
estoy  tal,   que  he  de  buscar 
ocasión  para  vengar 
las  afrentas  que  he  pasado. 
Valerio.         Pues  hijo,  bien  puede  ser, 
que  sí  tu  valor  me  ayuda, 
presto  verás  que  se  muda 
este  tirano  poder. 
A  Salgan  de  vil  sujeción 

tus  honrados  pensamientos; 
levanta  a  nobles  intentos 
tu  hidalga  imaginación. 

No  sufras  que  a  despreciar 
se  atreva  la  Infanta  esquiva 
a  ti,  cuya  sangre  altiva 
aun  hoy  la  pudiera  honrar. 

Que  me  tengo  en  tal  estima, 
sí  no  por  (2)  noble,  por  leal, 
que  hoy,  cuando  el  nombre  real 
la  ensoberbece  y  la  anima, 

si  con  pecho  más  humano 
por  esposo  te  admitiera, 
antes,  vive  Dios,   te  diera 
la  muerte,  que  a  ella  la  mano. 

Cuanto  más,  cuando  vecina 
contempla  ya  mí  esperanza 
su  castigo  y  tu  venganza, 
tu  ventura  y  su  ruina. 
Ricardo.         Di  cómo,  padre. 
Valerio.  Sitiado 

tiene   Filípo,   por  ser 


(i)     Verso  corto:  quizá  doba  ser  "declararle". 
(2)     En    el    orig. :    "si   ,por",    que    no    hace    sentido 
claro. 


JORNADA    PRIMERA 


19Í 


Ricardo. 


\'alerio. 


Ricardo. 


\' ALE  RIO. 


Ricardo. 


Valerio. 
Ricardo. 


DiONÍS. 


rey  legítimo,  el  poder 
desta  ciudad  pertrechada. 

¿Tan  fuerte  Dionís  está, 
que  es  imposible  que  pueda 
vencer  tu  industria? 

Exceda 
el  agravio  que  en  ti  está. 

¿  Qué  te  detienes,  qué  tardas, 
cuando  te  ayuda  este  acero? 
Pues  antes  del  alba  quiero 
que  demos  muerte  a  las  guardas 

de  la  puerta  del. Oriente; 
y  advierto   que   dello  esta 
Filipo  avisado  ya, 
y  entrará   felicemente 

su  ejército  en  la  ciudad; 
porque  con  esto  en  Hungría 
tenga  fin  la  tiranía 
y  premio  nuestra  lealtad. 

Terrible  hazaña  es,  señor, 
más  de  nuestra  sangre  dina ; 
y  a  trueque  de  que  Faustina 
no  me  niegue  su   favor, 

quiero  morir  y  ayudarte. 
Prueben,  pues,  el  fuerte  acero. 
Perdona,  mi  bien,   que  quiero 
vencerte,   mas   no   matarte. 
(Vanse-) 

(Sale  Dionís,  rey  tirano.) 

¡  Válgame  Dios,  qué  pesado 
sueño,  qué  temor  tan  grave  ! ; 
mas  al  que  su  culpa  sabe, 
es  ella  su  mayor  cuidado,  (i) 

i  Extraña  visión  !  Parece 
que   vi   a   Filipo   desnuda 
la  espada,  y  mi  lengua  muda 
satisfaciones  le  ofrece. 

Y  entre  dudas  y  recelos 
entre  confusión  y  espanto, 
mis  hijos,  con  triste  llanto, 
favor  pidiendo  a  los  cielos. 

¿jMas  qué  temo,  qué  recelo, 
si  estoy  tan  fortalecido 
que  no  puedo  ser  vencido, 
si  todo  el  poder  del  suelo 

me  hace  guerra?  Mas  ¿qué  digo? 
Seguridad  busco  en  vano, 
que  no  hay  para  un  rey  tirano 


fiel  vasallo,  firme  amigo. 
Dentro.  í  Viva  el  rey  Filipo,  viva  ! 

DiONÍs.       ¿Qué  es  esto,  cielos?  Llegó 

mi  muerte;  precipitó 

la  máquina  más  altiva. 
¡  Ah  de  mi  guarda ! 

(Sale  Tebandro   con   la  espada   desnuda.) 

Tebandro.  Señor, 

imposible   es   defenderte, 

que  ya  la  pálida  muerte 

entra  derramando  horror 
por  tu  palacio ;  traición 

de  tu  misma  gente  ha  sido. 
DiONÍs.       i  Ay,  Tebandro,   si  en  olvido 

no  pones  la  obligación 

que  me  tienes,  no  pretendo 

que  aquí  tu  espada  valiente 

me  defienda;  solamente 

mis  dos  hijos  te  encomiendo; 
muera  yo  si  viven  ellos. 
Tebandro.  A  ti  (i)  debo  lo  que  soy;' 

mi   palabra  y   fe  te  doy 

de  morir  por  defendellos. 
DiONÍs.  Imposible  vendrá  a  ser 

resistir    tanta    violencia. 
Tebandro.  Donde   falta  resistencia 

la  industria  me  ha  de  valer. 

(Sale    el    Rey    Filipo   y   soldados   y    Ricardo   y   Va- 
lerio.) 


(i)     Verso  largo,  que  se  enmendaría  diciendo:  "ella 


Valerio. 

Este  es,  señor,  el  tirano 

de  tu  reino  usurpador. 

DiONÍS. 

i  Ay  de  mí ! 

Filipo- 

Muera  el  traidor 

DiONÍS. 

Deten  piadoso  la  mano. 

Filipo. 

¿Ahora  espera  piedad 

tu  soberbia  alevosía? 

Valerio. 

Ya  pagó  su  tiranía 

su  loca  temeridad. 

Filipo. 

Buscad  sus  hijos;  no  quede 

deste   fuego  una  centella. 

(Vasc.) 

Ricardo.     Ahora,   Faustina  bella, 

.     "     verás  cuánto  el  amor  puede, 
pues  ahora  quiere  amor, 
porque   tu   vida    segura 


(O 
verso. 


En  el  orig-. :  "A  ti  te  debo",  qoae  hace  largo  el 

lo 


194 


LA   LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


quede,  que  en  tanta  locura 

ponga  a  peligro  mi  honor. 

(Vanse-) 

(Sale   Tebandro  y   Alejandro.) 

Tebandro.       Por  este  balcón  podrás 

arrojarte  a  la  corriente 

de  este  río. 
Alejan.  Escucha,  tente. 

Tebandro.  No  puedo  decirte  más 

sino  que  tu  padre  ha  muerto, 

y  que  Filipo  procura, 

por  castigar  su  (i)  locura, 

que  mueras  también. 
Alejan.      •  El  puerto 

de  mi   vida  es  arrojarme 

desde   este   balcón   al   río, 

poniendo  en  su  curso  frío 

la   vida   para  librarme. 
Tebandro.       Y  aun  te  será,  por  ventura, 

su   corriente  más   piadosa 

que  la  mano  rigorosa 

que  darte  muerte  procura. 
Yo  me  vuelvo  a  acreditar 

mi  engaño.  ¡  Filipo  viva  ! 
Alejan.       ¡  Ah,  cielos ;  ah,  suerte  esquiva  ! 

i  En  esto  pudo  parar 
vasallo  que  quiso  ser 

rey  alevoso,  tirano ! 

(Sale    Faustina.) 

Faustiña.  ¿Qué  desdicha  es  ésta,  hermano? 

Alejan.       De  ti  me  vengo  a  valer; 
que  a  las  mujeres  confío 
que  del .  contrario  la  ira 
perdone,  y  si  no,  pues  mira  (2) 
desde  aquí  un  balcón  al  río ; 

desde  aquí  arrojarme  intento.  (3) 

Faustina.  Entra,  retírate,  pues, 

que  de  los  contrarios  pies 
los  pasos,  Príncipe,  siento. 

(Vase  Alejandro.) 

¡Oih,  fortuna!  ¿Tales  son 
tus  vueltas? 

(Sale  Teodora.) 

Teodora.  ¿Qué  es  esto.  Infanta? 


(i)     En  el  orig. :   "tu",  por  errata. 

(2)  Asi  en  el  orig.:  parece  que  sobra  el  "pues". 

(3)  Esta  repetición  de  la  frase:  "desde  aqui",  pa- 
rece   errata.    Quizá    deba    leerse    "por    donde". 


Faustina.  Todo  me  aflige  y  espanta;, 
todo  es  miedo  y  confusión ; 

llegó,   Teodora,   el   castigo 
dé   mi   padre. 

Teodora.  Si  eso  es  cierto 

ya    mi    Alejandro    habrá    muerto 
a  manos  de  su  enemigo. 


Ricardo. 
Faustina 


Ricardo. 


Faustina 
Ricardo. 


(Sak  Ricardo.) 

¿Es  mi  Faustina? 

Si  vienes 
a  darme  muerte,  Ricardo, 
ya  el  golpe,  rendida,  aguardo. 
Por  poco   amante   me   tienes 

sí  no  piensas  que  mi  vida 
se  consagra  a  defenderte; 
sólo  he  venido  a  valerte; 
retírate,   que   escondida 

mi  valor  ha  de  librarte. 
¿  Y  mi  padre  ? 

¿  Qué  preguntas, 
cuando  las  contrarias  puntas 
ves,    Faustina,    amenazarte  ? 

Trata  de  mirar  por  ti. 
Faustina.  Mi  vida  pongo  en  tu  mano. 

(Vase  Faustina.) 

Teodora.     Advierte  que  vive,  hermano,- 
un  alma  en  ella  y  en  mí. 

Ricardo.         Si  tú  eres  firme  amiga, 
yo  su  firme  amante  soy, 
y  testigo  serás  hoy 
de  lo  que  mi-  amor  le  obliga. 

Teodora.         Yo  su  muerte  he  de  fingir 
con  valor  y  con  secreto, 
que  en  esto  estriba  el  efeto 
que  pretendo  conseguir. 

Ricardo.         Retirad,  y  vuestras  vidas 
librad  del  Rey. 

Teodora.  Vamos,  pues. 

(Vanse,  y  salen  Tebandro  y  el  Rey,  soldados  y  Va- 
lerio.) 

Tebandro.  Con   esta   espada   que   ves 
le  di,  señor,  las  heridas 

que  abrieron  puerta  en  su  pecho 
a   la   vida   de   Alejandro, 
que    la   lealtad   de    Tebandro 
supo  hacer  altar  del  pecho, 

para  darte  en  sacrificio 
la  sangre  que  te  ofendió. 


JORNADA    PRIMERA 


195 


FlLIPO. 

Tebandro. 

FlLIPO. 


Tebandro. 


FlLIPO. 

Ricardo. 

FlLIPO. 

Tebandro. 


> 


r  ILIPO. 


i  ebaxdro. 


FlLIPO. 


Tebandro,  ¿es  cierto? 

Sintió 
de  su  traición  el  suplicio. 

Uno  y  otro  cuerpo  frío 
del  hijo  y  padre  al  momento, 
pues  no  son  de  monumenio 
dignos,   echad  en  el  río; 

den  pasto  vil  a  los  peces. 
Ya,  variable  fortuna, 
menos  cruel  e  importuna, 
mis    engaños    favoreces, 

pues  con  esto  ya  estoy  cierto 
que   no   será   conocido 
el  hombre  que  por  mí  ha  sido 
en  vez  de  Alejandro  muerto 

Buscad  a  Faustina. 

¡  Ah,   cielo  ! 
¿iCómo  la  podré  librar? 
Mi   venganza  ha  de  llegar 
a  los  confines  del  suelo. 

Si  la  mayor  perfección, 
si  la  más  rara  belleza 
que    admiró    naturaleza, 
piedad  merece  y  perdón ; 

si  te  obliga  mi  lealtad, 
si    tienes    pecho    humano,  ■ 
revoque   tu   airada   mano 
en  Faustina  la  crueldad. 

Tu  lealtad,  Tebandro,  quieres 
hacer  ¡así   sospechosa. 
De    la    sangre    generosa 
es  amparar  las  mujeres. 

¿Qué  aseguras,   homicida, 
de  una  mujer?   Si  pudiera 
darte  recelo,  yo  fuera 
el   verdugo   de   su  vida; 

mas  puesto  que  te  aseguras... 
Calla,  Tebandro,  y  advierte 
que    solicitas    tu    muerte 
mientras  su  vida  procuras. 

Buscalda.  y  muerte  le  dad 
antes  que  llegue  a  mirarla, 
porque   no   pueda   librarla 
de  mi   rigor  su  beldad. 

(Sale  Teodora.) 


Teodora. 


Señor,  ya  Faustina  al  río 
precipitó    su    hermosura, 
y  le  ha  dado  sepultura 
de  cristal  el   centro   frío. 
Ricardo.     ¡Extraña  desgracia! 


Teodor.v. 


Ricardo. 

FlLIPO. 

Teodora. 


FlLIPO. 


Valerio. 


Teodora. 


FlLIPO. 


Valerio. 


Ahora 
se  ha  arrojado  del  balcón 
Faustina  al  río. 

Ocasión 
infeliz. 

¿  Quién  es,  Teodora  ? 

Vuelvo  a  decir  que  es  Faustina, 
que  huyendo  de  tu  rigor 
se  arrojó  al  rio,  señor. 
Contra  su  sangre  me  inclina 

a  venganza  sin  piedad. 
¡  Ea,  valientes  soldados, 
los  términos  dilatados 
de  sus  corrientes  guardad  ! 

jMatadla  si  acaso  viva 
puede  ser  que  al  margen  llegue, 
y  al  que  muerta  me  la  entregue 
a  gran  premio  se  aperciba. — 

Teodora,   ¿por  qué  lloráis 
en  tan  venturoso  día? 
¿  Son  lágrimas  de  alegría 
las   que   derramando   estáis  ? 

El  alborozo,  (i)   señor, 
en  su  tierno  y  frágil  pecho 
efecto  igual  habrá  hecho. 
Lágrimas   son  de  dolor  (2) 

de  haber  perdido  en  un  día 
tal  amiga  y  tal  amante. 
Cuando  hasta  el  cíelo  levante 
la  gracia  y  privanza  mía 

a  vuestro  padre,  Teodora, 
pues  lo  debo  a  su  lealtad, 
más  alegre  esta  beldad 
será   envidia  del   aurora. 

Quien  sirve  al  rey  natural 
tiene,  gran  señor,  segura 
la  alabanza,  y  la  ventura 
premio  es  cierto  ser  leal. 

Mas  puesto  que  ya  ha  cobrada 
su  reino  tu  Majestad, 
es  justo  que  la  ciudad 
goce  del  bien  que  ha  ganado, 

y  que  con  ojos  clementes 
la   mires,   y   por   sus   calles 
discurras  benigno  a  dalles 
paz  y  quietud  a  tus  gentes ; 

que  los  tendrá  esta  violencia 
temerosos  y  afligidos. 


(i)      En    el    orͣ 
(j)     En   el    orig 


"alboroto",   por   errata, 
"valor",  por  errata. 


196 


LA  LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


FlLIPO. 


Valerio. 


FlLIPO. 


Valerio. 

FlLIPO. 


Ricardo. 


Faustina. 
Ricardo. 
Faustina. 
Ricardo. 


Consejos  tan  advertidos 
hijos  son  de  esa  prudencia. 

Denme  un  caballo. 

Tú  pasa,  ■ 
dando  licencia  primero 
su  Alteza,  pues  es  soltero, 
a  Teodora  a  nuestra  casa 

Es  justo,  y  haced  también 
que  cuantas  damas  tenía 
Faustina  en  su  compañía 
luego  a  mis  padres  se  den. 

Eres  justo  y  eres  sabio. 
Padre  es  el  rey  natural ; 
hijo  el  vasallo  leal, 
y  al  rey  le  toca  su  agravio. 
O 'ase.) 

¿Es  posible  que  la  Infanta 
desconfiase  primero 
que  viese  el  luciente  acero 
en  la  suya  y  mi  garganta? 

¿  Si  saldrá  a  tierra  con  vida  ? 
Mas  es  imposible,  no ; 
que  a  darle  muerte  bastó 
el  susto  de  la  caída. 

Y  cuando  llegase  acá 
con  vida,  tiene  una  milla 
de  la  una  a  la  otra  orilla, 
y   sin   la   distancia,   el    frío 

será   verdugo   inclemente 
de  su  cuerpo  delicado. 
Náyades  que  el  centro  helado 
habitáis    desa   corriente, 

por  ser  mujer  sustentad 
en  vuestros   hombros  la  vida, 
si  no  es  acaso  vencida 
de  la  envidia  la  piedad. 

Mas  ¿qué  importará  que  quiera, 
mi  bien,  su  favor  valerte, 
si  en  su  orilla  con  la  muerte 
la  vil  codicia  te  espera? 

Iré  volando  a  morir 
en  tu  defensa,  ¿qué  aguardo?, 
pues  sin  Faustina,  Ricardo, 
es  imposible  vivir. 

(Sale  Faustina.) 

¿Adonde,  Ricardo,  vas? 
¿Eres  Faustina? 

Yo  soy. 

'Velo,   sueño,  loco  estoy; 

por  la  vida   que  me  das 


con  la  tuya,  doy  a  Dios 
mil  gracias.  Muerta,  señora, 
te  llorábamos  ahora. 

Faustina.  No,   os  engañasteis  los  dos, 
que  el  grave  tormento  mío 
vence  la  muerte. 

Teodora.  Yo  vi, 

cuando    librarte    emprendí 
con  la  oscuridad,  que  al  río, 

asiéndose  del  balcón, 
se  arrojaba  una  persona, 
y  como  apenas  corona 
de  la  esposa  de  Tictón 

los  montes  la  luz,  pensé 
que  eras  tú,  que  supo  amor 
acreditar  el  temor. 

Faustina.  Mi  infelice  hermaiio  fué. 

Teodora.         Yo  fingí  que  era  Faustina, 
y  el  cielo  quiere  que  sea 
Alejandro,  porque  vea 
ya  de  mi  amor  la  ruina. 
¡  Ay,  amante  desdichado  ! 

Faustina.  Libra  a  Faustina. 

Ricardo.  A  mi  casa 

venid   las    dos    mientras    pasa 
de  su  gente  acompañado, 
las  calles  el  Rey;  estar 
podrás  secreta,  y  segura 
allí,  si  tanta  hermosura 
cabe  en  tan  corto  lugar. 

Faustina.       Pues  ya  la  vida  te  debo, 
dispon,  Ricardo,  de  mí. 

Teodora.     Vamos  presto. 

Ricardo.  Amor,  por  ti 

contra  la  muerte  me  atrevo. 
El  Re}^  perdone,  mi  honor 
perdone,  que  estoy  sin  seso, 
y  no  murmure  este  exceso 
quien  no  supiere    [de]   amor. 

(Fase.  Salen  el  Rey,  Valerio  y  acompañamiento.) 

Valerio.         En  contento  has  convertido 
la   medrosa  confusión 
de  la  gente. 

FlLIPO.  A  su  afición 

me  confieso  agradecido. 

Tebandro.       Ya  el  Rey  ha  vuelto  a  palacio 
de  la  ciudad,   y  diligente 
ha  discurrido  tu  gente 
todo   el   arenoso   espacio 
de  las  márgenes  del  río, 


JORNADA    PRIMERA 


197 


I  y  ha  sido  vano  cuidado, 
que  sin  duda  ha  sepultado 
a  Faustina  el  centro  frío. 

FiLiPO.  Oíd,  Valerio. 

Valerio.  Señor. 

FiLiPO.        Haced  luego  pregonar 

que  nadie  pueda  ocultar, 
pena  de  infame  traidor 

a  mi  corona  real, 
el  deudo  menos  cercano 
que  del  rey  Dionís  tirano 
tenga  sangre  desleal; 

antes  le  mate,  y  no  intente 
perdonarle,  o  su  piedad 
de  mi  lesa  ^Majestad 
le  tenga  por  delincuente. 

Valerio.         Yo  lo  haré. 

FiLipo.  Ya  al  fin  por  vos 

he  cobrado  mi  corona. 

V.^LERio.     Por  mil  siglos  tu  persona 
prospere  en  el  reino  Dios. 

FiLiPO.  Pues  que  por  vos  le  he  ganado, 

por  vos  le  he  de  conservar, 
que  no  es  menos  que  alcanzar 
el  conservar  lo  alcanzado. 

Yo  soy  mozo  nada  experto ; 
sujetarme  a  vuestra  edad, 
vuestra   prudencia  y  lealtad 
será  un  general  acierto : 

porque  yo  ignoro  los  modos 
del  gobierno,  y  siendo  así, 
gobernarme  bien  a  mí 
es  gobernar  bien  a  todos. 
Una  cosa  con  cuidado 
habéis  de  mirar. 

\'alerio.  ;  Cuál  es  ? 

FiLiPO.        Yo  estoy  del  Rey  polonés, 
como  sabéis,  obligado. 

Con  armas,  gente  y  dinero; 
para  esta  facción  favor 
me  ha  dado,  y  le  soy  deudor 
de  mi   dicha,  y  así  quiero 

hacerle   luego  un  presente 
igual  a  esta  obligación, 
y  enviar,   como  es   razón, 
premiada  toda  su  gente, 

y  os  encargo  que  ordenéis 
como  se  junte  un  tesoro 
de  joyas  de  plata  y  oro 
para  el  intento  que  veis. 

Valerio.         Tebandro,  señor,  ha  sido 


de  Fisberto  (i)  la  privanza, 
y  las  riquezas  que  alcanza 
las  de  Creso  han  excedido. 

El,  según  pienso,  por  ser 
del   tirano   tan   amigo, 
temiendo  está  tu  castigo, 
y  a  trueque  de  merecer 

tu  gracia,  si  del  te  vales, 
aunque  es  avaro,  sospecho 
que  has  de  engendrar  en  su  pecho 
pensamientos   liberales. 
FiLipo.  ¿Y  podrá  sacarme  él  solo. 

desta  obligación? 
Valerio.  Ni  Hungría 

tiene,  ni  en  las  Indias  cría 
tantas  riquezas  Apolo 

como  Tebandro  ha  juntado, 
si  la  fama  no  ha  mentido, 
y  está  aquí. 
Teban'Dro.  El  Rey  ha  creído 

que  su  intención  he  ayudado 

según  en  su  aspecto  vi. 
Yo  haré  leal  del  traidor; 
viva  al  fin  el  vencedor, 
pues  del  me   aseguro   así. 
Alegre  celebra  Hungría 
la  dichosa  libertad, 
pues  debe  a  tu  Majestad 
el  fin  de  su  tiranía; 

por  ella  y  por  mí  te  doy 
las  gracias  a  ti  y  al  cielo. 
FiLiPO.        De  tu  lealtad  y  del  celo 
vuestro,  satisfecho  estoy; 
y  ahora  sabed,  amigo, 
que  tengo  necesidad 
de  vos. 
Tebandro.  Vuestra  voluntad, 

gran  señor,  es  ía  que  sigo. 
FiLipo.  Yo  estoy,  pues,  necesitado; 

que  las  cosas  de  la  guerra 
fuera  de  mi  propia  tierra, 
como  veis  me  han  obligado 

a  valerme  de  la  gente 
del  Rey  de  Polonia,  y  quiero 
que  me  prestéis  de  dinero 
,     la  cantidad  suficiente 

para  premiar  los  soldados 
y  hacer  al  Rey  polonés 


(i)  Así  en  el  orig. ;  pero  parece  que  debiera  decir 
"Dionisio",  si  no  es  que  en  el  texto  primitivo  se  lla- 
mase Fisberto  el  rev  intruso. 


198 


LA  LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


un  buen  presente. 
Tebandro.  Ley  es, 

que  están,  señor,  obligados    . 

con  la  hacienda  los  vasallos, 
y  con  la  vida  a  su  xty. 
Pero  no  puede  esta  ley 
a  lo  imposible  obligallos. 

A  vos  os  han  informado 
mal  de  mi,  y  os  engañó 
quien  dijo  que  puedo  yo 
sacaros  de  ese  cuidado. 
FiLiPO.  Bien  está;  yo  no  he  de  hablar 

de  violencia,  y  os  advierto 
(si  lo  que  decís  es  cierto) 
que  he  estimado  más  hallar 

un  vasallo  en  vos,  que  siendo 
privado  de  un  re}-,  quedase 
pobre,  que  si  en  vos  hallase 
el  socorro  que  pretendo; 

y  así  os  he  de  enriquecer 
si  estáis  pobre;  mas  si  estáis 
rico  y  de  mí  lo  ocultáis, 
juzgad  vos  lo  que  he  de  hacer 

de  un  vasallo  que  el  caudal 
que  injustamente  ha  ganado 
de  un  tirano  rey  privado 
niega  a  su  rey  natural. 

{Vanse  y  quede  Tebandro  solo.) 

Tebandro.       Mis  riquezas  intentó 

con  sus  promesas  quitarme ; 
¿qué  tesoros  puede  darme 
como  los  que  tengo  yo? 

Cuando   me  arriesgue    a   perder 
los  favores  de  Su  Alteza, 
mi  fortuna  es  mi  riqueza. 
Rey  es,  y  me  ha  menester. 

(Vanse,  y    salen    Ricardo   y    Faustína   y    Teodora.) 

Ricardo.         Esta  casa,  a  quien  de  cielo 
das  ya  presunción  dichosa, 
pues   eres,   Faustína,   hermosa, 
la   diosa   que   nació   en   Délo. 
Ocultará  del  rigor 
.  del  Rey  tu  luz  soberana, 
que  no  da  siempre  Diana 
al  mundo  su  resplandor. 

Teodora.         Cuando   no    con   pompa    igual, 
con  igual  respeto  sí, 
servida  serás   aquí 
como  en  tu  casa  real. 


Ricardo. 

Faustixa 

Ricardo. 


Teodora. 


Faustína.       Por   mucho   que    me    persiga 
la  suerte,  me  ha  pagado 
sólo  con  haberme  dado 
tal  amante  y  tal  amiga. 

Y  lo  que  en  mi  adversidad 
siento   más   es   no   poder, 
como  debo,   agradecer 
este  amor  y  esta  amistad. 

Mí  padre  viene. 

El  rigor 
de  su  enojo  temo. 

que  está  en  tu  vida  la  mía, 
si   a   sus   ojos   tiene   amor. 

No  temas  cuando  nos  ves 
opuestos  por  ti  a  la  suerte, 
pues  no  ha  de  ganar  la  muerte 
más  de  una  flecha  en  los  tres. 

(^Sale  Valerio.) 

Valerio.        ¿  No  es  Faustína  ?  ¿  Sueño  o  velo  ? 
¿Mi  sangre  es  traidora  al  Rey? 
¿  Mis  hijos  rompen  la  ley 
de  la  lealtad,  santo  cielo? 

De  cólera  tiemblo  y  ardo. 
¿  Faustína   aquí  ? 

Ricardo.  Lo  que  ves 

no  es   Faustína. 

Valerio.  ¿  Pues  quién   es  ? 

Ricardo.     Es  el  alma  de  Ricardo. 

Teodora.         Y  la  vida  de  Teodora. 

Faustína.  Y  al  fin  soy  mujer,  Valerio. 

Valerio,     Faustína,  sí  cuanto  imperio 
mira  la  luz  del  aurora 

ganara  por  ofender 
aleve  al  Rey,  sí  tuviera 
menos  átomos  la  esfera 
que  hijos,  yo  supiera  hacer 

sacrificio  mí  lealtad 
de  ellos  todos  al  amor, 
que   a  su  natural  señor 
debe  la  fidelidad. 

Pena  de  traidor  ha  puesto 
a  quien  oculte  o  defienda 
la  menos  cercana  prenda 
de  tu  sangre  el  Rey;  con  esto 

mira  qué  piedad  espera 
tu  vida  de  mí  lealtad, 
y  más  que  Su  Majestad 
que   te   dé   muerte   cualquiera 
que  te  halle  ha  publicado, 


JORNADA    SEGUNDA 


199 


Ricardo. 


\'alerio. 


Ricardo. 


Valerio. 


r     Ricardo. 


Valerio. 


Ricardo. 


I 


pena  de  la  misma  ley; 
yo  soy  leal,  él  mi  rey, 
tú  Faustina,  yo  te  he  hallado. 

Adviertan,   pues,   tus   rigores, 
como  a  tu  bien  a  tu  mal, 
pues  por  hacerte  leal 
haces  tus  hijos  traidores. 

No  importa,  Ricardo,  no; 
que  no  porque  ya  os  perdisteis 
los  dos,  pues  favor  la  disteis, 
es  bien  que  me  pierda  yo. 

Y  si  de  un  padre  traidor 
le  toca  al  hijo  leal 
la  infamia,  con  causa  igual, 
guardando  yo  aquí  el  rigor 

de  la  lealtad,  es  razón 
pensar  que  Su  Majestad 
perdone  por  mi  lealtad 
de  mis  hijos  la  traición. 

Eso  fuera  bien  pensado, 
si  de  haberla  defendido 
estuviera  arrepentido, 
porque  el  honor  he  arriesgado ; 

pero  no  cuando  mi  amor 
resuelva,  por  defender 
a  la  que  adoro,  perder 
mil  veces  vida  y  honor. 

Yo  me  prometo  piedad 
del  Rey,  si  por  dicha  valgo 
con  él  y  merecen  algo 
servicios  y  lealtad 

con  que  le  hemos  obligado. 
Donde  es  la  piedad  dudosa, 
la  confianza  es  dañosa 
y  es  el  temor  acertado, 

y  así  es  forzoso  que  evite 
su  peligro  desta  suerte, 
que   permitirá   su   muerte 
quien  su  peligro  permite. 

Del  al  fin  librarla  quiero 
y  venga  lo  que  viniere. 
Librarla  si  no  pudiere 
impedirlo  este  acero, 

que  ya  tu  muerte  desea. 
Idos,  los  mantos  tomad, 
y  rebozadas  bajad 
con  gran  silencio,   no  os  vea, 

si  ser  puede,  algún  criado, 
ya  que  tan  dichoso  he  sido 
que  ninguno  haya  sentido 
un  suceso  tan  pesado. 


Yo   no   pretendo   matarte; 
suelta  la  espada. 
Valerio.  ¡  Ay  de  mí ! 

Ricardo.     Esto  sólo  pretendí, 

pues  así  vengo  a  hbrartc 

de  que  incurras  en  la  ley, 
porque  sin  armas  no  puedas 
cumplirla,  y  con  esto  quedas 
disculpado  con  el  Rey. 
{Mételo   en    brazos.) 


JORNADA  SEGUNDA 

(Sale  Alejandro  en  camisa  y  calr^o)ies.) 

Alejan.       [Fortuna]:  ¿Adonde  me  llevas 
por   desiertos   y  horizontes, 
a  ser  de  las  fieras  pasto 
y  fábula  de  los  hombres? 
E-vité   las   duras   manos 
de   mis   contrarios    feroces, 
siendo  mi  salvo  una  gruta, 
que  quiso  el  cielo  que  formen 
los   combates    de   las    olas 
y   las   duras   peñas,   donde 
escondido    pasé   el    día, 
pasé  nadando  la  noche. 
Si  para  mis  desventuras, 
si   para   penas   mayores 
guardas,    fortuna,   mi   vida, 
¿qué  tormentos  más  atroces 
pueden  fabricar  tus  iras 
que  estar  desnudo  en  un  monte 
quien  ayer  de  una  corona 
gozaba    los    resplandores  ? 
O  me  engaño,  o  siento  gente 
en  la  espesura  del  bosque ; 
gente  es  a  pie,  y  en  el  traje 
me  parecen  salteadores;  [me 

¿  Qué  he  de  hacer,  que  han  de  matar- 
si  por  dicha  me  conocen, 
pues   al   precio   de  mi   vida 
querrán  que  el  Rey  los  perdone  ? 
Mas  las  desdichas  han  hecho 
mudanza  en  mí  tan  disforme, 
,  que  los  mismos  ojos  míos 
me   extrañan   y   desconocen. 
Nada  que  perder  me  queda 
porque  recelar  me  importe; 
muera  o  viva,  por  ventura 
la    fortuna   me   socorre. 


200 


LA  LEALTAD  EN  LA  TRAICIÓN 


(Malgesí  y  otros   Salteadores.) 

Malgesí.     ¡  Gentil  lance  ! 

Salt.  i.°.  Vos  le  visteis 

primero. 

Malgesí.  Siempre  me  pone 

estos  platos  mi  ventura; 
yo  nací  para  ser  pobre. 
¿Adonde',  desnudo  Adán, 
camináis  por  estos  montes? 

Alejan.       Camino,   y   fuera  mejor 
mi  mal  si  supiera  dónde. 

Malgesí.     ¿Vais  a  nadar? 

Alejan.  Antes  vengo 

de  hacerlo. 

Malgesí.  ¿  Cómo  ? 

Alejan.  Importóme 

la    vida. 

Malgesí.  Contadme  el  caso, 

pues  que  la  suerte  os  pone 
en  mi  poder,  porque  os  vi 
el  primero  yo,  y  conforme 
a  la  ley  que  en  esta  sierra 
guardamos  los  salteadores, 
cuanto  traéis  todo  es  mío, 
y  elegir  que  os  perdonen 
o  maten ;  mirad  si  es  bien 
encubrirme  vuestro  nombre. 

Alejan.       Antes  que  finja,  saber 

me  importa  si  me  conocen. — 
¿  Conóceme  acaso  alguno  ? 

Malgesí.       No  conocen  los  ladrones 

de  nuestra  cuadrilla  a  nadie, 
que  jamás  las  plantas  ponen 
en  poblado,  y  para  ellos 
no  hay  más  mundo  que  este  bosque 
aunque  haya,  según  me  dicen, 
tantos  hurtos  en  la  corte, 
que  los  vecinos  en  ella 
no  echan  menos  este  monte. 
Alejan.       Es  verdad. 
Malgesí.  Los  alguaciles, 

cuyos  delitos  (i)  asconden, 
hacen  o  harán  cuidadosos 
alguna  mácula  pobre ; 
y  en  viendo  entrar  en  su  casa 
la  primera  vez  a  un  hombre, 
les  harán  de  amancebados 
causa  al  punto,  cuando  rompen 


(i)     Asi  en  el  ori^ 
rece  faltar  aleo. 


quizá  deba  ser  "dineros".  Pa- 


paredes  y  puertas  abren, 
y  aún  minas  los  ladrones. 

Salt.  i.°      ¿Predicáis  contra  nosotros? 

Malgesí.     Voto  a  Cris,  él  me  perdone, 
que  con  esta  boca  sucia 
ofendo    su    santo   nombre, 
y  beso  el  suelo ;  si  fuera 
yo  rey,  que  había  de  dar  orden 
de  que  entre  los  alguaciles, 
porque  trabajen  y  ronden, 
pagasen  todos  los  hurtos 
que  se  hiciesen  en  la  corte. 

Alejan.       Buenos  hay  muchos,  no  es  bien 
que  asi  con  todos  te  enojes, 
y  si  hay  malos  no  te  espantes, 
porque  en  efeto  son  hombres, 
y  aunque  ángeles  fueran,  creo 
que  el  oficio  los  expone, 
por  ser  de  suyo  malquistos 
a  injustas  murmuraciones. 

Malgesí.     Contadnos  ya  vuestros  casos. 

Alejan.  Puesto  que  no  me  conocen, 
mi  historia  misma  ha  de  dar 
la  materia  a  mis  ficciones. 

De  Belgrado,  cabeza  de  la  Hungría, 
soy  natural,  mi  nombre  es  Polidoro ; 
ni  mendiga  valor  la  sangre  mía, 
ni  me  fué  avara  la  fortuna  de  oro ; 
ésta  a  su  rueda  dio  la  vuelta  un  día, 
que  de  una  prenda  que  en  el  alma  adoro 
dueño  me  hizo  injusto,  si  dichoso, 
pues   siendo  ajena  la  robé  a  su  esposo. 

Gozaba  alegre  la  mayor  ventura 
que  pudo  fabricar  el  apetito; 
mas  ni  hay  tirana  posesión  segura, 
ni  siempre  el  cielo  consintió  el  delito, 
pues  cuando  me  ocupaba  en  noche  obscura, 
la  imagen  de  la  muerte  resucita, 
de  ella  a  morir,  hallando  levantada 
del  dueño  airado  contra  mí  la  espada. 

Salté  del  lecho,  como  veis,  desnudo, 
sin   favor,  ni  defensa,  ni  esperanza, 
y  así  la  fuga  solamente  pudo 
librarme  de  la  muerte  \   su  venganza; 
y  entre  las  armas,  que  el  silencio  mudo 
de  la  muerte  interrampe  la  mudanza 
de  mi  fortuna,  no,  mas  el  castigo 
mortal  pude  evitar  de  mi  enemigo. 

Miraba  el  ancho  y  caudaloso  río 
un  balcón  de  mi  casa,  y  despechado, 
en  alas  del  temor,  al  centro  frío 


JORNADA    SEGUNDA 


201 


precipito  mi  cuerpo  desdichado, 

siendo  en  su  orilla  cóncavo,   sombrío 

peñasco,  en  tal  peligro  mi  sagrado, 

que  en  él  estuve  oculto  hasta  que  el  cielo 

dio  a  la  fortuna  noche  obscuro  velo. 

Entonces  yo  con  brazo  valeroso 
rompí  el  cristal,  llegué  a  la  opuesta  orilla, 
y  acelerado  cuanto  temeroso, 
en  cada  instante  penetré  una  milla, 
hasta  llegar  a  ser  tan  venturoso, 
que  viniese  a  encontrar  vuestra  cuadrilla, 
pues    condolidos    de   mi   mal,   espero 
que  en  ella  me  admitáis  por  compañero. 

Que  puesto  que  es  tan  grande  mi  delito, 
y  mi  contrario  tal  poder  alcanza, 
que  en  vano,  si  me  hallara,  solicito 
a  la  vida  remedio  mi  esperanza, 
pretendo  acompañaros,  que  así  he  visto 
mi  cierto  fin  y  su  cruel  venganza, 
y  con  vosotros  quiero  que  la  suerte 
me  dé  la  vida  igual,  y  igual  la  muerte. 

!Malgesí. 
Cuerda  es  vuestra  elección,  que  aquí  la  fama 
se  olvidará  de  vos ;  mas  saber  quiero 
sola  una  cosa:  ¿En  qué  paró  la  dama? 
Que,  si  como  decís,  sois  caballero, 
en  tal  peligro  vuestro  honor  y  fama, 
que  sin  librarla  o  sin  morir  primero, 
huyendo  vas  sus  vengativas  furias, 
ella  quedase  y  puesta  a  sus  injurias. 

Alejandro. 

Cuando  3^0  desperté,  ya  mi  enemigo 
segura  posesión  della  tenía, 
demás  que  ella  no  teme  su  castigo, 
que  violentada  en  mi  vivía  (i), 
y  como  su  rigor  sólo  conmigo 
la  vengadora  espada  apercibía, 
librarme  solamente  me  tocaba 
a  mí,  donde  yo  solo  peligraba. 

[M.A.LGESÍ.        La  disculpa  es  suficiente. 
Ya  por  nuestro  compañero, 
en  nombre  de  todos,  yo 
os  admito,  y  para  hacerlo, 
del   gobierno  que  guardamos 
os  he  de  informar  primero. 

Alejax.       Decid. 

Malgesí.  Cerca  de  cien  hombres 


Alejan. 
Malgesí. 


Alejan. 
[NIalgesí. 

Alejan. 
Malgesí. 


Alejan. 


sonaos  los  que  en  este  cerro, 

en  cuadrillas  divididas, 

gozamos  tirano  imperio. 

Cuatro  a  cuatro  y  cinco  a  cinco 

andamos,  porque  con  esto, 

pensando  que  somos  pocos, 

no  obligamos  a  remedio. 

No  tenemos  capitán 

conocido,  porque  el  sello 

de  su  cuadrilla  le  toca 

al  que  descubre  primero 

la  presa,  que  desta  suerte 

lo  es  cada  cual  a  su  tiempo, 

igualdad  que  nos  excusa 

de  agravios  y  sentimientos 

y  hace  a  todos  diligentes 

por   gozar   del   privilegio 

de  ser  dueño  del  despojo 

y  mandar  sus  compañeros. 

Así  vivimos   en  paz, 

y  a  mí  me  tocó  por  esto 

disponer  de  vos,  que  fui 

quien  primero  llegué  a  veros. 

Y  así  como  capitán, 

pues  lo  soy,  ahora  os  puedo, 

y  quiero  en  nombre  de  todos, 

admitir  por  compañero. 

Siempre  seré  agradecido. 

Bebed  en  el  vaso  mesmo 

que   nosotros,   y   advertid 

que   como  todos  bebemos 

un  mismo  licor,  ansí 

hemos  de  morir  vertiendo 

unos  por  otros  la  sangre. 

Por  mi  parte  lo  prometo. 

Pues  ya  con  esto  quedáis 

admitido  entre  los  nuestros. 

Yo  lo  estimo. 

Aquesta  ropa 
toma-d  y  armas  os  daremos; 
y  advertid   que  aquesta   máscara 
se  pone  el  que  ve  primero 
la  presa,  dejando  libre 
al  juez  que  castiga  al  reo.  (i) 
Vamos;  servirá  mi  historia 
a  los  que  usurpan  lo  ajeno 
y  en  la  fortuna  confían 
de  temeroso  escarmiento. 
Mas  un  hombre  viene  allí. 


(i)     \'erso  alterado.  Quizá  diría  "que  violenta  con- 
migo  ella   vivía". 


(i)     Así    en    el    texto,    aunque    parece   alterado    este 
verso. 


202 


LA   LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


Malgesí.     a  vos  os  toca  por  eso 

disponer  de  esa  persona, 
como  si   fuera  su  dueño. 


Correo. 


Alejan. 
Correo. 
Malgesí. 
Correo. 


Alejan. 
Correo. 
Alejan. 
Correo. 
Alejan. 


Correo. 

Malgesí. 
Alejan. 


Correo. 


{Sale  un  Correo.) 

Cansado  vengo,  por  Dios; 
caminar   por  estos  cetros 
solo  un  ladrón  puede  a  pie. 
Deténgase,  caballero. 
Pues  voy  a  pie,  no  lo  soy. 
Quedo,    no   hable. 

Que  quedo 
me  dé,  y  me  hará  merced, 
que  me  ha  rompido  los  huesos. 
¿  Qué   lleva  ? 

Pliegos  de  cartas. 
¿De  quién  son? 

Del  rey. 

El  cielo 
hoy  le  ha  traído  a  mis  manos. 
Muestra  a  ver. 

No  eres  discreto 
en  abrir  cartas  del  Rey. 
Óigase. 

Dice  el  primero : 
"A  los  virreyes  y  gobernadores 
y  capitanes  generales  y  justicias 
de  mi  Reino."  Así  es  verdad. 
y  el  romper  su  sello   fuera 
el  crimen  lesae  (i)  mayor, 
que  pudo  engendrar  la  ofensa. 
Hijo  de  rey  soy  por  rey, 
y  aunque  rey  tirano  sea, 
siendo  inculpable  en  el  crimen, 
no  hay  culpas  en  mi  nobleza. 
Morir    puedo    por    su   hijo, 
que  aquí  la  santa  inocencia, 
conforme  a  fueros  del  mundo, 
del  pecado  nos  (2)   preserva. 
Pero  morir  por  mi  culpa 
en  una  hazaña  tan  fea, 
fuera  traición  de  traiciones 
y  ofensa  de  las  ofensas. 
Toma  las  cartas  y  dime 
si   hay   acaso  algunas   nuevas 
de  gusto  en  la  corte. 

Hay  unas 


(i)     En  el  original:   "lexe". 

(2)     En  el  texto:  "que  no",  lo  cual  alarga  el  verso. 
Desde   aquí   hay   en   el   original   trastrocados   algunos 

versos. 


corriendo  sangre  de  frescas. 
Publica  el  Rey  por  traidores 
hoy   a   cualquiera   cjue   tenga 
la  persona  de  Faustina 
y  de  Alejandro  encubiertas, 
y  los  destierra  del  reino, 
aplicando  las  haciendas 
al  patrimonio  real, 
y  el  que  diere  su  cabeza 
de  Alejandro,  le  perdona 
cualquier  delito,  aunque  sea 
contra  la  real  corona, 
y  da  mil  doblas  de  renta. 

Malgesí.     Famosa  (i),  para  salir  de  laceria, 
y  de  andar  en  estos  montes. 

Salt.  2°      ¡  Oh,   quién   matarle   pudiera  ! 

Salt.  i.°      ¡  Quién  le  pudiera  prender ! 

Alejan.       Aquí  la   fortuna  adversa 

va  pronunciando  mi  muerte. 
Contra  mí  está  la  sentencia; 
importa  disimular. 

Correo.       ¿Podré  caminar? 

Alejan.   •  Espera, 

que  no  es  poco  si  vas  vivo. 

Malgesí.     Pues  si  su  muerte  se  premia 
con  tu  gusto,  dale. 

Correo.  Advierte 

que  no  es  justo  que  concedas; 
que  soy  mensajero. 

Alejan.  Sí; 

pero  dile  al  Rey  que  advierta 

que  no  es  justo  castigar 

a  los  hijos  con  violencia, 

siendo    los    padres    culpados, 

aunque  una  misma  materia; 

y  que  hay  en  estos  montes 

salteadores  que  veneran 

no  sólo  el  nombre  del  Rey, 

pero  la  acción  imperfecta 

del  más  mínimo  ministro, 

aunque  la   fortuna  adversa 

más  por  conservar  la  vida, 

que  ofenderle  les  sujeta. 

Libre  vas  por  su  respeto, 

y  aquestos  pliegos  venera 

el  que  te  otorga  la  vida,   [Aparte.] 

cuando  tú  la  muerte  llevas. 

Vuelva  libre  ese  soldado. 

Correo.       Yo  te  agradezco  la  vuelta. 


(i)     Este   pasaje    está    muy    alterado.    El  'verso,    in- 
completo   quizá,    diría:    "Famosa    presa    seria." 


JORNADA    SEGUNDA 


203 


Alejan. 
Correo. 


Malgesí. 
Salt.  i.° 

r^ÍALGESÍ. 


Ricardo. 


y  de  barato  la  vida 

te  ofrezco,  como  quien  juega. 

Vete  en  paz. 

¿Hay  tal  ventura? 
Si  máscara  no  tuviera, 
juzgara  que  era  Alejandro. 
Contento  va. 

Triste   quedas. 
No' sé  qué  tengo.  Seguidme 
que  yo  haré  que  en  esta  selva, 
vuestro  valor  ilustrando, 
se  respete  mi  nobleza. 

(^P'aiisc-) 
{Salen  Ricardo  y  Tebaxdro.) 

Tebandro,   del   conocido 
valor   que   os   informa   el   pecho, 
y    del    amor    satisfecho 
que  a  Dionís  habéis  tenido, 

vengo  a  fiarme  de  vos, 
y  os  pretendo  descubrir 
secreto  que  ha  de  vivir 
o  morir   entre   los   dos. 

Pues  conocéis  mi  valor, 
no  tengo  más  que  deciros 
de  que  sabré,  por  serviros, 
arriesgar  vida  y  honor. 

Pues  con  esa  confianza 
sabed   que   Faustina  vive. 
Tebandro.  ¿Qué  decís? 
Ricardo.  Que   no    recibe 

su   vida   más   esperanza 

de  la  que  le  puede  dar 
el  amor  que  le  debéis. 
Tebandro.  Ricardo,   no  me   engañéis, 
y  si  venís  a  probar 

mi  lealtad... 
Ricardo.  Tebandro,  no, 

no  os  receléis,  que  supuesto 
que  el  que  arriesga  más  en  esto, 
pues   yo  la   encubro,   soy  yo, 

hago  más  en  confiarme 
de  vos  yo,  que  vos  de  mí; 
y  aunque  para  hacerlo  así 
sólo  pudiera  obligarme 

Faustina,  que  en  vos  confía, 
conociendo  la  afición 
que  le  tenéis,  la  elección 
ha  sido  suya,  aunque  mía 

la  confianza  que  hago 
en  vos  de  mi  mismo  honor. 
Tebandro.  Y  vo  de  vuestro  valor 


Tebandro. 


Ricardo. 


haciendo  la  misma  os  pago ; 

mas    decid,    ¿cómo    salió 
viva    Faustina    del    río? 
Ricardo.     No  fué  -quien  al  centro  frío 
desde  el  balcón  se  arrojó 

Faustina;  yo  me  engañé, 
)•■  Teodora  con  su  amor 
le  dio  crédito  al  temor. 
Tebandro.  Sin-  duda  el  Príncipe  fué. 

Pues  ¿  cuándo  queréis  llevarla 
a  mi  quinta? 
Ricardo.  Ella  quisiera 

luego;  solamente  espera 
respuesta. 
Tebandro.  Voy   a   guardarla; 

pero  advertid  que  aun  el  cielo  (i) 
y  porque  vos  habéis-  sido 
quien  a  Faustina  ha  traído,, 
pues  si  ahora  me  desvelo 

en  socorrer  a  los  dos, 
porque  Filipo  no  entienda 
que  hay  traición  que  la  defienda 
de  su  rigor,  ¡vive  Dios!, 

que  he  de  ^decir  que  habéis  sido 
el  que  sin  guardar  la  ley, 
ni  respetar  (2)   a  su  Rey, 
a  Faustina  habéis  traído; 

ya  vuestro  padre  advertid 
no  persiga  mi  nobleza, 
porque  tras  de  mi  cabeza 
irá   la   vuestra. 
Ricardo.  Decid,   . 

si  por  mi  causa  se  sabe, 
que  solo  el  culpado  soy. 
Tebandro.  En  esto,  Ricardo,  estoy; 
nuestro  discurso  se  acabe ; 

que  a  disponer  la  ocasión, 
que   importa   para   el   intento, 
parto,  Ricardo,  contento. 
Allí  en  traje  de  varón 

y  en  nombre  de  mi  sobrino 
podrá  segura  vivir ; 
pero  quiéroos  advertir 
que  miréis  por  el  camino 

nadie  la  vea  con  vos, 
no  demos  que  sospechar. 
Ricardo.'    Yo  voy. 
Tebandro.  Morir  o  callar. 


(i)     Este  verso  está  errado;  pero  no  es  fácil  adivi- 
nar cómo  se  había  escrito. 

(2)     En   el   orig. :   "esperar",   por  errata. 


204 


LA  LEALTAD  EN  LA  TRAICIÓN 


Ricardo.       Callar   o   morir. 
Tebandro.  Adiós, 

{Entrase  por  una  puerta  Ricardo,  y  al  entrarse  por 
la  otra  Tebandro  sale  Valerio,  con  gente.) 

Valerio.        Teneos,  Tebandro. 

Tebandro.  Valerio, 

¿qué  es  esto?  ¿Vos  os  dignáis 

de  verme  cuando  gozáis 

todo  el   poder   deste   Imperio? 

Valerio.         Ni  la  mudanza  de  estado 
muda   en   mí   la   condición, 
ni  puedo  en  esta  ocasión, 
Tebandro,  haberlo  excusado ; 

que  es  mandamiento  del  Rey 
el    que    vengo    a    ejecutar. 

Tebandro.  ¿Cómo,  Valerio? 

Valerio.  El  negar  (i) 

lo  que  por  tan  justa  ley 

debéis  al  rey  natural, 
os    pone    en    tal   confusión, 
que  pienso  que  a  la'opinióri 
y  la  vida  os  está  mal. 

Tebandro.       El  negar  lo  que  no  tengo 
no  es   delito. 

Valerio.  Así  es  verdad, 

mas  quiere  Su  Majestad 
averiguarlo,   y  jo  os   vengo  • 
a  embargar  por  su  mandado 
los   papeles   y  las   llaves. 
y    porque    estos    casos    graves 
deste  reino  os  han  tocado 
examen  pretende  hacer 
de  cómo  habéis  procedido, 
y  para  ello  se  ha  servido 
de  que  yo  os  venga  a  prender. 

Tebandro.       ¿  Qué  decís  ?  ¿  Orden  traer  (2) 
de  (prenderme? 

\"alerio.  En  vuestra  casa. 

Tebandro.  Ardiente  furia  me  abrasa; 
ho}^  me  tengo  de  valer 

de  la  traición  de  Ricardo 
para  librarme;  ¿qué  aguardo? 
Mi  honor  he  de  defender, 
y  de  Valerio  saetas  -(3), 
que  hoy  vos  irritáis  a  su  Alteza  (4) 


(i)     En   el   texto:    "el   mejor",  por   errata. 

(2)  En  el  texto:  "traéis",  que  no  rima  con  "valer". 

(3)  Verso    suelto    entre    dos    redondillas.    Formarla 
parte  de  otra. 

(4)  Verso  largo.   El   "que  hoy"    formaría  parte  de 
la    redondilla    perdida. 


contra  mí;  pero  mirad 

que  os  va  en  darme  libertad 

no  menos  que  la  cabeza 

de  vuestro  hijo. 
Valerio.  ¡  Ay  de  mí ! 

Que  libró  a  Faustina  sabe. 
Teb.\ndro.     y  en  mí  la  culpa  más  grave 
que  contra  el  Rey  cometí 

vendrá  a  quedar  redimida 
con  dinero,  mas  la  suya 
es    forzoso   que   destruya 
vuestra  opinión  y  su  vida. 
Valerio.         Pues  decid :  ¿  qué  culpas  graves 

sabéis  del? 
Tebandro.  Callad,  y  entrad 

en  esa  cuadra  y  tomad 
los  papeles  y  las  llaves; 

que  si  me  entendéis,  bastante 
es  lo  dicho  a  que  miréis 
por  mí,   sin  que  me  obliguéis 
a  que  un  secreto  quebrante. 

Y  si  ignoráis  lo  que  digo, 
sabedlo  allá  de  Ricardo; 
que  así  el  secreto  le  guardo, 
y  así  a  ampararme  os  obligo; 

advirtiéndoos  que  sería 
en  mí  muy  necia  firmeza 
mirar  yo  por  su  cabeza, 
si  no  miráis  por  la  mía. 
Valerio.         Yo  obedezco  al  Rey;  mi  oficio 
como   debo   cumpliré; 
soy  leal  y  perderé 
mil   vidas   por   su   servicio ; 

y  sin  que  más  me  recate, 
daré,   pues  mi   sangre  tiene, 
sentencia  que  le  condene, 
y   cuchillo  que   le   mate. 

(Salen  los  Salteadores  y  Alejandro,  con  máscaras.) 

Malgesí.         Ya  que  el  cielo  ha  descubierto 
lo   que  encubrir  procurastes, 
y  que  el  rigor  evitastes 
de  Filipo,  es  caso  cierto, 

si  es  natural  la  defensa, 
que  vos  procuréis  vivir; 
pero  quiéroos  advertir 
que  supuesto  que  la  ofensa 

vuestra  es  al  Rey,  no  entendáis, 
porque  piadosos  nos  veis, 
que   entre   nosotros   tenéis 
la  defensa  que  buscáis; 


JORNADA    SEGUNDA 


205 


que  sólo  en  robar  se  entiende, 
y  en  no  entregaros  al  Rey, 
nuestra   amistad. 

Alejan.  Esta  ley 

y  esa  piedad  me  defiende. 

Cuerdamente  me  advertís, 
y  yo  solamente  quiero 
gozar,  como  compañero, 
la  igualdad  con  que  vivis. 

AIalgesí.         Pues  aquí  donde  gran  parte 
de  la  vida  hemos  pas5.do, 
y  sin  tocar  en  poblado 
nos  ha  dado  imperio  M'arte 
sobre  cuantos  caminantes 
pisan   esta   soledad, 
gozarás  en  libertad 
de  la  vida  los  instantes. 

Alejan.  Allí  viene  un  pasajero. 

Malgesí.     Venturoso   eres ;   también 
te  toca  su  mal  o  bien, 
por  descubrirle  primero. 

.vLEjAN.  En  las  ancas  del  caballo 

trae  una  dama. 

ÍvEalgesí.  También  es 

tu  esposa. 

Alejan.  Pues  id  los  tres 

por  esa  parte  a  atajallo, 

que   yo   por   ésta   el   camino 
le  impediré. 

Salt.  i. o  Vamos  presto. 

{Vansc    y    queda    Malgesí    y    Alejandro.) 

Alejan.       ¡  Ah,  vil  fortuna!,  ¿qué  es  esto? 
Ayer  el  nombre  divino 

gocé  de  Príncipe,  y  hoy 
entre    viles    salteadores 
de  tus  tiranos  rigores 
infame,   despojo   (i)    soy. 

AIalgesí.         Ya  del  freno  le  han  asido ; 
3^a  se  rinde,  ya  se  apea, 
y  ¡  vive  Dios  que  no  es  fea 
la  moza  ! 

Alejan.  O   en   mi   sentido 

forma  vanas  ilusiones 
la  fuerza  de  mi  deseo, 
o  es  mi  hermana  la  que  veo. 

(Sale  Ricardo  atado  y  Faustjna.) 

Ricardo.     ¿  Quedante  más  sinrazones, 
fortuna,  que  ejecutar 


(i)     En  el   original:   "despecho",   por  errata. 


■  en  un  amante? 
Alejan.  ¿  Es  Ricardo  ? 

Malgesí.     ¡  Por  Dios  que  el  hombre  se  gallardo, 

y  que  puede  aficionar 
la  furia  más  inhumana 

y  la  crueldad  más  esquiva ! 
Alejan.     ¿Qué  es  esto,  mi  hermana  viva. 

y  con   Ricardo  mi  hermana? 
Malgesí.     Veis  aquí  de  vuestra  yida 

el  juez. 
Faustina.  ¡  A  Dios  pluguiera 

que  tu  lengua  me  dijera 

no  el  juez,  el  homicida! 
Alejan.  El  caso  quiero  saber 

a  solas,  que  es  conveniente 

que  no  conozca  esta  gente 

a  Faustina,  que  tem-er  (i) 

debo  en  tan  mísero  (2)  estado 

traición  del  -mayor  amigo. 

Dejadlos  solos  conmigo, 

pues  disponer  me  ha  tocado 
de  sus  personas. 
Malgesí.  Allí  > 

al  pie  de  aquella  alta  roca 

te  esperamos,  pi:es  te  toca 

mandarnos  ahora  a  ti. 
Mas  oye  una  petición 

que  quiero  hacerte. 
Alejan,  ¿  Cuál  es  ? 

Malgesí.     Que  a  esta  mozuela  no  des 

libertad,  si  tu  afición 
no  obligara,  que  es  divina 

a  mis  ojos,  y  no  siendo 

para  ti,  yo  la  pretendo 

para   dulce   concubina. 
Alejan.  [No]  agrá  dándome  su  amor, 

yo  te  la  ofrezco. 
Malgesí.  Con  eso 

no  tendrá  este  monte  espeso 

más  dichoso  salteador. 
Alejan.  Vos,  señora,  os  apartad 

de  los  dos,  que  a  solas  quiero 

hablar  a  este  caballero; 

así  sabré  la  verdad. 
pAustiNA.       Mi  triste  fin  ha  llegado.  [Aparte] 
Alejan.       Empezad  la  relación 

de  quién  sois  y  la  ocasión 


(i)     En    el    texto    orig. :    "estimar",    que    no    rima 
con  "saber". 

(2)    En  el  orig.:  "muerto",  por  errata. 


206 


LA   LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


que  a  este  caso  os  ha  obligado. 
Ricardo.         Primero   saber   intento 

con  quién  hablo. 
Aleja:^.  Sólo  digo 

que  como  al  mayor  amigo ; 

descubrid  el  pensamiento, 
que  mi  amistad  os  prometo. 
Ricardo.     ¿Y  es  robar  vuestro  ejercicio? 

¿Qué  le  importa  a  vuestro  oficio 

examinar  mi  secreto? 
Alejan.  Yo  no  os  obligara  así 

a  no  importar  a  los  dos, 

que  he  de  disponer  de  vos, 

y  quizá  también  de  mí, 
según  vuestra  relación, 

y  no  es  bien  que  en  la  sentencia 

vuestra  injusta  resistencia 

provoque  (i)  mi  indignación. 
Engañarme  o  ocultarlo 

no  intentéis,  pues  fácil  es, 

examinando  después 

esa   dama   averiguarlo. 
¿En  qué  dudáis?  Acabad. 
Ricardo.     O  tenéis  nobleza,  o  no; 

si  la  tenéis,  lo  que  yo 

debo  hacer  por  vos  juzgad; 
puesto  que  ha  de  pareceres 

a    vos    mismo    infame    acción, 

que  archivos  del  corazón 

os  fíe  sin  conoceros; 

y  si  no  sois  noble,  fuera 

cuanto  liviano  indiscreto, 

si  a  un  hombre  humilde  un  secreto 

importante    descubriera, 
y  así  resuelvo  callar. 
Alejan.      Es  vana  vuestra  porfía, 

pues  si  no  la  cortesía, 

la  fuerza  lo  ha  de  alcanzar. 
Ricardo.        La  fuerza  en  los  nobles  pechos 

no    tiene    jurisdicción, 

aunque  sude  al  corazón 

obligar  infames  hechos ; 
y   podrá  vuestro   rigor, 

si  lo  ejecutáis  en  mí, 

quitarme  Ja  vida,  sí, 

mas  no  manchar  el  honor. 
Alejan.  No   es  cuerda  vuestra   intención, 

si  lo  he  de  saber  aquí 

de  esa  mujer. 


(i)     En   el   orij 


'provocó'',   por   errata. 


Ricardo.  Eso   en  mí 

no  borra  la  obligación 

en  que,  por  ser  hombre,  estoy; 
que  no  es  justo,  por  temer 
que  ella  hará  como  mujer, 
no  hacer  yo  como  quien  soy. 

Alejan.  ¿Al  fin  os  determináis 

a  callar? 

Ricardo.  O  a  conoceros. 

Alejan.       Pues  en  el  pecho  he  de  veros 
lo'  que  en  el  alma  guardáis. 

{Saca  la  daga  y  ticnelo  Faustina.) 

Ricardo.         Matar éisme  por  honrado. 
Faustina.  Tened,  por  Dios,  el  acero,     ■ 
dadme  la  muerte  primero 
que  a  quien  la  vida-  me  ha  dado. 
Alejan.  Solamente  pretendí 

probar  tu   valor,   que   quiero 
por  amigo  verdadero 
elegirlo   desde  aquí.' 

Y  ya  lo  haré,   que   indiscreto 
no  será  quien  se   confía 
de  quien  la  vida  perdía 
por  no  decir  un  secreto. 

Dadme   como   caballero, 
gran  Ricardo,   que  bien  sé 
quién  sois,  ía  mano  y  la  fe 
de    que   perderéis   primero 

la  vida,   fama  y  honor, 
que  mi  amistad  quebrantéis, 
y  en  mí  un  amigo  tendréis ; 
puesto  que  soy  en  valor 

y  en  calidad  conocida 
igual  vuestro,  lo  merezco, 
cuando  lo  mismo  os  ofrezco 
y  empiezo  dándoos  la  vida, 

que  por  lo  menos  aquí 
ya  la  vida  nie  debéis, 
y  si  vos  me, la  ofrecéis 
es  que  no  podéis  aquí 

resistiros,  yo  os  la  doy 
en  no  pronunciar  mi  boca 
vuestra   muerte,    y   así    os    toca 
conocer   que   noble   soy. 
Ricardo.         Sin  conoceros  me  obligo, 
sí  es  así  que  sois  mí  igual, 
pues  no  puede  estarme  mal 
siéndolo,  a  ser  vuestro  amigo, 

y  más  habiendo   empezado 
con  darme  la  vida,  así, 


JORNADA    SEGUNDA 


207 


beneficio  que  por  sí 

solo  me  hubiera  obligado. 

Alejan.  Ten,  pues,  memoria,  Ricardo, 

de  lo  que  me  habéis  prometido, 
y  para  ser  conocido 
una  prenda  de  ti  aguardo. 

Ricardo.         Mira  como  no  es  igual 

tu  afición;  ¿no  he  de  saber 
quién  eres? 

Alejan.  No  puede  ser. 

Ricardo.     Luego  ha  de  ser  igual 

nuestra  amistad,  pues  a  mí 
me    conoces    tú,    ¿y    no    quieres 
que  conozca  yo  quién  eres  ? 

Alejan.       Xo  es  posible. 

Ricardo.  Ya  de  ti 

forrno   quejas,   pues   se   acorta 
tu  confianza  conmigo. 

Alejan.       No  me  declaro  contigo 

por  saber  que  a  ti  te  importa. 

Ricardo.         ¿Pues  cómo  puedo  quedar 
satisfecho,  si  tú  a  mí 
me  conoces,  y  yo  a  ti 
no  te  conozco? 

Alejan.  El  lugar, 

el  sitio  en  que  muchas  veces 
me  verás  viniendo  solo, 
y  deste  al  opuesto  polo, 
si  mi  amistad  favoreces, 

verás  que  yo  solo  puedo 
asegurar  tu  valor, 
ser  amparo  de  tu   honor, 
y  que  en  tu  defensa  quedo. 
Dame  la  prenda  que  pido, 
vaya   Faustina   conmigo, 
que  es  en  tan  penosa   calma 
la  que  más  desea  el  alma, 
y  después  no  seas  mi  amigo. 

Ricardo.     Esta  sortija  lo  sea, 

que  en  ella,  cuando  te  vea, 
serás  de  mí  conocido. 

Alejan.  Informarme  resta  ahora, 

Ricardo,  para  saber 
lo  que   en   esto  debo   hacer, 
¿dónde  dejaste  a  Teodora, 
cómo  libraste  a  Faustina? 

Ricardo.     ¿Tú  la  conoces?  Ya  es  cierto, 

que   cuando   me  hubieras   muerto 
fuera   piedad   más   benigna. 

Mas  pues  ya  el  caso  has  oído 
en  que  mi  delito  muestra. 


Alejan. 
Ricardo. 

Alejan. 


Ricardo. 


ya  la  fortuna  siniestra 
de  su  padre  habrás  sabido. 
Alejan.  Ya  la   sé. 

Ricardo.  Pues  obligado 

de  su  amor  y  la  esperanza 
de  ser  su  esposo,  si  alcanza 
tanto  bien  un  desdichado, 
la  llevo  donde  escondida, 
mudando  el  nombre  y  el  traje, 
del   Rey   airado  el   ultraje 
vía  (i)   su  inocente  vida. 
¿Y  tu  hermana? 

;  Qué  te  importa 
saber  della? 

Era  su  amiga, 
y  el  serlo  tanto  me  obliga 
a  preguntarlo.  Reporta 

el  alentado  valor. 
En  parte  segura  queda, 
porque  mi  padre  no  pueda 
ejecutar   su   rigor. 

Encerróle  en  su  aposento 
sin  armas,  con  que  la  ley 
no  ha  quebrantado  a  su  rey 
y  ha  cumplido  el  juramento. 
Alejan.  El  caso  mismo  es  testigo, 

Ricardo,   de  tu  verdad; 
y  pues  su  seguridad 
pretendes,  quede  conmigo 

Faustina  en  esta  montaña, 
donde  el  traje  mudará 
y  en  su  defensa  tendrá 
la  gente  que  me  acompaña. 
Faustina      ¿Qué  dices? 
Alejan.  Esto  ha  de  ser. 

Ricardo.     Antes  me  quita  la  vida. 
Alejan.      Aquí   está   más   defendida 

del  enemigo  poder. 
Ricardo.         No  lo  quiero  permitir, 
ni  te  agradezco  la  vida 
con  tal  pensión  concedida :  (2) 
o  he  de  llevarla,  o  morir, 

o  conocerte,  o  quedarme  : 
destos  medios  uno  escoge, 
pues   cuando   con  esto  enoje 
^     tu  sufrimiento,  es  matarme 
lo  más  a  que  tu  rigor 
puede   condenarme   aquí. 


(i)     Así  en  el  orig. :   quizá  deba  leerse  "salve". 
(2)     En    el    orig. :    "conocida",    por    errata. 


208 


LA  LEALTAD   EN   LA  TRAICIÓN 


y  vendrá  a  ser  éste  en  mí 
de  mis  males  el  menor. 

Alejan.  Podrás  en  la  voluntad 

de  Faustina  tu  ventura; 
si  ella  de  mí  se  asegura, 
¿tendrás  tú  seguridad? 

Ricardo.         Claro  está  que  si  le  he  dado 
la  vida,  y  me  tiene  amor, 
de  nadie  puedo  mejor 
que  della  estar  confiado. 

Alejan.  ¿Cumplirás  lo  que  ordenare 

su  libre  disposición  ? 

Ricardo.     Sí,  digo. 

Alejan.  ,      Pues  la  ocasión 

•    obliga  a  que  me  declare 

con  ella,  }   porque  procura 
en  esta  ocasión  mi  pecho, 
porque  estés  más  satisfecho, 
y  no  pienses  que  asegura 
Faustina  aquí  tu  recelo 
de   amenazas   inducida, 
temerosa  o  persuadida, 
sólo  quiero  que  sin  velo, 
y  sin  hablarla,  la  cara 
me    vea;    pero    tú    advierte 

(A  Faustina.) 

que  a  los  dos  he  de  dar  muerte 
si  tu  lengua  le  declara 
quién  soy. 

Faustina.  Fuerza  es  agradarte. 

Ricardo.     ¿  Quien  puede  ser,  cíelo  santo  ? 
¿  Quién  de  mí  se  encubre  tanto  ? 

(Aparte   Alejandro   a   Faustina.) 

Alejan.       Retírate  a  aquella  parte; 

y  tú  advierte :  si  al  instante 
que  qlla  dijere  que  sí 
le  está  bien  quedarse  aquí, 
replicas,  será  bastante 

ocasión  para  entender 
que  forzada  la  has  traído, 
y  si  ahora  agradecido 
estoy,  no  lo  vendré  a  ser. 
Descúbreme. 

Faustina.  La  ventura 

me  enloquece. 

Alejan.  Ahora  di 

a  Ricardo  sí  de  mí 
y   conmigo  estás   segura. 

Faustina.       Ricardo,  tu  amor  ardiente. 


si  un  Argos  que  me  guardara 

procurase,  no  lo  hallara 

mejor  que  el  que  está  presente. 

La  confusión  y  el  temor 
desecha,  pues  si  procuro  (i) 
pasar,   y   parte   seguro, 
pues    te   asegura   mi   amor. 
Ricardo.         ¿Quién  será  quien  tanto  pudo 
asegurarla?   ¿Y  quién   fuera 
tan  loco  que  concediera 
su  deshonor?  ¿En  qué  dudo? 

Ya  resistirme  será 
perder  la  vida. 
Alejan.  Con  esto 

no  hay  ya  qué  replicar,  supuesto 
que  palabra  diste  ya 

de   cumplir  lo   que   ordenare 
Faustina;  y  porque  partáis 
más  alegre  y  la  podáis 
ver  siempre  que  os  agradare, 

llevad  esta  banda  mía, 
y  cuando  volváis  a  vella 
a  esta   montaña,   por   ella 
os  tendrá  mí  compañía 

el  respeto  a  que  obligáis 
por  vos  y  por  mi  amistad. 
¡  Hola,  soldados,  llegad  ! 

(Salen  los   Salteadores  y   Malgesí.) 

Malgesí.     ¿Qué  mandas? 
Alejan.     .  Que  le  volváis 

a  este  noble  pasajero 

su  espada. 
Ricardo.  Todo  el  bien  mío, 

sin  saber  de  quién,  os   fío. 
Faustina.  No  temas,  pues  yo  te  quiero 

y  me  confieso  obligada. 
Malgesí.     A  buen  precio  la  lleváis, 

pues  que  la  moza  dejáis; 

tomad,  hidalgo,  la  espada. 
Ricardo.         ¿Hay   confusión   cual   la  mía? 

A  esta  montaña  vendré 

con  gente,  y  la  gozaré. 
Faustina.  Vuélveme  a  ver  cada  día. 
Ricardo.         ¿Ausente  de  ti,  me  pides 

que  vuelva  a  verte,  y  contigo 

dejo  el  alma? 
Alejan.  Adiós,  amigo, 

y   mira   bien   que   no   olvides 


(i)     Así  en  el   texto:    quizá   "que  así   procuro". 


JORNADA   TERCERA 


209 


FlLIPO. 

\'alerio. 


Felipo. 


I 


en   mi   fe   tu   obligación. 
Ricardo.     Ni  tú  la  fidelidad 

prometida. 
Alejax.  En  mi  amistad 

soy  P'itias  (i). 
Ricardo.  Yo  soy  Damón. 

{J'anse.) 


JORNADA  TERCERA 

(Sale   el   Rey    y    Valerio.; 

¿Dónde  le  dejáis? 

Señor, 
en  su  quinta  preso  queda ; 
embargados  los  papeles 
y  con  guardas. 

Bien  emplean 
los  vasallos  el  valor  (2) 
de  sus  padres  las  ofertas, 
si  cuando  el  rey  necesita 
para  conservar  la  iglesia, 
para  engrandecer  los  reinos, 
porque   el   contrario   no   pueda, 
deshonorando  murallas, 
poner  contrarias  banderas, 
del   amparo   del   vasallo 
que  el  vasallo  inútil  sea, 
resignando  ambición  loca 
en  acobardar  fuerzas, 
pues  no  es  justo. 

(Sale   un   Criado.) 

Gran   señor, 
en  este  memorial  deja 
Tebandro,  con  su  disculpa, 
el  castigo  a  Vuestra  Alteza. 
Dice  que  le  mires  bien, 
y  suplícate  que  leas 
a  solas  estos  renglones, 
y  su  cumplimiento  adviertas. 
Retiraos. 

¿Qué  puede  ser? 
Sin  duda  en  mi  causa  mesma, 
}•  en  ofensa  de  mi  hijo 
vienen  las  infaustas  letras. 
(Apártese   Valerio.) 


'Criado. 


FlLlPO. 

\'alkrio. 


FlLIPO. 


FlLIPO. 


Valerio. 

FlLIPO. 


Valerio. 

FlLIPO. 


Valerio. 

FlLIPO. 


(i)     En  el  orig. :   "Piaras",  por  errata. 
(2)     Faltan   aquí    versos. 


Valerio. 


FlLIPO. 


V^ALERIO. 
FlLIPO, 


(Lee.) 

"Vuestra   Majestad   ordene 
como  yo   a   solas   le  vea, 
si  un  caso  saber  desea 
que   a   su   servicio   conviene. 

TcbandroJ' 
¿  Qué  es  esto,  papel  extraño, 
que  aún  segura  mi  cabeza 
no  está  destas  confusiones  ? 
¿  Que  en  mis  vasallos  hay  muestra 
de    conspiración    contraria, 
que  aun  matando  (i)  la  cabeza 
de  la  traición,  como  hidra, 
renacen  siete  cabezas  ? 
Valerio. 

Señor. 

Escucha. 
¿  No  es  la  montaña  que  encierra 
los  jabalíes  y  venados 
una  que  a  la  parte  mesma 
confina  con  esta  quinta 
do  Tebandro  preso  queda? 
Sí,   señor. 

Pues  divertirme 
quiero,  que  una  fuente  bella 
entre  guijas  y  esmeraldas 
con  risueña  voz  alegra 
en  este  bosque,  y  la  caza, 
como  imagen  de  la  guerra, 
divertirá  mi  persona 
ocupado  en  la  fiereza. 
Apercibid  los  monteros. 
Voy   al   punto. 

¿  En  qué  se  emplea 
Ricardo,  que  no  lo  veo? 
¿En  qué   su  valor   se  muestra, 
pues  no  asistiendo  a  su  rey 
da  de  su  lealtad  sospecha? 
¿  Es  acaso  enamorado  ? 
No   sé   yo   que   pasión  tenga 
mas  de  servir  a  su  rey, 
como  su  lealtad  enseña. 
Haced  que  salga  mañana 
conmigo  a  caza,   que   en  muestras 
de  la  lealtad  que   le   debo, 
quiero  que  montero  sea 
mayor. 

Será  vuestro  esclavo. 
Asista  a  vuestra  presencia 


(i)     En    el    orig. :    "mirando",    por    errata. 


14 


210 


LA  LEALTAD  EN  LA  TRAICIÓN 


Valerio. 
Criado. 

FlLIPO. 

Correo. 

FlLIPO. 

Correo. 

FlLIPO. 

Correo. 

FlLIPO. 

Correo. 

FlLIPO. 

Correo. 


FlLIPO. 


Alberto. 

FlLIPO. 


conmigo ;  mucho  os  estimo. 
Serviros  es  mi  nobleza. 

(Vase.) 
El  que  llevó  por  el  reino 
la  provisión,   ahora  llega, 
y  dice  que  hablarte  a  solas 
quiere,  que  importa  a  Su  Alteza. 
Entre;   retiraos  aparte. 
(Vase  y  sale  el  Correo.) 
Humilde    estas   plantas   besa 
este  correo  de  a  pie. 

¿Quién  sois: 
Yo  tuve  una  suegra, 
hermana  de  x\rias  Gonzalo.     ' 
Humor  tenéis;  ¿de  qué  cepa 
sois? 

Señor,  !a  moscatel 
es  mi  madre,  pues  en  ella 
hallo  el  licor  más  suave. 
Decís   vuestra   descendencia, 
¿o  decís  a  qué  venís? 
Que  en  esta  montaña  espesa, 
si  no  me  engaño,  he  hallado 
un  ladrón  con  tal  nobleza 
que  me  dejó  pasar  libre, 
y  es  Alejandro. 

Oye,  espera, 
pues  ¿en  qué  lo  conociste? 
En  la  voz,  que  él  solo  era, 
de  todos  los  salteadores,  • 
quien  con  la  cara  cubierta 
me  hablaba  y  me  preguntaba, 
y  no  quiso  que  rompieran 
los  pliegos,   diciendo :   "Al  Rey, 
aun   los   ladrones   respetan, 
vete  en  paz" ;  y  así  en  la  voz 
digo  que  Alejandro  era 
el  que  con  luia  cuadrilla 
§n  estos   montes   saltea. 
Ven   con   secreto   conmigo, 
y  enseñarásme  la  sierra, 
y  lá  parte  donde  asiste. 
¡  Alberto ! 

Señor. 

Prevengan 
mi  guarda,  y  vengan  tras  mi, 
advirtiéndoles  que  sea 
a  la  quinta  de  Tebandro. 
Ven  conmigo ;  el  cielo  quiera 
que  este  traidor  a  mis  manos 
para  su  castigo  muera. 


(Vanse  y  sale  Valerio  solo.) 

Valerio.         ¿Qué  me  queréis,  confusiones, 
peligros,  dificultades? 
Opuestas  a  mis  lealtades 
de  mis  hijos  las  traiciones, 

que  al  fin  se  han  de  descubrir, 
y  en  llegándose  a  saber, 
según  la  afrenta,  ha  de  ser 
la  menor  pena  morir. 

Encerróme  en  mi  aposento, 
sin  armas,  porque  no  diera 
muerte   a   Faustina,  o   prendiera. 
¿Quién  vio  tan  vil  pensamiento? 

i  Cuan  justamente  me  aflijo, 
pues  si  pretendo  ausentallo, 
el   medio   mejor   que   hallo 
es  darle  muerte  a  mi  hijo! 

Y  bien  él  mismo  advertido 
que  es  este  el  medio  mejor,  (i) 
a  mis  ojos  se  ha  escondido, 

después  que  ausentó  de  mí 
a  Faustina  ya  Teodora. 

(Sale  Ricardo  solo.) 

Ricardo.     ¿Cómo  es  posible,  señora, 
vivir   ausente   de   ti  ? 

Mas  mi  padre  es  éste,  cielo. 
¿  Si  me  ha  visto? 

Valerio.  Oye,  Ricardo, 

tente,  escucha. 

Ricardo.  No  te  aguardo, 

porque   tu   furia  recelo. 

\'alerio.         ¿En  qué  temes  mis  castigos? 

¿Qué  intentan,  di,  tus  extremos? 
¿  Quieres  que  venganza  demos, 
hijo,  a  nuestros  enemigos? 

Ricardo.         No,  padre,  pierde  el  temor, 
que  Faustina  está  ya  en  parte 
donde  puede  asegurarte, 
que    no    publique    mi    error. 

Valerio.         Esto  está  bien;  mas  advierte 
que  hay  una  gran  novedad : 
que   amenaza   tu   lealtad, 
cierta  infamia  y  justa  muerte. 

Ricardo.        Di  cómo,  no  te  detengas. 

Valerio.     Escucha  atento  y  sabrás, 

hijo,   el    peligro   en    que   estás, 
porque  el  remedio  prevengas.  (2) 
Llegué  a  prender  a  Tebandro, 


(i)     Falta   un   verso  después   de   éste. 

(2)     En  el  orig. :   "pregnintas",  por  errata. 


JORNADA    TERCERA 


211 


que  el  Rey,  que  mil  años  viva, 

indignado  con  razón 

de  su  insaciable  avaricia, 

me  mandó  que  examinase 

con  rigurosa  visita 

cómo  procedió  en  el  tiempo 

que  fué  el  gobierno  de  Hungría. 

Amenazóme    soberbio, 

diciendo  que  no  le  oprima, 

si  3-0  su  opinión  destruyo, 

a  que  él  destruya  la  mía. 

Mira  en  qué  me  has  puesto ;  mira, 

si  acaso  del  te  fiaste, 

tu  imprudencia  y  mi  desdicha. 

Yo  fingiéndome  ignorante, 

sabe  Dios  con  qué  agonía, 

ejecuté  con  rigor 

el  oficio  de  justicia; 

mas  temiendo  que  si  estaba 

preso  en  la  ciudad  tendría, 

comodidad  (i)  de  poder, 

da;-  efecto  a  su  malicia, 

fingiendo  ■  que  para  hacerle 

bien  el  cargo  convenía 

apartado  de  la   corte, 

le  di  por  prisión  su  quinta. 

Pues  hoy  leyendo  Su  Alteza 

un  memorial,  no  lo  fía 

de  mí  como  los  demás, 

con  que  a  sospechar  me  obliga 

que  es  contra  tí  y  de  Tebandro ; 

porque  la  conciencia  misma, 

según  las  culpas  que  tiene, 

los  temores  acredita. 

Tras  esto  me  preguntó 

Su  Alteza  dónde  tenía 

preso  a  Tebandro,  y  apenas- 

le  respondí  que  en  su  quinta, 

cuando  me  mandó  que  luego 

sus  monteros  aperciba, 

para  ir  al  campo  mañana, 

con  que  mi  temor  confirma 

de  que  con  esta  ocasión 

el  Rey  verse   solicita 

con  mi  enemigo  Tebandro, 

y  que  él  tu  traición  le  diga. 

Dio  más    fuerza  a  mí   sospecha 

ver  que  en  esta  ocasión  misma 

Su  !Maj  estad  te  culpó 


Ricardo. 

\'alerio. 
Ricardo. 


Valerio. 


Ricardo. 
Valerio. 


Ricardo. 
A^'alerio. 
Ricardo. 


Valerio. 
Ricardo. 


de  que  a  sus  ojos  no  asistas, 
y  me  mandó  expresamente, 
Ricardo,  que  te  aperciba, 
de  su  parte,  que  al  salir 
mañana  al  campo,  le  sigas. 
Esta  es  la  ocasión,  esta  es, 
de  que,  como  ves,  me  aflija; 
estas  las  sospechas  son 
que   causan  las  ansias  mías. 
Tú  que  la  ves,  y  que  sabes 
dónde  tienes  a  Faustina, 
y  lo   que   deste  secreto 
sabe  Tebandro,  fabrica 
el  remedio,  porque  yo, 
pues  que  de  mí  no  te   fías, 
mal  puedo,  ignorando  el  mal, 
aplicar  la  medicina. 
¿  Que  te  amenazó  Tebandro, 
con  que   mi  traición  diría? 
Sí,  Ricardo. 

Pues    ¿  por   qué, 
padre,  la  ocasión  no  evitas? 
¿  Por  qué  le  aprietas,  si  está 
en  tus  manos  la  justicia? 
Porque  no  hay  otro  vasallo 
en   todo   el   reino   de   Hungría 
que  al  Rey  pueda  socorrer 
en   ocasión  tan  precisa. 
Y  así  es  forzoso  apretar 
a  Tebandro,  y  por  la  misma 
razón  que  me  ha  amenazado, 
a  más  rigores  me  incita, 
por  pagar  así  sospechas 
de  mi  culpa  y  su  malicia. 
Pues  yo  parto  a  prevenir 
el  remedio  al  punto. 

^Iira 
que  has  de  acompañar  mañana 
a  Su  Alteza,-  que  le  obligas 
a  recelos  con  tu  ausencia. 
Los  temores  me  retiran. 
Montero  mayor  te  ha  hecho. 
Pues   en   su   presencia   misma 
has  de  conoc'er  quien  soy ; 
parte  seguro  a  la  quinta. 
Advierte  bien  lo  que  haces, 
^li  valor  conoces;  fía 
que  lo  remedio,  o  no  vuelvo 
a  tus  ojos  con  la  vida. 


(i)     En   el   orig. :    "como   deydad",   por   errata. 


(Vaiise.) 


212 


LA   LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


{^Salen    los    Salteadores    y    Faustina    en    hábito    de 
hombre.) 

Malgesí. 
El  traje  de  varón  te  está  de  suerte, 
que  lo  desmiente  tu  hermosura. 

Faustina. 
¿  Lisonjas? 

Malgesí. 
No,  por  Dios,  y  está  segura 
que  si  fuera  posible  que  adorara 
por  sacra  imagen  de  beldad  tu  cara. 

Faustina. 
Estimo  este  favor. 

Alejandro. 
Ven  caminando  (i) 
{Vanse  entrando,  y  se  viene  Alejandro  o  Faustina.) 
la  noche;  mientras  el  alba  va  pasando,  (2) 
déjalos  alejar,  y  caminemos 

los  dos  hacia  la  quinta  de  Tebandro. 

Faustina. 

Pues  dime  qué  pretendes,  Alejandro. 

Alejandro. 

Comunicar  con  él  y  aconsejarme 
de  lo  que  puedo  hacer  para  librarme 
del  Rey;  que  entre  ladrones  nuestras  vidas 
con  justa  causa  tengo  por  perdidas. 

Faustina. 

Bien   dices. 

Alejandro. 

•     Di,  Faustina,  ¿qué  hará  ahora, 
creyendo   que   soy   muerto,   mi   Teodora? 

Faustina. 
Deshecha   en  llanto  y   fuego  que  la  abrasa, 
ya  estará  muerta. 

Alejandro. 

El  alma  me  traspasa ; 
¡  Quién  la  viera !  Faustina,  por  tu  Anda, 
que  es  de  ti  Teodora  tan  querida, 
que  con  esa  ocasión  hagas  de  suerte 
que  la  traiga  Ricardo  para  verte. 

Faustina. 
Yo  lo  haré. 


(i)     Así    en    el    orig. :    quizá    deba    ser    "Va    cami- 
nando". 

(2)     Verso  largo.  Quizá  sobra  la  ese  de  "mientras". 


Alejandro. 
Gente  viene;  miestras  pasa, 
detente,  que  la  noche  y  la  espesura 
de  que  no  nos  verán  nos  asegura. 

(Salen  Tebandro   y   Ricardo.) 

Tebandro.       ¿Dónde  a  Faustina  tenéis? 

Alejan.       Escucha,  que  hablan  de  ti. 

Ricardo.     Yo,  Tebandro,  os  traigo  aquí 
a  lo  que  ahora  veréis ; 

ni  Faustina  no  os  aguarda  (i) 
ni  a  Ricardo  le  están  bien 
fiar  el  alma  de  quien 
tan  mal  un  secreto  guarda. 
De  prisión  os  ha  sacado, 
Tebandro,  mi  autoridad, 
que  me  dio  esta  potestad 
el    ser  hijo  del  privado. 

Y  engallado  os  he  traído 
para  que  aquí  a  vuestra  vida 
ponga   de   la    fe   rompida 

la  pena  que  ha  merecido. 
Faustina.       Ricardo  y  Tebandro  son. 
Tebandro.  ¿Yo,  Ricardo,  quebranté 

el   secreto,  yo  la   fe? 
Ricardo.     Cuando  a  hacer  vuestra  prisión 
fué  mi  padre,  amenazaste 

con  mi  muerte  y  deshonor, 

de  la  justicia  el  rigor, 

y  saber  le  declaraste 

la  traición  que  en  defender 

a  Faustina  cometí. 
Tebandro.  Yo  no  dije  cosa  así 

con  que  llegase  a  romper 
el  secreto  y  fe  jurada. 

Que  a  Valerio  amenacé 

es  verdad,  pero  no  hablé 

palabra  allí  señalada 
de   Faustina. 
Ricardo.  En  casos  tales 

también  ofende  el  preceto 

y  religión  del  secreto 

publicarlo  por  señales. 

Y  puesto  que  amenazarme 
con  decirlo  habéis  llegado, 

de  vos  me  habéis  obligado 
justamente  a  recelarme; 

que   en   casos   de   tanto   peso, 
la  prudencia  verdadera 


(i)     En  el  orig.:  "agrada",  por  errata. 


JORNADA    TERCERA 


213 


a  la  sospecha  primera 
remedia  el  postrer  suceso. 

{Saca   la   espada.) 

Alejax.  Tente,  Ricardo. 

Ricardo.  ¿Quién  es? 

Alejax.       Soy  quien  la  vida  te  di; 

mira  este  anillo. 
Ricardo.  De  ti 

no  espero,  amigo,  que  des 
favor  a  quipn  me  ha  ofendido, 

y  a  quien  con  sola  su  muerte 

mi  vida  asegura. 
Alejax.  Advierte, 

puesto  que  el  caso  entendido, 
que  me  es  fuerza  defenderlo. 
Ricardo.     Y  a  mí  me  es  fuerza  matarlo. 
Faustina.  ¡  Ay  de  mí ! 
Alejax.  Xo  has  de  alcanzarlo, 

que  yo  te  impido  el  hacerlo. 
Si  tu  vida  importa,  yo 

debo  a  Tebandro  la  mía, 

y  así  ingratitud  sería 

no  darla  a  quien  me  la  dio. 
Que  soy  tu  amigo  es  verdad, 

mas  advierte,  (i)    es  razón, 

que  a  él  le  tuve  obligación 

primero  que  a  ti   amistad, 
^las  yo  quiero  dar  un  medio 

por  que  a  los  dos  satisfaga, 

que  a  su  obligación  es  paga 

y  es  a  tu  vida  remedio. 
Ricardo.         ;  Cómo  ? 
Alejax.  Arriesgando  la  mía 

para  su  seguridad. 
Ricardo.     Dílo,  pues. 
Alejax.  De  mi  amistad 

y  de  mí  valor  confía, 
y  déjame  hablar  a   solas 

con  Tebandro. 
Ricardo.  Pues  me  anegan, 

¿por   qué   a   matarme   no    llegan, 

de  mí  confusión  las  olas? 
Faustixa.       Ricardo  del  alma  mía. 
Ricardo.     Hermoso  cielo  que  adoro, 

y  aquí  confusiones  lloro 

donde    tu    estrella    me    guía. 
Tebaxdro.       Ale  i  andró. 


Alejax.  Calla,  espera, 

que  no  quiero  declararme. 
Tebandro.  ¿Quién,  si  no  tú,  pudo  darme 

la  vida?  ¿Quién  tal  creyera? 
Alejax.  ¿Por  qué  rompiste  a  Ricardo 

el  secreto  prometido  ? 
Tebaxdro.  Pretender  tu  bien  ha  sido 

la  ocasión,  si  no  le  ¿uardo. 
Alejax.  ¿  Cómo  ? 

Tebaxdro.  El  tesoro  que  tengo 

a  Filipo  le  ha  enojado, 
porque  con  él  de  tu  estado 
la  restauración  prevengo; 

y  viendo  que  es  rigoroso 
juez    Valerio    conmigo, 
y  que  mi  mortal  castigo 
cierto  ha  de  ser  y   forzoso, 
y  de  mi  valor  confía,  (i) 

Usé  de  medio  tan  fuerte, 
porque   su   furia  enfrenara, 
como  enseñarle  la  cara 
de  la  afrenta  y  de  la  muerte 

de  su  hij  o ;  más  allí 
no   declaré   su   delito, 
que  ni   hacerlo   solicito 
ni  bien  me  estuviera  a  mí, 

puesto  que  en  daño  vendría 
de  Faustina  a  resultar, 
a  quien  doy  tanto  lugar.   (2) 

Este  es  el  caso,  y  mi  intento 
es  éste;  si  injusto  ha  sido, 
juzga  si  en  él  te  he  servido 
y  dime  tu  pensamiento. 
Alejax.  Como  debo  te  agradezco 

esa  firme  voluntad; 
mas,  Tebandro,  la  amistad 
con   que   a   Ricardo   me   ofrezco 

me   obliga   a   que   le   asegure 
de  ti,  porque  no  es  razón 
faltar  a  su  obligación 
aunque   tu   vida   procure; 

y  así  te  quiero  avisar, 
que  si  le  rompes  (3)  la  ley 
del   secreto  contra  el   Rey, 
lo  tengo  yo  de  vengar 

aunque  me  cueste  la  vida, 
descubriéndole   que    fuiste 


(i)     Así  en  el  ms. :  quizá  estaría  mejor  "mas  que 
adviertas    es    razón". 


(i)     Verso  suelto  entre  dos  redondillas.   Deben  de 

faltar  los  otros  tres. 

(2)  Falta   un   verso   después   de    éste. 

(3)  En   el   orig. :    "rompo   es",   por   errata. 


214 


LA  LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


tú  quien  a  mí  me  la  diste; 
pues  ya  mi  fe  agradecida 

con  lo  que  ahora  te  he  dado 
te  paga  la  que  te  debe. 

Tebandro.  En  tu  provecho  te  mueve 
poco  la  razón  de  estado. 

Alejan.  Guardar   ley   a   toda   ley, 

que  haciendo  lo  que  debemos 
a  Ricardo  obligaremos, 
que  es  la  privanza  del  Rey; 
}■  con  fortuna  tan  corta, 
Tebandro,  no  hay  que  tratar 
ya  del  reino;  asegurar 
las  vidas  es  lo  que  importa. 

Tebandro.       Basta;  tuyo  soy,  de  mí 
puedes,  señor,  disponer. 
Pues  oye  lo  que  has  de  hacer. 


Alejan. 


{Aparte    Faustina    y    Ricardo.) 


Faustina.  Esto  merezca  de  ti, 

Ricardo,  el  amor  que  sabes 
que  tuve  siempre  a  Teodora. 

Ricardo.     Prueba  el  pecho  que  te  adora 
en  casos,  mi  bien,  más  graves; 
mas  dime,  mi  bien,  por  Dios : 
¿quién  es  el  que  te  acompaña 
y  quién  en  esta  montaña 
guarda  tu  honor? 

Faustina.  A  los  dos 

importa  no  declararte 
quién  es;  sólo  te  aseguro 
que  puedes  vivir  seguro 
de  mi  amor  y  de  su  parte. 

Pero  mi  palabra  empeño, 
si  traes  al  monte  tu  hermana, 
que  has  de  conocer  mañana 
de  tu  confusión  el  dueño. 

Ricardo.         A  cazar  viene  mañana 
Su  Alteza,  y  con  ocasión 
de  aliviarle   la   pasión 
melancólica  a  mi  hermana, 
a  estos  montes  la  traeré 
a  ver  la  caza,  y  con  esto 
a  buscarte  en   este   puesto 
con  ella  me  apartaré. 

Y  cumpliré  desta  suerte 
dos  deseos,  que  te  adora, 
si  tú  la  quieres,  Teodora, 
y  muere  también  por  verte. 

Alejan.  Ricardo,  ya  vuestro  pecho, 

si  de  mi  fe  se  confía. 


Ricardo. 

Tebandro. 


Alejan. 
Tebandro 

Alejan. 


Tebandro 

Ricardo. 
Alejan. 


del    recelo    que    tenía 
puede   quedar  satisfecho. 
Tened  cierta  confianza 
de  que  Tebandro  no  exceda 
de  su  obligación,  pues  queda 
por  mi  cuenta  la  venganza. 

Y  si  la  fe  prometida 
quebrantare,  yo  os  prometo 
descubriros  un  secreto, 

que   le   cueste  honor   y   vida. 

Y  porque   desta  verdad 
os  aseguréis,  yo  quiero 
socorrer  con  el  dinero 
que  pide  Su  Majestad. 

Que  Tebandro  por  no  ver 
descubierto  su  secreto 
me  lo  ofrece,  y  deste  efecto 
podéis,   Ricardo,   entender 

cuánto  le  va  en  que  se  encubra, 
}•  cuan  seguro  estáis  ya 
de  que  el  vuestro  callará 
porque  el  suyo  no  descubra. 

¿Venís  en  esto,  Tebandro? 
A  todos  importa  así; 
que  tanto  poder  en  mí        [Aparte.] 
tiene   el   amor    de   Alejandro. 

Cumple  io  que  has  prometido. 
La  vida  ofrezco  a  los  dos 
en  prendas. 

Con  esto,  adiós, 
que  ya  se  han  desvanecido 

a  los  rayos  de  la  aurora 
sombras  de  la  noche  'fría. 
,  Queda  adiós,  Faustina  mía. 
{Vase). 

Dadme  los  brazos  }'  adiós. 
El  alma  os  doy  con  los  brazos. 


{Abrázanse,  y  tiene  aparte  Ricardo  a  Alejandro  con 
los  brazos.) 

Ricardo.     Primero  que  destos  lazos 

nos  apartemos  los  dos, 
si  os  ofendo,  perdonad, 

que  os  tengo  de  conocer. 
Alejan.       Obligaréisme  a  perder 

el  decoro  a  la  amistad. 
Faustina.       Mira  que  no  te  está  bien. 
Ricardo.     No  me  puede  estar  peor 

que   fiar  vida  y  honor, 

y  no  conocer  de  quién. 
{Quítale    la   máscara.) 


JORNADA    TERCERA 


215 


I 


Faustixa.      La  máscara  le  quitó. 
Ricardo.     ¿Qué  es  lo  que  mirando  estoy? 

¿Es  Alejandro? 
Alej.\n.  Yo  soy; 

vida  Tebandro  me  dio 

con  un  engaño,  que  nada 
he  de  encubriros  aquí, 
pues  me  conocéis  a  mí, 
y  en  esto  tengo  fundada 

de  su  secreto  la  llave 
porque  el  Rey  lo  ha  de  saber, 
fué  vuestro,  quiero   romper. 
Ricardo.     ¡Qué  bjen  dijisteis!;  más  grave 

pena,   mayor   confusión 
causa  en  mi  pecho  el  llegaros 
a  conocer  que  el  fiaros 
antes  desto  el  corazón. 

Una  y  otra  fuerte  ley 
contrarias  luchan  conmigo, 
o  ser  infiel  a  un  amigo, 
o  ser  traidor  a  mi  Re}'. 

Pero  si  ya  en  defender 
a  mi  Faustina  lo  he  sido, 
a  quien  todo  lo  ha  perdido, 
¿qué  le  queda  que  perder? 

Mas  esto  puede  el  amor, 
)'•  el  ser  mujer  disculpallo, 
y  en  lo  segundo  no  hallo 
disculpa  de  ser  traidor. 
Alejax.  Ricardo,  el  justo  cuidado 

que  os  suspende  he  conocido, 
mas  lo  que  habéis  prometido 
os  tiene  tan  obligado, 

que  no  hay  que  dudar:  cumplirme 
la   palabra  es   justa  ley, 
aunque  a  la  lealtad  del  Rey 
os  obligue  a  descubrirme. 

Demás,  que  vos  prometisteis 
perder  la  vida  y  honor 
antes   de  ser  transgresor 
de  la  palabra  que  disteis. 

Y  así   fué  en  promesa  igual 
la  lealtad  comprendida 
si  es  el  honor  y  la  vida 
lo  que  obliga  a  ser  leal. 
Ricardo.         Alejandro,  no  aleguéis 
nuevas  razones,  que  así 
de  la  palabra  que  os  di 
la  confianza  ofendéis. 

Mire  el  noble  recatado 
lo  que  ofrece  antes  que  darla, 


que  después,  para  guardarla, 

no  hay  más  ley  que  haberla  dado. 

Estad,  Alejandro,  pues, 
seguro  de  que  la  suerte 
nos  ha  de  dar  una  muerte 
o  una  vida  a  todos  tres. 

Alejan.  Las  muestras  están  seguras 

con  el  poder  que  gozáis, 
pues  en  la  privanza  estáis; 
y   si  nuestras  desventuras 

probando  nuestra  inocencia, 
no  hallan  piedad  con  la  ley, 
disculpándoos  con  el  Re} 
sufriremos  la  sentencia. 

Tebandro  en  su  quinta  espera; 
ve  por  tu  hermana,  que  allí 
ha  de  ver  el  Rey  en  mi 
la  lealtad  más  verdadera. 

Ricardo.         Pues  yo,  con  piedad  benigna, 
hasta  el  alma  en  sacrificio 
ofrezco  en  vuestro  servicio. 

Faustixa.  Tuya,  Ricardo,  es  Faustina. 

{Vanse,  y  sale  el  Rey,  Celio,  de  caza,  y  el  Correo.; 
Este   es   el   monte. 


LORREO. 
FlLIPO. 

Correo. 


Callad, 
y  dad  aviso  a  mi  gente. 
El  cielo  tu  vida  aumente. 

{Vase.) 


FlLIPO. 

En  la  maleza  esperad. 

Celio. 

Confuso  y  dudoso  voy; 

¿qué   quiere   tratar   conmigo 

Su  Alaj estad? 

FlLIPO. 

CeHo  amigo... 

Celio. 

Señor,  deseando  estoy 

que  me  digáis  a  qué  efeto 

te  has  querido  retirar 

de  tu  gente. 

FlLlPO. 

Para  hablar 

a  Tebandro  con  secreto; 

parte  a  su  quinta,  y  con  esta 

sortija  de  la  prisión 

le  saca,  y  esta  intención 

a  solas  le  manifiesta. 

A  la  orilla  desta  fuente 

' 

os  espero,  y  procurad 

venir  por  la  soledad, 

sin  ser  visto  de  mi  gente. 

Celio. 

.  Yov  a  servirte. 

{Vase). 


216 


LA   LEALTAD   EN   LA  TRAICIÓN 


FiLiPO.  Yo  quiero 

en  tanto  aquí  descansar, 
donde  pretende  besar 
con  halago  lisonjero 

al   siempre  verde   laurel 
la  planta  el  agua  risueila, 
que  pues  Dafne  el  Sol  desdeña, 
podrá  defenderme  del, 

y  con  mi  gente  cercar 
este  monte;  y  Alejandro 
ha  de  morir,  y  Tebandro 
mi  rigor  ha  de  probar. 

Mas,  ¿qué  gente  es  esta,  ciclo? 
Su  traje  muestra  que  son 
salteadores,  de  traición 
me  causa  justo  recelo. 

Ya  no  es  posible  evitallo, 
aunque  defenderme  intente, 
que  es  mucha  y  armada  gente, 
y  han  (i)  conocido  el  caballo. 

Pero,  ¡  qué  miro  ! :  con  ellos 
Ricardo  y  Teodora  vienen 
y  según  muestran,  no  tienen 
pensamientos  de  ofendellos. 

Mas  aunque  el  ser  tan  leal 
Ricardo,  ya  me  asegura, 
pues   me   oculta   la   espesura 
deste  intrincado'  jaral, 

cordura  es  no  aventurarme. 
El  escuadrón  bandolero 
ha  enfrenado  el  paso;  quiero 
de  su  intención  informarme. 

{Escóndese,  y  sale  Teodora,  Alejandro,  y  Faustina, 
y   Ricardo  y   todos.) 

Teodora.         El  caballo  es  de  Su  Alteza. 

Alejan.       ¿  Pues  cómo  tan  apartado 

de  su  gente  se  ha  emboscado 
el  Rey  en  esta  aspereza? 

(Habla  Malgesí   con  los   Bandoleros.) 

Malgesí.         Por  aquí  está  el  Rey;  oíd, 
amigos,    que   esta    ocasión 
me   da  una  imaginación 
sutil  y  heroica. 

Salt.  i. o  Decid. 

Malgesí.         Guardar  la  vida  es  acción 
digna  de  merecimiento, 
y  en  el  perderla  no  siento 
valentía,  en  mi  opinión. 


(i)     En  el  texto:  "y  me  han",  que  alarga  el  verso. 


El  caballo  de  Su  Alteza 
hemos  cogido  en  el  valle, 
y  así  es  fuerza  que  a  buscalle 
venga  toda  su  nobleza. 

Y  aquí  habéis  de  ver  en  mí 
que  con  una  industria  fuerte 
os  libro  a  todos  de  muerte. 
Salt.  i.°      Dlncs  el   cómo. 
Malgesí.  Advertí. 

Ricardo.         En  gran  confusión  me  hallo ; 
solo  está  cerca  de  aquí 
el  Rey,  que  lo  muestra  así 
estar  solo  su  caballo. 

Lejos  están  sus  monteros, 
y  temo  alguna  traición, 
porque  no  sin  ocasión 
con  todos  los  bandoleros, 

contra  su  costumbre,  ahora 
que  el  Rey  al  campo  ha  salido, 
Alejandro  prevenido 
discurre  el  monte.  ¡  Ah,  Teodora, 

qué   imprudente   error  he   hecho 
en  traerte  a  esta  ribera ! 
i  Pluguiera  a  Dios  que  me  hubiera 
muerto  la  voz  en  el  pecho  ! 

Mas,  ¿cómo  he  de  saber 
de  Alejandro  su  intención, 
y  si  en  aquesta  ocasión 
contra  el   Rey  quiere  romper 

la  fe  jurada  a  mi  honor? 
¿Le  he  de  matar?  Mi  Faustina, 
perdona,  que  más  me  inclina 
la  lealtad  que  no  el  amor. — 

Dejadme   (i)    que   os   pregunte 
cuál  ha  sido  la  ocasión 
que    al    bandolero    escuadrón 
ha  obligado  que  hoy  se  junte; 

no  siendo  en  ninguna  hazaña 
costumbre  alguna  juntarse, 
sino  antes  separarse. 
Alejan.       ¿Es   esta  ocasión  extraña? 

Temerosos  de  encontrarse 
con  los  monteros  del  Rey, 
rompiendo  su  antigua  ley 
determinaron  juntarse. 
Salt.  i."        Industria  será  notable, 

pues  libramos  con  su  muerte, 
si  viene  en  ello  la  suerte, 
i  Qué  vida  tan  miserable 


(i)     En    el    orig. :    "Decidme"',    por    errata. 


JORNADA    TERCERA 


217 


que  traemos !  Nuestro  intento 
en  nombre  de  todos  di 
a  Alejandro,  Malgesí. 

Malgesí.     Alejandro,  escucha  atento. 
Bien  sabes  que  la  piedad, 
la  amistad  y  el  fuero  hidalgo 
de  compañeros   fieles, 
que  al  admitirte  juramos, 
con  cuantos  en  estos  montes 
habitamos,  pudo  tanto, 
que  despreciando  del  Rey 
la  indignación  y  el  mandato, 
que  amenaza  a  cuantos  dieren 
a  los  de  tu  sangre  amparo, 
y  promete  a  quien  los  prenda 
o  los  mate  premios  largos, 
no  hemos  querido  ponerte 
preso,  ni  muerto  en  sus  manos; 
mas  ahora  que  la  suerte 
y  la  ocasión  convidando 
nos  está  con  la  ventura, 
no  queremos  serle  ingratos. 
El  Rey  conforme  se  arguye 
de  hallar  aquí  su  caballo 
presas  de  un  tronco  las  riendas, 
se  oculta  en  el  breve  espacio 
deste  jaral,  que  podemos 
cercar,  pues  que  somos  tantos, 
y  ha  de  ser  cierto  el  hallarle 
tan  solo  y  tan  apartado 
de  su  gente,  que  el  arbitrio 
de  su  vida  está  en  tus  manos, 
i  Ay,  cielos,  perdido  soy ! 
Así  sabré  de  Alejandro 
si  tiene  intentos  traidores 
contra  el  Rey. 

¿Qué  es  esto,  hermano? 
La  fortuna  nos  ofrece 
dos  modos  de'  remediarnos : 
•  o  darle  la  muerte  al  Rey, 
con  que  en  su  imperio  tirano 
restituido  nos  premies 
la  fe  que  te  hemos  guardado, 
o  a  ti  y  a  Faustina  presos. 

Ricardo.     Escucha,  espera. 

AIalgesí.  Entregaros 

al  Rey  para  merecer 
el  perdón  de  yerros  tantos; 
destos  dos  medios  el  uno 
elige   al    punto,    Alejandro, 
que  a  no  perder  la  ocasión 


FlLIPO. 
AÍALGESÍ. 


Teodora. 
]\Ialgesí. 


FlLIPO. 


Teodora. 

Ricardo. 


Malgesí. 


Ricardo. 
Alejan. 


estamos  determinados. 

¿  Que  vive  Alejandro,   y  vive 

Faustina?  La  muerte  aguardo, 

que   su  vida  por  la  mía 

no  ha  de  trocar  un  tirano. 

Hepnano,  ¿qué  hemos  de  hacer? 

Viva  el  Rey  en  todo  caso; 

amor  y  amistad  perdonen ; 

la  daga  empuño  y  k  mato 

en  diciendo  que  ©1  Rey  muera. 

Acabad,  determinaos, 

si   no  queréis  que  .os   quitemos 

la  ejecución  (i)  que  os  hemos  dado. 

Alejandro. 

Xo  me  deis 
consejos,  cerrad" los  labios, 
que   vuestra    lealtad   conozco." 
No  penséis,  Ricardo,  no, 
que  es  el  peligro  que  aguardo 
el    que    me    tiene    suspenso, 
pensativo  y  alterado, 
sino  el  ver  que  haya  cabido 
en   estos   pechos   villanos 
pensamientos  de  que  puedo 
romper,    habiéndola   dado 
mi  palabra.  Decid,  viles, 
si  vosotros  mismos,  cuando 
conocisteis  que  era  yo 
hijo  de  Dionís  tirano, 
que  obligasteis  a  jurar, 
para  disculpar  en  algo 
el   delito   de .  ampararme, 
lealtad  al  Rey,  ostentando, 
que   aimque    pudo   la    fortuna 
a   otros   yerros   obligaros, 
nunca  violó   en  vuestros   pechos 
la  ley  de .  amor  de  vasallos, 
¿  cómo  ahora  la  ambición 
en  vosotros  pudo  tanto, 
que   las    viles   esperanzas 
de  los  premios  que  he  de  daros 
mudase  tan  justo  intento, 
imaginando   en  mi   agravio 
que  a  vuestro  ejemplo  también 
romperé  lo  que  he  jurado? 
Arbitro   me  hacéis,  traidores, 
de  la  vida  del  Rey,  ¿cuándo 
no    cupo    tal    pensamiento 


(i)  Así  en  el  orig. :  que  además  de  no  tener  sen- 
tido hace  el  verso  largo.  Quizá  deba  leerse  "la  fun- 
ción". 


218 


LA  LEALTAD   EN  LA  TRAICIÓN 


en  el  hijo  de  un  ingrato? 

Entregadme,  pues,  que  quiero 

más  de  las  reales  manos 

ser    muerto    que    de    las    vuestras 

desleales  coronado, 

pues  me  obliga  este  suceso 

que  de  pechos  que  pensaron 

matar  su  Rey  natural, 

no  ha  de  fiarse  un  tirano. 

Y  con  esto  verá  el  mundo 

que  yo  solo  soy  culpado 

en  la  sangre,  pero  no 

en  la  traición  y  el  agravio. 

AIalgesí.     ¡  Oh,  gran  lealtad  ! 

Ricardo.  ¡  Oh,  Alejandro  !, 

guarden  al  tiempo  esta  hazaña 
eternas  tablas  de  mármol ! 

Alejan.       Buscad    al    Rey,    ¿qué    aguardáis? 

Malgesí.     Detente,  y  ya  que  has  mostra,do 
tu  lealtad  y  tu  valor, 
sabe   que   todo   es   enigaño, 
con  que  sólo  pretendimos 
de  tu  intención   informarmos, 
para  darte  muerte  luego; 
que  con  intento  inhumano 
y  ambición,  fueras  al  Rey 
aleve   otra   vez   y   ingrato; 
y  ya  que  contra  su  vida 
muestra    quilates    tan    altos 
la  tuya,  ál  Rey  buscaremos, 
sólo,  para  que  informado 
della,  nos  perdone  a  todos, 
en   premio  de   que  le   damos 
el  vasallo  más  leal 
que  historias  han  celebrado. 

Salt.  i.°      Busquémosle,  pues. 

(Sale  el  Rey.) 

FlLlPO.  Amigos, 

a  tan  leales  vasallos 
el  Rey  los  ha  de  buscar. 
Dadme,  Alejandro,  los  brazos; 
no  tengáis  temor  alguno, 
llegad  todos,  que  informado 
estoy   de    vuestra    lealtad. 

Alejan.       ¡  Gran  señor  ! 

Tebandro.  La  muerte  aguardo, 

pues  mi  traición  se  descubre. 


Valerio.     ¿Ricardo,   qué  es   esto? 

Ricardo.  El    caso 

más  extraño  que  vio  el  tiempo. 

FiLipo.        Faustina,  llegad. 

Faustina.  Agravio 

haces,  señor,  a  mi  culpa. 

FiLiPO.        A  todos  mercedes  hago, 
no   conforme   su   valor, 
mas  como  puede  pagallos 
un  Rey  que  sustenta  el   cetro 
por   tan   leales   vasallos. 
Ya,  Alejandro,i  sois  mi  amigo; 
mirad   que  tomo  a  mi   cargo 
de  vuestro  padre  el  defecto. 

Alejan.       Hasta  el  cielo  me  levanto 
con   esta   merced,  "  señor. 

FiLiPO.        A  Tebandro  y  a  Ricardo 
les  perdono,  y  agradezco 
el  delito  y  el  engaño, 
pues  dos  vidas  tan  leales 
de  mi  crueldad  reservaron. 
Alejandro  con  Teodora 
se  case,  y  dele  Ricardo 
la  mano  a  Faustina. 

Ricardo.  El  cielo 

te  guarde,  señor,  mil  años 
en  aqueste  reino. 

Tebandro.  Y  yo 

a  Vuestra  Majestad  pago 
con  mi  hacienda  la  gente 
del  Polonés,  y  seis  años 
diez  mil  hombres  en  campaña 
le    sustento. 

FiLiPO.  Yo  levanto 

la   ley   que   a  estos   bandoleros 
condena  a  muerte,  y  les  hago 
de  mi  guarda,  que  pues  ellos 
en    defenderme    han    mostrado 
tal  valor,  es  bien  que  vo 
les  defienda  con  honrarlos. 

Salt.  i.°    Un  siglo  viva  Su  Alteza. 

Malgesí.     Vuestra  Majestad  mil  años 
goce  esta  corona. 

FiLiPO.  Alzad, 

y   aquí    tenga   fin.    Senado, 
La  lealtad  en  la  traición, 
y  el  honor  en  el  agravio. 

FIN 


LO  QUE  ESTÁ  DETERMINADO 

COMEDIA  FAMOSA 

DE 

LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


PERSONAS   QUE   HABLAN   EN   ELLA: 

Carlos.  Fenisa-  Leonora. 

Fabio.  El  Emperador  Enrique.  Celio. 

Belardo.  El   Conde   Rodulfo.  Felisardo. 

Timbreo.  Octavio.  Silvio,   hortelano. 

Rosaura.  Ladisl.\o- 


JORNADA  PRIMERA 

{Salen  Carlos,  en  hábito  de  labrador  galáil,  y  Fabio, 
de  rústico.) 

Fabio.  Notable  ventura  ha  sido 

haberla  muerto. 
Carlos.  Por  Dios, 

que  en  su  fresco  humor  teñido, 

cara  a  cara  entre  los  dos, 

quedó  el  venablo  partido. 
Fabio.  Tu  valentía  ganó 

palma,  laurel  y  guirnalda. 
Carlos.       ¡  Cómo   airada   acometió  ! : 

mas  le  salió  por  la  espalda, 

que  en  las  manos  me  quedó. 
Bajaba    alegre   a   beber 

desta  fuente  los  cristales; 

yo,  desde  el  amanecer, 

entre  estos  verdes  jarales 

la  esperaba  acometer. 

Salgo  animoso ;  arremete, 

y  por  quitarme  la  duda 

que  este  laurel  me  promete, 

por  la  cuchilla  desnuda 

precipitada  se  mete. 

De  la  burla  mal  contenta 

sacude  el   hierro   enojoso; 

pero  cuando  más  lo  intent?., 

por  el  hocico  espumoso 

rinde  el  ánima  sangrienta. 
Yo,  porque  nadie  presuma 


que  desde  lejos  le  di, 

le  dejo  el  venablo;  en  suma, 

más  es  ya  que  jabalí 

montón  de  sangre  y  de  espuma. 

Toda  la  yerba  teñida 
muestra  la  fiera  rendida, 
cuyos  colmillos  parecen 
que  en  círculo  resplandecen 
la  luna  recién  nacida. 

Parte  a  verla,  Fabio,  y  mira 
lo  que  puede  mi  valor. 
Fabio.         Tu   valor,   Carlos,    admira: 
vo}'  a  ver  manso  el  rigor, 
voy   a  ver  muerta   la   ira, 

voy  a  ver  la  destruición 
de  nuestras  viñas  y  panes 
rendida  en  esta  ocasión, 
que  temblaran  capitanes  . 
de  la  más  fuerte  nación. 

César  merecieras  ser 
de  Alemania.  ¡  Plega  al  cielo 
que  te  venga  a  engrandecer 
la  suerte  que  todo  el  suelo 
te  pueda  amar  y  temer ! 

Que  no  es  digno  tu  valor 
del  pecho  de  un  labrador, 
por  lo  menos  desta  sierra :         • 
que  esta  amada  patria  y  tierra 
merezca  verte  señor. 

{Vasc,  y   sale   Rosaura,   labradora.) 


220 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


Rosaura.         Pensarás,  Carlos,  que  yo 
vengo  a  darte  el  parabién. 
Carlos.       Tú  lo  dices,  que  yo  no; 

que  ya  me  dio  tu   desdén 
lo  que  tu  amor  me  negó. 

Nunca  fui  tan  atrevido 
que  a  tantos  merecimientos 
vanamente  lo  haya  sido, 
ni  he  dado  a  mis  pensamientos 
licencia  contra  tu  olvido. 

Que  en  quererte  desta  suerte 
es  imposible  ofenderte; 
porque  si  yo  presumiera 
que  en  quererte  te  ofendiera, 
me  esforzara  a  no  quererte. 

Yo  te  quiero  porque  veo 
que  no  quererte  era  hacer 
'    ofensa  al  cielo,  pues  creo 
que  le  obedezco  en  querer 
tu  hermosura  sin  deseo. 

Porque  si  alguno  he  tenido 
de   verte   obligada  ha   sido 
de  mi  amor,  y  es  tan  honesto, 
que  muchas  veces  he  puesto 
mi   propio   amor   en   olvido. 

Y  he  dejado  solamente 
en  mi  entendimiento  ciego 
un   amoroso   accidente, 
que,  como  la  cera   al   fuego, 
me  derrite  blandamente. 

Cuando  más  bella  te  veo 
tan  lejos  del  cuerpo  empleo 
el  alma,  que  vengo  en  parte 
a  amarte  por  sólo  amarte, 
sin   esperanza  y  deseo. 
Rosaura.         Nunca  de  tu  cortesía 
m.enos   valor  presumí, 
y  tendré  desde  este  día 
mejor  opinión  de  ti 
que  antes  de  ahora  tenía. 

No  ha}^  cosa  que  más  agrade 
al  pecho  de  una  mujer, 
aunque  primero  se  enfade, 
que  saber  que  con  querer 
un  hombre  la  persuade. 

Que  en  llegando  a  desear 
contra  el  estado  que  tiene 
no  es  amor  para  obligar, 
porque  a  ser  deseo  viene, 
y  es  amarse  y  no  es  amar. 

Que  quien  su  gusto  desea 
su   amor   en   sí   mismo    emplea; 


y  si  a  sí  se  quiere  bien, 

¿  cómo  ha  de  obligar  a  quien 

aún  no  quiere  que  le  crea? 

Pero  desta  valentía, 
como  es  razón  obligada, 
pensaré  desde   este   día 
que  soy  de  tu  amor  amada. 

Carlos.        Piensas  bien,  Rosaura  mía; 
que  a  matar  tan  brava  fiera 
pienso  que  no  me  atreviera 
si  en  servirte  no  pensara. 
Pero  ¿quién  imaginara 
que   fieras  vencer  pudiera 
quien  no  vence  una  mujer? 

RosAUR.\.     ¿Pues  qué  llamas  tú  vencer? 

Carlos.       Pagar,  Rosaura,  mi  amor ; 
no  por  querer  tu   favor, 
mas    obligarte    a   querer. 

Rosaura.         Carlos,  dicen,  y  lo  creo, 
que  si  dos  se  quieren  bien 
se    engendra   luego   un   deseo 
en  quien,  por  quien  y  de  quien 
tantos  desatinos  veo. 

Y  así,  para  no  llegar 
por   querer   a   desear, 
bien  es  que  yo  no  te  quiera. 

Carlos.       Quien  ama,  Rosaura,  espera, 
siquiera  obligar  a  amar. 

iSi  no  pienso  en  que  has  de  amar- 
¿qué  pretendo  de   quererte?        [me 

Rosaura.     Carlos,  no  más  de  obligarme, 
y  ganarás  desta  suerte 
no  perderme  ni  enojarme. 

(Salen    los   pastores    que    puedan,    músicos   y    Fabio, 
Belardo,    Timereo,    y    Fexis.\,    con    un    laurel.) 

Cantan.  ''Honra  desta  sierra, 

valeroso    Carlos, 

envidia  famosa 

de  los  cortesanos ; 

matador  de  fieras, 

paz  de  nuestros  campos, 

muchos  años  vivas, 

vivas  muchos  años." 
Belardo.         Ponle,  Fenisa,  el  laurel. 
Fenisa.        ¡Ojalá  que  el  laurel  fuera 

de  Alemania,  y  que  tuviera 

tantos  diamantes  en  él, 
que  pudiera  claramente 

pensar  de  Carlos  el  suelo 

que  se  bajaban  del  cielo 

las  estrellas  a  su  frente ! 


JORNADA    PRIMERA 


221 


F.vBio.  Bien  pareces  laureado, 

y  dice  Fenisa  bien, 
que  los  diamantes  te  den 
laurel   de   estrellas   formado. 

Porque  si  la  antigüedad 
en   las   estrellas   ponía 
las  cosas  que  dignas  vía 
de  fama  y  de  eternidad, 

más  en  que  se  trueque  en  ti 
el  valor  que   tienen  ellas, 
y  que  bajen  las  estrellas 
a  ser  famosas  en  ti. 
TiMBREO.         No   hables,   Fabio^    por   modos 
que  de  lo  común  excedas ; 
habla  en  estilo  que  puedas 
ser  entendido  de  todos. 

Que   de   no   entenderte   bien 
puede    resultarte    daño. 
F-VBio.  Rústico   soy,   y  es  engaño 

de  tus  temores  también. 

Digo   (sin  traer   estrellas) 
que  a  .Carlos  todos  le  deis 
tal  premio,  que  coronéis 
su  digna  frente  con  ellas. 

Y  dígale  cada  cual 
algún  encarecimiento, 
respondiendo  en  su  instrumento 
con  Felisarda  Pascual. 
Carlos.  Xo,  pastores,  por  mi  vida, 

que  aquí  presumo  que  hay  quien 
no  se  alegra  de  mi  bien. 
Belardo.     Será  envidia  conocida. 

Las  zagalas,  claro  está 
que  no  la  tendrán  de  ti ; 
pues  hombres,  ¿  quién  hay  aquí 
de  quien  te  receles  ya  ? 
TiMBREO.         Para  que  más  te  asegures 
del  gusto  que  tiene  el  valle, 
que,  por  Dios,  que  es  infamalle 
que  de  su  lealtad  mormures, 

hagámoste  rey  aquí, 
de  conformidad  de  todos, 
para  que  de  varios  modos 
sólo  te  obedezca  a  ti ; 

que  aunque  por  burlas  y  juego, 
queremos  obedecerte. 
Carlos.       Xo,  por  Dios,  no  se  concierte;  (i) 
que  no  lo  intentéis  os  ruego; 

que  suele  el  Emperador 

venir  a  -caza,  y  podría 


(i)     En  el  original:   "convierte"',  por  errata. 


castigar  en  mi  osadía 
la  fuerza  de  vuestro  amor. 
Fenisa.  ¿  El  Emperador,  por  qué  ? 

¿No  suelen  hacer  pastores 
estos  juegos? 
Carlos.  ]Mis  temores 

me  dicen  lo  que  no  sé. 

Pero  porque  no  entendáis 
que  no  os  doy  gusto,  si  es  justo, 
diga  Rosaura  su  gusto, 
pues  que  mirándola  estáis 

tan  mal  cpntenta  de  ver 
que  me  honréis  con  este  oficio. 
Rosaura,  tú  das   indicio 
en  este  com.ún  placer 

de  no  le  tener  muy  grande. 
¿  Pues  de  qué  sirve  hacer  rey 
a  Carlos?  ¿Es  justa- ley 
que  nos  castigue  y  nos  mande  ? 

¿  Yo  castigar  ni  mandar, 
si  no  es  lo  que  fuese  justo? 
Xi  aun  de  burlas,  sin  tu  gusto, 
Rosaura,  quiero  reinar. 

Ea,  no  seas  cruel, 
ni   desbarates   el  juego 
del  valle. 

Yo  se  lo  ruego. 
Reine,  y  reina  tú  con  él. 

Si  hubiera  necesidad 
de  reina  o  fuera  casado 
Carlos,  no  fuera  excusado 
dividir  la  majestad; 

pero  no   será  razón 
qu-e    reine   quien  'no    es    mujer. 
Rosaura.     Fenisa  ha  dado  a  entender 

muy  bien  su  buena  intención ; 

pero  aunque  ella  me  rogara, 
no  reinara,  por  no  ser 
aun  de  burlas  su  mujer. 
Fenisa        Yo,  Rosaura,  si  reinara, 

dejara  por  serlo  el  reino. 
Carlos.       En  tantas  dificultades, 

si  no  reino  en  voluntades 
no  puedo  decir  que  reino. 

Nombrad  otro. 
Fabio.  No  ha  de  ser 

otro   en  el  valle,  pastores. 
Carlos.'      Otros  hallaréis  mejores, 
Rosaura  lo  da  a  entender. 

Dejadme  a  mí,  que  ya  en  mí 
es   agüero   su  desdén. 
Tomad   el   laurel. 


Fenisa. 


Rosaura. 


CARLOS. 


Fabio. 


Rosaura. 

Fabio. 

Fenisa. 


222 


LO    QUE    ESTA    DETERMINADO 


I 


Belardo.  ¿  En  quién  ? 

Vuelve  a  coronar  tu  frente; 
y  quien  no  mostrare  gusto, 
muera  de  envidia  y  disgusto. 

TiMBREO.     Bien  dices;  Carlos  se  asiente 
y  besémosle  la  mano. 

Carlos.       Ahora  bien,  vuestro  rey  soy 

,   por  fuerza,  y  sentado  estoy. — 
i  Oh  fuerza  del  bien  humano, 

que  nunca  vienes  cabal, 
pues  de  Rosaura  el  desdén, 
con  ser  tan,  fingido  el  bien, 
hace  verdadero  el  mal ! 

Fexisa.  Pues  yo  quiero  la  primera 

besar  tu  mano,  que  puede 
rendir  el  mundo  y  excede 
la  de  Alejandro. 

Carlos.  ¡  Quién  fuera 

ese  griego  valeroso 
para  darte  una  ciudad ! 

Faeio.         Yo,  que  de  tu  majestad, 
emperador  generoso, 

soy  criado  y  me  he  criado 
contigo,  tu  mano  beso, 
y  ruego  a  Dios  que  el  suceso 
aquí  de  burlas  pensado 

así  a  la  verdad  se  aplique,'- 
y  tanto  al  valor  excedas, 
que  en   la  corona   sucedas 
del  emperador  Enrique. 

Carlos.  Fabio,  yo  tendré  cuidado 

de  hacerte  bien. 

TiMBREO.  A  Timbrco 

da   esa   mano,    en   quien   deseo 
ver,  como  agora  el  cayado, 
el  cetro  alemán  y  el  mundo. 

Carlos.       Conozco  tu  grande  amor. 

Belardo.     Yo,  que  para  ti,  señor, 

quisiera  un  mundo  segundo, 

beso  tu  mano  y  tus  pies, 
donde   ponerle   quisiera. 

Carlos.       Y  yo  en  ti  sustituyera    . 
el  verde  laurel  que  ves. 

Fabio.  ¿  Cómo  no  llegas,   Rosaura  ? 

Carlos.       Para  ser  postrera  en  todo. 

Rosaura.     Estoy  estudiando  el  modo. 

Fabio.         Llega,  humíllate,   restaura 
lo  que  perdiste  en  negar 
la  obediencia  a  Carlos. 

Rosaura.  'Creo 

que  no  podrá  mi  deseo 
lo  que  decís  disculpar. 


Carlos. 


Fabio. 
Belardo. 


Timbreo. 

Fabio. 

Belardo. 


Carlos. 


¿Yo  a  ti?  (i) 
No  seré  tan  atrevido 
que  a  esta  mano  reducido 
tenga  el  sol  que  miro  en  ti. 

Que  aún  no  quiere  mi  esperanza 
servir  de  mano  en  lugar 
que  sólo  ha  de  señalar 
las  horas  de  tu  mudanza. 

Hay  un  pez  que  al  pese  .  '    . 
por   el  anzuelo   entorpece, 
y  tu  boca  le  parece; 
guardar  la  mano  es  mejor. 

Porque  tu  boca  en  mi  palma, 
con  la  fuerza  que  te  han  hecho, 
irá  discurriendo  al  pecho 
y  dará  veneno  al  alma. — 

Vamos,  pastores,  de  aquí. 
Hagamos  fiestas,  pastores. 
No  las  puede  haber  mejores, 
pues  hoy  las  vacadas  vi, 

que  correr  cuatro  novillos. 
Bien  dices;  vamos  por  ellos. 
¡  Oh  qué  suertes  hago  en  ellos ! 
Hoy  de  juncos  y  tomillos 

hago  un  arco,  donde  vea 
el  rey  la  fiesta. 

Si  en  ti 
no  reino,  Rosaura,  en  mí 
no  habrá  gusto  que  lo  sea. 


{l'aiisc   todos   y   salen   el   Ejiperador    Enrique   y    el 
Conde  Rodulfo-) 

Emperador. 
En  fin.  Conde,  ¿  mi  hij  a  salud  tiene  ? 

Conde.  , 

Partí,  señor,  como  m.andaste,  a  Hungría, 
donde  está  la  bellísima  Leonora, 
asegurando  su  temor  pasado 
con  Ladislao,  tan  pobre  caballero, 
que  se  admira  lu  imperio  justamente 
de  que  pudiendo  coronar  la  frente 
de  tu  3'erno,  la  dieses  a  quien  sabes. 

Emperador. 
Fuéronme  de  sufrir.  Conde,  tan  graves, 
los  pronósticos  varios  que  se  hicieron 
cuando  soñó  Leonora  que  salía 
una  vid  de  su  pecho  que  cubría 
toda  Alemania,  que  el  temor  que  fuese 

(i)     Verso    incompleto. 


JORNADA    PRIMERA 


223 


algún  nieto,  que  tanto  mereciese 
que  me  quitase  el  cetro  y  la  corona, 
quise  casarla  con  tal  vil  persona, 
que  mi  nieto  jamás  tuviese  aliento 
para  poner  tan  alto  el  pensamiento. 
No  me  ha. salido  mal,  pues  siendo  apenas 
nacido,  con  ser  sangre  de  mis  venas, 
te  le  mandé  matar,  y  tú  lo  hiciste. 

COXDE. 

Señor,  no  en  los  pronósticos  consiste 
lo  que  llaman  futuros  accidentes, 
que  el  cielo  sabe  derogar  las  leyes, 
y  míis  en  los  sucesos  de  los  reyes. 
Tu  nieto  justo  fuera  que  heredara 
tu  imperio,  no  que  el  cetro  te  quitara. 

Pero,  ¿quién  sabe  si  tan  cierto  fuera? 
^:  Es  libro  acaso  la  celeste  esfera? 
¿Son  letras,  por  ventura,  las  estrellas? 
Y  aunque  lo  fueran,  di,  ¿  qué  viste  ei\  ellas  ? 
¿Puede   (i)    leer  lo  porvenir  escrito? 

Emperador. 
Rodulfo,  la  crueldad  confieso,  y  veo 
que  fué  bárbaro  entonces  mi  deseo. 
Quisiera  nieto  3^0  que  me  heredara, 
pero  no  que  el  Imperio  me  quitara. 

Hoy  estoy  triste ;  al  campo  salir  quiero. 

Conde. 
Un  jabalí  como  el  que  Ovidio  escribe, 
que  un  tiempo  molestaba  a  Calidonia, 
dicen  que  ofende  tanto  a  los  vecinos 
montes,  que  tiemblan  las  aldeas  todas 
de  su  fiereza,  porque  no  se  ha  visto 
tan  feroz  animal.  Esta  sería  . 
digna  empresa  de  ti. 

Emperador. 

Prevén  la  gente, 
que  hoy  quiero  ser  un  Hércules  valiente 

y  adornar  de  sus  bárbaros  trofeos 
el  templo  de  la  fama. 

Coxde. 

A  tus  deseos 
da  corona  el  valor  de  tu  persona. 

Emperador. 
Segura  de  mi  nieto  mi  corona, 
no  tengo  que  temer. 


Conde. 
Fuera  tu  nieto 
en  esta  edad,  señor,  hombre  perfeto; 
pero  apenas  nacido,  de  ocho  días, 
fué  sustento  de  fieras. 


pues,  VIVO  en  paz. 


(i)     Asi  en  el  original:  quizás  sea  "para"  o  "¿Pué- 
dese". 


Emperador. 

Justamente, 

Conde.         ^         ^ 
Tu  vida  el  cielo  aumente. 
{Vanse.) 

{Salen   Carlos,  Rosaura    y  Fenisa). 

Rosaura.         ¡  Mucho  mandas  ! 
Carlos.  Para  ti, 

que  tienes  poca  obediencia. 
Fenisa.        Rosaura,  lo  que  el  rey  manda 

es  justo  que   se  obedezca. 
Rosaura.     ¿  Qué  m^e  manda  el  rey  a  mí  ? 
Carlos.       Que  me  quieras. 
Rosaura.  ¿Que  te  quiera? 

Carlos.       Y  a  ti,  Fenisa,  te  mando 

que  me  dejes  y  aborrezcas. 
Rosaura.     Amor  no  se  ha  de  mandar, 

porque  es  amor  influencia 

de  las  estrellas. 
Carlos.     '      "  Los  sabios 

mandan  también  las  estrellas. 

Yo  mando  a  las  de  tus  ojos 

que  me  quieran. 
Rosaura.  ¡  Leyes  nuevas, 

pedir  el  rey  a  unos  ojos 

que  le  quieran  ! 
Fenisa.  ¡Bien  te  quejas! 

Pero  troquemos,  Rosaura : 

mándame  a  mí  que  le  quiera 

y  aborrecerásle  tú. 
Rosaura.     ¿Quieres  tú  que  me  (i)   aborrezca 

y  que  te  quiera  Fenisa? 
Carlos.       ¿Quién  hay  que  escucharte  pueda 

tales  crueldades,  Rosaura? 

Pero  ya  es  razón  que  tenga 

su  lugar  la  majestad 

que  vanamente  desprecias. 

Mando  a  Fenisa  desde  hoy 

que  me  quiera,  pues  desea 

quererme,  y  que  tú  me  olvides, 

pues  de  olvidarme  te  precias. 

(i)     En  el  orig.  :  "te",  por  errata. 


224 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


Y  porque  quiero  casarme 
será  reina,  y  pues  es  reina 
Fenisa,  Rosaura  sirva. 

Rosaura.     ¿Que  sirva? 

Carlos.  ¿  De  qué  te  alteras  ? 

Fenisa.       No  ha  de  ser,  Carlos,  así; 
antes,   si   reinar  me  dejas, 
y  he  sido  tan  venturosa 
que  ser  tu  mujer  merezca,    • 
destierra  luego  a  Rosaura 
veinte  leguas  de  esta  tierra, 
que  para  juzgar  mis  celos 
es  gran  piedad  veinte  leguas. 

Rosaura.     ¿Tú  me  destierras  a  mí? 

Fexisa.        No  quiero  yo  que  aborrezcas 
al  rey  en  mis  propios  ojos: 
ley  es  de  naturaleza 
amar  al  rey  los  vasallos. 
¿Qué  más  delito  y  ofensa 
mayor  que  no  le  querer? 
Consta  de  historias  diversas 
que   mil    le    dieron    sus    vidas; 
tú  por  lo  menos  deseas 
su  muerte,  pues  le  aborreces. 

Rosaura.     Si  reináis  de  esa  manera, 

¿para  qué  reináis  de  burlas? 
Decid  que  reináis  de  veras. 

(Salen  Belardo  y   Fabio.) 

Belardo.     lE;1  rey  nos  tiene  de  oír. 

Fabio.  Óiganos,   enhorabuena, 

pues  que  no  hay  mejor  juez. 

Carlos.       ¿Qué  es  esto? 

Belardo.  Cierta   contienda 

que    traemos   Fabio   y   yo. 

Carlos.       Pues   aquí    estoy,   proponelda. 

Belardo.     Yo  tenía  en  mi  heredad 
un  novillo  que  pudiera 
ser   aquel   segundo   signo 
que  el  sol  por  marzo  calienta. 
Fuese  a  la  heredad  de  Fabio, 
dond'¿  la  vaca  morena, 
que  él  la  llama  deste  nombre, 
rumiaba  las  verdes  hierbas ; 
entró  por  algunas  zarzas, 
que  amor  por  peligros  entra, 
y  hame  prendado  el  novillo. 

Fabio.  Hice  bien,  para  que  sepa 

que  tiene  dueño  la  vaca 
y  que  no  ha  de  hacerla  dueña. 

Carlos.       Rústico  Fabio,  ¿  a  qué  efecto 
el  rudo  novillo  prendas? 


Fabio.         ¿No  es  delito? 

Carlos.  No  es  delito; 

antes  es  bien  que  le  debas 
la  cría  que  ha  de  parir. 

Fabio.  Si  juzgas  de  esa  manera, 

¿todos  los  que  tienen  hijos 
en  las  mujeres  ajenas 
a   sus  maridos   obligan? 

Carlos.       ¿Eres  hombre  o  eres  bestia? 

Fabio.         Todo  lo  debo  de  ser. 

Belardo.     Ahora  bien;  haz  que  me  vuelva 
mi  novillo. 

Fabio.  Haz  que  me  pague 

unos  castrones  (i)  de  jerga 
que  cuando  le  fui  a  prendar 
me  rasgó  con  lindas  vueltas. 

Carlos.       ¿Vueltas  te  dio? 

Belardo.  Si  le  pica, 

¿qué  había  de  hacer? 

Carlos.  '  No  vengas, 

Fabio,  aquí  con  desatinos. 

Fabio.  Pues  manda,  Carlos,  siquiera 

que  le  corran  esta  tarde. 

Carlos.       ¿  Es  bravo  ? 

Fabio.  Como  una  fiera. 

Carlos.       Pues  córranle,  porque  hoy 
quiero  que  se  hagan  fiestas 
a  Fenisa,  que  he  nombrado 
por  mi  esposa  y  reina  vuestra. 

Belardo.     ¿Es  de  veras  o  de  burlas? 

Carlos.       Sea  de  burlas  o  de  veras, 
en  los  secretos  del  rej^ 
no  es  bien  que  nadie  se  meta. 
Pon  en  dos  carros  un  toldo, 
Fabio,  y  de  juncia  y  verbena 
cubre  las  tablas  del  suelo, 
las  estacas  y  las  ruedas, 
para  que  en  ellos  estén 
Fenisa  y  Rosaura. 

Fabio.  Alegras 

el  valle  con  tu  alegría. — 
Venid  con  nosotros,  reina, 
a  quien  besamos  la  mano 
y  prestamos  obediencia 
como  señora  del  valle. — 
¿No  vienes,  Rosaura  bella? 

Rosaura.     Luego  voy. 

Fenisa.  Venid,   pastores. 

(Vaiisc    Belardo,    Fabio    y    Fenisa.) 


(i)     Así   en  el   original:   quizás   "calzones". 


JORNADA    PRIMERA 


'>9 


¿Z> 


Rosaura.     Carlos,  tu  poca  nobleza 
conozco  de  tu  mudanza; 
que  no  es  noble  quien  se  venga. 
Con  Fenisa  te  has  casado; 
dinie  tú  qué  amante  hiciera 
tal  bajeza  por  venganza. 

Carlos.       Las  burlas  no  son  bajezas. 
¿  Quieres  tú  reinar  conmigo  ? 
i  Ay,  cielo,  si  tú  quisieras 
quererme  como  te  quiero ! 
Dile  Amor  que  se  arrepienta ; 
dile  que  la  adoro  sola. 

Rosaura.     ¡  Desvía,  necio,  si  piensas 
que  celos  me  han  obligado ! 
Fenisa  tu  reina  sea, 
que  quien  por  otra  mujer 
tan  fácilmente  me  deja, 
no  merece  amor  ni  celos. 

Carlos.       Escucha. 

Rosaura.  ¿Que  escuche? 

Carlos.  Espera. 

Después,  aunque  de  burlas,  que  me  han  dado 
de  aqueste  valle  el  cetro  y  la  corona, 
parece  que  hasta  el  alma  me  ha  mudado. 

i  Qué  espíritu  gentil  mi  intento  abona  ? 
¿  Quién  mueve  nuevamente  mis  sencidos 
y  la  humildad  de  mi  bajeza  entona? 

¿No» estaban  en  el  campo  divertidos 
ganados,  viñas,  trigos  y  labranza, 
y  a  la  alta  fama  y  ambición  dormidos? 

¿  Quién  ha  sembrado  en  mí  tantas  mudanzas  ? 
¿  Quién  me  ha  hecho  pensar  armas  y  guerras 
y  sacar  de  los  sueños  esperanzas? 

¿Pero  qué  importa  que  estas  altas  sierras, 
atapados  de  nieve  los  oídos, 
sentadas  para  siempre  en  verdes  tierras, 

escuchen  pensamientos  tan   perdidos, 
de  quien  se  van  riendo  los  cristales 
que  bajan  de  sus  peñas  divididos? 

¿  Qué  es  lo  que  llaman  guerra  y  generales, 
trompetas,  cajas^  pífanos,  banderas, 
espadas,  lanzas,  armas  y  reales? 

Yo  lo  imagino  en  mí  no  tan  de  veras 
como  debe  de  ser,  ni  los  galanes 
soldados  de  escuadrones  por  hileras. 

Esto  de  gobernar  los  capitanes 
cuando  están  los  ejércitos  enfrente, 
presuponiendo  turcos  y  alemanes, 

me  parece  que  tengo  tan  presente, 
que  por  satisfacer  este  deseo 


quiero  ordenarlos  ignorantemente. 

Sean  todos  los  árboles  que  veo 
soldados  de  un  ejército,  que  emprenden 
de  una  conquisca  el  singular  trofeo. 

Los  que  de  aquella  parte  ramos  tienden 
a  manera  de  lanzas  sean  contrarios, 
que  el  paso  deste  monte  nos  defienden. 

Para  poner  los  medios  necesarios 
es  menester  consejos;  los  consejos, 
¿quién  duda  quj  en  la  guerra  serán  varios? 

Hablen  primero  los  que  son  más  viejos: 
— ¿  Paréceles,  señores,  que  acometa, 
pues  ya  las  armas  son  del  sol  espejos? 

— Acometed,  pues  toca  la  trompeta. 
Salgan  ducientos  hombres  desta  parte; 
ya  el  escuadrón  contrario  se  inquieta. 

Ya  con  el  sal  del  belicoso  Marte 
reciben  otros  tantos  vuestra  gente : 
entren  con  orden,  que  la  guerra  es  arte. 

Salgan  estos  caballos  brevemente, 
que  salen  los  contrarios  animosos. 
;  Allí  socorro,  capitán  valiente  ! 

— Al  arma,  al  arma,  turcos  valerosos ! 
(dice  el  contrario).  El  nuestro  le  responde: 
— ¡  A  ellos,  alemanes  generosos  ! 

¡  Aquí,  Marqués,  aquí ;  seguidme,  Conde  I 
Huyendo  van.  ¡  Victoria  !  ¡  Mueran,  mueran  ! 
La  noche  los  ayuda,  el  sol  se  esconde. 

¿Qué  es  esto?  ¿Estoy  en  mí?  ¿De  qué  me  (i) 
pensamientos  de  guerras  ?  ¿  Estoy  loco  ?  [alteran 
¿  De  un  labrador  tan  rústico  qué  esperan, 
tan  alto  imaginar,  poder  tan  poco? 


Fabio. 


Carlos. 

F.\BIO. 


{Sale  Fabio.) 

Todos  te  están  esperando, 
y  la  reina  en  su  balcón, 
que  ya  está  el  sol  envidiando. 
¿Qué  balcón? 

Dos  carros  son, 
que  el  uno  al  otro  juntando 

flores,  juncias  y  espadañas, 
rojos  lirios,  verdes  cañas, 
tales  ventanas  han  hecho, 
que  son,  con  rústico  techo, 
palacios  destas  montañas. 

El  novillo  (que  a  mi  vaca 
hizo  amores),  tan  valiente, 
fuego  de  los  ojos  saca, 
que  ni  las  garrochas  siente 
ni  con  los  silbos  se  aplaca. 


(i)     En  el  original:  "se",  por  errata. 


15 


226 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


Carlos. 


Como  el  campo  se  le  antoja, 
la  barba  en  las  tapias  hinca, 
¡  Voto  al  sol  aus  si  se  enoja 
que  han  de  ver  cómo  las  brinca 
y  que  en  la  plaza  se  arroja! 

Pascual,  que  no  suele  dar 
en  correr  y  aun  en  volar 
ventaja  a  los  aires  frescos, 
por  no  guardar  los  grigüescos 
dio  risa  a  todo  el  lugar. 

Ven,  para  que  des  licencia; 
verás  que  no  le  acobarda 
ni  hierro  ni  resistencia. 
Voces  dan.  ¿Qué  es  esto?  Aguarda, 
que  me  parece  pendencia. 


{Salgan    los    pastores    que    puedan    con    garroclias, 
TiMBREo   con   un   chuso-) 

Belardo.         ¡  Preso  digo  que  has  de  ser  ! 

TiMBREO.     ¡  Yo  no  quisiera  matalle  ! 

Carlos.       ¡Hola!  ¿Qué  es  eso? 

Belardo.  Señor, 

vuestra  majestad  le  mande 
que  se  dé  a  prisión. 

Carlos.  Timbreo, 

¿qué  has  hecho? 

Timbreo.  Si  por  guardarme 

maté  al  novillo,  ¿qué  debo? 

Carlos.       ¿  Pues  es  bien  que  tú  le  mates 
y  que  nos  quites  la  fiesta  ? 

Timbreo.     No  pude  (ansí  Dios  te  guarde) 
detener  el  chuzo  al  golpe. 

Carlos.       Prendedle  hasta  que  le  pague. 

Timbreo.     ¿  Cómo  prenderme?  En  las  burlas 
manda  tú,   mientras   te  hacen 
para  sólo  entretenerse 
rey  los  pastores  del  valle ; 
pero  en  las  .cosas  de  veras, 
en  la  villa  hay  dos  alcaldes, 
que  si  yo  fuere  culpado 
allá  sabrán  castigarme. 

Carlos.       ¿Hay  tan  grande  atrevimiento? 

Timbreo.     ¿Este  te* parece  grande? 

¿Pues  no  eres  tú  rey  fingido? 

Carlos.        Pues,  villano,  ¿agora  sabes 

que  aun  siendo  fingido  el  rey 
debe  siempre  respetarse, 
y  que  basta  sólo  el  nombre 
y  la  sombra  de   su  imagen? 
En  oyendo  decir  rey 
no  preguntes  quién  le  hace, 
pues  lo  son  cuantos  le  sirven 


Timbreo. 

Carlos. 

Timbreo. 

Carlos. 

Fabio. 
'Carlos. 

Fabio. 

Timbreo. 

Fabio. 


Timbreo. 
Carlos. 


de  justicia  en  las  ciudades. 
¿No  dicen:  "¡Ténganse  al  Rey!" 
cuando  no  quieren  que  pase, 
y  se  tienen,   aunque   está 
en  sus  palacios  reales? 
Pues,  villano,  tente  al  rey, 
que  basta  que  me  lo  llamen 
para  que  tengas  respeto. 
Yo  no  pienso  respetarte 
más  que  en  lo  que  pide  el  juego. 
¿  Esto  lo  sufro  ?  ¡  Azotadle  ! 
¿Cómo  azotar? 

¡  Suelta   el   chuzo, 
o  vive  Dios  que  te  mate  ! 
¿  Cuántos  mandas  que  le  den  ? 
Dalde   tantos,   que   le   salte 
la  sangre. 

Timbreo,    perdona. 
¿  Burlaste  ? 

¡  Lindo    donaire ! 
Mientras  que  se  burla  o  no, 
te  pienso  poner  las  carnes 
como  ruedas  de  salmón. 
¡  Señor !... 

¡  No  hay  señor  !  ¡  Llevaldc ! 

{Vanse.) 


{Salen   con   ruido   da   caza   el   Conde,   el   Empekadoe 
y  gente.) 

Emperador. 
¡  Qué  notable  aspereza  de  montañas  I 

Conde. 
No  puede  ser  mayor  si  consideras 
las  fieras  que  la  habitan,  más  extrañas 
que  las  del  indiano  Gange  en  las  riberas. 

Emperador. 

Aquí  pudiera  Alcides  sus  hazañas 
hacer  mayores  derribando  fieras. 

Conde. 
Y  aquí  puedes  ser  tú  segiuido  Alcides 
si  tu  valor  con  tus  hazañas  mides.  • 

Emperador. 
Ninguna  fiera  tiene  aqueste  monte 
que  iguale  a  las  reliquias  de  mi  nieto, 
ni  en  cuanto  nos  descubre  su  horizonte 
si  viviera  animal  tan  imperfeto. 
La  parte.  Conde,  a  señalarme  ponte 
en  que  le  diste  muerte. 


JORNADA    PRIMERA 


227 


Conde. 

¿De  qué  efecto 
puede  servirte  su  memoria  agora, 
cuando  Alemania  su  heredero  llora? 

Emperador. 

¿Es  poco  verme  libre  de  un  tirano? 
Conde. 
Aquí,  señor,  le  truje;  este  es  el  puerto 
donde  en  su  vida  ensangrenté  la  mano, 
por  tu  servicio  a  tal  crueldad  dispuesto. 
No  las  flores  de  nácar  al  temprano 
almendro  arrebató  cierzo  tan  presto, 
ni  ansí  cayó  la  blanca  dormidera, 
marchita  al  sol,  que  en 'julio  persevera, 

como  el  pecho  inocente  al  golpe  duro 
del  acero  cruel,  que  volvió  rosas 
las  azucenas,  que  bañaba  el  puro 
rojo  licor  a  manchas  tan  hermosas. 
Aún  agora,  señor,  tierno,  procuro 
el  paso  resistir  a  las  piadosas 
lágrimas  y  no  puedo ;  algunas  caen, 
tal  es  la  fuerza  que  del  alma  traen. 

Emperador. 
Dejemos  esto,  y  dime  qué  has  sabido 
del  fiero  jabalí  que  a  matar  vengo. 

Conde. 
Que  un  labrador  valiente  y  atrevido, 
de  cuyo  nombre  alguna  fama  tengo, 
con  un  venablo   le  dejó  tendido. 

Emperador. 
Pues  de  esa  suerte,  ¿para  qué  prevengo 
cazadores  y  redes? 

Conde. 

Otras  fieras 
te  ofrecen  estos  montes  y  riberas. 

(Dentro.) 

Timbkeo.         ¡  Traidor  Carlos,  yo  iré  donde 

tu  maldad  castigarán ! 
Emper.        Parece  que  voces  dan 

entre  estos  álamos.  Conde. 
Conde.  No  se  quejando  mujer, 

no  mueve  a  tanto   cuidado. 
Emper.         En  un  monte  me  le  ha  dado ; 

Rodxilfo,  ¿qué  puede  ser? 
Conde.  Ya  de  los  álamos  sale 

maltratado  un  labrador. — 

Detente. 


(^Sale  TiMBREO.) 

Timbreo.  ¿Quién  sois,  señor? 

Conde.       Todo  el  Imperio  te  vale. 
Aquí  está  Su  Majestad. 

Timbreo.     ¿El  Emperador? 

Conde,  ¿  Qué  dudas  ? 

Timbreo.    Toda  mi  tristeza  mudas. — 
Señor,  justicia  y  piedad: 

justicia  para  un  traído i", 
piedad  para  mí. 

Emper.  ¿Quién  eres? 

Dime  el  caso  y  no  te  alteres. 

Timbreo.     Estadme  atento,  señor. 

Los  verdes  campos  en  quien 
se  funda  esta  gran  montaña, 
como  las  venas  de  un  cuerpo 
se  siembran  de  humildes  casas. 
Todas  son  de  labradores; 
pienso  que  viniendo  a  caza 
habréis  visto  algunas  veces 
sus   ganados   y   labranzas. 
En  fin,  el  valle  de  Cleves 
todo  este  contorno  llaman, 
fértil  de  valientes  mozos, 
dispuestos  para  las  armas.  ■' 

Entre  ellos  el  que  mejor 
los  pensamientos  levanta 
a  empresas  dificultosas, 
en  que  hace  a  todos  ventaja, 
mató  Un  fiero  jabalí 
a  quien  sujetos  estaban, 
•  como  a  tempestad  los  campos, 
hasta  la  fruta  en  las  ramas. 
Hiciéronle   rey  por  esto, 
y  vino  a  tanta  arrogancia 
como  si  fuera  de  veras 
la  obediencia  que  le  daban. 
Mandó  hacer  fuentes  de  arroyos 
que  de  la  alta  sierra  bajan, 
donde  las  mujeres  pueden 
coger   fácilmente  el  agua. 
Mandó  que  los  labradores 
tuviesen   lanzas  y   espadas; 
hizo  escuadrones  las  fiestas 
y  mandaba  ejercitarlas. 
Ha  hecho  para  los  toros 
una  plaza  grande  y  llana, 
donde  hace  también  que  diestros 
luchen  y  tiren  la  barra. 
¡  Ay  del  que  no  le  obedece  ! 
Pues  porque  yo  esta  mañana 
dije  que  era  rey  de  burlas 


é 


228 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


me   respondió  que  bastaba 
para   respetar  al  rey 
el  nombre  que  le  llamaban. 
Finalmente,  me   mandó 
azotar  atado  a  un  baya, 
donde  sus  fieros  ministros 
me  han  escrito  en  las  espaldas 
con  dos  manojos  de  mimbres 
la  historia  de  sus  hazañas. 

Emperador. 
'  ¿Hay  cosa  semejante? 
¡  Vive  el  cielo,  Rodulfo,  que  me  ha  hecho, 
con  ser  como  un   diainante, 
temblar  el  alma  y  afligir  el  pecho, 
y  con  penas  mayores 
a  mis  sosechas  añadir  temores ! 

Parte  por  el  villano 
que  tiene  tan  extraño  pensamiento. 

TlMBREO. 

En  este  verde  llano 
quedaba  agora. 

Conde. 

Voy,  y  no  contento, 
que  temo  que  éste  sea 
a  quien  Enrique  tanto  mal  desea. 

Mas  no  será  posible, 
que  bien  sé  yo  que  es  muerto. 

{Vasa   el   Conde.) 

Emperador. 

¡  Extraño  caso ! 
¡  Ay,  cielo  inaccesible, 
para  vuestros  secretos  no  halla  paso 
la  corta  humana  ciencia, 
ni  a  vuestra  voluntad  su  resistencia ! 

Pero  si  el  desengaño 
llegare  a  hacer  verdad  lo  que  imagino, 
remedio  tiene  el  daño, 
pues  le  podré  matar.  ¡  Qué  desatino, 
qué  vil  temor,  si  es  cierto 
que  a  manos  de  Rodulfo  quedó  muerto ! 


(Salen    los   pastores   y    Carlos,   y 
dores.) 


el   Conde   y   ca.::a- 


Conde. 
Belardo. 


Conde. 


Llegad  todos  a  sus  pies. 
Gran  señor,  si  os  ha  enojado 
la  relación  que  os  han  dado, 
sabed  que  de  burlas  es. 

Tú,   que  la  culpa  tuviste, 
¿cómo  llegas  el  postrero? 


Carlos.       Porque  ver  despacio  quiero 
el  Rey  que  a  ver  me  trujiste. 
Conde.  ¿Pues  qué  tienes  tú  que  ver 

en  el  Rey?  ¿Qué  estás  mirando? 
Carlos.       Quiero  saber  si  imitando 

le  he  podido  parecer. 
Emper.  ¿Eres  tú  aquel  labrador 

fingido  rey  desta  villa? 
Carlos.       Yo  soy. 
Conde.  Hinca  la  rodilla. 

Carlos.       ¿  Cuándo  habéis  visto,  señor, 

que  un  rey  a  otro  rey  se  humille  ? 
Emper.        ¿  Hay  tan-  vana  presunción  ? 
Conde.        ¿  El  de  burlas  no  es  razón 

que  al  de  veras  se  arrodille  ? 
Carlos.  Ansí,   señor,  es  verdad: 

esto,  finalmente,  es  juego. 
Déme  los  pies. 
Conde.  Llega. 

Carlos.  Llego. — 

Vuestra  invicta  Majestad... 
Emper.  Espanto  me  ha  dado  el  verte. 

¿  Tu  nombre  ? 
.Carlos.  Carlos,  señor. 

Emper.        Creciendo  va  mi  temor. — 

¿Carlos  tú?  ¿Pues  de  qué  suerte, 
:siendo  un  pastor,  te  llamaron 
Carlos,  nombre  para  vm  rey  ? 
Carlos.       Si  lo  soy,  fué  justa  ley, 

y  no  presumo  que  erraron. 
Emper.  ¿Dónde  está  tu  padre? 

Carlos.  Es  muerto. 

Emper.  ¿Y  siempre  aquí  te  crió? 

Carlos.        No  he  visto  más  tierra  yo 
que  aqueste  monte  desierto. 
Emper.  ¿Por  qué  mandaste  azotar 

a  este  mozo  ? 
Carlos.  Fué  razón. 

que  al  rey  en  toda  dcasión 
se  ha  de  obedecer  y  amar. 
Emper.  No  eras  tvi  rey. 

Carlos.  Un  retrato 

de  un  rey  es  menos  que  yo, 
y  pues  no  me  respetó, 
como  merece  le  trato. 

Porque  si  de  piedra  viera 
la  imagen  de  un  rey,  bastara 
para  que  la  respetara 
y  que  temor  la  tuviera. 

Y  es  más  llano  que  la  palma 
que  el  castigo  mereció, 
pues  más  soy  que  piedra  3'o, 


i 


JORNADA    PRIMERA 


229 


Emper. 
Carlos. 


Emper. 
Conde. 
Emper. 
Conde. 


Emper. 
Conde. 

Emper. 


Conde. 


Emper. 
Conde. 
Emper. 


Conde. 


Emper. 
Carlos. 
Emper. 


que  al  fin  soy  un  rey  con  alma. 

Y  por  decirle  verdad, 
no  lo  hiciera  si  creyera 
que  había  de  haber  quien  pidiera 
tal  cuenta  a  la  majestad. 

Que  del  bien  o  el  mal  de  acá 
por  cosa  cierta  tenía 
que  sólo  Dios  les  pedía 
cuenta  a  los  reyes  allá. 

Muy  bachiller  me  pareces. 
Todo  esto,  señor,  ha  sido 
sólo  haberte  entretenido, 
ya  que  a  los  campos  te  ofreces. 

Rodulfo. 

Señor. 

¿Que  es  esto?  , 
¿Pues  qué  quieres  tú  que  sea? 
Un  labrador  bien  hablado, 
que  hasta  la  más  corta  aldea 
produce  algún  hombre  aparte. 
¿  Pues  hay  aquí  diferencia 
deste  rostro  al  de  mi  hija? 
No  es  posible  que  parezca 
este  rudo  labrador 
a  su  divina  belleza. 
Ea,  Conde,  que  estás  culpado 
en  la  lealtad  y  obediencia , 
y  porque  no  te  castigue 
lo  que  es  tan  claró  me  niegas. 
Ea,  habla.   El   rosto,   el   semblante, 
es  de  Leonora. 

No  tengas 
de  mi  lealtad,  pues  no  es  justo 
sin  causa  injusta  sospecha. 
Tu  nieto  es  muerto,  señor; 
no  es  posible  que  éste  sea. 
¡  Mientes,  Conde ;  este  es  mi  nieto  1 
Señor... 

Invenciones  deja. 
Bien  sabes  tú  que  los  hijos, 
por  ley  de  naturaleza, 
parecen  más  a  las  m.adres, 
como  a  los  padres  las  hembras. 
Este  es  un  vivo  retrato 
de  Leonora. 

Si  éste  fuera, 
no  te  le  trujera  el  cielo 
donde  matarle  pudieras : 
que  él  le  supiera  guardar. 
Carlos. 

Señor. 

Mal  te  empleas 


en  los  campos.  Ven  conmigo, 
porque  desde  agora  puedas 
ejercitar  el  valor 
en  actos  de  más'  nobleza. 

Carlos.       Beso  mil  veces  tus  pies. 

Conde.         Cielos,  a  piedad  os  mueva 
la  que  tuve  en  este  monte 
con  tan  humilde  inocencia ! 
Aplacad  al  fiero  Enrique, 
que  los  temores  que  lleva 
no  me  aseguran  la  vida. 

Fabio.         En  fin,  ¿te  vas  y  nos  dejas? 

Fenisa.        ¡  Ay,  cielos  !  ¿  Adonde  vas  ? 

Rosaura.     Carlos,  oye. 

Carlos.  En  tanta  fuerza, 

Rosaura,  ¿qué  puedo  hacer? 

Rosaura.     Oye  aparte. 

Carlos.    .  Puedo  apenas. 

Rosaura.     Cuantos  desdenes  has  visto, 
cuantas  vanas  resistencias, 
fueron  prueba  de  tu  amor 
y  celos  de  mis  sospechas. 
Como  el  alma  te  he  querido, 
que  sola,  Carlos,  tu  ausencia 
pudiera  en  mi  condición 
confesar. 

Carlos.  ^li  bien,  espera. 

Di  Iq  demás. 

Ros.AURA.  No  es  posible, 

las  lág-rimas  no  me  dejan. 

Carlos.       En  las  niñas  .de  los  ojos 
se  le  quedaron  las  perlas. 

Fenisa.        ¿  Puedo  yo  hablarte  ? 

Carlos.  No  sé, 

que  allí  llora  quien  me  lleva 
el  alma. 

Fenisa.  ¡  Carlos,  traidor, 

con  desprecios  me  consuelas ! 

Fabio.  Aunque   rústico,   no  puedo 

dejar  de  darte  mis  quejas. 
Ya  sabes  nuestra  crianza. 

Carlos.      Antes  te  ruego  que  vengas 
a  acompañarme  en  la  'Corte. 

Fabio.  Dame  mil  veces  la  tierra 

de  esos  pies. 

Carlos.  .  Adiós,  montañas ; 

adiós,  prados ;  adiós,  selvas  ; 
que  ya  vuestro  rey  de  burlas 
os  quita  otro  re}^  de  veras. 


(-^^) 


230 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


JORNADA  SEGUXDA 

{Salen  el  Emperador,  el  Coxde  Rodulfo  y  Octavio.) 

Conde.  Que  te  has  de  ablandar  espero 

por  lo  que  Carlos  merece. 
Emper.        ¿  Que  tan  gallardo  parece 

en  traje  de  caballero? 
Conde.  Es  un  traslado,  señor, 

de  lU  heroica  gentileza. 
Emper.   -    Quitándole  la  cabeza, 

me  parecerá  mejor. 
Octavio.         No  es  cosa  digna  de  ti; 

fuera  de  que  puede  ser 

no  ser  tu  nieto  y  poner 

la  mano  en  su  sangre  ansí. 
Será  incitar  la  piedad 

del  cielo  con  su  inocencia. 
Emper.        ¿  Pues  en  qué  se  diferencia 

de  mi  Leonora? 
Conde.  Es  verdad; 

pero  si  tu  entendimiento 

se  diese  alguna  razón 

que  fuese  satisfacción 

de  todo  tu  pensamiento, 
¿matarías  a  Carlos? 
Emper.  -  No. 

Mas-  ¿qué  razón  puede  haber 

bastante  a  satisfacer 

lo  que  estoy  temiendo  3'o? 
Conde.  Octavio  y  otros  la  han  dado 

por  justa  seguridad 

de  tu  vida  y  majestad. 
Emper.         La  afición  os  ha  engañado. 
Conde.  ¿  Qué  temes  ? 

Emper.  Que  cuantos  sabios 

^     tiene  Alemania  dijeron, 

cuando  el  nacimiento  vieron 
«      des  te  autor  de  mis  agravios, 
>*  que  me  había  de  quitar 

el  imperio. 
Conde.  Pues  advierte 

que  se  cumplió. 
Emper.  ¿De   qué  suerte? 

Conde.         ¿Pues  no  le  viste  reinar 

entre  aquellos  labradores 

cuando  al  villano  mandó 

que  le  azotasen? 
Emper.  Si  yo 

puedo  perder  mis  temores 
con  quitalle  aquí  la  vida, 
^         ¿quién  me  mete  en  presumir 

que  se  viniese  a  cumplir 


en  su  corona  fingida 
la  que  temo  verdadera? 
Octavio.     ¿Matar  un  ángel,  señor, 
obedeciendo  al  temor 
que  en  tu  valor  persevera, 
}•  en  ofensa  de  quien  eres? 
Conde.       Obligue  a  tu  Majestad 
el  ver  que  desta  piedad 
el  favor  del  cielo  infieres, 
3^  el  contento  y  alegría 
que  Leonora,  mi  señora, 
ha  de  tener  viendo  agora 
-  la  prenda  que  3'^a  tenía 

muerta   en   su  imaginación. 
Emper.        Vuestro  consejo  me  agrada 
tanto,  que  envaina  la  espada 
de  mi  justa  indignación. 
Conde.  Reinando  Carlos  se  vio 

entre  villanos;  \x)  vi 
su  cetro,  y  pienso  que  ansí 
cuanto  han  dicho  se  cumplió. 
Ya  no  queda  qué  temer. 
E:mper.       De  suerte  estoy  satisfecho, 
que  has  obligado  mi  pecho; 
mercedes  te  quiero  hacer: 
hov  has  de  comer  conmigo. 
Conde.         ¿Yo,  señor? 
Emper.  Conde,  es  muy  justo 

honrai'te,  estimar  tu  gusto 
y  tenerte  por  amigo, 

Carlos  irá  presto  a  ver 
a  sus  padres. 
Conde.  Tú  verás 

como  te  aseguras  más 
3'  que  no  hay  más  que  temer. 
Ladislao,  su  padre,  es  pobre : 
¿qué  aliento,  qué  gentileza 
quieres  que  en  tanta  pobreza 
Carlos,  desterrado,  cobre? 
Emper.  Bien  dices;  a  pocos  días 

que  esté  aquí  se  le  enviaré. 
Ven  a  comer. 

{Vase   el   Emperador.) 

Conde.  H03'  pondré 

fin  a  las  sospechas  mías. — 
Octavio. 

Octavio.  Conde. 

Conde.  ¡  Oh  qué  bien 

se  le  ha  quitado  el  temor ! 

Octavio.     Era  injusto  en  su  valor 
3^  en  su  religión  también. 


TORNADA    SEGUNDA 


231 


Conde.  Vete  con  él,  porque  a  mí 

por  sospechoso  me  tiene. 

Octavio.     Tnocentc  Carlos  viene : 
vivirá  Carlos  por  ti. 

(Fase.) 

Conde. 

i  Hayas  del  monte,  en  que  piedad  tan  justa 
dio  vida  a  quien  mataban  los  consejos 
de  un  astrólogo  vil;  sombrosos  tejos, 
que  infame  vistes  la  grandeza  augusta; 

encina,  en  cuya  bárbara  y  robusta 
corteza  vi  sus  ojos  como  espejos, 
a  los  rayos  del  sol  surtir  reflejos, 
lágrimas  de  que  el  ciclo  tanto  gusta, 

¿qué  se  hizo  el  niño,  que  al  llorar  suave 
movió  las  piedras  ?  ¿  Quién  le  puso  el  nombre  ? 
¿Quién  le  guardó,  si  es  éste  ilustre  y  grave? 

Pero  no  será  justo  que  me  asombre, 
que  lo  que  guarda  Dios  El  mismo  sabe 
cómo  se  libra  del  poder  del  hombre. 

(Salen  Carlos  y  Fabio  en  hábito  de  cortesanos.) 

Carlos.  ¿Tanto  te  afliges? 

Fabio.  "  Xo  sé 

cómo  lo  pueda  sufrir. 
Carlos.       Pues  aquí  se  ha  de  vivir 

desta  suerte. 
Fabio.  Xo  podré, 

si  me  da  el  Emperador 
un  reino,  tener  dos  días 
estas  calzas  y  estas  chías. 
Carlos.       ¡  Bien  se  te  luce  el  valor ! 

!Mira  que  todas  las  cosas 
son  costumbre  y  ejercicio, 
sea  en  la  virtud  o  el  vicio. 
Fabio.  En  ti,  Carlos,  son  forzosas 

y  parecen  naturales ; 
pero  en  mí  violencias  son. 
Conde.       O  nace  de  mi  afición, 

o  él  tiene  prendas  reales. 

¡  Qué  persona  !  ¡  Qué  presencia  ! 
Carlos.       Aquí  está  el  Conde. 
Fabio.  Es  verdad. 

Carlos.       Ponte  grave. 
Fabio.  Es  necedad 

y  en  mi  talle  im-pertinencia. 

El  que  saben  que  es  villano, 
¿para  qué  se  hace  señor? 
Porque  el  humilde  al  favor 
va  por  camino  más  llano. 
X^adie  se  suba  más  alto 


loxde. 
;  Carlos. 
I   Conde. 


Carlos. 


Carlos. 

Conde. 
Carlos. 
Conde. 


Carlos. 


Fabio. 


Carlos. 

,   Fabio. 

i   Carlos. 

Fabio. 
I   Carlos. 


de  lo  que  puede  alcanzar,, 
porque  no  se  venga  a  hallar  (i) 
del  favor  del  cielo  falto. 

Que  los  que  no  consideran 
dónde  los  soberbios  paran, 
menos  aprisa  bajaran 
si  mas  aspacio   subieran. 

Carlos,  ¿cómo  va  de  traje? 
Ya,  señor  Conde,  lo  veis. 
Parece  que  le  tenéis 
por  nobleza  y  por  linaje; 

de  suerte  que  no  parece 
que  otro  tuvistes  jamás. 
Para  que  me  anime  más 
vuestro  valor  me  engrandece. 

Muy  contento  está  de  vos 
el  Emperador. 

Lo   creo, 
que  ha  visto  mi  buen  deseo. 
Dios  os  guarde. 

Guárdeos  Dios. 

¡  La  gravedad  y  el  valor 
que  muestra!  ¿Qué  dudo  ya? 
El  es;  de  su  parte  está 
la  piedad  contra  el  rigor. 

(Vase.) 

Este  ilustre  caballero 
es  el  que  me  honra  aquí 
con  más  gusto. 

Cuando  en  ti 
tanto  valor  considero, 

naturaleza  me  admira :    - 
almas,  en  efecto,  son 
fin,  grandeza  y  perfección, 
que  lo  demás  es  mentira, 

¿  Cómo  hablas  de  ese  modo 
til  que  ayer  el  campo  arabas? 
Y  tú  que  ayer  le  pisabas, 
¿  cómo  eres  un  rey  en  todo  ? 

Este  libro  de  palacio 
me  enseña. 

También  a  mí. 
Aunque  ha}--  escuelas  aquí, 
requiere  su  estudio  espacio. 


{Sale  Rosaura  con  sombrero,  rebociño,  y  un  velo  por 
,  el  rostro,  y   una   cestilla   en   el  brazo.) 

Rosaura.         X'o  seré  tan  venturosa. 
Pocas  veces  amor  tiene 
tanta  ventura. 


(i)     En  el  texto  :   "hablar",  por  errata. 


oqo 


LO    QUE    ESTA    DETERMINADO 


Fabio.  Aquí  viene 

una   labradora   hermosa. 

Rosaura.  ¡  Ay,  Dios  !  ¿  Si  es  aquél  ?  No  es  él. 
Mas,  ¿qué  dudo?  ¡Oh  cuánto  muda, 
que  todo  es  mudanza  en  él ! 

Para  mi  daño  le  encuentro 
mudado  y  desconocido, 
si  corresponde  al  vestido 
el  alma  que  tiene  dentro. 

Carlos.  Aunque  en  este  traje  estoy, 

me  voy,  Fabio,  tras  mi  aldea. 

Fabio.  ¡Cosa  que   Rosaura   sea!... 

Carlos.       ¡  Ay,  cielos,  a  hallarla  voy  ! 
Justamente  cubre  el  velo,  - 
labradora  celestial, 
ese  rostro,  al  cielo  igual, 
para  que  se  mire  el  cielo, 
que  deslumhrará  la  vista 
su  luz. 

Rosaura.  ¿  Ya  habláis  cortesano  ? 

Carlos.       ¡  Rosaura ! 

Rosaura.  Tened  la  mano. 

Carlos.       No  quiere  amor  que  resista 
con  el  respeto  el  placer 
de  haberte  visto,  señora. 
¿Dónde  desta  suerte  agora? 
¿Por  dicha  viénesme  a  ver? 

¿  Es  esto  para  que  crea 
lo    que    partiendo    decías, 
que  secreto  amor  tenías? 
¿Cómo  dejas  el  aldea?' 

¿Cómo  vienes  a  la  Corte? 
¿  A  quién  buscas  ?  ¿  Dónde  vas  ? 
¿Qué  puede  haber  donde  estás 
que  tanto  a  tu  vida  importe? 

Rosaura.  ¡  Notable  modo  de  amar : 
declararse  ausente  el  bien ! 
¡  Ay,   Carlos ! 

Carlos.  Yo  vi  también 

llover  un   cielo   o   llorar. 

Y  aunque  es  verdad  que  pudiera 
darme  lágrimas  venganza, 
antes   puse   mi   esperanza 
en  que  verdaderas  eran. 

Que  cuando  una  mujer  llora 
por  hombre  que  ha  de  perder, 
señales  deben  de  ser 
de  que  le  estima  y  adora. 

Rosaura.         Sí  estimo,  Carlos,  pues  ya 
contigo  me  declaré; 
fuerza  de  tu  ausencia  fué, 
pero  ya  vencida  está.- 


Que  aunque  es  verdad  que  he  11o- 
el  bien  de  haberte  perdido,         [rado 
tal  el  imposible  ha  sido 
que  en  parte  ihe  he  consolado. 

Que  no  me  pudo  obligar 
a  lo  que  miras  agora, 
pues  sola  ima  vez  se  llora 
lo  que  no  se  ha  de  cobrar. 

Vine  a  la  ciudad  acaso, 
y  aquí  de  camino  a  verte. 
Carlos.       ¡  Que  aún  me  trates  desta  suerte  ! 

¿  Hay  tal   desdén  ? 
Rosaura.  Habla    paso, 

que  vengo  a  restituirte 
ciertas    prendas   que    tenía 
tuyas   el   último   día 
que  pienso  verte  y  oírte. 

Desconfiada    de    hallarte 
entre   tanta  ilustre  gente, 
esta  cestilla  en  presente 
pensaba,    Carlos,    dejarte. 

Poro  ya  que  estás  aquí, 
allá  lo   verás  mejor, 
que   son   prendas  de   tu   amor 
y  ya  no  son  para  mí. 

Estos  dos   zarcillos   son 
que  en'  una   lucha   ganastCj 
y  con  Fabio  me  enviaste ; 
este  papel,  la  canción 

que  en  mi   alabanza  escribiste, 
y  que  a  mi  puerta  cantó 
Silvano,    aunque    entonces    yo 
gustaba  de  verte  triste; 

estas   cintas  unas  fiestas 
me    presentaste    viniendo 
de   la   ciudad,   presumiendo 
menos  amor  que  me  cuestas, 

y  éste  un  lienzo  en  que  venían 
algunas  frutas  y  flores, 
que  con   diversos   colores 
cuadros  de  jardín  le  hacían. 

Quien  esto,  Carlos,  guardaba, 
no  estaba  libre  de  amor, 
que  nunca  guardó  favor 
quien  al  dueño  no  estimaba. 

Hasme'  dejado   a   la  muerte, 
y  en  última  voluntad 
te  vuelve  a  dar  mí  verdad 
las  prendas  que  no  han  de  verte. 

Y  pues  [que]  ya  te  persuades, 
adiós,  que  en  tu  guarda  sea, 
que   mejor   es   ima   aldea 


JORNADA    SEGUNDA 


0"^': 


Carlos. 

Faeio. 

Carlos. 


Fabio. 


para  llorar  soledades. 
(l'asc.) 

¡  Eso  no  !  Detente,  mira... 
¿No  ves  que  el  aire  detienes? 
¡  Ay,  verdaderos  desdenes  1 
¡  Ay,  amor,   todo  mentira  ! 

¿Has  visto  tal  condición, 
Fabio,   en   ninguna  mujer? 
Suelen    algunas   querer, 
y  quieren  con  invención; 

que  todo  es  fingir  desden, 
dar  pesares,  dar  enojos, 
y  el  corazón  en  los  ojos 
afirma  que  quieren  bien. 

Yo  te  digo  que  ella,  venga 
más  de  mil  veces  aquí. 
Si  ella  viene,  Fabio,  a  mí 
no  quiero  que  amor  me  tenga . 

Hay    aquí    mil    caballeros : 
peligro  corre   su  honor. 
Eso  no,  que  su  rigor 
tiene  divinos  aceros. 

¿Oro  y  diamantes  qué  harán? 
Quedar   necios    y   vencidos. 
¿Pues  no  serán  admitidos? 
De  la  virtud  no  podrán. 

Con  mujeres  de  valor 
nunca  puede  el  interés ; 
el  amor  sí,  que  al  fin  es 
oro  del  alma  el  amor. 

De  cien  mil  mujeres  una 
no  ?;c  rinde  de  ese  modo; 
amor   sí   lo   vence   todo, 
que  el  interés  a  ninguna. 


(Salen  el  Emperador,  el  Conde  ;v'  Octamo  y  criados.) 

Conde. 
De  la  merced,  señor,  que  he  recibido 
este  dichoso  día  de  tu  mano, 
quedaré   para   siempre   agradecido. 

Emperador. 
Conde,  los  caballeros  que  se  precian 
de  ser  leales  al  señor  que  sirven, 
merecen  estas  honras  y  otras  muchas. 

Conde. 
¿  Pues  qué  mayor  que  merecer  tu  mesa  ? 

Carlos. 
Fabio,  vente  conmigo,  que  no  puedo 
dejar  volver  así  mi  amada  ingrata. 


Carlos. 


Fabio. 

Carlos. 
Fabio. 
Carlos. 
Fabio. 


que  amando  y  olvidando  siempre  mata. 
Fabio. 

Tanto  afligirte  su  desdén  desea, 
que  ya  debe  de  estar  junto  al  aldea. 

(l'aiise   Carlos   _v    Fabio.) 

Emperador. 
¿Has  comido  a  tu  gusto? 
Conde. 

No  presumo, 
dejando  aparte,  gran  señor,  la  honra, 
que  pudieron  los  Césares  romanos, 
de   quien   se   escriben   mesas   tan   espléndida:', 
hallar  tal  variedad  y  tal  grandeza. 

Emperador. 

Antes  te  engañas,  que  una  cosa  sola 
has  comido  en  mi  casa;  bien  que  ha  sido 
de  diferentes  modos. 

Conde. 
En  mi  vida 
pude  decir  que  estuve  más  contento. 

Emperador. 
Pues  todo  ha  sido  un  animal,  que  en  parte 
has  comido  en  guisados  diferentes. — 
¡  Hola  !  Traedle  luego  la  cabeza. 

Conde. 
Si  fuera  ave,  pensara  que  era  el  Fénix; 
siendo  animal,  no  sé  cuál  es;  mas  creo 
que  excede  al  pensamiento  y  al  deseo. 

(Trae  Octavio  en  una  fuente  una  cabera  de  un  niño 
cubierta  con   un   tafetán.) 

Octavio.        Aquí  está  ya  la  cabeza. 
Emper.       Descubre   ese   tafetán. 
Conde.        ¡  Grandes  temores  me  dan  ! 

¡  Desmáyame  la  tristeza  ! 
Emper.        ¿Conócesla? 
Conde.  Tu  grandeza, 

si  el  temor  no  me  ha  engañado,. 

mi  propio  hijo  me  ha  dado. 

Este  es  mi  hijo,  señor, 

que  el  cabello  y  el  dolor 

me  )o  han  dicho  y  declarado. 
¿Qué  quiso  tu  Majestad 

hacer  en  esto  conmigo? 
Emper.        Conde,  un  ejemplar  castigo 

de  tu  injusta  deslealtad. 

Al  Rey  tratalle  verdad. 


234 


LO    QUE    ESTA    DETERMINADO 


Conde. 


servirle  con  esperanza 
del  premio  que  el  bueno  alcanza ; 
que  de  quien  el  Rey  se  fía 
es  traición  y  alevosía 
engañar  su  confianza. 

Aquel  niño  que  te  di 
dejaste  vivo,  Rodolfo, 
y  a  mí  de  miedo  en  el  golfo 
que  estoy  pasando  por  ti; 
por  eso  tienes  aquí 
el  castigo  que  mereces. 
Aprende   para   otras   veces, 
que  los  reyes  bien  sex-vidos 
han  de  ser  obedecidos 
como  supremos  jueces. 

Al  rey,  que  puede  mandar 
y  lo  que  quisiere  hacer, 
sólo  se  ha  de  obedecer, 
que  no  se  ha  de  exajminar. 
Si  te  mandara  matar 
tu  hijo,  en  dolor  tan  fuerte 
disculpa  el  amor  advierte; 
pero  en  las  prendas  mías, 
¿qué  sacrificio  me  hacías 
para  excusalle  la  muerte? 

(Va^e  con  los  criados.) 

Bien,  dicen  que  un  gran   dolor 
ocupa  de  suerte  el  alma, 
que  está  el  sentimiento  en  calma, 
y  más  si  es  dolor  de  amor. 
¿  Qué  romano  Emperador 
quieres,  arrogante  Enrique, 
que  a  tus  crueldades  aplique? 
¿Cuál  canto  darán  mis  ojos 
con  que  mis  peaias  y  enojos 
a  cielo  y  tierra  publique  ? 

i  i\y,  hijo  de  mis  entrañas, 
que  habéis  vuelto  a  estar  en  ellas, 
poderoso  a  enternecellas 
si   fueran   duras  montañas ! 
i  Qué  dos  tan  varias  hazañas 
hay  en  Enrique  y  ^n  mí ! 
La  vida  a  su  sangre  di 
y  él  a  mi  vida  la  muerte, 
que  dice  que  desta  suerte 
traidor  y  rebelde  fui. 

¿  Qué  haré,  cielos  ?  ¿  Si  podré 
vivir  en  tanto  tormento? 
Todos  viven  con  sustento, 
y  yo  con  él  moriré. 
¿  De  aué  suerte  ver  podré 


a   la   Condesa   mi   esposa? 
¿Podré   escucharla   quejosa? 
¡  Cielos,  cielos,  socorredme, 
o  matadme,  o  detenedme 
para  una  hazaña  piadosa ! 

(Sale   Carlos.) 

Carlos.  ¿Dónde  vas  con  tal  furor? 

Conde.        Carlos,  tú  solo  pudieras 
detener  las  manos   fieras 
de  un  hombre  ciego  de  amor. 

Carlos.       ¿Pues  tú  con  tanto  furor? 

Conde.         No  voy  menos  que  a  matar 
a  Enrique. 

Carlos.  í  No  has  de  pasar 

desta  puerta,  vive  el  Cielo ! 

Conde.        ¡  Bien  pagas  mi  justo  celo  ! 

Carlos.       ¿Pues  qué  te  debo  pagar? 

Conde.  Retírate  y  dame  aquí, 

Carlos,   atención   un   rato, 
que  no  pagarás,  ingrato, 
lo  que  padezco  por  ti. 

Carlos.       Sosiégate. 

Conde.  Escucha. 

Carlos.  Di. 

Conde.         Ten  secreto,  que  te  importa 
la  vida. 

Carlos.  El  prólogo  acorta, 

que  hay  más  que  piensas  en  mí. 

Conde.  Carlos,  el  bárbaro  Enrique, 

que   no   merece   otro   nombre, 
señor  deste  grande   Impc^-io, 
cabeza  de  todo  el  orbe, 
sólo  una  hija  ha  tenido; 
la  cual,  soñando  una  noche 
que  de  su  pecho  salía 
una  vid   alta  y  conforme, 
cuyos  lazos  adornaban 
toda  Alemania,   informóse 
de  astrólogos,  que  dijeron 
que  aquella  vid  sería  un  hombre 
que  le  quitaría  el  cetro. 
Enojado  el  Rey  eaitonces, 
casó  a  Leonora  su  hija 
con  un  caballero  pobre, 
porque   lo  que   del  naciese 
tuviese  iguales  acciones. 
Pero  volviendo  a  soñar 
otras  quimeras  disformes, 
aguardó  el  parto,  esforzando 
los  sabios  más  sus  temores. 
Parió   Leonora,  y   Enrique, 


JORNADA    SEGUNDA 


235 


siendo  su  paje,  llamóme,. 

y  encargándome  el  secreto, 

con  iguales  prevenciones, 

me  dio  el  niño  en  unos  paños, 

para  que,  llevado  a  un  monte, 

con  su  muerte  perpetrase 

una  maldad  tan  inorme. 

Tomé  el  pequeñuelo  infante 

sin  mtención  que  le  corte 

solo  un  cabello  mi  espada, 

por  más  que  el  temor  me  asombre. 

Llego  al  pie  de  la  montaña, 

entre  las  once  y  las  doce, 

para  trasladar  al  niño 

desde  mis  brazos  a  un  roble. 

Mas  él,  con  los  ojos  bellos 

tan  tiernamente  miróme, 

que  parece  que  me  estaba 

diciendo   dulces   amores : 

"¡  Ay,  Conde,  tenme  en  los  brazos; 

tenme,    no    me    dejes.    Conde; 

mira   mi    inocencia   humilde, 

alma  tengo,  no  me  arrojes!" 

Yo  entonces,  tierno  muchacho, 

con  dos  fuentes  a  sus  soles 

ofrecí    lágrimas    tristes 

diciendo:  "¡Mi  bien,  no  llores!" 

Torno  a  cogerle  en  mis  brazos, 

y  porque  nadie  me  tope 

hacia  todas  partes  miro 

entre  tantas  confusiones. 

Allí  bramaba  (i)  una  fiera; 

allí  por  las  peñas  corre; 

allí  de  los  dos  al  llanto 

piadoso  el  eco  responde. 

Ya  se  mostraba  en  las  nubes,     ' 

Carlos,  la  luna  triforme, 

y  apenas  el  sol  cubría 

las  líneas  del  horizonte, 

cuando  al  descender  un  valle 

un  labrador  me  socorre, 

conocido  de  mis  padres 

y  conocido  en  la  corte. 

'Encubro   al  niño ;  mas  él, 

con  lágrimas  descubrióse. 

Dígole  que  es  de  una  dama, 

y  entre  los  brazos  le  coge, 

porque  su  mujer  había, 

con  excesivos  dolores, 

parido  un  muchacho  muerto, 


(i)     En  el  original:  "brava",  por  errata. 


y  quiere  que  así  le  cobre. 
Pasados  algunos  días, 
que  no  hay  cosa  que  no  borré 
el    tiempo,    que    los    sucesos, 
como  el  mar  las  naves  sorbe, 
serví  al  Rey  en  la  Valaquia, 
y  fui  de  sus  escuadrones 
general  algunos  años 
contra  los  turcos  feroces. 
Cáseme,  volviendo  a  Cleves, 
que  quiere  Enrique  que  honre 
mi  casa  y  antigua   sangre 
la  Duquesa  de  San  Jorge. 
Dióme  el  cielo  un  hijo,  Carlos, 
que  era  destos  ojos  norte. 
Aquí  te  ruego,  ¡  ay  de  mí !, 
que  las  lágrimas  perdones. 
Diéronle  noticia  a  Enrique 
que   andaba   por   estos   bosques 
un   jabalí,   más   cruel 
que  el  que  dio  la  muerte  a  Adonis. 
Salió  a  matarle  arrogante, 
cuando  tú,  rey  de  pastores, 
mandaste  que  a  un  labrador, 
por  inobediente,  azoten. 
Quejóse  al  Rey;  lo  demás 
ya  lo   sabes.   Convidóme 
hoy  a  comer.  No  te  admires 
que  a  estar  loco  me  provoque, 
pues  al  fin  de  la  comida 
me  dio  por  sangriento  postre 
la  cabeza  de  mi  hijo, 
diciendo:  "¡Infame,  esto  come 
quien  no  obedece  a  los  reyes 
y  en  tal  confusión  los  pone !" 
Yo  entonces,  que  en  referirlo 
el  corazón  se  me  rompe, 
respondo  humilde;  él  me  deja 
a  que  del  alba  desfogue 
por  los  ojos  el  veneno. 
Resuélvome,  dando  voces, 
a  darle  muerte;  mas  quiere 
el  cielo  que  me  reporte. 
Tú  eres,  Carlos,  este  nieto 
de  Enrique;  tú,  Carlos  noble, 
hijo  de  Leonor,  su  hija. 
Escucha  y  no  te  alborotes : 
mira  que  quiere  matarte, 
ya  sus  crueldades  conoces, 
porque  teme  que  si  vives 
de  su  imperio  te  corones. 
Y  advierte  que  aunque  es  tu  sangre 


236 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


no  hay  pórfido,  jaspe  o  bronce 
como  sus  duras  entrañas. 
El  cielo  tus  años  logre, 
que  si  no  es  que  tu  fortuna 
su  fiera  envidia  interrompe, 
espero  que  su  laurel 
tu  frente  dichosa  adorne. 

Carlos.  ¿Cómo  podré  responderte? 

¿  Con  qué  voz  quieres  que  hable, 
en  confusión  tan  notable, 
de  mi  vida  y  de  mi  muerte? 

¿  Nieto    soy   de    Enrique,    y   yo 
hijo   de   Leonora?    i  Ay,    cielos! 
¿  Qué  necia  envidia,  qué   celos 
tan   cobardes   admitió 

en    su    loco    pensamiento, 
por  consejos  de  hombres  vanos, 
para  ensangrentar  las  manos, 
sin  razón,  sin  fundamento, 

en  mí  inocencia,  en  efecto, 
de  los  cielos  defendida? 

Conde.         En  peligro  está  tu  vida: 
huye,  Carlos,  con   secreto. 

No  te  puedo  acompañar  , 

por  no  dejar  la   Condesa; 
Dios  sabe  lo  que  me  pesa. 

Carlos.       Si  el  Rey  me  quiere  matar,. 
¿  a-dónde  tengo  de  huir  ? 
¿  Qué  fuerzas  puedo  tener 
que  me  puedan  defender? 

Conde.        Temo  que  nos  han  de  oír. 

Hablemos,  Carlos,  después, 
que  si  me  viese  contigo 
ha  de  pensar  que  te  digo, 
por  venganza  o  interés, 
toda  la  pasada  historia. 

Carlos.        Si  yo  vivo,  tú  verás 

que   el  hijo  muerto  hallarás 
en  m.i  obligada  memoria; 
porque  seré  eternamente 
tan  hijo  tuyo  en  amor, 
que  se  te  olvide  el  dolor 
de  aquella  sangre  inocente. 

Conde.  Con  lágrimas  respondiera 

a  tu  tierno  ofrecimiento 
si  para  mi  sentimiento 
lugar  el  temor  me  diera. 

Los  cielos,  Carlos,  te  den 
vida  a  tu  inocencia  igual. 

(Vase.) 

Carlos.       ¡  Qué  aprisa  que  viene  él  mal ! 


j  Qué  despacio  llega  el  bien ! 

A  un  tiempo  sé  la  grandeza 
de  mi  sangre  y  la  ocasión 
de  mi  muerte  sin  razón. 
¡  Oh   error   de   Naturaleza  ! 

¿Que  persiga  la  crueldad 
de  un  padre  a  un  hijo  inocente 
por    conservar    vanamente 
del  cetro  la  majestad? 

¿Qué  haré?  ¿  ]\Ias  qué  puedo  ha- 
si  mi  vida  a  un  rey  ofende?       [cer 
Si  el  cielo  no  me  defiende, 
¿quién  me  podrá  defender? 

(Salen    el    Emperador    y    Octavio.) 

Octavio. 
Aquí  está  Carlos. 

Emperador. 

Pienso  que  conoces, 
Carlos,  mi   amor. 

Carlos. 
Tus  pies  invictos  beso, 
que  de  estado  tan  vil  me  has  levantado 
a  la  grandeza  de  tan  noble  estado ; 
mas  yo  te  digo  que  jamás  me  olvide 
de  los  principios  de  mi  humilde  vida : 
del  monte,  de  la  selva  y  los  pastores, 
para  más  humildad  de  mi  bajeza, 
ajjnque  me  pongas  en  mayor  grandeza. 

Emperador. 
Carlos,  porque  tu  buen   entendimiento 
me  obliga  a  honrarte  por  el  mismo  estilo, 
sabe  que  quiero  darte  oficio  noble 
de  embajador,  que  es  muy  conforme  en  todo 
a  tu  genio  y  valor,  término  y  modo. 
No  cosas  de  república,  que  ignoras, 
enseñando  a  pastores,  como  dices; 
ni  contratos  de  paces  y  de  guerras, 
suspensión  de  armas  o  volver  de  tierras. 
A  Leonora,  mi  hija,  y  sola  mía, 
tengo  casada,  Carlos,  en  Hungría; 
que  la  visites  de  mi  parte  quiero, 
y  a  Ladislao,  un  noble  caballero, 
cuya  virtud  le  dio  tan  alta  prenda. 

Carlos. 
Aunque  de  tal  oficio  soy  indigno, 
haré  con  obediencia  y  con  cuidado 
lo  que  me  mandas. 


JORNADA    SEGUNDA 


237 


Emperador. 
Parte,  que  las  cartas 
y  todo  lo  denlas  tienes  a  punto. 

Carlos. 
Tus  pies  beso  mil  veces. — ¡  Cielo  santo, 
dejadme  ver  mis  padres !  Mas  sospecho 
que  es  ocasión  para  pasarme  el  pecho. 
I\Ias  como  llegue  ya  donde  los  vea, 
venga  la  muerte,  y  lo  que  fuere  sea. 

{T'asc    Carlos.) 

Emperador. 
¡  Qué  contento  que  parte  ! 
Octavio. 

Está  inocente. 
Emperador. 
Con  mi  seguridad  no  hay  inocencia. 
Octavio. 

Su  ingenio,  su  virtud  y  su  persona 
eran  dignos,  señor,  de  tu  corona. 

Emperador. 
Octavio,  la  obediencia  y  el  silencio 
son  los  preceptos,  las  mejores  leyes 
para  servir,  para  obligar  los  reyes. 

(Al   irse   el   Emperador   sale   el    Conde   y    detiene   a 
Octavio.) 

Conde.  ¡  Ce,  Octavio,  Octavio  ! 

Octavio.  ¿  Quién  es  ? 

Conde.       El  Conde  soy. 

Octavio.  Conde  amigo, 

el  cielo  mismo  es  testigo 

que  supe  el  caso  después 
de  haber  Enrique  mandado 

ponerle  en  ejecución, 

y  que  tu  pena  y  pasión 

he  reprendido  y  llorado. 
Ya  es  hecho ;  mira  el  valor 

a  que  te  obliga  quien  eres. 
Conde.        ¡  Ay,  Octavio,  ya  no  esperes 

valor  en  tanto  dolor ! 
Pero  ya  por  mi  lealtad, 

ya  por  mi  poco  poder, 

respeto   es   fuerza  tener 

a  la  mayor  majestad. 
Lo  que  quería  de  ti 

es  saber  adonde  envía 

a  Carlos. 


Octavio. 

Conde. 

Octavio. 


Conde. 
Octavio. 
Conde. 
Octavio. 


Conde. 

Octavio. 
Conde. 


Octavio. 


Conde. 


Octavio. 
Conde. 


Dice  que  a  Hungría. 
¿A   Carlos   a   Hungría? 

Sí, 

en  forma  de  embajador 
de  sus  hijos;  pero  creo 
que  es  todo  con  mal  deseo 
de  ejecutar  su  rigor. 

¿  Matarále  en  el  camino  ? 
Allá  pienso  que  será. 
En  grande  pehgro  está. 
Mira,  Conde,  que  imagino 

que  te  ha  de  costar  la  vida 
esta  defensa. 

No  sé 
cómo  lo  sufra. 

¿  Por  qué  ? 
¿Por  qué  dices?  Porque  impida 

que  de  aquesta  ejecución 
resulte  al  imperio  nuestro 
tanto  mal. 

¡  Qué  poco  diestro 
te  tiene  ya  la  pasión  ! 

En  las  materias  de  Estado, 
si  en  el  imperio  no  queda 
quien  le  herede,  habrá  quien  pueda 
quitársele. 

Xo  es  cuidado 

que  primero  movimiento 
ha  causado  en  mí  codicia: 
la  inocencia  y  la  justicia 
de  Carlos  defiendo  y  siento. 

Si  yo  le  puedo  avisar, 
si  le  puedo  defender 
hasta  morir  o  vencer. 
Octavio,  le  he  de  ayudar. 

Mira  que  es  notable  error 
e  ignorancia  conocida. 
O  me  ha  de  costar  la  vida, 
o  he  de  verle  emperador. 


(Vase     el     Conde     y     Octavio,    y    salen     Fenisa     v 
Rosaura.) 

Fenisa.  ¿Pensaste  con  ir  muy  vana 

que  le  habías  de  atraer, 
o  que  eras  ya  su  mujer, 
transformada  en  cortesana? 

i  Ay,  Rosaura,  que  no  en  vano 
mormura  toda  la  aldea ! 

Rosaura.     ¿  Quién  hay,  Fenisa,  que  crea 
tu  pensamiento  liviano? 

Yo  fui,  como  suelo,  allá 
por  cosas  que  he  menester, 


238 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


que  no  fui  para  traer 
a  Carlos  de  donde  está. 

Puesto  que  si  yo  quisiera, 
no  sigue  al  norte  el  imán 
(tus  celos  no  lo  creerán) 
como  Carlos  me  siguiera. 

Y  para  darte  pesar, 

no  vive  allá  tan  despacio : 
por  mí  dejará  el  palacio, 
presto  volverá  al  lugar. 

Aunque  porque  no  le  veas 
no  quiero  que  venga  acá, 
yo  sabré  buscarle  allá 
porqvie  de  veras  lo  creas. 
Fenisa.  De  tu  (i)  libertad  lo  creo, 

no  lo  creo  de  tu  amor; 
mas,   ¿qué  has  hecho   del   rigor 
de  aquel  tu  honesto  deseo  ? 

¿Cómo  estás  tan  olvidada 
de  tu  soberbio  desdén? 
Rosaura.     Porque  ya  le  quiero  bien, 
de  tus  celos  incitada. 

Que  a  enternecer  la  (2)  dureza 
de  mi  dura  condición 
tu  envidia  fué  la  ocasión, 
que  no  fué  su  gentileza. 

Y  por  dártela  mayor, 
yo  me  casaré  con  él. 

Fenisa.        Mucho  te  prometes  del 

con  necio  y  ausente  amor. 

'Que  con  ser  quien  ha  querido, 
a  decir  no  me  atreviera 
que  en  tal  estado  pudiera 
volver  a  ser  lo  que  ha  sido. 

Rosaura.        ¿A  ti  te  ha  querido?  ¿Cuándo? 

Fenisa.       Cuando  fui  reina  con  él. 

Rosaura.     Por  ser  yo  a  Carlos  cruel 
te  quiso  Carlos  burlando. 

Fenisa.  El  burlarse  fué  de  ti. 

Rosaura.     ¡  Muy  necia  estás  ! 

Fenisa.  ¡  Tú  lo  eres, 

pues  aborrecida  quieres 
que  yo  lo  piense  de  mí ! 

Rosaura.         Carlos  será  mi  marido ; 
presto  lo  verás. 

Fenisa.  ¡  No  haré  ! 

(Sale    Belardo.) 

Belardo,     ¡  A  qué  buen  tiempo  llegué  ! 
7'enisa.        Tú  seas  muv  bien  venido. 


(i)     En   el  oric 
(2)     En  el   orií 


"Desta",   por  errata, 
"'mi",   también   por  errata. 


¿Visitaste  a  Carlos? 
Belardo.  Sí. 

Fenisa.        ¿  Hablástele'  de  mi  parte  ? 
Belardo.     Hablélc;  y  por  no  cansarte, 

notables  mudanzas  vi. 
Fenisa.  ¿En  su  amor? 

Belardo.  No. 

Fenisa.  ¿Pues  en  qué? 

Belardo.     En  su  estado. 
Fenisa.  ¿De  qué  modo? 

Belardo.     Para  ti  se  acabó  todo; 

esto  he  visto  y  esto  sé. 
Rosaura.        ¿  Quién  duda,  si  es  para  mí, 

que  para  ti  se  acabó? 
Belardo.     Antes  imagino  yo 

que  es  lo  mismo  para  ti. 
Ros.-^URA.         ¿  Qué  dices  ? 
Belardo.  Que  es  Carlos  nieto 

de  Enrique  el  emperador, 

y  de  madama  Leonor 

hijo,  y  tan  roto  el  secreto, 
que  en  toda  la  corte  ya 

no  se  trata  de  otra  cosa. 
Fenisa.        Será  Rosaura  su  esposa, 

casada  con  él  está. 

Carlos  será  mi  marido, 

presto  lo  verás. 
Ros.\URA.  Bien  haces 

si  por  mí  te  satisfaces, 

de  lo  mismo  que  has  perdido. 
¿A  ti  te  ha  querido?  ¿Cuándo? 
Fenisa.        Cuando  fui  reina  con  él. 
RosALTRA.     Por  ser  yo  a  Carlos  cruel, 

te  quiso  Carlos,  burlando,  (i) 
Por  lo  menos,  si  quisiera 

dar  ocasión  a  su  amor, 
■   siendo  Carlos  labrador 

con  él  casada  estuviera. 

Y  aun  soy  tan  loca,  que  creo 

que  rey  también  lo  será. 
Fenisa.        No  lo  creas,  que  ya  está 

con  diferente  deseo. 
Belardo.         No  haya  más. 
RoSi\URA.  Espero  en  Dios 

verle  mío. 
Fenisa.  ¡  Loca  está  ! 

Belardo.     Yo  pienso  que  no  será 

de  ninguna  de  las  dos. 

(Vanse.) 


(i)     Estos   cuatro   versos   habían   dicho   poco   antes 
las  dos  interlocutoras. 


JORNADA    SEGUXDA 


239 


iSalcn   Ladislao,  con   una  carta,  y   Leonora.) 

Ladislao.       Esto  me  escribe,  señora, 
vuestro  padre. 

Leonora.  No  lo  entiendo. 

Ladislao.    Escuchad  la  misma  carta 

que  en  grande  temor  me  ha  puesto 
(Lee.) 
"En  forma  de  embajador 
irá  un  caballero  a  veros 
que  de  Cleves  os  envío, 
gallardo  y  gentil  mancebo, 
pero  culpado  en  traidor 
a  mi  vida  y  a  mi  cetro. 
Y  por  poderle  matar 
con  más  secreto  y  silencio 
le  envío  con  ese  engaño : 
daréisle  la  muerte  luego 
y  por  vuestra  propia  mano." 
Lo  demás,  Leonor,  no  leo 
por  la  pena  que  me  ha  dado, 
por  la  confusión  que  tengo. 

Leonora.     ¿  No  tenía  ese  cruel, 
ese  tirano  sangriento, 
que  echó  mi  hijo,  sin  culpa, 
a  las  fieras  de  un  desierto, 
un  hombre  que  allá  pudiese 
matar  ese  caballero? 
¿Qué  invención  es  esta  agora? 

Ladislao.    Importar  tanto  el  secreto 
debe  de  ser  la  ocasión. 

(Salen    Carlos,    de    camino,   y    Fabio.) 

Carlos.  í  x\  notable  tiempo  vengo  i 

Fabio.         Juntos  están.  ¿  Qué  te  turbas  ? 
Buena  ocasión.  Llega. 

Llego. — 
Vuestras  Altezas  me  den 
los  pies. 

Levantaos  del  suelo. 
Como  si  viera  a  mis  padres, 
respeto  y  amor  les  muestro. 
^El  ser  príncipes  tan  grandes 
te  mueve  a  amor  y  respeto. 

Ladislao.    Turbado  estoy  de  mirarle. 

Leonora.     Y  yo  de  suerte  me  siento, 
.que  me  ha  dado  el  corazón 
mil  golpes  dentro  del  pecho. 
Como  tengo  de  matarle, 
esta  alteración  me  ha  puesto. 
No  sé,  Fabio,  de  qué  causa 
estoy  tan  necio  y  suspenso. 
Dale  las  cartas  y  di 


Carlos. 


Ladislao 
Carlos. 

Fabio. 


Ladislao. 

Carlos. 

Fabio. 


a  lo  que  vienes. 

Carlos.  No  creo 

que  lo  he  de  saber  decir. 

Fabio.         Lo  mismo  pasa  por  ellos. 

Carlos.       Valeroso  Ladislao 

y  señor  mío,  este  pliego 
es  del  grande  emperador 
Enrique.  Otra  vez  os  beso 
los  pies  y  digo,  señores, 
que  de  Cleves  vengo  a  veros 
de  su  parte. 

L.\dislao.  Estoy  temblando; 

y  con  saber  que  le  tengo 
de  matar,  lo  que  parece 
más  que  razón  desconcierto, 
me  muero  por  abrazallc 

Leonora.     ¿  Posible  es  que  este  mancebo 
ha  sido  traidor  a  Enrique? 
¿  Dónde  ?  ¿  Cuándo  o  a  qué  efecto  ? 
¡  Qué  linda  presencia  y  voz  ! 
¿En  un  rostro  tan  honesto 
cupo  traición,  cupo  agravio 
de  un  rey?  No  es  posible.  ¡  Ay,  cie- 
¿  Qué  tiene  que  ansí  me  mueve  ?   [lo  ! 
Viene  a  morir  y  deseo 
su  vida  como  la  mía. 

Carlos.       Señora,  si  me  detengo 

en  llegar  a  vuestros  pies 
no  es  descortés  pensamiento 
sino   suspensión   del   alma, 
que  entre  amor  y  atrevimiento 
me  tiene  fuera  de  mí. 

Leonora.    Que  me  debéis  os  prometo 
una  grande  inclinación. 

Carlos.       Cuando  os  diga  a  lo  que  vengo 
sabréis  de  lo  que  procede. 

Ladislao.    Cansado  vendréis :  hoy  quiero 
que  descanséis,  y  mañana 
con  más  espacio  hablaremos. 
¿'Cómo  os  llamáis? 

Carlos.  Carlos    es 

mi  nombre. 

Ladislao.  Por  todo  os  debo 

amor:  Carlos  se  llaniaba 
mi    padre, 

Carlos.  ¡Cielos!,  ¿que  puedo 

no  decir  que  soy  su  hijo? 

Fabio.     ,     Calla,  señor,  que  a  su  tiempo 
se  lo  dirás;  asegura 
de  todas  partes  el  miedo, 
que  te  va  no  menos  bien 
que  la  vida  y  el  imperio. 


240 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


Leonora. 
Ladislao. 
Leonora. 
Ladislao. 

Leonora. 

Ladislao. 
Carlos.' 


Leonora. 

Ladislao. 

Carlos. 
Fabio. 

Carlos. 


Carlos. 

Fabio. 
Carlos. 


Fabio. 


Coma  con  nosotros  hoy. 
¿Será  bien  darle  veneno? 
No  será  sino  muy  mal. 
¿'Qué  hará,  si  no  le  obedezco, 
vuestro  padre? 

¡  Ay,  Dios  !  ¡  Matadle, 
mas  no  le  matéis  tan  presto ! 
Nuestra  mesa  habéis  de  honrar. 
Honráis,  señores,  en  eso 
vuestra  misma  hechura ;  a  Enrique 
toca  el  agradecianiento. 
No  he  visto  cosa  más  digna 
de  amor. 

No  sé  como  puedo 
creer  que  le  he  de  matar. 
¿Qué  es  esto  que  van  diciendo? 
Naturaleza  en  la  sangre 
con  los  impulsos  paternos 
les  dice  que  eres  su  hijo. 
Y  yo,  Fabio,  a  no  saberlo, 
creyera  que  eran  mis  padres 
sólo  con  mirarme  en  ellos. 


Carlos. 


JORNADA  TERCERA 
(Salen    Carlos    y    Fabio.) 

Parte  por  la  posta  luego 
y  ésta  a  Rodolfo  darás 
con  gran  secreto. 

No  es  más 
veloz  en  su  esfera  el  fuego. 

Esta  darás  a  Rosaura 
con  la  misma  diligencia, 
que  la  memoria  en  ausencia 
con  escribir  se  restaura. 

Y  dile  de  parte  mía 
que  no  la  puedo  olvidar. 
Quien  eres  haces  dudar 
con  esa  loca  porfía. 

Carlos,  aunque  tus  acciones 
son  de  rey,  con  este  amor, 
sabiendo  ya  tu  valor, 
en  contingencia  le  pones. 

Olvídate  de  la  aldea 
y   desta   humilde   mujer, 
porque  desdice  a  tu  ser 
"jue  de  tu  gusto  lo  sea. 

Ya  te  importan  pensamientos 
conformes  a  tu  valor. 
Para  que  la  tenga  amor 


la  sobran  merecimientos. 
El  amor  no  es  calidad; 
que  sin  mirar  la  razón 
■  accidente,  y  no  elección, 
ie  llama  la  voluntad. 

Parte  y  haz  lo  que  te  digo. 
Fabio.         Voy  a  servirte,  señor. 

(Vase.) 

Carlos.      Adonde  importa  el  favor, 
fué  siempre  necio  el  castigo. 

(Sale  Ladislao  con  inm  daga.) 

I.ADISLAO.        ¿  Qué  aguardas,  cobarde  acero, 

{Aparte.) 
O  "para  qué  te  desnudas, 
si  agora  piadoso  dudas 
lo  que  has  intentado  fiero? 

¿Quieres  que  el  Emperador 
diga  que  intento  su  daño  ? 
¿  Este  no  es  un  hombre  extraño  ? 
¿Para  qué  le  tengo  amor? 

Traidor  al  César  ha  sido : 
¿qué  es  esto  que  mueve  en  mí? 
Ya  no  está  Leonora  aquí, 
que  es  la  que  le  ha  defendido. 

Lágrimas  de   mi   mujer, 
necias,  y  locas  porfías, 
han  suspendido  estos  días 
lo  que  por  fuerza  ha  de  ser, 

y  será  en  esta  ocasión. 
¡  Válgame  Dios,  qué  violencia 
pone  injusta  resistencia 
en  tal  determinación ! 
El  me  ha  visto. 
Carlos.  Señor  mío, 

¿  qué  hacéis  aquí  desta  suerte  ? 
Ladislao.    Suspenso   estaba   de   verte 
con  tal  gentileza  y  brío 

¿Que  ansí  mis  manos  estén? 

{Aparte.) 
Carlos.       ¡  Bien  me  debéis  tanto  amor ! 
Ladislao.     ¿Qué  aguardo?  {Aparte.) 

(Al  irle  a  dar  con  la  daga  sale  Liseno,  criado.) 

LisENO.  Aquí  está,  señor, 

un  correo. 
Ladislao.  ¿Aquí?    ¿De   quién? 

Liseno.  Sólo  ha  dicho  que  de  Cleves 

viene  a  cosas  de  importancia. 
Ladislao.    ¡  Por  qué  pequeña  distancia 

la  vida,  Carlos,  le  debes ! — 


JORNADA   TERCERA 


241 


LlSENO. 


Entre. 


Entrad. 


{Sale  Rosaura  en  hábito  de  hombre,  de  camino.) 

Ladislao.  Bien  seáis  venido. 

Rosaura.     Dadme   los   pies. 

Carlos.  ¡  Qué  gallardo 

mozo ! 
Rosaura.  ¿Q^é  más  bien  aguardo 

que  hallando  mi  bien  perdido? 
Carlos.  ¿Dónde  he  visto  tal  mancebo? 

Rosaura.     Esta  en  secreto  leed. 
Carlos.       ¡  Alma,  los  ojos  tened 

en  un  milagro  tan  nuevo  ! 

(Lee    Ladislao.)  a 

Ladislao.  ''El  cruel  Enrique  te  ha  enviado 
un  caballero,  con  título  de  embaja- 
dor, para  que  le  mates  en  tu  casa. 
Si  este  aviso  llega  a  tiempo,  mira 
que  es  Carlos  tu  hijo  y  de  tu  mujer 
Leonora,  que  para  mayor  crueldad 
quiere  que  le  dé  la  muerte  quien  le 
dio  la  vida. — El  Conde  Rodnlfo.^' 

¿Este  es  mi  hijo?  ¿Qué  haré? 
i  Detenedme,  amor,  si  es  cierto  ! 
Cierto  fué,  pues  no  le  he  muerto 
y  mil  veces  lo  intenté. 
i  Milagro  del  cielo  fué, 
que  desta  verdad  me  advierte ! 
Mas,  ¿quién  tuvo  desta  suerte, 
ya  piadoso,  3'a  homicida, 
en  la  una  mano  la  vida 
y  en  la  otra  mano  la  muerte  ? 

i  Oh,  bien  haya  el  inventor 
de  las  letras,  pues  tan  presto 
tan  justo  remedio  han  puesto 
en  tan  injusto  rigor! 
i  Oh  carta,  que  a  mi  temor 
desde  el  cielo  soberano 
bajas  al  im.perio  humano 
a  ser,  con  piadoso  oficio, 
el   ángel   del   sacrificio 
que  me  detiene  la  mano ! 

i  Oh,  qué  bien  me  detenías, 
Leonora,    si    imaginabas 
el  bien  que  solicitabas, 
el  bien  que  perdido  habías  i 
Aunque  las  entrañas  mías 
quieren   abrazarle   agora 
y  el  alma  de  tierna  llora, 
me  tengo  de  castisrar 


Carlos. 


Rosaura. 
Carlos. 


Rcsaura. 


Carlos. 


I   Rosaura. 


Carlos. 


I   Rosaura. 
!   Carlos. 
i   Rosaura. 


en  que  no  le  he  de  abrazar 
hasta  avisar  a  Leonora. 

(Vase.) 

Ya  que  Ladislao  se  fué, 
y  con  tan  grave  alegría, 
saber,  hidalgo,  querría 
(si  no  es  que  importa  que  esté 

este  negocio   en  secreto) 
qué  nuevas  hay  de  la  Corte. — 
i  Cielo,  haced  que  me  reporte, 
que  debe  de  hacer  efecto 

aquí  la  imaginación !  ^ 
¿Qué  dudo  en  llegar  y  hablar? 
Un  profundo  imaginar 
suele   ser   una   ilusión 

del  alma  y  de  los  sentidos; 
mas,  ¿  por  qué  duda  el  deseo 
lo  que  creo,  si  no  creo 
que  los.  tiene  amor  dormidos? — 

Hidalgo,  ¿no  respondéis? 
Como  tan   suspenso   estáis, 
sospechas,  Carlos,  me  dais 
que   alguna   de   mí    tenéis. 

Esa  voz  no  ha  permitido 
más  engaño  a  mis  enojos; 
demos  crédito  a  los  ojos, 
no   parezca   el  bien   fingido. — 

Rosaura...   ¿Podré  llamarte 
Rosaura  ? 

Sí,  Carlos  mío, 
que  ya  fuera  desvarío 
el  alma  y  brazos  negarte. 

Déjam.e  en  ti  descansar 
desta  hazaña  que  me  debes. 
Alma,   que   anim_as  y  mueves, 
como  tu  propio  lugar, 

de  mi  vida  el  pensamiento, 
¿qué  es  esto? 

Efectos  de  amor. 
Habla,   divino   valor. 
Estáme,   Carlos,   atento : 

Estando  en  el  verde  prado 
de  aquella  dichosa  aldea 
que  mereció  ser  tu  patria 
(tu  vida  decir  pudiera), 
retíreme  a  lo  más  solo 
de  la  más  obscura  selva 
a  llorar  las   soledades, 
Carlos,  de  tu  am.or  y  ausencia, 
y  desesperada  en  ver 
que  siendo  rey  era  fuerza 

1(S 


242 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


olvidar  una  villana, 

hija  de  una  helada  sierra. 

Creció  mi  llanto  a  un  arroyo 

que  al  valle  bajaba  della, 

ignorante  que  a  mis  ojos 

fuentes  de  lágrimas  eran. 

En  estas  ansias  de  amor, 

en  estas  dulces  tristezas, 

veo  un  hombre  envuelto  en  sangre 

que  de  una  posta  sea  apea. 

"Pastora — dijo — ,  si  acaso 

•estas  montañas  se  acuerdan 

de  que  aquí  se  crió  Carlos, 

rey  de  burlas,  ya  de  veras, 

sabed  que  el  Emperador 

matarle  en  Hungría  intenta 

por  las  manos  de  su  padre, 

a  quien  falsas  cartas  lleva. 

Súpolo  el  conde  Rodulfo, 

y  mandándome  que  fuera 

a  darle  aviso,  partíme 

a  defender  su  inocencia. 

Enrique,  que  no  dormía, 

desvelado  en  la  sospecha, 

hizo  que  en  aqueste  bosque, 

y  a  la  entrada  de  la  sierra, 

dos  pistolas  me  tirasen. 

Yo,  por  la  misma  alameda, 

he  llegado  aquí  sin  vida. 

Pastora,  la  causa  es  ésta: 

que  el  Conde  escribe  a  su  padre, 

no  dudéis,  que  Carlos  muera. 

Si  alguno  de  los  que  aquí 

le  conocistes  no  lleva 

esta  carta  a  Ladislao..." 

Esto  diciendo,  la  tierra 

midió  el  cuerpo,  hallando  el  alma 

puerta  en  la  herida  sangrienta. 

Yo,  que  te  adoro,  bien  mío, 

temiendo  que  se  supiera 

este  secreto  en  el  valle 

y  que  tu  muerte   era   cierta, 

busco  el  traje  en  que  me  ves, 

y  la  femenil  flaqueza 

esfuerzo  a  tan  alta  hazaña, 

dándome  el  amor  espuelas. 

Parto,  y  he  llegado  a  tiempo, 

si  no  me  engañan  las  señas, 

que  tu  padre  te  mataba, 

ignorante  de  quien  eras. 

Yo  vi  el  color  y  la  daga, 

la  turbación  y  la  pena: 


alguna  deidad  te  guarda, 
que    ni    Rodulfo    pudiera, 
ni  mi  amor,  con  ser  mi  amor, 
que  no  hay  más  que  té  encarezca. 
Carlos.  ¿  Cómo  podré,   gloria  mía, 

aun  con  palabras  pagarte 
de  tu  amor  la  menor  parte? 
¡  Bien  haya  el  dichoso  día 

que  te  vi,  que  te  adoré, 
que  por  mi  dueño  te  tuve, 
que  aquel  que  en  tu  gracia  estuve 
el  de  mi  remedio  fué ! 

¡  Oh  cuánto  deben  los  hombres 
estimar   tales    mujeres! 
¡Digna  entre  famosas  eres 
de   sus   celebrados   nombres ! 

¡  Mal  haya  quien  no  conoce 
su  virtud,  su  perfección, 
y   quien   tanta   obligación 
tan  ingrato  desconoce ! 

Después  de  darnos  el  ser, 
j  qué  de  veces  nos  dan  vida ! 
Rosaura.     ¿Luego  soy  de  ti  querida? 
Carlos.       Hazme,  Rosaura,  placer, 

si  lo  dices  porque  soy 
Rey    agora,    de    no    dar 
a   mis   tristezas   lugar 
cuando  tan  alegre  estoy; 

que  quererte  cuando  fui 
labrador,  fué  presumiendo 
que  era  rey.  porque  te  ofendo 
si  no  soy  rey  para  ti. 

Que    el   haberme    rey   fingido 
fué  sólo  por  igualarte; 
ya  que  lo  soy,  quiero  amarte 
como  quien  te  ha  merecido. 

Y  la  palabra  te  doy 
que  si  llego  a  la  corona 
del  imperio,  que  m.e  abona 
el  ver  que  tan  cerca  estoy, 

que  sola  mi  mujer  seas. 
Ros.\URA.     Déjame  echar  a  tus  pies. 
Carlos.       El  alboroto  que  ves, 

amor,  que  mi  bien  deseas, 

es  de  mis  padres.  Aquí 
disimulando    te    aparta, 
que   la  vida  desta   carta 
vienen  a  buscar  en  mí. 

(Salen   Ladisl.^o,   Leonora,   Celio,   Felisardo  y 
gen  te    con    ellos.) 
Ladislao. 
Que  no  hay  secreto  ya;  llega,  Leonora. 


JORNADA    TERCERA 


243 


Leonora. 

Hijo,  si  tengo  vida  con  hallarte, 
no  me  permitas  que  la  pierda  agora 
con  el  contento  y  gusto  de  abrazarte. 

Carlos. 
Si  no  te  dije  que  lo  fui,  señora, 
no  fué  falta  de  amor,  que  a  mejor  parte 
y  a  mayor  ocasión   lo  difería. 

Leonora. 
Más  temo  que  la  pena  el  alegría. 

L.'VDISLAO. 

No  en  balde  el  brazo  tan  cobarde  estaba, 
de   la  sangre  y  del   alma   detenido : 
del  alma,  que  quien  eras  me  mostraba, 
enamorando  (i)  el  exterior  sentido. 
Del  cielo,  cuya  mano  te  guardaba, 
fuiste  piadosamente  detenido, 
y  en  él  espero  que  antes  de  mi  muerte 
con  imperial  laurel  tengo  de  verte. 

Da  los  brazos  a  Celio,  a  Felisardo 
y  a  los  demás:  los  nobles  son  de  Hungría. 

Celio. 
Los  pies  es  más  razón,  Carlos  gallardo, 
en  tan  alegro,  y  venturoso  día. 

Carlos. 
'Caballeros,  el  premio  con  que  aguardo 
paga,r  vuestra  afición,  mostrar  la  mía, 
vosotros  le  tenéis  si  en  esta  tierra 
me  dais  favor  para  intentar  la  guerra. 

¡Oh  generosos  padres!,  con  nobleza 
de  Hungría  agora  es  tiempo  de  ayudarme ; 
no  a  ser  tirano  a  mi  naturaleza, 
mas  de  tan  fiera  esclavitud  librarme. 
El  sagrado  laurel  de  su  cabeza 
conserva  Enrique  sólo  con  matarme; 
no  quiere  Dios  que  pueda  su  malicia, 
alta  satisfacción  de  mi  justicia. 

Apenas  vi  la  luz  de  los  mortales 
y  ellos  en  mí  las  lágrimas  primeras, 
cuando  entre  espesos  robles  y  jarales 
mi  vida  expuso  a  las  silvestres  fieras. 
Libróme  Dios  por  instrumentos  tales, 
que  vine  a  ser  el  rey  de  sus  riberas; 
conocióme  ya  rey,  aunque  fingido ; 
creció  el  temor  y  despertó  el  olvido. 

Por  eso  donde  vistes  me  ha  enviado 
a  que  me  mate  quien  me  dio  la  vida ; 


(i)     Así    en    el    orig. :    quizá    "embarazando". 


libróme  el  cielo  para  más  cuidado, 
nuevo  temor  del  bárbaro  homicida. 
Pero  si  yo  me  viese  coronado 
desta  provincia,  al  cielo  agradecida, 
que  no  guarda  mi  vida  sin  misterio, 
con  vuestras  armas  cobraré  el  imperio. 

Yo  soy  el  sucesor  desta  corona, 
yo  soy  vuestro  señor :  ¿  qué  estáis  dudando  ? 
Ser  húngaro  mi  padre  en  todo  abona 
la  fe  y  lealtad  con  que  os  estoy  hablando. 
Si  comenzáis  no  quedará  persona 
que  no  os  vaya  siguiendo  e  imitando 
en  cuantos. reinos  son  obedecidas 
del  imperio  las  águilas  partidas. 

Celio. 
Carlos,  cuando  no  fueras  señor  nuestro, 
bastaba  serlo  Ladislao,  tu  padre. 
No  quedará  vasallo  en  toda  Hungría 
que  no  tome  las  armas  contra  Enrique, 
siguiendo  la  razón,  siguiendo  al  cielo, 
que  quiere  hacerte  César  de  Alemania. 

Felisardo. 

Bien  juntará  este  reino  en  favor  tuyo 
veinte  mil  hombres;  pero  son  muy  pocos 
contra  el  poder  de  Enrique. 

Ladislao. 

Los  principios 
son  la  dificultad  de  los  sucesos. 
Claro  está  que  mirando  sus  crueldades 
darán  favor  a  Carlos  cuantos  reinos 
obedecen  las  armas  imperiales. 

Celio. 
¿Pues  qué  tardáis  en  comenzar  la  guerra? 

Carlos. 
^íal   conocéis  de   aqueste   pecho   el   alma : 
con   diez   soldados   destruiré   su   tierra. 

Tú,   caballero,   causa  de  mi  vida, 
no  tienes  que  volver  con  la  respuesta, 
que  para  Enrique  la  respuesta  es  ésta. 

(Saca  la  espada.) 

Y  por  la  cruz  de  sus  aceros  nobles 
de  no   seros  ingrato   eternamente. 
Sacad  banderas,  prevenid  la  gente, 

Rosaura. 
Sólo  ver  tu  valor  basta   animarlos. 

Ladislao. 
jiCarlos  es  nuestro  César! 


244 


LO   QUE    ESTA    DETERMINADO 


Todos. 

¡  Viva  Carlos ! 

(Salen   el   Conde  y   Fabio,   de  camino.) 

Fabio.  Si  no  me  conoce  a  mí, 

¿  el  verme  Enrique  qué  importa  ? 

Conde.         ¡  Ay,  Fabio  ! ;  no  están  seguras 
sus  sospechas  temerosas, 
pues  no  hay  memoria  de  Carlos. 

Fabio.  El  te  envía  esta  memoria 

para  que  sepas  que  vive. 

Conde.        Temblando  est03\ 

Fabio.  No   le   pongas 

al  cielo,  que  le  defiende, 
oposiciones   tan    locas. 
Tú  me  has  puesto  más  temor. 

Conde.        El  temor,   Fabio,   reporta ; 

pero  grande  error  fué  en  Carlos 
no  decir  con  amorosas 
palabras  que  era  su  hijo, 
para  no  temer  agora 
que  le  haya  muerto  su  padre. 
Tragedia  más  lastimosa 
que  en  el  teatro  del  m.undo 
desde  la  primera  historia 
representó  la   crueldad, 
y  fué  la  envidia  la  sombra. 

Fabio.  Luego  que  te  di  la  carta 

fui  al  valle,  para  dar  otra 
a  su  querida  Rosaura, 
que  amor  aun  no  le  perdona 
esta  memoria  en  sus  males. 

Conde.        ¿Pues   quísola   bien? 

Fabio  No  hay  cosa 

más  pública  en  nuestra  aldea: 
fué   su  vida  y   alm.a   sola 
desde  que  tuvo  discurso. 

Conde.        No  rae  pesa,  que  me  toca 
Rosaura  más  que  imaginas. 

Fabio.  Llegué,  y  entre  las  pastoras 

del  valle  hallé  tales  nuevas, 
que  imaginarlas  me  asombra. 

Conde.        ¿  Cómo  ? 

Fabio.  Dicen  que  Rosaura 

un  día,  cuando  el  aurora 
por  burlas  al  sol   los   rayos 
lloraba  fingida  aljófar, 
salió  al  prado  del  aldea, 
y  que  en  la  montaña  toda 
nunca  m.ás  ha  parecido. 

Conde.        ¿Qué  dices,  Fabio? 

Fabio.  Oue  lloran 


por  Rosaura  hasta  las  fieras, 
prados,  selvas,  montes,  chozas, 
ganados,  fuentes  y  ríos. 

Conde.        Pues,  Fabio,  porque  conozcas 
mi  desdicha,  era  mi  hermana. 

Fabio.         ¿Tu  hermana  una  labradora 
de  nuestra  aldea  y  del  valle? 

Conde.        Con  suerte  menos  dichosa 
que  Carlos  la  dio  a  criar 
mi  padre  a  Silvio  y  a  Flora, 
ricos  pastores  del  valle, 
que  en  él  por  hija  la  dotan; 
que  siendo  el  conde  Lisardo 
embajador  en  Escocia 
mereció  del  Rey  la  hermana, 
aunque  con  secretas  bodas. 
Trujóla  aquí  de  dos  años, 
murió  en  Cleves,  y  dejóla 
encomendada  a  mi  madre, 
que  me  refirió  la  historia. 
Yo,  sin  saber  resolverme, 
ya  por  ausencias  forzosas, 
ya  por  guerras  contra  turcos, 
no  he  querido  que  disponga 
la  fortuna  de  su  estado ; 
pero  si  amor  te  provoca 
de  Carlos,  A'uelve  al  aldea 
y  de  la  verdad  te  informa, 
que  viene  el  César  y  quedo 
entre  mortales  congojas. 

Fabio.  Voy  agora  con  más  pena, 
viendo  a  Rosaura  señora 
y  tu  hermana. 

(Vase.) 

Conde.  Mis  tristezas 

A-iendo  a  Carlos  rey  se  doblan. 

(Salen    Octavio    y    el    Emperador.) 

Emperador. 
¿Cómo  vuelves  tan  presto? 

Octavio. 

Si  me  envía 
tu  cuidado  a  saber,  señor,  si  es  muerto 
Carlos,  como  pensabas,  en  Hungría, 
que  siempre  dice  el  alma  lo  más  cierto, 
y  una  mañana,  cuando  el  sol  salía, 
un  monte  de  un  ejército  cubierto 
hallo,  con  mil  banderas  de  colores, 
como  en  verde  jardín  cuadro  de  flores, 
y  pregunto  al  confuso  a  los  primeros, 


JORNADA    TERCERA 


245 


de  ver  que  al  sol  los  rayos  multiplique, 
qué  gente  son,  y  me  responden  fieros 
que  ejército  de  Carlos  contra  Enrique, 
¿dónde  quiere  que  pase? 

Emperador. 

Si  a  no  veros, 
cielos,  basta  ser  yo  quien  lo  suplique, 
¿por  qué  dais  vida  a  un  bárbaro  de  suerte 
que  se  burla  mil  veces  de  la  muerte? 

Carlos  no  sólo  vivo,  pero  viene 
con  gente  contra  mí  ¿Qué  dices,  Conde, 
desta  desdicha? 

Conde. 
¡En  confusión  me  tiene! 
¿  Qué  mano  celestial  de  ti  le  esconde  ? 
Que  le  salgas  al  paso  te  conviene; 
castiga  su  locura,  y  muera  adonde 
no  le  libren  pastores  y  montañas. 

Emperador. 
Sólo  tuyas  serán  tales  hazañas. 

Prevén  la  gente,  saca  las  banderas 
que  llevaste  a  Valaquia  contra  el  Scita, 
y  en  castigar  sus  arrogancias  fieras 
la  gran  velocidad  del  rayo  imita. 
Cubre  los  verdes  montes  y  riberas 
de  los  rebeldes  húngaros,  y  quita 
la  vida  a  Carlos,  que  en  su  vituperio 
te  nombro  sucesor  de  nuestro  imperio. 

Conde. 

Voy  a  servirte  con  lealtad  debida 
a  tu  grandeza. 

Emperador. 
Parte  confiado, 
que  es  gente  al  fin  bisoña  y^mal  regida. 

Octavio. 
¿Al  Conde  envías? 

Emperador. 
¿Qué  mejor  soldado? 

Octavio. 
¿Pues  ya  del  hijo  muerto  se  te  olvida? 

Emperador. 
Si  dudas  que  le  tiene  ya  olvidado, 
por  sucesor  en  el  imperio  mío 
el  bastón  y  el  ejército  le  fío. 

Octavio. 
Carlos  pienso. que  es  hombre  valeroso; 
yo  vi  en  una  bandera  un  león  sangriento 


puesto  a  los  pies  de  un  corderillo  hermoso. 
Allá  puedes  pensar  su  pensamiento. 

Emperador. 
¡  Empresa  de  rapaz  !  Parte  animoso 
y  acompaña  a  Rodulfo. 

Octavio. 

Voy  contento, 
mas  no  de  que  venciendo  el  laurel  pida. 

Emperador. 
Bueno,  después  le  quitaré  la  vida. 


Fabio. 


Fenisa. 


Fabio. 


Fenisa. 


Fabio. 


Fenisa. 
Fabio. 


{Vaiisc,  y  sata  Fabio  y  Fenisa.) 

¿Que  no  me  sabrás  decir 
dónde,  cómo  o  en  qué  parte  ? 
¿  Cómo  puedo  yo  informarte  ? 
Rosaura  se  fué  a  morir. 

Búscala  en  el  otro  mundo, 
en  el  cuarto  donde  están 
los  que  por  amores  dan 
en  un  error  tan  profundo. 

La  envidia  de  su  belleza 
la  dio  muerte.  ¡  Qué  rigor ! 
No   la   mató   sino   amor, 
de  soledad  y  tristeza. 

No  hay  manera  de  locura, 
Fenisa,  más  desdichada, 
pues  no  puede  ser  curada. 
El  tiempo  todo  lo  cura. 

Locos  hay  por  presunción 
del  linaje  que  heredaron, 
cosa  que  no  conquistaron 
ni  se  da  por  elección. 

Locos  hay  porque  se  ven 
en   tan   próspera    fortuna, 
que   no   teniendo   ninguna 
a  ninguno  hicieron  bien. 

Locos  hay  por  no  creer 
que  han  vivido,  y  que  la  edad 
con  mucha  dificultad 
se  puede  a  nadie  esconder. 

Locos  hay  por  su  lindeza, 
que   dan  que   reír   también, 
porque  es  en  hombres  de  bien 
afeminada  bajeza. 

Locos  hay  por  entendidos, 
que  por  despuntar  de  agudos 
valiera    más    nacer    mudos 
o   que   no    fueran   nacidos. 

Pero    cuando    considero 
con  discreto   desengaño, 


246 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


que  en  doce  meses  de  un  año 
hay  un  loco,  que  es  hebrero, 

presumo   que   son   muy   pocos 
los  de  aqueste  loco  humor; 
pero  los  locos  de  amor 
son  los  verdaderos  locos. 
Fenisa.  ¡  No  te  cabe  poca  parte 

de  esas  locuras  a  ti ! 
Fabio.         ¿Tengo  amor?  Piensas  que  sí, 

■pues  que  no  puedo  olvidarte. 
Fenisa.  ¿  Tú  a  mí  ? 

Fabio.  Si   disimulé, 

fué  pensando  que  te  amaba 
Carlos,  que  a  Rosaura  daba 
vida  y  alma  con  tal  fe. 
Es  un  órgano  el  amor 
que  entre  dos  ha  de  tañerse, 
porque  es  el  corresponderse 
la  difinición  mejor. 

Por  más  que  el  uno  le  toque 
es  imposible  sonar 
mientras  el  que  ha  de  ayudar 
con   aire  no  le  provoque. 
¿Querrás  en  eso  decir 
que  son  viento  las  mujeres? 
En  fin,  Fabio,  ¿tú  me  quieres? 
Y  deseóte  servir. 

Y  si  Carlos  llega  a  ser 
Emperador,  ¿me  querrás? 
¡  Ay,  Fenisa,  entonces  más  ? 
¿Cómo  te  podré  creer 

si  subes  a  un  grande  estado, 
arrimado   como  yedra, 
que  al  paso  que  el  amo  medra 
crece    también    el    criado? 

Cuantos  medrados  se  ven 
fueron  por  estos  favores, 
o   cayendo    sus   señores 
cayeron  ellos  también. 
Fabio.  Quedo,  Fenisa.  ¿Qué  es  esto? 

¿Tan  cerca  cajas  de  guerra? 
Fenisa.        ¡  Ay,  Fabio,  en  las  dos  montañas 

doblados    los    ecos    suenan. 
Fabio.  ¡  Qué  gran  copia  de  soldados 

en  concertadas  hileras ! 
Fenisa.        Pues  que  vienen  y  no  van, 

no  son  de  Enrique  las  señas. 
Fabio.  Apártate   del   camino, 

que  las  armas  y  banderas 
nos  dirán  presto  quién  son. 
Pero  por  la  verde  vega 
baja  otro  ejército  grande 


Fenisa. 


Fabio. 
Fenisa. 

Fabio. 

Fenisa. 


con  las   armas   contrapuestas. 
Fenisa.       Como  en  forma  de  batalla 

el  uno  al  otro  se  acercan. 
Fabio.         Los  dos  quieren  hacer  alto. 
Fenisa.        Fabio,  ¿qué  haré  que  ya  llegan? 

{Por  una  parte  sale  un  alarde  de  soldados  con 
Ladislao,  Rosaura  y  Felisardo,  y  Carlos  con 
bastón;  detrás  una  bandera  con  un  león  y  un  cor- 
dero, y  por  otra  parte  con  otra  caja  y  bandera 
con  un  león  y  cordero  abrasados,  y  Octavio  y  el 
CoNDíE,   con   bastón,  detrás.) 

Carlos.        Parad,   saldados,   aquí, 

que  los  contrarios  esperan. 

Conde.        Hagamos  alto,  soldados, 

nadie   del  puesto   se   mueva. 

(Carlos   se   vuelva   de   espaldas   al   otro  campo.) 

Carlos.       Húngaros,  la  confianza 

que  traigo  en  las  armas  vuestras 

es  igual  al  amor  mío, 

que  no  hay  más  que  os  encarezca.  . 

En  las  armas,  la  justicia 

es  la  ventaja  más  cierta: 

ventaja   tenéis,   soldados, 

¿quién  puede  haber  que  os  ofenda? 

Razón  lleváis  contra  Enrique; 

hoy  la  justicia  pelea; 

hoy   llevaréis   la  vitoria. 

Ladislao.    Valiente  Carlos,  no  temas, 
todos  perderán  la  vida. 

{El   Conde,   vueltas  las   espaldas   al   ejército  de   Car- 
los.) 

Conde.        Alemanes:  hoy  comienza 
de  los  cielos  la  venganza : 
ya  sabéis  las  justas  quejas 
que  tengo  del  fiero  Enrique, 
y  las  que   es  justo  que  tenga 
todo  el  Imperio,  a  quien  le  quita 
el   sucesor  que  le  hereda; 
que  aunque  me  nombraba  a  mií, 
no  quiera  Dios  que  yo  quiera 
quitar  la  corona  a  Carlos, 
vuestro  legítimo  César. 
Yo   soy  el  conde  Rodulfo, 
éstas    las    mismas   banderas 
que  llevé  contra  los  turcos; 
vosotros  quien  su  soberbia 
domastes  en  la  Valaquia, 
y  yo  quien  triunfé  con  ellas. 
Mirad  que  seréis  traidores 
si  ofenden  las  armas  vuestras 


JORNADA    TERCERA 


247 


vuestro  señor  natural. 
¡Viva  Carlos,  viva,  y  tenga 
el  laurel  que  le  da  el  cielo ! 

Octavio.     Es  tan  justo  lo  que  ordenas, 
que  haremos   luego  pedazos 
a  quien  a  Carlos  se  atreva. — 
¡  Soldados,  pasaos  a  él, 
que  volver  por  su  inocencia 
os  manda  el  ciclo ! 

Carlos.  dQ"é  es  esto? 

Ladislao.    Es  que  no  Ajenen  de  guerra, 

porque  pienso  que   es  el  Conde 
tu  amigo  el  que  los  gobierna. 

Conde       Tocad  las  cajas,  y  juntos, 

en  vez  de  espadas  sangrientas, 
los  recibid  con  los  brazos. 

Carlos.      Amor  y  amistad  pelean. 

{Lleguen  los  unos  a  los  otros,  y  al  son  de  cajas  ss 
abrasan,  y  Carlos  y  el  Coxde,  y  en  cesando  de  to- 
car,  digan.) 

CarloS;       ¡  Conde  amigo  ! 

Conde.  ¡  Amado    Carlos  ! 

Carlos.        ¡  Qué  hazaña  tan  digna  es  esta 

de  tu  valor !  ¿  Qué  piedad, 

Rodulfo,  el  mundo  celebra 

que  iguale  a  la  tuya? 
Conde.  i  Ay,  Carlos, 

tú  sabes  lo  que  me  cuestas  ! 

Un  hijo  perdí  por  ti, 

tiernas  lágrimas  me  ciegan ! 

Mas  no  le  perdí,  mal  dije, 

pues  tú  por  hijo  me  quedas. 
Carlos.        Conde,  tú  serás  mi  padre; 

hoy  con  tu  piedad  me  engendras; 

perdone  el  que  está  presente. 
Ladislao.    Deja  que  mis  ojos  vean 

tal  ejemplo  de  lealtad. 


{Abrá. 'jan  se.) 


Conde. 


No  te  espantes  que  le  tenga 
por  hijo  en  presencia  tuya. 
L.A.DISLA0.    Contigo- es  cosa  muy  cierta 

que  no  puede  amor  ni  sangre, 
•Conde,  entrar  en  competencia ; 
si  diste  la  vida  a  Carlos, 
el  ser  que  tiene  te  deba. 
Llega,  Fenísa,  ¿qué  temes? 
Carlos,  aunque  en  tal  grandeza 
te  mire  ya  mi  humildad, 
no  desprecies  el  aldea, 


Rosaura. 
Carlos. 

Rosaura. 

■Carlos. 

Rosaura. 


Octavio. 


Fabio. 
Fenísa 


Carlos. 


Conde. 

Fabio. 

Carlos. 

Fabio. 


Carlos. 


que  fué  tu  primera  patria. 
¡  Ay,  cielos,  Fenísa  es  ésta ! 
Fenísa,  agora  mejor 
mi  voluntad  la  respeta. 
Bueno  está  así,  capitán. 
Tú  eres  mi  bien,  ¿qué  recelas? 
Si  bien  ha  sido  de  abrazos 
esta  batalla,  no  sea 
para  Fenisa,  o,  por  Dios, 
que  el  ejército  revuelva. 
Carlos,  el  vencer  consiste, 
como  la  experiencia  enseña, 
en  seguir  a  la  fortunti 
cuando  los  cabellos  muestra. 
Enrique  está  descuidado, 
como  a  eleves  acometas 
y   rindas   esta   ciudad, 
señor  de  Alemania  quedas. 
Hoy  te  pondrás  su  laurel, 
hoy  quedará  tu  inocencia 
triunfando  de  su  crueldad. 
Bien  dices,  la  entrada  es  cierta, 
pues  en  el  Conde  y  su  gente 
tiene  puesta  su  defensa. 
Marchen  juntos  los  dos  campos. 
Hoy  quiere  el  Cielo  que  venzas 
el  tirano  de  su  sangre. 

Oyes. 
¿Qué  quieres? 

Que  adviertas 
que  Rosaura  no  parece 
en  el  lugar  ni  en  la  aldea, 
y  que  me  ha  dicho  Fenisa 
que  la  han  llorado  por  muerta, 
i  Ay  tal  desdicha  ! 


{Dale  un   cintararjo   Rosaura  a   Fabio.) 

Rosaura.  ¡  Alcahuete  !, 

¿qué  es  lo  que  agora  conciertas? 

Fabio.  í  Téngase,  señor  soldado  ! 

Carlos.       No  haya  más,  Rosaura  bella, 
que  si  me  trajo  a  Fenisa 
fué  pensando  que  eras  muerta. 

Fabio.  ¡  Yo  le  voto  a  non  del  sol, 

que  si  la  honda  trajera!... 

Rosaura.     ¡  Desvía ! 

Carlos.  Déjale. 

Fabio.  ¡  Casca  ! ! 

¡  qué  cintarazos  que  pega  ! 

{léanse.) 


248 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


(Sale    el    Emperador.) 

Emperador. 

i  Castigaré  tu  atrevimiento  loco, 
villano  nieto  mío, 
que  mi  gran  poderío 
con  tu  arrogancia  vil  tienes  en  poco ! 
Ya  el  Conde  halorá  llegado  donde  creo 
que  castigo  tendrá  tu  mal  deseo. 

¿  Tú  contra  mí  ?  ¿  Qué  es  esto,  santo  cielo  ? 
¿Tanto  guardar  un  hombre? 
¿  No  ofende  vuestro  nombre 
su  villana  intención,  su  falso  celo? 
¿  Quitarme  el  cetro  a  mí,  que  siempre  he  sido 
a  vuestro  bien  y  mal  agradecido? 

Por  eso  el  Conde  agora  le  habrá  muerto, 
y  con  tan  gran  vítoría, 
que  helará  tu  memoria 
por  sepulcro  de  arena  en  un  desierto, 
que  no  merece  que  más  premio  lleve 
efeto  que  a  su  causa  se  le  atreve. 

Quiero  en  aquesta  huerta  entretenerme 
en  tanto  que  las  nuevas 
me  llegan  de  que  pruebas 
el  castigo  que  debes  a  tenerme 
en  tanto  menosprecio,   siendo  en  vano, 
rey  en  mentira,  en  la  verdad  villano. 

Que  al  que  no  te  mató  cuando  pudiera 
el  castigo  responde 
que  le  habrá  dado  el  Conde. — 
Mas,  ¿  cómo  vienes  tú  de  esa  manera, 
oh  rústico,  oh  villano? 

(Sale    Silvio,    hortelano.) 

Silvio. 

¿De  qué  modo 
quier-es  que  venga  si  se  pierde  todo? 

La  ciudad  han  entrado,  sin  que  hubiese, 
César,  defensa  alguna 
en  tu  adversa  fortuna. 
Carlos  y  el  Conde... 

Emperador. 
¡  Tu  vil  lengua  cese  ! 
¿Cómo?  ¿Carlos  y  el  Conde? 

Silvio. 

Hanse  juntado. 

Emper.\dor. 
¡  Necio  quien  se  fió  de  un  agraviado ! 

¿Que  el  Conde  y  Carlos  se  han  juntado?  Hoy 
que  en  Carlos  se  ha  cumplido  [veo 


lo  que  siempre  temido 

no  pudo  remediar  mi  buen  deseo. — 

¿Qué  voces  son  éstas? 

Silvio. 
Que  han  entrado 
hasta  atreverse  a  tu  laurel  sagrado. 

Emperador. 
¿En  mí  palacio  ya?  ¿Qué  espero?  ¡  Ay,  cíe- 
Hoy  me  mata  mi  nieto;  [los! 

hoy  tienen  justo  efeto 
pronósticos  de  tantos  desconsuelos. — 
Dame  el  gabán  y  el  azadón,  que  quiero 
librar  la  vida  que  librar  no  espero. 

Silvio. 
Podía  ser,  señor,  que  disfrazado 
salieses  de  su  furia 
sin  recibir  injuria. 

Emperador. 
Las  cajas  suenan.  Vete  y  ten  cuidado 
de  no  decir  que  en  este  traje  quedo. 

Silvio. 
Hasta  el  cetro  real  se  atreve  el  miedo, 

(Vase,  y  tocan  cajas  dentro,  y  dicen  todos :) 

Octavio.        Aquí  dicen  que  se  esconde. 
Conde.        ¿Cómo  se  puede  esconder, 
Carlos,  de  tu  gran  poder? 

(Sale    Carlos.) 

Carlos.      Romped  esas  puertas.  Conde. 
Octavio.         Este  es,  señor,  el  jardín. 
Carlos.       Este  es  menester  guardar; 

dejadme  a  mí  solo  entrar. 
Fabio.  Venciste,  Carlos,  en  fin. 

Carlos.  Aquí  está  un  hombre  cavando; 

debe  de  ser  labrador, 

porque  aun  siendo  Emperadoi 

entre  labradores  ando. — 
¡  Ah,  buen  hombre  ! 
Ejmpér.  ¿  Quién  es  ? 

Carlos.  Yo. 

Emper.        Sólo  el  César  dice  aquí 

"Yo  soy". 
Carlos.  Yo  respondo  ansí 

porque  lo  soy,  y  otro  no. 
Emper.  ¿Vos  el  César,  siendo  Enrique 

de  aqueste  imperio  el  señor? 
Carlos.       Después  que  sois  labrador 

bien  es  que  a  César  me  aplique. 


JORNADA    TERCERA 


249 


Emper. 


Carlo3. 


I 


Creo  que  me  ha  conocido; 
éste,  sin  duda,  es  mi  nieto. — 
¿  Cómo  perdéis  el  respeto 
que  todo  el  mundo  ha  tenido 

a  este  palacio  sagrado? 
Labrador,  la  tiranía 
del  César  que  le  vivía 
esta  ocasión  nos  ha  dado. 

Y  si,  como  parecéis, 
sois  cultor  deste  jardín, 
decidme  hermano  :  ¿  a  qué  fin 
plantas  y  flores  ponéis  ? 

A  que  den  fruto,  señor, 
para  conservar  la  planta. 
¿  Luego  la  crueldad  espanta 
deste  vuestro  Einperador? 

De  su  planta,  ¿no  es  su  hija 
Leonora  la  flor? 

Sí  es. 
¿Y  no  es  su  fruto  después, 
para  que  su  imperio  rija, 

Carlos,  como  al  fin  su  nieto  ? 
Sí,    señor. 

Luego  tirano 
es  Enrique,  cuya  mano 
quita  a  la  causa  su  efeto. 

Si  el  nieto  quiere  quitar 
el  imperio  a  Enrique,  es  bien 
que  a  la  flor  frutos  le  den 
y  al  fruto  tiempo  y  lugar. 

¿Y  sería  discreción, 
antes  que  el  fruto  naciese, 
que  la  flor  por  flor  muriese 
a  manos  de  la  traición? 

Si   el  hortelano   dejara 
llegar  a  fruto  la  flor, 
conservárase  mejor 
el  árbol  que   cultivara. 

Mas  decir  que  ha  de  llevar 
una   flor  una   serpiente, 
es   de   hortelano   imprudente 
y  que  •  no  sabe  reinar. 
•  Y  ansí,  cuando  guarda  el  cielo 
una  flor  humilde  y  mansa, 
en  vano,  amigo,  se  cansa 
para  marchitarla  el  hielo. 

(SaleJí   todos   con    cajas   y   espadas   desnudas.) 

CoxDE.  Entrad  todos  libremente. 

Octavio.     Aquí,  en  forma  de  hortelano, 

tenéis   al   Emperador. 
CoxDE.       :  Matadle ! 


Ladislao. 


Detente. 


Emper. 
Carlos. 


Emper. 
Carlos. 


Emper. 
Carlos. 


Emper. 


Carlos. 


{Pénese  el  Emperador  detrás  de  Leoxor.a.) 

Leonora,  Paso. 

Carlos,       Las  imágenes  que  ha  hecho 
su  defensa  y  su  sagrado 
son  mis  padres,  que  es  el  templo 
de    mayor    respeto    humano. 
Sal,  Enrique,  sal  del  templo, 
no  para  matarte  cuando 
rendido  a  mis  pies  te  veo ; 
mas  porque  veas  que  ha  dado 
el  cielo  a  tu. mal  castigo, 
pues  el  cetro  que  a  tus  manos 
y  el  laurel  que  a  tu  cabeza 
puedo   quitarte,   vengando 
los  agravios  que  me  has  hecho, 
dejo  en  tu  poder,  mostrando 
que  soy  piadoso  contigo 
y  tú  conmigo  tirano. 
Niño  me  echaste  a  las  fieras 
de  un  monte,  porque  tus  sabios 
te  dijeron  los  sucesos 
que  en  las  estrellas  hallaron. 
Yo  a  ti,  cuando  ya  tan  viejo  . 
llegas,  entre  mil  soldados, 
a  no   poder  defenderte, 
te  doy,  piadoso,  la  mano. 
Levántate,  Emperador, 
toma  el  cetro,  que  mi  agravio 
tocó  al  cielo  en  mi  niñez, 
de  ti  perseguida  en  vano. 
Mi  mano  te  da  el  laurel ; 
reina   por   mí   descuidado, 
que  quien  te  da  la  corona 
no    solicita  tu   daño. 
Tus   hijos    son   los   que   miras; 
yo,  tu  nieto. 

Emper.  Si   tus   brazos 

pudiera  yo  merecer 
te   los   pidiera  llorand.i. 
No  quiero  el  imperio  yo, 
sino  el  vivir  retirado. — 
Hijos,  Carlos   es  mi  hijo; 
mi   hijo   es   César,   vasallos; 
yo  le  dejo  mi  laurel, 
que  es  el  más  bien  empleado 
que  ha  ceñido  humana  frente 
en   los   imperios   humanos. 
Perdono  al  Conde,  y  le  pido 
que    me    perdone. 

Conde.  Tu   llanto 


250 


LO    OUE    ESTA    DETERMINADO 


a   todos   nos   mueve,    Enrique. 
Carlos.        Conde,  yo  estoy  obligado 

a  tu  piedad:  si  este  imperio 

quieres   qfie  los   dos   partamos, 

tú  serás  César,  yo  Rey. 
Conde.         No,  Carlos;  que  nunca  ha  dado 

el  imperio  dividido 

paz  dichosa  a  los  vasallos. 

Reina  tú,  pues  que  te  toca. 
Carlos.       ¿Tienes   deuda   o   hija   acaso 

con  quien  me  pueda  casar? 
Conde.        Tuve  una  hermana;  ya,  Carlos, 

fué  tu  amor.  Miirió  Rosaura. 
Carlos.       Conde,    Fabio   me   ha    contado 

toda    su   historia. 
Conde.  ¡  Ay    de    mí ! 

Carlos.       ¿Dónde  está?  Di  que  la  aguardo. 
Fabio.  Aquí,  señor,  con  Fenisa. — 

Llega;   pues. 
Rosaura.  Dame   tus  manos, 


que   en  aqueste   campo  vengo 

en  hábito  de  soldado. 

Tu  carta  a  Carlos  llevé. 
Conde.        Mejor  es  darte  mis  brazos; 

las  manos  de  Carlos  son. 
Carlos.        No  puedo  haberte  pagado 

con  más  almas  que  un  imperio. 
Rosaura.     Para  mí,  querido  Carlos, 

labrador  era  lo  mismo. 
Fabio.  Fenisa   y   yo   nos    casamos. 

Cuatro  villas,  ¡  bravo  caso  ! 

Desde    hoy    eres    duca    o    conda. 
Fenisa.        Basta  ser  tuya. 
Ladislao.  ¡  Qué  engaños 

promete    la   Astrología ! 
Carlos.      Lo   que   está   determinado 

hizo    fin,    mas   no   el   serviros, 

noble  y  discreto  senado. 

FIN 


COMEDIA  FAMOSA 


DE 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


HABLAN    EN    ELLA    LAS   PERSONAS   SIGUIENTES 


Amurates,   bajá. 

Soldán   de 

Persia. 

Gonzalo^    cautivos. 

Feniso. 

ZlDÁN. 

FiDORO,    capitán. 

Blanca,  dama  ginovcsa. 

Mamí. 

Asir. 

Celinda,    dama 

turca. 

Virginio, 

Zayde. 

LlDARTE. 

Leandro, 

Oracio,    viejos. 

Xafer. 

Marbelia,    dama   turca. 

PONCIANO, 

Darino. 

Músico 

Selín,  gran   turco. 

Rufino, 

Alí. 

Celino. 

MUSTAFÁ. 

Prudencio, 

Xarife. 

I 


ACTO  PRIMERO 
{Salen  Amurates,  bajá;   Zidán,  turco.) 

ZiDÁN.  Fué  dicha  en  esta  ocasión 

que  a  sus  pensamientos  vanos 

faltase  la  ejecución. 
Amürat.     ¿y  cuántos  son  los  cristianos? 
Ziu.ÁN.         Ciento    los    cristianos    son. 
Ya  la  barca  prevenida 

para  la  secreta  huida 

los  esperaba  en  la  mar. 
Amurat.     A  no  ser  crueldad  quitar 

a  todos  ciento  la  vida, 
yo  mismo  se  la  quitara. 
ZiDÁx.         No,   sino  yo,   que  muriera 

si   Zaide  no  me  avisara. 
Amur.-^t.     Pues  mátalos. 
ZiDÁx.  Voy. 

Amurat.  Espera, 

y  en  que  es  mi  hacienda  repara, 
que  valen  cien  mil  ducados. 
ZiDÁN.         Como  eres  de  los  Bajaes 

más  ricos  y  entronizados... 
Amurat.     Mal  en  las  venganzas  caes, 

que  es  propio  de  los  airados. 

Si  a  cien  hombres  doy  la  muerte, 

que  cien  mil  ducados  valen, 

¿  de  quién  me  vengas  ? 
ZiDÁN.  Advierte, 

que  si  con  esto  se  salen 

no    habrá    resistencia    fuerte. 


Amurat.         Pues   echen   suertes   los   ciento, 

y   saca   diez. 
ZiDÁN.  AI  momento 

degüello  de  ciento,  diez. 
Amurat.     Yo  soy  piadoso  juez 

y  tú  ejecutor  sangriento. 
Esos  diez  vuelvan  a  echar 

suertes,  y  a  cuatro  escarmienta. 
ZiDÁN.         Cuatro  voy  a  degollar. 
Amurat.     Necedad    es    sin    tormenta 

echar  la  hacienda  a  la  mar. 
Oye,   Zidán. 
ZiDÁN.  ¡  Qué    importuno  ! 

Amurat.     De  los  cuatro  muera  el  uno, 

pues   por  lo  que  es  escarmiento 

con   las   suertes  mueren  ciento, 

sin    darle   muerte   a   ninguno. 
Ansí,  que  al  que  le  cupiere 

en   el   palo   le   pondrás. 
ZiDÁN.         Voime. 
Amurat.  Espera. 

ZiDÁN.  No  hay  que  espere, 

porque  si  lo  piensas  más 

del  uno  ninguno  muere. 

(Vase   y   sale   Marbelia,    turca.) 

Marbelia.      Amurates. 

Amurat.  Gran  señora : 

¿viene  el  sol,  que  eres  aurora 

del  gran  señor? 
Marbelia.  No,  ni  creo 


Or^O 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Amurat. 


Marbelia. 


Amurat. 
Marbelia 


Amurat. 
Marbelia 


Amurat. 


que  tiene  ese  sol  deseo 

de  hacerme  su  oriente  agora; 

antes,  porque  al  occidente 
quiere   sus   rayos  poner, 
a  hablarte  vengo. 

Detente, 
que  antes  quiere  amanecer, 
pues  hay  perlas  en  tu  oriente. 

¿  No  ves  tú  que  ese  rocío 
nace  de  ver  que  se  ausenta 
de  mis  ojos  el  sol  mío? 
¿Hay  algo   de  Persia? 

Intenta 
Persia  un  loco  desvarío. 

Y  dicen  que  el  Rey  se  ha  entrado 
por  las  tierras  de  Selín, 
y  algunos   pueblos  robado. 
Buenos  principios. 

El  fin 
pone  a  Selín  en  cuidado. 

Ir  quiero  a  Persia  en  persona. 
Y  la  mía  ¿no  es  bastante 
para   darle   otra  corona, 
como  en  poniente,  en  levante, 
y  en  la  más  frígida  zona? 

¿Tan  poco  del  gran  Bajá 
que  sus  Estados  gobierna, 
fiado  Selín  está, 
y  de  aquella  fama  eterna 
que  toda  Arabia  me  da? 

¿  Soy  quien  le  di  por  combate 
otra  vez  cuanto  el  mar  bate 
de  Tiro  a  Gaza,  y  lo  que  hay 
desde  el  Caspio  Zagatai, 
hasta  el  Indio  Guzarate? 

¿Ya  por  el  golfo  persiano 
otra  vez   no   vio   mi   alfanje 
enrojecer  el  mar  cano, 
y  no  xió  temblar  al  Ganje, 
como  al  Canopo  Gitano? 

Pues,  ¿por  qué,  mientras  yo  vivo, 
guerra  su  persona  emprende  ? 
Marbelia.  Tan  grande  pena  recibo, 

tanto  de  Selín  me  enciende 
justo  amor,  aunque  excesivo, 

que  presumo  que  mi  vida 
se  acabe  al  primer  alarde, 
o  cuando  ya  se  despida; 
pero  pienso  que  te  guarde 
tanto  respeto,  que  impida 

ir  su  persona  a  la  guerra, 


que  toda  mi  paz  destierra : 
habíale,   amigo   Amurates. 

Amurat.     Mejor  es  que  con  él  trates 
se  quede  a  regir  la  tierra. 

JMarbelia.      ¿  Yo  ? 

Amurat.  ¿Pues  quién?  ¿No  consideras 

que  podrán  lágrimas  tuyas 
detener  sus  armas   fieras, 
hasta  conquistar  las  suyas, 
y  hacer  doblar  sus  banderas  ? 

¿  No  sabes  que  no  hay  prisión 
de  más  fuerza  en  ocasión 
que  un  cabello  de  mujer? 

Marbelia.    Los  dos   podemos  hacer 
violencia  a  su  condición. 

Tú  con  pintarle  tu  agravio 
en  las  armas,  yo  mi  amor. 

Amurat-,     No  habrás  tú  movido  el  labio 
cuando  rindas  su  rigor. 

]Marbelia.  ¡  Ay !,  ¿no  ves  que  es  fuerte  y  sabio? 

Amurat.         Esos  son  los  m.ás  rendidos ; 
ven  a  hablar  al  gran  señor, 
que  de  su  fuerza  advertidos, 
pintaron  pequeño  amor, 
porque  entra  por  los  oídos. 

(Salcti  ZiDÁN,  y  dos  turcos,  Lidiarte  y  Asir,  y 
cuatro  cautivos  cristianos,  Leandro,  Rufino,  Pru- 
dencio y  Gonzalo.) 

ZiDÁN.  De  los  ciento  cupo  a  diez, 

y  de  los  diez  a  estos  cuatro. 
Leandro.     ¿  Qué  Romano  Anfiteatro 

tuvo  más  fiero  juez, 

cuando  echaban  los  cautivos 

a  las  africanas  fieras? 
Rufino.       Leandro,  ¿de  qué  te  alteras? 
Leandro.     De  ver  que  quedasen  vivos 
en  el  baño  los  culpados, 

por  su  buena  feliz  suerte, 

y  que  estemos  a  la  muerte 

sin  tenerla  condenados. 
Gonzalo.        Adonde  Gonzalo  está, 

¿para  qué  teme  ninguno? 

Que  si  ha  de  morir  alguno, 

él  este  alguno  será. 
Pruden.  y  3^0  soy  muy  venturoso; 

no  soy  el  uno  entre  ciento. 
Zidán.         Traed  la  caja. 
Gonzalo.  Ya  siento 

mi  muerte  en  su  azar  forzoso. 
Lidarte.  Aquí  están  ella  y  los  dados. 


ACTO   PRIMERO 


253 


Ea,  esclavos,  a  jugar. 
¿Esto  es  jugar? 

Y  ganar, 
pues  siendo  todos  culpados, 

es  venís  a  resolver 
en  uno. 

Si  yo  supiera, 
Zidán,  quién  el  uno  era, 
no  tuviera  que  temer. 
Ea,  presto. 

Dados,  dados, 
para  mi  mal  o  mi  bien ; 
dadme  una  suerte  en  que  estén 
mis   bienes   asegurados. 
Echo. 

¡  Brava  suerte ! 

Tengo 
dcciocho. 

Dados,  hoy, 
si  no  me  dais  vida,  soy 
de  la  muerte,  a  morir  vengo. 
Doce. 

¿Quieres  tú? 

No  sé; 
mas  echa,  Gonzalo,  tú. 
Jesú,  mil  veces  Jesú, 
que  en  éste  mi  vida  esté. 
Huesos  que  a  tantos  les  habéis  quitado 
la   carne  hasta  dejallos   en  los   huesos, 
huesos  que  por  la  cara  tenga  impresos 
los  mismos  puntos,  quien  os  ha  pintado. 
Huesos  que  habéis  a  tantos  obligado 
a  decir  y  aun  hacer  tantos  excesos, 
tan  inquietos  en  todos  los  sucesos, 
que  parecéis  de  huesos  de  azogado. 

Yo  os  conjuro  y  maldigo  cuanto  puedo, 
que  lo  malo  no  tengo  de  alaballo, 
porque  tras  esto  satisfecho  quedo. 

Que  la  mujer,  el  dado  y  el  caballo 
sienten  el  hombre  que  les  tiene  miedo, 
y  todos  tres   procuran  derriballo. 
Zidán.  Ocho. 

Gonzalo.  Cuitado  de  mí, 

hasta  agora  el  muerto  soy. 
¿  No  ves,  Gonzalo,  que  estoy, 
con  mis  desdichas  aquí? 

Echarás  diez,  once  o  doce ; 
yo   conozco  mi   fortuna. 
Dados,  si  yo  tengo. alguna, 
hoy  permitid  que  la  goce. 
Que  si  dais  suerte  que  impida 


Z-ID.\X. 

Gonzalo 
Zid.4n, 


Gonzalo. 


Zidán. 
Pruden. 


Asir. 
Pruden. 

Rufino. 


Gonzalo. 
Leandro. 

Gonzalo. 


Leandro. 
Gonzalo. 
Leandro. 


mi  vida,  aunque  os  he  llamado, 
dados,  nada  me  habéis  dado, 
pues  me  va  a  costar  la  vida. 

Y  confiésote,  español, 
que  me  pesa  de  que  vengas 
a  ser  el  que  menos  tengas; 
sí  por  esta  luz  del  sol, 

que  amor  cobrado  te  había, 

y  que  echando  mejor  suerte 

hago  forzosa  tu  muerte, 

que  estimo  como  la  mía. 
Echo. 
Zidán.  Tres. 

Leandro.  ¿  Hay  suerte  igual  ? 

Gonzalo.     Si  me  quisieras  creer 

te  dijera  que  el  perder 

tuviera  por  menos  mal. 

No  porque  me  has  obligado 

con  lo  que  dijiste  aquí, 

mas  porque  sabes  de  mí 

que  te  he  servido  y  amado. 
Leandro.        Págame  en  irme  a  buscar 

algún   clérigo  cautivo. 
Gonzalo.     Voy. 
Zidán.  ¡  Que  éste  quedase  vivo  ! 

¡Que  el  mejor  echase  azar! 
Ve,  Asir,  a  poner  el  palo; 

vosotros  salid  de  aquí. 
Asir.  ¡  Que  éste  muriese  ! 

Leandro.  í  Ay  de  mí ! 

Zidán.         Pues  ¿quién  quisieras? 
Asir.  Gonzalo. 

{Vanse,  y   queda  solo   Leaxdro.) 

Leandro.        Que  entre  cien  hombres  la  suerte 
de  ser  de  los  diez  me  den, 
y  que  de  los  diez  también 
cuatro  de  la  misma  suerte. 

Y  que  destos  cuatro  el  uno 
venga  yo  también  a  ser, 

y  si  se  pudiera  hacer 
fuera  el  uno  de  ninguno. 

Ello  es  fortuna  deshecha; 
aquí  no  hay  ya  que  pensar, 
ni  más  tiempo  que  probar 
lo  que  el  valor  aprovecha. 

Blanca,  adiós;  adiós,  esposa; 
Genova,  adiós;  padres  míos, 
adiós,  que  allá  van  los  ríos 
por  esa  mar  espaciosa. 

Recebid  por  despedida 


254 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Leandro. 


Celinda. 
Leandro. 


este   llanto ;   ¿  más  qué   es   esto  ? 
Tanto  el  valor  descompuesto, 
no  es  mucho  pierda  la  vida. 
No  soy  piedra,  carne  soy. 

(Sale   Celinda,    hija   de  Amurates.) 

Celinda.     Cautivo,  ¿de  qué  te  quejas? 
Aún  son  pequeñas  mis  quejas 
para  el  estado  en  que  estoy. 

Tu  padre,  Celinda  hermosa, 
me  manda  empalar. 

¿Por  qué? 
¿  Piensas  tú  que  yo  lo  sé  ? 
Por  mi  desdicha  forzosa. 

Huir  quisieron  del  baño 
cien  esclavos,  dando  muerte 
a  Zidán,  y  aunque  te  advierte 
que   fué  culpado  mi  daño, 

aio  tanto  que  la  merezca; 
y  cuando  fuera  verdad, 
¿qué  mucho  que  libertad 
el  que  está  preso  apetezca? 

¿  Que  a  ti  te  manda  matar  ? 
Cúpome  la  suerte  a  mí. 
¿De  ciento? 

Señora,  sí. 
¿Podréte  yo  remediar? 

¿Cómo?  Ya  viene  la  gente. 
¿No  la  sientes? 

Ya  la  siento, 
con  notable  sentimiento, 
pues  no  hay  remedio  que  intente. 


Celinda. 
Leandro. 
Celinda. 
Leandro. 
Celinda. 
Leandro. 

Celinda. 


(Salen   los   turcos,   y    Gonzalo,    v    í/)¡    cautivo   sacer- 
dote,   P0NCL\N0.) 

PoNCiANO.       Dejádmele  hablar  primero. 
Zidán.         Ea,  que  no  hay  que  aguardar, 

'   bien  puedes  llegarle  a  hablar. 
Ponciano.  Dios  te  consuele. 
Leandro,  Eso  espero, 

sacerdote,  de  tu  mano. 
Ponciano.  Toma  esta  cruz. 
Leandro.  Ven  conmigo. 

Ponciano.  Pues  ve  oyendo  lo  que  digo. 
Leandro.     Moriré  como  cristiano. 
Ponciano.       Espero  en  Dios  que  verás 
presto  el  premio  de  ese  celo. 
Zidán.         Acabad. 
Gonzalo.  ¡  Qué  desconsuelo  ! 

Déjalos  hablar. 
Zidán.  No  más. 

-  (Llévanle.) 


Celinda.         ¿Hay  desdicha  semejante 
en  tan  gallardo  mancebo  ? 
Si  a  mi  padre  hablar  me  atrevo, 
fuera  de  que  es  un  diamante, 

juzgará  por  deshonesto 
mi  pensamiento;  ¿qué  haré? 

{Sale    Marbell\.) 

^L\RBELiA.  Cuando  más  despacio  esté 

volverás  a  tratar  desto, 
y  rendiráse;  que,  en  fin, 

o  yo  podré  o  tú  podrás. 
Celinda.     Esta  es  la  dama  a  quien  más 

adora  y  quiere  Seiín. — 
Dame  esos  pies. 
Marbelia.  Pues,  Celinda, 

¿  tú  a  mí  con  tanta  humildad? 
Celinda.     ¿  Qué  habrá  que  tu  Majestad 

y  tu  belleza  no  rinda? 
Mercedes  vengo  a  pedir 

a  quien  tantas  puede  hacer. 
Marbelia.    Servicios  pudieran  ser 

si   te   pudiera   servir. 

¿Es   cosa    del    gran    señor? 
Celinda.     Pídele   un  hombre. 
Marbelia.  ¿  Está  preso  ? 

Celinda.     Más   daño  tiene  el   suceso, 

aunque  juzgues  esto  a  amor. 
Marbelia.       ¿  Cómo  ? 
Celinda.  Llévanle   a   empalar. 

Marbelia.    ¿Es  cristiano? 
Celinda.  Y  es  cautivo 

de   mi   padre. 
Marbelia.  Yo  recibo 

gusto,  no  sólo  de  amar, 
pero  de  servir  a  quien 

ama,  y  ame  a  quien  quisiere ; 

que   amor   donde   siente   quiere, 

o  parezca  mal  o  bien. 
Celinda.         No  es  amor  el  que  yo  tengo; 

lástima,  dirás  mejor. 
Marbelia.    ¿  El  hombre  tiene  valor  ? 
Celinda.     Sí,   pues  a  pedirle  vengo. 
Marbelia,       Pues  vam.os,  que  ver  espero 

deste  suceso  en  el  fin 

lo   que   me   quiere    Selin 

y  tú  lo  que  \o  te  quiero. 

(Salgan  a  empalar  a  Leandro,  Asir,  Libarte  y  tur- 
cos; Ponciano  y  Gonzalo,  cautivos  con  él,  y  Zidán.) 

Ponciano.       La  cristiandad  y  el  valor 


ACTO    PRIMERO 


¿OD 


se  juntan,  Leandro,  en  ti. 
Gonzalo,     i  Ay,  triste!,  el  palo  está  aquí; 
ya   tuviera  por   mejor 

que  la  suerte  me  cayera, 
que  ver  que  muerte  le  dan 
a  un  mancebo  tan  galán, 
y  muerte  tan  dura  y  fiera.' 

Ata   las   manos   atrás, 
Lidarte. 

Eso  quiero  hacer. 
Bien  os  habré  menester 
valor,   pero   al   cielo   más. 

¡  Dadme,  Dios  mío,  favor  ! 
Alguna  lástima  tengo. 
¡  En  qué  edad  a  morir  vengo  ! ; 
mas  toda  la  vida  es  flor. 

¡  Adiós,  Gonzalo ;  Poncíano, 
adiós ! 

Procuro  tener 
las  lágrimas,  que  a  correr, 
hicieran  mar  este  llano.  , 

Y  yo,  ¿qué  diré  de  mí? 
Dilatar  un  poco  quiero 
mi    muerte,    aimque   ya   no   espero 
piedad;    Zidán,   ¿oyes? 

Sí. 

Llega    más    cerca. 

¿  Qué  quieres  ? 
Una  turca  aficionada 
a  lo  que  a  veces  agrada, 
Zidán,  pues  discreto  eres; 

que  es  ser  un  hombre  extranjero. 
Xo,   que  tú   eres   gentilhombre. 
¿En  mi  patria  es  ese  el  nombre 
de  un  hidalgo  y  caballero? 

Aficionada  en  efeto, 
unas  joyas  me  entregó 
para  mi  rescate,  y  yo, 
por  dar  más  fuerza  al  secreto, 

no  las  quise  publicar 
hasta  que  algún  mercader 
me  las  pudiese  vender, 
seguro  en  otro  lugar. 

Ellas  están  escondidas, 
pensé  sacarlas  después, 
pero  yo  muero,  ya  ves 
que  se  han  de  quedar  perdidas. 

Mostrarte  quiero  afición 
en  que  las  goces. 
Zidán.  ¿Es   cierto? 

Leandro.     Pues  muero,  y  dello  te  advierto. 


Asir. 

Lidarte. 
Leandro. 


Zidán. 

Leandro. 


Poncíano, 


Gonzalo. 
Leandro. 


Zidán. 
Leandro. 
Zidán. 
Leandro. 


Zidán. 
Leandro. 


Zidán. 

Lidarte. 
Zidán. 
Gonzalo. 
Lidarte. 


no  puede  ser  invención. 

Al   pie   del   mismo  palacio 
de   Solimán,  haz   quitar 
una  piedra  que  ha  de  estar 
entre  el  uno  y  otro  espacio 

de  la  pared  del  jazmín 
que  sale  por  las  almenas, 
y  ojalá  fueran  más  buenas. 
¡  Hola  ! ;    suspended   el   fin, 

en  tanto   que  doy  la  vuelta. 
¿Dónde  vas? 

Ya  lo  veréis. 
Pues  desatarle  podéis. 
Las  manos  Asir  le  suelta. 


(Vasc  Zidán  y  sale  Mustafá,  turco.) 

MusTAFÁ.    •  ¿Es    muerto   el    cautivo? 
Asir.  No, 

¿qué  es  lo  que  mandas.  Bajá? 
MuSTAFÁ.  Que  viva,  si  vivo  está, 

esto  el  gran  señor  mandó. 

Desatalde ;  ven  conmigo. 

Echarme   quiero   a  tus   pies. 

Cuando  los  brazos  me  des, 

bien   los    debes   a   un   amigo. 

i  Ay,  Gonzalo,  en  qué  me  vi ! 
Nunca   acabé   de   creer 
tu  muerte. 

¡  Grande  placer ! 
;\ÍUSTAFÁ.  Sigúeme. 
Leandro.  Ya  voy  tras  ti. 

No  le  tengo  de  dejar 
hasta   ver   en   lo   que   para. 
Nunca  el   placer   alegrara 
si  no  le  hallara  el  pesar. 


Leandro. 
Gonzalo. 

Leandro, 
cjonzalo. 

Leandro. 


Gonzalo. 


Leandro. 


(Salen  Turcos,  Amurates,   Mareelia,  y  Selín.) 

Selín. 
No  te  quejes  de  mi. 

Amurates. 

Quejarme  debo, 
pues  del  valor  que  tengo  desconfías. 

Selín. 
¿Tan  mal  están  las  armas  a  un  mancebo? 
¿Cubrirlas  tiene  el  ocio  tantos  días? 
Sí  estoy  en  los  ejércitos  tan  nuevo, 
animosb  Amurates,  ¿qué  porfías?  (i). 
Déjame  ver  sí  sé  a  caballo  armado 
regir  un  campo  y  discurrir  un  prado. 


(i)     Faltan  dos  versos  a  esta,  octava. 


256 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


I 


¿  No  sale  el  Rey  de  Persia  con  su  gente  ? 
Pues  déjame  que  salga  con  la  mía 
y  que   vencerle   cuerpo  a  cuerpo  intente, 
si  por  dicha  su  voz  me  desafía. 
¿Dejas  por  eso  tú  de  ser  valiente? 
¿No  tengo  yo  de  procurarlo  un  día? 
¿No  soy  hijo  de  un  hombre  a  cuya  mano 
tembló  en  Europa  el  más   feroz  cristiano? 

Vete  de  ahí. 

Amurates. 

Si  tú  con  tu  blandura 
no  le  vences,   Marbelia,  aquesto  es  hecho. 

Marbelia. 

\'aste  a  la  guerra,  y  vaste  por  ventura 
por  esconderte,  y  téngote  en  mí  pecho. 
Si  me  aborreces,  intentar  procura 
aquello  de  que  vives  satisfecho; 
déjasmc  a  mí,  que  quien  de  amar  me  deja, 
menos  me  deja  si  de  mí  se  aleja. 

Selín. 

Marbelia,  no  es  ofensa  de  tu  gusto 
dejarte;  por  mí  honor  la  guerra  intento; 
por  esto  y  por  la  fuerza  del  disgusto 
que  me  ha  dado  el  persiano  atrevimiento. 
Si  esto  juzga  tu  pecho  por  injusto, 
apasionado  está  tu  entendimiento, 
demás    también    que   acompañarme   puedes, 
que  no  te  he  dicho  yo  que  aquí  te  quedes. 

(Salen  Mustafá  y  Leaxdro.) 
JMUSTAFÁ. 
Aquí  viene  el  cautivo. 

Leandro. 

El  suelo  beso, 
invictísimo  Príncipe  del  Asia, 
y  aún  so}'  indigno,  por  merced  tan  grande. 

Marbelia. 
Gallardo  es  el  esclavo. 

Selín, 

Justamente, 
Marbelia,  le  pediste. 

Marbelia. 

Por  tu  vida 
que  en  mi  vida  le  vi,  si  no  es  agora; 
pidiómele  una  dama  que  le  adora. 

Selín. 
Dame,  Amurates,  este  esclavo. 


MUSTAFA, 

El  dueño 
es  tuyo  como  él;  sólo  me  pesa 
de  no  lo  haber  sabido,  que  viniera 
cubierto  de  oro  y  tela. 

Selín.  , 

Di  quién  eres. 
Leandro. 
Hasta  agora  señor,  por  rescatarme 
negué  mi  nombre,  casa  y  apellido, 
porque  por  pobre  me  costase  menos, 
mas  cuando  a  un  hombre  noble  le  pregunta 
tan  grande  emperador  como  tú  eres, 
no  ha  de  perder  respeto  a  su  grandeza, 
sino  decir  verdad,  aunque  en  su  daño. 
De  los  nobles  de  Genova  soy  uno, 
es  mi  nombre  Leandro,  y  mi  apellido 
Espinóla;  bien  sé  que  me  destruyo 
y   que   mi   libertad  hago   imposible, 
mas  quiero  más  perdella  con  la  vida 
que  la  obediencia  a  tu  valor  debida. 

Selín. 
¡'Bien,  por  Alá !  Gallardo  pensamiento, 
digno  de   estimación,   que   aventurase 
su  libertad  un  hombre,  por  respeto 
debido  a  im  Rey !  ¡  Qué  noble,  qué  discreto ! 
¿  Cómo  te  cautivaron  ? 

Leandro. 

Desta  suerte. 
Selín. 
De  buena  gana  escucho. 

Leandro. 

Pues  advierte. 
Usase,  invicto,  señor, 
allá  en   Genova,  mi  patria, 
preciarse  de  los  cabellos 
las  nobles  y  hermosas  damas. 
Para  esto,  o  se  los  fingen, 
comprando  algunos  a  Francia, 
o  la  que  puede  los  cura 
con  varias  y  fuertes  aguas. 
Cúbrense  destas  señoras 
los   terrados  de  la  casa, 
para  curar  las  madejas 
al  sol,  que  a  las  suyas  baja. 
Y  cierto  que  se  conoce 
que  el  sol  de  aquel  oro  es  causa, 


ACTO    PRIMERO 


257 


que  todas  parecen  soles 

cuando  en  público  las  sacan. 

Cerca,  señor,  de  la  mía 

la  casa  de  un  noble  estaba, 

cuya    hija,    Blanca    en    nombre, 

y  más  que  la  nieve  blanca, 

subía  a  enrubiar  sus  hebras, 

segura  que  la  miraban 

los  ojos  que  yo  ponía 

al  cristal  de  una  ventana, 

y   como   cuando  el   sol 

en  algún  cristal  abrasa, 

quizá  el  cristal  fué  la  culpa 

de  que  me  abrasase  el  alma. 

Si  los  antojos  se  hacen 

de  cristal,  ¿por  qué  se  espanta 

de   que    fuesen   con   antojos,. 

si  por  cristal  la  miraba? 

Ella  estaba   al   sol,   y  yo 

al  de  su  cabeza  y  cara, 

porque  los  dos   se  ponían 

cuando  los  dos  me  dejaban. 

Es  amor  invencionero, 

bien  lo  saben  cuantos  aman : 

¿quién  diría  hiciese  amor 

tercero  una  cerbatana? 

Con  ella  tiré  un  papel; 

tomóle;    entendió   mis   ansias, 

que  adonde  la  lengua  es  muda 

por  ella  las  letras  hablan. 

A  poco  me  respondió 

airada,  y  no  tan  airada 

que  no  me  quedase  puerto 

para   salvar   la   esperanza. 

Perseveré,  pudo  amor 

con  tanta  perseveranza 

conquistar    su   duro    pecho, 

que   los  peñascos  ablandan. 

Por  los  ojos  muchos  días 

comunicaban  las  almas 

sus  penas  y  sus  deseos, 

hasta  que  tuvimos  traza 

de  que  pudiesen  también 

descansar  por  las  palabras; 

que  aunque  más  le  cansen  penas, 

hablando  el  amor  descansa. 

Fuese  perdiendo  el  recato, 

¡  oh,  cuan  poco  se  recatan 

dos  que  con  amor  se  miran, 

tan  locos  y  ciegos  andan ! 

Buscaba  un  hermano  suvo 


ocasión   para  acusarla, 

con  mi  muerte  del  honor 

que  se  guardaba  en  su  casa, 

y  disparando  al  cristal 

del  marco  de  la  ventana 

una  pistola  francesa 

dio  por  un  lado  la  bala; 

saltó  el  vidrio  roto  en  piezas 

ofendiéndome  la  cara, 

y  ofendiéndome  el  honor 

tan  conocido  en  mi  patria. 

Viendo  el  Senado  que  >a 

mi  familia  y  la  contraria 

a  las  armas  acudían, 

quiso  detener  las  armas. 

Prendió  al  hermano  que  digo ; 

yo,  por  hacer  mi  venganza, 

ausénteme  por  la  mar 

en  una  nave  fletada 

a  unas  islas  ginovesas. 

¡  Cuan  mejor  me  fuera  a  España, 

adonde  deudos  tenía ! 

Rindióse  la  mar  helada 

al    fuego   de   mis    suspiros, 

tomé  puerto  una  mañana, 

viví  en  las  islas,  y  en  ellas 

tuve    a    cuatro   meses   cartas; 

dichosas,  pues  que  traían 

nuestras  paces  concertadas. 

Hice  las  galas  que  pude, 

y  volví  con  estas  galas 

a   Genova  a  desposarme 

con  la  bellísima  Blanca ; 

pero   apenas    cuatro   millas 

estaba  de  Fabiñana 

la  isla  de  quien  salí, 

cuando  entre  cuatro  fragatas 

del  cosario  Caracosa 

mi  pobre  nave  se  halla. 

No  deciende  el  pollo  humilde, 

batiendo  las  sesgas  alas 

el  codicioso  milano, 

como  ellos,  diciendo :  Amaina. 

Yo,  triste,  quise  morir, 

poniendo  mano  a  la  espada, 

pero  Blanca  me  detuvo 

entre  la  mano  y  el  alma. 

Abordaron,  y  subiendo 

sin  resistencia  a  la  jarcia, 

y  rasgando  la  jareta 

que  de  borde  a  borde  estaba. 


VII 


17 


258 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


fui  el  primero  que  prendieron 
arrimado    a    las    escalas, 
entre  unos  cabes,  que  hacían 
defensa  al  fuego  y  las  balas. 
Prendiéronme,  y  presentando 
a  Amuraíes  en  su  casa, 
en  la  huerta  que  edifica 
serví  de  dar  piedra  y  agua; 
agua  en  los  ojos,  y  piedra 
en-  la  paciencia,  que  basta 
a  volver  en  piedra  a  un  hombre 
por  quien  tantas  cosas  pasan. 
Dijeron  que  los  esclavos 
las  cadenas  se  limaban, 
y  que  ya  en  el  mar  tenían 
una  alta  nave  y  dos  barcas. 
3.1andó  Amurates  matarlos; 
y  por   no  perderlos,  manda 
que   echen   entre   ciento   suertes, 
sin  examinar  la  causa. 
Cúpome  a  mí  la  de  diez, 
y  manda  que  otra  se  haga 
de  diez  a  cuatro,  y  también 
me  toca,  ¡  fortuna  extraña ! 
De  cuatro  manda  que  a  uno ; 
hecho  azar,  todos  se  escapan, 
y  a  mí  me  llevan  a  un  palo, 
donde  estando  a  la  garganta 
dando  vueltas  el  cordel, 
Mustafá  la  gente  aparta, 
y  me  trae  donde  vengo 
a  saber  lo  que  me  mandas. 

Selín. 
¡  Piadosa  historia ! 

Marbelia. 

¡  Y  cómo  si  es  piadosa  ! 
Selín. 

Si  yo  ce  diese  por  piedad  licencia 
para  ir  a  casarte  con  tu  esposa, 
mas   con   este   concierto   y   conveniencia, 
que  acabada  la  boda  en  la  famosa 
Genova,  patria  tuya,  a  mi  presencia 
volvieses  tan  esclavo  como  irías, 
¿daríasme  palabra  y  volverías? 

Leandro. 

Príncipe,  por  los  cielos  soberanos 
que  aunque  fuese  a  cortarme  la  cabeza 
volviese,  y  la  pusiese  en  esas  manos, 
por  cumplir  con  mi  sangre  y  mi  nobleza. 


Mial  conoces  en  eso  a  los  cristianos, 
que    guardan    esa    ley    con    tal    firmeza 
de  la  palabra,  que  por  no  rompella, 
con  mil  tormentos  morirán  por  ella. 
Un  moro  de  Granada,  Abindarráez 
por  nombre,  y  caballero,  con  ser  moro, 
volvió  preso  a  Rodrigo  de  Narváez, 
guardando  a  la  palabra  igual  decoro. 
Dame  una  galeota  y  un  arráez, 
que  no  te  volveré  rescate  en  oro, 
sino  el  mismo  que  soy. 

Selín. 
Jura. 
Leandro. 

Perdona, 
que  en  esto  el  juramento  no  me  abona. 

Si  he  de  volver,  y  soy  el  que  has  pensado, 
por  mi  persona  volveré  contento; 
si   soy   de   baja   condición   y   estado, 
¿qué  piensas  tú   que  importa  el  juramento? 

Selín. 
Amurates. 

Amurates. 
Señor. 

Selín. 
Con  gran  cuidado, 
solo  a   que   desto   tengo  gusto,   atento, 
fleta  luego  una  nave  con  la  gente, 
para  el  servicio  dellá   conveniente. 

Vaya  a  Genova  aqueste  caballero; 
cásese  enhorabuena  con  su  esposa, 
que  si  él  es  noble,  donde  estoy  le  espero, 
en  haciendo  su  boda  venturosa. 
Ver  quiero  su  palabra,  saber  quiero 
en  ocasión  tan  grave  y  tan  forzosa 
cómo  guardan  palabra  y  son  corteses 
los  cristianos  y  nobles  ginoveses. 

Amurates. 
Haré  tu  gusto. 

Leandro. 

Volará  tu  fama 
y  tu  nombre  real,  Selín  invicto, 
por  cuanto  el  claro  sol  su  luz  derrama; 
que  en  tal  grandeza  es  corto  su  distrito. 
Merecerás  para  postrera  cama 
los  inmensos  pirámides  de  Egipto; 
serás  eterno  en  las  humanas  liras, 
y  tus  cenizas  en  doradas  piras. 

Iré  a  mi  patria,  volveré  a  la  tuya, 


I 


ACTO    PRIMERO 


259 


por  el  señor  que  tiene  venturosa, 

para  que  nadie  mi  palabra  arguya 

de  aleve,  desleal  y  mentirosa. 

Aquí  mi  vida  que  es  razón  concluya, 

no  esclavitud,  mas  libertad  dichosa : 

que  más  me  preciaré  de  esclavo  tuyo 

que  en  el  Romano  Imperio  de  Rey  suyo. 

Selín. 
Parto  y  guárdete  el  Cielo. 
Le.^ndro. 

Al    mismo    pido, 
tu  verde  edad,  estado  y  reino  aumente. 

jMarbelia. 
Al-ucho  me  has  obligado. 

Selíx. 

He  pretendido 
que  sepas  si  te  quiero  tiernamente ; 
que  por  mi  amor  el  deste  conocido, 
me  pesa  de  que  esté  de  Blanca  ausente. 

Marbelia. 
El  mancebo  es  gallardo. 

Selín. 

Y  ella  herm.osa ; 
pues  yo  te  gozo  a  ti,  goce  su  esposa. 

{Vaiise,   y   salen   el   acompañamiento   que   puedan   de 
persianas,  y  detrás  el  Soldán  y  Fidoro.) 

FiDORO.  Esto,  señor,  he  sabido 

de  quien  hoy  iiegó  de  alia. 

SoLDÁx.       Nueva  de  mi  gusto  ha  sido. 
Pluguiera,  Fidoro,  a  Alá 
que  hubiera  Selín  venido. 

Sólo   nacen  mis   desvelos 
de  no  subir  a  los  ciclos 
el  nombre,  el  valor,  la  fama 
a  que  me  provoca  y  llama 
la  virtud  de  mi.3  abuelos. 

Venga  Selín,  o  por  tierra 
o  por  mar,  que  en  tierra  y  mar, 
la  que  este  mi  pecho  encierra 
le   pienso   hacer    confesar 
a    pura    fuerza    de    guerra. 

Opuso  el  cielo,  Fidoro, 
al  Turco  el   Persiano  moro, 
porque  este  fiero  gigante, 
ya  contra  el  sol  arrogante, 
se  viste  sus  ravos  de  oro. 


Pero  estimo  su  valor, 
si   amando   a   Marbelia   tanto, 
por   Marte  desprecia  amor. 
Fidoro.       O  sea  valor,  o  espanto, 

él  viene  a  Persia,  señor. 
Soldán.  ¿Viene   Amurates  con   él? 

Fidoro.       Viene   con   él   Amurates, 
y  Zulema,  rey  de  Argel. 
Soldán.       Aun  desos  es  bien  que  trates, 
pero  no  que  trates  del. 

Es  Amurates  famoso 
por  las  armas  y  el  consejo, 
sagaz,  prudente,  animoso, 
y  hombre,  en  fin,  a  cuyo  espejo 
se  hará  Selín  belicoso. 

Fué  de  los  buenos  soldados 
que  tuvo  el  viejo  Sultán, 
que   por  él  disciplinados 
en  las  historias  serán 
para   siempre   celebrados. 

Zulema  sabe  también 
lo  que  le  basta  del  mar, 
si  hay  armada,  es  hombre  a  quien 
le  puede.  Selín  fiar 
cien  naves  de  'turcos  bien. 

Pero   si   solo  viniera 
y  de  su  edad  gobernado, 
otro  Bayaceto  fuera, 
que  en  una  jaula  encerrado 
el  pie  en  sus  hom.bros  pusiera. 

Gala  habrá  sido,  y  promesa 
a  IMarbelia,  y  no  valor, 
el  principio  desta  empresa. 
Ya  de  decirte,  señor, 
que   viene   Selín   me  pesa. 
Tú  haces  tu  obligación, 
yo  respondo  lo  que  siento, 
acometa  el  escuadrón, 
que  hoy  me  han   de   ver  más   san- 
estos  que  rebeldes  son.         [griento 

Poned  a   saco  y  a   fuego 
todo  lugar   de   Selín, 
y  venga  a  vengarse  luego. 
Fidoro.      Animo  te  ha  puesto,  en  fin. 
Soldán.      Estoy  de  cólera  ciego. 

(Vayanse   tocando   las   cajas,   y   acometiendo   con   las 
espadas,  y   salgan   Selín,   Marbelia  y  Amurates.) 

AlMURATES. 
¿Por  qué  me  tratas  desta  suerte? 


Fidoro. 


Soldán. 


260 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Selín. 

j  Perro ! 
¿de  qué  manera  quieres  que  te  trate? 
¡  Por  Alá,  que  no  estoy  un  pensamiento 
de  mandarte  cortar  el  cuello,  infame ! 
Si  yo  hubiera  salido  con  mi  gente 
en   contrapuesto   del    furor   persiano, 
¿viniéranme  las  nuevas  que  me  vienen, 
de  que  abrasa  mi  tierra  y  la  destruye? 

Amurates. 

Señor,  no  tuve  yo  la  culpa  solo: 
Marbelia  me  mandó  que  te  dijese 
que   dejases   la   empresa  comenzada, 
y  yo  la  obedecí  como  a  ti  mismo. 

Marbelia. 
Yo  te  lo  dije  a  ti',  por  mí,  confieso, 
enojaste  a  Selín,  que  es  tu  disculpa, 
y  la  mia,  que  a  mí  porque  le  adoro 
me  lo  dijo  el  amor,  que  amor  no  sufre 
dilaciones,  ausencias  iii  peligros, 
cuando  quiere  del  modo  que  te  quiero. 
Vuelve,  señor,  y  blandamente  mira 
ima   mujer   que   por   haberte   amado 
no  merece  mirar  tu  rostro  airado. 

Selíx. 
¿  Pues  quieres  tú  que  con  paciencia  lleve 
que  por  haber  la  empresa  dilatado, 
atrevido  el  Soldán,  a  sangre  y  fuego, 
abrase  de  mis  tierras  los  confines 
y  venga  con  ejército   famoso, 
entrándose  por  ellas  desta  suerte? 

AlIURATES. 

Que  eres,  Selín,  señor  del  mundo,  advierte; 

el  día  que  tu  nombre  celebrado, 

desde  los  cercos  de  la  blanca  aurora 

a  las  oscuras  nubes  de  occidente, 

y   temido   de   griegos,    persas,    indios, 

valaquios,  alemanes,  francos,  ítalos, 

y  aun  españoles,  si  decirse  puede, 

saliere  dibujado  en  las  banderas, 

que  no  digo  a  caballo,  gobernando 

su  fuerte  boca  envuelta  en  blanca  espuma, 

dando  leyes  marciales  a  tu  ejército, 

volverá  las  espaldas  el  cobarde, 

sin  que  los  rayos  de  tu  mano  aguarde. 

Marbelia. 

Vuelve,  Selín,  famoso  a  tus  abuelos, 
descoge  las  historias,  los  anales 


de  sus  pasadas  glorias  consagradas, 
y  la  inmortalidad  verás,  que  sólo 
ser  sangre  suya  basta,  a  que  los  persas 
huyan  de  ti  como  las  liebres  viles 
de  los  fieros  leones  albaneses. 

Selín. 

Suenas,  dulce,  Marbelia,  en  mis  oídos, 
cual  suele  la  trompeta  de  la  fama, 
alegrando  tus  voces  mis  sentidos, 
y  viendo  el  templo  de  su  eterna  llama, 
mis  pensamientos  con  el  sol  nacidos, 
la  dilación  parece  que  disfama 
de  la  venganza,  pero  a  tiempo  estamos, 
que  con  la  diligencia  la  tengamos. 

Salgan  luego,  Amurates,  mis   virreyes, 
capitanes,  bajaes  y  san  Jacos; 
a  caballo  los  fuertes  belerv-eyes, 
los  Azaix)s  flecheros  y  Solacos, 
los  genízaros  salgan  de  dos  le^'^es 
sobre    acerados    damasquinos   cabos,    . 
de  piel  de  tigre  indianos  tahalíes, 
y  con  vistosas  plumas  mis  Ronfies. 

Vaya  Zulema  por  el  mar,  y  al  viento 
desenvuelva  las  lonas  del  veíame : 
lleve  cien  naves,  si  bastaren  ciento, 
y  el  agua  de  sus  árboles  enrame, 
que  yo  a  caballo  privaré  de  aliento, 
por  cuanto  el  grueso  ejército  derrame 
con  las  espuelas  su  fogosa  boca. 

Amur-tes. 
Ya  te  huye  el  Soldán. 

Marbelia. 

La  tierra  es  poca. 

{Vayanse,  y  salgan  Leandro  en  hábito  galán  de  ca 
mino,  y  Gonzalo  de  criado.) 

Leandro.         ¿  Sacaste  del  mar  la  ropa  ? 
Gonzalo.     Saqué  la  ropa  del  mar. 
Leandro.     No  he  visto  tal  navegar, 

todo  ha  sido  viento  en  popa. 
Gonzalo.         ¿  Piensas  tú  que  los  poetas 

no  escriben  que  el  viento  airado 

fué  una  vez  enamorado? 
Leandro.     ¡  Oh,  amor,  todo  lo  sujetas ! 
Gonzalo.         Pues  y  cómo  si  lo  fué ; 

de  cierta  ninfa  Oritía, 

que  no  sé  dónde  vivía, 

pero  que  la  amaba  sé 
y  que  se  casó  con  ella. 


ACTO    PRIMERO 


261 


I 


Leandro.     Sí,  que  Virgilio  escribió, 
cuando  Eneas  navegó 
de  su  Troya  a  Italia  bella, 

que  a  Juno  le  daba  el  viento 
una  ninfa  por  mujer, 
porque  no  llegase  a  ver 
sus  naves  en  salvamento. 
Goxz.\LO.         Es  el  viento  tan  amigo 
de  amores  y  enamorados, 
que  en  viéndolos  trasnochados 
al  sereno  de  un  postigo 

de  forma  en  ellos  se  mete, 
que  para  estar  entre  amantes 
no  puede  un  hombre  sin  guantes 
de  ámbar,  pastilla  y  pebete. 

Y  ansí  verás  sus  canciones 
decir  con  desconfianza : 
"Llevó  el  viento  mí  esperanza", 
y  otras  ventosas  razones. 

Amador   hay   serenado 
de  la  ronda  de  un  terrero, 
que  no  habrá  fuelles  de  herrero, 
como  después  de  acostado. 

¿  Qué  piensas  que  es  la  inconstan- 
de  un  amador?  Que  le  obliga       [cia 
el  viento  de  la  barriga 
a  no  estar  jamás  de  estancia. 

Que  como  están  azogados 
los  que  en  las  minas  están, 
a  cuantos  aman  verán 
siempre  andar  ventíficados. 
Leaxdro.        Ya  se  te  luce  el  contento, 

Gonzalo,  de  ver  la  tierra  (i). 
Gonzalo.     Digo  que  te  trajo  el  viento. 

En  razón  de  ser  amigo 
de  amores. 
Leandro.  Genova  bella, 

cielo  de  mí  Blanca  estrella, 
tus  edificios  bendigo. 

Tus  calles  pisar  quisiera 
con    respeto,    mas    la    prisa 
de  llegar  al  sol  que  pisa 
tan   resplandeciente  esfera 

no  quiere  darme  lugar. 
Esta  es  la  puerta  de  Blanca, 
para  mis  trabajos  franca, 
ya  en  la  tierra  y  ya  en  la  mar. 

Bien  merezco,  puerta  mía, 
entrar  sin  miedo  por  ti. 

(i)     Falta   un    verso    a    esta    redondilla. 


Gonzalo.        Yo,  puerta,  nunca  te  vi, 

que  hoy  ha  sido  el  primer  día. 

Puerta,  sí  dentro  tuvieses 
qué  comer,  y  en  qué  dormir, 
no  tengo  más  que  decir 
sino  que  fi-anca  te  dieses. 

Mas  sí  acaso  algún  hermano 
de  Blanca  no  está  contento 
deste  negro  casamiento, 
y  habemos  venido  en  vano. 

Muy  mal  le  estaría  a  Gonzalo, 
supuesto  que  os  mira  abiertas, 
que  como  a  perro  entre  puertas 
le  maten  a  puro  palo. 

{Sale   Blanca.) 

Blanca.  Parece  que  en  el  oído 

una  nueva  voz  sonó, 
que  al  alma  nuevas  le  dio 
de  que  era  su  bien  venido, 

¿Cíelos,  no  es  éste  mí  bien? 
Déjame  echar  en  tus  brazos. 
Merecen  que  estos  abrazos 
Blanca,  los  tuyos  les  den. 

Merece,  Blanca,  mi  amor 
la  dulce  paz  deste  día. 
¿Dónde  estabas,  prenda  mía? 
Para  de  espacio  es  mejor; 

que  la  lengua  que  ha  de  hablar 
en  su  bien,  no  fuera  justo 
quitarle,  esposa,  este  gusto, 
pues  habrá  después  lugar. 
¿Cómo  estás? 
Blanca.  Ya   lo  ves; 

muerta  sin  tí.  ¿Vienes  bueno? 
Leandro.     Bueno,  y  de  contento  lleno, 
de  la  cabeza  a  los  pies. 
No  sé  cómo  cabe  en  mí 
tal  abundancia  de  bien, 
que  aún  puedo  temer  también 
que  pueda  matarme  así. 

Y  si  te  digo  verdad, 
no  errara  con  este  gusto, 
sí  me  sangrara  del  gusto, 
que  es  también  enfermedad. 

(Hablan  aparte.) 

Gonzalo.        Agora  bien;  mientras  que  sale 
alguien  con  quien  hablar  yo, 
pues  la  ocasión  no  me  dio 
quien  me  abrace  y  me  regale, 


Leandro. 


Blanca. 
Leandro. 


262 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Bl-ANCA. 

Leandro. 

Blanca. 
Gonzalo. 


Leandro. 
Blanca. 

Leandro. 


Blanca. 


Gonzalo. 


quiéreme  yo  hablar  a  mí : 
— ¡  Oh,  Gonzalo ;  enhorabuena 
venga  a  esta  casa !  ¡  Qué  pena 
tuve  mientras  no  le  vi ! 

¿Viene  bueno?  — Bueno  estoy. 
¿Y  su  merced  estálo? — 
Para  servirle,  Gonzalo, 
ya  sabe  que  suya  soy. — 

Yo  soy  .ése:  abrace,  toque. 
¡Jesús,  y  cómo  me  aprieta. 
Vuesa  merced  esté  quieta, 
y  mi  contento  no  apoque. — 

¿Qué  me  trae  de  Turquía? — 
Mucha  ropa  que  lavar. — 
Queríbame  yo  enojar. — 
Pues  muy  jabonada  mía, 
daréla  seis  bofetones.— 
¿  A  mí  ?  — ^Sí,  tome  una  higa ; 
tome,  y  otra  vez  no  diga 
a  un  hombre  tales  razones  — 
i  Ay,  ay ! 

¿Qué  es  esto,  mi  bien? 
Un  español,  mi  criado, 
que  habla  consigo. 

¡  Extremado  ! 
Mientras  no  me  den  con  quién, 

suplico  a  vusiñoría 
suelte  cualque  personaje 
fregonil,  porque  se  ataje 
tan  alta  melancolía, 

y  conozca  al  buen  Gonzalo. 
Es  hombre  a  quien  mucho  debo. 
El  verá  cómo  yo  apruebo 
ese  amor  con  mi  regalo. 

Tráigole  más  como  amigo; 
de  mi  Consejo  de  Estado, 
que  no  para  mi  criado. 
Basta  que  él  venga  contigo; 

fuera  de  que  su  hidalguía 
se  conoce  en  su  persona. 
Si  la  persona  me  abona, 
no  es  muy  gallarda  la  mía. 
Comí  barro  en  mi  niñez 
de  andar  entre  unas  doncellas, 
y  medré  de  andar  con  ellas, 
que  me  pegaron  su  tez. 

Desde  los  diez  a  los  once 
unas  tías  me  avisaron 
que  mis  padres  me  criaron 
para  arzobispo  de  bronce. 
Después  acá,  de  sufrir 


Leandro. 

Blanca. 
Leandro. 
Blanca. 
Gonzalo. 


Blanca. 
Leandro. 


Blanca. 


Leandro. 


Blanca. 


Leandro. 


Blanca. 


Gonzalo. 
Leandro. 
Gonz.alo. 


Leandro- 

Gonz.alo. 
Leandro. 


necios,  me  ha  dado  tericia. 
Es  hombre  que  le  codicia 
el  Rey. 

Puédele  servir. 

Yo  le  quiero  bien,  por  Dios. 
Mi  voluntad  se  le  allana. 
¿Habrá  en  casa  una  solana 
para  espulgarnos  los  dos  ? 

Porque  venimos  perdidos. 
No  le  faltará  aposento. 
El  habla  con  el  contento 
de  ausentes  recién  venidos. 

¿Qué  hay  de  tus  padres  y  herma - 
y  de  los  míos?  [nos, 

Que  han  hecho, 
con  igual  amor  y  pecho, 
sentimientos  inhumanos. 

Tu   prisión   se   adivinó 
porque  saberse  no  pudo. 
Túvome    el    tormento    mudo 
que  el  cautiverio  me  dio. 

Pero   cuando   me   esforzara 
a  dar  aviso,  no   fuera 
posible,  porque  la  fiera 
canalla  me  lo  estorbaba. 

¡  Ay,  mi  bien,  si  hubieras  visto 
lo  que  he  pasado   por  ti ! 
Ya  estás,  mi  Leandro,  aquí, 
con  que  mi  dolor  resisto. 

Ya  te   darán  posesión 
mis  brazos  desa  esperanza. 
Blanca,  de  tu  padre  alcanza 
que  no  ponga  dilación. 

Esta  noche  has  de  ser  mía. 
A  mis  padres  está  bien 
que  las  manos  hoy  nos  den 
sin  que  se  dilate  un  día. 

Entra  a  verlos,  y  descansa. 
¿Y  yo  quedaréme  aquí? 
No  tendré  gusto  sin  ti. 
Ya  la   fortuna  se  cansa. 

¡Quién  te  dijera  en  un  palo 
que  hoy  gozarás  de  tu  esposa 
en  Genova ! 

¡  Extraña  cosa ! 
Mi  dicha  a  mi  dicha  igualo, 

que  no  puede  ser  mayor. 
No  sabe  el  bien  estimar 
quien   no  ha   tenido   pesar. 
Y  más  si  es  pesar  de  amor. 


ACTO   SEGUNDO 


263 


I 


ACTO  SEGUNDO 

(Salen   Oracio   y   Virginio,   viejos.) 

Okacio.  Yo  no  entiendo  su  tristeza. 

Virginio.  Ello  es  notable  rigor. 
Oracio.       Tal  es,  Virginio,  de  amor 
la  extraña  naturaleza. 

Si  después  que  se  casó 
está  Leandro  tan  triste 
como  le  veo  y  le  viste, 
¿qué  quieres  que  piense  yo? 
¿Qué  tengo  de  imaginar 
sino   que   está   arrepentido, 
y  que  deste  eíeto  ha  sido 
causa  el  importuno  amor? 

Que  cuando  aqueste  acidente 
hace  de  su  gusto  empleo, 
apenas  cumple  el  deseo 
cuando  el  amor  se  arrepiente. 
Virginio.       Agravio  a  Blanca  le  hacéis, 
cuyo  ingenio  y  hermosura 
amor  eterno  asegura, 
y  ansí  a  los  dos  ofendéis. 

A  ella,  porque  quitáis 
las  fuerzas  a  su  valor, 
y  a  él,  pues  no  tiene  amor, 
cuya  ignorancia  culpáis. 

Mas  veis  aquí  el  español, 
toda  su  privanza  y  pecho. 
^'IRGI^:IO.    Que  éste  lo  sabe  sospecho. 
Or.\cio.       Eso  es  más  claro  que  el  sol. 

(Sale   Gonzalo.) 

Gonzalo.        En  eso  y  en  lo  demás 
haré  tu  gusto,  señor. 

Or.\cio.        ¡  Oh,  secretario  de  amor  ! 
¿Dónde  tan  apriesa  vas? 

Gonzalo.         El  título  me  ha  cuadrado, 
aunque  ignorancia  promete, 
que  este  nombre  de  alcahuete 
no  sirve  a  galán  casado. 

Si  otra  cosa  sospecháis, 
que  es  testimonio  advertid; 
por  eso  restituid 
el  honor  que  le  quitáis. 

Or-\cio.  Yo  no  pienso  mal,  por  Dios ; 

pero  la  melancolía 
de  Leandro  me  desvía 
de  pensar  bien  de  los  dos. 

¿  De  qué  está  triste  casado  ? 
¿Qué  tiene  Blanca? 


GONZ.ALO. 


Oracio. 


Gonzalo. 

OR.A.CI0. 

Virginio. 


No  he  sido 
criado  tan  atrevido 
que  se  lo  haya  preguntado. 

Pero  la  palabra  os  doy 
de  saberlo. 

Y  yo  de  darte 
cien    escudos,    y   mostrarte 
quién  soy,  que  Espinóla  soy. 
Dejadme,  que  viene  aquí, 
que  yo  sabré  la  ocasión. 
Vamos,  Virginio. 

Estos  son 
celos,  que  mozo  lo  fui. 


(Fanse,  y   salen   Leandro  y    Blanca.) 

Leandro.       ¿De  qué  sirve  importunarme  ■ 
si   aquesta  melancolía 
no  nace  de  causa  mía? 
Blanca.       ¿Esto  es  quererme?  ¿Es  burlarme? 
Leandro.         ¿No  ves,  Blanca  de  mis  ojos, 

que  es  enfermedad? 
Blanca.  Ya  veo 

que  suele  darle  al  deseo 
en  cumpliendo  sus  antojos. 

Casástete,  señor  mío, 
enamorado.  ¡  Qué  efeto 
tan  propio !  Yo  te  prometo 
que  no  es  el  hielo  tan  frío. 

¡  Oh,  bien  haya  el  afición 
que  nace  del  casamiento, 
donde  el  arrepentimiento 
no  tiene  juridición ! 

Y  desdichado  de  aquel 
que  por  amor  se  trató, 
pues  apenas  tanto  amó, 
cuanto  aborreció  por  él. 

¡  Ay,  cuánto  mejor  me  fuera, 
bien  mío,  que  me  olvidaras, 
y  si  a  tu  patria  tornaras 
otro  intento  te  trajera! 

Mejor  viviera  sin  ti 
que  contigo  deste  modo; 
porque  no  tenerte  todo 
es  grande  mal  para  mí. 

Si  comes,  das  mil  suspiros 
mirándome,  y  tales  son, 
que  se  rinde  el  corazón 
a  la  fuerza  de  sus  tiros. 
!  Si  te  acuestas,  das  mil  vueltas, 

y  el  paso  a  mi  pecho  atajas, 
I  que  pienso  que  te  amortajas 


264 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


en  las  sábanas  revueltas. 

Tal  vez  despierto,  y  te  veo 
llorando  sobre  mi  cara 
agua,  en  que  >o  me  lavara 
a  llovería  tu  deseo. 

Y  como  te  veo  así 
entre  dormida  y  despierta, 
pieno  que  me  juzgas  muerta, 
pues  que  lloras  sobre  mí. 

Otras    veces,    que   vestida 
entro  a  verte  donde  estás, 
cuanto  más  me  adorno,  más 
a  más  dolor  te  convida. 

Si  estás  hablando  conmigo, 
en  medio  de  las  razones 
todo   amarillo  te  pones... 
¡  Ay,  Dios,  qué  extraño  castigo ! 
Tanto,  que  a  no  haber  notado 
que  tal  vez  te  he  visto  tierno, 
este  mi  cuidado  eterno 
me  hubiera  el  alma  sacado. 

Háblasme  amoroso,  y  bien, 
dícesme  tantas  caricias, 
que  entonces  me  doy  albricias 
de  hallar  mi  perdido  bien. 

Pero  en  medio  deste  gusto 
vuelves  con  presto  rigor 
las  espaldas  a  mi  amor 
y  la  frente  a  mi  disgusto. 
Declárate,  no  suspendas 
mi  vida. 
Leandro.  No  llores  más. 

Blanca.       ¿  Cómo   no,    si   triste   estás 

adonde   hay   iguales   prendas? 

Mi  bien,  si  Espinóla  eres,     , 
noble  y  caballero,  en  fin, 
ya  ves  que  soy  Lomelin, 
juzga  tú  si  me  prefieres. 
¿  Qué  te  disgusta  de  mí  ? 
Gonzalo.     Señor,  fuerte  corazón 
tienes   en  esta  ocasión. 
Leandro.     ¿Estabas,  Gonzalo,  aquí? 
Gonzalo.         Por  Dios,  que  digas  a  Blanca 

la  ocasión  de  tu   dolor. 
Leandro.     Oye,  Blanca,  y  sepa  amor 

que  el  corazón  se  me  arranca. 

Que  estuve  cautivo  sabes, 
y  que  la  muerte  cruel 
entre  el  palo  y  el  cordel 
me   puso  en   ansias   tan   graves. 
Libróme  el  Turco,  y  creyendo 


saber  mi  patria  y  historia, 
yo  la  traje  a  la  memoria 
todo  mi  mal  refiriendo. 

Díjome  que  si  le  daba 
palabra  de  caballero 
de   volver    como    ya    quiero, 
pues  ya  el  término  se  acaba, 

me  dejaría  venir 
a  casarme  con  mi  esposa; 
juzga  tú,  Blanca,  si  es  cosa 
que  no  la  debo  cumplir. 

De  las  cosas  necesarias 
me  mandó  dar  provisión; 
vine,  cáseme,  ya  son 
notorias  cosas  tan  varias. 

La  causa  de  mi  tristeza 
en  tus  brazos,  fué  memoria 
sólo   de   perder  la  gloria 
que  me  daba  tu  belleza. 

Porque  cuando  me  acordaba, 
¿qué  gusto  tener  podía? 
Ves  aquí,  señora  mía, 
la  causa:  el  plazo  se  acaba 

en  que  tengo   de  volver, 
y  ojalá  que  vuelva  a  verte. 
Dame  licencia  o  la  muerte, 
pues  lo  has  querido  saber. 
Blanca.  Quedo,  mi  bien,  no  os  pongáis 

las   manos   en  esos  ojos, 
que  en  cubrirlos  más  enojos 
que  en  estas  nuevas  me  dais. 

Volved  vos  enhorabuena; 
mas  no  volváis  solo  vos, 
sino  partamos  los  dos 
como  la  g^loria  la  pena. 

¿Tan  mal  amigo  seré 
para  serviros  allá? 
Leandro.     Temblándome  el  alma  está; 
¿qué  responderé?  ¿Qué  haré? 
Dejarte  es  darme  la  muerte; 
llevarte  es  grande  crueldad 
a  perder  la  libertad. 
Blanca.       Antes  que  la  gano  advierte, 

y  lo  demás  es  deshonra, 
que  no  hay  quien  della  se  prive, 
como  casada  que  vive 
sin  su  marido  y  con  honra. 

Vamos,  mi  bien,  dondequiera; 
tan  libre  allá  soy  por  tí 
como  esclava  aquí  sin  tí, 
o  aquí  sin  ti  me  muriera. 


ACTO   SEGUNDO 


265 


Leandro.         ¿No  ves  la  dificultad 

de  tus  padres,  prenda  mía? 
Blan'Ca.       No  sabrán  ellos  el  dia 

que  salgo  de  la  ciudad. 
Fingiremos  una  fiesta. 
Leandro.     Gonzalo,  ¿qué  dices  desto  ? 
Gonzalo.     Pecho  de  mujer  dispuesto, 

mujer  a  morir  dispuesta, 
al  lado  de  su  marido 

no  dudes  que  irá  hasta  el  fin 

del   mundo. 
Leandro.  ¿Y  es  Lomelín 

que  lo  tiene  prometido? 
Blanca.  Salgamos  de  la  ciudad 

secretamente  esta  noche, 

hasta   la    playa   en   un   coche. 
Leandro.     ¡  Qué  extraña  temeridad ! 
Pero  ven  donde  los  tres 

nuestra  jornada  tratemos. 
Gonzalo.     No  he  visto  de  amor  extremos 

como  los  que  en  Blanca  ves. 
Que  toda  mujer  dijera 

que  no  volvieras  allá, 

y  ésta,  como  has  visto  ya, 

solo  acompañarte  espera, 
estimando,  como  es  justo, 

tu  palabra. 
Leandro.  Obliga  al   doble 

a  un  noble,  y  Blanca  es  muy  noble; 

vamos,  pues  que  tienes  gusto 
de   acompañar   desta   suerte 

tu  esposo. 
Blanca.  !Mi  bien,   contigo 

bien  sé  que  la  vida  sigo 

y  que  no  temo  la  muerte. 

(Vanse.) 

(Salen    el    Soldán    de    Pürsia,    Fidoro   y   soldados.) 

SOLD.\N. 

Gracias  a  Alá  por  la  merced  presente. 

FlDORO. 

Corrido  va  Selín. 

Soldán. 
Con  justa  causa 
la  perdida  batalla  siente,  y  siente 
que  con  desigualdad  le  haya  vencido. 

FiDORO. 

Es  mozo,  y  falto  de  experiencia  viene 
cargado  de  mujeres  a  la  guerra, 


que   aun   en   la   paz   destruyen  las  acciones 
de  un  hombre  generoso. 

Soldán. 

Bien  decía, 
Fidoro,  aquel  que  dijo  que  a  las  hierbas  (i) 
y  flores  pertenece  la  blandura, 
y  a  los  hombres  la  heroica  fortaleza. 
Trepe  la  vid  lasciva  por  el  olmo, 
y  llegue  de  un  abrazo  en  otro  arriba, 
que  una  planta  parece  bien  lasciva; 
cubra  una  parra  loca  un  verde  espino 
y  mezcle  entre  los  ramos  colorados 
los  acervos  racimos,  y  los  grumos, 
con  hilos  verdes  de  sus  tiernos  lazos, 
que  allí   parecen  bien  tales  abrazos. 
Suba  los  muros  la  amorosa  yedra, 
gastando  la  argamasa  de  la  piedra, 
y  con' harpadas  hojas  llegue  el  lúpulo 
a  coronar  las  torres  que  le  dieron, 
en  sus  cimientos,  humildad  y  vida, 
que  agrada  al  gusto  y  al  placer  convida. 
Pero  el  hombre  gallardo  y  generoso 
las  cosas  fuertes  apetezca,  y  tenga 
por  bajeza  el  deleite  y  la  blandura. 
Mil  veces  Alejandro  por  la  dura 
tierra  dura  durmió;  mil  veces  por  la  arena, 
y  en'  la  tabla  mil  veces  de  un  navio. 

FiDORO. 

Parece  que  a  Selín  liciones  lees, 
como  que  contra  ti  su  bien  desees. 
Alguno  puso   falta  en  Alejandro. 

Soldán. 
Del  sol  de  la  virtud  la  envidia  es  sombra, 
con  castidad  venciéndose  a  sí  mismo 
venció  desde  los  Indios  a  los  Scitas, 
y  sujetó  los  fieros  Trogloditas. 

Fidoro. 

Selín  adora  una  famosa  turca, 
pienso  que  griega  de  nación. 

Soldán. 

Son' bellas. 
Fidoro. 
Marbelia  llaman  esta  hermosa  dama. 

Soldán. 
Ya  lo  dicen  las  lenguas  de  la  fama ; 
pues  si  debajo  de  la  rica  tienda 


(i)     Así   en   el   original;   pero   será   "hembras". 


266 


LO  OUE  HAY  OUE  FIAR  DEL  MUNDO 


de  perlas  y  de  aljófar  matizada, 
a  quien  la  rueda  de  cordones  de  oro 
parecen  rayos  de  la  blanca  luna, 
que  por  lo  alto  el  pabellón  remata 
con  mil  labores  en  nielada  plata; 
está    Selín    tratando    con    Marbelia 
cómo   han    de   gobernarse   los    ejércitos, 
¿  qué  mucho  que  venzamos  cien  mil  hombres 
con  treinta  mil  de  tan  gallardos  nombres  ? 
Retira  nuestra  gente,  y  esté  alerta 
para  ver  si  envidioso  de  mi  gloria 
escurecer  pretende  la  vitoria. 

(Vayanse  y  salgan   Sélín  y   Marbelia,   Amurates   y 
turcos.) 

Selín.  ¿Para  qué  me  das  consuelo? 

Marbelia.  Perdona,  invicto  señor, 

si  se  ofende  tu  valor 

de  mi  voluntad  y  celo. 
Selíx.  ¿  Cuatro   descalzos   persianos 

a  Selín? 
Amurat.  Eso  es  la  guerra, 

que  los  sucesos  que  encierra 

tiene  fortuna  en  las  manos. 
Ella  dispensa  a  su  gusto. 
Selín.  ¿Dónde  esa  fortuna  está, 

que  no  sabe  que  me  da 

con  esas  cosas  disgusto? 

¿Es  mujer,  es  hombre,  es  diosa? 

¿  Quién  es,  que  ignora  quién  soy  ? 
}klARBELL-\.  Temblando  de  verle  estoy, 

la  vista  tiene  furiosa. 
Amurat.         Los  hombres,  señor,  han  hecho 

sus   quejas   y   sus   desdicha?. 

porque  desdichas  y  dichas 

atribuyen  a  su  pecho. 
Fortuna  es  la  voluntad 

del   cielo,   con   que  dispone 

las  cosas. 
Selín.  El  me  perdone, 

que  me  hace  poca  amistad. 
Parte,  Amurates,  al  punto 

con  el  resto  de  mi  gente, 

donde,  o  ser  vencida  intente, 

y  acábase  todo  junto, 
o  deshaga  la  vitoria- 

del  Persa. 
Amurat.  Estando  ocupado 

en  el  despojo  ganado, 

y  soberbio  de  su  gloria, 
sospecho  que  será  ardid 


y  notable   estratagema. 
Selín.  Que  ya  no  hay  más  mal  que  tema ; 

partid,  villano,  partid; 
acabadme  de  perder. 
Amurat.      Yo  voy,  señor;  pero  advierte 

que  antes  de  tentar  la  suerte, 

que  puede  contraria  ser, 
será  bien  que  con  espías 

su  disposición  se  vea. 
Selín.  ¿  Habrá  algún  hombre  que  crea, 

perros,  las  paciencias  mías  ? 
Parte,  infame,  o  ¡  vive  Alá, 

que  te  pongan  en  un  palo ! 
Amurat.     Ya  voy. 
Marbelia.  Mi  bien,  mi  regalo ; 

¿tanto   furor?  Bueno  está. 
Selín.  Déjame. 

;Mareelia.  ¿Pues  yo  también? 

Selíx.  Conocerás  mis   enojos 

en  que  me  atrevo  a  tus  ojos. 
]^ÍARBELIA.  Yo  lo  pcrdono,  mi  bien. 
¡  Hola  !  Venid  a  cantar 

un  poco,  que  le  inquieta 

al  gran  señor  la  trompeta 

y  los  clarines  del  mar. 
Música  de  más  blandura 

ha  menester  esta  edad. 

{Salen   los  Músicos.) 

^iltjsicos.      Ya  estamos  aquí. 

Marbelia.  Cantad. 

MÚSICOS.  Siéntate. 

Selín.  A  ver  tu  hermosura. 

Que  como  el  que  está  enojado 
si  se  mira  en  un  espejo 
suele  mudar  de   consejo, 
en   tu   espejo   me   he   mirado. 

CCantan.) 

"En  el  regazo  de  Venus 
el  airado  Marte  estaba 
al  pie  de  una  clara  fuente 
para  murmurarle  clara. 
A  la  espada  desceñida 
la  hierba  sirve  de  vaina, 
oprimiendo  el  fuerte  escudo 
de  un  verde   mirto   las   ramas. 
i  Jugando  está  el  niño  Amor 

I  con  las  desatadas  armas, 

1  y  sobre  el  rubio  cabello 

probándose  la  celada. 


ACTO   SEGUNDO 


161 


Selín. 

MÚSICOS. 

Selíx. 


AIarbelia, 


^luSTAFÁ. 


Selín. 

MUSTAFÁ. 

Selín. 


MuSTAFÁ. 

Selín. 


MuSTAFÁ. 

Selín. 
Marbelia. 


¡  Al  arma,  Marte,  al  arma,      [ama  ! 
que  mal  despierta  a  la  virtud  quien 

¿Quién  os  dijo  esa  canción? 
Un  cautivo  nos  la  ha  dado. 
Todo  me  pone  en  cuidado, 
todo  me  causa  aflicción. 

Mira  que  dicen  allí 
que   despierta  a  la  virtud 
mal   quien   ama. 

¡  Qué   inquietud  ! 
No  cantéis,  no  entréis  aquí, 

porque  el   hablar  y   el   cantar 
a  propósito  ha  de  ser. 

{Sale    MusTAFÁ.) 

Pudiera  darte  placer, 
a   no   ser   tanto   el   piesar, 

el   haber   venido   ya 
el  ginovés  que  enviaste 
a  Italia. 

¿Quién? 

¿  No  mandaste 
que  un  hombre...  ? 

¡  Válgame  A\á. ! 
No  prosigas,  \'a  me  acuerdo; 
¿y  ha  Atenido? 

Sí,  señor. 
El  es  hombre  de  valor ; 
pero  no  ha  sido  muy  cuerdo, 

que  la  palabra  cumplió. 
Es   noble. 

Verle   deseo ; 
di  que  entre. 

Y  si  yo  le  veo 
no   estoy   muy   segura   yo. 


(Salen    Leandro,    Blanca    y    Gonzalo-) 

Leandro.        Aquí  tienes  a  tus  pies 
a  quien  tal  merced  hiciste. 

Selín-         Tu  palabra,  en  fin,  cumpliste 
como  noble  ginovés. 

Le.«lndro.         No  sólo  me  traje  a  mí 
para   cumplirla   mejor, 
pues  a  mi  esposa,  señor, 
te  traigo  también  aquí. 

Llega,  Blanca,  y  a  los  pies 
del  gran   señor  di  quién   eres. 

Blanca.       Que  diga  tus  prendas  quieres. 
Suplicóte  que  me  des 

licencia  que  bese  el  suelo 
de   tu   estrado. 


Selín.  No  estás  bien. — 

¡  Hola !,  almohada  le  den 
a  quien  dio  tal  gracia  el  cielo. 

Marbelia.       Según  eso,   ¿harás  sentar 
al  Espinóla? 

Selín.  Pudiera, 

si  el  justo  premio  le  diera 
que  yo  le  quisiera  dar. 

¿Hay  tal  lealtad  de  cristiano? 
¿  Hay  tal  verdad,  tal  valor  ? 
¡  Que  de  la  patria  el  amor, 
la  madre,  el  padre,  el  hermano 

no  le  hubieren  detenido ! 
Ven,  Espinóla,  y  abraza 
a  Selín;  mí  cuello   enlaza. 

Leandro.     Los  pies,  gran  señor,  te  pido. 

Selín.  Abrázame,  porque  quiero 

que  me  pegues  el  valor 
que  te  dio  el  cielo. 

Leandro.  Señor, 

soy  noble,  soy  caballero. 
Ya   dije    cuando    partí 
que  aun  a  morir  volvería. 

Selín.  Vivirás   desde   este   día 

en  mis  estados  y  en  mí. 

¡  Vive  Alá,  que  si  tuviera 
dos   imperios,   que  del  uno 
te  coronara,  y  ninguno 
como  tú  lo  mereciera ! 

Blanca,  vos  sois  muy  dichosa 
sólo  en  haber  merecido 
a  tal  hombre  por  marido. 

]\Iarbelia.  i  Brava  dicha,  siendo  hermosa ! 

Selín.  ¿Cómo  te  fué  por  allá? 

Leandro.     Cáseme,   invicto   señor, 
con  la  virtud  y  valor 
que  a  tus  pies  agora  está. 

No  la  pensaba  traer, 
y  ella,  AÚendo  mi  tristeza, 
porque  perder  su  belleza 
bien   me  pudo   entristecer, 
quiso  saber  la  ocasión, 
y  sabida,  determina 
que  una  noche  a  la  marina 
con  una  extraña  invención 

nos  vengamos  a  embarcar, 
donde  un  navio  fletado 
de  aquel  hidalgo  criado 
dio  con  los  tres  lienzo  al  mar. 

(Sale   MusTAF.\.) 
Mustafá.       No   estés,   señor,   desa   suerte 


268 


LO  OUE  HAY  OUE  FIAR  DEL  MUNDO 


ni  en  cosas  tan  viles  trates, 
que  viene  huyendo  Amurates 
de  las  manos  de  la  muerte. 

Apenas  de  aquí  salió 
cuando...  . 
Selín.  No  me  digas  más, 

que  bien  sé  yo  que  jamás 
Amurates  me  sirvió. 

Hacelde  que  llegue  aquí. 

{Sale  Amurates-) 

¿  Cómo  de  aquí  no  has  salido, 

perro,  y  >a  vuelves  vencido? 
Amurat.     Vencido,  señor,  salí, 

que  no  salí  victorioso. 
Selín.  Suelta  el  bastón. 

AíkiURAT.  Oye   el    caso, 

que   estaba   tomando    el   paso 

a   un   escuadrón   animoso. 
Marchando  en  medio  me  vi. 
Selíx.         No  es  este  bastón,  villano, 

para  tan  cobarde  mano  ; 

para  este  cristiano,  sí. 
Toma,    Espinóla,    y    gobierna 

mi  campo. 
Leandro.  ¡Señor! 

Selín.  Yo  quiero 

que  le  tenga  un  caballero 

tan  digno  de  fama  eterna, 
que  mejor   sabrá  vencer 

el  que  se  ha  vencido  a  sí. 
Leandro.    Beso  tus  pies. 
Selín.  ¿No  te  di 

lo   que   puedes   merecer? 
¿Pues  no  te  di  mi  corona? 

¡  Hola  !,  cortad  la  cabeza 

a   Amurates. 
Amurat.  ¿Tu  grandeza 

ansí   premia   y   galardona? 
Leandro.         ¡  Señor,  señor,  ansí  vivas, 

que  viva  el  grande  Amurates ! 
Selín.  Porque  su  vida  rescates, 

y  por  esclavo   recibas 

aquel  de  quien  tú  lo  fuiste, 

y  por  honra  de  tu  esposa, 

y  ser  la  primera  cosa, 

Leandro,  que  nic  pediste, 
viva  Amurates  por  ti, 

pero  quedando  tu  esclavo. 
Leandro.     Tu  piedad,   señor,  alabo. 
Amurat.      Y  yo,  ginovés,  a  ti. 


Leandro. 


Selín. 


Leandro. 
Selín. 


Leandro. 


Selín. 

Leandro. 

Selín. 

MUSTAFÁ. 

Selín. 

Marbelia. 
Leandro. 

Selín. 


Y  déte  el  cielo  ventura 
con  ese  nuevo  bastón, 
si  la  fácil  condición 
de  un  Príncipe  la  asegura. 

Yo  he  servido ;  esto  he  medrado ; 
¿has  sido   soldado? 

\'es 
que    soy   noble   y   ginovés, 
¿y  dudas  que  fui  soldado? 

Si  quieres  dejar  tu  ley, 
Espinóla,  creer  puedes 
que  sabré  hacerte  mercedes 
dignas  del  pecho  de  un  rey. 

Sino  que  no  he  de  forzarte, 
hazme  un  placer. 

Tu>o  soy. 
Ponte  este  traje  desde  hoy, 
y  el  nombre  puedes  mudarte. 

Que  en  esto  no  h^rás  ofensa 
a  tu  ley,  porque  mi  gente 
vea  en  hábito  decente 
a   su   general. 

Dispensa 

tu  voluntad  en  la  mía, 
la  fe  no  puedo  mudar; 
al  hábito  doy  lugar, 
y  al  nombre  desde  este  día. 

Pues   llamaráste   Brahín. 
Brahín  por  nombre  consiento. 
j  Hola  !,  hacedlos  aposento. 
¿  Como  a  quién  ? 

Como  a  Selín. 

Tú,  Marbelia,  a  Blanca  lleva. 
Y  en  el  pecho  a  su  marido.  {Ap.) 
La  gente,  señor,  te  pido; 
haré  de  mi  dicha  prueba. 

Ven  conmigo. 


(Fase  Selíx.) 

Leandro.  Pues,  Gonzalo, 

¿  no  me  hablas  ? 
Gonzalo.  ¡  Qué  he  de  hablar, 

si  te  veo  gobernar 

el  mundo  con  ese  palo  ! 
Leandro-        Yo  te  hago  capitán. 
Gonzalo.     ¿De   quién,   señor? 
Leandro.  De  Selín. 

Gonzalo.     ¿Cómo  te  llamas? 
Leandro.  Brahín. 

Gonzalo.     Yo  me  llamo  Solimán. 

(Vayanse  y  salgan   el   Soldán,  Fidoro  y  gente.) 


ACTO   SEGUNDO 


269 


SOLDÁX. 

¿  Pareceos  que  sigamos  el  alcance  ? 

FIDORO. 

Para  qué,  pues  te  buscan  desta  suerte ; 
porque  es  poner  nuestra  vitoria  en  trance, 
que  por  mucha  ambición  nos  desconcierte. 

Soldán. 
Pensó  Aniurates  mejorar  el  lance, 
y  estuvo  cerca  de  prisión  o  muerte, 
dejándonos  mil  vidas  y  banderas. 

FiDORO. 

En  eso  acaban  arrogancias  fieras. 
Soldán. 

Sin  duda  se  les  muestra  la  fortuna 
de  nuestra  parte  alegre  y  favorable. 

FiDORO. 
Notable  eclipse  padeció  su  luna. 

Soldán. 
El  daño  es  poco,  el  deshonor  notable : 
no  se  ha  visto  Amurat-es  vez  ninguna 
en  estado  tan  triste  y  miserable. 

FiDORO. 

El  no  es  culpado,  que  es  un  gran  soldado. 

Soldán. 
¿Pues  quién  pretendes  tú  que  sea  culpado? 

Si  es  mejor  un  ejército  de  ciervos 
con  un  león,  por  capitán,  Fidoro, 
que   de   leones   en   herir   protervos, 
con  ciervos,  capitán,  la  causa  ignoro, 
¿  Genízaros  no  son,  aunque  son  siervos  ? 
i  Canalla  vil,  guardemos  el  decoro 
a  los  que  tienen  como  Atlante  al  cielo, 
el  reino  que  a  Selín  dejó  su  abuelo! 

Fidoro. 
Yo  sólo  a  la  arrogancia  lo  atribuyo; 
cosa  que  Alá  le  gusta  el  sufrimiento. 
que  aun  no  la  puede   resistir  el  suyo, 
que  es  torre  al  fin,  aunque  de  arena  y  viento. 

(Sale    D'arino,    persiana.) 

Darino. 
Puesto,  invicto  Soldán,  que  siempre  huyo 
de  exagerar  con  encarecimiento 
las  cosas  del  contrario,  porque  luego 
dicen  que  es  el  temor  gigante  y  ciego, 


no  excuso  de  decirte  que  apercibas 
tu  vitoriosa  gente. 

Soldán. 
Si  la  llamas 
vitoriosa,  no  es  justo  que  recibas 
ese  temor  con  que  su  gloria  infamas. 
No   coronan   pacíficas   olivas 
sus  dignas  sienes,  sino  verdes  ramas 
de  laurel  inmortal,  y  el  cuerpo  entero, 
más  que  la  seda,  láminas  de  acero. 
Pero,  ¿  por  qué  razón  nos  das  aviso  ? 

Darino. 

Porque    con    nuevo   ejército    famoso, 
animados  los  turcos  de  improviso, 
de    un   mancebo   cristiano   generoso, 
en  la  persona  tímida,  Narciso, 
y  en  las  hazañas  Marte  belicoso, 
vienen  con  tantas  armas  y  clarinea 
que  el  eco  se  tropieza  con  los  fines. 

En  un  caballo  overo,  que  parece 
que  un  tigre  le  engrendró  por  las  labores, 
y  que  por  la  fiereza  que  en  él  crece 
parece  que  él  los  engendró  mayores, 
y  que  con  freno  de  oro,  que  guarnece 
aljófar  blanco  entre  diversas   flores, 
caballo  del  aurora  parecía, 
que  por  la  boca  respiraba  el  día. 

Viene  con  un  bastón  de  palmo  y  medio, 
porque  casi  lé  cubre  la  manopla, 
con  más  furor  que  cuando  pone  asedio 
bóreas  al  lienzo,  en  que  bramando  sopla, 
el   Turco  le   remite   su   remedio, 
y    jura    coronar   iConstantinopla, 
si  deshace  el  agravio  que  diversar- 
veces  le  han  hecho  los  A^alientes  persas. 

El  viene,   como  digo,   aficionando 
el  campo  con  palabras  amorosas, 
honras  y  joyas  prometiendo,  y  dando 
i   con  rostro  alegre  y  manos  generosas ; 
¿qué  sientes  desto? 

Soldán. 

Responder  marchando 
conviene  a  mis  escuadras  vitoriosas; 
guárdese  que  no  sea  ese  mancebo 
un  nuevo  Escanderbeg,  un  Jorge  nuevo. 

(Vanse,  y  salen  Gonzalo  y   Blanca,  ya  en  hábito  de 
turca,   muy   bizarra,   y    Gonzalo,    de   turco.) 

Blanca.  ¿Vengo  buena? 


270 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Gonzalo.  Vienes  tal, 

que  a  Mahoma  harás  mercedes, 
y  que  enamorarle  puedes; 
no  he  visto  belleza  igual. 
Pero,   ¿qué   juzgas   de   mi? 

Blanca.       Que  vienes  también  galán. 

Gonzalo.     Llamóme  ya  Solimán. 

Blanca.       ¿  Solimán  te  has  puesto  ? 

Gonzalo.  Sí. 

Blanca.  ¿Por  qué? 

Gonzalo.  Por  ser  estimado 

de  las  mujeres  no  más. 

Blanca.       En  sus  rostros  andarás. 

Gonzalo.     Eso  algún  miedo  me  ha  dado, 
que  me  han  de  martirizar 
por  disfrazarme  en  la  cara, 
como  si  }o  lo  negara 
a  quien  me  llega  a  mirar. 

Mas  pues  a  Gonzalo  igualo 
el  Solimán  que  me  dan, 
bien  será  que  al  Solimán 
llamen  las  damas  Gonzalo. 
Troquemos,  y  ansí  dirán 
a  la  que  afeitada  viene, 
o  que  de  Gonzalo  tiene 
o  no  será  solimán. 

Blanca.  Lindo  remedio  has  hallado; 

a  Marbelia  voy  a  ver. 

{Fase  Blanca.) 

Gonzalo,     j  Qué  envidia  me  ha  de  tener : 
extraño  monstruo  he  quedado ! 

Con  aquestas  hopalandas 
hecho  brujo  o  Alfaquí; 
el  gran  señor  viene  aquí. 

(Salen   Selín,  Mustafá  y   turcos.) 

MuSTAFÁ.  Yo  haré,  señor,  lo  que  mandas. 

Selín.  ¿  Quién    está    aquí  ? 

Gonzalo.  El  diablo  es  esto, 

Zalamelec   Solimán. 
Selín.  Mil  esperanzas  me  dan 

los    vestidos    que    te    has    puesto. 
¿Di,  Solimán,  en  tu  ley 

y  tierra,  pues  que  te  hallo 

en  ocasión  de  vasallo, 

puédele  afrentar  el  rey 
si  su  mujer  le  agradase? 
Gonzalo.     Sí,  señor;  mas  no  sería 

tan  grande  afrenta  la  mía 

como  si  a  un  noble  afrentase. 


Selín. 

Gonzalo. 

Selín. 

Gonzalo. 


Selín. 


Gonzalo. 

Selín. 

Gonzalo. 


Selín. 


Gonzalo. 
Selín 

Gonzalo. 


Selín. 


Gonzalo. 
Selín- 


Blanca  me  parece  bien, 
¿quiéresla  decir  mi  mal? 
No,  señor. 

¿Hay  cosa  igual ? 
Oye  la  razón  también. 

Fuera  de  que  es  imposible 
conocida  su  bondad, 
y  ofendes  tu  autoridad 
en  quererla  hacer  posible, 

entre  amigos  es  traición, 
y  entre  criados  notable 
bellaquería. 

¡  Que  hable 
con  esta  resolución 

un  hombre  bajo  a  Selín! 
Mas  cristiano  y  español, 
no  tendrá  respeto  al  sol. 
Blanca  es  sangre  Lomelín. 

Haréle  yo  fuerza  a  Blanca. 
¿Espinóla  lo  merece, 
por  venir  donde  te  ofrece 
la  vida  con  mano  franca, 

y  por  guardarte,  señor, 
palabra   de  caballero  ? 
Iba  a  enojarme  y  no  quiero, 
que  éste  ha  hablado  con  valor. 

Hay  cosas  que  a  un  poderoso, 
dichas  con  gran  libertad, 
tal  es  la  santa  verdad, 
tiemplan  el  brazo   furioso. 

Ahora  bien ;  si  estáis  preciados 
los  cristianos  de  guardar 
la  palabra  hasta  quedar 
en  vida  y  honra  empeñados, 

yo  me  quiero  a  mi  vencer, 
pero  palabra  has  de  darme 
de  callar,  y  has  de  jurarme 
como  lo  soléis  hacer, 

de  no  decirlo  a  ninguno, 
cuanto  más  al  ginovés. 
Yo  la  doy. 

Júralo,   gues; 
dime  juramento  alguno. 

Por  los  huesos  mahomiles, 
que  están  en  Meca,   señor, 
de  no  decirlo. 

En  rigor 
allá  los  tenéis  por  A^les. 

Jura  al  Señor  de  tu  ley. 
Ese  juro. 

Bien  está; 


ACTO   SEGUNDO 


271 


advierte  que  es  Dios  Alá, 
y  que  yo  soy  hombre  y  Rey. 

{Sali-n  soldados  turcos  y  Leandro  con  bastón  y  ^''-'•^' 
tido   de   turco-) 

Leandro. 
Si  no  ha  llegado,  Príncipe  del  Asia, 
a  tus  oídos  la  vitoria  mía, 
por  haber  sido  tal,  que  decir  puedo 
que  fui,  que  vi  y  vencí,  dame  esas  manos, 
y  ven  a  ver  las  armas  y  banderas 
ganadas  a  los  persas  vitoriosos, 
que   van   huyendo    de    tu   nombre   claro. 

Selín. 

Eres  un   Fénix  en  el  mundo   raro. 

[Aparte] 
¿Hay  cosa  tan  notable?  ¿Hay  tal  ventura? 
¡  Que  le  quise  probar,  y  aun  ausentarle, 
guiado  del  deleite  de  mis  ojos, 
por  quien  hace  el  poder  cuanto  ellas  quieren, 
y  que  vuelva  tan  presto  vitorioso ! — 
Aún  no  has  tenido  tiempo  de  ser  visto, 
y  ya  de  vencedor  la  palma  tienes, 
y  coronadas  de  laurel  las  sienes. 

Leandro, 

Esto  puede  el  deseo  de  servirte. 

MUSTAFÁ. 

¿A  quién  no  obliga  este  cristiano  a  envidia? 
Ojalá  que  los  persas  le  mataran, 
porque  principios   son   estas   vitorias 
de  alzarse  con  Selín. 

Selín. 
Arrepentido 
estoy  de  haber  a  Blanca  deseado; 
ya  me  hubiera  pesado  de  ofenderle. — 
Brahín,  mi  gran  Bajá  desde  hoy  te  nombro ; 
tú  juzgarás  los  pleitos  de  mi  corte, 
que  no  te  puedo  dar  mayor  oficio. 

Leandro. 

Es   gran  merced  para  tan  vil  servicio, 

tu  hechura  soy,  aquí   a  tus  pies  me  tienes. 

Selín. 
Galán,   Brahín,   con   el   vestido   vienes; 
si  dejaras  tu  ley,  yo  te  casara 
con  mi  hermana  esta  noche. 


Leandro. 


No  es  posible ; 


en  la  nobleza  en  que  nací  repara. 

Selín. 
Vamos  a  ver  las  armas  y  banderas. 

Gonzalo. 
Mil  años   goces  el   supremo   oficio. 

L,eandro. 
¡  Oh,  Solimán  !  ¿  Hay  algo  en  esta  ausencia  ? 

Gonzalo. 

Callar  no  más,  que  la  palabra  he  dado, 
y  a  guardalla,  señor,  me  has  enseñado. 

(Vayanse,  y  salga  Marbelia,  Blanca  y  Celiní-a.) 

Celinda.         Más  hermosa  estás  ansí. 

Blanca.       Es  el  traje  más  lascivo; 

mas  pues  con  vosotras  vivo, 
no  haya  diferencia  en  mí. 

Marbelia.       Celos  nos  da  tu  hermosura, 
y  aun  a  mí  tengo  por  llano 
que  ha  de  matarme  el  cristiano, 
o  envidia  de  tu  ventura. 

Celinda.         A  Marbelia  le  he  sentido 
que  tiene  amor  a  Brahín, 
en  ofensa  ide  Selín; 
de  todo  culpa  he  tenido. 
Que  si  morir  le  dejara 
en  aquel  palo  y  cordel, 
}'  no  volviera  por  él, 
ni  él  con  Blanca  se  casara, 

ni  agora  estuviera  aquí 
matando  a  las  dos  de  celos. 

Marbella.  Blanca,  que  guarden  los  cielos, 
oye  una  palabra. 

Blanca.  Di. 

Marbelia.       ¿  Sienten  en  Italia  mucho 
las  mujeres  que  otras  quieran 
sus  maridos  ? 

Blanca.  ¡  Aunque    fueran 

de  piedra  ! 

Marbelia.  ¡  Ay,  Alá,  qué  escucho  ! 

Blanca.  Es  de  suerte  el  sentimiento 

de  las  mujeres  allá 
cuando  con  otra  se  va 
su  esposo,  que  enciende  el  viento. 

Con  sus  suspiros  la  tierra 
baña  en  llanto;  está  furiosa, 
que  ni  come  ni  reposa, 
en  una  perpetua  guerra. 
Sábense   en   la   vecindad 


979 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


los  celos  de  una  mujer; 
cómo  al  dormir  y  al  comer 
es  mayor  la  tempestad 

con  las  voces  y  el  furor 
que  los  celos  la  entregan, 
que  no  duermen  ni  sosiegan 
diez  calles  alrededor. 
Marbelia.       ¿Luego   tú   lo   sentirías? 
Blanca.       ¿Qué  es  sentir?  Cúbrenme  hielos; 
sólo  de  pensar  en  celos 
tengo  ya  las  venas  frías. 

Despulsóme,  no  lo  dudes ; 
mataría  a  quien  me  diese 
celos  y  a  quien  causa  fuese 
de  mis   locas   inquietudes. 

Y  mataríame  a  mí, 
para    concluir   con    todo. 
Marbelia.  (Negociaré  de  ese  modo.) 
Celinda.     (Bueno  es  esto  para  mí.)  • 
Blanca.  Vosotras    estáis   acá 

como  ovejas  en  rebaño; 
salís  una  vez  al  año 
adonde    Selín   está. 

A  la  que  novia  ha  de  ser 
la   componéis   entre   todas, 
y   en   acabando   las   bodas 
nunca  más  las  vuelve  a  ver. 

Sois  bárbaras,  sois  sujetas, 
y  tras  ser  más  amorosas, 
andáis  siempre  codiciosas 
por  amistades  secretas. 

No  tenéis  una  ventana, 
sangraisos  de  ocho  a  ocho  días 
para  las  melancolías 
desta  enfadosa  cuartana. 

Vais  al  baño  con  mil  guardas, 
y  estáis  sin  boca  y  narices, 
defensas    más    infelices 
que  sus  arcos  y  alabardas. 

Allá  la  de  menos  brío 
duerme   y   come   con   su   esposo 
todo  el  año,  que  es  forzoso, 
ma3'^ormente  sí  hace  frío. 

Esta  es  la  ley  del  casado, 
no  hay  orden   que  la  diviertan, 
si  no  es  que  ellos  se  conciertan 
por  calor  o  por  enfado. 
Celinda.         ¡  Qué  tierra  de  bendición  ! 
Marbelia.  ¡  Bien  haya  la  ley  cristiana  ! 
Blanca.       Es  santísima  y  humana. 


{Salen  Gonzalo  ;y  Leandro.) 

Gonzalo.     Las  tres  sospecho  que  son. 
Leandro.        Aunque  hubiérades  venido 

a    pleito   de   vuestro    estado, 

no   os   hubiérades    juntado, 

y  si  ésta  la  causa  ha  sido, 
ya  veis  que  soy  gran  Bajá 

y  que  pleitos  vengo  a  oír, 

cada  cual  puede  decir 

en  lo  que  agraviada  está. 
Celinda.         Selín  ha  hecho  elección 
-    justa  de  tu  entendimiento. 

Toma  asiento. 
Leandro.  Este  es  mi  asiento; 

¿los  pleiteantes  quién  son? 
Marbelia.      Si  es  que  nos  quieres  oír, 

nuestras  quejas  te  diremos. 
Leandro.    ¿Quejas  tenéis? 
Marbelia.  Sí  tenemos. 

Blanca.       Ellas  las  pueden  decir, 

que  yo,  mi  esposo  y  mi  bien, 

no  tengo  de  qué  quejarme, 

pues  he  venido  a  emplearme 

en  tu  persona  tan  bien. 
Leandro.        Y  cuando  queja  tuvieras, 

como  no   fuera  de  mí, 

segura  estabas  aquí 

que  favorecida  fueras. 
Celinda.         Como  eres  juez  galán, 

comienzas  apasionado. 
Leandro.    Pasión    no,   justo    cuidado 

justos   amores   me   dan. 
Y  puesto  que  juez  sea 

os  quiero  dar  mí   lugar, 

para  que  podáis  juzgar     . 

si  bien  mi  gusto  se  emplea. 
Celinda.        Ahora  bien ;  oye  esta  vez 

nuestros   pleitos. 
Leandro.  Ya    os    espero, 

y  agradecedme  que  quiero 

ser  entre  damas  juez. 

Pues  una  vez  que  un  troyano 

de  ciertas  diosas  lo  fué, 

no  dejaron  cosa  en  pie 

porque  no  les  dio  la  mano. 
Celinda  a  Palas  parece, 

diosa  de  la  guerra  sea, 

y  si  en  la  ciencia  se  emplea, 

eterno   laurel   merece. 
Marbelia,  Juno,  y  será 


I 


ACTO  SEGUNDO 


273 


la  diosa  de  la  riqueza 

que  a  Blanca,  por  su  belleza, 

Venus  el  premio  le  da. 
Celinda.         Si  a  mí  la  guerra  me  has  dado, 

¿  qué   paz    puedo   prrometerme  ? 
ÍNIarbelia.  y  a  mí,  con  enriquecerme, 

la  más  pobre  me  has  dejado. 
Blanca.  Por  el  premio  que  me  das, 

mi  bien,  las  manos  te  beso, 

y  la  obligación  confieso. 
Leaxdro.    Blanca,  tú  mereces  más; 

mas   id   las   tres  en  buen   hora, 

que  viene  gente  a  la  sala. 
Marbelia.  ¿  Qué  envidia  a  mi  envidia  iguala  ? 
Celixda.     Más  quejosa  voy  agora. 
Blanxa.  y  yo  más  agradecida. 

{Van se  las  tres.) 

GoNZ.ALG.     Pierde,  quien  juzga  a  mujeres, 

por   un   placer   mil  placeres. 
Leaxdro.     Blanca  de  todas  me  olvida. 


(Salen  Selíx,  Must.\fá  y  Amurates.) 


SelÍN. 

Leandro. 
Selín. 

Leandro. 

Selín. 
Leandro. 


Selín. 
Leandro. 


Selín. 


A   verte   juzgar,   Brahin, 
vengo   con  mucho  contento. 
Gran   señor. 

\'uelve    a    tu    asiento, 
que  eres  el  mismo  Selín. 
Señor,  en  Europa  son 
los  pleitos  muy  diferentes. 
Digo  otra  vez  que  te  sientes. 
De  las  leyes,  la  razón 

es  el  alma,  con  la  cual 
allá  las   tienen  escritas. 
Ya  sé  que  son  infinitas. 
Hay  civil  y  hay  criminal; 

hay  quien  escriba,  y  también 
quien  acuse   y  quien  defienda, 
para  que  mejor  se  entienda. 
Antes  no  se  entiende  bien. 

Acá  no  usamos  procesos, 
y  esta   fué  costumbre   antigua, 
que  tan  presto  se  averigua, 
que  no  parecen  los  presos. 

No  soy  bárbaro,  Brahin; 
asi  juzgó   Salomón, 
porque   en  escribendo   son 
todos  los  pleitos  sin  fin. 

Parte   hay   de   Europa   que   tiene 
policía  y  que  la  enseña, 
y  una  tabla  muy  pequeña 


todas  sus  leyes  contiene. 
Oír,   y   luego   juzgar 

más   divino  entendimiento 

arguye. 
Leandro.  Señor,   yo  intento 

servirte   y  no   replicar. 
JiIusTAFÁ.        Dos  hombres  están  aquí. 
Selín.  Entren. 

Leandro.  ¿  Sobre   qué   pleitean  ? 

(Salen   dos   turcos,   Alí   y   Xarife.) 

Alí.  Justicia,   invicto   señor. 

Leandro.     Quedo.  ¿Qué  voces  son  estas? 
Suelta  el  hombre. 

Alí.  Agora    sí, 

porque  estoy  en  tu  presencia. 

Leandro.     ¿  Qué  te  ha  hecho,  que  le  traes 
asido  de  esa  manera? 

Alí.  Señor,  mi  padre  me  ha  muerto  (i). 

Xarife.       No  le  permitas  que  mienta 
en  agravio  de  mi  honra. 

Leandro.     ¿  Cómo  fué  ? 

Alí.  Desta  manera : 

íbamos  m.i  padre  y  j'O 
camino  por  una  selva 
llena  de  árboles  y  escura; 
pero  con  la  ardiente  siesta 
tuvo  sed  el  viejo  noble; 
yo  sentí  que  de  unas  peñas 
bajaba   un  arroyo,   y    fui 
por  agua,  avisado  dellas. 
Salió  entretanto  este  hombre, 
y  codiciando  la  seda 
del   vestido,   unos   anillos 
y  una  vuelta  de   cadena, 
le   dio    cuatro   puñaladas. 
Corrí  a  las  voces  funestas, 
y  vile  en  este  delito ; 
pero   él,   temiendo   que    fuera 
hijo,  en  fin,  huyó  de  mí, 
pero  no  huyeron  sus  señas, 
por  las  cuales  hoy  le  hallé, 
forzándome  a  que  le  prenda 
el  justo  dolor. 

Xarife.  Señor, 

este  es  loco,  no  le  creas. 
Yo  me  atreveré  a  probar 
que  dice  cosas  como  estas 


VII 


(i)     Quizá   diría    mejor:    "Señor,    a    mi    padre   ha 
muerto". 

18 


274 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


a  cuantos  topa  en  la  calle. 
Leandro.    Calla  un  momento  y  espera. 
Yo  he  sentido,  gran   Selín, 
que  este  hombre  que  se  queja 
dice  verdad,  y  que  el  otro 
mató  a  su  padre  en  la  selva. 
Mas  no  habiendo  información, 
no  es  posible  aue  se  pueda 
castigar  este  delito. 

Selín.  Hoy  quiero  ver  tu  prudencia. 

Leandro.     Oye,  y  verás  que  le  pruebo, 

mas  con  la  industria  más  nueva 
que   en  entendimiento   cupo; 
perdónenme  Italia  y  Grecia. 
Ven  acá,  ¿tienes  testigos? 

Alí.  No,  señor,  que  si  tuviera 

testigos... 

Leandro.  ¿Nadie    lo    vio? 

Alí.  Nadie, 

Leandro.  ¿Ni  un  ave  ni  fiera? 

Alí.  Ni   fiera  ni  ave. 

Leandro.  ¿No  había 

piedras  siquiera  en  la  tierra 
donde  cayó? 

Alí.  Sí,   señor, 

aunque  era  lo  más  arena. 

Leandro.     Parte,  y  dos  piedras  me  trae, 
que  ellas  me  dirán  quién  era, 
porque  en  las  muertes  injustas 
da  Dios  a  las  piedras  lenguas. 

Alí.  Yo  voy,  mas  detenle  al  hombre. 


Leandro. 
Selín. 

Leandro. 


(Vaso.) 

¡  Hola  !,  el  hombre  se  detenga. 
Espantado  me  has,  Brahín. 
¿  Tú  has  de  hacer  hablar  las  piedras  ? 
Presto  lo  verás,  señor. 


(Salen  dos  turcos,   Feniso  y   Zayde.) 

Feniso.       ¿Lo  que  ine  debes  me  niegas? 

Zayde.        ¿Yo  te  debo?  Antes  me  debes. 

Leandro.     ¿  Qué  es  esto  ? 

Feniso.  Tu  Alteza  sepa 

que  yo  me  hallé  cierta  bolsa 
de  cequíes  de  oro  llena; 
y  aunque  pobre,  temeroso 
de  no  manchar  mi  conciencia, 
oyendo  que  pregonaban 
que  darían  a  cualquiera 
que  la  bolsa  hubiese  hallado 
de  mil  cequíes  cincuenta. 


más  quise  cincuenta  míos 
que  mil  de  la  hacienda  ajena. 
Dila  a  Za:yde,  porque  Zayde 
es  noble,  y  me  dio  las  señas. 
Agora  dice  que  había, 
por   no   pagarme   la  deuda, 
mil  y  docientos  zequíes, 
y  que  docientos  le  vuelva, 
y  como  el  concierto  ha  sido 
él  me  dará  los  cincuenta. 

Leandro.     ¡Qué  bajeza  tan  extraña! 

Muestra  la  bolsa,  y  no  creas 
que  es  tuya;  vete  con  Dios, 
Zayde,  a  tu  casa,  y  tú  tenia, 
pues  no  es  la  que  perdió  Zayde, 
hasta   que   el   dueño  aparezca. 

Zayde.         ¿Cómo  no? 

Leandro.  Pues  si  tú  dices 

que  de  mil  zequíes  era, 
y  tiene  mil  y  docientos  (i), 
no  es  la  tuya,  que  otra  es  ésta. 

Zayde.         Señor,  advierte... 

Leandro.  ¿Qué  quieres, 

sino  es  la  tuya,  que  advierta? 

Zay'^de.         Confieso  que  fué  invención 
por  no  pagar  lo  que  fuera 
justo;  mándamela  dar, 
que  yo  daré  los  cincuenta. 

Leandro.     Agora  le  has  de  dar  ciento, 
cincuenta   por   la   primera 
deuda,  y  por  haber  negado 
los  otros  cincuenta. 

Zayde.  Venga, 

que  yo  le  daré  los  ciento 
con  tal  que  mi  bolsa  sea. 

MusTAFÁ.  ¿  Qué  te  parece  ? 

Amurat.  De  envidia 

abrasa   un    fuego   mis   venas. 

{Salen  dos  turcos,  Mamí  y  Xafer.) 

Mamí.  ¿Aquí  deshacen  agravios? 

Xafer.  Sí  harán,  como  éste  lo  sea. 

Leandro.  ¿Qué  queréis? 

Mamí.  Soy  un  maestro 

de  Leyes  y  humanas  letras. 

Leandro.  ¿  Pues  letras  tenéis  acá  ? 

Mamí.  Algunas,  señor,  se  enseñan. 


i 


(i)  Parece  distracción  de  Lope;  porque  la  bolsa 
hallada  sólo  tenía  mil  cequíes  y  lo  que  Zayde  decía 
era  que  debería  tener  mil  doscientos.  La  anécdota 
es    uno    de    los    cuentos    de    las    Mil    y    una    noches. 


ACTO   TERCERO 


275 


Xafer,  discípulo  mío, 
desta  suerte  se  concierta 
conmigo,  que  le  enseñase 
tres  años   en  mis  escuelas, 
y  que  en  habiendo  aprendido 
me   diese   ciento   y   ochenta 
escudos.  Como  venciese 
el   primer   pleito   en   tu   audiencia, 
pido  el  dinero  y  responde : 
'*Le  daré  cuando  le  venza." 
¿  Cómo  ha  de  vencer  el  pleito 
y  me  ha  de  pagar  la  deuda? 
Porque  si  el  pleito  me  vence 
libre  de  la  deuda  queda. 
Leandro.     Maestro,  quien  enseñaba 
era  justo  que  supiera 
que  en  ese  concierto  había 
esa  cautela  encubierta ; 
pero  pues  maestro  sois, 
contentaos,   que   era   vergüenza 
que  un  discípulo  os  venciese. 
Tú  has  dado  justa  sentencia. 
¿  Qué  es  del  preso  por  la  muerte  ?  . 
Oye  una  extraña  agudeza. 
¿  Qué  mandas  ? 

Aquel    mancebo 
que   fué  por  aquellas  piedras 
¿  vendrá  tan  presto  ? 

Señor, 
yo  te  digo  que  no  venga 
en  dos  horas,   porque  hay 
de  aquí  al   puesto  legua  y  medía. 
Veslo  aquí,  señor,  probado. — 
Pues,  infame,  si  confiesas 
que  el  puesto  sabes  adonde 
sucedió  esta  muerte  fiera, 
tú   eres   el   agresor. 
Extraña-  y    notable   prueba. 
Ponelde   luego  en  un   palo. 
Señor. 

Deja,    Brahín,    deja 
que  te  abrace  y  que  te  dé 
mil  veces  la  norabuena. 
Rige  mi  imperio,  mi  casa, 
rige   el   mar,    rige   la   tierra, 
y  no  haya  en  tierra  y  mar 
cosa  que   no  te   obedezca, 
i  Hola ! 
MusTAFÁ.  Señor. 

Selíx.  De  rodillas 

sirvan  a  Brahín;  mí  mesa 


Xarife. 
Leandro. 

Xarife. 
Leandro. 


Xarife. 


Leandro. 


Selín. 
Leandro. 
Xarife. 
Selín. 


tienes    hoy,    come   conmigo. 

Leandro.     Xo  sé  qué  darte  en  respuesta. 

Amurat.     ¡  Ay,  Mustafá  !  ¿  Qué  es  aquesto  ? 

MusTAFÁ.  La  fortuna,  pero  crea, 
que  para  mayor  caída 
le   levanta   a   las  estrellas. 


ACTO  TERCERO 

{Salcii  Marbelia  y  Gonzalo.) 

Marbelia.      ¿Tú  no  le  dirás  mi  pena? 
Gonzalo.     X'o   me   atreveré,   señora, 

porque  sé  que  a  Blanca  adora. 
^Larbelia.  Yo   sé  que   la   fruta  aj  ena 
agrada  a  cualquiera  mano 

más  que  en  el  propio  jardín. 
Gonzalo.     Es  tan  honesto  Brahín, 

que   es   tu   pensamiento   vano, 
y  es  gran  culpa  en  nuestra  ley 

amar   a  quien   no   la   tiene. 
Marbelia.    Yo  seré  cristiana. 
Gonzalo.  \^iene 

con  Brahín,  Marbelia,  el  Rey. 
Si  gustas,  quédate  aquí, 

que  si  Selín  se  va  presto 

con  algún  término  honesto 

yo  le  rogaré  por  ti. 


(Vayase,  y  salen  Selín  y  Leandro.) 


Selín. 


Leandro. 


Leandro. 


Selín. 


Toda  la  hacienda  te  doy 
de  Amurates. 

Xo  me  trates 
de  esa  suerte,  de  Amurates 
esclavo  y  amigo  soy. 
Selín.  ¿Quíéresme    acaso   enojar, 

Espinóla  ? 

Ya,  señor, 
¿no  soy  Brahín? 

Por  favor 
Brahín  te  suelo  llamar. 

Pero  en  no  haciendo  mí  gusto, 
para  mí  serás  quien  eres. 
Leandro.     Yo  haré,   señor,  lo  que  quieres. 
Pésame  de  tu  disgusto. 

La  hacienda  que  digo  toma ; 
daréte,  por  mi  Alcorán, 
hasta  la  plata  en  que  están 
las  cenizas  de  Mahoma. 

Si  llega  la  caravana 
de  mis  caramuzalíes, 


Selín. 


SSSSí' 


276 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


te  daré  cien  mil  cequíes 
y  treinta  piezas  de  grana. 
No  tendrá  la  Persia  tela 
que  no  sirva  a  tus  marlotas, 
ni  airones,  plumas,  garzotas, 
ave  que  en  el  mundo  vuela, 
que  no  adorne  el  tulimán 
que  cubriere  tu  cabeza, 
aunque  estén  por  más  grandeza 
en  la  frente  del  Soldán. 

Leandro.         Marbelia  está  allí,   señor. 

Selín.  Ya  cualquiera  amor  condeno, 

que  no  he  de  tenerle  ajeno 
mientras  te  tuviere  amor. 

(Vase.) 

Leandro.         Por  no  hablarla  me  dejó: 
¿qué  fin  tendrá  mi  fortuna, 
pues  jamás  creciente  luna 
dejó  de  menguar? 
Marbelia.  Si   yo, 

Leandro  o  Brahín,  tuviera 
libertad,  con  que  te  hablara, 
por  otra  pienso  que  hallara 
mil  cosas  que  te  dijera. 

Pero  hablando  para  mí 
tanto  mi  lengua  enmudece, 
que   a  mí  misma  me   parece 
que  nunca  a  hablar  aprendí. 

Ya  no  puede  el  sufrimiento 
callar  más  tiempo  el  dolor, 
que  si  sufro  y  tengo  amor, 
me  dirá  el  eco  que  miento. 

Juez  te  han  hecho,  Brahín; 
juzga  el  pleito  de  mis  penas, 
aunque  si  tú  me  condenas, 
no  he  de  apelar  a  Selín. 

Pero  bien  sé  que  esta  vez 
sin  juicio  al  tuyo  voy, 
pues  la  querella  que  doy 
es  contra  el  mismo  juez. 

Y  si  matar  una  vida 
se   castiga  de  tal  suerte, 
el  que  da  a  las  almas  muerte 
más  merece  que  homicida. 

Pero  no  quiero  pedirte 
el  alma,  aunque  era  razón, 
pues   de   Blanca   el   afición 
no  ha  de  poder  persuadirte. 

La  deuda  sí  que  me  debes 
desta  grande  voluntad. 


pues  te  consta  que  es  verdad, 
por  más  que  negarla  pruebes. 

Juzga,  )'  mira  que  por  ti 
está  Marbelia  de  suerte, 
que  he  de  apelar  a  la  muerte 
si  sentencias  contra  mí. 
Leandro.        Admiración  me  ha  causado, 
IMarbelia,  tu  loco  intento ; 
si  es  probar  mi  pensamiento, 
¿qué  vanidad  te  ha  engañado? 

¿  Qué  has  visto,  señora,  en  mí  ? 
Acción  de  tan  bajo  efeto, 
¿qué  te  dio  tan  vil  conceto 
de  mi  lealtad  3'  de  mí  ? 

Si  Selín  me  levantó 
a  sí  mismo  de  tal  modo, 
que  no  ha}»^  en  su  imperio  todo 
sino  lo  que  mando  yo; 

si  me  miras  en  su  mesa 
y  adorado  como  él, 
pues  comienza  en  mí  y  en  él 
•     parece  que  el  cetro  cesa, 

¿  cómo  no  ves  que  no  hubiera 
caribe,  ni  bracamano, 
que  a  las  obras  de  su  mano 
desagradecido    fuera? 

El  te  adora  sobre  cuantas 
griegas  y  turcas  estima : 
júzgalo  tú. 
Marbelia.  Amor  que  anima, 

Brahín,  a  empresas  tantas 

como  nos  muestran  historias, 
pudiera  darte  ocasión, 
consintiendo  en  mi  afición, 
para  mayores  Vitorias. 

'Cuantos  famosos  imperios, 
lo  mismo  en  tu  pecho  fundo, 
han  procedido  en  el  mundo 
de  muertes  y  de  adulterios. 

Tú  eres  adorado  aquí, 
Selín  es  aborrecido. 
Leandro.     Para  el  estilo  atrevido 
con  que  te  burlas  de  mí; 

para  la  lengua  cruel, 
si  esto  no  lleva  otro  fin, 
que  yo  he  de  ser  a  Selín 
eternamente   fiel. 

Y  está  cierta  que  si  más 
repites  esto  que  agora, 
que  no  serás   mi   señora, 
sino  mi  esclava  serás. 


ACTO   TERCERO 


277 


Haréte  poner  adonde 
llores  tanto  atrevimiento. 
jMarbelia.  ¡  Cielos  !,  ¿  a  mi  pensamiento 
ansí  un  esclavo  responde? 

¡  Un  perro  desnudo  ayer, 
y  que  yo  quité  de  un  palo  ! 
Monstruo  que  a  una  tigre  igualo : 
¿no  eres  hombre  y  soy  mujer? 

¿Qué  es  virtud  ni  qué  es  lealtad 
cuando  vosotros  queréis? 
i  Oh,  qué  honrados  os  hacéis 
si  no  'tenéis  voluntajd ! 

Pues,  perro,  en  tu  sí  o  tu  no 
tu  vida  o  muerte  has  cifrado : 
si   Selín  te  ha  levantado, 
sabré  derribarte  yo. 

(Vasc.) 

Leandro. 

;  Qué  monstruo,  tiene  Libia,  por  su  ardiente 
arena,  ni  que  fiera  el  campo  Albano? 
Qué  peste  con  rigor  tan  inhumano, 
si  lleva  las  tres  partes  de  la  gente? 

¿  Qué  rayo  abrasa  el  aire  transparente  ? 
¿  Qué  Hircana  tigre  al  cazador  tirano 
sigue  hasta  el  mar;  qué  sierpe,  que  el  villano 
rústico  pie  sobre  la   concha  siente? 

¿Qué  furia  tanto  con  la  guerra  injuria 
i;i  paz  del  mundo,  que  sin  ellas   fuera 
libre  de  todo  mal  de  tanta  injuria?  (i) 

Que  una  mujer  airada  es  monstruo,  es  fiera, 
es  peste,  es  rayo,  es  tigre,  es  sierpe,  es  furia, 
y  muere  bien,  como  vengada  inuera. 

(Sale    Gonzalo.) 

Gonzalo.         Gracias  a  Dios  que  algún  rato 

te  hallo  solo. 
Leandro.  El  eterno 

cuidado  deste  gobierno 
me  tiene  a  tu  amor  ingrato. 
Yo  he  subido  a  gran  lugar. 
Gonzalo.     No  pienso  que  es  sin  misterio. 
Leandro.     Yo  soy  señor  deste  Imperio, 
desta  tierra  y  deste  mar. 

Soy  dueño  deste  tirano, 
mi  patria  segura  vive, 
el  Emperador  me  escribe 
y  el  Pontífice  Romano. 

I'^lorencia,  Francia  y  España, 


(i)     Quizá    deba    decir    "furia"    y    no    "injuria" 


mi  amistad  a  competencia 
pretenden. 
Gonzalo.  Tu  diligencia 

es,    señor    Leandro,    extraña. 

Pero  mayor  tu  ventura, 
con  que  has  a  tiempo  llegado, 
que  vive  por  tu  cuidado 
toda    la    Italia    segura. 

Vences,  juzgas,  en  tu  mano 
está   la   paz   y   la   guerra, 
que   en   esta   bárbara   tierra 
ha  puesto  Dios  un  cristiano 

que   reprime   su  poder; 
mas  traigo  que  preguntarte 
una  duda. 
Leandro.  De   escucharte 

recibo,  español,  placer. 
Gonzalo.        Un  Rey  tenía  un  criado, 
y  aunque  mucho  le  quería, 
por  vicioso  puesto  había 
en  su  mujer  su  cuidado. 

Y  como  era  tan  vicioso, 
por  más  que  le  reportaba, 
gozalla  solicitaba, 
temerario  y  poderoso. 

Pregunto:  ¿qué  hacer  pudiera 
este  criado,  obligado 
deste  Rey? 
Leandro.  Tener  cuidado 

que  no  la  hablara  ni  viera 

él  ni  otra  persona  alguna, 
que  el  poder,  si  es  grande,  basta 
para  rendir  la  más  casta, 
sin  otra  fuerza  ninguna. 

Mas,  ¿  por  qué  me  has  preguntado 
esto  que  debiera  hacer 
quien  viera  de  su  mujer 
a  un  rey  enamorado  ? 

{Vase   sin   hablar   Gonzalo.) 

Oye,  espera ;  ¿  así  te  vas, 
pues  las  espaldas  me  vuelves  ? 
¿A  dejarme  te  resuelves 
y  sin  responderme  más? 

¡  Gonzalo  !  ¡  Ah,  Gonzalo,  escucha  ! 
No   ha  querido   responder; 
ocasión  debe  de  haber, 
que,  pues  no  responde,  es  mucha. 

Si  Selín,  si  Selín,  digo, 
quiere  a  Blanca...  Mas  si  fuera 
que  a  Blanca  Selín  quisiera, 
claro  me  hablara  un  amigo. 


278 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Gonzalo  me  quiere  bien, 
no  me  hablara  por  enigmas. 

(Salen  Marbelia  y  Selín.) 

Marbelia.  ¡  Qué  poco,  Selín,  me  estimas, 

y  aun  a  ti  mismo  también 
después  que  tienes  amor 

a  este  dichoso  criado ! 
Selín.        Injustos  celos  te  ha  dado. 

Brahín  es  competidor 
de  mis  bajaes  visires, 

san  Jacos  y  Belerbeyes  (i), 

a  quien  manda  y  pone  leyes, 

de  que  no  es  bien  que  te  admires. 
No  compite  con  mis  damas 

Brahín;  ¿qué  tiene  que  ver? 
Marbelia.  La  envidia  de  la  mujer, 

cuando  tan  de  A-eras  ama, 
a  todo  lo  que  divierte 

a  su  amante  de  su  amor 

llama  su  competidor 

y  de  sus  celos  advierte. 
Si  un  caballo  regalaras, 

un  perro  u  otro  animal; 

si  de  una  fuente  el  cristal 

o  si  un  jardín  estimaras; 
si  un  libro  te  divirtiera 

o  el  juego,  que  suele  hacer 

competencia  a  la  mujer, 

celos  de  todos  tuviera. 
Selín.  Calla,  que  está  aquí  mi  amigo 

Brahín. 
Leandro.  Señor. 

Selín.  ¿Cómo  va? 

Leandro.    A  tu  servicio. 
Marbelia.  ¡  Aquí  está 

este  adorado  enemigo ! 
Selín.  Parece  que  no  estás  bueno : 

¿qué  tristeza  es  esa,  di? 

¿Cómo  me  hablas  ansí? 

Ya  tu  ingratitud  condeno. 
Si  te  falta  la  salud, 

siéntate,  dime  tu  mal. 
Leandro.     Bien  estoy. 
Selín.  ¿Hay  cosa  igual? 

¿  Qué  tristeza,  qué  inquietud, 
qué  sentimxiento,  qué  pena 

te  puede  tratar   ansí? 

¿  Qué  tengo  que  no  te  di  ? 


(i)     Antes,   y   en   otras  comedias   se   escribia   "Be- 
berleyes".    Sanjacos    no    sabemos    lo    que    serian. 


Manda,  quita,   rige,  ordena, 

prende,   libra,   mata,  ofende, 
llámate  yo;  no  te  vea 
triste  quien  sólo  desea 
tu  vida  y  tu  bien  pretende. 

{Salen  Amurates,  Mustafá  y  Turcos.) 

i  Hola  ! 
Mustafá.  Señor. 

Selín.  A  los  pie3 

os  echad  del  gran  bajá. 

¡  Presto,    perros ! 
Amurat.  ¡Loco  está! 

Selín.         Manda  matar  dos  o  tres. 
Échense  luego  estos  dos 

desa  torre,  por  Brahín. 
Turcos.       Ya  vamos. 
Leandro.  ¡  Oh,  gran  Selín, 

mil  años  te  guarde  Dios. 
Selín.  ¿'Quieres  que  yo  me  arrodille 

a  tus  pies? 
Leandro.  Deja,   señor, 

de  hacerme  tanto  favor. 

A  tu  Majestad  se  humille 
el  Asia  de  mar  a  mar; 

Corfú,  Chipre,  [la]  Natolia. 

Tartaria,  Egipto,  Rusia, 

y  puedan,  señor,  pasar 
tus  palandrias  y  tus  naves 

desde  el  mar  de  Palestina 

a  la  más  remota  China. 
Selín.         Ni  me  bendigas  ni  alabes, 

pues  con  tristeza  te  veo. 

¿Tú  triste?  ¿De  qué  lo   estás? 

¿  Puedo  yo  decirte  más  ? 

No,  que  tu  vida  deseo 
con  más  veras  que  la  mía. 
Leandro,     Señor,  a  merced  tan  grande, 

ni  quiera  Dios  ni  lo  mande 

que  dure  más  mi  porfía. 
Oye,  y  sabrás  la  ocasión 

que  me  ha  puesto  en  tal  disgusto: 

porque  no  quiero,  ni  es  justo, 

encubrirte  el  corazón. 
Selín.  Agora  pagas  el  mío. 

Leandro.     Yo,  señor,  he  imaginado 

que  3'a  conmigo  ha  llegado 

tu  amor  a  ser  desvarío. 
Hasme  puesto  en  tal  lugar 

viéndome  humilde  servir, 

que  no  pudiendo  subir 

es  necesario  bajar; 


ACTO   TERCERO 


279 


y  como  desde  tan  alto 
está  mirando  mi  vida 
tan  cercana  la  caída, 
aflígeme    el    sobresalto. 

Toda  la  verdad  te  digo : 
triste  con  razón  está 
quien  piensa  que  viene  ya 
de  tu  gracia  a  tu  castigo. 

No  porque  yo  culpa  alguna 
le  ponga  a  tu  condición, 
pero  porque  efectos  son 
del  tiempo  y  de  la  fortuna. 
Selín.  Para  que  veas,  Brahín, 

cómo  el  temor  te  ha  engañado 
y  que  puede  en  ese  estado 
tenerte  firme  Selín, 

hago  juramento  a  Alá, 
pena  que  la  Libia  seca 
pase  peregrino  a  Meca, 
adonde  el  Profeta  está, 

de  mientras  tuvieres  vida 
no  te  bajar  del  lugar 
donde  te  he  puesto,  ni  dar 
ocasión  a  tu  caída. 
Leandro.         Mil  veces  pongo  la  boca 

en  la  tierra  de  esos  pies. 
Selín.        Lo  que  me  toca  esto  es; 
haz  allá  lo  que  te  toca. 

{Vansc  Selín  y  los  Turcos.) 

Marbelia.       Ven  acá :  si  deste  modo 

te  quiere  un  hombre  cristiano, 
y  de  suerte  que  a  tu  mano 
sujeta  su  imperio  todo, 

¿qué  te  espantas,  qué  te  admira 
que  te  quiera  una  mujer? 

Leandro.     ¿No  me  ha  de  admirar  de  ver 
que  sus  méritos  no  miras? 

Si  ves  mis  obligaciones 
a  ese  mismo,  ¿  cómo  piensas 
que  las  trueque  yo  en  ofensas 
y  tú  en  ocasión  me  pones  ? 

]\L\RBELiA.       Porque  nunca  se  ofendió 
Selín  de  celos  de  mí 
después  que  te  quiere  a  ti, 
que  es  tanto,  que  pienso  yo 

que  si  licencia  le  pides 
para  que  yo  tuya  sea, 
te  dirá  que  lo  desea. 

Leandro.     ]\Ial  con  su  grandeza  mides, 
Marbelia,  su  entendimiento. 

]\L\RBELiA.  Dejemos  de  argumentar: 


o  una  mano  me  has  de  dar, 

o  has  de  ver  mi  atrevimiento. 
Dámela,  por  lo  que  sé 

de  conocer  por  la  mano, 

y  si  has  de  ser  rey  persiano 

por  las  rayas  te  diré, 

y  aun  si  has  de  heredar  también 

el  imperio  de  Selín. 
Leandro.     Saber  me  agradará  el  fin 

destas   mis   venturas  bien; 
pero  no  lo  que  tú  dices, 

ni  es  ciencia  que  entre  cristianos 

se  cree. 
Marbelia.  Muestra  las  manos. 

Leandro.     Si  han  de  ser  cosas  felices 

las  que  Selín  me  promete, 

mira  si  lo  sabes.. 
Marbelia.  Muestra. 

Leandro.     ¿Cuál  quieres? 
Marbelia.  Dame  la  diestra. 

Leandro.     ¡  Ay ! 

Marbelia.  No  importa  que  te  apriete, 

que  es  porque  salgan  las  rayas. 
Leandro.     Suéltame ;  basta  mirar 

las  rayas,  comienza  a  hablar. 
Marbelia.  Tengo  temor  que  te  vayas. 

(Sale   Blaxca.) 

Blanca.       ¡  Leandro  y  Marbelia  asidos 
de  las  manos,  bien  a  fe ! 

Leandro.     ¿  No  comienzas  ? 

Marbelia.  ¿Qué  diré 

que  penetre  tus  oídos  ? 

Digo,  mi  bien,  que  te  adoro. 

Leandro.     ¿Eso  qué  tiene  que  ver ? 

Blanca.       ¿  Podremos  todos  saber 
lo  que  se  trata  ? 

Leandro.  De  un  moro 

Marbelia,  Blanca,  aprendió 
la  ciencia  de  adivinar. 

Marbelia.  Bien  puedes  segura  estar: 
pensamientos  tengo  yo 
que  igualan  con  las  estrellas. 

Blanca.       En  mi  tierra,  las  que  son 
de  calidad  y  opinión, 
ni  aun  el  sol  se  acerca  a  vellas. 

Marbelia.       ¿  Celos  ?  Bien  sabes  quien  soy. 

Blanca.       Mujer,  que  basta. 

Marbelia.  Ahora  bien, 

la  lengua,  Blanca,  deten, 
o  haré  que  te  maten  hoy. 
Y  si  este  perro  cristiano 


280 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


Blanca. 

Marbelia. 
Leandro. 


Marbelia, 
Leandro. 


algo  te  ha  dicho  de  mí, 
miente. 

Yo  lo  creo  ansí. 
El  me  ha  tomado  la  mano. 
Quedo,  Marbelia,  que  yo 
no  tuviera  pensamiento 
de  primero  movimiento. 
,:  Luego  esto  no  es  verdad? 


No: 


sino  que  eres  tú  la  cosa 
de  mi   alma  aborrecida, 
de  la  suerte  que  es  querida 
Blanca,  mi  gallarda  esposa. 
Marbelia.       Todo  ha  sido  por  burlar 
a  Blanca  con  darla  celos. 
A  los  dos  guarden  los  cielos, 
y  un  siglo  os  dejen  gozar. 

(Fase   Marbelia.) 

Leandro.         ¿Qué  te  parece,  mi  bien, 

de  las  burlas  desta  necia? 
Blanca.       Que  poco  mi  vida  precia 
ese  tu  ingrato  desdén. 

Que  deseas  pagar  mal 
la  fe  y  lealtad  qvie  me  debes, 
y  que  por  deleites  breves 
pierdes  un  bien  inmortal. 

Que  te  ha  pegado  la  ropa 
del  Asia  la  pestilencia, 
y  que  se  te  ve  el  ausencia 
de  las  costumbres  de  Europa. 

Que  desde  que  renunciaste 
al  hábito  generoso 
de  tu  fe,  y  el  vitorioso 
principio  degeneraste 

con  bárbaros  pensamientos, 
tu  fama  infamas  y  aspiras 
a  los  regalos  que  miras 
y  a  sus  dulces  movimientos. 

Ya  me  tendrás  con  disgusto ; 
no  me  espanto,  porque  es  llano 
que  ya  de  turca  y  cristiano 
tendrás  genízaro   el  gusto. 

Eres  absoluto  rey 
del  Asia,  }'•  querrás  vivir 
por  su  estilo,  y  no  acudir 
a  las  deudas  de  tu  ley. 

Ea,  ten  cuatro  mujeres 
y  ten  quinientas  amigas, 
pues   a  bárbaro  te   obligas 
por  gusto  de  sus  placeres ; 

mas  no  he  de  ser  tma  yo, 


envíame   a  Italia  luego : 
vista  tengo   si   estás   ciego, 
perderte  quieres,  yo  no. 

Que  dentro  de  un  pensamiento 
me  quitaré  aqueste  traje, 
con  que  infamé  mi  linaje, 
sólo    por   darte   contento, 
y  quedarás  descansado 
sin  mí,  bien  claro  se  entiende, 
que  a  quien  nuevo  amor  pretende 
mucho  le  enoja  el  pasado. 
Leandro.         Blanca,   ni  yo  tengo   culpa 
en  tus  celos,  ni  es  razón 
que  mi   fe,  ley  y  opinión 
te  dé  más  larga  disculpa. 

Esta  fiera  ha  dado  en  esto, 
que  ni  es  peste  de  la  ropa 
ni  el  estar  lejos  de  Europa 
mis  costiuTibres  descompuesto. 

No  soy  bárbaro,  ni  he  sido 
tan  ingrato  para  ti, 
ni  a  la  patria  en  que  nací 
pierdo  el  respeto  debido. 

Antes  no  corren  su  mar 
los  cosarios  desta  tierra, 
porque  si  no  es  civil  guerra, 
¿quién  la  puede  molestar? 

Yo  tengo  cristiano  gusto 
de  la  suerte  que  nací, 
porque  le  tengo  de  ti, 
que  en  mi  ley  es  santo  y  justo. 

No  los  bárbaros  placeres 
me   inquietan,   aunque   lo  digas 
con  celos,  no  las  amigas, 
no  las  gallardas  mujeres. 

Con  poco  acuerdo  has  hablado : 
no  hubieras  hablado  ansí 
si  hubieras,  pensando  en  mí, 
tu   prudencia    consultado. 

Enojo  tengo  bastante 
a  que  en  mi  vida... 

(Sale    Gonzalo.) 

Gonzalo.  ¿Qué  es  esto? 

Leandro.     Un  marido  descompuesto 

y  una  mu}er  ignorante. 
Gonzalo.         ¿  Entre  vosotros,  señores, 

estos  enojos? 
Blanca.  ¡Qué  quieres, 

así  somos  las  mujeres! 

Muy  cansadas  las  mejores, 
muy  necias  las  más  discretas. 


ACTO   TERCERO 


281 


muy  quejosas  las  queridas, 

tiernas  las  aborrecidas 

y  arrojadas  las  sujetas. 
Tuve  celos ;  ya  me  pesa : 

habla  a  Leandro  de  suerte 

que  yo  no  pierda,  y  advierte... 
Gonzalo.     Paso,  de  advertir  me  cesa; 

que  pienso  que  gracia  tengo 

en  soldar  cosas  quebradas. — 

¿De  celos,  señor  te  enfadas? 

¿A  tiempo  de  verte  vengo 

con  Blanca  en  estas  quistiones? 
Leandro.     ¿Es  bien  que  Blanca  me  diga 

que  esta  ley  bárbara  siga, 

pues  sigo  sus  condiciones? 
Quinientas  amigas  dice 

que  tenga,  y  cuatro  mujeres. 
Gonzalo.     Celosa  estaba,  ¿qué  quieres? 
Leandro.     ¿  Lo  que  a  mi  ley  contradice 
tengo  yo  de  procurar? 

No  sabe  que  más  quisiera 

que   aquí   la   tierra   se   abriera 

o  me  tragara  la  mar. 
Gonzalo.         Ya  Blanca  está  arrepentida, 

y  querría  tu  amistad. 
Leandro.     Yo  la  quiero  sin  (i)  lealtad, 

no  pienso  hablarla  en  mi  vida. 
Blanca.  Déjale,  Gonzalo,  ya, 

que  si  él  no  quiere,  yo  menos. 
Gonzalo.     ¡  Por  mi  vida  que  estáis  buenos  ! 

¡  Ea,  turca;  ea,  bajá: 

que  es  esa  mucha  porfía ! 

Ved  que  de  por  medio  estoy. 
Leandro.     Yo  suyo  soy. 
Blanca.  Y  yo  soy 

más  tuya,  mi  bien,  que  mía. 
GoNZ.ALO.         ¿  Será  agora  menester 

quien  os  concierte? 
Leandro.  Ya  no.- 

Blanca.       ¿  Cómo  este  enojo  me  díó 

con  celos  desta  mujer? 
Leandro.         Y  ella  a  mí,  ¿  cómo  me  ha  dado 

sin   causa   tales   efetos? 
Gonzalo.     Nunca  entre  amantes  discretos 

se  ha  de  hablar  en  lo  pasado. 
Vayan  aparte  sospechas ; 

de  contento  puede  hablarse, 

porque   es   bajeza    enojarse 

después  de  las  paces  hechas. 


(i)     Así    en    el   texto :    será   "con' 


{Salen    Celinda,    Marbelia   y    Mustafá.) 

Marbelia.       Ouerríame  hacer  amiga 

con  Blanca. 
Celinda.  Pues  aquí  está. 

Blanca.       ]\Iarbelia  viene,  bajá. 
Leandro.     ¡  A  que  el  cielo  la  maldiga ! 

Voime.  Vamonos,   Gonzalo. 
Gonzalo.     Bien  es  que  no  le  des  celos. 
Celinda.     Guárdente,  Blanca,  los  cielos, 
a  cuya  luna  te  igualo. 
¿  Qué  haces  aquí  ? 
Blanca.  ¡  Oh,  señoras  ! 

¿  Dónde  vais  ? 
¡   Celinda.  Vamos  al  baño. 

j   Blanca.       ¿Qué  diréis  si  os  acompaño? 
Celinda.     Que  con  la  gracia  enamoras 

como  con  tanta  hermosura. 
Blanca.       ¿  Quién  os  lleva  ? 
Celinda.  ■Mustafá. 

Blanca.       Pues  aquí  se  quedará, 

que  yo  soy  guarda  segura. 
Mustafá.        Bien  podéis  las  tres  entrar. 
Blanca.       Vamos. 

(Ellas    se    í'an.) 

AÍUSTAFÁ.  ¡  Buena  suerte  ha  sido, 

que  está  Selín  escondido 
donde  las  puede  mirar ! 

El  sospechó  que  vería 
a  Celinda,  y  vendrá  a  ver 
de  su  baj"á  la  mujer, 
éste  de  quien  tanto  fía. 

Con  envidia  del  amor 
que   le  tiene,  he  procurado 
mudar  su  dichoso  estado, 
si  es  dicha  el  propio  valor. 

Podré  poco  o  vendrá  a  ser, 
y  más  que  ha  de  tener  fin 
por  los  vicios  de  Selín, 
si  hoy  codicia  a  su  mujer. 

(Sale   Amurates.) 
Amurates. 

Fortuna,   cuyo   rostro   lisonjero 
se  muda  al  bien  y  al  mal  tan  velozmente 
que  a  quien  miraba  ayer  con  mansa  frente 
hoy  amenaza  con   semblante   fiero, 

conmigo,  pues  que  j'a  la  muerte  espero^ 
aún  parece  que  ha  sido  diferente. 
Pero,  ¿por  qué  me  quejo  injustamente, 
si  lo  que  me  quitó  me  dio  primero? 

Si  la  Fortuna  ha  dado  vez  alsruna 


282 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


esto  que  es  bien,  aunque  lo  da  prestado 
a  quien  con  diligencia  le  importuna, 

¿por  qué  se  queja  si  se  lo  ha  quitado? 
Pues  por  mucho  que  pueda  la  Fortuna, 
¿cómo  puede  quitar  lo  que  no  ha  dado? 
MusTAFÁ.         ¡Oh,    Amurates !    ¡Oh,    Bajá! 
Amurates.  ¿Yo  Bajá?  ¡  Será  por  gala, 

pues  ningún  bajá  se  iguala 

a  quien  ya  tan  bajo  está! 
Soy  esclavo  de  mi  esclavo, 

mi  hacienda  le  dio  Selín, 

aunque  él  es  hidalgo,  en  fin, 

que  en  esta  parte  le  alabo, 
y  no  la  quiere  tomar 

si .  es  virtud,  quien  tanta  tiene, 

que  a  ser  dueño  y  señor  viene 

de  la  tierra  y  de  la  mar. 
No  carece  de  valor, 

bien  juzga,  mejor  pelea, 

que  no  me  espanto  que  sea 

agradable  al  Gran  señor. 
Pero  mira  cómo  es  vil 

del  mundo  el  bien,  si  hay  alguno ; 

pues  para  hacer  solo  luio 

ha  de  deshacer  a  mil. 
MuSTAFÁ.       Culpa  has  tenido,  Amurates, 

en  no  le  haber  perseguido 

o  muerto. 
Amurates.  Mira  advertido, 

cuando  de  esas  cosas  trates, 
primero  que  te  asegures, 

pues  sabes  que  las  paredes 

oyen,  por  solo  que  quedes 

y  por  bajo  que  murmures. 
MusTAFÁ.        Y  que  ven,  dijeras  bien 

si  lo  que  pasa  supieras. 
Amurates.  Pues,  ¿  qué  hay  de  nuevo  ? 
MusTAFÁ.  Quimeras 

que  me  van  saliendo  bien. 
En  el  baño  está  escondido 

Selín,   vicioso   y   cobarde. 

que  quiso  ver   esta  tarde... 

Escucha,  llega   el  oído. 

{Salen    Selín,    y    Blanca    descompuesta.) 

Selín.  '  ¿  Por  qué  huyes  desta  suerte  ? 

Blanca.       ¡  Esta  es  muy  grande  traición  ! 
Selín.         Yo  no  entré  con  ocasión 

ni  pensamiento  de  verte ; 
pero  pues  que  ya  te  vi, 

mira  que  soy  quien  te  ha  hecho. 
Blanca.       ¿Háceste  Dios? 


Selín.  No  sospecho 

que  haya  tal  soberbia  en  mí. 

Pero   después   del  poder 
del  cielo,  en  la  tierra  el  mío. 
Blanca.       ¡  Suéltame ! 
Selín.  ¡  Con   menos   brío  ! 

Blanca.       ¿Por  mujer  y  ser  mujer 

de  un  hombre  que  tanto  quieres 
merezco  aqueste  favor? 
Allá  te  quedan,  señor, 
muchas  hermosas  mujeres. 
Déjame,  no  venga  aquí. 
Selín.        Como  palabra  me  des 

de  que  me  has  de  ver  después. 
Blanca.       Mira  que  hay  hombres  allí. 
Selín.  Ninguno   abrirá  los  ojos, 

sus  ojos  mando  también. 
Blanca,  yo  te  quiero  bien, 
no   solicites   enojos 

ni  a  tu  marido  destruyas, 
pues  que  tú  y  él  me  debéis 
este  imperio  que  tenéis. 
Blanca.      Que  bárbaramente  arguyas 

no  me  espanto,  pues  lo  eres. 
¿De  suerte  que  los  maridos 
han  de  ser  agradecidos 
al  señor  con  sus  mujeres? 

Vete,  que  si  este  vil  traje 
te  ha  dado  a  hablar  ocasión, 
en  nota  de  su  opinión 
y  afrenta  de  mi  linaje, 

yo  me  vestiré  el  cristiano, 
con  que  me  tendrás  respeto. 
Selín.  ¡Yo  lo  merezco,  en  efeto, 

púsele  el  cetro  en  la  mano  ! 

Un  esclavo  hice  virrey, 
un    cautivo   hice    señor; 
mas  tú,  que  precias  tu  honor 
en  la  grandeza  de  un  rey, 

¿piensas  que  no  sé  que  allá 
falta  lealtad  algún  día? 
Blanca.       No  es  eso  en  la  patria  mía, 
ni  en  otra  alguna  será. 

Déjame,   señor,  te  pido, 
y  de  cristianas  entiende 
que  la  más  vil  no  le  ofende 
mientras  vive  su  marido. 

{Vasc.) 

Selín. 
¿De  qué  sirve  el  poder  y  la  corona 
si   se   le   atreve   una   esclavilla   infame 


ACTO   TERCERO 


283 


y  afrenta  su  valor  y  mi  persona? — 
¡  Hola ! 

MUSTAFÁ. 

Señor. 

Selín. 

Haced  que  alguno  llame 
a  Brahín...  Pero  no,  Solimán  venga... 
MsiS  no,  mejor  será  que  la  desame. 
Vete. — Amurates. 

Amurates. 

¿Mandas  que  prevenga 
alguna  cosa? 

Selín. 
No,  que  basta  agora 
que  Mustafá  de  mí  cuidado  tenga. 

MuSTAFÁ. 

¿Viste  a  Celinda?  ¿Viste  a  Claridora? 
¿Viste  a  Brazayda? 

Selín. 

Vi,  que  nunca  viera, 
cual   suele   parecer  la  blanca  aurora, 

a  cuyo  resplandor  y  luz  primera 
se  esconden  las  estrellas  presurosas, 
a   Blanca,  hermosa  en  su  nevada  esfera. 

Que  si  de  blanca  nieve  y  puras  rosas 
quisiera  fabricar  cristiana  mano 
las  ninfas  que  ellos  suden  vergonzosas, 

como  las  que  al  navio  veneciano 
quitó  Amurates  y  en  las  fuentes  ponen, 
no  la  venciera  todo  el  arte  humano. 

Las  partes  y  medidas  que  componen 
declara  la  hermosura,  el  armonía, 
en   la  pintura,   Mustafá,   perdonen. 

Porque   aquella  divina   simetría 
hizo  para  mostrar  naturaleza 
que  allí  pudo  llegar  cuanto  sabía. 

Vencióme,  y  era  justo,  su  belleza. 
Salí  de  donde  estaba,  imaginando 
postrar  su  resistencia  a  mi  grandeza ; 

mas  no  se  alborotó  labrador  cuando 
pensó  tomar  el  ruiseñor  del  nido 
y  la  culebra  le  espantó  silbando, 

como  Blanca  de  mí ;  quedé  corrido. 
Hice  y  dije  mil  cosas  descompuestas, 
de  que  perdón  a  mi  grandeza  pido. 

¡  Confuso   y   triste    estoy ! 


Mustafá. 


¿  Cosas  como  éstas 


te  dan  tristeza? 


Selín. 
Sí,  porque  entre  amigos 
no  hay  con  propia  mujer  burlas  honestas. 

^Mustafá. 
Fuera  de  ser  a  esta  ocasión  testigos 
Marbelia  y  otras,  que  también  me  pesa 
de  tener  sus  desdenes  por  castigos. 

Mustafá. 

¡  Que  le  parezca  al  gran  señor  empresa 
la  mujer  de  un  esclavo  en  su  palacio, 
porque  le  ha  dado  su  gobierno  y  mesa ! 

¡  Que  desde  el  Archipiélago  y  'Carpacio 
a  la  remota  Java  y  Trapobana 
tu  planta  adore  su  distinto  espacio, 

y  que  te  admire  una  mujer  cristiana. 

Selín. 
¡  Qué  quieres,  es  mi  amigo  su  marido, 
y  entre  ellos  dicen  que  el  afrenta  es  llana ! 

Tras  esto,  siento  lo  que  habrá  sentido, 
pues  sin  duda  que  [ya]  lo  habrá  contado, 
y  que  estará  quejoso  y  ofendido. 

Mustafá. 

¿Y  qué  te  ha  de  quitar  cuando  enojado 
esté  un  esclavo  tuyo  ?  Yo  te  digo 
que  él  la  riña  de  haberte  despreciado. 

Más  preciarán  tenerte  por  amigo 
que  a  cuantas  Blancas  nacen  en  Europa, 
y  a  ti  mismo  te  pongo  por  testigo. 

Hombre  que  lleva  la  fortuna  en  popa 
y  que  de  vil  esclavo  se  levanta 
con  tal  furor  que  las  estrellas  topa, 

¿quieres  que  pare  la  ligera  planta 
por  una  vil  mujer  en  la  carrera, 
cuya  velocidad  al  tiempo  espanta  ? 

¿  De  qué  te  sirve  la  dorada  esfera 
que  ciñe  tu  cabeza  en  el  oriente 
y  el  claro  nombre  que  la  Italia  altera, 

si  un  gusto  vil  de  una  mujer  presente 
no  le  puedes  cumplir,  que  apenas  tiemplo 
con  tu  respeto  lo  que  el  alma  siente? 

No  es  Alejandro  tan  pequeño  ejemplo, 
cuando  por  una  vil  amiga  suya 
quemó  un  palacio  y  im  soberbio  templo. 

Mas  porque  de  mi  voto  se  concluya 
más  apriesa  tu  gusto,  es  mi  consejo 
pedirla  a  su  marido,  y  será  tuya. 

Selín. 
¿Que  se  la  pida  dices? 


284 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


MUSTAFÁ. 

Aconsejo 
el  camino  más  fácil :  ¿  no  es  im  hombre 
que  se  ha  mirado  en  ti  como  en  espejo? 

¿  Posible  es  que  pedírsela  te  asombre  ? 
¿No  dio  Alejandro  a  su  pintor  su  dama 
por  sólo  engrandecer  de  un  arte  el  nombre? 

Selín. 
Entra  de  presto  y  a  Brahín  me  llama. 
¿Qué  se  puede  perder? 

MuSTAFÁ. 

Ninguna  cosa. — 
¡  Ya  comienza  la  envidia,  y  se  derrama 
la  rabia  de  su  lengua  venenosa ! 

(Vase    MusTAFÁ.) 

Selín. 

Si  el  soberano  Alá  ciñó  mi  frente 
de  cuanto  mira  en  Asia  el  sol  hermoso, 
y  estremece  mi  nombre  vitorioso 
a  los  últimos  cercos  de  occidente, 

¿cómo  es  posible  que  el  respeto  intente 
de  un  vil  esclavo  detener  furioso 
el  curso  de  mi  gusto  poderoso 
y  que  mi  agravio  a  mi  vasallo  afrente? 

¿  Qué  temo  a  quien  el  ser  que  tiene  he  dado 
mis  gobiernos,  mis  firmas  y  mis  sellos? 
Que  temer  un  señor  a  su  criado 

es  temer  la  cabeza  a  sus  cabellos, 
un  pintor  la  figura  que  ha  pintado 
y  el  que  hace  vidrios  de  beber  en  ellos. 

(Sale   Leandro-) 

Leandro.         ¿Qi^ié  manda  tu  Majestad? 

Selín.         ¿Hate  dicho  alguna  cosa 

Blanca  de  mí?  ¿Está  quejosa? 

Leandro.     No,  señor. 

Selín.  Di  la  verdad. 

Leandro.     Ya  sabes  tú  mi  lealtad. 

Verdad  es  que  descompuesta 
entró  en  mi  cuadra  esta  siesta; 
mas  causaríalo  el  calor 
si  no  brindaba  mi  amor 
para  escuchar  la  respuesta. 

Selín.  ¿  Nada   te   ha   dicho  ? 

Leandro.  No,  cierto. 

Selín.         ¿Ni  Solimán  o  Gonzalo? 

Leandro.     A  mí,  ni  bueno  ni  malo 

me  han  tratado  y  descubierto. 

Selín.  Estaba  aquel  baño  abierto. 


Leandro. 


Selín. 
Leandro. 


entré  al  descuido,  y  estaban 
dos  turcas  que  se  bañaban 
con    Blanca,    pero    tan    negras... 
(bien  sé  que  desto  te  alegras), 
que  a  su  hermosura  ayudaban. 
Yo  la  vi. 

Leandro.  ¿  Pues  tú  consientes 

que  baños  abiertos  queden? 

Selín.  El  sol  y  el  señor  bien  pueden 

entrar  los  dueños  ausentes: 
el  sol  con  rayos  ardientes, 
y  con  poder  el  señor. 
Blanca  me  mata  de  amor. 
¿  Qué  respondes  ? 

Que  sí  hará, 
que  si  un  baño  abierto  está 
no  quieras  causa  mayor. 
¿  No  dices  más  ? 

¿Pues  qué  quieres? 
¿Téngome  yo  de  enojar 
contigo,  que  vas  a  entrar 
donde  están  propias  mujeres? 
Eres  señor,  al  fin;  eres 
sol,  como  dices;  yo  soy 
tu  hechura,  en  tu  mano  estoy. 
Pero  si  otro  a  verla  entrara, 
yo  sé  que  no  me  escuchara 
la  respuesta  que  te  doy. 
¿Qué  le  hicieras? 

De   ti    abajo 
mil  puñaladas  le  diera, 
o  a  bocados  le  comiera, 
por  excusar  el  trabajo. 
Habla  bajo. 

¿Cómo  bajo?: 
la  espada  subió  la  voz. 
Ginovés,  menos  feroz: 
advierte  que  soy  Selín, 
que  toda  la  Italia,  en  fin, 
derribaré  de  una  coz. 

Yo,  gran  señor,  confiado 
en  la  merced  que  me  has  hecho 
osaba  hablar,  satisfecho 
del  amor  que  me  has  mostrado. 
El  ser  que  tienes  te  he  dado, 
hasta  mi  propio  poder: 
que  me  des  una  mujer 
no  es   tan  grande   contracambio 
que  no  ganes  en  el  cambio: 
honra,  hacienda,  vida  y  ser. 

Leandro.         No  acostumbran  los  cristianos 
pagar  con  mujeres  propias 


Selín. 
Leandro. 


Selín. 
Leandro. 

Selín. 


Leandro. 


Selín. 


ACTO   TERCERO 


285 


de  las  mercedes  las  copias 
que -yo  tengo  de  tus  manos; 
y  ansí,  a  tus  pies  soberanos 
te  suplico  que  te  acuerdes 
de  que  un  rey  en  años  verdes 
está  obligado   a   las  canas, 
que  el  más  vil  deleite  ganas 
}•  el  mejor  amigo  pierdes. 

Juraste  a  Alá  y  al  Profeta 
no  hacerme  mal  en  mis  días; 
si  a  Blanca  ofender  porfías 
y  una  mujer  te  sujeta, 
¿qué  importa  que  un  rey  prometa 
ni  que  jure  a  todo  Alá, 
o  qué  diferencia  habrá 
de  un  gran  señor  a  un  villano, 
si  al  mismo  Dios  soberano 
perdiendo  el  respeto  está? 

¿Para  qué  me  levantaste 
de  la  tierra,  o  aquel  día 
que  dije  lo  que  temía 
el  no  hacerme  mal  juraste; 
cuando  a  Italia  me  enviaste, 
porque  palabra  te  di, 
a  ser  tu  esclavo  volví? 
No  soy  rey  ni  serlo  quiero; 
soy  un  pobre  caballero, 
mas  mi  palabra  cumplí. 

No  tenemos  los  cristianos 
más  honra  que  la  mujer, 
ni  en  quitarla  pueden  ser 
los  amigos  más  tiranos. 
Allá  cumplen  los  villanos 

lo  que  dicen,  porque  es  ley, 
desde  el  que  gobierna  el  buey 
hasta  el  que  el  reino  gobierna; 
porque  quede  por  eterna 
cualquier  palabra  de  un  rey. 

(Vayase   Selín  sin   hablar.) 

¿Por  qué  te  vas?  Oye,  espera. 
¿O  es  que  vencido  te  vas? 
No  pudo  sufrirme  más; 
ni  esto  pensé  que  sufriera. 
Alteróme  de  manera 
su  bárbara  petición, 
que    dispuse    el    corazón 
a  la  muerte,  que  la  muerte 
nunca  fué  dolor  tan  fuerte 
como  perder  la  opinión. 

¡  Solimán  !  ¡  Ah,  Solimán  ! 


{Sale   Gonzalo-) 

Gonzalo.     ¿  Qué  mandas  ? 

Leandro.  Pongamos   fin 

a  Solimán  y  a  Brahín, 

pues  tan  mal  pago  nos  dan. 

Llama  a  Blanca. 
GoNZ.\LO.  ¡  Buenos  van 

tus  negocios  de  ese  modo ! 
Leandro.     Sí,  porque  aquí  no  acomodo 

mi  remedio ;  muerto  soy. 

Por  la  priesa  no  te  doy, 

Gonzalo,   parte   de   todo. 
Gonzalo.         El  camino  me  ha  excusado. — 

(Sale   Blaxca.) 

Blanca. 

Blanca.  Mi  señor,  ¿qué  es  esto? 

Leandro.     El  peligro  en  que  me  ha  puesto 
la  violencia  de  mi  estado. 
Si  algo  me  habías  contado 
me  ha  preguntado  Selín. 
Negué  y  díjome:  "Brahín, 
tú  me  has  de  dar  tu  mujer, 
pues  que  yo  te  he  dado  el  ser, 
igual  en  mi  imperio,  en  fin." 

Respondí  que  se  acordase 
de  la  palabra  y  las  cosas 
más  graves  y  provechosas, 
y  que  el  intento  mudase ; 
pero  como  le  dejase 
sin  respuesta,  un  gran  temor 
me  ocupa. 

Blanca.  De  su  furor 

bastante  noticia  tengo, 
y  determinada  vengo 
de  satisfacer  tu  amor. 

Conmigo  traigo  veneno 
para  su   fuerza  importante, 
ni  soy  la  primera  amante 
que  ya  le  tuvo  por  bueno; 
mucho  a  Lucrecia  condeno 
porque  la  fuerza  guardó : 
anticipárame  3'0 
y  matárame  primero. 

Leandro.     Remedio,  mi  vida,  espero, 
pero  con  tu  muerte  no. 

Partid  los  dos  a  la  mar, 
y  tú  aqueste  sello  muestra 
a  Ardayn,  que  es  señal  nuestra 
conque  solemos  mandar. 
Hazle,  Gonzalo,  aprestar 
la  fragata,  y  que  a  mi  esposa 


286 


LO  QUE  HAY  QUE  FIAR  DEL  MUNDO 


dilate  por  la  espaciosa 
playa   del  mar,   procurando 
que  os  vais  de  tierra  alejando 
tan  bárbara  y  enojosa. 

Cuando  en  alta  mar  estés, 
mátale  con  esas  manos; 
los  remeros  son  cristianos, 
diles  que  a  mi  gusto  es. 
lEl  cómitre  calabrés 
y  dos  o  tres  renegados 
degollarán  los  forzados, 
y  dando  a  Genova  velas 
servirá  el  viento  de  espuelas 
y   de   lienzo  mis   cuidados. 
Mira  que  fío  de  ti. 

Gonzalo.     Mil  veces  los  pies  te  beso. 

Leandro,     Yo  espero  en  Dios  buen  suceso. 
Blanca,  hoy  te  apartas  de  mí. 

Blanca.       ¿Pues  has  de  quedarte  aquí? 

Leandro..    Yo  te  aseguro  que  en  breve 
a  Genova  el  mar  me  lleve, 
si  tengo  en  Asia  poder. 

Gonzalo.     La  dilación  puede  ser 

que  vuestro  intento  repruebe. 

Daos  líos  brazos  y  pensad 
que  se  cansó  la  Fortuna. 

Blanca.       Sin  ti  no  quiero  ninguna. 
Lágrimas,    ¿  digo    verdad  ? 

Gonzalo.     Salgamos  de  la  ciudad 
antes  que  Selín  te  vea. 

Leandro.     Parte,  que  yo  haré  que  crea 
que  estás  enferma  entretanto. 

Blanca.       ¡Quien  navega  mar  de  llanto, 
puerto  en  la  muerte  desea ! 

(l''anse  los  dos.) 

Leandro. 

Ved  lo  que  duran  las  humanas  glorias 
y  lo  que  puede  confiar  del  mundo 
quien  ayer  del  Gran  señor  segundo 
y  de  Persia  le  dio  tantas  Vitorias. 

Añádase  la  mía  a  las  historias, 
aunque  en  tirano  príncipe  la  fundo, 
que   trasladaron   montes   al  profundo 
en  romanas  y  bárbaras  memorias. 

Del  día  el  alba,  y  el  rigor  pasado 
del  medio,  y  de  la  tarde,  ¿qué  podía 
temer  sino  la  noche  un  desdichado  ? 

Esto  merece  quien  del  mundo  fía ; 
porque,  ¿qué  puede  dar  si  no  es  prestado 
quien  muda  cuatro  tiempos  en  un  día? 


Selín. 


Leandro. 


Selín.  ■ 

Leandro. 

Selín. 


(Salen   Selín   y   Marbelia.) 

Esto  que  digo  pasó, 
no   creas  que  amor  ha  sido; 
la  novedad  me  obligó. 
El  sueño  me  trae  vencido. 
¿Quién  con  cuidado  durmió? 

Pero,  ¡  dichoso  el  que  duerme, 
pues  no  siente !  Probar  quiero 
un  momento   suspenderme. 
Este  es  el  bárbaro  fiero : 
¿ya,  cómo  puedo  esconderme? 

Señor. 

¡Oh,  amigo  Brahín ! 
¿No  estás  enojado? 

¿Yo? 
¿Por  qué  causa  y  a  qué  fin? 
No  estimo  lisonjas,  no; 
verdades  quiere   Selín. 

Vete  en  paz,  que  hace  calor; 
duerme  la  siesta  a  tu  gusto, 
que  es  del  criado  traidor 
no  decirle  lo  que  es  justo 
al  ignorante  señor. 

Yo   soy  quien   soy:   yo  juré, 
y  cumpliré  lo  que  dije. 
Por  eso  libre  te  hablé. 
Brahín,  mis  estados  rige 
con  el  mismo  amor  y  fe. 

Beso  tus  pies,  que  merecen 
pisar   el   mundo. 

(Vasc  Leandro.) 

i  Estoy  loco 
de  ver  que  causa  me  ofrecen 
cosas  que  valen  tan  poco, 
que  al  aire  se  desvanecen, 

para  tener  sentimiento ! 
Marbelia.  ¡  Qiie  éste  te  trató  tan  mal 
y  que  tengas  sufrimiento  ! 
Por  mi  palabra  real, 
por  mi  grave  juramento. 

¿Qué  juraste? 

No  hacer  mal 
a  aqueste  mientras  viviese, 
y  ésta  es  la  palabra  real, 
que  la  cumpla,  aunque  me  pese, 
sobre  desvergüenza  igual. 

Y  si   remedio  te  doy, 
que  bien  puede  haber  alguno, 
para  que  no  la  quebrantes 
y  te  vengues  a  tu  gusto, 
¿  confesarás  que  el  ingenio 


Leandro. 

Selín. 

Leandro. 


Selín. 


Selín. 

Marbelia 
Selín. 


Marbelia. 


ACTO   TERCERO 


2S7 


Selín. 


Marbelia. 
Selín. 


Marbelia. 

Selíx. 
Marbelia. 


Selíx. 
Marbelia, 


Selín. 


MUSTAFÁ. 

Selín. 


MuSTAFÁ. 


Marbelia 


Selíx. 
MusTAFÁ. 


de  la  mujer  es  astuto? 
Sin  que  quiebre  mi  palabra 
no   habrá   remedio   ninguno 
de  tomar  venganza  déste. 
Yo  lo  sé. 

¿Tu  ingenio  pudo 
hallar  modo  con  que  mate 
a  aqueste  cristiano  injusto 
sin  romper  el  juramento? 
Yo  le  diré. 

Ya  te  escucho. 
¿[Mientras  viviese   dijiste, 
que  es  palabra  en  que  le  fundo, 
que  no  le  harías  pesar? 
Por  eso  vive  seguro. 
Pues  mira,  mientras  que  duerme 
un  hombre  en  sueño  profundo 
no  vive,  porque  un  dormido 
es  imagen  de  un  difunto: 
no  ejercita  sus  potencias, 
está  echado,  sordo  y  mudo, 
y  carece,  como  sabes, 
la  razón  de  su  discurso. 
Mátale   estando   durmiendo. 
¡  Verdad  !   ¡  Por  Alá  que  cumplo 
el  juramento  y  palabra ! 
¿En  qué  reparo?  ¿En  qué  dudo?— 
¡  Hola ! 

Señor. 

Entra  a  ver, 
sin  que  te  note  ninguno, 
qué  hace  Brahín  esta  siesta. 
El  ser  los  negocios  muchos 
y  poco  el  tiempo,  lo  cansa; 
mucho  sirve,  yo  le  excuso. 
Alza  el  pabellón  de  seda 
que  en  esta  cuadra  se  puso, 
y  en  su  estrado  está  dormido. 
¡  Qué  tiempo  más  oportuno  ! 
Así  me  pienso  vengar 
de  mi  pasado  disgusto. 
Llama  a  todos  mis  bajaes. 
Ya  vienen  a  verte  algunos. 


(Salen   Amurates,    Celimo    y    otros.) 

Amurat.     Danos  los  pies. 

Celimo.  --iQi-ié  nos  mandas? 

Selín.  Porque  agradaros  procuro, 


y  sé  que  os  tengo  quejosos, 
o  a  lo  menos  lo  presumo, 
de  que  a  un  esclavo  cristiano 
que  ayer  Amurates  trujo 
con  una  cadena  al  pie 
le  diese  el  gobierno  sumo 
de  los  imperios  del  Asia, 
quiero  que  veáis  que  mudo 
consejo,  porque  es  de  sabios, 
y  que  soy  rey  absoluto, 
que  puedo  bajar  al  suelo 
las  mismas  cosas  que  subo, 
corred   ese   pabellón. 

(Descúbrase  en  el  estrado   Leandro.) 

¿  De  qué  tiemblo  ?  ¿  Qué  me  turbo  ? 

(Llega  y  córtale  la  cabeza-) 

Véisle  aquí  sin  la  cabeza 
que  por  el  persiano  triunfo 
coronó  palma  y  laurel, 
y  por  Alá  santo  juro 
que  si  alguno  de  vosotros 
se  atreve  a  darme  disgusto, 
que  ha  de  ser  el  mismo  alfanje 
de  su  garganta  verdugo. 
Tomad  ejemplo. 

Amurat.  Señor, 

tuyo  es  el  poder  y  el  gusto. 

Selíx.  Traedme  a  Blanca,  su  esposa, 

que,  pues,  no  he  sido  perjuro, 
no  será  malo  el  presente. 

Celimo.       Con  aquel  mozo  robusto 

que  fué  esclavo  con  Brahín 
iba  por  el  mar  profundo, 
en  su  misma  galeota. 

Selín  .       ¿De  cristianos  o  de  turcos? 

Celimo.       Los  forzados  son  cristianos, 
los  turcos  pocos. 

Selíx.  ¡Oh  astuto  . 

ginovés,  ellos  se  huyeron ! 
Tarde  yo  mismo  me  culpo. — 
¡Perros!,  ¿qué  m.iráis?  ¡  Seguilda 
hasta  que  toquéis  los  muros 
de  Genova ! 

Amurat.  Aquí  se  acaba 

Lo  que  hay  que  fiar  del  mundo. 

Fin   de  la   comedia   de   Lo   que   hay  que   fiar   del 

MUNDO. 


COMEDIA   FAMOSA 


DE 


LA  LOCURA  POR  LA  HONRA 


DE 


LOPE     DE     VEGA    CARPIÓ 


HABLAN    EN    ELLA    LAS    PERSONAS  SIGUIENTES : 


El   Conde   Floraberto. 
Doña  Blanca,  infanta. 
Don   Carlos,   delfín. 
El  Rey,  su  padre. 
Florante, 
Ricardo,  caballeros. 
L'ji   Criado. 
NoRANDiNO,   moro. 


El  Duque  Balduino. 
Isabela,  criada. 
Flordelís;  dama. 
Mirón,   criado- 
Rixiero,  escudero   ziejo. 
Celio, 
Leonardo, 
Fabio,  pajes 


Fierres, 

Marín. 

Lanfredo,   cacadorcs. 

Lisuarte   y   Músicos. 

Melanto,   serrano; 

Belariso,  labradores. 

Laureta,  villana. 

Doñald.x,  hermana  del   Conde. 


ACTO  PRMERO 

(Salen  el  Conde  Floraberto  y  doña  Blanca,  infanta 
de  Francia,  y  venga  detrás  Mirón,  a  la  traza,  de 
criado  gracioso.) 

Mirón.       La  Infanta  llama. 

Conde.  No  puedo 

detenerme. 
Mirón.  No  es  razón. 

■OoNDE.        Dame  el  caballo,   Mirón, 

que  voy  temblando  de  miedo. 
Mirón.  Mira  que  viene  tras  ti. 

Conde.        ¿Tras  ma?  ¿'Cómo  puede  ser? 
Mirón.        Puede  ser,  porque  es  mujer. 
Conde.        ¡  Qué   desdichado  nací ! 

Espero,  pues  mi  desdicha 

quiere  que  espere  mi  muerte. 

(Sale  la   Infanta.) 

Blanca.       ¿Pensarás  que  vengo  a  verte? 

Conde.        No  tengo  yo  tanta  dicha. 

Blanca.  No  vengo  a  verte,  ni  es  justo. 

Sólo,  conde  Floraberto, 
vengo  a  darte  el  parabién 
de  tu  noble  casamiento ; 
que  si  bien  ha  más  de  un  mes 
que  gozas  tan  alto  empleo, 
para  dártele  no  tuve 
lugar,  ocasión  ni  tiempo. 


Muchos  años  goces,  Conde, 
lo  que  mereces,  que  creo 
que  tienes  en  Flordelís 
tu  propio  merecimiento. 
Y  gócesla  tantos  años, 
que  alcances  a  ver  tus  nietos, 
con  hijos  que  te  conozcan 
abrazados   de   su  cuello. 
No  tengas  jamás  disgusto 
con  tus  cuñados  ni  suegros, 
aunque  parece  imposible 
en  el  mejor  casamiento. 
Ni  te  agrade  otra  hermosura, 
ni  la  suya  te  dé  celos, 
ni  el  mucho  trato  jamás 
te  descubra   algún  defeto. 
En  todas  las  ocasiones 
te  dé  tan  buenos  consejos, 
que  tengas  mujer  y  amigo, 
que  no  es  poco  en  un  sujeto. 
Cuando  vinieres  airado 
de  algún  siniestro  suceso, 
tenga  su  rostro  en  el  tuyo 
la  condición  (i)  del  espejo. 
Tan  benignamente  acuda 
a  vuestra  familia  el  cielo, 


(i)     En    el    original:    ''bendición",    por    errata. 


ACTO    PRIMERO 


289 


que  como  crezcan  los  hijos 
reciba  la  hacienda  aumento. 
No  veáis  morir  ninguno, 
siempre  los  veáis  comiendo; 
que  coronen  vuestra  mesa, 
que  es  de  los  casados  reino. 
Tú  parezcas,  finalmente, 
una  oliva  en  medio  dellos, 
que  de  fértil  abundancia 
brota  mil  verdes   renuevos. 
A  mí,  Conde,  no  podrás 
darme  recompensa  desto, 
que  por  quererte  yo  tanto 
burlaste  mis  pensamientos. 
Dirás  que  el  Rey  te  forzó, 
celoso  de  mis  deseos, 
a  casar  con  Flordelís; 
dirás  verdad,  no  me  quejo. 
Pero  si  hubieras  querido 
pagar  con  valiente  pecho- 
el  valor  de  una  mujer, 
no  te  faltaran  remedios. 
Puertas  tienen  los  jardines, 
ventanas  los  aposentos, 
la  tierra   tiene   caballos, 
navios  el  mar  soberbio; 
cabellos  da  la  ocasión 
y  caballos  los  sucesos. 
Pero  tu  amor  no  querrá 
ni  caballos,  ni  cabellos; 
perdióse  la  que  tuviste 
de   asirlos  y   de   correrlos, 
y  fui  la  corrida  yo, 
por  la  burla  que  me  has  hecho. 
No  sé  yo  si  desta  suerte 
proceden  los  caballeros 
que  tienen  obligación 
a  sus  nobles  nacimientos. 
Pero  pues  tú  me  dejaste, 
ya  podrán  cuantos  lo  fueron 
volver  la  espalda  a  su  honor 
y  el  rostro  al  cobarde  miedo. 
Pensaba  yo  que  los  dos 
fuéramos  del  Rey  huyendo, 
y  eres  tú  solo  quien  huyes, 
pues  alcanzarte  no  puedo.    . 
No  huyas  más.  Conde  amigo; 
oye,  que  te  guarde  el  Cielo, 
siquiera  palabras  tristes 
de  una  mujer  sin  remedio, 
que  por  postreras  merecen 
oídos,  si  no  consuelos. 


vil 


Mas,  ¡  ay.  Dios,  que  estás  casado  ! 
Ya  de  hablarte  me  arrepiento. 

(Vayase.) 

Conde.  ¡Señora,  señora,   advierte...! 

Mirón.        No  hay  que  advertir;  ya  se   fué. 
Conde.        No  soy  yo  quien  me  casé, 
casóme    mi    triste    suerte. 

Como   don   Carlos,  tu  hermano, 
tanto  a  Flordelís  amó, 
y  el  Rey  también  entendió 
que  tú  me  amabas   en  vano, 

con  acuerdo  de  un  amigo 
que   le  dijo   esta   afición, 
por    quitaros    la    ocasión 
casó  a  Flordelís  conm.igo. 

No  le  pude  replicar, 
que  es  absoluto  señor : 
la  deslealtad  no  es  valor; 
¿de  qué 'me  puedes  culpar? 

Pues  si  culparme  no  puedes, 
la  voluntad  me  asegura. 
^.liRÓN.       ¿  Echas  de  ver,  por  ventura, 
que  hablas  con  las  paredes, 

y  que  a  peligro  te  pones 
con  esos   atrevimientos 
de  hacer  de  tus  pensamientos 
pregoneras  tus  razones? 

Siempre  es  justo  que  te  advierta 
un  ignorante  cual  yo. 
Conde.        Sospecho  que  se  quedó 

detrás  de  aquella  antepuerta. 
Mirón.  A  lo  menos  los  chapines 

se  ven,  que  es  la  humanidad 
que  descubre  la  deidad 
destos  bellos  serafines. 

Si  es  ella  o  no,  no  lo  sé; 
mas  sé  que  es  bien  que  supiera 
■  que  quien  ama  huye  y  espera, 
y  más  si  airado  se  fué. 

Quítate,  por  Dios,  de  aquí, 
no  vuelva  otra  vez  a  hablarte. 
Conde.        Tú  puedes,  Mirón,  quedarte; 
quizá  quiere  hablarte  en  mí. 

Si  te  habla  en  mí,  ya  tú  sabes 
qué  disculpa  le  has  de  dar. 
Mirón.        Nunca  j^o  quisiera  hablar, 
señor,  en  materias  graves. 

Viendo  mi  humor  me  sacaste 
de  la  cocina  a  servirte 
de  lacayo,  que  es  decirte 
la  escuela  donde  me  hallaste. 

19 


290 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


Pareciéndote  entendido 
de  lacayo  me  has  sacado 
a  tu  gentilhombre  honrado, 
de  tu  lado  y  tu  vestido. 

Mi    fortuna    sube    ansí, 
y  aunque  he  mudado  lugar 
no  fué  posible  mudar 
el  humor  en  que  nací. 

Para  cosas  de  importancia 
nunca  fíes  de  hombre  vil. 
Conde.        Mirón,  tu  ingenio  sutil 

hace  a  mi  amor  consonancia. 

No  desconfíes  de  ti, 
que  te  dio  naturaleza 
en  el  alma  la  grandeza 
por  quien  mi  lado  te  di. 

¿Cómo  puede  ser  errar 
lo  que  tan  sabido  tienes, 
y  más  donde  sé  que  vienes 
con  ánimo  de  acertar? 

La  Infanta  me  quiso  bien; 
súpolo  el  Rey,  y  enojado, 
no  por  hallarme   culpado, 
aunque  pudiera  también, 

con   Flordelís   me   casó, 
a  quien  el  Príncipe  amaba, 
que  terniendo  del  estaba 
k)  que  he  remediado  yo. 

De  suerte  que  dos  cuidados 
remedió  conmigo  el  Rey : 
ya,  pues,  que  vivo  en  la  ley 
pacífica  de  casados, 

quiero  a  mi  mujer,  Mirón; 
amo  a  Flordelís. 
Mirón.  Y   es  justo, 

y  que  no  le  des  disgusto 
por  alta  o  baja  afición. 

Yo  quedo  bien   advertido; 
vete,  que  si  ella  me  hablare 
yo  haré  que  el  intento  pare 
que  de  tu  daño  ha  tenido. 

Que  es  muy  propio  en  la  mujer 
aborrecer  lo  que  amó, 
si  la  esperanza  perdió 
de  que  suyo  pueda  ser. 
Conde.  Voime,  que  en  tu  discreción 

bien  me  puedo  yo  fiar. 
Mirón.       ¿Adonde  te  he  de  buscar? 
Conde.        En  cas  del  conde  León. 

{Vayase.) 


iMiRÓN. 

¡  Qué  paz  gozara  el  mundo  si  no  hubiera 
nacido   amor  ni   su   furor  mostrara ! 
Troya  estuviera  en  pie,  Grecia  reinara, 
ociosa  y  sin  valor  la  guerra  fuera. 

Ni  tortolilla  en  álamo  gimiera, 
ni  toro  en  bosque  de  dolor  bramara, 
ni  su  cama  el  celoso  ensangrentara 
ni  el  mar  tranquilo  arar  sus  campos  viera. 

No  tuviera  las  almas  el  profundo 
que  le  dieron  Briseida,  Elena  y  Cava, 
'Cava  española  y  el  Sinón  segundo. 

Pero  perdona,  amor,  que  me  olvidaba 
de  que  .por  ti  se  ha  conservado  el  mundo, 
pues  más  engendras  que  la  muerte  acaba. 

(Sale    DOÑA    Blanca.) 

Blanca.  No  te  vayas. 

Mirón.  Ni   podré, 

deteniéndome  tu  mano. 
Haz  la  boca  de  un  villano 
digna  estampa  de  tu.  pie. 

Blanca.  Levanta,  Mirón,  del  suelo ; 

levanta,  que  quiero  hablarte. 

Mirón       ¿Puedo  yo  en  algo  mostrarte 
mi  lealtad,  mi  amor,  mi  celo? 

Suplicóte,  gran  señora, 
me  mandes. 

Blanca.  ¿  Qué  calidad 

tienes  ? 

Mirón.  Esta   habilidad 

que  a  mi  dueño  engaña  agora. 
Padres  humildes  me  dieron 
principio;   el   Conde,  valor, 
que  sirviendo  a  buen  señor 
servicios  no  se  perdieron. 

Mas  si  para  tus  secretos 
buscas,  señora,  lealtades, 
no  te  engañen  calidades, 
ponlos  en  hombres  discretos. 

Blanca.  ¿Eres  tú  discreto? 

Mirón.  Sí. 

Blanca.       ¿  Sí  dices,  y  dices  que  eres 
discreto? 

Mirón.  Sí,  pues  que  quieres 

poner  tu  secreto  en  mí. 

Porque  llamarme  discreto 
no  como  a  necio  me  ultraja, 
pues  es  abrirte  la  caja 
donde  pongas  tu  secreto. 
Blanca,  Mucho  tengo  que  fiarte, 

mas  no  ha  de  ser  de  una  vez, 


ACTO    PRIMERO 


291 


Mirón. 
Blanca. 


Mirón. 


Blanca. 
Mirón. 
Blanca. 

Mirón. 
Blanca. 

Mirón 


Blanca. 
Mirón. 
Blanca. 

]\IlRÓN. 


Blanca. 


Mirón, 


que  quiero,  como  juez, 
más  despacio  preguntarte. 

Sólo  agora  hacer  quisiera 
una  cierta  información, 
principio  de  confesión. 
Comienza  y  pregunta. 

Espera. 

¿  Quiere  bien  a  Flordelís 
Floraberto,  tu  señor? 
Celos  bastardos  de  amor, 
¿  esta   ignorancia   sufrís  ? 

Si  al  Conde,  señora,  amaras 
y  de   Flordelís   tuvieras 
celos,  yo  sé  que  creyeras 
lo  que  no  me  preguntaras. 

Perdona  si,  lisonjero, 
no  correspondo  a  tu  gusto : 
él  la  quiere,  como  es  justo. 
¿Qué  amor? 

Amor  verdadero. 

Ya  mientes  en  presumir 
que  eres  discreto. 

¿Por  qué? 
Porque  amando  pregunté 
y  no  supiste  mentir. 

Señora,  el  decir  verdad 
es  la  mayor  (i)  discreción, 
porque  en  -ninguna  ocasión 
puedes  la  verdad  culpar. 

¿De  qué  sabes  que  la  quiere? 
De  su  boca. : 

No  es  la  boca 
cristal  del  alma. 

No  es  poca 
la  causa  de  que  se  infiere 

lo  que  la  boca  pronuncia, 
porque  las  palabras  son 
instrumento  de  su  acción, 
en  quien  su  poder  renuncia. 

Muchas  veces,  si  lo  sientes, 
como  suele  suceder, 
las  palabras  suelen  ser 
de  las  obras  diferentes. . 

Yo  veo  a  los  dos  comiendo 
como  palomas  en  nido, 
con  amoroso  ruido 
el  uno  al  otro  poniendo 

al  pico  el  sabroso  grano; 
3-0  escucho  dulces  amores, 
como  de  dos  ruiseñores 


(i)     En   el  original:    "es   la  más   gran". 


a  la  entrada  del  verano. 

Yo  veo  que  duermen  juntos, 
sin  que  en  esta  posesión 
dividan  jurisdicción 
ni  anden  por  el  campo  en  puntos. 

Sin  faltar  noche  ninguna, 
veo  que  en  este  teatro, 
saliendo  el  sol  a  las  cuatro, 
les  amanece  a  la  una. 

Yo  veo... 
Blanca.  ¡  No  veas  más  ! 

¡■Que  te  quite  Dios  la  vista, 
enfadoso  coronista, 
que  tan  loco  y  necio  estás ! 

Mas,  ¿cómo  surtir  efeto 
pudiera  mejor  aquí 
de  hombre  que  dice  de  sí 
que  es  entendido  y  discreto? 

¡  Vete,  quítate  delante, 
que  te  haré  matar,  villano ! 
Mirón.        En  fin,  por  verdades  gano 
estipendio  semejante. 

Si  yo  fuera  mentiroso, 
si  yo  acaso  te  engañara, 
i  qué   rico   premio  llevara  ! 
Blanca.      Pues  discreto  fabuloso, 

¿  tú  no  ves  que  a  una  mujer 
que  muere  de  voluntad 
no  se  ha  de  decir  verdad, 
porque  es  echarla  a  perder? 

¿Tú  no  sabes  que  el  amor 
aborrece  el  desengaño, ' 
y  que  dejarle  en  su  engaño 
es  el  remedio  mejor? 

¿  No  sabes  ya  que  padecen 
con  las  verdades  enojos, 
como  los  enfermos  de  ojos 
la  luz  del  sol  aborrecen? 
•     Si,    como   dijiste,    fueras 
discreto,  aunque  me  engañaras, 
consuelo  a  mi  pena- hallaras 
cuando  engaños  me  dijeras. 

El  Amor  con-  alas  -miras, 
mas  es  demonio  en  rigor, 
porque   solamente   amor 
está  bien  con  las  mentiras. 

Vete,  no  parezcas  más. 
Pero  no,  vuélveme  a  ver, 
que  el  saber  en  la  mujer 
no  se  ha  templado  jamás. 

Y  pues  tú  me  persuades 
que  eso  a  im'  noble  corresponde, 


292 


LA   LOCURA   POR  LA  HONRA 


dirásme  cosas  del  Conde, 
aunque  me  maten  verdades. 
Mirón.  Señora,  yo  volveré 

más  enseñado  a  tu  gusto; 
perdona  el  necio  disgusto 
que  te  di,  porque  pensé 

que  templaba  tu  pasión. 
Yo  me  iré  a  aprender  mentiras 
que  decirte,  pues  te  admiras 
de  las  que  verdades  son; 

yo  me  iré  al  patio  mayor 
del  palacio  o  la  estafeta; 
yo  andaré  con  un  poeta 
o  con  algún  cazador; 

con  un  cautivo  famoso 
o  algún  cobarde  soldado, 
o  con  algún  agraviado, 
o  con  algún  envidioso. 

O,  pues  que  de  amor  las  quieres, 
si  oyéndole  no  me  rindo, 
andaré  con   algún   lindo 
que  se  alabe  de  mujeres. 

Y  si  fuere  poco  engaño, 
este  mi   ingenio  sutil 
pondré  con  el  mes  de  abril, 
que  suele  mentir  tm  año. 

{Vayase-) 

Blanca. 

Yo  vi  crecer  las  esperanzas  mías 
con  la  lluvia  amorosa  de  mis  ojos 
cuando  miré  tus  letras  con  antojos, 
tirano  amor,  que  tu  favor  crecías. 

Si  gigantes  los  átomos  hacías, 
¿qué  mucho  que  te  diera  mis  despojos? 
Mas  esperanzas  que  dan  fruto  enojos, 
¿qué  gloria  sacan  de  engañar  los  días? 

Crece  de  amor  el  árbol  vitorioso 
mientras  que  derriballe  se  le  acuerde 
al  encendido  viento  riguroso. 

Mas,  ¿qué  importa  que  el  lauro  siempre  verde 
se  defienda  del  rayo  poderoso, 
si  del  hielo  al  rigor  las  hojas  pierde? 

(^Sale    DON    Carlos    D'elfin,    sii    hermano-) 

Carlos.  Si  cupo  piedad  humana 

en  quien  no  ha  nacido  fiera, 
antes  por  sangre  es  hermana, 
no  des  lugar  a  que  muera 
con  pena  tan  inhumana. 

Duélete,  hermana,  de  ver, 
si  sabes  lo  que  es  amor, 


Blaxca. 


Carlos. 


que  sí  debes  de  saber, 
un  hombre  en  tanto  rigor 
por  vma  ingrata  mujer. 

¿  No  ha  llegado  a  tus  oídos 
que   es   dueño   de   mis   sentidos 
Flordelís,  recién  casada, 
antes  de  casada  amada, 
como  ellos  después  perdidos? 

¿No  sabes  que  pretendí 
hacerla  reina  de  Francia 
cuando  sin  seso  me  vi, 
porque  no  hay  mayor  distancia 
que  desde  sí  mismo  a  sí? 

Que  estando  el  sentido  preso 
de  quien  ama  con  exceso, 
terribles  jornadas  son 
desde  el  alma  a  la  razón 
y  desde  el  discurso  al  seso. 

Mi  padre  y  tuyo  (¡ojalá 
ni  fuera  tuyo  ni  mío!), 
de  mi  amor  pensando  ya 
que  hiciera  algún  desvarío, 
los  ojos  de  Argos  le  da. 

Casóla  con  Floraberto, 
cuando  ya  para  ser  mía 
tuve   firmado  el  concierto, 
viviendo  desde  aquel  día 
un  alma  en  un  cuerpo  muerto. 

Pienso  que  está  de  la  suerte 
que  está  un  esclavo  en  Argel 
entre  ila  cadena  fuerte, 
o  el  que  entre  el  palo  y  cordel 
€5tá  esperando  la  muerte. 

En  tu  mano,  hermana  mía, 
está  que  la  pueda  hablar; 
verla  y  hablarla  querría, 
que  tú  puedes  señalar, 
mi  bien,  el  lugar  y  el  día. 

Engáñala,  di  que  quieres 
ver  un  jardín  o  tm  secreto 
monte;  escucha  y  no  te  alteres, 
que  es  la  piedad,  en  efeto, 
propia  virtud  de  mujeres. 

¿  Harás  esto  ?  ¿  Podré  yo 
fiarme  del  amor  tuyo? 
Pudiera   decir   que   no 
por  no  estar  cierta  del  suyo. 
¿  De  qué  manera  te  amó  ? 

Que  a  saber  que  te  ha  querido 
y  que  no  te  ha  de  ofender, 
ya  te  hubiera  respondido. 
Bien  sé  que  son  en  mujer 


ACTO    PRIMERO 


29: 


los  polos  amor  y  olvido. 

Bien  sé,  puesto  que  perdone 
alguna  a  quien  tanto  abone 
firmezas  que  dice  y  hace, 
que  su  sol  en  amor  nace 
y  en  el  olvido  se  pone. 

Mas  por  la  misma  razón 
vuelve  otra  vez  a  nacer 
aquella  misma   afición. 
Blanca.       Primero   amor  suele   ser 
diamante  del  corazón; 

■mas  ser  galán  Floraberto 
y  haber  mil  noches  pasado 
después   del   primer   concierto, 
de  tu  amor  me  da  cuidado, 
que  ya  entre  los  dos  le  han  muerto. 

Pero  bien  será  saber 
si   hay   firmeza   en   la   mujer, 
con  lo  que  es  primero   amor; 
mas  con  engaño  es  mejor. 
Carlos.       ¿Cómo? 
Blanca.  Podráste  esconder 

detrás  del  verde  jazmín 
que  hace  espaldas  a  la  fitente 
de  Venus,  en  el  jardín, 
donde,  aunque  de  mármol,  siente 
de  Adonis  el  triste  fin. 

Y  saliendo   en  ocasión 
que  las  dos  solas  estemos, 
moverla  a  tal  compasión 
con  palabras,   con   extremos, 
que  amando  tan  propios  son. 

Que  el  jazmín  ser  cueva  intente 
de  Dido,  Carlos,  allí : 
ella  parezca  la   fuente 
en  llorar  agua  por  ti 
y  el  mármol  diga  que  siente. 

Que  de  que  pierda  su  honor 
el  falso  Conde  me  toca 
más  interés  que  tu   amor, 
pues  no  es  mi  queja  tan  poca 
que  no  te  venza  en  rigor. 

Voy  a   escribir  que  me  vea; 
llevaréla  adonde  digo 
antes  que  más  tarde  sea. 
Carlos.       Si   te   importa   su  castigo, 
mi   amor  su  muerte  desea. 

(Vayase.) 

;  Oh,  siempre  en  la  piedad  más  generosas 
que  los  hombres,  bellísimas  mujeres, 
de  nuestros  apetitos  y  placeres, 


y  de  amor  tesoreras  dadivosas ! 

Ya  de  mis  tempestades  amorosas 
seguro  puerto  entre  tus  brazos  eres, 
pues  que  sacar  mi  rota  nave  quieres 
de  las  olas  del  mar  tempestuosas. 

Tú,  que  contra  mujer  armas  previenes, 
mira  primero  que  el  veneno  exhales 
tantos  ejemplos  que  de  buenas  tienes, 

que  aunque  muchas  han  sido  en  causas  tales 
ocasiones  de  males  y  de  bienes, 
mayores  son  los  bienes  que  los  males. 

(Salen  el  Rey  Carlos  de  Francia,  Florante  y  Ri- 
cardo^   caballeros.) 

Rey. 
No  me  pudo  venir  más  dulce  nueva 
después  del  pensamiento  sosegado, 
casados  Flordelís  y  Floraberto. 

Carlos. 
¿  Qué  es  esto,  gran  señor  ?  Hayamos  parte 
de  las  nuevas  que  dices. 

Rey. 

Balduino, 
padre  de  Flordelís,  a  quien  pudieran 
rendir  Camilo  y  Cipión  valiente 
los  sagrados  laureles  de  la  frente, 
¡oh,  Carlos,  hijo  mío!,  victorioso 
viene  de  los  confines  de  la  Francia, 
de  donde  ha  desterrado  a  Norandino, 
famoso  rey  del  África,  que  había 
con  armas  tantas  veces  molestado 
aquella  parte   que   sus   puertos   mira. 

Carlos. 
Aun  bien  que  tú  podrás  premiarle  agora, 
ciñendo  aquellas  venerables  canas 
de  alguna  insignia  de  los  cercos  de  oro 
de  las  flores  de  lises  de  tu  frente, 
agradecido  a  sus  servicios,  tales, 
que  no  sé  yo  con  qué  pagarle  puedas. 

Rey. 
¿  Es  premio  poco  honroso  haber  casado 
su   hija    Flordelís    con    Floraberto? 

Carlos. 
Noble 'es  el  Conde  y  generoso  príncipe, 
pero   mejor  pudieras   emplearla. 

Rey. 
¿En  mi  corte  mejor?  ¿No  es   de  mi   sangre 
el  Conde? 


294 


LA   LOCURA   POR   LA  HONRA 


Carlos. 

¿No  hay  alguno  que  pudiera 
honrar  mejor  al  duque  Balduino 
y  que  tu  sangre  de  más  cerca  fuera? 

Rey. 
¿Vuelves  a  tu  pasado  desatino? 
¿Vuelves  a  tus  locuras? 

Carlos. 

¿Con  qué  piensas 
pagar  a  Balduino? 

Rey. 

¿Está  a  tu  cargo 
el  preguntarme  a  mí  con  qué  razones 
debe  cumplir  un  rey  obligaciones? 

Carlos. 
¿  Pues  qué  dirás  de  habérsela  casado 
sin  gusto  suyo,  estando  el  Duque  ausente? 

Rey. 
En  ausencia  de  deudos  yo  soy  padre. 
Atiende  a  tus  caballos  y  a  tus  galas; 
piensa  en  las  cosas  de  tu  edad. 

(Vayase    Carlos.) 

Florante. 

Ya    llega, 
con  el  preso  africano  Norandino, 
el  victorioso  duque  Balduino. 

(Salen  cajas,  y  banderas,  y  soldados,  y  Norandino, 
moro,  y   Balduino,  general.) 

Balduino. 

A  tus  heroicos  pies,  famoso  atlante 
de  la  Iglesia  de  Cristo,  a  cuya  mano, 
cristianísimo   príncipe,   el  gigante 
del  África  cruel  se  opone  en  vano, 
está  su  Rey,  que  ya  pensó,  arrogante, 
formando  una  ciudad  en  lel  mar  cano 
de    bárbaros    navios   brevemente, 
del  África  a  la  Francia  formar  puente. 

Besa  los  pies,   ¡oh  fuerte  Norandino!, 
del  generoso  Carlos;  pide  en  ellos 
perdón  de  tu  pasado  desatino. 

Norandino. 
Espero,  Duque,  merecerle  dellos. 

Rey. 
Ese  puedes  pedir  a  Balduino 
y  poner  el  laurel  en  sus  cabellos, 
que  a  capitanes  de  la  mar  tan  graves 


daba  Roma  de  jarcias  y  de  naves. 
Alzaos  los  dos. 

Norandino. 

Aquí,  señor,  me  tienes, 
sujeto  a  tu  castigo. 

Balduino. 
Con  tu  gente, 
y  gente  que  podrás,  si  la  previenes, 
pasar  hasta  la  margen  del  oriente, 
sufriendo  a  los  principios  sus  desdenes, 
por  ser  el  tiempo  ail  paso  diferente, 
llegué  donde  esperaba  Norandino 
ocupando  con  armas  el  camino. 

Abríle  por  los  pechos  con  la  espada 
y  retírelos  hasta  el  mar,  de  suerte, 
que  recogidos  a  su  fuerte  armada 
los  fui  siguiendo  con  la  tuya  fuerte. 
El  viento  refrescó  la  mar  hinchada; 
campo  de  guerra,  de  sepulcro  y  muerte 
formó  el  teatro,  en  que  por  hora  y  media 
representase  la  naval  tragedia. 

Abordadas,  señor,  las'  capitanas, 
después  de  la  tremenda  artillería, 
que  por  el  campo  de  las  olas  canas 
las  abrasadas  jarcias  extendía, 
resistieron  las  armas  africanas 
la  primera  francesa  valentía 
con  tantas  vidas,  que  en  el  golpe  fuerte 
se  mellaron  ilos  filos  de  la  muerte. 

Mas  por  los   mismos  cables  y  tablones, 
cubiertos  de  rodelas  y  paveses, 
como  si  los  guindaran  los  motones, 
trepaban  a  las  naves  los  franceses, 
y  con  siempre  indomables  corazones, 
a  tajos,  estocadas  y  reveses 
ganaron  hasta  el  árbol,  cuya  gloria 
se  le  puso  en  la  frente  de  vitoria. 

Y  para  que  con  prósperas  fortunas 
con  su  arrogancia  juntamente  pises 
las    lunas,    que    creciendo    viste    algunas, 
por  las  astucias  deste  nuevo  Ulises, 
donde  en  las  jarcias  tremolaban  lunas, 
vieras  en  un  instante  f lordelises 
y  en  gavias  de  mesanas  y  trinquetes 
decir  a  voces   ¡  Francia !   los  grumetes. 

Ricos,  señor,  han  sido  los  despojos 
de  piezas  de  oro,  de  damasco  y  grana, 
de  blancas  perlas  y  corales  rojos, 
de  jaeces  de  plata  y  filigrana; 
la' codicia,  que  brinda  por  los  ojos, 
en  la  riqueza  bárbara  africana 


ACTO   PRIMERO 


295 


halló  donde  poder,   sin  ser  tiranos, 
hartar  las  niñas  y  ocupar  las  manos. 

No  bien  del  mar  la  planta  puse  en  tierra 
cuando  una  nueva  alegre  me  recibe, 
con  que  olvido  el  trabajo  de  la  guerra, 
tal  es  la  paz  que  en  mis  cuidados  vive, 
después  de  aquellos  que  el  servirte  encierra 
(que  tu  servicio  es  bien  que  a  todos  prive), 
los  de  mi  hija  me  tenían  suspenso, 
que  ya  por  tu  favor  perderlos  pienso. 

Dícenme,  gran  señor,  que  la  has  casado, 
y  aunque  me  dicen  que  es  con  Floraberto, 
yo  sólo  qué  es  tu  gusto  he  preguntado, 
lo  que  tuve  también  por  justo  y  cierto, 
que  de  tu  gran  valor  estoy  fiado; 
que  siendo  por  tus  manos  el  concierto 
no  puedo  yo  ganar  yerno  más  justo 
ni  darme  parabién  de  mayor  gusto. 

Rey. 
Duque,  yo  los  casé  porque  en  ausencia 
de  un  primo  como  vos  yo  represento 
vuestra  persona  misma.  Dad  licencia 

que  os  vean  los  dos  y  mostraréis  contento 
a  vuestro  yerno,  cuya  gran  prudencia, 
alta  sangre,  valor  y  entendimiento 
excede  mucho  a  muchos. 

Balduino. 

Eso  creo. 
Verlos,  señor,  si  vos  mandáis,  deseo. 

{Salen    Floraberto   y    Flordelís^    acampanados   con 
mucha  gala,  y   Miróx  también.) 

CoxDE.  Danos,  invicto  señor, 

tus  pies. 
Rey.  Besalde  la  mano 

al  Duque. 
CoxDE.  A  vuestro  valor, 

¡oh,  nuevo  Marte  africano!, 

en  nombre  y  obras  mayor, 
vuestros  dos  hijos  están. 
Balduino.  Tanto  contento  me  dan, 

que  agora  siento   la  gloria 

de  la  pasada  vitoria, 

en  que  he  sido  capitán. 

Agora  el  triunfo,  el  laurel. 

el  francés  aplauso,  el  gusto 

de  verme  honrado  con  él; 

mis  brazos  os  doy,  que  es  justo, 

porque  tengáis  parte  en  él. 
Vos,  hija,  bien  empleada 

en  el  Conde  estáis,  pues  fuistes 


de   mano   del   Rey   casada; 

estimad  que   merecistes 

ser  de  su  grandeza  honrada 
tanto  como  el  buen  empleo. 
Flordelís.  Yo,  señor,  presté  obediencia, 

como  veis,  a  su  deseo. 
Balduino.  Dichosa  ha  sido  mi  ausencia, 

pues  en  tant;o  bien  os  veo. 

{Sale   un   Criado.) 

Criado.  Que  no  os  vais  sin  verla  dice 

doña  Blanca,  mi  señora. 

Flordelís.  Yo  voy  luego. 

Rey.  Solenice 

mi   corte  Ricardo  agora, 
y  con  fiestas  autorice 

la  prisión  de  Norandino 
y  el  triunfo  de  Balduino. 

Ricardo.     Hará  que  el  mundo  se  espante. 

Rey.  Venid  conmigo.  Almirante. 

Balduino.  Soy  desa  merced  indino. 

{Vayanse    entrando-) 

Conde.  Entra,  Flordelís,  a  ver 

a  la  Infanta,  pues  te  llama, 
que  ya  comienza  a  tener 
premio  del  Duque  la  fama. 

Flordelís.  Almirantes  puede  hacer 

el  Rey,  pero  no  soldados 
tan  bravos  y  ejercitados. 

Conde.        Merced  ha  sido  y  favor. 

Flordelís.  Deudas  son  a  su  valor 

más  que  servicies  pagados. 

Acompáñale  entretanto 
que  a  doña  Blanca  visito. 

{Vayase  Flordelís.) 

Conde.        Mirón. 

Mirón.  Señor. 

Conde.  Grande  espanto 

me  has  dado. 
Mirón.  Yo  sé  que  quito 

y  que  nada  le  levanto. 
Ella  está  como  furiosa, 

y  me  dijo  mucho  más. 
Conde.         ¿Blanca,  de  que  está  celosa? 
Mirón.        Enamorada  dirás, 

y  añade  luego  envidiosa. 
Ella  no  pudo  sufrir 

que  le  dijese  que  amabas 

a  Flordelís,  ni  aun,  oír 

que  amores  con  ella  hablabas, 


296 


LA   LOCURA   POR   LA  HONRA 


MiRÓX. 


Conde. 


Mirón. 
Conde. 


qué  es  comer  ni  qué  es  dormir. 
Pensé  que  perdiera  el  seso. 

Conde.       Que  he  temido,  te  confieso, 
que  me  amenaza  algún  mal, 
que  siempre  de  amor  igual 
resulta  algún  loco  exceso. 

El  cielo  ponga  templanza 
en  su  furia  y  desatino, 
y  más  si  intenta  venganza. 
Ya  con  venir  Balduino 
puedes  tener  esperanza. 

Cierto  que  estás  bien  casado, 
'porque  suegro  tan  honrado 
le  pudiera  el  Rey  tener. 
No  me  holgué  poco  de  ver 
que  el  Rey  le  lleva  a  su  lado. 

La  dignidad  que  le  dio 
bien  la  tiene  merecida. 
Cualquier  favor  mereció. 
¡  Que  pase  tan  triste  vida 
por  celos  de  Blanca  yo ! 

¿Que  me  quiere  esta  mujer? 
¿Puedo  dejar  de  querer 
a  Flordelís,  que  lo  es  mía? 
¿Qué  se  cansa?  ¿Qué  porfía? 

Mirón.        ¿En  razón  quieres  poner 
una  mujer  con  amor? 
¿  Encerrar  quieres,  señor, 
el  viento  en  cárcel  estrecha? 

Conde.        ¿Qué  se  cansa,  qué  aprovecha 
todo  su  injusto  rigor? 

Mirón.  Algo  más  que  haberla  amado 

debe  de  haber;  mas  a  mí 
siempre  burlas  me  has  fiado. 

Conde.        ¿Óyenos  alguien  aquí? 

Mirón.       Un  ejército  colgado 
en  esa  tapicería, 
de  Jerusalén  historia ; 
mas  como  la  lealtad  mía 
callarán  tu  pena  y  gloria 
'  desde  hoy  al  iiltimo  día. 

Condi.  Yo,  Mirón,  tan  cortesmente 

como  a  tan  grave  señora 
era  escribirle  decente, 
la  escribí  amores,  que  agora 
o  la  enojan  o  lo  siente. 

Respondióme  con  estilo 
no  menos  tierno. 

Mirón.'  ¡  Favor 

notable ! 

Conde.  Amor  por  el  filo, 

que  para  el  gitano  amor 


Mirón. 

Conde. 
Mirón. 

Conde. 


Mirón. 
Conde. 


Mirón. 
Conde. 


Mirón. 
Conde. 


Mirón. 


Conde. 


nació  riberas  del  Nilo. 

Concertó  nuestras  heridas, 
hasta  que  la  vine  a  hablar 
entre  unas  parras  que  asidas 
daban  consejo  y  lugar 
a  dos  amorosas  vidas. 

Sentóse  y  sentéme. 

Bien. 
Sentados,  ¿qué  sucedió? 
Así  su  mano... 

i  Deten, 
cielo,  esta  mano  ! 

Allí  yo 
vi  mano  y  no  vi  desdén. 

¿Fué  mucho  poner  la  boca 
en  esta  mano? 

Si  ella 
se  dejó  asir... 

No  fué  poca 
mi  osadía;  puse  en  ella, 
como  en  un  cristal  de  roca, 

los  labios,  en  que  dejé 
no  sé  qué  círculo  impreso. 
¡  Apretado  exceso  fué  ! 
Hablamos,  después  del  beso, 
de  amor,  de  lealtad  y  fe. 

Tanto,  que  sentí  abrasarme, 
y  viendo  la  pura  rosa 
de  sus  labios  provocarme, 
resolví  el  alma  a  una  cosa... 
Aquí  tiemblo  de  acordarme. 

Andaba,  con  dulce  queja, 
dando  tomos  al  favor, 
como  enamorada  abeja 
de  una  rosa  alrededor 
ya  se  acerca  y  ya  se  aleja. 

Pero,  en  fin,  determinado 
y  todo  descolorido, 
vuelto  en  nieve  y  abrasado, 
cerca  del  suyo,  encendido, 
llegué  con  mi  labio  helado. 

¡  Santo  Dios  ! 

No  de  manera 
que  pudiese  juzgar  más 
que  del  aliento. 

¡  No  fuera 
posible  pensar  jamás 
que  un  hombre  a  tal  se  atreviera ! 

Levantóse  sin  hacer 
más  muestras  de  sentimiento, 
y  no  dejándose  ver 
por  un  mes,  mi  atrevimiento 


ACTO    PRIMERO 


297 


me  dio,  callando,  a  entender. 

Pero  después,  cierto  día, 
puesta  en  una  celosía, 
se  rió  cuando  me  vio. 
MiRÓx.        Pues  boca  que  se  rió, 

no  le  ofendió  tu  osadía. 

Por  ventura  la  enojaste 
de  que  ya  que  te  atreviste 
tan  poco  lo  ejecutaste, 
i  Mal  pago,  por  Dios,  le  diste ; 
no  sé  cómo  te  casaste  ! 

Porque  más  nobleza  fuera 
salirte  de  Francia  cuando 
el  Rey  forzarte  quisiera. 
Conde.       La  guarda  he  sentido  hablando ; 
vete  y  a  la  puerta  espera. 

Que  pues  ya  mi  estrella  ha  sido, 
cuanto  mal  me  ha  sucedido, 
con  irme  con  mi  mujer 
a  mi  tierra,  podrá  ser 
que  todo  lo  cubra  olvido. 

(Vayanse,    y    salgan    Carlos    y    Isabela,    dama.) 

Is.'VBELA.  Que  aquí  se  esconda  tu  Alteza 

mi  señora  me  ha  mandado 

que  te  diga. 
'Carlos.  ¡  Qué  ha  llegado 

mi  vida  a  tanta  tristeza ! 
¿Llegan  cerca? 
Isabela.  Estánlo    tanto, 

que   tardando  en   esconderse 

te  han  de  ver. 
Carlos.  ¿  Qué  puede  hacerse  ? 

¡  De  mi  paciencia  me  espanto  ! 
Dadme  esas  hojas,  jazmines, 

para  esconder  tanto  fuego. 

(Escóndase.) 
(Salen   Blanca  y  Flordelis.) 

Blanca.      Amor,  en  principios  ciego, 

suele  ser  cuerdo  en  los  fines. 
Flordelís.      Cuando  es  tan  justo  el  amor 

como  el  que  yo  tengo  al  Conde, 

al  principio  el  fin  responde. 
Blanca.      El  le  merece  mayor. 

¿Quiérete  mucho? 
Flordelís.  Es  exceso. 

Loca  estoy  de  sus  caricias. 
Blanca.        ¡  Pedid,  desengaño,  albricias, 

que  voy  hallando  mi  seso  ! 
Flordelís.      No  hay  orden  de  que  se  aparte 

solo  un  momento  de  mí. 


Blanca. 

Flordelís. 

Blanca. 


Flordelís. 
Blanca. 
Flordelís, 
Blanca. 

Flordelís. 

Blanca. 


Carlos. 


Flordelís 
Carlos. 


Flordelís 
Carlos. 


¡  Ay,  qué  desdichada  fui ! 

En  la  mesa,  en  cualquier  parte 

me  dice  dos  mil  amores. 
Su  amor  ésta  me  encarece 
tan  a  lo  falso,  que  ofrece 
sospechas  a  mis  terriores. 

Temo,  y  con  mucha  razón, 
que  el  Conde  le  habrá  contado 
lo  que  conmigo  ha  pasado, 
en  mengua  de  mi  opinión ; 

que  los  hombres,  en  los  brazos 
de  quien  tiene  voluntad, 
aumentan  su  calidad 
contando  ajenos  abrazos. 

Que  por  alabarse  amado 
de  las  que  más  altas  son, 
no  hay  soldado  fanfarrón 
como  un  amante  acostado. 

A  mí  me  importa  matar 
o  al  Conde  o  a  su  mujer. — 
¿  Quieres  esta  fuente  ver  ? — 
¡  Quién  la  hiciera  con  llorar ! 

¿Es  Venus? 

¿Pues  no  lo  ves? 
¡  Qué  bello  Adonis  está  ! 
¡  Oh,  cuánta  envidia  me  da, 
Venus,  tu  Adonis  francés ! 

Bien  llora  Venus  partirse 
su  amante. 

Como  era  diosa, 
a  su  tragedia  llorosa 
comenzaba  a  prevenirse. 

(Sale   Carlos.) 

]Mejor  pudiera  llorar 
quien  te  ha  perdido,  señora, 
y  de  cobrarte  no  tiene 
sola  una  esperanza  loca. 
¿Qué  es  esto? 

No  te  alborotes: 
im  mármol  que  estaba  agora 
en  aquesta  fuente  soy. 
¿Tú  mármol? 

Mármol  y  roca 
de  paciencia  y  sufrimiento, 
y  de  fuente  es  justa  cosa, 
porque  se  convierta  en  ella 
quien  tantas  desdichas  llora. 
¡  Ay,  Flordelís,  ya  casada  ! 
¡  Ay,  Flordelís,  cuyas  hojas 
miran  marchitas  mis  ojos, 
hojas  con  que  ya  me  enojas ! 


298 


LA   LOCURA   POR  LA  HONRA 


Si  tu  amor  fuera  verdad, 
a  la  mano  poderosa 
de  mi  padre  resistieras 
con  una  palabra   sola. 
Ya  es  hecho;  ya  no  es  posible 
que  el  fuerte  lazo  se  rompa 
si  no  le  corta  la  muerte, 
término  y  fin  de  las  bodas. 
Dame,  Flordelís,  licencia 
que  mate  al  Conde. 

Flordelís.  No  pongas, 

Carlos,  la  imaginación 
noble  en  tan  sangrientas  obras. 
lEl  Conde  no  tiene  culpa, 
la  desdicha  fué  forzosa. 
Yo  te  amaba ;  el  Rey  lo  quiso ; 
olvida,  y  tendrás  vitoria 
de  esos  fuertes  pensamientos 
que  te  afligen  y  congojan. 

Carlos.       ¿'Qué  olvide?  ¿Cómo  es  posible? 
¿  Cuál  hechicera  famosa ; 
qué  Circe  ni  qué  Medea, 
qué  hierbas,  flores  y  rosas 
de  los  montes  de  la  luna 
son  para  amor  provechosas? 
Ya,  Flordelís,  te  casaste ; 
ya  de  Floraberto  gozas ; 
no  te  ofenda  mi  remedio, 
dame  esas  manos  hermosas. 

Flordelís.  ¡Jesús!  ¿Qué  dices,  señor? 

¡  Suelta  !  ¿Las  manos  me  tomas? 

Carlos.       ¡  Hermana,  hermana,  deten 
esta  sirena  engañosa. 

Blanca.       Ea,  Flordelís,  ¿qué  es  esto? 
¿Parécete  justa  cosa 
que  este  loco  mate  al  Conde 
si  le  desprecias  agora? 
Dale  esa  mano,  detente, 
no  te  muestres  desdeñosa, 
que  a  la  sombra  del  secreto 
duerme  segura  la  honra. 
Ea,  Flordelís. 

Flordelís.  Pues,  Blanca, 

¿  tú,  de  mi  honor  protectora, 
me  has  traído  con  engaño 
adonde  el  honor  me  roban? 

Blanca.       ¡Ea,  que  le  quieres  bien! 
Mira,  Flordelís,  que  llora : 
mujeres  somos,  no  piedras; 
nuestras  resistencias  topan 
en  el  punto  del  secreto. 
Cuando  a  Carlos  correspondas. 


¿  no  te  fiarás  de  mí  ? 
Flordelís.  No  me  vuelvas  a  las  olas 

del  mar  del  amor  pasado, 

que  entonces  era  señora 

de  toda  mi  libertad, 

y  ya  es  de  otro  dueño  toda. 
'    No  te  niego  que  yo  quiero 

al  Príncipe;  mas,  ¿qué  importa, 

estando  sin  libertad? 
Blanca.       Flordelís,   libertad   sobra 

mientras  el  amor  no  falta; 

quiérele  bien  a  mi  sombra, 

que  no  ha  de  costarte  nada 

de  tu  opinión  generosa. 
Isabela.       Señoras,   el  Conde  viene. 
Carlos.       ¿Qué  he  de  hacer? 
Blanca.  Ya  no  te  escondas. 

{Sale  el   Conde-) 

Conde.       Con   tan   justa    ocupación, 

disculpada  está  mi  esposa 

de  haberla  esperado  tanto. 
Flordelís.  Con  disculpa  tan  notoria 

me  atreví.  Conde,  a  tardarme. 
Blanca.      ¿Que  tales  palabras  oiga? 
Carlos.       Pues  Conde,  ¿  es  buena  la  vida 

de  los  casados? 
Conde.  Dichosa 

por  extremo,  si  los  dos 

las  voluntades  conforman. 
CARLOS.       ¡  Bien  se  dirá  por  las  vuestras ! 
Conde.       Los  méritos  os  respondan 

de  Flordelís,  pues  a  un  ángel 

¿quién  no  le  estima  y  adora? 
Flordelís.  Mejor,  Conde  mi  señor, 

vuestra  gallarda  persona 

mi  voluntad  asegura. 
Conde.       Besar  tus  manos  me  toca. — 

Dadle,  señora,  licencia, 

que  le  aguarda  en  la  carroza 

su  recién  venido  padre. 
Blanca.       Partid  los  dos  en  buen  hora 

y  mil  años  os  gocéis. 
Carlos.      Conde,  adiós ;  tened  memoria 

de  verme. 
Conde.  Soy  vuestro  esclavo. — 

Y  vuestro  más. 
Flordelís.  ¡  Qué  lisonjas  ! 

(Los  dos  se  van  de  las  manos.) 
Blanca. 
¿Iguálase  a  mi  mal  algún  tormento? 


ACTO    SEGUNDO 


299 


Carlos. 
¿Qué  tormento  cruel  se  iguala  al  mío? 

Blanca. 

Si  esto  han  visto  mis  ojos,  ¿qué  confío? 

iCarlos. 
j  Que  baste  a  tanto  mal  mi  sufrimiento  ! 
Blanca. 
¿En  qué  piensa  parar  mi  pensamiento? 

Carlos. 
¿  Qué  fin  piensa  tener  mi  desvarío  ? 

Blanca. 
¡  Ya  toda  mi  esperanza  al  viento  envío ! 

Carlos. 
¡  Ya  toda  mi  esperanza  lleva  el  viento  ! 

Blanca. 
i  Qué  locura  es  llorar  las  cosas  hechas ! 

Carlos. 
i  Loco  es  quien  fía  de  palabras  dichas  ! 

Blanca. 
¡  Declaradas  murieron  mis  sospechas  ! 

Carlos. 
¿Quién  confía  en  promesas? 

Blanca. 

¿Quién  en  dichas? 
Carlos. 
\  Todo  es  penas  amor ! 

Blanca. 

¡  Todo  es  endechas  ! 
Carlos. 
¡  Todo  es  celos  amor ! 

Blanca. 

i  Todo  es  desdichas  ! 


ACTO  SEGUNDO 

i^Saien  criados  con  ramos  de  árboles  y  flores,  los 
músicos  con  sus  instnimenfos,  Florante  y  Ri- 
cardo, caballeros,  y  Carlos  detrás,  todos  en  há- 
bito de  noche.) 

Carlos.  Pasad  todos  adelante, 

que  con  aqueste  disfraz 

podremos  sacar  en  paz 

pensamiento  semejante. 
Florante.       ¿Usa  París  estos  días 

toldar  las  puertas  así? 


Ricardo.    Ayer  enramadas  vi 

las  de  unas  vecinas  mías 

y  tuve  no  sé  qué  celos. 
Guárdate,  que  no  Jos  des. 
Carlos.      Con  el  hábito  que  ves 
remediaré  mis  desvelos. 

Porque  en  el  traje  villano 
no  han  de  presumir,  en  fin, 
que  fué  de  Francia  el  Delfín 
quien  aquí  puso  la  mano. 

Poned  árboles  y  flores 
a  umbral  que  con  miedo  piso, 
aunque  aqueste  paraíso 
los  tenga  dentro  mejores. 

Que  la  Flordelís  que  agora 
en  brazos  del  Conde  está, 
más  divina  flor  será 
que  cuantas  vierte  el  aurora. 

¿Qué  limo,   salvia  o  sanguina, 
qué  guileñas  de  azul  flor, 
qué  lirio  o  poma  de  amor, 
qué  jacinto,  qué  inclintina, 

qué  angélica,  qué  azucena, 
qué  clavel  de  buena  ley, 
qué  flor  corona  de  rey, 
qué  ajedrea,  qué  verbena, 

qué  narciso  o  mejicana, 
qué  albahaca,  qué  brusela, 
qué  violeta  o  cidronela, 
qué   trébol,   qué   valeriana 

no  están  dentro  del  jardín 
desta  casa  venturosa, 
aunque  en   Flordelís  hermosa 
no  hay  más  que  rosa  y  jazmín? 
Florante.       No  queda  mal  entoldado. 
Ricardo.     Así  el  campo  se  entapiza, 
mejor  que  de  tela  riza 
y  del  precioso  brocado. 
Carlos.  Si  yo  pudiera,  en  lugar 

destos  verdes  mirabeles, 
manutisas  y  claveles, 
pempinelas  y   azahar, 

pusiera  perlas,  diamantes, 
girasoles   }'■    rubíes, 
espinelas,   carmesíes 
y  carbuncos   rutilantes. 

Compusiera    estas   guirnaldas, 
en  vez  de  verdes  paisajes, 
de  topacios  y  balajes, 
de  amatistes  y  esmeraldas. 

No  quedara  plata  ni  oro 
que  no  relumbrara  aquí. 


300 


LA   LOCURA   POR   LA  HONR-\ 


y  aun  a  ser  posible  a  mí 
pusiera  al  sol  por  tesoro. — 

Cantad  en  rústico  son, 
para  ser  desconocidos. 

Ricardo.    Todos  estarán  dormidos. 

Carlos.       ¡  Qué  servicio  y  qué  canción ! 

(Canten.) 

"¿Cuándo  saliredes,  alba, 

alba  galana, 

cuándo   saliredes   alba  ? 
Una  voz.    Alba  más  bella  que  el  sol. 
Todos.        Alba  galana. 
Voz.  Alba  de  las  dos  estrellas. 

Todos.         Linda  serrana. 
Voz.  ¿iCuándo  verán  mis  ojos 

Todos.         luces  tan  claras? 

¿Cuándo  saliredes,  alba, 

alba  galana, 

cuándo  saliredes,  alba  ?" 
Carlos.  Extraño   deleite   dan 

esas  canciones  de  amor. 
Florante.  En  estilo  labrador, 

¡  qué  bien  sus  cifras  están  ! 
Carlos.  ¡  Ah,  Dios,  que  duerma  un  dichoso 

al  lado  de  su  mujer 

y  otro  no  pueda  tener 

a  sus  umbrales  reposo ! — 
Cantad  otra  vez,  cantad; 

espántense  tantas  penas, 

que  aunque  del  mar,  sus  arenas 

no  han  de  tener  igualdad. 
Una  voz.         "¿  Cuándo   saldréis  a  dar  vida  ? 
Todos.        Alba  galana. 
Voz.  La  que  en  el  cielo  se  afeita. 

Todos.         D'e  nieve  y  grana. 
Voz.  Despertad,  alba  divina. 

Todos.  Que  el  sol  aguarda. 

cuándo  saliredes   alba? 

alba  galana, 

cuándo  saliredes,  alba  ?" 
Ricardo.         ¡  Cuerpo  de  tal,  no  cantéis, 

que  anda  gente  en  el  zaguán ! 
Carlos.       Mas,  ¿que  sentido  nos  han? 
Florante.  Más  son  de  cuatro  y  de  seis. 
Carlos.  Caballos  suenan. 

Ricardo.  Sospecho 

que  el  Conde  fuera  se  va. 
Carlos.       ¿Fuera,   Ricardo?   ¡Ojalá, 

y  de  Flordelís  del  pecho ! 
Florante.       Las  puertas  abren. 
Carlos.  Camina, 


que  no  es  mucho,  en  vez  de  salva, 
que  habiendo  llamado  al  alba 
le  corra  al  sol  la  cortina. 

{Éntrese,  y  salga  Mirón,  de  caza.) 

Mirón.  ¿Qué  borrachería  es  ésta? 

¿Grita  y  música?  ¿Qué  es  esto? 
¿Arbolitos  nos  han  puesto? 
¡  No  ha  estado  mala  la  fiesta ! — 
Señor,  qué  digo,  señor. 

(Sale   el    Conde,    de   caca.) 

Conde.        ¿Qué  das  voces? 

Mirón.'  Aunque  el  día 

apenas  al  mundo  envía 
su  primer  embajador, 

e.l  olor  podrá  avisarte 
de  que  nuestra  puerta  han  hecho 
jardín,  del  umbral  al  techo, 
a  pura  fuerza  del  arte. 

Conde.  Basta,  que  tienes  razón. 

Mas,  ¿  cómo  ? 

Mirón.  Yo  no  lo  vi. 

Conde.        ¿Pues  hay  doncellas  aquí? 

Mirón.       Víspera  de  la  Ascensión 
acostumbran  labradores 
del  arrabal  de  París...         (Aparte.) 

Conde.        No  me   agrada,  Flordelís. 

Mirón.        Poner  árboles  y  flores 

adonde  requiebros  tienen; 
en  casa  debe  de  haber 
a  quien  se  puedan  poner, 
pues  a  ponérselos  vienen. 

Conde.  ¿  Están  esos  cazadores 

todos  a  punto? 

]\IiRÓN.  Ya  están 

haciendo    campo   el   zaguán; 
perros,  caballos  y  azores    ' 

ya  danzan  por  las  f^escuras, 
adonde  correrlos  sueles, 
los  unos   con   cascabeles, 
los  otros  con  herraduras. 

Aunque  el  sol  agora  abrasa, 
no  hayas  miedo  que  nos  venza, 
pues  que  ya  el  bosque  comienza 
desde  la  puerta  de  casa. 

Conde.  ¿Ha   venido   Lisuarte? 

(Sale   Lisuarte,   caballero,   de   casa.) 

Lisuarte.  Bien  puedo  yo  responder, 
pues  llego  a  tiempo  de  ser 
quien  puedo  respuesta  darte. 


ACTO    SEGUNDO 


301 


Conde.  Vengas,  Lisuarte  amigo, 

muchas  veces  norabuena, 
que  ya  me  tenías  con  pena 
de  no  caminar  contigo. 

Lisuarte.       Para    recién    desposado 

presto  el  bosque  te  despierta, 
que  aun  entendí  que  a  la  puerta 
un  hora  hubiera  llamado. 

Conde.  Habiendo  de  caminar. 

no  es  bien  aguardar  al  sol. 

Mirón.        No  hay  tan  lindo  guardasol 
como  el  gentil  madrugar. 

Conde.  ¿  No  acaban  ya  de  salir  ? 

Lisuarte.  ¡  Buena  vuestra  puerta  está ! 

Quien  esto  tiene,  ¿a  qué  va?  , 
porque  puede   competir 

con  el  campo  más  florido. 
Aquí  parece  que  ha  estado 
el  conejuelo   acostado 
y -el  pardo  ciervo  dormido. 

Parece  que  ha  de  salir 
el   jabalí    destas   ramas, 
y  la  liebre  destas  camas, 
y  entre  ellas  mismas  huir. 

Conde.  Pienso  que  anda  un  labrador 

por  estas  puertas  de  amores. 

Lisuarte.  Son  sus  árboles  y  flores 
claros  indicios  de  amor. 
Alegría  me  han  causado. 

Conde.        ¡  A  mí  ninguna,  por  Dios  ! 

{Sale    RiNiERO^    escudero    viejo.) 

RiNiERO.      ¡  Oue  dé  romadizo  y  tos 

a  quien  tal  se  ha  levantado ! 

i  Ahorqúense  los  azores, 
los  perros  y  los  caballos, 
que  parecen  madrugallos 
mañana  de  cardadores ! 
¿  Arbolitos  hay  aquí  ? 
Aprisa  me  he  levantado, 
pues  en  la  taberna  he  dado. 

Conde.        ¿  Quién  es  ? 

Riniero.  Yo  soy. 

Mirón.  ¿  Quién  vay  ahí  ? 

RiNiERO.         Un   escudero  que  han  hecho 
venir  a  buscar  el  alba 
primero  que   le  haga   salva 
la  calandria  en  el  barbecho. 

¿  Dónde  vas,  que  aún  no  pregonan 
aguardiente  y  letuario, 
ni  al  aurora  en  campanario 
la  primer  música  entonan? 


No  hay  labrador  que  haya  puesto 

a  las  muías  el  arado, 

ni  amante  que  haya  dejado 

por  miedo  del  alba  el  puesto. 
No  hay  espejo  que  a  mujer 

haya  pedido  color, 

ni  visto  a  enfermo  dotor, 

ni  él  pedido  de  beber. 
Conde.  ¿Vos,  por  dicha,  habéis  bebido? 

RiNiERo.     Los  árboles  me  han  brindado. 
"Conde.        ¿Cómo,  o  quién  os  ha  llamado? 

i  Mal  hecho,  por  Dios,  ha  sido ! 
Riniero.         Isabela  me  dio  voces 

que  mi  señora  salía. 
Conde.        ¿Ella?  ¿Cómo? 
Riniero.  Pensaría 

mal;  a  Isabela  conoces, 
que  me  daba  pesadumbre. 
Mirón.        No  mintió,  pues  ella  viene. 
Conde.        Ya  el  aurora  su  sol  tiene, 

dile  al  sol  que  3'a  no  alumbre. 

(Sale  Flordelís  y  Isabel.) 

Flordelís.     ¿Tan  de  mañana,  mi  bien? 
Conde,         Miedo   del  calor   lo  ha  hecho. 
Flordelís.  Que  os  he  cansado  sospecho... 
Conde.        No  habéis  sospechado  bien. 

Ni  es  mucho  haber  madrugado 
quien  esta  noche  durmió 
teniendo,  cual  tuve  yo, 
alba  tan  hermosa  al  lado, 

que  claro  está  que  su  lumbre 
me  había  de  despertar. 
Flordelís.  Suele  a  los  que  duermen  dar 
cualquiera  luz  pesadumbre. 
Por  eso.  Conde,  sospecho 
que  nombre  de  luz  me  dais. 
Conde.        ¿Cómo,  si  vos  me  alumbráis 
ojos,  alma,  vida  y  pecho? 

No  habéis,  señora,  acertado 
en  dejar  vuestro  sosiego; 
que  os  volváis,  mi  vida,  os  ruego, 
que  habéis  el  tiempo  trocado. 

Pues  como  apenas  agora 
se  ve  su  rojo  arrebol, 
no  es  justo  que  salga  sol 
antes  que  salga  el  aurora. 
No  tengáis  queja  de  mí 
que  tan  de  mañana  salgo, 
pues  de  la  noche  me  valgo 
por  no  ver  lo  que  perdí. 
Flordelís.      El  cielo  os  lleve  con  bien, 


!32 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


que  no  es  justo  deteneros, 
por  el  mal  que  puede  haceros 
el  sol,  mis  ojos,  también. 

Que  del  os  guardéis  os  pido. 
'Conde.        Ya  no  iré  sin  él,  mis  ojos, 
habiendo  sus  rayos  rojos 
de  vuestros  ojos  nacido. 
Y  por  los  míos,  señora, 
que  en  mi  ausencia  os  regaléis. 
Flordelís.  ¿ Cuándo,  mi  bien,  volveréis? 
Conde.        No  lo  sé,  mi  vida,  agora; 
pero  la  palabra  os  doy 
que  lo  más  presto  que  pueda. 

(Salen   tres  o  cuatro  cazadores,   Fierres,   Lanfredo, 
Marín,    con   algunos  perros   y   venablos.) 

Fierres.      Yo  sé  muy  bien  la  vereda, 

porque  ejercitado  estoy 
en  todo  ese  monte  bien, 

y  es  de  eso  en  tiempo  de  nieve. 
Marín.        Antes  que  te  partas,  bebe, 

y  brinda  a  los  dos  también. 
Conde.  Mi  gente  se  va  llegando; 

adiós,   bella   Elordelís. 
Mirón.        Las  campanas  de  París 

están  al  alba  (i)  tocando. 

Daos  los  brazos,  que  perdemos 

tiempo. 
Flordelís.  No  me  deja  amor. 

Adiós,  Conde  mi  señor. 
LisuARTE.  ¿  Partimos  ? 
Conde.  Partir  podemos. 

Mirón.  ¿Tú  qué  dices,  Isabela? 

¿Quieres  algo  desta  caza? 
Isabela.       Que  la  compres  en  la  plaza 

sin  correr  tras  la  que  vuela, 
que  hay  un  refrán  español 

que   suele   decirlo   así. 
Mirón.        ¿Tengo  de  decirte  a  ti 

esto  de  la  aurora  y  sol? 
Isabela.  En   eso   se  desvanece. 

Oiga :  pues  a  caza  va, 

tráigame  un  ciervo  de  allá. 
Mirón.        ¿Con  qué  puntas? 
Isabela.  Doce  o  trece. 

Mirón.  ¡  Fuego  de  Dios  en  tu  gusto ! 

El  'Conde  se  parte.  Adiós. 
Isabela.      Mire  que  no  falten  dos, 

que  me  dará  gran  disgusto. 
Mirón.  Si  alguna  trajere  menos. 


(i)     En    el   original:    "alma",   por   errata. 


tú  la  podrás  añadir. 
LisuARTE.  Conde,  ¿podemos  ya  ir? 
Conde.        Poned  mochilas  y  frenos, 

hola,  los  que  habéis  tardado, 

y  seguidme. 
Fierres.  ¿Q^^^   rocín 

lleva  el  almuerzo? 
Conde.  Marín, 

Fierres,  lo  lleva  en  cuidado. 

(Todos  'se  van   con  ruido,  y   quédese  allí   Flordelís 
con   Isabela.) 

Isabela,  Sospecho    que    deseabas 

ver  partido  a  Floraberto. 

Flordelís.  Sospechabas   lo  más   cierto 
y  en  lo  más  seguro  estabas. 

Isabela.  ¿Reparas  en  el  jardín 

que  a  nuestras  puertas  han  puesto? 
"¿Quién,  señora,  le  ha  compuesto? 
Y  en  casa,  ¿  para  qué  fin  ? 

Que  aunque  yo  no  entiendo  mucho 
pienso  que  no  estás  contenta. 

Flordelís.  ¡  Ay,  Isabela !,  está  atenta. 

Isabela.      Ya,  mi  señora,  te  escucho. 

Flordelís.     Yo  me  levantara  un  lunes, 
un  lunes  de  la  Ascensión, 
cuando  el  capitán  del  cielo 
fué  a  tomar  la  posesión 
antes  que  el  alba  saliese, 
con  rojo  y  blanco  arrebol. 
Para  ver  si  amanecía 
me  puse  en  un  mirador, 
sobre  los  hombros  revuelto 
im  faldellín  de  color. 
Hallé  mi  puerta  enramada 
toda  de  un  verde  limón, 
que  desde  la  celosía 
pudiera  alcanzar  la  flor. 
Alamos  blancos  y  negros, 
que  tales  mis  dichas  son : 
negros  por  mi  triste  luto, 
blancos  porque  en  blanco  estoy. 
Muchos  jazmines  y  trébol, 
todos  espirando   olor. 
Entre   azucenas  y  lirios, 
casto,  aunque  celoso,  amor. 
No  me  la  enramó  escudero, 
ni  hijo  de  labrador, 
ni  hidalgo  de  espada  en  cinta 
y  capa  con  guarnición; 
enramómela  don  Carlos, 
hijo   del   Emperador; 


ACTO   SEGUNDO 


503 


Isabela. 


don  Carlos,  delfín  de  Francia, 
que  seis  años  me  sirvió : 
palabra  de  ser  mi  esposo 
una  y  mil  veces  me  dio. 
Tuvo  envidia  la  fortuna; 
el  Rey  su  amor  sospechó; 
lisonjeros  de  palacio 
le   contaron  mi  afición. 
-Casóme   con   Floraberto; 
sin  gusto  casada  estoy; 
pensé  yo   llamarme   Alteza, 
señoría  apenas  soy. 
Si  tristes  paso  los  días, 
las  noches   infiernos   son; 
con  lágrimas  de  mis  ojos 
bañando   estoy  mi  labor, 
por  ser  para  Floraberto, 
tirano  de  mi   afición. 
Cada  vez  que  con  la  aguja 
puntadas  en  ella  doy, 
en   su   corazón   quisiera 
que  fueran  un  pasador. 
ÍEspera,  señora  mía, 
que  siento  cerca  rumor. 


{Salen    Carlos    y    Florante^    embozados.) 

Flordelís.  Un  hombre  a  nosotras  viene. — 
¿Sois,  amigo,   cazador? 
Si  buscáis  a  Floraberto 
poco  habrá  que  se  partió; 
como  es  tan  grande  París, 
aún  no  habrá  salido,  no. 
Quitaos  la  capa  del  rostro, 
que  me  habéis  puesto  temor. 

Carlos.       Flordelís   hermosa   y  bella> 
no  soy  cazador  que  voy 
al  monte  con  Floraberto, 
indigno   de   tu   valor; 
Carlos  soy,  delfín  de  Francia, 
aquel  tu  primer  amor 
que  pensó  casar  contigo, 
mas  la   envidia  lo   estorbó. 
j  Qué  de  dolor  que  me  cuestas ! 
¡Ay,  Dios,   si  de  mi  dolor, 
ya  que  no  puedes  ser  mía, 
tuvieses  hoy  compasión ! 
jAy,   quién   pudiese   una   noche 
ser  venturoso  ladrón 
de. los  brazos  que  desprecia 
quien  al  alba  te  dejó. 

Florante.  Bien  podéis,  señor  don  Carlos, 
la  que  viene  y  otras  dos: 


Flordelís, 


Carlos. 


Flordelís. 
Carlos. 


Flordelís 


Carlos. 


Flordelís 

Carlos; 
Flordelís 

Carlos. 


Floraberto  es  ido  a  caza 
a  los  montes  de  León, 
de  donde  no  vuelva  vivo 
a  París,  y  plega  a  Dios 
que  rabia  mate  sus  perros 
y  un  águila  su  falcón. 
Ahogúesele    el   caballo, 
o  arrástrele,  que  es  mejor; 
los  colmillos  le  atraviese 
un  jabalí  gruñidor, 
cuyas  espumas  sangrientas 
dicen   que   veneno    son. 
Por  tirar  a  alguna   fiera, 
con .  un  dardo  volador 
le   mate   el   mayor   amigo 
y  caiga  por  el   arzón, 
tiñendo  las  verdes  hierbas 
del   rojo  y   sangriento  humor; 
o   cayendo   en  la   celada 
de  un  africano  feroz, 
lanzada  de  moro  izquierdo 
le    atraviese   el    corazón. 

Advierte,  señor,  que  siento 
que  la  gente  se  levanta, 
y  el  verte  es  sospecha,  y  tanta, 
que  ha  de  impedir  tu  contento. 

Mira   que   podría    ser 
que  el  Duque  se  levantase. 
Haz,  amor,  que  el  día  pase 
para  que  te  vuelva  a  ver; 

que  si  eres  sol,  bien  podrás  . 
dar   a   la   noche   licencia 
con  esconder  tu  presencia. 
En  fin,   ¿mi  señor,  te  vas? 

Es  tu  padre  Balduino 
hombre  a  quien  tengo  respeto, 
y  de  eso  estoy  inquieto. 
De  todo  respeto  es  diño, 

pues  que  se  le  tiene  el  Rey. 
Mirad  que  si   el  viejo  sale, 
ninguna  disculpa  os  vale.    . 
A  nadie  amor  guarda  ley. 

Hazle    recoger   temprano 
esta  noche,   porque  sea 
larga,  como  amor  desea. 
,  Todo  advertimiento  es  vano 

a  quien  tiene  el  que  te  tengo. 
Guárdete  el  Cielo. 

Hasta  ser 
tuya. 

Y  mi  propia  mujer 
si  a  tener  el  cetro  vengo. 


504 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


Isabela.         A  mucho  te  has  atrevido : 
no  sé  si  lo  has  acertado, 
que  tienes  un  padre  honrado 
y  un  arrogante  marido. 

Y  aunque  está  el  marido  ausente, 
el  padre  dentro  de  casa, 
que  si  sabe  lo  que  pasa 
no  habrá  rigor  que  no  intente. 

Porque  de  tan  gran  soldado, 
¿qué  piedad,  señora,  esperas? 
Flordelís.  Si   quisieras,  bien   supieras 
si  es  amor  determinado. 

Amor  no  teme  la  muerte; 
yo  tengo  sola  una  vida: 
ésa  por  Carlos  perdida, 
¿qué  más  venturosa   suerte? 

(Vayanse,   y    salgan    los   caladores   y    Li'suarte    con 
mucha  grita,  y   detrás   Mirón  y  el   Conde.) 

Fierres. 
For  esos  trigos  se  metió  ligero. 
Lisuarte. 
Tengo  por  imposible  que  se  esconda. 

Conde. 
Tarde  para  seguille  me  parece. 

Mirón. 
Si  cazamos  así  por  los  caminos 
y  cerca  de  Farís  nos  detenemos, 
¿para  qué  vamos  a  León  de  Francia? 

Lisuarte. 
Si  sale  la  ocasión,  ¿de  qué  te  admiras? 
Lanfredo. 

Allí  ladran  los  perros;  ya  le  tienen; 
pues  muerto  le  verás  si  le  detienen. 

Conde. 
Camina,  Lisuarte;  y  si  por  dicha, 
con  la  tiniebla  de  la  escura  noche, 
te  perdieras  de  mí,  junto  a  esos  árboles 
espera  la  mañana  con  la  gente. 

LlUSARTE. 

¿Dónde  te  quedas? 

Conde. 
En  aquesta  fuente. 

{Vanse   todos,  y   el   Conde    asga  a  Mirón.) 
Tente,  Mirón. 


Mirón. 
¿Qué  quieres? 

Conde. 

Que  me  escuches. 
Mirón. 
¿  Agora  me  detienes  ? 

Conde. 
Esto    importa. 

Mirón. 
Pues   cuéntame,   señor,   por  detenido; 
aunque  esto  de  la  caza  y  correr  toros 
hasta  escuchar   las   voces   hay  cordura; 
que  en  oyendo  el  rumor,  todo  es  locura. 

Conde. 

Yo  te  he  sacado,  de  hombre  vil  y  bajo, 
al  lugar  en  que  estás. 

Mirón. 
¡  Válgame  el  cielo  ! 
¿  Hame  la  envidia  descompuesto  acaso  ? 

Conde. 
No  es  cosa  tuya,  no,  Mirón;  que  es  mía, 
y   cosa  de  que  estoy  de   tal  manera, 
que  la  fío  de  ti,  porque  en  los  males 
hasta  las  piedras  hacen  compañía. 

Mirón. 
Señor,  ¿qué  tienes?  ¿Tú  con  ojos  tristes 
y  casi  enternecido?  Si  por  dicha 
de  mi  señora  Flordelís  te  matan 
soledades  de  amor,  ¿para  qué  vienes 
por  bosques  y  montañas  deste  modo, 
que  quien  ama  en  amor  lo  goza  todo? 
Los  jardines,  los  bosques  y  las  cazas, 
el  juego,  los  caballos,  los  amigos, 
los  libros,  los  banquetes,  los  regalos, 
todos  los  tiene  en  lo  que  amó  quien  ama : 
aquello  todo,  como  ves,  le  llama. 
Cuando  dice  un  amante  a  lo  que  quiere 
"mis  ojos",  ¿qué  confiesa?  Que  es  sus  ojos; 
cuando  dice  que  es  vida,  que  es  su  vida; 
cuando  dice  su  alma,  que  es  su  alma; 
cuando  dice  su  gusto,  que  es  su  gusto, 
y  desta  suerte  lo  demás  que  sabes, 
porque  infinitamente  deste  modo 
en  lo  que  se  ama  se  resuelve  todo. 

Conde. 
¿Has  dicho  alguna  cosa? 


ACTO   SEGUNDO 


305 


Mirón. 

i  Bueno  vienes; 
ni  el  alma  aquí  ni  las  potencias  tienes ! 

Conde. 
Yo  tengo  de  volver  a  París. 
Mirón. 


;  Cuándo  ? 


Esta  noche. 


Conde. 

Mirón. 
Esta  noche  ? 


CONDt 


;  Oué    te    admiras  ? 


Mirón. 
Si  amabas  desa  suerte,  no  vinieras. 
Mas  bien  puedes,  señor,  volver  al  alba, 
sin  que  los  cazadores  te  echen  menos. 
Mas  llevándote  amor,  ¿  cómo  es  posible  ?, 
que  llegar  y  volver  es  imposible. 
Amor  los  días  juzga  breves  horas; 
los  meses  días,  y  los  años  meses. 

Conde, 
No  me  lleva  el  amor. 

Mirón. 

¿Pues  qué  te  lleva? 

Conde. 
¡  Celos,  celos.  Mirón ;  celos  rabiosos ! 

Mirón. 
¿  Celos  de  Flordelís  ?  ¿  Celos  de  un  ángel  ? 

Conde. 
Nunca,  Mirón,  de  mujer  ángel  fíes. 

Mirón. 
¿  De  dónde  te  ha  venido  el  pensamiento 
de  tanto  desatino? 

Conde. 
Estáme  atento. 
Pero,  ¿de  qué  me  sirve  darte  parte 
de  que  la  vi  escribir  secretamente, 
de  que  la  he  visto  suspirar  de  noche 
y  dar  vueltas  dormida,  porque  el  fuego 
del  alma  quita  entonces  el  sosiego? 

Mirón. 
Amor,  desatinado,  te  ha  engañado. 


Conde. 

Ni  es  amor  el  que  no  es  desatinado. 

¡Oh,  plega  a  Dios,  [Mirón,  que  yo  me  engañe! 

Pero  de  la  manera  que  se  mira 

el  sol  por  el  cristal,  o  la  tristeza 

por  el  semblante,  o  la  cruel  envidia 

cuando  se  dice  mal  del  bien   ajeno, 

así  se  ve  el  amor  por  el  semblante, 

que  todo  es  lengua  y  ojos  un  amante. 

Mirón. 
¿  Pues  quién  sospechas  tú  ? 

Conde. 

Nadie  sospecho. 

Mirón. 
Y  así  debe  de  ser  lo  que  imaginas. 

Conde. 
Toma  el  camino  de  París  y  vamos, 
que  la  disculpa  es  fácil,  pues  diremos 
que  fué  fineza  si  no  hubiere  nada. 

Mirón. 
¿  Cómo  entrarás? 

Conde. 
Yo  tengo  prevenidas 
todas  las  llaves. 

Mirón. 
No  te  doy  consejo. 

Conde. 
Ni  le  tomara  yo. 

Mirón. 
Pues   alto,   pica, 
que    amor    descansa    averiguando    celos. 

Conde. 
i  Qué  de   infiernos,   amor,   tienen  tus   cielos ! 

{Vaiise,    y    salen    Flordelís    y    Isabela.) 

Flordelís.      ¿Está  ya  el  Duque  acostado? 
Isabela.      Y  su  gente  recogida; 

pero  no  he  visto  en  mi  vida 

escudero  tan  pesado : 

dándole  están  libramientos 

los  pajes  y  él  en  la  sala. 
Flordelís.  ¡  Pues   échale   noramala  ! 
Isabela.      Dice  mil   atrevimientos. 

Ya  he  rogado  a  Leonardico 

que  le  persiga. 
Flordelís.  Estos  son. 

Isabela.      Retírate. 

20 


306 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


Flordelís.  ¡  Qué  ocasión  ! 

Isabela.       Que  te  escondas  te  suplico. 

{Salen  RiNiERO,  escudero;  Leonardo,  Fabio  y  Celio, 
paje,^.) 


Rimero. 

Leonardo. 

Fabio. 

Celio. 

RlNIERO. 


Leonardo. 

Fabio. 

Celio. 

Fabio. 

Leonardo. 

Fabio. 


Riniero. 

Celio. 

Riniero. 

Leonardo, 

Riniero. 

Fabio.' 

Riniero. 


Leonardo. 


Riniero. 

Leonardo 

Riniero. 


¡  Por  vida  del  Rey,  picaños, 
que  si  pican,  que  he  de  hacer 
un  desatino,  aunque  ayer 
cumplí  setenta  y  dos  años  ! 

Pues  díganos  solamente 
si  fué  nieto  de  Caín. 
Eso  no,  que   en   un   rocín 
le  hubo  cierto  pretendiente,. 

Yo  sé  quien  le  ha  conocido 
mochuelo  enjerto  en  hurón. 
¿Mas  que  he  de  dar  un  hurgón 
a  un  bellaco  mal  nacido? 

Sepan  que  tengo  mis  bríos, 
que  soy  hombre  principal. 
¿  Principal  ? 

No  dice  mal. 
Antes  dice  desvarios. 

Yo  en  esta  razón  lo  fundo. 
Dígala,  a  ver. 

Digo  yo 
que  es  principal  quien  nació 
en  el  principio  del  mundo. 

¡Desemejada    frialdad, 
por  el  siglo  de  mi  abuelo ! 
¿  No  parece  burro  en  pelo  ? 
i  Otra  que  tal  necedad  ! 

Pues   aquí   donde  le  ven 
fué  camello  del  Rey  Mago. 
¡  Si  un  disparate  no  hago... ! 
¡  Ea,  que  es  hombre  de  bien ! 

¡  Nunca  lleguéis  a  mis  iaños, 
racioneros   del   tinelo, 
envueltos  en  terciopelo 
y  sin  camisa,  picaños  ! 

¡  Bellacos  de  condición 
que  tan  vilmente  os  desvela, 
que   juntáis   cabos   de   vela 
para  jugar  la  ración. 

¡  Lame  platos  !  ¡  Toma  puntos ! 
¡  Sarnosos ! 

Si  se  deslengua, 
dirémosle  en  una  mengua 
todos  sus  delitos  juntos. 

¿  Qué  me  dirán  ? 

Que  es  poeta. 
¡Mienten,  que  soy  hombre  honrado: 
sólo  una  vez  he  pecado 


en  esa  maldita  seta. 
(Aquí    era    ello.) 


Isabela. 


La  condesa,  mi  señora, 
está  desasosegada 
y  deste  rumor  se  enfada. 
¿  Paréceles  que  esta  es  hora 
de  conversación  aquí? 
Leonardo.  Vamonos  abajo,  Fabio. 
Riniero.     Yo,  Isabela,  a  nadie  agravio; 
ellos  se  burlan  de  mí. 

i  Acuéstense  noramala ! 
¡  Miren  si  tienen  buen  pecho ! 
i  Qué  agujero  que  me  han  hecho 
por  la  propia  martingala  ! 

Ea,  acostaos ;  ya  se  han  ido. 
Si  no  los  manda  azotar 
yo  me  voy  a  mi   lugar; 
desde  agora  me  despido. 


Isabela. 
Riniero. 


Isabela. 
Riniero. 


(Vayanse,   salen   Carlos   y    Florante.) 

Carlos.  Con  las  llaves  que  me  diste 

adonde  me  ves  estoy, 

pero  no  sé  donde  voy. 
Isabela.      ¡  Jesús,  qué  atrevido  fuiste, 

porque  aún  no  están  acostados ! 
Carlos.       No  tiene  paciencia  amor. 
Isabela.      ¿No  sentías  el  rumor 

de  los  despiertos  criados? 
Carlos.  Ya,  Isabela,  estoy  aquí; 

reñirme  es  cosa  excusada. 

¿Flordelís  está  acostada? 
Isabela.  Yo  pienso,  Carlos,  que  sí. 
Carlos.  ¿  Dormirá  ? 

Isabela.  ¿Cómo  es  posible 

-     quien  aguarda  y  tiene  amor? 
Carlos.       ¿  Entraré  ? 
Isabela.  Sí,  mi  señor. 

Carlos.       No  hay  al  amor  imposible. 
El  alma  me  está  temblando. 

(Fase.) 

Flordelís.  Calentarla  en  mí  podéis. 
Isabela.      Aunque  temblando  me  veis, 

también  me  estoy  abrasando. 
Gente  por  la  sala  viene; 

allí  os  podéis  retirar. 
Flordelís.  Después  os  tengo  de  hablar,  (i) 


(i)     Este  pasaje   debe  de  estar  muy  alterado,  pues 
reina   en   él   mucha    confusión   y   obscuridad. 


ACTO   SEGUNDO 


307 


(Sale   el    Conde  y   Mirón.) 

Flohdelís 

Conde. 

Sosiego  la  casa  tiene. 

]\IlRÓN. 

En  tu  ausencia  luego  haría 
recoger  toda  la  gente. 

Isabela. 

¿  Si  es  este  el  Conde  ? 

Mi  RON. 

Conde. 

Detente. 

Isabela. 

¿  Que  me  detenga  ?  ¡  Desvía  ! 

Conde. 

Mira  que  soy  tu  señor. 

Isabela. 

¿El  Conde? 

Conde. 

Isabela,   sí. 

Isabela. 

¿  Conde   mi   señor,   aquí  ? 

Conde. 

Esto  puede  un  grande  amor. 

Flordelís 

Isabela. 

Albricias  voy  a  pedir. 

Mirón. 

Conde. 

Esas  quiero  yo  ganar. 

Isabela. 

Déjame  entrar. 

Conde. 

Xo  has  de  entrar. 

Conde. 

Isabela. 

Oye... 

Conde. 

No  te  quiero  oír. 

Isabela. 

i  Señora,  señora ! 

Conde. 

¡  Infame !, 

IMiRÓN. 

¿qué  das  voces? 

Conde. 

Isabela, 

¿No  me  toca? 

Conde. 

¡  Ciérrala,  Mirón,  la  boca  ! 

Flordelís 

Isabela. 

¿  Pues  qué  importa  que  la  llame  ? 

Mirón. 

Conde. 

¡  Échala  del  corredor  ! 

Flordelís. 

Mirón. 

¿  Cómo  ? 

Mirón. 

Conde. 

Tomándola  en  brazos. 

Flordelís 

Mirón. 

i  Haráse  dos  mil  pedazos  ! 

Mirón. 

Isabela. 

¡  Señor,  señor  !   • 

Conde. 

¡  No  hay  señor  ! 

{Sale    Flordelís    algo   desnuda.) 

Flordelís.      ¿  Voces  a  estas  horas  ?  ¿  Cómo 
esta  maldad  se  consiente? 

Conde.        Tente,    Flordelís,    detente. 

Flordelís.  ¿  Qué  os  parece,  mayordomo, 
de  tan  grande  libertad  ? 

Conde.        Flordelís,  ¿no  me  conoces? 

Flordelís.  ¡  Duque  !  ¡  Señor  ! 

Conde.  No  des  voces. 

Flordelís.  ¡  Mi  vida !   ¿  Tú   en  la  ciudad  ? 

Conde.  En  París  estoy.  Condesa; 

Condesa,  en  tu  casa  estoy. 

Flordelís.  ¡  Dos  mil  abrazos  te  doy  ! 

Conde.        De  que  me  los  des  me  pesa, 
habiendo  desconocido 
mi  persona  y  voz. 

Flordelís.  Señor, 

no  te  espantes,  que  el  temor 
me  quitó  vista  y  oído. 

¿Qué  buena  venida  es  ésta? 

Conde.        Desasosiegos  de  amor. 


Flordelís 

Mirón. 
Flordelís 


y  entre  mil  peligros  puesta ! 

{Sale  Mirón.) 

Desde  el  corredor  al  suelo 
la  pobre  moza  cayó, 
que  parece  que  imitó 
al  primer  ladrón  del  cielo. 

Los  cabellos  a  la  tierra, 
si  del  árbol  son  raíces, 
bien  cayeron. 

¿  De  quién  dices  ? 
¡  Llore  así  quien  así  yerra  ! 

Sesos  y  sangre  esparcidos 
las  piedras  han  esmaltado. 
De  Flordelís  ha  llegado 
nuestra  queja  a  los  oídos. 

Toma  esa  puerta,  Mirón, 
que  tengo  que  averiguar. 
Un  hombre  he  visto  pasar. 
¡  Sombras  de   mis   celos  son ! 

Voy  tras  él;  ten  cuenta  aquí. 
.Amigo,  ¿qué  tiene  el  Conde? 
Celos. 

¿  De  quién  ?  ¿  Cómo  ?  ¿  Dónde  ? 
Oye  la  respuesta. 

Di. 

Al  de  quién,  de  ti,  que  el  nombre 
basta,  pues  eres  mujer; 
al  cómo,  pudiendo  ser, 
como  es  honrado  y  es  hombre; 

al  dónde,  no  sé  qué  diga 
más  de  que  viene  a  buscar, 
si  es  aquí  donde  ha  de  hallar 
quien  a  tanto  mal  le  obliga. 

De  suerte  que  esto  responde, 
por  ser  materias  tan  graves, 
que  tú  solamente  sabes 
este  de  quién,  cómo  y  dónde. 

¿Quiéresme  dejar  entrar 
de  mi  padre  al  aposento, 
que  yo  volveré  al  momento? 
Temo  que  te  ha  de  matar 

el  Conde  si  ve  que  huyes. 
,  Pues  déjame  echar  de  aquí. 


{Dentro    el    Conde.) 

Conde,        ¡  Muere,   traidor  ! 

Florante.  i  Ay  de  mí ! 

Conde.         ¡  Si  ansí  mi  honor  restituyes ! 

Mirón.  ¿Quién  es  aquél? 

Flordelís.  ¡  Tengo  presa 


308 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


Conde. 
Mirón. 
Conde. 
Flordelís, 

Conde. 


Flordelís, 


Conde. 


Flordelís, 


Conde. 
Flordelís 


Conde. 


Flordelís 


Conde. 


Flordelís 


la  lengua,  no  acierto  a  hablar ! 
Al  Duque  quiero  llamar. 

(Sale    el    Conde.) 

¿  Adonde  está  la  Condesa  ? 

¿No  la  ves,  señor,  delante? 
¿  Con  Florante  me  ofendías  ? 
,  ¿  Yo  con  Florante  ?  En  mis  días 
hablé,  señor,  a  Florante. 

(Si  3^0  le  he  muerto  en  mi  casa 
detrás  de  un  paño  escondido, 
¿quién  quieres  tú  que  haya  sido? 
.  Oye,  y  sabrás  lo  que  pasa. 

Florante  amaba  a  Isabela; 
bien  están  muertos  los  dos. 
¡  Duélate  mi  honor,  por  Dios ! 
Todo  parece   cautela. 

¿Cuyos  eran  dos  caballos 
que  estaban  en  el  zaguán? 
.  Vuestros,  mi  señor,  serán : 
de  noche  suelen  sacallos 

por  el  calor  que  ya  veis 
y  porque  les  dé  el  frescor. 
¿Qué   miráis    el   corredor? 
¿Qué  pensáis  o  qué  teméis? 

¿Cuyas  esas  armas  son? 
Mi  padre  os  las  ha  enviado, 
presente,  al  fin,  del  soldado 
para  vuestra  condición. 

Gracias  al  Duque  por  ellas; 
espadas  me  tenía  yo. 
Mas,  ¿quién  la  capa  dejó, 
que  está  arrojada  con  ellas? 

Vuestra,  Conde  mi  señor, 
no  recibáis  pesadumbre, 
que  como  hay  tan  poca  lumbre 
parece  de  otra  color. 

Y  aquellos  pies  que  se  ven 
por  debajo  de  aquel  paño, 
¿  son  míos  ? 

A  un  desengaño 
tan  claro,  bien  es  que  os  den 

mis  propias  manos  el  cuello : 
Conde,  mandad  a  Mirón 
que  me  pase  el  corazón ; 
veisme  aquí  suelto  el  cabello 

cubriendo,  en  lugar  de  venda. 
Jos  ojos.  No  me  matéis 
vos,  porque  sangre  tenéis 
que  puede  ser  que  se  ofenda. 

Máteme  un  hombre  que  ayer 
vuestro  caballo  guiaba, 


Conde. 


Mirón 
Conde. 


porque   una   espada   tan   brava 
no  manche  tan  vil  mujer. 

Bien  has  hecho  de  ponerte 
delante  desa  vil  cara 
el  cabello,  en  que  repara 
todo  el  rigor  de  tu  muerte; 

que  por  dicha  si  la  viei;a... 
Señor,  pensémoslo  bien. 
¡  Infame,  el  brazo  deten  ! 
¿Tú  defiendes  una  i  fiera? — 
Confiésate  a  Dios,  Condesa. 
Flordelís.  A  Dios  le  pido  perdón. 
Conde.         ¡  Muere,  infame  ! 
Flordelís.  ¡  Confesión ! 

(Caiga   dentro.) 

Conde.         ¡  Del  alma  sólo  me  pesa  ! 

Mira  adonde  va   a   caer. 
Mirón.        Muy  poco  puede  vivir. 

(Vayase   iras   ella   Mirón.) 
Conde.        Hombre  acaba  de  salir. 

(Salga   en    cuerpo    don    Carlos,    descompuesto.) 

Carlos.       Conde,  ¿qué  quieres  hacer? 
Conde.  ¿Quién  eres? 

Carlos.  Soy  tu   señor. 

Conde.        ¡  Eso  no,  que  si  lo  fueras, 

no  es  posible  que  ofendieras 

vasallos  de  tanto  honor! 
Orlos.  Desvía,   Conde,   la  espada, 

mira  que  soy  el  Delfín. 
Conde.        ¡  Y  de  aquesta  casa  el  fin, 

hasta  agora  siempre  honrada ! — 
¡Cielos!,  ¿qué  teng-o  de  hacer? 
Carlos.       Haz,  Conde,  como  discreto, 

que  no  te  ofendió  el  efeto; 

la  voluntad  pudo  ser. 

(Sale  el  Duque,  viejo,  con  una  espada  y  rodela.) 

Balduino.       ¡Criados,  hola!  ¿Qué  es  esto? 

¿Ausente  el  Conde  traición?  ) 

Conde.        Duque,  vuestras  cosas  son 

las  qite  en  tanto  mal  me  han  puesto. 
Balduino.       ¿Es  el  Conde? 
Conde.  El   Conde  soy. 

Carlos.       ¡  Duque,  Duque,  el  Conde  ha  muerto 

vuestra  hija  ! 
Balduino.  Floraberto, 

¿qué  es  esto? 
Conde.  Vengando    estoy, 

Duque,  vuestro  honor  y  el  mío. 


ACTO    SEGUNDO 


309 


Carlos. 


b.vlduixo. 
Carlos. 

Balduino. 


Duque,  matalde,  que  quiere 
matarme ;  o  haced  que  espere 
antes  de  tal  desvarío 

a  que  yo  tome  mi  espada. 
¿  Quién  es  ? 

De  Francia  el  Delfín 
vuestro  señor  soy. 

¡  Qué    fin 
de  una  vejez  tan  honrada! 


{Sale    MiRÓíN.)         ^ 

Mirón.  Ya  la  Condesa  expiró. 

Conde.       Mirón,  el  Duque  está  aquí. 

B.^LDUiNO.  ¿Flordelís  es  muerta? 

]MiRÓx.  Sí, 

que   mi   señor  la   mató. 

Balduino.      Puesto  que  el  grave  dolor 
que  como  a  padre  me  aflige 
suspende  el  valor  que  rige 
un  siempre  inviolable  honor, 
digo,  aunque  perdone  amor, 
que^stá  mil  veces  bien  muerta, 
y  me   pesa  que   despierta 
no  esté  del  sueño  profundo, 
para  sacalla  del  mundo 
abriéndole  yo   la  puerta. 

Mis  brazos  quisiera  darte 
y  el  agravio  lo  resiste 
de  que  parte  no  me  diste 
para   venir   a    ayudarte. 
No  me  atrevo  a  aconsejarte, 
que   la   misma   confusión 
el  más  noble  corazón 
que  tuvo  pecho  francés 
me  tiene  puesto  a  los  pies 
de  tan  grande  obligación. 

Quisiera,    ¡oh    fortuna   avara!, 
ser  de  mi  hija  homicida, 
o  que  tuviera  otra  vida 
para  que  yo   le  quitara ; 
porque  si  bien  se  repara 
la  que  el  Conde  le  quitó 
sólo  su  agravio  vengó ; 
mas  el  mío  en  pie  se  queda, 
pues  no  hay  vida  donde  pueda 
también  quitársela  yo. 

Que  según  me  ha  de  pesar 
de  engendralla  y  no  matalla, 
volver  quisiera  a  engendralla 
para  volverla  a  matar; 
mas  débeme  consolar 
que  yo  buena  la  engendré. 


Conde. 


B.'^LDUIXO, 

Carlos. 
Conde. 


Carlos. 
Balduino, 


y  si  con  vos  no  lo  fué, 
ya  por  eso  estáis  vengado, 
que   en   habiéndola   entregado 
desobligado  quedé. 

Cuando  de  vuestro  valor 
no  estuviera  satisfecho, 
y  de  ese  invencible  pecho, 
del  africano  terror, 
bastaba,  heroico  señor, 
esa  respuesta  romana, 
que  os  dará  más  soberana 
fama  que  tuvo  Torcato, 
a  pesar  del  tiempo  ingrato 
en  la  condición  humana. 

El  Príncipe  está  delante 
deste  delito  agresor, 
con  cuya  muerte  mi  honor 
queda  libre  y  arrogante; 
pero,  señor,  no  os  espante 
esto  que  voy  a  decir: 
el  Príncipe  se  ha  de  ir, 
que  no  sé  yo  que  haya  ley 
de  honor  que  el  hijo  del  rey 
deba  por  ella  morir. 

Más  vale,  aunque  caballero 
soy  de  tan  alto  valor, 
que  yo  viva  sin  honor 
que  Francia  sin  heredero: 
morir  con  infamia  quiero, 
y  no  dejando  opinión 
que  he  cometido  traición; 
porque  la  vida  de  un  rey 
en  todo  derecho  y  ley 
es  bien  que  tenga  excepción. — 

Parte,  Mirón,  y  abre  presto 
esas  puertas  que  cerré: 
salga  con  vida,  aunque  fué 
quien  en  tanto  mal  me  ha  puesto. 
Yo  no  te  aconsejo  en  esto. 
Dame,  Conde,  tus  pies. 

¡  Vete, 
vete,  porque  no  me  apriete 
el  justo  dolor ! 

No    creo 
que  voy  con  vida. 

Deseo 
que  el  mundo  tu  hazaña  acete; 

que  bien  pienso  que  has  de  dar 
a  los  hombres  que   decir; 
pero  en  dejarle  vivir 
Francia   te   debe    alabar. 
¿  Quién    pudiera    imaginar 


310 


LA   LOCURA  POR   LA  HONRA 


más  ingenio  y  más  valor? 
Mi  hija  ofendió  tu  honor. 
¿Matástela?   Bien   hiciste. 
Y  en  la  vida  que  al  Rey  diste 
hiciste   mucho   mejor. 

A  Isabela  y  a  Florante 
mataste  por  la  traición : 
tres  muertes  bastantes  son 
para  agravio  semejante. 

(Sale    Mirón.) 

Mirón.       Ya  por  la  calle  adelante 

va  el  Príncipe  bien  contento. 
Balduino.  y  yo,  Conde,  a  mi  aposento, 

a  llorar;  que  al  Re}^  le  di 

mil  Vitorias,  y  él  a  mí 

este   triste   casamiento. 

(Fase   el  Duque.) 

Mirón.  ¡  Ah,  señor,  señor!,  ¿qué  haces, 

desnuda  la  espada  agora 
y  la  mano  en  la  mejilla? 
¿Discurres  a  varias  cosas? 
Tener  la  imaginación 
es  mejor  con  rienda  corta 
que  no  llevar  los  discursos 
donde   la  despeñen  toda. 
Ya  que  has  visto  por  tu  casa 
tragedia  tan  lastimosa, 
saquemos  de  aquí  las  almas, 
penates  de  tales  Troyas, 
Toma  un  caballo  y  partamos. 
Conde.        ¿Quién  está  aquí? 
Mirón.  ¡  Linda    forma  ! 

Conde.       ¿Habla  alguno? 
Mirón.  ¿No  lo  escuchas? — 

El   sentido   tiene   a   orza. 
Conde.        ¿Cómo  te  llamas? 
Mirón.  Mirón, 

que  en  las  marítimas  olas 
desta   tempestad   salí 
contigo  entre  aquestas  rocas. 
Fuese  lOarlos,  que  en  mi  vida 
vi  liebre  más  temerosa 
al  ladrido  de  los  galgos. 
Conde.        Dile,    Mirón,    que   no    corra, 
porque  si  va  tan  aprisa 
se  le  caerá  la  corona. 
Que  no  le  maté  pudiendo, 
¡oh,  lealtad!,  ¿vos  que  sois  piadosa 
con  delitos  del  honor, 
que  sólo  en  sangre  se  cobra? 


]\IlRÓN. 

Conde. 


Mirón 


Conde. 


(Mirón. 


Conde. 


¿Yo  le  dejé  de  las  manos? 
¡  Afuera,  espada  afrentosa, 
que  ya  no  es  bien  que  la  ciña 
quien    sufre   tanta   deshonra ! 
¡  Fuera  vestido  y  sentido ; 
pues  el  dolor  os  despoja, 
no  se  cubra  quien  no  siente, 
ni  sienta  más  quien  no  toma 
venganza  de  quien   le   ofende, 
aunque  le  adornen  las  hojas 
deJ  verde  laurel  sagrado 
que  a  los  Césares  adorna ! 
j  Señor,  señor ! 

¿Quién    me    llama? 
¿  Es  de  Flordelís  la  sombra  ? 
¿Es  aquel  hermoso  cuerpo? 
¿Es  aquel  alma  traidora? 
¡  Ay,  Flordelís,  que  te  he  muerto ! 
Conde  mi  señor,  reporta 
el  sentimiento,  aunque  justo, 
i  Torna  a  vivir,  fiera,  torna  ! 
¡  Torna,  que  viven  |^s  cielos 
que  de  manera  me  enojas, 
que  te  quite  tantas  vidas 
cuantas  puedan  darte ! 

Importa 
irle  llevando  el  humor. — 
Mira  que  la  presurosa 
noche,  bordada  de   estrellas, 
está  llamando   al   aurora; 
los  cazadores  te  aguardan, 
los  caballos  se  alborotan, 
los  falcones  revolean, 
los  gritos  al  aire  asombran. 
Vamos  al  monte,  señor. 
Bien  dices,  tomemos  postas; 
pica  por  esa  montaña, 
sube  esas  peñas  remotas, 
deciende  a  ese  fresco  valle; 
entre  esas  fuentes  sonoras ; 
algún  venado  ha  salido, 
que  ya  los  perros  asoman. 
Toca,   Mirón,   la   corneta; 
toca  la  corneta,  toca; 
pero  no  la  toques,  tente, 
que  no  quiero  que  la  oigan 
los  vecinos  de  París 
y  alguna  afrenta  respondan, 
hasta  que  sepan  que  es  ésta 
la  locura  por  la  honra. 


ACTO   TERCERO 


311 


ACTO    TERCERO 
(Sale    el    Rey,    doña    Blanca    y    Ricardo.) 


Rev. 
Blanca. 

Rey. 


Blanca. 


Rev. 


I 


¿Y  dónde  el  Príncipe  está? 
Dicen  que  se  ha  retirado 
por  no  escucharte  enojado. 
Altas  esperanzas  da 

del  valor  que  ha  de  tener 
con  iguales  desatinos, 
i  Sin  seso  estoy ! 

Los  caminos, 
tan  imposibles  de  ver, 

señor,  en  la  juventud, 
¿qué  otras  hazañas  prometen? 
i  Que  desta  suerte  inquieten 
sus  locuras  mi  salud  ! 

¡  No  se  ponga  en  mi  presencia, 
que  por  el  Santo  Luís, 
de  hacer  que  en  toda  París 
se  llore  su  eterna  ausencia ! 

Al  Doique  dirás,  Ricardo, 
que  bien  puede  entrar  a  verme, 
aunque   quisiera   esconderme 
por  el  gran  dolor  que  aguardo ; 

pero  dejarle  de  oír 
era  quitarle  el  consuelo. 

(Sale  el  D'uque  Balduino.) 

Balduino.  Prospere  tu  vida  el  Cielo. 
Rey.  ¡  Cansado  estoy  de  vivir  ! 

Y  estad  seguro,  Almirante, 
que  en  este  punto  quisiera 
que  mi  hijo  el  muerto  fuera, 
por  no  teneros  delante 

con  tanto  luto  y  dolor. 

Balduino.  No  me  ofrezcáis  tal  consuelo, 
pues  no  es  más  justo  que  el  ci 
guarde  al  Delfín,  mi  señor. 

Rey.  ¿  Que  le  guarde  ?  ¿  Qué  decís 

Hoy,  si  un  segundo  tuviera, 
a  su  pesar  le  pusiera 
la  corona  en  San  Dionís. 

Y  aunque  tanta  pena  siento. 
Duque,  decidme  la  historia. 

Balduino.  í  Lastimaré  mi  memoria ! 
^li   señor,   estadme   atento. 

Aquel  miserable  día 
deste  trágico  suceso, 
si  agüeros  fueran  verdades, 
tuve  mil  tristes  agüeros. 
Con  esta  imaginación 
retirado  a  m.i  aposento. 


elo 


más  temprano  que  solía, 

por  la  ausencia  de  mi  yerno, 

quise  entregar  mis  cuidados 

a  los  engaños  del  sueño ; 

pero  vino  mal  y  tarde, 

y  para  dejarme  presto. 

Algunas  voces  oía 

entre  dormido  y  despierto, 

que  a  haberlas  creído  entonces 

tuviera  mi  mal  remedio. 

De  mis  cuidados  pensaba 

que  eran  quimeras,  y  haciendo 

m.ás  fuerzas  para  dormir, 

estaba  un  rato  suspenso. 

Sentí  un  golpe,  como  cuando 

nadador  ligero  y  suelto 

desde  un  peñasco  a  las  aguas 

se  arroja  y  detiene  dentro. 

Aquel  murmurio  sentí 

que  forma  en  doblados  ecos 

la  espuma  y  agua  azotada, 

hasta  que  él  parece  en  medio, 

que  esto  debía  de  ser, 

cuando  estrellada  en  el  suelo 

sembró  la  triste  Isabela 

por  las  piedras  sangre  y  sesos. 

Tras  esto  otra  vez  oí, 

y  parece  que  dijeron: 

"i  Muere,  traidor!",  y  esta  voz 

me  puso  en  mayor  desvelo; 

y   era,    sin   duda.   Florante, 

a  quien  mató  FJoraberto. 

Detrás  de  unas  telas  de  oro, 

cargado  de  armas  y  miedo, 

tomé  apriesa  mi  vestido, 

más  turbado  y  descompuesto 

que  al  llamar  de  la  Justicia 

el  delincuente  ligero. 

Tomé  la  espada,  que  ya 

es  la  espada  con  quien  duermo; 

tardé  en  sacarla  gran  rato, 

porque  en  la  vaina  el  acero 

de  la  sangre  de  los  moros 

estaba  pegado  y  seco, 

y  embrazando  una  rodela 

oigo:  "¡Confesión!",  y  luego 

se  me  cayó  de  las  manos, 

cubriéndome  todo  un  hielo. 

Vuélvola  a  tomar  y  parto, 

y  cuando  a  la  cuadra  llego 

hallo  al  Conde  con  la  espada 

puesta  del  Príncipe  al  pecho. 


312 


LA   LOCURA   POR  LA  HONRA 


Entra  un  criado  a  este  punto, 

y  dice,  todo  sangriento : 

"Ya  Flordelís  expiró." 

Yo  pregunto :  "¿  Quién  la  ha  muer- 

El  Conde  responde  que  él ;        [to  ?" 

yo  le  doy  gracias  por  ello, 

sólo  quejoso  de  ti, 

que  hiciste  tal  casamiento. 

En   este  medio,   señor, 

al  generoso  mancebo 

oigo  tan  graves  palabras, 

bajando  la  espada  al  suelo: 

"No  hay  ley  de  honor  que  disponga 

que  muera  un  rey,  ni  yo  quiero 

para  tenerle  en  el  mundo 

quitar  un  rey  a  su  reino. 

Yo  quiero  perder  mi  honor 

y  tenga  Francia  heredero, 

porque  en  razón  de  su  vida 

viene  a  ser  mi  honor  lo  menos." 

Salió  Carlos,  que  un  criado 

le  abrió  siete  puertas  luego, 

que  el  Conde  cerrado  había 

para  asegurar  sus  celos. 

Doy  a  las  tres  de  la  noche 

sepulcro  a  los  tres,  haciendo 

de  mis  canas  las  mortajas, 

que  arranqué  sobre  sus  cuerpos. 

No  había  mostrado  el  alba 

su  rostro  al  mundo  sereno, 

que  más  triste  en  sesenta  años 

nunca  mis  ojos  le  vieron, 

cuando  me  cuentan  que  el  Conde, 

por  los  bosques  discurriendo 

como  otro  Orlando  Furioso, 

llegó  a  unos  pueblos  pequeños. 

Villanos  vasallos  suyos 

dicen  que  le  recogieron 

y  que  le  tienen  cerrado, 

si  por  ventura  no  es  muerto. 

Rey.  Bien  estaréis,  Balduíno, 

seguro  de  mi  dolor. 

Balduíno.  Satisfecho  estoy,  señor, 
de  vuestro  valor  divino. 

Pero,  ¿qué  pudo  moveros 
a  casar  mi  hija  ansí? 

Rey.  El  amor  que  en  Carlos  vi, 

y  que  pudiera  ofenderos. 

Avmque  en  razón  de  casar 
al  Príncipe  en  Francia  fuera 
nlás  justo  que  se  la  diera; 
sólo  me  pudo  engañar 


no  querer  darle  mujer 
hija  de  vasallo  mío. 
Conozco  mi  desvarío, 
y  vengóme  a  resolver 

en  que  he  de  quitar  la  vida 
a  Carlos. 
Balduíno.  ¡  Señor,    señor  ! 

{Vosc    enojado    el    Rey.) 

Blanca.       Ha  sido  justo  furor; 

nadie  su  venganza  impida. 

Carlos  ha  dado  ocasión 
a  que  muera  Flordelís 
y  a  que  murmure  París 
de  la  vuestra  y  su  opinión, 

y  que  un  pobre  caballero, 
inocente  como  el  Conde, 
que  por  no  mancharle  esconde 
entre  la  infamia  el  acero, 

pierda  el  seso  y  el  honor. 
Balduíno.  Harto  me  pesa,  señora, 
que  de  Flordelís  agora 
ya  no  me  pesa  el  amor. 

Amor  al  Conde  cobré, 
y  se  le  tengo  de  suerte, 
que  en  perdonalle  la  muerte 
a  la  venganza  ayudé. 

Perdió  el  seso  por  la  honra 
y  por  no  matar  su  Rey, 
guardando  tan  justa  ley 
a  costa  de  su  deshonra. 

De  padre  le  he  de  servir 
aunque  mi  hija  me  ha  muerto, 
porque  sé  3^0  muy  de  cierto 
que  ella  mereció  morir. 

No  le  he  de  desa.mparar 
mientras  estuviere  loco, 
y  pésame  que  tan  pocp 
el   Rey  le   sepa   estimar ; 

que  a  un  hombre  que  perdonó 
su   hijo   en    aquel   estado, 
y  que  haberle  perdonado 
seso   y   honor   le    costó, 

justo  fuera  que  mandara 
que  a  su  casa  se  trajera, 
donde,   si   remedio   hubiera, 
remedio   se  procurara. 

Mas  yo,  a  quien  más  satisface 
que  el  honor  los  hombres  rija, 
con  no  perdonar  mi  hija, 
haré  lo  que  el  Rey  no  hace. 

(Vayase.) 


ACTO  TERCERO 


313 


Blanca.  Cuando  pensé  que  tuviera 

remedio  mi  desconcierto 
con  haber  Flordelís  muerto 
y  que  el  -Conde  me  quisiera, 

hallo  que  el  Conde  ha  perdido 
el  seso  por  el  honor, 
y  que  no  es  hombre,  en  rigor, 
pues  que  le  falta  el  sentido, 

Pero  quiero  hacer  de  suerte 
que  el  Re}-  se  conduela  del, 
pues  ya  solamente  en  él 
están  mi  vida  o  mi  muerte. 

(Vayase,  y  salga  Belariso,  Melanto,  Serrano,  la- 
bradores, huyendo  del  Conde,  y  él  detrás,  metidas 
muchas   plumas   en   la   cabeza.) 

COXDE. 
¿A  mí,  villanos  bárbaros?  ¿Qué  es  esto? 

Serrano. 
¡'Huye,  Melanto,  que  se  suelta  el  loco! 

Belariso. 
No  le  he  visto  jamás  tan  descompuesto. 

Conde. 
i  A  qué  rabia  y  despecho  me  provoco ! 
¿El  águila  de  Júpiter  en  Gavia, 
a  un  ave  celestial  tenéis  en  poco? 

Melanto. 
¿Águila  dice  que  es? 

Conde. 

Cualquier  que  agravia 
las  cosas  consagradas  a  los  cielos, 
¡  que  muera,  plega  a  Dios,  de  mal  de  rabia ! 

Belariso. 
Todas  estas  congojas  y  desvelos 
de  Flordelís,  su  esposa,  han  procedido. 

Melanto. 
Dice  el  lugar  que  la  mató  de  celos. 

Serrano. 
¿Celos  hallar  un  Príncipe  escondido? 

Conde. 
¿  Que  a  un  águila,  que  es  reina  de  las  aves, 
se  hayan  unos  villanos  atrevido? 

Serrano. 
¡  Pesadas  burlas  son,  burlas  son  graves ! 


Conde. 
¡  Oh,  Flordelís,  si  aquí  volar  me  vieras, 
con  estas  alas  blandas  y  suaves, 

y  qué  notable  gusto  recibieras ! 
Ya  estoy  desnudo  yo  del  mortal  peso 
con  que  pienso  pasar  tantas  esferas. 

Sin  cuerpo  estoy  y  alegre,  te  confieso; 
no  quiero  cuerpo  ya,  seso  ni  vida; 
la  honra  vale  más  que  todo  el  seso. 

¡  Dame    esos   brazos,   Flordelís   querida  [ 

Melanto. 
Señor,  que  soy  Melanto,   estése  quedo. 

Conde. 
Mas  no#querrás,  que  he  sido  tu  homicida. 

Melanto. 

i  Ay,  suéltame,  por  Dios  ! 

Conde. 

No   tengas   miedo,, 
las  águilas  no  matan  a  los  hombres, 
y  si  eres  liebre  tú,  matarte  puedo. 

Belariso. 
Como  era  cazador  de  aquellos  nombres, 
de  pájaros  y  halcones  se  le  acuerda. 

Serrano. 
Respóndele  a  su  gusto  y  no  te  asombres. 

Melanto. 
Señor,  mire  que  ponen  en  la  cuerda 
aquellos  cazadores  una  vira. 

Conde. 
¿Querréis  que  el  seso  y  la  paciencia  pierda? 

¿Al  águila  de  Júpiter  le  tira, 
villano  cazador?  ¡Extraño  exceso'! 

Belariso. 
Señora  águila,  crea  que  es  mentira. 

Conde. 

Tira,  tira;  ¿qué  importa?,  que  por  eso 
el  que  no  tiene  seso  está  sin  vida : 
la  honra  vale  más  que  todo  el  seso. 

¿Que  Flordelís,  del  Conde  tan  querida, 
aborreciese  al  Conde  ?  ¡  Extraño  caso  ! 
¡Cuan  justamente  he  sido  su  homicida! 

¡  Ay,  cielos,  que  me  abraso,  que  me  abraso ! 
Echarme  quiero  en  este  claro  río; 
tiemplen  sus  aguas  el  ardor  que  paso 


314 


LA   LOCURA   POR   LA  HONRA 


Belariso. 

El  ha  de  hacer  un  grave  desvarío. 
Tomad  mi  parecer,  que  aunque  villano, 
no  le  podéis  hallar  mejor  que  el  mío. 

Laureta,  la  vecina  de   Serrano, 
de  suerte  a  Flordelís  se  parecía, 
que  la  llamaba  Flordelís  Silvano. 

Si  la  traéis  donde  la  mire  un  día 
y  le  decís  que  es  Flordelís,  yo  creo 
que  Anielva  el  seso  que  tener  solía. 

Serrano. 

Bien  dice  Belariso,  y  yo  deseo 
del  Conde  la  salud;  pero  Laureta 
no  lo  querrá  decir  por  Floriseo. 

Melanto. 
Haced  que  él  se  lo  ruegue. 

Belariso. 

Es  tan  discreta, 
que  pienso  que  lo  hará  por  remedialle 
como  algún  interés  se  le  prometa. 

Serrano. 
Yo  le  daré  el  mastín  de  mejor  talle, 
con   su   carlanca,   pasador   y   hebilla, 
que  acompaña  pastor  del  monte  al  valle. 

AIelanto. 
Y  yo  un  vaso  de  enebro,  que  en  la  villa 
no  le  tiene  mejor  el  más  curioso, 
labrado  de  follaje  a  maravilla. 

Belariso. 
Pues  vámosla  a  buscar. 

Melanto. 

En  el  frondoso' 
bosque  con  sus  ovejas  hace  fiesta, 
junto  a  un  arroyo  de  cristal  sabroso. 

(Vayase.) 
Conde. 

¡  Qué  buena  vida  para  un  hombre  es  ésta, 
y  no  traer  aqueste  monte  en  peso 
del  grave  honor,  que  tantas  vidas  cuesta  ! 

Ahora  bien;  averigüese  mi  exceso, 
póngase  el  pleito,  póngase  en  buenhora, 
la  honra  vale  más  que  todo  el  seso. 

Fórmese  tribunal;  presida  agora 
la  ley  del  mundo,  ley  cuyos  errores 
el  ciego  proceder  humano  adora. 

Ya  está  sentada.  ¿Quién  serán  oidores? 
La  Opinión  y  el  Valor ;  tomen  sus  lados. 


Xombrar  es  menester  los  relatores : 

la  Fama  y  la  Verdad,  aunque  encontrados. 
Haya  defensa  de  letrados  gusto, 
que  también  es  razón  nombrar,  letrados : 

Defensa  natural  y  Dolor  justo 
lo  pueden  ser;  a  fe  que  son  famosos 
y  pagados  vendrán  de  su  disgusto. 

Sean  procuradores  los  curiosos 
sentidos  de  la  Vista  y  los  Oídos, 
que  andan  ligeros  cuando  están  celosos. 

Fiscal  sea  el  Agravio  en  ofendidos; 
tan  notable   fiscal,   que   muchas   veces 
de  escucharle  se  pierden  los  sentidos. 

Ea,  ya  están  sentados  los  jueces; 
pida  la  Honra  contra  el  Seso  y  diga: 
¡  Oh,  Ley !,  que  a  los  agravios  favoreces, 

pues  sabes  que  tu  ley  a  un  hombre  obliga, 
yo  he  muerto  a  Flordelís  y  a  dos  criados, 
pero  sola  una  cosa  me  fatiga : 

que  a  Carlos,  ocasión  de  mis  cuidados, 
dejé  con  vida;  Carlos,  heredero 
de  Francia,  por  lealtad  de  mis  pasados. 

Dice   el    Seso   que   siendo    caballero 
no  le  debo  perder,  pues, mi  venganza 
no  se  entiende  en  el  Rey.  Sentencia  espero. 

¿Y  qué  alega  el  fiscal?  Que  no  se  alcanza 
satisfación  viviendo  quien  ofende. 
Y  la  Fama,  ¿qué  dice?  Que  en  balanza 

queda  el  Honor.  Y  la  Verdad,  ¿  qué  entiende  ? 
Que  es  bien  hecho  guardar  del  Rey  la  vida. 
Pues  diga  el  Seso  aquí  lo  que  pretende. 

Que  la  Honra  ha  quedado  defendida 
y  que  no  la  condenen  por  su  exceso; 
y  fallamos  la  causa  difinida; 

y  vistas  las  probanzas  del  proceso, 
que   al   Seso   condenamos   por  perdido; 
la  Honra  vale  más  que  todo  el  seso. 

(Sala    Mirón.) 

Mirón. 
¿Que  se  ha  soltado?  ¡Gran  desdicha  ha  sido  ! 
Señor,  ¿adonde  vas  desa  manera? 

Conde. 
;  Quién  puede  hablar  aquí  tan  atrevido  ? 

¿  Sabes  que  soy  el  águila  que  espera 
llevar  al  alto  Júpiter  recados? 

Mirón. 
¿De  quién? 

Conde. 
Del  mundo  y  quien  su  paz  altera. 


ACTO  TERCERO 


115 


Las  regiones  pasé  de  los  helados 
vientos  con  mil  humanas  peticiones 
de  los  hombres  que  viven  agraviados. 

Mirón. 

Si  aqui  le  contradigo  sus  razones, 
el  se  ha  de  enfurecer. 

COXDE. 

A  ios  umbrales 
del  cielo  llegué  ayer,  los  dos  alones 

cargados  de  cansados  memoriales : 
uno  contra  los  ricos,  siempre  ociosos, 
de  parte  de  los  pobres  oficiales; 

otro  de  los  señores  poderosos, 
contra  la  gota  y  mal  de  apoplejía; 
otro  de  capitanes  belicosos 

contra  la  paz,  que  los  letrados  cría ;    ' 
y  otro  también  de  enfermos  y  de  heridos 
contra   la   Medicina  y   Cirugía; 

otro  de  los  humildes,  ofendidos 
contra  los  que  lugares  altos  tienen, 
y  de  las  quejas  contra  los  oídos, 

mil  de  soldados,  que  sin  piernas  vienen; 
muchos  de  los  que  fían,  y  uno  largo 
contra  los  que  las   deudas  entretienen. 

Otro  de  los  amantes  que  hacen  cargo 
a  las  mujeres,  a  quien  han  servido 
de  dulce  engaño  y  desengaño  amargo ; 

otro  de  las  mujeres  que  han  nacido 
feas,  contra  el  rigor  de  las  hermosas, 
y  otro  del  bien  hacer  contra  el  olvido ; 

otro  contra  las  damas  codiciosas 
de  los  galanes  pobres  decidores, 
preciados  de  sus  calzas  y  sus  prosas; 

de  los  ingenios  contra  los  señores 
otro  famoso,  y  contra  abril  y  mayo 
uno   de  los   sedientos   labradores; 

otro  contra  la  urraca  y  papagayo 
de  la  mona,  que  hablar  también  quisiera, 
y  uno  contra  el  melindre  y  el  desmayo. 

Contra  astrólogos  uno,  y  dicen  que  era 
de  la  Verdad,  y  contra  bravos  fieros 
uno  de  la  Destreza  verdadera; 

otro  de  los  de  a  pie,  contra  cocheros 
en  tiempo  que  hace  lodos... 

MiRÓX. 

¡  Tente,  acaba, 
que  contarás  la  arena  y  los  luceros! 
¿Es  posible  que  un  águila  llevaba 
más  que  suele  llevar  una  estafeta? 


Conde. 
A  veces  de  la  cola  me  ayudaba. 

Mirón. 
¿Y  qué  te  dijo  Júpiter? 
Conde. 

No  aceta 
las  más  impertinencias  de  los  hombres ; 
y  luego  decendí  como  saeta. 

El  mundo  adornan  estos  vanos  nombres : 
pobres  y  ricos,  necios  y  discretos; 
si  fuiste  pobre,  sufre  y  no  te  asombres. 

Mas  tú,  que  me  preguntas  mis  concetos, 
¿de  dónde  vienes?  ¿Qué  animal?  ¿Qué  ave? 

Mirón. 
Ni  ave,  ni  animal. 

Conde. 

i  Bravos  secretos ! 

Mirón. 

Aquí  donde  me  ves  hablar  tan  grave, 
linterna  soy. 

Conde. 
¿  Linterna  ? 

Mirón. 

Este  es  mi  oficio. 
Conde. 
¡  Muy  bueno,  que  la  luz  todo  lo  sabe ! 
Mirón. 
Yo  he  visto  en  arca,  en  escritorio,  en  quicio 
ladrones  con  ganzúas,  con  agujas, 
y  cruzar  una  cara  un  beneficio. 

Yo  he  visto  untarse  brujos,  bailar  brujas 
y  las  lanzas  también  de  encamisadas 
pasar  desde  los  ristres  a  las  cujas. 

Cabezas  de  cabellos  adornadas 
he  visto  calvas  yo ;  bocas  sin  dientes, 
y  verdes  muchas  caras  afeitadas. 

Yo  he  visto  pasear  mil  delincuentes, 
usar  los  jugadores  de  mil  flores, 
y  estudiar  mil  opuestos  pretendientes. 

Yo  he  visto  en  un  balcón  decir  amores 
a  un  cántaro  ai  sereno  mil  amantes, 
y  fingirse  mil  picaros  señores. 

Papeles  estudiar^  representantes, 
y  comerse  las  uñas  un  poeta 
buscando  a  media  noche  consonantes. 

Yo  he  visto  una  hechicera  y  alcahueta 
hacer  conjuros  y  poner  pasquines 


¡16 


LA   LOCURA  POR   LA  HONRA 


a  la  envidia,  que  a  tantos  inquieta. 

Huir  be  visto  a  mil  espadachines, 
y  buscarse  las  pulgas  una  dama, 
mirándose  del  cuello  a  los  cbapines. 

Yo  vi... 

Conde. 

No  digas  más;  honra  su  fama, 
satírica  linterna;  calla  un  poco, 
que  toparás  a  Carlos  en  mi  cama. 

Mirón. 

En  eso  ya  tú  sabes  que  no  toco. 

Conde. 
¿Pues  cuánto  va  que  no  has  hallado  el  seso 
de  un  hombre  a  quien  la  honra  ha  vuelto  loco  ? 

Mas  vámosle  a  buscar,  que  te  confieso 
que  le  deseo  hallar. 

Mirón. 

Pues  voy  delante. 

Conde. 
Alumbra  bien  por  este  bosque  espeso. 

Mirón. 
Aquí  hay  uno. 

Conde. 

¿  De  quién? 

íMirón. 

De  un  estudiante. 

Conde. 
No  es  ése. 

Mirón. 

Otro  hay  aquí  de  un  mal  nacido, 
malquisto  por  soberbio  y  arrogante. 

Conde. 
Linterna,  nunca  yo  soberbio  he  sido. 

Mirón. 
El  seso  he  visto  aquí  de  un  maldiciente, 
que  si  alguien  habla  del  pierde  el  sentido. 
Aquí  está  el  seso  de  uno  que  no  siente 
las  cosas  del  honor. 

Conde. 
No  es  ese  el  mío. 

Mirón. 

Y  uno  que  tiene  diez  y  gasta  veinte. 

Aquí  está  el  seso  de  un  gracioso  frío, 
y  de  un  hombre  que  sirve  sin  estrella. 


¿  Conociéndolo  ? 


Conde. 


Mirón. 


Conde. 
¡Qué    desvarío! 

Mirón. 
Aquí   está   uno   que   teniendo   bella 
y  discreta  mujer  busca  fealdades. 

Conde. 
Es  ocasión  que  Dios  le  libre  della. 
Mirón. 
Aquí  está  un  loco  por  decir  verdades. 

Conde. 
¿  Fingido  ? 


Mirón. 


Sí. 


Conde. 
No  busques  fingimientos. 
Mirón, 
Y  uno  de  haber  sufrido  necedades. 

Conde. 
Disculpa  tiene. 

Mirón. 
Aquí  los  casamientos 
pobres,  aquí  los  viejos  remozados; 
ellos  saben  allá  sus  pensamientos. 
Aquí  está  el  seso  de  los  mal  casados. 

Conde. 
Alumbra  bien,  linterna,  que  ya  llego. 

Mirón. 

Aquí  están  los  celosos  por  honrados. 

Conde. 

¡  Ay,  Dios,  qué  cerca  estoy ! ;  pero  voy  ciego, 
¿Ciarlos  no  es  éste,  y  Flordelís  aquélla? 
¡  Fuego  de  Dios  en  él  y  en  ella,  fuego ! 

¡  Matarlos  tengo ! 

Mirón. 

Tente,  que  no  es  ella. 

Conde. 
¡  Oh,  perro  ! ;  tú  eres  Flordelís,  o  Carlos, 
i  Fuego,  fuego  de  Dios  en  él  y  en  ella ! 

Mirón. 
No  soy,  señor. 


ACTO  TERCERO 


!17 


I 


Conde. 

Pues  vamos  a  buscarlos. 
Alumbra. 

Mirón. 

Voy  delante. 

Conde. 

En  tal  exceso, 
Mirón,  bien  puede  un  hombre  castigarlos : 
la  honra  vale  más  que  todo  el  seso. 

{Vayanse,  y  salgan  el  Rev,  y   Blanca,  y   Balduino.) 

Rey.  No  me  tengáis  por  ingrato 

al  gran  servicio  del  Conde, 
pues    eso   no   corresponde 
ni  a  mi  sangre  ni  a  mi  trato; 

que  la  remuneración 
de  dar  a  Carlos  la  vida 
fué  deuda  justa  y  debida 
a  mi  propia  obligación. 

Doñalda,  una  hermana  suya, 
pienso  que  estaba  seglar 
en  un  monasterio. 
Blanca.  Es  dar 

gloria  a  la  grandeza  tuya 

hacer  bien  a  sus  parientes, 
y  a  su  hermana  mucho  más. 
Balduino.  Si  la  remedias,  harás 

tu  nombre  eterno  a  las  gentes, 

que  es  una  hermosa  señora 
sin  remedio,  y  que  sin  seso 
tiene  a  su  hermano. 
Rey.  Un  exceso 

veréis  de  piedad  agora. 

Ve  tú,  Blanca,  y  sacarás 
del  monasterio  esa  dama : 
mi  hija  la  nombra  y  llama; 
no  tengo  qué  dalle  más. 

Reina  de  Francia  la  haré; 
(Carlos  será  su  marido. 
Balduino.  Carlos,  gran  señor,  es  ido. 
Rey.  ¿Adonde   Carlos  se   fué? 

Balduino.       Viendo  que  tú  prometías 
que  le  habías  de  matar, 
y  el  justo  enojo  y  pesar 
que  de  sus  cosas  tenías, 

la  cruz  de  Jerusalén 
se  ha  puesto  al  pecho  y  partido 
a  su  conquista,  que  han  ido 
muchos  príncipes  también 

de  España  y  de  Ingalaterra; 
que  como  el  Papa  concede 


tantos  perdones,  quien  puede 
camina  a  tan  santa  guerra. 
Rey.  Carlos  a  Jerusalén, 

no  teniendo  otro  Delfín 
Francia,  aunque  es  muy  santo  el  fin, 
no  lo  considero  bien. 

Id  a  seguir,  Balduino, 
por  la  posta  este  más  loco 
que  el  Conde,  pues  habrá  poco 
que  dio  principio  al  camino. 

Doleos  de  tantas  penas, 
pues  por  hijos  las  sentís. 
Balduino.  Si  ha  salido  de  París 

aún  .podrá  ver  sus  almenas; 

porque  cuando  vine  aquí 
caballos  tomaba  ya. 
Rey.  Id,  que  yo  sé  que  os  tendrá 

mayor  respeto  que  a  mí. — 

Tú,  Blanca,  a  Doñalda,  hermana 
del  Conde,  trae  al  momento. 
Blanca.       Es  digno  tu  pensamiento 

de  toda  alabanza  humana; 
que  casándola  con  Carlos 
no  tienes  que  darle  más. 
Rey.  Si  Carlos  vuelve,  verás 

lo  que  yo  tardo  en  casarlos. 

Llámala  princesa,  y  di 
que  este  título  le  den. 

(Vayase   el   Rey.) 

Blanca.       ¡  A  todos  sucede  bien, 

sólo  no  hay  bien  para  mí ! 

¿  Qué  puede  haber  en  que  acierte 
a  no  ser  la  muerte  el  blanco, 
que  para  dejarme  en  blanco 
me  llama  Blanca  mi  suerte? 

(^Vayase,  y  salgan  Melanto,  Serrano,  Belariso  y 
Laureta,  villatia,  que  ha  de  ser  la  misma  que  Inso 
a   Flordelis.) 

Laureta.         ¿  Yo  me  tengo  de  fingir 

Flordelis? 
Belariso.  Mira,  Laureta, 

que  fuera  de  ser  discreta 

y  que  lo  sabrás  decir, 
eres  un  vivo  retrato 

de  la  que  el  Conde  mató 

y  dicen  que  le  engañó 

y  que  fué  a  su  amor  ingrato; 
ipor  lo  cual  anda  por  ella 

en  triste   imaginación, 

sintiendo  la  sinrazón 


!18 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


de  matar  cosa  tan  bella. 

Habernos  determinado, 
por  obligación  y  amor, 
pues  que  nace  a  su  señor 
todo  vasallo  obligado, 

que  le  curemos  ansí; 
pues  viéndote,  el  accidente 
que  de  haberla  muerto  siente, 
vendrá  a  templarse  por  ti. 
L.\uRETA.        Todo  lo  tengo  entendido, 
y  deseo  la  salud 
del  Conde,   cuya  virtud 
no  es  bien  que  la  pague  olvido. 

Como  vasallos  honrados 
en  amalle  procedéis, 
y,    como   decís,    nacéi:r 
a    su    servicio    obligados. 

Mas  no  estov  yo  satisfecha 
que   parezco   a  Flordelís, 
que  una  vez  que  fui  a  París 

y  de  mi  pobre  cosecha 
un  presente  le  llevé, 
la  vi  en  su  estrado  tan  bella, 
que  hoy,  acordándome  della, 
tiernas   lágrimas   lloré. 

Oyendo  por  el  lugar 
decir  que  la  parecía, 
me  miré  en  la  fuente  un  día 
cuanto  me  pude  mirar; 

mas  por  más  que  me  decís 
que  soy  su  imagen  perfeta, 
más  me  parezo  a  Laureta 
que  a  la  bella  Flordelís. 

Enseñalde   el   San   Miguel 
■  que  está  de  hulto  en  la  igreja, 
que  como  un  ángel  semeja, 
pareceráse  con  él, 

y  no  me  llevéis  a  mí, 
que  tan  diferente  soy. 
Serrano.     Laureta,  mi  fe  te  doy 
que  no  pareces  a  ti, 
mas  que  a  Flordelís  pareces. 
Melanto.    Laureta,  aunque  te  has  mirado 
no  puedes  haber  juzgado 
lo  que  a  tus  ojos  ofreces 

como  nosotros;  que,  en  fin, 
nadie,  por  más  que  repara, 
se  acuerda  bien  de  su  cara. 
Belariso.  Como  parece  un  jazmín 

a  otro  jazmín,  y  rosal 
a  otro  rosal,  y  un  clavel 
a  otro  clavel,  y  en  su  miel 


un  panal  a  otro  panal, 
así  a  la  muerta  Condesa 

pareces  con  tal  rigor, 

que  da  mirarte  dolor 

a  los  que  su  muerte  pesa. 
Laureta.         Digo  que  ya  estoy  rendida. 
Serrano.     Allí  se  apea  gran  gente. 
Melanto.  La  frescura  desta  fuente 

a  descansar  los  convida. 

{Sale  Carlos  de  camino,  con  la  cruz  de  Jerusalén  al 

pecho,    Ricardo    y    otros    criados-)  • 

Ricardo. 

Las  frescas  sombras  destos  verdes  árboles 
te  llaman  al  descanso  que  deseas, 
mientras  que  de  París  Leonardo  vuelve. 

Carlos. 
Saber  deseo  cómo  el  Rey  mi  padre 
ha  tomado  mi  ausencia. 

Serrano. 

¿Quién  es  éste? 

Laureta. 
Alguno  de  los  príncipes  y  grandes 
que  van  a  la  conquista  del  sepulcro. 
¿  No  ves  la  cruz  que  le  atraviesa  el  pecho  ? 

Ricardo. 
Según  tu  inclinación,  ya,  señor,  tienes 
con  quien  entretenerte. 

CARLOS. 

¿De  qué  suerte? 
Ricardo. 
¿No  ves  la  zagaleja  parisiana 
con  natural  belleza  entre  esos  mirtos, 
disfrazada  en  el  campo  como  Venus 
cuando  buscaba  el  cazador  de  Adonis? 
¿De  qué  te  suspendiste?  ¿Qué  la  miras? 
¿Admírate,  por  dicha,  su  belleza? 
Tal  vez  agrada  más  la  verde  fruta 
colgada  de  las  ramas  en  el  campo 
que  cortada  y  con  nieve  en  fuentes  de  oro 
en  la  espléndida  mesa  de  los  príncipes. 

Carlos. 
¡  Válgame  el  cielo  !  Si  posible  fuera 
no  dar  un  hombre  crédito  a  los  ojos, 
que  es  el  sentido  que  se  engaña  menos, 
dijera  que  era  Flordelís,  que  muerta 
la  vi,  teñida  en  su  caliente  sangre, 


ACTO   TERCERO 


319 


por  las  manos  del  Conde  su  marido. 
Ricardo. 

¿  Tanto  se  le  parece  ? 

Carlos. 
De  manera, 

que  el  milagro  de  hacer  diversos  rostros, 

la   bella  en   variar  naturaleza 

perdió  por  semejanza  la  belleza. — 
Pastora,  digna  de  ser 
reina,  si  no  es  que  eres  diosa 
deste  prado,  pues  nacer 
suele  entre  espinas  la  rosa, 
¿eres  ángel  o  mujer? 

Deja  el  cayado  en  el  prado, 
que  si  bien  tu  ser  penetro, 
mejor  estará  empleado 
tu  bello  rostro  en  el  cetro 
pastora,  que  en  el  cayado. 

Laureta.         Quedo,  señor;  que  sospecho 
que  aunque  las  burlas  son  llanas 
causen  celoso  despecho, 
porque  también  las  villanas  . 
tenemos  alma  en  el  pecho. 

Que  como  allá  con  amor 
la  regalada  señora 
al  entendido  señor, 
acá  también  la  pastora 
trae  retratado  al  pastor. 

Carlos.  Xo  habrá  ninguno  que  os  vea 

sin  decir  que  en  tal  lugar 
mal  vuestra  gracia  se  emplea; 
señora  os  podéis  llamar, 
pues  hacéis  corte  el  aldea. 

Procurara  tu  favor, 
pero  rigor  me  prometo, 
y  es  muy  forzoso  el  rigor, 
pues  de  su  igual,  en  efeto, 
vencida  la  tiene  amor. 

Laureta.        A  las  damas  principales 
de  la  corte  es  más  razón 
que  digáis  requiebros  tales, 
que  yo  tengo  mi  afición 
en  uno  de  mis  iguales. 

Es  pastor,  que  en  este  prado 

I  anda  por  mí  sin  sentido, 

tan  tierno  y  enamorado, 
•que  de  velle  tan  perdido 
lástima  tengo  al  ganado. 
Carlos.  Si  queréis  quererme   a  mí 

también  yo  seré  pastor, 
dejando  de  ser  quien  fui. 


Laureta.     Nacistes  para  señor, 
para  pastora  nací. 

Id  con  Dios  vuestro  camino. 
Carlos.       Una  mujer  parecéis 

por  quien  como  veis  camino; 
suplicóos  que  no  juzguéis 
este  amor  a  desatino, 

que  descanso  viendo  en  vos 
un  gran  milagro  de  Dios. 

(Sale    el    Conde    loco,    y    Mirón.) 

2^íiróx.        ¿a  dónde  vas  desta  suerte? 
Conde.        Mirón,  a  buscar  la  muerte. 
Mirón.       ¡  Buenos  estamos  los  dos  ! 
CoxDE.  ¿Quién  es  aquél  que  está  allí? 

!Miróx.       ¡  Ay,  señor,  Carlos  parece  ! 
Conde.        ¿El  Delfín  de  Francia? 
Mirón.  Sí. — 

¡  z\y,  triste,  más  se  enfurece ! 

Conde.        ¡  Cielos  !,  ¿qué  es  esto  que  vi? 

¿No  es  Flordelís,  mi  mujer, 

esa  con  quien  está  hablando? 
Mirón.        Muerta,  ¿cómo  puede  ser? 
Carlos.       ¿Qué  es  aquesto? 
Ricardo.  El  conde  Orlando, 

que  era  Floraberto  ayer. 
Carlos.  ¿  El  Conde  ? 

Ricardo.  Sí. 

Carlos.  ¡  Santo   cielo  ! 

Conde.         ¿Aquí  tú  con  Flordelís? 

Delfín,  afrenta  del  suelo, 

¿en  un  monte  y  en  París 

manchas  de  mi  honor  el  velo? 
¿Así  sus  vasallos  honra 

un  rey?  ¿No  ves  que  me  culpa 

el  vulgo  por  mi  deshonra 

y  que  no  quiere  en  disculpa 

la  locura  por  la  honra? 
i  Fuera  vanos  embarazos 

desta  lealtad  sin  por  qué, 

hoy  morirás  en  mis  brazos; 

si  cuerdo  te  perdoné, 

loco  te  haré  mil  pedazos ! 
Carlos.  ¡  Huid  y  no  os  defendáis ; 

criados,  huid,  huid ! 
Conde.        í  ^klontes,  no   los   encubráis, 

vuestras  ramas  esparcid, 

ya  que  de  por  medio  estáis ! 
¿  Y  vos  muerta  acá  venís  ? 

¿  Todavía  os  inquieta  ? 

¿^Muerta  amáis?   ¿Muerta   sentís? 
Laureta.     ¡  Ay,  señor,  que  soy  Laureta, 


320 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


que  yo  no  soy  Flordelís ! 
Conde.  Corre  tras  Carlos,  Mirón, 

mientras  mato  esta  mujer. 
Mirón.       Voy  tras  él. 
Laureta.  ¡  Linda  invención 

los  tres  me  hicisteis  hacer ! 
Conde.  ¿Otra  vez  tan  vil  traición? 

¡  Apercibe,  infame,  el  pecho  ! 
Laureta.     ¡  Pastores,  ayuda,  ayuda  ! 
Melanto.     Señor,  ¿qué  intentas?  Ya  has  hecho 

defensa  a  tu  honor;  si  hay  duda 

que  esta  muerte  es  sin  provecho. 
Conde.  ¡'Oh,  perros!,  ¿cómo  estorbáis 

que  dé  muerte  a  mi  mujer? 

(Hilyanle   todos.) 

Melanto.     ¡  Huye,  Laureta  ! 

Conde.  Aunque  os  vais 

al  mismo  centro  a  esconder... 
Laureta.     Advertid  que  os  engañáis, 

que  no  soy  yo  Flordelís. 
Conde.       Villanos,  ¿adonde  huís? 

Por  el  monte  arriba  sube 
Flordelís,  deshecha  en  nube. 
Cielos,  ¿esto  permitís? 

¿  Aun  muerta  viene  a  ofenderme  ? 
Pero,  ¿qué  mal  puede  hacerme, 
que  otra  vez  muerte  la  doy? 
Sin  duda  que  muerto  estoy, 
pues  muertos  vienen  a  verme. 

¡  Hola  !  ¿  Qué  digo  ?  ¿  Quién  va  ? 
¿Quién  es?  "Yo."  ¿Qué  quieres,  di? 
"¿Está  el  alma  por  allá?" 
¿ÍEl  alma 'del   Conde?  "Sí." 
No  está  acá.  "Pues,  ¿dónde  está?" 

Con  sus  potencias  se  fué. 
"Del  cuerpo?"   Sí.  "Pues,   ¿por 
Por  no  sufrir  su  dolor.  [qué?" 

"¿Pues  ya  no  vengó  su  honor?" 
Viviendo  Carlos,  no  sé. 

"¿Consigo  no  ha  de  llevar 
su  mismo  tormento?"  Sí. 
"¿  Pues  cómo  quiere  dejar 
su  cuerpo?"  Presume  así 
que  ha  de  poder  descansar. 

Ea,  pues :  si  el  alma  es  ida, 
yo  soy  un  cuerpo  sin  vida. 
¿Soy  quien  fui?  "No."  ¿Pues  quién 
Un  pensamiento  que  voy         [soy? 
tras   una   mujer  perdida. 


(Sale  Mirón.) 
Mirón. 
Con  un  notable  pensamiento  vengo, 
que  ha  de  poner  sosiego  en  la  locura 
del  Conde,  si  consiste  en  ver  su  honra 
por  la  vida  de  Carlos  en  peligro. 
¡Oh,  hele  allí! —  Señor,  ¿en  qué  imaginas? 

Conde. 
No  me  preguntes  nada,  que  estoy  muerto. 

Mirón. 
¿Muerto? 

Conde. 
¿Pues  no  lo  ves?  ¿No  tienes  ojos? 
He  preguntado  al  cuerpo  por  el  alma, 
y  dice  que  se  fué  por  no  sufrille. 

Mirón. 
¡  Pésame  de  que  agora  te  hayas  muerto ! 
¿Mas  no  topaste  en  la  otra  vida  a  Carlos? 

Conde. 
¿  Cómo  ? 

Mirón. 
¿  No  se  te  acuerda  que  le  hallaste 
aquí  con  Flordelís? 

Conde. 

Bien  se  me  acue:rda. 

Mirón. 

¿  Huyendo  no  se  fué  ? 

Conde. 
Fuéseme  huyendo. 

Mirón,, 
Pues  sabe  que  corriendo  entre  esas  peñas 
se  ha  hecho  mil  pedazos. 

Conde. 

¿  Qué  me  dices? 

Mirón. 
Que  Carlos  queda  hecho  mil  pedazos. 

Conde. 
¿  Carlos  es  muerto  ? 

Mirón. 
Sí. 

Conde. 
¡  Dame  esos  brazos  ! 


ACTO  TERCERO 


321 


Mirón. 
i  Sosiega,  Floraberto,  señor  mío  ! 
¿  Quieres  sentarte  un  poco  ?  Aquí  descansa. 
Agua  traeré,  si  quieres,  desta  fuente. — 
Parece  que  ha  cesado  el  acídente. 

CoxDE. 
¿  Xo  tengo  yo  vestido  ? 

Mirón. 

No  le  sufres. 

Conde. 
¿Cómo  en  el  campo  estoy? 

]MlRÓN. 

Porque  has  tenido 
cierta  pasión  de  causa  melancólica. 

Conde. 
¿  Que  murió  despeñado  Carlos  ? 

]\ÍIRÓN. 

Creo 
que  te  ha  vengado  el  cielo,  y  bien  vengado. 

Conde. 
j  Vergüenza  tengo  de  lo  que  ha  pasado ! 
Dame  algo  que  me  vista. 

;Mirón. 

Xo  está  lejos 
tu  casa  de  placer,  y  allí  hay  vestidos. 

Conde. 
j  Cuál  debo  de  haber  puesto  mis  sentidos ! 
Dame  a  vestir,  Mirón,  y  a  París  vamos, 
que  quiero  hablar  al  Re3^ 

!MlRÓN. 

;Pues  a  qué  efeto? 
Conde. 
A  efeto  de  que  ya  que  estoy  vengado, 
me  corte  la  cabeza  por  la  muerte 
de  Carlos,  su  Delfín. 

Mirón. 
Como  quisieres. 
Camina  tú  delante,  poco  a  poco. — 
Siempre  se  ha  de  temer  del  qite  fué  loco. 

{Vayase  el  Coxde  muy  cnerdo,  y  Mirón  tras  él;  sal- 
gan Balduino  y   Carlos.) 

Carlos.  En  el  peligro  me  vi 

que  os  acabo  de  contar.    • 
Balduino.  ¿A  qué  más  puede  llegar 

vil 


Carlos. 


Balduino. 


Carlos. 


un  hombre  fuera  de  sí  ? 

El  me  quiso  dar  la  muerte, 
y  habrá  quitado  la  vida 
a  la  mujer  parecida 
a  Flordelís. 

¡  Triste  suerte ! 

Pero  a  vos  estando  loco 
sólo    se   pudo    atrever, 
que   cuerdo   supo   tener 
su  honor  y  opinión  en  poco. 

Respecto  de  vuestra  vida, 
gran  ventura  ha  sido  hallaros, 
y  hallaros  vivo  y  tornaros 
fué  de  mi  amor  merecida. 

Que  puesto  qvte  me  costáis 
una  hija,  quiere  amor 
que  no  estime  su  valor, 
sino  ver  que  vivo  estáis. 

Volved  a  París  conmigo, 
no  habéis  de  hacer  la  jornada. 
No  puede  ser  excusada 
por  esta  vez.  Duque  amigo. 

Vos  me  habéis  de  perdonar. 
Balduino.  Mirad  que   al  Conde  debéis 
esa  vida  que  tenéis, 
y  que  le  debéis  honrar. 

¿  Cómo  ? 

Quiere  el  Rey  casaros 
con    doña   Alda,    agradecido 
al   Conde,   pues,   ofendido, 
la   vida   supo  guardaros 

tan  a  costa  de  su  honor. 
Por  sólo  pagar  al  Conde, 
cosa  que  a  un  rey  corresponde 
y  es  digna  de  su  valor, 

iré  con  vos.  Almirante. 

{Saie    Laureta.) 

Laureta.     Gracias,    ¡  oh,   cielos !,   os   doy, 
pues  que  me  sacastes  hoy 
de  peligro   semejante. 

Aunque  a  todas  partes  miro 
con  temor  del  Conde  airado, 
que   de   las   sombras  del  prado 
me  hielo,  asombro  y  retiro. 

¡Ay,   válgame    San    Dionís, 
si  es  éste!  ¿Qué  puedo  hacer? 
Carlos.       Esta,  Duque,   es  la  mujer 
parecida    a    Flordelís. 

Llevalda  a  París  con  vos 
porque  os   sirva  de   consuelo. 
Balduino.  ¡  Retrató  su  estamipa  el  cielo  ! 

21 


Carlos. 
Balduino 


Carlos. 


322 


LA   LOCURA  POR  LA  HONRA 


No  hay  diferencia  en  las  dos. 

Pero  yo  no  he  de  llevar 
de  una  traidora  mujer 
retrato,  en  que  pueda  ver 
.   mi  infamia  en  ningún  lugar. 

Antes,   puesto   que   es    rigor, 
matarla  es   muy    acertado, 
como  quien  rompe  el  traslado 
de  la  infamia  de  su  honor. 

Y  pues  entonces  por  mí 
a  Flordelís  no  maté, 
porque  ya  muerta  la  hallé 
cuando   a   sus  voces   salí, 

cobraré  en  ésta  mi  nombre, 

{Saque    la    espada    el    Duque.) 

pues  Flordelís  se  me  escapa 

como  toro,  que  en  la  capa 

toma  venganza  del  hombre. 
Laureta.         ¡  Ay  de  mí ! 
Carlos.  ¡  Tened,  por  Dios ! 

Laureta.     ¡  Pastores,  hola,   pastores, 

mirad  que  hay  peste  de  amores 

y  locos  de  dos  en  dos ! 
Carlos.  ¡Huye,   mujer! 

Laureta.  ¡  Padre,  esposo  ! 

¡Voto  al  sol  si  aquí  trajera 

mi  honda... ! 
Carlos.  ¿  Desta  manera 

se  afrenta  el  acero  honroso, 
que  tantos  moros  ha  muerto, 

en  una  flaca  mujer? 
Laureta.     Mi  zagal  he  de  traer, 

gue  tiene  espada,  os  advierto. 
¡  Aguardaos  aquí ! 

iVase.) 

Balduino.  ¡  Retrato   de   Flordelís, 

espérame ! 
Carlos.  ¿Vos  decís 

tan  notable  desvarío? — 
¡  Hola,  dadnos  los  caballos  ! 
Balduino.  ¡  Tiéneme  loco  el  honor ! 
Carlos.       Trataldos   con   más   amor, 

que  son  del   Conde  vasallos. 

(Vanse,    y    salga    acompañamiento^    y    detrás    boña 
Blanca   y    Doñalda,    muy   gallarda.) 

Blanca.  Esta  orden  me  dio  el  Rey: 

mirad,  señora  Doñalda, 
que  sois   de   París  princesa. 

Doñalda.  Supuesto  que  en  mí  se  hallaran 


tan  grandes  merecimientos, 
que  como  sabéis  me  faltan, 
me   llamara   esclava   vuestra 
y  mi  señora  os  llamara. 

Blanca".       Con  el  título  cjue  os  digo 
la  vida  de  Carlos  paga 
mi  padre  al  Conde,  y  al  mismo 
que  ha  ofendido  vuestra  casa 
os  da  por  marido  a  vos, 
con  que  la  opinión  restaura, 
si  alguna  quitó  a  su  honor. 

Doñalda.    Su  pecho  heroico  declara 
en  tan  generoso  hecho, 
el  alma  que  le  acompaña. 

{Sale   acompañamiento   y    el   Rey.) 

Rey.  Como  hija  habéis  de  darme 

los   brazos. 

Doñalda.  A   vuestra   esclava 

le  está  bien  besar  los  pies 
que  a  tal  grandeza  le  ensalza. 

RtY.  Levantaos,  pues  la  virtud 

de  Floraberto  os  levanta 
a   tantos   grados   de  honor, 
que  os  hace  reina  de  Francia. 
Y    creedme    que    si    fuera 
de  todo   el  mundo  monarca, 
lo  mismo  hiciera  con  vos. 

(Sale    Balduino.) 

Balduino.  Carlos  tu  licencia  aguarda 
para  pedirte  perdón. 

Rey.  Agradezca  que  Doñalda 

es  la  imagen  a  quien  debe 
de    mi    enojo    la    templanza. 

{Sale    Carlos.) 

Carlos.       Si  los  yerros  de  la  edad, 
que  como  cometa  pasa, 
de  tierna  sangre  encendida 
disculpa  en  los  hombres  hallan, 
hállela,   César  invicto, 
de  mis  ofensas  pasadas 
un  hijo  en  ti. 

Rey.  Carlos,    hoy 

todo  mi  enojo  se  acaba. 
Grandes  disgustos  me  has  hecho, 
no  era  el  menor  tu  jornada, 
la  cual  no  quiero  quitarte, 
pues  es  tan  justa  y  tan  santa. 
En  teniendo  sucesión, 
que  Dios  te  dé,  es  bien  que  vayas 


ACTO  TERCERO 


323 


I 


a  la  guerra  del  sepulcro, 
y  en  las  riberas  sagradas 
del  Jordán  hagas  nacer 
la  Flordelís  de  tus  armas. 
Por  la  que  falta  por  ti 
del   Conde   a  la   ilustre   casa, 
a  quien  le  debes  la  vida, 
te  has  de  casar  con  su  hermana : 
este  es  mi  gusto,  Delfín. 
Carlos.       Y  para  mí  gloria  tanta, 

que  no  acierto  a  responder; 
pero  sé  que  soy  quien  gana. 

{Sale  Ricardo.) 

Ricardo.     El  Conde,  invicto  señor, 

que  por  selvas  y  montañas 
iba  corriendo   furioso, 
despeñado  de  sus  ansias, 
de  una  carroza  se  apea 
y  viene  a  hablarte. 

Rey.  ¿La  guarda 

no    le    puede    detener? 

Ricardo.     Todos  de  verle  se  espantan. 

Rey.  Carlos,  quítate  de  aquí. 

Carlos.       Perdonad,   esposa  amada, 

que  me  escondo  de  su  furia 
si   viene  a  tomar  venganza. 

(Quítase  de  allí  Carlos-) 
(Sale    'Mirón.) 

]\IiRÓx.       Dadme,  señor,  vuestros  pies. 

Rey.  ¿  Quién  eres  ? 

Mirón.  Quien  las  desgracias 

del  Conde  ha  traído  en  hombros 
desde  aquella  triste  caza; 
quien   ha   sufrido    las    furias, 
sus  golpes  y  sus  palabras, 
y  para  decirlo  en  una, 
pues  ya  su  furia  descansa, 
quien  fué  de  su  seso  Astolfo. 

Rey.  ¿  Qué  dices  ? 

]^IiRÓx.  Que    esta   mañana 

Carlos,   al  pie   de  una   fuente, 
con  una  villana  hablaba, 
retrato  de  Flordelís, 
y  que  de  unas  verdes  ramas 
salió  el  Conde,  y  con  la  furia 
de  imaginaciones  varias 
los  hizo  huir  por  el  monte, 
y  que  los  siga  me  manda. 
Finjo  seguirlos,  y  vuelvo 
diciendo  que  de  unas  altas 


peñas  cayó  Carlos  muerto, 
por  ver  si  el  furor  templaba. 
No  me  engañé,  pues  al  punto 
volvió  la  razón  al  alma, 
el  dicurso  a  las  potencias 
y  el  sosiego  a  las  palabras. 
Trájele  a  un  castillo,  adonde 
descansó  un  poco  en  la  cama, 
y  vestido  viene  a  verte. 
Rey.  Pues  entre  el  Conde ;  ¿  qué  aguarda  ? 

(Sale  el  Conde,   muy  galán.) 

Conde.        Sólo  vengo,  gran  señor, 

puesto  que  nunca  la  espada 
saqué  para  sangre  tuya, 
a  ofrecerte  la  garganta 
por  haber  sido  instrumento 
de  que,  por  vengar  mi  infamia, 
Carlos  haya  muerto ;  ansí, 
manda  que  en  pública  plaza 
me  la  quiten  de  los  hombros. 

Rey.  Gran  Condestable  de  Francia, 

de  vuestra  salud  me  huelgo ; 
si  este  título  no  basta, 
con  el  de  mi  hijo  os  honro, 
que  daros  a  doña  Blanca 
bien  suple  cualquier  defeto. 

Conde.        A  tan  generosa  hazaña, 

¿qué  puedo  yo  responder? 

Rey.  Dándome  la  justa  paga 

deste  amor,  y  juntamente 
de  haber  casado  a  Doñalda. 

Conde.        ¿  Pues  qué  tengo  yo  que  os  dar 
que  a  tantas  mercedes  valga? 

Rey.  El  perdón  de  Carlos  sólo, 

marido  de  vuestra  hermana, 
porque  sabed  que  está  vivo. 

(Sale  Carlos.) 

Carlos.      Y  vuestros  brazos  aguarda. 
Conde.         Quien  queda  con  tantas  honras, 

en  haber  perdido,  gana. 
Rey.  Las  manos  todos  os  dad. 

Mirón.       ¿Ya  mí  no  me  alcanza  nada? 
Rey.  Diez  mil  ducados  de  renta. 

Balduino.  Aquí,  senado,  se  acaba 

La  locura  por  la  honra. 
Conde.        Ya  de  otra  suerte  se  llama. 
Balduino.  ¿Cómo? 
Conde.  El  agravio  dichoso, 

pues  merezco  a  doña  Blanca. 
Fin. 


LUCINDA  PERSEGUIDA 

COMEDIA  FAMOSA 

DE 

LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


DIRIGIDA  A 

EMANUEL  SUEYRO,  EN  AMBERES 


Debe  la  lengua  castellana  a  V.  m.  haberle  dado 
los  dos  excelentes  Romanos  Cornelio  Tácito,  y  Cayo 
Crispo  Salustio,  con  tanta  elegancia  como  si  le  hu- 
biera sido  materna,  y  con  tanta  verdad,  que  en  estas 
versiones  no  se  halla  quejosa  la  Latina,  con  ser  tan 
grave  con  paz  de  algunos  ingenios  que  le  anticiparon 
en  el  tiempo  y  no  en  el  cuidado,  y  como  si  yo  fuera 
el  más  interesado  en  esta  honra,  de  los  que  han  na- 
cido ien  Castilla,  doy  gracias  a  V.  m.  por  mi  parte 
de  la  que  me  alcanza,  de  que  haya  empleado  sus 
estudios,  en  darnos  tan  alta  satisfacción  de  la  que 
tiene,  de  que  ya  por  tantos  aumentos  ha  llegado  a 
quererse  igualar  a  la  reina  de  las  lenguas  en  Euro- 
pa. Tan  justas  se  hallan  estas  dos  traducciones  a  sus 
originales,  que  se  puede  decir  por  ellas  lo  que  por  las 
leyes.  "Nihil  in  Icgibus  sutcr  fluum,  aiit  coiitrariiim 
invcnitur." 

Y  por  no  volver  a  repetir  lo  que  otra  vez  he  es- 
crito, no  exagero  con  el  gusto  que  debo  alabanzas  a 
V.  m.,  flores  de  sus  estudios  y  ocupaciones  ejem- 
plares de  sus  años,  indicios  infalibles  de  mayores 
partos,  cuanto  va  de  trasponer  las  plantas  a  darles 
principio  y  vida.  Aquí  viene  a  propósito  agradecer 
a  V.  m.  las  flores,  llamadas  en  Flandes,  tulipanes :  lle- 
garon como  salieron,  y  no  sintieron  el  trasponerlas  en 
España,  porque  florecieron  de  varias  colores,  con  her- 
mosa y  peregrina  vista,  que  hasta  en  traducir  flores 
tiene  V.  m.  felicidad  y  gracia.  No  he  sabido  qué  en- 
viar a  V.  m.  en  agradecimiento  deste  favor,  y  de  que 
con  ñores  de  sus  manos  esté  honrado  este  jardinillo 
humilde,  donde  cada  año  han  de  nacer  memorias  de 
V.  m.  con  nombre  de  tulipanes  de  Flandes,  aunque 
ya  fuera  mejor  llamarlos  Sueyros,  como  a  los  Adonis  y 
Narcisos  de  quien  Ovidio. 

Ciirn   flos   de   sanguinc    concolor   ortiis. 

Y  de  Narciso  en   el   tercero   del  Methamorphoscos : 

Croceum   pro   corpore   floreni, 
Inveniunt,  foliis   medhnn   cingcntibus   albis. 

Y  Ausonio  de  Adonis : 

Et   imtricic  pie  fus  Adonis. 
A  aquéllos  por  hermosura  loca,  y   a   éstos  por   dis- 


creta elocuencia.  Al  fin  me  he  determinado  de  servir- 
le con  esta  comedia  de  las  primeras  que  yo  escribia 
cuando  también  eran  mis  años  flores:  su  título  es:  Lu- 
cinda perseguida ;  que  de  mis  manos  y  caudal  ¿qué  po- 
día salir  sino  este  nombre?  Sea  verdad,  que  son  tales 
los  dueños  deste  cuidado  que  podrían  dar  por  bien 
empleada  su  envidia  si  yo  confesase  este  sentimiento. 
I  Quién  fuerza  estos  espíritus,  que  hasta  en  los  disfor- 
mes cuerpos  lo  parecen?,  dijo  Durando  Caselio  : 

Quid  non  cesas  natura  portenta  edere, 
Vel  quid  non  portentosos  spiritus. 
lisdem  includis  corporibus? 

Hay  ;unas  palabras  graciosas  de  Augusto  César  a 
Suetonio  Tranquilo,  que  aborrecía  los  contrahechos, 
"Tanqiiam  ludibria  naturae".  Finalmente,  la  Perse- 
guida sale  a  luz  en  nombre  de  V.  m..  en  cuya  pro- 
tección y  amparo  vivirá  segura,  y  de  Perseguida  se 
llamará  Lucinda  defendida.  Quedándole  por  su  am- 
paro, y  el  mío,  en  nuevas  obligaciones  a  las  letras,  a 
las  virtudes  y  al  valor  de  V.  m.,  a  quien  Dios 
guarde,  como  deseo. 

Capellán   de    V.    in., 
LoíE   DE   Vega    Carpió. 


FIGUR.\S   DE   LA   COMEDIA 


Lucinda. 

Teodora. 

El  Capitán  de  la  guarda. 

El   Príncipe  Alejandro. 

El  Infante  Alfredo. 

El    Rey^   su   padre. 


Rósela,  dama. 

Belardo. 

Camilo. 

El    Conde    Rogerio. 

El  Marqués  Rodulfo. 

Dos    niños. 


representóla  MELCHOR  DE  LEÓN 

ACTO  PRniERO 

{Salen   Lucinda  y   Teodora.) 

Teodora.         ¿En  efeto  te  escribió 
que  se  casará  contigo  ? 
Lucinda.     Dice  el  papel  lo  que  digo. 
Teodora.     ¿Puédolo  ver? 


ACTO    PRIMERO 


325 


Lucinda. 


Teodora. 
Lucinda. 


Teodora. 


Lucinda. 


Teodora. 

Lucinda. 
Teodora. 

Lucinda. 
Teodora. 
Lucinda. 


Teodora. 
Lucinda. 
Teodora. 


¿Por  qué  no ? 

Abre  y  mira  a  qué  ha  llegado 
del  Príncipe  el  grande  amor. 
Tú  le  entenderás  mejor. 
Dos  mil  veces  le  he  pasado, 

por  dar  crédito  a  mis  ojos, 
y  siempre  dice  lo  mismo. 
Es  amor  un  loco  abismo 
de   imaginados   antojos; 

que  aunque  tiene  obligación 
el  Príncipe  a  lo  que  ha  hecho, 
porque  no  pierda  el  dereclio 
lo  que  gana  la  opinión, 

no  me  parece  que  está 
puesta   en   razón  la  locura 
de  lo  que  escribe  y  procura 
ni  que   de  efeto   será. 

¿Cuándo  has  visto  tú,  Teodora, 
locura  puesta   en   razón 
ni  amor  con  obligación 
que  en  razón  se  funde  agora? 

El  Príncipe  no  me  engaña. 
¡  Si  ha  seis  años  que  me  goza ! 
Aquí   suena   su  carroza, 
si  no  es  de  quien  le  acompaña. 

^Muestra  el  papel,  porque  quiero 
del  mismo  agora  saber 
lo  que   le  pudo  mover. 
Ser   amante   y   caballero. 

Conocer  que   está   obligado 
y  estos  dos  hijos,  que  son 
prendas  de  su  corazón. 
Dios  te  dé  más  alto  estado, 

que  aunque  eres  su  desigual, 
mereces,  por  tu  valor, 
ser  reina. 

¡  Quiéralo   amor, 
de  las  almas  peso  igual ! 

Yo  te  doy  el  parabién. 
De  reina,  ¿qué  me  has  de  dar? 
Tendrás  el  mismo   lugar, 
como  en  el  alma  también, 

que  eres  mi  sangre  y  mi  hermane 
Un   título   quiero   yo. 
Gente  parece  que  entró. 
Estará  la  puerta  llana 

a  todos,  como  en  palacio, 
y  más  si  el  Príncipe  viene : 
como  esposo  tuyo,  tiene 
aquí  su  corte  de  espacio. 


{Salen    el    Marqués    y    Capitán    de    la    guarda,    y 
alabarderos.) 

Marqués.       Entrad  todos. 

Lucinda.  ¿Qué  es  aquesto? 

¿  En  mi  aposento  alabardas  ? 

Marqués.    ¿Quedan  a  la  puerta  guardas? 

Capitán.     Todo  está  ya  en  orden  puesto. 

Marqués.       Lucinda,  bien  sabe  el  cielo 
que  en  el  alma  me  ha  pesado 
que  esto  el  Rey  me  haya  mandado ; 
bien  conocéis  vos  mi  celo, 

y  que  el  Príncipe  no  tiene 
mayor  servidor  que  yo : 
prenderos   el  Rey  mandó, 
y    obedecerle    conviene. 

Aquí  ima  carroza  está; 
en  ella,  si  sois  seriada, 
entraréis. 

Lucinda.  ¡  En  esta  vida, 

Teodora,  así  el  bien  se  da ! 
Tan  presto  le  sigue  el  daño 
como  sigue  al  sol  la  sombra : 
todo  lo  que  el  alma  nombra 
segura  gloria,   es  engaño. 

Que  tiene  aquesto  que  ver 
con  lo  que  tratando  estaba : 
el   Príncipe  me  llamaba 
en  aquel  papel  mujer, 

y  aquí  el  Rey  en  éste  escribe 
la  ejecución  de  mi  muerte, 
y  el  Marqués,  airado  y  fuerte, 
la  ejecución  apercibe. 
¿  Qué  tengo  de  hacer  ? 

Teodora.  Callar. 

Lucinda.     ¿Callar? 

Teodora.  Sí,  y  obedecer; 

cuando  llegan  a  prender 
es  necedad  replicar. 

Que  si  está  determinado, 
sólo  sirve  la  defensa 
de  hacer  más  grave  la  ofensa 
e  ir  el  preso  mal  tratado. 

Quien  no  se  puede  librar 
déjese  luego  prender, 
que  es  valor  mostrar  placer 
e  infamia  mostrar  pesar. 

Lucin;da.         Perdone  Vueseñoría 

el  no  le  haber  respondido. 

Marqués.    ¿  Qué  respuesta  ha  merecido 
la   mala   pregunta   mía? 
Creedme  que  no  pensé 
que  tal  mi  desdicha  fuera 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


que  en  esta  casa  pusiera 
con  tantas  armas  el  pie. 

Ni  tuviera  atrevimiento 
de  llegar  a  sus  despojos 
si  no  es  en  los  pies  los  ojos 
y  en  su  dueño  el  pensamiento, 

con  menos  fuerza  que  ser 
del  Rey  mi  señor  mandado. 

Lucinda.     A'os  estáis  bien  disculpado. 

¿Por  qué  me  manda  prender? 

Marqués.        Pienso  que  quiere   casar 
el  Rey  al  Príncipe. 

Lucinda.  ¡  Ah  !,    ¿  sí  ? 

Marqués.    Y  habránle  dicho  que  aquí 
suele  alguna  vez  entrar, 

y  querrá  que  no  le  deis 
puerta  mientras  eso  intenta. 
Mirad  qué  presto  os  doy  cuenta 
de  lo  que  saber  queréis. 

Lucinda.         El  Príncipe  mi  señor 

entra  alguna  vez  a  hacerme 
merced  de  honrarme  y  de  verme, 
con  recato  de  mi  honor. 
Y. si  le  quiere  casar, 
¿para   qué  conmigo"  encuentra? 
De  media  ciudad  donde  entra 
haga  las  puertas  cerrar, 

o  en  la  mía,  si  está  abierta, 
ponga  su  guarda  española; 
que  yo,  ¿  cómo,  si  estoy  sola, 
resistiré  al  Rey  la  puerta? 

Marqués.        Dirále   alguno  que  os  goza. 

Lucinda.     No  hablemos  deso. 

Marqués.  Está   bien. — 

¡  Hola !,  haced  que  al  punto  estén 
las  guardas  y  la  carroza. 


Rey. 
Conde. 


Rey. 


Conde. 


Rey. 
Conde, 


{Vanse,  y  salen  el  Rey  y  el  Conde.) 

Mándela  prender. 

Has  hecho 
una  cosa,  gran  señor, 
digna  de  tu  noble  pecho; 
que  el  temor  vence  al  amor 
o  le  pone  en  grande  estrecho. 

¿Y  que  estaba  tan  perdido 
el  Príncipe? 

No   he   querido 
decirte  a  lo  que  ha  llegado, 
porque  si  no  está  casado, 
culpa  de  Lucinda  ha  sido. 
¿  Casado  ? 

¿  Qué  duda  pones 


Rey 


Conde. 


Rey. 

Conde. 

Rey. 

Conde. 
Rey. 


Conde. 


en  un  trato  de  amor  largo 
con  iguales  aficiones? 
Con  esto  tomo  a  mi  cargo 
de  saber  sus  pretensiones. 

Mire  bien  que  tiene  hermano ; 
mire  que  temer  no  puedo 
mi  sucesión. 

Caso   es  llano, 
y  pluguiera  a  Dios  que  Alfredo, 
aunque  es  pensamiento  vano... 

¿Qué  dices? 

Que  el  mayor  fuera. 
¿  Qué  tan  vano  pensamiento, 
si  yo  heredarle  quisiera? 
¿Tienes  enojo? 

Hoy  intento 
matar  esta   mujer  fiera. 

{Vase   el   Rey.) 
i  Eso  no,  que  está  inocente  ! 
Basta  que   con  su  prisión 
mitigues  ese  acídente. — 
Ya  me  pesa,  con  razón, 
de  que  el  Rey  matarla  intente. 

Pero   su  amor  me  ha   forzado 
a  descubrirle  el  secreto, 
pero  agora  me  ha  pesado 
de  ver  que  pone  en  efeto 
el  Rey  su  intento,  enojado. 

¡  Ah,  deseos  !,  ¿  que  es  posible 
que  a  tal  punto  me  traéis? 
Pero,  pues  es  tan  terrible, 
mostrar  en  mi  amor  queréis 
la   fuerza  de  un   imposible. 

¡■Ay,    Lucinda,    hasta    prenderte 
ánimo  pude  tener, 
desesperado  de  verte 
cerca  de  ser  su  mujer, 
mas  no  para  ver  tu  muerte ! 

¡  Cíelos,  yo  me  la  daré 
sí  llega  la  ejecución! 

{Sale  el  Príncipe,  Belardo  y  Camilo.) 

Príncipe.    ¡  Viven  los  cíelos  que  os  dé 
la  muerte ! 

Belardo.  ¿Por  qué  razón? 

Príncipe.    ¡  Decidme  cómo  o  por  qué  ! 

Camilo.  Repórtate. 

Príncipe.  ¿Cómo  puedo? 

¡  Daré  voces,  haré  cosas 
que  ponga  a  los  hombres  miedo  ! 
¡  Ay,  pretensiones  celosas, 
bueno  en  vuestras  manos  quedo  ! 


Conde. 


I 


ACTO    PRIMERO 


327 


Príncipe. 

Belardo. 
Camilo. 

Conde. 


Belardo. 
Príncipe. 
Belardo. 
Príncipe. 


Camilo. 


Príncipe. 

Camilo. 
Conde. 


Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 
Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 


cA  Lucinda  en  prisión,  cielos? 
¿A  aquel  ángel? 

Calla  un  poco. 
¡  Por  Dios,  que  tengo  recelos 
que  el  amor  le  vuelva  loco ! 
i  Mirad    lo   que   pueden    celos ! 

Prendiérame  el  Rey  a  mí, 
diérame  la  muerte  el  Rey, 
vengárase  el  Rey  ansí ; 
pero  en  ella,  ¿por  qué  ley? 
¡  Aquí  de  Dios  ! 

Vuelve   en   ti. 

¡  Rabio  de  enojo,   Belardo  ! 
Con   razón   témplate   en   él. 
¿  Cómo  no  voy,  cómo  tardo, 
a  matar  aquel  cruel? 
No  es  padre.  ¿  Qué  me  acobardo  ? 

Que  si  el  Rey  mi  padre  fuera, 
fuera  mi  sangre  y  tuviera 
mi  inclinación,  y  así  amara 
a  esta  mujer,  cuya  cara 
deshace  el  sol  en  su  esfera. 

Amanla  mis  ojos,  aman 
los  suyos,  por  quien  derraman 
llanto  que  a  un  mármol  provoca; 
el  corazón  y  la  boca 
dueño  del  alma  la  llaman. 

En  mis  venas  está  escrita, 
anima  mi  propio   ser, 
al  vital  aliento   imita. 
Que   la  llames  tu   mujer 
es  lo  que  al  Rey  solicita. 

Esto  la  causa  habrá  sido 
de  su  prisión. 

¿  Quién  ha  ido 
con  estos  chismes  al  Rey? 
No  haber  entre  amigos  ley. 
¡  Mi  negocio  va  perdido  ! 

Quiérele  hablar,  y  fingir 
que  ahora  llego. — ¡  Oh,  gran  señor  ! 
¡  Oh,   Conde  ! 

Para  decir 
nuevas  de  tanto  dolor, 
lo  que  más  siento  es  sentir. 

¡  Xo  fuera  yo  piedra  agora  ! 
¿Qué  hay.   Conde? 

Que  llevan  presa 
a  Lucinda,  mi  señora. 
;  Hay  más  ? 

¿Esto  es  poco? 

Cesa, 


Príncipe.* 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 


[cesa],  que  ya  el  alma  llora  (i) 

su  prisión  antes  de  verte, 
que  no  se  tardara  tanto 
nueva  que  fuera  mi  muerte, 
¡  Que  lo  sepa  (2)  el  Rey  me  espanto ! 
¿Cómo  ha  sido?  ¿De  qué  suerte? 
Tú,  que  allá  con  el  Rey  privas, 
dímelo,   Conde,  así  vivas. 
¿Quién  es  quien  matarme  quiso? 
Conde.         Escrito  vino  el  aviso, 

si  en  esa  venganza  estribas; 

que  nadie  al  Rey  cara  a  cara 
lo  que  piensas  le  dijera; 
sólo  en  la  crueldad  repara 
del  Rey. 

Si  en  el  Rey  pudiera... 
¿Qué  dices? 

Que  me  vengara. 
Tu  venganza  está  en  la  mano. 
¿  Cómo  ? 

Auséntate,  y  verás 
que  suelta  a  Lucinda. 

En  vano 
ese  consejo  me  das. 
¡  Muero,  Conde  !  ¡  Muero,  hermano  ! 

Y  aunque  diera  mi  partida 
pena  al  Rey,  fuera  ausentarme 
dejar  en  prisión  la  vida, 
porque  fuera  el  apartarme 
ser  de  los  dos  homicida. 

¿  Pues  qué  medio  has  de  tener  ? 
Que  el  Rey  se  desengañase 
que  no  quiero  a  esta  mujer 
para  que  me  la  soltase. 
Otro  intento  quiero  hacer. 
¿De  qué  suerte? 

El  Rey  te  estima, 
y  cuanto  le  dices  cree : 
si  mi  dolor  te  lastima 
y  quieres.  Conde,  que  emplee 
en  ti  a  Rósela,  mi  prima, 

di  que  es  tuya  esta  mujer 
al  Rey,  y  que  está  engañado, 
y  que  si  lo  quiere  ver 
te  case  con  ella. 
Conde.  Has  dado 

im  divino  parecer. 

Mas  podrá  ser  que  me  apriete 


Conde. 
Príncipe. 


Conde. 
Príncipe. 


(i)  Verso  incompleto,  que  se  llenaría  repitiendo  la 
palabra,  "cesa",  como  hemos  puesto. 

(2)  ¿Y  no  lo  ha  de  saber,  si  es  él  quien  ordena  la 
prisión?  Este  lugar  está  errado. 


328 


LUCINDA    PERSEGUIDA 


a  que  con  ella  me  case. 
Príncipe.    Eso  júralo,  y  promete 

que  lo  harás,  hasta  que  pase 

la  furia,  seis  días  o  siete. 
Yo  entre  tanto  esconderé 

a  Lucinda. 
Conde.  Ya  el  Rey  sale. 

Príncipe.    Voim.e ;   allá   te   aguardare. 

¡  Oh,  cuánto  la  industria  vale, 

y  en  los  amigos  la  fe ! 

(Vase   el   Príncipe,    Belardo   y   Camilo,   y   sale 
el  Rey.) 


Rey. 

¿Estaba  Alejandro  aquí? 

Conde. 

¿No  le  viste  salir? 

Rey. 

Sí. 

¿  Siente  la  prisión  ? 

Conde. 

¿Pues  no? 

Rey. 

¿  Qué  es  lo  que  te  preguntó  ? 

Conde. 

Que  quién  te  lo  dijo  a  ti. 

Rey. 

¿  Está  enoj  ado  ? 

Conde. 

En  extremo. 

Rey. 

Diirá  de  mí  mil  maldades : 

es  todo  amante  blasfemo 

si  impiden  sus  liviandades. 

Conde. 

Que  se  quiere  ausentar  temo. 

Rey. 

¡  No  me  lo  digas  ! 

Conde. 

Ha  sido 

lo  que  me  ha  dicho  extremado. 

Rey. 

¿  Cómo  así  ? 

Conde. 

Que  yo,  fingido, 

diga  que  te  han  engañado, 

porque  "Soy  quien  la  ha  querido ; 

y  que  si  lo  quieres  ver. 

te  la  pida  por  mujer. 

y  que  así  tú  le  darás 

libertad  y  la  pondrás, 

como  a  tal,  en  mi  poder. 

Rey. 

¿Eso  te  ha  dicho? 

Conde. 

Señor, 

si  no  quieres  que  se  ausente 

y  aumentar  más  su  dolor. 

con  su  engaño  fácilmente 

se  puede  engañar  mejor. 

Rey. 

¿De  qué  suerte? 

Conde. 

Di  que  estás 

desengañado,  que  es  mía 

y  por  mujer  me  la  das; 

que  yo  la  pondré  ese  día 

donde  no  se  traten  más. 

Y  así  podrá  presumir 

que  engañado  la  prendiste. 

Rey.  Y  también  le  has  de  decir 

que  mil  quejas  le  dijiste. 
Conde.         Bien  te  puedes  persuadir, 

que  le  tengo  amor  tan  fuerte 

que  no  vendrá  a  su  poder 

aunque  me  diese  la  muerte. 
Rey.  Rósela  será  mujer 

del  Príncipe  desta  suerte. 
Conde.  Sí,  señor,  cásale  luego, 

que  Rósela  es  muy  hermosa; 

consuma  un  fuego  otro  fuego. 
Rey.  Sí;  pero  amando  otra  coSa, 

tarde  se  adquiere  el  sosiego. 
Ve  3^  dirásle  que  ya  quiero 

casarte  y  librarla. 
Conde.  Voy. 

{Vase    el    Conde.) 

Rey.  Aquí  en  palacio  te  espero. — 

Yo  le  pienso  casar  hoy, 
si  antes  de  hacerlo  no  muero. 
Que  de   tener   una   amante 
en  carrera  semejante 
a  ningún  tiempo  conviene, 
si  no  es  al  tiempo  que  tiene 
freno  y  riendas  de  diamante. 

(Salen  Alfredo,  infante,  y  Rósela.) 
Alfredo. 

Rósela,  si  yo  fuera  el  rico  suelo 
que  las  preciosas  margaritas  cría, 
a  vuestros  pies  rindiera  el  alma  mía, 
diamantes  del   quilate  de  mi   celo. 

Si    fuera    fénix,   nombre,   vida,   vuelo 
os  consagrara  en  mi  ceniza  fría; 
si  fuera  día,  os  transformara  en  día; 
si  fuera  sol,  os  diera  el  cuarto  cielo; 

si  fuera  el  oro  de  mayor  riqueza, 
rindiera  a  vuestras  manos  mi  tesoro . 
Mas,  i  ay,  que  fueran  pensamientos  vanos, 

que  fénix,  piedras,  día,  sol,  cielo,  oro, 
están  con  mayor  ser,  honra  y  belleza 
en  esos  ojos,  boca,  pecho  y  manos! 

Rósela. 

Alfi"cdo,  si  yo  fuera  blanca  aurora 
os  hiciera  mi  sol,  mi  claro  Anfriso; 
mi  cristal  os  hiciera  a  ser  Narciso, 
y  rey  si  fuera  en  cuanto  veis  señora. 

Mi  armonía,  a  ser  música  sonora; 
mi   serafín  si  fuera  paraíso; 


ACTO    PRIMERO 


329 


si  fuera  Apolo  os  diera  yo  mi  aviso,  (i) 
y  mi  espada,  si  fuera  Marte  agora. 

Del  todo  de  mi  amor  mostrara  en  parte 
lo  que  rendidos  mis  sentidos  vienen; 
mas,  ¡  ay,  que  son  hazañas  sin  provecho, 

que  cielo,  sol,  Apolo,  día.  Marte, 
paraíso,  armonía  y  rey  no  tienen 
vuestro  talle,  valor,  ingenio  y  pecho. 
Alfredo.         El  Rey,  señora,  está  aquí: 

¡  oh,  qué  mal  hablado  habernos ! 
Rósela.       Divertido  está. 
Alfredo.  Es  ansí. 

Rósela.       Mejor  será  que  lleguemos. 
Alfredo.     Llegaré  yo. 
Rósela,  Señor,  sí. 

Rey.  ¡  Oh,  sobrina  !,  imaginaba, 

por  tu  vida,  en  tu  belleza, 

y  así  divertido  estaba. 

¿  Quién  está  aquí  ? 
Alfredo.  Yo  llegaba. 

Rey.  Salte  un  poco  a  esotra  pieza. 

Alfredo.        Aquí  me  quiero  esconder, 

que  algo  la  quiere  en  secreto. 
Rósela.       ¿Qué  piensas?  No  puede  ser 

en  mí  sin  un  gran  efeto. 
Rey.  Agora  lo  has  de  saber. 

Anda  Alejandro  perdido, 

y  quiérole  sosegar. 
Rósela.       ¿  Qué  medio  tomas  ? 
Rey.  Ha  sido 

medio  que  puede  templar 

cualquier  amante  atrevido. 
Ro'sel.\.  ¿y  es,  señor? 

Rey.  Una  mujer. 

Rósela.       For  eso  debe  de  ser 

llamar   esposa   la   que   ata 

las  manos.  ¿Con  quién  se  trata? 

¿No  lo  merezco  saber? 
Rey.  ]\Iujer  es  de  gran  valor, 

discreció'n,  gracia  y  cordura. 
Rósela.       Eso  era  justo,  señor, 

cuando  tu  Alteza  procura 

la  eleción  del   sucesor. 
¿Está  lejos? 
Rey.  Cerca   está. 

Rósela.       Por  mi  fe,  que  sea  dichosa. 

¿  Quién  es  ? 
Rey.  Tú  la  has  visto  ya. 

Rósela.       ¿Y  es  hermosa? 
Rey.  ¡  ]\Iuy   hermosa  ! 


(i)     Esta  palabra  parece  estar  equivocada. 


Alfredo. 

Rósela. 

Rey, 

Rósela, 

Rey, 


Alfredo, 

Rósela, 

Alfredo, 


Rósela, 

Alfredo. 

Rósela, 

Alfredo- 
Rey, 
Rósela. 
Alfredo. 


Rósela. 

Rey. 

Rósela. 


Alfredo. 


Rey. 


Rósela. 


Rey. 
Rósela. 


¡  Voces  el  alma  me  da ! 

¿  Puédola  ver  ? 

Bien    podrás; 
manda  traer  un  espejo. 
Basta,  no  me   digas  más. 
¿Quién  te  ha  dado  ese  consejo? 
Tú,  sobrina,  m.e  lo  das. 

¿Dónde  puedo  yo  mejor 
emplear  la  sangre  mía. 
sobrina,  que  en  tu  valor? 
No   en   balde   el   alma  temía. 
Honras  tu  hechura,  señor. 

¡  Cómo  !    ¿  Qué    responde  ?    i  Ay, 
¡Oh,  mujer  flaca  y  liviana!  [triste! 
¿Que  te  honraba  respondiste? 
Que  me  das  es  cosa  llana 
de  una  vez  cuanto  pudiste. 

¡  Oh,  traidora  fementida, 
cómo  el  acuerdo  encarece  ! 
Pero  es  cosa  conocida 
que  ama  Alejandro,  y  parece 
que  me  ha  de  dar  mala  vida. 

¡Oh,  mujer  cuerda  y  discreta, 
mujer  cuerda  y  mujer  noble  ! 
Calla,  y  lo  que  diga  aceta. 
Yo  lo  haré. 

¡  Oh,  mudable,  al  doble 
que  la  más  fácil  veleta ! 

i  Que  lo  hará  !  ¿  Cómo  es  aquello  ? 
Ven,  llega,  pon  un  cabello 
al  ■cuello,  que  ya  se  ahoga. 
La  imaginación  es  soga. 
Señor... 

Bien  puedes  hacello. 

Cuando  tu  ingenio  imagina 
dar  a  Alejandro  quietud 
en  el  vicio  a  que  se  inclina, 
¿  a  costa  de  mi  salud 
búscasle  la  medicina? 

Mire  bien  tu  Majestad 
que  está  Alejandro  perdido. 
¡Oh,  mujer,  de  más  verdad 
que  en  todo  el  mundo  ha  nacido ! 
¡  Brava  fe,  brava  lealtad  ! 

A  tu  amor  es  cosa  cierta 
que  le  traerá  tu  valor. 
Piénsalo  bien. 

i  Yo  soy  muerta  ! — 
Cualquiera  vicio  de  amor 
con  el  casarse  despierta. 

Antes  que  se  case  olvida. 
Dicen  que  ha  seis  años  que  ama 


330 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


una  mujer  bien  nacida, 

donde  tiene  mesa  y  cama 

y  mal  enseñada  vida. 
Alfredo.     Bien  dijo:  ¡qué  bien  le  advierte! 
Rey.  Esa  ya  la  tengo  yo 

en  prisión  áspera  y  fuerte. 

Yo  la  mataré. 
Rósela.  Eso  no; 

que  me  dará  a  mí  la  muerte. 
Rey.  No  dará  tal,  yo  lo  fío. 

Rósela.       Dos  hijos  dicen  que  tiene. 
Rey  De  tus  temores  m.e  río. 

Tan  buen  indicio  conviene 

a  ti  3^  al  intento  mío. 
¿Eres  tvi  alguna  mujer 

humilde,  que  has  de  tener 

el  cargo  de  su  sustento? 

Voime,  y  haré  que  al  momento 

te  venga  el  Príncipe  a  ver. 

(Vasc   el    Rev.) 

Rósela.  ¿Haslo  entendido? 

Alfredo.  ¡  Ay  de  mí, 

con  mi  hermano  estás  casada ! 

¿Esto  escuché,  aquesto  vi? 
Rósela.       Si  estuviera  confiada, 

querido  primo,  de  ti, 
como  lo  puedes  estar 

desta  alma,  nunca  creyeras 

que  me  pudiera  mudar. 
Alfredo.     ¿Pues  con  qué,  señora,  esperas 

fuerzas  de  un  rey  derribar? 
Rósela.  Entregándome  a  la  tuya. 

Alfredo.     Espera,  hablaré  a  mi  hermano 

y  sabré  la  intención  suya. 
Rósela.       Que  lo  ha  de  querer  es  llano, 

aunque  se  mate  y  destruya. 
Alfredo.         ¿Por  qué? 
Rósela.  Porque  basta  ser 

desdicha  mía. 
Alfredo.  Tener 

puedes  confianza  agora, 

que  como  al  vivir  adora 

a  aquella  hermosa  mujer. 
Voile  a  hablar;  voile  a  decir 

cómo  quedamos  los  dos 

tan  a  pique  de  morir.    - 
Rósela.       Adiós,  primo. 
Alfredo.  Prima,  adiós. 

Rósela.       Vuelve. 
Alfredo.  A  verte  v  a  vivir. 

Rósela.  Dile  que  me  mataré 


I  antes  que  le  dé  la  mano. 

I  Alfredo.  Y  de  mí,  ¿qué  le  diré? 

Rósela.  Habla,  a  ver. 
I  Alfredo.  Príncipe  hermano, 

i  señor,  rey... 

Rósela.  Bien  vas. 

Alfredo.  Bien  sé ; 

mi  remedio  vive  en  vos. 

Rósela.  ¡  Cómo  quedamos  los  dos  ! 

Alfredo.  ¿No  te  digo  que  a  morir? 
Bien  se  lo  sabré  decir. 

i   Rósela.  Adiós,  primo. 

Alfredo.  Prima,  adiós. 

(Vanse,    y    sale    el    Príncipe    31    Lucinda.) 

Lucinda.         Por  vos,  mi  bien,  no  es  prisión, 
sino  gloria  y  libertad ; 
vos  sólo  sois  soledad 
del   alma   en   esta   ocasión. 

Porque    de   la    misma    suerte 
amor,  al  fin  de  mi  historia, 
convierte  la  pena  en  gloria 
y   espera  vida   en   la  muerte. 

No  piense  el  Rey  dividirme 
de  vos  con  ser  homicida 
de    aquesta    inocente   vida, 
que  muerta  estará  más  firme; 

que  con  el  alma  es  razón 
viváis    con    las    prendas    mías 
donde    no    tengan    los    días 
ni    el   tiempo    jurisdición. 

¿De   qué  habéis   enmudecido? 
¿  Cómo  no  me  habláis,  mi  bien, 
cuando  los  ojos  que  os  ven 
la  vida  os  han  ofrecido? 

Hablad,  descansad  conmigo, 
que  no  hay  lágrima,  os  prometo, 
que  no  sea  firme  al  efeto 
para  cumplir   lo  que  digo. 
Príxxipe.        ¿Qué   puede   tm   hombre   que   ha 
a  vuestra  afrenta  y  prisión     [dado 
causa,  hablar  en  ocasión 
que  le  habéis  tanto  obligado? 

Enmudéceme  la  pena 
con  que  en  esta  torre  os  vi, 
y  mucho  más  que  por  mí 
la  tengáis,  mi  bien,  por  buena. 

Enmudéceme   la   injuria 
de  un  padre,  cuyo  rigor 
castiga  culpas  de  amor 
en  tribunales  de  furia. 

Y,  en  fin,  me  enmudece  el  ver. 


ACTO   PRIMERO 


331 


\ 


sin  que  el  remedio  se  aparte, 
que  siempre  en  la  flaca  parte 
muestra  su  fuerza  el  poder. 

Quisiera  que  el  Rey  en  mí 
esa  furia  ejecutara; 
que  en  mí  su  enojo  vengara, 
pues  que  yo  la  causa  fui. 

Pero  a  que  piense  me  obliga 
con  tan  claro  testimonio 
que  debe  de  ser  demonio, 
pues  el  alma  me  castiga. 

Y  tal  es  el  daño  eterno, 

que  de  ver  el  vuestro  pasa, 

que  lo  creo,  pues  me  abrasa 

todo  el  fuego  del  infierno. 

LucixDA.         Sosegad  el  corazón. 

¡Jesús!  ¿De  aquesto  hacéis  caso? 
Penas  que  por  vos  las  paso, 
no  son  penas,  glorias  son. 

¿  Habéis' vuestros  hijos  visto? 
Quitáronmelos  también ; 
que   como   con  vos   estén, 
todo  lo  demás  resisto. 
Príncipe.        No  creo  que  se  atreviera 
el  villano  cazador ; 
que  de  la  tigre  el  rigor 
hasta  la  mar  le  siguiera. 

Buenos,  mi  señora,  están; 
agora  de  verlos  vengo; 
pero  como  a  vos  no  os  tengo, 
templado  gusto  me  dan. 

Ooie  si  el  alma  en  vos  repara 
sus  divididos  despojos, 
pienso  que  ve  vuestros  ojos 
ausentes  de  vuestra  cara 

y  auméntanse  mis   enojos, 
porque  cuando  ós  miro   a  vos, 
como  las  niñas  son  dos, 
pienso  que  os  miro  sin  ojos. 

Si  dura  aquella  porfía 
vendrán  esta  noche  a  veros ; 
tendrá  el  cielo  sus  luceros 
y  será  esta  noche  día. 

Conque  de  mi  justo  intento 
no  estoy  tan  mal  inform.ado 
que  no  me  haya  aconsejado 
algún  justo  atrevimiento. 

Traeré  gente  y  batiré 
la  torre  si  su  rigor 
pasa  adelante. 
Lucinda.  Señor, 

no  es  bien  que  al  Rey  se  le  dé 


más  ocasión  de  pesar; 
dcjalde  pasar  la  ira. 
Príncipe.    Ea,  que  todo  es  m.entira, 

sino  hacerse  un  hombre  honrar. 

Como  me  ha  visto  a  sus  fieros 
humilde,  obediente  y  llano, 
y  que  sólo  con  la  mano 
puede  embotar  mis  aceros, 

atréveseme  a  la  vida.   " 
Pues  no  ha  de  pasar  ansí, 
y  no  me  agradezca  a  mí 
aquesta  humildad  fingida. 

Por  vos  he  tanto  callado, 
por  vos  tan  humilde  he  sido ; 
que  más  por  vos  he  sufrido 
que  por  haberme  engendrado. 

Por  no  perderos,  mi  bien, 
paso  esta  vida  enojosa; 
que  no  hay  más  humilde  cosa 
que  un  hombre  si  quiere  bien. 
Lucinda.        No  habéis  de  hacer,  por  mi  vida, 

cosa  que  al  Rey  cause   enojos. 
Príncipe.    Pues,  ¿  cómo,  luz  de  mis  ojos, 
de  aquel  tirano  ofendida, 

eso  os  parece  que  es  justo? 
Esta  noche  habéis  de  ver 
otra  nueva  Troya  arder 
y  otro  Agamenón   robusto. 

Denme  el  alma  estos  villanos, 
vuelvan  al  cuerpo  su  vida, 
que  mi  paciencia  ofendida 
ya  se  remite  a  las  manos. 

{Salen    el   Conde   y    el    Marqués    y    Capitáx    de    la 

GUARDA.) 

Conde. 
Este  es  del  Rey,  señor  maques  Rodulfo, 
el  anillo. 

Marqués. 
Bastaba  vuestro  crédito. 
Conde. 
Mandad  que  se  me  dé  Lucinda. 

Capitán. 

El  Príncipe 
la  vino  a  ver.  ¿Si  dejará  sacalla? 

Marqués. 
La  orden  que  yo  os  di.  Alcaide,  no  es  ésa : 
el  Rey  mandó  que  ni  las  calles  viese. 

Capitán. 
Si  a  mí  se  llega  el  Príncipe  y  me  pone 


332 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


una  daga  a  los  pechos  porque  digo 
que  no  tengo  orden  de  que  vea  a  Lucinda, 
¿qué  podré  responderle?  ¿Por  ventura 
diré  a  las  guardas  que  le  maten? 


Conde. 


Digo 


que  para  mí  disculpa  tiene  Evandro, 
y  que  tampoco  dará  pena  al  Príncipe 
que  yo  lleve  a  Lucinda. 

Marqués. 

Pues  habladle; 
que  por  haberla  preso  me  han  contado 
que   está  conmigo  mal. 

Conde. 

A  Vuestra  Alteza 
suplico  que  me  escuche  luia  palabra. 

Príncipe. 
¡  Oh,  Conde  amigo  !  ¿ Qué  hay  de  nuevo?  ¿ Ha- 
a  aquel  tirano,  a  aquel  Nerón?  [blastc 

Conde. 

Habléle ; 
y  tuvo  tal  efeto  nuestra  industria, 
que  ha  creído  que  soy  el  que  poseo 
esta  señora,  a  quien  apenas  miro 
por  el  justo  respeto  que  le  tengo; 
certificóse  de  que  no  la  sirves  " 
y  persuadióse  a  que  jamás  la  hablaste, 
que  los  que  estamos  cerca  de  los  reyes 
fácilmente,  seííor,  los  persuadimos. 
Mandómela  entregar,  dióme  su  anillo; 
pero  sacó  de  condición  que  estando 
en  mi  casa  por  cárcel,  tií  no  puedas 
entrar  a  verla  ni  pasar  la  calle. 

Príncipe. 
Pues  no  quiero;  deshágase  la  industria; 
no  he  de  perderla  un  punto  de  mis  ojos. 
Si  la  quieres  llevar,  ¿por  qué  me  dices 
que  no  la  vea,  pues  aquí  la  veo? 
¿Luego  desta  manera,  desta  cárcel 
en  otra  más  secreta  la  ponías? 
Vete  con  Dios. 

Conde. 
Señor,  porque  el  Rey  diga 
que  no  la  veas,  no  se  entiende  luego 
que  no  has  de  entrar,  sino  el  recato. 

Príncipe. 

Conde, 
mi  amor  ya  no  es  amor  para  recato. 
Lucinda  es  mi  mujer. 


Conde. 
¡  Jesús  !  ¿  Qué  dices  ? 
Príncipe. 
Lo  que  oyes,  Conde. 

Conde. 

Pues,  señor,  no  quiero 
tenerla  como  a  tal;  entre  tu  Alteza 
a  todas  horas  en  mi  casa. 

Príncipe. 

Amiga, 
el  Conde  ha  hecho  oficio  con  mi  padre 
de  verdadero  amigo;  ya  el  Rey  tabe 
que  no  te  quiero  yo;  licencia  ha  dado 
para  que  estés  en  casa  de  Rogerio. 
Vete  con  Dios  y  disimula. 

Lucinda. 

El  cielo 
me  dé  una  hora  de  paz  contigo. 

Príncipe. 

Espera ; 
quien  no  sabe  esperar  no  alcanza  nada. 

Marqués. 
Vamos,  Conde. 

Conde, 
El  Marqués  y  aquesta  gente 
os  ha  de  acompañar;  tened  paciencia. 

Marqués. 
Arenga  vuesa  merced. 

Conde. 

Vamos. 
IMarqués. 

«  No  es  poco 

que    alcanzases    licencia    deste   loco. 

(Vanse    todos,    y    queda    el    Príncipe-) 
Príncipe. 

Quien  dice  que  en  mujeres  no  hay  firmeza 
no  os  conoce,  bellísima  señora; 
ni  menos  el  que  juntas  teme  y  llora 
que  están  la  ingratitud  y  la  belleza. 

No  fué  de  la  común  naturaleza 
la  condición  gallarda  que  atesora 
ese  cuerpo  gentil,  que  adorna  y  dora 
im  alma  noble,  una  real  grandeza. 

Firme  sois  y  mujer;  si  son  contrarios, 
hoy  con  victoria  vuestro  pecho  quede, 
de  que  es  sujeto  que  los  ha  deshecho. 


ACTO    PRIMERO 


333 


Bronce,  jaspe,  metal,  mármoles  parios 
consume  el  tiempo;  vuestro  amor  no  puede, 
que  es  alma  de  diamante  en  vuestro  pecho. 

(Sale  el  Infante  Alfredo.) 

Alfredo. 
Qué  mal  hice*en  buscarte  en  otra  parte, 
que  quien  ama  no  sale  de  su  centro, 
y  jamás,  Alejandro,  de  tu  pecho, 
de  tu  valor,  de  nuestra  misma  sangre 
tuve  tan  gran  necesidad. 

Príncipe 

¿Qué  tienes? 
Repórtate. 

Alfredo. 
No  sé,  muriendo  vengo. 
Príncipe. 
¿Qué  puede  haber  a  un  hombre  sucedido 
de  tanta  calidad,  que  su  persona 
traiga  tan  descompuesta? 

Alfredo. 

¡  Ay,    Alejandro! 
¡  Ay,  hermano  y  señor  ! 

Príncipe. 

Alza  los  ojos. 
i  Vive  el  cielo,  que  aquel  que  ha  dado  causa 
a  tanto  enojo  tuyo  es  mi  enemigo, 
del  Rey  abajo,  hasta  beber  su  sangre ! 

Alfredo. 
¿Quién  si  no  el  Rey  pudiera  a  mi  ofenderme  i 

Príncipe. 
¿  El  Rey  ?  ¿  De  qué  manera  ? 

Alfredo. 

Ya  tú  sabes 
que  adoro  a  nuestra  prima,  y  que  me  paga 
con  otro  igual  amor. 

Príncipe. 

Prosigue. 
Alfredo. 

Quiere... 

Príncipe. 
¿  Qué  quiere  el  Rey  ? 

Alfredo. 

Casarla,  hermano  mío. 


Príncipe. 
¿Casar  quiere  a  Rósela?  ¡Extraño  caso! 
Nunca  le  vi  co"n  este  pensamiento. 

Alfredo. 
¡  Pues  ya  le  tiene,  para  muerte  mía ! 

Príncipe. 
¿Con  quién,  Alfredo? 

Alfredo. 

Espantaráste. 

Príncipe. 
¿Es  desigual  persona  de  sus  méritos? 

Alfredo. 
No,  Alejandro. 

Príncipe. 
Pues  dime  luego  el  nombre. 
¿  No   ves  que   dicen  que  ninguna   cosa 
tanto  entristece  como  estar  suspenso? 

Alfredo. 
Contigo,  hermano ;  que  pretende  agora 
sosegar  tu  inquietud  para  inquietarme; 
tu  vida  gana  y  perderá  la  mía. 

Príncipe. 
¡Jesús!  ¿Y  quién  le  ha  dado  ese  consejo? 

Alfredo. 
No  sé  más  de  que  agora  lo  ha  tratado. 

Príncipe. 
¿Qué  respondió  Rósela? 

Alfredo. 

Replicóle ; 
mas  no  aprovechará,  que  está  resuelto. 

Príncipe. 
i  Válame  Dios,  qué  extrañas  desventuras ! 

Alfredo. 
Lo  que  se  ha  de  temer  de  im  mal  suceso 
es  que  otros  no  le  sigan. 

Príncipe. 

Pues,  Alfredo, 
así  me  casaré  yo  con  Rósela 
como  se  subirán  aquellos  árboles 
adonde  están  agora  las  estrellas. 
Máteme  el  Rey,  deshaga,  desherede, 
acabe  con  mi  vida. 

Alfredo. 

¡  Oh,  mi  Alejandro  ! 


J34 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


j  Oh  mi  hermano  y  señor ! 
Príncipe. 

Detente,  deja 
cosas  tan  excusadas  entre  hermanos, 
y  piensa  en  el  remedio. 

Alfredo. 

¿De  qué  modo? 

Príncipe, 
Mira,  Alfredo:  la  industria  solamente 
al  poder  tiene  fuerzas  de  oponerse. 
Casarme  intenta  el  Rey  con  nuestra  prima; 
yo  no  lo  puedo  hacer,  ni  lo  hiciera, 
por  ti,  cuando  pudiera,  y  replicarle 
es  imposible. 

Alfredo. 

¿Pues  qué  harás? 

Príncipe. 

Decirle 
que  sea  por  poder,  porque  se  excusen 
alborotos  y  gastos.  Piensa  agora 
que  te  doy  el  poder  y  que  te  casas, 
y  concertarás  con  que  nos  dé  las  manos; 
que  se  entienda  de  ti  Rósela  y  calle, 
y  de  secreto  os  gozaréis,  en  tanto 
que  yo  y  Lucinda,  si  lo  quiere  el  cielo, 
nos  declaramos  en  el  mismo  estado, 
y  entonces  sabrá  el  Rey  los  desengaños. 

Alfredo. 
¡Gallarda  industria!   Pero,  ¿de  qué  suerte 
fingirás,  como  esposo  de  Rósela, 
que  la,  quieres,  la  sirves  y  la  gozas? 
¿Cómo  te  has  de  acostar? 

Príncipe. 

Iremos  juntos, 
y  metidos  los  tres  en  mi  recámara, 
yo  me  saldré  por  una  puerta  solo, 
y  tú  te  quedarás. 

Alfredo. 
La  pena  es  tuya; 
pero  gallarda  industria. 

Príncipe. 

Si  tu  sangre, 
si  tu  amor,  si  el  que  debo  al  ángel  mío 
juntos  me  obligan,  no  agradezcas  nada, 
sino  vamos  a  hablar  al  Rey. 


que  por  eso  al  Amor  pintó  un  discreto 
con  la  industria  en  las  manos. 


Príncipe. 

(Vanse.) 


Ten    secreto. 


jMarqués. 

Rey. 

Marqués 

Rey. 
Marqués. 


Rey. 


Alfredo. 


Camina, 


{Sale   el   Rey  y   el   Marqués.) 

Llevóla  el  Conde  a  su  casa; 
yo,  señor,  la  acompañé. 
¿Y  ha  sabido  él  lo  que  pasa? 
Pienso  que  con  gusto  fué 
de  quien  por  ella  se  abrasa. 

¿  Que  llevar  os  la  dejó? 
Palabra  no  replicó. 
Desde  mi  casa  salimos 
y  acompañándola  fuimos, 
y  él  en  casa  se  quedó. 

¡  El  ha  sido   caso   extraño ! 
Cásese  agora;  después 
le  hará  su  amor  menos  daño, 
que  casamiento  de  un  mes 
enfrena  por  todo  un  año. 

(Sale  el  Príncipe  y  Alfredo.) 

Marqués. 
El  viene. 

Príncipe, 
Si  a  tus  pies  llegué  en  mi  vida, 
caro  señor,  más  obligado  al  cielo 
este  contento  que  recibo  impida. 

Rey. 
Alejandro,  levántate  del  suelo. 

Príncipe. 
La  merced  de  tus  manos  recebida 
me  muestra  bien  tu  generoso  celo. 
Mil  veces  te  las  pido. 

Rey. 

Tú  mereces 
mayor  favor. 

Príncipe. 

Tus  cosas  engrandeces. 

No  sólo  me  la  has  hecho  en  que  has  creído 
que  Lucinda  era  dama  de  Rogerio, 
y  que  los  que  te  engañan  han  mentido, 
procurando  mi  afrenta  y  vituperio; 
pero  habiéndolo  el  cielo  permitido, 
para  dar  sucesores  a  tu  imperio 
me  casas  con  mi  prima,  que  no  creo 
que  en  otro  centro  hallaras  mi  deseo. 

Es  la  cosa  de  mi  más  estimada 


ACTO    PRIMERO 


335 


y  a  quien  siempre  miré  con  tales  ojos, 

que  porque  pienses  que  su  amor  me  agrada 

y  el  que  imaginas  me  ha  causao  enojos, 

on  dilatar  la  boda  está  cifrada 

mi    muerte,    porque    amor    muere    de    antojos 

si  no  goza  del  bien  que  ve  presente, 

y  ansí  consentirás  que  yo  me  ausente. 

Poder  daré  a  mi  hermano,  con  quien  puedes 
desposar  a  Rósela,  que  mañana 
volveré  a  la  ciudad,  si  me  concedes 
gozar  del  fin  que  el  casamiento  allana; 
quien  mereció  de  ti  tales  mercedes 
no  se  ha  fundado  en  esperanza  vana. 
Pero  si  amor  se  premia  así,  yo  fío 
que  has  dado  justo  premio  al  amor  mío. 

Rey. 

De  manera  mis  dudas  satisfaces, 
que  mis  brazos  obligas  a  tu  cuello; 
con  Lucinda  y  mi  amor  has  hecho  paces : 
ya  se  acerca  el  laurel  a  tu  cabello. 
Engañáronme  algunos  a  quien  haces 
menos  favor;  pero  yo  gusto  dello, 
porque  de  la  verdad,  cuando  se  apura, 
sale  la  luz  cual  sol  de  noche  escura. 

Y  en  caso  que  miraras  a  Lucinda, 
mujer  que  yo  no  he  visto,  no  la  dejas 
por  otra  menos  generosa  y  linda, 
sin  hurto  de  ventanas  y  de  rejas. 
A  la  obediencia  la  razón  te  rinda, 
pues  sí  conmigo  sólo  te  aconsejas 
hallarás  que  en  tu  vida  has  hecho  cosa 
más  justa,  más  honesta  y  más  piadosa. 

Da  el  poder  a  tu  hermano  y  vete  a  caza 
para  fingir  alguna  breve  ausencia, 
que  por  la  brevedad  es  mejor  traza. 

Príncipe. 
A  tus  plantas  se  humilla  mi  obediencia. 

Rey. 
Alfredo. 

Alfredo. 
Gran  señor. 

Rey. 

Tu  esposa  abraza, 
que  viene  vergonzosa  a  tu  presencia. 

Alfredo. 
¿Mí  esposa? 

Rey. 

Sí,  pues  el  poder  te  obliga. — 
Vamos,  Marqués. 


Marqués. 

No  sé  lo  que  me  diga. 

{Vanse  el   Marqués   y   el   Rey;   sale   Rósela   por   cl 
otro    lado.) 

Alfredo. 
Licencia  me  da  el  Rey  para  abrazarte. 

Rósela. 
¿De  qué  manera? 

Alfredo. 

Aquesta  noche,  ¡  ay,  cielo  !, 
conmigo  el  Rey  pretende  desposarte. 

Rósela. 
¿De  qué  manera? 

Alfredo. 

Hablemos  con  recelo. 
Por  un  poder  del  que  de  ti  se  parte, 
pues  mí  hermano  Alejandro,  por  consuelo 
de  que  en  los  días  desta  breve  ausencia, 
término  se  prorroga  a  mi  sentencia. 

Rósela. 
¿De  manera  que  sólo  te  desposas 
para  cumplir  con  mí  forzosa  estrella? 

Alfredo. 
Bañaré  con  mis  lágrimias  piadosas 
esta  noche  cruel  tu  mano  bella; 
pondré  el  jardín,  él  cogerá  las  rosas; 
haré  la  cama  y  él  dormirá  en  ella ; 
sacaré  el  oro  y  servirá  en  su  frente, 
y  moriré  de   amor  últimamente.   . 

Rósela. 

¡  Ay,  Alejandro,   agora  me  perdona 
un  temerario  y- loco  atrevimiento, 
pues  se  ofende  el  valor  de  tu  persona 
con   razón   de   este   injusto   casamiento; 
y  aunque  el  amor  cualquier  delito  abona, 
porque  ofusca  el  mayor  entendimiento, 
déjame  que  te  pida,  que.  esta  fuerza 
a  pedirte  con  lágrimas  me  esfuerza, 

que  consideres  el  amor  que  tengo 
al  Infante  tu  hermano,  y  que  es  afrenta, 
fuera  de  que  antes  el  morir  prevengo, 
llevar  él  hombre  la  mujer  violenta: 
rendida  a  tu  poder  de  otro  hombre  vengo, 
y  cuando  entre  Jos  libres  se  consienta 
no  es  de  sufrir  en  caso  que  es  la  muerte 
premio  de  la  deshonra. 


336 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Alfredo, 

Tente    fuerte. 

Rósela. 
Mira  que  si  has  querido,  o  que  si  quieres, 
es  término  cruel;  sirve  a  esa  dama; 
no  le  des  ese  pago,  pues  no  eres 
hombre  que  pueda  escurecer  su  fama. 
Los  príncipes  defienden  las  mujeres; 
el  que  lo  es,  su  defensor  se  llama: 
defiéndeme  del  Rey. 

Alfredo. 
¡  Ah,  cuánto  gusto 
de  ver  cómo  la  ha  dado  este  disgusto ! 

Príncipe. 

Prima,  por  Dios,  que  si  salida  hallara 
al  intento  del  Rey,  que  yo  lo  hiciera; 
mas  él  porfía  y  su  rigor  declara, 
y,  en  efeto,  ha  de  ser,  quiera  o  no  quiera; 
demás  de  que  las  perlas  desa  cara, 
donde  el  sol,,  envidioso,  reverbera, 
con  tanta  gracia  de  los  cielos  llueven, 
que  harto  más  me  enamoran  que  me  mueven. 

Yo  estoy,  prima,  de  vos  enamorado, 
cuando  no  fuera  más  de  porque  he  sido 
de  vos  tan  cara  a  cara  desdeñado. 

Alfredo. 
¿  Qué  dices  ?  ¿  Es  fingido  o  no  es  fingido  ? 
Basta,  Alejandro,  lo  que  la  has  probado; 
que  en  cosas  tan  de  veras  te  has  metido, 
que  me  muero  de  oírte  y  escucharte. 
Dile  lo   del  poder. 

Príncipe. 
Escucha  aparte. 
Cuando  vine  de  allá  traje  ese  intento, 
y  agora  que  la  vi  de  intento  mudo, 
que  aquel  rostro  dio  luz  al  pensamiento 
y  lengua  al  corazón,  que  estaba  mudo; 
dejemos,  por  tu  vida,   el   fingimiento. 

Alfredo. 
¿Burlaste,  hermano? 

Príncipe. 
¿  Luego  dudas  ? 

Alfredo. 

Dudo 
que  un  hombre  como  tú  falte  tan  presto 
a  la  palabra  que  conmigo  has  puesto. 


Príncipe. 
¿  Soy  yo  el  menor  ?  ¿  No  estoy  emancipado  ? 
¿Llámeme  a  engaño? 

Alfredo. 

¿Quieres  a  Rósela? 
Príncipe. 
Deso  quiero  que  estés  desengañado. 

Alfredo. 
Y  3^0,  infame,  cruel,  de  tu  cautela. 

Rósela. 
Z\Ii  bien,  ¿qué  es  esto? 

Alfredo. 

Habernos  concertado, 
ya  que  el  negocio  a  voces  se  revela, 
que  fuese  este  poder  fingido,  y  fueses 
tú  mi  mujer  y  ser  suya  fingieses. 

Y  agora  dice  que  te  mira  hermosa 
y  que  es  de  veras  tu  marido. 

Príncipe. 

Alfredo, 
no  hay  en  quien  ama  tan  alegre  cosa 
coano  mirar  en  otro  amante  el  miedo : 
tú  gozarás,  como  es  razón,  tu  esposa, 
y  gózala  mil  años,  que  no  puedo 
hacer  lo  que  Alejandro  con  Apeles. 

Alfredo. 
¡  Siempre  matarme  con  tus  burlas  sueles ! 
Perdónetelas  Dios. 

Príncipe. 

Quiero  y  adoro 
al  ángel  de  Lucinda  soberano, 
y  aunque  Rósela  es  celestial  tesoro, 
no  te  doy  nada,  porque  es  aire  vano. 
Gózala  un  siglo;  que  si  en  perlas  y  oro 
fuera  yo  el  mar  del  Sur,  el  monte  hidiano, 
mayor  riqueza  a  vuestros  pies  rindiera. 

Alfredo. 
Dame  los  brazos  otra  vez. 

Príncipe. 

Yo  os  fío 
y   con    envidia   de   miraros   quedo ; 
y  pues  ya  con  mis  lágrimas  soy  río, 
tener   en   mis   orillas   olmos   puedo; 
tú  lo  serás,  y  tú  su  amada  hiedra; 
yo  el  agua  en  quien  él  cría  y  ella  medra. 


í 


ACTO    SEGUNDO 


337 


Alfredo. 
El  Rey,  señora,  ha  de  pensar  que  vive 
Alejandro  con  vos  como  marido; 
mas  ha  de  ser  la  tabla  que  recibe 
el  peregrino  en  lo  que  está  fingido; 
yo  he  de  ser  el  que  dentro  duerma  y  prive, 
él  el  que  allá  me  lleve  conducido, 
hasta  que  el  tiempo,  con  mejor  efeto, 
descubra  al  Rey  mi  engaño  y  su  secreto. 

Rósela. 
■    i  Dichosa  yo  !  ¡  Dichosa  mi  ventura  ! 

Alfredo. 
¡  Dichoso  yo,  pues  ya  podré  gozaros ! 

Rósela. 
i  Qué  alegre  ñn  tras  tanta  desventura ! 

Alfredo. 
i  Qué  dulce  contemplar  tus  ojos  claros ! 

Rósela. 
¡  Qué  alegre  sol  tras  niebla  tan  escura ! 

Príncipe. 
Hermanos,  yo  no  estoy  para  escucharos; 
voy  a  buscar  mi  bien,  que  amor  se  incita 
cuando  en  quien  ama  lo  que  ve  no  imita. 
Canta  el  pájaro  oyendo  en  otra  rama 
cantar  su  igual  al  eco;  al  fin  responde; 
así  con  los  acentos  de  quien  am.a 
el  amador  ausente  corresponde. 

Alfredo. 
Dam.e  el  poder. 

PRÍ^■CIPE. 

Voy  a  buscar  mi  dama. 

Alfredo. 
¿  Dónde  la  dejas? 

Príxcipe. 
En  poder  del  Conde. 

Alfredo. 
^li  bien,  seguirle  quiero. 

Rósela. 

Es  justo  celo. 
Alfredo. 
Tú  sola  eres  mi  dueño. 

Rósela. 

Y  tú  mi  cielo. 


VII 


ACTO  SEGUNDiO 

(Salen    Lucixda    y    el    Conde.) 

Lucinda.         ¿Esta  traición  encubrías. 
Conde,  en  tu  pecho  traidor? 

Conde.         No  pensé  yo  que  dirías 

que  son  traiciones  de  amor 
las  que  son  desdichas  mías. 

Lucinda.         Cviando  al  Príncipe  debieras 
malas  obras,  ¿disculparas 
cualquiera  traición  que  hicieras? 

Conde.        Disculpas  tengo  más  claras 
si  tu  valor  consideras. 

Lucinda.         Sin  duda  es  tuyo  el  enredo 
desta  mi  injusta  prisión. 

Conde.         Ya  no  tengo  a  culpas  miedo ; 
después  de  la  absolución, 
libre  de  las  culpas  quedo. 

Lucinda.         Eso  es  en  culpas  del  cielo ; 
pero  en  culpas  de  la  tierra 
bañan  de  su  sangre  el  suelo. 

Conde.         Si  ya  mi  sentencia  encierra, 
a  ti  de  ti  misma  apelo. 

¿Tan  gran  disculpa  (i)  es  querer 
un  hombre,  que  ese  castigo 
pueda  amando  merecer? 

Lucinda.     Sí,  Conde,  que  es  de  su  amigo 
querida  prenda  o  mujer. 

Y  mayor  culpa  le  alcanza 
si  la  tiene  en  confianza; 
que  es  traidora  condición 
a  quién  tiene  posesión 
ofender  con  esperanza. 

Conde.  Trabajo  el  mundo  tuviera 

si  a  sólo  lo  que  lo  está 
se  amara  y  se  pretendiera : 
amor  es  un  mal  que  da 
tal  vez  al  que  no  le  espera. 

Si  da  como  enfemedad, 
dalle  culpa  no  es  razón 
al  que  no  guarda  amistad; 
que  nunca  por  elección 
se  mueve  la  voluntad. 

No  sabe  un  hombre  en  qué  día, 
para  no  salir  de  casa, 
amor  sus  flechas  le  envía; 
no  sabe  por  dónde  pasa 
ni  conoce  quien  le  espía. 

Y  ansí,  cuando  queda  en  calma 


(i)     Así 
culpa,   etc." 


en   el   original;    pero   será:    "¿Tan   grande 

22 


338 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


de  ver  un  rostro,  yo  os  digo 
que  para  darle  la  palma 
no  sabe  si  es  de  su  amigo, 
sino  que  le  lleva  el  alma. 
Fuera  de  que  no  merece 
ser  amado,  ni  es  posible, 
lo  que  posible  parece, 
porque  un  divino  imposible 
es  lo  que  a  amor  enloquece. 

Lucinda.         El  sustentar  la  opinión 
hace  locos  los  más  sabios. 
Deja  esa  vil  pretensión 
y  ponga  un  freno  en  tus  labios 
el  sello  de  la  razón; 

porque  antes  de  una  hora 
haré  que  de  aquí  me  lleve 
Alejandro. 

Conde.  Mi    señora, 

todo  ese  engaño  se  debe 
al  Príncipe,  que  os  adora. 

Que  sabed  que  él  me  mandó 
que  porque  el  Marqués  pensase, 
a  quien  el  Rey  envió, 
que  yo  os  amaba,  os  hablase 
como  veis  que  os  hablo  yo. 

Y  pésame  que  hayáis  sido 
tan  cruel  en  responder. 

Lucinda.  ¿  Cómo  ? 

Conde.         Que  ha  estado  escondido 
hasta  agora  para  ver 
vuestro  amor  y  vuestro  olvido. 

Lucinda.         Si  me  hubieras  avisado, 
mil  requiebros  te  dijera. 

Conde.         Pensé  que  disimulado 

vuesa  merced  entendiera 
la  razón  de  mi  cuidado. 

Mas  pienso  que  no  ha  querido. 

Lucinda.    ¿Enojado  estás? 

Conde.  Estoy 

desos  desprecios  corrido. 

Lucinda.     Caballos  siento;  a  ver  voy 
si  es  mi  Alejandro  venido. 

(Vase  Lucinda-) 
Conde. 
¡  A  buen  tiempo  me  cogen  desengaños 
de  una  mujer,  tan  locos  y  tan  necios, 
que  se  llevan  tras  si  con  sus  desprecios 
lo  más  florido  de  mis  verdes  años  ! 

Pero  si  en  el  amor  están  los  daños 
que  compra  el  alma  por  tan  caros  precios, 
los  que  quieren   favores   están  necios 


si  en  tenerlos  consisten  los  engaños. 

¡  Crezca  tu  mar,  amor,  que  yo,  seguro 
del  caudal  que  en  mi  casa  está  guardado, 
ni  siento  el  agua  ni  perdes  la  estrella! 

No  siento  no  alcanzar  lo  que  procuro, 
porque  he  llegado  amando  a  tal  estado, 
que  pierdo  la  esperanza  de  tenella. 


{Sald  el  Príncipe,  Belardo  y  Camilo.) 


Belardo. 


Príncipe. 

Belardo. 
Príncipe. 


Camilo. 


Príncipe. 
Conde. 
Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 

Conde. 
Príncipe. 
Conde. 
Príncipe. 

Conde. 
Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 
Conde. 


No  te  sale  a  recebir 
porque  es  prisión,  en  efeto, 
y  se  guarda  este  respeto. 
No  puedo,  amigos,  vivir 

el  punto  que  no  la  veo. 
Efetos  son  de  quien  ama. 
Es  esfera  de  mi  llama 
y  centro  de  mi  deseo. 

Es  una  cierta  mitad 
deste  cuerpo,  desta  vida, 
desta  alma,  a  la  suya  asida. 
¡  Oh,  trato ;  oh,  larga  amistad, 

qué  unión  de  dos  almas  haces ! 
¡  Qué  bien  dos  pechos  enlazas ! 
Conde. 

Señor. 

¿No  me  abrazas? 
¡  Por  Dios,  que  me  satisfaces ! 

Estáte  casando  allá 
por  ti  con  Rósela  Alfredo, 
y  tú  acá  seguro  y  ledo... 
I  Para  qué  vienes  acá  ? 

¿  Qué  amor  estará  seguro, 
qué  posesión,  qué  esperanza, 
si  entre  tanta  confianza 
sacas  la  hiedra  del  muro? 

Tratado  la  has  como  piedra; 
más  dureza  en  ti  se  esconde. 
¿Estás  en  tu  seso.  Conde? 
¿Qué  dices  de  muro  y  hiedra? 

¿No  te  casas? 

No  lo  niego. 
¡  Ay  de  Lucinda  ! 

¡  Ay  de  mí ! 
Llámame  a  Lucinda  aquí. 
¿Lucinda? 

Y  luz  de  mi  fuego. 

¿De  qué  te  haces  de  nuevas? 
De  que  el  Rey,  que  te  casó 
por  sosegarte,  mandó... 
¡  El  alma  tras  ti  me  llevas ! 

Que   la   pasasen  a  Hungría, 
y  desde  ayer  una  nave 


ACTO   SEGUNDO 


I 


corre  con  viento  suave 
el  Golfo. 
Príncipe.  ¡  Ay,    señora   mía  ! 

¡  Ay,  mi  esposa !,  ¡  ay  el  mayor 
bien  que  en  el  mundo  he  tenido ! 
¡  Ah,  Rey  cruel ! ;  ¡  ah,  fingido 
Conde  ! ;   j  ay,  hermano  traidor  ! 

¡  Todos  rne  habéis  engañado  ! 
¡  Válgame  Dios,  en  la  mar ! 
CoxDE.        Yo  no  pude  replicar 

la  furia  de  un  Rey  airado. 

Lloré  con  ella;  lloró 
ella  conmigo,  y  me  dijo, 
con  un  suspirar  prolijo : 
"Dile  al  Príncipe  que  yo 

voy  a  morir   satisfecha 
de  que  él  matarme  ha  mandado 
para    casarse." 
Prín'CIPe.  No  ha  dado 

sin  causa  en  esa  sospecha. 

¡  Ay,  cruel  padre!,  ¿por  qué 
usaste  de  tal  rigor, 
y  tú,  hermanillo  traidor, 
quebraste  palabra  y  f e  ? 

Sin  duda  me  han  engañado; 
traza  del  Rey  debe  ser, 
y  que  por  aquel  poder 
con  Rósela  estoy  casado. 

Casado  estoy  con  Rósela 
y  mi  Lucinda  perdida. 
¡  Alma  de  mi  muerta  vida, 
amaina,  amaina  la  vela ! 

Porque  si  dejar  deseas 
dos  pájaros  en  un  nido, 
mira  bien  que  no  fué  Dido 
la  que  iba  huyendo  de  Eneas. 

¡Detente,  párate,  calma; 
vuelve,    esposa,    vuelve    en    ti, 
que  en  tus  dos  hijos  y  en  mí 
dejas  tres  partes  del  alma! 

Hoy,  velas,   podré   seguiros 
si  se  para  el  viento  ya; 
mas,  ¿  cómo  se  aplacará 
si  le  ayudan  mis  suspiros? 

¿Dónde  vas,  señora  mía? 
¿Adonde  huyes,  mi  bien, 
de  aquestos  brazos,  en  quien 
tanto  te  enfadaba  el  día? 

¡  Amaina,   Lucinda,   amaina  ! 
¡Cielos,  decilde  que  aguarde! 
Mas,  ¿cómo  estoy  tan  cobarde, 
puesta  la  espada  en  la  vaina? 


Conde. 
Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 


Belardo. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 


i  Muera   el   Conde   lo  primero, 
porque  la  dejó  llevar! 
¡  Señor,  oye... ! 

¡  Aquí  has  de  dar 
la  vida,  vil  caballero ! 

Oye,  que  fué  por  burlarte. 
¿  Cómo  ? 

Lucinda  está  aquí, 
i  Pues  mátame,  Conde  a  mí ! 
¿Yo,   señor? 

¡  Quiero    abrazarte, 

que  aunque  esta  burla  me  has  he- 
se ha  de  dar  al  enemigo  [cho, 
albricias  del  bien ! 

Yo  digo 
que  no  le  arriendo  el  provecho. 

¿Cómo  este  pesar  me  hacías, 
siendo  mi  amigo  el  mayor? 
Mandómelo  el  Rey,  señor, 
para  ver  lo  que  dirías. 

Pues  si  eres  mi  amigo,  Conde, 
¿por  qué  obedeces  al  Rey? 
Porque  esa  forzosa  ley 
a   caballeros    responde. 

A  entrambos  os  quiero  bien, 
de  entrambos   las  partes  hago: 
¡  ya  sé  que  llevo  buen  pago  ! 
Ni  es  justo  que  te  le  den; 

que  mal  puedes  tú  servir 
sin  errar  a  dos  señores. 
i  Qué  olor  tienen  de  traidores 
los  que  a  todo  han  de  acudir 

a  las  cosas  de  sus  dueños ! 
i  Triste  de  mí,  que  he  servido 
al  Rey  cuando  te  he  ofendido 
con  sus  quimeras  y  sueños ! 

i  Y  triste  de  mí  también, 
que   por   quererte    agradar 
te  tengo  agora  de  dar 
la  mujer  que  quieres  bien  ! 

Ya  como  pelota  vivo, 
entre   los  dos  me   arrojáis, 
que  vosotros  os  holgáis 
y  yo  los  golpes  recibo. 

No  sé  quién  ha  de  vivir 
en  palacio. 

Eso   condeno. 
Ni  ha  de  ser  malo  ni  bueno 
el  hombre  que  ha  de  servir. 

Una  fantasma  ha  de  ser 
que  obedezca  en  todo  a  todos. 
Quejaste  por  justos  modos; 


540 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


dame,  Conde,  a  mi  mujer. 
Conde.  Voy  por  ella. 

Belardo.  Mira   bien, 

{Vase  el  Conde.) 

que  este  Rogerio  te  engaña. 

Príncipe.  Ni  me  aprovecha  ni  daña, 
antes  es  hombre  de  bien. 
Obedece  al  Rey,  y  luego 
hace  lo  que  yo  le  pido ; 
es  hombre  bien  entendido 
y  va  entablando  su  juego. 

Al  Rey  que  reina  y  reinó 
no  se  atreve  a  replicar, 
ni  me  quiere  disgustar 
para  cuando  reine  yo. 

Camilo.  El  es  un  hombre  cortado 

de  palacio  a  la  medida. 


{Sale   Lucinda.) 


L-UCINDA. 

Príncipe. 
Lucinda. 
Príncipe. 
Lucinda. 


¡  Mi  señor ! 

i  Mi  bien  ! 

j  Mi  vida .' 
¡  Qué  noche  que  habrás  pasado  ! 

¡  Qué  noche,  sábelo  Dios  ! ; 
mas  quiérolo  encarecer. 
Príncipe.    Decid,  a  ver. 
Lucinda.  No  hay  que  ver : 

consideralda  sin  vos. 

{Sale   el   Conde.) 

Conde.  El  Marqués  está  aquí  fuera: 

¿qué  haremos,  que  quiere  entrar?. 

Príncipe.    Esconderme  y  esperar 

hasta  saber  lo  que  quiera, 

que  piensa  que  estoy  ausente; 
y  aunque  estarlo  no  pensara, 
no  era  bien  que  aquí  me  hallara. 

Conde.         Bien  dice;  no  se  lo  cuente 

al  Rey,  porque  es  un  chismoso. 
Quedaos  vos,   señora,  aquí. 

{Vase    el    Príncipe    y    sale    el    Marqués.) 

Marqués.      Rogerio. 
Conde.  Rodulfo. 

Marqués.  Así 

no  se  irá  el  preso. 
Conde.  Es  forzoso. 

Marqués.  ¡  Bien  asistís,  bien  guardáis  ! 

Conde.        ¿Queréis, algo  a  nuestra  presa? 
Marqués.       Otra  pretensión  profesa 

mi  alma  que  imagináis. 


Marqués. 

Conde. 
Marqués. 


Conde. 


Creo  que  no  es  novedad 
ni  sobrado  atrevimiento 
el  descubriros  m.i  intento 
mediante  nuestra  amistad, 

debida  a  mi  amor  y  fe. 
Tonde.         Presumo  que  sabéis  ya 

que  la  quiere  y  que  aquí  está. 
Escuchad  lo  que  os  diré, 

que  será  importante  cosa. 
Del  movimiento  lo  vi. 
Cuando  a  su  hermana  prendí, 
me  pareció  muy  herm.osa ; 

y  si  os  digo  la  verdad, 
como   amigo... 

No  os  turbéis, 
que  satisfecho  estaréis. 
Marqués,  de  mi  voluntad. 

El  Príncipe  está  escondido 
en  casa;  no  puede  ser 
que  habléis  a  aquesta  mujer; 
callad   y   abrid   el   oído, 

que  cuando  salga  entraréis 
y  hablaréis  con  ella. 
AL\RouÉs.  En   a'Os 

pongo   mi   remedio. 
Conde.  Adiós; 

muy  buen  recado  tenéis. 

{Vase  el   Marqués.) 

Lucinda.         Pues,  Conde,  ¿qué  novedad 
es  la  que  trae   el  Marqués? 

Conde.         ¡  Ay  de  mí ! 

Lucinda.  Decid  lo  que  es. 

Conde.         ¡  Ah,  Rey  cruel ! 

Lucinda.  ¡  Acabad, 

que  me   tenéis  casi  muerta ! 

Conde.         El  Marqués  me  ha  dicho  ahora.,. 
¡  Ah,  fiero ! 

Lucinda.  ¡  Acabad ! 

Conde.  Señora, 

que   el  Rey  mataros  concierta. 

Lucinda.         ¿A  mí,  por  qué? 

Conde.  No  ha  faltado     • 

quien  le  ha  dicho  que  es  muy  cierto 
que   estaba  Alejandro   muerto, 
perdido,    loco,    hechizado, 
y  que  no  sois  cosa  mía. 

Lucinda.     ¡Triste!  ¿Qué  habemos  de 'hacer? 

Conde.         ¡  Oh,  si  el  Rey  pudiera  ver 
que  yo  os  amaba  y  quería, 
qué  extremado  engaño  fuera ! 

Lucinda.     Tráele  tú  en  secreto  aquí. 


ACTO    SEGUNDO 


341 


k 


CoxDE.        ¿Y  dirásme  amores? 

LUCIXDA.  Sí. 

CoxDE.        Pues  voy  por  el  Rey. 
Lucinda.  Espera, 

concertemos   lo   mejor. 
Conde.         No  habrá  más  de  que/ embozado, 

a  estas  rejas  arrimado, 

oirá  mi  fingido  amor. 
Lucinda.         Pues  entróme  a  despedir 

del  Príncipe;  ve  por  él. 

(J'ase  Lucinda.) 

Conde.         ¡  Ya  me  da  el  amor  cruel 
esperanza   de   vivir ! — 
¿Adonde  bueno,  Teodora? 

(Sale  Teodora.) 

Teodora,     A  ver  si  el  ^Marqués  es  ido. 

Conde.        Ya  se  fué. 

Teodora.  ¿  Y  a  qué  ha  venido  ? 

Conde.         Ya   lo   sabe   mi   señora. 

Ya  con  el  Príncipe  está. 
Todo  se  ha  de  hacer  muy  bien, 
y  de  aqueste  bien  también 
tu  parte  te  alcanzará. 

Teodora.         ¿  De  qué  manera  ? 

Conde.  Hay  un  hombre 

que  te  quiere  bien. 

Teodora.  ¿  Quién  es  ? 

Conde.        Yo  me  lo  sé,  y  a  fe  que  es... 

Teodora.     Mas,  ¿que  me  dices  el  nombre? 

Conde.  No  puedo  sin  galardón. 

Teodora.     ¿Eres  tú?  Porque  sería, 

Conde,   gran   ventura   mía. 

Conde.        ¿  Cómo  ? 

Teodora.  Téngote  afición. 

Conde.  Pues  lejos  de  blanco  das, 

y  ese  amor  te  agradeciera 
si  un  hombre  no   ce  quisiera 
como  a  su  vida,  y  aún  más. 

Teodora.         ¿  Yo  no  he  de  saber  quién  es  ? 

Conde.         ¿  Qué  m.e  darás  ? 

Teodora.  ¿No  es  mejor 

qtte  él  te  lo  agradezca? 

Conde.  Amor 

te  tiene  un  cierto  Marqués. 

Teodora.         ¿Es  Rodulfo? 

Conde.  El  mismo,  digo ; 

y  no  te  quiero,  en  efeto, 
porque  guardo  gran  respeto 
a  las  cosas  de  mi  amigo. 

No  es  hombre  el  que  es  desleal. 


Teodora.     Sois  los  hombres  muy  leales 

no  amando;  que  en  casos  tales, 
¿adonde  hay  hombre  leal? 

(Sale  el  Marqués.) 

Marqués.  ¿Podré  entrar? 

Conde.  ¡  Válgame  Dios, 

y  qué  presto  que  has  venido ! 
Marqués.    Tal  el  cebo.  Conde,  ha  sido. 
Conde.         Mirad  que  os  buscan  a  vos. 
Teodora.        ¿Qué  quiere  vueseñoría? 
Marqués.    Si  desa  suerte  me  habláis, 

tarde,    señora,    esperáis 

saber  la  respuesta  mía. 

¿No  os  ha  dicho  el  Conde  nada? 

{Sale    el    Príxcipe^    Belardo    y    Camilo.) 

Príncipe.    Basta,  que  huyendo  el  Marqués 

dimos  con  él. 
Conde.  Esto  es 

perdido ;    prevén   la   espada. 
Belardo.         Hablalle    será   mejor. 
Príncipe.    Rodulfo,  ¿qué  hacéis  aquí? 
Marqxiés.    Luego  que  las  bodas  vi 
del  Infante  mi   señor, 

aqvií  te  vine  a  buscar. 
¿  Sabías  tú  que  aquí  estaba  ? 
Sabía  que  quien  amaba 
no  tiene  más  de  un  lugar. 

Porque  aunque  de  otro  amor  trata 
el  pasado   le  desvela, 
que  no  es  el  amor  candela 
que  con  un  soplo  se  mata. 
¿Casóse  el  Infante? 

Ayer 
dio  el  sí,  por... 

Déjalo  €star; 
allá  lo  podrás  contar, 
que  allá  lo  quiero  saber. — 

Ve,  Teodora,  y  di  a  tu  hermana 
que  me  voy. 

Saldrá  a  esta  pieza, 
porque  al  pasar  Vuestra  Alteza 
esté  puesta  a  la  ventana. 


Príncipe. 
Marqués. 


Príncipe. 
Marqués. 

Príncipe. 


Teodora. 


(Vase    Teodora   y    el   Marqués.) 

Príncipe.        Vos  también  os  podéis  ir 
y  en  la  calle  me  esperad, 
Rogerio. — ¿  Qué  novedad 
vino  este  loco  a  decir? 

¿Qué  era  lo  que  te  quería, 
que  Lucinda  no  ha  querido 


342 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Conde. 


Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 

Príncipe. 

Conde. 


Príncipe. 
Conde. 


Príncipe. 


Conde. 


decirlo  ? 

Si  no  lo  ha  oído, 
¿cómo  decirlo  podía? 

¡Ah,  señor,  si  yo  te  hablase 
•con  seguridad  de  ti ! 
Dejadnos    solos    aquí. 
Mas  no  quiera  Dios  que  pase 

tan  adelante  este  engaño. 
Dame  palabra  real 
de  no  hablar  ni  tratar  mal 
a  Lucinda. 

¡Caso    extraño! 

¿Estás  en  tu  seso? 

¿  Cómo  ? 
¿Que  a  Lucinda  no  maltrate? 
¿Es  posible  que  dilate... 
¡  Qué  grandes  sospechas  tomo  ! 

Lo  que  es   el  bien  de  mi  Rey. 
i  Ea,  que  en  razón  me  fundo  ! 
Fuera  de  la  ley  del  mundo, 
de  Dios  obliga  la  ley. 

Señor,  pero  mucho  temo 
que  lo  dirás. 

¿  Mi  valor 
no  te  asegura? 

Señor, 
quieres,  y  con  mucho  extremo; 

y  en  diciéndole  un  amigo 
a  un  perdido  y  ciego  amante 
un  desengaño  importante, 
ése  es  luego   su  enemigo. 

Quiere  mal  la  claridad 
toda  engañosa  afición, 
que  es  amor  como  ladrón, 
que  busca  la  escuridad. 

Yo  te  hablara  si  juraras 
de  callar  y  hacer  tu  hecho. 
Páseme  un  traidor  el  pecho 
si  en  juramentos  reparas. 

No  herede  al  Rey  ofendido, 
ni  tenga,  Conde,  sosiego; 
ande,  como  Ulises  griego, 
otra  tanta  edad  perdido. 

Un  amigo  lisonjero, 
de  quien  confíe  mi  honor, 
me  salga  falso  y  traidor 
en  las  cosas  que  más  quiero. 

Déme  el  cielo  mil  pesares, 
no  tenga  gusto  jamás 
si  dijere  o  hiciere  más 
de  lo  que  tú  me  ordenares. 

Tu  negocio  harás  en  eso. 


Príncipe. 

Habla,  y  mátame  también. 

Conde. 

Lucinda  me  quiere  bien. 

Príncipe. 

¿  Lucinda  ? 

Conde, 

Sí. 

Príncipe. 

¡  Pierdo  el  seso  ! 

Conde, 

Todas  aquestas  quimeras 

Lucinda  las  ha  intentado. 

Príncipe. 

¿Qué  es  lo  que  dices? 

Conde. 

Que  ha  dado 

en  quererme  tan  de  veras, 

que  hasta  que  la  traje  aquí 

ni  sosegó  ni  paró. 

Príncipe. 

¿  Gozástela? 

Conde. 

Señor,  no. 

Príncipe.. 

¿  Podrélo  ver? 

Conde. 

Señor,  sí. 

Príncipe. 

¿  Cómo  ? 

Conde. 

Ven  dentro  de  un  hora 

a  estas  rejas  embozado. 

Príncipe. 

Voime. 

Conde. 

Ciego  va  y  turbado; 

de  puro  coraje  llora. 

y  porque  yo  no  le  viese 

con  las  manos  se  cubrió ; 

mas  podría  ser  que  yo 

llorase  cuando  él  riese. 

Embarquéme  en  mar  de  amar ; 

en  el  golfo  estoy  de  amor, 

un   viento   llevo   traidor: 

¡  ay,  Dios,  si  me  he  de  anegar! 

Pero   ya,    ¡triste!,   ¿qué   puedo 

sino    pasar    adelante  ? 

Porque,  ¿no  es  de  honrado  amante 

tener  al  peligro  miedo? 

Que  si  de  tantos  enojos 

alegre  fin  vengo  a  ver, 

dos  higas  le  he  de  poner 

a  la  Fortuna  en  los  ojos. 

{Van  se.) 

(Salen  el  Eey,  Alfredo  y   Rósela.) 

Rey.  Haz  oficio  de  marido 

mientras  no  viene  tu  hermano. 
Alfredo.     Soy,  señor,  poco  atrevido. 

¿Podré  tomarla  la  mano? 
Rey.  ¿Pues  no? 

Alfredo.  Vuestra  mano  pido. 

Rósela.  ¿Mandas,  señor,  que  la  dé? 

Rey,  Sí,  sobrina,  pues  se  ve 

en  el  lugar  de  tu  esposo. 
x\lfredo.     ¿Cuál  hombre  más  venturoso 

de  cuantos  amaron   fué? 


ACTO    SEGUNDO 


543 


(Salen  Belardo  y  el  Príxcipe.j 

Belardo.     Aquí  el  Príncipe  ha  venido. 
Alfredo.     Darle  mil  abrazos  quiero. 
Rey.  Hija,  aquí  está  el  verdadero, 

deja  al  esposo  fingido. 
Rósela.  ¡  Con  qué  vergüenza  que  estoy ! 

Rey.  Llega,  que  tu  esposo  es. — 

Príncipe. 
Prín'cipe.  Tu  hechura  soy, 

dame  esos  ínclitos  pies. 
Rey.  Dos  mil  abrazos  te  doy. 

Alfredo.         Seas  bien  venido,  hermano. 
Rósela.       Seáis,  señor,  bien  venido. 


Rey. 

¿Qué  dices? 

Alfredo, 

Alfredo. 

Tengo  a  ventura 

tocar  esta  mano  hermosa. 

Príncipe. 

Rey. 

Que  la  quieres  la  asegura; 
abrázala  como  esposa 

y  entretenerla  procura. 

Rósela. 

Alfredo. 

^Ura  por  dónde  el  buen  viejo 

Alfredo. 

es  a  mi  gusto  importante. 

Príncipe. 

Rey. 

Dile  amores. 

Alfredo. 

Alfredo. 

Eso  dejo 

a  mi  hermano. 

Príncipe. 

Rey. 

i  Qué  ignorante  ! 

Alfredo. 

Alfredo. 

Mi  bien. 

Rósela. 

Mi  señor. 

Alfredo. 

Ali  espejo. 

Rey. 

Aun  eso  va  razonable. 

Alfredo. 

La  vida  me  quite  Dios 
antes  que  otra  cosa  os  hable 
si  fuese  amándoos  a  vos 

Príncipe 

eternamente  mudable. 

Alfredo. 

Rósela. 

Ni  yo  si  en  mi  voluntad 
tuviese  otro  dueño. 

Príncipe. 

Alfredo. 

El  cielo 
sabe,  mi  bien,  mi  verdad, 
la  limpieza  de  m.i  celo 

Alfredo. 

y  el  valor  de  mi  lealtad. 

Príncipe. 

Rey. 

Esto  sí  que  huele  a  boda. 

Alfredo. 

Mucha  falta  hace  mi  hermano. 

Alfredo. 

Rey. 

En  su  lugar  te  acomoda, 

ya  al  requiebro,  ya  a  la  mano; 

regocijarásla  toda. 

Príncipe 

Alfredo. 

No  os  puedo  yo  querer  más. 

Alfredo. 

Rósela. 

Ni  yo,  primo  de  mis  ojos. 

Alfredo. 

¿  Olvidaréisme  ? 

Rósela. 

¡  Jamás ! 

Rey. 

¡  Hola,  enfrenad  los  antojos  ! 

Príncipe. 

Alfredo. 

¿Luego  sospechoso  estás? 

Alfredo. 

Rey. 

]\Iira  que  andas  atrevido. 

Príncipe 

Alfredo. 


Príncipe. 
Alfredo. 
Príncipe. 


Alfredo. 
Príncipe. 


Aquí  te  doy  de  la  mano 
tu  esposa. 

No  ha  recebido 
tan  grande  bien  hombre  humano. 

Yo  os  recibo  como  esposo. 
Y  yo   como  vuestra  esposa. 
¿Qué  la  abraces  es  forzoso? 
¿  Pésate  mucho  ? 

Es  hermosa, 
y  3-0  en  extremo  celoso. 

¿Pues  de  mí...? 

No  tiene  amor 
quien  del  sol  no  se  recela; 
temer  se  tiene  en  rigor 
que    amor    fuera    hermosa   tela, 
a  no  aforrarse  en  temor. 
.   No  .sabes  tú  lo  que  adoro 
aquella  bella  enemiga, 
aunque  ya  mudanzas  lloro. 
¿  Cómo  ? 

No  sé  qué  te  diga : 
volvióseme  cobre  el  oro. 

Pues  como  vienes  mudado 
y  entregóte  yo  a  Rósela, 
notables  celos  me  has  dado. 
Si  es  verdad  cierta  cautela, 
yo  quedaré   escarmentado. 

Mira  que  estoy  esperando 
tu  venida,  en  quien  consiste 
el  bien  que  estás  dilatando, 
i  Triste  vengo ! 

Si   estás   triste, 
yo  me  estoy  desesperando. 

Di  que  te  vas  con  tu  esposa 
y  en  tu  aposento  nos  deja. 
¡Oh,  mujer  falsa,  engañosa! 
Deja,  Alejandro,  la  queja. 
¡  Qué  burla  tan  afrentosa  ! 

¡  Con   tal   hombre  ! 

¿Estás  en  ti? 
Di  que  con  tu  esposa  vas; 
déjame  una  vez  allí, 
que   después   te   quejarás. 
Sal,  Conde. 

Haz  esto  por  mí. 

Antes  estoy  de  manera, 
que  pienso  hacer  verdadera 
aquesta  boda  engañosa: 
será  Rósela  mi   esposa, 
por  vengarme  de  una  fiera. 

¿Agora  tenemos  eso? 
Déjame  con  mi  mujer, 


344 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Alfredo. 
Rósela.  Ha  perdido  el  seso. 

Alfredo.     Sin  duda  debe  de  ser 

de  su  falta  tanto  exceso. — 
]\Iira  que  el  Rey  está  aquí, 

no  entienda  lo  que  tratamos. 
Príncipe.    ¡  Dáseme  del  y  de  ti ! 
Alfredo.     ¡  Perdidos,  Rósela,   estamos  ! 
Rósela.       El  viene  fuera  de  sí; 

algo  le  ha  dado  Lucinda, 
Príncipe.    Mas,  ¿cómo  podré  olvidar 

cosa  tan  hermosa  y  linda? 

Ángel,  ya  os  vuelvo  a  adorar, 

vuestra  belleza  me  rinda. 
Miente,  sin  duda,  el  villano 

que  este  mal  dijo  de  vos. — 

Vete   enhorabuena,  hermano; 

vete.  Rósela,  con  Dios, 

que  estoy... 
Alfredo.  Pues  dale  la  mano 

y  llévala  muy   contento. 
Príncipe.    Por  esta  tarde  no  es  justo; 

refrena  ese  pensamiento, 
.   más  porque  estoy  con  disgusto 

que  por  no  darte  contento. 
Mira  que  te  he  menester. 
Alfredo.     Debes  gran  mal  de  tener. 
Príncipe.    Habla  al  Rey,  vente  conmigo, 

verás  un  honrado  amigo 

y  una  fingida  mujer. 
Alfredo.         Señora,  mi  hermano  viene 

tan  ciego,  loco  y  perdido, 

que   acompañarle   conviene; 

no  digas  que  esto  es  fingido. 
Rósela.       Bien  es  saber  lo  que  tiene. 
Alfredo.         Dile  que  te  dé  la  mano. 
Rósela.       Señor,  ¿de  qué  es  la  tristeza? 
Príncipe.    Habla  al  Rey. — Sigúeme,  hermano. 

(l'asc   c¡   Príncipe  y   Alfredo.) 

Rósela.       ¿Ves  toda  aquella  aspereza? 

Que  se  ha  arrepentido  es  llano. 

¿Ves  como  se  va  furioso, 
por  ventura  provocado 
de  aquel  su  hechizo  amoroso? 
Niega  ahora  que  has  errado 
en  darme   fingido   esposo. 

Rey.  Pasaráse  el  acídente 

de  aquella  quimera   ardiente ; 
que  pasado,  volverá 
a  tus  brazos,  y  vendrá 
a   quererte   tiernamente. 


Rósela. 


Rey. 


I  Rósela. 


Rey. 


Rósela. 

Rey. 
Rósela. 


Halagalle    es   menester 
y  rogalle. 

Eso   es  querer 
infamar  nuestra  flaqueza, 
que  rogar  una  mujer 
es  acto  de  gran  bajeza. 

Iráse  agora  a  su  casa; 
dirá  que  soy  necia  y  fea 
a  la  dama  que  le  abrasa, 
y  aunque  hoy  la  boda  sea, 
que  mil  desventuras  pasa ; 

que  le  canso;  que  le  mato, 
que  es  tan  áspero  mi  trato 
que   no   le    puede    sufrir; 
que  está  a  pique  de  morir 
porque  mi  muerte  dilato. 

Muy  buena  quietud  le  diste, 
si  apenas  tomó  mi  mano 
cuando  ir  huyendo  le  viste. 
Casarásme  con  su  hermano, 
ya  que  casarme  quisiste, 

que  es  un  ángel,  que  es  un  hombre 
de  tan  fácil  condición, 
que  adoran  todos  su  nombre. 
Quejaste  con  tal  razón, 
que  no  es  justo  que  me  asombre. 

¡  Ay,  sobrina,  quiero  hacer 
que  maten  esa  mujer! 
¿Qué  culpa  tiene  la  triste? 
Mejor  es  que,  pues  lo  hiciste, 
que  lo  intentes  deshacer, 

y  cásame  con  Alfredo. 
Cree  que  lo  haré,  si  puedo, 
y  bastante  es  mi  poder, 
y  eso  ha  de  venir  a  ser 
si  a  mi  reino  pierdo  el  miedo. 

Adonde  es  común  el  daño 
común  ha  de  ser  la  ley. 
¡  Cuánto  cuesta  un  desengaño  ! 
¡  Qué  bien  ha  tomado  el  Rey 
la   fuerza  de  nuestro   engaño ! 


(Vanse.) 
(Sale  el   Conde.) 
Conde. 
¡  Montañas  de  rigor,  riscos  de  pena, 
valles  terribles  de  desconfianza, 
abismos  de  dolor  y  de  venganza, 
adonde  el'  eco  de  mi  muerte  suena ! 
Yo  voy  arando  la  desierta  arena 
y  sembrando  en   el  viento  mi  esperanza, 
siendo  en  los  años  de  mayor  bonanza 


ACTO    SEGUNDO 


545 


mío  el  trabajo  y  la  cosecha  ajena. 

Mas  como  no  esperar  el  bien  es  cosa 
que  alivia  en  parte  el  mal,  tengo  a  ventura 
ver  que  a  estar  bien  con  mis  desdichas  vengo. 

Tener  el  bien  es  fuente  venturosa; 
mas  si  tener  el  mal  es  más  segura, 
seguro  estoy,  pues  tantos  males  tengo. 

(Sale  Lucinda.) 

Lucinda.        Rogerio. 

Conde.  Señora  mía, 

vuestra  voz  en  esta  calma 
es  como  aurora  del  alma, 
que  sale  anunciando  el  día 

y  amanece  para  mí; 
pero  con  sol  que  me  abrasa, 
porque  como  está  en  mi  casa 
tiene  mayor  fuerza  en  mí. 

Vuestro  signo  me  habéis  hecho 
y  siempre  me  abrasaréis, 
que  aunque  mi  casa  dejéis 
no  podréis  dejar  mi  pecho. 
Lucinda.         Sí,  pero  sol  eclipsado 

con  mi  sangre,  si  este  fiero 
no  envaina  el  injusto  acero 
o  piadoso  o  engañado. 

Piadoso  no  puede  ser; 
engañado  es  más  forzoso. 
¿Adonde  queda  mi  esposo? 
Requebrando  a  su  mujer. 

;  Querrásme  quitar  la  vida  ? 
¿Qué  mujer,  si  yo  lo  soy? 
¿Xo  ves  que  burlando  estoy, 
que  aquélla  es  mujer  fingida, 

y  de  Alfredo  verdadera  ? 
Descansa,  no  tengas  miedo, 
que  ya  está  casado  Alfredo. 
Que  la  gozara  quisiera 

por  mayor  seguridad; 
que  me  mueve  a  tanta  ira 
desta  boda  la  mentira 
como  si  fuera  verdad. 

No  sosiego  de  celosa, 
porque  no  puedo  creer 
que  es  de  burlas  su  mujer 
si  es  de  veras  tan  hermosa. 
Conde.  Azoraste  de  manera 

de  cualquiera  niñería, 
que  aunque  a  veces  te  diría 
esto  es  cierto,  esto  es  quimera, 

no  me  atrevo,  ni  aun  es  bien, 
que  no  hay  mujer  que  no  parle 


Conde. 
Lucinda. 

Conde. 


Lucinda. 


Lucinda. 
Conde. 

Lucinda. 

Conde. 

Lucinda. 

Conde. 


Lucinda. 
Conde. 


lo  que  vienen  a  avisarle 
el  hombre  que  quiere  bien. 

Dime,  por  Dios,  qué  hay  en  esto. 
Conde,  Conde  de  mi  vida. 
No  me  engallarás  fingida, 
que  en  mil  enredos  me  has  puesto. 

No  hay  que  tratar;  yo  he  cerrado 
la  boca  para  contigo. 
¿Que  se  casó  mi  enemigo? 
¿Que  está  Alejandro  casado? 

¿  Yo  te  he  dicho  tal  ?  ¿  Hay  cosa 
como  la  desta  mujer? 
No,  pero  dasme  a  entender 
que  estoy  con  razón  celosa. 

Si  tú  me  muestras  la  espada, 
¿no  veré  en  los  filos  yo 
si  son  para  matar? 

No, 
si  te  la  muestro  envainada, 

que  también  puede   servir 
para  sólo  defender. 
Siempre  el  mal  se  ha  de  temer. 
Siempre  el  bien  se  ha  de  seguir. 


(Salen   el   Príncipe,   Alfredo,    Belardo   y    Camilo.) 


Príncipe. 
Alfredo. 
Lucinda. 

Conde. 
Lucinda. 


Londe. 

Príncipe. 

Alfredo. 


Príncipe. 


Alfredo. 


Príncipe. 


Cúbranse  todos  muy  bien, 
i  Qué  prueba,  hermano,  tan  mala  ! 
Ya  está  el  Rey,  Conde,  en  la  sala. 
Con  gente  vino  también. 

¿Pues  qué  importa? 

Que  el  temor, 
Rogerio,   apenas   resisto, 
como  paloma  que  ha  visto 
entrar  en  casa  el  azor. 

Dime  agora  lo  que  sabes. 
Hablando  a  solas  están. 
Malas  sospechas  me  dan ; 
¡  plegué  a  Dios  que  en  bien  acabes  í 

Alejandro,  por  tu  vida, 
que  nos  vamos. 

¿  Cómo  pueda  ? 
¡  Vame  el  alma  en  ver,  Alfredo, 
aquesta  mujer  fingida! 

Quiérola  para  mujer, 
que  de  otra  suerte,  mi  daño 
viera  claro  el  desengaño, 
que  tanto  bien  suele  hacer. 

Pues  quiérela  como   sabio 
para  el  gusto,  si  en  rigor 
la  quieres. 

¡  Fuerte  es  amor 
que    sabe    sufrir   agravio ! 


346 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Que  aunque  padre  y  hijos  son, 
son   en   estos   acidentes 
celos  y  amor  diferentes. 

Alfredo.     ¿En  qué? 

Príncipe.  En  una  condición : 

que  al  mor  pintan  sin  ojos 
y  los  celos  ven  tan  bien, 
que  aunque  estén  durmiendo  ven 
la  causa  de  mis  enojos. 

Conde.  Yo,  Lucinda  de  mi  vida, 

de  vuestra  gran  voluntad 
quisiera  se^'uridad. 

Lucinda.     ¿No  basta  el  alma  ofrecida? 
¿Tengo  yo  prenda  mejor? 

Conde.        ¿  Sobre  el  alma,  que  no  veo, 
os  ba  de  dar  mi  deseo 
empeñado  tanto  amor? 

Lucinda.         Está  cierto  que  no  hay  cosa 
de  las  que  los  ojos  ven... 
— ¿  Oyemos  el  Rey  ? 

Conde.  Muy  bien. 

Lucinda.     Que  iguale  al  ser  vuestra  esposa. 

Príncipe. 

¿De  qué  sirve  callar?  ¡Rabio  de  celos! 
i  Afuera,  que  se  acaba  la  paciencia  ! 

Lucinda. 
¡  Cielos,  que  el  Rey  me  mata  !  ¡  Ayuda,  cielos  ! 

Alfredo. 
Detente,  que  esto  ha  sido  impertinencia. 

Príncipe. 
No  puedo  más ;  rompió  el  amor  los  velos 
de  mi  compuesta  inútil  apariencia. 
Llegó  el  dolor  al  alma  lastimada 
y  sale  por  la  boca  y  por  la  espada. 

Alfredo. 
¿Para  mujer  espada?  Mata  a  ese  hombre, 
y  podrás  despicarte. 

Conde. 

¿  A  mí,  señores  ? 
Pues  yo,  señor,  ¿qué  culpa  tengo? 

Príncipe. 

Asombre, 
Alfredo,  al  mundo  el  fin  de  mis  amores. 
Esta  mujer,  que  es  bien  que  así  la  nombre, 
pues  no  merece  títulos  mejores, 
me  trae  luego  aquí;  matarla  quiero. 

Conde. 
Yo   la   traeré,    repórtate   primero. 


¿  Es  esa  la  palabra  que  me  diste  ? 
¿No  te  acuerdas  del  grave  juramento? 

Príncipe. 
No  hay  palabra  en  amor;  si  lo  creíste, 
bebiste  el  mar ;  encarcelaste  el  viento ; 
el  fuego  regalaste,  el  sol  cogiste, 
desclavaste  del  alto   firmamento 
las  estrellas  más  fijas,  y,  en  efeto, 
juntaste  a  ui^  necio  el  alma  de  un  discreto. 
Venga  Lucinda  luego. 

Belardo. 

Señor  mío, 
¿quieres  que  mate  al  Conde? 

Camilo. 

Estos  aceros 
le  dejarán  aquí  difunto  y  frío. 

Príncipe. 
¿'Queréis  que  el  alma  os  saque,  majaderos? 
El  Conde  me  ha  servido,  del  confío 
mi  honor;  así  han  de  ser  los  caballeros 
que  sirven  a  su  rey,  y  estas  verdades 
son  las  buenas  privanzas  y  amistades. 
¡  Venga  Lucinda  luego  ! 

Conde. 

¿He  de  ir  por  ella? 
Alfredo. 
No  la  traigas,  detente. 

Príncipe. 

¿  Cómo,  hermano  ? 
¿  Es  posible  que  impidas  que  por  ella 
pase  este  acero  a  ensangrentar  mi  mano? 

Alfredo. 
No  mates  una  cosa  que  es  tan  bella, 
que  es  hecho  de  cobarde  y  de  tirano. 

Príncipe. 

ir 

Más  bella  es  una  garza  y  no  se  trata 
que  es  cobarde  el  azor  cuando  la  mata. 

Alfredo. 
Envaina  enhorabuena  y  ven  conmigo. 
Príncipe. 
Tienes  razón,  hermano ;  razón  tienes ; 
que  pues  no  me  casé,  justo  castigo 
me  dan  estos  agravios  y  desdenes. 
Si  me  casara  yo,  tú  eres  testigo 
de  que  gozara  mil  seguros  bienes; 
El  no  haber  a  mi  padre  obedecido 


ACTO   SEGUNDO 


347 


toda  la  causa  de  mi  daño  ha  sido. 

Enojado  está  el  cielo  con  mis  cosas, 
i  Oh,  cuánto  mejor  fuera  que  gozara, 
prima  mía,  tus  manos  tan  hermosas 
y  alegre  viera  tu  dichosa  cara ! 
Quien  dejó  las  mejillas  de  esas  rosas, 
tu  trato   claro  más  que   fuente   clara, 
bien  es  que  en  este  triste  arroyo  beba 
la  deslealtad  y  el  tósigo  que  lleva. 

Alfredo. 

¡  Basta,  que  ya  ni  como,  visto  o  duermo, 
seguro  de  tenerte  por  amigo ! 
¿  Soy  yo  de  tus  desdichas  estafermo, 
que  luego  vienes  a  encontrar  conmigo? 
Apenas  de  Lucinda  estás  enfermo 
cuando  Rósela  es  médico.  Yo  digo 
que  si  me  has  de  tratar  de  aquesta  suerte, 
a  Lucinda  y  a  mí  nos  des  la  muerte. 

Cásate  de  una  vez,  que  una  vez  muertos, 
¿quién  te  lo  ha  de  estorbar? 

Príncipe. 

¿Qué  puedo,  hermano, 
hacer  en  tan  dudosos  desconciertos? 

Alfredo. 
Dar  a!  discurso  de  razón  la  mano; 
Amor  es  nave  que  tendrá  mil  puertos; 
mira  que  es  caso  fiero  e  inhumano 
que  si  el  mar  de  Lucinda  se  rebela, 
furioso    desembarques    en    Rósela. 

Prínxipe. 

Hago  al  cielo  solene  juramento 
de  no  ver  a  Lucinda  eternamente, 
su  casa,  sus  ventanas,  su  aposento, 
sus  hijos,  sus  criados  ni  su  gente. 
Castigaré  mi  propio  pensamiento 
cuando  cosa  que   fué  me  represente ; 
mataré  mi  memoria,  y  si  me  fuerza 
la  voluntad,  la  romperé  por  fuerza. 

Nadie  nombre  a  Lucinda;  nadie  diga 
Lucinda  ha  hecho  bien  o  mal;  no  quiero 
que  ;iinguno  a  Lucinda  contradiga 
ni  trate  de  Lucinda  el  rigor  fiero. 
Dile  a  Lucinda,  Conde,  que  prosiga; 
bien  merece  Lucinda  un  caballero, 
pues  un  rey  mereció. 

Alfredo. 

Si   así   la  nombras, 
¿  para  qué  de  nombrarla  nos  asombras  ? 


Príncipe. 
Trátala  bien,   Lucinda   lo  merece; 
tú  harás  tu  obligación. — Alfredo,  vamos. 

Alfredo. 
Eso  es  razón  y  justo  me  parece. 

Príncipe. 
¡  Olh,  fiera  casa,  nunca  a  ti  volvamos ! 

(Vanse  y   queda   el   Conde.) 
Conde. 
No  al  alba  más  hermoso  resplandece 
Febo  en  los  montes,  mármoles  y  ramos 
tras  fiera  tempestad,  tras  noche  escura, 
y  en  mí  la  vida  en  confusión  tan  dura. 

¡Válame  Dios,  qué  mares  he  pasadc ; 
qué  aspereza  de  montes  he  subido, 
qué  desiertas  Arabias  caminado, 
qué  Caribdis  y  Scilas  he  rompido, 
qué   sirenas,  qué  monstruos  engañado, 
qué  espejos   de   Miedusa   resistido ! 
Pero  el  Infierno,  si  su  fuego  toco, 
con  ser  tan  fiero,  por  Lucinda  es  poco. 

{Sale   Lucinda.) 

Lucinda.         ¡  Qué  turbación  he  tenido, 

qué  temor,  qué  confusión  ! 

¿  Fuese  el  Rey  ? 
Conde.  La  turbación 

injusta,  señora,  ha  sido, 

porque  el  Rey  no  desnudaba 

el  acero  para  ti. 
Lucinda.     ¿  Pues  para  quién,  que  entendí 

que  para  mí  lo  sacaba? 
Conde.  Para  quien  dicho  le  había 

que  Alejandro  te  gozó, 

luego  que  hablarte  me  vio. 
Lucinda.  ¿Luego  con  el  Rey  venía? 
Conde.  Uno  fué  de  aquellos  tres. 

Lucinda.     ¿  Quién  es,  si  mi  amor  te  obliga  ? 
Conde.         No  me  mandes  que  lo  diga, 

que  se  lo  dirás  después. 

{Sale  el  Príncipe,  Alfredo,  Belardo  y  Camilo.) 

Alfredo.         ¿Este  ha  sido  el  juramento 

de  no  verla  más  ni  hablarla? 

Detente. 
Príncipe.  Déjame  darla 

el  parabién  de  mi  intento. 
Alfredo.         ¿Harásla  mal? 
Príncipe.  No,   por   Dios. 

vengo  desta  vez  muy  frío. 


348 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Lucinda 

Príncipe, 
Alfredo. 


Conde. 
Alfredo. 


Príncipe. 
Lucinda. 
Príncipe. 


Lucinda. 
Príncipe. 


Lucinda. 
Príncipe. 


Lucinda. 


Camilo. 

Príncipe. 

Lucinda. 

Príncipe. 


Lucinda. 


Príncipe. 
Hijo. 


Príncipe. 


.¡Señor,  Alejandro  mío, 
mil  cosas  tengo  con  vos ! 

¡Tiemblo!  ¿Hay  cosa  semejante? 
¡  Por  Dios,  más  pienso  fiar 
en  bonanza  de  la  mar 
que  en  juramentos  de  amante ! 

¿  Hay  cosa  igual  ?  ¿  Que  volvió  ? 
Y  sin  salir  de  la  calle, 
que  no  habrá  querido  dalle 
más  cuerda  la  que  le  ató. 

Mujer. 

Marido  y  señor. 
Que   no   te   llamo  mujer 
más  de  porque  hay  en  tu  ser 
•tanta  flaqueza  y  rigor. 

Mujer,  pues... 

¿Qué  es  esto,  cielos? 
Que  como  mujer  hiciste, 
y  antes  de  obras  me  ofendiste 
que  me  avisases  con  celos, 

¿dónde  tus  hijos  están? 
Mi  señor,  en  esta  pieza. 
Las  que  son  de  tu  nobleza 
en  tales  bajezas  dan. — 

Entra  por   ellos,   Camilo. 
¿-Qué  tienes,  mi  bien?  Repara 
que  no  conozco  tu  cara 
ni  puedo  entender  tu  estilo. 

¿Qué  traes?  ¿De  dónde  vienes? 
Los  niños  están  aquí. 
Llevaldos. 

¿  Por  qué,  ¡  ay  de  mí !, 
mandas  secrestar  mis  bienes? 

Por  deudas  de  obligaciones 
tan  mal  cumplidas,  cruel : 
porque  de  un  amigo  fiel 
sé  que  ausentarte  dispones. 

Pues  es  cosa  conocida 
que  no  me  sacas  mi  hacienda, 
sino  qtte  en  cualquiera  prenda 
me  llevas  el  alma  y  vida. 

Y  si  el  Rey  quiere  ausentarme, 
como  dices,  ¿en  qué  soy 
culpada,  pues  no  me  voy 
por  mi  gusto  ? 

¡  Esto  es  matarme  ! 

Calle,  madre ;  podrá  ser 
que  se  le  pase  el  rigor 
a  mi  padre  y  mi  señor, 
y  la  volvamos  a  A^er. 

No  es  bien  que  tratemos  deso : 
tu  culpa  está  averiguada. 


tu  sentencia  pronunciada 

y  cerrado  tu  proceso. 
Tú  me  verás  empleado 

en  Rósela,  al  fin  mi  igual. 
Alfredo.     ¿Otra  vez? 
Lucinda.  ¡  Estoy  mortal ! — 

Infante,  ¿quién  le  ha  engañado? 
Alfredo.         No  sé,  por  Dios.  Sé  que  yo 

soy  el  que  lo  pasa  todo. 
Lucinda.     ¿  Tú,  Alfredo  ?  ¿  Pues  de  qué  modo  ? 

¿No  estás  casado? 
Alfredo.  Sí  y  no. 

De  tal  manera  me  siento, 

que  podrá  decir  quien  burla 

que  es  como  cosa  de  burla 

esto  de  mi  casamiento. 
Príncipe.        Llevad  esos  niños,  pues. 
Lucinda.     Déjamelos  abrazar, 

y  pues  que  mandas  llevar 

esos  dos,  lleven  los  tres. 
Príncipe.        ¿Dónde  hay  otro? 
Lucinda.  iCon   matarme 

le  sacarás  de  mi  pecho. 
Camilo.       ¿Fuese  el  Príncipe? 
Alfredo.  ¡  Esto  es  hecho  ! 

Camilo.      Lloro. 

Lucinda.  ¿  No   pudo   aguardarme  ? 

Hijo.  ¡  Oh,  lástima  !   j  Oh,  triste  nueva, 

■señora,  que  te  dejamos ! 
Hija.  Hermano,  sin  madre  vamos; 

mas  nuestro  padre  nos  lleva. 
Lucinda.         Si  esto  no  fuera  prisión, 

fuera  tras  mis  hijos.  Conde. 

¿Qué  es  esto? 
Conde.  ¡  Qué  bien  responde 

a  tu  justa  obligación! 

¡  Ah,  hombres  !  Porque  ha  querido 

casarse,  te  ha  levantado 

un  testimonio. 
Lucinda.  Tú  has  dado, 

Conde  amigo,  en  lo  que  ha  sido. 
Con  casarse  me  amenaza; 

él  me  matará  después. 
Conde.         Entra  y  diréte  lo  que  es. 
Lucinda.     Es   mi   muerte. 
Conde.  Bien  se  traza. 


ACTO  TERCERO 

(Salen  Alfredo  y  Rosel.'v.) 
Alfredo.         El  está  determinado 

que  se  ha  de  casar  contigo. 


ACTO   TERCERO 


U9 


Rósela. 


I 


r. 

I 


Alfredo. 


Rósela. 


Alfredo. 


Rósela. 


Alfredo. 


Amor  es  necio  enojado, 
y  hacer  ofensa  al  amigo 
tiene  por  razón  de  estado. 

Mas  si  por  darte  pesar 
se  determina  casar, 
los  dos  quedaremos  bien, 
apasionados    también 
y  en  diferente  lugar. 

Tener   paz   los    elementos 
tengo  a  cosa  más  posible 
que  en  iguales  casamientos; 
porque  es  un  monstruo  terrible 
juntarse  dos  descontentos. 

Cuando  en  partes  diferentes 
quieren  dos  que  se  han  casado, 
no  hay  áspides,  no  hay  serpientes 
en  el  nido  regalado 
de  palomas  inocentes ; 

no  hay  confusión  del  Infierno, 
no  es  más  su  tormento  eterno 
que  lo  que  pasan  los  dos. 
i  Buen  jucio  espera,  por  Dios, 
de  aqueste  Imperio  el  gobierno ! 

No   es  Alejandro   ignorante, 
no  le  hagas  esta  injuria, 
que  corre  agora  con  furia 
como  mancebo  y  amante. 

Alábase  por  tus  ojos. 
Haz  reliquias  sus  despojos. 
Eso  tenéis  las  mujeres, 
que  en  los  mayores  placeres 
gustáis  de  darnos   enojos. 

Pintando  estás  tu  firmeza, 
y  en  medio  della  encareces 
la  ocasión  de  mi  tristeza; 
lo  que  infamas  apeteces, 
¡  qué  propia  naturaleza  ! 

Es  Alejandro  heredero: 
querrás,  pues  ya  se  enemista, 
que    deje    su   amor   primero, 
que  no  hay  amor  que  resista 
siendo  el  interés  tercero. 

i  Ay,  Rósela,  el  no  querer 
confirmar  ser  mi  mujer 
en  algo  estaba  fundado ! 
Nunca  en  tu  vida  has  estado 
m.ás  necio. 

Bien  puede  ser. 

Como  he  de  tu  amor  caído 
al  desdén  que  me  desprecia, 
muy  necio  te  he  parecido  ; 
porque  no  hay  cosa  más  necia 


que  un  amante  aborrecido. 

Quédate  a  hablar  con  mi  hermano ; 
Alejandro  es  más  discreto, 
más  galán,   más  cortesano. 
Cumple  del  Rey  el  decreto; 
dale  de   veras  la  mano. 

Serás    reina,   y   no   dichosa 
si   en  un  amante   te   empleas 
de   una   mujer   tan   hermosa; 
que  no  porque  reina  seas 
dejarás  de   ser  celosa. 

(_Vasc   Alfredo.) 

Rósela.  Tú  a  lo  menos  sin  razón 

lo  estás  en  esta  ocasión. 
Oye,  escucha;  ¿adonde  vas? 
Sin  razón,  Alfredo,  estás; 

¡  mas  no  tiene  amor  razón. 

!  ¿Hay  semejante  locura? 

I  -  (_Sa!e  el  Príncipe.) 

I  Príncipe.    ¿Con  quién  das  voces.  Rósela? 
'.  Rósela.       Con  quien  matarme  procura, 
I  y  con  ver  que  tu  cautela 

me  tiene  menos  segura. 
En  celos  da  agora  Alfredo. 
Príncipe.    ¿Pues  cómo  dar  celos  puedo? 
Rósela.       Dice  que  ya  estás  casado 

conmigo. 
Prínxipe.  ¿y  quién  le  ha  engañado? 

Rósela.'     Tus  palabras  y  su  miedo. 

Vuelve,  por  tu  vida,  en  ti; 
que  no  es  bien  que  te  apasiones 
con  tus  desdichas  ansí, 
que  hasta  tus  malas  razones 
me   tienen  por  blanco   a  mí. 
Si  Lucinda  te  ha-  ofendido, 
5'0,  Alejandro,  no  he  tenido 
la    culpa. 
pRÍxciPE.  Dices  verdad; 

mas  si  amor  de  tempestad 
echó  al  mar  todo  el  sentido, 

no  te  espantes  que  sin  él 
diga   que   quererte    quiero, 
viéndome.  Rósela,   en  él; 
que  ansí  descanso  de  un  fiero 
dolor  terrible  y  cruel. 

No  pienses   tú  que   ansí   sale 
del  alma  un  trato  de  amor, 
ni  que  algún  remedio  vale 
hasta  que  el  tiempo  en  rigor 
con  otro  tanto   le  iguale. 


350 


LUCINDA    PERSEGUIDA 


Yo  muero  por  lo  que  infamo, 
adoro  lo  que  aborrezco, 
estimo  lo  que  desamo. 
Rósela.       ¡  Oyéndote  me  enternezco  ! 

{Sale    el    Conde.) 

Conde.        Hoy  pienso  del  verde  ramo 
que  fué  desdeñoso  Apolo 

coronar  mi  altiva  frente, 

si  con  este  engaño  sólo 

amor  salir  me  consiente, 

que   es  de  mi   máquina   el  polo. 
Dícenme  que  ya  se  casa 

Alejandro.   Sí,  por  Dios; 

ello   es   verdad;   ansí   pasa; 

allí  están  juntos  los  dos. 

Basta;  nuevo  amor  le  abrasa. 
Aborreció  lo  que  quiso, 

yo  salí   con  mi  intención. 

Quiero  llegar  de  improviso. 
Príncipe.    Pues,  Conde,  ¿en  esta  ocasión? 

¿Tenemos  algún  aviso? 

Si  es  disculpa  no  la  quiero; 

isi  hay  papel,  luego  le  rasgo. 
Conde.         No  me  tengas  por  grosero. 
Rósela.      Mucho  tiene  amor  de  trasgo: 

ya  es  falso,  ya  es  verdadero. 
Príncipe.        Esto,   Conde,  se   acabó; 

ni  me  hable  ni  me  ruegue 

Lucinda. 
Conde.  No  es  eso. 

Príncipe.  ¿  No  ? 

¿Pues  qué  habrá  que  yo  le  niegue, 

que  aunque  aborrezco  soy  3^0? 
Conde.  Yo  te  lo  diré. 

Príncipe.  ¿Qi^ié  pide? 

¿Quiere   sus   hijos? 
Conde.  Señor, 

si  con  mis  servicios  mide 

la  satisfación  tu  amor 

y  el  pasado  no  lo  impide, 
dale  algún  remedio. 
Príncipe.  ¿Cuál? 

Conde.         Cásala. 
Príncipe.  ¿Dónde  hallaré 

tm  hombre  tan  principal? 

A  mí  jnisnio  la  igualé, 

mira  tú  si  tengo  igual. 

¿No  fué  mi  dama  mujer? 

La  llamé,   Rogerio,   así; 

lo  deben  todos   creer. 

Si  viuda  quedó  de  mí. 


¿quién  la  puede  merecer? 
Haz  cuenta  que  muerto  soy. 
Co\de.        a  íCso,    señor,   venía: 

si  yo  te  sirvo,  aquí  estoy, 

ser   su  marido   querría. 
Príncipe.    ¿  Qué  escucho  ? 
Conde.  Y  mi  fe  te  doy 

que  amor  me  fuerza  y  me  quua 

por  ella  el  seso. 
Príncipe.  ¡  Oh,  traidor  ! 

Este,   sin   duda,   la  incita. 
Conde.         ¿Qué  es  lo  que  dices,  señor? 
Príncipe.    Si  este  vil  ia  solicita, 

¿qué  mucho  que  ella  me  engañe? 

i  Muera  !  ¡  Mataréle  :  el  suelo 

de  traidora  sangre  bañe ! 
Rósela.       ¡  Detente ! 
CoNiDE.  ¡  Valedme,  cielo, 

vuestra   piedad  me   acompañe ! 
Rósela.  No  salgas,  señor,  tras  él; 

envainad  la  espada. 
Príncipe.  ¡Deja, 

{Vase  el  Conde  huyendo  y  tiene  Rósela  al  Príncipe.) 

deja  que  mate  al  cruel, 
que  el  mismo  amor  me  aconseja 
que  tome  venganza  en  él ! 
¡  Ay,  Lucinda ! 

Rósela.  ■;  Acaba  ya ! 

Vuelve  a  la  vaina  la  espada, 
que  ya  en  sagrado  estará. 

Príncipe.    ¡  Mira  que  andas  porfiada  ! 

Rósela.      ¿Voces  das? 

Príncipe.  Amor   las   da. 

{Sale   el   Rey  y   el   Capitán   ds   la  guarda.) 

Rey. 

¡  Préndale ! 

Príncipe. 
¿Cómo  préndale?  ¿Qué  es  esto? 
Rey. 
Da  a  Filardo  la  espada. 

Príncipe. 

i  Con  qué   furia 
tratas  siempre  mis  cosas ! 

Rey. 

¿Pues   no   basta 
la  mala  vida  que  le  das,  sin  culpa, 
a  tu  triste  mujer,  sino  que  agora 
quieres  darle  la  muerte? 


ACTO   TERCERO 


351 


;  Ouc  dices? 


Príncipe. 

¿  Yo    la    muerte  ? 

Rey. 


Sí,  que  3"o  he  encontrado  al  Conde 
corriendo,  y  dijo  que  iba  a  llamar  gente 
para  que  no  matases  a  tu  esposa. 
Llego  y  hallo  lo  mismo  que  me  ha  dicho. 
¿Y. qué  mejor  testigo  que  esa  espada? 

Príncipe. 
Saquéla  para  él,  que  es  un  villano, 
por  vida  de  tu  Alteza. 

Rey. 
Xo  la  jures. 

Príncipe. 
¿  Esto  es  verdad,  Rósela  ?  ¿  Qué  enmudeces  ? 

Rósela. 
Señor,  el  Conde  anduvo  demasiado : 
para  él  sacó  la  espada. 

Rey. 

Óyeme    aparte. 

Rósela. 

¿  Qué  me  mandas  ? 

Rey. 

No   más   de   que   me  digas, 
ansí  tus  años  goces... 

Rósela. 

Ya  te  he  dicho 
que  para  el  Conde  se  sacó  la  espada. 

Rey. 
¿Pues  qué  ocasión  le  dio? 
Rósela. 

Como  no  digas 
nada  a  Alejandro...   Fué  sobre  su  dama. 

Rey. 
Oye,   Alejandro. 

Príncipe. 
¡  Riguroso  vienes ! 
Rey. 
Pregúntela  a  Rósela  si  querías 
matarla.  Este  rigor... 

Príncipe. 
¿Y  qué  te  dijo? 


,  Rey. 

Que  al  Conde  le  querías  dar  la  muerte. 

Príncipe. 
Dice  verdad. 

Rey. 
¿Pues  qué  ocasión  te  ha  dado? 

Príncipe. 
Díjome  mal  de  ti. 

Rey. 

¡  Bien  se  concierta  ! — 
Da  la  espada  a  Filardo,  que  sin  duda 
matar    querías    a    tu    mujer. 

Príncipe. 

¿Cómo? 
Rey. 
¿  Cómo  ?  Por  celos  que  te  pediría, 
que  los  que  traen  semejantes  pasos 
sienten  que  sus  mujeres  se  los  pidan. 

Príncipe. 
Si  tú  gustas,  señor,  de  atropellarme 
y  estando  mi  mujer  de  mí  contenta, 
conmigo  la  enemistas  desa  suerte, 
no  sé  si  haces  como  padre. 

Rey. 

¡  Calla ! 
¡  Suelta  esa  espada  ! 

Príncipe. 

Aquí,  señor,  la  rindo. 
Rey. 

Por   cierto   que   quitártela   debiera 
otra  mujer.  ¿Para  mujer  la  sacas? 
Vaya  a  la  torre,  y  vos  venid  conmigo. 

Rósela. 
Cierto,  señor,  que  sin  razón  le  culpas 
y  con  siniestra  información  castigas. 

Rey. 
Eres  mujer  y  noble,  y  bien  se  entiende 
que  esas  disculpas  no   son  verdaderas, 
sino  piadosas. 

Príncipe. 
¿Hay   rigor  como   éste? 
¡Aquí  de  Dios,  que  mi  mujer  me  quitan! 

Rey. 
¿Yo  te  la  quito? 


352 


LUCINDA    PERSEGUIDA 


Príncipe. 
Sí,  que  en  vez  de  padre 
haces  un  mal  tercero  entre  casados. 
Dame  a  Rósela. 

Rey. 

No  te  descompongas. — 
Llevalde,  Capitán. 

Capitán. 

Tu  Alteza  venga. 

Príncipe. 
;A1  fin,  que  preso  voy? 

Capitán. 

Yo  soy  mandado. 

Príncipe. 
Capitán,  yo  nací  tan  libre  en  todo, 
que  si  fuera  verdad  que  con  la  cólera 
para  el  que  me  engendró  la  desnudara, 
a  voces  lo  dijera;  mas  yo  juro 
por  todo  cuanto  puedo  que  la  espada 
saqué  para  Rogerio. 

Capitán. 
No  lo  dudo. 
Agora  vamos  a  la  torre  juntos, 
que  presto  pasará  del  Rey  la  ira, 
y  entonces  será  justo  que  lo  digas 
a  tiempo  que  te  crean  y  disculpen. 

{Sale  Alfredo.) 

Alfredo. 

En  esto  paró,  al  fin,  tu  desatino. 
Quisiste  que  por  fuerza  te  quisiese 
Rósela,  contra  el  pacto  concertado, 
y  porque  ella  no  quiere,  como  es  justo, 
quisístela  matar. 

Príncipe. 

¡  ]Mejor  es  esto  ! 
¿Hermano,  estás  en  ti?  Mira  que  ha  sido 
traición  del  Conde,  y  vive  Dios,  Alfredo, 
que  para  el  Conde  desnudé  la  espada. 

Alfredo. 

i  Para  el  Conde  ?  ¡  Qué  buenas  invenciones  ! 
El  Rey  lo  tiene  bien  averiguado. 
¡Oh,  Alejandro,  qué  malas  mañas  tienes! 
¿  Con  enredos  empiezas  en  tu  imperio  ? 
Pues    prométote    yo    trágicos    fines. 


Príncipe. 
¿Qiué  es  esto,  Dios?  ¿Qué  quiere  aquesta  gente? 
¿  Quieren  volverme  loco  ? 

Alfredo, 

Yo  te  digo 
que  quien  no  guarda  ley  a  sus  hermanos 
no  se  goce  en  su  imperio  largo  tiempo. 

Príncipe. 
Vamos;  que  si  no  fuera  porque  fuera 
dar  fuerza  al  desatino  que  han  pensado, 
le  quitara  la  vida. 

Alfredo. 

Si   un   hermano 
usa  este  trato,   quien  tuviese   amigo 
su  ignorancia  escarmiente  en  mi  castigo. 

{Vansc,  y  salen  Lucinda^  Teodora  y  el  Marqués.) 


ÍNIarqués. 
Lucinda. 
Marqués. 


Lucinda. 

Marqués. 
Lucinda. 

J^vIaroués. 


Lucinda. 


Marqués. 


¿  Que  en  ese  engaño  has  estado  ? 
¿Que  no  fué  el  Rey  quien  me  oyó? 
No  sólo  no  te  ha  escuchado, 
pero  en  tu  vida  te  vio, 
original  ni  traslado. 

¿  Que  no  era  el  Rey  el  que  aquí 
trajo  el  Conde? 

No. 

¡  Ay  de  mí, 
qué  notable  engaño  esconde ! 
Al   Príncipe  trajo   el  Conde 
que  te  oyese  desde  allí, 

porque  le  ha  dado  a  entender 
que  le  adoras. 

Nunca,  hennana, 
me  has  querido  a  mí  creer. 
No  fué  mi  sospecha  vana; 
temí  lo  que  vino  a  ser. 

Rogerio,  para  gozarte, 
en  vez  del  Rey,  que  te  oyese 
requebrarle  y  requebrarte, 
trajo   al   Príncipe. 

¡Que  fuese 
tanto  de  su  engaño  el  arte, 

que  al  Príncipe  hiciese  ver 
por  sus  ojos  que  yo  aquí 
le  amaba!   ¡Ay,  Dios;  fui  mujer 
que  fácilmente  creí, 
que  es  propio  de  nuestro  ser ! 

Y  agora  ¿qué  medio  queda 
de  poderos  concertar? 
Ved  lo  que  quien  ama  enreda 
ci  no  lo  puede  alcanzar. 


ACTO   TERCERO 


35c 


Lucinda. 
Marqués. 


Teodora. 


Lucinda. 
Teodora. 


Lucinda. 


JJaroués. 


Teodora. 


Lucinda. 


^LxROUÉS. 


Teodora. 


]\L\RQUÉS. 


VII 


Y  el  Príncipe,  ¿cómo  queda? 

Desesperado,   corrido ; 
cerca   de    casarse,   loco, 
da  voces,  pierde  el  sentido. 
No  me  espanto,  todo  es  poco 
si  piensa  que  está  ofendido. 

¡  Oh,  lo  que  puede  un  traidor, 
un  falso  amigo,  un  villano ! 
¿No  hay  remedio  en  este  error? 
Habla,  Lucinda,  a  su  hermano, 
que  es  el  remedio  mejor. 

No  se  ha  de  quedar  tu  engaño 
tan  sin  entender  a  tiempo 
que  te  haga  tanto  daño : 
hija  es  la  verdad  del  tiempo, 
fuerzas  tiene  el  desengaño. 

Ya  de  poder  desconfío 
dar  al  Príncipe  a  entender 
la  verdad  del  amor  mío ; 
que  hablarme  no  ha  de  querer 
si  ve  que  a  llamarle  envío. 

Ya  debe  de  estar  casado ; 
3'a  mis  hijos  me  habrá  muerto 
t»  a  la  madrastra  entregado, 
que  todo  es  uno. 

Es  muy  cierto 
que  no  los  habrá  enojado. 

Podría,  del  enojarse, 
haber  llegado  a  casarse 
para   darte   que   llorar, 
que  sólo  para  matar 
el  que  ama  suele  matarse. 

Con  todo  eso,  no  es 
tan  tarde,  que  si  quisiese 
favorecerte  el  Marqués 
tu  inocencia  no  pudiese 
escaparse  por  los  pies. 

Cuando  verme  en  mal  tan  fiero 
no  le  pudiera  mover, 
lo  que  me  quiere  y  le  quiero, 
el  ser  como  soy  mujer 
y  el  ser  como  es  caballero, 

le  forzarán  a  que  vuelva 
por  mi  honor. 

La  duda  absuelva 
mi  valor  de  tu  temor: 
mataré  aquese  traidor 
cuando  el  mundo  se  revuelva. 

No  se  acierta  desa  suerte; 
antes  nos  viene  más  daño 
de  su  muerte. 

; Cómo  ? 


Teodora. 


Marqués. 


Lucinda. 
Marqués. 
Lucinda. 

]\Larqués. 

Conde. 

Marqués. 

Conde. 

Marqués. 

Conde. 

Marqués. 

Conde. 
Marqués. 

Conde. 

^Marqués. 

Conde. 

Maroués. 


Conde. 
Marqués. 


Conde. 


]\L\R0UÉS. 

Conde. 


Advierte 
que  cierras  más  el  engaño 
con  la  llave  de  su  muerte. 

Saca  a  Lucinda  de  aquí. 
Pues  déjame  hacer  a  mí, 
que  para  engañar  al  Conde 
mi  pecho  otro  enredo  esconde. 
Atenta  me  escucha. 

Di. 
Quiero  fingir... 

Mas  él  viene. 
Disimula. 

Escucha,  pues, 
lo  que  has  de  hacer. 

¡  Oh,  Marqués! 
i  lOh,  Conde ! 

¡  Qué    bueno    os    tiene 
amor! 

.Solícito  es. 
Así  a  quien  ama  conviene. 
Pero  agora  otra  razón 
me  trae. 

¿De  qué  manera? 
Muda  el  Rey  esta  prisión 
a  mi  casa. 

Eso  me  altera. 
¿  Por  qué? 

No  sé  la  ocasión. 
Sí  la  debéis  de  saber. 
Yo  os  quiero  favorecer 
si  de  pláticas  se  acorta; 
tened  secreto,  que  importa. 
Sabéis  que  le  sé  tener. 

El  Príncipe  ha  prometido 
que  hoy  a  Lucinda,  ¡  oh,  furor 
de  un  mozo  de  amor  vencido !, 
dará  la  muerte. 

Ese  amor 
no  sé  yo  si  es  bien  nacido. 

Que  aunque  en  mil  yerros  la  ha- 
no  siendo  propia  mujer,  [liara, 
no  hay  ley  que  a  tal  le  obligara. 
i  Gran  bajeza  es  ofender 
lo  que  se  amó ! 

En  eso  para. 
Tu  casa  quiere  quemar. 
¿  Es   ropa  de  pestilencia  ? 
Mas  púdola  inficionar 
de  aquel  áspid  la  presencia, 
que  a  tantos  suele  matar. 

Marqués,  por  lo  que  debéis 
a  la  ley  de  un  caballero, 

23 


354 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


que  de  aquí  me  la  llevéis ; 
pagad  así  lo  que  os  quiero 
si  el  peligro  en  que  estoy  veis. 

Ya  vengo  desengañado 
de   cierta  pretensión  raía; 
todo  fué  vano  cuidado ; 
sacadme  de  aquesta  arpía 
y  aqueste  infierno  cifrado. 
Y  pues  a  Teodora  amáis, 
allá  tendréis  a  Teodora ; 
por  Dios,  que  este  bien  me  hagáis. 
Marqués.    ¿Bastará  mañana? 
Conde.  Agora 

os  ruego,  o  vos  me  matáis. 

Si  esta  noche  tiene  intento 
este  loco  de  matarme, 
no  ha  de  estar  aquí  un  momento; 
basta  que  pude  librarme 
de  su  celoso  tormento. 

Sacó  para  mí  la  espada ; 
huí,  que  es  mi  Rey. 
Marqués.  Hicistcs 

ima  cosa  bien  mirada. 
Conde.         Decildes  a  qué  venistes. 
Marqués.    Ya  yo  la  tengo  avisada. 

Gente  he  traído. 
Conde.  .  Pues  luego, 

Marqués,  la  sacad  de  aquí; 
esto  sólo  os  pido  y  ruego. 
IMarqués.    Segura  vais. 
Lucinda.  ¡  Ay  de  mí ! 

Conde.         Salga  de  mi  casa  el  fuego. 

Perdonad  si  os  ha  faltado 
regalo. 
Lucinda.  Bien  sabéis,  Conde, 

lo  que  me  habéis  obligado ; 
en  fin,  a  quien  sois  responde. 
Teodora.     En  las  obras  se  ha  mostrado. 
Lucinda.         Mil  obligaciones  llevo 

que  algún  día  os  serviré. 
Conde.         Id  con  Dios,  que  siempre  os  debo. 
Marqués.    ¡  Altamente  le  engañé  ! 

(Vanse  y   queda  el   Conde.) 

'Conde.        Amor  comienza  de  nuevo 
mayores  persecuciones : 
pídole  nieve,  y  él,  ciego, 
fuego  vuelve  a  mis  pasiones ; 
mas  es  fuego,  y  paga  en  fuego 
sus  firmas  y  obligaciones. 

Reparos  quiero  hacer 
contra  el  fuego,  por  si  viene; 


pero  no  son  menester, 

que  harto  fuego  en  casa  tiene 

quien  tiene  dentro  mujer. 

(^asc.) 

(Salen    el    Rey    y    Camilo    con    los    Niños    y    dos 
criados.) 

Rey.  ¡  Suelta  los  niños,  villano  ! 

Camilo.       Señor... 

Rey.  Dime  cuyos  son, 

¿Piensas  alguna  traición? 

Pues  fabricarásla  en  vano. 
¡  Acaba,  responde  presto  ! 

¿Qué  te  turbas,  ignorante? 
Camilo,       No  es  milagro  si  delante 

esas  armas  me  habéis  puesto. 
Rey,  Dejalde. — Di  lo  demás. 

Camilo.       Tus  nietos  son. 
Rey.  ¿  Cómo  míos  ? 

Dirás  cien  mil  desvarios, 

como  alborotado  estás. 
Camilo.  Del  Príncipe  mi  señor 

son   hijos. 
Rey.  La  madre  di. 

Camilo.       Lucinda. 
Rey.  Luego  lo  vi; 

quitádoseme  ha  el  amor. 
Mas  con  todo,  por  mi  honor, 

tengo  de  criarlos. 
Marqués.  Entra. 

(Salen    el    Marqués,    Lucinda    y    Teodora.) 

Aunque  si  el  Rey  nos  encuentra, 

sería  notable  error. 

Mas  ya  estará  retirado. 
Lucinda.     ¡Con  qué  vergüenza  he  de  hablar 

al  Príncipe ! 
Marqués.  No  hay  dudar 

de  que  él  quede  apaciguado. 
Pero,  ¿  qué  veo  ?  ¡  Ay  de  mí ! 
Lucinda.     ¿  Como  ? 
Marqués.  ¡  El  Rey  es  éste  ! 

Lucinda.  í  Ay,  cielo  ! 

Teodora.     ¡  Toda  me  ha  cubierto  un  yelo  ! 
Marqués.  Sosiega  y  fía  de  mí; 

verás  lo  que  se  concierta 

y  los  enredos  que  haré. 

Déjame  hablar. 
Lucinda.  Sí  haré. 

Rey.  ¿Mujer  a  mí,  y  encubierta? 

Marqués.       Vino,  señor,  del  aldea 

mi  hermana  así  disfrazada. 


ACTO   TERCERO 


355 


Rey. 


Lucinda. 
Rey. 


Lucinda. 


Rey. 

Lucinda. 

Rey. 

Lucinda. 

Rey. 

Lucinda. 
Rey. 
Lucinda. 
Rey. 


Lucinda. 

Niño. 
Xiña. 
Lucinda. 

Rey. 


y  como  es  tan  alabada, 
Rósela  verla  desea; 

que  no  pienso  que  sin  vella 
en  la  corte  ha  visto  nada. 
Entró  en  palacio  tapada, 
sólo  con  esta  doncella; 

Viola  Vuestra  Majestad 
sin  podernos  encubrir, 
y  así  la  hice  venir. 
¡  Rara  y  divina  beldad  ! 

Corre,  ve,  a  Rósela  llama, 
pues  verla  su  gusto  es. 
Muy  mal  estaba,  Marqués, 
encubierta  aquesta  dama. 

Vuestra  hechura  soy,  señor. 
Y  pues  estáis  en  la  aldea, 
para  que  secreta  sea 
cierta  mancha  de  mi  honor, 

dos  niños  os  quiero  dar 
que  en  el  aldea  criéis, 
y  creed  que  me  podréis 
mucho  en  hacerlo  obligar. 

Señor,  con  obligación 
de  serviros  he  nacido : 
huélgome  de  haber  venido 
en  esta  buena  ocasión. 

Yo  los  tendré  con  gran  cuenta ; 
allí  estarán  bien  secretos. 
Pues  sabed  que  son  mis  nietos, 
para  que  estéis  más  contenta. 

¿Dónde  los  niños  están? 
Llegad  los  niños  aquí. 
i  Estos  son  los  que  parí, 
éstos  bastardos  serán ! 

Hijos  son  de  una  mujer 
que  abrasada  ver  quisiera. 
¿  Es  viva  ? 

¡  Si  no   lo   fuera... ! 
¡  Mal  la  debéis  de  querer  ! 

¡  Juro  que  si  a  la  villana 
cogiera  en  esta  ocasión, 
mandara  echarla  a  un  león 
que  está  en  esa  barbacana. 

Quiero  a  los  niños  llegarme 
con  tu  licencia,  señor. 
¡  Madre ! 

¡  Madre ! 

¡  Extraño    amor ! 
¿madre,  y  llegan  a  abrazarme? 
Tal  es  tu   cara  y  blandura, 
que  una  piedra  ablandará. 
Con  ellos  hablando  está : 


¡qué  valor,  qué  compostura! 
^Marqués.        Y  vos,  mi  Teodora,  hablad: 

¿qué  decís  deste  suceso? 
Teodora.     Aquí  estoy  perdiendo  el  seso 

de  ver  tu  temeridad ! 


{Sale  Rósela.) 


Rósela. 


¿  Que  rebozada  ha  llegado 

Albania? 
Camilo.  Señora,  sí. 

Rósela.       ¿El  Rey,  Camilo,  está  aquí? 
Camilo.      Y  los  dos  niños  le  ha  dado. 
Rósela.  Déme  vuesa  señoría 

los  brazos. 
Lucinda.  Déme  Su  Alteza 

los  pies. 
Rósela.  ¡  Qué  rara  belleza  ! 

¡  Hermosa  es,  por  vida  mía  ! 
Lucinda.        Corrida  estoy  de  pensar 

que  pude  ser  descubierta. 
Rósela.       Muy  mal  a  encubrir  se  acierta 

luz  que  al  sol  la  puede  dar. 
Lucinda.         Mejor  decirse  pudiera 

si  tu  Alteza  rebozara 

la  belleza  desa  cara, 

que  tapada  al  sol  venciera. 
Rósela.  No  estamos  bien  deste  modo; 

entrad  acá,  por  mi  vida. 
Lucinda.     No  mandéis,  si  sois  servida, 

que  entre. 
Teodora.  ¡  Aquí  se  pierde  todo  ! 

Rósela.  Luego  os  iréis,  porque  quiero 

daros  algo. 
Camilo.  ¡  Mucho  miras 

esta  dama ! 
Rósela.  No  te  admiras 

sin  causa. 
Camilo.  Gran  caballero 

es  el  Marqués,  si  casar 

fuera  a  tu  edad  justo  intento. 

(Vanse  y  quedan  el  Rey  y  el  Capitán  de  la  guarda.) 

Rey.  Estás  en  mi  pensamiento ; 

quiérele  primero  hablar. 
Aunque  encubrirlo  procura, 

¡  raro   donaire ! 
Capitán.  ¡  Extremado  ! 

Rey.  "  Y  es  de  igual  sangre  y  estado 

a  su  mucha  hermosura, 

que  es  lo  que  amor  ha  hecho. 

i  Bella  mujer ! 
Capitán..  ¡  Por  extremo  ! 


356 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Rey.  Que  descubra  el  tuyo  temo 

el  fuego  que  está  en  mi  pecho. 
Así  podré  castigar 

estos  hijos  libres,  locos. 
Capitán.     En  los  reyes  tener  pocos 

no  suele  a  veces  dañar. 
Rey.  Eso  entre  bárbaros  es, 

que  a  guerras  la  herencia  es  parte. 
Capitán,     ¿  Cosa  que  quieras  casarte 

con  la  hermana  del  Marqués? 

(Vanse  y  salen  el  Príncipe  y  Alfredo  3;   Belardo.J 
Príncipe. 
¿Cómo  guardar  prisión? 

Alfredo. 

Muy  bren  has  hecho. 
Yo  a  lo  menos,  por  verme  asegurado 
que  quieres  a  Lucinda  y  no  a  Rósela, 
a  mayor  desatino  te  ayudara. 

Príncipe. 
¿Qué  puede  hacerme  el  Rey? 

Alfredo. 

Ninguna  cosa. — 
¿Has  mirado,  Belardo,  esas  esquinas? 

Belardo. 
Todo  lo  tengo  visto,  y  no  parece 
lui  hombre  por  milagro. 

Príncipe. 

Pues  la  noche 
lugar  a  todo,  Alfredo,  nos  ha  dado, 
yo  he  de  sacar  de  aquesta  casa  el  alma, 
o  la  del  dueño  que  la  tiene. 

Alfredo. 

Toca, 
toca  a  esa  puerta. 

Belardo. 

¡  Ah,  gente  ! — Xo   responden. 

Príncipe. 

Temprano  van  buscando  la  mañana. 

Alfredo. 
Torna  a  llamar. 

Belardo, 
Es  por  demás;  ya  duermen. 
Alfredo. 
¿  Cómo  que  duermen,  si  aún  no  son  las  ocho  ? 
{Asómase  el   Conde  arriba.) 


Conde. 
¡  Ah  de  abajo  ! 

Príncipe. 
¿  Quién  es? 
Conde. 

Yo  soy. 

Príncipe. 

¿ Quién  dices? 
Conde. 
El  Conde. 

Príncipe. 
Pues  yo  el  Príncipe.  ¿A  qué  efeto 
hablas  desde  ese  muro,  Conde  amigo? 

Conde. 
¿  De  dónde  quieres  que  te  hable  ? 

Príncipe. 

¡  Bueno ! 
¿Sabes  quién  soy  y  eso  respondes? 

Conde. 

Dime : 
¿  el  haberte  servido  como  sabes 
merece  que  con  mano  armada  vengas 
a  quemarme  mi  casa? 

Belardo. 

¿  Si  ha  bebido  ? 

Alfredo. 
¡  El  está  loco  ! 

Príncipe. 

i  Oh,  Conde  ! 
Conde. 

¿  Qué  me  quieres? 

Príncipe. 
¿  Estás  en  ti? 

Conde. 

¡  Bien  sé  lo  que  me  digo ! 
Aquí  vino  el  Marqués,  y  me  ha  contado 
que  has  jurado  quemarme  y  destruirme, 
y  se  llevó  a  Lucinda,  porque  gusta 
el  Rey  de  que  esté  presa  allá  en  su  casa. 

Príncipe. 

¿  Que  no  está  aquí  Lucinda  ? 

Alfredo. 

¡  Extraño  embuste ! 
Conde. 
Bien  sé  lo  que  me  digo. 


ACTO    TERCERO 


357 


Prínxipe. 

Baja,  Conde, 
que  ese  ^larqués  nos  ha  engañado  a  todos. 

COXDE. 

j  Por  Dios,  que  lo  sospecho  !  Allá  deciendo. 
{Sale    el    Marqués.) 

M.\RQUÉs, 
Gente  parcece  aquí. 

Príncipe. 

¿  Quién  va  ? 
Alfredo. 


K  ^Iarqués. 

El  Marqués  de  Miralba. 


Oué  s:ente? 


Príncipe. 

¡  Vive  el  cielo, 
que  estoy  por  que  te  maten ! 

Marqués. 

Señor  mío, 
todo  hoy  te  busco,  y  díjome  Camilo 
que  estabas  preso,  y  yo  llegué  a  la  torre, 
que  sabiendo  su  intento  mentiroso 
saqué  a  Lucinda  de  poder  del  Conde 
y  llévela  a  palacio  a  que  te  viese. 
Hallónos  en  el  patio  el  Rey  tu  padre, 
y  allí  le  di  a  entender  que  era  mi  hermana. 
Que  Lucinda  no  creas,  señor  mío, 
que  te  ha  ofendido  en  solo  un  pensamiento ; 
que  el  Conde,  enamorado  de  Lucinda, 
te  dijo  que  vinieses  a  la  sala 
donde  tuviese  efeto  aquel  embuste. 
Dijo  a  Lucinda  que  era  el  Rey  tu  padre, 
que  a  ver  venía  si  la  amaba  el  Conde, 
y  ella  por  esto  díjole  requiebros, 
y  cuando  de  palacio  nos  salimos 
viola  Rósela  y  dióla  muchas  joyas. 
Enamoróse  el  Rey,  y  en  este  punto 
me  pidió  se  la  diese,  y  esta  noche 
ha  de  venir  aquí,  y  está  en  mi  casa, 
porque  con  ella  trata  de  casarse. 

Prínxipe. 
¡  Tente,  Rodulfo,  que  has  cifrado  el  mundo ! 
¡  Jesús,  qué  extraño  mapa  de  traiciones ! 

Marqués. 

Señor,  esto  es  verdad. 


Alfredo. 
Yo  no  lo  dudo ; 
que  el  Conde  es  hombre  de  notable  ingenio, 
y  más  de  dos  me  han  dicho  que  te  engaña. 

Príncipe. 
El  Conde  viene;  embózate,  Rodulfo, 
que  si  es  verdad,  el  lobo  está  en  el  cuento. 

{Sale    el    Conde.) 

Conde. 
Ya  vengo  a  tu  servicio. 

Príncipe. 

« 

Pues  espera. 
Aquí  me  dicen  que  Lucinda  vive : 
llega  a  esa  reja  y  llaina;  por  mi  vida 
que  la  requiebres,  porque  gusto  mucho 
de  oír  un  hombre  de  tu  ingenio  y  gusto 
hablar  a  una  mujer. 

Conde. 

¿Qué  es  lo  que  dices? 
Príncipe. 
¡  Villano  !  ;  Vive  el  cielo,  si  replicas... ! 

Conde. 
Señor,  yo  haré  lo  que  mandas. — ¡  Cielo, ' 
todos  saben  mi  engaño,  que  no  puede 
la  mentira  durar ! 

Príncipe. 
¿  No  acabas  ?  ¡  Llama  ! 

Conde, 
¡  Ah  de  la  reja! 

Lucinda. 
¿  Es  el  [Marqués  ? 

Conde. 

El  Conde, 
mi  bien,  llega  a  esta  reja,  loco  y  ciego. — 
Mal  me  amaño  a  requiebros  tan  forzados. 

Lucinda. 
¿  El  Conde  ? 

Príncipe. 
Dile  si  te  quiere  mucho. 
Conde. 
¡  Si  no  viene  a  propósito  tras  esto ! 

Príncipe. 
¡  Villano,  vive  Dios... ! 


358 


LUCINDA  PERSEGUIDA 


Conde. 

Quedo,  ya  digo. — 
¿Oueréisme  bien,  señora  de  mis  ojos? — 
¿Quién  ha  visto  jamás  tan  triste  suerte, 
decir  requiebros  a  la  misma  muerte?   • 
Lucinda.         ¡  Villano  más  fementido 
que  sangre  de  caballero 
ha  visto  el  mundo  y  temido ! 
¿  No  basta  el  tormento  fiero 
por  tu  rigor  padecido  ? 

¿No  basta  que  con  traición, 
diciendo  que  el  Rey  me  oía, 
fingí  tener  afición, 
perdiendo  el  alma  aquel  día, 
honra,   fama  y  opinión? 

¿No  basta  que  has  engañado 
al  Príncipe,  que  ha  fiado 
de  ti  más  que  de  hombre  alguno, 
y  nos  tienes,  si  es  todo  uno, 
a,  mí  muerta  y  a  él  casado? 

ri  A  qué  vienes  ?  ¿  Qué  me  quieres  ? 
¡  No  me  llames,  no  me  nombres, 
vil  ingrato,  y  pues  lo  eres, 
de  ti  sé  aparten  los  hombres, 
maldígante  las  mujeres! 

La  honra  tengo  ofendida, 
pero  será  defendida 
del  Marqués,  en  quien  espero, 
que  es  honrado  caballero 
y  te  ha  de  quitar  la  vida. 

(Cierra  la  ventana.') 

Alfredo.        iCerró  la  ventana. 
Príncipe.  ¡Ah,  Cielo, 

qué  notable  desengaño  ! — 

Aguarda,  mi  bien. 
Conde.  Apelo 

a  ti,  señor,  deste  engaño. 
Príncipe.    í  Ah,  perro  !  ¡  Oh,  infamia  del  suelo  ! 

i  Mataréle ! 
Alfredo.  Ten  la  espada; 

viva  hasta  cierta  ocasión, 

si  hacerlo  por  mí  te  agrada. 
Príncipe.    Hará  otra  nueva  traición. — 

¡  Ah,  mi  bien  !  ¡  Ah,  esposa  amada  ! — 
i  Marqués,  Marqués ! 
Marqués.  Gran  señor. 

Príncipe.    Id  por  ella  brevemente. 
Marqués.    Volvió  el  amor  por  su  honor. 
Alfredo.     Espera,  que  viene  gente, 

que  después  será  mejor. 


{Salen  el  Rey  y  el  Capitán.) 


Capitán. 

Gente  hay  en  aquesta  calle. 

Rey. 

Reconoceldos. 

Capitán. 

¿Quién  va? 

Príncipe. 

¡Pase,  majadero,  y  calle, 

o  vuélvase  por  allá  ! 

Rey. 

¿  Quién  es  ? 

Capitán. 

Gente  debe  ser  de  talle; 

pero  no  dejan  pasar. 

Rey. 

¿  Cómo  no  ? — Dadnos  lugar. 

Alfredo. 

Por  las  puntas. 

Capitán. 

¡Ah,  traidores, 

que  es  el  Rey! 

Príncipe. 

Paso,  señores, 

que  habemos  echado  azar. 

Rey. 

¿Quién  es? 

Príncipe. 

El    Príncipe   soy. 

Rey. 

¿  Quién  lo  dudaba  ?  ¡  Ah,  villano. 

ved  en  qué  peligro  estoy ! 

¿Quién  está  aquí  más? 

Capitán. 

Su  hermano 

Alfredo. 

¡  Muy  buenos  andamos  hoy ! 

Rey. 

¡  Prendeldos ! 

Príncipe. 

Esta  es  mi  espada, 

padre  y  señor. 

Alfredo. 

Y  la  mía 

a  tu  obediencia  envainada. 

Conde. 

Señor,  tu  vida  este  día 

fué  de  los  cielos  guardada. 

Estos  te  quieren  dar  muerte 

por  heredarte,  y  sabiendo 

que  venías  desta  suerte, 

un  escuadrón  previniendo 

imaginaron  prenderte. 

Y  como  a  tierripo  no  vino 

el  Príncipe,  no  pasó 

adelante  el  desatino, 

y  para  avisarte  yo 

salí  corriendo  al  camino. 

Príncipe. 

¡  Bueno  fuera  habelle  muerto  ! 

Alfredo. 

No  te  rogaré  otra  vez 

por  tan  gran  traidor. 

Rey. 

Si  acierto 

a  ser  padre  y  a  ser  juez, 

hoy  en  Nerón  me  convierto. 

Llevaldos  a  la  prisión. 

y  no  la  pasada  sea. 

{Llévanlos  presos,   y   salen   Lucinda,    el    Marqués    y 
Teodora.) 

Marqués.    Llega,  que  en  esta  ocasión 
el  Príncipe  te  desea. 


ACTO   TERCERO 


359 


Lucinda. 
Marqués. 
Rey. 


Conde. 
Lucinda. 


Rey. 
Lucinda. 
Rey. 
Marqués. 


Rey. 


Lucinda. 

Teodora. 

]^Iaroués, 

Rey. 

Lucinda. 

]\L\RQUÉS. 

Rey. 

Lucinda. 
Rey. 


¿Y  son  éstos? 

Estos  son. 
Ve,  Rogerio,  al  Capitán 
y  di  que  te  dé  las  llaves 
de  la  torre. 

Voy. 

Darán 
fin  mis  desventuras  graves 
donde  tus  brazos  están. 
¿  Quién  es? 

¡  Ay,  ciclo  !  ¿  Quién  es  ? 
¿Es  Albania? 

Como  vimos 
que  estabas  aquí,  salimos 
para  besarte  los  pies. 

¿Quién  me  pudiera  templar, 
fuera  de  Albania,  el  rigor? 
Hanme  querido  matar. 
Alejandro  es  un  traidor. 
Ho}^  me  tengo  de  casar. — 

Id  conmigo,  que  al  momento 
os  diré  lo  que  ha  de  ser. 
¡  Qué  notable  atrevimiento  ! 
¿ Qué  es  lo  que  habernos  de  hacer? 
Callar  y  seguir  su  intento. 

Guiad  por  aquí  a  palacio. 
¿Qué  es  esto.  Marqués? 

No  sé. 
Para  siempre  me  desgracio 
con  mis  hijos. 

¿  Cómo   fué  ? 
Allá  lo  sabréis  despacio. 

(Vansc.) 


(Salc^i  el  Capitáx,  el   Príncipe  y  Alfredo,  presos-) 

Capitán,         Y  di  jome  en  el  camino 

Rogerio  que  el  Rey  mandó 
darle  las  llaA^es. 

Príncipe.  Pues  yo 

mando  agora  un  desatino. 

Capit.\n.         Perdóneme   Vuestra   Alteza ; 
dejarme  quiero  matar, 
mas  las  llaves  no  he  de  dar, 
que  es  deslealtad  y  bajeza. 

Príncipe.        Déjame  salir  de  aquí 
a  ver  a  cierta  mujer, 
que  luego  podré  volver. 

Alfredo.     Alejandro,  ¿estás  en  ti? 
Mira  que  es  dar  ocasión 
a  que  e"!  Rey  crea  este  engaño ; 
que  no  ha  de  venirte  daño 
de  aquesta  injusta  prisión. 


Príncipe. 


Alfredo. 


Príncipe. 

Alfredo. 
Capitán. 
Príncipe. 


Capitán. 
Príncipe. 


Capitán. 
Príncipe. 


No  des  ocasión  que  un  viejo, 
fácil  en  creer  traidores, 
para  mayores  errores 
le  pida  al  Conde  consejo; 

que  echarán  suertes  a  cuál 
han  de  cortar  la  cabeza. 
No  te  espantes  si  es  flaqueza 
faltarme  valor  igual. 

Que  como  cerca  me  vi 
de  asir  con  la  mano  el  cielo 
de  mi  remedio  y  al  suelo 
tan  de  repente  caí, 

diera  la  vida  por  verme 
entre  aquellos  bellos  brazos, 
entre  lágrimas  y  abrazos 
amarme  y  satisfacerme. 

¡  Oh,  traidor  Conde,  mal  pago 
has  dado  a  mi  voluntad ! 
De  tu  pena  y  soledad 
mis  agravios  satisfago. 

Pero  advierte  que  también 
me  queda  a  mí  que  sentir. 
Yo  me  tengo  de  morir 
si  mis  ojos  no  la  ven. 

Vaya  el  Capitán  por  ella. 
Si  quieres,  yo  iré. 

'  Pues  parte. 

Dile,  amigo,  de  mi  parte 
que  estoy  muriendo  por  ella, 

que  yo  sé  que  ella  vendrá. 
¿No  vive  allí? 

Si,  allí  vive 
la  vida  de  quien  recibe 
vida  el  alma  a  quien  la  da. 

Pues  yo  voy  por  ella  al  punto. 
Pártete,  amigo,  y  verás 
que  sin  milagro  podrás 
resucitar  un  difunto. 


(Vansc,  y   salen  de   boda   el  Rey,   Lucinda,   Rósela, 
Teodora  y  el  Marqués.) 

Rósela.  Quiero  os  dar  el  parabién. 

Lucinda.     Marqués,  ¿  casóme  de  veras  ? 
Marqués.    Calla,  que  aquestas  quimeras 

vendrán  a  parar  en  bien. 
Teodora.         ¿  Cómo  estamos  vos  y  yo? 
jMarqués.    Que  os  quiero  como  sabéis, 

pues  enredado  me  habéis 

como  ninguno  se  vio. 
Teodora.         ¡  Qué  galán  el  Rey  pretende 

a  su  nuera ! 
Marqués.  ¡  Estoy  temblando  ! 


360 


LUCINDA   PERSEGUIDA 


Teodora. 
Marqués. 
Teodora. 


Marqués. 
Teodora. 
Lucinda. 


Rósela. 

Rey. 

Lucinda. 

Rey. 

Rósela. 

Lucinda. 


Rey. 
Lucinda. 

Rey. 
Lucinda. 

Rey. 


Teodora. 
Marqués. 
Lucinda. 

Rey. 


Rósela. 


¡  Qué  tierno  la  está  mirando ! 
Lo  seco  pronto  se  enciende. 

Espantada  está  Rósela. 
¡  Válame  Dios!  ¿Qué  ha  de  hacer 
el  Rey  cuando  llegue  a  ver 
esta  quimera  y  cautela? 

Sospecho  que  ha  de  matarme. 
Oye  qué  la  habla. 

Quiero 
serviros  con  buen  agüero 
y  en  paz  de  todos  casarme» 

Creedme  que  hacéis  error 
en  aborrecer  ansí 
a  Alejandro. 

Siempre  fui 
deste  parecer,  señor, 

que  Rogerio  te  ha  engañado 
en  cuanto  te  ha  dicho  del. 
Rogerio  es  hombre  fiel 
y  en  mi  palacio  criado, 

y  Alejandro  un  temerario, 
que  se  casa  a  mi  disgusto. 
Rogerio  es  un  hombre  injusto, 
traidor,  engañoso  y  vario; 

que  amando  a  Lucjnda  ha  hecho 
todas  estas  invenciones. 
¿Y  eran  buenas  intenciones 
ponerme  la  espada  al  pecho? 

Esa  es  la  mayor  traición 
de  las  que  él  ha  levantado. 
Y  aunque  se  hubiera  casado 
■merece  justo  perdón, 

que  Lucinda  es  bien  nacida. 
'Calla,  Albania,  que  es  error. 
Fué  hija  de  un  senador, 
así  el  cielo  te  dé  vida. 

¿De  su  parte  te  han  hablado? 
No,  por  tu  vida,  que  en  esto 
hago  mi  negocio. 

Has  puesto 
en  mi  amor  nuevo  cuidado, 

que  para  madrastra  es  mucho 
que  vuelvas  tanto  por  él. 
i  Qué  libre  que  habla  con  él ! 
¿  Qué  es  esto  que  veo  y  escucho  ? 

No  me  has  de  tomar  la  mano 
si  no  le  das  libertad. 
Conoces  mi  voluntad 
y  que  te  resisto  en  vano. 

Vaya  el  Capitán  por  ellos. 
Besóos  las  manos,  señora, 
por  tal  merced. 


Teodora.  ¡  Priva   agora  ! 

Rey.  En  la  red  de  sus  cabellos 

tengo  el  alma. 
Teodora.  Diga  enredo. 

Lucinda.         No  lo  agradezcáis  así. 
Rósela.       No  lo  hiciera  el  Rey  por  mí. 
Lucinda.     ¡  Gracias  a  Dios  que  esto  puedo, 
pues  en  verdad  que  me  vi 

con  bien  poca  autoridad  ! 
Rey.  Más  piensa  mi  voluntad 

hacer,  Albania,  por  ti. 

(Sale   el    Príncipe^   Alfredo   y    Capitán.) 

Capitán.         Ya  aquí  los  presos  están. 
Rey.  Llegad  y  besad  los  pies 

a  vuestra  madre. 
Príncipe.  ¿  Quién  es 

nuestra  madre.  Capitán? 
Capitán.         La  que  veis,  que  está  casado 

el  Rey. 
Príncipe.  Dadme,  gran  señora, 

las  manos. 
Rey.  ¿  De  qué  es  agora, 

Alejandro,  estar  turbado, 

que  a  Albania  has  de  agradecer 

tu  libertad? 
Príncipe.  Sí  agradezco, 

y  ya  que  verte  merezco 

con  tan  hermosa  mujer, 
tú  y  ella  me  dad  licencia 

que  hoy  me  A'oy  a  España. 
Rey.  i  Bien ! 

¿Piensas  matarme  también 

con  soledades  de  ausencia? 
Pues  ya  tengo  a  quien  querer, 

ya  no  me  darás  pesar ; 

pero,  ¿cómo  has  de  dejar 

a  Rósela,  tu  mujer? 
Príncipe.        Rósela  no  es  mujer  mía, 

que  lo  es  de  mi  hermano  Alfredo. 
Rey.  ¿Es  esto  verdad? 

Rósela.  No  puedo 

negarlo. 
Alfredo.  Ni  yo  podría. 

Rey.  ¿  Cómo  me  habéis  engañado  ? 

Alfredo.     Porque  cuando  lo  trataste 

era  ya  mi  mujer. 
Rey.  ¡  Baste ! 

¿Y  el  poder? 
Alfredo.  Ya  está  borrado, 

que  no  era  nada  el  poder; 

y  el  que  nos  casó  sabía 


ACTO   TERCERO 


361 


I 


a  quién  casaba. 

Príncipe.  Este  día, 

señor,  me  has  de  conceder 
licencia  para  partir. 

Rey.  ¡  Acortarásme  el  vivir ! 

Príncipe.    Paciencia   podrás   tener. 

Rey.  Si  te  vas  porque  me  caso 

yo  lo  dejaré  de  hacer. 

Principe.    Sabrás  que  por  tu  mujer 
desde  que  la  vi  me  abraso. 

Si  me  la  dieses,  señor, 
mudaré  vida  y  estilo. 

Rey.  ¿  Esto  hay  agora,  Camilo  ? 

Príncipe.    Pues  no  te  está  a  ti  mejor; 
porque  casarte  tan  viejo 
te  puede  quitar  la  vida. 

Rey.  a  no  ser  de  mí  querida, 

tomara  vuestro  consejo. 

Príncipe.        Échame  la  bendición, 

que  a  España  me  quiero  ir. 

Rósela.       ¿Esto  quieres  consentir? 

Rey.  Téngola  mucha  afición. 

Mas  si  se  ha  de  sosegar 
'este  ingrato  desta  suerte, 
y  para  excusar  mi  muerte 
quiere  a  Lucinda  dejar; 

si  deja  de  ser  Leandro, 
mi  mujer  doy  por  mujer 
a  Alejandro,  y  quiero  ser 
con  Alejandro  Alejandro. 
Mas  no  sé  si  ella  querrá. 

Lucinda.     ¿Yo,  señor? 

Rey.  Tú,  pues. 

Lucinda.  Yo  sí. 

Rey.  ¿Tan  presto? 

Lucinda.  Quererte  a  ti 

muy  puesto  en  razón  está. 

Pero,  ¿  quién  no  ha  de  querer, 
puesto  que  en  valor  le  iguale, 
fiar  más  del  sol  que  sale 
que  del  que  se  va  a  poner? 

Príncipe.        Échanos  la  bendición. 

REY.  Digo  que  estoy  de  manera, 

que  aunque  con  Lucinda  fuera 
os  diera  a  todos  perdón. 


Lucinda.        Esa  palabra  te  tomo. 

Rey.  ¿  Cómo  ? 

Lucinda.  Que  Lucinda  soy. 

Rey.  i  Rómpola ! 

Príncipe.  Eso  no,  que  estoy 

casado  con  ella. 
Rey.  ¿  Cómo  ? 

Príncipe.        Que  dos  nietos  te  podrán 

enternecer. 
Rey.  ¡  Cosa  extraña  í 

¡  Dejadme ! 
Príncipe.  ¡Pues  voime  a  España.' 

Rey.  j  Dietenedle,  Capitán  ! 

{Sacan   preso    al    Conde    Belardo    y    Camilo    y    un 
criado.) 

Camilo.  A  Rogerio  traen  aquí 

del  Príncipe  los  criados. 
Rey.  ¡  Ah,  traidor,  que  tus  pecados 

te  han  hecho  venir  ansí ! 
Belardo.         En  una  barca  en  la  mar 

escapársenos  pensó. 
Conde.         Ni  puedo  ni  quiero  yo 

mis  traiciones  disculpar. 
Dadme  la  muerte. 
Lucinda.  Hoy  es  día 

de  perdón :  si  eres  servido, 

su  vida,  señor,  te  pido. 
Rey.  Tú  eres  dueña  de  la  mía. 

]\L-\RQUÉs.        Dadme,  Lucinda,  a  Teodora, 

que  os  olvidáis  de  premiarme. 
Lucinda.  Eso  es,  Marqués,  obligarme. 
Príncipe.    Condestable  desde  agora 

sois,  Marqués. 
Marqués.  Tu  hechura  fui, 

en  mí  tu  valor  se  muestra. 
Conde.         La  mayor  grandeza  vuestra 

fué  darme  perdón  a  mí. 
Rey.  ¿  Qué  habrá  que  el  amor  no  rinda  ? 

Lucinda.     Conmigo  está  disculpado. 
Príncipe.  Aquí  se  acaba,  senado, 

la  perseguida  Lucinda. 

Fin  de  la  famosa  comedia  de 
"Lucinda  perseguida". 


MAS  VALE  SALTO  DE  MATA 

QUE  RUEGO  DE  BUENOS 


COMEDIA  FAMOSA 

DE 

LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


HABLAN  EN  ELLA  LAS  PERSONAS  SIGUIENTES: 


Don    Carlos. 

Mendoza,    lacayo. 

Fabio,    caballero. 

El   Conde   de  Barcelona. 

Feliciano. 


Enrique,    galán. 
Fineo. 
Otavio- 
Albano,    viejo. 
Cosme,  villano. 


Estela,    dama. 
Julia,    criada- 
Lisarda,   dama. 
GiLA,   ziillaim. 


JORNADA  PRIMERA 

(Salen    Estela    y    Julia,    criada-) 

Julia.  Dos  años,  señora  mía, 

ha  que  te  sirvo,  sin  ver, 
ni  en  la  noche  anochecer, 
ni  amanecer  con  el  día: 

porque  después  que  tu  hermano 
el  Conde  de  Barcelona, 
sus  sinrazones  abona, 
mostrándose  tan  tirano 

contigo,  que  ni  del  sol 
te  deja  ver  la  luz  pura, 
aunque  en  tu  misma  hermosura 
hay  parte  de  su  arrebol, 

no  te  he  visto  más  contenta, 
en  mi  vida. 
Estela.  Con  razón 

el  doliente  corazón 
sus   esperanzas   alienta. 

Dos  años  ha,  Julia  mía, 
para  que  sepas  la  causa 
de  la  historia  que  me  aflige, 
y  del  rigor  que  me  espanta, 
que  mi  hermano  el  Conde  Anselmo 
aquí  me  tiene  encerrada 
sin  dejarme  ver  el  sol. 
Julia.         Deseo  saber  la  causa. 


Estela.       Una  noche  de  San  Juan, 
que  fué  para  mi  desgracia 
noche,  en  fin;  mas  no  lo  fué, 
que  no  me  arrepiento  en  nada ; 
ordenó  el  Conde  mi  hermano 
una  fiesta,  fiesta  extraña; 
mas  fiesta  fué,  que  en  las  fiestas 
nunca  faltaron  desgracias. 
Salió  todo  lo  mejor 
de  Cataluña  a  la  plaza, 
haciendo  la  noche  día 
con  los  adornos  y  galas. 
Salió  mi  hermano  también 
vestido  de  negro  y  plata, 
en  un  corcel  andaluz, 
que  en  las  pisadas  mostraba 
la  arrogancia  de  su  tierra, 
si  hay  quien  la  llame  arrogancia. 
Estaba  en  esta  ocasión 
en  la  corte,  Julia  amada, 
(¡  ay,   amor  niño !)    Don   Carlos, 
un  caballero,  que  a  Italia 
pasaba  a  servir  al  Rey, 
que  es  causa  de  mi  desgracia, 
y  yo  lo  fui  de  la  suya. 
Este  (con  una  hacha  blanca 
en  una  mano,  y  en  otra 
el  frencf,  con  que  humillaba 


JORNADA    PRIMERA 


I 


Julia. 


Estela. 


del  animal  la  soberbia, 
que  por  ser  suyo  mostraba) 
entró  en  la  plaza  vestido 
de  encarnado,  de  oro  y  plata-, 
guarnecido  ricamente, 
y  tanto  en  la  luz  brillaba 
con  el  oro,  y  el  taví 
el  resplandor  de  las  hachas, 
que  tuve  lástima  del, 
pensando  que  se  abrasaba. 
Llevaba  un  bonete  rojo, 
lleno  de  garzotas  blancas 
y  de  plumas  diferentes, 
que  eran  tan  ricas  y  tantas, 
que  al  pasar  de  la  carrera 
parece  que  declaraban 
que  dejaban  de  ser  plumas 
sólo  por  servirle  de  alas. 
Lo  demás  no  pude  ver, 
aunque  de  luz  no  había  falta; 
mas  como  era  artificial 
lo  menos  nos  enseñaba. 
Llegaron,  Julia,  a  palacio, 
adonde  con  otras  damas 
estaba  esperando  yo 
el  fin  de  mis  esperanzas. 
¿Luego  ya  visto  le  habías 
otra  vez  ? 

¿No  es  cosa  clara? 
¿Pues  había  de  alabarle 
con  tantas  veras  el  alma, 
no  habiendo  visto  de  día 
lo  que  de  noche  ignoraba  ? 
Pasó   mi   hermano    delante, 
y  con  cortesía  y  gala 
reverenció  a  los  balcones, 
y  se  humilló  a  las  ventanas. 
Hizieron  todos  lo  mismo, 
mas  don  Carlos,  que  pasaba, 
no  sólo  con  cortesía 
nos  quiso  mostrar  su  gala, 
sino  que  al  caballo  mismo 
hizo  que  los  pies  doblara 
a  pesar  suyo,  diciendo, 
no  a  mí,  sino  a  la  ventana,  (i) 
Acabóse,  en  fin,  la  fiesta, 
despedíme  de  las  damas 
y  del  Conde,  por  pensar 
en  su  gentileza  y  gracia. 


(i)     Falta  lo  que  dijo,  aunque  se  adivina. 


Quedé  en  un  confuso  abismo, 
confusa,  ciega  y  turbada, 
ya  imaginaba  imposibles, 
ya    imaginaba   desgracias. 
Todo  era  imaginaciones, 
y  para  creerlo  estaba, 
que  erré  el  sujeto,  creyendo 
que  imaginando  acertaba ; 
mas  Jo  que  mucho  se  piensa, 
es  lo  que  más  presto  engaña. 
¿  Mas  para  qué,  Julia  mía, 
te  canso  con  mis  desgracias? 
Disculpada  estoy,   que  amor 
lo  más  imposible  allana. 
Yo  quise  bien  a  don  Carlos, 
don  Carlos  me  ofreció  el  alma, 
yo  el  honor,  él  el  guardarle; 
yo  la  vida,  él  la  palabra 
de  que  sería  mi  esposo, 
aunque  la   fortuna  varia 
sus  mudanzas  revolviese 
con  inciertas  esperanzas. 
Con   esta  palabra  firme 
entró  tma  noche  en  mi  cuadra, 
sin  luz,  porque  amor  es  ciego, 
y  ninguna  luz  le  basta. 
Llegó  a  mi  mismo  retrete, 
y  yo,  confusa  y  turbada, 
una  vez  le  despedía, 
pero  cien  mil  le  llamabs. 
Avisábame  el  honor, 
dicíéndome  que  era  infamia 
casar  con  un  hombre  humilde; 
mas  como  a  oscuras  estaba, 
perdí  al  honor  el  respeto 
sin  encubrirle  la  cara. 
Una  vez  me  resolvía, 
otra  vez  me  reportaba 
el  enojo  de  mi  hermano 
y  la  ofensa  de  su  casa. 
Gran  competidor  es  éste, 
dice  al  amor,  y  él,  que  estaba 
corrido  de  ver  que  en  mí 
tan  poco  poder  alcanza, 
puso  una  flecha  en  el  arco, 
y  adonde  el  honor  estaba 
la  encamina,  y  de  tal  suerte 
contra  el  triste  la  dispara, 
que  cayó  muerto  en  el  suelo ; 
mas  como  él  la  deseaba, 
por  poco  que  fué  la  herida 


364 


]\IAS  V^ALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO  DE  BUENOS 


Julia. 
Estela. 

JULLA. 

Estela. 

JULL\. 

Estela. 

Julia. 

[Estela.] 


se  murió  de  buena  gana. 

En  estos  dulces  amores, 

llenos  dé  amorosas  ansias, 

entretuvimos  un  mes 

la  dilatada  esperanza, 

hasta  que  una  noche  (¡  ay,  cielos  !) 

subiendo  por  una  escala 

don  Carlos  a  mi  aposento 

vio  el  Conde  su  misma  infamia. 

Llamó  su  guarda  al  momento, 

y  apenas  al  suelo  baja 

mi  esposo,  cuando  le  prenden, 

porque  a  desnudar  la  espada 

aun  no  le  dieron  lugar. 

Y  el  Conde,  que  de  la  causa 

vivía  ya   sospechoso, 

con  una  crueldad  tirana, 

con  un  corazón  de  piedra, 

que  a  lágrimas  no  se  ablanda, 

mandó  poner  a  don  Carlos 

en  una  torre  con  guardas; 

unos  que  guardan  su  vida, 

y  otros  que  su  muerte  aguardan ; 

y  a  mí,  que  ciega,  y  confusa, 

esperando  el  fin  estaba 

deste   in felice   suceso, 

principio  de  mi  desgracia, 

me  manda  prender  también 

en  un  cuarto  de  su  casa, 

donde  no  amanece  el  sol, 

ni  donde  se  asoma  el  alba. 

Dos  años  ha  que  los  dos 

por  esta  amorosa  causa 

recibimos   esta  pena, 

lloramos  ¡esta  desgracia. 

¿  Pero  ves  que  el  Conde  mismo 

desta  manera  me  trata  ? 

Sí,  señora. 

¿Ves  las  penas 
que  me  congojan  el  alma? 
Sí. 
¿Ves  esta  carta? 

Sí. 
¿De  quién  será?  (i) 
De  Carlos. 

"Estela  amada, 
de  aquí  a  dos  horas  te  espero 
en  los  muros  de  la  Rambra." 
Mira  si  esperan  respuesta. 


(i)     Faltan  verso  y  medio  o  sobra  este  hemistiquio. 


Julia.         Ninguno  parece. 

Estela.  ¡  Ay,  alma  ! 

Dichosa  podéis  llamaros 
en  ventura  tan  extraña. 
¿Que  habéis  de  ver  a  don  Carlos? 
¿Que  don  Carlos  os  aguarda? 
Dejad,  ojos,  de  verter 
tristes  y  piadosas  lágrimas ; 
celebrad  en  dulces  versos 
una  ventura  tan  alta, 
pues  quien  me  dio  la  ocasión, 
también  me  dará  la  traza. 
¡Adiós,  prisión;  adiós,  rejas, 
que  a  mis  piadosas  palabras 
mil  veces  os  vi  ablandar, 
con  tener  de  acero  el  alma ! 
Adiós,   funestos  tapices 
que,  con  historias  pintadas, 
entre  mis   confusas  penas 
aumentabais  mi  esperanza ; 
que  bien  puedo  yo,  sin  ser 
a  vuestra  piedad  ingrata, 
dejar  vuestra  compañía 
tras  una  prisión  tan  larga. 
Mira,  Julia,  si  la  puerta 
•está  abierta. 

Julia.  ¡  Dicha  extraña  ! 

Abierta  está,  que  a  traerte 
vienen  la  cena. 

Estela.  Pues  guarda 

el  silencio  a  lo  que  has  visto, 
y  di  que  estoy  ocupada 
en  mi  oratorio. 

Julia.  ¿No  adviertes 

que  te  han  de  coger  las  guardas 
si  sales  de  esa  m.anera? 

Estela.       Un  vestido  de  villana 
que  ya  tengo  prevenido 
me  pondré  primero. 

Julia.  Aguarda, 

y  aquestos  brazos  recibe, 
pues  mis  desdichas  te  apartan 
para  no  verte  jamás. 

(Llora.) 

Estela.       ¡  Ay,  Julia  !,  soy  desdichada. 
Toma  esta  cadena  mía, 
y  perdona  si  me  apartan 
hoy  mis  desdichas  de  ti. 
No  llores. 

Julia.  Peñas  ablandan. 


JORNADA    PRIMERA 


365 


ver  esos  soles  divinos 
sujetos  a  las  tiranas 
manos  de  un  cobarde  vil. 
{Dan   un   golpe.) 

Estela.       Otra  vez  a  la  ventana 

han  tocado. 
Julia.  Fabio,  espera. 

Adiós,  señora  del  alma. 
EsTEL.\.       Adiós,   Julia. 
Julia.  Dios  te  í;"uíc 

y  te  de  ventura  tanta, 

que  a  tus  estados  te  vuelva, 

y  de  tu  hermano  a  la  gracia. 
Estela.       Cuando  eso,  Julia,  no  sea, 

el  gozar  a  Carlos  basta ; 

porque  dos  gustos  conformes 

es  la  riqueza  más  alta. 

(Vansc-) 

(Salen   Fabio   3;   Feliciano,   empuñando  las  espadas.) 

Feliciano.       Aquí  no  hay  gente. 
Fabio.  Imagino 

que  nos  vienen  espiando. 


(Asoman    arn 


a    DON    Carlos    y    Mendoza, 
colgando  una  escala.) 


lacayo, 


D.  Carl.  Baja  con  tiento  y  callando. 
Mendoza.  Nuestra  desdicha  adivino. 
Fabio.  Bien  digo,  que  gente  suena. 

Feliciano.  Otro  lugar  más  secreto 

busquemos  para  este  efecto; 

tu  arrogancia  te  condena, 
pues  te  apartas  de  tu  muerte 

lo  que  te  vas  alejando. 

(Vansc-) 

D.  Carl.     Parece  que  están  hablando 

abajo. 
jMendoza.  Tiembla  d  más  fuerte 

en  semejante  ocasión. 
D.  Carl.     Ten  la  escala  fuertemente. 
Mendoza.    ¿Es  posible  que  haya  gente, 

que  quiera  verte  en  prisión  ? 
¡  Vive  Dios,  si  encapo  désta, 

que  ya  lo  tengo  por  cierto, 

que  me  tienen  de  traer  muerto 

y  no  preso ! 
D.  Carl.  A  mí  me  cuesta 

más  pesares  que  no  a  ti, 

pues  carezco  de  unos  ojos 

a  quien  por  justos  despojos 


alma  y  libertad  rendí. 
Mendoza.       A  mí  me  cuesta  el  no  ver 
unos  ojos,  pesia  tal, 
que  en  día  de  tanto  mal, 
mal  me  debieron   de  hacer, 

Pero  ahora,  vive  Dios, 
que  me  tengo  de  vengar, 
y  se  los  he  de  quebrar, 
aunque  le  compre  otros  dos 

de  plata. 
D.  Carl.  Calla,  ignorante, 

bajaremos  poco  a  poco. 
Mendoza.    Ya  estoy  de  contento  loco 
en    ocasión    semejante. 

¿Que  me  he  de  ver  en  la  calle 
libre  de  tanto  rigor? 
¿Que  podré  yo  ser  señor 
de  mostrar  mi  gentil  talle  ? 

¿  Que  podré  yo  mismo  ir 
por  el  vino,  que  enviaba 
otras  veces  ?  ¡  Cosa  es  brava ! 
El  estar  preso  es  morir. 

En  saliendo,  al  mismo  punto 
he  de  tomar  posesión 
en  un  santo  bodegón, 
por  gozar  todo  el  bien  junto. 

Sentaréme  en  una  mesa; 
parece  que  ya  la  veo. — 
¿  Qué  quiere,  huésped  ? — Deseo 
que  me  deis  una  camuesa 

para  empezar;  pero  no, 
venga  un  poco  de  tocino. 
(Salado  está :  venga  el  vino. 
¿  Echaréle  agua  ? — ¿  Agua  ?  Eso  no. 

Agúale    con    vino    tinto, 
que  es  alivio  de  mi  tierra. 
Esto,  y  mentiras  de  guerra, 
famosamente  lo  pinto. 

¿Estás  abajo? 
D.  Carl.  Ya  estoy; 

baja  tú  y  dame  la  espada. 
Mendoza.    Allá  se  queda  olvidada. 
D.  Carl.     Pues  ve  por  ella. 
Mendoza.  Ya  voy. 

(Vasc,   y    salen    el    Conde    y    Federico.) 

Conde:  Por  aquí  dice  que  fueron 

los  dos. 
Federico.  A  reñir  irán. 

Conde.         ¿Qué  causas,  dime,  tendrán? 
Federico.  De  amor  sin  duda  nacieron. 


566 


MÁS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO   DE  BUENOS 


según  pienso ;   porque  yo 
estuve  un  poco  escucliando, 
y  estaban  los  dos  tratando 
cuál  fué  el  que  primero  entró 

en  casa  de  cierta  dama, 
que  el  nombre  no  pude  oír. 
Co'NDE.         ¿  Por  eso  han  de  permitir 
que  se  oscurezca  la  fama 
de  dos  nobles  caballeros? 
Federico.  Remedido  Vuestra  Alteza, 

pues  ve  el  peligro  que  empieza 
en  el  sacar  los  aceros. 
Conde.  ¿Qué  hora  será? 

Federico.  Las  doce. 

Allí  está  un  hombre  arrimado. 
D.  Carl.     Mi  muerte  y  fin  ha  llegado 
si  es  que  alguno  me  conoce. 
Federico.       ¿  Quién  es  ? 
D.  Carl.  Guarda  del   castillo 

donde  Carlos  está  preso,  (i) 
¡  A  qué  bajeza  me  humillo  ! 

Mas  para  guardar  la  vida 
¿qué  no  intenta  el  desdichado? 
Conde.         Cuando  me  acuerdo  que  ha  dado 
a  mí  casa  generosa  (2) 

tanta  afrenta  una  mujer, 
es  causa  que  pierdo  el  seso. 
Federico-  Ya  tu  rigor  es  exceso. 
Conde.         ¡  Vive  el  cielo,  que  han  de  ver 
los  dos  el  iiltimo  estremo 
■de  su  vida  en  la  prisión ! 
Federico.  Aunque  te  sobra  razón, 

que  se  enoje  el  cielo  temo. 
Conde.  ¿  Mucho  os  debe  importar 

el  guardar  a  Carlos? 
D.  Carl.  Sí, 

que  hago  cuenta  de  que  a  mí 
me  guardo  en  este  lugar. 
Conde.  El  guardarle  es  fácil  cosa. 

D.  Carl.     Por  guardarle  he  de  morir. 
Conde.         Por  vos  se  podrá  decir 

que  sois  guarda  cuidadosa. 
D.  Carl.         Aunque  este  nombre  se  arguya 
de  mí  lealtad  conocida, 
pienso  antes  perder  la  vida 
que  no  aventurar  la  suya. 
Conde.         Leal   sois. 


(i)     Falta  vin  verso,  antes  o  después  de  éste. 
(2)     "Generosa"  no  es  consonante  de  "vida",  como 
debía    de   ser,    o    "vida"    de    "generosa". 


D.  Carl. 


Conde. 
D.  Carl. 

Conde. 
D.  Carl. 

Conde. 

D.  Carl. 
Conde. 
D.  Carl. 
Conde. 


D.  Carl. 

Conde. 
D.  Carl. 

Conde. 
D.  Carl. 

Conde. 


D.  Carl. 

Conde. 
D.  Carl. 


Conde. 
D.  Carl. 
Conde. 


D.  Carl. 

Conde. 
D.  Carl. 


Aunque  me  deis 
el  nombre  que  ahora  escucho, 
yo  pienso  que  antes  de  mucho 
ese  nombre  negaréis. 
¿Por  qué? 

Porque  voy  pensando 
que  los  vendréis  a  librar. 
¿Yo  librar? 

¿Puedo  errar, 
sino  es  así? 

Imaginando 
estoy  que  me  conocéis. 
Pues,   ¿quién  sois? 

El  Conde  soy. 
Humilde  a  esos  pies  estoy. 
Cuidadosa  guarda  hacéis; 
pues  a  tal  tiempo  veláis 
por  cumplir  lo  que  yo  ordeno. 
Cualquier  disgusto  condeno 
en  cosas  que  vos  mandáis. 
Yo  os  premiaré. 

De  esa  mano 
espero   el  premio,  (señor. 
Merecéis   cualquier   favor. 
A  tu  servicio  me  allano, 

pues  tal  ventura  me  ofreces. 
En  cortando  la  cabeza 
a  don  Carlos,  mi  grandeza 
te  dará  lo  que  ¡mereces. 
En  semejante  ocasión 
no  quiero  premio  ninguno. 
¿Qué  dices? 

Que  en  oportuno 
tiempo,  y   feliz  ocasión 

llegue  a  verte,  gran  señor. 
Mas  ¿qué  buscáis  por  aquí? 
Vengo  a  buscar... 

(¡  Ay  de  mí !) 
Aunque  disfrazo  el  rigor, 
dos  criados  de  mi  casa, 
que  por  disgustos  fundados 
en  deshonestos  cuidados, 
que  de  enojo  a  agravio  pasa, 

habrá  un  hora  que  salieron 
a  matarse  al  campo. 

¿  Aquí  ?, 
¿habrá  un  hora? 

¿Un  hora? 

Sí, 
que  esos  dos  hombres  vinieron, 
y  aunque  pude  imaginar 


JORNADA  PRIMERA 


367 


el  disgusto  que  traían, 

el  ver  que  juntos  venían 

me  pudo,  señor,  quitar 
la  sospecha. 
Conde.  ¿Adonde   fueron? 

D,  Carl.     Detrás  de  aquellas  paredes 

dése  jardín;  aquí  puedes 

esperar,  que  ellos  dijeron 
que  es  aquel  lugar  secreto. 
Conde.         Pues   enséñame  el  lugar. 
D.  Carl.     Aquí  puedes  aguardar, 

que  jí'O  iré,  y  si  están  prometo 
volver  a  avisar. 
Conde.  Camina, 

pues,  amigo,  y  ven  volando. 
D.  Carl.     Si  haré,  pues  me  está  aguardando 

aquella  prenda  divina. 
Conde.  Aguarda,  que  gente  viene. 

(^Salc    Faeio.) 

Fabio.         Aquí  dijo  que  aguardaba 
Carlos. 

D.  Carl.  Mira  que  estaba 

aquí  el  Conde,  en  el  fingir  (i) 
está  mi  vida  o  mi  muerte. 

Fabio.         Guarda  del  castillo  soy, 
¿qué  gente  es  esta? 

Conde.  Yo  soy 

el  Conde,  que  de  esta  suerte 
dos  hombres  vengo  buscando, 
que  aquí  a  reñir  han  salido. 

Fabio.        Los  pies,  gran  señor,  te  pido. 

D.  Carl.     j  Vive  Dios,  que  estoy  temblando  ! 
¡  Ay,  Fabio!  ¿Diste  el  papel? 

Fabio.         Sí,  y  te  está  aguardando  Estela. 

D.  Carl.     Esto  mi  dicha  consuela. 

(íiIexdoza   sah   arriba   con   las   espadas  y   broqueles.') 

AIendoza.  El  divino  San  Miguel, 

pues  debajo  de  las  plantas 

tiene  la  mala  visión, 

me  libre  en  esta  ocasión. 
Conde.        ¿No  escucháis? 
Fabio.  ¿  De  qué  te  espantas  ? 

Conde.  Gente  en  el  Castillo  suena. 

D.  Carl.     Gran  señor,   Carlos  será, 

que  su  prisión  cantará 

al  ruido  de  la  cadena. 


¡  Ay  de  mi !  ¡  perdido  soy  ! 
Fabio.         Huyamos. 
D.  Carl.  Mi  mal  veré, 

Fabio,  pero  no  me  huiré. 
Mendoza.  En  nombre  de  Dios,  yo  voy. 
Conde.  Con  la  obscuridad  no  veo. 

(Embarázase    en    las    espadas    y    broqueles.) 

Mendoza.    ¡  Valga  el  diablo  tanta  espada ! 
i  Si  diese  alguna  porrada  ! 
que  no  estoy  seguro  creo. 
La  espada  se  me  cayó; 
también  se  cayó  el  broquel; 
el  -divino  San  Miguel 
esta  vez  se  descuidó. 

Estotra  se  me  ha  caído, 
pues  que  la  escala  es  tan  alta, 
solo  el  caer  yo  me  falta, 
que  no  haré  menos  ruido. 


(Coge    el    Conde    su    es_ 


y    su    broquel.) 


(i)     "Fingir"  no  consuena,  como  debía  con  "viene" 
viceversa. 


Conde. 

Coged  las  armas. 

D.  Carl. 

Señor, 

ya  están  todas  recogidas : 

a  Fabio,  o  perder  las  vidas, 

o  conservar  el  honor. 

Mendoza. 

¡  Válgame  Dios ! 

Conde. 

¡  Hola,  presto ; 

prendedle  !    ¡  Guardas ;   traición  ! 

Llamad  más  guardas. 

D.  Carl. 

No  son 

menester  más. 

]Mendoza. 

¿Qué  es  aquesto? 

Los  diablos  deben  de  ser; 

que  como  caí,  entendían. 

que  cierto  el  salto  tenían. 

quiérenme  dar  a  beber ; 

que  ha  sido  el  golpe  bellaco. 

Conde. 

i  Matadle ! 

Fabio. 

Aunque  tu  rigor 

es  justo,  importa,  señor, 

saber  si  hay  traición. 

Mendoza. 

¡  Dios   Baco, 

valedme  en  esta  ocasión. 

pues  sois  causa  de  mi  mal ! 

Conde. 

Di,  villano  desleal; 

di,  padre  de  la  traición, 

¿eres  Carlos? 

Mendoza. 

¿Para  qué 

lo  pregunta? 

D.  Carl. 

Advierte,   espera; 

368 


MÁS   VALE   SALTO    DE  MATA  QUE  RUEGO   DE   P.UEXOS 


podrá  ser  que  sea  quimera, 

y  que  Carlos  preso  esté. 

Que  este  es  Mendoza,  un  criado 

suyo,  de  notable  humor, 

y  podrá  ser,  gran  señor, 

que  éste  solo  haya  bajado. 
Mendoza.       ¿Cómo  puede   ser,   si   Carlos 

bajó  primero  que  yo? 
Conde.         No  tuvo  él  la  culpa,  no, 

yo  si,  que  pude  matarlos, 
y  no  quise.  ¿Hay  tal  engaño 

como  el  que  en  mi  honor  se  ve  ? 

¿Cuánto  ha  que  Carlos  se  fué? 
Mendoza.  Señor,  habrá  más  de  un  año. 
D.  Cari..         Este  es  un  loco,  no  creas,  - 

que  don  Carlos  libre  esté. 
Conde.         Y  di,  ¿por  dónde  se  fué? 
Mendoza.  Señor,  por  las  chimeneas. 
Conde.  ¡  Matadle ! 

Mendoza.  No,  ¿para  qué? 

¿En  qué  te  ofendí,  señor? 
Conde.         ¡  Que  la  afrenta  de  mi  honor 

por  mi  causa  libre  esté ! 
Tomad  estas  hachas  presto, 

estas  puertas  derribad. 
Fabio.         ¿Hay  tan  notable  maldad? 
D.  Carl.     Gente  viene. 
Conde.  ¿  Qué   es  aquesto  ? 

{Sale   FiNEO-) 

Fineo.  ¿Es  el  Conde  mi  señor? 

Conde.        Yo  soy  el  Conde,  Fineo : 

¿qué  quieres? 
Fineo.  Vengo  a  decirte, 

y  perdona,  si  me  atrevo, 

■la  más  notable  maldad 

que  cupo  en  humano  pecho. 

Mi  señora... 
Conde.  Acaba,  di. 

Fineo.         Mi  señora  Estela... 
Conde.  Presto. 

Fineo.         Ha  faltado  de  Palacio. 
Conde.         ¿Pues,  las  guardas? 
Fineo.  Con  el  sueño 

y  con  la  seguridad 

se  descuidaron. 
Conde.  ¿  Qué  es  esto  ? 

¿Estela  falta? 
Fineo.  Sí,  Estela 

falta. 


Conde.  Mas  pienso  (i) 

que  'los  cielos  me  castigan 
por  no  dar  gusto  a  los  cielos.  ^ 
¡  Mal  haya  quien  a  mi  furia 
tiró  los   rápidos   frenos 
el  día  que  hallé  en  mi  honor 
efectos  tan  deshonestos  ! 
¡  Mal  haya  quien  fué  ocasión 
de  templar  mi  airado  pecho, 
lleno  de  mil  basiliscos 
de  ponzoña  y  de  veneno ! 
Parte,  Federico,  al  punto 
a  Castilla;  y  tú,  Fineo, 
ve  volando  a  Zaragoza, 
y  avísale  al  rey  don  Pedro 
que  si  don  Carlos  llegare 
a  su  corte  o  a  su  reino, 
le  prenda,  porque  a  mi  honor 
le  es  importante   el  prenderlo. 
Que  supuesto  que  esta  noche 
han  faltado  a  un  mismo  tiempo, 
Estela  y  Carlos,  ¿quién  duda, 
que  van  juntos?  ¡  Santos  cielos  ! 
¡  Con  justa  ocasión  castigas 
mi  piedad !  Yo  lo  merezco ; 
pues  no  castigo  a  los  malos, 
cuando  doy  premio  a  los  buenos. 
Fineo.         Iré  al  momento  a  servirte. 
Conde.         No  quede  camino  alguno, 
Fineo,  en  todo  mi  reino, 
en  que  no  se  pongan  guardas. 
Mendoza.  Y  yo,  si  soy  de  provecho, 
iré  a  buscarle  también; 
que  ninguno... 
Conde.  ¡  Tú,  villano, 

en  este  castillo  mesmo 
pagarás  en  una  almena 
ser  cómplice  en  el  suceso  ! 
Mendoza.  En  almena,  no  por  Dios, 

que  me  desmayo  al  momento 
que  m,e  veo   encaramado. 
Conde.         ¡  Rabiando  estoy,  vive  el  cielo  ! 
Vosotros  agradeced, 
que  mi  enojo  y  furia  enfreno, 
que  es  bajeza,  que  mi  espada 
se  emplee  en  viles  sujetos. 
Ven,  Federico,  conmigo, 
y  partiráste  al  momento 
con  Fineo. 


(i)     Verso  incompleto. 


JORNADA    PRIMERA. 


369 


I 


Mendoza.  Dios  te  guarde 

muchos  años,  que  en  efecto, 
eres  principal  (i)   cristiano, 
y  pienso  por  lo  que  has  hecho 
de  darme  la  libertad, 
hacer  trescientos  sonetos 
a  la  piedad  que  has  mostrado 
conmigo. 

Conde.  A  este  infame 

luego  meted  en  el  castillo  (2) 
donde  no  haya  luz  del  cielo ; 
que  vive  Dios,  que  ha  de  ver 
antes  que  comience  Febo 
a  descubrirnos  su  luz 
entre  sus  oda  jes  negros, 
Barcelona  su  castigo. 
Castigado  me  han  los  ciclos, 
pues  pude  tener  honor, 
y  por  mi  causa  lo  pierdo. 

(Vasc.) 

]Mendoza.  ¿Qué  hemos  de  hacer  ahora, 
señores  guardas  ? 

D.  Carl.  Que  entremos 

en  el  castillo. 

Mendoza.  Por   Dios, 

que  hizimos  la  cuenta  presto 
sin  la  huéspeda.  "Saldré 
■de  la  prisión,  al  momento 
tomaré  la  posesión 
de  un  bodegón.  Deseo 
una  lonja  de  tocino. — 
Salada   está ;   venga   luego 
vino  blanco,  vino  tinto. — 
Haga  la  cuenta.' — Seis  reales, 
y  hágale  buen  provecho. — 
Mucho  es,  por  vida  mía, 
que  no  me  alcanza  «1  dinero : 
tres  reales  tengo  no  más. — 
Venga  una  prenda.  No  tengo 
ninguna. — Pues  quede  él. 
A  buena  cuenta  me  quedo." 
Esto  ha  sucedido  así, 
pues  a  la  prisión  me  vuelvo 
con  el  ensayo  no  más 
de  la  comedia  que  he  hecho. 

Faeio.         No  aguardemos  aquí  más ; 


D.  Carl. 

Fabio. 
D.  Carl. 


Fabio. 


D.  Carl. 
Mendoza. 
D.  Carl. 
[Mendoza. 


D.  Carl. 
Mendoza, 


D.  Carl. 

Mendoza, 
D.  Carl. 


Mendoza. 


(i)  Así  en  el  original;  pero  quizás  deba  decir 
"principe". 

(2)  Verso  largo,  porque  han  englobado  dos,  pues  se 
altera  la  rima. 

VII 


Gila. 

Cosme. 

Gila. 

Cosme! 

Gila. 

Cosme. 


no  haya  otro  peligro. 

Luego 
ve,  Fabio,  y  avisa  a  Estela. 
¿Hemos  de  salir  del  reino? 
No,  Fabio,  que  entre  villanos 
de  Cataluña  estaremos, 
mientras  en  el  Conde  pasa 
el   enojo. 

Fué  mi  intento, 
que  en  Castilla  y  Aragón 
están  tomados  los  puestos. 
Llega,  Mendoza. 

¿Quién  es? 
Don  Carlos  y  Fabio. 

Creo 
que  pensábades  que  yo 
no  sabía  ya  el  suceso. 
Tú,  ¿  cuándo  ? 

Si  no  supiera 
que  érades  los  dos,  ¿no  es  cierto 
que  os  matara  o  que  huyera? 
Calla,  Mendoza,  y  al  viento 
imita  por   esta  parte. 
¿Y  Estela? 

\^endrá  al  momento, 
que  ya  fué  avisarla  Fabio. 

(Vase.) 

Mil  gracias  le  doy  al  cielo, 
pues  que  ya  ha  hecho  verdad 
lo  que  antes  fué  fingimiento. 
¡  Adiós,  almena  cruel, 
que  pensaste  de  mi  cuello 
ser  desípoto  (i)  tirano, 
antes  que  saliese  Febo, 
que  yo  pienso  en  otra  parte 
trocar,  pues  libre  me  veo, 
en  vino  de  San  Martín 
las  cabriolas  y  gestos ! 

(Vase,) 

(Salen  Cosme  y  Gila,  villanos.) 

]  Gracias  a  Dios  que  has  venido 
de  la  ciudad ! 

¿  Pues  qué  quieres  ? 
¡  Gracioso  en  extremo  eres  ! 
¿  Pues  qué  habrá  en  eso  perdido  ? 
¿  Pues  no  me  abrazas  ? 

;  Yo  a  ti  ? 


(i)     Así    en    el    original. 


2; 


370 


MÁS  VALE  SALTO   DE  MATA  QUE  RUEGO  DE  BUENOS 


GiLA. 

Cosme. 

GiLA. 

Cosme. 

GiLA. 


Cosme. 

GiLA. 


Cosme. 

GiLA. 

Cosme. 

GiLA. 

Cosme. 

GiLA. 

Cosme. 


GiLA. 

Cosme. 


GlLA. 

Cosme. 
Cosme. 

GiLA. 

Cosme. 


Til  a  mí;  pues  ¿qué  tengo  yo? 
¿Quieres  tú? 

Yo  sí. 

Yo  ¡no. 
¿Ya,  Cosme,  me  hablas  así? 
A  fe  que  has  visto  tú  allá 
otra  aldeana  más  linda. 
A  la  he,  que  vi  a  Lucinda, 
y  la  requebré. 

¡  Toma ! 
i  Mal  fuego'  os  queme  a  los  dos  ! 
¿Y  qué  la  dijiste? 

¿Qué? 
Acaba. 

Yo  lo  diré: 
"Lucinda,  manténgaos  Dios." 

¡  Por  mi  vida,  que  me  agrada 
el  requiebro  ! ;  ¿  y  respondió  ? 
Sí,  Gila. 

¿  Cómo  ? 

Me  dio 
por  respuesta  una  puñada. 
Yo,  como  vide,  a  la  fe, 
que  ella  así  me  enamoraba, 
cuando  descuidada  estaba, 
una  gran  coz  la  tiré. 

Ella,  que  sintió  el  regalo, 
que  la  debió  de.  escocer, 
sin  hablar  ni  responder 
me  respondió  con  un  palo. 

Dolióme,  Gila,  a  la  fe, 
y  con  semejante  duelo, 
por  Dios,  que  me  bajé  al  suelo 
y   una  piedra  la  tiré. 

Ella  moviendo  los  brazos,    , 
más  gruesos  que  cuatro  encinas, 
ya  pienso  que  lo  adivinas, 
me  dio  muchos  garrotazos. 
¿Y  quedaste  enamorado? 
Por  Dios,  que  me  enamorara, 
Gila,  sí  el  amor  entrara 
sin  tanto  paloteado. 

¿Y  no  me  querrás  tú  a  mí? 
Sí,  Gila,  que  esto  es  burlar; 
bien  me  puedes  abrazar  (i). 
Sí. 

Yo  no. 

Pues  sí  no  quieres, 


Gila. 

Cosme. 

Gila. 

Cosme. 

Gila. 

Cosme. 


Gila. 
Cosme. 


Albano. 


(i)     Falta  un  verso  después  de  éste,  que  podría  ser, 
como  antes:  "Yo  a  ti?  ¿Quieres  tú?",  etc. 


a  Lucinda  volveré. 
¿Y  querrásme? 

Sí   querré. 

¿  Soy  tu  esposa? 

Si  tú  quieres. 
Pues  dame  los  brazos. 

Toma. 

(Abrásala-) 

¡  Mira,  que  viene  señor  ! 
¿  Señor  viene? 

Sí,  mí  amor, 
mírale   por  dónde   asoma. 

(Salen    Albano,    viejo,    y    Lisarda.) 

¿No  te  agrada  esta  frescura 
mezclada    con   soledad, 
hija,  más  que  la  ciudad, 
donde  Ig.  hacienda  se  apura? 
Aquí  de   tanta   hermosura 
podrás  ver  en  sus  reflejos 
destas  fuentes  mil  espejos, 
que  con  un  acento  manso, 
para  que  tomes   descanso, 
te  darán  cuerdos  consejos. 

Aquí  de  las  maravillas 
del  cíelo,  hay,  hija,  gran  parte, 
pues  que  pueden  alegrarte, 
cantando,   las   avecillas ; 
ias  no  entendidas  letrillas 
contra  la  siesta  gorjean, 
las  gravedades  asean 
en  esos  sitios  dichosos, 
pues  no  acusan  envidiosos, 
ni  traidores  lisonjean. 

Aquí  en  estas  fuentecillas, 
llenas  de  menuda  plata, 
verás  que  el  cieJo  dilata 
su  raudal  en  maravillas ; 
las  arboledas  sencillas  (i) 
te  darán  sombra  apacible ; 
no  habrá  ningún  imposible 
que  a  tu  gusto  lo  parezca, 
ni  regalo  que  no  ofrezca 
este   monte   inacesible. 

Aquí  del  mar  los  cristales 
vierten   pesca  cada   día; 


(i)     En  el  original,  "sombrías",  que  no  rima,  como 
debe,  con  "maravillas". 


JORNADA    PRIMERA 


371 


y  ahora  saldrá  a  porfía, 
si  tú  a  la  ribera  sales. 
Estos  criados  leales, 
te  los  traerán  a  manadas, 
y  ellos  las  alas  atadas, 
por  ti  estimarán  su  fin 
hasta  traerte  el  delfín 
de  escamas  tornasoladas. 

En  este  bosque  que  ves 
hay  icaza  abundante  y  rica, 
que  ya  con  gusto  se  aplica 
para  ponerse  a  sus  pies. 
Mil  cosas  verás  después 
que  te  den  gusto  mayor : 
cese,  Lisarda,  el  rigor, 
que  en  sí  el  enojo  nos  pinta, 
para   que   venga   esta   quinta 
a  ser  quinta  del  amor. 

Lisarda.         Con  gusto,  señor,  estoy; 
y  cuando  no  le  tuviera,  ¡ 
bastaba  que  gusto   fuera 
vuestro,  si  vuestra  hija  soy; 
que  aunque  os  parezca  que  doy 
tal   muestra   de    sentimiento, 
porque  de  vuestro  contento 
soy  contrario  en  parte  alguna, 
sólo  en  mi  triste  fortuna 
los   pesares  acreciento. 
¿  Qué   tienes  ? 

No  tengo  nada ; 
tristeza  y  melancolía 
siento  no  más. 

Hija  mía, 
¿  esta  quinta  no  te  agrada  ? 
¿No  la  miras  adornada 
de  tantas  y  varias  flores, 
que  en  sus  diversos  colores 
una  primavera  hacen, 
y  al  sentido  satisfacen 
aromáticos  olores  ? 
¿De  qué   estás  triste? 

Lisarda.  No    sé. 

Albaxo.      Si  tu  hermano,  con  ser  hombre, 
que  eso  es  razón  que  te  asombre, 
tiene  gusto  de  que  esté 
donde  estamos,  ¿qué  podré, 
hija,  de  ti  imaginar, 
sino  que  por  dar  pesar 
a  mi  vejez  afligida, 
me  quieres  quitar  la  vida 
con  no  dejar  de  llorar? 


Albano. 
Lisarda. 


Albano. 


{Sale    Enrique    de    galán    y    Estela    de    villana.) 

Lisarda.         Digo,  señor,  que  estaré 
por  ti  con  gusto. 

Albano.  Aquí  viene 

tu  hermano. 

Enrique.  Mujer  que  tiene 

tanta   belleza,   no   sé 

como   en  tan  tosco   sayal 
la  sepultó  la  fortuna; 
que  puede  envidiarte  alguna, 
aunque  sea  al  sol  igual. 

Albano.  ¿Qué  es  esto,  Enrique? 

Enrique.  En  el  monte 

ahora,  señor,  cazaba, 
y  aun  apenas  despeñaba 
el  sol  por  este  horizonte 
su  claridad,  cuando  oí 
dar  voces  en  el  camino 
que  en  este  monte  vecino 
se  mira  cerca  de  aquí. 

Llegué  con  esto  a  lo  llano, 
y  vide  que  dos  soldados 
estaban  determinados 
a  hacer  un  hecho  villano ; 
y  es  que  querían  forzar 
a  esta  mujer,  a  esta  diosa, 
que  con  una  voz  piadosa 
ya  cansada  de  llorar, 

por  las  doradas  mejillas 
m^il  lágrimas  destilaba, 
dando  a  entender  que  aumentaba 
del  tiempo  las  maravillas. 

Yo,  movido  a  compasión 
de  su  gracia  peregrina, 
saqué  la  espada;  imagina 
lo  que  no  hiciera  un  león; 

porque  yo  a  sacar  la  espada, 
y  ellos,  señor,  a  huir, 
nos  vino  el  campo  a  medir 
la    fortuna   dilatada. 

Albano.  ¿  Quién  sois,  aldeana  hermosa  ? 

Estela.       Soy  una  pobre  aldeana 

que   en  esta  aldea  cercana 
fui  un  tiempo  más  que  dichosa. 
Murió  mi  padre  y  mi  madre 
en  un  tiempo,  y  yo,  señor, 
viendo  (i)  en  peligro  mi  honor, 
sin  guarda  de  padre  y  madre. 


(i)     En  el  original  "ver",  que  no  forma  buen  sen- 
tido. 


372 


MÁS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO   DE   BUENOS 


por  ser  en  aquella  aldea 

de  muchos  solicitada, 

quise,  seiTior,  ser  honrada, 

ya  que  dichosa  no  sea : 
y  asi  me  puse  en  camino 

para  ir  a  otro  lugar, 

adonde  tengo  de  hallar 

un  pariente,  que  imagino 
que  mi  remedio  ha  de  ser: 

y  en  esos  montes  cerrados 

me  salieron  dos  soldados, 

determinados  de  hacer 

presa  en  mi  honor ;  pero  quiso 

Dios  que  este  señor  llegase, 

y  con  su  espada  imitase 

al  Ángel  del  Paraíso. 
Albano.  Venturosa  fuiste. 

Enrique.  Fué 

por  mi  ventura,  a  lo  menos. 

¡  Ay,  ojos  de  engaños  llenos !, 

¿cuándo  tu  luz  gozaré? 
Albano.  ¡  Vive  Dios,  que  es  como  un  oro 

la  serranilla  ! 
GiLA.  ¿Hay  tal  cosa? 

LiSARDA.  ¡  Por  mi  vida,  que  es  hermosa  ! 
Enrique.  Más  qvie  a  mi  mismo  la  adoro. 
Albano.  ¿Cómo  os  llamáis? 

Estela.  Yo,  señor, 

Olalla. 
Albano.  Pues  en  mi  casa. 

mientras  la  palabra  pasa, 
.  que  está  cerca  Fuente  Flor, 
de  dónde  venís,  podéis 

quedaros,  si  vos  gustáis. 
Estela.       Mil  años,  señor,  viváis, 

por  la  merced  que  m.e  hacéis. 
Enrique.         ¡Animo,  esperanza  mía; 

no  desmayéis,  esperanza ! 
Cosme.        Gila,  esta  es  otra  danza. 
LiSARDA.     Seréis  muy  amiga  mía, 
y  os  prometo  regalar. 
Estela.       Como  yo  os  pienso  servir. 
Enrique.     Hoy  comenzaré  a  vivir. 
Albano.      Hoy  comenzaré  a  penar. 
LlSARDA.  Gila. 

GiLA.  Señora. 

LisARDA.  Entra  dentro 

y  enseña  a  Olalla  la  casa. 
Gila.  Vamos. 

Enrique,  El  alma  se  abrasa. 

Cosme.         ¡  Quién   le   saliera   al   encuentro ! 


Albano.         Haz,  hija,  iponer  la  mesa, 

que  quiero  entrar  a  comer. 
Estela.       Ya  yo  la  voy  a  poner. 

(Vansc  los  dos,  Gila  y  Estela.) 
Albano.  De  que  se  vaya  me  pesa. 
Lisarda.         Hermosa  es,  por  vida  mía, 

la  aldeana. 
Albano.  ¡  Y  muy  graciosa  ! 

Enrique.     Si  a  ti  te  parece  hermosa, 
no  en  vano  el  alma  porfía. 

(Salen   Carlos,   Fabio  y   Mendoza,  de  villanos.) 
¿Hay  tal  desdicha,  que  Estela 


D.  Cari 


no  parezca  i 


Mendoza.  ¡  Cosa  extraña ! 

Fabio.         Lo  que   esperando  estuvimos 

al  Conde,  esa  fué  la  causa 

de  nuestra  desdicha. 
D.  Carl.  ¡  Ay,  cielos  ! 

Fabio.         Aquí   hay   gente. 
D.  Carl.  Aquí  te  aparta. 

Albano.      ¡  Ah,   pastores  ! 
D.  Carl.  ¿Qi^^é  mandáis? 

Albano.      ¿  Buscáis  algo  en  esta  casa  ? 
D.  Carl.     Sí,   señor,   porque  venimos 

de  Zaragoza  a  la  fama 

de  la  siega  de  esta  tierra; 

porque  como  allá  se  acaba 

antes,  acá  hemos  venido 

a  trabajar. 
Albano.  En  mi  casa 

hallaréis  buen  hospedaje 

los  tres. 
Lisarda.  ¡  Buen  talle,  y  gallarda 

cortesía  ! 
Albano.  Vuestro   nombre 

me   decid. 
D.  Carl.  Pascual  me  llamo. 

Lisarda.     Pascual  tiene  lindo  talle. 
Albano.      ¿Y  vos? 
Fabio.  Menandro. 

Lisarda.  ¡  Qué  cara 

tiene  Pascual!,  ¡qué  galán! 
Albano.      ¿  Y  vos  ? 
Mendoza.  Yo,  no  me  acordaba, 

]\Iendoza;  mas  ño  Mendoza. 
Albano.      ¿  Qué  decís  ? 
Mendoza.  Sancho  de  Umayna. 

Albano.      ¿De  dónde  sois? 
Mendoza.  Yo,  de  Angeo. 

Albano.      ¿Dónde  cae? 


JORNADA    SEGUNDA 


373 


Mendoza. 
Albaxo. 


D.  Carl. 


Mendoza. 

Cosme. 

Mendoza. 

Cosme. 

Mendoza. 

Cosme. 

Estela. 

D.  Carl. 
Fabio. 
D.  Carl. 


Fabio. 

Estela. 

Cosme. 

Estela. 

Albano. 

Lisarda. 

Albano. 

Enrique. 
Fabio. 

Albano. 
D.  Carl. 
Albano. 


Gila. 
Mendoza. 

Gila. 
Mendoza. 
Cosme. 
Lisarda. 


Junto  a  Holanda. 
En  casa  os  quedad  los  tres, 
pues  en  la  siega  y  labranza 
seréis  todos  menester; 
que  mientras  la  furia  pasa 
del  verano,  en  esta  quinta 
hemos  de  estar,  sin  que  vayan 
mis  hijos  y  yo  a  la  corte. 
Pues  la  fortuna  contraria, 
mudó  mi  suerte,  aquí  pienso 
estar  hasta  que  haya  fama 
de  Estela,  mi  amada  esposa. 
¿Sois  vos  también  desta  casa? 
Sí,  hermano. 

Los    dos    seremos... 
¿Qué  hemos  de  ser? 

Camaradas. 
¿  Camaradas  ?  No  le  quiero. 
La  comida  está  sacada, 
y  la  mesa  puesta. 

¡  Ay,   cielos ! 
¿Qué  te  alborotas?  Repara... 
¿Qué  buena  fortuna  ha  sido 
la  que  ha  traído  a  esta  casa 
a  Estela? 

Tu  dicha,   Carlos. 
¿  Aquél  no  es  Carlos  ? 

Aparta. 
¡  Ay,   Carlos  del  alma  mía ! 
Entra  conmigo,  Lisarda. 
Hoy  resucita  mí  amor. 
Hoy  resucitan  mis  canas. 
¿Hay  más  bella  zagaleja? 
Hoy  viven  mis  esperanzas  (i). 
¿Hay  hermosura  más  alta, 
que  la  de  Lisarda,  cíelos? 
Entrad  vos,  Pascual,  en  casa. 
Eso  es  lo  que  yo  deseo. 
¡  Válgate  Dios  por  serrana  ! 

(Fase.) 

¿Qué   gente   es    esta? 

Ya  somos 
los  tres  que  mira  de  casa, 
¿Por  su  vida? 

Y  por  la  suya. 
Apártese,  noramala. 
¡  Ay,  Dios,  qué  gentil  mancebo  ! 
(Vase.) 


(i)     Falta  un  verso   después  de  éste. 


Enrique.     ¡  Ay,  Dios,  qué  bella  serrana  ! 
(Vase.) 

Estela.       ¡  Válgate  Dios,  por  Pascual ! 

(Vase.) 
D.  Carl.     ¡  Válgame  Dios,  por  Olalla  ! 

(Vase.) 

i  Válgate  Dios !  ¿  Cómo  es  tu  nom- 
Gila  :  ¿  y  tú  ? 


Mendoza. 
Gila. 
Mendoza. 
Gila. 


[bre?  (i) 
Sancho   de   Umayna. 
¡Válgate  Dios,  por  Sancho!  (2) 

(Vase.) 

Mendoza.  ¡  Válgate   Dios,  por  ensancha ! 

(Vase.) 

Cosme.         ¡  Valga  el  diablo   el  cuerpo,  amén, 
que  os  ha  traído  a  esta  casa ! 
(Vase.) 


JORNADA  SEGUNDA 

(Salen    Fabio    y    Lisarda.) 

Fabio.  Templa,  señora,  el  desdén; 

que  aunque  es  el  traje  villano, 
yo  sé  que  algún  cortesano, 
y  caballero  también, 

no  es  tan  bueno  como  yo ; 
y  pues  que  ya  me  declaro, 
en  m.i  suerte  no  reparo, 
pues  vuestro  amor  me  abrasó. 

Un  caballero,  señora, 
soy  aragonés,  que  así 
me  vine  a  encubrir  aquí 
mientras  allá  se  mejora 

nuestro  suceso.  Pascual 
tampoco  es  villano,  que  es, 
aunque  rústico  le  ves, 
caballero  principal. 

Pero  después  que  esos  ojos 
vi,  señora,  por  mi  mal, 
amor  me  ha  tratado  tal, 
que  por  más  cuerdos  enojos 

tomara  el  haber  perdido 


(i)     Verso  largo;  quizá  sobra  el  "como". 

(2)  Verso  corto.  Quizá  diría,  por  estar  en  Cata- 
luña, "en  Sancho" ;  y  por  eso  contesta  luego  Men- 
doza "en  sandia". 


374 


MAS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO   DE  BUENOS 


Fabio., 

LlSAKBA. 


Fabio. 


LlSARDA. 


Fabio. 


la  vida  allá  en  Aragón, 
y  mirara  mi  afición 
llena   de  perpetuo  olvido. 
Lisarda.        Menandro,  siempre  pensé 

que  hay  en  vos  mucha  nobleza, 
que  aunque  os  cubra  la  corteza 
del  tosco  sayal,  yo  sé 

que  es  desigual  al  estado; 
y  Jo  que  ahora  me  pesa 
€s  que  hayáis  con  tanta  priesa 
vuestra  pasión  declarado. 

¿Por  qué,  señora? 

Porque 
estimo  en  más  a  Pascual, 
vuestro  amigo. 

¿Hay    cosa   igual? 
¿  Luego  con  eso  os  daré 

más  ocasión  de  mirarle? 
Sí,  Menandro,  es  caso  cierto; 
pues  que  me  habéis  descubierto 
más  ocasión  de  adorarle. 

Pues  sabed,  señora  mía, 
que  os  he  engañado,  por  Dios, 
que  solamente  los  dos 
somos  los  que  en  este  día 

veis,  sólo  dos  villanos, 
que  sirven  en  vuestra  casa; 
iporque  aqueste  estilo  pasa 
entre  algunos  cortesanos, 

que  son  de  burlas  amigos, 
y  aquesto  me  han  enseñado ; 
pero  aunque  os  haya  engañado, 
no   habiendo   habido   testigos, 

poco  importa. 
Lisarda.  ¿  Qué  me  dices  ? 

¿villano  es   Pascual? 
Fabio.  Señora, 

los  dos  venimos  ahora, 
por  sucesos  infelices, 

que  han  sucedido  en  la  siega, 
a  vuestra  tierra. 
Lisarda.  i  Ay   de  mí ! 

Fabio.        Y  pues  ya  he  venido  aquí, 
y  el  trabajo  no  sosiega, 

haz  que  el  recado  me  den 
para  que  al  campo  me  vuelva. 
Lisarda.     Por  más  trazas  que  revuelva 
el  villano,  yo  sé  bien 

lia  verdad:  entra  y  dirás 
que  te  den  recado. 
Fabio.  El  eielo 


te  guarde. 

(Vase.) 

Lisarda.  Y  me  dé  consuelo 

en  la  pena  que  me  das. 

¿Vióse  tan  alta  ocasión 
de  mi  bien  y  de  mi  mal? 

(Salen  Estela  y  Albano.) 

Estela.      Yo  no  pretendo  hacer  tal, 

ni  aun  por  imaginación. 
Y  con  aquesto  me  vo}'. 
Albano.     ¿Quién  eres  tú? 
Estela.  Tu  criada; 

mas  eso  no  importa  nada 

para  lo  que  pides. 
Albano.  Estoy  (i) 

muerto  por  tus  bellos  ojos, 

y  no  hay  medio  que  me  aplaque. 
Estela.       Si  quieres  que  me  los  saque, 

acabarán  tus  enojos. 
Albano.  No,  mi  bien,  quiejo  adorarlos. 

Estela.       ¿Adorarlos?  ¿Soy  yo  santo? 
Albano.      Ya  de  tu  rigor  me  espanto. 
Estela.       Conténtese  con  mirarlos. 
Albano.  El  mirar  sin  el  gozar, 

¿de  qué  efecto  puede  ser? 
Estela.       Pues  yo  me  paso  con  ver, 

pásate  tu  con  mirar. 
Albano.  Mira  que  quiero  casarte 

con  un  hombre. 
Estela.  Mas,  ¿qué  fuera, 

si  algún  pollino  me  diera 

destos  que  pacen  aparte  ? 
Albano.         Si   yo   te   quiero   casar, 

¿en  qué  te  ofendo,  mi  bien? 
Estela.       Debe  de  querer  también, 

según  parece,  probar 
si  soy  buena  para  ello. 
Albano.     Es  honrarte. 
Estela.  ¡  Arre  allá ! 

Quien  tales  honras  me  da 

muy  cerca  está  de  no  sello. 

Apártese  allá 
Albano.  ¿Hay  tal  cosa? 

Mira. 
Estela.  Esto   le   aconsejo. 

Albano.      Oye. 
Estela.  Apártese,   viejo. 


(i)     Verso  largo.  Quizás,  en  lugar  de  "pides",  diría 
el  texto  primitivo   "hablas". 


1 


JORNADA    SEGUNDA 


!75 


Albano.       ¡No  vi  mujer  más  hermosa! 
Estela.  Mi  señora,  yo  me  voy. 

{Vase.) 

LisARDA.     Señor,  ¿qué  es  esto?  (i) 
Ai.BANO.      En  este  extremo  me  ha  puesto, 
cuando  al  occidente  voy 

de  mi  edad,  el  ciego  amor. 
¿Hasme  oído? 
LiSARDA.  Ya  te  oí.  (2) 

Albano.      Y  burlaráste  de  mí. 
LiSARi>A.      ¿Por  qué  causa,  mi  señor? 

¿  No  eres  hombre  ? 
Albaxo.  i  Ay,  hija  amada  ! 

Muerto  me  tienen  sus  ojos, 
y  entre  amorosos  despojos 
me  tiene  el  alma  abrasada. 
Nunca  a  mi  casa  viniera 
serrana  tan  celestial, 
pues  siendo  de  pedernal 
vuelve  mi  pecho  de  cera. 
Si  quieres  que  viva  yo, 
habíala,  Lisarda  mía; 
di  que  en  tan  dulce  porfía . 
el  alma  se  me  abrasó. 

Dile  que  mi  vida  es  suya, 
mi  hacienda,  mi  honor  y  ser, 
y  que  en  casa  vendrá  a  hacer 
oficio  de  madre  tuya. 
Dila  que  la  casaré 
con  Cosme,  y  que  de  mi  hacienda 
le  daré  tanto,  que  entienda 
cuánto  la  adoro. 
Lisarda.  Si  haré, 

y  creo  que  con  mi  ruego 
se  ablandará. 
Albano.  Su  rigor 

es  grande,  pero  mi  amor 
es,  Lisarda,  un  vivo  fuego. 
Lisarda.        Yo  voy. 

(Vase.) 

Albano.  En  tu  mano  está 

el  remedio  de  mi  vida. 

(Sale    ExRiQUE    con    un    papel.) 

Enrique.     ¡  Que  una'  villana  fingida 


(i)     Verso  corto,  fácil  de  completar,  por  ejemplo: 
"Señor,  decidme:   ¿qué  es  esto?" 

(2)     En   el   original,   "he   oído",   que  no   rima   con 

"mí". 


tan  grande  guerra  me  da 

después  que  vino  a  esta  casa, 

corte  ya  de  mi  cuidado, 

donde  amor  leyes  ha  dado, 

que  a  uno  hiela  y  a  otro  abrasa ! 
Sólo  contemplo  y  adoro 

en  su  divina  hermosura, 

que  si  es  -(i)  quimera  o  ventura 

para  mis  daños  ignoro. 

Por  las  huertas  y  jardines, 

sólo  me  entretengo  en  ser 

de  tan  divina  mujer, 

retrato  de  serafines, 
un  humilde  coronista, 

alabando  en  dulces  versos 

los  apologios  diversos 

que  hay  en  su  apacible  vista. 
Albano.  Enrique. 

Enrique.  Señor. 

Albano.  ¿  Qué  es  eso  ? 

Enrique.     Una  carta  que  a  mi  hermano 

escribo. 
Albano.    •  Si  es  de  tu  mano 

letra  y  nota,  yo  confieso  (2) 
que  estará  con  discreción 

escrita. 
Enrique.  Mi  estilo  sabes, 

y  no  es  razón  que  le  alabes. 
Albano.      Muestra. 
Enrique.  No  es,  señor,  razón 

que  sepas  lo  que  hay,  en  suma, 

entre  yo  y  mi  hermano. 
Albano.  A  ver. 

Enrique.     No  acertarás  a  leer, 

que  estaba  mala  la  pluma. 
Albano.         Lo    que   pudiere   leeré. 
Enrique.     ¿  Por  mi  vida  ? 
Albano.  Por  tu  vida. 

Enrique.     Mi  pasión  está  entendida : 

paciencia. 
Albano.  Tu  amor  veré. 

(Toma    la    carta   y    lee-) 

"Pues  que  me  debes  la  vida..." 
¿Tu  hermano  te  debe  a  ti 
la  vida? 
Enrique.  Pienso  que  sí. 

Albano.       Esto  es  razón  que  te  impida. 
Borra. 

(i)     En  el  original,  por  errata,  "que  esta". 

(3)     En  el  original,  "confío",  que  no  rima  con  "eso'' 


376 


MAS  VALE   SALTO   DE  MATA  OUE  RUEGO   DE   BUENOS 


Enrique. 
Aleano. 


Enrique. 


Albano. 


Enrique. 
Albano. 


Enrique. 


Albano. 


Enrique. 
Albano. 


Ya  borrado  está. 
^'Yo  soy  causa  de  ttt  bien; 
no  muestres  tanto  desdén 
a  quien  el  alma  te  da." 

¿  Estás  loco  ? 

No  te  espantes, 
si  a  tres  cartas  que  le  he  escrito 
no  responde. 

No  es  delito 
entre  mozos  y  estudiantes. 

Borra,  que  ya  es  mucho  amor 
el  que  le  muestras;  no  fueras 
más  tierno  cuando  escribieras 
a  alguna  dama. 

Señor... 

"Celos  tengo  de  un  villano, 
que  pienso  que  más  le  estimas.^' 
Yo   no  entiendo  estos   enimas. 
A  declararlos  me  allano. 

A  un  estudiante  su  amigo, 
si  no  es  que  me  han  engañado, 
me  han  dicho  que  le  ha  estimado 
más  que  a  mí,  y  así  le  fligo 

que  tengo  celos  de  que 
no  me  escriba,  por  hablar 
con  otro. 

No  has  de  negar 
que  disparate  no   fué. 

Borra. 

(^Borra.) 

"Mi  bien,  yo  te  adoro, 
y  alma  y  corazón  te  ofrezco, 
y  tantas  penas  padezco, 
que  yo  mismo  las  ignoro." 

¿  Qué  es  esto  ? 

El  amor,  señor, 
de  hermano;  ¿de  qué  te  espantas? 
¡  Tantos  mis  bienes  y  tantas 
almas  tan  llenas  de  amor 

es  necedad,  vive  Dios  ! . 
Más  parece  que  le  escribes 
a  alguna  alma  donde  vives 
cautivo;  y  para  los  dos, 

ya  sé  que  el  traje  es  fingido, 
y  que  fué  aviso  secreto, 
pues   el  billete  discreto 
para  Olalla  sólo  ha  sido. 

Mal  hemos  hecho  en  borrar 
tan  bien  escrito  papel ; 
mucho  espero  que  con  él 
tu  hermano  se  ha  de  alegrar. 


Enrique.     Señor,   la   fuerza  de   amor. 
Albano.       ¡  Calla,  infame ;  calla,  loco, 

que  a  más  furia  me  provoco, 

y  a  más  enojo  y  rigor! 
¿  Cómo  que  en  una  villana 

pongas  tu  amor?  ¡Vive  el  cielo. 

que  tina  tu  sangre  el  suelo  ! 

¿  Hallas  en  mi  edad  anciana 
flaqueza  alguna  que  pueda 

darte  ese  ejemplo?  Responde. 
P^nrique.     El  amor  que  mal  se  esconde, 

¿qué  mucho  que  al  alma  exceda? 
Albano.  ¡  Vive  Dios,  villano  loco, 

que  si  tratas  de  este  amor, 

que  has  de  ver  en  mi  rigor 

a  qué  furia  me  provoco ! 
¿  Con   una  villana  ? 

(Vasc.) 
Enrique.  ¡  Cielos ! 

Tus  bellos  ojos  adoro, 
que  son  del  alma  tesoro, 
a   no   matarme  ios   celos. 
Esta  hermosa  primavera, 
¿  quién  habrá  que  no  la  estime  ? 
¿  Qué  es  esto,  Olalla  ? 

(Sale   Estela   con   vn   plato.) 

Estela.  Escorríme 

famosamente  acá  fuera. 

No  sé  qué  quiere  este  viejo, 
que  no  me  deja  un  momento. 
Enrique.     Con  mi  mismo  pensamiento 
para  amalla  me  aconsejo. 

¿  Dónde  vas  ?  Detente  y  mira 
lo  que  te  estimo  y  adoro, 
pues  por  esos  ojos  lloro, 
por  quien  el  alma  suspira. 

Dame  esa  divina  mano 
por  premio  de  tanto  amor. 
Estela.       Estése  quedo,  señor. 
Enrique.     No  tengas  pecho  villano. 

Advierte... 
Estela.  No  se  me  llegue. 

Enrique.     Que  te  adoro. 
Estela.  ¿Que  me  adora? 

Enrique.     Sí,  mi  bien;  sí,  mi  señora. 
Estela.       ¿Oye  cosa  que  le  pegue? 

No  pellizque. 
Enrique.  No  [lo]  haré; 

no  soy  grosero  villano. 
Dame   esa   divina   mano. 


JORNADA    SEGUNDA 


3/7 


(Vase.) 

Estela.  Mas  que  nunca  jamás  vuelvas 

a  darme  más  pesadumbre, 

(i)  Este  verso  está  errado.  Probablemente  se  es- 
cribiría "Mire  que  le  pegaré". 

(2)  Verso  largo.  En  vez  de  "valona",  diría  "capa", 
''cuello",  u  otra  semejante. 


Estela.       ;Mire  que  le  pegaré. 
ExRiQuE.         ¡  Vióse  pecho  más  ingrato  ! 
Estela.       Vayase   dende. 
Enrique.  ¡  Ay  de  mí! 

Ola! la,  llégate  a  mí. 
Estela.       ¿Mas  que  le  doy  con  el  prato? 
Enrique.         Pierde  el  temor. 
Estela.  Sí  haré, 

como  esté  quedo. 
Enrique.  Sabrás, 

ya  que  tan  esquiva  estás... 
Estela.       ]\íire  que  ha  de  estarse  quedo,  (i) 
Enrique.        ¿  Pondrásme  aqueste  alfiler 

en  la  valona? 
EsTEL.A.  No,  señor.  (2) 

Enrique.     ¿Por   qué? 
Estela.  Tengo  mal  olor, 

Enrique.     De  jazmín  debe  de  ser; 

que  aquesta  boca  de  perlas, 

¿cómo,  Olalla,  ha  de  oler  mal, 

siendo  sus  puertas  coral  ? 
Estela.       ¿  Perlas  ?  ¿  Pues  quiere  cogerlas  ? 
Enrique.        Si  tú  gustas. 
Estela.  ¡  Cosa  cNtraña  ! 

Ya  no  fueran,  a  tenellas, 

allá  a  las  Indias  por  ellas 

habiéndolas  en  Españct. 
Enrique.         Como  vive  tu  valor 

en   ese  tosco   sayal, 

no  le  conocen. 
Estela.  ¿Hay  tal? 

Quédese  con  Dios,  señor. 
Enrique.         ¡  Que  tu  amor  es  tan  ingrato    ■ 

al  mío ! 
Estela.  Pues  ¿qué  he  de  hacer? 

Enrique.     r^Ii  bien,  amar  y  querer. 

(J'a    a    asiila.) 

Estela.       ¿Mas  que  le  doy  con  el  prato? 

Enrique.         ¿Hay  cosa  más  rigurosa? 
A  morir  voy  padeciendo, 
pues  que  padezco  sufriendo, 
sí  es  todo  una  misma  cosa. 


Li  sarda. 


Estela. 
Lisarda. 


Estela. 


Lisarba. 


aunque  por  matar  tu  lumbre 
te  arrojes  de  aquellas  selvas, 

que  al  mar  alargan  sus  faldas 
sujetas  a  su  rigor, 
pues  sabes  ya  que  tu  amor 
lo  arrojo  por  las  espaldas. 

Libre  estoy  ya  de  mí  hermano, 
y  Carlos  lo  está  también, 
que  para  tan  alto  bien 
con  más  que  piadosa  mano 

nos  juntó  el  amor,  y  cuando 
pensó  mi  dicha  gozalle, 
miro  y  veo  que  en  su  talle 
está  Lisarda  adorando. 

Con  razón  suspiro  y  lloro : 
celos  me  abrasan  el  pecho 

{Sale    Lisarda.) 

Que  se  ha  de  enojar  sospecho, 
pues  ya  su  rigor  no  ignoro. 

¡Hola,  Olalla! 

Señora  mía. 
Aquí  te  he  salido  a  ver, 
porque  sepas  que  has  de  hacer 
dos  cosas  en  este  día 

por  mí.  La  primera  es 
que  has  de  hablar  aquel  villano, 
que  ya  me  rindo  y  allano 
a  sus  generosos  pies; 

pues  claramente  he  sabido, 
y  de  tí  saberlo  espero, 
que  el  villano  es  caballero; 
que  el  traje,  Olalla,  es  fingido. 

Y  pues  que  tan  fácilmente 
a  tí  me  descubro,  Olalla, 
es  que  la  lengua  no  calla 
la  pasión  que  el  alma  siente. 

Esto  es  cuanto  a  mí.  Mí  padre 
has  de  saber  que  te  adora ; 
dice  que  te  hará  señora, 
dice  que  te  hará  mi  madre; 

serás  su  esposa,  serás 
dueña  desta  casa  y  trato. 
Voy  a  llevar  este  plato, 
que  después  me  lo  dirás. 

(Sale   Albaxo.) 

No  entiendo  aquesta  villana ; 
no  sé  qué  presuma  desto, 
pues  fué  ignorante  tan  presto, 
y  tan  presto  cortesana. 


378 


MAS  VALE   SALTO   DE  MATA  OUE  RUEGO   DE  BUENOS 


Albano. 

LlSARDA. 

Albano. 

LlSARDA. 


Albano. 

LlSARDA. 


Albano. 
Enrique. 


Albano. 
Enrique. 


¿  Hablástela  ? 

Ya  la  hablé. 
¿  Qué  dijo? 

El  rigor  templó 
algún  tanto,  y  escuchó 
lo  que  de  ti  le  conté, 

y  acabado  de  escuchar, 
que  pudiera  enternecer 
■la  más  esquiva  mujer, 
se  entró,  señor,  sin  hablar. 

¡  Desdichado  amante  soy  ! 
Yo  tercera  desdichada, 
pues  nunca  salgo  con  nada, 
y  más  si  en  mi  favor  voy. 

¿Qué  es  esto,  Enrique? 

Señor, 
estos   son  los  labradores 
que  con  guirnaldas  de  flores 
acaban  hoy  la  labor, 

y  vienen  todos  cantando. 
Advierte. 

Entren  al  momento. 
Vienen  cantando  y  bailando. 


{Salen  los  músicos  cantando,  y  todos  de  segadores. 
Salen  Carlos,  Fabio,  Cosme,  Gila,  Mendoza,  con 
una   Cruc    de   espigas,    cantando.} 

"Alabanzas  al   Señor, 
que  la  siega  es  acabada, 
y  amor  (i)  nos  deja  templada 
la   furia  de  su  rigor. 
Labradores  de  Girona, 
venid  todos  en  persona 
a  la  siega  que  el  cielo  nos  dio; 
esta  sí  que  es   siega   famosa, 
esta  sí,  que  las  otras  no." 
D.  Carl.     Mil  años  os  guarde  el  cielo, 
como  puede  a  todos  tres, 
y  si  son  pocos  mil  años, 
siete    mil    vivas,    amén. 
Esta  abundancia  del  cielo 
muchos  años  la  gocéis, 
que  gozándola  mil  años, 
no  tendréis  envidia  al  Rey. 
Vuestros  segadores  hoy 
vienen  aquí,  como  veis, 
coronados  de  los  trigos 
que  en   esas  parvas  se  ven. 


(i)     Asi  en  el   original;   pero  quizá   deba  decir  "y 
el  sol". 


Y  i  plega  a  Dios  que  de  modo 
otro  año  lo  veáis  crecer, 
que  no  pudiendo  con  hoces, 
con  guadañas   lo   seguéis ! 
Vístase  el  ameno  prado 

de  flores,  que  saben  ser 
lisonjeras  para  el  gusto, 
si  hay  lisonjas  que  le  den. 
Rompan  los  aires  sutiles 
las  cañas,   de  tres  en  tres, 
y  llegue  el  trigo  en  las  trojes 
a  la  más  alta  pared. 

Y  no  sólo  en  rubios  trigos 
vuestros  tesoros  estén, 

sino    en   granos   de    diamantes 
montones  de  diez  en  diez. 

Y  cuando  pase  el  agosto, 
con  su  fruto  veáis  verter 
el  mosto  por  las  tinajas 
sin  poderlo  recoger. 

Y  de  manera  os  alegren 
los  racimos  que  cortéis, 

que  aunque  muchos  hagáis  pasas, 
muchos  en  el  aire  estén. 

Y  para   que   os   acompañen 
ellos,  y  el  gusf-o  también, 

os  entapicen  el  techo 

con  melones  que  colguéis. 

Los  árboles  que  en  el  campo 

desnudó    el    cierzo    cruel, 

oprimidos  del  calor, 

que  iles  hizo  florecer, 

os  rindan  frutos  opimos 

con  tanta  abundancia  y  bien 

que   enriquezcan   los   vecinos 

con  sólo  lo  que  les  deis. 

El   amarillo  membrillo 

por  más  regalo  coged 

no  sin  sazón,  que  no  hay  cosa 

que  mayor  disgusto  dé. 

La  granada  blanquecina 

entre  las  uvas   poned, 

fruta  que  pisada  abre 

granates  que  dentro  veis, 

dando  a  entender  que  a  su  dueño 

le  guarda  lealtad  y  fe, 

que  no  hay  traición  encubierta 

cuando  las  almas  se  ven. 

Destas  huertas  apacibles, 

por   fruto  humilde   coged 

la  berenjena  morada. 


i 


JORNADA    SEGUNDA 


379 


Cosme. 

LlSARDA. 

D.  Carl. 


Albaxo. 


D.  Carl. 

GiLA. 

Fabio. 


D.  Carl. 
Fabio. 


D.  Carl. 
Fabio. 


que  se  defiende  al  coger. 
El  amarillo  repollo 
tan  sazonado  se  os  dé 
que  en  las  arrugas  parezca 
o   pergamino   o   papel. 
La  tierra  os  rinda  sus  frutos, 
vos  a  la  tierra  los  deis 
en   aralla   y    cultivalla, 
premio,   que  a  su  fruto  deis. 
Siegas,  vendimias  y  huertas, 
frutos  y  árboles  os  den, 
ruego  al  cielo,  todo  cuanto 
vosotros    podáis   tener, 
que  yo  contento  y  ufano 
con  mi  rudeza  daré 
gracias   al   dueño  de  todo, 
causa  de  tan  sumo  bien. 

Famoso  ha  estado  el  sermón. 

Y  Pascual  es  muy  discreto. 
No  hay  para  mí,  os  prometo, 
contento  en  esta  ocasión 

como   ver   tanta   abundancia 
de  trigos  en  esta  casa, 
que  no  es  nuestra  suerte  escasa 
cuando  es  tanta  la  abundancia 
de  los  dueños. 

Dices   bien; 
todos  en  casa  os  quedad, 
que  veo  en  vuestra  lealtad 
vuestra    sencillez    también. 
Todos  besamos  tus  pies. 
¡  Qué  discreto  y  qué  chapado 

es  el  Pascual ! 

No  has  andado 
discreto,  aunque  muestras  des 
de  tu   claro   entendimiento. 

¿Por   qué? 

Porque  a  mi  señora 
no  le  alcanza  parte  ahora 

en  semejante  contento 
de  tan  altas  bendiciones 

como  a  su  padre  alcanzaron. 

¡  Pardiós,  que  se  me  olvidaron ! 

Pero  escuchad  dos  razones. 
Pues  que  Pascual  se  olvidó, 

entretanto  que  nos  oyen, 

reducir  de  mi  señora 

los  atributos  y  motes 

de  su  divina  hermosura, 

aimque  no  serán  conformes 

a  los  que  merece  el  sol. 


dueño  de  otros  bellos  soles. 
Digo,  divina  hermosura, 
que  vuestra  hermosura  pone 
grima  al  sol,  espanto  al  suelo 
y  admiración  a  los  hombres. 
En  vuestro  rostro  se  cifran 
la  variedad  de  colores, 
que  ofrece  la   primavera 
cuando  abril  le  pone  flores. 
Vuestros  ojos  son  estrellas, 
en  cuyo  cristal  se  esconden 
dos  niñas,  que  ser  pudieran 
dos  cielos,  a  ser  mayores. 
Vuestra  boca  celestial 
es  un  bien  labrado  cofre 
adonde  guarda   el  amor 
piedras,  diamantes  y  flore». 
Vuestros  divinos  cabellos, 
cuando  sus  lazos  descogen, 
parecen  hebras  del  sol 
cuando  risueño  se  pone. 
Pero  ¿para  qué  me  canso, 
si  todas  vuestras  acciones 
son  de  im  ángel,  a  quien  Dios 
dio   virtudes    tan   conformes? 
Ruego  a  Dios  que  os  dé  un  esposo 
tan  galán  y  tan  conforme, 
tan  rico  y  tan  liberal, 
que  a  Midas  del  mundo  borre, 
ni  eternamente  os  de  celos, 
y  tengáis  de  sus  amores 
muchas  gracias  que  alabar 
y  muchos  hijos  que  os  honren. 

Mendoza.  Quedo,  quedo,  que  me  faltan, 
Menandro,  a  mí  mis  razones. 

Fabio.         ¿Cuáles  son? 

Mendoza.  Aguarda  un  poco, 

que  también  yo  sé  dar  voces. 
Que  te  estime  y  que  te  quiera, 
claro  está  que  lo  hará  un  hombre, 
como  tenga  entendimiento. 

Fabio.         ¿  Pues  qué  ? 

AIendoza.  Que  ninguna  noche 

se  duerma,  señora  mía, 
sin  haberte  dicho  amores, 
esto  ha  de  ser  lo  primero ; 
tras  esto,  señora,  corren 
muchas  gracias  que  alabar, 
y  muchos  niños  que  lloren. 

Fabio.        Tienes  razón,  Sancho,  vamos. 

LiSARDA.      Discretos   son  los   pastores. 


380 


MAS  VALE  SALTO   DE  MATA  QUE  RUEGO   DE   BUENOS 


D.  Cakl.     Vamos    a    poner    la   cruz. 
Cosme.         El   dimuíío   los   impone 

a  decir  tantas  de  cosas. 
LisARiDA.     ¡  Ay,  Pascual ! 
Fabio.  i  Ay,  negra  noche 

de  mis  desdichas ! 
LiSARDA.  ¡  Ay,  cielos, 

qué  breve  mi  sol  se  pone ! 
D.  Carl.     ¡  Ay,  dulce  Estela  del  alma ! 
Fabio.  ¡  Ay,  aldeana  ! 

GiLA.  ¡  Ay,   Sanchote  ! 

Cosme.        ¡  Ay,  el  diabro  que  los  lleve  ! 
Albano.      Volved   a   cantar,  pastores. 

(Vanse,  y   sale   Estela.) 

Estela.  ¿Hasta  cuándo,  di,  fortuna, 

tu  mudanza  ha  de  durar? 
Pienso  que  me  ha  de  acabar 
tu  rigor,  sin  duda  alguna. 

Estáte  constante  y  queda, 
ya  que  sufro  tu  rigor, 
que  vendrá  a  hacerle  mayor 
la  inconstancia  de  tu  rueda. 

Gente  parece  que  siento; 
ruego  al  cielo  que  no  sean 
los  que  mi  muerte  desean 
con  tan  loco  y  ciego  intento. 

¿Han  vido  la  desvergüenza? 
Daré  voces;  ¡  arre  allá  !  (i) 
(Salen   don    Carlos   y   Mendoza.) 

D.  Carl.     Ahora  mi  bien  comienza. 

Mira,    Mendoza,    si    están 

algunos   fuera. 
Mendoza.  Yo  voy ; 

estad  alerta  los  dos.  (2) 

(Vase.) 
Estela. 
¿  Puédote  hablar  ? 

Don  Carlos. 
Y  puedes 
con  un  lazo  sutil  de  tus  cabellos 
hacer  lazos  y  redes 
en  este  humilde  y  venturoso  cuello, 
para  premiar  siquiera 
im  amor  firme  y  una  fe  sincera. 

Admírese  la  tierra, 
y  del  mundo  los  rígidos  extremos 


(i)     Falta  un  verso  después  de  éste  para  la  redon- 
dilla. 

(2)     Este  pasaje   está   alterado. 


formen  eterna  guerra, 

pues  escondida  tu  belleza  vemos 

con  ese  traje,  como 

la  esmeralda  engastada  en  pardo  plomo. 

Dulce   señora  mía, 
¡  quién  pudiera  alcanzar,  quién  tal  pensara, 
que  vuestra  sangre  impía, 
vuestra  desdicha  y  mal  solicitara, 
que  con  pecho  tirano 
quiso  mataros  vuestro  mismo  hermano  ! 

La  que  llevar  pudiera 
del  sol  el  carro,  va  siguiendo  bueyes ; 
cosa  tirana  y  fiera, 
la  que  pudiera  honrar  a  tantos  reyes, 
vive  en  tan  vil  estado, 
siguiendo  las  pisadas  del  ganado. 

Tirana  cosa,  y  fiera. 
Mas  no  es  justo,  señora  de  mis  ojos, 
que   la    fortuna   quiera 
acrecentar  mi  pena  y  mis  enojos, 
limpiando  en  traje  pobre 
con  manos  de  marfil  el  bajo  cobre. 

Mas  3'a  que  vuestro  henfiano 
con  enojo  y  crueldad  nos  importuna, 
mostrándose  tirano, 
los  dos  pasamos  con  igual  fortuna 
vuestras  penas  y  mías, 
hasta  que  iguale  el  curso  de  los  días. 

Estel.-v. 

Carlos,  amado  esposo. 
¡  Cómo  !  ¿  Puedo  yo  verte  y  adorarte  ? 
No  hay  rato  peligroso 
que  de  los  dos  tan  firme  amor  aparte. 
Tuya  soy ;  tuya  he  sido ; 
bien  conoces  que  no  es  amor  fingido. 

Aquí  contrarias   paso 
mil  muertes,  que  me  siguen  a  porfía, 
pues  hay  a  cada  paso 
tantas,  que  aumentan  la  desdicha  mía: 
mas  como  yo  te  vea, 
no  habrá  peligro  que  en  mi  amor  lo  sea. 

Aquí,  sin  que  gozarte 
pueda,  mi  bien,  aquestos  valles  piso; 
aquí  por  una  parte 

me  persigue  quien  piensa  que  es  Narciso; 
por  otra  parte  un  viejo, 
y  yo  firme  en  mi  amor,  dellos  me  alejo. 

Y  todo  cuanto  digo, 
mi  bien,  pasará  como  no  se  viera, 
perdona,  si  lo  digo. 


JORNADA    SEGUNDA 


381 


de  Lisarda  adorado,  de  esa  fiera, 

que  necia  y  locamente 

su  amor  me  descubrió  livianamente. 

¿Qué  me  aconsejas,  Carlos? 
i  Qué  haré  para  sufrir  tan  fuertes  celos  ? 
¿  Podré  disimularlos  ? 
¿Y  daré  voces,  que  los  mismos  cielos 
muevan  su  voz  piadosa? 
¿  Qué  dices,  Carlos  ? 

Dox  Carlos. 

Dulce    esposa; 

si  como  de  ese  Enrique, 
y  deste  viejo  Albano,  es  cruel  tormento, 
sin  que  le  signifique 
encubro  en  mi  amoroso  pensamiento, 
no  sufres  tú  a  Lisarda, 
¿  qué  desengaño  nuestro  amor  aguarda  ? 

Pasa  con  la  esperanza 
los  fines  desta  ausencia  rigurosa, 
que  el  tiempo  y  su  mudanza 
dan  con  el  curso  fin  a  cualquier  cosa, 
y  en  este  ameno  prado 
tratemos  de  guardar  nuestro  ganado. 

Por  verte  a  ti,  señora, 
saldré,  cuando  le  corra  las  cortinas 
al  rubio  sol  la  aurora, 
siguiendo  sus  pisadas  peregrinas, 
y  en  viendo  las  estrellas, 
solo  las  miraré  por  verte  en  ellas. 

Traeréte  muchas  veces 
el  conejuelo  tímido  y  medroso, 
y  viendo  que  me  ofreces 
gracias  debidas  a  mi  amor  forzoso, 
con  pecho  más  sencillo 
te  traeré  el  amoroso  cabritillo. 

La  tórtola  en  el  nido, 
y  el  escamoso  pez  en  el  anzuelo, 
el  madroño  teñido 

con  la  escarcha  que  arroja  el  duro  suelo, 
que  cosas  semejantes 
son  en  amor  zafiros  y  diamantes. 

Recibirás,  señora, 
en  tus  brazos  (i)  este  humilde  ganadero, 
imitando  a  Ja  aurora, 
que  aguarda  entre  los  suyos  al  lucero, 
y  con  amores  tales, 
tus  panales  serán  dulces  panales. 

Daré  un  golpe  a  tu  puerta, 


(i)     En  el  original,  por  errata,  dice  "entonces' 


y  tú,  que  velarás  por  aguardarme, 

con  una  fe  despierta 

llegarás  muchas  veces  a  abrazarme; 

y  dirás,  como  amas: 

No  des  tan  recio,  que  en  el  alma  llamas. 

Esténse  las  altezas, 
Estela  mía,  en  su  dorado  trono 
de  piedras  y  riquezas, 
mientras  que  tu  lealtad  firme  corono, 
en  tanto,  prenda  mía, 
que  digo  claramente,  que  eres  mía. 

Estela. 
¿Que  me  querrás? 

Dox  Carlos. 

Sí,  amores; 
y  sabe  el  ciclo  que  tu  amor  te  pago. 

Estela, 
Dame,  mi  bien,  los  brazos. 

Don  Carlos. 

Satisfago 
el  amor  que  me  ofreces. 

Estela. 
No  me  mires  villana. 

Dox  Carlos. 

L'n  sol  pareces. 

{Sale    Lisarda    y    velos    abrazados.) 

Lisarda.        Apretad  más,  por  mi  vida ! 

Mucho,  sin  duda,  os  queréis. 
Estela.      Aqueste  abrazo  que  veigjr 

mi  señora,  aunque  lo  impida 
vuestro  celoso  furor, 

no  es  para  mí. 
Lisarda.  ¿De  qué  suerte? 

Estela.       Entró  aquí  Pascual  a  verte, 

que  ya  agradece  tu  amor, 
y  como  no  te  halló  aquí, 

aqueste  abrazo  me  dio, 

porque  te  le  diese  yo. 
Lisarda.     ¿  El  abrazo  es  para  mí  ? 
Estela.  Sí,  mi  señora. 

Lisarda.  ¿Con  qué 

podré  pagar  tanto  bien? 

¿Que  ya  cesó  su  desdén? 
Estela.       Tales  palabras  le  hablé. 
Lisarda.  Que  te  entres  adentro  espero. 

Estela.       ¿Para  qué? 
Lisarda.  ¡  Qué  necias  estás  ! 


382 


MÁS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO   DE  BUENOS 


El  tercero  está  demás, 

si  está  presente  el  primero. 
Estela.  Hele  dicho  mil  ternuras, 

y  ya  sin  duda  te  quiere. 
LiSARDA.     ¿Hay  mayor  dicha  que  espere 

entre  tan   altas   venturas? 
Déjanos  solos  aquí. 
Estela.     Yo  me  voy;  adiós,  señora. 

(Escóndese   Estela.) 

LiSARDA.     ¿Pues  en  quién  piensas  ahora? 
D.  Carl.     No  sé  en  qué  me  divertí. 
LiSARDA.         ¿Es  porque  Olalla  se  fué? 
D.  Carl.     Por  eso,  señora,  no. 
Estela.       Desde  aquí  los  veré  yo. 
Lisarda.     Pues  si  es  por  mi,  yo  me  iré. 
D.  Carl.         No,  señora. 
Lisarda.  Por  tus  ojos, 

¿qué  tratabas  con  Olalla? 
D.  Carl.     Gran  señora,  de  alaballa, 

aunque  muerto  en  tus  enojos, 

esa  divina  hermosura, 
esa  rara  discreción, 
por  quien  loco  el  corazón 
en  sus  crisoles  se  apura. 

Esos  ojos,  con  que  amor 
mira  a  las  almas  que  abrasa ; 
porque  apenas  en  tu  casa 
hablé  a  Albano  mi  señor, 

cuando  sacándome  afuera 
esta  villana  me  dijo, 
con  un  estilo  prolijo, 
en  fin,  como  de  quien  era. 
Lisarda.         ¿  Qué  dijo  ? 
D.  Carl.  Que  era  yo, 

no  sé  si  desvelo  tuyo. 
Lisarda.     Antes,  Pascual,  lo  eres  suyo, 

pues  el  abrazo  te  dio. 
D.  Carl.        Muy  mal  pones  en  desprecio 
tu  hermosura  celestial, 
que  ese  jazmín  y  coral 
es  de  más  estima  y  precio. 

Pero  di,  señora  mía : 
¿qué  te  obliga  a  tal  locura? 
Esta  divina  hermosura, 
afrenta  del  sol,  y  el  día, 
debe  emplearse  en  mejor. 
Lisarda.      Sujeto,  dices  muy  bien ; 
ipero  dícenme  también 
que  es  tu  sujeto  mayor. 
D.  Carl.         ¿  Qué  dices  ? 


Lisarda.  Que  el  otro  día, 

que  3-0  mirándote  estaba, 

vi  que  Sancho  te  trataba 

con  respeto  y  cortesía, 
haciendo  mil   reverencias 

con  la  rodilla  y  sombrero. 
D.  Carl.     Este  Sancho  es  chocarrero, 

hará  mil  inadvertencias. 
Y  esto,  señora,  te  pido, 

por  mostrar  más  humildad ; 

que  en  mí  no  hay  más  calidad 

que  el  sayal  de  este  vestido. 
Lisarda.         Yo  sé,  Pascual,  que  me  engañas: 

yo  se  que  eres  caballero. 
D.  Carl.     Replicarte  más  no  quiero, 

pues  tú  no  te  desengañas. 
Lisarda.         Dame  esos  brazos  ahora; 

paga  con  esto  mi  amor. 
D.  Carl.     Si  tú.  gustas... 

(Sale    Estela.) 

Estela.  ¡  Ah,  traidor  ! 

¿Así  la   abrazas?   Señora, 
tu  padre  llama. 
Lisarda.  ¿  Hay  tal  cosa  ? 

Adiós,  mi  bien. 
D.  Carl.  Habla  paso. 

Lisarda.     En  celos  vivos  me  abraso 

de  aquesta  aldeana  hermosa. 

(Vasc.) 

Estela.  ¿Hemos  negociado  bien? 

D.  Carl.     ¿De  qué  te  enojas  ahora? 
Estela.       De  no  nada. 
D.  Carl.  ¡  Ah,  mi  señora, 

no  formes,  mi  bien,  desdén ! 
Estela.  Más  rigor  mi  pecho  cobra. 

¿  Cómo  a  Lisarda  abrazas  ? 
D.  Carl.     Mi  bien,  todas  estas  trazas 

van  importando  a  la  obra. 
Estela.  Mi  desengaño  se  acorta. 

¡  Ah,  cielos ! 
D.  Carl.  Ver  y  sufrir. 

Estela.       ¿Cómo  esto  he  de  consentir? 
D.  Carl.     Sí,  mi  bien,  ¿no  ves  que  importa? 
Enrique  viene,  chitón; 

mira  que  importa  callar. 

(Sale    Enrique-) 

Enrique.     ¡  Que  siempre  os  tengo  de  hallar 
juntos  en  conversación! 


JORNADA   SEGUNDA 


38: 


I 


D.  Carl.        Ea,  Olalla,  dame  luego 
lo  que  tengo  de  llevar. 
¡  Pardiós,  que  es  mucho  tardar  ! 
Estela.       ¡  Fuego  en  tanta  priesa,  fuego ! 

¿  No  está  Gila  en  casa  ? 
D.  Carl.  Sí. 

Estela.       Pues  id,  Pascual,  a  que  os  dé 

la    merienda. 
D.  Carl.  ¡  Bien,  a  fe  ! 

¿Tienes  tú  que  hacer  aquí? 

¿  Después  que  he  estado  esperando 
un  hora,  sales  con  eso? 
Enrique.     Que  tengo  celos  confieso 
de  ver  a  estos  dos  hablando, 
i  Ah,  Pascual,  vete  afuera 
presto ! 
D.  Carl.  ¿Qué  os  importa  eso  a  vos? 

ExRioüE.     Salte  fuera,  o,  por  Dios... 
D.  Carl.     ¿De  qué  su  merced  se  altera? 
Enrique.        Vayase  al  campo  el  patán. 
D.  Carl.     Iránse,  ¡  valgamos  Dios  ! 
Pero  dad  la  carne  vos, 
que  Gila  me  dará  el  pan. 
Estela.  No  quiero. 

Enrique.  ¡  Vete,  villano, 

o  vive  Dios  que  te  dé... 
D.  Carl.     Poco  sabéis,  a  la  he, 

preciándoos  de  cortesano. 
Enrique.         No  es  en  mi  mano,  Pascual, 
el  dejar  de  hacer  extremos, 
que  quiero. 
D.  Carl.  Todos  queremos. 

Enrique.        ¿A  Olalla? 
D.  Carl.  ¿  Pues  a  quién  ? 

¿A  alguna  burra  del  prado? 
Enrique.     El  villano  es  extremado. 
D.  Carl.     ¡  Si  lo  supiérades  bien  ! 

Y  pardiós,  Olalla,  es  tal, 
según  a  mí  me  parece, 
que  ser  Condesa  merece. 
Estela.       Por  vuestra  virtud,   Pascual. 
Enrique-         ¡  Por  Dios,  que  los  dos  se  están 

requebrando ! 
Estela.  A  Gila  di 

que  te  dé  el  pan. 
D.  Carl.  ¡  Ay  de  mí ! 

]\Iis  males,  ¿  qué  no  podrán  ? 

(Escóndese.) 

¿Fuese  Pascual? 


Enrique. 
Estela. 


Ya  se  fué. 


D.  Carl.     Aquí  me  quiei'O  esconder. 

Enrique.     ¿Que  ya,  Olalla,  puedo  ver 
tu  hermosura  ? 

EsTEL.\.  ¡  Bien,  a  fe  ! 

Enrique.        Dame  esa  divina  mano, 
si  el  rigor  no  te  provoca, 
estamparéla  en  mi  boca, 
si  tan  alto  premio  gano. 

Estela.  Harto  quisiera  ipoder. 

Enrique.     ¿Pues  qué  temes? 

Estela.  Yo,  nada : 

aquí  me  he  de  ver  vengada 
de  Carlos. 

Enrique.  Siempre  he  de  ser 

aborrecido  de  ti ; 
quizá  porque  soy  villano 
no   mereceré  tu  mano. 

D.  Carl.     Terrible  fuerza,  ¡  ay  de  mí ! 

Enrique.        Para  ablandar  ese  pecho 
de  acero  y  de  pedernal, 
un  villano,  un  animal, 
¿qué  te  dirá  de  provecho? 
¿Llámate  rosa,  jazmín, 
luna,  estrella,  cielo,  sol, 
o  dirá  que  tu  arrebol 
parece  al  de  un  serafín? 

Esto  es  imposible,  Olalla; 
diráte,  al  menos,  ;  pardiós, 
que  estoy  muriendo  por  vos ; 
desde  hoy   he  de   requebralla. 

¿Agrádate  ¡este  lenguaje? 
¿Quieres  que  te  hable  así? 

Estela.       Enrique,   fuera  de  aquí, 

porque  el  mormurar  se  ataje, 
me  habla,  y  déjame  ahora. 

Enrique.     Pues   abrázame. 

Estela.  Sí  haré. 

(Abrá^an-se.) 

D.  Carl.     ¿Tal  sufro? 

Enrique.  ¿  Dónde  estaré 

después,  mí  divina  aurora? 

Estela.  Allá  fuera  me  hablarás, 

cuando   al  campo   saigas. 

Enrique.  Voy 

a  servirte :   ciego   estoy 
el  tiempo  que  ausente  estás. 

(Vaje.) 

(Sale  DON  Carlos.) 

D.  Carl.        Huélgome,  por  vida  mía; 


384 


MÁS   VALE   SALTO   DE  MATA  OUE  RUEGO   DE   BUENOS 


mucho  OS  debéis  de  querer. 
Estela.       ¿Pascual,  pudístenos  ver? 
D.  Carl.     Sí,  Olalla,  que  era  de  día. 

"¡  Qué  rigor  mi  engaño  cobra  ! 
¿  Posible  es  que  a  Enrique  abrazas : 
Estela.       I\íi  bien,  todas  estas  trazas 
van  importando  a  la  obra. 
D.  Carl.        Mi  desengaño  se  acorta, 

¡  Cielos ! 
Estela.  Pues,  ver  y  sufrir. 

D.  Carl.     ¿Aquello  he  de  consentir? 
Estela.       Sí,  mi  bien,  que  aquesto  importa." 
D.  Carl.         Bueno,  burlaste  de  mí, 

hiriéndome  por  los  filos. 
Estela.       Sois  los  hombres  cocodrilos,  (i) 

y  engañáis  llorando  así. 
D.  Carl.         ¿Cómo  tú  a  Enrique,  sabiendo 

que  yo  mirando  te  estaba? 
Estela.       Y  cuando  yo  te  miraba, 
¿no  te  estabas  tu  riendo? 

Los  hombres  no  queréis  más 
de  engañar,  sin  la  pensión 
de  que  os  engañen. 
D.  Carl.  Razón 

tienes,  satisfecha  estás. 

Mas,  pues  que  tu  bien  es  justo 
de  verme,  Estela,  morir, 
muy  presto  me  verás  ir 
donde  no  te  de  disgusto. 

Yo  me  iré  al  campo,  y  verás 
que  en  un  año  vuelvo  a  casa. 
Estela.       íduchó  el  enojo  te  abrasa, 
muy  gran   castigo  me  das 

para  tan  leve  pecado. 
Tente. 
D.  Carl.  No  quiero. 

Estela.  Ni   yo ; 

{Apártanse    cada    uno    a    su    lado.) 

que  pues  tan  bien  abrazó, 
he  de  hacer  del  enojado. 

{Sale   Mendoza.) 

]\Iexdoza.       a  vuestras  voces  y  gritos, 
sin  saber  qué  puede  ser, 
he  salido.  ¿Pues  qué  es  esto? 
¿  No  habláis  ?  ¿  No  me  respondéis  ? 
¿Sois  figuras  de  tapices? 
¡  Bueno  ha  estado,  por  mi  fe, 
el  cierre  boca!  ¿iSon  celos? 

(i)     En   el   original,   "colodrillos",   por   errata. 


Sí,  celos  deben  de  ser, 
¿Pues  celos  tenéis  ahora? 
Celosa  riña  ;  ¡  oh,  qué  bien  ! 
¿  Pues  es  conmigo  el  enojo  ? 
Ea,  llegue  vuesarcé, 
por  mi  vida,  o  por  la  suya ; 
llega,  acaba. 
Estela.  Llegaré 

a  darle  dos  mil  abrazos. 
(Abrázansc-) 

D.  Carl.     Y  yo  a  mostrarte  mi  fe. 
T\Iendoza.  Puestos  están  frente  a  frente. 

¡  Cierra,  España ! 
Estela.  Adiós,  mi  bien. 

¿Cesó  el  enojo? 
D.  Carl.  En  tus  brazos, 

¿qué  no  cesara? 
Estela.  Después 

volveré,  Carlos,  a  verte. 
D.  Carl.     Y  yo  a  verte  volveré. 
Mendoza.    ¡  Gracias  a  Dios  que  estáis 

contentos ! 
Estela.  ¡  Adiós,  mi  bien  ! 

D.  Carl.     ¡  Adiós,  mi  Estela  ! 
Estela.  Adiós,  Carlos. 

D.  Carl.     Mendoza,  adiós. 
Mendoza.  Bien,  a  fe  ! 

Si  los  dos  habían  de  hablarse, 

¿  para  qué  son  bobos,  he  ? 

JORNADA  TERCERA 

(Salen    Estela    y    don    Carlos.) 

Estela.  A  mi  Aventura  atribuyo 

esta  dicha  de  poder 

estar  contigo. 
D.  Carl.  Tener 

mi  amor  fundado  en  el  tuyo 
aquesta  ventura  aumenta. 

¿  Cómo,  mi  bien,"has  pasado 

la  noche? 
Estela.  Mi  amor  me  ha  dado 

del  tuyo  muy  mala  cuenta. 
Entramos  solos  allí 

en  cuentas,  y  hele  alcanzado 

en  mucho  más. 
D.  Carl.  No  habrá  dado 

bien  su  disculpa  por  mí; 

que  yo  sé  que  a  estar  presente 

a  las  cuentas,  alcanzara 


JORNADA    TERCERA 


385 


al   tuyo. 
Estela.  El    amor    repara 

en  un  pequeño  accidente, 
y  tiene  razón,  que  ¿quién 

podrá  sufrir,  Carlos  mío, 

el  celoso  desvarío 

desta    Lisarda? 
D.  Carl.  y    también, 

¿  no  miras,  Estela  mía, 

que  estoy  muriendo  de  celos, 

sin  esperar  de  los  cielos 

remedio  en  noche  ni  día? 
Estela.  Si  más  puedes  advertir 

que  no  lo  puedo  impedir, 

si  no   es  con  el  gran  desdén 

que    les    muestro. 
D.  Carl.  De   tu  pecho, 

y  de  tu  heroico   valor 

ya  me  aconseja  el  amor 

que  esté  cierto  y  satisfecho. 

(Vaiise,   y  salen' de  ca:a  el   Conde,   Fixeo,   Octavio 
y  Feliciano.) 

Conde. 

¿Que  el  ciervo  se  ha  escapado? 

Octavio. 

No  te  espantes. 
que  es  el  monte  fragoso  con  extremo. 

Conde. 
Alegre  cosa  es  el  cazar. 

Octavio. 

Discreto 
fué  el  primer  inventor ;  es  una  imagen 
de  la  guerra,  y  al  fin,  es  un  recreo 
de  la  imaginación,  que  se  divierte 
en  esos  verdes  y  apacibles  campos. 
Su  Alteza  puede  descansar  un  poco 
mientras  pasa  el  caljor. 

Conde. 

Aquesta   siesta 
pasaremos,  Octavio,  en  este  monte, 
hasta  que  demos,  cuando  el  sol  nos  deje, 
otra  vuelta  a  la  caza. 

Octavio. 

Y  yo  y  Fineo 
iremos  a  buscar  la  gente  luego 
para  que  al  punto   esté. 
Conde. 

Pues  parte  al  punto. 


Octavio. 
Si  esta  ocasión  perdemos,  no  imagino 
que  encontraremos  otra. 

FlNEO. 

Si  le  deja 
Feliciano,  no  dudes,   que   su  muerte 
fuera  acabar  con  ella  los  agravios, 
qu<e  a  nuestra  sangre  ha  hecho. 

(Vanse.) 

Octavio. 
La  venganza  prevén. 

Fineo. 
Ya  yo  la  tengo. 
Feliciano. 
¡  Qué  hermosura  de  árboles  ! 

Conde. 

Las  peñas 
aquí  visten  sus  hojas;  (i)  con  los  aires, 
ya  parecen  diamantes,  ya  esmeraldas, 
a  quien   engasta   el  sol   entre  sus   rayos. 

Feliciano. 

¡  Oh,  qué  bien  retrató  naturaleza, 

en  todo  diestra,  esas  altivas  cumbres ! 

La  vista  vuelve  de  llegar  confusa. 

Conde. 

Ya  la  imag;inación  tengo,  si  adviertes, 
¡lena  de  confusiones  y  recelo. 
¡Oh,  hermana  infame,  fementida  y  loca, 
causa  de  mi  deshonra  y  de  mi  afrenta  ! 

Feliciano. 

Xo  pienses  más  en  eso,  que  sin  duda 

es  muerta  ya  tu  hermana,  pues  no  ha  habido 

nuevas   della  ni   del  fiero   Carlos 

ni  en  Aragón,  Castilla  ni  Navarra; 

sin  duda  se  embarcaron,  y  cautivos 

han  sido,  si  no  es  que  fueron  muertos. 

Conde. 

Eso  me  ha  dado  siempre  mayor  pena; 
que   está  clamando   su   inocente   sangre 
en  mi  pecho  cruel. 

Feliciano. 
Culpa   tuviste 
en  ser  tan  riguroso  con  tu  sangre. 


(i)     En   el   original,    "ojos",    por   errata. 


25 


386 


MAS  VALE   SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO  DE  BUENOS 


Conde. 
Un  ímpetu,  un  furor,  no  hay  quien  le  venza  ; 
no  pude  a  mi  furor  tener  la  rienda. 

Feliciano. 
Ya  no  hay  remedio,  gran  señor;  desecha 
esa  tristeza,  pues  convida  el  campo. 

Conde. 
Y  aun  el   sueño  también. 

Feliciano- 

En  'esta  mata 
de  pulidas  retamas,  siempre  verdes, 
recuesta  la  cabeza,  y  yo  entretanto 
haré  que  tus  monteros  se  prevengan, 
sin   que    falte   ninguno. 

Conde. 
.    Parte  al  punto 
y  vuelve  presto. 

Feliciano. 
La  tristeza  olvida. 
(Vase.) 

Conde. 
Sí  "haré,  pues  su  hermosura  me  convida. 
(Recuéstase,   y   sale   don    Carlos-) 

Don  Carlos- 
¡  Mucho   ha   tardado    Fabio,   caso    extraño 
Si  hay  novedad  alguna,  que  en  el  monte 
dicen  que  anda  cazando  el  fiero  hermano 
de  mi  adorada  Estela.  Amor  piadoso 
da  tu  ayuda  y  favor  a  estos  esclavos, 
que  en  el  argel  de  tu  prisión  asisten; 
baste  el  rigor,  amor,  el  rigor  baste, 
no  por  mí,  que  mi  pecho,  aunque  tu  ira 
más  se  acreciente,  será  monte  firme 
que  a  las  olas  de  amor  jamás  se  mude; 
por  un  ángel,  amor,  piedad  te  pido, 
piedad,  amor.  Mas  ya  más  gente  suena ; 
sin  duda  son  del  Conde  cazadores. 

(Salen  Octavio  y  Fineo.) 
Octavio- 
Esta  es  la  sombra  donde  le  dejamos. 

Fineo. 
Ahora  cumpliremos  nue  tro  intento. 

Octavio- 
Mira  si  Feliciano  está  dormido 
junto  al  Conde. 


Fineo. 

Ninguno  en  todo  el  campo, 
ni  a  su  lado  parece. 

Octavio- 
Y-Vhora-  es  tiempo 
de  quitarle  la  vida  y  de  vengarnos 
de  las   afrentas  que   en  diversos  años 
a  nuestro  honor  y  a  nuestra  sangre  ha  hecho 
siempre  torciendo  con  pasión  la  vara 
de  la  justicia  que  tener  debiera  (i), 
y  asida  la  ocasión  por  los  cabellos, 
no  perdamos;  primero,  muera  el  Conde. 

Fineo. 

Mi  espada  rigurosa,  en  su  vil  pecho 
mil  bocas  abrirá. 

Don  Carlos- 
¿Qué  es  esto,  cielos? 

El  Conde  está  durmiendo,  y  dos  traidores 

le  quieren  dar  la  muerte. 

OCTAVIO- 

Aguarda,  espera; 
que  un  villano  está  alli. 

Fineo. 

Pues  ¿qué  tenemos? 

Octavio- 

Por  si  alguno  nos  mira,  o  él  lo  finge, 
este  villano  le  dará  la  muerte. 

Fineo. 
Dices  bien. 

OCTAVIO- 

¿  Qué  digo  ?  ¡  Hola,  buen  hombre  ! 
Don  Carlos- 
No  quisiera  que  éstos  me  conozcan; 
ipero  no  pueden,  porque  el  sol  y  el  campo 
me  tienen  de  manera,  que  imagine 
que  aun  yo  no  me  conozco.  Caballeros, 
¿  qué  me  mandáis  ? 

Octavio-  ' 

Aquesta  daga  toma, 
y  a  este  hombre  que  durmiendo  en  ese  prado 
miras,  junto  a  esa  pálida  retama, 
le  das  muerte. 


(i)     Falta  un   verso,   por  lo  menos,   para  decir  que 
el  Conde  debiera  tener  la  vara  de  la  justicia  recta,  etc. 


TORXADA    TERCERA 


587 


Don  Carlos- 

¿Por  qué  intentáis  matarle? 

FlNEO. 

Porque  es  un  salteador,  que  en  este  monte 
ni  las  vidas  perdona  ni  la  hacienda. 

Don  Carlos- 
Pues  dadme  acá  una  espada,  por  si  acaso 
antes  que  llegue  yo  se  defendiere. 

Octavio. 
Toma  la  mía. 

(Dale    ¡a    espada.) 
Don  Carlos. 
¡  Vive  Dios,  que  temo 
que  sois  dos  traidores,  y  que  aqueste 
es  algún  caballero,  y  por  alzaros 
quizás  con  sus  estados,  le  dais  (i)  muerte. 

Octavio. 
¿  Estás  loco,  villano  ? 

Don  Carlos. 

Loco   estuviera, 
traidores,  si  a  los  dos  muerte  no  diera. 

Octavio. 

Huyo,  que  estoy  sin  armas. 

Don  Carlos. 

¿Qué  importara, 
aunque  os  diera  las  suyas  Marte  fiero  ? 

FlNEO. 

¿  Eres  demonio  ? 

Don  Carlos. 

Soy  la  misma  espada 
del  castigo  de  Dios. 

Fineo.  . 
¡  Ay,  que  me  ha  muerto  ! 

(^Despierta   el   Conde,   y   vuelve   Carlos   y   ellos   hu- 
yendo.) 

Conde. 
¡  Válgame  Dios  ! 

Don  Carlos. 

Así  traidores  paran, 
que  es  bien  que  sus  traiciones  satisfagan. 
Conde.  ¿Q"é  has  hecho,  villano  loco? 

D.  Carl.     Aunque   te   parezca   poco 


En  el   origina.1,  ''darán",   por  errata. 


lo  que  he  hecho  adonde  estoy, 
más   cuerdo   que  loco   soy. 
Conde.         Ya   a   cólera   me   provoco. 

¿Sabes  quién  soy? 
D.  Cart,.  No    lo    sé, 

y  aunque  por  respuesta  os  dé 
que  no  sé  quién  sois,  por  Dios, 
pero  si  estamos  los  dos, 
que  sois  el  uno  diré. 

Si   villano   me  llamáis, 
vos  el  honor  os  quitáis ; 
no  os  podéis  de  mí  quejar, 
que   yo   no   puedo   estorbar 
ese  nombre  que  me  dais. 

Solos    estamos   los   dos, 
que  sólo  nos  oye  Dios, 
y  así  quiero   que   escuchéis 
que   el  deshonor  que  me  deis 
será  peor  para  vos. 
Conde.  En  ese  estilo  grosero 

no  empleo  mi  noble  acero; 
porque  fuera  darte  honor 
hacer  igual  el  valor 
de  un  villano  a  un  caballero. 

¿  Qué  te  han  hecho  esos  criados 
que  de  su  error  descuidados 
por  ese  monte  subían? 
D.  Carl.     Mátelos,  porque  venían 
a  matarte  conjurados; 

que  te  matase  pidieron, 
porque  sin  duda  temieron 
que  alguno  los  viese  aquí, 
y  para  matarte  a  ti 
su  misma  espada  me  dieron. 

Yo  tomé,  señor,  la  espada' 
desnuda  y  desenvainada, 
no  por  matarte  con  ella, 
que  mi  valor  atropella 
cualquier  culpa  averiguada; 

tómela  por  defender 
tu  ya  dormido  poder, 
y  en  teniéndola  en  la  mano, 
de  un  traidor  y  de  un  villano 
la  furia  quise  vencer. 

Vencílos,  aunque  corriendo 
fueron   el  monte   subiendo, 
que   tiene   poco    valor 
el  enemigo,  señor, 
cuando  tropieza  huyendo. 

Despertaste,  y  cuando  yo 
pensaba  alcanzar  de  ti 


388 


MAS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO  DE  BUENOS 


el  premio  que  mereció 

el  aventurar  por  ti 

la  vida  que  Dios  me  dio, 

con  las  palabras  has  dado 
muestras  que  estás  disgustado, 
siendo  ya  severo  juez ; 
mas  no  es  la  primera  vez, 
señor,  que  te  vi  enojado. 

Conde.  Dame  esos  brazos  mil  veces, 

ipues  que  la  vida  me  ofreces: 
el  Conde  soy,  que  a  tus  obras, 
(pues  la  vida  y  ser  me  cobras, 
daré  el  premio  que  mereces. 

D.  Carl.         No  me  abraces,  que  tus  brazos 
son  para  mí  fieros  lazos, 
y  podré,  viéndote  en  ellos, 
sin  respetallos  ni  vellos 
hacerte  en  ellos  pedazos. 
¿Vos   sois   el   Conde? 

Conde.  Yo  soy. 

D.  Carl.     ¡  Mal  haya  yo,  si  no  estoy, 
aunque  veis  que  soy  leal, 
por  hacer  un  hecho  igual, 
aunque  en  vuestro  amparo  voy, 

al  que  hoy  hicieran,  si  acaso 
yo  no  me  ofreciera  al  paso ! 
¿Vos  sois  el  Conde?  ¡  Pai'diós !, 
que  si  sois  el  Conde  vos, 
que  merecéis... 

Conde.  Hablad  paso. 

D.  Carl.        Un  castigo  tan  cruel 

como  el  que  disteis  a  aquel 
desdichado   caballero 
que  con  amor  verdadero, 
tan  notable  como  fiel, 

a  vuestra  hermana  sirvió. 

Conde.         No  tuve  la  culpa  yo. 

D.  Carl.     ¿No?,  pues  ¿quién  tuvo  la  culpa, 
si  no  admitís  la  disculpa 
de  que  el  amor  los  cegó? 
Debierais,  Conde,  mirar 
que  no  era  bien  castigar 
con  tan  extraños  rigores, 
que  siendo  yerros  de  amores, 
son  dignos  de  perdonar. 

¿No  veis  que  no  fué  razón 
tenerlos  tanto  en  prisión? 

Conde.        El   enojo  me  cegó. 

D.  Carl.     ¡Pardiós!,  que  si  fuera  yo 
que  ablanda  el  corazón. 
Pero  al  fin,  vos  sois  cruel, 


Conde. 
D.  Carl. 


CONiDE. 

D.  Carl. 


Conde. 

Fué  un  enojo  aquél. 
Yo  me  voy  por  no  miraros, 
porque  me  acuerdo  al  hablaros 
de  aquel  enojo  cruel. 
Mucho   lo  sentís. 

Yo   siento 
con  más  que  piadoso  intento ; 
porque  no  es  cuerdo  ni  sabio 
el  que  no  siente  el  agravio 
de  otro  de  igual  sentimiento. 

Siéntolo    desta   manera, 
(porque  en  mí  está  la  primera 
causa  de  un  error  tan  grande, 
y  no  es  mucho  que  me  ablande, 
que  tengo  el  pecho  de  cera; 

y  en  sentimiento  más   fuerte, 
que  tengo  en  mi  triste  suerte, 
que  está  ya  rota  y  perdida, 
es  que  me  debáis  la  vida, 
cuando  yo  os  debo  la  muerte. 

Mirad  aquí  entre  los  dos 
lo  que  se  dice  de  vos, 
y  advertid  desengañado 
que  el  vulgo  os  ha  condenado, 
y  el  vulgo  es  la  voz  de  Dios. 

Vuestra  fingida  malicia 
fué  pasión  en  mi  justicia, 
y  aun  es  infamia  también; 
porque  no  es  hombre  de  bien 
quien  se  venga  por  justicia 

Yo  os  libré,  mas  si  supiera 
antes  que  yo  os  defendiera 
que  erais  el  dormido  vos, 
aquí  para  entre  los  dos, 
antes  yo  la  muerte  os  diera. 

Ya  vivís,  idos  contento, 
y  de  vuestro  fiero  intento 
haced  penitencia  grave, 
pues   que    Dios   perdonar    sabe 
cuando  hay  arrepentimiento. 

Que  yo,  si  la  pena  olvida, 
el  alma  a  mi  pecho  asida 
ipienso   publicar,   por   Dios, 
que  os  debo  la  muerte  a  vos, 
y  vos  me  debéis  la  vida. 

Aunque  no  mi  engaño  pruebo 
y  vuelvo  a  decir  de  nuevo : 
perdonad  si   se  me  olvida, 
que  os  debo  más  que  la  vida, 
que  vida  y  honor  os  debo. 


JORNADA   TERCERA 


389 


i 


I 


Diréis  que  no  puede  ser 
que  en  mi  humilde  proceder 
haya  tan  altos  despojos, 
pero  abrid,  Conde,  los  ojos, 
y  veréis  lo  que  hay  que  ver. 

{Hace  que  se  va.) 

CoxDE.  Aguarda. 

D.  Carl.  Xo  puedo,  a  fe. 

Conde.         Pues,  ¿no  me  dirás  por  qué 

no  recibes  mis  favores? 
D.  Carl.     A  uno  destos  pastores 
dése  monte  le  robé 

una  hermana  que  tenía 
y  él,  que  de  su  hacienda  fía, 
por   Dios,   que  quiere  intentar 
que  eii  el  rollo  del  lugar 
pague  el  pecado  algún  día. 

Y  por  el  monte  y  poblado, 
con  pecho  determinado 
me   busca   para   prender; 
esto  me  impide  el  no  'ser 
de  tus  mercedes  honrado. 

No  importa,  yo  estoy  aquí, 
que  te  libraré,  y  de  mí 
puedes,  amigo,  fiar. 
¿Qué? 

Que   te   sabré   librar, 
pues  desde  hoy  tengo  por  ti 

vida  y  honra,  por  lo  menos. 
Esos  consejos  ajenos 
son  de  quien  verdades  trata ; 
más  vale  salto  de  mata. 
Conde,  que  ruego  de  buenos. 

Cuando  estuvo  en  la  prisión 
don  Carlos,  aquel  ladrón 
de  vuestra  hermana,  bien  vistes 
que  nunca  os  enternecistes 
con  ruegos  el  corazón. . 

¿No    es   verdad.   Conde? 
Conde.  Sí  es. 

D.  Carl.     Pues  más  vale  de  los  pies 
aprovecharse  quien  puede, 
que  no  que  con  gusto  quede 
el  agraviado  después. 

Este  hermano  de  mi  esposa 
tiene  hacienda  poderosa, 
y  es  señor  de  nuestra  aldea; 
mirad  si  es  razón  que  vea 
por  vos  mi  vida  dudosa. 

Aquesos  consejos  llenos 


Conde. 


D.  Carl. 
Conde. 


D.  Carl. 


de  ponzoña  y  de  venenos 
dad  a  quien  mentira  os  trata, 
que  es  mejor  salto  de  mata, 
Conde,  que  ruego  de  buenos. 
(Va^e.) 
Conde.         Espera,  aguarda. 

{Sale    Feliciano.) 

Feliciano.  ¿Qué  es  esto, 

señor  ? 

Conde.  A  morir  dispuesto 

me  llevan  las  desventuras. 
¿Hay  más  extrañas  locuras? 

Feliciano.  En  confusión  estoy  puesto, 

que  al  pasar  por  estos  ramos, 
adonde  antes   te  dejamos, 
vi  muerto  a  Octavio  y  Fineo. 

Conde.         Este  villano  deseo 

conocer;   al  monte   vamos 
subiendo. 

Feliciano.  Pues   ¿no   declaras 

lo  que  ha  pasado?  (i) 

Conde.         Feliciano,  ¿en  qué  reparas? 
quiso  matarme  un  traidor, 
y  un  villano  me  llhiró, 
que  aquí  de  mí  se  apartó, 
matando  a  Octavio  (2)  y  Finco. 

Feliciano.      Pues,  señor,  vamos  los  dos 
buscándole. 

Conde.  Guiad  vos. 

Confuso  voy  y  turbado ; 
si  el  vulgo  me  ha  condenado, 
el  vulgo  es  la  voz  de  Dios. 

{Vanse    y    salen    Fabio    y    Mendoza.) 

Mendoz.'^.        Por  aquí  me  dijo  Estela 

que  iba   Carlos. 
Fabio.  No  quisiera, 

que  acaso  le  conociera, 

y  acabada  la  cautela 

trazada  hasta  ahora,  el  Conde 

le  llegase  a  conocer, 

que  si  esto  llegase  a  ser... 
Mendoza.    Ya  la  fama  te  responde: 
le   cortara  la  cabeza 

sin  remedio. 
Fabio.  ¡  Caso   extraño  !, 

quisiera  impedir  su  daño. 


(i)     Verso   incompleto,   y   faltan   además   otro  para 
completar  esta  quintilla  y  dos  en  la  siguiente. 
(2)     En   el   original,   "Fabio",   por  errata. 


390 


MÁS  VALE  SALTO   DE  MATA  QUE  RUEGO   DE  BUENOS 


Mendoza. 
Conde. 

Fabio. 


Por  esa  verde  maleza  . 

suele  andar  tras  el  ganado, 
que  entre   estos  verdes   chopos 
se  miran  los  blancos  copos 
que  a  los  espinos  han  dado 

las  ovejas  inocentes, 
pródigas   de   su  vestido. 
Allí  pasa  un  ciervo  herido. 
A  beber  corre  a  la  fuente. 
¡  To,  to,  to  ! 

Cazando  viene 
gente  por  aqueste  llano. 
Sin  'duda  es  el  Conde. 


(Salen    el    Conde   y   Feliciano.) 

Conde.  En  vano 

diligencia  se  previene. 
Feliciano.  No  te  vayas  alejando 

del  monte,  señor. 
Conde.  No  haré; 

aquí  entretanto  veré 

estas   aguas,   mormurando 
de  mi  desdicha  quizá. 

¿Hay  tal  villano?  ¿Hay  tal  loco? 
Mendoza.    Este  es  el  Conde ;  ¡  qué  poco 

esfuerzo  y  valor  me  da 
el  'Corazón ! 
Fabio.  Yo  me  A^oy, 

porque  el  Conde  no  me  vea. 

(Vase.) 

Mendoza.    Mi  miedo  también  desea 
lo  mismo. 

Conde.  ¡  Hola ! 

Mendoza.  ¡  Muerto  soy ! 

Sin  duda  ha  de  conocerme, 
o  me  tengo  de  turbar, 
porque  aquí  me  ha  de  matar 
al  punto  que  llegue  a  verme. 

Sordo  me  quiero   fingir, 
con  esto  disfrazaré 
el   turbarme,   y   cantaré, 
pues  aquí  me  puede  oír 
en  mi  trabajo  ocupado. 

Conde.         ¡Hola,  pastor!  ¿No  respondes? 

Mendoza.    "¿Adonde  estarán  los  condes, 

que  a  las  cortes  no  han  llegado?" 

Conde.  ¡  Oh  villano,  qué  bien  pinta 

el  respeto  que  me  pierde ! 

Mendoza.    "Río  verde,  río  verde, 

más  negro  vas  que  la  tinta." 


Conde.  ¿  Villano  ?  A  cantar  iporfía, 

y  por  el  monte  se  aleja. 
Mendoza.    "Entre  ti,  Sierra  Bermeja, 

murió  gran  caballería." 
Conde.  ¡  Vive  Dios,  tosco  villano, 

si  no  tienes !... 
jVIendoza.  Pues  ¿qué?, 

¿qué  nos  manda  su  merced? 
Conde.         ¿Hay  en  este  monte  o  llano 
una  casa  donde  pueda 

esta  noche  descansar, 

hasta  que  nos  llegue  a  dar 

nuevas  de  la  luz- que  hereda? 
Mendoza.        "Hortelano    era   Belardo 

en  las  huertas  de  Valencia." 
Conde.        Ya  me  falta  la  paciencia 

y  me  espanto  cómo  aguardo. 
¿Eres  sordo? 
Mendoza-  Ahora  ha   estado 

aquí. 
Conde.  ¿Quién?  di;  ¿no  respondes? 

Mendoza.    ¿Adonde  estarán  los  Conde.s, 

que  a  las  fiestas  no  han  llegado?" 
Conde.-  No  te  digo  eso,  pastor, 

sino  que  si  hay  casa  alguna. 
Mendoza.  Ya  el  reloj  dará  la  una 

sin  venir  el  mi  señor. 
Conde.  ¡  Vive  Dios,  que  tal  me  tiene, 

que  estoy  ix)r  matarle  aquí ! 

Di,  ¿liay  alguna  casa  aquí? 
Mendoza.  Siempre  por  la  tardes  viene, 
porque  ahora  está  ocupado 
en   su   labor. 
Conde.  Vete  luego, 

que  de  cólera  estoy  ciego. 
Mendoza.    Lindamente   la  ha   mamado. 

(Vase.) 

Conde.  ¿  Hay  tal  villano  ?  ¿  Hay  tal  cosa  ? 

¡  Vive  el  cielo  que  me  ha  dado 
■pesadumbre ! 

Estela.  Con  cuidado, 

como  soy  algo  medrosa, 
vengo,   que   anochece  ya. 

Conde.        Aquí  viene  otro  pastor; 
la  soledad,  en  rigor, 
temor  al  más  fuerte  da. 

Labrador,  que  Dios  te  guarde, 
que  por  estas  peñas  altas 
tu   fértil  ganado  llevas, 
adonde  la  yerba  pazca; 


JORNADA    TERCERA 


391 


Estela- 
Conde. 


Estela. 

Conde. 
Estela. 


Conde. 
Estela. 


que  naciendo  en  estos  montes, 

entre  moradas  pizarras, 

porque  más  bien  le  parezca, 

de  blanca  nieve  se  cuaja. 

Tú,   que  del  cansado  oficio 

de  la  corte  aquí  te  apartas, 

adonde  te  alegra  el  sol, 

y  te  regocija  el  alba, 

¿sabrásme  decir  acaso 

si  hay  en  toda  esta  campaña 

una   casa   o   una   quinta, 

donde  pueda  hasta  mañana 

descansar  aquesta  noche? 

¡  Triste  de  mí  y  desdichada, 

el  Conde  mi  hermano  es  éste ! 

¿No  me  respondes?  ¿no  hablas? 

¡  Vive  Dios  que  aquestos  montes 

igualan  los  de  Tesalia, 

pues  sus  hierbas  venenosas 

quitan  a  tantos  el  habla ! 

Si  no  hay  quinta,  labrador, 

choza,  albergue,  ni  posada, 

¿has  visto  unos  cazadores 

que   en   el   monte   a   caza   andaban 

cuando  el  sol  se  descubría 

por   los    jardines    del    alba? 

Responde,  que  ¡  vive  Dios  ! 

que  tengo  confusa  el  alma ; 

que  yo  no  soy  Amadís 

que  busco  aventuras  tantas. 

No  soy  labrador,  señor, 

mujer  soy. 

Y  sois  bizarra. 
Que  de  aquese  monte  vengo, 
donde  mi  esposo  trabaja, 
de  llevarle  la  merienda. 
¿Tú  estás  casada,  villana? 
Sí,  señor,  mi  esposo  es 
Pascual,  yo  me  llamo   Olalla, 
que  en  estos  montes  vivimos 
mientras  los  cielos  ablandan 
un  pecho  de  iduro  acero 
y  de  diamantes  un  alma. 
El  se  queda  en  la  labor 
de  la  tierra,  y  con  su  capa 
vengo  por  el  mucho   frío, 
que  ya  la  noche  amenaza. 
Esos  vuestros  cazadores 
que  decís  que  andan  a  caza 
no   los  he  visto,   señor, 
por  ser  la  maleza  tanta. 


Si  es  que  posada  buscáis, 
aquí  dentro  está  una  casa 
de  un  hidalgo  de  Girona 
que  es  gente  muy  cortesana. 
Venid  conmigo,  que  a  fe 
que  no  os  faltará  posada 
y  una  voluntad  sencilla, 
que  vale  más  que  oro  y  plata. 

Conde.         Labradora  de  mis  ojos, 
en  el  corazón  me  labras 
mil  congojas,  que  me  afligen 
y  mil  dudas  que  me  matan. 
Ciego  me  tienen  tus  ojos, 
muerto  me  tiene  tu  cara, 
dichoso  Pascual,  que  ha  sido 
digno  de  poder  gozarla. 
Pareces,  serrana  bella, 
quiero  decirlo,  a  una  hermana 
del  Conde  de  Barcelona; 
no  he  visto  cosa  más  rara, 
tanto,  que  quedo  confuso. 

Estela.       Eso,  mi  señor,  lo  causa 

la  flaqueza,  ¿quién  lo  duda? 
¿Hay  bobería  más  clara? 
¿Yo  tengo  cara  de  Conda? 

Conde.        Parécesle  tanto,  Olalla, 

que  te  ruego  que  de  aquí 
luego  al  momento  te  vayas. 
No   quiero,  Olalla,   comer, 
que  esa  historia  me  da  pena, 
y  su  suceso  me  mata. 

Estela.       Acá  nuestros  labradores, 

señor,  cuando  siegan,  cantan, 
por  divertir  el  cansancio, 
esa '  historia  desdichada ; 
pero  decidm.e,  ¿quién  sois, 
que  sentís  esa  desgracia 
con  tanta  pena?  ¿Sois  vos 
el   que  la   robó? 

Conde.  Serrana, 

yo  soy  el  Conde,  a  quien  llaman, 
por  mí  hermana,   el  desdichado, 
dichoso  por  mis  hazañas. 
Robómela  un  caballero, 
que  entonces  pasaba  a  Italia; 
pluguiera  al  cielo  que  antes 
que  a  Barcelona  llegara, 
una  francesa  pistola 
abriera  en  él  bocas  tantas 
que  se  igualaran  a  aquellas 
que  se  abren  por  mi  infamia. 


392 


MÁS  VALE   SALTO   DE  MATA  QUE  RUEGO   DE  BUENOS 


Estela. 
Conde. 

Estela. 


Conde. 

Estela. 

Conde. 


Estela. 
Conde. 


Estela. 
Conde. 

Estela. 


Conde. 


No  supe  dellos  después, 
ni  en  Castilla  ni  en  Navarra, 
ni  en  Aragón,  que  sin  duda 
se  fueron  los  dos  a  Italia, 
o  el  mar,  de  sangre  sediento, 
por  vengar  tan  vil  hazaña, 
les  dio  sepultura  eterna 
dentro  de  sus  mismas  aguas. 
¿Que  vos  sois  el  Conde? 

Sí; 
yo  soy  el  Conde,  serrana. 
¡  Malos  años  os  de  Dios, 
mal  San  Juan  y  malas  Pascuas  1 
¿Pues  no  era  mejor  casarlos 
a  los  dos? 

No;  que  era  infamia 
de  mi  casa  ilustre  y  noble. 
¿Infamia? 

Deja,  serrana, 
esas  cosas,  por  tu  vida, 
y  vamos  a  tu  cabana, 
donde  aguarde  aquesta  noche 
que  venga  a  dar  luz  el  alba 
en   esos  brazos  dichosos, 
pues  tu  esposo  dellos  falta. 
¿En  mis  brazos?  Es  muy  grande. 
El  amor  todo  lo  iguala. 
Dame   ese  pardo   capote, 
que   esa  belleza   disfraza, 
para  que  mejor  me  encubra, 
al  .entrar  en  tu  cabana. 
Y  ¿qué  habéis  de  hacer  en  ella? 
Mientras  la  noche  se  pasa, 
estaré,   mi   bien,   contigo. 
¿Conmigo?  ¡Guarda  la  cara! 
Pero  porque  soy,  al  fin, 
parecida   a   vuestra  hermana, 
toma  el  capote  y  venid 
encubierto  a  mi  cabana, 
donde  pasaréis  la  noche, 
no  entre  sábanas  de  Holanda, 
ni  entre  colchones  de  pluma, 
como  en  la  ciudad  se  pasa, 
sino,  en  fin,  como  en  el  campo. 
A   quii;n   tus   ojos   aguarda, 
a  quien  espera  gozar 
esa  hermosura  gallarda, 
cualquiera  cosa  le  sobra. 
Vamos,  divina  aldeana, 
donde  me  haga  labrador 
de  tu  sencilla  labranza, 


pues  con  los  ojos  me  animas, 
y  con  la  vista  me  matas. 
Vamos,  Olalla,  a  esa  choza, 
adonde  esta  noche  aguarda 
hacer  sus  cortes  lamor. 

Estela,       Si  esas  palabras  tan  blandas 
le  dijo   aquel   caballero, 
gran  señor,  a  vuestra  hermana, 
¿por  qué  la  culpáis? 

Conde.  No  vuelvas 

a  afligir  de  nuevo  el  alma. 
Vamos,  mi  bien. 

Estela.  No  quisiera 

creer  en  vuestras  palabras, 
que  sois  Conde,  en  fin,  y  yo 
una  grosera  villana, 
y  acabada  la  amistad 
me  arrojaréis  de  la  cama. 

Conde.         Más  que  a  mis  ojos  te  quiero. 

Estela.       Ahora  bien,  tomad  la  capa, 
pero  avisóos  que  en  saliendo 
el  sol  en  brazos  del  alba 
os  habéis  de  ir  al  momento; 
porque  si  mi  esposo  os  halla, 
pardiobre,  que  os  de  la  muerte, 
que  es  de  condición  vellaca. 

Conde.        Aquí  se  lo  rogaremos,  (i) 

Estela.       Más  vale  salto  de  mata, 

conde,  que  ruego  de  buenos : 
miradlo  por  vuestra  hermana. 

Conde.        Digo  que  me  iré  al  momento. 

Estela.       Pues  vamos  a  la  cabana. 

Conde.         Dame  una  mano  siquiera. 

Estela.  Eso  de  muy  buena  gana, 
que  sin  duda  iré  segura, 
si  parezco  a  vuestra  hermana. 

Conde.         ¿Y  un  abrazo? 

Estela.  Sí,    también. 

Pero  vos  no  me  dais  nada. 

Conde.         Si  te  gozo,  Olalla  mía, 
daréte  la  vida  y  alma. 

Estela.       ¿Si  m.e  gozáis,  señor  Conde? 

Conde.         Sí,  mi  bien. 

Estela.  j  Guarda  la  cara ! 

{Vaitse   y    salen    don    Carlos    y    Mendoza.) 

Mendoza.       Digo,  que  le  he  visto. 
D.  Cael.  y   yo 

también,  Mendoza,  le  he  visto. 


(i)     Este  verso  está  equivocado,  pues  no  forma  sen- 
tido  con   lo   que   antecede  y  sigue. 


JORNADA    TERCERA 


393 


y  por  Dios,  que  no  resisto 

la  sospecha  que  me  dio. 
Mendoza.       ¿  Cómo  ? 
D.  Carl.  Que  puede  encontrar 

con  Estela  en  el  camino ; 

y  si  es  así,  yo  imagino 

que  se  tiene  de  acabar 
nuestro  engaño,  que  sin  duda 

la  tiene  de   conocer, 

si  el  Conde  la  llega  a  ver. 
jMendoza.  ¿-Tú  no  ves,  que  el  traje  muda 

cualquier  rostro  y  cualquier  talle  ? 
D.  Carl,     Sí,  mas  si  te  ha  visto  a  ti, 

Mendoza,  y  me  ha  visto  a  mí, 

¿quién  ignora,  que  ha  de  dalle 
sospecha,  si  a  Estela  ve 

en  esta  verde  espesura? 
Mendoza.  Carlos,  buscarla  procura. 
D.  Carl.     Aquí,  Mendoza,  estaré, 

hasta  que  del  campo  venga. 
Mendoza.  Aquí  viene,  y  un  pastor 

con  ella. 
D.  Carl.  Ya  mi  rigor 

(Salen   Estela  y   el   Conde,  con   el  capote  cubierto.) 

a  padecer  se  prevenga. 
Estela.  Esta  es  la  puerta,  entra  dentro. 

Conde.         ¿Y  no  entras  tú? 
Estela.  Sí,  también. 

Conde.         Entra,  pues,   que  no  nos  ven, 

ni  sale  nadie  al  encuentro. 

(P'anse.) 

Mendoza.       Zampóse,  señor,  por  Dios, 

en  tu  aposento. 
D.  Carl.  ¡  Oh   villana  ! 

¿tú  eres  de  un  conde  hermana? 
Mendoza.  Conchaváronse  los  dos. 
D.  Carl.         ¡  Cómo,  que  esto  he  de  sufrir 

y  he  de  verlo  i>or  los  ojos  ! 
Mendoza.  Templa,   señor,'  los  enojos. 

(Rempiíjale.) 

D.  Carl.     ¿Mejor,  infame,  es  morir. 

¿  Con  un  villano  ?  ¿  Tú  has  sido 
de  tan  ilustre  linaje? 
Mas  como  es  villano  el  traje 
se  te  ha  pegado  el  estilo,  (i) 

No  quiero  más  invenciones 
de  vestidos  ni  de  enredos. 


(i)     "Estilo"   no   es   consonante   de   "sido". 


Yo   soy  don  Carlos,   Albano; 

yo  soy  aquel  caballero 

que  robó  a  Estela.  Yo  soy 

aquel  que  morir   merezco. 

Esa  villana  es  Estela, 

hermana  del  Conde. 
Mendoza.  Creo 

que    estáis    loco. 
D.  Carl.  No  estoy  loco; 

pero  tengo  amor  y  celos. 

Quiero  derribar  las  puertas. 

i  Abre,  villana ! 
Mendoza.  ¿Qué  intento 

tienes,  señor? 
D.  Carl.  De  morir. 

Mendoza.    Es   bellaco   pensamiento. 

{Salen   Estela  y   el   Conde.) 

Estela.       ¿  De  qué  das  voces,  Pascual  ? 

¿Estás  loco? 
D.  Carl.  Estarlo  pienso. 

Ya  no  soy  Pascual,  Estela; 

Don  Carlos  soy. 
Conde.  Mis  deseos 

se  han  cumplido.  ¡  Hola,  pastores, 

cazadores  y  monteros, 

vuestro  Conde  soy ! 
Albano.  Menandro, 

saca  una  luz. 
Mendoza.  ]  Vive  el  cielo, 

que  hemos  hoy  dado  al  traste 

con  todos  nuestros  sucesos  1 

(Salen   Feliciano,  Albano.   Enrique,  Lisarda,  Qila 
y    Cosme.) 

Felicia.      Señor,  ¿qué  es  esto? 
Conde.  Prended 

ese  villano  encubierto ; 

que  es  don  Carlos,  mi  enemigo, 

y  a  esta  villana. 
Mendoza.,  Yo  pienso 

escurrirme  poco  a  poco. 
Conde.         Detened  ese  grosero, 

no  salga  de  aquí  ninguno. 
Mendoza.    ¡  Acabóse,  yo  soy  muerto  ! 
Conde.        ¡  Vive  el  cielo,  infame   Carlos, 

que  has  de  pagar  lo  que  has  hecho 

con  la  vida ! 
D.  Carl.  Sí,  señor; 

escúchame  un  rato  atento. 

Yo  soy  Carlos,  yo  robé 


3Q4 


MAS  VALE  SALTO  DE  MATA  QUE  RUEGO.  DE  BUENOS 


Conde. 
D.  Carl. 


Albano. 


LlSARDA. 


a  tu  hermana,  en  un  desierto 
die  vivido,  hasta  que  amor 
ha  descubierto  el  suceso. 
Digo  que  merezco  muerte 
por  un  delito  tan  feo, 
mas  también  merezco  vida, 
y  me  la  debes  tú  mismo. 
¿  Yo  a  ti  ? 

Sí,  señor,  que  soy 
aquel  villano  encubierto 
que  te  guardó  cuando  quiso 
matarte  el  traidor  Fineo, 
juntamente  con  Octavio. 
Ablanda,  señor,  el  pecho, 
pues  son  sucesos  de  amor, 
y  viene  el  amor  con  ellos. 
Perdónalos,  gran  señor, 
así  la  fama  y  ei  tiempo 
eternicen  tu  valor 
y  tus  poderosos  hechos. 
De  rodillas, te  suplico 
que  los  perdones. 

Yo  quiere 
que  tú  me  debas  la  vida, 
pues  yo  también  te  la  debo. 
Da,  Carlos,  la  mano  a  Estela. 
D.  Carl.     Vivas,  gran  señor,  eternos 
siglos,  y  el  cielo  te  haga 
universal  heredero 
de  la  corona  española, 
tu  frente  heroica  ciñendo 
las  coronas  de  laureles, 
que  los  romanos  les  dieron 
para  aumento  de  sus  obras 
y  por  gloria  de  sus  hechos. 


Conde. 


LiSARDA.     Tu  vida  los  cielos  guarden. 
Albano.      Prospere  tu  vida  el  cielo. 
Estela.       Tus  píes  beso,  y  juntamente 

pidü  perdón  de  mis  yerros ; 

si  erré  loca  y  con  amor. 
Conde.        A  Rosellón  os  ofrezco, 

porque  con  gusto  viváis. 
D.  Carl.  Esos  pies  heroicos  beso. 
Conde.        A  esa  señora,  si  acaso 

no  es  casada,  pues  hoy  llego 

a  ser  huésped  en  su  quinta, 

el  primo  de  Carlos  sea 

quien  la  dé  mano  de  es'poso. 
Estela.       Yo  para  su  dote  ofrezco 

una  villa  de  las  mías.- 
Albano.      Aumente  tu  estado  lel  cielo. 
Lisarda.     Yo  soy  la  que  en  ello  gano. 
Fabio.         Yo  soy  el  que  gano  en  ello. 
Mendoza.  ¿Ya  Mendoza  no  dan  nada  ? 
Estela.       A  mi  cargo  está  tu  premio. 
Mendoza.  Tú,  Gíla,  dame  la  mano. 
GiLA.  La  mano  y  el  alma. 

Cosme  Fuego 

en  el  alma  que  tal  pasa. 
Conde.        A  Barcelona  contentos 

nos  volvamos. 
D.  Carl.  Dando  fin 

y  advirtiendo  en  mis  sucesos, 

que  es  mejor  salto  de  mata, 

que  ruego  de  muchos  buenos. 

Fin. 

Con  licencia :  En  Sevilla,  por  Francisco  de  Leefdael, 
en  la  Casa  del  Correo  Viejo. 


i 


MÁS  VALÉIS  VOS;  ANTONA, 

QUE  LA  CORTE  TODA 


COMEDIA   FAMOSA 


DE 


LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


HABLAN    EN    ELLA    LAS    PERSONAS  SIGUIENTES; 


RODULFO. 

Ricardo. 

Isabela. 

Faericio. 

Rey    de 

Navarra. 

Bato. 

Infante 

DON   Juan. 

Cos tanza 

TORIBIO. 

Don    Ñuño. 

Mendo. 

Pelayo. 


I 


JO,RNADA  PRIMERA 

{Sale  acompañamiento,  el  Conde  Rodulfo  e  Isabela, 
dttquesa  de  Bretaña.) 

Rodulfo.         Con  gran  tristeza  nos  deja 
Vuestra  Alteza,  en  ocasión 
que   no   habrá   satisfación 
para  nuestra  justa  queja, 

aunque  las  quiera  formar 
de  las  perlas  de  s.us  ojos, 
con  ser  del  aurora  enojos, 
que  no  lágrimas  del  mar. 

En  el  que  se  embarca  ahora, 
nuestros  corazones  lleva. 
Isabela.      Cuando  sólo  amor  os  deba 
de  vasallos  por  señora, 

iré  con  satisfación 
de  vuestra  justa  lealtad, 
debida  a  mi  voluntad, 
como  a  vuestra  obligación. 

Siento  el  ipartirme  y  dejaros, 
mas  quedando   en  mi  lugar 
el  Conde,  puedo  pensar 
que  no  es  partirme  faltaros. 

Con  él  parto  satisfecha 
de  que  contentos  quedáis, 
si  de  mi  amor  os  quejáis 
con  tan  injusta  sospecha. 

Es  fuerza  el  partir  a  España 
a  visitar  su  Patrón, 


Rodulfo. 


por  voto  que  en  la  ocasión 
que  sabéis  hice  en  Bretaña. 

Pagarle  debo  la  vida, 
que  entonces  perder  pudiera, 
y  así  voy  a  la  ligera, 
para  no  ser  conocida 

y  volver  más  fácilmente. 
Toda  esta  parte  de  Francia 
baña,  y  con  poca  distancia, 
el  mar  pacíficamente, 

hasta  que  en  Galicia  besa 
las  riberas,  donde  yace 
el  Apóstol,  de  que  nace 
facilitarme  la  empresa 

de  llegar  y  de  volver. 
No  sienten  vuestros  vasallos, 
señora  mía,  el  dejallos, 
sí  es  forzoso  que  ha  de  ser 

el  voto  expreso  cumplido : 
sienten  que  antes  de  casaros, 
pues  que  no  puede  obligaros 
el   haberlo   prometido. 

Que  sí  por  cartas  tratado 
está  vuestro  casamiento, 
y  con  general  contento 
para  hacerse  concertado 

con  el  infante  don  Juan 
de  Navarra,  y  como  vos 
ha  de  ser,  quiéralo  Dios, 
el  Príncipe  que  nos  dan 


596 


MÁS  VALÉIS,   VOS,  ANTONA,  OU^   LA   CORTE  TODA 


RODULFO. 


Isabela, 


la  fortuna  y  ía  razón, 
irá  como  veis  se  espera, 
justo  y  acertado  fuera 
'  después  de  la  ejecución, 

cumplir  el  voto  con  él, 
y  que  él  os  acompañara. 

Isabela.      Conde,  'si  en  eso  repara 
mi  Estado,  siempre  fiel, 

sabed  que  en  siendo  casada 
una  mujer  ya  no  tiene 
poder  en  sí,  porque  viene 
por  la   palabra  firmada 

a  ser  todo  de  su  dueño; 
y  el  quo  yo  pienso  tener 
puede  acaso  no  querer 
que  yo  salga  de  este  empeño 

o  nunca  o  en  muchos  años, 
y  no  quiero  estar,  ni  es  justo, 
con  este .  cargo  y  disgusto. 
¿  Qué  más  claros  desengaños 

de  que  os  dejará  cumplir 
el  voto,  que  ser  don  Juan 
español ? 

No  me  podrán 
vuestros  ruegos  reducir 

a  no  embarcarme;  ya  estoy, 
Rodulfo,  determinada, 
más  a  cumplir  obligada 
el  voto  por  ser  quien  soy, 

cuando  mayor  calidad 
dio  el  cielo  a  mi  nacimiento. 
Ya  me  está  llamando  el  viento; 
Conde,  los  brazos  me  dad, 

y  todos  quedad  con  Dios. 
La  playa  de  gente  llena 
mide  el  número  a  su  arena. 
Yo  parto  y  me  quedo  en  vos. 

Como  salís  por  el  mar, 
noche  ha  de  ser  hasta  ver 
que  volvéis  a  amanecer 
por  donde  os  miro  eclipsar. 

Volved,  hermosa  señora,  ■ 
a  bañar  en  los  cristales 
los  cabellos  orientales 
que  esconde  el  ausencia  ahora 

de  vuestra  alegre  presencia, 
que  luz  y  vida  nos  da. 
Isabela.      Yo  espero  en  Dios  que  será 
breve,  vasallos,  mi  ausencia. 


Rodulfo. 

Isabela. 
Rodulfo. 


(Vansc,  y  sale  el  Infante  don  Juan  de  Navarra  y  el 
Rey,  y  RrcARDo,  secretario  del  Infante,  y  Fabri- 
cío.) 

Infante.         Mucho  me  admira,  señor, 

que  estando  para  embarcarme 
mandéis  agora  quedarme 
con  tanto  enojo  y  rigor. 

Si  traté  con  vuestro  gusto 
casarme  con  la  Duquesa 
de  Bretaña,  ¿de  qué  os  pesa? 
¿  De  qué  recibís  disgusto  ? 

¿Puede  Vuestra  Majestad 
emplear  mejor  su  hermano? 
Rey.  Infante,  todo  eso  es  llano, 

y  fué  con  mi  voluntad; 

pero  después  se  ofrecieron 
ocasiones  suficientes 
de   varios   inconvenientes, 
que  justa  materia  dieron 

de  .sospecha  a  mi  temor. 
Infante.     ¿Pues  de  qué  os  podéis  temer^ 
si  en  Francia  me  dais  mujer 
de  tan  heroico  valor? 

¿  Puedo  yo  hallar  en  Castilla, 
Aragón,  ni  Portugal, 
señor,  casamiento  igual? 
Que  mudéis  me  maravilla 

de  consejo  en  ocasión 
que  mil  príncipes  desean. 
Rey.  En  Isabela  se  emplean 

con  justa  satisfación; 

pero  he  sabido  que  tiene 
alguna  acción  a  Navarra, 
que  presume  de  bizarra, 
y  que  cobrarla  previene 

en  casándose  con  vos. 
Infante.     Pues  cuando  eso  verdad  fuese, 
y  que  ese  intento  tuviese, 
i  que  es  testimonio,  por  Dios !, 

¿cuánto  mejor  es  tener 
un  hermano  que  defienda, 
que  la  Duquesa  no  emprenda 
lo  que  llegáis  a  temer, 

casada  con  quien  no  sea 
vuestra  sangre? 
Rey.  No  os  canséis, 

que  no  quiero  que  os  caséis 
sin  que  primero  se  vea 

muy  de  espacio  en  mi  consejo 
si  me  estará  bien  o  mal. 
Infante.     Es  hacerme  desleal, 


JORNADA  PRIMERA 


397 


de  que  me  agravio  y  me  quejo. 

Ricardo  viene,  señor, 
de  Bretaña,  y  lo  tratado 
trajo  acabado  y  firmado. 

Ricardo.     Entre  muchos  el  valor 

del  Infante  fué  escogido, 
y  ya  su  esposa  le  espera. 
¿  Con  que  esta  primavera 
ha  de  quedar  concluido? 

Rey.  No  quedará,  si  yo  puedo, 

ni  saldrá  don  Juan  de  aquí. 

Infante.     A  tu  gusto  no  hay  en  mi 

resistencia ;  aqui  me  quedo, 
hasta  que  otra  cosa  ordenes. 

Fabricio.  Mucho  enojo  le  has  mostrado. 

Rey.  No  quiero  estar  con  cuidado. 

Fabricio.  Injustamente  le  tienes; 

.pues  quien  siempre  fué  obediente 
a  tu  gusto,  es  presunción 
debida  a  su  obligación 
que  lo  será  eternamente, 

los  ejemplos,  las  historias. 
Jos  monumentos  de  aquéllas, 
que  hoy  nos  dejan  como  estrellas, 
resplandecientes   memorias. 

Rey.  Respeta  el  temor,  Fabricio  : 

■tanto  mi  sospecha  fundo, 
que  en  el  principio  del  mundo 
hallo  de  mi  pena  indicio. 

No  hay,  en  habiendo  interés, 
hermano,  y  esto  es  don  Juan, 
pues  desde  el  tiempo   de   Adán, 
cuando  eran  los  hombres  tres, 

el  uno  murió  a  las  manos 
del  otro. 

Fabricio.  Esto  envidia  fué. 

y  aquí,  señor,  no  se  ve 
causa   entre  talco  hermanos. 

Rey.  Por  más  que  abogues  por  él, 

él  no  ha  de   salir  de  aquí. 

Fabricio.  Siempre  obediente  le  vi, 
y  siempre  humilde  y  fiel ; 

demás  de  que  tú  le  harás 
inobediente  con  esto, 
pues  a  casarse  dispuesto, 
si  licencia  no  le  das, 
se  la  podrá  tomar  él. 

Rey.  No  hará  si  yo  pongo  en  medio 

el  más  seguro  remedio. 

Fabricio.  Cualquiera  será  cruel. 

Rey.  No  será  más  de  prisión. 


hasta  asegurar  del  todo 
deste  casamiento  el  modo. 
Fabricio.  ¿  Prisión  ? 
Rey.  y  a  su  ejecución 

quiero  que  vayas  al  punto, 
porque  mientras  se  dilate 
no  haga  algún  disparate. 
Fabricio.  Ni  replico  ni  pregunto 
al  soberano  poder. 

(Vase.) 

Rey.  Lisonja  bien  disfrazada, 

más  honesta  que  fundada     • 
en  gusto  de  obedecer. 

Caso  extraño  ser  mi  hermano 
señor  de  las  voluntades, 
como  yo  de  las  ciudades, 
ése  es  señor  soberano, 

que  de  las  almas  lo  es. 

(Vuelve  Fabricio.) 

Fabricio.  Apenas,  señor,  salía, 
pensando  cómo  sería, 
aunque  licencia  me  des, 

del  Infante  la  prisión, 
cuando  me  dicen  que  es  ido 
a  la  posta  con  Leonido 
y  Ricardo,  que  estos  son 

los  privados  de  quien  hace 
confianza. 
Rey.  ¿  Cómo  ?  ¿  Adonde  ? 

Fabricio.  La  misma  ocasión  responde, 
que  de  tus  enojos  nace, 

y  que  se  parte  a  embarcar. 
Rey.  ¡  Vive  Dios,  que  no  hay  poder 

para  que  me  pueda  hacer 
resistencia  todo  el  mar ! 

Iré  a  seguirle  en  persona; 
luego  haré  que  hasta  la  playa 
con  gente  y  con  armas  vaya 
un  capitán  de  Pamplona. 

¿Don  Juan  contra  mi  obediencia? 
i  Buenas  humildades  son  ! 
Confirmóse  la  traición, 
pues  se  va  sin  mi  licencia. 

(Vanse.) 

(Salen  Costanza,  Bato  y  Toribio,  asturianos.) 
CosTANZA.       ri  Qué  me  importunáis  los  dos, 


Bato. 


pues  yo  no  quiero  a  ninguno? 
Pues  has  de  querer  a  uno. 


398 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


aunque  no  quieras  a  dos; 
y  no  sé  cómo  no  caes 
•en  tener  de  mí  mancilla. 
ToRiBio.      Después   que    fuiste   a  la  villa,  , 

esos   pensamientos   traes. 
Bato.  No  hay  en  todas  las  Asturias 

dos  hombres  como  los  dos. 
CosTANZA.  ¡Déjame,  Bato,  por  Dios! 
ToRiBio.     Bien  digo  yo  que  estas  furias 
trujo  de  la  villa  acá, 
por  haber  visto   polidos 
•mozos   con  otros  vestidos. 
CosTANZA.  Por  todos  ■  no  se  me  da 

la  menor  concha  que  arroja, 
con  estar  de  tantas  llena, 
sobre  este  campo  de   arena, 
el  mar  que  le  cubre  y  moja. 

No  la  gala  me  desvela 
de  mancebos  cortesanos, 
que  pisa  más  que  sus  granos 
la  estampa  de  mi  chinela 

por  estas  verdes  orillas, 
su  belleza  y  confianza. 
ToRiBio.     Y  aun  almas  también,  Costanza; 

las  almas  de  sus  virillas. 
Bato.  La  villa  de  Santillana 

tendrá    algunos    palaciegos 
destos  que  idolatran  ciegos, 
Toribio,  en  su  sombra  vana ; 

mas    como    yo    gentilhombre 
bien  ves  que  no  puede  ser, 
porque  no  ha  de  parecer 
el  hombre  más  que  ser  hombre. 

Mira,  Costanza,  esta  pata, 
y  esta  pierna.  ¿Hay  en  la  villa 
dama  de  estrecha  jervilla, 
sobre    chapines   de   plata, 

como  la  forma  que  ves? 
Pues  toda  la  obligación 
es  guardar  la  pro\>orción 
de  la  persona  los  pies. 

Y  si  el  que  tiene  más  puntos 
de  honra,  aquél  es  mejor, 
que  alcanza  mayor  valor 
que  el  que  tiene  tantos  juntos; 

si  un  peto  largo  es  perfeto, 
¿cómo  no  te  maravillas, 
pues  vengo  a  estar  de  rodillas 
dentro  de  mi  proprio  peto? 

Esta  sí  que  es  ceñidura 
de  galán,  este   es   tallazo, 


y  con  pata,  peto  y  brazo 
la  fermosa  catadura. 

Laura  ayer,  llevando  un  buey, 
me  dijo  (aunque  esto  os  asombre) 
que  era  yo  más  gentilhombre 
que  los  rocines  del  Rey. 

Y  Pascuala  de  allí  a  un  rato, 
mirándome  tan  galán : 
"Ponte  un  mendrugo  de  pan, 
porque  no  te  aojen,  Bato." 

Y  bailando  en  el  molino 
Inés  me  dijo:  "¡Quién  fuera 
tan  dichosa  que  tuviera 

de  tu  tamaño  un  cochino!" 

Y  le  respondí,  a  la  fe, 
que  cochino  como  yo. 
Ella  entonces  me  miró, 
y  aunque  me  miró  se  fué. 

Pues  siendo  así,  no  es  razón, 
Qjstanza,   que  no  me  quieras. 
Costanza.  Mira,  Bato,  aunque  tuvieras 
los  cabellos  de  Salón 

que  ayer  dijo  el  mueso  Cura, 
yo  no  te  pienso  querer. 
Toribio.      Y  yo  nunca  he  de  tener 
con*  tus  desdenes  ventura. 

De  peñascos  das  indicios, 
y  de  robles  deste  valle; 
donde  no  enamora  el  talle, 
tampoco  obligan  servicios. 

¿Qué  espejo  de  nieve   pura 
fué  más  limpio  que  mi  fe  ? 
¿  Qué  pez  desta  mar  no  fué 
despojo  de  tu  hermosura? 
Bato.  Toribio,  si  va  por  peces, 

¿quién  la  sirvió  como  yo, 
que  red  a  sus  pies  no  vio, 
más  que  los  nudos  a  veces? 

Aquí  los  vio  relumbrar 
cuando,  vivos,  parecían 
que  de  la  red  se  querían 
volver  otra  vez  al  mar. 

Bien  sabes  tú  que  gozabas, 
después  de  sabrosas  pescas, 
para  las  corbinas  frescas 
en  verde  vaina  las  habas. 

Pues  en  la  tierra  y  el  viento, 
¿qué  conejo  o  perdigón 
no  tuvo  a  satisfación 
tu  mano  o  tu  pensamiento? 

Y  en  los  olmos  deste  cabo. 


JORNADA  PRIMERA 


399 


¿que  miisico  ruiseñor 
no  dejó  de  ser  señor 
por  venir  a  ser  tu  esclavo? 

Pero  dilo  tú,  enemiga, 
que  no  me  quiero  alabar. 

CosTAXZA.  No  sé  qué  bulto  del  mar 
para  salirse  fatiga, 

que  me  ha  llevado  los  ojos. 

ToRiBio.      Delfín  parece,  o  batel 
de  nave. 

CosTANZA.  Quien  viene  en  él 

muestra  que  ha  sido  despojos 
de  algún  navio  perdido. 


(_Saie    la    Duquesa    de 
Isabela. 


I 


;taxa,    de   peregrina.) 

Gracias  os  doy,  santos,  cielos, 
que  de  tan  grandes  peligros 
libre  en  la  tierra  me  veo. 
Bien  parece,  Apóstol  Santo, 
que  ha  sido  milagro  vuestro ; 
vuestro  bordón  fué  la  tabla 
y  vuestra  esclavina  el  puerto. 
Que  no  era  justo  que  el  voto, 
digo,  de  venir  a  veros, 
fuera  de  mi  mu-erte  causa. 
Yo  pondré,  si  a  veros  llego, 
la  tabla  deste  milagro  '' 

escrito   en  bronces   eternos, 
en  la  más  firme  coluna 
de  vuestro   divino  templo, 
i  Válgame  Dios  !  ¿  Dónde  estoy, 
que  con  formidables  ecos 
brama  el  mar,  nevando  espumas, 
que  'arrastran  el  rostro   al  viento? 
Pero  seas  lo  que  fueres, 
tierra,  mi  propio  elemento, 
dondequiera  serás  madre : 
tu  firme   pecho   agradezco. 
Gente  veo  (¡  ay,  Dios  !)  ;  ¡  qué  traje  ! ; 
si  es  España,  no  lo  creo, 
que   alaban   su   policía. 
ostaxza.  ¿y  para  qué  estáis  suspensos? 
Un  peregrino  parece, 
antes  mujer,  que  el  cabello, 
más  que  pasamanos  de  oro, 
la  esclavina  guarneciendo, 
imita  del  mar  las   ondas. — 
¿Quién  sois,  ilustre  mancebo, 
o  mujer,  si  sois  mujer, 
que  del  mar  y  de  los  vientos 
arrojado  triste  y  solo. 


Isabela. 


CoSTAXZA. 

Isabela. 

TÓRIBIO. 

Isabela. 


TORIEIO. 


habéis  dado  en  este  puerto? 
;  Por  la  lengua  que  aprendí 
con  otras  en  los  más  tiernos 
años  de  mi  edad,  conozco, 
que  la  sé  hablar  y  la  entiendo. 
¿  Que  estoy  en  España  ? 

Estáis 
en  España. 

¡  Ay,  santos  cielos, 
ái  fuese  en  Navarra ! 

No   es. 
Engañóme  mi  deseo, 
mas  basta  que  esté  en  España. 
¿Es   Galicia  acaso? 

Zúlenos, 
si  bien  de  aquella  provincia, 
con  poco  mar,  no  está  lejos. 
Por   allí   caen   Ferrol, 
Pontevedra  y  Ribadeo, 
la  Coruña  y  Compostela, 
donde  yace  el  santo  cuerpo 
del  gran  Capitán  de  España. 
Al  poniente  de  este  reino 
cae  el  Promontorio  Artrabo, 
a  quien  llaman  los  gallegos 
hoy  Turibán,  los  demás 
fin  de  la  tierra,  su  extremo 
combate  el  mar  Océano. 
Bien  se  ve  que  vuestro  intento 
era  surgir  en  Galicia, 
conforme  el  hábito  vuestro : 
vos  estáis  en  las  Asturias, 
principado,  que  no  reino, 
título  que  dan  los  reyes 
a  sus  hijos  herederos; 
hasta  Santander  se  extiende 
desde  el  río  Ribadeo; 
en  ellas  los  pocos  godos 
que  de  los  moros  huyeron 
salvó  su  aspereza  y  tuvo 
por  ellas  España  aumento. 
Allí  con  verde  laurel 
ciñe  su  cabeza  Oviedo, 
nuevo  Noé  en  el  diluvio, 
del  africano  soberbio, 
que  guardó  en  arcas  de  montes 
reliquias  sus   santos  cuerpos. 
Pero  para  no  cansaros, 
sabed  que  estáis  en  el  puerto 
que  llaman  cabo  de  Tiro. 
;  Pero  cómo  en  él  os  vemos, 


400 


MÁS   VALÉIS,   VOS,   ANTONA,   QUE    LA   CORTE   TODA 


y  sola  en  este  batel, 
que  a  discreción  de  los  vientos 
dejáis  en  el  mar? 
Isabela.  Por  ser 

del  cielo  ocultos  secretos, 
francesa  soy,  del  Ducado 
de  Bretaña,  que  saliendo 
de  Brest,  su  puerto,  a  cumplir 
un  voto  en  peligros  hecho 
de  la  vida  al  santo  Apóstol, 
con  algunos  extranjeros 
en  un  navio,  y  estando 
sosegado   el  mar  soberbio, 
que  alzaba  entela  de  plata 
flores  de  espuma  sereno, 
haciendo  en  aguas  labores, 
para  engañar  pasajeros; 
que  se  olvide  de  los  golfos 
lo  fácil  de  los  extremos. 
Por  la  costa  occidental, 
que  desde  Francia  siguiendo 
vine  de  España  el  viaje, 
salió  como  del  infierno 
un  viento  desesperado 
(si  hay  viento  de  tanto  fuego), 
rompiendo  todas  las  jarcias, 
vistiendo  el  agua  de  lienzo, 
que  se  vengó  de  las  armas, 
por  quien  le  rompen  el  pecho. 
Como  en  casa  que  se  quema 
andaba  el  confuso  estruendo, 
echando  por   las   ventanas 
pilotos  y  marineros, 
hasta  el  oro  que  corrido 
isentia  el  verse  sin  precio, 
•       que  no  lo  tiene  en  la  vida, 
en  siendo  el  peligro  cierto. 
Yo,  triste,  bañaba  el  rostro 
de  tan  tierno  llanto,  haciendo 
promesas  y  exclamaciones, 
que  se  movieron  los  pechos 
de  aquellos  bárbaros  hombres 
y  en  el  batel  me  pusieron 
de  un  navio,  que  de  un  cable 
atado  le  iba  siguiendo. 
Diéronme  vni   piloto  mozo 
que  gobernase  los  remos; 
si  cuando   el  mar  está  loco 
admite   o   sufre  gobierno, 
el  mar,  como  los  caballos, 
que  sienten  del  que  va  en  ellos 


la  poca  ciencia  en  la  mano 

y  en  la  silla  el  mucho  miedo, 

daba  saltos  presurosos, 

queriendo  arrojar  el  peso, 

como  si  pudiera  ser 

que  no  cayéramos  dentro. 

Yo  volví  entonces  los  ojos 

al  navio,  con  des-eo 

de  volver,  muriendo  en  él, 

que  tales  son  los  efectos 

de  estar  solo  en  las  desdichas 

quien  las  está  padeciendo. 

El  navio  se  va  a  pique, 

y  dando  como  a  barreno, 

lugar  la  tabla  del  mar 

halló  en  el  arena  asiento. 

— ¡  Ay  de  mí! —  dije,  mirando 

mis  amigos  y  mis  deudos 

nobles  en  un  ataúd, 

con  las  mortajas  de  anjeo. 

— ¡  Ir  a  sepultarse  vivos, 

y  vivos  morir  tan  presto, 

que  de  la  muerte  a  la  vida 

hay  sola  una  tabla  en  medio ! 

Así  fuimos  navegando, 

jugando  la  mar  y  el  viento 

con  el  barco  a  la  pelota 

por  alto  o  por  bajo,  haciendo 

mil  golpes  en  nuestras  vidas, 

mil  faltas  en  nuestro  aliento. 

Salió  la  candida  aurora 

como  suele  quien  ha  hecho 

algún  pesar,  que  fingido 

le  disimula  riendo, 

y  por  celajes  azules 

el  sol  tan  claro  y  sereno, 

como  si  no  hubiera  visto 

tan  lastimoso  suceso. 

Nuestro  barco  navegaba 

cual  suele  cisne,  rompiendo 

con  línea  argentada  el  agua, 

que  le  baña  en  plata  el  cuello, 

cuando  el  infame  piloto, 

con  lascivo  pensamiento, 

olvidado  del  peligro 

(condición   de   ingratos   pechos), 

quiso  ser  de  Europa  el  toro. 

Yo,  viendo  el  peligro  cierto, 

y  que  para  huir  'no  había 

más  campo  que  el  barco  estrecho, 

dije  que  era  justa  cosa 


JORNADA   PRIMERA 


401 


pagar  su  animoso  jesfuerzo 

con  el  porte  de  mis  brazos. 

pero  no  poniendo  al  cielo 

en  ocasión  de  venganza, 

ofendiéndole  tan  presto, 

y  que  yo  no  era  mujer 

que  en  lugar  tan  descubierto 

debía  perder  mi  honra; 

y  así  en  la  tierra  prometo 

no  resistirme  a  su  guste, 

donde  árboles,  por  lo  menos, 

siempre  pabellón  de  amantes, 

nos  diesen  verde  aposento. 

Concedió  mi  petición, 

y  dando  priesa  a  los  remos, 

me  dio  espacio  de  pensar 

el  mayor  atrevimiento 

que  jamás  tuvo  mujer, 

echando  al  agua  un  bohemio, 

con  que  cubierta  venía, 

y  que  acudiese  diciendo 

a  sacármele  del  agua. 

Volvió  los  remos  ligero, 

y  echándose  sobre  el  borde, 

alargando  en  él  el  cuerpo, 

cogiéndole  de  los  pies 

fué  fácil  echarlo  dentro. 

Aquí  fué  el  mayor  'peligro, 

que  con  derribarle  el  peso, 

vía  zozobrar  el  barco 

si  no  le  ayuda  el  remedio. 

Con  marítimo  valor 

pensó  nadar  en  cayendo; 

mas  yo,  desviando  el  barco, 

solicitaba  los   remos. 

Las  palabras  que  decía 

con  justo  arrepentimiento, 

con  moverme  toda  el  alma, 

no  le  prestaron  remedio. 

¿No  habéis  visto  cuando  a  un  hom- 

sigue  con  pasos  sangrientos         [bre 

un  toro  desjarretado, 

que  aunque  corre  va  sin  miedo  ? 

Pues  de  esa  manera  yo 

vía  por  el  mar  corriendo 

hasta  perderle  de  vista, 

y  como  pintura  en  lejos 

parecía  entre  las  ondas 

solamente  un  bulto  negro. 

Cuando  yo  sola  me  vi, 

tomé  para  vil  sustento 


VII 


algo  del  duro  vizcocho, 
que  era  como  lastre  o  leño. 
Finalmente  llegué  a  tierra, 
sacándole  por  momentos 
el  agua,  dando  rail  gracias 
a  la  piedad  de  los  cielos 
y  al  Apóstol,  a  quien  ya 
la  vida  dos  veces  debo. 
Y  reiterando  los  votos, 
de  nuevo  se  los  ofrezco 
con  vida  ,por  su  milagro, 
con  honra  por  su  deseo, 
con  alma  por  su  deidad, 
con  descanso  por  su  celo, 
con  tierra  por  su  bordón, 
con  cristianos  por  su  templo, 
con  puerto  por  su  bonanza, 
con  sosiego  por  su  pecho, 
con  Vitoria  por  su  amparo, 
con  laurel  por  su  remedio, 
con  fuerzas  por  su  valor, 
con  ánimo  por  su  ejemplo, 
con  voz  para  darle  gracias 
de  tantos  bienes,  que  puedo 
decir  que  después  de.  Dios, 
vida,  honor,  alma  le  debo, 
de  mis  desdichas  la  mano, 
y  de  mi  esperanza  el  puerto. 
CosTAxzA.       A  sentimiento  movéis 

las  peñas  con  vuestras  penas, 
pues  en  menudas  arenas 
de  deshechas  las  volvéis. 

Será  desde  hoy  esta  playa 
más  que  lo  estuvo  arenosa. 
Bato.  La  relación  lastimosa 

os  enflaquece  y  desmaya 

más  de  lo  que  vos  estáis. 
Importa  que  os  reparéis, 
donde  quien  sois  nos  diréis, 
si  de  decirlo  gustáis. 

Es   esta  noble  asturiana, 
hija  de  muy  nobles  godos, 
que  aquí  son  hida)gos  todos : 
maguer  que  ía  veis  villana. 

En  su  casa  descansad, 
y  si  os  estuviere  bien, 
en  ella  podréis  también 
vivir  y  hallar  amistad, 

en  tanto  que  dais  aviso 
a  vuestra  casa  y  parientes. 
ToRiBio.      Las  asperezas  presentes 

,.     26 


402 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


encubren   el  paraíso 
de  este  valle  con  las  peñas, 

que  si  por  sus  sendas  subes, 

pensarás  que  por  las  nubes 

altas  pueden  darte  señas. 
Ven  y  descansa,  y  después 

darás  orden  a  tu  vida. 
Isabela.       Desdicha  es  verla  perdida; 

milagro  el  tenerla  es. 
Bato.  í  Bella  moza  ! 

ToRiBio.  A  amarla  inclina. 

CosTANZA.  Venid,  peregrina  bella. 
Isabela.     'Sois  mi  estrella. 
CosTANZA-  Soy  estrella 

de  vuestro  sol  peregrina. 

(Vanse.) 
(Salen  DON  Ñuño,  caballero  montañés,  y  Mendo.) 

Nuf;-o. 

Erréle  todo  por  hacer  la  mira, 

tan  pronto,  ^Mendo,  por  que  no  se  fuese. 
Mendo. 

Que  no  te  acometiese 

el  jabalí  me  admira. 

NuÑo. 

Suspendo  la  ballesta 

por  el  calor  de  tan  ardiente  fiesta, 

o  por  hablar  contigo, 

no  por  criado,  por  hidalgo  amigo. 
Mendo. 

A   descansar   convida, 

señor  don  Ñuño,  el  prado, 

que  el  aurora  argentó  con  pie  nevado, 

y  la  margen  florida 

de  este  limpio  arroyuelo, 

que  con  no  se  parar  parece  hielo. 

NuÑo. 
Bajando,  Mendo,  de  este  monte  al  prado, 
desde  el  solar  que  vivo  retirado 
de  los  gustos  de  Oviedo, 
de  que  tan  pobre  quedo  como  honrado, 
aunque  más  verdadero  hidalgo  quedo, 
si  no  tener  sobrado  aún  el  sustento, 
es  vínculo  de  un  noble  nacimiento. 
Y  pues  gracias  a  Dios  que  mi  hacienda 
no  es  tan  poca  que  empeñe  ni  que  venda, 
ni  sufra  del  que  pide  las  injurias 
del  que  le  da  prestado, 
porque  para  Vivir  en  las  Asturias 
con  gasto  moderado 
poca   familia  basta. 


y  poder  sustentar  de  buena  casta 
dos  caballos,  dos  perros,  dos  halcones. 
Bajando,  pues,  por  no  alargar  razones, 
ato  el  castaño  a  un  árbol  de  su  nombre 
y  a  la  ribera  me  llegué  de  un  río 
sin  ver  estampa  de  animal  ni  de  hombre, 
que  más  copioso  de  agua  en  el  estío, 
por  ser  hijo  del  sol  y  de  la  nieve, 
entra  cerca  a  ser  mar  y  el  mar  le  bebe. 
Aquí,  sobre  dos  peñas  fabricado, 
un  molino  se  mira, 

a  quien  da  residencia  su  arrogancia ; 
la  verde  mesa  de  un  ameno  prado, 
que  basta  el  nombre  para  ser  florido. 
Del  agua  se  retira 
con  pequeña  distancia ; 
en  cuyo  sitio  de  álamo  ceñido 
a  su  sombra  esperában- 
los que  el  trigo  en  harina  transformaban, 
cada  cual  divertido 
en  un  baile  que  al  son  del  instrumento 
daba  alegre  ocasión  de  risa  al  viento. 
Entre  las   aldeanas  del   sonoro 
baile,  que  en  dulce  coro 
los  sones  repetían 
que  las  heridas  cuerdas  proponían, 
cistaba  una  serrana, 
más  hermosa  que  sale  la  mañana 
los  últimos  extremos  del  verano. 
Salúdelos  a  todos  cortesano, 
y  ellos  a  mí,  parando  el  instrumento; 
dióme  la  hierba  asiento 
mientras  duró  la  fiesta; 
trataron  de  partirse  a  sus  lugares, 
mas  yo  no  me  partí  de  la  belleza 
de  aquella  labradora, 
que  aunque  en  el  breve  término  repares, 
que  suele  ser  de  amor  naturaleza, 
cuando    con    las    estrellas    enamora, 
robar  el  alma  en  breve, 
así,  tirano,  las  potencias  mueve. 

^Iexdo. 

Ese  común  efeto 

de  amor  no  es  admirable. 

NuÑo. 
Al  partirse  la  dije  con  respeto, 
que  no  hay  amor  que  a  los  principios  hable 
sin  respeto  y  sin  miedo, 
que  en  mi  caballo  iría, 
si  quisiese  acetar  la  cortesía. 


JORNADA  PRIMERA 


403 


I 


con  más  descanso  a  su  lugar.  No  puedo, 

¡oh!,  Mendo,  encarecerte 

lo  que  pasó  de  aquella  misma  suerte ; 

pues  ocupé  la  silla  apenas,  cuando 

dos  o  tres  labradores  ajaidando, 

lo  que  restaba  del  caballo  ocupa, 

y  el  prado  de  sus  plantas  desocupa, 

cuyos  pies,  envidiosos  de  su  cara, 

para  que  no   faltara 

cosa  con  que  pudiese  enamorarme, 

vinieron  a  llevarme 

como  flechas  de  amor  en  breve  aljaba 

lo  que  ya  de  los  ojos  me  quedaba 

y  pudiese  emplear  en  su  hermosura. 

Caminamos,  en  fin,  por  la  espesura 

desde  aquellas  aceñas 

de  robles  acopados  y  altas  peñas, 

dándome  cuenta  de  su  padre  y  casa, 

aunque  más  la  tenía 

con  el  brazo  que  a  veces  me  ceñía, 

por  no  caer  al  suelo. 

'SIexbo. 

¡  Oh,  cuánto  pasa 
en  la  breve  distancia  de  un  suceso ! 

Xüxo. 
Iba  el  caballo  por  el  monte  espeso 
como  quien  ya  el  lugar  adivinaba ; 
mas  3'o,  que  caminando  descansaba, 
las  riendas  recogía, 
y  cuando  se  paraba  no  le  hería, 
que  son  las  horas  átomos  de- instantes 
cuando  tienen  ausencia  los  amantes. 
Di  jome  el  nombre,  y  fué  dichoso  agüero. 

Mexdo. 
¿  Cómo  ? 

Xuxo.  I  . 

Costanza.  y  que  lo  sea  espero : 
contóme  de   su   padre   la   riqueza, 
su  gran  familia  y  de  su  casa  el  modo. 

;Mendo. 
Con  hacienda  y  nobleza, 
¿qué  tienes  que  buscar? 

Xuxo. 

Xo  sé  qué  diga, 
lo  del  rústico  traje  me  fatiga. 

Mexdo. 
Sí   miras  un  caballo  cuando  atado 
en  .el   pesebre   come   tibiamente. 


con  manta  de  sayal  desordenado, 
despreciarás  el  término  presente; 
mas  si  le  ves  después  ¡enjaezado 
y  que  las  galas  y  el  adorno  siente, 
verás  que  con  gallardo,  airoso  vuelo 
mide  lo  que  hay  desde  la  cincha  al  suelo; 
-    ¿qué  mujer  no  se  muda  con  las  galas? 
Que  parece  que  a  aquesta  en  oro  y  tela 
en  los  chapines  le  nacieron  alas. 

Xuxo. 
Costanza,  finalmente,  me  desvela. 
/  ^IeX'Do. 

Si  la  nobleza  y  la  riqueza  igualas 
y  no  puede  a  tu  amor  haber  cautela, 
permítele    esperanza    a!    casamiento. 

Ñuño. 
X^o  me   inclino   a   casar. 

Mendo. 

Pues   muda   intento. 

Xuxo. 
Apetece   el   amor  lo  más  guardado. 

!Mexido. 
Yo  sé  que  no  harás  cosa  que  no  debas. 

X'uxo. 
alendo,  quien   da  consejos  a  quien  ama 
añade   fuego  por  templar  la  llama. 

(Salen  el  Ixfaxte  dox  Juan  y  Ricardo,  vestidos  ci<¡ 
villanos.) 

Ixfaxte.     ¡  Extraña   fortuna  ! 

Ricardo.  ¡  Extraña ! 

Ixfaxte-     Parece  qiie  es  maldición 
del  Rey  mi  hermano. 

Ricardo.  Estas  son 

las   redentoras  de  España, 

en  la  invasión  de  los  moros; 
aquí,  señor,  fugitivos 
guardaron  los  pocos  vivos 
sus  reliquias  y  tesoros. 

Ixfaxte.         Poco  me  valió  embarcarme 
con    el    disfraz    labrador, 
sí  el  mar  con  tanto  rigor 
quiso    en    España    arrojarme. 

Huyendo  el  rigor  de  España 
es  imposible  poder 
salir  de  aquí,  ni  tener 
con    que    volver    a    Bretaña, 


404 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTOXA,  QUE   LA   CORTE  TODA 


Infante. 


Ricardo. 


que  inútilmente  estará 
esperándome   Isabela; 
pensará   que    fué   cautela, 
y  de  intento  mudará, 

haciendo  de  otro  elección 
de  (tantos  opositores. 
Ricardo.     Donde  hay  trabajos  mayores 
remediarlos  es  razón 

olvidando  lo  perdido. 
Dime  qué  habemos  de  hacer, 
pues  andamos  desde  ayer 
sin  camino  y  sin  sentido 

por  estos  montes,  en  quien 
nos  «chó  nadando  el  mar. 
No    fué   poca  dicha   hallar 
vestidos,  que  mal  o  bien 

cubrieron  los  dos  Adanes 
que  sin  Eva  el  mar  dejó. 
El  villano  que  las  dio 
entre  aquellos  arrayanes 

dijo  que  una  casa  había 
de   un  labrador   principal, 
cuyo  hacendoso  caudal 
toda  esta  tierra  cubría 

de  mieles  y  de  ganados. 
Infante.  ¿Qué  le  habanos  de  decir? 
Ricardo.     Si  tú  supieras  servir, 

fuéramos   los  dos   criados 

deste  o  de  otro  labrador; 
pero  si  naciste  Infante, 
en  mano  todo  diamante 
desdice  el  hierro,  señor; 

que  con  los  cetros  dorados 
mal  el  azadón  conviene, 
que    sola    la   muerte   tiene 
juntos  los  cetros  y  arados. 
Infante.        ¿Seré,  por  dicha,  el  primero, 
Ricardo,  que  de  alto  estado 
haya  al  humilde  llegado 
en  que  estoy  y  verme  espero? 

¡  Cuántos  poderosos  reyes 
por  la  fortuna  A'inierou 
a  tal  tiempo,  que  siguieron 
con  el  arado  los  bueyes  ! 

Si  nos  puede  remediar 
este  disfraz,  no  lo  dudes, 
que  en  cuantas  formas  te  mudes 
me  sabré  yo  transformar. 

Toma  esta  senda,  Ricardo, 
y  busca  la  casería 
que  aquel  labrador  decía, 


que  en  estas  peñas  te  aguardo. 
Ricardo.        Voy,  y  si  algún  labrador 
vieres  que  te  hable  o  mira, 
haz  ima  breve  mentira 
cortina  de  tu  valor, 

que  más  se  pued^  fiar 
de  tu  raro  entendimiento. 

(Fase.) 

Infante.     Perdóname,  pensamiento, 

que  es  muy  poderoso  el  anar, 

y  pues  vos  no  le  teméis, 
por  él  volando  pasad, 
y  a   la   Duquesa   contad 
la  desdicha  en  que  me  veis ; 

decid  que  a  verla  partí, 
como  concertado  estaba, 
y  que  fué  la  mar  tan  brava 
que  en  su  rigor  me  perdí. 

La  noche  viene  cayendo, 
3'a  ¿quién  me  puede  guiar? 

(Sale   Isabela,   de   asturiana.) 

Isabela.      Aquí  hay  gent^  del  lugar, 

si  no  yo  me  voy  perdiendo ; 
como  ha  tan  poco  que  vivo 
las  casas  desta  montaña, 
no  salgo  vez  sin  perderme. 

Infante.    Allí  viene  una  aldeana, 

porque  «i  no  yo  me  pierdo, 
como  la  aspereza  es  tanta. 

Isabela.      ¡  Labrador,  ah,  labrador  ! 

(Llama  el  mío  al  otro,  apartados.) 

Infante.     ¡  Aldeana,  hola,  aldeana ! 

Isabela.     ¿Están  las  casas  muy  lejos? 

Infante.     ¿Están  muy  lejos  las  casas? 

Isabela.     ¿  Sois  desta  labranza  vos  ? 

Infante.     ¿  Sois  vos  de  aquesta  labranza  ? 

Isabela.     ¿  Preguntáisme  o   respondéisme  ? 

Infante.     Eso  mismo  os  preguntaba. 

Isabela.,     ¿Vais  perdido? 

Infante.  Voy  perdido; 

¿y  vos? 

Isabela.  También  os  llamaba 

porque  a  mi  casa  no  acierto, 
que  soy  muy  nueva  en  mi  casa. 

Infante.     ¿Vivís  cerca? 

Isabela.  Aún  no  lo  sé. 

Infante.     Pues  ¿quién  sois? 

IsABEL.\.  Una  criada 


JORNADA  PRIMERA 


405 


Infante. 

Isabela. 
Infante. 


Isabela. 
Infante. 


Isabela. 


de  Pelayo,  eljabrador 
más  rico  desta  montaña, 
que  ha  poco  que  estoy  con  él. 
Acercaos.  ¡  Qué  linda  cara ; 
qué  asturiana  tan  gentil ! 
¡  Buen  labrador,  buena  gracia  ! 
Todos  Jos  que  se  perdieren 
hallen  estrella  tan  clara ; 
ya  no  temeré  la  noche 
aunque  la  luna  no   salga. 
¿  Xo  sois  desta  tierra  ? 

No, 
que  hoy  tomé  puerto  en  la  playa 
de  ese  mar,  donde  me  vi 
con   turbulenta  borrasca 
cerca  de  perder  la  vida, 
de  que  también  me  pesara, 
pues  dárosla  no  pudiera 
si  allí  el  mar  me  la  quitara. 
¿Esto  crían  estos  montes, 
estos  frutos  de  sus  hayas, 
azucenas  entre  peñas, 
jacintos  entre  retamas? 
¡Ay,  día,  deten  erpaso, 
porque  si  tu  luz  se  acaba 
perderé  de  ver  la  suya ! 
Mas  la  de  sus  ojos  basta. 
Bastó  un  filósofo  solo 
para  honrar  la  ciencia  helada, 
porque  no  produce  ingenios 
la  celestial  destemplanza, 
y  así  vos,  serrana,  sola 
honraréis   estas  montañas, 
siendo  la  Venus  de  Asturias 
y  de  sus  peñas  el  alma. 
Vuelto  me  habéis  el  aliento 
que  del  sustento  me  falta, 
que  aunque  nadé  como  pez 
no  era  mi  elemento  el  agua, 
y  en  la  tierra  voy  perdido 
desde  ayer  por  la  montaña; 
viéndoos  a  vos,  ya  no  sé 
si  andan  las  cosas  trocadas. 
,:  Anochece  o  amanece  ? 
;  Sois  la  luna  o  sois  el  alba? 
¿Es  de  noche  o  es  de  día? 
¿Sois  labradora  o  sois  dama? 
¿  Quién  sois  ? 

Antona,  señor, 
que  así  en  mi  casa  me  llaman. 
A  la  fe  que  sabe  mucho 


Infante. 


Isabela. 
Infante. 


de  la  cortesana,  usanza ; 
no  tienen  esos  pergeños 
los  que  se  calzan  abarcas'. 

Infante.  Finges,  Antona,  el  estilo; 
que  parece  que  no  hablas 
la  propia  voz  que  al  principio. 

Isabela.      Anda  en  estas  cosas  varia 

con  la  costumbre  la  lengua; 
a  veces  soy  cortesana, 
y  a  veces  soy  labradora. 
Pero  la  vuestra  me  espanta; 

^  mucho  del  traje  desdice 

la  razón  de  vuestra  habla, 
y  a  Dios,  que  sois  palaciego. 
Habíame,   bella   serrana, 
en  la  lengua  que  me  escuchas, 
pues  que  las  sabes   entrambas. 
¿Yo  qué  os  tengo  de  decir? 
Pues  si  no,  ya  que  te  halla 
la  noche  de  mis  desdichas 
por   sol   de   aquesta   montaña, 
duélete  de  un   labrador 
que  tiene  tan  noble  alma 
que   merecerá   ser   tuya, 
aunque  parezca  arrogancia; 
condúceme  como  estrella 
adonde  tienes  posada, 
haz  el  oficio  de  sol. 

Isabela.      A  la  fe  que  las  palabras 

no   tienen  poca   invención. 

Infante.     Adonde  yo  me  criaba 
dos  estudiantes  había, 
hijos  del  dueño  de  casa, 
y  en  el  tiempo  que  a  el  estudio 
daba  treguas  Salamanca, 
'del  fruto  de  sus  ingenios 
parte    mandándome   daban, 
que  es  fuerza  salir  discreto 
el  que  con  discretos  trata, 
que  siempre  que  hablan  enseñan. 
Y  yo,  que  atento  escuchaba, 
tomé,  ya  que  no  la  ciencia, 
términos  y  formas  varias 
de  hablar  con  gente  discreta. 

Isabela.      Al  pie  destas  peñas  altas 
está  la  casa  en  que  vivo, 
que  este  arroyuelo  que  parla 
cuanto  a  las  aves  escucha, 
a  las  fuentes  en  que  para, 
y  estos  álamos,  que  ha  días 
que  a  la  margen  de  sus  aguas 


406 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE   LA   CORTE  TODA 


están  en  conversación, 
mientras  que  los  pies  los  baña, 
me  avisan  de  que  está  cerca, 
porque  está  a  poca  distancia. 
Venid,  y  haré  que  esta  noche 
os  dé  Costanza  posada, 
hija  del  dueño  que  sirvo, 
y  hablaréis  por  la  mañana 
al  viejo,  si  os  diere  gusto 
de  asistir  a  su  labranza. 

Infante.     ¿Vos  tenéis  dueño? 

Isabela.  ¿Pues  no? 

Infante.     Siempre  las  fortunas  andan 

tras  los  indignos  con  premios, 
tras  los  buenos  con  desgracias. 

Isabela.      Dejadme. llegar  primero 

porque  prevenga  a  mi  ama. — 
¡  Qué  notable  labrador  ! 

Infante.     ¡  Qué   generosa   aldeana  ! 

Isabela.      ¡  Qué  lástima  que  perdido 
por  estas  montañas  vaya ! 

Infante.     ¡  Qué  lástima  que  la  gocen 
las   peñas    destas    montañas ! 

Isabela.      Haré  por  él  cuanto  pueda. 

Infante.     Daréla  de  balde  el  alma. 


JORNADA  SEGUNDA 

{Sale  Bato  y  Inés.) 
Bato.  Pues  que  con  vida  me  ves, 

piedra  es  mejor  que  me  nombres. 
Inés-  Los  hombres  han  de   ser  hombres. 

Bato.  No    me    consueles,    Inés, 

que  sólo  es  bien  que  le  pida 
a  quien  de  una  misma  suerte 
llaman  los   dichosos  muerte 
y  los  desdichados  vida. 
Inés.  ¿Lloras? 

Bato.  ¡  Pues  no  he  de  llorar ! 

Viendo  casar  a  Costanza, 
¿qué    remedio,    qué    esperanza, 
Inés,  me  puede  quedar? 

Don  Ñuño,  aquel  hidalgote 
que  vive  estas  caserías, 
habrá  como  quince  días 
que  con  su  rocín  al  trote 

llegó  a  buscar  a  Pelayo. 
Pregunta,  apéase,  sube, 
que  luego   que   vi   la   nube, 
temí  la  furia  del  rayo. 

Hablan  los  dos  en  secreto. 


que   a    nadie   dejan   entrar, 
de  que  vino  a  resultar 
del  casamiento  el  efeto. 

Tú  verás  presto  que  Bato 
emprende  algún  desatino. 
Inés.  Bien  se  emplea  en  el  vecino 

por  su  talle  y  por  su  trato. 
Bato.  Yo  me  tengo  de  morir; 

al  cura  voy  a  llamar. 
Inés.  Bato,  mejor  es  buscar 

remedios   para   vivir. 
Bato.  ¿Remedios  un  hombre  muerto? 

Inés.  Sí  lo  estuvieras  no  hablaras. 

B.\to.  Inés,  si  en  ello  reparas, 

ten  lo  morido  por  cierto. 

¿No   has   vido   una   lagartija 
cuando   la  dan  con  un  canto, 
que  cualquier  parte  en  su  tanto 
tiene   un   alma   que  'la   rija? 

Pues  desa  manera  soy, 
que  aunque  el  golpe  me  desalma, 
en  cualquiera  parte  hay  alma, 
y  aunque  muera,  vivo  estoy. 
Inés.  Siempre  oí  que  amor  hacía 

al  más  necio  bachíUeí', 
y  lahora  lo  vengo  a  ver 
en  tu   filomocosía. 

Eso  deberás  a  amor. 
Bato,  que  te  ha  hecho  sabio; 
pero   consuela  tu   agravio 
con  el  remedio  mejor, 

que  es  buscar  otro  amorío. 
Bato.  ¿  Sanaráseme  con  eso 

la  pena  deste  soceso?  . 

Inés.  Al  punto.  .     ' 

Bato.  Pues   ya   me   río, 

y  me  doy  por  consolado. 
Inés.  ¿Tan  presto? 

Bato.  Ya  no  lo  siento; 

¿  querías    ahorcamiento, 
como  en  el  tiempo  pasado? 

Ya  no  hay  en  el  mundo,  Inés, 
Roldanes  ni   Galloferos; 
cuando  Adán  andaba  en  cueros, 
le  amaban  sin  interés. 

Después  que  andamos  vestidos, 
aquel  amante  Amadís 
se  ha  vuelto  maravedís, 
y  los  amores  fingidos. 

Yo  he  tomado  tu  consejo; 
ya  estoy  desenamorado. 


JORNADA    SEGUNDA 


407 


IxÉS. 

Bato- 
IxÉs. 
Bato. 
Inés. 
Bato. 
Inés. 
B.\to. 
Inés. 


B.\to. 


Inés. 


y  otra  mujer  he  buscado. 
Lo  seguro  te  aconsejo; 

mas  ¿no  me  dirás  quién  es? 
¿Posible  es  que  no  lo  sabes? 
No  busques  mujeres  graves. 
Por  eso  te  quiero,  Inés. 

¿A  mí? 

Sí. 

Ya  es  tarde,  Bato. 
¿  Cómo  ? 

Y  el  mozo  nuevo 
en  el  alma  me  lo  llevo 
y  en  el  alma  lo  retrato. 

¡Qué  amigas  sois  las  mujeres, 
Inés,  de  la  novedad ! 
Vinieron  a  la  ciudad 
unos  que  llaman  títeres 

y  andaban  todas  tras   ellos, 
porque  habraban  sin  habrar, 
que  los  hacían  andar  - 
otros   que  |andaban  con  ellos. 

Pero  pues  el  mozo  nuevo 
los  pensamientos  os  lleva, 
yo  quiero  a  la  moza  nueva 
desde  hoy,  y  tu  gusto  apruebo. 

Sí,  sí;  para  ti  se  guarda 
la  que  vino  peregrina, 
.que  se  precia  de  divina, 
de  arrogante  y  de  gallarda; 

y  le  han  probado  no  pocos 
el  brío  y  la  condición ; 
pero   pega  mojicón 
que  los  hace  volver  locos. 

Aquí  Aliene  el  mi  galán; 


vete.  Bato. 

Bato- 

No,  ma  Dios, 

que  nos  hemos  de  ir  los  dos. 

Inés. 

VojTne,  porque  hablando  están 

él  y  un  mozo   forastero. 

(Sale  el   Infante  .v   Ricardo.) 

Infante. 

Con  cuidado  me  has  tenido. 

Ricardo. 

Mil  cosas  me  han  sucedido 

que  dejo  y  no  te  refiero. 

Inés. 

Bato. 

Bato. 

Inés. 

Inés. 

¿No  es  muy  galán? 

E.\TO. 

Voy  a  ver  la  moza  nueva. 

Inés. 

i  Qué  de  almas  que  me  lleva 

mientras  los  ojos  se  van! 

(Vanse.) 

Ricardo.        Gracias  a  Dios  que  te  veo, 
y  con  nuevas  que  en  la  mar 
hay  nave  para  llenar 
dondequiera  tu  deseo, 

que    fué   notable   ventura, 
o  a  Navarra  o  a  Bretaña, 
o  aquella  parte  de  España 
que  te  parezca  segura. 

Vamos,  que  hoy  se  ha  de  partir, 
según  me  dijo  el  piloto. 
Infante.     Ya  estoy  de  partir  remoto, 
Ricardo,  y  aun  de  vivir. 

Perdido  en  el  monte  hallé 
una  labradora  bella, 
que  fué  de  mi  noche  estrella 
y  sol  de  mis  ojos  fué, 

la  cual  me  trajo  a  esta  casa, 
en  que  ya  sirviendo  vivo 
en  tan  dulce  Argel  cautivo, 
que  la  vida  se  me  pasa 
sólo  contemplando  en  ella. 
Ricardo.     ¡  Qué  bien  dices  ! 
Infante.  Y  que  estoy 

tan  ciego,  siendo  quien  soy, 
que  vivo  y  muero  por  ella. 
Ricardo.         ¿Labradora  ha  hecho  en  ti 

tan  desatinado  efeto? 
Infante.     Que  es  un  ángel  te  prometo, 
y  como  dicen  que  aquí 

vino  arrojada  del  mar 
en  hábito  peregrino, 
de  uno  en  otro  desatino 
casi  he  venido  a  pensar 
que  es  alguna  gran  señora. 
Ricardo.     Gran  desatino  a  lo  menos. 
Infante.     Tengo  los  sentidos  llenos 

de  este  error,  que  el  alma  adora; 

y  tengo  alguna  ilusión 
de  que  algún  secreto  encierra 
dársela  el  mar  a  la  tierra, 
y  que  es  grande  la  ocasión. 
Aumentó  mi  pensamiento 
el  ver  con  la  majestad 
que  trató  m.i  voluntad 
al  primero  sentimiento 

en  los  montes  desta  tierra. 
Tú,  pues  hay  nave,  te  irás, 
y  con  secreto  sabrás 
si  a  Bretaña  intenta  guerra, 

pensando  que  en  ella  estoy, 
y  volverás  a  avisarme; 


408 


MAS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA   CORTE  TODA 


Ricardo. 


Infante. 


Ricardo. 

Infante. 
Ricardo. 


y  parte  sin  replicarme. 
Las  joyas,  señor,  te  doy, 

que-  saqué  del  mar  atadas 
al  pecho,  que  puede  ser 
que  las  ha3^as  menester. 
Mucho,  Ricardo,  me  agradas 

no  lo  perderás  de  mí ; 
vete,  no  te  vean  conmigo. 
Cuánto  enmudezco  te  digo, 
sólo  con  dejarte  ansí. 

Próspero  viento  te  lleve.. 
El  cielo,   señor,  te  guarde. 


Infante.     Camina,  no  llegues  tarde, 
que  fresco  norte  se  mueve. 

Ninguno  por  más  sabio  que  haya  sido 
supo  jamás  el  bien  de  su  fortuna, 
que  no  viene  avisado  vez  ninguna 
el  no  esperado  bien  ni  el  mal  temido. 

El  hombre  más  gallardo  y  entendido 
sabrá  en  su  patria  la  primera  cuna, 
mas  no  por  las  .estrellas,  sol  ni  luna, 
que  tierra  le  ha  de  dar  eterno  olvido. 

Salí  para  Bretaña  a  su  despecho 
■del  Rey  mi  hermano,  que  matarme  quiere, 
y  aquí  me  ha  echado  el  mar  roto  y  deshecho. 

Nadie  saber  lo  por  venir  espere, 
que  sólo  el  sol  de  cuanto  Dios  ha  hecho 
sabe  la  parte  donde  nace  y  muere. 

(Sale  Isabela.) 

Isabela.         Haré,   señora   Costanza, 

al  punto  lo  que  mandáis. 
Infante.     ¿Dónde  tan  aprisa  vais, 

esfera  de  mi  esperanza? 
Tened  el  paso  a  mirar 

un  alma  que  aborrecéis. 
Isabela.      Serrano,  si  lo  sabéis, 

¿para  qué  os  queréis  cansar? 
Infante.         ¿Puedo  yo  dejar  de  amaros 

mientras  no  dejo  de  veros? 
Isabela.      ¿Y  podré  yo  responderos 

mientras  no  puedo  pagaros? 
Infante.         ¿  Fáltanme  prendas  a  mí 

para  que  vos  me  queráis? 
Isabela.      Con  lo  interior  no  agradáis, 

con  lo  que  se  mira,  sí. 
Infante.         Pregunta  de  lo  secreto, 

Antona,  al  alma  que  os  doy. 
Isabela.      Si  supiésedes  quién  soy 


me  tendríades  respeto. 
Infante.        Todos  se  fingen  valor 
donde  no  son  conocidos. 
Isabela.      Vuestros  méritos  fingidos 

confirman  eso  mejor. 
Infante.         Soy  yo  muy  hombre  de  bien, 

más  de  lo  que  vos  pensáis. 
Isabela.      Los  ojos,  si  vos  mandáis, 

juzgarán  de  lo  que  ven. 
Infante.         ¿Qué  juzgará  quien  me  trata 

mientras  no  penetra  el  centro? 
Isabela.      Que  soy  joro  por  de  dentro 

y  por  de  fuera  de  prata. 
Infante.        Debajo  de  este  sayal 

alma  noble  puede  haber. 
Isabela.      No  os  canséis  en  pretender, 

■porque  sois  muy  desigual. 
Infante.        ¿Sois  Infanta  de  Castilla? 

¿Sois  Duquesa  de  Bretaña? 
Isabela.      No  soy;  a  aquesta  montaña 

llegué  del  mar  a  la  orilla. 
Infante.         Por  gusto  de  la  fortuna. 
Isabela.      Tenga  o  no  tenga  valor, 

creedme  que  vuestro  amor 

por  humilde  me  importuna; 
y  de  hablarme  en  él  cesad, 

que  se  lo  diré  al  señor, 

pues  pttdiera  vuestro  amor, 

si  en  mí  hubiera  liviandad, 
hacer  alguna  locura. 
Infante.     Por  lo  menos  no  podéis 

quitarme  que  os  quiera. 
Isabela.  Haréis 

eso  con  mucha  mesura, 
y  yo  os  miraré,   serrano, 

que  así  decís  os  llamáis, 

con  la  misana,  si  calláis, 

y  no  pretendéis  en  vano.  ■ 
Infante.         Mientras   más   voy   presumiendo 

que  sois  tmujer  principal, 

más  os  quiero  por  mi  igual. 
Isabela.      Y  yo  os  querré  si  lo  entiendo. 
Infante.         ;  Oh,  palabra  soberana  ! 
Isabela.      Quitad  la  soberanía, 

que  soy  desde  cierto  día 

Antona  y  pobre  asturiana. 
Infante.         Nunca  ha  sido  la  belleza 

pobre. 
Isabela.  Por  vos  lo  diréis, 

que  aunque  labrador,  tenéis 

cortesana  eentileza. 


JORNADA    SEGUNDA 


409 


Infante.        Yo  también  serrano  soy 
desde  que  lo  quiso  el  mar. 

Isabela.      Mirad  que  habemoiS  de  hablar 
como  amigos  desde  hoy, 
y  no  ha  de  haber  otra  cosa. 

Infante.     Digo,  Antona,  que  asi  sea; 

pues  basta  que  el  alma  os  vea, 
cuanto  más  ingrata,  hermosa. 

(Salen  Pelayo,  Costaxza  y  don  Ñuño.) 

Isabela.  El  viejo  y  los  desposados 

vienen. 

Infante.  El  concierto  han  hecho. 

Pelayo.       Contento  en  extremo  estoy. 

Ñuño.         Y  yo,   Pelayo,   contento 

con  tener  tal  padre  en  vos, 
que  esto  de  nombraros  suegro 
tiene  mil  dificultades. 

Pelayo.       Paréceme  que  os  casemos 
mañana  si  sois  servido. 

NuÑo.  Quiero,  Pelayo,  primero 

disponer  de  ciertas  cosas  ' 
que  rentan  poco  en  Oviedo ; 
iré  pronto  si  mandáis, 
pero  volveré  más  presto, 
por  ver  a  doña  Costanza. 

Is.^bela.      Adiós,  que  de  medio  a  medio 
le  pegó  el  don. 

Infante.  Los  hidalgos 

tienen,  Antona,  un  buleto 
para  dones  y  almohadas, 
y  para  llevar  sin  esto 
mondadientes    de    perdiz, 
que  nunca  los  dientes  vieron. 

NuÑo.         Y  traeré  también  las  galas 
que  me  diere  el  uso  nuevo; 
que  no  es  bien  que  vista  así. 

Costanza.  Yo,   señor,  no   lo  merezco ; 
quédense  para  las  damas. 

Isabela.      Ropa  le  muda,  que  pronto 
le  hará  sudar  el  hidalgo. 

Pel.\yo.       Pésame  que  este  concierto 
no  se  ejecute  mañana, 
que  estoy,  como  veis,  muy  viejo, 
y  deseoso  de  Costanza, 
para  morir  con  sosiego, 
disponer  y  de  mi  hacienda 
un  empleo  como  el  vuestro. 

NuÑo.  Poco  importa  que  estos  días 

esté  el  concierto  suspenso, 
porque  entretanto  se  haga. 


sin  vos  deservir  en  esto, 
con  mayor  ostentación. 

Is.\BELA.      ¿  Querrá  hacer  algún   torneo 
este  señor  Lanzarote? 

Infante.     El  rocín  parece  el  mismo, 
cuando  de  Bretaña  vino. 

Isabela.      Cada  vez  me  pasa  el  pecho 
que  mé  nombran  a  Bretaña. 

Pelayo.       Pues  con  eso  nos  iremos 
Costanza  y  yo  a  disponer 
lo  que  ha  firmado  el  concierto. 
Ven,  serrano,  pues  escribes 
y  cuentas,  y   asentaremos 
plata,  alhajas  y  otras  cosas. 

NuÑo-  j\lil  años  os  guarde  el  cielo. 

Isabela.      Mucho  me  habéis  admirado, 

{Vaiisc  todos  y  quedan  don  Ñuño  3;  Isabela.) 

mi  señor  don  Ñuño,  en  ver 
que  tan  hermosa  mujer 
os  dé  tan  poco  cuidado. 
¿  Casándoos  enamorado 
os  vais  a  Oviedo  ?  ¿  Qué  es  esto  ? 
Pudiendo  gozar  tan  presto 
la  hermosura   de   Costanza, 
¿quitáis  a  vuestra  esperanza 
fin  tan   dichoso  y  honesto? 
NuÑo.  Vine  a  tratarlo  y  a  caso 

te  vi  y  acaso  te  hablé, 
y  en  fin,  este  caso  fué 
caso,  porque  no  me  caso. 
De  Costanza  me  descaso, 
porque  por  un  caso  tal 
tú  fuiste  disculpa  igual, 
porque  sólo  hacer  pudiera 
que  a  Costanza  aborreciera 
Antona  tan  celestial. 

Así  toda  el  alma  mía 
con  hidalgo  amor  te  di 
porque  en  esos  ojos  vi 
retratada  mi  hidalguía. 
En  mi  ejecutoria,  el  día 
que  admitieres  mis  despojos, 
pienso  de  los  campos  rojos 
de  los  pintados  cuarteles 
quitar  veros  y  róeles 
y  poner  tus  bellos  ojos. 

Que  bien  estarán  recelo, 
puestos,.  Antona  gentil, 
aunque  en  cuartel  de  marfil, 
en  campo  color  de  cielo  : 
trasladaré   de  su  velo 


410 


MÁS  VALÉIS,   VOS,   ANTONA,  QUE   LA   CORTE   TODA 


Isabela. 


Ñuño. 


IS.\BELA. 


Ñuño. 
Isabela. 


Ñuño. 

Isabela. 

Ñuño. 
Isabela. 

Ñuño. 


al  de  las  armas  sus  bellas 
luces,  y  será  con  ellas 
más  levantado  el  blasón, 
que  si  estrellas  armas  son, 
tus  ojos  serán  estrellas. 

Que  de  su  luz  adornado 
quedará  con  tal  decoro, 
más  que  de  sus  letras  de  oro, 
del  rayo  el  sol  adornado, 
y  el  pecho  que  no  he  pagado 
pagaré  con  todo  el  pecho, 
que  del  blasón  satisfecho 
será  el  amor  el  hidalgo 
y  yo  el  pechero,  pues  salgo 
más  libre  pagando  pecho. 

Mil  cosas  decir  oí 
de  hidalgos  impertinentes, 
pero  como  las  presentes 
sólo  pasarán  por  mí. 

Si  por  armas  y  despojos 
vuestros  mis  ojos  ponéis, 
presumo   que  me  queréis, 
don  Ñuño,  sacar  los  ojos. 

Y  vengo  a  creer,  por  Dios, 
que  del  cuartel  a  mi  cara 
ninguno  los  trasladara 
que  no  fuera  como  vos. 

No  te  quiero  replicar; 
mas  que  te  dejes  servir 
sólo  te  quiero  pedir. 
Hicieron  en  mi  lugar 

un  torneo  en  vma  fiesta, 
y  un  caballero  sacó 
una  mona  que  pintó 
sobre  la  celada  puesta 

tañendo  en  una  guitarra, 
y  sentada  en  varias  sumas 
de  argenterías  y  plumas. 
Necia  empresa. 

Antes   bizarra, 
porque  la  letra  decía: 
"Todo  lo  sabe  hacer, 
si  no  es  hablar." 

¿Puede   ser 
esa   letra  empresa  mía? 

Allá  lo  veréis  de  espacio. 
Ingrata  sois;  voy  furioso. 
Añadid  necio. 

Es  forzoso, 
y  vos  villana  en  palacio. 


Bato. 

Isabela. 

Bato. 


Isabela. 
Bato. 


Isabela. 


Bato. 

Isabela. 

Bato. 

Isabela. 

Bato. 

Isabela. 

Bato. 


(Sale  Bato.) 

No  ha  estado  malo  el  sarao. 

¿Y  a  ti  por  dónde  te  toca, 

Bato,  meterte  conmigo? 
Ando  a  buscar  una  moza, 

como  se  casó  Costanza. 

Díjele  a  Inés  mis  congojas; 

dice  que  ese  mozo  nuevo 

la  tiene  de  amores  loca; 

yo,  como  la  novedad 

dicen  que  es  tan  linda  cosa, 

que  si  se  usasen  turbantes, 

como  allá  en  Costantinopla, 

dejarían  los  sombreros 

las  cabezas  españolas, 

ipor  moza  nueva  me  quiero 

casar  con  vos. 

¿Pues  no  hay  otra? 
Ouiérola  yo  como  vos : 

abultada  de  persona, 
los  ojos   avellanados 

y  la  habla  mantecosa. 
Y  como  recién  venida, 
claro  está  que  estaréis  sola. 

No  pudieras  hacer  cosa 

de  más  gusto  para  mí : 

en  fin,  ¿de  mí  te  apasionas? 

Desde  que  lo  imaginé, 

ando,  Antona,  a  ila  redonda. 

¿  Y  cuánto  habrá  que  me  quieres  ? 

Habrá  como  un  cuarto  de  hora. 

¿Tienes  hacienda? 

¿  Pues  no  ? 
Para  casarnos  importa. 
Cien  cabras,  menos  noventa; 
dos  viñas,  sin  cepas  todas, 
y  un  pegujar  por  sembrar, 
que  como  diez  peñas  rompan, 
bien  fáciles  de  quitar, 
que  serán  de  ochenta  arrobas, 
cogeremos  tres  hanegas, 
y,  un  molino,  cuya  tolba, 
con  ruedas  y  lo  demás, 
una  tempestad  furiosa 
se-  llevó  ahora  ha  cien  años. 
Un  pago  en  que  hay  achicorias 
y  espárragos,  si  los  siembran, 
y  puede  haber  alcachofas, 
calabazas  y  Ipepinos, 
rábanos  y  zanahorias, 
perejil  y  verdolagas, 


JORNADA    SEGUNDA 


411 


que  como  no  la  traspongan, 
nunca  la  hortaliza  sale, 
mas  con  hacer  ima  anoria 
podría  ser  de  provecho. 

Isabela.      Todo  a  casados  conforma-; 
pero  los  buenos  amantes 
no  han  de  pretender  Vitorias, 
sin  que  les  cuesten  servicios. 
Sírveme  tú  de  la  forma 
que  en  la  corte  los  galanes, 
que  bien  merezco  que  pongas 
algún  cuidado  en  quererme. 

B.ATO.  Dime  tú  los  que  me  tocan, 

y  verás  como  te  sirvo. 

Isabela.      Bato,  ima  mujer  con  honra 

no  es  buñuelos,  que  no  hay  más 
que  tomar  la  masa  cocha 
y  en  la  sartén  arrojarla 
y  zampársela  en  la  boca. 

Bato.  ¡  Con  qué  gracia  que  le  echaste 

desde  esa  tu  mano  hermosa ! 
Se  me  pegó  el  guarguajero, 
como  si  fuera  de  estopa: 
a  ser  de  veras,  no  pienso 
que  habrá  mujer  tan  sabrosa; 
mas  dime  lo  que  he  de  hacer. 

Isabela.      Ser  galán,  calzarte  botas 
justas,  estirar  el  cuello, 
enguedejarte  la  cholla, 
mirarte  mucho  al  espejo, 
enrizarte  como  novia 
y  poner  la  boca  dulce 
como  si  fuera  de  alcorza, 
hablar  mirlado  con  todos 
y  que  no  duermas  ni  comas ; 
que  con  esto  y  que  dos  años 
andes  de  noche  de  ronda, 
aunque  se  rían  de  ti 
los  mirones  de  la  costa, 
quizás  nos  concertaremos. 

Bato.  ¿No  comer  y  tantas  cosas 

es  estar  enamorado? 
Quédese  con  Dios,  señora, 
que  tiene  saya  de  Asturias 
y  melindres  de  mondonga. 
¿Yo  no  (i)  comer  ni  dormir? 
¿Qué  mujer  hay  ni  qué  moza 
que  se  pueda  comparar 
con  el  tumbo  de  una  olla? 

(Vasc,) 


Isabela.      ¡  Oh,  lances  de  mi  fortuna  ! 
¿  Cuándo  seré  tan  dichosa 
que  del  Argel  en  que  vivo 
deje  las  iprisiones  (i)  rotas? 
Inclinación,  ¿  qué  me  quieres  ? 
¿Dónde  mi  grandeza  arrojas? 
Parece   que  ya   te   olvidas 
de  la  sangre  y  la  corona. 
No  pienses  en  vm  villano 
que  con  prudencia  engañosa 
se  te  va  entrando  en  el  alma, 
dejando   sana   la   ropa. 
No  te  pegue  la  bajeza 
el  azadón  y  la  concha, 
que  no   se  rinde   a  humildades 
la  majestad  imperiosa; 
que  bien   se  puede  librar 
quien  se  libró  de  las  olas 
del  mar,  deste  amor  que  engaña 
y  vuelve  las  almas  loca^. 

(Sale   CosTANZA.) 

Costanza.       En  busca  tuya  venía; 

ya  no  pensé  que  te  Tiallara. 

Is.^ela.      La'  tristeza  es  cosa  clara 
que   buscara    compañía. 

Costanza.  Antes  la  mucha  alegría 
para  partirla  contigo. 

Isabela.      Yo  por  don  Ñuño  lo  digo, 

pues  en  tu  injusto  desprecio 
no  pudo  dar  de  ser  necio 
más  fe  ni  mayor  testigo. 

Doite  el  pésame  también 
de  que  la  boda  dilate, 
que  fué  un  loco  disparate. 

Costanza.  Antes  quiero  que  me  den 
tus  brazos  el  parabién 
de  lo  que  tan  bien  me  está. 

Isabela.      Tu  entendimiento  querrá 
disimular  este  agravio, 
que  nunca  le  muestra  el  sabio 
donde  no  ¡hay  remedio  ya. 

Constanza.     No,  Antona,  por  vida  tuya; 
y  así,  cuando  te  resuelvas, 
dichosa  a  tu  patria  vuelvas ; 
que  aunque  fué  libertad  suya 
en  que  esto  no  se  concluya, 
me  ha  dado   la  vida  así; 
porque  estoy  desde  que  vi 


(i)     En   el    original,    "Y   otro",   por   errata. 


(i)     En    el    original,    "pasiones",    por   errata. 


412 


MAS  VALÉIS,   VOS,  ANTONA,  QUE   LA   CORTE   TODA 


Isabela. 


COSTANZA. 


Isabela. 

COSTANZ.\ 

Isabela. 


el  mozo  nuevo  de  casa,  (i) 
pues  ni  está  en  Ñuño  ni  en  mí. 

Dar  (2)  en  este  mozo  nuevo, 
que  también  le  quiere  Inés : 
y  es  Inés  su  igual. 

No    es, 
pues  a  presumir  me  atrevo 
que  cuanto  a  mi  honor  le  debo 
encubre,  tiene  y  abona 
su  entendimiento  y  persona.    " 
i  Buena  me  hubieras  dejado 
si  yo  le  hubiera  mirado ! 
¡  Ay,  no  le  mires,  Antona ! 

No  haré,  pues  que  tú  le  quieres ; 
pero  ¿cómo,  si  has  de  ser 
presto   de   Ñuño   mujer? 
CosTANZA.  Como  de  eso3  pareceres 

sabrán  mudar  las  mujeres, 

si  Ñuño  me  despreció, 

¿no  sabré  dejarle  yo? 

¿Y  qué  amor,  me  obliga. a  mí, 

que  dando  sin  alma  un  sí 

lo  mismo  vale  que  un  no  ?' 

Tú,  mi  Antona;  tú,  mi  amiga, 
le  dirás  cuánta  ventura 
mi  .grande  amor  le  asegura 
si  con  el  suyo  me  obliga. 
Dile  que  la  empresa  siga, 
y  que  no  le  dé  cuidado 
mi  padre,  que  le  ha  mirado 
con  tal  afición,  que  creo 
que  se  hallará  con  su  empleo 
más  que  con  don  Ñuño  honrado. 

¿En  casa  de  tm  labrador 
meter,  Antona,  a  un  hidalgo? 
No,  porque  en  esto  me  valgo 
de  tener  algún  amor. 
Es    desatinado   error 
el  comprar  con  la  riqueza 
más  vanidad  que  nobleza 
y  una  inmortal   pesadumbre, 
pues  sabes  que  la  costumbre 
es '  otra   naturaleza. 

Antona,  (3)  Antona,  el  maguer 
y  la  guisa  es  linda  cosa, 
no  la  oscurísima  prosa 


(t)  Falta  un   verso   después   de   éste. 

(2)  Esta    palabra     parece    impropia.     Quizá     deba 
decir:  "¡Dale  en   este  mozo!",   etc. 

(3)  Quizá  en  lugar  de  "Antona"    deba   decir   Ago- 


ISABELA. 


COSTAXZA. 


Isabela. 


Infante. 


del  hidalgo  bachiller. 
Más  quiero  yo  ser  mujer 
de  un  hombre  de  mi  opinión, 
sin  chapines  3^  sin  don ; 
que  yo  no  estoy   enseñada 
a  ver  espada  dorada, 
sino  valiente  azadón. 

Lo  que  puede  el  natural. 
Costanza,  conozco  en  ti, 
mas  mira  que  viene  aquí 
ese  que  llamas  tu  igual. 
Vete,  si  quieres  que  yo 
le  hable,  y  sabrás  después 
lo  que  me  responde. 

El  es. 
¡  Ay,  Antona,  j^a  nos  vio ! 
Hacia  la  fuente  nos  vamos, 
donde   aparte  le  hablarás.   . 

(VascJ 

j\lientras  escondida  estás, 
Costanza,  en  los  verdes  ramos, 
margen  de  estos  arroyuelos, 
(podré  yo  hablarle  mejor. 
Si  tú  no  puedes,  amor, 
porque  me  enamoran  celos, 
mi  libertad  te  fastidia, 
vencerás,  discreto  eres, 
que  para  vencer  mujeres 
no  hay  cosa  como  la  envidia. 

{Sale  el  Infante.) 

Cuando  no  me  quieras  bien 
ni  me  pagues  tanto  amor, 
adoraré  tu  rigor 
y  estimaré  tu  desdén. 
Pero  no  es  razón  que  a  quien 
yo  no  quiero  tú  me  obligues  (]) 
a  que  quiera,  que  no  sigues 
la  razón,  pues  no  lo  es, 
que  por  ajeno  interés 
mis    pensamientos    castigues. 

Yo  vine  a  enseñar  amor 
a  estos  montes ;  su  dureza, 
le  deberá  a  tu  belleza 
enternecer  su  rigor. 
Ya  lo  que  fué  hielo  es  flor, 
ni  hay  árbol  que  no  la  lleve ; 
de  suerte  que  a  mí  me  debe 
mudar   su  gran  pesadumbre. 


(i)     Como    se    ve,    falta    algo    antes    de    estas    pala- 
bras,  relativo   a   la  petición   en  nombre  de   Costanza. 


JORNADA    SEGUNDA 


4i: 


naturaleza  y  costumbre, 
y  vestir  flores  de  nieve. 

Como  en  tiempos  de  Rodrigo 
'    se  escondieron  dos  cristianos 
en  los  montes  asturianos, 
del  amor  lo  mismo  digo, 
que  huyendo  vino  conmigo, 
donde  escondido  me  ves ; 
porque  es  moro  el  interés, 
y  por  huir  de  sus  furias 
vive  el  amor  en  Asturias, 
para  que  reine  después. 

Yo  soy  amor,  que  escondido 
en  esta  montaña  estoy. 
Isabela.      Date  «prisa,  porque  voy 

a  ver  si  don  Ñuño  es  ido ; 
porque,   señor,  ha  querido 
que  mientras  viene  de, Oviedo 
guarde  su  casa. 
IxFAXTE.  ■      No  puedo 

estorbarte  la  jornada, 
que  celos  no  sufren  nada, 
y  tengo  a  tus  iras  miedo. 

Pero  porque  cerca  estás, 
digo  que  si  yo  pudiera, 
Antona,    te    aborreciera, 
por  la  ocasión  que  me  das. 
Dícesme  que  quiera  más 
a.  Costanza  por  posible, 
y  a  tu  consejo  terrible 
ya  responde  mi  esperanza 
que  quiero  más  que  a  Costanza 
posible,  a  Antona  imposible. 

Dices   que   seré   después 
de  grande  hacienda  heredero, 
mas  S03'-  yo  muy  caballero 
para  vencerme  interés. 
Isabela.      ¿  Caballero  ? 

IXFANTE.  ¿  Xo   lo  ves 

en  mi  estilo  ? 

Isabela.  No  pudieras 

hablar  más  vano  si  fueras 
el  Infante  de  Navarra. 

IxFAXTE.     Con  ce'los  de  tan  bizarra 

persona  el  alma  me  alteras. 

Isabela.         ;  Sabes  algo  del  Infante? 

Infaxte.  Lo  que  la  fama  pregona 
del  valor  de  su  persona, 
pero  no  hay  de  qué  te  espante. 


(I) 


(i)     En  el   original,    "espantarte",   por  errata. 


Isabela.  Como  me  ves  arrogante, 
con  mi  sangre  y  calidad, 
nobleza  y  autoridad, 
caballero  te  has  fingido, 
porque  entre  por  el  oído 
al  alma  la  vanidad. 

¿De  que  puedo  yo  saber 
que  eres  caballero? 

Infaxte.  .  Espera. 

Isabela.      Caballero  te  quisiera, 
pero  ¿cómo  puede  ser? 

Infante.     ¿  En  ti  no  se  echa  de  ver 

que  eres  mujer  principal? 

Isabela.     Claro  está. 

Ixfaxte.  Luego  es  igual 

para  mi  la  misma  prueba. 

Isabela.      Basta  que  me  engañas,  Eva, 
con  pellejo  de  sayal. 

Infaxte.         ¿Ahora  querrásme  bien, 
si  cierta  prueba  te  doy? 

Isabela.      Advierte  que  cerca  voy, 
y  que  del  solar  nos  ven. 

Ixfaxte.     Pues  labraré  tu  desdén 

con  diamante,  si  es  diamante, 
que  esta  es  prueba  tan  bastante, 
que  quien  muy  señor  no  fuera, 
¿  cómo  tenerlos  pudiera  ? 
(Dale   una  caja.) 

Isabela.      No  te  espantes  que  me  espante. 
Muchos  en  mi  tierra  vi, 

{Ábrela  ella.) 

pero  con  los  destas  joyas 

ser  tan  gran  señor  apoyas 

como  se  parece  en  ti. 
Infante.     Estos  solos  remití 

al  pecho,  pasando  el  mar. 
Isabela.      No  queda  más  que  probar; 

vuelvo  la  caja. 
Infante.  Eso  no, 

que  no  te  la  he  dado  yo 

para  volverla  a  tomar. 
Isabela         Guardaréla  por  si  fuere 

alguna  vez  menester. 
Infante.     ¿  Podré  j'o  volverte  a  ver  ? 
Isabela.     Podrás  mientras  no  viniere    ^ 

don   Ñuño. 
Infante.  Dime  que  espere 

de  tu  mano  algún  favor. 
Isabela.  Digo  que  te  tengo  amor. 
Ixfaxte.     El  favor  me  ha  de  matar. 


414 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


Isabela.      Vete,  que  me  quiero  entrar. 
Infante.     No  ha  de  haber  hierba  ni  flor, 
adonde  los  pies  pusiste, 

en  que  no  ponga  la  boca, 

desde  aquí  al  lugar. 

{Fase   el   Infante.) 

Isabela.  ¡  Qué  loca 

voluntad  !  i¡  Qué  fácil  fuiste  ! 
Crédito  a  diamantes  diste, 
que  éste  puede  haber  hurtado, 
y  esconderse  disfrazado; 
¿pero  cómo  pudo  hurtalle 
aquel  generoso  talle 
•  y  entendimiento  extremado  ? 

Limitadamente  quiero 
determinarme   a   querer, 
si   límite   puede   haber, 
siendo  el  amor  verdadero; 
que   sólo   ser   caballero 
no  importa  para  quien  soy : 
pero    si   crédito   doy 
a  tantos  diamantes  juntos, 
¿  para  qué  me  pongo  en  puntos  ? 
Quiero   amar;    perdida   estoy. 

(Sale  Sirena,  labradora^  criada  de  don  Ñuño.) 

Sirena.  Seáis  mil  veces,   señora, 

bien  venida  a  aquesta  casa. 

Isabela.      ¡  0.h,   Sirena,   amiga  mía!, 

iperdona,  que  esto  me  manda 
mi   señor,   no   por   ofensa 
de  tu  mu'cha  confianza, 
mas  porque  ya  como   esposo 
de  su  hija,  quede  en  guarda 
de    su   casa    de    don    Ñuño, 
q'uien  sirve  a  doña  Costanza. 
¿  Ha  mucho  que  se  partió  ? 

Sirena.       Dijera  que  con  el  alba, 
si  entonces  vinieras  tú, 
que  en  hermosura  la  igualas. 
A  darte  las  llaves  voy. 

Isabela.      ¡  Buenas  salas,  buena"  cuadra  ! 
No  es  este  hidalgo  muy  pobre ; 
colgaduras   extremadas, 
para  en  los  montes  de  Asturias, 
¡  Por   cuánto   faltarán   armas ! 
La  vanidad  del  linaje 
por  todas  partes  pintada; 
no  deja  pared  vacía 
ni  cabecera  de  cama. 


¡  Buenos   lienzos   de   pintura  ! 
No  es  mala  aquella  Cleopatra, 
ni  aquel  Adonis,  ni  Venus. 
¡  Mas  por  cuánto  no  faltara 
la  impertinente   Lucrecia 
-    con  el  paso  de  la  daga ! 
Retratico  de  don  Ñuño; 
bueno,  y  terciada  la  capa. 
Oye,  señor  majadero, 
¿para  qué  deja  a  Costanza 
por  querer  un  imposible? 
Soy,  por  su  vida,  muy  alta, 
para  que  me  diga  amores; 
mi  grandeza  no  se  baja 
a  escudero  tan  humilde. 
¿Qué  es  esto?  El  temor  me  engaña, 
o  detrás  dcstas  cortinas 
algunas  personas  hablan ; 
descúbrase  quién  es. 
NuÑo.  '  Yo. 

(Sale   DON    NuÑo.) 

Isabela.      ¡  Jesús  !  Don  Ñuño,  ¿  tú  estabas 
en  el  solar  ?  ¿  No  te  fuiste  ? 

NuÑo.  ¡  Ay,   dulce   Antona  del   alrría  ! 

Isabela.      Bueno,   ¿dulzuras  tenemos?, 

XuÑo.  ¿  No  conoces  que   fué  traza 

de  mi  desdeñado  amor, 
para  cogerte  en  mi  casa? 

Isabela.      Pues  iréme  yo  a  la  mía. 

NuÑo.  Están  las  puertas  cerradas. 

Isabela.      ¿Esto  hace  im  caballero 

de  tantos  blasones  y  armas? 
¿  En  noble  sangre  traiciones  ? 

NuÑo.  ¿Traiciones,  Antona,  llamas 

estratagemas  de   amor 
que    estuvieron   disculpadas 
desde  el  principio  del  mundo  ? 

Isabela.      Manda    que   las    puertas    abran, 
o   daré  voces   al  cielo. 

NuÑo.  Oirá  las  voces  Cleopatra, 

y   queriendo   a  iMarco   Antonio, 
responderá  que   se   inata. 

Isabela.      Por  eso  está  allí  Lucrecia 
y  le   pediré   la  daga. 

NuÑo.         Tendréte  las  manos  yo. 

Isabela.      Pbr    eso   hallaré   ventanas. 

NuÑo.  No  importa,  que  tienen  rejas. 

Isabela.      ¿  Y  no   temes   la  venganza 

que  hará  Pelayo  en  tu  vida, 
cuya   confianza   agravias? 


JORNADA    SEGUNDA 


415 


XuÑo.         Un   hombre   determinado, 
como  ves,  tanto  repara 
en  rajos  como  en  Pelayos. 

Isabela.      Pues  mi  grandeza  me  valga. 
¿Nunca    estuviste   en   León? 

Nuxo.        Jamás. 

Isabela.  Pues  yo  soy  la  Infanta, 

hija  del  rey  don  Ordoño, 
que  por  la  mar  iba  a  Francia, 
y  por  una  tempestad 
me  echaron  en  una  barca, 
y  della  el  mar  en  Asturias. 
He  escrito  al  Rey  una  carta 
para  que  envíen  por  mí, 
y  vendrán  de  hoy  a  mañana, 
¿no  se  ve  en  mí  lo  que  soy? 

X.uÑo.  Como  algunas  veces  hablas 

rústica  y  otras  discreto, 
en  las  rústicas  palabras 
asturiana  parecías, 
principal  te  imaginaba, 
pero  no  tan  gran  señora ; 
y  si  acaso  en  confianza 

,  de  que  nací  en  estos  montes 

con  esa  traza  me  engañas, 
sin  más  señas,  no  presumas 
que  de  aquesta  cuadra  salgas 
sin   confirmarte   por  mía. 

IsABEL.\.      Toma,  don  Ñuño,  esta  caja, 
y  entre  esos  diamantes  finos 
mira  si  la  prueba  es  falsa ; 
esas  joyas  hagan  fe. 

Nuxo.         No   he   visto   riqueza   tanta ; 
parecen  lenguas  de  fuego 
que  con  rayos  del  sol  hablan; 
sólo    pudiera   una    reina 
para   casarse   llevarlas. 
¿  Qué  dudo  ?,  la  prueba  es  cierta ; 
¿qué  miro?,  la  prueba  es  llana. 
¿  Qué  aguardo  viendo  en  sus  ojos 
la  majestad  que  retratan? 
Lx)s   reyes   tienen  deidad 
en  las  luces  de  la  cara,    ' 
porque  puso  Dios  en  ellos 
su   divina   semejanza. 
Perdóneme  Vuestra  Alteza, 
que  imaginarla  villana 
me  dio  tanto  atrevimiento. 

Isabela.      Tenerme  amor  no  fué  falta : 
yo  os  lo  pagaré,  don  Ñuño, 
luego  que  a  mi  reino  vaya. 


NuÑo. 
Isabela. 


NuÑo. 


Isabela. 


NuÑo. 


Isabela. 


NuÑo. 
Isabela. 

NuÑo. 


Isabela. 


NuÑo. 

Isabela. 

NuÑo. 


en  hacer  que  el  Rey  os  honre. 
Si  estáis,  señora,  enojada, 
no    disimuléis   conmigo. 
;  Yo  por  qué,  siendo  la  causa 
amor  de  lo  que  habéis  hecho, 
culpa   que   fué   disculpada 
desde  que  tuvo   principio 
la  naturaleza  humana? 
Antes  bien,  de  hablar  al  Rey 
os   doy.    Ñuño,   mi   paJabra, 
para  que  os  haga  merced. 
Cuando  otra  prueba  faltara 
para  conocer  quién  sois, 
ver  esa  nobleza  basta, 
porque  no  sólo  es  de  reyes 
perdonar  quien  los  agravia, 
pero  imitación  de  Dios, 
que  es  castigar  arrogancia 
y  perdonar  rendimientos 
blasón  de  púrpura  sacra. 
Para   que  más   conozcáis 
el  valor  que  me  acompaña, 
decidme    lo    que    queréis 
que  pida  al  Rey. 

¡  Qué    alabanza 
no  merece  esa  grandeza! 
Y  pues  pedirle  me  manda, 
por  honrar  mi  sangre  noble 
quiero  que  merced  me  haga 
de  que  un  título  le  pida, 
porque  el   solar  de  mi  casa 
le  doy  palabra  que  es  hoy 
el  mejor  de  la  montaña. 
Yo  lo  haré,  si  vos  hacéis 
por   mí   una   cosa   tan   llana, 
que  a  \uestra-  casa  y  a  vos 
será  de  mucha  importancia. 
¿  Qué  puedo  hacer  en  que  os  sii 
Cumplir  la  palabra  dada 
a  Costanza  y  a  su  padre. 
Digo    que    será    Costanza 
mi  mujer,  y  que  es  muy  justo 
que  le  cumpla  la  palabra, 
aunque  no  fuera  por  vos. 
Pues  yo  me  vuelvo  a  su  casa, 
diciendo  que  del  camino, 
sin  proseguir  la  jornada, 
os  volvisteis  a  la  vuestra. 
¿  Qué  diré  que  fué  la  causa  ? 
Poca  salud. 

Guarde    el    cíelo 


MAS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE   LA   CORTE   TODA 


vuestra  vida,  porque  Francia 

tenga  en  vos  tan  gran'  señora. 
Isabela.      ¡  Con  qué  mentira  tan  rara 

salí  de  tanto  peligro ! 
Ñuño.        j  Cómo  se  le  ve  en  la  cara 

que  es  Infanta  de  León  ! 

Luego  me  lo  dijo  el  alma. 


JORNADA  TERCERA 
(Salen  Pelayo,   Costanza  y   Inés.) 

Pelayo.  Con    esta   resolución 

te  mando  lo  que  has  de  hacer. 

Costanza.  Pensaba  que  era  ofender, 
señor,  tu  reputación, 

por  haber,  algo  arrogante 
dilatado  el  casamiento 
don  Ñuño. 

Pelayo.  No  fué  su  intento 

mudanza  de  loco  amante, 
para  que  tomes  venganza. 

Costanza.  ¿Pues  no  fué  tenerte  en  poco? 

Pelayo.       No,  porque  estuviera  loco; 
que  mis  abuelos,  Costanza, 

aunque   fueron  labradores, 
fueron  tan  nobles  y  buenos 
como  los  suyos  al  (i)  menos, 
estoy  ]por  decir  mejores. 

No  trillos,  Costanza  mía, 
ni  arados  donde  hoy  están, 
que  también  en  su  zaguán 
hubo,  cuando  Dios  quería, 
-     aldabas  para   caballos 
y  lanzas  para  los  moros; 
adonde  ovejas  y  toros 
hubo  (pendón  y  vasallos. 

Haz  esto  con   voluntad, 
no  mires  en  niñerías. 

CosT.VNZA.  No  me  atañen  hidalguías, 
padre,  por  buena  verdad; 

ni  me  sabré  yo  poner 
esas  galas  cortesanas, 
ni  el  ocupar  las  mañanas 
en  torcer  y  destorcer 

rizos  al  compuesto  pelo. 
¿Qué  espejo  para  la  cara 
como  es   esa   fuente  clara, 
aquel  guarnecido  hielo, 


(i)     En    el    original,    '"no". 


de   naturales   labores, 
para  iproprias  hermosuras, 
addnde  son  las  molduras 
los  caireles  de  las  flores? 

i  Madiós !,  que  si  vos  mandáis, 

que  no  carece  de  mengua. 
Pelayo.       ¿Hablas   en   rústica  lengua? 
Costanza.  Sí,    porque  ocasión  me  dais ; 
y  esto  no  os  parezca  mal, 

porque  cualquiera  nación, 

si  llega  a  tener  pasión, 

se  vuelve  a  su  natural. 
Pelayo.  Yo   fío  de  tu  obediencia, 

que  harás  imi  gusto. 

(P'asc,) 

Costanza.  Esto  es  hecho. 

Inés.  Dispuesto  al  disgusto  el  pecho,  ' 

entra  luego  la  paciencia; 
ésta  es   forzoso  tener. 
Costanza.  ¡  Ay,  Inés,  qué  buen  consuelo ! 
Si  pensé  con  tal  desvelo 
ser  de  serrano  mujer,  , 

esto  siento,  que  bien  veo 
lo  que  don  Ñuño  merece. 
Inési  a  muchas  les  acontece 

contra  isu  gusto  y  deseo, 

y  amar  después  con  el  trato. 
Costanza.  Quédate  aquí;  y  si  llegare 
y  por  mí  te  preguntare, 
entreténle,  Inés,  un  rato, 

mientras  me-  pongo,  si  acierto, 
estos   negros   atavíos. 
Inés.        ,  ¿Pues  a  ti  te  faltan  bríos? 
Costanza.  No  hay  bríos  en  gusto  muerto. 

(Vase.) 

(Sale   Bato   con   unas   hotazas  grandes  y   vestido   de 
galán  graciosamente.) 

Bato. 

Amor  desconcertado,  amor  relox, 
¿  adonde  voy  con  tanto  díngandux  ?  ^ 
Con  mi  alma  y  potencias  haced  flux; 
¡  ox  con  el  diablo,  o  tiraréte  un  box ! 

Antona,  quita  allá  tu  algimilox, 
que  no  he  menester  yo  quien  me  rempux; 
más  rico  estoy  que  de  Vcnecía  el  Dux, 
con  mis  bueyes,  arado,  trillo  y  trox. 

¿  Yo  galambao  con  uno  y  otro  dix  ? 
¿Pensaste  que  era  moro  Abencerrax, 
que  me  fríes  el  alma  como  pex? 


JORNADA  TERCERA 


417 


Vete,  amor,  a  Guadix,  o  a  el  lago  Estix; 
guarda  tu  arpón,  amor,  cierra  el  carcax ; 
¿de  qué  te  sirse  un  alma  de  almofrex? 
Inés.  ¿Es  Bato? 

Bato.  ¿Pues  no  me  ves? 

Inés.  Apenas  te  conocía ; 

¿dónde  vas? 
Bato.  Donde  quería, 

mas  no  donde  quiero,  Inés. 
Inés.  A  fe  que  vienes  galán, 

que  por  serlo  el  desposado 

trocará  todo  criado 

en  capa  y  gorra  el  gabán. 
Bato.  ¿Después  que  culpa  tuviste, 

háceste  boba? 
Inés.  ¿Yo  fui 

por  quien  te  pusiste  así? 
Bato.  Como  tú  no  me  quisiste, 

échele  un  resquiebro,  Inés, 

a  Antona,  y  hame  mandado 

que  para  su  quillotrado 

me  ponga,  como  me  ves, 
la  botas,  justas  o  injustas, 

a  lo  galán  cortesano. 
Inés.  Estas  botas*,  Bato  hermano, 

más  son  de  Judas  que  justas. 
Bato.  ¿  Qué  parezco  con  el  cuello  ? 

¿  No  es  curiosa  la  invención  ? 
In'és.  Gigante  de  profesión 

y  enamorado  camello. 

Mas  no  habías  de  llevar, 

ya  que  lo  rústico  dejas, 

esa  paja  en  las  guedejas. 
Bato.  He  dormido  en  el  pajar, 

salí  primero  que  el  día, 

m-andóme  mirar  Antona 

a  un  espejo  la  persona, 

y  como   no   ie   tenía, 
míreme  en  una  caldera. 
Inés.  ¿  No  estaba  cerca  el  pilón  ? 

Bato.  ¿  Quieres  darme  una  lición, 

así  con  quien  bien  te  quiera 
te  cases  hogaño,  Inés, 

desto  del  hablar  mirlado? 
Inés.  Poniendo  la  boca  a  un  lado 

lo  sabrás  dentro  de  un  mes. 
Bato.  Díjome  también  que  había 

de  traerla  dulce,  y  Juana 

me  dijo  aquesta  mañana 

que  una  hierba  me  daría; 
unos  tártagos  me  dio, 


que  he  pensado  reventar. 

Inés. 

De  celos  de  verte  hablar 

con  Antona,  te  engañó. 

Bato. 

¿  Pues  qué  consejo  me  das? 

Inés. 

Es  muy  corriente  la  miel; 

busca  orosuz,  y  con  él 

dulcísimo  andarás. 

Y  con  esto,  adiós,  tontón. 

Bato. 

¿Ya  te  vas? 

Inés. 

A  ver  mi  empleo; 

queda   con    Dios   fariseo. 

Bato. 

¿Qué  es  fariseo? 

Inés. 

Sayón. 

Bato. 

Espera. 

Inés. 

Andamos  de  fiesta. 

Adiós,  galán  avestruz. 

(Vasc,  y  sale   Isabela.) 

Bato.  ¿Yo  he  de  comer  orosu^z? 

Isabela.      ¡  Jesús  !  ¿  Qué  visión  es  ésta  ? 
Bato.  ¿No  me  conoces? 

Isabela.  La  voz 

de  Bato  me  parecía. 
Bato.  ¿Aún  esto?  El  diablo  sería. 

Isabela.      ¡  Qué  Olofernes  tan  feroz  ! 
Bato.  Yo  Galof ernes  ?  ¿  Quién  fué  ? 

Isabela.      Un  valiente  capitán, 

y  como  vienes  galán, 

que  eras  el  mismo  pensé. 
Bato.  Sí  es  por  galán,  en  el  mundo 

jamás,  Antona,  se  vio 

Galof  ernes  como  yo. 
Isabela.       Pues  en  lo  mismo  me  fundo. 
Bato.  ¿Vengo  bueno? 

Isabela.  ¿  Qué  ?    ¡  Tan    bueno  ! 

Mal  año  para  don  Ñuño. 
Bato.  Si  contigo  me  conjuño 

y  de  marido  me  estreno, 
no  habrá  moza  en  el  lugar 

que  no  te  envidie. 
Isabela.  No  chero 

que  me  dé  celos. 
Bato.  ¿  Puchero 

antes  de  matrimoñar? 

Antona,  entremos  con  bien, 

no  tengamos  pesadumbre. 
Isabela.  Eres  destos  ojos  lumbre. 
Bato.  No  me  ha  chillado  sartén 

con  torreznos  en  después 

que  se  quita  el  monimento, 

como  esta  voz. 

27 


418 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


Isabela.  Mucho  siento, 

Bato,  que  celos  me  des. 
Bato.  Las  mozas  se  andan  tras  mí, 

¿qué   culpa  ks   tengo  yo? 
Isabela.       Pues  de  aquí  adelante  no, 

Bato,  no  ha  de  ser  así. 

Baje  esos  ojos,  que  empiezo 

a   ser   celosa. 
Bato.  No  son 

bestias. 
Isabela.  No  mire  a  traición, 

enderece   ese   pescuezo. 
Bato.  Como  en  un  cesto  me  empozas. 


(I) 


(Fase  estirándose,  y   sale   el  Infante.) 

Infante. 

¿Cómo  había  de  estar,  Antona,  el  prado, 
que  labran  de  cristal  los  arroyuelos, 
menos  florido  de  tus  pies  pisado, 
y  ellos  con  menos  perlas  en  sus  hielos? 
¿Cómo  el  indio  clavel  menos  dorado 
y  el  lirio  celestial  con  menos  celos? 
¿  Cómo  el  ganado  de  su  flor  segura, 
la  corona  de  nácar  menos  pura? 

¿  Cómo  con  menos   candidos   rocíos 
la  blanda  hierba  destos  verdes  llanos, 
que  peina  el  sol  cuando  en  los  valles  fríos 
deciende  alegre  de  los  montes  canos, 
o  cómo  navegaran  por  los  ríosi, 
bajando  al  agua  de  los  aires  vanos 
los  ánades  con  remo  de  azul  pluma 
en  limpios  barcos  de  nevada  espuma  ? 

Luego  que  vi  cantar  los  ruiseñores, 
dije:  Ya  sale  mi  divina  aurora, 
porque  sólo  dulcísim.os  amores 
al  sol  cantaran,  que  sus  picos  dora. 
Añades,  hierbas,  prado,  arroyos,  flores 
y  ruiseñores  dulces  enamora 
tu  hermosa  luz,  y  todos  hacen  salva 
al  cerco  de  oro  donde  vive  el  alba. 

Serrano,  en  fin,  pasé  la  noche  escura 
ausente  de  tu  sol,  aurora  bella, 
esperando  su  luz  hermosa  y  pura 
con  mucho  amor  y  poco  sueño  en  ella. 
Ahora  contemplando  tu  hermosura, 
Antona,  aurora,  sol,  luna  y  estrella, 
mis  sentidos  serán  los  ruiseñores, 
mis  ojos  fuentes,  mis  requiebros  flores. 


Isabela, 

Pasa  el  invierno,  mi  serrano  amado, 
y  el  sol  a  los  parados  arroyuelos, 
para  que  corran  libres  por  el  prado, 
desata  las  prisiones  de  los  hielos. 
De  azules  compañías  esmaltado, 
despierta  amor,  para  que  duerman  celos; 
las  aves,  unas  cantan  y  otras  lloran, 
al  paso  que  se  celan  o  enamoran. 

No  queda  yedra  que  álamo  no  abrace, 
flor  que  al  botón  no  rompa  el  nudo  verde, 
ni  sarmiento  de  vid  que  no  se  enlace ; 
el  valle,  el  monte,  la  tristeza  pierde. 
Sacudida  la  nieve  se  deshace; 
no  hay  ave,  no  hay  pastor  que  no  recuerde 
a  dar  debidas  gracias  al  aurora, 
que  finge  risa  cuando  aljófar  llora. 

Yo  así,  dulce  serrano  de,  mí  vida, 
después  de  larga  noche,  al  alma  invierno, 
desato  el  hielo,  la  razón  rompida, 
y  soy  tu  yedra  con  abrazo  eterno. 
¡Oh,  lógrese   con  dicha   repetida 
ardor  tan  generoso,  puro  y  tierno, 
y  corone  tan  dulce  amor  tu  frente, 
que  yo  he  de  marte,  aunque  me  viese  ausente. 

Infante. 
¿Será  verdad,  mi  bien? 


Isabela. 

c 

Infante. 
¿Quién  sale  por  fiador? 


"era    muy    cierta. 


(i)     Verso    suelto:    quizá    faltan    otros    tres    para 
la  redondilla. 


Isabela. 

Mi    confianza. 
Infante. 
¿Diráslo  siempre  así? 

Isabela. 

Después  de  muerta. 
Infante. 
¡  Valiente  amor ! 

Isabela. 
Cuanto  pretende  alcanza. 
Infante. 
¿  Qué  impide  el  mayor  bien  ? 
Isabela. 

Estar  incierta. 


JORNADA  TERCERA 


419 


Infante. 
¿  Incierta  de  mi  fe  ? 

De  tu  mudanza. 

Infante. 
¿En  mí  la  puede  haber? 

Isabela. 

Y  en  la  fortuna. 

Infante. 
Alguna  he  visto  yo  firme. 

Is.\BELA. 

Ninguna. 
Infante. 
Dimc  quién  eres.  • 

Isabela. 

Cuando  tú  lo  digas. 
Infante. 
Yo  SO}-  muy  noble. 

Isabela. 
Yo  muy  noble  y  grave. 
Infante. 
¿  Por  qué  te  encubres  ? 

Isabela. 

Porque  tú  me  obligas. 
Infante. 
¿Quién  te  truj©  a  estos  montes? 
Isabela. 

Una  nave. 
Infante. 
Prosigue  el  caso. 

Isabela. 
Cuando  tú  prosigas. 
Infante. 
¿Cuándo  me  lo  dirás? 

Isabela. 

Amor  lo  sabe. 
Infante. 
Poco  puedo  contigo. 

Isabela. 

Y  yo  contigo. 
Infante. 
Si  hablas,  yo  hablaré. 


Isabela. 
Lo  mismo  digo. 

{Sale  Bato  con  un  tamboril  y  flauta,  los  músicos  de 
villauos,  Pelayo  mejor  vestido,  dox  Ñuño  galán 
y   Costanza  en  hábito  de   dama.) 

Pelayo.  Sentaos,  hijos,  y  vosotros 

podéis  celebrar  la  fiesta. 

Inés.  Envidia  tengo  a  Jos  novios. 

B.\T0.  Será   fuerza   que  la  tengas, 

mientras  que  no  te  declaras. 

Pel.wo.       Ea,  Bato,  da  dos  vueltas 
con  Inés  y  esos  zagales. 

Bato.  Viene  la  flauta  muy  seca 

y  muy  flojo  el  tamboril. 

Pelayo.       Abre,   Inés,   esas  bodegas, 
saca  vino  de  diez  años, 
y  con  las  cántaras  beban, 
no  saques  ta^as  de  plata. 

Bato.  Baile  Antona,  que  es  vergüenza 

que  aunque  mos  hagamos  rajas, 
siempre  se  está  patitiesa. 

Costanza.  Baila,  Antona,  por  mi  vida. 

Isabela.      Tu  vida  hará  que  lo  sepa. 

NuÑo.  ¡  Qué  de  otra  suerte  la  hablaran 

si  éstos  supieran  quién  era ! 

{Bailan  y  canten.) 

"Cuando  baila  Antona,  [boda, 

me   repica,   me  bulle,  me  brinca   la 
Cuando  Antona,  siempre  igual, 
con  flores  al  verde  abril, 
toca  en  dedos  de  marfil 
castañuelas  de  nogal. 
Cuando  en  sudor  de  cristal 
corales  la  bañan  toda, 
me   repica,  me  bulle,  me  brinca  la 
Cuando  sale  Antona  [boda, 

me  repica",  etc. 

{Sale  ToRiBto.) 

TORiEío.      Cese  el  regocijo  y  baile, 
y  la  boda  se  susipenda, 
señores,  mientras  os  doy 
de  una  novedad  las  nuevas. 
Bajando  al  valle  a  cortar 
ramos,  por  la  verde  cuesta 
del  monte  veo  venir  , 

coches,    caballos,  libreas, 
caballeros,  damas,  pajes, 
todos  con  ricas  libreas, 


420 


MÁS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA   CORTE  TODA 


y  por  el  solar  preguntan 

de  don  Ñuño,  y  yo,  sin  pena, 

a  uno  pregunté  ¡quién  son 

los  que  van  por  esta  tierra 

con  tantas  gaía^-y  plumas, 

con  tantos  oros  y  telas, 

y  dijo  el  Rey  de  León 

a  Francia  o  Ingalaterra 

enviaba  desposada 

la  infanta  doña  Teresa, 

y  hale  escrito  ci-rto  hidalgo 

que  con  «tempestad  soberbia 

rota  la  nave,  llego 

en  una  barca  pequeLa 

la  Infanta,  al  cabo  del  fin, 

y  que  este  monte  Iti  alberga, 

y  lo  mejor  de  su  corte, 

como  veis,  viene  por  ella. 

Apenas   esto   me  dijo, 

cuando  de  un  aliento  vuelan 

mis  pies  con  mis  pensamientos 

y  vengo  a  daros  las  nuevas. 

Pelayo.      ¡Caso  lextraño !   ¿De  León 
hidalgos  y  damas  bellas 
por   Infanta? 

Ñuño.  Nadie   aquí 

se  alborote  ni  se  mueva. 
Pelayo,    Costanza,    oid 
aparte. 

Infante.  ¡Cosa  que  seas 

la  infanta,  Antona ! 

Isabela.  Serrano, 

agora,  si  yo  lo  fuera, 
¿cómo  pudiera  negarlo? 

Infante.      Claro  está,  pues  que  lo  niegas. 

NuÑo.  Sabed  los  dos  en  secreto 

•(Aparte  los  dos.) 

que  Antona,  como  a  quien  era 

caballero,  cierto  día 

me  dijo,  llorando  perlas, 

que  era  la  perdida  Infanta. 

Yo,  porque  el  Rey  me  agradezca 

haberle  dado  este  aviso, 

con  iMendo,  persona  cierta, 

escribí  luego  la  carta 

al  Rey  que  Toribio  cuenta. 

Ha  sido  famosa  dicha : 

que  me  prometió  Su  Alteza 

un  título,  y  como  llaman 

mi  solar  en  esta  tierra 


Costanza. 
NuÑo. 


el  "Otero",  por  estar 

tan  alto,  que  del  se  otea 

todo  ese  valle  hasta  el  mar, 

serás,  mi  Costanza  bella, 

ja  Condesa  del  Otero. 

¿  Qué  me  cuentas  ?  ¿  Yo  Condesa  ? 

Y  señorías  los  dos. 

Costanza.  La  vanidad  me  marea. 

NuÑo.        Ya  somos  títulos,  ya 

nuestra  ventura  comienza. 

Pelayo.      Siempre  lo  pensé  de  Antona. 

Costanza.  ¿Y  llamarémosla  alteza? 

NuÑo.         No  ;le  digas  nada  agora, 

Costanza,  hasta  que  no  vuelva, 
porque  haciendo  el  desposorio 
»  la  Infanta  madrina  sea. 

Pelayo.       Ea,  zagales,  a  ver 

la  corte,  un  día  que  llega 
a  nuestras  humildes  casas. 

B.\T0.  ¿  Sabes  tú  de  qué  manera 

es  la  corte,  Inés  ? 

Inés.  Yo  no. 

Bato.  Pues  vamos  los  dos  a  verla. 

Inés.  Pienso  que  será  una  junta 

de  los  reyes  y  la  reina. 

Bato.  ¿Luego  ellos  vienen  aquí? 

Inés.  No ;  'pero  vienen  por  ella 

sus  caballeros  y  damas, 
con  las  galas  que  profesan, 
que  no  con  muchos  vestidos. 

Bato.  ¿Y  daránme  alguna  dellas 

si  voy  allá? 

Inés.  ¡  Bestia,    calla  ! 

Bato-  Callarán,  que  no  son  bestias. 

{Vansc,  y  queden  Isabela  ^t  d  Infante.) 

Isabela.      ¿  De  qué  es  tanta  suspensión  ? 
Pues,  ¿  cómo  no  se  alborotan 
la  grandeza  y  la  hermosura 
que  nuestros  valles  adornan  ? 
¿  Cómo  no  vas  a  ver  damas 
que  matan  y  que  enamoran 
con  galas  y  con  donaires? 
Ya  es  justo  que  veas  y  oigas 
lo  que  en  la  corte  solías, 
que  estás  entre  aquestas  chozas 
fuera  de  tu  natural. 
Vete  a  ver  telas  y  joyas; 
cansado  estarás  de  verme 


JORNADA  TERCERA 


421 


en  esta  rústica  forma; 
no  disimules  por  mí; 
ve  con  los  demás,  no  importa, 
que  no  te  quiero  suspenso, 
aunque  yo  quede  celosa. 
Infante.     ¿Es  posible  que  digáis, 

Antona,  a  quien  os  adora, 
que  vaya  a  ver,  siendo  sol 
vuestra  belleza,  -a  las  sombras? 
¿Es  posible  que  penséis 
que  un  alma  de  amores  loca 
pueda  hallar  gusto  sin  vos, 
dueño  mío,  en  cuantas  cosas 
produce  naturaleza, 
ni  cifran  altas  coronas, 
que  visten  ricos  brocados 
y  pisan  oro  en  alfombras? 
¿  Qué  diamantes  como  ver 
tal  vez  las  palabras  toscas 
de  Asturias  en  vuestros  labios, 
de  quien  aprenden  las  rosas? 
¿Qué  perlas  como  mirar 
los  marfiles  del  ^aurora 
en  esas  hermosas  manos, 
flechas   de   nieve   amorosas? 
¿  Para  qué  quiero  yo  ver 
cortesanas  Babilonias, 
reyes,    damas,    caballeros, 
vulgo,   caballos,   carrozas  ? 
Más  valéis  vos,  Antona, 
que  la  corte  toda. 
¿Qué  novedades,  qué  trajes, 
qué  galas,  qué  telas  bordan,   . 
que  igualen  a  las  que  viste 
vuestra  gallarda  persona? 
¿Qué  rubíes  en  sortijas 
con  vuestras  mejillas  rojas, 
donde  los  claveles  arden 
las  púrpuras  que  coloran, 
cuando  a  aqueste  monte  vengan, 
damas   abrasando   Troyas, 
calificando  invenciones, 
hablando  estudiadas  prosas, 
cabellos  que  el  oro  envidie, 
y  dore  el  sol  por  lisonja, 
hermosura  que  respete 
la  naturaleza  propria, 
y  olvidando  las  humanas, 
por  ángeles  las  conozca, 
y  no  haya  corte  tan  rica, 
tan  pulida  y  tan  hermosa? 


Más  valéis  vos,  Antona,  etc. 

Is.-VBELA.      No  dije,  serrano  mío, 

que  vais  a  ver  los  milagros 

de  las  damas  de  la  corte 

por  ver  yo  los  cortesanos. 

Vos  sois  la  cifra  de  todo; 

que  en  vos  contemplo  en  retrato 

los  caballeros  más  nobles, 

los  galanes  más  bizarros. 

Vivan  sus  palacios  ellos, 

sirviendo,  amando  y  gozando; 

novedades  califiquen, 

disparen   rayos   mirando, 

porque  ya  para  mis  ojos, 

después  que  el  alma  os  he  dado, 

cuando  vuestro  entendimiento 

miro  tan  per  feto  y  claro, 

y  cuando  en  vuestra  persona 

el  traje,  grosero  y  basto, 

conozco  vuestro  valor; 

y  de  los  palacios  altos, 

sin  envidia  digo  alegre  ; 

a  mis  ojos  suspirando : 

Más  valéis  vos,  serrano, 

que  la  corte  y  el  palacio. 

Infante.  ¡Ay,  Antona!,  ¿qué  es  aquesto? 

Isabela.      Los  cortesanos   serán, 

que  honrar  a  Ñuño  querrán. 

Infante.      ¿  En  vuestra  casa  tan  presto  ? 

Is.\BELA.  Si  te  dan  celos,  iréme. 

Infante.     \"ienc   Pelayo  y  Costanza, 
que  ya  mi  desconfianza 
tanto  cuanto  mira  teme. 

Sale  Pel.wo,  don  Xuño,  Costaxza,  don  T'ello  y 
DON  Fernando,  de  camino,  y  los  villanos  Bato  y 
Inés.) 

Ñuño.  Esta  es  la  Infanta,  llegad, 

que  en  aquel  traje  vestida, 

para  no  ser  conocida 

de  gente  de  la  ciudad, 
vivió  este  monte,  cifrando 

en  lo  que  vio  su  grandeza, 
Tello.         Dé  la  mano  Vuestra  Alteza 

a  don  Tello  y  don  Fernando, 
sus  criados  más  leales. 
Infante.     ¡  Ay,  ojos!,  ¿qué  es  lo  que  veis? 
Is.'^BELA.       ¿De  quién,  señores,  hacéis 

burlas  en  palabras  tales? 
Fernando.      Ñuño,  ¿dónde  está  la  Infanta, 

que  no  es  ésta? 


422 


MAS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


Ñuño,  ¿Cómo  no? 

Tello.         Hombre  que  a  un  Rey  escribió 

con  seguridad  y  tanta, 
que  obligó  a  venir  por  ella 

a   Asturias,   ¿otras   nos   da, 

cuando  por  ventura  está 

en  Francia  la  Infanta  bella, 
y  no  sabe  si  lo  es  ? 
NuÑo.        Caballeros,  ella  ha  sido 

quien  este  engaño  ha  fingido 

•para  algún  necio  interés. 
Isabela.  Contad'en  lo  que  me  vi 

cuando  de  vos  me  libré. 
Pelayo.       Señores,  engaño   fué 

de  Ñuño,  pensando  así 

servir  al  Rey.  ¿  Qué  más  pena 

le  podréis  dar  que  su  engaño? 
Bato.        -  Inés,  ¡  bravo  desengaño 

para  Costanza  se  ordena  1 
No  la  llamaremos  ya 

la  Condesa  del  Otero. 
NuÑo.  ¡  Qué  triste  la  boda  espero  ! 

i  Corrida  Costanza  está  ! 
Tello.  A  tan  grave  desatino 

el  justo  castigo  hiciera, 

si  haberle  mayor  pudiera, 

porque  ninguno  imagino 

que  igual  fué  a  su  confusión. 

Vamos  de  aquí,  don  Fernando, 
'  por  no  estar  viendo  y  hablando 

en  esta  loca  invención, 
Fernando.      Con  mucha  puntualidad 

ser  desposado  ha  cumplido, 

pero  a  nuestra  costa  ha  sido 

la  primera  necedad. 

Vamos  de  aquí. 

Costanza.     .  No  pudiera 

(P'anse   don    Tello   y   dox    Fernando.) 

haber  hecho  esta  invención 

Antena,  sin  ocasión. 
Pelayo.       ¿Qué  ocasión  bastante  fuera 

para  fingirse  la  Infanta? 
Costanza.  Ñuño  lo  sabe. 
NuÑo.  No  es  justo 

añadir  a  mi  disgusto 

más   pena. 
Costanza.  Mi  pena  es  tanta, 

que  no  me  dará  lugar 

a  sufrirlo ;  que  es  tan  cierto 

que  haciéndose  descubierto, 


NuÑo. 


Isabela. 


Infante. 


Costanza. 

Isabela. 
Pelayo. 

Bato. 

Inés. 

Bj\TO. 

Pelayo. 


Costanza, 


Pelayo. 


Costanza 
Pelayo. 

NuÑo. 


¿quién  podrá  disimular? 

Engaños,  Costanza,  son 
de  Antona,  no  culpas  mías, 
y  tuyas,  si  desconfías 
de  mi  justa  obligación. 

Burlando  con  ella  estaba, 
■cuando  la  necia  creyó 
que  la  amaba. 

Pienso  yo, 
que  de  suerte  se  burlaba, 

que  si  me  descuido  un  poco, 
soy  Condesa  del  Otero. 
Con  lo  que  he  visto,  ¿qué  espero? 
Necio  amor  me  tiene  loco. 
¿  Qué  puedo  esperar  si  veo 
la  bajeza  que  pensaba 
grandeza,  cuando  esperaba 
con  la  esperanza  el  deseo? 

Comoquiera  que  eso  sea, 
Antona  no  ha  de  quedar 
en  casa. 

Aun  bien  que  la  mar, 
aunque  me  echó,  -me  desea. 

Bien  es  castigarla  así; 
vayase,  porque  no  es  justo 
vivir  con  este  disgusto. 
Y  si  no  dénmela  a  mí. 

que  yo  la  querré,  madiós, 
y  aun  me  casaré  con  ella. 
Sí,  que  una  Infanta  doncella, 
noramala  para  vos. 
¿Celazos,    Inés? 

Confuso 
estoy  en  lo  que  he  de  hacer, 
porque  esta  es  sola  mujer, 
y  echarla  también  no   excuso ; 

pues  lo  primero  es  piedad 
y  lo   segundo  es   forzoso. 
Si  ha  de  ¿er  Xuño  mi  esposo, 
¿qué  mayor  dificultad? 

O  echarla,  o  tomar  el  don 
y   el   vestido. 

Yo  he  pensado 
un  remedio,  que  me  han  dado 
la  piedad  y  la   razón. 
¿  Cómo  ? 

Casarla,    que   así 
no  vivirás  con  los  celos. 
No  tengas  viles  recelos, 
•Costanza  hermosa,  por  mí ; 
porque  es  mi  aborrecimiento, 


JORNADA  TERCERA 


423 


por  este  engaño  de  suerte, 

que  la  deseo  la  muerte. 
Isabela.       Pague  Dios  el  pensamiento. 
CosTANZA.       Ahora  bien;  si  ella  se  casa, 

paso  porque  en  casa  quede. 
B.\T0.  Con  ninguno  mejor  puede 

de  los  zagales  de  casa 
que  conmigo;  en  además 

de  mi  berrenda  persona, 

que  me  quiere  bien  Antona. 
Inés.  Y  no  la  faltara  más 

que  un  cebón  de  tu  tamaño 

a  una  infanta  de  León. 
Bato.  Un  cebón,  o  lui  mancebón, 

¿es  barro  en  casa  cada  año? 
Pelayo.  Ahora  bien ;  aunque  callando 

está  Serrano,  yo  sé 

que  la  mira. 
Infante.  Yo,  a  la  fe,    ■ 

que  en  eso  estaba  pensando. 
Mas  si  no  me  mira  a  mí. 

¿qué  importa  que  yo  la  mire? 
Pelayo.      Yo  sé  que  no   se  retire 

■de  darte  la  mano  a  ti ; 
y  celos  te  han  de  curar 

por  los  más   felices  modos. 

.Ea,  Antona,  que  entre  todos 

el  dote  se  ha  de  juntar. 
Yo  doy  cien  OA'ejas. 
CoSTANZA.  Yo, 

los  vestidos  que  saqué 

cuando  casarme  intenté; 

que  pues  esto  se  dejó, 
y  el  dar  es  cosa  precisa, 

dejando  las  aficiones, 

una  cama,  dos  colchones 

y  una  labrada  camisa 
ofrezco  a  la  novia  aquí. 
Bato.  Ya  yo  las  venturas  pruebo ; 

pues  que  me  ponen  de  nuevo, 

grande  dicha  conseguí. 
Pelayo.  Un  majuelo  te  he  de  dar, 

por  lo  bien  que  me  has  servido ; 
Bato.  Mucho  mejor  he  comido 

y  dormido  sin  pesar 
Inés.  Por  Dios,  Bato,  yo  he  quedado 

sin  serrano. 
Bato.  Yo  también 

sin  Antona. 
Pelayo.  Hombre  de  bien 

sois;  con  viñas  y  ganado 


podéis.  Serrano,  aumentar, 

y  desterrando  el  pesar, 

vivir  libre  de  cuidado. 
Bato.  Si  la  novia  está  indispuesta, 

y  pone,  si  se  repara, 

al  casarse  mala  cara, 

mal  la  boda  se  concierta. 
Pelayo.  El  que  ella  os  quiere  es  llano. 

Bato.  Al  cielo  mira  y  suspira, 

y  puesto  que  no  me  mira, 

no  quiere  darme  la  mano. 

(Salen  a  un  lado  Ricardo  y  el  Ixfaxte,  leyendo  tina 
carta.) 

Infante.         En  tan  penoso  desvelo 

mi  dolor  se  ha  descubierto; 

cese  en  todos  el  concierto, 

pues  me  veo  sin  consuelo, 

cuando  empieza  mi  deseo;  (i) 

pues  con  nueva  tan  penosa 

se  ha  de  aumentar  el  dolor, 

mas  no  aplacarse  mi  amor ; 

hasta  topar  a  mi  esposa, 
todo  es  pena. 
Ricardo.     Y  dicha  será  también.  (2) 

Ya  trocaste  en  majestad 

la  alteza. 
Infante.  Murió  mi  hermano. 

Ricardo.     Así  tiene  fin  humano 

la  mayor  prosperidad. 
Infante.     Lágrimas  debo  a  su  muerte, 

aunque  aborreció  mi  vida. 

¡  Gran  desdicha ! 
Ricardo.  Y  mal  sentida. 

Infante.     Que  es  sangre  y  justicia  advierte. 
Ricardo-         De  eso  se  debe  creer 

lo  que  un  reino  da  lugar, 

porque  reinar  y  llorar 

no  sé  como  pueda  ser. 
Porque  del  reinar  hacían 

los  hombres  tan  gran  conecto, 

■que  se  espantaba  un  discreto 

de  que  los  reyes  dormían. 
Infante.         Erraba,  a  mi  parecer ; 

porque  si  es  morir  dormir, 

y  despertar  de  morir 

sólo  vida  puede  ser. 

Bien  claramente  se  advierte, 

en  riesgo  tan  conocido, 

que  no  vive  el  que  ha  dormido. 


(i)     Verso    suelto    entre    dos    redondillas. 

(2)     Otros  dos  versos  parte   de  una  redondilla. 


424 


MAS  VALÉIS,  VOS,  ANTONA,  QUE  LA  CORTE  TODA 


pues  representa  a  la  muerte 

el  sueño,  y  en  esta  grey- 
vive  quien  no  se  desvela, 
y   estar   siempre    en   centinela 
es  obligación  del  rey. 

Cuidando,  en  empeño  tal, 
para  adquirir  más  renombre, 
de  las  fatigas  del  hombre  (i) 
y  dar  remedio  a  su  mal, 
solicitando  su  aumento 
para  poder  obligallos. 
¿Y  dijiste  a  mis  vasallos 
cómo  vivo  aquí  encubierto?  (2) 

Ricardo.        Todo  se  acaba,  señor, 

y  se  muda  fácilmente,  {3) 
siendo  instrumento  la  muerte 
de  pesares  y  dolor. 

Ello  no  hay  que  esperar 
firmeza  al  estado  humano; 
mira  el  mar  soberbio  y  cano 
que  a  ti  te  pudo  quitar 

el  ver  a  tu  esposa  bella, 
y  en  medio  de  mal  tan  fuerte 
no  me  acordé,  si  se  advierte, 
de  decirles  que  atropella  i 
tus  venturas  la  fortuna, 
y  darles  nuevas  de  ti. 

Infante.     ¡  Qué  mal  hiciste ! 

Ricardo.  Partí 

con  la  gente,  que,  importuna, 
prisa  me  daba  a  marchar; 
que  sólo  tuve  memoria 
de  tu  ventura  y  tu  gloria  (4) 
Pues  te  vas  a  coronar 

y  a  ser  mí  rey,  y  es  justo 
que  partas  con  mucho  gusto 
sin  resistir  ni  dudar. 
Ven,  señor,  conmigo  al  punto, 
que  me  importa  tu  presencia. 

Infante.     Siendo,  (5)  Ricardo,  en  mi  ausencia 
el  pesar  y  el  placer  junto. 

Ricardo.        ¿Cómo? 

Infante.  La  villana  Antona 

serví  pensando  que  fuera 
mujer  que  sangre  tuviera, 


(i)  En  el  original,  "pobre",  por  errata- 

(2)  Asi    en   el    original;    pero    "encubierto"    no    es 
consonante   de   "aumento" ;    quizá   "contento". 

(3)  No   es   "fácilmente"  ■  consonante   de   "muerte". 
Quizá  diría:  "y  se  muda  de  tal  suerte". 

(4)  Falta  un  verso   después  de  éste, 
(s)  Asi  en   el  original.   Quizá  "viendo". 


Ricardo. 
Infante. 


Ricardo. 


Infante. 


Ricardo. 
Infante. 


Ricardo. 
Infante- 
Ricardo. 
Infante. 


Ricardo. 
Infante. 
Ricardo. 


Infante. 


de   alguna   real   corona, 

por  lo  que  della  entendía 
qtte  hablaba   siempre  cifrado, 
y  hoy  quedo  desengañado 
pero   falto  de  alegría. 

Hablarla  quiero,  ¡  ay  de  mí ! 
Excusa    la   pesadumbre,    (i) 
No  puedo  olvidarla  aquí, 
y  es  género  de  traición.  (2) 

Llegarme  quiero. 

Señor, 
habíala  en  lengua  de  rey, 
que  sin  faltar  a  la  ley 
Ja  puedes  decir  tu  amor. 

No  sé  qué  la  diga  ahora 
para    poder    obligalla, 
porque  sólo  con  miralla, 
como  es  deste  campo  aurora,  (3) 

aunque  llego  a  discurrir 
y  llego  claro  a  notar 
que  por  no  darla  un  pesar 
he  de  callar  y  partir. 

P'ero  el  dejarla  es  morir. 
Vamos,  que  será  mejor.  (4) 
¿  Cómo  ? 

Que  me  quiere  asir 

amor.  Ya  no  soy  quien  era. 
Respeta  el  cetro. 

¿Ahora  estamos 
en   eso  ? 

Bien  dices,  vamos. 
Desta  vez  me  voy.  Espera. 

¿  Para  qué  ? 

Para  decir 
a  esta  hermosa  labradora 
que  toda  el  alma  la  adora, 

y  que  es  forzoso  partir 
y  dejar  aquesta  aldea, 
para  que  su  sol  no  vea 
quien  con  él  quiso  vivir. 

¿Aquella  dama  es  Antona? 
La  misma. 

Si  se  virtiera 
desta  suerte  disculpara 
tu  amor.  ¡  Qué  dama  tan  bella ! 
Sin  sentido  estoy,  Ricardo, 


(i)     Falta  lui  verso   antes   o   después  de  éste. 

(2)  Así  en  el  original.  Todo  este  pasaje  está  muy 
alterado. 

(3)  Falta  algo  para   el   sentido. 

(4)  Falta  un  verso  antes  o  después  de  éste. 


JORNADA  TERCERA 


425 


viendo  mi  forzosa  ausencia, 
i  Plegué  a  Dios  que  no  me  cueste- 
vida  y  salud  el  perderla. 

Pelayo.       ¿Adonde  está  el  desposado? 

Bato.  ¿No  le  veis? 

IxÉs.  Oigan  la  flema 

con  que  viene  el  novio. 

B.VTO.  Inés, 

quizá  le  casan  por  fuerza. 

Pelayo.       ¿  No  fuera  razón,  Serrano, 
que   de  otra  isuerte   vinieras 
a.  casarte  ?  ¿  No  tenías 
gabán  y  polainas   nuevas 
y  una  camisa  labrada? 
O  por  lo  menos  te  hicieras 
la  barba,  que  en  desposados 
es  bien  cuidar  de  limpieza. 

Inés.  Bien  se  la  pudiera  her, 

que  la  tiene  como  aldea 
despoblada  de  vecinos; 
yo  por  lo  menos  le  diera 
gregüescos,  sombrero  y  capa. 
¿Serrano,    tanta   tristeza? 
¿  Son  los  novios  de   Hornachuelos, 
que  diz  que  le  dijo  a  ella 
a  tres  meses  de  casados, 
levantando  la^cabeza : 
Ojinegra  es  la  señora? 

IxFANTE.     Ya,  pues  hablaros  es  fuerza, 

aunque  pensé  a  hablar  a  Antona, 
donde  ninguno  me  oyera, 
yo  soy  don  Juan  de  Navarra, 
hermano  del  rey  que  reina 
en  el  cielo. 

Bato.  ¿  Qué  es  esto  ? 

¿  Hay  otra  infanta  que  venga 
hacer  Condes  del  Otero  ? 

IxÉs.  ¡  Calla,  noramala,  bestia  ! 

Infante.      Ya  por  la  gracia  de  Dios, 

rey  de  Navarra,  de  Estela,  (i) 
de  Pamplona. 

Bato.  Y  del  Otero, 

donde  es  Costanza  condesa. 

Infante.      Arrojado  de  la  mar 

tomé  puerto  en  esta  tierra, 
yendo  a  casarme  a  Bretaña 
con  la  divina  Isabela, 
princesa  de  aquel  Ducado, 
que  por   escrituras  hechas 


(i)     Estella. 


Isabela. 


era  mi  esposa  con  gusto 
del  Rey,  que  por  las  señas  (i) 
no  quiso  que  fuera  a  verla. 
Salí  huyendo  por  la  mar, 
de  cuya  fiera  tormenta 
debo  la  vida  a  los  brazos, 
debo  el  amparo  a  las  peñas. 
Este  caballero  y  yo 
llegamos  a  la  ribera, 
subimos  .por  la  montaña, 
y  esta  labradora  hermosa 
que  hoy,  en  hábito  de  dama, 
lo  que  no  es  posible  espera, 
a  vuestra  casa  me  trajo, 
en  fin,  dejándome  en  ella. 
Volvió  Ricardo  a  Navarra, 
que   anticipadas   las   nuevas 
deja  en  este  verde  valle 
lo  mejor  de  su  nobleza. 
Con  vosotros  no  aguardaba 
cumplimientos   ni   licencia. 
Con  ella  sí,  porque  he  sido 
labrador  de  su  belleza, 
y  ha  sido  tanto  mi  amor, 
que  presumo  que  la  diera 
la  mitad  de  mi  corona: 
tanto 'el  dejarla  me  pesa, 
si  no  estuviera  tratado 
casarme  con  la  Duquesa. 
Esas  joyas  que  la  di 
quiero  que  su  dote  sean, 
demás  del  que  pienso  darle 
al  que  su  mano  merezca. 
Con  esto,  porque  la  gente 
alegre  a  buscarme  llega, 
haced  de  oficio  de  padre, 
Pelayo  amigo,  en  mi  ausencia; 
Ñuño,  honradla  como  hidalgo ; 
Costanza,    favorecedla, 
y  vos,  Antona,  que  fuistes 
desitos  campos,  destas  sierras, 
dueño,  y  del  alma  de  un  rey, 
en  esta   forzosa  ausencia 
dadme  los  brazos  y  adiós..., 
que  El  solo  sabe  la  pena 
con  que  me  parto. 

Esperad, 
y  veréis  la  diferencia 
que  os  merezco.  Y  ya  no  es  tiempo 


(i)     Así    en    el    original;    pero    "señas"    no    es    la 
palabra  propia  ni  forma  verso. 


426 


MÁS  VALÉIS,   VOS,  ANTONA,  QUE   LA   CORTE   TODA 


Infante. 

Isabela. 
Infante. 


Bato. 


Pelayo. 


Ñuño. 


Isabela. 


de  que  la  tenga  "encubierta, 
y  si  me  hubiérades  dicho 
con  repetida  fineza 
que  erais  don  Juan  de  Navarra, 
al  mismo   punto   os   dijera 
que    viniendo    a    Santiago 
la   rigurosa   tormenta 
tuve.  Soy... 

Amor,   i  qué  es   esto  ? 
Sois... 

La  misma  Duquesa. 
¿  Que  soy  don  Juan  de  Navarra 
y   tú,   Isabela, 

la  Duquesa  de  Bretaña?  , 

Salga  en  los  brazos  agora 
a  recebiros  el  alma,  (i) 
¿  Cosa,  Costancia.  que  sea 
otra  infanta  de  León 
que  venga,  a  haceros  Condesa? 
Ñuño,   Costanza,   serranos, 
besemos  a  Sus  Altezas 
los  pies. 

Decid  majestades, 
porque  con  alegres  fiestas, 
después  de  hacernos  mercedes, 
padrinos  de  entrambos  sean. 
Dadme,  Costanza,  los  brazos. 


(i)     Como  se  ve,  este  pasaje  está  muy  alterado. 


Costanza. 

Aquí,  bellísima  Reina 

de  Navarra  y  de  Bretaña, 

tenéis  una  esclava. 

Isabela. 

Llega, 

Bato;  llega,  Inés. 

Bato. 

Señora, 

perdone  su  reverencia 

el  no  haberla  conocido. 

¡  Dichoso  el  que  hacer  merezca 

sábanas  de  tal  Bretaña ! 

Perdonad  nuesas  flaquezas, 

que  os  tuvimos  por  anjeo, 

y  sois  ángel  y  sois  reina. 

Infante. 

Pelayo. 

Pelayo. 

Señor. 

Infante. 

Muy  presto 

tendréis  villas  por  aldeas. 

NuÑo. 

Aquí,  discreto  senado. 

perdonando  faltas  nuestras. 

da  fin  la  Antona. 

Isabela. 

Es  engaño. 

porque  a  serviros  comienza 

y  a  ofreceros  el  deseo 

del  autor  y  del  poeta. 

que  me  pidió  que  en  su  nombre 

el  aplauso  os  agradezca. 

Fin. 


EL  MAYOR  REY  DE  LOS  REYES 

COMEDIA  EN  3  JORNADAS 

DE 


DONDE  SE  PRESENTAN  LAS  FIGURAS  SIGUIENTES  : 


Melchor,   rey   negro. 
EuTiFAR,  negro. 
Zaydán',   negro. 
Sexxaríx,  sacerdote  negro. 
Abdenacar,   sacerdote   negro. 
Anacrasis,    reina    blanca. 
Gaspar,  rey  indio. 
ROGELAXA,  sil   hija. 


Calambuco,  indio. 

GUATIXO,     Í}UÍÍO- 

Baltasar,  rey  gentil. 

Sexjo,  gentil. 

Axacreoxte,   sabio   gentil. 

SoLiNo,   sabio   gentil. 

Eufrates,    sabio   gentil. 

Axdrogeo,  hermano  del  rey   Baltasar. 


t/na  Sibila. 

CoRiDÓx,  pastor. 

El  Demonio. 

Rexato,    salteador. 

SiLEXo,  salteador. 

LiDORO,  salteador. 

Algunos  negros  de  acompañamiento. 


JORNADA  PRT^IERA 

{Vietien   Butifar,  negro,  y   Sexxaríx  y   Abdenacar, 
sacerdotes   negros,   y   dice    Butifar. ~i 

Butifar.         Prevenid  las  aras  santas, 
sacerdotes  del  dios  Sol, 
pues  ya  con  sus  rubias  plantas 
baña  el  mundo  de  arrebol 
que    alumbra   naciones   tantas. 

Tú,  famoso  Sennarín, 
aromatizante    incienso 
abrasa,  y  vuelve  en  jardín 
el  templo  de  Dios  inmenso 
con  la  violeta  y  jazmín. 

Los  aceites  y  las  gomas, 
licor  que  las  plantas  sudan, 
reparte  en  doradas  pomas 
con  tal  concierto,  que  aludan 
en  el  orden  las  aromas. 

Tú,  Abdenacar,  la  cortina 
corre,  si  su  resplandor 
no  eclipsa ;  y  su  luz  divina 
el  soberano  inventor 
dé    música    y    medicina. 

Sexxaríx.       Invencible  Butifar, 
todo  está  ya  prevenido 
y  otro  oriente  es  el  altar, 
aunque  no  habernos  sabido 
quién    viene    a    sacrificar. 

BuTiF.\R.         Pues  sabed  que  el  rey  Melchor 


de  Gaspar,  rey  del  Oriente, 
ha  llegado  vencedor; 
tal  que  le  llama  su  gente 
de  los  reyes  el  mayor. 
Y  por  este  beneficio 
a  el  Sol  le  quiere  hacer 
antes  de  entrar  sacrificio. 

Abdexac.    Xada  pierde  en  ofrecer 
al  dios  Sol  ese  servicio. 

Mas  dinos  ¿por  qué  ocasión 
nuestro  Rey  le  hace  guerra 
al  rey  Gaspar? 

Butifar.  Cosas    son 

dignas  de  decir:  la  tierra 
todo  es  grita  y  confusión. 

Todo  es  regocijo  y  fiesta, 
porque  no  ha  visto  victoria 
que  se  la  compare  a  ésta. 

Sexxaríx.  Si  de  ella  tienes  memoria, 
¿  cuál   es   la   ocasión  ? 

Butifar.  Aquesta. 

Ya  sabes  que  el  rey   ■Melchor 
la  Arabia  Pétrea  y  Félix 
y   la   Desierta   gobierna, 
porque  las  tres  le  obedecen. 
La  Pétrea  le  da  en  parias 
el  unicornio  y  el  fénix; 
la  Félix,  oro,  elefantes; 
la   Desierta,   tigres   fuertes, 


428 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


.  y  como  en  las  tres  Arabias 
es  señor  de  tanta  gente, 
se  llama,   con  gran   razón, 
el  mayor  Rey  de  los  reyes. 
Pero  el  rey  Gaspar,  soberbio, 
a  quien  el  bárbaro  Oriente 
bultos  de  oro  le  levanta 
y  sacrificios  le  ofrece, 
diciendo  que  de  los  cielos 
su  estirpe  y  origen  viene, 
de  los  reyes  el  mayor 
de  todos  llamarse  quiere; 
y  a  nuestro  rey  le  escribió 
que  este  sobrenombre  diese, 
porque  este  santo  atributo 
a  él  solo  se  le  debe, 
que  de  no  hacello  vendrá 
a  castigalle  y  ponelle 
entre  sus  muchos  esclavos, 
que  es  negro  y  hacello  puede. 
Enojóse  tanto  el  Rey, 
que  por  respuesta  le  vuelve 
treinta  mil  negros  armados 
de  fuertes  conchas  de  peces 
y  de  arcos  corvos  y  flechas, 
en  que  su  respuesta  vuelve, 
y  él  con  ellos,  con  intento 
de  hablalk  y  de  respondelle 
con  las  armas,  que  las  armas 
son  razones  suficientes. 
Llegó,  peleó  y  venció, 
y  hoy  con  la  victoria  vuelve 
y  con  el  Rey,  porque  gusta 
que  en  altas  voces  confiese 
que  es  él  el  mayor  de  todos, 
y  que  en  el  mundo  merece 
este  título  y  blasón 
el  rey  Melchor  solamente. 

Sennarín.  Bien  es  que  tan  gran  victoria 
las  tres  Arabias  celebren, 
y  que  a  nuestro  Rey  le  llamen 
el  mayor   Rey  de  los  reyes. 

Abdenac.     ¿Vendrá  presto  el  Rey? 

BuTiFAR.  Ya  tarda. 

Corred  el  velo  celeste, 
haré  oración  entretanto 
al  gran  dios  lucipotente. 

Sennarín.  Ya  lo  está. 

(Corre  una  cortina  y  descubre  un  altar  con  una  es- 
tatua del  dios  Sol.  Vanse  los  Sacerdotes  y  dice 
BuíriFAR,    de   rodillas.) 

BuTiFAR.  Dejadme  solo. — 


¡Oh,  tú,  que  el  asiento  tienes 
en   los   cielos,   tachonados 
de  diamantes  refulgentes; 
tú,  que  engendras  a  los  hombres; 
tú,  que  el  oro  en  minas  ciernes; 
tú,  que  eres  ojo  del  mundo, 
pues  cuando  te  cierras  duerme; 
tú,   que   los    futuros   casos 
nos  revelas  cuando  quieres, 
porque  no  hay  parte  en  los  orbes 
donde   con   imperio  no   entres, 
pues  también  quise  el  amor 
en  el  número  ponerte 
de  sus  vencidos,  atado 
al  carro  que  cisnes  mueven, 
ampara  un  alma  abrasada, 
que  en  mi  negro  rostro  puedes 
ver  si  es  verdad,  pues  tiznado 
está   del   humo    que    vierte ! 
Si  lo  haces,  en  tus  aras 
haré  que  los  padres  quemen, 
sobre  olorosa  canela 
y  gomas  del  Gange  fértil, 
sus  hijos  negros  desnudos, 
porque  el  humo  te  deleite, 
que  sí  hará,  que  siendo  negros 
te  servirán  de  pebetes. 
Yo  adoro,  Sol,  a  Anacrasis, 
que  es  un  'pedazo  de  nieve 
que  en  este  negro  carbón 
fuego  del  infierno'  enciende. 
Adoro  al  fin  a  una  blanca, 
a  una  persiana,  que  excede 
en  hermosura  a  tus  rayos 
y  en  crueldad  a  tus  laureles. 
Mujer  es  del  rey  Melchor 
3'  mi  reina,  aunque  amor  quiere 
que   no   sólo   haga   adulterio, 
sino  también  crimen  lese. 
Bien  veo  que  no  hago  bien; 
pero  es  el  amor  a  veces 
im  caballo  desbocado, 
que  no  hay  freno  que  le  enfrene. 
¡  Favoréceme,  gran  dios  ! ; 
y  si  tú  me  favoreces, 
este   diamante   engastado 
verse  en  mi  azabache  puede. 

(Suena  dentro  esta  voz.) 

Voz.  ¡  Butifar ! 

BuTiFAR.  ¡  Raro  milagro  ! — 

Divino  Sol,  ¿qué  me  quieres? 


JORXADA    PRIJIERA 


429 


Voz.  Como  me  des  la  palabra 

de  honrarme  y  amarme  siempre, 
no  adorando  en  otro  dios, 
pues  soy  solo,  y  todos  mienten, 
no  sólo  serás  señor 
de  la  persiana,  mas  puedes 
reinar  en  las  tres  Arabias, 
que  yo  puedo  hacer  que  reines. 

BuTiFAR.     Tú  has  de  ponerte  en  el  alma 
porque  el  cuerpo  no  lo  niegue : 
con  la  punta  desta  flecha 
he  de  hacer  que  escrito  quede 
en  mi  pecho;  tuyo  soy. 

Voz.  Pues  verás  lo  que  pretendes. 

BuTiFAR.     ¡  Oráculo  soberano, 

pronóstico  de  mis  bienes, 
dime  más  !■ — Pero  los  dioses 
sólo  dicen  lo  que  quieren. 
Ya  vienen  los  sacerdotes, 
y  sin  duda  que  el  Rey  viene, 
pues  las  voces  lo  publican 
y  las  canciones  alegres. 

(Salen  algunos  negros  con  sonajas  y  tamborinos,  can- 
tando y  bailando,  y  el  Rey  Melchor  en  unas  an- 
das, cue  le  traen  en  hombros  cuatro  negros,  y  trae 
preso  al  Rey  Gaspar  y  los  negros  delante  can- 
tando lo  siguiente.) 

Canción   curxEA. 
"  ¡  Viva,  viva  el  rey  Melchor  i 
i  Samana,  Samana ! 
¡  Viva,  viva  y  mueran  turo  ! 
¡  Usiha,  usiha,  usiha!" 
Turo  lo  reye  que  hallamo 
día  que  sonó  confesamo 
su  Rey  no  le  conquisamo 
y  captivo  le  tracmo, 
porque  de  vivir  queremo 
turo  los  reyes  desimo 
que  sa  Melchor  no  soplimo 
lo  mayor  Rey  y  seor. 
¡  Viva,  viva  el  rey  Í^Ielchor ! 
¡  Samana,  Samana ! 
¡  Viva,  viva  y  mueran  turo  ! 
¡  Usiha,   usiha,   usiha  ! 

(Dejan  de  bailar  y  bajan  al  Rey  al  suelo  y  él  dice.) 

Melchor.       Bajad  al  suelo  el  cojique, 

que  es  bien  que  incienso  le  aplique 
al  Sol,  con  tal  pompa  y  fausto, 
que  quiero  que  este  holocausto 
por  el  mundo  se  publique. 
Las  piedras  que  del  oriente 


traigo  para  la  diadema 
de  mi  soberana  frente, 
en  las  aras  del  dios  quema, 
Sennarín,  con  fuego  ardiente. 

(Ponen    Sexxarin    y    Abdexacar    ¡os    sacrificios    en 
el   altar.) 

Deja  animales  feroces, 
deja   unicornios  y  bueyes 
rnientras  destas  piedras  goces, 
que  da  el  mayor  de  los  rej'es 
al  mayor  dios  de  los  dioses. 

Sus  pies  es  razón  que  ciñas 
de  incienso  cuajado  en  pinas 
y  de  las  piedras  que  medras, 
y  altar  con  incienso  y  piedras 
no  es  bien  que  con  sangre  tinas. 

Tú,  vencido   rey  Gaspar, 
el  mayor  Rey  de  los  dos 
a  voces  me  has  de  llamar 
en  presencia  del  gran  dios, 
la  mano  encima  el  altar. 
Gaspar.  Pues  tu  brazo  sin  segundo 

al  abismo  más  profundo 
espanta  y  causa  temor, 
digo  que  eres  el  mayor 
de  cuantos  conoce  el  mundo. 

Todos  los  reyes  te  amen, 
obedeciendo  tus  le3'es, 
y  sin  que  tu  nombre  infamen, 
el  mayor  Rey  de  los  reyes 
por  todo  el  orbe  te  llamen. 

Y  yo  de  la  misma  suerte 
este  nombre  te  daré, 
digno  de  tu  pecho  fuerte. 

Melchor.  Haciéndolo  así,  seré 

tu  amigo  hasta  la  muerte. 

Y  de  no  hacello,  me  obligo ' 
a  condenarte   al  castigo 

de  mi  vencedora   flecha, 
que  eres  bueno  para  amigo. 
Gaspar.       Durará  el  amistad  hecha; 

que   tanto  me  has  obligado, 
que  mi  propia  hija  te  diera, 
heredera   de   mi   estado, 
si  por  dicha  no  supiera 
<     que  estás  a  gusto   casado. 
Mas    quiérotela    ofrecer, 
pues   tu   criada   ha   de   ser, 
por   tu   criada. 
Melchor.  Señora 

nuestra  la  llama,  que  agora. 


430 


EL  MAYOR  REY  DE  LOS  REYES 


Rey,  te  llego  a  conocer, 

y  aunque  es  la  victoria  mía, 
tú  con  el  triunfo  has  salido, 
pues  tu  mucha  cortesía 
aquí,  gran  Re}',  me  ha  venido, 
que  es  la  mayor  valentía. 

Así  que  siempre  seremos 
amigos,  juro  al  gran  dios, 
y  esto  con  tantos  extremos, 
que  podrá  ser  que  los  dos 
nuevos   reinos   conquistemos. 

Libre  te  puedes  volver; 
tu  partida  al  punto  trata. 
Gaspar.       A  la  Reina  quiero  ver, 

y  aquesta  barba  de  plata 
a  sus  pies  quiero  poner. 
Melchor.       Si  ese  nevado  cabello 
ve  mi  mujer,  en  los  ojos, 
con  razón,  verná  a  ponello. 
Vuelvan  al  Rey  sus  despojos 
mis  soldados. 

No  han  de  hacello, 

que   son  despojos  comprados 
a  precio  de  sangre  y  vida, 
moneda  de  los  soldados, 
y  es  cosa  bien  conocida 
que  los  tienen  bien  ganados. 

(Entra   Zaydán,    negro,   y   luego    tras   él   AnacrasiSj 
reina,   blanca.) 

Zaydán.  De  una  pintada  hacanea 

ya  Su  Majestad  se  apea. 

Melchor.  Que  eso  sólo  la  detiene : 
a  verme  Anacrasis  viene. 

An.\cras.     Acércase  quien  desea. 

Si  amor  los  gustos  desvía, 
vuestra  presencia  me  alegra. 

Melchor.  ¡Oh,  Reina!;  ¡oh,  señora  mía!, 
como  que  a  mi  noche  negra 
busqué  vuestro  claro  día. 

AxACRAS.         Ventura  es  que  me  asegura 
el  bien  que  amor  me  mejora. 

]\Ielchor.  ¿Ventura  es  verme? 

Anacras.  y  segura. 

]\Ielchor.  Si  lo  soy  vuestra,  señora, 

tendréis  muy  negra  ventura. 

Anacras.        Dichosa  mi  amor  la  nombra. 

Melchor.  A  vuestro  hermoso  arrebol 
mi  rostro  tiznado  asombra, 
pues  siendo  tan  claro  sol 
os  eclipso  con  mi  sombra. 

Mas  diré  que  amor  me  abrasa, 


como  en  mi  color  lo  veis, 

que  es  carbón. 
Anacras.  De  merced  pasa, 

gran  señor,  la  que  me  hacéis. 
Melchor.  Soy  negro  de  vuestra  casa. 
Anacras.         ¿Cómo  os  ha  ido  en  la  guerra? 
Gaspar.       Victorioso  y  vencedor 

A'uelve,  señora,  a  su  tierra, 

mostrando  al  mundo  el  valor 

que  en  su  corazón  encierra. 
Melchor.       Besad,  Reina,  al  rey  Gaspar 

las  manos. 
Anacras.  Dadme  las  manos. 

Gaspar.       Yo  las  tengo  de  besar, 

y  a  vuestros  pies  soberanos 

los  labios  he  de  postrar; 

que  bien  puede  un  Rey  vencido 

a  una  Reina  vencedora 

besar  los  pies. 
Anacras.  Este  ha  sido 

golpe  de  fortuna  agora, 

y  ha  ensalzado  a  mi  marido. 
Ya  de  la  guerra  es  costumbre 

dar  a  una  parte  victoria 

y  a  otra  parte  pesadumbre. 
^Melchor.  Xo  volváis  a  la  memoria 

lo  pasado. 
Abdenac.  Ya  la  lumbre 

sobre  las  aras  aguarda 

el  incienso  y  los  perfumes. 
Melchor.  Ya  el  sacrificio  se  tarda 

si  incienso  y  piedras  resumes 

entre  su  llama  gallarda. 
Sexnarín.       ¡  Oh,  sacro  y  divino  Apolo. 

recibe   este   sacrificio, 

famoso  de  polo  a  polo, 

y  muéstrate  al  Rey  propicio, 

pues  eres  dios  uno  y  solo. 

(Echa  incienso^  en  las  brasas  y  sale  una  llama  y 
cohetes,  cwi  que  abrasa  al  Sol,  y  vuélvese  i<na 
tramoya  y  está  a  la  otra  parte  un  Niño  Jesús  con 
una  crus  y  cercado  el  pecho  de  epitafios  latinos,  y 
dice    dentro    una   vo~.) 


Voz. 


Melchor. 
Gaspar. 


Quien  dios  llama  a  Apolo,  miente  : 
que  en  estas  llamas  Melchor 
padecerá  eternamente, 
y  el  que  veis  es  el  autor 
de  los  orbes  y  su  gente. 

¡  Portento  extraño ! 

i  Terrible ! 
La  estatua  el  fuego  ha  abrasado, 
y  por  el  viento  invisible 


JORNADA    PRIMERA 


431 


al  pedestal  ha  bajado 
otra. 
Melchor.  ¡  Parece  imposible  ! 

BuTiF.-\R.         De  la  visión  peregrina 
mi  pronóstico  se  impetra, 
y  de  Melchor  la  ruina. 
Sennarín.  Por  orla  tiene  una  letra. 
Melchor.  ¿En  qué  lengua? 
Sexnarín.  En  la  latina. 

^Melchor.       Lee  y  declara  lo  que  es, 

que  algún  milagro  sospecho. 
Senxaríx.  "Verbum  caro,  factum  est." 
"Palabra  la  carne  se  hizo." 
Melchor.  Lee  lo  que  dice  después. 
Sexxaríx.      "Ego  sum  veritas  et  vita 
et  qui  ambulat  in  me 
non  ambulat  in  tenebris." 

''Vida,  camino  y  verdad 
soy  3'0,  y  el  que  en  mi  camina 
jamás  va  en  oscuridad." 
Melchor.  ¡  Rara  letra  ! 
Gaspar.  ¡  Peregrina ! 

Sexxaríx.  La  que  se  sigue  escuchad : 

"Natus  est  Jesús  Xazarenus 
filius  Jacob,  Magnus  Rex  regum 
let  dominus  dominantium 
ex  !Maria  Virgine." 

"Nació  Jesús  Nazareno 
de  David,  hijo  de  Abrahán, 
gran  Rey  de  los  reyes." 

Bueno, 
mi  sobrenombre  le  dan. 
Pone  a  su  soberbia  freno.  (Aparte) 
"De  ufaría  Virgen." 

¡  Cielo  ! 
¿  Qué  Rey  es  el  que  ha  nacido 
de  madre  virgen  ? 

Recelo 

que  aqueste  Rey  ha  venido 
sobre  los  reyes  del  suelo; 

que  enseña  portentos  tales 
de  su  A-enida  al  nacer, 
nos  muestra  claras  señales 
{Prevengan    la    estrella   y    tnúsica.) 

de  que  viene  con  poder 

sobre  los  reyes  mortales. 
Sexxaríx.  "Regem  cui  omnia  vivunt 

venite  adoremus." 

"Venid  al  Rey  adorar, 

por  quien  las  más  cosas  viven." 
!Melchor.  ¿Dónde  le  habernos  de  hallar? 
Sexxaríx.  Allá  en  Nazaret,  escriben. 


Melchor. 

Gaspar. 

Sexxaríx. 
Melchor. 


Gaspar. 


Gaspar. 
Seunaríx. 


Melchor. 
Sexnarín. 


Melchor. 


Gaspar. 
Melchor. 

Gaspar. 

Melchor. 

Gaspar. 


Anacras. 


¿Quién  conoce  ese  lugar? 

En  aqueste  palo  están 
otras  letras  que  ansí  dicen: 
"Tolite  crucem  mcam  et  invenieis 
¿Qué  nuestra  lengua  dirán?     [me." 
Ansí,  porque  se  autoricen, 
interpretados  están. 

Dice  aquí :  "Mi  cruz  tomad, 
y  me  hallaréis." 

Rey  que  viene 
con  tan  grande  potestad, 
que  imperio  en  los  hombres  tiene, 
¿nace  en  oculta  ciudad? 

Con  causa  debe  de  ser. 
A  Rey  que  es  tan  poderoso, 
¿qué  rey  no  ha  de  obedecer? 
Obedecelle  es  forzoso. 
Vámosle,  Gaspar,  a  ver. 

Adorarle  determino, 
sin  ver  el  reino  en  que  reino 
ni  a  mi  hija. 

Es   desatino, 
pues  no  sabéis  en  qué  reino 
ni  sabéis  por  qué  camino. 


(Aparece  la  estrella  y  cantan  dentro  lo  siguiente.} 

Canción. 
"Ya  os  envía  la  lumbre  bella 
de  una  estrella  hecha  farol 
adonde  nace  este  sol, 
pues  nacéis  con  tal  estrella." 
Melchor.       Casi  en  el  primero  cielo 
la  estrella  se  ha  parecido. 
Gaspar.       Este  es  Rey  de  cielo  y  suelo. 
Melchor.  Si  el  cielo  le  ha  obedecido, 
ya  en  buscalle  me  desvelo. 

Prevén  luego,   Butifar, 
mi  venturosa  partida, 
que  a  ti  te  quiero  encargar 
en  mi  ausencia  aquella  vida 
de  quien  me  quiero  ausentar. 
Reinos,  hijos  y  mujer 
,  te  encargo. 

Butifar.  Yo  me  acomodo 

a  servir  y  obedecer. 
IMelchor.  Mira  que  te  entrego  todo 
■    mi  querer  y  mi  poder. 
A   Anacrasis   regalalla 
procura  y  obedecella, 
y  como  a  mí  respetalla, 
pues  ves  que   me  quedo   en  ella, 
que  al  alma  no  hay  ausentalla. 


432 


EL    MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


Hoj'^  que  el  alma  se  me  arranca, 
con   dejártela   me   alegro 
a   ti,   con   mano   tan    franca, 
y  pues  eres  mi  arfil  negro, 
guárdame  la  dama  blanca. 

Admite  su  buen  consejo, 
que  por  eso  te  la  entrego 
mientras  que  della  me  alejo; 
halle  yo  entablado   el  juego 
de  la  suerte  que  lo  dejo. 

Arfil  es   el  buen  vasallo 
que  al  rey  sirve  y  al  rey  ama, 
y  esto  puedes  conservallo, 
Butifar,  con  que  a  la  dama 
no  des  mate  de  caballo. 

No  me  juegues  con  traición, 
arfil,  pues  me  fío  de  tí; 
que  SO}'  Rey  y  con  razón 
te  daré  un  jaque  de  aquí 
que  no  valgas  por  peón. 
Butifar.         Yo  conservaré  mi  fama 
en   este   juego   sutil 
a  que  tu  valor  me  llama; 
que  es  bien  que  un  honrado  arfil 
guarde  de  su  rey  la  dama. 

Y  con  tan  grandes  cuidados 
el  reino  te  guardaré 

y  aumentaré  tus  estados, 
que  cuando  vuelvas  tendré 
algunos  reinos  ganados. 

Melchor.       Alzad,  mi   Anacrasis  bella, 
los   ojos. 

Anacras.  ¿Que  al  fin  os  vais? 

Melchor.  Blanca,  en  quien  mi  amor  se  sella, 
¿es  posible  que  lloréis 
mi   felice  y  buena  estrella? 
Habéis  de  saber,  señora, 
que  muchas  veces  he  visto 
la  estrella  que  veis  esta  hora 
cuya   fuerza   no    resisto 
porque  más  me  fuerza  agora. 

De  noche  voces  me  dan 
que  adore  a  este  Rey  nacido 
en   la   margen   del   Jordán; 
todas    las    he    resistido, 
mas  éstas  vencido  me  han. 

Y  agora  aqueste  portento 
me  ha  espantado;  su  castigo 
temo. 

Anacras.  Si    ese    es   vuestro    intento, 

ese  vuestro  gusto  os  sigo 
y   alabo   ese   pensamiento. 


Gaspar.  Yo    confío,*  rey    Melchor, 

que  no  puedo  desistirme 
de  ir  a  vello,  que  un  amor 
se  enlaza  al  alma  tan  firme, 
que  me  ofende  su  rigor. 

Dice  que  me  importa  el  ir 
la  vida,  y  aunque  soy  viejo, 
soy  mxortal;  quiero  vivir, 
y  este   divino   consejo 
me  fuerza  el  alma  a  seguir. 
Que  aquesta  jornada  elija 
manda,  y  aunque  sea  prolija, 
haré,  pues,  su  voluntad, 
sin   que   de  mi   libertad 
sepan  mi  reino  y  mi  hija. 

Melchor.       Niño  Santo,  que  aumentar 
venís  mi  reino  y  mis  leyes,; 
hoy  os  vamos  a  buscar, 
que  al  mayor  Rey  de  los  reyes 
los  reyes  han  de  adorar. 

No  se  de  al  Sol  sacrificio, 
sino    a    esta    estatua   divina, 
que   es  bien  tenerle   propicio. 

Anacras.     Corred  aquella  cortina. 

^Melchor.  Butifar,  haz  bien  tu  oficio; 

mira  que  el  alma  te  encargo 
y   el   reino. 

lii.  TiFAR.  Sobre  los  hombros, 

fuerte  Atlante,  me  le  encargo; 
no  tengas  miedo  ni   asombros. 

Melchor.  Pienso  que  el  camino  es  largo. 
En  mi  cojique  poned 
la  Reina,  y  con  fiestas  nuevas 
los   aires   claros   romped. 

Butifar.     Tocad    flautas   y   jabebas; 
¡  hola  !,   cantad  y  tañed. 

{Ponen   a   Anacrasis    en   las   andas   y    óntranse   can' 
tando  y  tañendo.) 

Canción. 
"¡Anacrasis  viva,  viva- 
¡  Samana,    Samana ! 
¡  Viva,  viva  y  mueran   todos  I 
Usíha,  usíha,  usiha." 

{Vansc.) 

{Sale  un  indio  llamado  Senjo  .v  Anacreonte,  sabio, 
y  SoLiNo,  sahio^  y  Eufrates,  sabio,  y  los  demás 
se  han  ido.) 

Senjo.  Está  cazando  en  el  monte 

el    Rey,   y    aquí    os   quiere    hablar. 
Anacreon.  ¿  Qué  nos  querrá  ? 


JORNADA    PRIMERA 


43- 


Senjo. 


Anacreonte, 
cierto  caso  consultar 
del  cielo  y  de  su  horizonte. 

Eufrates.       Pues  luego  al  Rey  avisad. 

Senjo.        Anda  cazando. 

Eufrates.  Ya  viene. 

t^Sitoian    dentro    llamando    a    los    pájaros,    diciendo, 
uchio,  uchio,  y  viene  el  Rey  Baltasar  diciendo.) 

Baltasar    ¡  Extraña    velocidad 

el   neblí    pintado   tiene ! 

Seguilde. 
Anacreox.  ¡Oh,   gran   Majestad! 

Sen'JO.  Aquí  tienes,  gran  señor, 

a  Anacreonte  y   Solino, 

y  a  Eufrates,  cuyo  valor 

llega  a  Júpiter  divino. 
SoLixo.        Si  del  orbe  superior 

quieres  que  los  movimientos 

te  pinte  con  evidencia 

de  los  polos  los  asientos, 

puntos  y  circunferencia 

y  las  cosas  de  los  vientos, 
con  breve  y  corta  experiencia 

lo  verás,  porque  aprendí 

con  egipcios  esta  ciencia. 
Eufrates.  Si  quieres  saber  de  mí 

la  mágica  y  su   excelencia... 
Baltasar.        Mágicos,  no  sois  llamados 

para  caracteres  feos 

ni  .hombres  de  cera  formados ; 

sabed  que  van  mis  deseos 

a  otro  intento  guiad,os. 
Sólo  quiero  ver  si  halláis 

interpretación  a  un  sueño, 

que  si  me  lo  descifráis 

todo  Tarsis  es  pequeño 

para  el  premio  que  esperáis. 
Es  un  sueño  que  mil  veces 

he  soñado,  y  pienso  que  es 

difícil. 
Anacreon.  Si  lo  encareces 

así,  gran  señor,  ¿no  ves 

que  más  dudas  nos  ofreces? 
Decláralo  sin  recelo. 
Baltasar.  El  sueño  es  de  esta  manera, 

por  quien  me  aflijo  y  desvelo: 

Soñé  que  una  vidriera 

estaba  entre  cielo  y  suelo, 
y  que  del  cielo  bajaba 

el  Sol,  sin  bajar  de  allá, 

y  el  velo   sutil  pasaba 


sin  romper,  y  el  Sol  acá 
en  hombre  se  transformaba. 
Digo,  en  un  hermoso  Niño, 
de  nieve  y  grana  formado 
y  del  más  candido  armiño; 
pisa  un  globo  estrellado 
y  el  laurel  con  que  me  ciño 

la  frente  y  otras  tiaras 
de  diamantes  y  carbuncos, 
piedras  más  que  no  el  Sol  claras, 
y  El  coronado  de  juncos. 

Anacreon.  ¿  Ese  sueño  no  declaras  ? 
A  mí  me  parece  cosa 
muy  clara  y  muy  evidente. 

Baltasar.  Y  a  mí  muy  dificultosa. 

Anacreon.  Escucha. 

Baltasar.  Di  brevemente. 

Anacreon.  Es  del  Sol  la  luz  hermosa 

tu  sangre,  pues  de  los  dioses 
desciendes;   la  vidriera, 
tu  madre,  que  es  bien  reposes 
en  ella,  y  desta  manera 
naciendo,  este  imperio  goces. 

El  g\oho  estrellado  es 
símbolo  de  que  ternas 
más  que  estrellas  en  los  pies 
decendientes. 

Baltasar.  Tú  no  das 

en  él. — Di  tú. 

Solino.  Escucha,  pues. 

El  Sol  es  la  potestad 
del  rey,  y  es  la  vidriera, 
gran  señor,  la  majestad 
que  siempre  se  queda  entera, 
pasando  su  voluntad. 

Es  el  hombre  que  se  forma 
lo  que  la  voluntad  quiere, 

(^Prevengan    la    Sibil.\.) 

que  en  ley  firme  se  transforma; 

de  las  estrellas  se  infiere 

que  en  muchos  la  ley  se  informa, 

porque  a  las  estrellas  son 
los   vasallos   comparados, 
por  la  multitud  y  vuiión; 
las  coronas,  los  estados 
sujetos  a  su  opinión. 

Los  juncos  con  que  la  frente 
ciñe,  son  amor  y  ley 
con  que  ha  de  amparar  su  gente, 
que  esto  debe  hacer  el  rey, 
señor,  ordinariamente. 

28 


434 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


Baltasar.       No  me   satisface. — ^Di 

tu    interpretación. 
Eufrates.  Señor, 

yo  interpreto  el  sueño  ansí : 
Es  del  Sol  el  resplandor 
la  justicia  que  hasta  ti 

del  cielo  deciende  3'  pasa 
por  la  vidriera,  que  es 
la  razón  con  que  se  abrasa 
.  a  quien  fraude  ni  interés 
no  vence,  aunque  le  traspasa. 

El  hombre  que  se  fabrica 
desta  justicia  es  la  pena 
que  al  que  la  debe  se  aplica; 
la  esfera  de  estrellas  llena 
todas   sus   culpas  publica; 

las  coronas  que  ofendió 
el  reo  al  rey  y  a  sus  jueces, 
los  juncos,  que  mereció 
castigo  infinitas  veces. 

(Ábrese  una  peña  y  parece  nna   Sibila  sentada^  con 
un  libro  en  una  mano  y  nma  pluma  en  la  otra.) 

Sibila.        Désos   ninguno   acertó. 
Pero  yo  a  decirte  voy 
la  verdad  del  sueño;   advierte. 

Baltasar.  ¡  Cielos,  admirado  estoy ! 

Mujer,  ¡oh,  Dios  bravo  y  fuerte!, 
¿quién  eres? 

Sibila.  Sibila   soy. 

¡  Oh,  Rey  famoso  de  Tarsis !, 
¿para  qué  mágicos  llamas? 
¿Para  qué  sabios  consultas 
questos  misterios  no  alcanzan? 
¿Ves  de   estos  hermosos   cielos 
las  hermosas  y  altas  cuadras, 
hechas  de  solo  un  zafiro 
y  de   estrellas   tachonadas? 
¿Ves  aquesas  once  esferas 
y  pendiente  de  la  cuarta 
ese   racimo   de   luz 
que  en  la  tierra  se  desgaja? 
¿Ves  esa  luna  cubierta 
de  hermosas  planchas  de  plata, 
que  parece  de  los  cielos 
la  cuidadosa  cerraja? 
¿Ves  esa  esfera  del  fuego 
poblada  de  salamandrias, 
y  esa  cortina  del  aire 
que  diversas  aves  rasgan? 
¿Ves  ese  mar  con  su  freno 
que  alborotado  le  tasca, 


argentándole  la  espuma 

que  hasta  los  cielos  levanta? 

¿  Ves  esta  tierra  ceñida 

con  tma  cinta  gallarda, 

que  se  fabrica  y  compone 

de  carbuncos  y  esmeraldas? 

Pues   todo    fué    fabricado 

sólo  con  una  palabra, 

y    aunque   tanto    te    parece 

fué  su  principio  de  nada. 

Estas  cosas.  Rey  supremo, 

no  las  refiero  sin  causa, 

porque  son  para  aclararte 

el  sueño  de  quien  te  espantas. 

El  gran  Padre  Sempiterno, 

causa  de  todas  las  causas, 

a  quien  el  ángel  respeta 

y  el  serafín  santo  alaba, 

después  de  haber  otra  vez 

reformado,  por  el  arca 

de   Noé,  el  mundo,   que  Adán 

destruyó   por  su  desgracia, 

tercera  vez  le  reforma, 

que  no  quiere  que  se  caiga, 

porque  quiere  que  estén  firmes 

los  edificios  que   labra, 

prometió  inviarle   al  Verbo, 

y  en  carne  le  transustancia, 

de  la  suerte  que  tu  sueño 

aquí  te  pinta  y  retrata. 

De  suerte  que  el  Sol  que  el  cielo 

da  a  la  tierra  es  cosa  clara 

que  es  Dios,  que  en  el  Padre  puede 

y  es  Hijo  que  al  suelo  baja. 

Al  fin,   tu   sueño,   señor, 

es  que  de  una  Virgen  sacra 

de  la  casa  de  David 

y  homenaje  de   su  casa 

ha  nacido  Jesucristo, 

y  te  ha  inspirado  que  vayas 

a  vellé  y  a  conocelle. 

Este  es  el  sueño ;  sin  falta 

parte  a  Belén  de  Judea; 

no  temas,  que  como  partas 

llegarás  allá,  que  el  cielo 

te   ofrece   sus  luminarias. 

Ya  el  Sol  enciende  una  estrella 

que  sirva  de  antorcha  clara, 

porque  el  camino  no  pierdas 

cuando  buscándole  vayas. 

Mucho,    Baltasar,   te   quiere, 

pues  cuando  nace  te  llama; 


JORNADA   PRIMERA 


435 


mira  qué  hará  cuando  muera, 
que  es  Rey  que  muriendo  salva. 
No  pierdas  esta  ocasión, 
pues  ya  la  estrella  te  aguarda, 
que  cayéndose  del  cielo 
te  da  a  entender  que  te  llama. 
Si  vas  luego,  la  verás; 
no  la  verás  si  te  tardas; 
mira,  Rey,  que  aqtieste  sueño 
no  le  has  soñado  sin  causa. 
Sibila  soy;  verdad  digo, 
verdades  son  mis  palabras ; 
no  miento  ni   lisonjeo, 
porque  no  pretendo  nada. 
Testigo  es  de  esta  verdad 
Jeremías,   que  ya  canta, 
y  Daniel,  que  ve  cumplido   • 
el  plazo  de  sus  semanas; 
Job,  que  ve  ya  escrito  el  libro 
que  a  veces  a  Dios  demanda, 
y  David,  que  a  Dios  bendice 
porque  redime  su  patria; 
Ezequiel,  que  ya  no  escribe; 
Baruc  y  Amos,  que  ya  callan; 
Ananías,  que  da  voces, 
y   Elias,   que  ya  descansa, 
y  otros  sagrados  profetas 
y  divinos  patriarcas, 
que  ha  tantos  años  que  esperan 
el  Niño  que  a  ti  te  aguarda. 

Baltasar.  Son,  mujer,  tan  eficaces 
tus  razones  y  palabras, 
que  aunque  tu  lengua  las  dice 
parece  que  otro  las  manda. 
La  declaración  del  sueño 
es  ésa,  y  agora  falta 
poner   en   ejecución 
mi  venturosa  jornada. — 
Llámame  a  mi  hermano,  Senjo, 
y  mi   recámara   salga 
sobre  elefantes  soberbios 
y  luego  de  Tarsis  parta. 
Mis   criados   se  prevengan, 
y  la  mitad  de  mi  guardia 
se  aperciba. 

Sen  JO.  Haráse  todo, 

gran   señor,    como   lo   mandas. 

{Vasc.) 

Baltasar.  .;  Vosotros  qué  hacéis  aquí, 
letrados  en  ignorancias? 
Idos  a  declarar  sueños 


o  a  contar  del  sol  las  casas. 

i  Qué  de  ignorancias  que  encubren 

a  veces  crecidas  canas, 

que  acreditan  de  mentiras 

y  qué  de  lison j  as  tapan  ! 

Anacreox.  ¡  Muy  bien  despachados  vamos  ! 

SoLiNO.         ¡  Pobres  de  aquellos  que  tratan 
con  señores,  que  aun  del  sueño 
les  han  de  decir, la  causa 
soñando  en  lo  que  ellos  piensan ! 

Baltasar.  Tú,  Sibila  o  mujer  santa, 
en  Tarsis  quiero  que  vivas 
y  dejes  las  torres  altas. 

Sibila.        Aquí  estoy.  Rey,  más  segura. 

Baltasar.  ¿Encubrióse?  ¡Cosa  extraña! 
Esta  es  la  estrella,  sin  duda, 
que  he  de  seguir. 

{Cúbrese    la    Sibila    y    aparece    la    estrella,    y    entra 
Androgeo,   hermano   del  Rey   Bai^tasar,  diciendo.) 


Androgeo. 


Baltasar. 


Androgeo. 
Baltasar. 


AXDROGEO. 


Baltasar. 

AxDROGEO. 

Baltasar. 


AxDROGEO. 

Baltasar. 
Androgeo, 
B.\ltasar. 
Androgeo, 


¿  No  te  cansas, 
hermano  Rey,  del  gran  trecho 
que  te  ha  traído  la  caza? 
¡  Ay,  hermano,  que  un  gran  bien 
he  descubierto :  repara 
en  la  luz  de  aquella  estrella, 
que  me  está  diciendo  parta. 
Pon  los  hombros  a  mi  reino, 
que  en  ellos  dejo  esta  carga. 
¿Qué  manda  tu  i\Iaj estad? 
Otro  hermano  es  el  que  manda, 
y  así  es  fuerza  obedecelle : 
yo  me  he  de  partir  mañana, 
y  quiero  que  a  Tarsis  rico 
rijas  en  mi  ausencia. 

Basta. 
Mas  mira  que  estos  letrados 
pienso,  señor,  que  te  engañan, 
que  publican  mil  mentiras 
por  las  calles  y  las  plazas. 
No   sigo   destos   letrados, 
Androgeo,  las  palabras. 
Pues  la  partida  previene. 
Sí,  que  el  tiempo  se  me  pasa. 
Vení,  pondréla  por  obra, 
y  tú,  Androgeo,  te  encarga 
del  reino  en  mi  breve  ausencia. 
;  Por  qué  te  vas  de  tu  patria  ? 
Xo  lo  sé. 

¿Quién  te  hace  fuerza r 
El  deseo,  el  gusto,  el  alma. 
,  Resístete,  Rey. 


436 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REY'ES 


Baltasar,  No  puedo. 

Androgeo.  Pues  ruego  al  cielo  que  vayas  (Ap.) 

y  que  a  Tarsis  jamás  vuelvas. 
Baltasar.  Algún  bien  allá  me  aguarda. 

(Miisica.  Vanse  y  sale  Akacrasis  .v  Butifar,  negro.) 

BuTiFAR.         Ya  su  ejército  se  ve 

de  la  ciudad,  y  mañana, 
que  de  una  espía  lo  sé, 
ha  de  pasar  Rogelana 
el  río. 

Anacras.  ¿y  dice  por  qué 

su  victorioso  escuadrón 
pisa  mi  fértil  Arabia? 

Butifar.     Donde  hay  amor  no  hay  razón; 
y  pues  eres  cuerda  y  sabia, 
ya  entenderás  la  ocasión, 

pues  ves  que  es  del  rey  Gaspar, 
que  Rey  en  Saba  se  llama, 
hija  y  heredera. 

Anacras.  Dar 

puedo  crédito  a  su  fama, 
que  en  porfía  la  oí  nombrar.. 

BuTiFAR.        'Como  a  su  padre,  vencido, 
a  Arabia  le  trajo  el  Rey 
y  del  nuevas  no  ha  sabido, 
pues  contra  razón  y  ley 
los  dos  reyes  se  han  partido, 

ha  intentado  una  locura 
contra  el  sol  y  contra  el  cielo: 
pensando  que  en  prisión  dura 
está  su  padre,  recelo 
que  esta  guerra  te  procura. 

Anagras.         ¿  Pues  primero  no  escribiera 
que  a  su  padre  le  enviara 
que  aquesta  guerra  emprendiera? 
¿Primero  no  se  informara 
que  de  su  patria  saliera? 

Bien  parece  que  el  Oriente 
la  engendró,  que  engendra  y  cría 
bárbara  y  robusta  gente. 
¿Mañana  me  desafía? 
Sí  hará,  que  es  insolente  (l). 
Quiero  escribirle  un  papel, 
y  tú  has  de  ser,  Butifar, 
quien  al  campo  has  de  ir  con  él ; 
que  quiero   con  él  templar 
su  enojo  airado  y  cruel. 
Papel  y  tinta  apercibe. 

Butifar.     Recado,  reina,  está  aquí. 


(i)     En   el    Ms.    15278,   "es   muy    valiente". 


Anacras.     Pues  tú  la  verdad  le  escribe. 

Butifar.     ¡  Ay,  amor,   vuelve  por  mí 
y  en  tu  escuadra  me  recibe  ! 
Aquesta  es  buena  ocasión 
para   aclararla   mi   pecho. 
Amor,  pues  este  carbón 
fuego  del  Infierno  has  hecho, 
ten  del  alma  compasión. 

Anacras.        Escribe. 

Butifar.  ¿Qué  he  de  escribir? 

Anacras.     No  notas  bien. 

Butifar.  Nadie  sabe 

mejor  su  intención  decir; 
ipero  temo  que  se  acabe 
la  razón  con  el  vivir. 

Anacr.as.        Pues  escríbele  que  está 
su  padre  libre  (i),  y  que... 

Butifar.  Yo 

sé  lo  que  he  de  escribir,  ya 
que  amor  su  nota  me  dio. 

Anacras.     Di  que  se  vuelva  a  Sabá, 

que  del  rey  M'elchor  amigo 
es  su  padre,  y  que  los  dos, 
llevando  gente  consigo, 
fueron  a  adorar  a  un  Dios, 
Rey  de  los  reyes. 

Butifar.  Ya  digo 

lo  que  siento  aquí  en  el  alma. 

Anacras.    iDíle  que  yo  su  amistad 
dieseo  en  aquesta  calma, 
y  dile  que  esta  ciudad 
le  ofrece  el  lauro  y  la  palma. 

Dile  que  si  acaso  fuere 
su  padre  muerto,  y  mi  intento 
le   engañare  o  le  mintiere, 
que  con  el  campo  sangriento 
de  Sabá  mi  reino  altere; 
y  dile   que  nos  veamos, 
si  crédito  no  me  da, 
antes  que  batalla  hagamos. 

Butifar.     Lo  que  importa  escrito  está. 

Anacras.     ^Muestra  el  papel  y  leamos. 

Butifar.         Yo  te  juro  que  el  papel 
dice  verdades  desnudas. 

Anacras.     Agora  lo  veré  en  él. 

Butifar.     Sí  en  sus  verdades  no  dudas, 
merece  premio  y  laurel. 

Si  lo  miras  con  piedad 
y  sin  enojo  y  pasión 
conocerás   su  verdad, 


(i)     En   el    Ms.    15278,   "vivo". 


JORXADA    PRIMERA 


437 


y  que  sus  razones  son 
capaces  de  tu  amistad. 

(Lee  AxACRASis  el  papel,  que  dice :) 

"  Anacrasis  divina,  blanca  del  alma 
de  este  negro :  amor  me  ha  traído 
a  tanto  extremo,  que  me  ha  dado 
atrevimiento    para    descubrirte    mi 
pasión;   remédiala  como  sabia,  que 
de    no    hacello    verás    derretida    tu 
nieve  y  las  x-^rabias  consumidas  en 
mi  fuego,  pues  tú  y  tu  poder  estáis 
ya  en  mi  voltmtad.  Bien  sé  que  al 
Rey  soy  desconocido,  per   el  amor 
me    disculpa. — Biitifar." 
AxACRAS.         ¿Así  a  su  Reina  se  atreve 
un  vasallo  ?  ¡  Error  profundo  ! 
¡  Loco  !,  ¿  quién  tu  lengua  mueve  ? 
Dime :  ¿  hay  fuego  en  todo  el  mundo 
para  derretir  mi  nieve? 

Derretirme   tu  traición 
no  podrá  ni  se  permite, 
que  jamás  im   corazón 
que  es  honrado  se  derrite 
a  la  lumbre  de  un  carbón. 

Blanco  este  papel  te  di 
y  lo  vuelves  deste  modo, 
manchado  y  borrado   así; 
mas  eres  tú  un  borrón  todo 
y  quieres  borrarme  a  mí. 

¡  Estoy  por  darte  en  la  cara 
con  él,  porque  tu  intención 
se  borrara  y  se   acabara, 
que  si  es  tu  cara  un  borrón,, 
lo  que  has  escrito  borrara ! 

¡  Salte  de  la  sala  luego ! 
BuTiFAR.     ]Mira... 

AxACRAs.  ¡Acaba!  ¿No  te  vas? 

¡  \'ete,    carbón,    que    si   llego 
a  ti,  quizás  abrasarás 
a  mi  honor,  que  es  todo  fuego ! 

(Ásele   BuTiFAR    ¡as    manos   diciendo.) 

BuTiFAR.         ]\Iira  que  amor  es  locura 
y  que  es  Amor  niño  y  loco. 

AxACR-\s.     ¡  Suelta  mis  manos  ! 

BuTiFAR.  Procura... 

AxACRAs.     ¡  Con  tu  traición  me  provoco 
a  matarte ! 

BuTiFAR.  ¿Tal  ventura? 

Ax.\CRAS.         ¡  Vete  ! 

BuTiFAR.  ¡  Volveré,  encendido 


de  tal  suerte,  que  te  abrase 

al  reino,  a  ti  y  tu  marido  ! 
An.\cras.     ¿  No  hay  quien  el  pecho  le  pase  ? 

¡Matad  aqueste  atrevido! 

¡  Ah  de  mi  guarda  !  j  Hola,  gente  í 
Sennaríx.  ¿  Qué  mandas  ? 
Axacras.  i  Prended,  qiatad 

a  ese  bárbaro  insolente! 
Butifar.     ¿  A  mí  prenderme  ?  ¡  Apartad  ! 
Axacras.     ¡  Oh,  vil ! 
Butifar.  ¡  Quien  lo  dice  miente  ! 

(Vase   Butifar.) 


Axacras. 
Senxaríx. 


Axacras. 

Senxaríx. 

Axacras. 


Sexxaríx. 

Axacras. 

Sexnaríx. 
Anacras. 


Id  tras  él. 

Todo  el  poder 
de  Arabia,  si  está  enojado, 
no  le  ha  de  poder  prender. 
¡  Sois  negros ! 

El  se  ha  escapado. 
¡  Pues  yo  le  vendré  a  coger ! 

A  el  arma  luego  tocad 
y  tremolen  mis  pendones 
mostrando  mi  majestad, 
porque  a  esas  fieras  naciones 
espante  esta  novedad. 

Dadme  unas  armas,  que  gana 
mucho  lui   rey  como  se  ve 
en  la  batalla  inhumana, 
y  estando  en  ella  veré 
la  soberbia  Rogelana. 

Que  si  no  me  sale  adversa 
la  fortuna,  entre  mis  píes 
la  pondré,  porque  soy  persa. 
Cajas  y  trompetas,  pues, 
hagan  música  diversa. 

¡A  Butifar  atrevido 
mataré,  que  morir  debe  ! 
¡  ]\íuera  sí  lo  ha  merecido  ! 
¡  Hasta  un  negro  se  la  atreve 
a  ima  mujer  sin  marido! 


(Vansc.   Sale   Rogelana  y   Calambuco,   y   indios  sol- 
dados.) 

RoGELAXA.       Llegue  el  escuadrón  gallardo 
a  ver  los  soberbios  muros 
sin  soltar  flecha  ni  dardo, 
que  aún  ellos  no  están  seguros 
de  la  batalla  que  aguardo. 

Hoy,   con   soberbios   asaltos, 
veré  si  están  de  honor  faltos 
los  reinos  deste  Rey  negro, 
con   cuya  muerte  me  alegro 


438 


EL   MAYOR    REY   DE    LOS    REYES 


en  SUS  alcázares  altos. 

Por  la  hija  del  Sol  bello, 
que  fué  mi  difunta  madre, 
que  he  de  matallo  o  prendello, 
que  por  sacar  a  mi  padre 
de  prisión  bien  puedo  hacello. 

Calambuc.      Ya  todo  tu  campo  está 
a  punto. 

RoGELANA.  Marte  resuene. 

¡  A  el  arma  !  ¡  Viva  Sabá  ! 

Calamubc.  Furioso  a  ti  un  negro  viene. 

RoGELANA.  ¿  Qué  me  querrá  ? 

Calambuc,  El  lo  dirá. 

{Entra    Butifar    con    espada    desnuda    y    dice.) 

BuTiFAR.         Invencible  Rogelana, 

óyeme,  que  aunque  soy  negro, 
mi  sangre  es  como  la  tuya, 
que  también  del  Sol  deciendo; 
que  la  ilustre  y  noble  sangre, 
aunque  anime  en  monstruos  feos, 
no  pierde  su  calidad, 
pues  sirve  de  base  al  cuerpo. 
No   pierde   en  vaso  de  barro 
nada  el  licor  cuando  es  bueno, 
ni  en  vaso  de  oro  no  aumenta 
su  calidad  y  su  efecto. 
D'e   suerte  que   en  ti  la  sangre 
se  guarda  en  A-aso  más  bello, 
en  mí  en  vaso  negro  y  tosco, 
pero  tiene  el  valor  mesmo. 
Esto  he  dicho  porque  des 
crédito   a  mi  buen   deseo, 
y  pues  pretendo  tu  gusto, 
después   le   ofrezcas   el  premio. 
Esta  tirana  Anacrasis, 
que  desde  el  persiano  suelo 
vino^para  perdición 
del  Oriente  y  de  sus  reinos, 
ha  dado  muerte  a  tu  padre; 
pero  no  te  espantes  desto, 
que  ambiciosa  de  reinar 
también  su  marido  ha  muerto. 
Quebró  la  ley  que  debía 
a  un  rey  en  su  cautiverio, 
y  en  su  lealtad  a  tm  marido 
con  un  infame  veneno. 
Y  es,   señora,  su  intención 
ihacer  que  el  persiano  reino 
tenga  de  las  tres  Arabias 
los  tres  poderosos  cetros; 
que   con  un  hermano   suyo. 


de    el   de   Persia   heredero, 
quiere    casarse   y   tener 
así   a  los  nuestros   sujetos. 
Y  yo,  que  del  rey  Anfrido, 
sucesor  de  Can,  deciendo, 
sabiendo  que  fueron  reyes 
mis  soberanos  abuelos, 
loco  con  sus  tiranías 
aquí,  Rogelana,  vengo, 
para  que  vengues  tu  padre 
y  nos  des  algún  remedio. 
El  reino  me  pertenece: 
dame,  Rogelana,  el  reino, 
que  3-0  te  pagaré  en  parias, 
en  tus  alcázares  puesto, 
cada  año  cuatro  unicornios 
y  veinte  y  cuatro  camellos, 
cargados  de  plata  y  oro 
y  de  púrpura  cubiertos; 
doce  alcatifas  de  plata, 
dos  dromedarios  ligeros. 
Venga,  venga,  de  tu  padre. 
Reina,  el  cadáver  sangriento; 
■da  a  la  Arabia  libertad 
y  a  mí  el  reino  que  sucedo. 

Rogelana.  Por  el  alma  de  mi  padre, 

que  ha  de  ser  tuyo  al  momento. 
¡Embestid  a  la  muralla, 
postrad    sus   muros   soberbios ! 

Butifar.     Si  a  mí  tu  campo  me  encargas, 
yo  sé  im  postigo  secreto 
por  donde  se  entre. 

Rogelana.  Si  encargo, 

que  muestras  valor  y  esfuerzo : 
sed  general  en  mi  campo 
hasta  que  rey  en  tu  reino 
te  restituya. — iSeguilde. 
i  Armas,  guerra,  sangre  y  fuego  ! 

(Tocan   adentro   cajas-) 

C-\lambuc.  Rumor  de  cajas  he  oído: 
nuestros  enemigos  pienso 
que  se  acercan. 

Butifar.  Es,  sin  duda, 

que  Anacrasis,  en  sabiendo 
que  estabas  sobre  sus  muros, 
quiso  salir  al  encuentro. 

Rogel.^xa.  Ea,  pues,  acometamos. 

Butifar.     ]\Iejor  ha  de  ser  que  entremos 
por  el  secreto  postigo 
que  yo  sé. 

Calambuc.  ¡  Qué  buen  consejo? 


JORNADA    SEGUNDA 


439 


RoGELANA.  Ea,  pues,  seguilde  todos, 

que  yo  sola  al  mundo  entero 
pienso  defender  el  paso. 

BuTiFAR.     Indios,  seguidme,  y  j  a  ellos  ! 

(Vanse    todos,    sah'O    Rogelana,    qiia    queda   sola,    y 
por   otra   parto   vieiw   Anacrasi's    diciendo.) 

Anacras.     ¿Eres  Rogelana  tú? 
Rogelana.  Di  quién  eres  tú,  primero 

que  te  responda. 
Anacras.  Yo  soy 

quien   a  castigarte  vengo, 
Rogelana.  ¿  Sabes  que  soy  Rogelana 

y  que  no  temo,  aunque  el  viento 

para  de  su  vientre  rayos 

entre  dolores  de  truenos? 
AxACRAS.     Yo  Anacrasis,  ofendida 

de  tu  loco  atrevimiento, 

pues  sin  haber  por  qué  causa 

pones  a  mi  Corte  cerco. 

¿No  sabes  que  está  tu  padre... 
Rogelana.  Ya  sé  dónde  está,  no  quiero 

que  me  lo  digas,  ingrata; 

ya  he  sabido  tus  intentos. 

¡  Morirás  entre  mis  brazos, 

por  el  Sol,  de  quien  deciendo ! 
Anacras.     Llega,  y  verás  si  en  los  míos 

hay  valor  y  sobra  esfuerzo. 

{Ásense  a  los  brazos  y  dicen  de  dentro  el  verso  que 
se  sigue,  y   sale   Calambuco  y   soldados.) 

Dentro.       ¡  Victoria,  Sabá,  victoria  ! 

Calambuc.  Ya  tus  banderas  se  han  puesto 
en  el  alcázar,  y  a  voces 
¡  viva  Sabá !,  grita  el  pueblo. 

Anacras.     ¡  Esa  nueva  me  ha  vencido  ! 

Rogelana.  ¡  Prendelda,  muera  al  momento  ! 

Anacras.     ¡  Ah,  traidores  ! 

Rogelana.  Tú  lo   fuiste 

con  mi  padre  y  con  tu  reino. — 
Llevalda  luego  a  mi  tienda. 

Anacras.     ¡  Oh,  infame  ! 

Rogelana.  Es  sin  provecho. 

(Llévanla  y  suena  dentro  grita,  y  sale  Butifar.  Dicen 
dentro.) 

Dentro.      ¡  Victoria,   Sabá,   victoria  ! 

Butifar.     Oye  el  felice  suceso. 

Rogelana.  Negro  invencible,  esas  voces 
cantan  tu  victoria.  Entremos 
en  la  ciudad,  donde  rey 
de  la  Arabia  hacerte  quiero, 


como  me  jures  de  dar 
siempre  el  prometido  feudo. 

Butifar.     Anacrasis  se  ha  escondido. 

RoGEL.\NA.  Presa  en  mi  tienda  la  tengo 
y  te  la  pienso  entregar, 
porque  así  della  me  vengo. 

Butifar.     Amor,  ¡  qué  haces  de  traidores  ! 

¡  Oh,  ambición,  qué  de  hombres  cie- 

Dentro.      ¡  Victoria,  Sabá,  victoria  !         [gos  ! 

Butifar.     ¡  Qué  bien  suenan  estos  ecos  ! 

(l'anse,  con  que  da  fin  la  Primera  Jornada.  Música.) 


JORNADA  SEGUNDA 

{Salen  Melchor,  rey  negro,  y  el  Rey  Gaspar  y 
cuatro  indios,  que  llevan  al  Niño  Jesús  en  unas 
andas,  y  el  Rey  Baltasar  y   Senjo,  su  criado.) 

Baltasar. 
En  este  puesto  nos  juntó  la  estrella 
y  en  este  mismo  puesto  nos  divide: 
aquí  os  hallé  viniendo  yo  tras  ella. 

Gaspar. 
El  camino  el  viaje  nos  impide, 
que  aquí  nos  ajuntó  su  liunbre  bella 
desde  su  esfera  octava  que  reside, 
que    aquí   nos   apartamos,    eclipsados 
sus  rayos,  que  del  sol  fueron  hurtados. 

Melchor. 
Este  es  de  mis  Arabias  el  camino. 
Gaspar. 
Este  es  el  de  Sabá. 

Baltasar. 
De  Tarsis  éste. 
Gaspar. 
Entrar  hoy  en  mi  término  imagino. 

Melchor. 
Haced  que  un  dromedario  se  me  apreste. 
¡Oh,  Niño  soberano!  ¡Oh,  Rey  divino, 
autor  de  aquesta  máquina  celeste, 
reparador  de  la  naturaleza, 
que  por  amor  naciste  en  tal  pobreza ! 
Si  de  mis  peticiones  no  te  agravias, 
yo  te  prometo  un  templo  en  que  celebre 
mi  reino  tu  deidad,  y  las  Arabias 
haré  que  adoren  tu  mortal  pesebre 
si  me  pones  en  ellas. 


440 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


Baltasar. 

iDe  las  gavias 
de  esa  nao,  que  no  hay  mar  que  rompa  o  quie- 
que  de  estrellas  el  Sol  calafatea,  [bre, 

enseña  al  alma  el  puerto  que  desea. 

Dadme,  Reyes  famosos,  esos  brazos, 
que  manda  la  ocasión  que  me  despida. 

Gaspar. 
Eternos  han  de  ser  estos  abrazos, 
que  aun  muerte  no  ha  de  haber  que  los  divida. 

Melchor. 
Hoy,  Anacrasis  bella,  eternos  lazos 
el  alma  te  ha  de  dar  al  cuerpo  unida. 

Baltasar. 
Hoy,  Tarsis,  te  veré. 

Gaspar. 
Hoy  tus  aromas 
veré,  Sabá,  pendiente  de  tus  gomas. 

Melchor. 

Al  mayor  de  los  reyes  se  fabriquen 
en  mis  reinos  mil  templos  soberanos 
que  nuestro  amor  y  voluntad  publiquen, 
y  la  torpeza  de  los  dioses  vanos ; 
por  las  paredes  su  deidad  apliquen. 
Pinceles  y  buriles  en  las  manos 
de  mil  Apeles  y  de  mil  Lisipos 
en  bellos  relevados  aganipos  (i). 

¡  Dichoso  tú,  Gaspar,  que  tal  ventura 
alcanzaste  por  suerte,  que  esa  imagen 
llevas  de  el  mismo  Dios. 

Baltasar. 

Pues  su  figura 
he  de  mandar  que  artífices  trabajen, 
por  esculpilla  en  bronce  o  piedra  dura. 
Todas  las  monarquías  hoy  se  abajen 
a  respetar  imagen  de  tal  cuenta, 
que  aunque  no  es  Dios,  a  Dios  nos  representa. 

Baltasar. 
Pues  decidme  qué  nombre  tomaremos, 
ya  que  a  Cristo  adoramos. 

Gaspar. 

Si  El  se  dice 
Cristo  y  Jesús,  del  nombre  derivemos 
nuestros  nombres. 


(i)   'En  el   17133,  "anagliphos". 


Melchor. 

¿  Cristianos? 
Baltasar. 

No    desdice. 
Gaspar. 
Pues  de  Cristo  cristianos  nos  llamemos. 

Melchor. 
A  Dios  mi  reino  haré  que  le  autorice. 

Gaspar. 
Y  el  mío  yo. 

Baltasar. 
Y  yo,  que  a  Cristo  he  visto. 
-Melchor. 
¡  Pues  muera  Apolo  ! 

Baltasar. 
¡  Muera ! 

Todos. 

¡  Viva    Cristo ! 

(Vanse  todos  y  viene  Coridón,  pastor.) 

CoRiDÓN.         Casi  una  milla  he  corrido 
por  alcanzar  esta  gente, 
tan  distinta  y  diferente 
en  colores  y  en  vestido. 

Porque  en  las  varias  colores 
que  a  los  que  los  ven  ofrecen, 
campo  de  abejas  parecen 
cargado  en  mayo  de  flores. 

Para  saber  y  entender 
nacimos,  y  pues  nací 
tengo    de    saber    aquí 
quién  son,  que  es  virtud  saber. 

{Viene    Zaydán,    negro,    diciendo    desde    dentro.) 


Zaydán. 


Coridón. 


Zaydán. 
Coridón. 

Zaydán. 


Coridón. 


IMucho  corremo,  nosamo, 
que    alcanzallo    no    podemo; 
si  le  oimo  llamaremo 
sinoro,  que  acá  quedamo. 

Déste  que  atrás  se  quedó 
sobre  aquesta  novedad. — 
¡  Ah,  caballero ;  escuchad ! 
Non  sa  cagaycra  yo. 

¿  Pues  quién  eres  ? 

Lacayera 
de  rey  ~\Iechoro,  ques  amo 
quien   e   cameyo   guardamo 
cuando  samo  en  parandero. 

Pues  dime  de  dónde  viene 


JORNADA    SEGUNDA 


441 


con  tanta  gente. 

Zaydáx.  Venimo 

de  andondare  an  Dios  oplimo. 

CoRiDÓx.     Pues  dime:  ¿ya  otro  Dios  tiene? 

Zaydáx.  !Más  y  bonico  y  más  branco 

sa  que  el  Sol. 

CoRiDÓN.  ¿Y  tú  le  has  visto? 

Zaydáx.      Sí,   plimo. 

CoRiDÓN.  ¿Y  llámanle? 

Zaydáx.  Cristo, 

Rey  libérale  y   franco. 

Tora  esa  gente  venimo 
de  adorallo  y  conocello. 

CoRiDÓx.     Cuenta  el  caso. 

Zaydáx.  Si  sabello 

deseamo,  atento  oímo. 
Entre   turo   aquese  branco 
y  entre  aquese  negro,  toros 
tres   reyes  grandes  venimo 
gaulla  ido  y  pudirosos: 
rey  Baltasar  somo  el  imo, 
rey  Gaspar  llamamo  el  otro, 
que  Rey  de  Tarsi  llamamo 
de    Sabá   reino    famoso, 
donde  cogemos  pimienta, 
canela  y  mucho  licoro 
que  produce,  y  destilamo 
de  peñasco  y  bello  tronco. 
Otro   Reye   sa  de  Arabia, 
que  llamamo  Melchioro, 
anque  negro  cabayera 
samos  toros  esotros. 
Esos  tres  reyes  siguiendo 
una   estrella   luminosa, 
andamo  seiscientas  leguas, 
y  le  parecemo  poco. 
Llevamo  camellos  rico 
con  cargas   cubiertas  toro 
de  damasculo  y  de  seda, 
de  mil  colore  vistoso. 
Llevamo  sien  dromedario 
para  andar  más  presuroso ; 
sien   caballo   que   saltamo 
y  echaTno  mucho  corcobo. 
Llavamo  mucha  comida, 
mucho    conserva   famoso, 
grangea,    culabanzate, 
jnarmeladas    y    turrdne. 
Llevamo  mucho  vestido, 
mucha  prata,  piedra  y  oro, 
e  dinero,  que  sin  ello 
no   valemo   nara   toros. 


A  Belén  a  fin  llegamo, 
do  hallamos  al  Niño  Dios 
en  una  casa  caído, 
sin  grandesa  y  sin  adornos; 
no  en  branda  cama  costaro, 
de  holandulos  y  algodonos, 
no  en  transportino  de  prunia 
ni  en  uloroso  colchono, 
que  en  un  pesebre  le  hallamo 
entre   pajas,   al   ringoco 
del  frío,  aunque  sin  trigos, 
que  lo  segamo  en  agosto. 
De  la  cama  deste  Rey 
servían  de  pavillono 
lo  cielo,  con  mucha  estrellas 
y   con  grande   resprandoro, 
que  el  Sol  y  la  Luna,  plimo, 
saba  escuro  y  teneblosos 
ante  el  Niño,  porque  deya 
luz  salimos  más  hermosos. 
Lo   aire   cuajado  vemo 
de  gente  de  hermoso  rostro, 
que  gloria  cantam.o  al  Niño 
y  pas  cantamo  a  nosotros. 
Turos  eran  gente  branca, 
que  un  prieto  no  vi  entre  toros, 
que  este  branco  a  gente  aprieta 
queremo  como  a  demonios. 
Tenemo   hallado   a    su   Aladre 
que  parió  este  Niño  Dioso, 
que  se  quedamo  doncella 
tras    el   parto   milagroso. 
Al  momento  que  lan  vimo 
conosimo  su  valoro, 
y  los  tres  Reyes  le  dimo 
una  higa  al  dioso  Apolo, 
que  higa  ha  sido  para  ella 
ese   Niño   milagroso : 
mas  es  higa  de  erisal, 
que  no  de  '  zabache  tosco. 
Pusimo    en   tierra    rodilla 
y  of  recímole   sus   donos : 
rey  Gaspar  le  damo  incienso 
como  a  verdadero  Dioso; 
rey  ]\Ielchoro,  rey  prieto, 
como  a  Rey  le  damo  el  oro; 
rey  Baltasar  damo. mirra 
como  asombre,  y  luego  turos 
con  contento  le  ofrecimo 
el  alma  y  lo  corasono. 
Yo  le  dije  al  despedimo : 
"Acordaos   del   prieto    si   oro. 


442 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


que  vueso   sielo  queremo; 
que  aunque  neglo,  gente  somo." 
Salimo  el  Reye  contentos, 
a  avisamos  al  rey  Erodo; 
mas  aparesiomo  un  ángel 
y  decimos  ques  traidora, 
que  sigamos  otro  caminos 
que  estrella  me  dimo  el  polos. 
Y  así  al  Oriente  llegarnos; 
por  eso  alegre  y  gozoso 
deso  venimo   esa  gente. 
Adioso,  pilimo,  ques  forsoso, 
puese  que  la  cuncera  samo, 
que   sigamo   al   rey  Melchoro. 

(^Vase   Zaydán,   negro.) 

CoRiDÓN,     ¡  Donaire  ha  tenido  el  negro  ! 
Quiero   volverme   a  mis   sotos 
pues  lo  que  quise  he  sabido, 
que  están  los  novillos  solos, 
y  tamhién  para  mi  Arminta 
he  de  desgajar  un  olmo, 
questá  por  muchos   caminos 
el  mundo  lleno  de  locos. 

(Vase,  y   viene   Butifar   con  ropa,   y    Sennarín   con 
él   diciendo.) 

Sennarín.      ¡  No  he  visto  amor  semejante  ! 

Butifar.     ¡  Sennarín,  estoy  perdido  ! 

Sennarín.  ¿  No  te  cansas? 

Butifar.  Soy   amante. 

Sennarín.  Pues  yo  pienso  que  has  querido 
labrar  con  cera  un  diamante. 

Butifar.         ¿Que  no   puede   la   prisión 
ablandar   su   corazón  ? 

Sennarín.  Antes,  Rey,  está  más  tibia. 

Butifar.     Dime,   ¿tiene   sierpes   Libia 
de  tan   fiera  condición? 

¿León  en  Liguria  ruje 
así,  celoso  y  airado? 
¿Brama  así  el  mar  ni  así  cruje 
eil  viento  desenfrenado? 
Pero  si  no  la  reduje 

por  bien,  por  mal  no  podré 
reducirla,  y  pues  mi  fe 
desprecia,  viven  los  cielos 
que  la  he  de  olvidar  con  celos, 
pues   con   celos   la   adore. 
Has  de  saber,  Sennarín, 
que  no  sin  causa  he  pisado 
de  las  Arabias  el  fin : 
aquí  se  acaba  mi  estado 


y  aquí  mi  amor  tiene  fin. 

Viéndola  muero  y  padezco, 
y  así  lui  remedio  me  ofrezco 
contra  esta  ingrata  cruel, 
y  ha  de  ser  echarla  del 
fingiendo  que  la  aborrezco. 

Que  la  más  endurecida 
y  más  honrada   mujer 
que  se  resiste  querida, 
suele  amor  enternecer 
sintiéndose  aborrecida. 
Sennarín.      Con  ésta  pienso  que  no, 
según    della    he    A'isto   yo, 
ha  de  valer  esa  ley. 
Sí  hará,   que   ve   soy   rey 
y  día  reina  se  llamó, 

y  sentirá  verse  pobre 
y  en  tierra  extraña. 

No  siento 
della  que  afición  te  cobre, 
porque  tu  afición  es.  viento, 
y  si  es  oro,  en  ella  es  pobre. 

Deja  ese  necio  dudar 
y  ve   al  momento   por   ella, 
y  llámame  Abdenacar. 
¿  Y  traeré  gente  con  ella  ? 
¿De    quién    la    quieres   guardar? 

No  venga   nadie. 

Ya  vengo. 
{Va^c.) 


Butifar. 


Sennarín. 


Butifar. 


Sennarín. 
Butifar. 

Sennarín- 


Butifar.     Así  el  remedio  prevengo 
a  un  amor  desatinado. 
Mira  si  poco  cuidado, 
Melchor,  de  Anacrasis  tengo. 

Mira  si  a  ganarte  llego 
en  este  fuego  sutil 
y  sí  tú  estuviste  ciego, 
pues  me  dejas  hecho  arfil 
y  soy  ya  el  rey  deste  juego. 

(Vienen    Sennarín    ^y    Abdenacar,    y    traen    a    Ana- 
crasis. j 


Sennarín. 
Butifar. 
Sennarín. 
Anacras. 


Butifar. 


La  Reina  tienes  aquí. 
¿Reina  la  llamaste,  perro? 
Perdóname  si  mentí. 
No  fué  muy  grande  su  yerro, 
que  si  no  lo  soy,  lo  fui ; 

y  ha  valido  mi   persona 
una   corona. 

Pregona 
ese  bien  alegre  y  franca, 
mujer  blanca. 


TORXADA    SEGUNDA 


24: 


AxACRAS.  Y  siendo  blanca 

puedo  pasar  por  corona. 
BuTiFAR.         Sólo  el  deseo  te  queda 

de  ser  reina,  que  mi  ser 

todo  ese  valor  te  veda, 

que  hay  en  Arabia  otro  rey 

y  vale  ya  otra  moneda. 
Y  así,  cuando  te  trocaras 

por  corona  no   acertaras 

siendo  blanca. 
AxACRAS.  ¡  Tú,  enemigo, 

eso  harás,  que  eres  amigo 

de  moneda  de  dos  caras ! 
BuTiFAR.         ¿  Sabes  con  quién  hablas,  loca  ? 
Anacras.     Con  un  negro. 
BuTiFAR.  ¡  Abdenacar, 

tápale  a  esa  vil  la  boca ! 
AxACRAS.     Tapa,  que  si  tú  eres  mar, 

yo  soy  diamantina  roca. 
BüTiFAR.        A  ese  monte  la  sacad 

y  de  el  término  de  Arabia 

desde  allí  la  desterrad. 
AxACR.\s.     Cuando  piensas  que  me  agravia 

tu  intento,  me  hace  amistad. 
Yo  me  saildré  desterrada 

sin  que  me  saques  de  aquí, 

y  me  voy  muy  consolada, 

viendo  que  llegaste  a  mí 

y  que  no  salgo  manchada. 

Por  blanca  me  echas,  traidor, 

y  te  servirá,  si  ataja 

su  venida  mi  Melchor, 

esta  blanca  de  mortaja 

y  de  luto  mi  color. 
BuTiFAR.         No  se  atreverá  a  volver 

aquese  traidor  acá 

si  conoce  mi  poder, 

y   cuando   venga,   saldrá 

como  sale  su  mujer. — 
¡  Llevalda  ! 
Abdexac.  ¿y  si  dice  acaso 

que  te  quiere  ? 
BuTiFAR.  Obedecella 

y  traella,  que  me  abraso 

y  me  consumo  por  ella. 
Abdexac.     ¡  Padeces  el  mal  que  paso  ! 
AxACR.AS.        ¿Quieres  hacerme  un  favor? 
BuTiFAR.     ¿Qué  quieres? 
AxACRAS.  Que  a  mis  persianos 

me  des,  pues  iré  mejor 
con  ellos  que  con  tiranos 
traidores  de  otro  traidor. 


BuTiFAR.         i  Loca,  ya  por  sus  gargantas 

ha  'pasado  mi  cuchillo  ! 
Ax.\CRAs.     ¡Perro!,  ¿de  aqueso  te  espantas.? 
La  bárbara  Rog-elana, 

que  sin  oírme  ni  hablarme 

me  quitó  el  reino,  tirano, 

me  lo  pagará. 
BuTiFAR.  Vengr.rme 

quiero  de  aquesta  inhumana. 
¡  De  la  Arabia  la  sacad ! 

{Vase    BuTiFAR    solo.) 
Sexxarín.  i  Por  el  Sol,  que  he  de  matalla ! 
Abdexac.     No,  que  es  mucha  su  beldad. — 

¡  Muerto  estoy  y  he  de  gozalla ! 
Axacras.     Ministros  de  crueldad, 

vamos  al  suplicio  fuerte. 
Sexxaríx.  Ya  un  dromedario  esperando 

te  está. 
Axacras.  ¡  Venturosa   suerte ; 

a  morir  voy,  pues  mirando 

voy  las  sombras  de  mi  muerte ! 

{Vanse,  y  viene   Rogelana  con   arco  y  flecha  y   Ca- 
lambuco,  y   indios  con  instrumentos   y   música.) 

Calambuc.       En  este  hermoso  jardín 

que  enseña  por  bellos  labios 
del  clavel  y  del  cardín, 
haciéndole  'al  cielo  agravios, 
dientes  de  blanco  jazmín 

viendo  a  estas  fuentes  verter 
agua  que  está/U  destilando 
porque  te  pudieron  ver, 
que  pienso  que  están  llorando, 
Rogelana,  de  placer, 

puedes  un   rato   sentarte, 
mientras  los  indios  con  fiesta 
procuran  desenfadarte, 
pues  la  caza  y  la  floresta 
no  han  sido,  señora,  parte. 

Y  pues  matar  no  has  podido 
el   cerdoso  jabalí 
que  dos  noches  has  seguido, 
siéntate  y  descansa  aquí, 
y  duerme,  pues  no  has  dormido.— 

Ea,  cantad  y  bailad, 
indios;  ¿qué  hacéis? 

Rogelana.  La    alcatifa 

me  tened. 

Calambuc.  Tu  Majestad 

vea    el    cristal   que    se    engrifa 
entre    estas    peñas. 
I    Rogelana.  Cantad. 


444 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


Canción. 

"Como  corta  la  india  el  clavel, 
azucena,  la  rosa  y  lirio 
uno  a  uno,  dos  a  dos,  tres  a  tres, 
cuatro  a  cuatro,  cinco  a  cinco, 
y  de  todos,   ¡  oh,  qué  bien, 
una  guirnalda   compone, 
y  en  la  frente  se  la  pone 
a  su  indio,  hermoso  y  galán ! 
¡  Guapa  y  au,  cómo  saltan  los  indios, 
guapa  y  au,  que  celos  nos  dan!" 
Y  él,  vergonzoso  y  alegre, 
a  su  frente  se  la  vuelve 
y  concluyendo  el  danzar. 
"¡  Guapa  y  au,  cómo  saltan  los  indios, 
guapa  y  au,  qué  celos  nos  dan !" 
Calambuc.      ¿No  €s  la  canción  escogida? 
¿  No  te   agrada  y  enamora  ? — 
Cese  el  baile,  por  mi  vida, 
que    está   dormida   señora; 
vamonos,   que   está   dormida. 

{Déjanla  sola  dormida,  (y  sale  el  Demonio  en  figu- 
ra de  Abdu[can].  su  agüelo.  Y  va  diciendo  el  D[e- 
MONio]    3;   ella  respondiendo   en  sueños.) 

Demonio.        ¿  Conócesme,    Rogelana  ? 

¿Conócesme? 
Rogelana.  ¡  Santo  cielo ! 

¿Quién  eres,  sombra  inhumana? 
Demonio.    ¿  Quién   soy  ?  Abducán,  tu  abuelo. 
Rogelana.  iRespeto  esa  barba  cana. 
Demonio.        Pues  si  la  .quiés  respetar, 

a  tu  padre  has  de  matar. 
Rogelana.  ¿Pues  mi  padre  no  está  muerto? 
Demonio.    Vivo  está. 
Rogelana.  ¿  Cierto  ? 

Demonio.  '  Y  tan   cierto, 

que  hoy  le  has  de  ver  y  hablar. 
Rogelana.       ¿Pues  la  muerte  no  le  dio 

Anacrasis? 
Demonio.  Aquel  negro, 

Rogelana,  te  engañó. 
Rogelana.  ¡  Ya  de  que  viva  me  alegro ! 
Demonio,    j  Y  me  desespero  yo  ! 
Rogelana.       ¿Que  vive  mi  padre? 
Demonio.  Sí." 

Mátale. 
Rogelana.  Muy  mal  lo  hiciera 

si  del  el  ser  recibí. 
Demonio.     ¡  Pues  si  no  le  matas,  fiera, 

yo  te  he  de  matar  a  ti ! 
Procura  darle  la  muerte. 


Rogelana.  No  hay  cosa  porque  me  cuadre, 
abuelo,  el  obedecerte. 
Mas  si  engendraste  a  mi  padre, 
¿por  qué  le  matas? 

Demonio.  Advierte. 

El  Sol  quiere  que  a  tus  manos 
tu    padre    enemigo    muera, 
y  si  no  que  mueras  tú 
entre  las  mías  sangrientas. 

Y  no  sólo  quiere  el  Sol 
vengarse  en  su  muerte  niesma, 
sino  que  de  mi  prosapia 
quiere  acabar  la  nobleza. 
Enojado  tiene  al   Sol 

con  razón,  pues  que  le  deja 
por  un  Niño  que  ha  nacido, 
pienso  que  fué  de  una  estrella. 

Y  siendo  verdad  que  el  Sol 
las  ilumina  y  engendra 

y  son  las   estrellas  borlas 
que  de  su  cabeza  cuelgan, 
y  que  son  criaturas  suyas 
y  sus  ventanas  secretas, 
por  donde  a  los  hombres  mira 
cuando  de  noche  se  acuesta, 
no  es  razón  que  a  su  deidad 
las   estrellas    se   prefieran, 
pues  son  gotas  de  su  luz 
que  cuando  él  sale  se  secan. 
Al  fin  tu  padre  ha  llegado, 
Rogelana,   de   Judea, 
que  de  Sabá  está  distante 
más  de  setecientas  leguas, 
de  adorar  a  un  Niño  pobre, 
pues  nace  en  tanta  miseria 
qite  es  un  pesebre  su  cuna 
y  son  sus  amas  las  bestias ; 
y  después  de  darle  parias 
y  ofrecerle  sus  riquezas. 
Rey  de  los  reyes  le  llama 
y  aun  Dios,  mira  si  es  afrenta. 
No  para  en  esto  su  infamia, 
que  para  más  desvergüenza 
en  andas  trae  su  imagen 
y  quiere  que  la  obedezcan. 
Pues  si  mi  hijo  me  agravia, 
pues  si  mi  hijo  me  afrenta 
y  elige   un   Niño   por   Dios 
y  al  soberano  dios  deja, 
de  quien  traemos  nosotros 
la  antigua  y  clara  ascendencia, 
que  los  reyes  de  Sabá 


JORNADA    SEGUNDA 


445 


son  hijos  deste  planeta, 
¿no  quieres  que  yo  le  mate? 
¿  No  quieres  que  amparo  sea    ■ 
de  mi  reino  y  de  mi  honor 
y  que  al  gran  dios  obedezca? 
Al  fin,  el  Sol,  Rogelana, 
te  manda  que  no  consientas 
a  este  Dios  nuevo,  y  que  mates 
a  este  padre  que  te  afrenta, 
porque  sino  entre  mis  brazos 
has  de  morir  hecha  piezas. 
Mira  si  podré  matarte, 
pues  ya  mis  manos  te  aprietan. 

{Llega   ahogaUa   y    da   voces,  y    rase   el   Demonio,   y 
viene    Calambuco    y    indios    acttdicndo    a   las   voces.) 

RoGELANA.  ¡  Hola,  indios  ! 

C\LAMBUC.  ¡'Mi  señora ! 

RoGELAXA.  ¿  Ouiéin  mi  dulce  sueño  quiebra 
y  con  espantosas  voces 
me  atemoriza  y  despierta  ? 

'Calambuc.  Reina,  todos  dan  callado, 
que  tu  sosiego  desean. 

Rogelaxa.  ¿  No  viste  llegar  alguno  ? 

Calaivibuc.  No,  señora. 

Rogelaxa.  Pues  ¿quién  era 

un  hombre  que  aquí  me  habló, 
del  rostro,  cuerpo  y  las  señas 
de  Abducar,  mi  muerto  abuelo? 

Calambuc.  Sin  duda,   señora,   sueñas. 

Rogelaxa  Las  manos  puso  en  mi  cuello 
para  ahogarme,  y  que  muera 
mi  padre  manda,  que  importa. 

CalaIíIBUC.  ¿\^esle  tu  agora  dispierta? 

Rogelaxa.  No. 

Calambuc.  Pues  vuélvete  a  dormir. 

Rogelaxa.  ¡  Pesado  sueño  ! 

Calambuc.  Sosiega, 

que  en  tanto  te  guardaremos. 

Rogelaxa.  Apartaos  y  tened  cuenta. 

{Vanse  los  indios  y  vuélvese  a  dormir  Rogelana,  y 
vuelve  a  venir  el  Demonio  en  la  figura  de  Abduc.\n.) 

Demoxio.     Haz  lo  que  te  manda  el  Sol; 
acaba  a  tu  padre,  nieta, 
que  aunque  en  sueños  te  lo  manda 
es  justo  que  le  obedezcas. 

Rogelaxa.  No  lo  he  de  hacer. 

Demoxio.  Morirás, 

questo  los  hados  ordenan. 

Rogelaxa.  ¿No  ves  tú  que  me  dio  el  ser? 

Demoxio.    ¿Qué  importa,  si  ya  te  afrenta, 


Rogelaxa, 
Demoxio. 


Rogelaxa. 

Demoxio. 

Rogelaxa. 

Demonio. 

Rogelaxa. 

Demonio. 

rogelana, 


y  al  Solí,  a  ti  y  a  tu  abuelo 
con  sola  su  muerte  vengas? 
¿  Por  qué  no  le  matas  tú  ? 
El  Sol  quiere  que  tú  seas, 
para  más  castigo  suyo, 
quien  su  infame  sangre  vierta. 
No  tengo  de  obedecerte. 
¡  Morirás  ! 

¿  Qué  importa  muera  ? 
¡  Nieta  sin  fe  ! 

¡  Vengativo ! 
¡  Pues  recibe  aquesta  flecha  ! 
¡  Ay,  abuelo,  no  me  mates  ! — 
¡  Criados,  indios  ! — ¡  Detente, 
abuelo ! 


{Vase   el   Demoxo   y   vienen   los  indios.) 

Calambuc.  Di  qué  nos  mandas. 

Rogelaxa.  Venid,  descuidada  gente. — 
Mucho,  abuelo,  te  desmandas 
sin  ser  ya  de  Sabá  dueño. — 
¡  Prendédmele ! 
Calambuc.  ¿A  quién,  señora? 

Rogelaxa.  ¡  No  sé,  triste  de  mí ! 

¡  Ay,  pálido  letargo  ! 
¡  Oh,  sueño,  imagen  fría  de  la  muerte ! 
i  Oh,  pensamiento  amargo  ! 
¡  Oh,  cadáver  caduco,  sombra  fuerte, 
que  causándome  asombros 
cargas  montes  de   agravios   en  mis  hombros 

¿  Piensas   que    soy   Alcides, 
que  puedo  sustentar  el  negro  ocaso? 
¿Qué  quieres?  ¿Qué  me  pides? — 
Llegad,  indios,  acá.  ¿  Sabréis  acaso 
adonde  vive  el  sueño  ? 

Calambuco. 

En  las  aJmas,  que  dellas  es  el  dueño. 
Ellas  le  dan  la  palma. 

ROGELANA. 

¿Pues  cómo  dejará  mi  entendimiento 

sus   potencias   del   alma? 

¿  Mientras  durare  durará  el  tormento 

si  a  mi  padre  no  mato  ? 

Pues  muera  mi  padre,  al  Sol  ingrato. 

Que  más  vale  que  muera 
que  no"  su  reino  y  su  deidad  peligre. 
Mas,  ¿si  esto  verdad  fuera? 

{Sale  GuATiNO  y   dice.) 

GUATINO. 

De  un  caballo  manchado  como  tigre, 


446 


EL    MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


qne  parece  idel  jaspe 

que  le  rendía  Sabá  el  corriente  Idaspe, 

el  Rey  se  apea  y  pisa 
hoy  del  jardín  las  cuadras  y  los  marcos, 
aunque  no  se  divisa, 
porque   lo   impiden   los   soberbios   arcos 
de  jazmín,  murta  y  yedra, 
y  esas  estatuas  de  cuajada  piedra. 

•  ROGELANA. 

¿Que  mi  padre  no  es  muerto? 
¿Que  me  engañó  aquel  negro  y  que  Anacrasis 
ofendí,  siendo  incierto? 

GUATIXO. 

Ya  mira,  el  blanco  Basis 

.de  esa  divina  fuente, 

pues  suspende  por  verle  su  corriente. 

ROGELAXA. 

Dios  Sol,  ¡  mi  padre  muera  ! 
¡Mi  padre  ha  de  morir  — ¡Dejadme,   abuelo, 
que  con  imagen  fiera 
me  atormentáis ! 

(Sale   el  Rey   Gaspar   con   el   A'ir¡o  Jesús  en  andas; 
llcvanlo   indios.) 

Gaspar. 

Ya  piso  el  patrio  suelo, 
i  Dadme,  hija,  los  brazos! 

{Abrázansc.) 
Rogelana. 

j  Oh,  padre  mío  !    \  Oh,   venturosos   lazos  ! 

Ya  por  muerto  os  juzgaba, 
y  ansí  pienso,  aunque  os  abrazo. 

Gaspar. 

En  Sabá  el  alrjia  estaba, 

aunque  ausente  de  ti;  ya  llegó  el  plazo 

de   verte,   Rogelana, 

más  alegre  que  el  sol  en  la  mañana. 

Al  mayor  Rey  de  los  reyes 
vengo  de. conocer;  mira  su  imagen; 
a  promulgar  sus  leyes 
a  los  hombres  del  cielo  ángeles  bajen, 
pues  del  que  traigo  en  andas 
tiembla  el  sol  desde  el  cielo  en  sus  barandas. 

Este  Dios  vive  sólo ; 
Cristo  se  llama;  su  poder  he  visto. 
¡  Vasallos,  muera  Apolo, 
y  en  Sabá  solamente  viva  Cristo ! 


Rogelana. 
i  Tú  morirás,  pues  truecas 

{Aparte.) 
el  Sol  por  él  y  contra  el  cielo  pecas ! 
Gaspar. 
Entre   en  aquesta   cuadra, 
y  sabrás,  Rogelana,  este  milagro, 

Rogelana. 

Entre  sola  una  escuadra. — 

La  vida  de  mi  padre  te  consagro, 

Sol,  que  mides  tu  esfera. 

Gaspar. 
Vasallos,  ¡  Cristo  viva  ! 

Rogelana. 

i  Y  Gaspar  muera  ! 

{Entran    todos    con    el    Niño    Jesús    como    le    traje- 
ron, y  sale  ¡Melchor  y  Zaydán,  negros.) 

{Música.) 

Melchor.       ¿  Cómo,  si  ya  de  mi  estado, 
Zaydán,    los   términos   piso, 
no   siento  rumor  ni  estruendo 
de  fiestas  y  regocijos? 
Si   mi   recámara   toda 
ha  entrado  y  han  dado  aviso 
los  de  mi  guarda  que  llego, 
¿  cómo  ninguno  ha  venido ":' 
¿'Cómo  los  grandes  del  reino, 
adornados  y  vestidos 
de  sedas,  perlas  y  plumas, 
Zaydán,  no  me  han  recibido  ? 
¿  Cómo  no  A'eo  ocupados 
todos  aquestos  caminos 
con  los  negros,  que  los  vuelven 
como  un  azabache  tintos? 
¿  Cómo  está  suspenso  todo, 
que  aun   el  viento   fugitivo 
no  hace  lenguas  de  las  hojas 
de  esos  mudos  teiyebintos? 
Algún  mal,  Zaydán,  sospecho ;      ' 
no  sé  qué  el  alma  me  ha  dicho 
contra  Butifar,  y  el  alma 
pocas  veces  ha  mentido. 
¡  Ay,  mi  Anacrasis  !  ¡  Ay,  blanca, 
blanco  de  tantos  suspiros, 
dime  sí  el  alma  me  engaña, 
si  acaso  vives   conmigo ! 
Zaydán,  algún  mal  sospecho. 
Zaydán,  no  sé  qué  imagino. 


TORXADA    SEGUNDA 


44: 


Zaydán.     No  des,  señor,  en  aqueso, 

que  si  el  pueblo  no  ha  salido 
.    será  porque  está  ocupado 
en  levantar  edificios 
enramados  y  cubiertos 
de  laureles  y  de  mirtos, 
y  previniendo  las  galas 
para  recebirte. 

r^ÍELCHOR.  Amigo, 

no  hay  fiestas  ni  hay  invenciones 
que  no  se  hagan  a  gritos, 
que  fiestas  y  con  silencio 
muy  pocas  veces  se  han  visto. 

Zaydáx.      Sennarín  y  Abdenacar 

vienen  ya,  y  traen  consigo 
negros  armados.  Desecha 
el  temor  que  has  concebido, 
que  sin  duda  por  el  reino 
te  vienen  a  dar  aviso 
de  los  triunfos  que  se  ordenan. 

Melchor.  Butifar,  ya  me  desdigo 

de  lo  que  he  dicho,  y  ya  estoy 
de  ofenderte  arrepentido. 

(r/i:;R-j!    Senxaríx    y    Abdex.^car,    negros,   y    dicen.) 

Sennarín.  ¡  Qué  brava  mujer! 

Abdenac.  ¡  No   hay   sierpe 

que  con  espantosos  silbos 
así  arroje  por  la  boca 
ponzoñas  y  basiliscos. 
No  hay  tigre  tan  espantosa 
despojada  de  sus  hijos; 
no  hay  más,  cuando  alborotado 
rompe  cadenas  y  grillos, 
quien  se  compare  con  ella. 

Sexxaríx.  Bravamente  la  he  tenido, 
y  más  cuando  de  tu  vaina 
desnudó  el  acero  limpio. 

Abdexac,    Entonces  yo  imaginé... 

Escapamos  de  un  peligro, 

y  en  otro  dimos.  ¿Has  visto 

por  dónde  este  hombre  ha  venido? 

Sexxarín.  ¿Es  el  rey  Melchor? 

Abdenac.  El  propio. 

Melchor.  ¡  Dadme  los  brazos,  amigos  ! 
¿Venís  de  parte  del  reino, 
por  ventura,  a  dar  principios... 

Sexxaríx.  De  un  gran  peligro  escapamos... 
no   de   aqueste   rey   Melchor. 

Melchor.  A  mis  triunfos.   Butifar 
os  enviará,  agradecido 
a  la  merced  que  le  he  hecho 


y  merecen  sus  servicios. 
¿Traéisme  de  mi  Anacrasis 
algún  recado?  Decidlo; 
que  es  una  mujer  que  adoro 
y  soy  ausente  y  marido. 
Vivo  vuelve  vuestro  Rey; 
alegraos  de  velle  vivo, 
con  Dios  nuevo  y  nueva  ley 
y   con  nuevos   sacrificios; 
he  atravesado  por  verle 
las  faldas  del  monte  Olimpo, 
y  traigo  su  imagen  santa 
y  él  se  llama  Jesucristo, 
el  mayor  Rey  de  los  reyes. 

Abdenac.     Pienso  que  el  seso  has  perdido. 

Melchor.  De  escucharte,  Abdenacar, 
perderé  el  seso  y  juicio. 
¿  Pero  así  te  descomides 
con  tu  Rey? 

Abdenac.  No    descomido 

con  mi  rey,  porque  a  mi  rey 
yo  le  obedezco  y  le  sirvo. 
Contigo  sí,  porque  dices 
que  eres  rey. 

Melchor.  ¡  Pecho   enemigo  ! 

i  Negro,   sombra  de  mi   honor ! 
¡  Noche  de  mi  sol  divino ! 
¿Qué    dices? 

Sennarín.  Que   eres   un   loco. 

Melchor.  ¡  Mataréte  ! 

Sennarín.  ¡  Tente,  digo  1 

Abdenac.    Nosotros  tenemos  Rey 

que  adoramos  y  servimos, 
que   el   gran   Butifar   se   llama 
y  es  de  las   estrellas  hijo. 
Otro  rey  no   conocemos. 

Melchor.  Hombres  del  oscuro  abismo, 
¿no    me    conocéis? 

Sennarín.  Podré 

jurar  que  nunca  te  he  visto. 

Abdenac.     Danos  esos  dromedarios. 

(Vanse    Sexxarín   y   Abdexacar,   y   queda   Melchor 
y   Z.WDÁx.) 

Melchor.  ¿'Cómo  mi  enojo  resisto? 

i  Moriréis  entre  mis  brazos  ! 
Zaydáx.  '  Tente. 
Melchor.  ¿Cómo  no  desquicio, 

cielos,  vuestras  once  puertas 

con  clavazones  de  sirgos? 

¡  Ay,   ingrato   Butifar ! 

¡  Ay,  Butifar  atrevido  ! 


448 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


¿  Que  el   reino  me  desconoce 
cuando  adoro  a  Cristo  vivo? 
Mas,  ¡ay!,  que  sin  duda  a  Dios 
en  esto,   Zaydán,  imito : 
si  él  tiene  su  potestad 
sobre   los  hombres  nacidos 
y  cuando  él  nace  los  hombres 
le  desconocen,  lo   mismo 
hace  conmigo  mi  reino. 
¡  Oh,  santo  y  precioso  Niño !, 
con  vos  quiero  consolarme, 
que  si  no  os  han  conocido 
en  vuestros  reinos,  tampoco 
a  mí,  señor,  en  los  míos. 

Zaydán.     Aquí  viene  una  mujer. 

Melchor.  ¡  Niño  Santo,  en  vos  confío, 
que  más  poderosos  reinos 
he  de   alcanzar  por  serviros ! 

(Viene  Anacrasis  sola,  diciendo.) 

Anacras.     ¡  Ah,   tirano   Butifar  ! 

i  Ah,  vasallos  descreídos  ! 
Mas,  ¿qué  es  esto,  santo  Sol? 
¿  Tráesme  a  nuevo  peligro  ? 

Zaydán.     Tu  Anacrasis  es,  señor. 

Melchor.  Pues   ella   sola  ha  podido 
consolarme,  si  es  verdad. 

Zaydán.     Mira  si  verdad  te  digo. 

Melchor.       ¡  Mi  Anacrasis  ! 

Anacras.  ¡  Dulce   suerte  ! 

Muerte  me  daba  el  pesar, 
Melchor;  pero  de  la  muerte 
me  pudo  resucitar 
el  alegría  de  verte. 

Melchor.  ¿Qué  es  esto,  Anacrasis  mía? 
¿  Cómo  a  mi  noche  has  venido 
con  nubes,  siendo  mi  día? 

Anacras.     Una  sombra  ha  escurecido 
los  rayos  de  mi  alegría. 

Unos  livianos  antojos 

mi  día  claro  han  turbado, 

pues   para    causarte    enojos 

forman  un  negro  nublado 

,     que  llueve  sobre  mis  ojos. 

Ese  negro  a  quien,   ausente, 
dejaste  el  juego  entablado, 
te  ha  ganado  reino  y  gente, 
y  de  barato  te  ha  dado 
esta   blanca   solamente. 

Tu  reino  usurpó  traidor, 
pero  tu  honor  no  ha  podido, 
porque  es  mi  alma,  señor, 


alcaide  que  ha  defendido 
el  castillo  de  mi  honor. 
Melchor.       No  pierdo,  Anacrasis,  nada 

perdiendo   el   reino  en  que   reino 
siendo   tú  del   alma  hallada, 
porque  vale  más  que  un  reino 
una   mujer   que   es   honrada. 

Aunque  es  afrenta  perder 
un  reino,  esposa,  en  el  suelo, 
el  honor   se  ha  de  temer, 
que  el  reino  lo  quita  el  cielo 
y    el    honor    una    mujer. 

Si  el  reino  no  me  conoce 
y  no   obedece  mis  leyes, 
no  es  mucho  qce  no  lo  goce, 
si  al  mayor  Rey  de  los   reyes 
el  mundo  le  desconoce. 

Desde  hoy  vive  y  reina  en  mí, 
y  al  nuevo  Rey  no  le  pido, 
pues  'por  él  estoy  ansí, 
que  porque  lo  he  conocido 
me  desconocen  a  mí. 

El  alma  le  sacrifico 
para  que  del  reino  cobre, 
que  con  el  Rey  que  publico 
es  rico  el  hombre  más  pobre^ 
y  sin  él,  pobre  el  más  rico. 

Y  pues  las  desdichas  mías 
son    por    él,    premio   tendrán, 
que  él  nos  dará  monarquías, 
señora,  que  durarán 
más  que  durarán  los  días. 

¿Y  nuestros  hijos  amados? 
Anacras.     Quedaron  en  la  ciudad, 
huérfanos,    desamparados, 
que    aun   me   quitó   su    crueldad 
ver   mis   hijos   regalados. 

Llamóme  ante  su  presencia 
y    al   punto    me   desterró, 
sin    otorgarme    licencia 
de   verlos. 
Z.'XYDÁN.  Mi    señor,    yo 

los  traeré,  tened  paciencia. 
Melchor.       Pues  decidme  cómo  ha  sido 
aquesta    conjuración. 

(Suena    dentro    ruido.) 

Zaydán.     Señor,  grande  es  el  ruido 
de  gente  y  de  confusión; 
a  buscarnos  han  venido; 
huid  si  queréis  vivir. 

Melchor.  Huyamos,   que   en   ocasiones 


JORNADA    SEGUNDA 


449 


es  importante  el  huir, 

que  hay  fuego  en  estos  carbones 

y   nos   podrán   descubrir. 

Los  que  me  han  acompañado, 
toda  mi  guarda  y  mi  gente, 
por   Butifar   me   han   dejado, 
y    entre    todos    solamente 
leal  a  Zaydán  he  hallado. 

Zaydán.  Que  te  escapases  qucrria, 

que  siento  cerca  rumor 

Melchor.  Vamos,  Anacrasis  mía. 

que   sin   duda   este   traidor 
busca  tu  muerte  y  la  mía. 

Zaydán.         ¡  Qué  gran  confusión  he  visto  ! 
i  Tomad  el  monte,  por  Dios ! 

Melchor.    Así  su  furia  resisto. 
Decid  conmigo  los  dos 
¡  Viva   Cristo  ! 

Todos.  ¡  Viya  Cristo  ! 

(Vanse,   y   vienen    tres   salteadores,    que   son   Renato 
y  SiLENo  y  LiDORO,  y  dicen.) 

Rexato. 
Este  es  lugar  acomodado  y  solo 
para  partir  lo  que  en  aquestos  días 
hurtado  habemos. 

SlLENO. 

Bien  dices,  sentaos ; 
entre  estas  matas  y  estas  murtas  verdes 
la  partición  se  haga. 

SiDORO. 

Yo  me  siento, 
y  aquí  se  repartirán  sólo  las  joyas, 
y  a  la  noche,  en  la  cueva,  los  vestidos. 

SlLENO. 

Muy  bien  dice  Lídofo; 

sacad  primero  aquellas  piedras  y  oro 

que  se  quitó  al  egipcio,  que  de  fruto  sirve 

a  aquel  olmo,  que  jamás  lo  ha  dado. 

Renato. 
Contento  soy;  mas  aguardadme  un  poco, 
que  las  matas  parece  que  se  mueven 
y  las  plantas  se  sienten. 

SiDORO. 

¡  Que  no  hay  plantas  ! 
Mas,  ¿qué  decís,  que  quiere  andar  el  monte 
y  que  mueve  las  plantas? 

(Hacen   que  Sc  absconden,  y  entran   Melchor^   Zav- 
DÁN  y  Anacrasis.) 

VII 


Zaydán. 

Escondidos 
me  podéis  aguardar  entre  esas  palmas 
mientras  voy  a  mirar  qué  gente  viene 
y  si  puedo  traeros  a  vuestros  hijos, 
aunque  arrisque  la  vida. 

{Vase  Zaydáx  solo-) 

Melchor. 

i  Ay,  Zaydán  noble, 
el  cielo  me  dé  tiempo  en  que  te  pague 
tanto  amor  y  lealtad !  Sólo  me  guarda 
de  todos  mis  vasallos  este  ilustre... 
Gente   suena,  señora. 

Renato. 

\'ed   si  dije  verdad: 
aquí  viene  un  negro  y  ima  blanca, 
que  ella  es,  sin  duda,  el  día,  y  él  la  noche. 
(Llegan   los  salteadores.) 
LlDORO. 

A   dárnosla   muy  buena   aquestos   vienen. 

Renato.. 
¡  Ah,  príncipes!  ¿Adonde  bueno  van? 

Melchor. 
Aimque  hemos  sido,  ya  no  lo  seremos. 

Lidoro. 
Mas,  ¿qué  quiere  el  negro  aquí  entre  manos, 
hacerse  rey  de  Arabia? 

Anacrasis. 

Caballeros, 
huyendo  del  rigor  de  todo  el  reino 
aquí  nos  ascondemos.  Dad  licencia 
que   adelante   pasemos. 

Renato. 

¿  Cómo    es   eso  ? 
Primero   dejarán  esos  vestidos, 
y  quedarán  en  ébano  y  en  mármol. 

Melchor. 
Aíís  joyas,  y  quedarme  yo  sin  ellas, 
daré  de  buena  gana,  que  imagino 
que  la  necesidad  os  hace  fuerza, 
y  ella  pudo  enseñaros  el  oficio 
de  que  acaso  se  afrenta  vuestra  sangre. 
Tomad  esos  anillos  y  cadena. 

LlDORO. 

¿  Pues  a  mí  no  me  ve  que  estoy  desnudo 
y  es  justo  que  me  cubra  con  sus  ropas, 

29 


450 


EL  MAYOR  REY  DE  LOS  REYES 


que  dueño  de  ellas  soy  si  se  las  quito? 

Y  que  puedo  quitallas,  no  lo  dude. 

Melchor. 
Sin  esa  fuerza  las  daré  de  grado, 
que  no  es  esta  ocasión  en  que  me  importa 
defenderlas :  tomad,  cubrí  ese  manto. 

SlLENO. 

¡Pues  pese  a  mi  linaje!  ¿Veme  mísero 
y  no  quiere  el  perrazo  remediarme? 
He  menester  las  joyas  de  su  dama. 

Melchor. 
No  le  habéis  de  quitar  sólo  un  cabello, 
que  con  las  mías  quedaréis  bien  rico: 
tomad  ese  collar,  que  im  rey  lo  precia. 

Renato. 
Pues  que  el  negro  se  muestra  tan  humano, 
¿no  mira  cuál  estoy,  a  la  inclemencia 
del  viento  regañón  ?  Cubra  mis  carnes. 

Melchor. 
Pésame  a  mí  de  vuestro  pobre  abrigo. 
Con  aquestos  vestidos  y  monedas 
repartid  entre  todos,  y  si  bastan 
para  que  se  remedien  vuestras  faltas, 
dejad  el  trato  malo  y  peligroso. 

LlDORO. 

¿Entenderá  que  ha  sido  un  Alejandro 

en  damos  lo  que  es  nuestro?  Pues  más  falta. 

Y  en  cuanto  a  lo  primero,  no  predique, 
y  luego  como  él  sea  despojado 

se  despoje  su  dama  su  aparato. 

SlLENO. 

Bien  tomaré,  morenOj   aquesa  espada. 

Melchor. 
Dos  cosas  me  pedís  — ^quitad  las  manos — 
que  no  las  puedo  hacer,  porque  soy  noble 
y   tengo   obligación   de   defenderlas. 

LlDORO. 

¡Cortesías  profesa  de  tm  gran  príncipe! 

Melchor. 
Algún  día   lo    fui. 

SlLENO. 

¡  Dame   la   espada  ! 
Renato. 

Y  ella,   señora,  vaya   desnudándose, 

que  aunque  es  hermosa,  na  me  importa,  un  clavo. 
¿EiS  casada  o  doncella? 


Melchor. 

A  las  mujeres 
se  ha  de  tratar  con  más  comedimiento. 

SlLENO, 

¡Comedido  es  el  negro! 

Melchor. 

Aunque    soy    negro 
sé  yo  poner  respeto  en  gente  blanca. 
Mas  ¿  en  qué  dudo  ya  de  desnudarla  ? 
i  La  espada  digo,  viles  ! 

Renato. 

i  Muera ! 

Lidoro. 

¡  D-alde ! 
Melchor. 
Escápate,    señora,    como   puedas. 

Anacrasis. 
Al  camino  me  salgo. 

SlLENO. 

Y  yo   tras   ella, 
que  quizá  gozaré  mujer  y  joyas 
mientras  aqueste  muere  aquí  a  sus  manos. 

(Vase  Anacrasis  y   Sileno   tras  ella,  y  quedan  acu- 
chillándose los  dos  salteadores  y  el  Rey  Melchor.) 

Renato. 
¡  Detente,   fiero   monstruo  ! 

Melchor. 

i  Soy    la   muerte, 
y  la  vuestra  veréis  en  esta  espada ! 

LlDORO. 

Resistir   no   podré    sus    golpes    fieros; 
es    fuerza    retirarme. 

Melchor. 

¡  He    de    seguiros  ! 

Renato. 

i  Al  monte,  al  monte  !  ¡  Tal  valor  no  he  visto  ! 

Melchor. 

i  Viva  Cristo,  perros  ! 

Lidoro. 

¡  Fuerte  es  Cristo  ! 

{Entra   tras   ellos   a   cuchilladas  y   dice   dentro   Ana- 
crasis.) 

Anacras.         ¡  Ah,  Rey  de  la  Arabia  !  ¡  Ah,  se- 
SiLENo.       i  Poco  aprovechan  tus  voces  !     [ñor ! 


JORNADA    SEGUNDA 


451 


AxACRAS.     ¡Marido,  dadme  favor! 
SiLEXO.        Ya  no  hay  marido  que  goces; 

a  Tarsis  irás. 
Anacras.  ¡  ^Melchor ! 

(Sale    Melciiou    con    la    espada    desnuda.) 


Melchor. 

AXACRAS. 
SlLENO. 

Melchor. 

SlLEXO. 


Melchor. 
Anacras. 
Melchor. 
Anacras. 

SlLENO. 

Anacras. 
iMelchor. 

Anacras. 

SlLENO. 


Melchor. 

SlLENO. 

Melchor. 

Anacras. 

Melchor. 


Ya  del  filo  de  mi  espada 
huyó  la  tropa  cobarde. 
¡  Melchor,  que  voy  robada  ! 
Socorreráte    muy    tarde. 
¿Adonde  estará  mi  amada? 
Hermosura,  a  quien  alaba 
el  mundo,  venid   conmigo 
y  seréis  de  un  rey  esclava. 
¡  Anacrasis ! 

¡  Caro  amigo ! 
¡  Esposa ! 

¡  \'en  presto,  acaba  ! 
!Mira  si  podrá  alcanzarte 
puesta  en  este  dromedario. 
¡  ]\Ielchor  querido  ! 

¿  A    qué    parte 
suena  esta  voz? 

¡  Vil  cosario, 
déjame! 

Venga   a   buscarte, 
si  alcanzarte  determina, 
tu  marido. 

¿  Xo  sois  vos,     ' 
bella  Anacrasis? 

Camina. 
¡  Esposa ! 

¡  Mi  Rey,  adiós  ! 
¡  Ay,   mi  Anacrasis  divina  ! 
¿Dónde  robada  te  llevan, 
que   con   tal  velocidad 
imitar  el   viento   prueban? 
Conserva  tu  castidad 
cuando  a  ofenderte  se   atrevan. 

¡  Detente,  ladrón  esquivo, 
mira  que  llevas  el  alma 
por  quien  muero  y  por  quien  vivo, 
questa  es  la  gloria  y  la  palma 
que  en  mis  trabajos  recibo! 

Mira  que  es  el  bien  y  gusto 
de  el  amor  que  en  ella  tengo, 
que    aunque   me    miras    adusto 
sólo  a  merecerla  vengo, 
que  es  de  un  rey  el  premio  justo. 

¿De  qué  te  puede  servir 
si  dueño  suyo  me  nombra 


y  téngola  de  seguir, 

que  es  mi  cuerpo  y  yo  su  sombra 

y  por  donde  va  he  yo  de  ir? 

¡  Ya  no  la  puedo  alcanzar, 
que  no   hay  más   ligera   ave 
ni  nave  en  el  hondo  mar 
que  pueda  el  ave  y  la  nave 
€l  dromedario   alcanzar ! 

Mas   con   todo,  determino 
seguir  mi  querida  prenda 
por  el  rastro  del  Camino, 
que  es  bien  hallarla  pretenda. 
¡  Aguarda,  rostro  divino  ! 

(Sale  el   Demonio   al  encuentro   en' figura  del  Sol  y 
dice.) 

Demonio.        ¿Dónde  vas.  Rey  del  Arabia, 
desnudo  así  y  sin  corona, 
con   tanta   infamia  y  bajeza, 
con  tal   agravio  y  deshonra? 
¿  No  eres  tú  el  que  en  ricas  andas 
de  maderas  olorosas 
en  los  hombros  de  tus  negros 
salías   con   regia   pompa? 
¿  Xo  eres  tú  a  quien  se  querrtaba, 
como  a  Dios,  incienso  y  gomas? 
¿  No  eres  tú  a  quien  daban  parias 
las    naciones    más    remotas? 
¿  No  eres  tú  el  que  te  llamabas, 
entre  tus  triunfos  y  glorias, 
el  mayor  Rey  de  los  reyes 
de    Asia,    África    y   Europa? 
¿  Fues  quién  te  ha  tratado  así  ? 
¿  Quién   entre   peñas   y   rocas 
te  ha  traído   a   tal  miseria 
y   a  tal   pobreza?   ¿No   lloras 
de   verte   solo  y  desnudo, 
sin  reino  que  te  socorra 
ni  mujer,  que,  aunque  por   fuerza, 
en  otro  lecho  reposa?  [de  ir 

¿Qué  has  de  hacer?   ¿Adonde  has 
¿Quién   quieres   que   te   socorra 
si  me   has   ofendido  a  mí, 
que  engendro  y  crío  las  cosas? 
¿Posible    es    que   me    desechas 
y  que  me  niegas,  y  adoras 
a  un  Niño  por  Dios  que  hallaste 
envuelto    entre   jergas   toscas? 
Di,  .¿no   le  viste   llorando 
de   frío,   y  que   de   limosna 
yo  le  calentaba,  usando 
con  él  de  misericordia? 


452 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


¿No  viste  que  era  mortal? 

Y  en  mí,  ¿no  viste  una  hermosa 

y    beatífica    deidad, 

que  el  cielo  y  el  suelo  adora  ? 

Pues  dime:   ¿por  qué  me  olvidas? 

¿Por  qué   con  prudencia  poca 

profanas  mis  templos  y  aras 

y  mis  simulacros  postras? 

¿No  ves  que  yo  solamente 

soy  el  gran  dios,  a  quien  honran 

en  sus  pirámides  Menfis 

y  en  sus  muros  Babilonia? 

Si  no   te   vuelves   a  mí, 

y  mi  enojo  no  reportas 

con  sacrificios  y  llantos 

y  con  santas  ceremonias, 

confesándome  por  dios, 

y  si  a  ese  Niño  no  borras 

de  tu  memoria,  y  a  mí 

no  me  ofreces  tu  memoria, 

haré  que  el  Infierno  vierta 

por  sus  volcanes  y  bocas 

sobre  ti  cuantos  tormentos 

en    sus    calabozos    forja. 

Veráste  el  más  perseguido, 

Melchor,  de  tu  gente  propia, 

que  hasta  aquí,  aunque  lo  estás. 

Esto  medra  el  que  me  enoja; 

armaré  los  aires  densos 

como  escopetas  furiosas 

para   que   disparen    rayos 

que   te   abrasen  y  te   cojan;    . 

mas  si  sales  de  tu  engaño 

y  dios  a  voces  me  nombras, 

tendrás  de  las  tres  Arabias         • 

las  tres  soberbias   coronas. 

Temblaráte  todo  el  mundo; 

daréte  tu  amada  esposa 

y  a.  tus  hijos,  y  daré 

muerte  al  negro  que  te  enoja. 

Aquí  hay  galas,  aquí  hay  gente, 

aquí  hay  armas,  aquí  hay  trompas, 

aquí  hay  cajas:  ponte  al  arma, 

véngate,   venganza   toma. 

(Suenan    cajas    dentro.) 

-Melchor.  No  quiero  tus  galas  y  armas; 
vete,  visión  mentirosa, 
que  el  Niño  que  llamo  Dios 
por  suyo  mi  agravio  toma. 
El  me  volverá  a  mis  reinos, 
que  sus  manos  poderosas 


como  los  quitan  los  dan, 
porque  son  del  mundo  antorchas 
Cuando  ángeles  le  cantaban 
en  el  portal  paz  3'  gloria, 
vestidos  de  albas  de  nieve 
y  de  candidas  estolas ; 
cuando   los    cielos   abrieron 
y  con  apacibles  solfas 
"Hosanna   Sabaoth"  decían, 
canción  con  que  le  enamoran, 
¿no  te  vi  entonces  temblando 
y  vi  tus  madejas   rojas 
marañadas  y  sin  luz, 
sirviendo  a  sus  pies  de  alfombras? 
Pues  que  vi  tantos  portentos, 
¿no  quieres  que  reconozca 
su  deidad  y  su  grandeza, 
cifrada  en  misericordia? 
Si  siendo  autor  de  los  cielos 
mi  naturaleza  toma 
y  nace  pobre  por  darme 
las  riquezas  que  a  él  le  sobran, 
¿por  qué  yo  no  he  de  tener 
esperanza  en  sus  piadosas 
liberales   santas   manos, 
que  misericordia  brotan? 
Estos  bienes  que  me  quitas 
a  logro  Cristo  los  toma 
para  volverlos  doblados, 
que  es  Dios  que  los  bienes  dobla. 
En  él  confío,  no  en  ti, 
Sol,  que  das  por  gustos  sombras; 
paciencia  tengo,  que  hace 
triaca  de  la  ponzoña. 
Demonio.    ¡  Oh,   negro  !    j  Matalde,   muera  ! 
Tocad   esas    cajas    roncas. — 
i  Morirás,   negro,    a   mis   manos ! — 
¡  Toca   alarma,    toca,    toca  ! 

{Tocan    alarma    y    desaparece    el    Demonio.) 

Melchor.  ¡  Vete,  padre  de  maldades ; 
huye,   deidad   mentirosa ! — 
¡  Vos,   Señor,  dadme  paciencia  ! 
Mas,   ¡  ay,  m.i  querida  esposa ! 
¿  Cómo  me   detengo   tanto 
en  quitarte  a  quien  te  roba? 
Ya  voy  tras  ti.  Mas,  ¿qué  es  esto? 
¿Quién   a    Zaydán   alborota, 
que   con   la    espada   desnuda 
viene  a  mí? — Zaydán,  reporta. 

(Vuelve  el  Demonio  en  la  forma  de  Zaydán,  negro, 
con    la   espada    desmida    ensangrentada,   y    dice.) 


JORNADA    SEGUNDA 


453 


Demonio.    Perdóname   si  te  traigo 
nuevas  de  pena  y  dolor, 
porque  a  dártelas  tan  malas 
me  fuerza  la  obligación. 
Mi  espada,   roja  y  sangrienta, 
te  dirá  si  peleó, 

que  aunque  está  roja  no  enciende 
la  vergüenza  su  color. 
Luego  que  salí  al  camino 
vi,  Rey,  una  confusión 
de  negros,  de  voces  y  armas 
que  espantado  me  dejó. 
Viendo    tantos,    parecióme 
que  de  su  oscura  prisión 
salió  la  noche,  y  quería 
hacer  guerra  al  rubio  Sol. 
Butifar  iba  delante, 
y  tras  él  tus  hijos  dos, 
atadas   las   tiernas   manos 
con  crueldad  y  compasión; 
y  entre  las  voces  confusas 
se  levantaba  una  voz 
que  desta  suerte  decía, 
como  a  modo  de  pregón : 
"Estos  son,  árabes  fuertes, 
los  hijos  de  aquel  traidor' 
que  negando  al  Sol  divino. 
Dios  a  una  estrella  llamó. 
Su  soberbia  y  tiranía, 
su  codicia  y  ambición 
ha  destruido  estos  reinos, 
de  quien  fué  injusto  señor. 
Casóse  con  una  blanca, 
habiendo  de  su   color 
muchas  que  del  Sol  decíenden, 
ved  qué  infamia  y  qué  traición, 
Y  así,  para  que  no  queden 
de   su   infame   sucesión 
reliquias,  Butifar  manda 
que  mueran  las  que  engendró." 
Todos  respondieron :  "¡  Mueran  !" 
y  poniéndole   al  mayor 
un  lazo  al  cuello,  no  puedo 
contallo   de   compasión, 
el  fruto  de  tus  entrañas 
de  un  árbol  le  hicieron  flor, 
que  antes  que  llegase  a  dallo 
la  muerte  lo  marchitó; 
y  aunque  el  pequeño  pedía 
misericordia   y    perdón, 
sin  piedad  y  sin  clemencia 
de  otro  tronco  le  colgó. 


Yo,  viendo  tantas  crueldades, 

en  medio  del  escuadrón 

me  metí,  causando   en  ellos 

espanto  y  admiración. 

No  en  campo  de  rubias  mieses, 

con  dentuda  y  corva  hoz, 

derribó  tantas  espigas 

el  tostado  labrador 

como  yo  con  esta  espada, 

armada  de  tu  razón, 

derribé  negras  cabezas; 

mas  poco  me  aprovechó, 
-    que  ya  estaban  tus  dos  hijos 

muertos  y  helados,  señor. 

Y  así,  escapándome  dellos, 

del  caso  cuenta  te  doy. 

Mira  qué  has  de  hacer  sin  hijos. 
Melchor.  Zaydán,  dar  gracias   a  Dios, 

que  el  habérmelos  quitado 

sin  duda  regalos  son. 

El  me  los  dará  otro  día 

si  agora  me   los   quitó, 

que  si  me  debe  los  hijos 

ya  me   está  en  obligación. 

¿Dónde  están?  ¿Podrélos  ver? 
Demonio.    Si  están,  donde  los  colgó 

llegamos   y   allí   parecen. 

(Corren   una  cortina  y  descúbrense  dos  niños  negros 
ahorcados  en  dos  árboles,  y  dice  Melchor.) 

Melchor.  ¡Ay,  hijos  del  corazón! 

¡  Ay,  prendas  del  alma  mía ! 

i  Ay,  almas,  por  quien  estoy 

sin   alma !    ¡  Ay,   pedazos   della  ! 

¿  Qué  mano  ingrata  os  cortó  ? 

¡  Ay,   fruto   de   mis   entrañas, 

si  este  negro  os  engendró, 

negra  suerte  os  esperaba, 

negra  dicha  y  galardón ! 

¡Arboles  enjertos  míos, 

nunca  pude  pensar  yo 

que  el  mismo  fruto  que  di 

lo  pudierais  dar  los  dos ! 

¡  Ay,  fruta  divina  y  santa, 

que   sin  llegar  a  sazón 

os  desgajáis  de  la  rama, 

que  antes  de  tiempo  brotó, 

quiero  cortaros  del  árbol, 

que  es  razón  que  coma  yo 

tan  verde  y  azeda  fruta, 

sin  gusto  ni  sin  sabor ! 

i  Dadme,  mi  Dios,  mi  paciencia, 


454 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


pues  me  quitáis,  como  a  Job, 

la  mujer,  reinos  y  hijos, 

o  quejaréme  de  vos! 

Mas,  Dios,  no  quiero  quejarme, 

que  esa  mano  me  los  dio 

y  ella  me  puede  quitar 

los  bienes   que   suyos   son. 

{Cúbrese  la  apariencia  y  prosigue.) 

Acompáñame,    Zaydán, 
en  mi  jornada,  que  voy 
siguiendo  a  Anacrasis  bella, 
que  un  ladrón  me  la  robó. 
Demonio.    ¡  Ah,   negro,   con  Cristo   fuerte, 

(Aparte.) 

que  ni  en  figura  de   Sol 
ni  en  traje  de  tu  criado 
puedo    derribarte! — Voy; 
mas  mira  que  viene  gente; 
guarda   la   vida,   señor. 
Melchor.  Si  están  mis  hijos  sin  ella, 
¿para  qué   la   quiero   yo? 
Mas  para  ver  a  Anacrasis 
que  la  conserve  es  razón. 

(Salen   los  salteadores  y   cógenlo   por   detrás,  y   vasc 
el  Demonio  diciendo.) 

Demoxio.    i  Huye,    mi    señor;    camina! 
Rexato.       El  negro  se  dé  a  prisión, 
que  huir  ahora  no  puede. 
Melchor.  ¡  Pues   alabado    sea   Dios ! 

(Aquí  lo  prenden  y  el  prosigue.) 

\  Ay,  dulce  compañía, 
hijos  del  alma  mía! 
¡  Dadme  muerte,  tiranos, 
o  desatarme  las  hidalgas  manos, 
3'  os  rendirá  las  palmas 
un  cuerpo  triste,  falto  de  tres  almas  ! 

Si  no  queréis  soltarme 
y  no  queréis  matarme, 
¿  de  qué  puedo  serviros, 
si  no  es  de  formar  montes  de  suspiros 
que  el  sol  y  aire  enciendan 
y  a  vosotros  os  cansen  y  os  ofendan? 

Renato. 
De  velle  así  me  alegro. 
Llore  y  blasfeme  el  negro, 
que  ha  de  ser  nuestro  esclavo, 
y  aquí  le  amansaremos  si  está  bravo. 
A  Tripolitana  vamos, 
y  a  un  mercader  en  ella  le  vendamos. 


SiDORO. 

Muy  bien  dices,  Renato, 
que  dándole  barato 
en  Tarsis  y  sus  ferias 
no  faltará  marchan. 

Melchor. 
5  En  más  miserias 
a  vos.  Cristo,  os  he  visto ! 

Renato. 

Caminemos  con  él. 

^Melchor. 
i  Válame  Cristo ! 
(Lléranlo,   con   que   fenece   la   segunda  jornada.) 

TERCERA  JORNADA 
(Viene  el  Rey  Baltasar  3'  Criados.) 

Baltasar.       Hoy  el  cielo  ha  permitido 
volvernos  a  nuestra  patria, 
de  cuyo  bien  milagroso 
a  Dios  se  deben  las  gracias, 
pues  fué  de  nuestra  ventura 
el  norte  y  estrella  clara, 
que  para  adorar  su  nombre 
nos  llevó  a  tierras  extrañas. 
Cristo  es  el  Dios  verdadero; 
por  tal  le  confiesa  el  alma. 
Decid  todos :  ¡  Viva  Cristo  ! 

Todos.  ¡  Viva ! 

Baltasar.  A   cuyas   divinas   aras 

desde    hoy    sacrificio    ofrezco, 

y  desterraré  la  falsa 

opinión  de  tantos  dioses 

de  mi  reino,  a  quien  infama 

justamente  mi  decoro. 

Pongo  en  Cristo  hoy  mi  esperanza 

...elas  quien  se  espera  por  premio  (i) 

gloriosa  y  divina  paga. 

Todos  los  dioses  son  vanos, 

desde  hoy  conmigo  son  nada. 

Todos.        ¡  Viva  Cristo  ! 

Baltasar.  El  es  el  Rey 

que  de  los  reyes  se  llama. 


Senjo. 


(Viene  Sexjo  .r  dice.) 
Si  tu  A'alor,  Rey  invicto, 


(i)  Falta  algo  al  principio  de  este  verso  que  no 
puede  completarse  porque  falta  esta  escena  en  los 
otros  manuscritos. 


JORNADA   TERCERA 


455 


te   ayuda  en   esta  desgracia, 
oye  la  mayor  traición 
que  jamás  fué  imaginada. 

Baltasar.  ¿Qué  traéis? 

Se.n-jo.  Tu  hermano  ingrato, 

sabiendo  que  vienes,  traza, 
ayudado  de  otros  tales, 
darte  la  muerte,  y  si  aguardas 
no  dudes  de  lo  que  digo. 

Baltasar.  ¿Tal  desdicha  me  aguardaba, 
desleales   mis   vasallos? 
Pero  si  es  mi  sangre  ingrata 
e  intenta  tal  mi  hermano, 
¿qué  me  admira,  qué  me  espanta? 

Sexjo.         ¡  Huye,  señor  ! 

Baltasar.  Huyamos. 

Sexjo.         Huye  su  furia  inhumana. 

Balt.\sar.  Vamos,  amigos,  que  Cristo, 

en  quien  hoy  confía  el  alma, 
me  dará  de  su  traición 
justa  y  debida  venganza. 

(raiisc,   y    viene   Axdrogeo,    hermano    de    Baltasar, 
y    Criados.) 

Androgeo.  ¿  Que  huyó  al  fin  y  no  parece  ? 

Criado  i.°  Temo,  señor,  tu  mudanza. 

Axdrogeo.  Yo  soy  el  rey  verdadero, 
con  muy  legítima  causa ; 
ninguno  lo   contradiga, 
sí  no  es  que  probar  le  agrada 
mi  rigor  y  su  castigo. 
Tras  mi  hermano  luego  vayan 
soldados  por  los   caminos, 
repartidos  por  escuadras, 
y  hallándole,  luego  al  punto, 
muerto  o  vivo,  me  lo  traigan. 
El  que  agradarme  desea 
lo   que  digo   al   punto   haga, 
que  el  premiarle  está  a  mi  cargo. 

Criado  2°  Ley  es,  señor,  lo  que  mandas ; 
al  punto  iremos  tras  él. 

Criado.  1°    Nadie    en    serviros    se   tarda. 

Axdrogeo.  Dadme  de  amigo  los  brazos, 
qlie  esa  voluntad  me  basta; 
aquel  agradecimiento 
os  dé  la  debida  paga. 

{Viendo  un  Salteador  con  Anacrasis,  que  la  trae  pre- 
sa. SiLENo  y  el  Salteador.) 

Saltead.     Dénos  Tu  Alteza  los  pies. 

Axdrogeo.  Alzad;  ¿quién  sois? 

AxACRAS.  ¡  Ah,    ingrata 


fortuna,  tantas  desdichas ! 

Saltead.     Rey  invicto,  esta  persiana 
traemos  a  tu  presencia, 
por  tu  cautiva  y  esclava. 
En  un  monte  la  encontramos, 
y  por  parecemos  tanta 
su  hermosura,  te  la  traigo, 
si  es  que  de  vella  te  agradas. 

Axdkogeo.  ¡  Hermosa  es  con  todo  extremo ! — 
¿  Quién  sois  ? 

Anacras.  Un  mar  de  desgracias: 

una  mujer  perseguida 
del  tiempo  y  de  sus  mudanzas, 
y  al  fin  sin  ventura  en  todo. 

Axdrogeo.  ¿Tan  poca  tienes? 

Anacras.  Escasa 

es  la  fortuna  conmigo, 
aunque  de  males  muy  franca. 

Axdrogeo.  Hoy  la  has  tenido  conmigo, 
gallarda  y  bella  persiana, 
pues  siendo   tú   mi   cautiva 
me   tienes   cautiva  el  alma. — 
Venid    conmigo    vosotros, 
que   por   esta   hermosa  esclava 
os  he  de  dar  un  tesoro, 
aunque  no  es  bastante  paga. 

Saltead.     Los  pies  beso  a  Vuestra  Alteza. 

Axdrogeo.  Venid,  hermosa  persiana, 
que  desde  hoy  a  la  fortuna 
veréis  a  esos  pies  postrada. 
Reina  sois  en  mis  estados, 
que  ya  mi  amor  os  lo  llama, 
como  de  mis  pensamientos. 

Anacras.     ¡  Esto  sólo  me  faltaba ! 
¡  Ay,  esposo  de  mi  vida, 
por  tu  ausencia  llora  el  alma ! 

Androgeo.  Búsquese  luego  mi  hermano ; 
muerto  o  vivo  me  lo  traigan; 
yo   solo  soy  el  que  reino. 
Saltead.      Haráse  como  lo  mandas. 

Androgeo.  Ven  conmigo  a  mi  palacio, 
hermosa  y  bella  persiana. 

{y mise  todos  y  viene  Rogel.\xa  y  Calambuco;  sién- 
tese ella  en  un  trono  y  parece  el  padre  que  le 
quiere  degollar  y  un  verdugo.) 

RoGELAXA.  Descubrid  esa  cortina 
del  funesto  cadaalso, 
pues  con  este  sacrificio 
al  Sol  y  a  mi  abuelo  aplaco. 

{Corren  una  cortina  y  parece  el  Rey  Gaspar  atado 
para  le  degollar  y  un  indio  por  verdugo  con  él.) 


456 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


Calambuc, 
rogelana. 


Gaspar. 


ROGELANA. 


vjrASPAR. 


ROGELANA. 


Gaspar. 


rogelana. 
Gaspar, 
rogelana, 
Gaspar. 


rogelana. 
Gaspar. 

RoGELANA, 

Gaspar- 
Rügelana, 


Ya  está  descubierto  todo. 
Este  es  mi  padre,  vasallos, 
que   por   la   quietud   del   reino 
públicamente  le  mato. 
Su  hija  soy;  pero  el  Sol, 
por  mi  abuelo,   me  ha  mandado 
que  le  mate,  y  soy  en  esto 
la  ejecución  de  su  agravio. 
A  este  Niño  llama  Dios, 
y   ofreciéndole   holocaustos 
dice  que  no  lo  es  el  Sol: 
mirad   qué   inorme   pecado. 
Corta,  verdugo,  su  cuello. 
Deten,  verdugo,  tu  brazo, 
y   sepa   yo   por   qué   estoy 
a  la  muerte  condenado. 
¿Por  qué?  Yo  te  lo  diré: 
porque  adoras  a  un  Rey  santo, 
verdadero   entre   los  dioses, 
q,ue  ya  los  demás  son  falsos; 
El  es  sólo  a  quien  el  mundo 
le  ha  de  ofrecer  humos  varios 
de  bálsamos  y  de  aromas, 
mirras,  inciensos  y  nardos. 
Pues  si  adoro  al  Dios  que  dices 
y  mi  reino-  le  consagro, 
¿por  qué  la  muerte  me  das? 
Porque  llamas  al  Sol  claro 
dios,   sabiendo  que  de  Dios 
toma  los  hermosos  rayos 
con  que  los  mares  platea 
y  con  que  dora  los  campos. 
Yo  no  llamo  dios  al  Sol, 
criatura  de  Dios  le  llamo 
y  lámpara  que  en  sus  aras 
está  ardiendo  y  alumbrando. 
El  Dios  que  quieres  que  adore 
adoro,  y  gran  Rey  le  llamo 
de  los  reyes  y  del  mundo. 
¿  Eso  dice  ?  ¡  Degollaldo  ! 
¿Pues  a  quién  quieres  que  adore? 
A    Jesucristo. 

A  ése  amo: 
a  él  solo  le  llamo  Dios, 
y  que  los  demás  son  falsos. 
¿A  quién  adoras? 

A  Cristo, 
Dios  Niño  de  tiernos  años. 
¿  Y  no  al  sol  ? 

No  es  Dios  el  Sol: 
Dios  es  este  Niño  sacro. 
Pues  si  a  Jesucristo  adoras. 


Gaspar. 


perdóname,   padre   amado.- — 
¡  Hola !,    quitalde    la   venda 
para  que  le  dé  mis  brazos. — 
Padre,  si  cristiano  eres, 
pisa  mis  soberbios  labios, 
y    a   mi    ingratitud   perdona, 
que  me  pesa  de  tu  llanto. 
Dimc :  si  me  dabas  muerte 
porque  el  verdadero  lauro 
le  ofrecía  a  Jesucristo, 
¿cómo  ya  le  alabas  tanto? 
Rogelana.  Porque   conozco  que  es  Dios 
sólo  por  este  milagro. 
Perdón  de  mis  yerros  pido 
y   de   mis   engaños   salgo, 
que  pues  él  rige  la  lengua, 
es  Dios  soberano  y  santo. — 
Niño  hermoso  y  benigno, 
yo  os  bendigo  y  os  alabo 
como  a  Dios,  que  rige  y  mueve 
los   pensamientos   humanos. 
Yo  salí  sólo  a  ofenderos 
y   a   quien   vuestro    favor   hablo^ 
y  dios  se  llamaba  Apolo 
y  ya  Demonio  le  llamo. — 
Indios,   ¿a  quién   adoráis? 
¡A  Cristo! 

¡  Milagro    raro  ! — •" 
¡  Oh,  Dios,  que  en  bárbara  gente 
pones    razón ! 

Luego   vamos 
con  él  por  nuestra  ciudad 
con  bailes,  fiestas  y  cantos. 
¡  Viva  Jesús ! 

(Viene    GuATiNo   y    dice.) 

Guatino.  Butifar, 

con  un  victorioso  campo, 
los  términos  de   Sabá 
pisa,  y  sus  negros  soldados 
talan  la  tierra. 

Gaspar.  ¡  Oh,  cobarde ! 

A  castigalle   salgamos. 

Rogelana.  Ese  negro  me  engañó ; 

el  reino  puse  en  sus  manos 
y  ül  honor  del  Rey  de  Arabia. 

Gaspar.       Yo  le  volveré  a  su  estado, 
que  se  lo  debo  a  Melchor, 
pues  que  soy  su  feudatario. 
Salgan  luego  mis  pendones 
por  esos  aires  temblando 
de  verme  enojado  y  fiero. 


Todos. 
Gaspar 


Rogelana. 


JORNADA   TERCERA 


457 


i  Tocad  a  el  arma,  cristianos ! 
RoGELANA.  ¡  Qué  bicii  me  suena  ese  nombre ! 
Gaspar.      A  Cristo,  amigos,  llevamos 

por  nuestro  amparo,  y  mirad 

si  llevamos  mal  amparo. 

Decid  todos  :  ¡  Viva  Cristo  ! 
Todos.         ¡  Viva  Cristo  ! 
Gaspar.  Y    los    contrarios 

mueran,  y  los  falsos  dioses. 
Todos.         ¡  Mueran,  y  los  dioses  falsos ! 

{Vanse  todos  y  viene  MelchoRj  de  esclavo,  con  una 
escoba.) 

(Música.) 
Melchor.       Aquí,  mi  Cristo,  os  alabo, 
Y  sin  reino  y  sin  honor 
de    conoceros    acabo, 
porque  os   conozco  mejor 
después   que   soy  vuestro   esclavo. 

Lo  que  os  debo  os  restituyo 
esclavo,  y  quien  sois  arguyo, 
y  a  cualquiera  que  me  ve 
no   sólo   le   diré   que 
esclavo  soy,  pero  suyo. 

Bien   parece   en   la   cocina 
Jesús  un  rey  de  carbón, 
mas  aunque  es  la  ofrenda  indina 
encended   mi    corazón, 
con   vuestra   lumbre    divina. 

Vuestra   mano    me   qtütó 
reino  y  mujer  que  me  dio, 
y   con   esto   me   consuelo ; 
mas  que  me  negáis  el  cielo, 
es  no  lo  diré  yo. 

Quise  ser  el  Rey  mayor 
•    de  los  reyes;  pero  Cristo, 
viendo   que   me   está   mejor, 
me  hace  esclavo,  porque  ha  visto 
que  es  de  esclavo  mi  color. 

Y  luego  que  me  compró 
como  a  esclavo  me  trató, 
y   yO)   que   gusto   de    sello, 
hago    alegre    todo    aquello 
que  cuyo  soy  me  mandó. 

Pues  si  él,  que  tiene  poder 
sobre  lo  que   el  Sol  abrasa, 
tan   pobre   vino    a   nacer, 
¿por  qué  un  negro  de  su  casa 
esclavo   no   vendrá  a   ser? 

El  reino  le  restituyo 
que  le  usurpé;  suyo  es  ya, 
y   siendo   negro    concluyo 


que   nmguno   me  vera 
que  no  diga  que  soy  suyo. 

{Pónese   a  un   lado   Melchor,   y   viene   el   Rey   Bal- 
tasar,  de  villano,  y   Sknjo,  su  criado.) 

Senjo. 

La  ciudad,  gran  señor,  arrepentida 
está  de  verte  ansí  desposeído. 
No  hay  grande  que  por  ti  no  dé  la  vida; 
el  pueblo  todo  tengo  conducido 
para  acabar  el  infierno  fratricida 
en  resonando  el  militar  ruido, 
que  Tarsis,  que  le  honró,  tiene  deseo 
de  acabar  este  bárbaro  Androgeo. 

Disfrazados  también  por  los  recelos 
otros  grandes  están  por  el  palacio 
diciendo :  ¡  Muera  el  vil  que  causa  celos ! 

Baltasar. 
Aqueso  se  ha  de  hacer  con  más  espacio. 
Sexjo. 

Ya  desde  la  cortina  a  los  cielos 
está  vertiendo  el  celestial  topacio 
rayos  de  luz,  y  si  esa  luz  se  encubre 
no  podemos  matar  a  quien  descubre. 
¡  Muera  el  rey  Androgeo  ! 

Baltasar. 

Yo  quisiera 
prenderle,   sin  llegar   a  darle  muerte, 
porque  es  mi  hermano,  en  fin. 

Senjo. 

■   Pues  si  lo  fuera 
no  te  tratara.  Rey,  de  aquesa  suerte. 

Baltasar. 
La  ambición  de  reinar  vence  y  altera 
al  más  leal,  al  corazón  más  fuerte. 

Senjo. 
Con  un  tirano   tal  piedad  no   he  visto. 

Baltasar. 
Esta   piedad  hallé   en   los  pies  de   Cristo. 
Senjo. 
i  Muera  luego  Androgeo. 
Baltasar. 

Si  por  dicha 
alguno  nos  ha  oído... 

Melchor. 

Yo  os  he  oído. 


45a 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


Senjo. 
¿Hay  tan  grande  desgracia? 

Baltasar. 

¿Hay  tal  desdicha? 

Senjo. 

¡  Dale  y  muera  el  negro ! 

Baltasar. 

Xunca  ha  sido 
bueno  el  hablar. 

Sexjo. 

Rey  Baltasar,  tu  dicha 
si  éste  aquí  muere  no  se  habrá  perdido. 

Melchor. 

¿Que  tú  eres  Baltasar,  rey  desta  tierra? 

Baltasar. 

Desposeyóme  una  tirana  guerra. 

Melchor.       ¡  Dame  esos  brazos,  amigo, 
y  aquí,  en  ocasión  igual, 
sé  el  testigo  de  mi  mal, 
pues  soy  de  tu  mal  testigo ! 

Verás  en  mí,  aunque  me  alegro 
de  verte,  sin  duda  alguna, 
un  hombre  a  quien  la  fortuna 
ha  tratado  como  a  un  negro. 

Verás,  si,  viendo  a  un  señor, 
vil  a  un  noble,  manso  a  un  bravo, 
y  verás  a  un  rey  esclavo, 
questo  es  todo  el  rey  Melchor. 

Baltasar.       Melchor,  parece  iniposible 
que  estemos  así  los  dos. 

Melchor.  Rey  Baltasar,  para  Dios 
todo  es  fácil  y  posible. 

Todo  tiembla  a  su  gobierno 
en  la  humana  potestad; 
jamás  hubo   eternidad, 
que  Dios  sólo  es  el  eterno. 

Baltasar.       ¿  Pues  cómo  has  venido  aquí 
a  ser  esclavo,  Melchor, 
si  te  conocí  señor, 
como  también  yo  lo  fui? 

Melchor.      Cuando  di  vuelta  de  Arabia 
hallé  un  tirano  criado 
con  mi  reino  levantado, 
y  aún  más  me  afrenta  y  agravia, 

que  a  mi  mujer  desterró, 
porque,  honrada,  resistía 
a  su  villana  porfía, 
y  dos  hijos  me  ahorcó. 


He  venido  a  ser  esclavo 
de  tu  hermano,  que  vendido 
de  unos  ladrones  he  sido. 
Baltasar.  ¡  Mil  veces  a  Dios  alabo ! 

También    el    reino   me   quita 
aquese  hermano   tirano, 
que  negando  ser  mi  hermano 
la  muerte  me  solicita. 

Mas  pienso  de  le  cobrar 
dentro  de  muy  corto  plazo, 
que  por  eso  me  disfrazo; 
que  ya  la  voz  popular 

es  en  mi  favor  y  ayuda, 
traza  que  un  muy  corto  espacio 
en   las   salas  de  palacio 
lo   mejor   del   reino   acuda. 

Armados  y  de  tal  suerte 
vienen   ya   determinados, 
que   en  no  dando  mis  estados 
prometen  darle  la  muerte. 

Y  con  aqueste  vestido 
de  mí  mesmo  soy  espía, 
esperando   aqueste  día. 
Melchor.  Mucho  es  no  ser  conocido. 

i  Oh,    quién    pudiera    ayudarte 
en  negocio  tan  de  veras, 
porque  alcanzas,  como  esperas, 
segunda  vez  coronarte ! 
Baltasar.       Hoy  tendré  la  posesión 

de   mi   reino,   que   Androgeo 
tiene  ocupado;   el  deseo 
es   una   loca   afición: 

una  persiana  lozana 
lo  trae   fuera  de  sí. 
Melchor.  ¿  Persiana  ?   ¡  A)%  triste  de  mí, 

que  es  Anacrasis  persiana ! 
Senjo.  Así  se  nombra,  señor. 

IsIelchor.  i  No  hables;  muerte  mz  has  dado! 
Pero    si   hubieras   callado 
me    dieras   muerte   mayor. 

Paciencia  hasta  aquí  he  tenido, 
ya  no  la  puedo  tener, 
que  en  llegando   a  la  mujer 
es    impaciente    el    marido. 

Cristo,   ¿  cómo,   si  sois  Dios,' 
reino  y  honra  me  quitáis? 
¿Cómo   me   desamparáis 
cuando   me    amparo   de   vos? 

Cuando    al    Sol   obedecía. 
Niño,  de  todos  triunfaba; 
reinos  y  quietud  gozaba, 
honor  y  mujer  tenía. 


JORXADA    TERCERA 


259 


Como  con  vos  tantos  duelos 
y  tantos  males  he  visto, 
celos  me  hacen  dudar,  Cristo, 
que   son   herejes   los   celos. 

Siempre  os  conocí  por  Dios, 
aunque   en   desdichas   anduve, 
y  apenas.  Dios,  celos  tuve, 
cuando   puse   duda   en  vos. 

(Dice  de  rodillas :) 

Por  Dios  os  confieso  aquí, 
que  otra  cosa  es  desvarío, 
i  Jesús   mío,   amparo   mío, 
Dios  mío,  acordaos  de  mí ! 

Basta  3'a  vuestro  rigor ; 
¡  Cristo  mío,   Dios  amado, 
si  el  reino  me  habéis  quitado 
no  me  quitéis   el  honor ! 

Baltas.\r.       Repórtate,    que   hoy   tendrás 
reino  y  mujer  sin  deshonra. 

Melchor.  Si  no  se  pierde  la  honra, 
Baltasar,  no  quiero  más. 

Pero  si  quieres  vengarte, 
¿  cómo  estás  con  tanto  espacio  ? 

Baltasar.  Ya   tengo   gente   en   palacio, 
que  está  Tarsis  de  mi  parte. 

Melchor.       Vete,  que  viene  tu  hermano. 

Baltasar.  Voy  a  apercebir  la  gente, 
porque    muera    de    repente 
este  bárbaro  inhumano. 

(l'^aiise   Baltasar  :y   Sen'jo.) 

Melchor.       También  Anacrasis  viene. 
¿  Si  estará  de  mí  olvidada  ? 
¡  Ay,  prenda  del  alma  amada  !, 
¿  Sí  ya  ofendido  me  tiene  ? 

Yo   quiero  disimular 
barriendo,  que  quiero  ver 
si  es  Anacrasis,  mujer, 
y  si  lo  es  he  de  acabar. 

{Hace    Melchor    que    barre    y    vienen    Axdrogeo 

AXACRASIS-) 

Axdrogeo.       Eres  de  bronce  formada, 

fuerte  contra  tiempo  y  muerte. 

Axacras.     Xo  hay  cosa  que  sea  tan  fuerte 
como  una  mujer  honrada. 

Axdrogeo.      ¿Pues  pretendo  yo  tu  afrenta? 

Axacr.\s.     ;  Luego  el  honor  no  le  quita 
un  rey  a  quien  solicita? 

Axdrogeo.  Xo,  que  corre  por  su  cuenta 
su  deshonra,  si  deshonra 


la  puede  el  mundo  llamar, 
porque  no  puede  afrentar 
un  rey  si  él  a  todos  honra. 

Bien  pudiera  hacerte  fuerza, 
y  hacello   no   fuera  injusto; 
pero  no  se  tiene  el  gusto 
cuando  se  toma  por  fuerza. 

Axacras.         Mira:  si  me  das  más  muertes, 
más  tormentos  y  más  penas 
que  tiene  arenas  el  mar, 
no  podrás  hacerme  fuerza. 
Y  así  desde  agora,  falso; 
imagina,  traza,  inventa 
gétieros  de  sinrazones 
y   de   crueldades   diversas, 
que  he  de  ser  honrada  siempre, 
aunque  penes,  aunque  mueras 
y  aunque  me  adores,  que  soy 
honrada  y  persiana. 

Axdrogeo.  Persia, 

con  sus  plumas  y  sus  galas, 
con  sus  arcos,  con  sus   flechas 
no  te  podrán  defender, 
de  mi  bárbara  inclemencia; 
y  haré  que  el  negro  más  a'ÍI 
de  mi  reino  y  de  mi  tierra 
te   afrente,  que  quiero  ver 
quién  te  libra  de  tu  afrenta. 
Ya  esto\'  corrido  de  amarte ; 
y  así,  vil,  para  que  veas 
lo  que  puede  un  desamor, 
quiero  que  este  negro  sea, 
siendo  tú  persiana  y  noble, 
el  que  te  rinda  y  te  venza. — 
X^'egro,   si   desta   tirana, 
haciendo  burla,  me  vengas, 
yo   te   daré   libertad, 
si    la   libertad   deseas; 
pero  si  no,  has  de  morir. 

[Melchor.  Con  ella  me  deja; 

yo  haré  tu  voluntad. 

Axdrogeo.  Si  me  vengas  desta  fiera 
mi   reino   es   tuyo. 

(Escóndese  Axdrogeo.) 

[Melchor.  (¡  Ah,  mujer, 

tan  honrada  como  honesta, 
quiero  probar  tu  virtud, 
aunque  en  el  honor  las  pruebas 
son  dañosas !)  Esos  brazos 
m.e  da,  mujer. 

Axacras.  í  Si   a   ellos   llegas 


4Ó0 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS    REYES 


en  ellos  verás  tu  muerte ! 
Melchor.  Pues  tomarélos  por  fuerza. 
Añaceas.     Negro,  si  eres  de  la  Arabia, 

a    tu    señora    respeta, 

que  soy  Anacrasis  yo 

y  aunque  blanca,  soy  tu  reina. 

{Pónese   de  rodillas  y  prosiguen) 

No  permita  tu  rigor 

que   por   un  tirano   ofenda 

al  más  honrado  marido 

que  en  el  mundo   se   celebra. 

^Ielchor.  ¡Ay,   bella   Anacrasis   mía, 
virtuosa,  honrada  y  cuerda, 
Melchor  soy,  que  por  mi  Cristo 
me  veo  en  estas  miserias ! 

Anacras.     i  Ay,  esposo  de  mi  alma, 

el  pecho  a  mis  brazos  llega ! 

{Abrázanse  y  sale  Androgeo  y  dice.) 

AxDROGEo.  Ya  estoy  vengado  de  ti, 

agora  estarás  contenta. 
Anacras.     ¡  Y  tanto,  que  en  estos  brazos 

toda  mi  vida  estuviera, 

que  éstos  me  dan  más  honor 

y  ésos,  tirano,  me  afrentan ! 
Melchor.  Y  aquestos  son  más  honrados 

que  los  tuyos.  ¿Qué  te  alteras? 

Yo    lo    digo. 
Androgeo.  ¡  Vil  esclavo  ! 

¿  No  hay  quien  le  dé  muerte  fiera  ? 
IMelchor.  No,  que  es  la  escoba  en  mis  manos 

montante  que  al  cielo  llega. 

{Vienen    Baltasar    y    Sexjo    y    la   guardia,   y    dice.) 

Androgeo.  ¡  Ah  de  mi  guardia  ! 

Baltasar.  Tu    guardia 

ya  te  desampara  y  deja, 

porque  ya  ha  llegado  el  día, 

traidor,  de  tu   residencia. 

Baltasar  soy. 
Androgeo.  ¡  Muerto  soy ! 

Baltasar.  ¡Ay,   ingrato  hermano, 

dime,  ¿la  lealtad  ésta? 

Dalde  la  muerte  al  momento. 
Androgeo.  ¡  Usa,  hermano,  de  clemencia 

conmigo ! 
Baltasar.  Pues  salte,  ingrato, 

desterrado  de  mis  tierras. 

(Dicen  de  adentro  a  voces.) 
Dentro.       ¡  \'iva  el  gran  rey  Baltasar  ! 


Senjo.         Todo  el  pueblo  a  verte  llega. 

Ven,  gran  señor,  que. los  grandes 

y  la  púrpura  te   espera. 
Baltasar.  Vamos  alegres,  Melchor, 

que  pues  nuestro  Dios  nos  venga, 

el  tirano  Butifar 

también  su  castigo  espera. 

El  campo  marche  mañana 

al  Arabia. 
Senjo.  Señor,  entra, 

que  todo   el   reino  te   aguarda. 
Baltasar.  Decid  en  voces  diversas: 

¡  Viva  Cristo ! 
Todos.  ¡  Viva    Cristo  ! 

Baltasar.  Y  los  falsos  dioses  mueran. 
Todos.         ¡  Y   los   falsos   dioses  mueran ! 

{Con  aquesto  se  entran  y  sale  el  Rey  Gaspar  y  Ro- 
GELANA  y  Calambuco  y  soldados  indios  con  flechas 
y    dardos  ) 

Gaspar. 

Aqueste  el  campo  es  del  enemigo; 
acometelde,  capitanes  fuertes, 
que  la  causa  defiendo  de  mi  amigo. 
Ventura  grande  espero  en  vuestras  suertes : 
préndale  el  que  pudiere,  que  el  castigo 
de  su  traición  serán  diversas  muertes, 
y  el  que  pudiere  tráigamele  vivo, 
verá    qué    alegremente    ie   recibo. 

Melchor  es  ya  m.i  amigo,  a  Melchor  debo 
restituirle   en   su   real  asiento : 
fiado  sólo  en  vuestros  brazos  pruebo 
a  castigar  el  loco  atrevimiento  .. 
de  Butifar,  aqueste  intento  llevo. 
Acometed,  que  la  tardanza  siento, 
porque  cuando  Melchor  al  reino  venga 
ganada  su  corona  y  cetro  tenga. 

Con  Baltasar  me  dicen  que  ha  partido 
con  un  famoso  campo  de  su  tierra, 
que  también  Baltasar  se  ha  socorrido; 
tengamos  acabada  nuestra  guerra. 

Calambuco. 
El  campo  está  ya  todo  repartido. 

Gaspar. 
Pues  toca  al  arma,  amigo;  ¡  cierra,  cierra! 

Rogelana. 
¡  Viva  JNIelchor  y  muera  su  enemigo ! 

Gaspar. 
Melchor,   por  vos  pelea  vuestro  amigo. 

{Vanse,  y  suena   dentro  ruido   de  armas  y   sale  Bu- 
tifar   coii    la    espada    desnuda   y    diciendo.) 


JORNADA    TERCERA 


461 


BüTiFAR.        ¿Adonde  me  esconderé 
de  este  bárbaro  furor 
que  me  persigue?  ¿Qué  haré? 
i  A  quién  pediré  favor 
o  quién  hay  que  me  lo  dé? 

¡Oh,  Sol!,  ¿este  pago  das 
a  quien  te  sigue  ?  \  Reniego 
de  ti  y  del  cielo  en  que  estás ! 
¡  De  enojo  y  rabia  estoy  ciego ! 

{Vienen    Sí:xnaríx   y    Abdexacar.) 

Se.vxaríx.  Butifar,  ¿dónde  estarás? 
Abdenac.         ¿Posible  es  no  te  hallemos 

por  todo  el  campo? 
Sennarín.  Sin  duda 

murió ;    su  muerte   lloremos. 
Butifar.     Aquí  mi  suerte  me  ayuda, 

pues  hallo  los  dos  extremos 
de  lealtad  y  de  valor. — 

Sennarín,  Abdenacar, 

¿venís  a  darme  favor? 

¡  Abrazad  a  Butifar  ! 
Aedexac.     ¿Qué  nos  persigues,  traidor? 

¿  Siendo  Melchor  dices  que  eres 

Butifar?  ¿Piensas  que  estamos 

ciegos  ? 
Butifar.  ¡.Sennarín! 

Sennarín.  ¿  Qué    quieres 

Butifar.     Butifar  soy. 
Abdexac.  Xo  te  damos, 

por  tus  locos  pareceré?, 
aquí   la  muerte,  traidor, 

por  ver  que  del  rey  Gaspar 

es   Butifar  vencedor. 
Butifar.     ¡  Mirad  que  soy  Butifar  ! 
Sennarín.  ¿Butifar,  siendo  Melchor? 

i  A  cólera  me  provoco  ! 
Butifar.     ¡Falsos!,  ¿no  me  conocéis? 
Abdenac.     ¡  Dale  la  muerte  ! 
Sennarín.  ¡  Y  es  poco  ! 

(Daiilc    los    dos.) 

Butifar.     ¡  A  vuestro  rey  muerto  habéis  ! 
Abdenac.     ¡  No  queremos  rey  tan  loco  ! 
Butifar.         ¡  Ah,  mundo,  siempre  has  tenido 

este  trato,  siempre. has  dado 

tal  pago  al  que  te  ha  seguido : 

conoces  al  levantado, 

desconoces  al  caído ! 
Nadie  se  puede  fiar 

de   tu   finneza,   pues   Dios 


te  dio  forma  circular, 
de  rueda. 

(Entran   Gu.\ti>ío  y   Calambuco   y   otros  indios.) 


Calambuc 


Butifar. 


GUATINO. 

Butifar. 

Calaimbuc 

Guatino. 

Calambuc 


Butifar.  • 

Guatino. 

Butifar. 

Guatino. 
Butifar. 
Calambuc 
Butifar. 

Guatino. 
Butifar. 


Juntos  los  dos 
los  habernos  de  buscar. 

Butifar  y  Sennarín 
son    los    dos    m.ás    principales. 
Hoy  mi  ambición  tiene   fin, 
y  mis  bienes  y  mis  males 
corta  el  tiempo  en  mi  jardín. 
¡  Hoy  muere,  al  fin,   Butifar ! 
¿  Butifar  dijo? 

i  Ay  de   mí ! 
,  El  es. 

Sí,  no  hay  que  dudar; 
herido  está. 

Pues  ansí 
ha  de  ir  ante  el  rey  Gaspar, 

porque  lo  que  ha  prometido 
nos   lo   dé. 

¡  Fieros  volvéis ! 
¿Quién  te   hirió? 

-El  cielo  me  ha  herido. 
¿  Dónde  llevar  me  queréis  ? 
Delante  el  que  has  ofendido. 
¿Delante  del  rey  Melchor? 
.  Delante  del. 

¡  Haga  estrago 
en  mi  vida  y  en  mi  Iionor : 
¡  Vaya  el  traidor  ! 

i  Este  pago 
da  el  mundo  siempre  a  im  traidor ! 


(Enlranse  y  viene  Melchor  y  Baltasar.) 
Melchor. 

Parece,  Baltasar,  que  el  traidor  campo 
del  falso  Butifar  está  mezclado 
con  el  de  otro  contrario,  que  le  ofende. 

Baltasar. 

En  el  ruido  de  sonoras  trompas 
y  en  el  clamor  y  grita  de  la  gente 
encontrados  están,  sin  duda,  ejércitos. 
]\Ias,  ¿  no  reparas  en  el  estandarte 
que  lleva,  al  parecer,  la  mejor  parte, 
que  parece  en  las  armas  y  en  la  insignia 
del   rey  Gaspar? 

Melchor. 
Sin  falta  que   es  aqueso; 


462 


EL   MAYOR    REY    DE    LOS   REYES 


que  nuevas  he  tenido  de  que  sabe 
la  rebelión  de  aqueste  y  mi  destierro 
y  querráme  vengar  por  ser  amigo, 
que  como  tiene  sus  confines  cerca, 
habrá  puesto  su  gente  y  su  persona 
en  ventura  con  celo  de  la  mia. 

Baltasar, 

El  es,  sin  duda;  acometamos  todos 
y  viértase  la  sangre  deste  aleve. 


Acometamos. 


IMelchor. 

Baltasar. 
¡  Soldados:  al  arma,  al  arma! 

Melchor. 

i  Armas,  armas  ! — Ya,   Gaspar,  os  sigo. 
¡  Viva  la  lealtad  del  fiel  amigo ! 

(En  transe  y  hay  ruido  de  batalla  y  cajas,  y  vuelven 
a  salir   los   tres   Reyes^   y   Axacrasis    y    Rogelaxa.) 

Dentro.  ¡  Viva  Melchor  y  sus  leyes ! 

Melchor.  Pues  su  poder  habéis  visto, 

mejor  diréis:  ¡Viva  Cristo, 

el  mayor  Rey  de  los  reyes ! 

El  me  ha  vuelto  honor  y  estado, 

que  él  me  quitó  por  mostrar 

que  él  puede  dar  y  quitar 

el  bien  del  mundo  emprestado. 
Y  a  vos,  Gaspar  valeroso, 

confieso  que  os  debo  el  ser. 
Gaspar.       Sois  mi  amigo,  y  he  de  hacer 

lo  que  debo. 
AxACRAS.  Rey   famoso, 

dadme  las  leales  manos, 

llenas  de  tanto  valor. 
Gaspar.       Todo  lo  debo  a  Melchor 

después  que  somos  cristianos. 
Rogelaxa.       Perdona,  Anacrasis  bella, 

la  guerra  injusta  que  os  di. 
Anacras.     Perdonadme  vos  a  mí, 

que  causé  vuestra  querella. 
Melchor.       ¡  Los  dos  hijos  que  perdí 

y  a  Zaydán  siento  no  más ! 

(Entran    Zavdán    con    dos    niños    >wgros    diciendo.) 

Zaydán.      Si  eso,-  Rey,  llorando  estás, 
vivos  los  tienes  aquí ; 
que  con  ellos  ascondido 


he  estado  desde  aquel  día 

que  te  dejé. 
Melclior.  ¡Mí  alegría 

cabalmente  se  ha  cumplido ! 
Pues,  Zaydán,  ¿no  me  dijiste 

que   estaban  ahorcados? 
Zaydán.  ¡  No, 

que  jamás  te  he  visto  yo ! 
Melchor.  ¿En  un  árbol  no  los  viste? 
Zaydán.  No,  señor,  que  es  testimonio, 

que  aquestos  tus  hijos  son. 
Melchor.  Sin  duda  que  fué  ilusión, 

mi  Anacrasis,  del  Demonio. 
Gaspar.  Ya  las  Arabias  te  llaman 

Rey  y  a  Butifar  persiguen, 

y  a  todos  cuantos  le  siguen 

los  avergüenzan  e  infaman. 

Y  pues  milagrosamente 
por  Cristo  habernos  vencido 
tanta  gente,  habiendo  sido 
pobre  y  poca  nuestra  gente, 

los  tres  nos  confederemos 
y  a  Cristo  estatuas  hagamos, 
y  pues  por  Cristo  reinamos, 
es  bien  que  feudo  le  demos. 

Y  el  que  no  siguiere  a  Cristo 
y  adorare  a  otro  dios  vano, 
muera  en  tormento   inhumano, 

Rogelana.  Su  poder  habemos  visto 

entre   tantas   disensiones. 

Anacras.     Cuando  olvidados  estamos, 
para  que  le  conozcamos 
nos  da  Dios  persecuciones. 

(Vienen    Calambuco   y    Guatixo,   que   traen   a   Buti- 
far.) 

Guatino.         Pues  ya  le  tienes  aquí. 

Rey,  castiga  a  tu  enemigo.     • 

^Melchor.  Dime :  ¿qué  mayor  castigo, 
soldado,  que  verme  a  mí  ? — 

¿Por  qué  has  sido  desleal? 
¿Por  qué  con  fiero  desdén, 
haciéndote  tanto  bien, 
me  has  causado  tanto  mal? 

No  estés  en  tierra  postrado, 
levántate  a  disculparte; 
mas  no  podrás  levantarte, 
porque  ya  te  has  levantado. 

Butifar.         Cualquiera  pena  merezco. 

Rogelana.  Este  traidor  me  has  de  dar. 

AIelciior.  Manda  que  le  hagan  curar, 
que  yo.  Reina,  te  lo  ofrezco. 


JORNADA    TERCERA 


46; 


BUTIFAR. 
ROGELAXA. 


Baltasar, 
rogelaxa. 
Gaspar. 


Hoy  con  vida  y  honra  acabo. 
Pues  por  su  vil  proceder 
esclavo  veniste  a  ser, 
él  ha  de  morir  esclavo. 

Y  yo,  invicta   Rogclana, 
lo  soy  también. 

Ya    le    di 
de  vuestra  a  mi  padre  el  sí. 
Ella  es,  gran  rey,  la  que  gana. 

Sólo  falta,  pues  estamos 
los  tres  juntos,  que  mandemos 
a  la  gente  que   traemos 
que  al  nuevo  Dios  que  adoramos 

adoren. 

Yo  no  resisto 
tu    consejo,    antes   lo   apruebo. 
Decid  al  campo  de  nuevo 
adoren  todos  a  Cristo. 

(Dicen    dentro.) 

A    Cristo    adorad,    soldados, 
que  los  Reyes  lo  decretan. — 
Todos,  Melchor,  se  inquietan 
y  vienen  alborotados. 
Si  no  nos  dicen  quién  es, 
nadie  a  Jesucristo  adore. 
¡  Viva  el  dios  Sol,  viva,  viva ! 
¿Quién  ha  causado  estas  voces? 
Los  escuadrones  no  quieren 
seguir  Dios  que  no  conocen, 
que  no  saben  quién  es  Cristo. 
Cristo  es  autor  de  los  hombres, 
del  sol,  estrellas  y  luna 
y  de  sus  esferas  once, 
y  el  mayor  Rey  de  los  reyes 
y  el  señor  de  los  señores. 
Adoralde. 

Si  no  muestra 
su  gracia  y  virtud,  no  hay  hombre 
que  le  adore.  ¡  Apolo  viva  ! 
¡  Al  arma,  al  arma,  escuadrones ! 
¡'Cristo ! 

¡ Señor ! 

i  Dios  eterno, 
alumbrad   los   corazones 
destos  bárbaros  infieles 
porque  os  alaben  y  honren ! 

(Suena   música) 

RoGELAXA.  ¡  Qué   resplandor  tan  divino ! 
AxACRAS.     ¡  Qué  música  tan   acorde  ! 


Baltasar. 
Gaspar. 

Dextro. 
Otros. 


Baltasar. 
Dextro. 


^vIelchgr. 


Dextro. 


Gaspar. 
Baltasar. 

Melchor. 


Gaspar.      ¡  El  suelo  se  abrasa  ! 
Melchor.  El   cielo 

sus  bellas  cortinas  rompe. 

(Suenan  chirimías  y  descúbrese  una  apariencia  donde 
están  los  reyes  de  todas  las  provincias  y  en  medio 
de  ellos  Nuestra  Señora  coíi  el  Niño  Jesús  en 
las  manos.) 

MÚSICA.       Adoralde  los  Reyes  de  adentro,  (i) 

R.  DE  JuD.  Cristo,  rey  de  Judea  os  llama. 

R.  DE  Gre.  Grecia  por  Rey  os  conoce. 

R.  de  Rom.  Roma,  por  Dios  y  por  Rey. 

R.  de  Ale.  Alemania,  por  Dios  y  hombre. 

R.  de  Fra.  Francia  Rey  del  cielo  os  dice. 

R.  DE  Esp.  Y  España  y  mis  sucesores 
por  vuestra  fe  se  opondrán 
a  los  bárbaros  estoques. 

R.  DE  Arm.  Mi  Armenia  Rey  Dios  os  llama, 
que  en  ella  los  españoles 
os  levantarán  estatuas. 

R.  DE  Lox.  Rey  y  Dios  os  llama  Londres. 

R.  DE  Afr.  Xi  África,   que   aunque   un   tiempo 
seguirá  los  ritos  torpes 
de  un  Mahoma  heresiarca 
y'  Sergio,    un   hereje    monje, 
llorosa  y   arrepentida 
de   sus  pecados  enormes, 
por   Dios    os    confesará, 
que   la  verdad  se   conoce. 

(Descúbrese  con  música  un  trono  o  nube  donde  apa- 
rece   Dios    Padre,    3;    ángeles    cantando.) 

C.^XTAX.       Este  es  el  Dios  verdadero, 
los  demás  son  falsos  dioses. 
Adoralde,  hombres. 

Dios  P.i  A  mi  unigénito  Hijo 

cetros  y  coronas  postren 
todos  los  reyes  del  mundo 
y  le  abatan  sus  pendones. 
Poned  aquestas  coronas, 
tronos  y  dominaciones. 

Dios.  P."     A  mi  unigénito  Hijo 

porque  los  reyes  le  adoren. 
El  mayor  Rey  de  los  reyes 
es  el  que  nace  tan  pobre, 
que  en  esta  pobreza  baja 
es  tesoro  de  sus  cofres. 


(i)  Esta  palabra  es  impropia  y  el  verso  largo,  y 
además  el  verso  interrumpe  el  romance,  si  no  es  que 
falte  otro  verso.  En  los  demás  manuscritos  no  hay 
este  verso. 


464 


EL   MAYOR   REY    DE    LOS   REYES 


Cantan.      Adoralde,  hombres; 
adoralde,  hombres. 


(jCi'ibrense  todas  las  apariencias.) 

¡  Oh,  milagro  soberano  ! 
¡  0.h,  soberanas  visiones  ! 


Gaspar. 

Melchor. 

Baltasar.  ¿Quién  tantos  bienes  nos  hace? 

RoGELANA.  ¿Quién  alcanza  estos  favores? 

Dentro.       Ya  conocemos  a  Cristo, 

ya  respetamos  su  nombre. 

¡Cristo  viva  y  muera  Apolo! 


Baltasar.  ¡  Oh,  santas  y  alegres  voces ! 

Melchor.  Todos  son  milagros  suyos. 

Gaspar.       En  nuestros  reinos  se  postren 
de  el  Sol  todas  las  estatuas 
de  plata,  de  piedra  y  bronce. 

Baltasar.  ¡'El  mayor  Rey  de  los  reyes 
viva ! 

Melchor.  Y  nuestras  fuerzas  pobres 

desculpadas  de  el  deseo 
suplico  que  se  perdonen. 

Fin. 


COMEDÍA   FAMOSA 


DE 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


DE 


LOPE    DE    VEGA     CARPIÓ 


Flora. 
Albano- 

Nl'SEO. 

Felicio. 

Jacinia,    princesa. 

FULCIO. 

Plácido. 
LiSARDO,    príncipe. 


ROSANIA, 

Ev'ANDUo,   rey. 
ArmindOj    duque. 
Aurelio,    conde. 
Alí,  moro. 
Benalhamar. 

Z.WDE. 
LUZMÁN. 


Alifa. 

El  Rey   de  Or-\n. 
Otomán.     ■ 
Clávela,   pastora. 
Cardenio,   pastor. 
Corinto,  paste»-. 
Celio,    pastor. 
Fineo,   pastor. 


JORXADu\  PRUIERA 

(Salen    Flora   y   Albano.) 

Alb.^xo.  ¿Soy  tu  esclavo,  por  ventura? 

Flora.        Antes  sois  mi  señor  vos. 
Alb.vno.       ¡  Suelta ! 
Flor.\.  ¡  No  salgáis,  por  Dios, 

que  hace  la  noche  oscura ! 
Albano.  ¿Hanme  de  comer  por  eso? 

Flora.         El  sereno  os  hará  mal. 
Albano.       ¡Qué   mal!   ¿Hay   locura  igual? 

i  Haré,   Flora,  algún  exceso  ! 
Flora.  No  harás,  que  discreto  eres, 

y  yo  tu  mujer. 
Albano.  ¡  Ah,  cielos  !, 

¿quién  puede  sufrir  los  celos 

que  son  de  propia  mujer? 
Flora.  Anda,  mi  bien,  que  no  es  malo 

tener  la  mujer   celosa; 

que  si  es  discreta  y  hermosa, 

eso  es  lealtad  y  regalo. 

¿Cuál  es  mejor:  que  yó  esté 

celosa  siempre  de  ti, 

o  que  tú  lo  estés  de  mí? 
Albano.       Determinarme  no  sé. 

¡  Vive  Dios,  que  es  tan  furioso 

tu  mal  por  celos  ajenos,  ' 

que  estoy  por  decir  que  es  menos 

estar  yo  de  ti  celoso ! 
Flora.  Hablas  de  cosa  imposible ; 


que  me  tienes,  vengo  a  ver, 
por  muy  honrada  mujer. 

Albano.       ¡  Honrada,  pero  terrible  ! 

Flora.  ¿  Terrible  ? 

Albano.  ¿Pues  no   lo  ves? 

Flora.         Verdad  que  es  terrible  amor, 
y  yo  muestro  su  rigor 
siendo  lo  mismo  que  él  es. 
Transfórmame   amor  en   sí. 

Albano.       Al  amor  nunca  le  culpes. 
,  Flora.         No  haré,  como  tú  disculpes 
celos  que  han  sido  por  ti. 
Mira  que  mereces  mucho. 

Albano.       En  otro  lugar,  señora, 

con  otro  gusto  que  agora, 
esas  ternezas  escucho. 

¿En  la  puerta  de  la  calle 
me  regalas  desa  suerte? 

Flora.         Está  más  cerca  el  perderte, 
y  no  quiere  amor  que  calle. 

Albano.  ¿Una  hora  sin  mi  presencia 

tu  amor  a  su  fin  no  basta? 
Si   Penclope    fué   casta, 
fué  por  diez  años  de  ausencia. 

Éntrate  con  tus  criadas 
a  hacer,  como  ellas,  labor, 
que  las  aras  del  amor 
no  se  sienten  ocupadas. 

Flora.  Si  Penélope  las  m.anos 

en  la  labor  ocupó, 

30 


466 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Aleano. 


Flora. 


Albano. 


Flora. 


Albano. 


Flora. 


Albano 

Flora. 
Albano. 


fué  porque  en  la  guerra  vio 
a  Ulises  con  los  trbyanos. 

Pero  yo,   que  te  imagino 
en  brazos  desta  mujer,  - 
¿qué  manos  podré  poner 
en  holanda,  seda  o  lino? 

Que  cuando  a  pensar  comienzo 
que  te  entretiene  otro  pico, 
luego  en  los  dedos  me  pico 
y  mojo  de  sangre  el  lienzo. 

¿Es  muy  hermosa  esa  dama 
que  vas  a  ver?  ¿Es  discreta? 
Es,  en  efeto,  perfeta, 
mi  bien,  y  Flora  se  llama; 

que  sois  vos. 

¡  Bien  me  engañáis  ! 
¿No  veis  que  no  puede  ser, 
pues  a  ésa  vais  a  ver 
y  a  mí  de  verme  dejáis? 

¿  Para  qué,  si  así  no  fuera, 
te  vistes  y  pones  galas? 
¿Hícelo  para  obras  malas? 
¡El  pensamiento  se  altera! 

¡  Vete,  por  tu  vida,  amores ! 
Con  causa  tengo  cuidado, 
que  ya  no  son  de  casado 
las  plumas  y  las  colores. 

Vaya  un  criado  contigo, 
por  si  hay  hombre  en  esa  casa. 
¡  Eso  de  locura  pasa  ! 
Yo  voy  a  ver  a  un  amigo, 

y  no  a  otra  cosa,  mi  bien. 
¿Pues  qué  amigo  como  yo? 
Y  si  esotro  me  excedió, 
venga  él  a  verte  también. 

Casa  tienes  en  que  puedas 
entretenerte   y   jugar; 
dos   cosas   te   quiero   dar 
con  que  a  los  demás  excedas. 

Ea,  no  seas  pesado ; 
quédate  esta  noche  aquí : 
mira  que  me  iré  tras  ti, 
por  los  celos  que  me  has  dado. 

Digo   que   todos   los   días, 
después  de  esta  noche,  quiero 
que  te  vayas. 

¿Yo?  ¿Qué  espero? 
¡  Suelta ! 

Espera. 

¿Qué   porfías? 

No  me  voy  por  tener  gusto, 
sino  porque  es  necedad 


Flora. 

Albano. 

Flora. 

Albano. 

Flora. 


Albano. 


i-  lora. 


Albano. 
Flora. 

Albano. 


Flora. 


Albano. 

Flora. 

Albano. 

Flora. 

Albano. 


Flora. 

Albano. 

Flora. 


perder  yo  mi  libertad, 

y  que  no  me  muera  es  justo. 

¡  Llorando  reventaré ! 
i^Iira    que    preñada    estoy! 
Por  eso  sólo  me  voy. 
Éntrate  ya. 

Yo  me  iré. 
,  ¡  Ea,  pues,  .que  ya  me  enojo! 
Bastaba  que  me  le  dieses, 
que  pedirte  que  no  fueses 
era,  por  ventura,  antojo. 

¡  Plegué  a  Dios,  en  quien  confío, 
que  te  traiga !... 

¡  Calla,  loca, 
que  te  quebraré  la  boca !   . 
Voime,  pues,  y  no  porfío; 

y  mudar  es  necesario, 
que  la  que  es  propia  mujer 
ya  yo  sé  que  viene  a  ser 
como   manjar   ordinario. 

Pues  esas  cosas,  Albano, 
a  la  mujer  de  más  prendas 
suelen  alargar  las  riendas 
que  el  honor  lleva  en  la  mano. 

Hombres  de  tu   condición 
hacen  ruines  las  mujeres. 
¿Quieres  que  te  mate?  ¿Quieres 
que  te  pase  el  corazón? 

¡Ojalá,  porque  te  mates, 
que  tú  solo  estás  en  él ! 
¡  Ea,  mátame   cruel. 
No  me  digas  disparates, 

que  ya  sé  que  tienes  gana 
de  que  no  vea  a  este  amigo, 
y  que  parlando  contigo 
se  me  pase,  la  mañana. 

Vete,  por  vida  del  hijo 
que  tienes  de  quien  te  adora, 
que  yo  volveré,  señora. 
El  muestra  su  regocijo, 

y  te  aguardará,  señor. 
Abrázame. 

Ea,  que  es  tarde. 
El  cíelo  tu  vida  guarde. 
¡  Bravos  celos,  bravo  amor  ! 

¿A  qué  hora  volverás? 
¿Que  aún  no  se  fué? — Vete  ahora, 
que  en  menos  tiempo  de  un  hora 
volveré. 

¿Tardarás  más? 

No,  por  tu  vida. 

Si   estimas 


JORNADA    PRIMERA 


467 


mi  vida,   cúmplelo  así. 

Felicio. 

Albano. 

Digo  que  lo  haré. 

Albano. 

Flora. 

¡  Ay  de  mi ! 

Albano. 

¿Para  una  hora  te  animas? 

Felicio 

Flora. 

Guárdate  bien  del  sereno. 

Albano. 

Albano. 

Sí  haré. 

Flora. 

¿Vas  armado? 

Felicio 

Albano. 

¡  Acaba ! 

Flora. 

Ya  lo  que  al  cielo  rogaba 

se  vuelva  en  que  vuelvas  bueno. 

{J'asc  Flora.) 

Albano 

Albano. 

NlSEO. 

Ningún  hombre  se  llame  desdichado . 
aunque  le  siga  el  hado  ejecutivo, 
supuesto  que  en  Argel  viva  cautivo 
o  al  remo  de  las  galeras  condenado; 

ni  el  propio  loco,  por  furioso  atado; 
ni  el  que,  perdido,  llora  estado  altivo; 
ni  el  que  a  deshonra  trujo  el  tiempo  esquí \/o 
O  por  necesidad  a  humilde   estado. 

En  fin,  cualquiera  pena  es  fácil  cosa, 
que  ninguna  atormenta  tan  de  veras 
que    no    la    venza    el    sufrimiento    tanto; 

mas  el  que  tiene  la  niujer  celosa, 
¡  ése   tiene   desdicha,   Argel,   galeras, 
locura,  perdición,  deshonra  y  Manto ! 

(Salen  Niseo  y  Felicio^  galanes.) 

XiSEO.  ¿Tan   libre,   ha  venido   a   ser 

tan  casado  y  tan  sujeto?  . 
Felicio.       Tiénele  muy  recoleto 

el  parto  de  su  mujer, 

que  dicen  que  ya  se  acerca. 
Niseo.        Aguardalde  por  ahí. 
Albano.       Dos  hombres  vienen  aquí. 
Felicio.       Un  hombre  viene  aquí  cerca. 
Albano.  ¿Quién  va? 

Niseo.  Dos  hombres  de  bien. 

Albano.       ¿Es  Niseo? 
Niseo.  ¿  Quién  lo  quiere 

saber? 
Albano.  Que   sea   el  que   fuere. 

Niseo.         ¿Es  Albano? 
Albano.  Sí. 

Niseo.  Bien. 

Felicio.  Bien. 

¿  Pues  tras  habernos  burlado, 

nos  quieres  acuchillar? 
Albano.       ,;  En  qué  os  ofendí  ? 
Niseo.  En    tardar. 

Albano.       En   fin,   ¿  me  habéis  esperado  ? 


Albano. 

Niseo. 
Albano. 

Felicio. 

Albano. 
Felicio. 

Albano. 


Felicio. 
Albano. 


Niseo. 
Albano; 


Felicio. 


Hasta  agora. 

¡  Extraña  cosa 
esta  ley  del  casamiento ! 
¡'Gran  tormento ! 

¿  Y  no  es  tormento 
tener  la  mujer  celosa? 

Estáste  en  contemplación 
de  lo  que  en  el  vientre  tiene, 
que  alma  y  ojos  te  entretiene,  - 
¿y  culpas  su  condición.'' 

¡  Calla,  por  Dios,  que  he  pasado 
cosas  que  pena  me  dan ! 
Son  sabrosas  al  galán 
y  enfadosas  al  casado. 

i  Oh,  aquel  llamar  y  no  abrir, 
desear  y  no  tener ! 
Que,  al  fin,  la  propia  mujer 
ha  de  hablar,  callar  y  abrir. 

Bien  confieso  que  no  hay  gusto 
como  el  servicio  de  Dios ; 
mas  a  estar  como  los  dos, 
yo  excusara  algún  disgusto. 

Yo  muero  por  este  estado, 
que  su  (i)  condición  apruebo. 
Nunca  lo  cree  el  mancebo 
hasta  después  de  casado. 
¿Dónde  iremos? 

Hacia  el   muro, 
que  hay  dos  bellas  venecianas. 
¿  Qué  se  hicieron  las  romanas  ? 
Nunca    saberlo  i  procuro 

que  era  gente  de  Levante. 
Del  lobo  un  pelo,  y  no  más. 
Hasta  nietos  llegarás 
si  eso  llevas  adelante; 

y  más  si  deseas  suegros. 
Bien  cerca  de  aquí  se  aloja 
una  griega,  blanca  y  roja, 
y  otra  blanca  y  cabos  negros. 

i  Esa    es    notable    hermosura; 
daréle   el  alma,  por  Dios ! 
Mas,  ¿qué  haremos,  si  son  dos, 
y  es  de  tres  el  aventura? 

Aunque  yo,  si  verdad  digo, 
no  pienso  ofender  a  Flora, 
i  Hazte  muy  casado  agora  ! 
Sólo  a  hablar'  y  reír  me  obligo ; 

que  si  va  a  decir  verdad,, 
sabe  Dios  que  no  la  ofendo. 
¿Pues  qué  pretendes? 


(i)     En    el    original:    "mi' 


468 


EL    lyiAYORAZGO    DUDOSO 


Albano,  Pretendo 

no  perder  mi  libertad. 
Felicio.  y  quien  anda  entre  la  miel... 

Albano.       Cuando  se  pegue,  ¿qué  importa? 
NiSEO.         Albano,  el  paso  reporta. 
Albano.       ¿Qué  es  esto? 

{Sale  Jacinta,  cubierta  con  manto.) 

Jacinta.  \  Ay,  suerte  cruel !, 

¿Dónde  ha  de  haber  amparo 

para  mi  desdicha  y  pena? 
Albano.       ¡  Brava  dama  ! 
NiSEO.  ¡  Gentil ! 

Felicio.  ¡  Buena ! 

Jacinta.      ¡  Oh,  cielo,  en  mi  bien  avaro ! 

¿Así  me  niegas  tu  ayuda? 
Felicio.       ¿Adonde  bueno  tan  sola? 
Jacinta.       ¡  Hola,  gente  ! 
Albano.  Esperad. 

Jacinta.  ¡  Hola ! 

Aleano.       No  llaméis. 
NiSEO.  Temió,   sin  duda. 

Felicio.  Mirad  que  somus  honrados 

y  caballeros  los  tres. 
Jacinta.       Pues  de  caballeros  es 

ser  nobles  y  bien  criados. 
Albano.  ¿Pues  de  qué  os  podéis  quejar? 

¿Hay  aquí  descortesía? 
Jacinta.       La  de  tres  serlo  podría, 

de  noche  y  en  tal  lugar. 
Pero  mirad  que  este  muro 

está   de   palacio    cerca. 
Albano.      Más  que  dentro  de  su  cerca 

está  vuestro  honor  seguro. 
Felicio.  Todos  los  tres  somos  viejos, 

no  hay  para  qué  te  arreboces. 
Jacinta.      Oír  puede  el  Rey  mis  voces, 

y  el  cielo,  aunque  está  más  lejos. 
Albano.  ¡  Jesús,  señora  !  Creed 

que  nadie  piensa  ofenderos. 
Jacinta.      Volveos,  si  queréis  volveros, 

y  haréisme  inucha  merced. 
Felicio.  ¡  Bravo  olor  tiene,  por  Dios  ! 

NiSEO.  Sin  duda  es  mujer  honrada. 

Albano.       Mal  vais  desacompañada  . 

Volved,  mi  señora,  en  vos, 
que  a  cualquier  cosa  que  vais 

no  es  mala  la  compañía. 
Jacinta.       Sabe  Dios  si  la  querría, 

si  la  palabra  me  dais 

de  que  luego  os  volveréis. 
Albano.      Escoged  lo  que   os  agrada 


de  los  tres,  bien  confiada 
que  ofendida  no  seréis. 

Jacinta.  A  vos  os  quiero;  vení. 

Albano.  -  ¿A  m/i? 

Jacinta.      A  vos. 

Albano.  Pues  voy  con  vos. — 

Adiós,   señores. 

Felicio.  Adiós. 

Albano.       ¿Por  dónde  vais? 


Jacinta. 


Por  aquí. 


{Vansc    Albano   y   Jacinta,   y    queden    los    dos.) 

NiSEO.  i  Vive  Dios,  que  va  con  ella ! 

Felicio.       ¡Envidioso  me  ha  dejado! 

NisEO.  ¡  Que,  en  fin,  escogió  al  casado ! 

Felicio.       No  debe  de  ser  doncella. 

Niseo.  No  quiero  mujer  a  oscuras; 

que  aquestas  noches  turbadas 
andan  mil  viejas   tapadas 
a  buscar  sus  aventuras. 

Y  tal  vez  una   fregona, 
con  olor  de  portuguesa, 
se  nos  vende  por  duquesa. 

Felicio.       Yo  sé  de  una  bellacona 

que    de    noche    se    perfuma, 
y  con  el  manto  en  la  boca 
a  cuantos  habla  provoca, 
y  todo  se  va  en  espuma. 
De  noche,  amor  y  mujer, 
,    aunque  la  viera  en  un  coche; 
que   es  comprar  melón  de  noche 
a  pura  fuerza  de  oler. 

No  hay,   al   fin,   mercadería, 
cuando  más  caudal  tuvieras, 
que  requiera  con  más  veras 
comprarse   en  medio  del  día. 

¿No  has  visto  que  el  mercader' 
'siempre  vende  en   tienda   oscura? 
Pues   eso   mismo   procura 
la  cautelosa  mujer. 

Niseo.  Ya   sé   que   es   treta   sabida 

de   la  que   este   arte   profesa, 
que    la    mujer    es    camuesa 
que    está    dorada    y    podrida. 

No  hará  buena  consonancia 
Albano  en  este  laúd. 

Felicio.       Dios  le  guarde  la  salud 

de   los  peligros  de   Francia. 

Mas  buena  debe  de  ser 
mujer  que  es  tan  olorosa. 

Niseo.  No  ha}''  cosa  más  sospechosa 

que  el  olor  en  la  mujer. 


JORXADA    PRIxMERA 


469 


Felicio.  ¿Es  mejor  que  sucia  sea? 

XiSEO.         Cualquier  artificio  es  malo. 
Felicio.       Yo  lo  tengo  por  regalo, 
.y  es  falta  de  mujer  fea. 
NisEO.  Todo  lo  que  es  natural, 

tiene   pcrfeción,   en    fin. 
Felicio.       ¿Y  desagrada  im  jardín 

porque  es  cosa  artificial? 

(Sale    Aleaxo    con    un    envoltorio,    como    que    es    un 
niño,   revuelto   en   la  capa.) 


Albaxo. 

XlSEO. 

Albano. 

XlSEO. 

Albano. 


XlSEO. 

.Albaxo. 
Felicio. 
Albano. 

XlSEO. 

Albaxo. 

XlSEO. 

Albaxo. 


¿  Si  se  habrán  ido  ? 

¿Es  Albano? 
Yo  soy. 

¿Pues  qué  hubo? 

Un  suceso 
del  más  espantable  exceso 
que  ha  sucedido  a  hombre  humano. 

¿Qué  tiemblas? 

¡  Vengo  sin  mí ! 
¿  Llevávante   por  los   vientos  ? 
Estadme  los' dos  atentos. 
¡  Acaba ! 

Escuchadme. 

Di. 

AI  revolver  desa  esquina, 
esa   honrada    cortesana, 
que  honrada  debe  de  ser, 
pixes  que  fué  tan  desdichada, 
arrimóse  al  mismo  muro, 
y  con  una  voz  del  alma, 
mordiendo  el  manto  y  la  ooca 
como   el  toro   cuando  brama, 
los  brazos  me  puso  al  cuello; 
yo,   creyendo  que   expiraba 
de  alguna  mortal  herida, 
así  comencé  a  animarla: 
"¿  Qué  tenéis,   señora  mía  ? 
¿Qué  sentís,  hermosa  dama? 
¿  Qué   dolor  os   causa  pena  ? 
¿Qué  pena  os  aflige  y  cansa? 
¿  Si  algún  hombre  os  ha  ofendido  ? 
No  es  hombre  ni  ciñe  espada 
quien   agravios   de   mujer 
no  venga  ni  desagravia. 
Si  es  amor,  volveos  conmigo, 
busquemos   quien   os  maltrata, 
que  no  será  tan  de  piedra 
que  no  se  rinda  a  esas  ansias." 
A  estas  razones  y  otras, 
gemía  con-  voz  más  baja, 
tragándose   los   suspiros 


a  vuelta  de  las  palabras. 

Como  \i  que  no  quería 

decirme  la  triste  causa, 

arrimé  mi   rostro  al  suyo, 

con   una  vergüenza   honrada. 

Luego  el  revuelto  cabello, 

que    envuelto    en    sudor    estaba, 

me  pareció  que  vertía 

más  subido  olor  que  el  ámbar. 

Dióme   un   miedo,   y   con   respeto, 

que  apenas  osé  tocarla, 

y  ella  entonces  con  más  veras 

mi  cuello  aprieta  y  enlaza, 

y   abriendo   la  boca,   dice : 

"Caballero...",  y  luego  para, 

que  puesto  que   hablar  quería, 

o  no  podía  o  no  osaba. 

En  fin,  dijo: '"Caballero, 

¿quién  sois?"  Yo  dije:  "Mi  cara 

os  dice  bien  lo  que  soy, 

puesto  que  de  humilde  casa, 

Albano   es  mi   propio   nombre, 

Flora  mi  mujer  se  llama; 

soldado  fui,  y  el  amor 

me  hizo  colgar  la  espada." 

"¡Ay  — dijo  entonces — ,  Albano, 

llamad  en  aquella  casa, 

y  eso  que  veis  a  mis  pies 

dadlo  lal  dueño  que  lo  guarda." 

Yo,  que  pensaba  lo  que  era, 

y  vi  que  me  desengaña 

el  llanto  de  un  triste  niño 

que  a  sus  pies  llorando  estaba, 

rompí   toda  mi   camisa, 

y  con  las  manos  turbadas, 

envuelvo  juntos  en  en  ella 

niño,   sangre,   vida  y   alma; 

y  aquí,  como  veis  agora, 

hice   mantillas   mi   capa, 

y  a  la  casa  fui  corriendo, 

rompiendo  la  fuerte  aldaba. 

Mientras  hablé  con  el  dueño, 

que  se  puso  a  la  ventana, 

se   me   escapó   la   mujer, 

que  como  el  viento  volaba. 

Vime  engañado,  y  así 

di  la  vuelta  a  ver  si  estaban 

los    amigos   que   dejé, 

do  mi  ventura  los  halla. 

Mozos  sois,  tomad  el  niño; 

que  a  fe  que  yo  le  criara 

si  celos  de  mi  mujer 


470 


EL   MAYOR.\ZGO    DUDOSO 


NlSEO. 


Albano. 
Felicio. 

Albano. 
Felicio. 

NlSEO. 


Alb.\no. 
Felicio. 
Albano. 

NlSEO. 


Albano. 
Felicio. 
Albano. 

NlSEO. 


Alb.\no. 


no   me   sacaran   el   alma. 

¡  Qué  gracioso  disparate  ! 
Albano,  si  vuestro  es, 
no  hay  industria  ni  interés 
para   que   deso    se   trate. 

¿No  habéis  oído  el  refrán 
que  aquel  que  hace  el  cohombro 
es  bien  que  le  lleve  al  hombro? 
j  Basta,  que  vaya  me  dan  ! 

¿Para  eso  prevenía 
aquesta  noche  el  paseo? 
¡Por  Dios...! 

No  juréis,  yo  os  creo. 
El  creer  es  cortesía, 

y  yo  la  Justicia  temo. 
Adiós,  Albano. 

¿Que  os  vais? 
¡  Bueno !     • 

¿Que  así  me  dejáis r 
¡  Gracioso  queda  en  extremo  ! 
¡  Ah,  señor,  el  del  muchacho  ! 
¿Parto  en  casa  y  parto  fuera? 
¡  Oh,  nunca  della  saliera  ! 
¡  El  lleva  gentil  despacho ! 

Venid  siquiera   a  mi  casa 
para  ser  desto  testigos. 
No  entendéis  vuestros  amigos; 
ya  se  sabe  lo  que  pasa. 
Albano,  adiós. 

(Faiise  los   dos.) 


¿  Esta  fe 
se  guarda  en  la  voluntad? 
¡  Ya  no  hay  segura  amistad ! 
i  Cuitado  de  mi !,  ¿  qué  haré  ? 

Desdichado,  primero  que  nacido, 
aconsejadme  vos;  llorad  siquiera; 
en  vuestro  mismo  centro  habéis  caído : 
yo  soy  vuestra  desdicha  y  vuestra  esfera; 
de  vuestra  pobre  piedra  habéis  movido 
en  esta  oscuridad  y  noche  fiera. 
Parezco  el  Limbo,  que  de  luz  os  priva, 
y  vos  el  alma  de  mis  penas  viva. 

¿En  qué  signo  nacistes?  ¿Qué  ascendiente 
tuvistes  en  el  cielo?  ¿Qué  bien  muestra? 
¡  Oh,  qué  malignidad  y  airada  frente ! 
¿  Que  aún  no  hay  estrella  para  ver  la  vuestra  ? 
¡  Oh,  niño  encogidico  e  inocente !, 
¿qué  común  desventura  fué  la  vuestra? 
Aunque  la  mía  es  más  dificultosa, 
que  vos  aún  no  tenéis  mujer  celosa. 

Abrid   esos  ojuelos,  siendo  agora 


como   el  gusano,   que   de   noche   alumbra. 
No  sabe  su  desdicha,  pues  no  llora, 
como  en  su  nacimiento  se  acostumbra. 
¿Dej  áremele  aquí  Pero  a  tal  hora, 
que  luz  en  tierra  o  cielo  no  relumbra, 
comerále  algún  perro,  o  este  viento, 
como  a  pabilo,  matará  su  aliento. 

Pues  mi  mujer,  ¿quién  duda  que  los  celos 
que  más  que  todos  éstos  le  maltrate? 
¡  Extraña  confusión  !  ¡  Valedme,  ciclos, 
que  no  es  razón  que  a  un  inocente  mate ! 
Sosegad  sus  sospechas  y  recelos, 
que  resistido  su  primer  combate, 
yo  guardaré  el  rapaz  como  a  mí  mismo, 
dándole  el  agua-  santa  del  Bautismo. 

{Salen   Fulcio   y    Pl.á.cido,   criados   de   Albaxo.) 

Fulcio.  ¿Pues  adonde  le  hallaré, 

que  nunca  supe  sus  puestos? 

Albano.       De  mi  casa  salen  éstos. 
¿Si  llegaré?  ¿Si  hablaré? 

Plácido.         Pues  yo  voy  por  la  comadre; 
no  me  puedo  detener. 

(Vanse    los    dos.) 

Albano.      Esto  debe  ya  de  ser 

que  soy  de  dos  hijos  padre. 

Apenas  entiendo  aquí 
a  cuál  más  amor  tendré, 
porque  si  aquél  engendré, 
aqueste  es  el  que  parí. 

Buscar  quiero  quien  declare 
la  confusión  en  que  estoy, 
porque  el  primer  hombre  soy 
que  puede  decir  que  pare. 

Mirad  lo  que  por  mí  pasa, 
que  no  es  fábula  o  quimera, 
pues  voy  a  parir  afuera 
y  mi  mujer  pare  en  casa. 

Porque  con  la  otra  estuve 
tan  junto,  que  no  sé  3-0 
de  cuál  de  los  dos  salió 
cuando  en  las  manos  le  tuve. 

Niño,  ¿qué  he  de  hacer  de  vos? 
Mi  niño,  habladme  y  llorad. 
Mas  vamos,  que  la  verdad 
siempre   la  descubre   Dios. 

(Vase,    y    sale    el    Príncipe    Lisardo    de    hortelano. 
LlSARDO. 
Frescos  jardines  y  verdes, 
retratos  del  eterno  Paraíso; 


JORNADA    PRIMERA 


471 


viento,  que  aquí  te  pierdes;  (i) 
fuentes,  que  hacer  podéis  bello  narciso 
al  más  robusto  y  feo 
con  el  cristal  que  en  vuestras  agua"*  ven. 

Jazmines,  de  quien  hurta 
un  ángel  bello  aquella  pura  nieve, 
como  de   aquesta  murta 
lo  verde  mi  esperanza,  que  se  atreve 
al  más  hermoso  cielo 
de  los  que  en  cifra  suya  tiene  el  suelo. 

Rosas  de  nácar  puro; 
maravillas  doradas  o  alelíes ; 
laurel  eterno  y  duro, 
granadas  esmaltadas  de  rubíes, 
azucenas  y   lirios, 
testigos  de  mis  ansias  y  martirios. 

Todos  estáis  diciendo 
que   soy  un  hombre  alegre  y  venturoso : 
el  agua  va  riendo, 
el  eco  me  responde  en  son  gozoso ; 
cuanto  aquí  el  cielo  pinta, 
todo  dice  que  gozo  de  Jacinta. 

Xo  hay  tórtola  casada 
en  estos  olmos,  donde  el  viento  suena, 
ni  cierva  fatigada 
de  correr  por  la'  siesta  en  el  arena 
que  ya  de  mí  se  espante: 
todos  saben  que  soy  dichoso  amante. 

Recógese  el  villano 
con  sus  pocas  ovejas  a  su  choza; 
sale  Febo  temprano, 
y  de  mirarle  y  de  salir  se  goza, 
y  al   fin,  donde  se  muda, 
aquél  me  mira,  el  otro  me  saluda. 

Yo,  de  todos  contento, 
con  mi  azadón  cultivo  estos  jardines, 
gozando  el  agua,  el  viento, 
los  lirios,  azucenas  y  jazmines; 
eco,  tórtola  y  cierva, 
pastores,  sol,  laurel,  rosas  y  hierba. 

(Entra  Rosania.) 

RosANiA.         Cual  [un]  rey  contento  estás, 
Cardenio  amigo. 

LiSARDO.  Sí  estoy, 

pues  siendo  el  hombre  que  soy 
soy  más  que  un  rey,  tanto  más, 
cuanta  (2)  envidia  a  reyes  doy. 


Si  aqueste  pobre  hortolano 
deste  huerto  soberano 
que   pisaron  tus   pies  hoy 

de  Jacinta  dueño  es, 
¿no  vence  el  poder  humano?; 
que  si  he  ganado  su  mano, 
no  puedo  perder  sus  pies. 

¿  Cómo  queda  aquella  en  quien 
queda  también  mi  esperanza? 

RosANiA.     N9  hay  sin  tormenta  bonanza, 
no  hay  sin  mal  seguro  bien. 

Lis.ARDO.         ¿Qué  dices,  Rosania  mía? 

¿Tristeza    hay    en    mi    alegría, 
en  mi  esperanza  mal  fruto, 
en  mi  herencia  triste  luto 
y  noche  en  mi  claro  día  ?  [esto  ? 

¿Qué  hay   de   Jacinta?   ¿Qué   es 
¿En  mi  Princesa  qué  has  visto? 
En  el  ángel  que  conquisto, 
¿qué  tiempo  (i)  la  mano  ha  puesto? 

RosANiA.      ¡  Qué  tarde  el  llanto  resisto  ! 

LiSARDO.         ¿Es  muerta  o  desengañada; 
que  mejor  diré  cansada 
de  que  no  soy  caballero? 
¿Ha  dado  a  su  padre  fiero 
la  palabra  antes  negada? 
¿Casóse  ya  mi  princesa? 

RosANi.\.      ¿ Qué  has  dicho  tú?  ¿De  quién  eres? 

Lis.\RD0.     ¡Extrañas  sois  las  mujeres! 

¿Agora,  al  fin  de  la  empresa, 
saber  mis   secretos  quieres? 
Cuando  entré  como  villano 
en  este  huerto,  es  muy  llano 
que  yo  jamás  me  atreviera 
«i  ella  ocasión  no  me  diera 
para  tomarla  la  mano. 

Dije  que  era  caballero, 
de  su  fama  enamorado, 
y    que   quise   disfrazado, 
por  ser  pobre  y  extranjero, 
ver  su  hermosura. 

RosANiA.  Has   errado. 

LiSARDO.         ¿  Cómo  ? 

RosANiA.  A  Cardenio  ha  pedido. 

LisARDO.      ¿Qué  es? 

Rosania.  Ya  el  Rey  la  ha  prometido 

al  rey  de  Escocia,  Leonardo, 
para  su  hijo  Lisardo, 
que  ya  de  España  es  venido. 


(i)     Así  en  el  original  maniiscrito.  En  el  impreso, 
'"prendes",   por   errata. 

(2)     Así  en  los  originales.   Quizá  "cuando". 


(i)     Así    en    los    originales:    "tiempo",    no    parece 
la  palabra  propia. 


472 


EL    MAYORAZGO    DUDOSO 


LlSARDO. 

ROSAXIA. 

LlSARDO. 

RoSAXIA. 

LlSARDO. 
RoSAXIA. 
LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 
ROSANIA. 

LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 

ROSANIA. 
LlSARDO. 

ROSANIA. 
LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 

ROSANIA. 


LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 
ROSANIA. 
LlSARDO. 


ROSANIA. 


LlSARDO. 


¿Venido?  No  puede  ser. 
i  Pero  qué  resulta  deso  ? 
Haber  ella  hecho  un  exceso 
de  desdichada  mujer. 
¡  Que  me  turbas  te  confieso  ! 

Dilo  presto;  ¿en  qué  te  tardas? 
Desmintiendo  tantas  guardas, 
anoche  sola  salió. 
¿Cómo?  ¿Es  ida  acaso? 

No. 
¿Qué  tiemblas?  ¿Qué  te  acobardas? 

Parió  y  volvióse;  esto  es. 
¿Y  el  niño? 

Dejóle  allí. 
¿Hay  tal  crueldad? 

Es  así; 
pero  cuípa  no  la  des. 
¿Pues  a  quién,  Rosania? 

A  ti. 
¡  Ah,  loco  Príjicipe,  triste, 
qué  engaño  en  tu  daño  hiciste  ! 
¿Cómo  Príncipe? 

Yo  soy 
Lisardo,  Rosania. 

Estoy. . . 
¿Qué  estás?  Yo  soy. 

¿'Que  tú  fuiste? 
Yo,  que  en  traje  de  hortelano, 
hice,  en  mi  daño,  este  enredo. 
Suspensa   en  oírte  quedo. 
Teniendo  el  bien  de  la  mano, 
turbó  la  esperanza  el  miedo. 
¿Por  qué  no  te  descubrías 
y  al  Rey  tu  mujer  pedías? 
Que  si  ella  hizo  este  error, 
fué  respeto  de  su  honor 
y  miedo  de  sus  espías. 

Vuestro  hijo  es  ya  perdido. 
¿Que  la  culpa  fui? 

¿Quién  duda? 
¿  Mi  bien  qué  dice  ? 

Está  muda. 
¿Adonde  su  parto  ha  sido? 
¿  Quién  o  cómo  le  dio  ayuda  ? 
¿  Podréla  ver  ? 

No  podrás; 
pero  el  hijo,  si  tú  vas 
con  las  señas  que  yo  sé, 
podrásle  hallar. 

¡  O  hallaré 
mi  muerte,  que  importa  más ! 
No  irá  tras  el  cazador 


parida  tigre  de  Hircania 
o  fiero  león  de  Albania 
como   seguir   a  mi   amor. 
Mi  prenda  hurtada,  Rosania, 
¿  cómo  fué  ? 
Rosania.  En  brazos  de  un  hombre 

que  Albanio  tiene  por  nombre 
y  está  con  Elora  casado. 
Fué  su  parto  acelerado. 
LlSARDO.     No  es  bien  que  tanto  me  asombre; 
que,  en  fin,  buenas  señas  son, 
y  aunque  no  sepa  la  calle 
luego  me  parto  a  buscalle; 
que  la  imán  del  corazón 
trae  seguro  que  le  halle. 

Como  el  Norte  tira  a  sí 
la  imán,  lo  mismo  hará  en  mí; 
o  cual  flor  de  tornasol, 
que  ve  donde  nace  el  sol. 
Quédate,  Rosania,  aquí. 
Rosania.        ¿No  piensas  mudar  vestido? 
LiSARDO.     En  traje  de  caballero 

hablar  este  Albano  quiero, 
y   de j  alie   agradecido 
de  voluntad  y  dinero. 
Dile  esto  mismo  a  mi  bien. 
Rosania.      Los    cielos   favor  te  den. 
LlSARDO.      Sí  harán,  que  es  justo  mi  ruego. 

iyase.) 

Rosania.     Tú   fuiste  tu  propio   fuego, 
por  no  querer  decir  quién. 

Pero  todo  tendrá  el  ifin 
que  un  justo  amoroso  exceso 
estando  en  balanza  el  peso. 
El  Rey  deciendc  al  jardín; 
yo  le  parlaré  el  suceso, 

que  albricias  de  todo  espero. 

{Sale  el  Rey  Evaxdro,  el  Duque  Ar.mindo  3^  el  Con- 
de  Aurelio.) 


Rey, 


Armindo. 


Rey. 


Aurelio. 
Rey. 


Dársela,  en  efecto,  quiero, 
que  es  el  príncipe  Lisardo 
un  caballero  gallardo, 
y  al  fin  de  Escocia  heredero. 

En  extremo  has  acertado: 
así  la  fama  le  pinta. 
En  carta  breve  y  sucinta 
respondo  al  Rey  que  le  he  dado 
reino,  corona  y  Jacinta. 

¡  Mil  años  el  yerno  goces  !     . 
Mis  vasallos  me  dan  voces; 


JORNADA    PRIMERA 


473 


ya  es  fuerza  de  hacello  así. 

¿Quién  es? 
Aurelio.  Rosania  está  aquí. 

RosANiA.      Yo.  señor;  ¿no  me  conoces? 
Rey.  ¿Sabes  lo  que  se  trataba? 

Rosania.      Algo,  señor,  he  sabido. 
Rey.  ¿  Qué  hay  de  Jacinta  ?  ¿  Ha  tenido 

algún  alivio?  Que  estaba 

de   su  acídente  afligido. 
Rosania.         Tu  vista  la  dio  la  vida. 

Mas,  ¿podré  a  solas  hablarte? 
Rey.  Retiraos  a  aquella  parte. 

(Apártanse.) 

Rosania.      Aunque  vergüenza  me  impida, 
quiero   su  mal  declararte. 

Rey.  ¿  Cómo  ? 

Rosania.  .  Escucha  un  poco. 

Rey.  ¿Transe  aquestos  de  aquí? 

Rosania.      Basta,  señor,  que  allí  estén. 

Rey.  ¿  Qué  te  turbas  ?  Habla  bien.  > 

Rosania.      Advierte. 

Rey.  Di. 

Rosania.  Digo  así. 

Como  los  yerros  de  amor 
yerros  dorados  se  llamen 
y  a  ningún  mortal  perdonen, 
por  ser  tan  gustoso  y  fácil, 
no  es  menester  prevenirte 
con  que  Alcides  y  Alejandre 
se  humillaron  de  rendidos, 
que  eso  tienen  los  amantes. 
Aquel  hortelano  humilde 
que  estas  murtas  y  arrayanes 
riega,   regala  y  aumenta, 
cubre  un  rey  con  pobre  traje; 
que  de  la  fama  y  el  rostro 
de  Jacinta,  cuya  imagen 
le  mostró  en  Ingalaterra 
un  gran  pintor  en  un  naipe, 
vino  disfrazado  a  vella, 
donde  dos  años  cabales 
ha  que  labra  este  jardín, 
monte  a  veces  de  pesares. 
Cómo  los  dijo  a  Jacinta 
sólo  estas  flores  lo  saben, 
que  aunque  yo  he  sido  testigo 
no  he  sido  en  los  gustos  parte. 
Anoche,  vertiendo  perlas 
de  los  ojos  celestiales, 
sus  yerros  a  mí  me  dijo 
sobre   el  balcón  del  adarve : 


"De  parto  y  muerte  me  aprietan 
a  un  tiempo  dolores  tales,  • 
que  habrán  de  acabarme  juntos 
si  a  un  tiempo  dos  almas  salen." 
Yo,  temblando,  entonces  dije: 
"Señora,  el  peligro  es  grande; 
pero  perderse  dos  almas, 
¿  en  qué  pecho  humano  cabe  ? 
Pues  en  palacio  parir 
es   escándalo  notable, 
y  para  cualquier  remedio 
parece  el  remedio  tarde...'' 
Como  ella  me  oyó,  volvióse 
al  cielo  diciendo:  "¡Oh,  padre, 
of endite;  adiós  te  queda!", 
y  hizo  muestras  de  arrojarse. 
Túvela,  y  asíme  della, 
y  el  cielo,  al  fin  favorable, 
nos  acordó  de  la  puerta 
que  sale  del  muro  al  parque. 
Bajamos,  y  ella  salió, 
diciéndome  que  la  aguarde; 
quedé  en  la  puerta,  de  quien 
ella  tuvo  entonces  llave ; 
'         fuese,  y  en  brazos  de  un  homtre 
que  pasaba  por  la  calle 
dejó  el  hijo,  aunque  sabiendo 
las  señas  más  importantes. 
Volvió  fingiéndose  enferma; 
y  como  yo  le  contase 
al  hortelano  el  suceso, 
con  afligido  semblante, 
"¡Ay  — dijo — ,  Príncipe  triste, 
la  tierra,  el  cielo  te  falte, 
pues  de  tu  engaño  la  culpa 
quieres  que  la  pague  un  ángel ! 
Yo  soy  Lisardo,  Rosania, 
que  el  Rey  heredero  hace 
de  su  reino;  y  con  Jacinta 
y  hoy  quiero  verle  y  hablarle." 
Partió  en  busca  de  su  hijo, 
y  yo  a  que  albricias  me  mandes 
del  yerno  que  agora  cobras 
y  del  nieto  que  te  nace. 

Rey. 

¿Púdome  el  cielo  dar  mayor  ventura 
que  darme  yerno  con  tan  mal  suceso? — 
¡  Aurelio  !  ¡  Armindo  ! 

Aukelio. 

Gran  señor,  ¿qué  es  esto? 


474 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Rey. 
Perdió  mi  honor  su  claro  nombre  antiguo: 
ya  se  quebró  el  espejo  de  mi  honra 
3'  se  mezcló  la  infamia  con  mi  sangre. 
jOh,    triste    Rey! 

Armindo. 

¿Qué  es  este,  excelso  Príncipe? 
¿Qué  palabras  son  éstas? 

Rey. 

i  Ay,  Armindo, 
palabras  son  nacidas  de  las  obras 
de  una  mujer  para  mi  mal  nacida! 

ROSANI.A. 

Si  yo,  señor,  tu  pena  imaginara, 
no  te, hubiera  contado. 

Rey. 

¡  Calla,  infame, 
que  haré  sacarte  esa  maldita  lengua ! 

Aurelio. 

Baja  la  voz,  que  hay  gente  que  te  escucha, 
y  dinos  la  ocasión  de  tanta  pena. 

Rey. 
No  debe  de  ser  nada;  cosa  es  fácil: 
no  es  menos  que  tener  vuestro  rey  nietc, 
hijo  de  un  hortelano  disfrazado. 

Aurelio. 
<^De  Cárdenlo,  por  dicha? 

Rey. 

¡  Bueno  es  eso  ! 
Este  mismo  es  el  príncipe  Lisardo, 
que  las  enemistades  de  su  padre 
quiere  vengar  quitándome  la  honra. 
¿Cómo?  ¡Qué  así  engañase  a  la  Princesa! 
¿  Cómo  ?  ¡  Que  anoche  una  Princesa  sola 
fuese  a  parir  a  la  primera  calle, 
y  allí  dejase  el  mal  nacido  hijo ! 

Armindo. 
Señor,  si  éste  es  el  Príncipe,  sosiega ; 
que  pues  para  afirmar  las  amistades 
de  Leonardo,  su  padre,  rey  de  Escocia, 
a  Jacinta  le  dabas  por  tu  gusto, 
mejor  podrás  agora  por  el  suyo, 
y  regalarte  con  el  dulce  nieto. 

Rey. 
¡  Calla,  infame  como  él !  ¡  Los  cielos  viven, 
que  el  hijo  y  él,  y  la  enemiga  hija. 


hoy  morirán ! 

Aurelio. 
Detente. 

Rey. 

i  Suelta,  Aurelio, 
que  a  todos  os  haré  quitar  la  vida ! 

(Vasc   el   Rey.) 

Aurelio. 
Resuelto  va.  ¿Qué  haremos? 

ROSANIA. 

Parte,  Armindo, 
y  aguárdale  a  esa  puerta  porque  no  entre, 
que  Aurelio  y  yo  daremos  a  Jacinta 
aviso  del  enojo  de  su  padre. 

Armindo. 
¿A  esta  puerta  del  jardín? 

ROSANIA. 

La  misma. 
Armindo. 
El  cielo  la  defienda,  o  a  lo  menos 
la  sangre  de  aquel  ángel  inocente. 

Aurelio. 
Pase  agora  el  primero  movimiento 
de  aquesta  furia  que  es ;  y  el  tiempo  allana 
ios  montes  altos,  bien  podrán  los  Jiombres. 

Armindo. 
¡  Hágalo  el  cielo  ! 

ROSANIA. 

¡  Oh,  lengua  !  ¡  Mas  qué  mengua 
no  viene  a  suceder  por  nuestra  lengua. 

(Vansc,   y   sale    el    PRÍ^■CIPE    Lisardo    en    hábito    de 
caballero,  j)  Albano  con  él.) 

Albano.  Todo  lo  tengo  entendido, 

y  creo  que   sois,  señor, 
el  Príncipe  referido; 
pero  a  vuestro  gran  valor 
sólo  una  merced  le  pido, 

Y  es:  que  por  haberse  muerto 
mi  hijo,  y  estar  incierto 
de  la  vida  de  mi  Flora, 
si  su  muerte  sabe  agora, 
viva  en  mi  casa  encubierto. 

Así  que  diré  que  es  mío 
mientras  ella  salud  cobra 
y  vos  vuestro  señorío. 


JORNADA    PRIMERA 


475 


LlSARDO, 


Alp.axo. 


LlSARDO. 


Albaxo. 


LlSARDO. 


Albaxo. 

LlSARDO. 


Albaxo. 


Para  que  lo  quiera  sobra 
ser  vos  de  quien  yo  le  fío. 

Pero,  ¿cómo  será  cierto 
que  el  vuestro  y  no  el  mío  es  muerto  ? 
Que  si  agora  me  desposo, 
es  mayorazgo  dudoso 
y  para  heredarme  incierto. 

En  un  altar,  en  un  ara 
fiel  juramento  haré, 
y  él,  creciendo,  en  talle  y  cara 
dirá  mejor  de  quién  fué, 
si  en  mi  lealtad  se  repara. 

Cuanto  más  que  yo  confío 
de  mi  amor  y  honor  profundo 
que  tuviera  a  desvarío, 
por  los  imperios  del  mundo, 
daros  3'o  el  hijo  que  ^s  mío. 

Vuestro  es,  sin  duda. 

Yo  os  creo, 
por  ser  caballero  honrado, 
y  creedme  que  deseo 
poneros  en  otro  estado 
si  en  el  que  espero  me  veo. 

Y  será  presto   imagino, 
porque  decir  determino 

al  Rey  que  Lisardo  soy. — 
¡  Ay,  cielos,  confuso  estoy ! 
Ese  es  más  breve  camino. 

•  Porque    si    Evandro    trataba 
dársela  a  Lisardo,  es 
lo  mismo  que  él  deseaba; 
no  tendrá  a  poco  interés 
saber  que  en  su  reino  estaba. 

Id  en  buen  hora,  señor, 
que  mientras  vuestro  valor 
es  de  Evandro  conocido, 
bien  es  que  tenga,  escondido, 
vuestro  heredero   tutor; 

que  os  doy  mi  fe  de  .guardalle 
como  mi  rey  verdadero, 
y  con  regalo  criallc. 
De  tan  noble  caballero 
es  justa  cosa  fialle. 

Y  en  fe  de  nuestra  amistad 
la  mano  y  brazo  me  dad. 
Que  me  deis  los  pies  es  justo. 
Alzaos,  que  trataros  gusto 
con  una  misma  igualdad. 

Tened  con  ese  ángel  cuenta, 
que  en  velle  me  representa 
el   rostro  del  mismo  abuelo. 
¿Qué  os  pareció? 


Albaxo. 
Lisardo. 


Albaxo. 


Lisardo.  ¡  Sol  del  cielo  ! 

Mucho  su  ser  me  contenta. 

Que  cuando  en  ver  encender 
mi  sangre,  en  viendo  su  cara, 
que  es  mi  hijo  no  mostrara, 
la  grandeza  de   su  ser 
lo  certifica  3^  declara. 

Al  Rey  pretendo  hablar  hoy, 
para  que  entienda  quién  soy. 
El  cielo  os  ayude. 

Albano, 
mi  alma  está  en  vuestra  mano. 

(Fase.) 

Mi  fe  de  guardarla  os  doy. — 

¡  Por  qué  camino  la  suerte 
quiere  que  a  tan  alto  estado 
.   mi   humilde   ventura   acierte, 
para    quedar    consolado 
de  aquella  temprana  muerte ! 
Quiera  y  lo  permita  el  cielo 
que  de  Lisardo  recelo 
se  pierda  con  mi  lealtad, 
pues  ser  su  hijo  es  verdad 
y  que  el  mío  cubre  el  suelo. — 

{Sale    Plácido.) 

¿Dónde,  Plácido? 
Plácido.  Salía 

a  buscarte. 
Albaxo.  •     ¿Cómo  están 

mi  Flora  y  la  prenda  mía? 
Plácido.      Uno  y  otro  muestran  dan 

de  salud  y  de  alegría 
Alb.\no.  ¿  Que,  en  fin,  no  ha  echado  de  ver 

que  es  su  hijo  el  que  enterramos? — 

¡  Oh,  'cielo,  quiero  creer 

que  aunque  muchos  os  miramos 

ninguno  os  sabe  entender! — 
¿  Está  muy  contenta  el  ama  ? 
Plácido.     Hoy  quiere  estarse  en  la  cama, 

por  no  ser  alegre  el  día. 
Alb.\no.       ¡  A  lo  menos  mi  alegría 

por  mis  ojos  se  derrama! 
¿  No  es  el  muchacho  gallardo  ? 
Plácido.     Admira  a  cuantos  le  ven. 
Albaxo.       ¿  Y  yo  de  verle  me  tardo  ? 
Plácido.     ¡  Qué  heredero  ! 
Albano.  Dices  bien : 

de  Jacinta  y  de  Lisardo. 


476 


EL    MAYOR-\ZGO    DUDOSO 


{Sale   NxSEo-j 

NlSEO. 
En  tu  busca  he  venido  sin  aliento. 
¡  Oh,  Albano,  de  tu  muerte  es  hoy  el  día ! 

Albano. 
¿Qué  me  dices,  Niseo? 

NlSEO. 

Estame  atento.- 
Agora  en  el  palacio  entrar  quería, 
cuando  de  mil   cuchillas  y  alabardas 
vi  que  la  guarda  en  guarda  se  tenía. 

,  Albano. 
Sí;  pero,  ¿por  qué  causa  te  acobardas? 

NlSEO. 

Porque  te  aguarda  miserable  muerte 
si  sólo  un  ipunto  en  la  ciudad  aguardas. 
Mietido  en  el  tropel,  en  iprisión  fuerte 
al  principe  Lisandro  llevan. 

Albano. 

¿  Cómo  ? 

NlSEO. 

A  Lisardo. 

Albano. 
¿  Por  qué  ? 

Niseo. 

La  causa  advierte. 
El  duque  Armindo,  Aurelio,  mayordomo, 
por  traidor  le  publican  y  tirano. 

A.lbano. 
¡  Tristes  sospechas  de  la  causa  tomo  ! 
Niseo. 
Y  dicen  que  en  poder  de  cierto  Albano 
un  hijo  suyo  está. 

Albano. 

Pues  no  prosigas. 
Niseo. 
Teme  del  Rey  la  vengadora  mano, 

que  a  gran  peligro,  tu  persona  obligas, 
que  quiere  el  Rey  matar  su  mismo  nieto, 
nacido,  al  fin,  de  sangres  enemigas. 

Albano. 

Ese  es  mi  Rey  legítimo,  en  efeto; 
hijo  es  de  la  Princesa,  que  es  su  hija, 
aunque  con  su  disgusto  y  en  secreto. 

Vasallo  noble  soy,  y  aunque  me  aflija 


su  furia  desigual,  guardalle  tengo, 
para  que  a  su  pesar  el  reino  rija. 

Soldado  soy,  y  si  en  el  mundo  vengo 
con  el  pendón  a  veces  por  la  escala 
y  a  mayores  peligros  me  prevengo ; 

si  el  fuego  arrojadizo,  pica  y  bala 
resisto,  defendiendo  una  bandera, 
porque  en  sus  armas  su  persona  iguala, 

con  su  nieto  en  la  mano  es  bien  que  muera, 
que  no  es  sus  armas,  sino  sangre  suya, 
y  que  resista  su  violencia  fiera. 

Con  él  es  justo  que  a  los  montes  huya, 
donde  pienso  llevalle  y  escondelle, 
o  ya  el  calor  o  el  hielo  me  destruya. 

Allí  quiero  crialle  y  defendelle,  ^ 

que  no  faltará  cueva,  como  a  Remo 
o  como  a  Ciro,  en  que  poder  metelle. 

Y  si  me  persiguiere  con  extremo 
y  dentro  de  su  pecho  no  le  escarba 
la  sangre  paternal,  que  helada  temo, 

será  este  campo  veinte  veces  parva, 
hasta  que  lo  que  agora  al  niño  cubra, 
candida  leche,  entonces  negra  barba, 

primero  que  me  vea  ni  descubra, 
si  supiese  con  el  de  Tile  a  Batro 
peregrinar,  cuanto  la  tierra  encubra. 

Con  cuatro  lustros,  veinte  años  son,  cuatro: 
3'0  volveré,  como  el  esclavo  a  Roma, 
a  ver  bramar  la  fiera  en  el  teatro. 

(Vase.) 

Niseo. 

Con  justa  causa  tal  empresa  toma.  ■ 

Plácido.  '   • 

Ir  quiero  a  ver  adonde  el  niño  lleva. 

Niseo.    - 

Cualquier  trabajo  la  paciencia  doma. 
Será  de  su  valor  heroica  prueba. 

{Salen  Armindo,   Aurelio,   Lisardo  y  guardas.) 

Armindo. 
Esto  pretende  el  Rey. 

Lisardo. 

¿  Pues  a  mí  preso, 
si  soy  el  mismo  yerno  que  él  elige? 

Aurelio. 
Castiga  tu  traición,  qué  fué  en  exceso, 
y  de  tu  padre  la  invención  le  aflige. 


JORXADA    PRIMERA 


477 


LlSARDO. 

¿  Piles  qué  ?  ¿  W\  padre  tiene  culpa  deso  ? 

Armindo, 
Ya  el  decreto  del  rey,  señor,  te  dije. 
¿  Quieres  tu  libertad,  si  la  Princesa, 
con  ser  su  sangre  y  alma,  queda  presa? 

LlSARDO. 

l-ügor  ha  sido,  o  fué  de  algún  privado 
traidora  envidia  decir  que  esto  ha  sido 
de  mi  inocente  padre  fabricado. 
]\Ias  él  tendrá  el  castigo  merecido, 
que  esto  ha  de  ser  rigor  de  padre  airado, 
que  con  el  tiempo  quedará  vencido. 
¿  Qué  han  hecho  el  niño  ? 

Aurelio. 

En  busca  van  del  niño. 

LlSARDO. 

Reinará,  si  otra  vez  espada  ciño. 
Armindo. 
Podrá  ser  que  no  quiera  el  Rey  matalle; 
pero  prenderte  a  ti  por  traidor  quiere, 
que  a  su  tierra  has  venido  a  deshonralle. 

LlSARDO. 

^Máteme  el  Rey  cuando  eso  verdad  fuere. 

Aurelio. 
En  esta  torre  manda  el  Rey  guardalle : 
al  Príncipe  le  di  que  no  se  altere. 

Armindo. 
Entrad,  señor. 

LlSARDO. 

j  Oh,  muerte,  que  ya  tardas  ! 
Armindo. 
;  La  cadena  está  aquí? 

Aurelio. 

Sí. 
Armindo. 

¡  Alerta,  guardas ! 

(J^anse,  y  salen  Alí,  Bexalhamar  y  Zayde,  de  moros.) 

Alí.  ¡  A  buen  tiempo  hemos  salido  ! 

Ben.  Xo  se  aleje  la  fragata. 

Zavde.        ¿  Queda  el  batel  bien  asido  ? 
Bex.  Sí,  que  es  la  puente  de  plata 

del  enemigo  vencido. 
Zayde.  Mientras  el  mar  no  se  aplaca, 


que  ya  parece  que  saca 
la  arena  que  toma  rica, 
con  un  pedazo  de  pica 
le  até,   fijando  una  estaca. 

Alí.  Si  un  hora  tarda  la  presa 

y  la  mareta  se  ensancha, 
y  aqueste  brazo  no  cesa, 
volved  al  banco  la  plancha, 
que  no  me  agrada  la  empresa. 
Que   ver   mi   Alima   parida 
dentro  del  mar,  y  ver  muerta 
mi   hermosa   prenda   nacida, 
¡  tengo  la  ventura  incierta 
y  la  esperanza  perdida ! 

Bex.  Paso,  que  hay  gente  en  la  playa; 

tened  ojo   a  la  atalaya. 

Zayde.        Un  solo  cristiano  es. 

Bex.  Miralde  bien  a  los  pies; 

no  hayáis  miedo  que  se  os  vaya. 

'    {Sale    Albano    con    el    niño.) 
Albano. 
Niño  inocente,  que  el  rigor  tirano 
de  otro  segundo  Herodes  vais  huyendo, 
con  vuestra   luz   y  vuestro   paso   haciendo 
la  noche  clara  y  el  camino  llano 

rogad  al  cielo,  aunque  no  sois  cristiano, 
con  esas  perlas  que  lloráis  riendo, 
que  se  duela  de  vos,  que  hasta  El  entiendo 
llega  ese  llanto  y  esa  tierna  mano. 

Hijo  sois  de  mi  propio  entendimiento; 
con   la  imaginación   os  he   engendrado, 
y  asi,  por  defenderos,  hijo,  muero. 

Por  calor  os  daré  mi  propio  aliento; 
si  os  falta  leche  en  este  despoblado, 
con  propia  sangre  sustentaros  quiero. 
Alí.  Detente,  cristiano. 

Albano,  ¡  Oh,  ciclo  ! 

¿Esto  esperaba  de  ti? 
Bex.  ¡  Date,  perro  ! 

Albano.  Sólo  a  mí 

me   faltarán  cielo  y  suelo.  • 

i  Ángel  mío,  que  por  vos 
no  me  fuera  el  cielo  humano  ! 
^las  no  sois  ángel  cristiano, 
y  por  eso  os  falta  Dios. 
Zayde.  '  ¿  Qué  armas  traes  ? 

Albano.  Esta   espada 

y  este  escudo,  aunque  no  ha  sido 
tal  que  me  haya  defendido, 
que  es  de  pasta  delicada. 
Ben.  ¿  Cómo  escudo  ? 


478 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Albano.  Un  niño  es. 

Zayde.         ¿Pues  dónde  ibas  así? 
Albano.       Busqué  un  ama  por  aqtií, 

y  hallé  los  amos  que  ves; 
que  una  señora  parió 

camino  de  aquesta  aldea. 
Ben.  Cautivo  el  cristiano  sea, 

pero  el  niño,  inútil,  no. 
Arrojalde  por  ahí. 
Albano.       ¡  Xo,  por  Dios,  que  es  crueldad ! 

A  su  inocencia  mirad: 

él  viva  y  matadme  a  mí. 
Alí.  Paso,  que  Alima,  parida, 

por  dicha  holgará   con  él. 
Albano.       ¿Hay  mujer  en  el  batel? 
Alí.  De  un  hijo  muerto  afligida. 

Albano.  Pues  llevadle,  que  él  es  tal, 

que  la  obligará  a  crialle. 
Alí.  Por  Alá,  que  he  de  llevallc, 

que  este  es  hombre  principal. — 
Camina. 
Albano.  Vamos. — ^Si   al  cabo 

ha  de  tomar  esta  ley, 

muera  cristiano  y  rey, 

y  no  de  un  alarbe  esclavo. 


JORNADA  SEGUNDA 


(Salen   LuzMÁA-,   vioro  y   Alifa,   mora.) 


LUZMÁN. 

Alifa. 


LuZMÁN. 


Alifa. 


LuZMÁN. 


Alifa. 


Siempre  se  aumenta  el  quererte. 
Por  el  divino  Alcorán, 
quererte  pienso,  Luzmán; 
pero  no  pienso  creerte. 

Pues  créeme  y  no  me  quieras, 
que  Amor  se  agravia  de  ti. 
Después  que  el  alma  te  di, 
tengo  por  burlas  tus  veras; 

que  quien  las  tiene  en  querer, 
siempre  está  desconfiado ; 
que  el  que  no  está  enamorado 
todo  lo  suele  creer. 

Es  vana  desconfianza 
tenerla  de  tu  valor, 
en  que  se  funda  el  amor 
cuando  le  falta  esperanza. 

No  vive  mi  voluntad 
de  tu  fe  desesperada, 
pero  está  desconfiada 
de  que  me  trata  verdad. 


LuzMÁN.         Por  el  sol,  que  de  esas  trenzas 
toma  luz,  cuando  en  tu  frente, 
como  en  su  divmo  oriente, 
salir  al  mundo  comienza, 

y  por  la  estrella  más  clara 
que  en  el  ocaso  parece, 
con  la  envidia  que  le  ofrece 
el  resplandor  de  tu  cara, 

y  por  la  luna,  al  instante 
que  está  llena  de  luz  pura, 
si  humillada  a  tu  hermosura, 
que  es  luna  en  que  no  hay  menguan- 

por  todos  los  elementos;  [te; 

por  el  mismo  Alá,  mi  autor, 
que  es  verdadero  mi  amor 
y   honestos   mis   pensamientos. 

A  Constantinopla  fui 
del  Rey  de  Oran  enviado; 
al  gran  señor  presentado, 
a  quien  diez  años  serví. 

Agora,  Alifa,  me  envía 
para  que  sil  reino  herede, 
si  alcanzar  su  vejez  puede 
la  tierna  mocedad  mía. 

Y  así,  cual  príncipe  estoy 
con  el  de  Oran,  donde  he  visto 
esa   verdad   que   conquisto 
con  el  alma  que  te  doy. 

No  tendré  la  variedad 
de  mujeres  que  otros   reyes, 
porque   esas  bárbaras  leyes 
carecen  de  alma  y  verdad. 

Quiero,  mi  bien,  sola  una; 
que  un  hombre  que  a  serlo  viene, 
si  tantas  mujeres  tiene 
no  tiene  amor  a  ninguna. 
Alifa.  Si  a  la  fe  de  tus  palabras 

correspondiesen  tus  obras, 
un  alma  de  cera  cobras, 
que  no  es  diamante  el  que  labras; 

y  al  fin  te  quiero  creer, 
que  no  es  que  la  fama  nombre 
un  hombre,  siendo  tan  hombre, 
el  triunfo  de  itna  mujer. 

A  tu  talle,  a  tu  valor, 
a  tus  palabras  y  hazañas 
se  han  rendido  las  entrañas, 
donde  jamás  cupo  amor. 

No  cuando  el  reino  heredaras; 
mas  cuando  un  esclavo  fueras, 
en  el  alma  entrar  pudieras 
y  la  misma  puerta  hallaras. 


JORNADA    SEGUNDA 


479 


{Entra  Albano,  'de  viejo  y  de  cautivo,  y   un   Moro 
maltratáaidole.) 

Moro.  ¡  Si  esta  vez  vivo  te  dejo, 

el  brazo  me  ha  de  faltar ! 

Albano.       ¿Pues  qué  jornal  te  ha  de  dar 
un  hombre  caduco  y  viejo? 

Un  día  con  otro  día, 
moro,  no  te  basta  mi  real, 
gastado  el  mayor  caudal 
de  la  edad  florida  mía. 

¡  Por  Alá,  por  mi  señora, 
no  hieras  el  cuerpo  triste; 
pues  del  oro  te  serviste, 
sírvete    del   hierro    ahora! 

Bien  pienso  que  has  desquitado 
el  precio  que  te  costé. 
¿  Qué  quieres   ya  que   te   dé 
un  viejo  esclavo  cansado? 

Moro.  ¡  Oro  ha  de  ser,  que  no  hierro, 

vuestra  edad,  perro  ei\emígci! 

Aleano.       Si   soy  perro,  haz  tú   conmigo 
lo  que  el  dueño  de  algún  perro; 

que  si  supo  bien  cazar 
y  viejo  le  viene  a  ver, 
le  manda  dar  de  comer 
y  le  deja  descansar. 

i  Ah,  moro   infame,   inhumano  ! 
¿Qué  miras?  ¿Caúsate  enojos.'- 
Vánseme,  Alifa,  los  ojos 
a  cualquier  hombre  cristiano. 

¿  Pues  qué  tienes  tú  con  ellos  ? 
Es,  Alifa,  inclinación 
que  a  querer   esta  nación 
me  lleva  por  los  cabellos. 

Cuando  ya  en  Alá  no  creas, 
pues  por  Zayde  no  te  allanas, 
ten   vergüenza   de  estas    canas, 
así  con  ellas  te   veas. 

Los  cielos   mi   ruego  aceten 
y  que  a  ser  tan  viejo  vengas, 
para  que  cuando  las  tengas 
los  mancebos  te   respeten. 

Moro.  ¡Cristiano  lamentador, 

hoy  te  tengo  de  matar ! 

LuzMÁN.     ¡Quiérole,   Alifa,    quitar 
la  vida ! 

Alifa.  Espera,  señor. 

LuzMÁN.        Este  viejo,  Alifa  mía, 
está  de  palacio  al  paso 
trabajando,  y  cuando, paso 
llora  de  tierna  alegría. 
Suélese  echar  en  el  suelo 


LuZMÁN. 

Alifa. 
LuzMÁN. 

Alifa. 

LuZMÁN. 


Albaxo. 


Moro. 
LuzMÁN. 
Moro. 
Albano. 

LUZMÁX. 

Albano. 
LuzMÁN. 
Albano. 

LüZMÁN. 

Albano. 

LuZMÁN. 

Moro. 

LUZ^MÁN. 


Albano. 

LuZMÁN. 


Moro. 


LuZMÁN, 

Moro. 

Luzalán. 

Albano. 


para  que  pase  por  él, 

y  cuando   me   aparto   dél, 

le  pide  mi  vida  al  cielo. 

Aunque  la  guarda  le  mate 
siempre  a  besarme  el  pie  viene; 
pues  si  tanto  amor  me  tiene, 
¿sufriré  que  le  maltrate? 

Fuera  de  que   esta  humildad, 
cuando   el   alma  le   contempla, 
mi  mora  fiereza  templa 
de   una   cristiana   piedad. 

En  ella  su  amor  me  escarba; 
sin  esto,  a  obligarme  viene 
porque  es  viejo  y  porque  tiene 
aquella  presencia  y  barba. — 

¡  Ah,  moro ! 

¡  Luzmán    famoso ! 
¿  Es  tuyo  este  esclavo  ? 

Y   tuyo. 
Vuestro  sí,  aunque  soy  suyo, 
y  en  serlo  por  vos  dichoso. 

¿  Tú  por  mí  ? 

Por  vos. 

¡  No   hay   tal ! 
Dadme  a  besar  esos  pies. 
Alza  del   suelo. 

Después. 
¿  Por  qué  le  tratabas  mal  ? 

¿  Qué  te  ha  hecho  ? 

Hame  servido 
veinte   años. 

¿Y  en  tantos  años, 
sus  servicios  a  sus  daños 
libertad  no  ha  merecido? — 

¿De  dónde  eres? 

De  Dalmacia. 
Dame  este  esclavo,  Ismael; 
daréte  un  mozo  por  éB 
de  extremado  talle  y  gracia, 

y  es  mozo  y  hombre  robusto. 
Este  y  cuantos  yo  tuviere, 
que  mi  obligación  no  quiere 
más  interés  que  tu  gusto. — 

Quédate,  cristiano,  aquí, 
que  bien  mejoras  de  dueño. 
Mi  fe  por  la  paga  empeño. 
¡  Alá  te  guarde  ! 

Y  a  ti.—  ' 

Ya  eres  mío. 

¿iCuándo  no? 
¡  Sabe  Dios  cuánto  este  día 
con  lágrimas  le  pedía ! 


480 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


LUZMÁN. 

Albano. 

LuZMÁN. 


Alifa. 


LuZMÁN. 

Albano. 
LuzMÁN. 
Albano. 

LuZMÁN. 

Albano. 


LUZML^N. 

Albano. 
LuzMÁN. 
Albano. 

LUZ]VL\N. 


Albano. 


LuZMÁN. 


Albano. 

LuZMÁN. 

Albano. 
LuzMÁN. 
Albano. 

LuZMÁN. 

Albano. 

LuZMÁN. 

Albano. 

LuZM^N. 


¿■Que  te  obligo  a  llorar  yc^" 
Si  acaso  solo  lestuvieras, 

yo  lo  dijera,  señor. 

Mi  Alifa,  por  mi  amor, 

si  mi  afición  consideras, 
me  dejes  un  rato  aquí 

hablar  con  este  cristiano, 

que  no  es  su  piedad  en  vano." 

¡  'Guárdete  Alá  más  que  a  mí ! 

(Vasc.) 

Padre,  no  llores;  ¿qué  has? 
¿  Padre,  señor,  me  has  llamado  .^ 
Sí,  porque  eres  viejo  honrado. 
¿Por  viejo  honrado  no  más? 
Pues,  ¿por  qué? 

Porque  a  estas  manos 
debes,   señor,  esa  vida ; 
aunque  es  por  ellas  traída 
entre  alarbes  inhumanos. 
¿  Tú  a  mí  ? 

Yo  a  ti. 

¿De  qué  modo? 
¿  Sabes  quién  eres? 

Yo  no; 
que  el  Rc}'  de  Oran  me  crió, 
llamándome  el  remo  todo 

su  hijo,  siendo  rapaz, 
y  después  el  gran  señor; 
hasta  agora,  que  el  valor 
Üe  hombre  me  ha  hecho  capaz 

de  tomar  la  posesión 
a  que  agora  a  Oran  me  envía. 
Otra  más  justa  pedía 
tu  primera  inclinación. 

Ni  de  Zaydán  eres  hijo, 
ni  eres  moro  natural 
¡  De  que  me  hayas  dicho  tal, 
me  .espanto  y  me  regocijo  ! 

Buen  viejo,  prosigue,  pues; 
da  luz  a  mí  noche  escura. 
¿Tienes   amor,   por  ventura, 
a  los  cristianos  que  ves  ? 

Téngoles  notable  amor. 
Pues  sabe  que  eres  cristiano. 
¿  Qué  dices  ? 

Lo  que  es  muy  llanof 
¿Yo  cristiano? 

Sí,  señor. 
¿Cómo  en  esta  ley  estoy? 
Verdad  es  lo  que  te  digo. 
¿Yo? 


Albano.  Tú,  pues. 

LuzMÁN.  Cristiano  amigo, 

¿por  qué  camino  lo  soy? 

Que  aunque  pierda  estos  tesoros, 
más  quiero  ser  por  mis  manos      \ 
el  más  vil  de  los  cristianos, 
que  el  más  noble  de  los  moros. 

Albano.  Sabrás,  generoso  mozo, 

que  Dios  encamine  y  guarde 

por  la  sangre  que  le  cuestas, 

que  al  fin  le  cuestas  la  sangre, 

que  entre  la  Escocia  y  Dalmacía 

hubo   las   enemistades 

que  un  tiem;po  entre  Grecia  y  Troya, 

en  arma  y  la  fuerza  iguales; 

en  cuya  sazón,  Lisardo, 

mozo  heredero  arrogante 

de  Leonardo,  rey  de  Escocia, 

por   manos  del  Condestable 

de  la  Infanta  de  Dalmacía 

un  retrato  vio  en  un  naipe, 

de  cuya  rara  belleza 

enamorado  se  parte,  ^ 

diciendo   que   a   España   iba, 

a  Dalmacía,  donde  en  traje 

de  hortolano  tosco  sirve 

en  los  jardines  del  parque, 

donde  con  industria  suya, 

hermosura,  gracia  y  talle, 

gozó  la  bella  Jacinta, 

hija  del  Rey;  y  tu  madre, 

llegado  del  parto  el  día, 

de  noche  en  secreto  sale, 

donde  hallándome  a  mí  solo 

casi  en  mis  brazos  te  pare. 

Llévete  a  mi  casa,  triste 

de  que  no  te  maltratase 

una   hermosa   mujer, 

en  creer  mentiras  fácil; 

terrible  por  condición, 

que  si  lo  son,  bien  lo  sabe 

el  que  lucha  con  sus  celos 

noches,  mañanas  y  tardes; 

pues  ¡  ay  del  si  le  aborrece 

y  sufre  sus  disparates : 

la  casa,  y  jio  el  casamiento, 

sobre  la  cabeza  trae ! 

Hallé,   en  fin,  que  ella  paría; 

di  orden  que  te  criasen; 

murióseme  el  hijo  mío, 

y  tú,  que  es  justo,  quedaste. 

Supo  el  Rey  todo  el  suceso; 


JORNADA    SEGUNDA 


481 


puso  a  los  dos  en  la  cárcel; 
yo,  con  temor  de  tu  muerte, 
librarte  quise   y  librarme; 
y  por  huir  de  otro  Herodes, 
no  porque  a  Dios  te  compare, 
convertíme   a   otro   José, 
de  la  inocencia  de  un  ángel. 
Ibame  a  los  altos  montes 
cuyos  pies  el  mar  combate, 
sembrando  entre  hierba  y  robles 
conchas,  nácar  y   corales. 
Buscaba  chozas   humildes, 
porque  allí  mezcladas  yacen, 
de  pastores  y  vaqueros, 
cabanas,  ganado  y  naves; 
porque  en  una  orilla  misma 
suelen  tender  a  secarse 
las  mismas  mojadas  redes 
donde   las   ovejas   pacen. 
Mientras  yo  miraba  atento 
entre   los   altos   jarales 
adonde  el  humo  me  diese 
de  gente  indicio  bastante, 
llegó  una  escuadra  de  moros, 
y  preso,  sin  escucharme, 
a  la  mar  me  llevan,  donde 
temiendo  que  te  matasen, 
sus  saladas  aguas  tomo, 
fingiendo  querer  lavarte, 
aunque  lágrimas  tenía, 
como  las  lágrimas  basten; 
y  diciendo  entre  los  dientes 
las  palabras  principales, 
de  los  brazos  te  me  quitan, 
y  sirvo  al  banco  de  lastre. 
Dióte  su  leche  una  mora, 
y  tan  bello  te  criaste; 
que  el  Rey  te  compró  pequeño, 
y  lo  demás  ya  lo  sabes. 
Yo  vine  a  poder  de  un  moro 
cuyo  hijo  es  este  alarbe, 
donde  lloro   tus  desdichas, 
que  para  las  mías  ya  es  tarde. 
Vuelve,    famoso    mancebo, 
los  ojos  a  tales  padres, 
y  primeramente  a  Dios, 
a  quien   obligado   naces. 
Rey  eres  de  un  grande  reino; 
intenta,  señor,  cobralle, 
y  si  está  tu  padre  preso 
dale  esa  vida  en  rescate : 
esta  es  hazaña  más  noble 


que  servir  los  otomanes. 

Déte  vida  el  alto  cielo 

para  que  su  empresa  acabes. 

LuZMÁN. 

¿Posible  es  que  yo  sea  Rey  cristiano, 
y  que  tengo  mi  padre  preso  ?  ¡  Oh,  cielo ! 
¿  Cómo  es  tu  nombre,  padre  mío  ? 

Albano. 

Albano; 
no  en  vano,  si  te  vuelvo  al  patrio  suelo. 

LuzMÁN. 
¿Que  eso  hizo  el  dalmacio.  Rey  tirano, 
y  que  a  mi  padre  no  libró  mi  abuelo? 

Albano. 
No  sé,  por  Dios;  que  andando  en  esta  guerra, 
jamás  nueva  he  tenido  de  mi  tierra. 

LuZMÁN. 

¡  Artífice  del   cielo,  mar  y  mundo, 
si  os  puede  hablar  un  ignorante  moro, 
doleos  de  mí,  que  estoy  en  un  profundo 
de  confusión,  donde  sin  culpa  moro ! 
Padre  segundo  mío,  y  no  segundo, 
sino  primero,  ya  que  a  Dios  adoro, 
que  es  el  que  es  Dios,  ¿qué  haré  para  el  remedio 
de  los  peligros  de  que  estoy  en  medio  ? 

Si  me  muriera  yo,  ¿de  mí  qué  fuera? 
Y  ya  que  vivo,  ¿qué  he  de  hacer,  Albano? 

Albano. 
En  este  Dios,  que  es  Dios,  espera, 
que  desde  el  cielo  te  dará  su  mano. 
Es  mi  consejo  y  voluntad  primera 
que  te  encomiendes,  como,  al  fin,  cristiano, 
a  aquella  reina  y  madre  de  Dios  Hombre. 


¿  Es  María  ? 


Esa  es. 


LuZMÁN. 

Albano. 

LuZMÁN. 

¡  Bendito  nombre  ! 
Encomiéndome  a  ella,  y  le  encomiendo, 
padre,  el  discurso  de  mi  triste  vida. 

AtBANO. 

Aquí  en  este  papel  darte  pretendo 
su  imagen,  de  nosotros  conocida, 
que  de  un  cautivo  heredé  muriendo, 
que  es  su  hermosura  al  cielo  preferida. 

31 


482 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


LUZMÁN. 

¿Es  ésta,  padre?  Con  temor  la  toco. 

Albano. 
Esta  es,  señor. 

LuZMÁN. 

Déjame  hablarla  un  poco. 
(Toma  la  imagen.) 

Señora,  no  os  conozco,  y  por  deciros 
lo  que  suelen  los  hombres  olvidados 
de  los  amigos  otro  tiempo  hablados, 
no  os  conozco  si  no  es  para  serviros, 

y  a  esite  Niño  ya  vos  quiero  pediros,  • 
pues  dicen  que  anduvisteis  desterrados, 
y  por  lo'  que  os  parecen  mis  cuidados 
os  mueven  mis  deseos  y  suspiros. 

Pues  que  luna  tenéis,  doleos  de  un  moro ; 
pues  corona  tenéis,  haced  mercedes, 
y  tú.  Niño,  que  abrazas  a  tal  madre. 

Niño  fui  tuyo,  que  me  hurtaron  lloro; 
perdíme;  hállasme  tú,  y  llevarme  puedes 
por  el  letrero  a  ti,  que  eres  mi  padre. 
Albano.  Ya  con  esa  luz,  Luzmán, 

el  cielo  te  dará  luz. 
Aquí  viene  el  Rey  ide  Oran. 

(Sale   el   Rey   de   Oran,   moro,   y   Otomán.) 

Rey.  ¿y  qué  dice  ese  andaluz 

del  rey  cristiano,  Otomán? 

Otomán.  Que  defiende  sus  fronteras, 

y  que  en  todas  las  riberas 
de  Valencia  y  Cataluña 
pica  yegua  y  lanza  empuña 
y  enarbola  sus  banderas. 

Rey.  Ya  no  hay  que  terrier  de  España. 

¡  Oh,  Luzmán ! 

Luzmán.  ¡  Rey  y  señor  ! 

Rey.  ¿Quién  es  el  que  te  acompaña? 

Luzmán.      Es  por  quien  hoy  mi  valor 
intenta  una  grande  hazaña. 

Rey.  ¿  Cómo  así  ? 

Albano.  No  digas  nada. 

t^uzMÁN.      Dame  pena  ver  la  espada 
que  el  ocio  vicioso  envaina 
en  la  afeminada  vaina 
y  con  guarnición  dorada. 
Hoy  dejaré  tu  palacio, 
que  una  vez  las  paces  rotas 
no  es  justo  admitir  espacio; 
iré  con  diez  galeotas 
discurriendo  el  mar  Dalmacio, 


donde  aqueste  me  asegura 
que  puedo  probar  ventura 
y  hacer  una  rica  empresa. 

Rey.  i  Digna  es,  Luzmán,  tal  empresa 

de  quien  tal  fama  procura ! 

¿Llevas  aquese  cristiano 
por  guía? 

Albano.     .  Yo  voy,  señor, 

a  dalle  un  reino  en  la  mano, 

Luzmán.     Tiene,  aunque  viejo,  valor; 
por  él  hasta  el  cielo  gano. 
Como  por  padre  le  llevo, 
porque  de  un  César  mancebo 
puede  ser  otro  Catón. 

Rey.  ¡  Extraña  es  tu  inclinación  ! 

Luzmán.      Hago,  señor,  lo  que  debo. 

Rey  Apenas  gozas  la  paz 

de  aquesta  tu  amada  tierra, 
ocio,  descanso  y  solaz, 
cuando  en  volver  a  la  guerra 
estás,  Luzmán,  pertinaz. 

¿Tan  poco  quieres  que  goce 
quien  sólo  te  reconoce 
por  hijo,  que  ya  te  vas? 

LuzívL^N.     Como  el  águila  serás 

cuando  sus  hijos  conoce. 

Que  si  es  la  guerra  el  crisol 
y  con  el  freno  español 
la  tiene  tan  fiera  y  dura, 
el  que  imitarte  procura 
señal  es  que  mira  al  sol. 

Rey.  Pues  alto ;  emprende  tu  fama, 

y  donde  tu  gran  fortuna 
tu  buen  nacimiento  llama, 
ve  sin  resistencia  alguna 
de  quien  te  adora  y  te  ama. 
Las   fragatas  despalmadas 
que  están  en  la  orilla  echadas 
vuelvan  a  tomar  los  remos; 
cúbranse  bordes  y  extremos 
de   flámulas   encarnadas. 

Levántense  de  las  boyas 
los  ferros,  que  si  tú  apoyas 
su  gente  y  bisónos  viles, 
mejor  que  Ulises  y  Aquiles 
podrás  conquistar  mil  Troyas. 

Escoge   entre  mis   cristianos 
los  remiches  y  espalderas 
de  buenos  brazos  y  manos 
y  los  soldados  que  quieras, 
berberiscos  y  africanos. 

Llegue  el  combate,  ¿qué  tardas?. 


JORNADA    SEGUNDA 


48Í 


y  surquen  el  mar,  ¿qué  aguardas?, 

de    clarines  y   sordinas, 

unas  con  velas  latinas 

y  otras  con  velas  bastardas. 

Que  cuando  dellas  le  bordes, 
vuelto  con  triunfo  a  su  playa 
y  donde  a  sus  muros  bordes, 
haré  que  otras  fiestas  haya 
entre  tus  salvas  discordes. 

LuzAiÁN.         Tanto   gusto   de   escuchallo, 
que  ya  su  espuma  me  ofrece 
el  orgullo  de  pensallo, 
como  el  amor  cuando  crece 
o  con  el  freno  el  caballo. 

Dame  tu  mano,  e  iré 
a  prevenir  lo  que  importa. 

Rey.  Mano   y   brazo   te   daré, 

y  sea  tu  vuelta  corta. 

Luz:nláx.      Tarde  o  nunca  volveré. 
Albano   amigo,   primero 
verme  con  Alifa  quiero. 

Alb.\xo.       Quien  a  María  quiere  y  ama 
no  ha  de  buscar  otra  dama 
■si  es  amante  verdadero. 
Allá  tu  igual  buscarás, 
con  quien  casarte  podrás. 

LuzMÁN.     Pues,  padre,  en  todo  me  guía. — 
Perdonad,  Señora  mía, 
que  no  os  ofenderé  más. 

(l'ase  LuZMÁN  y  Albaxo.) 

Otomáx.  ¡  Orgulloso  parte  ! 

Rey,  ¡  El  cielo 

de  mis  ojos  ya  le  aparte ! 

Otomán.      ¿  Siénteslo  ? 

Rey.  ¡  Que    me    desvelo  ! 

Otomán.      Mucho  le  amas. 

R£Y.  Oye    aparte, 

y  lo  que  siento  dirélo. 

El  gran  señor  le  ha  enviado 
a  Luzmán  a  que  me  herede, 
y  aunque  le  soy  inclinado 
siempre  en  el  mundo  sucede 
que  se  aborrece  lo  amado. 

Este  aguarda  a  que  yo  muera, 
y  3'0  no  dudo  que  quiera 
acortar  mis  días  pocos, 
por  consejo  de  otros  locos, 
de  quien  su  favor  espera. 

Con  este  miedo,  es  mi  intento 
matarle,  y  así,  Otomán, 
te  quiero  hacer  instrumento 


de   la  muerte  que   le  dan 
las  manos  del  pensamiento. 

Ve  con  él,  y  cuando  veas 
que  en  tierra  cristiana  salta, 
recoge  a  los  que  deseas 
y  engólfate  en  la  mar  alta, 
porque  así  su  muerte  veas. 

Y  en  viéndole  los  cristianos 
me  vengarán  con  sus  manos 
desta  sombra  que  me  sigue, 
sin  que  este  reino  me  obligue 
a   sufrir   reyes   tiranos; 

que  mejor  tú  lo  serás 
cuando  llegue  la  ocasión 
que  un  genízaro,  a  quien  vas 
a  matar,  con  la  razón 
de  que  la  vida  me  das. 

Si   se   sabe  cuando  vengas, 
no  hay  disculpa  que  no  tengas. 
¿Qué  respondes,  Otomán? 
Otomán.      Que  no  hay  más  vida  en  Luzmán 
de  cuanto  el  partir  prevenga. 

Parta,  que  verás  la  prueba 
del  pecho   leal  que   tratas 
antes  que  a  tu  mal  se  atreva. 
Rey.  Yo  haré  cargar  las  fragatas 

y  al  alba  tocar  a  leva. 

Finge  regocijo  y  salva, 
y  no  aguardes  a  la  calva 
de  la  ocasión  con  Luzmán. 
Otomán.      No  hayas  miedo  que  en  Oran 
vuelva  a  ver  la  luz  del  alba. 

{Vansa  y  sale  el  Rey  Evandro,  el  Duque  Armixdo, 
y    el    CoxDE    Aurelio.) 

Armindo. 
Esta  carta,  señor,  el  Rey  te  envía. 

Rey. 
Arrogante  le  tiene  esa  Vitoria. 
Pero,  ¿por  qué  razón  vive  arrogante, 
si  en  veinte  años  que  sustenta  guerra 
no  ha  podido  cobrar  su  amado  hijo? 

Akmindo. 
Ya  parece,  señor,  injusta  cosa 
que  tantos  años  tengas  a  Lisardo 
en  tan  dura  prisión,  y  que  te  cueste 
tantas  vidas  y  sangre  de  vasallos 
que  tu  reino  defienden  de  su  padre. 

Rey. 
Morirá  en  la  prisión,  nadie  lo  dude; 


484 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


que  mal  satisfará  de  un  rey  la  honra 
concierto  alguno,  pues  cualquier  partido 
será  por  fuerza  de  mi  pai^te  infame ; 
pues  casalle  ya  veis  que  yo  no  puedo, 
respecto  de  que  ya  Jacinta  vive 
reclusa  en  un  descalzo  monasterio. 
Si  viviera  su  hijo  así  en  el  mundo, 
del  y  de  Albano  se  supieran  nuevas, 
por  tener  de  mis  reinos  heredero 
a  su  padre  traidor  dejara  libre. 

Armixdo. 
Bien  puedes,  si  tú  quieres,  a  la  Infanta 
poner  en  libertad,  pues  fué  por  fuerza 
la  reclusión,  y  por  tu  enojo  sufre, 
y  casarla  de  nuevo  con  Lisardo, 
que  aún  puede  ser  que  el  piadoso  cielo 
te  dé  nietos  dichosos  que  te  hereden. 

Rey. 
¡  Nadie  me  hable  más,  nadie  me  enoje, 
Lisardo  ha  de  morir  en  esa  cárcel ! 
Y  ya  que  el  fiero  padre  se  le  acerca, 
soberbio  de  que  ha  entrado  por  Dalmacia, 
cosa  que  no  ha  podido  en  veinte  años, 
dóblense  las  guardas  de  la  torre 
y  la  comida  se  le  dé  por  onzas, 
y  prevéngase  luego  nuevo  ejército, 
que  dé  socorro  al  que  salió  vencido. 

Aemindo. 

i  Los  cielos,  gran  señor,  tu  pecho  muevan, 
que  admira  hasta  las  piedras  tu  dureza, 
porque  las  de  la  torre  se  enternecen 
escuchando  las  quejas  de  Lisardo! 

Rey. 
¿No  os  digo  que  calléis?  Leed,  Armindo, 
la  carta  de  su  padre. 

Armindo. 

Así  te  escribe: 

"A  ti,  Evandro,  el  más  duro  de  los  hombres, 
el  más  triste  de  todos  te  suplica 
para  que  rey,  como  es  razón,  te  nombres. 

Pues  de  ninguna  suerte  significa 
mejor  que  perdonando  el  Rey  su  pecho, 
y  no  lo  hacer  a  un  bárbaro  se  aplica. 

Si  estás  de  tus  ofensas  satisfecho 
con  veinte  años  de  prisión  injusta, 
que  tiene  un  padre  en  lágrimas  deshecho, 

da  a  Lisardo  libertad  tan  justa, 
para  que  goce  de  su  amada  esposa 


en  la  edad  que  s  su  cara  más  robusta. 

Y  si  esto  te  parece  injusta  cosa 
y  de  hombre  estás  en  fiera  convertido, 
más  que  las  de  Egipto  rigurosa, 

ya  el  cielo,  de  mis  quejas  condolido, 
me  promete  venganza  de  mi  ofensa, 
tu  victorioso  ejército  rompido. 

Presto  mi  mano  hartar  tu  boca  piensa 
de  sangre  propia,  como  un  tiempo  Ciro 
la  gran  Tomiris,  porque  no  hay  defensa 
para  un  tirano,  a  cuya  muorte  aspiro." 

Rey. 
¿Ya  habla  desa  suerte,  ya  le  tiene 
en  ese   estado  una  victoria  infame? 
¡  Oh.  cómo  al  vil  cualquier  pequeña  cosa 
le  viene  grande  y  le  alborota  el  pecho ! 
i  Haré  pedazos  esa  carta  loca, 
tan  necia  como  el  dueño,  que  me  obliga 
a  hacer  lo  mismo  del  tirano  preso. 
¡  M atadle  luego  ! 

Armindo. 
Gran  señor,  qué  tienes 
el   rigor  y  justicia  en  la  balanza, 
que  el  cielo  puso  igual  en  esas  manos, 
no  te  mueva  a  crueldad,  sino  a  gran  lástima, 
la  carta  del  lloroso  Rey  de  Escocia, 
que  no  se  queja  con  palabras  tales 
como  requiere  el  justo  enojo  suyo. 

Rey. 
¿Justo  decís,  Armindo?  ¿Por  ventura 
incitáis  mis  ofensas?  ¿Es  mi  honra 
de  algún  villano?  ¿Veinte  años  es  mucho? 
¡  Veinte  mil  que  hubiera  fueran  poco ! 
¡  No  le  verán  sus  ojos  libre ! 

Armindo. 

¡  El  cielo 
ponga  piedad  en  ti  y  en  él  consuelo ! 

{Sale     Clávela,     pastora,    con   tina    guitarra  y     ttna 
cestilla,  y  iin   Pastor.^ 

Pastor.  ¿Dónde  me  quieres  llevar? 

¡Demonio  es  esta  mujer! 
'Clávela.     Ya  te  he  dicho  que  has  de  hacer 
no  más  de  andar  y  callar. 

¿  Que  tal  el  cie'lo  consiente  ? 
i  Poco  mi  celo  socorre : 
tres  veces  llegué  a  la  torre, 
y  tantas  he  hallado  gehte ! 
¿  Cómo  le  daré  a  mi  preso 


JOIOTADA    SEGUNDA 


485 


este  sustento  y  regalo  ? 
Armixdo.    Que  matalle  quiere. 
Aurelio.  Ha  ralo. 

Armixdo.    Será  temerario  exceso. 
Rey.  ¿Quién  son  aquestos  villanos? 

Aurelio.    Otra  vez  aquí  los  vi. 
Clávela.     El  Rey  es  éste,  ¡  ay  <lc  mí ; 

mis  deseos  salen  vanos ! 
Rev.  íQ^é  buscáis  aquí,  mujer? 

Clávela.     ¡  Ya  tiemblo  de  su  rigor ! — 

A  unos  pastores,  señor, 

voy  a  llevar  de  comer. 
Aurelio.         Xo  tienes  que  recelar, 

que  son  rústicos  villanos. 
Armixdo.    No  paséis  tan  cerca,  hermanos, 

deste  vedado  lugar. 
Clávela.         ;Pues  qué  le  tengo  de  her? 

;  Sé  yo  por  donde  me  voy? 
Rev.  Villana,  a  fe  de  quien  soy, 

que  sois  hermosa  mujer. 
¿  Qué  lleváis  ? 
Clávela.  Este  instrumento, 

con  que  allá  en  las  soledades 

cantamos  de  las  ciudades 

el  confuso  corrimiento. 
Armixdo.        ¿Holgará  tu  Majestad 

de  oírla? 
Rev.  Di,  a  ver. 

Armixdo.  Amiga, 

canta  tm  poco. 
Cl.wela.  ¿Quién  me  obliga? 

Armixdo.    El  Rey. 
Clávela.  .  ¿En  verdad? 

Armixdo.       El  mismo. 
Clávela.  Pues  que  me  place; 

cantaré  verso  extremado, 

con  que  a  veces  el  ganado 

se  olvida  de  lo  que  pace. 
Pastor.  Pues  yo  solo  he  de  cantar. 

Clávela.     Sí,  pprque  yo  estoy  turbada 

y  erraráse  la  tonada. 
Pastor.      Pues  solo  quiero  empezar. 

[Canta.) 

Veinte  años  había,  veinte, 
que  el  Rey  tenía  en  prisión 
a  Lisardo,  porque  dicen 
que  de  la  Infanta  gozó. 
No  le  quiere  soltar  della 
íxjrque  dicen  que  es  traición ; 
mientras  que  más  se  lo  ruegan, 
más   parece   a   Faraón. 


Rey. 

Clávela. 


Aurelio. 


Endurecido    está   el    Rey, 
no  le  quiere  soltar,  non; 
si  preso  muriese  el  triste 
mal  se  lo  demande  Dios. 

Rey.  No  cantéis  más. 

Armindo.  Basta,  hermano. 

Rey.  ¿Que  esto  se  dice  de  pií? 

Armixdo.    El  vulgo  es  necio,  y  así 
lo  ha  sido  aqueste  villano. 

Clávela.        ¡  Oh,  que  os  dé  Dios  mal  San  Juan  ! 
¿El  romance  triste  os  puso? 
Pues,  pardiez,  que  lo  compuso 
no  menos  que  el  sacristán. 

Y  otros  sé  de  maldiciones, 
y   todos.   Rey,    contra   vos. 
¿  Por  qué  mal  os  haga  Dios, 
tenéis  al  otro  en  prisiones? 

¿Quién   habrá   que   al   vulgo  en- 
Que  le  soltéis  os  aviso;         [frene? 
que  si  ella  se  lo  quiso, 
¿Lisardo  qué  culpa  tiene? 

Toda  esta  tierra,  señor, 
lamenta  prisión  tan  larga, 
como  no   saben  la  carga 
de  la  ofensa  del  honor. 
El  caminante  la  canta 
por  el  camino  que  va; 
el   pescador,    cuando    está 
bramando  la  mar,  que  espanta; 

el  pastor,  en  el  ganado; 
el  oficial,  en  su -oficio, 
que  debe  de  ser  indicio 
de  inocente  y  desdichado. 

Rey.  ¡  De  lo  que  lo  fuere  sea ! 

Vamos,  que  no  he  de  ablandarme. 

Armixdo.    ¿  Queréis,   villana,   abrazarme  ? 

Clávela.     ¡  Arre  allá  ! 

Armixdo.  ¡  Buena  es  ! 

Aurelio.  ¿  No  es  fea  ! 

(Vanse-) 

Pastor.  ;  Son   tus   conocidos,   di, 

aquestos  que  te  han,  hablado? 

Clávela.     Mil  veces  los  he  topado 
cuando   paso   por   aquí. 

Piénsanse  los  palaciegos 
que  mil  mercedes  nos  hacen 
cuando  con  su  tela  abracen 
nuestros   sayales   frailegos. 

Pues  mal  quisieran  trocar 
mi  verdad  por  su  vestido. 
Ya  parece  que  se  han  ido; 
quiero  a  Lisardo  avisar. 


486 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Pastor. 

Clávela. 

Pastor. 

Clávela. 

Pastor. 

Clávela. 

Pastor. 


porque  algún  consuelo  alcance; 
que  ya  este  necio  indiscreto, 
sin  que  se  entienda  el  efeto, 
tiene  estudiado  un  romance. 

Y  aseguro  deste  modo, 
con  este  curioso  engaño, 
sin  que  a  mi  me  venga  daño, 
se  le  da  cuenta  de  todo. 

Que  ha  seis  años  que  aquí  vengo 
sirviendo  de  cierto  espía, 
porque  mi  padre  me  envía, 
que  allá  en  el  monte  le  tengo ; 

que  no  sé  qué  le  ha  movido 
de  hacer  por  este  señor... 
En  la  torre  anda   rumor; 
sin  duda  que  me  ha  sentido. 

:Ya  con  esta  guitarrilla, 
cantando,  que  oírlo  puede, 
le  digo  lo  que  sucede 
y  le  doy   esta  cestilla, 

en  que  fruta  o  flores  van; 
que   escribirle  no  era  bien, 
porque  las  guardas  lo  ven 
que  en  el  aposento  están. 

Quiero  hacer  que  cante  un  poco 
con.  el  disfraz  que  otras  veces, 
cielo,  si  favor  me  ofreces. 
El  sale  a  escuchar. 

¿iSo  loco, 
que   así   me   dejas   aparte, 
y  hablas  con  tu  sentido? 
Todo,  Clávela,  ha  nacido 
de  quererte  y  adorarte. 

¿ Sabes  que  estaba  pensando 
hacerte,  Marcio,  im  favor? 
Agradézcatelo  amor; 
pero  dime,  amiga,  cuándo. 

Luego,  si  cantas  aquí 
el  romance  que  ya  sabes. 
Del  alma  tienes  las  llaves. 
Ya  empiezo. 

Bien  haces;  di. 

{Canta.)  ' 

Los  enemigos  vencidos 
de  la  parte  del  contrario, 
el  padre  de  cierto  preso 
viene    a    libralle    triunfando. 

(LiSARDo  en  ¡a  torre.) 

Ya  dicen  que  llega  cerca; 
esperad,  que  no  es  en  vano; 


que  no  es  mucho  espere  un  mes 

el  que  pudo  tantos  años. 
Lisardo.  ¡Cielos!,  ¿si  es  esto  verdad? 

Que  lo  que  el  canto  contiene 

es  que  mi  padre  el  Rey  viene" 

para   darme    libertad. 

i  Oh,  pastorcilla,  que  envía 

para  mi  bien  tu  consuelo 

el  mismo  piadoso  cielo 

a  la  escura  prisión  mía  ! 
Cl.wela.         Quiero  hacer  que  hablo  al  ganado 

y  será  todo  con  él : — 
'  i  Lobo  tirano,  cruel, 

que  apenas   estáis  cansado  ! : 
¡huid,   huid,   que   presente 

está  ya  el  padre  y  pastor, 

y  en  la  cárcel  de  temor 

el  corderino  inocente ! 
j  Esperad,  esperad  !  j  Hola, 

a  los  del  valle  esperad ! 
Lisardo.      Fuese.  Sin  duda  es  verdad. 

¡  Ah,  voz,  mi  esperanza  sola ! 
Pastor.  ¿Dónde  va,  cordero  o  lobo? 

Cl.wela.     Ellos  vendrán;  ven  tras  mí. 
Pastor.       ¡  Que  aquesta  me  traiga  aquí 

de  contino,  hecho  bobo  ! 

{Vasc.) 

Lisardo.    ■ 

Quien  una  araña  vil  sustenta  y  cría 
en  el  cerrado  vientre  de  una  peña; 
quien  la  abeja,  melífera,  pequeña, 
muestra  a  tener  imperio  y  monarquía; 

quien  muestra  a  un  animal  filosofía, 
y  a  las  hormigas  providencia  enseña; 
a  un  ave  casa  hacer,  de  paja  y  leña, 
y  entre  la  tierra  a  un  topo  aliento  envía; 

quien  al  gusano  anima  en  el  capullo, 
y  escuchando  la  tórtola  que  gime 
vuelve  a  ver  de  su  esposo  el  manso  arrullo, 

hace  que  a  un  preso  esta  esperanza  anime 
y  a  su  tirano  quitará  el  orgullo, 
que  vence  la  razón  y  el  alma  oprime. 

{Vasc,  y   entran   Luzmán  y   otros,   con  grita   de   dfis- 
embarcar.) 

Luzmán.         Aún  no  suelten  ías  escotas 
ni  emprendan  vanos  sosiegos 
estando  en  tierras  ignotas. 

Otomán.      La  atalaya  hace  seis  fuegos, 
señal  de  sus  galeotas. 

No  sé  si-estamos  seguros. 


i 


JORNADA    SEGUNDA 


487 


Albano.       Desde  este  monte  a  los  muros 

de  la  ciudad  no  hay  dos  tiros 

de  ballesta. 
LuzMÁN.  ¡  ^lis  suspiros 

rompen   sus   cimientos  duros ! 
Otomáx.  Parece  que  suena  gente ; 

volvamos,   Príncipe,  al  mar. 
LuzMÁx.      Amigo   Otomán,   detente. 
Otomán.      ¿  Luet^o  quieres  esperar 

que  un  cristiano  nos  afrente  ? 
Roba  aqueste  bergantín, 

que  ya  nos  salva  el  delfín, 

como  al  otro  por  el  harpa. 
Luz:nl\x.      Oye. 

Otomán.  ¡  Leva,  zarpa,  zarpa  ! 

LuzMÁN.      ¿Vaste,  en  fin? 
Otomán.  ¿Quedaste,  en  fin? 

(Vause  todos;  quedan  Luzmáx  r  Albaxo  solos,  y 
dicen  dentro  Cardenio,  Celio,  Fixeo,  Corinto, 
pastores.) 


Cardenio, 

CORIXTO. 

Albaxo. 


Celio. 

FiXEO. 
CORIXTO. 


¡  Xo  huyáis,  no  huyáis,  pastores, 
que  ya  se  vuelven  los  perros ! 
Xo  eran  más  de  labradores. 
Destos  empinados  cerros 
bajan  sus  habitadores. 

Ya  no  hay  que  volver  al  mar. 
Ya  se  tornan  a  embarcar; 
sobre  los  que  quedan  demos. 
Velas  izan;  calan  remos. 
Piedras  los  han  de  acabar; 

no  les  espanta  el  granizo. 


(Salen  los  pastores.) 

Clávela. 
Cardenio 

FiXEO. 

Aquí  está  un  moro. 

LuzMÁx. 

Luz>L\x. 

X'o  es  moro; 
esperad. 

Cardexio. 

Galgo  mestizo, 
date  a  prisión. 

CORIXTO. 

Date,   moro. 

Albaxo. 

Hará   lo   que   nunca   hizo, 

porque  él  se  quiere  rendir; 
que  si  él  se  quisiera  ir, 
pies  tiene,  como  los  otros. 

LuZMÁX. 

En  rendirme  yo  a  vosotros 

Albaxo. 

no  tengo  más  que  sufrir. 

LuZMÁN. 

Tratadme  como  a  cristiano. 

Celio. 

¿Pues  éreslo? 

LuzMÁx. 

Sí  lo  so}-. 
Diles  lo  que  pasa,  Albano. 

Albaxo. 

Aún  no  es  tiempo. 

Clávela. 

Cardexio, 

Clávela. 

Cardexio, 

Clávela. 

Cardenio, 


Clávela. 
Celio. 
Clávela. 
Celio. 

CORIXTO. 

Celio. 

CORIXTO. 

Fixeo. 
Albano. 


CORIXTO. 


(Entra  Clávela.) 

En  duda  estoy, 
no  sé  si  decienda  al  llano, 

que  andan  moros  en  la  playa. 
Clávela,   voto   a  mi   fe, 
que  la  conocí  en  la  saya. 
X"o  asiento  seguro  el  pie, 
ni  sé  si  me  vuelva  o  vaya. 

Deciende,  Clávela,  y  llega. 
¿Está  segura  la  vega? 
¿Y  cómo,  Clávela  mía? 
Ya  se  fué  la  perrería, 
y  en  el  alta  mar  navega. 

Y  hemos  cogido  un  morito 
como  im  oro. 

¡  Ah,  buena  gente  ! 
¿Es  Clávela? 

Sí. 

i  Infinito 
me  huelgo  ! — Hacedle  un  presente. 
¿  Del  moro  ? 

Sí. 

¡  Buen  cabrito ! 

¿Y  ella  para  qué  le  quiere? 
Pues  no  se  puede  partir, 
démossele. 

¿Que  esto  espere? 
Pero  hace  al  caso  sufrir, 
porque  su  rigor  no  altere ; 

que  estos  villanos  también 
se  quieren  llevar  por  bien. 
Clávela,  tuyo  es  el  moro; 
con  su  seda,  plata  y  oro. 
¿!Mío  decís? 

¿Pues  de  quién? 

X^o  os  pese  que  vuestro  sea 
el  que  desde  que  os  miró, 
y  sólo  en  veros  se  emplea, 
como  toda  el  alma  os  dio, 
no  tiene  bien  que  posea. 

Xo  os  pierdo  en  esto  el  decoro 
ni  soy,  señora,  tan  moro ; 
que  cuando  a  serviros  vengo 
algo  de  cristiano  tengo, 
pues  ima  cristiana  adoro. 

¿Díceslo  por  la  estampada? 
Agora  por  la  presente, 
que  esotra  es  Reina  ensalzada, 
que  tiene  del  sol  de  oriente 
la  cabeza  coronada. 

Esta  quiero  como  a  igual; 
que  de  esotra,  celestial. 


488 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Clávela. 


LUZMÁN. 


Albano. 


LuZMÁN. 

Albano. 
LuzMÁN. 
Albano. 


LuZMÁN. 


Albano. 


Clávela. 

LuZMÁN. 

Clávela. 


LuZMÁN. 


Albano. 


beso  la  tierra  en  su  nombre. 
¡  Qué  inoro  tan  gentil  hombre  ! 
Bien  parece,  y  no  habla  mal. — 

Moro,  si  fueras  cristiano, 
mucho    conmigo    pudieras. 
De  serlo  te  doy  la  mano. 
¿Que  esto  críen  las  riberas 
y  que  esto  engendre  un  villano  ? 

Si  la  primera  que  ves 
desta  manera  te  agrada, 
ya  mucha  blandura  es. 
¿  No  es  hermosa  ? 

¡  Es  extremada ! 
Quiérome  echar  a  tus  pies. 

Tente,  que  en  la  corte  tuya 
verás  damas  cortesanas 
de  quien  más  valor  se  arguya. 
Si  son  así  las  cristianas, 
¿qué  ley  se  iguala  a  la  suya? 

Y  por  lo  que  considero, 
hermosa  cristiana,  en  vos, 
y  con  vuestro  ser  primero, 
conozco  que  vuestro  Dios 
es  sólo  el  que  es  verdadero. 

Deja  esos   vanos   antojos. — 
Decidme,  serrana  amiga, 
ya  que  con  estos  despojos 
a  ser  su  dueño  os  obliga 
quien  le  tiene  en  vuestros  ojos, 

¿qué  os  daremos  de   rescate 
para  que  mi  dueño  trate 
de  ver  al  Rey,  que  a  eso  viene?  ■ 
Ya,  por  mí,  libertad  tiene. 
No  la  quiero,  aunque  me  mate. 

Pero  será  bien  hablar 
a  mi  madre,  que  aquí  cerca, 
señor,  la  podéis  hallar, 
que  este  monte,   que  leí  mar   cerca, 
suele  vÍAdr  y  habitar, 

aunque  im  tiempo  cortesana, 
gallarda  y  mujer  muy  noble. 
¡  Muerto  estoy  por  la  cristiana 
que  se  aleja,  y  quiero  al  doble 
su  hermosura  soberana ! 

Sabed  que  del  Rey  de  Oran 
es  este  hijo,  el  famoso 
que  África  llama  Luzmán, 
y  aunque  Infante  poderoso, 
mozo  gallardo  y  galán, 

no  puede  el  deleite  y  gusto 
de  aquella  ley  obligalle, 
ni  de  su  padre  el  disgusto 


el  pedille  y  enseñalle 

lo  que  es  Dios  y  lo  que  es  justo. 

Viene  a  volverse  cristiano ; 
y  pues  de  Dalma-cia  soy, 
le  traigo  al  Rey. 

Luzmán.  Dile,  Albano, 

cuan  herido  y  muerto  estoy 
de  aquella  su  hermosa  mano. 

Albano.  Y  porque  he  estado  cautivo 

gran  tiempo,  saber  quisiera 
qué  Rey  vive. 

Clávela.  Un  vengativo 

antiguo,  un  tigre,  una  fiera, 
por  quien  en  destierro  vivo. 

Albano.  ¿  No  me  diréis  esa  historia, 

que  aún  traigo  yo  en  la  memoria 
los   amores   de   Lisardo? 

Clávela.     Que  me  deis  licencia  aguardo 
y  escuchéis  mi  pena  y  gloria, 
que  desde  aquí  a  la  cabana 
sabréis  una  historia  extraña. 

Albano.       Comienza,  pastora,  pues; 
que  sólo  pensar  lo  que  es, 
mi  rostro  en  lágrimas  baña. 

Clávela.         Parió  una  noche  en  secreto, 

de  tm   caballero   en  los  brazos, 
Jacinta,  y  dejóle  el  niño, 
de  quien   fué  padre   Lisardo. 
Llevóle  a  su  casa  el  noble, 
en  obras  y  sangre  hidalgo, 
aunque  a  su  mujer  temiendo, 
a  la  cual  halló  de  parto. 
Parió  una  niña,  y  celosa, 
sólo   por  hacerle   agravio, 
fingió  que  era  un  niño  muerto, 
que  en  casa  de  un  deudo  hallaron. 
Esta   fui  yo,  que  después, 
hasta  ahora,  me  he  criado 
sin  el  padre,  que  no  vi, 
por  lo  que  decirte  aguardo. 
Prendió  al  escocés  el  Rey, 
y  mi  padre,  visto  el  daño 
que    resultaba    al    Infante 
si  el  Rey  quisiese  matallo, 
huyó  con  él,  sin  que  el  mundo 
sepa  dónde,  cómo  o  cuándo, 
aunque  se  tiene  por  cierto 
que  la  mar  los  tiene  a  entrambos. 
Mi  madre,   con  esta  pena, 
dejó  la  corte,  y  al  campo 
se  vino  a  vivir,  sin  gusto, 
en  tosco  y  rústico  trato. 


JORNADA    SEGUNDA 


489 


Mudó   la   seda   en   sayal, 
y  a  mí  por  el  monte  y  prado 
me  enseña  a  guardar  ovejas, 
en  tosco  y  rústico  paño. 
El  Príncipe,  que  está  preso 
por  el  amistad  de  Albano, 
voy    a   ver   todos   los   días, 
y  al  pie  de  la  torre  canto. 
Lo  que  canto  es  lo  que  pasa 
de  su  padre  y  su  contrario, 
que  aún  no  se  acaban  las  guerras 
al  cabo  de  tantos  años. 
Vengo   de   cantarle   agora 
que  ha  vencido  el  rey  Leonardo 
una   batalla    famosa, 
y  que  va  en  Dalmacia  entrando. 
Y  así  a  mi  madre  quería 
contarle  lo  que  ha  pasado, 
que  será  en  presencia  vuestra, 
presentándole  este  esclavo. 

Albano.  Hijo,  aquí  aparte  me  escucha. 

LuzMÁN.      Casi  lo  vengo  a  entender. 

Albano.       ¡Grande   ha   sido   mi   placer, 
si    fué   mi   tristeza   mucha : 
la  que  dice  es  mi  mujer, 
mi  hija  es  esta  pastora. 

LuzMÁN.      Habíala. 

Albano.  Conviene   agora 

disimular,  hijo;  espera. 

LuzMÁN-     ¡  Padre,  que  vuestra  hija  era  ! 
¿Qué  mucho  sí  me  enamora? 

Albano.  Mas  agora  te   requiero, 

que  eres  mi  Rey,  y  casarte 
con  reina,  tu  igual,  espero. 

LuzMÁN.     ¿Y  el  premio,  que  es  justo  darte, 
por  lo  que  te  debo  y  quiero? 

Desde   aquí  te  doy  la  mano, 
que  siendo  Rey  y  cristiano, 
será   mi   mujer. 

Albano.  No  es  justo. 

LuzjLÁ-N.     Padre,  no  me  deis  disgusto. 
¿ Xo  eres  noble? 

Albano.  Soy  Albano. 

Luz^LÁN.  Quisiera  que   tan  vil   fueras 

y  en  levantarte  a  quien  soy 
mi  grande  amor  conocieras; 
si  eres  noble,   ¿qué  te   doy, 
pues  no  eres  más  de  lo  que  eras? 

Hasme  dado  vida  y  ser, 
hasme  dado  a  Dios  y  al  cielo; 
si    puedo    satisfacer 
algo    de    tu    amor   y   celo. 


¿quieres  quitarme  el  poder? 
Haz  de  manera  que  vea 

a  mi  preso  y  triste  padre; 

pero  primero  que  sea 

tu  mujer,  que  es  ya  mi  madre: 

su  esclavo  y  hijo  posea. 
Albano.  ¿Que  tanto  bien  cabe  en  mí? 

Rogara  a  Dios  soberano 

mi  vida  acabara  aquí ; 

pero  hasta  verte  cristiano 

dure  y  no  más. 
Cardenio.  Celio. 

Celio.  Di. 

Cardenio.       ¿Has  visto  cómo  Clávela 

por  el  moro  se  desvela? 
Celio.         ¡Por  Dios,  que  sí  al  galgo  amase, 

que  la  vida  le  quitase, 

cuerpo  a  cuerpo  o  con  cautela ! 
Clávela.         Padre,  ya  hab,emos  llegado. 
Albano.       Luzmán,  padre  me  ha  llamado. 
Luzmán.      Díceselo  el  alma  ya. 
Clávela.     Entrad,  que  Flora  estará 

en  la  devoción  que  ha  dado. 
Albano.  ¿Tiene  alguna  devoción? 

Clávela.       Llorar  con  cierto  retrato 

dos  horas  en  oración. 
Albano.       ¿Es  de  Albano? 
Clávela.  Sí. 

Alblno.  El  retrato, 

se  ha  de  alegrar,  que  es  razón. 
Entremos. 
Cardenio.  Nuevas  son  ciertas, 

siempre  que  a  mirarla  adviertas, 
Celio.         ¡  Cardenio,  de  seso  salgo  ! 
Cardenio.  ¡  Voto  al  sol,  que  al  perrígalgo 

le  he  de  coger  entre  puertas ! 

(Vanse,  y  salen  el  Rey  Evandro  y  el  Duque  Armin- 
DO,   Conde  Aurelio,  y   gente.) 
Rey. 
i  No  tuviera  yo,  pues,  dicha  de  verlos, 
ya  que  de  la  ciudad  corrí  a  la  playa ! 

Armindo. 
Seis  fragatas  no  más  dicen  que  fueron 
en  los  fuegos  que  hicieron  esas  torres 
y  de  las  de  palacio  habernos  visto; 
no  se  ¿onoce  que  era  más  el  número. 

Rey. 
Saltar  en  los  lugares  de  la  costa 
suele  ser  muy  común  entre  estos  árabes ; 
pero  buscar  de  mi  ciudad  los  muros 


490 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


las  proas  de  sus  leños  africanos 

y  en  la  arena  estampar  de  nuestra  playa 

sus  atrevidas  plantas,  ¿quién  lo  ha  visto? 

Armindo. 
Está  la  corte  toda  alborotada 
con  salir  en  persona  a  ver  la  costa. 

Rey. 
No  la  vejez,  Armindo,  aunque  ha  podido 
vencer  las  fuerzas,  me  ha  quitado  el  ánimo ; 
diera  una  villa,  Armindo,  por  un  moro. 

Armindo. 

De  unos  pastores  dicen  que  fué  preso,  ' 
y  así  te  traigo  entre  sus  pobres  chozas, 
para  que  del  te  informes,  si 'le  hallas. 

(Entra  CardenIo.) 

Cardenio. 
En  mal  punto  pisaste  nuestra  orilla, 
moro  hechicero,  que  vencer  pudiste 
lo  que  jamás  venció  cristiano  pecho. 

Aurelio. 
Aquí  viene  un  pastor. — ¡  Hola  ! 
Cardenio. 

¿  Quién  llama  ? 

Aurelio. 
El  Rey. 

Cardenio. 
¡  Válame  Dios ! 

Aurelio. 

El  mismo  llega. 
Carden'io. 

Déme  los  pies  Su  Alteza. 

Rey. 

Dime,  amigo : 
¿adonde  queda  un  moro  que  habéis  preso? 

Cardenio. 
Aquí,  señor,  en  esta  casería. 
¿Quieres  que  entre  por  él? 

Rey. 

Entra. 
Cardenio. 

Ya  parto.— 
í  Voto  al  sol,  que  me  huelgo !  ¡  Hoy  es  el  día 
que  ahorcan  a  este  perro  de  algún  roble ! 

Armindo. 
Ya,  señor,  se  ha  cumplido  tu  deseo : 


verás  al  moro,  y  su  atrevido  intento 
de   su  boca  sabrás. 

(Salen   Albano,    Luzmán,    pastores,    Flora.) 

Albano. 

¿El  Rey? 

Cardenio. 

El   mismo. 
Albano. 
Dame,    señor,    tus    pies. 
Rey. 

¿Quién  eres? 

Albano. 

Era, 
y  ya  no  soy,  aunque  vasallo  tuyo. 

Rey. 
¿Qué  es  del  moro? 

Albano. 
Aquí   está. 

Aurelio. 

¿  Cómo  no  llega 
a  los  pies  de  Su  Alteza? 

Albano. 

Es  moro  noble, 
porque  del  rey  de  Oran,  alarbe,  es.  hijo. 
Trátale  como  a  tal,  que  su  venida 
no  fué  alterar  las  playas  de  tu  corte, 
sino  a  engañar  su  morez,  porque  aquí  viene 
a  ser  cristiano,  y  dártelos  quisiera 
con  sus  armas  y  esclavos  y  fragatas, 
si  no  se  fueran,  por  tener  aviso 
de  un  renegado  natural  de  Escocia. 

Rey. 

Yo  te  doy  como  a  rey,  moro,  mis  brazos. 

Albano. 
(Mejor  pudieras  darlos  como  a  nieto.) 

Rey. 

¿Que,  en  efeto,  veniste  a  ser  cristiano? 

Luzm.4n. 
Lo  que  el  cautivo  dice  es  verdad  todo. 

Rey. 
¿Cómo  es  tu  nombre? 

Luzmán. 

Yo  Luzmán  me  llamo. 
Pésame  que  mis  moros  se  hayan  ido, 


TORNADA    TERCERA 


491 


que  dellos  te  pensaba  hacer  presente. 
Como  a  cristiano  rey,  te  pido  y  ruego 
me  des  bautismo. 

Rey. 


¡  Bello  mozo  ! 
Armindo. 

Aurelio. 
¡  Bien  muestra  ser  quien  es ! 
Armtndo. 


Hermoso ! 


Paciencia  srrave ! 


Rey. 


En  sólo  verle,  Duque,  amor  le  tengo. 

Aurelio. 
Obliga  con  su  talle,  y  es  gallardo. 

Rey. 
Xo  sé  qué  siento  en  velle. 
Albaxo. 

¡Quién   pudiera 
hablar  agora ! 

Rey. 

^loro  amigo,  escucha. 
Fuera  de  que  era  justo  a  un  rey  cristiano 
favorecer  tu  intento,  que  es  de  serlo, 
a  tu  persona  estoy  aficionado, 
que  obliga  a  quien  te  mira  tu  persona. 
Yo  haré  que  te  bauticen.  Si  quisieres 
quedar  a  mi   servicio,  te  prometo 
casar  con  lo  mejor  del  reino  mío 
y  darte  oficio  honroso,  cargo  y  rentas. 

LUZMÁN. 

Beso  tus  manos  por  merced  tan  grande. 
Lo  que  os  pido,  señor,  es  que  a  este  viejo, 
a  quien  debo  el  camino  que  he  seguido, 
hagáis  todas  las  honras  que  a  mí  propio. 

Rey. 
Amigo,  yo  te  haré  merced. 
Albaxo. 

El  cielo 
te  dé,  señor,  un  nieto  que  suceda. 

Rey. 

Vamos  a  la  ciudad,  que  en  mi  palacio 
quiero  que  estés  hasta  que  seas  cristiano. 

LuZMÁN. 

Vamos,    señor. — Adiós,    pastores    míos. 


Clávela,  adiós;  cristiano,  vendré  a  veros; 
no  os  olvidéis  de  mí. 

Albano. 
Señora  Flora, 
yo  volveré  esta  noche  a  vuestra  casa, 
que  tengo  que  tratar  con  vos  despacio. 

Flora. 
Guárdeos  el  ciclo. — ¿De  qué  estás  tan  triste? 
¿  Qué  te  ha  dado.  Clávela  ? 

Clávela. 

¡Ay! 

Flora. 

¿No  respondes? 
¿Agora  el  rostro,  con  tristeza,  escondes? 
Clavóla.         ¡  Triste  de  mí !  ¿  Qué  he  de  hacer, 

que  un  momento  estoy  sin  mí? 
Flora.         Idos  vosotros  de  aquí. 
Cardenio.  Al  Rey  volvamos  a  ver. 
Celio.         ¿  Que  hablaste  ? 
Cardenio.  .  ¡  Par  Dios,  sí ! 

Celio.        ¿No  te  turbaste? 
Cardenio.  No  sé. 

^^amos. 
Celio.  Ven,  por  aquí  fué. 

Flora.      ¿  No  hay  voz  que  a  tus  quej  as  cuadre  ? 
Clávela.     "No  me  lo  pregunte,  madre, 

mire  que  se  lo  diré." 
Flora.  ¿Dijiste  a  Lisardo  ya 

que  su  padre  había  venido? 
Clávela.     Todo  lo  tiene  entendido; 

de  todo   advertido   está,  • 

¡  y  yo  de  todo  me  olvido  1 
Flora.        Lo  que  tú  tienes  sabré. 

Entra  dentro. 
Clávela.         '  ¡  Ay,  Dios ! 

Flora.  ¿Qué  fué? 

¡  Di,  por  vida  de  tu  padre  ! 
Clávela.     "No  me  lo  pregunte,  madre, 

mire  que  se  lo  diré." 


JORNADA  TERCER.\ 

{Por  una  parte  el  Conde,  y  Soldados;  por  otra, 
el  Duque  Armixdo.) 

Armindo. 
Desde  ese  corredor  mirando  estaba 
el  Rey  vuestra  venida.  Conde  amigo, 
de  cuyo  gran  placer  indicios  daba 


492 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


viendo  que  aquí  vencistes  su  enemigo. 
¿Quién  era  aquel  que  con  el  Rey  estaba? 

Armindo. 

¿Ya  le  desconocéis? 

Aurelio. 

¿Quién? 

Armindo. 

Un  testigo 
de  los  milagros  de  fortuna  varia, 
al  vicio  amiga,  a  la  virtud  contraria. 

¿  Sobre  un  bonete  rojo  no  se  vían 
diversos  laberintos  de  bengala, 
con  plumas  que  la  máquina  tejían, 
con  quien  al  viento  su  esperanza  iguala? 
¿Los;  almaiceles  no  resplandecían 
del  bárbaro  Luzmán,  morisca  gala; 
la  manga,  de  bruñida  sinabafa ; 
la  guarnecida  aljuba  y  almalafa? 

Aurelio, 
¿Aquél  era  Luzmán? 

Armindo. 

Este  morillo, 
después  que  fuiste  tú  a  la  guerra.  Conde, 
es  el  alma  del  Rey,  que  aun  a  decillo 
no  me  atrevo,  por  Dios. 

Aurelio. 

Oye  y  responde. 
No  porque  de  saber  me  maravillo 
novedades  del  Rey,  que  corresponde 
a  su  antigua  costumbre  en  su  mudanza, 
que  siempre  del  indigno  es  la  privanza. 
¿No  le  trujo  del  mar  a  bautizalle? 

Armindo. 

Del  mar  lo  trujo,  luego  que  te   fuiste, 
junto  con  el  de  Escocia,  para  dalle 
la  famosa  batalla  que  venciste. 
Mandó  los  catecismos  enseñalle, 
y  hasta  sabellos  sus  marlotas  viste, 
que  sin  que  tenga  luz  su  escuro  abismo 
no  le  quiere  dar  agua  del  bautismo. 
Cóbrale  el  Rey  tal  afición,  Aurelio, 
que  pienso  que  "len  estando  reducido 
a  la  cristiana  ley  y  su  Evangelio, 
será  por  rey  del  reino  obedecido.. 
Jamás  César,  Calígula  o  Vitelio 
mostraron  más  valor  en  el  temido 
romano  imperio  que  este  moro  loco. 


que  no  a  Dalmacia,  al  mundo  tiene  en  poco. 

Come  al  lado  del  Rey,  con  él  pasea, 
sírvenle  como  a  él,  y  al  fin  se  dice 
que  quiere  ya  que  su  heredero  sea 
y  que  su  jura  el  reino  solenice. 
El  vulgo,  que,  cual  ves,  siempre  desea 
cosas  nuevas  que  invente  y  autorice, 
ya  le  llama  su  rey,  su  amparo  y  dueño. 

Aurelio. 

¡  Parece  que  me  cuentas  algún  sueño  ! 
¿  Un  moro  de  nación  rey  de  Dalmacia  ? 

Armindo. 

Dice  que  por  vengarse  de  su  injuria, 
que  pues  falta  heredero,  por  desgracia, 
éste  es  cristiano  y  rey. 

Aurelio. 

Al  reino  injuria. 
¿Y  eso  afírmalo  el  Rey  con  eficacia? 

Armindo. 
Y  dice  que  es  cordura  lo  que  es  furia, 
que  para  escoger  príncipe  heredero 
cualquiera  dice  que  es  tan  extranjero. 

Persuade  al  reino  que  éste  no  le  tiene, 
y  que  vivirá  aquí  el  nuevo  cristiano 
con  el  valor  que  a  procurarle  viene. 

Aurelio.    ' 
Todo  es  enojo  y  todo  será  en  vano, 
el  cielo  santo  su  locura  enfrene, 
que  dar  el  cetro  a  berberisma  mano 
bien  merece  ese  nombre.  ¿Y  aquel  viejo? 

Armindo. 
Es  su  gobernador  y  su  consejo. 

Aurelio. 
¿  El  cautivo  ? 

Armindo. 
Aquel  mism.o. 

Aurelio. 

i  Extrañas  cosas 
en  término  de  un  mes  han  sucedido, 
todas  para  este  imperio  prodigiosas ! 
De  suerte,  que  ninguno  lo  ha  entendido. 

Armindo. 
El  Rey  viene. 

Aurelio. 

Las  cajas  belicosas 
tocad  un  poco. 


TORNADA    TERCERA 


493 


(Salen  el   Rey;    Albaxo,   de  gobernador;   LuzjyÁN   y 
gente.) 

Rey. 
Seas  bien  venido. 
Aurelio. 
Para  servirte  vengo,  victorioso. 

Rey. 
Triunfar  debieras,  Capitán  famoso. 
¿  Huyó  Leonardo  ? 

Aurelio. 
Retiróse  a  un  monte. 
Ya  por  todo  el  invierno  no  le  temas ; 
pero  para  el  verano,  en  armas  ponte, 
que  ya  se  han  vuelto  sus  agravios  temas. 

LUZMÁN. 

¡  Oh,  Capitán ! 

Aurelio. 
i  Oh,  fuerte  Rodamonte, 
que  a  las  partes  del  mundo  más  extremas 
con  fama  alegras  y  con  hechos  raros ! 

LUZMÁN. 

Esa  humildad  mostráis  para  ensalzaros . 

Debajo  vuestra  seña  y  disciplina 
pienso  yo.  Conde,  ser  un  gran  soldado, 
en  mereciendo  el  olio  y  la  divina 
agua,  que  limpia  de  cualquier  pecado. 

Aurelio. 

Ya  de  tu  heroico  brazo  se  adivina, 
aunque  se  sabe  del  valor  pasado : 
recibida  una  vez  el  agua  y  olio, 
serás  Torcato  deste  Capitolio. 

Con  esto,  recoger  mi  gente  quiero, 
supremo  Rey,  con  la  licencia  vuestra. 

Rey. 

Presto  verás  que  tu  valor  prefiero, 
ilustre  honor  de  la  Corona  nuestra. — 
Acompañalde,  Duque. 

Armixdo. 
Sólo  espero 


que  tú  lo  mandes. 


LuzMÁx. 


¡  Valerosa  diestra 
es  la  del  Conde !  Soile  aficionado. 


Armindo. 


Toca  a  marchar. 


Rey. 

¡  Es  un  gentil  soldado  ! 

(Vanse;  quedan  el  Rey,  3'  Luzmáx,  y  Albano.) 

LuzMÁN.         Tú  me  verás  algún  día 
levantando  tu  bandera ; 
no  con  arrogancia  fiera, 
mas  con  propia  gallardía. 

Que  mí  padre,  el  Rey  de  Oran, 
fiaba  de  mi  valor 
empresas  de  mucho  honor. 
Rey.  Bien  se   conoce,   Luzmán. 

Tan  mozo  fué  Scipión 
a  la  guerra  de  Cartago. 
Albaxo.       Deste  Ciro  soy  Arpago, 
si  he  de  tener  galardón. 

¿Hay  cosa  como  haber  dado, 
sin  saber  que  este  es  su  nieto, 
en  tenerle  igual  respeto 
y  en  asentarle  a  su  lado  ? 

Y  aun  dicen  que  ha  pretendido 
hacelle  rey.  ¿  Cuándo,  cielo, 
se  ha  de  entender  mí  buen  celo 
y  la  lealtad  que  he  tenido? 
Pero  no  es  tiempo  de  hablar. 
LuzMÁx.      ¿Que  me  tienes  tanto  amor? 
Rey.  Sí  pudiera  ser  mayor, 

te  confesara  agraviar. 

Como  a  hijo  te  he  querido; 
que  me  sucedas  espero. 
Luzmán.     Pedirte  mercedes  quiero, 

si  este  nombre  he  merecido. 
Rey.  Pide,  que  por  el  Supremo 

Hacedor  de  cíelo  y  tierra, 
que  no  hay  cosa  en  cuanto  encierra 
desde  el  uno  al  otro  extremo 

que  te  niegue  quien  te  adora 
y  quien  por  hijo  te  tiene. 
Luzmán.      Si  eso  es  así,  ¿quién  detiene 
mí    alma    turbada    agora? 

Sí  gracia  en  tus  ojos  hallo, 
si  he  merecido  tu  amor, 
sí  eres  mi  Rey  y  señor, 
sí  soy  tu  esclavo  3'  vasallo, 
quiero  pedirte... 
Rey.  Di,  pues. 

Luz2*LÁN.      !Mira  que  ya  lo  has  jurado. 
Rey.  ¿Qué  cosa  te  he  reservado? 

Luzmán.      Primero  beso  tus  pies. 
Rey.  Álzate.  ¿Qué  es  lo  que  quieres? 

Luzmán      ¿  Xo  tienes  un  preso  aquí  ? 
Rey.  i  yial  he  jurado  ! 


494 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


LuzmN. 

¡  Ay  de  mí ! — 

Señor,  juraste;  Rey  eres. 

LuZMÁN. 

Rey. 

¿  Pídesme  su  libertad  ? 

LUZMÁN. 

No,  por  tu  vida  y  la  mía. 

Albano. 

Rey. 

¿Pues? 

Rey. 

LuZMÁN. 

Verle  no  más  quería. 

Rey. 

¿Verle? 

LuZMÁN. 

Dígote  verdad. 

Rev. 

¿  Por  qué  ? 

LuZMÁN. 

Por  gusto  no  más. 

Luzmán. 

Rey. 

Es  im  grande  mi  enemigo. 

Albano. 

LuZMÁN. 

No  le  busco  por  amigo ; 
lo  que  es,  después  lo  sabrás. 

Rey. 

¿Y  agora  no? 

Luzmán. 

LuZMÁN. 

No  es  posible. 
Hazme  esta  merced,  señor. 

Rey. 

Júrelo,  y  debo,  en  rigor, 

cumplirlo. 

Albano. 

Albano. 

i  Afición  terrible ! 

Rey. 

Eso  no  pudo  en  veinte  años 
nadie  acaballo  conmigo ; 
mira  bien,  Luzmán  amigo, 
que  no  me  trates  engaños. 

¿Hate  hablado  una  mujer 

Luzmán. 

de  nuestra  ley  religiosa 

Clávela 

que  dice  que  era  su  esposa, 

y  mi  hija  solía  ser? 

Albano. 

LuZMÁN. 

Señor,  si  engaño  te  trato, 

Luzmán. 

nunca  yo  aquel  agua  viva 

Albano. 

que  el  alma  desea,  reciba ; 

bárbaro  soy;  mas  no  ingrato. 

Luzmán. 

Fíate,  señor,  de  mí; 

Clávela. 

que  si  de  verle  me  gozo. 

Luzmán. 

es  porque  dicen  que  mozo 

se  pareció  mucho  a  mí. 

Clávela. 

Y  aunque  agora  no  lo  esté. 

sólo  este  deseó  me  lleva. 

Rey. 

No  te  han  dicho  cosa  nueva : 
tu  habla,  talle  y  rostro  fué. 

Y  así  me  debes,  amigo, 
la  deuda  más  importante 
de  amor,  siendo  semejante 
a  mi  mayor  enemigo. 

Que  tu  talle  en  otro  fuera 
harto  odioso  para  mí; 
pero  lo  que  prometí 
se  ha  de  cumplir. 

LuZMÁN. 

Dame... 

Rey. 

Espera. — 
Gobernador. 

Albano. 

Gran  señor. 

Rey. 

A  la  torre  de  Lisardo 

llevad  a  Luzmán. 

¿Que  aguardo, 
padre,  verte? 

¡  Extraño   amor ! 
Con  esto,  quédate  adiós. — 
Tú  este  anillo  le  darás 
a  los  guardas. 

{Fase  el  Rey.) 

¿Falta   más? 
Sólo  que  bs  veáis  los  dos. 

Mas  darte  mis  brazos  quiero 
por  lo  bien  que  has  negociado. 
¿  Que  te  he  de  ver,  padre  amado  ? 
Buen  padre,  ¿que  verte  espero? 

¿  Si  te  dice  el  alma  allá 
que  va  allá  a  quien  vida  diste  ? 
Luzmán,  en  esto  consiste 
su  remedio. 

i  Dios  lo  hará  ! 

Que  aunque  se  lo  pide  un  moro. 
El  sabe  que  soy  cristiano. 

{Sale    Clávela.) 

¿  Si  he  de  hallar  aquel  tirano 
del  alma,  con  que  le  adoro? 

Mi  hija  Clávela  viene. 
¿Diréle  que  eres  su  padre? 
Tiempo  habrá  donde  más  cuadre 
nombre  que  olvidado  tiene. 

¡  Oh,  bellísima  Clávela  ! 
Ya  no  sé  cómo  he  de  hablarte. 
Como  a  esclavo,  en  cualquier  parte. 
¿Quien  es  dueño  eso  recela? 

¿  Tú  esclavo  ?  ¡  Líbreme  Dios 
de  tus  mudanzas,  esclavu, 
que  aunque  tu  fortuna  alabo, 
no  fué  igual  para  los  dos ! 

Ni  sé,  por  la  variedad, 
con  qué  ensalzar  tu  grandeza : 
si  te  he  de  llamar  alteza 
o  si  ha  de  ser  majestad. 

Dite  el  alma  siendo  esclavo; 
siendo  rey,  ¿qué  te  daré? 
Puse  a  la  fortuna  el  pie, 
pero  no  le  puse  en  clavo. 

Ya  no  sé  cómo  no  enfrío 
aqueste  mi  amor  terrible, 
sabiendo  que  no  es  posible 
que  en  ningún  tiempo  seas  mío. 

Y  en  fin,  es  más  justo  acuerdo 
que  por  igualarte  al  cabo. 


TORNADA    TERCERA 


495 


más  te  quisiera  mi  esclavo 
que  no  rey,  pues  que  te  pierdo. 

LuzMÁN.  Si  tú  €l  misterio  supieras, 

Clávela,  que  hay  en  quererte, 
no  me  hablaras  desa  suerte 
ni  esa   sospecha   tuvieras. 

Deséame  Rey,  y  tal, 
que  no  me  iguale  otro  rey;' 
y  esa  es  amistad  y  ley 
de   una   afición   liberal. 
Y  no  me  humilles  así 
si  tu   amor  tan  vil  me  quiere, 
que  todo  lo  que  yo  fuere 
lo  mismo  se  aumenta  en  ti. 

Si  has  de  ser,  Clávela  mía, 
lo  que  yo  fuere,  no  es  justo 
que  mi  bien,  provecho  y  gusto 
te  dé  pena  y  no  alegría. 

Que  la   fortuna,   en  rigor, 
ya  con  haberme  ensalzado 
puede  mudar  el  estado, 
mas  no  mudar  el  amor. 

Albano.  Esto  es,   sin  duda, .  Clávela ; 

yo   fío   al  Príncipe. 

Clávela.  A  vos 

os  doy  crédito,  por  Dios, 
que  Luzmán'todo  es  cautela. 
Mi  madre  está  ya  quejosa 
de  que  no  la  vais  a  ver. 

Albano.       Tengo  mil  cosas  que  hacer; 
no  es  la  corte  vida  ociosa, 

ni  al  cargo  y  gobernación 
que  el  Rey  me  .ha  dado  conviene; 
pero  creed  que  allá  tiene 
lo  mejor  del  corazón. 

Clávela.         Sabed  que  está  en  la  ciudad, 
y  que   a  veros  ha  venido, 
que  de  su  muerto  marido 
despertáis  la  voluntad, 

aunque  nunca   está  dormida. 

Albaxo.       ¿Por  dónde  ese  bien  me  alcanza? 

Clávela.     Porque   sois   su   semejanza, 
os  quiere   como   a   su  vida. 

Albano.  No  le  habrán  hecho  los  cielos 

tan  natural  como  era, 
porque  si  le  pareciera 
me  hubiera  pedido  celos. 

Clávela.         Mucho  dicen  que  lo  fué, 
por  tenerle  tanto  amor. 

Albano.       Yo  lo  tengo  a  gran  favor, 
y  esta  tarde  la  veré. 

Decilde  que  el  Rey  le  ha  dado 


licencia  a  Luzmán  de  ver 

a  Lisardo,  aunque  ha  de  ser 

con  mucha  guarda  y  cuidado. 
Qu-e  se  alegre,  que  ya  es  esto 

principio    de   libertad. 
Clávela.     ¿Que  venció  su  crueldad? 
Albano.       En  este  punto  lo  ha  puesto. 
Clávela.        ¿Qué  no  podrás,  moro  mío, 

con    ese   talle    y  ventura? 
Luzmán.      ¿  Qué  no  podrá  tu  hermosura. 

Clávela,  en  un  mármol  frío  ? 
Albano.  Luzmán  tiene  bien  que  hacer ; 

Clávela ,   adiós. 
Clávela.  El  os  guarde. 

Luzmán.      No  vuelvas  a  verme  tarde. 
Clávela.     Para  mí  lo  habrá  de  ser. 

(Vansc  los  dos.) 

Quiero  a  mi  madre  avisar 
del   suceso   de   su  amigo 
Lisardo.  ¿  Cuándo  contigo, 
mi  moro,  podré  mirar? 

(Entra    Cardexio.) 

Cardenio.       ¡  Buena   te    andas,   palaciega  ! 

Flora  a  llamarte  me  envía; 

pero  tal  ciego  te  guía 

para  que  no  vivas  ciega. 
¿Andas  buena  con  el  perro, 

galgo  acá,  galgo   acullá? 
Clávela.     ¿Qué  hace  mi  madre? 
Cardenio.  Está 

lamentando   su   destierro. 

Que  ha  veinte  años  que  jura 

que  no  ha  visto  la   ciudad; 

como  tvi  mi  voluntad, 

que   nunca  la  ves,  perjura. 
¿Es  mejor  ese  Alahoma 

que   Cardenio,  di   enemiga  ? 
Clávela.     ¡  Qué  poco  tu  amor  me  obliga 

con  la  licencia  que  toma ! 
Cardenio.      • ;  Calla,  que  estás  emperrada 

con  aquese   frenesí, 

que  suelen  llamar  así 

una   persona   obstinada ! 
Sal  del  palacio  real ; 

vuélvete  a  tu  monte  y  tierra, 

que  ya,   después  que   eres   perra, 

bien  te  puedo  decir  tal. 
Clávela.        Iréme  por  no  escucharte ; 

porque  oírme  no  mereces. 


496 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


Cardenio.  ¡  Por  más  penas  que  me  ofreces, 
de  mí  no  puedo  apartarte. 
(Vasc.) 

(Sale  LiSARDO,  con  barba  y  prisiones.) 

LlSARDO. 

En  competencia  el  Tibre,  el  Ebro,  el  Tajo, 
venzo  en  llorar,  y  a  mi  favor  convenzo 
cuando  a  pensar  en  mi  prisión  comienzo, 
imitando  de  Sísifo  el  trabajo. 

Al  mismo  infierno  imaginando  bajo 
la  historia  de  que  tanto  me  avergüenzo; 
tanto,  que  en  llanto  a  Filomena  venzo 
y  en  soledad  la  tórtola  aventajo. 

Veinte  veces  el  sol  de  lirios  de  oro 
al  argentado  pez  bordó  la  escama 
desde  que  vi  del  mundo  los   engaños, 

y  otros  tantos  ha  que  en  prisión  lloro 
la  vida,  que  es  la  puerta  de  la  fama, 
cansado  de  vivir  tan  largos  años. 

(Albano  y  LuzMÁN,  dentro.) 

Albano.  Ya  han  abierto  el  aposento. 

LuzMÁN.      Albano,   aguárdame   aquí. 
LisARDQ.     ¿  Qué  ruido  es  este  ?  ¡  Ay  de  mí ! 
¿Qué  sospechas,  pensamiento? 

Puerta  que  jamás  se  abrió, 
¿  se  abre  agora  ?  ¡  Dios  me  valga  ! 
Si  es  para  que  el  alma  salga, 
¡  qué  albricias  le  daré  yo ! 

Alegraos,  cansada  vida, 
sufrimiento  humilde  y  bajo, 
que  ya  se  acaba  el  trabajo 
y  os  da  la  muerte  acogida. 

'Como  labrador  descanso, 
y  al  jornal  el  Rey  me  envía, 
porque  llegó  el  fin  del  día 
y  de  la  noche  el  descanso. 

Paciencia,  sufrir  ya  es  hecho ; 
porque  abrirse  aquella  puerta 
es  tomar  medida  cierta 
de  lo  que  han  de  hacer  al  pecho. 

Abridla,  que  ya  mis  labios 
para  el  alma   se  abrirán. 
¿Válgame  Dios,  que  saldrán 
de  paciencias  y  de  agravios ! 

Si  tenéis  por  cosa  cierta 
que  tan  grandes  los  sufrí, 
¡  tiranos,  matadme  aquí, 
que  no  cabrán  por  la  puerta ! 

¡  Sacad  el  cuerpo  afligido, 
flaco,    encanecido,    helado, 


deste  José,  empozado 
veinte  años,  a  ser  vendido. 

{Sale  Luz  MAN.) 

LuzMÁN.         Príncipe,  guárdete  el  cielo. 
¿  Qué  miras  embelesado  ? 

LiSARDO.      El    hábito    me    ha    espantado, 
y  el  verte  me  da  consuelo. 
¿Anda  ya  la  gente  así? 
Que  ha  veinte  años  que  aquí  entré 
y  puede  ser  que  así  esté, 
porque  nunca  a  nadie  vi. 

Si  el  tiempo  mudable  ha  sido 
atribuyase  a  su  nombre, 
que  yo  también  era  hombre 
y  en  piedra  me  he  convertido ; 

aunque  no  lo  soy  contigo, 
pues  hablo  contigo  y  lloro. 

LuzMÁN.      ¿Y  tú  no  ves  que  soy  moro? 

LiSARDO.      Por  eso  lo  digo,  amigo. 

Y   pues   verdades  no   callo, 
aunque  de  cristiana  ley, 
en  tierra  que  es  moro  el  rey 
también  lo   será  el  vasallo. 

LuzMÁN.  El  que  es  por  sus  obras  ruin, 

moro,    Príncipe,    será. 

LisARDO.      ¿Príncipe  me  llamas  ya? 

Más  justo  es  llamarme  fin; 

Dios   sabe  que   lo  deseo. 
¿Lloras?  Luego  desa  suerte 
la  sentencia  de  mi  muerte 
cierta  en  tus  ojos  la  veo. 

Pero  dime :  ¿cómo  a  un  moro 
le    entregan   la   ejecución? 

LuzMÁN.      Oye  hasta  el  fin  mi  razón, 
y  entenderás  por  qué  lloro. 

Yo  soy  un  moro  de  Oran, 
dueño  de   un   cristiano   esclavo 
que  nació  en  esta  ciudad, 
del  cual  fué  su  nombre  Albano. 
Cautivóle  el  padre  mío 
con  un  infante  en  los  brazos, 
que,   según  del  viejo   supe, 
era  tu   hijo,    Lisardo, 
el  cual  vive  en  el  servicio 
del  turco  Zayde,  otomano, 
tan  privado,  que  le  ha  hecho 
rey  de   Oran,   sin  otros  cargos. 
No  sabía  el  mozo  ilustre 
su  origen  famoso  y  claro, 
hasta  que  pudo  aquel  viejo 
hablarle  y  decirle  el  caso. 


JORNADA    TERCERA 


497 


Ijsardo. 


Viéndose  rey  y  tu  hijo, 
quiso  volvei-se  cristiano 
y  sacarte  de  prisión, 
vengando  tu  injusto  agravio. 
Para  que  sepas  que  viene, 
me  nombró,  con  otros  cuatro, 
y  porque  esperes  su  ayuda, 
que   su   flota  queda   armando, 
en  que  presto  las  orillas 
■del  seno  y  mar  africano 
coronará  de  galeras, 
municiones  y   soldados. 

{Llora.) 

Que  sus  banderas  azules 
vi   yo   quedar   tremolando, 
con  tu  imagen  en  prisiones 
y  un  sol  esparciendo   rayos. 
En  arábigo  una  letra 
cerca  las  orlas  y  cabos, 
diciendo :  "Tarde  amanece, 
pero    dará    luz    temprano." 
Porque   el   Rey   diese    licencia 
para  verte  aprisionado, 
im  gran  presente  le  envía, 
carta  y  paces  todo  falso. 
Truj  írnosle    diez    camellos 
con  cien  alfombras  cargados, 
cuatro   elefantes   famosos 
con  cuatro  negros  indianos; 
muchas   aromas   y   flores; 
diez   berberiscos   caballos ; 
atados  a  los  arzones 
carcajes,  flechas  y  arcos. 
Movido  del  .gran  presente, 
licencia  de  verte  ha  dado ; 
yo,   porque   supe   la   lengua, 
tomé  entre  todos  la  mano. 
Lloro  de  verte  afligido 
con  prisión  de  tantos  años, 
por  lo  que  a  Luzmán  le  debo 
y  por  tu  valor  cristiano. 
Espera  en  Dios  que  él  te  libre, 
porque  de  su  ingenio  y  brazo 
ya  lleva  la  fama  nuevas 
desde  el  Oriente  al  ocaso. 

¿Que  esto  pudo  merecer 
mi    paciencia   y   sufrimiento? 
Llorad,  ojos,  que  no  siento 
que  queda  en  vos  mi  placer. 

No  se  quede  mi  alegría 
sin  salir,  ojos,  por  vos; 


vn 


mas  no  podrá,  que  sois  dos 
y  por  cien  mil  no  podría. 

¿Hijo  tengo  tan  honrado 
que  quiera  librarme  así? 
Hoy,  hijo,  yo  soy  por  ti, 
que  no  tú  de  mí  engendrado. 

¡Oh,  Albano,  qué  cuidadoso 
quieres  heredero  darme ! 
Mas,  ¿  cómo  podrá  heredarme 
mayorazgo  tan  dudoso  ? 

¿Si  es  mi  hijo? 
LuzMÁx.  ¿  Xo  ha  de  ser, 

si  en  todo,  señor,  te  imita, 
y  trae  en  su  cara  escrita 
tu  imagen  y  proceder? 

¿  Qué  señas  más  ciertas  son 
que  en  hablándole  ese  Albano 
quiere  volverse  cristiano 
y  sacarte  de  prisión  ? 

Bien  dices,  mi  hijo  es, 
que  el  alma  ló  dice  así; 
agora  me  libre  a  mí, 
y  engendraréle  después. 

¿Cómo  dices  que  se  llama? 
Luzmán. 

Dios  le  dé  su  luz. 
¿  Conoce  a  Dios  ? 

Con  su  cruz 
tiernas  lágrimas  derrama. 

Ya  está  diestro  en  vuestra  ley.    • 
¿Qué  talle  tiene? 

Este  mío. 
No  tienes,  moro,  mal  brío. 
Que  fe  imito  dice  el  Rey. 

¿  Agora  ? 

No,   cuando  mozo. 
¿Ves  este  cuerpo,  esta  cara?, 
pues  por  retrato  bastara. 
En  verte  me  alegro  y  gozo. 

Honrada  presencia  tienes. 
¿  Eres    noble  ? 

Como  aquel 
de  quien  soy  hijo,  si  del 
a  tener  noticias  vienes. 

No  sé  qué  he  mirado  en  ti, 
y  así  una  prueba  haré  yo, 
de  que  viendo  al  que  le  hirió 
revienta  la  sangre  allí. 

Arrimaréte  a  mi  pecho 
a  ver  la  sangre  qué  hace. 
Abrázame. 
Luzmán.  ¡  Que  me  place  ! 

32 


LlSARDO. 


Luzmán. 

LlSARDO. 

Luzmán. 


LlSARDO. 

Luzmán. 

LlSARDO. 

Luzmán. 

LlSARDO. 

Luzmán. 


■     LlSARDO. 


Luzmán. 


LlSARDO. 


498 


EL   MAYORAZGO    DUDOSO 


LisARDO.      jAy,  hijo,  la  prueba  has  hecho! 

LuzMÁN.  ¿'Qué  dices? 

LiSARDO.  Que  en  abrazarte 

sintieron  la  alteración 
la  sangre  y  el  corazón, 
recogidas  a  ima  parte. 

Perdona,  que  ser  podría 
que  hubiese  hecho  este  efeto 
su  imaginado  conceto 
en  el  alma  y.  fantasía. 

Si  era  el  corazón  imán, 
ve  el  alma,  o  cual  más  quisieres ; 
¿  cómo  a  ti,  si  no  lo  eres, 
como  a  su  centro  se  van? 

Cuando  una  llave  se  pierde, 
que   así   lo   pienso  decir, 
no  hay  llave  que  para  abrir 
con  la  perdida  concucrde. 

Y  pues  la  tuya  me  dio 
golpe   al   alma   tan   suave, 
sin  duda  que  eres  la  llave 
que  ini  tiempo  el  alma  perdió. 

De  lo  que  niegas  me  quejo; 
que  el  no  haber  e-apejo  aquí 
y  veo  mi  espejo  en  ti, 
es  señal  que  eres  mi  espejo. 

Cuando  el  retrato  pequeño 
a  su  original  parece, 
es  cuando  alegría  ofrece 
a  los  ojos  de  su  dueño. 

Y  pues   en  aqueste  abismo 
,              de  escuridad,  pena  y  llanto 

los   míos   se   alegran   tanto, 
es   señal  que   eres   yo   mismo. 
Si  esa  sangre  no  te  diera 
no  me  lo  dijera  aquí 
otra  que   yo   te   vertí, 
como  a  su  centro  y  esfera. 

Y  a  resolverme  al  fin  vengo, 
puesto  que  negarlo  quieres, 
que  si  mi  hijo  no  eres 

no  es  posible  que  lo  tengo. 
LuZMÁN.         Mucho,  señor,  te  ha  movido 
ese  hijo  imaginado, 
de  quien  yo  he   sido   traslado 
si   el  original   no   he   sido. 

Y  avmque  no  sé  si  eres  padre, 
por  ser  tú  padre  dudoso 

de  aquel  hijo  venturoso 
de  tan  desdichada  madre, 

él  está  aquí  con  Albano, 
y  el  Rey,  sin  saber  quién  es, 


ni  que  trae  más  interés 
que   sólo   hacerse   cristiano, 

hijo   le   llama,  y  le   sienta   . 
a  su  mesa  y  a  su  lado, 
y  de  su  Imperio  y  estado 
hacerle  heredero  intenta.. 

Albano  es  gobernador 
del  reino,  aunque  el  Rey  no  sabe- 
quién  es. 
LisARDO.  En  Albano  cabe 

mayor  grandeza  y  honor. 

Mas  di,  amigo  :  ¿  que  el  Rey  quiere;., 
sin  ver  que  su  nieto  sea, 
hacer  que  el  reino  posea? 
LuzMÁ'N.      ¿  Y  qué  hará  cuando  lo  hiciere  ? 
LisARDO.  Mucho,  no  sabiendo  el  cuento:, 

cosas  son  que  ordena  Dios. 
LuzMÁN.      Muy  presto  os  veréis  los  dos, 
con  mucho  gusto  y  contento, 

Y  porque  pasa  la  hora 
dad   licencia,  y   otro  día 
tenerla,   señor,  querría 
para  veros  como  ahora. 
¿Qué  diré  a  Luzmán  ? 
LiSARDO.  Amigo^ 

dile  que  su  padre  soy, 
y  estas  lágrimas  te  doy 
que  le  lleves  por  testigo. 

Dile  que  haberle  engendrado 
me  cuesta  aquesta  prisión; 
que  pague  esta  obligación, 
pues  es  de  plazo  pasado, 
y  aqueste  abrazo  le  da. 
LuzMÁx.      Padre   mío,   ya    reviento. 

¿Irme  es  posible?  ¿Qué  intento 
sin  que   me   conozcas  ya? 

Dame  esos  pies,  pues  es  llano^ 
padre,  que  mis  yerros  son; 
merezca  tu  bendición 
pues  me  engendraste  cristiano. 

Las  lágrimas  abrasadas 
deten  que  darme  querías, 
y  recibe  aquestas  mías 
desa  tu  sangre  engendradas. 

Un  río  pueden  formar 
las  que  a  tus  plantas  envro^ 
y  sin  duda  que  soy  río 
que  he  nacido  y  vuelvo  al  mar_ 

¿  Qué  veinte  años  has  vivido 
en  la  prisión  que  has  pasado? 
¿  No  respondes,  padre  amado  ? 
¿No  hablas,  padre  querido?" 


TORNADA    TERCERA 


499 


Fuera  más  justa  razón 
que  yo  en  naciendo  muriera, 
pues  si  más  tiempo  viviera 
más  durara  tu  prisión. 

Padre,  ¿no  puedes  hablar? 
Sin   duda   el   alma,   que   viene 
con  la  voz,  la  voz  detiene 
por  salir  y  por  entrar. 

Padre,    que    Icón    ha    sido 
en  engendrarme,  ¿no  ve 
que  no  resucitaré 
si  me  niega  su  bramido? 

El  ha  perdido  el  hablar, 
porque  el  gusto  de  un  placer 
mayor  daño  puede  hacer 
que  la  fuerza  de  un  pesar. 

Quiero  llevarle  a  su  cama 
para  ver  si  vuelve  en  sí. 
I\Ii  padre,  arrímate  a  mí; 
árbol,  conoce  tu  rama. 

Padre,  aunque  has  sido  Teseo 
del  laberinto  en  que  estO}-, 
Eneas  piadoso  soy, 
sacarte  en  hombros  deseo. 

(Llévale  en  hombres;  sale  el  Rey  y  el  Duque  Ar- 

MINDO.) 

Rey. 
En  esto  he  dado,  y  bautizarle  quiero; 
hoy  será  mi  heredero. 

Armindo. 
Que  te  herede  en  buen  hora. 
¿  Pero  que  con  la  Reina  mi  señora 
se  case  un  hombre  que  fué  moro  ? 

Rey. 

Digo     ' 
que  así  me  vengo  y  al  traidor  castigo. 
Que  Princesa  gozada  de  Lisardo, 
si  darle  esposo  aguardo, 
¿querrá  a  Jacinta,  Armindo? 

Armindo. 
Tienes  razón,  a  tu  opinión  me  rindo. 
Y,  en  fin,  con  esto  el  reino  se  sosiega, 
pues  a  tu  sangre  misma  se  le  entrega, 
los  hijos  de  tu  hija  han  de  heredalle. 

Rey. 
Hoy  pienso  bautizalle  y  que  su  esposo  sea, 
y  que  el  gobernador  el  pleito  vea 
del  preso  y  le  sentencie,  y  desta  suerte 
con  más  descanso  esperaré  la  muerte. 


Armindo. 
¿Luego  saldrá  Lisardo  en  esta  audiencia 
a  escuchar  la  sentencia? 

Rey. 

Saldrá  públicamente, 
como  es  uso  del  reino  entre  esta  gente. 
Si  apela  a  mi  tiniente  de  ese  agravio, 
procederás   al   fin   como   hombre   sabio. 

•Armindo. 
Sosegará  tu  reino  y  tendrás  paces 
eternas  si  esto  haces. 

Rey. 
Por  Jacinta  he  enviado  al  conde  Aurelio. 

Armindo. 
El   Conde  ha  ya  llegado. 

(Entran  Aurelio  y  Jaciin'ta  de  viuda.) 
Aquí  viene  Jacinta. 

Rey. 

Apenas  puedo 
mirarla. 

Aurelio. 
Llega  a  hablarla. 

Jacinta. 

¡  Tengo  miedo  ! — 
A  tus  pies  invictísimos  postrada, 

(De  rodillas.') 

no  atrevida,  forzada, 
a  tu  mandato  vengo. 

Rey. 
Ya,   hija,   pues   te   hablo,   amor  te   tengo. 
¿Aurelio  no  te  ha  dicho  a  qué  has  venido? 

Jacinta. 
Pienso,   señor,  que   es  muerto  mi  marido. 

Rey. 
¿En  qué  lo  ves? 

Jacinta. 
En  que  casarme  quieres. 
Dueño  y  padre  eres ; 
tu  gusto   es   la   ley  que   adoro; 
pero  siendo  casada,  ¿  dasme  a  un  moro  ? 

Rey. 

No  repliques. 

Jacinta. 

Señor,  matarme  puedes. 


500 


EL    MAYORAZGO    DUDOSO 


Rey. 

No  lo  mereces. 

Aurelio. 

Calla,   porque   heredes ; 
que,  vive  Dios,  el  moro  desdichado, 
apenas  sea  casado, 
cuando   este  brazo   fuerte 
en  vez  del  reino  le  ha  de  dar  la  muerte. — 
Luzmán  y  Albano  vienen. 

Rey. 

Este   ha   sido, 
y  éste  quiero  que  sea  tu  marido. 

(Sale  LuiMÁN  y  Albano.) 
Luzmán. 
Beso,  señor,  tus  pies. 
Rey. 
Luzmán,  hoy  quiero 
que  seas  mi  heredero ; 
y  hoy  has  de  ser  cristiano 
y  te  he  de  dar  mujer. 

Luzmán. 

¿Qué  es  esto,  Albano? 
Rey. 
Mi  hija  es  ésta  que  hoy  será  tu  esposa. 

Luzmán. 
¿Tu  hija? 


Rey. 


Sí. 


Rey. 

Albano. 
Jacinta. 
Luzmán. 


Luzmán. 

Abrazadme,  (i)  Reina  hermosa; 

no  porque  lo  he  merecido, 
mas  porque  os  traigo  un  abrazo 
de  un  preso;  alargad  el  brazo, 
no  le  tengáis  encogido. 

Mas  ya  que  ha  querido  Dios 
que  tal  Rey  tenga  por  padre, 
por  Dios  que  tengo  una  madre 
que  es  tan  buena  como  vos. 

Mirad  que  me  dio  Lisardo 
hoy  este  abrazo  que  os  diese. 
¿Qué  desdén,   Jacinta,   es   ése? 
¿  Por  qué  no  hablo  ?  ¿  Qué  aguardo  ? 

¿  Que  abrazar  me  mande  a  un  mo- 
No  sé  en  qué  ley  estoy;  [ro? 


(i)     Así   en   el   manuscrito.   En  el   impreso:   "Aho- 
ra dadme",  por  errata. 


sé  que  vuestra  sangre  soy 
y  qne  vuestra  ley  adoro. 

Cuando  mi  abrazo  no  os  cuadre 
por  casada  religiosa, 
no  me  abracéis  como  esposa, 
abrazadme  como  madre; 

que  de  alguno  lo  habéis  sido 
que  no  es  mejor  que  soy  yo. 

Albano.       Porque  le  dice  de  no, 

le  dice  cuanto  ha  sabido. 

Jacinta.  Moro  amigo,  no  me  afrentes; 

que  si  tuve  hijo  fué 
de  mi  marido,  y  yo  sé 
que  en  igualarle  a  ti  mientes. 

No  porque  de  ti  recelo 
que  tu  A^alor  no  sea  tal; 
mas  no  tiene  en  tierra  igual 
el  que  ya  goza  del  cielo. 

Luzmán.  Pluguiera  a  Dios  le  gozara; 

mas  mientras  no  goza  a  Dios, 
justo  es  que  goce  de  vos 
y  de  vuestra  hermosa  cara.— ^ 

Fingid;  cumplid  con  el  Rey, 
que  os  traigo  un  grande  recado 
de  aquel  preso. 

Jacinta.  ¿Habéisle  hablado? 

LuzM.ÁiN.      Sí,  por  el  Dios  de  tu  ley; 

que  el  Rey  licencia  me  dio, 
y   pues   tanto    con   él   privo, 
hoy  te  le  pienso  dar  vivo 
o  no  pienso  vivir  yo. 

Téngole  en  lugar  de  padre; 
abracémonos  los  dos, 
que  no  casaré  con  vos 
más  que  con  mi  propia  madre. 

«  (Abrásanss.) 

Jacinta.  ¡  Oh,  mozo  que  el  cielo  envía  !, 

¿cómo  el  alma  no  te  he  dado? 

Aurelio.     Ya  los  dos  se  han  abrazado. 

Armindo.    ¿Esta  es  la  que  no  quería? 

¡No  hay  que  fiar  en  mujer! 

Jacinta.       ¿  Qué  tienes  ?  ¿  Qué  he  visto  en  ti, 
que   sólo  en  llegarte  a  mí 
me  he  sentido  enternecer? 

Luzmán.         ¿No  os  dije  que  yo  tenía 
sangre   vuestra  ? 

Rey.  ¿  Estás   contenta, 

Jacinta  ? 

Luzmán.  ,  El  alma  revienta  ! 

Jacinta.      Tu  voluntad  es  la  mía. 

Rey.  Alto;  las  manos  se  den. 


JORNADA   TERCERA 


501 


LuzMÁN.      Dámela,   no   tengas  miedo. 
Jacinta.      Dóitela,  si  darla  puedo. 
LuzALÁN.      Si  puedo,  la  doy  también. 
Rey.  Hoy  quiero  hacerte  cristiano, 

y  esta  noche  desposarte; 

mas  primero,  en  esta  parte, 

oiga  de   agravios   Albano. 
Toma  esa  silla  y  decí 

que    entre    cualquier   agraviado. 

Yo  quiero  estar  a  tu  lado; 

sentaos    vosotros    aquí. 

{Siéntense   los   cuatro,   y   Sale   Flora.) 

Flora.  Pues  hoy  hay  sala  de  agravios 

y  justamente  confío 
en  gobernador  tan  pío, 
¿por  qué  se  cierran  mis  labios? 

Ya  que  vine  a  la  ciudad, 
hoy  mi  agravio  se  ha  de  ver. 
Quiero  entrar. 

Armindo.  ;No  ves,  mujer, 

que  está  aquí  Su  Majestad? 

Flora.  Humillada  a  vuestros  pies, 

señor,  propongo  mi   causa. 

Albano.       Di  quien  tus  agravios   causa. 

LuzívLÁíN.      Albano,   tu  mujer  es. 

Albano.  Ya  lo  veo. — Di  el  suceso. 

Flora.         Señor,  yo  soy  la  mujer 
de  Albano. 

Rey.  ¿  Que  vino  a  ser 

cuando  hoy  se  sentencia  el  preso? 

Flor.\.  Ausentóse  mi  marido 

con  tu  nieto  por  guardalle, 
sin  que  en  su  culpa  se  halle 
que  cómplice  hubiese  sido. 

Hanme  mi  hacienda  tomado, 
juros,    rentas,    posesiones, 
con  falsas  informaciones, 
que  aun  mi  dote  me  han  quitado. 

Ha  gran  tiempo  que  pleiteo 
desde  un  monte  y   soledad, 
y  hoy  que  vengo  a  la  ciudad 
decir  mi  agravio  deseo. 

O  me  manda  castigar, 
o  que  mi  hacienda  me  den, 
que  tengo  hijos  también 
y  no  los  puedo  criar. 

Albano.  ¿Hijos  tienes? 

Flora.  Seis   o   siete. 

Albaxo.       ¿Luego  tú  adúltera  has  sido 
ausente   de   tu   marido? 

Flora.         ¿Ouién  en  mi  vida  se  mete? 


Albano. 
Flora. 


^Albano. 


Flora. 


Albano. 

Rey. 
Albano. 


Flora. 

(Salen 
Cardenio 

Celio. 

Cardenio. 


Clávela. 


Cardenio. 

Albano. 

Clávela. 

Albano. 

LuZMÁN. 

Clávela.  ■ 


Esto  quiero  averiguar. 
Por  moverte  (i)   lo  decía; 
que  una  sola  que  tenía 
tú  la  has  visto  en  mi  lugar. 

Eso  sí,  pesar  del  yugo, 
que  no  se  compra  de  balde , 
que  aunque  tienes  padre  alcalde, 
si  hay  otro  será  verdugo. 

¿Probarás'  que  buena  has  sido? 
¡  Oféndesme   a  buena   ley  ! 
Digo  delante  del  Rey 
que  de  ti  me  he  resistido ; 

que  anteayer  me  prometías 
darme  de  esposo  la  mano, 
porque  olvidase  mi  Albano 
o  porque  amor  me  tenías; 

y  aunque  (2)  eras  gobernador 
te  traté  como  a  un  esclavo. 
Si  te  vengas,  poco  alabo 
la  fama  de  tu  valor. 

Su  honor  defiende ;  bien  hace. 
Yo  huelgo  de  ser  culpado. 
Retírate  a  aqueste  lado 
por  un  rato. 

Que  me  place. 

Celio,  Cardenio  y   Clavel.^,  pastores.) 

Digo  que  lo  juraré, 
sin  ser  perjuro  o  blasfemo. 
Y  yo.  ¿  Pensáis  que  al  Rey  temo  ? 
Por  Dios,  que  una  ve  le  hablé. 

Todos  dirán  que  era  suyo. 
Mueve,  Clávela,  los  labios; 
aunque   si   es  sala  de   agravios, 
me  pienso  quejar  del  tuyo. 

No  le  digas  disparates, 
Cardenio,  en  esta  ocasión, 
que  de  villana  afición 
no  es  bien  ante  el  Rey  le  trates. 

Llegad  y  humillaos. 

Xo  creas 
que  tan  rústico  nací. 
¿Qué  quieres,  mujer  aquí? 
Señor,  que  mi  padre  seas. 

(No  dice  mal,  yo  lo  soy.) 
Albano,  tu  hija  es. 
Cree,  pues  vengo  a  tus  pie», 


(i)  En  el  original  impreso:  "no  verte",  por  erra- 
ta.   En    el    manuscrito    está    bien. 

(2)  En  el  original  impreso :  "porque",  por  errata. 
En   el    manuscrito,    bien. 


502 


EL    MAYORAZGO    DUDOSO 


Albaxo. 
Clávela. 

LUZMÁN. 

Clávela. 


Rey. 
Clávela. 


Rey. 

LUZMÁN. 


Rey. 
Clávela 

Rey. 


Clávela. 
Rey. 


Clávela. 

Rey. 

Clávela. 

Rey. 

Clávela. 


Albano. 

Clávela. 

Rey. 
Clávela. 

LuZMÁN. 

Clávela. 

Rey. 

Clávela. 


Rey. 


señor,  que  agraviada  estoy. 

Di  tu  agraAao  y  contra  quién. 
Contra  Luzmán,  que  está  aquí. 
¿Agraviada  estás  de  mí? 

Y  de  tu  agravio  también. 

Y  así,  al  Rey  mi  señor  pido 
que  aqueste  agravio  deshaga. 
¿Qué  pides? 

Señor,  la  paga 
déste,  que  mi  esclavo  ha  sido. 

Aquí  los  testigos  traigo 
que  lo  cautivaron. 

Bueno. 

Y  si  yo  he  sido  ajeno, 
Clávela,  ¿en   qué  culpa   caigo? 

Confieso  que  tuyo  soy. 
Eso  no;  Luzmán  es  mío. 
Que  satisfaréis  confío, 
Rey,  mi  agravio. 

Vivo   estoy. 

Mas,  ¿cómo  ha  de  ser  tu  esclavo 
hombre  que  ha  de  ser  tu  Rey? 
Porque  lo  fué. 

¡  Gentil  ley ! 
i  Este  atrevimiento  alabo  ! 

Mas,  supuesto  que  ya  es  mío. 
¿cuánto  te  he  de  dar  por  él? 
A  él  mismo. 

¿Pues  cómo  a  él? 
Porque  cobrarle  confío. 

¿  Cómo  ? 

Delante  de  Albano, 
no  siendo  tan  poderoso, 
prometió  de  ser  mi  esposo 
luego  que  fuese  cristiano. 

Diga  si  verdad  ha  sido. 
Yo  no  lo  puedo  negar. 
¡O  no  se  ha  de  bautizar, 
o  él  ha  de  ser  mi  marido ! 

¡  Sacad  esa  loca  allá ! 
¡  Buen  desagravio  me  hacéis  ! 
¡  Paso,  paso,  no  la  echéis  ! 
Verdad  dice;  cuerda  está. 

i  Qué  bien  agravios  deshacen  ! 
¡Qué  mujer  tan  descompuesta! 
¿  Sala  de  agravios  es  ésta  ? 
¡  Bien  dicen  que  agravios  hacen! 

Pero  si  amor  me  ha  ofendido, 
y  es  dios,  como  sabéis  vos, 
de  los  agravios  de  un  dios 
a  un  Rey  desagravios  pido. 

¿Quién  es  aquesta  mujer? 


Albano.       Hija  es,  señor,  de  Albano. 

Clávela.     No  has  hecho  como  cristiano ; 
aún  moro  debes  de  ser. 

Pero  si  el  Rey  te  ha  forzado, 
cásate;  que  yo,  perjuro, 
de  no  lo  hacer  jamás  juro: 
hoy  me  has  muerto,  hoy  te  he  ente- 
Viuda  quedo  de  ti.  [rrado. 

Luzmán.     Clávela,  calla,  mi  bien. 

Clávela.     ¿Tu  bien? 

Luzmán.  Y  esposa  también. 

(Salen  Aurelio  y  el  Príncipe  Lisardo  en  prisiones.) 


Aurelio. 
Lisardo. 

Jacinta. 

Luzmán. 

Rey. 


Jacinta. 

Rey. 

Lisardo. 

Aurelio. 
Lisardo. 


Aurelio. 
Lisardo. 


Jacinta. 


Lisardo. 


El  Príncipe  viene  aquí. 

Aunque  a  ver  mi  muerte  vengo, 
me  vengo  a  echar  a  tus  pies. 

Este  es  mi  bien,  Luzmán. 

Y  es, 
señora,  un  padre  que  tengo. 

Levántate  de  la  tierra, 
que  hoy  comienza  tu  castigo, 
y  con  tu  padre  enemigo 
cesa  la  causa  y  la  guerra. — 

Leed,  Albano,  ese  papel 
que  os  di  escrito. 

¿Que   te   ven 
mis  ojos? 

Lee  también 
la  sentencia  que  va  en  él. 

¿Quién  es,  Aurelio,  la  dama 
que  mereció  asiento  aquí? 
Tu  mujer  será. 

¡  Ay  de  mí ! 
¿Mi  mujer,  y  prisión  llama? 

¿  Y  para  qué  la  han  traído  ? 
Para  que  escuche  tu  muerte. 
Si  he  tardado  en  conocerte, 
mi  bien,  disculpa  he  tenido. 

Que  porque  en  prisión  cruel 
veinte  años  la  luz  no  vi, 
del  cielo  desconocí 
aquí  los  ángeles  del. 
¡  Ay,  desdichado  Lisardo, 
visto  en  tan  triste  ocasión, 
viejo  sales  de  prisión 
y  entraste  mozo  y  gallardo ! 

Monte  que  sufriendo  ha  estado 
mil  agravios  casi  eternos, 
pasando  tantos  inviernos, 
¿qué  mucho  que  esté  nevado? 

Ya  que  verte  merecí, 
¿qué  tarda  en  venir  la  muerte? 


JORNADA    TERCERA 


50Í 


Rey.  Lee. 

Alb.vxo.  Dice  de  esta  suerte. 

Rey.  Cuanto  escribí  y  firmé  di. 

Alb.^xo.  "Yo,  Evandro,  rey  de  Alemania, 

sentencio   a   Lisardo   aleve 
por  la  traición  cometida, 
que   ahora   callar   conviene, 
a  que  salga  desterrado 
de  mis   reinos  para  siempre." 
No  pases  más  adelante. 
¿  Cómo  es  posible  que  fuese 
aleve  ?  ;  Miente  el  papel, 
y  el  que  lo  dijere  miente! 
¿  Que  es  esto,  Luzmán  ?  ¿  Qué  dices  ? 
¿Tú  sabes  lo  que  defiendes? 
Rey,  no  menos  que  a  mi  padre, 
y  a  mi  madre  juntamente. 
¿Quién  es  mi  hijo? 

Yo   soy. 
i  Dame  esos  brazos  mil  veces  ! 
Diga  la  verdad  de  todo 
Albano,  que  está  presente. 
¿Qué  Albano? 

Yo  soy,  señor, 
el  que  en  estos  brazos  fieles 
lo  llevé,  huyendo  de  ti, 
viendo  tu  furia  inclemente. 
Cautiváronme  con  él 
y  gócele  tiempo  breve, 
porque  al  Turco  le  llevaron, 
donde  siempre  estuvo  ausente. 
Cuando  pude  le  he  traído; 
mira  si  es  bien  que  me  premies. 

Rey.  Albano,  tuyo  es  mi  reino 

como  abrazar  me  le  dejes. 

Flora.  ¡  Albano  mío  ! 

Albaxo.  ¡  ]^Ii  Flora  ! 

Clávela.     ¡  Padre  mío  ! 

Albano.  ¡Hija   Clávela: 


Luzmán. 


Rey. 

Luzíl'\n. 

Jacinta. 
Luzmán. 
Jacint.\. 
Luzalín. 

Rey. 
Albano. 


Lisardo.     Cielos,  ¿llegaré?  ¿Hablaréla? 

Dadme  esos  brazos,  señora. 
Jacinta.  ¿Era,   esposo,  tiempo  ya 

de  vernos  ? 
Lisardo.  ¿Quién  no  quisiera? 

Rey.  ¡  Toda  mi  cólera  fiera 

vuelta  en  gusto  y  gloria  está ! 
¿Que  eres  mi  nieto,   Luzmán ?- 

Lisardo,  dame  esos  brazos. 
Lisardo.      ¡  Bien  merezco  tus  abrazos, 

que  envueltos  en  llanto  van ! 
Alsano.  Dadme  vuestros  pies,  señor. 

Rey.  ¡  Oh,  Albano  !,  ¿  con  qué  podré 

pagar  tu  lealtad  y  fe? 

Tuyo  es  mi  reino  en  rigor. 
Lisardo.  ¡  Bien,  Albano.  habéis  guardado 

la  joya  que  os  di ! 
Albano.  Mi  celo 

ha  favorecida  el  cido, 

no  he  puesto  mal  el  cuidado. — 
Vos,  señora,  que  en  mis  manos 

le  paristeis,  ¿no  me  habláis? 
Jacinta.      Albano,  hoy  eternizáis 

el  nombre  de  los  Albanos.— 
Y  vosotros  sed  servidos 

que  juntos  vivan  los  dos, 

pues  que   fuesen  quiso  Dios 

en   una  noche  nacidos. 
Rey.  Doy  a  Luzmán  a  Clávela, 

con  mi  reino. 
Luzmán.  Esta  es  mi  mano. 

Clávela.     Yo  tuya  en  siendo  cristiano. 
Luzmán.      ¡  Harto   el   serlo  me  desvela  ! 
De  tu  esclavo  soy  tu  esposo. 
Clávela.     Yo  tu  esposa  de  tu  esclava. 
Luzmán.      Y  aquí,  senado,   se  acaba 

El  mayorazgo  dudoso. 

Fin. 


COMEDIA  FAMOSA 


DE 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


DE 


LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


HABLAN  EN  ELLA  LAS  PERSONAS  SIGUIENTES! 


El    RiEY. 

Lidio  y  Nisida. 

ROSIMUNDO. 

Otón,  príncipe. 
Enrique,  criado. 
Eufrasia. 


Camilo,  loco. 

FlNARDO. 
LlSENO. 

Severo    3^    un    Criado. 
Clávela  y  Fabia. 
Un  i  Alcalde. 


TuRÍN,  lacayo. 
Basilio,  viejo. 
Un   M.\YORDOMo. 
Dos  Pobres- 
El  Duque. 
Alejandro,  su  hija. 


ACTO  PRIMERO 

(Salen  el  Rey  y  Lidio.) 

Rey. 
¿Que  es  tan  inquieto  el  Príncipe? 

Lidio. 

En  extremo. 
Tiene  el  ánimo  libre  y  codicioso 
de  ser  al  bien  y  al  mal  único  extremo. 

Rey. 
Solícito  me  tiene  y  cuioadoso. 
Lo  mismo,  Lidio,  de  su  hermana  temo; 
que  mal  convienen  con  su  rostro  hermoso 
las  señales  del  alma  y  las  acciones, 
pues  apenas  me  agradan  las  razones. 

Lidio. 
Injustamente  de  la  Infanta  formas 
quejas,   señor,    sabiendo   su   cordura, 
su  valor,   su  nobleza. 

Rey. 

Mal  conformas 
el  alma,  oculta  a  la  exterior  pintura. 

Lidio. 

De  alguna  envidia  de  los  dos  te  informas, 

pues  el  real  decoro  y  compostura 

no  le  ofenden  altivos  movimientos, 

que  no  se  han  de  humillar  los  pensamientos. 


Rey. 

Bien,  sé  que  de  los  límites  no  excede 
Eufrasia  opuestos  al  real  decoro ; 
mas   competir  una  arrogancia  puede 
con  el  celeste  y  derribado  coro. 
Quiero  casarla,  y  que  en  descanso  quede ; 
prométole  mil  montes  de  tesoro, 
y  a  cuanto  intento  respondiendo  sale 
que  no  tiene  en  la  tierra  quien  le  iguale. 

¿Pues  qué  diré  del  Príncipe* su  hermano? 
En  mala  estrella  e  influencia  fiera 
los  engendré,  los  enseñé  y  en  vano 
mi  cuidado  en  domarlos  persevera. 
Si  ahora  en  esta  edad  Séneca  hispano 
viviera,  por  maestro  se  le  diera 
a  Otón ;  mas  temo.  Lidio,  que  imitara 
a  Ñero,  y  que  sus  venas  desangrara. 

Pues  si  pudiera  dalle  a  Armante,  a  Aspasia„ 
a  Carmenta  latina,  a  la  Sibila 
más  santa  y  sabia,  a  la  princesa  Eufrasia,, 
que   cuanto   mis   consejos  aniquila 
peregrinara  a  Europa,  a  toda  el  Asia, 
y    adonde    Mirra    lágrimas    destila, 
y  le  diera  maestro  en  cuyas  alas 
venciera  al  tiempo  y  en  laurel  a  Palas. 

¿Qué  haré,  Lidio,  con  hijos  tan  extraños? 

Lidio. 
No  pensar  que  lo  son,  tan  riguroso. 

Rey. 
El  alma  nunca  avisa  con  engaños.- 


ACTO   PRIMERO 


505 


Lidio. 

Efectos  son  de  un  padre  cuidadoso. 

Rey.  . 
Su  término  amenaza  graves  daños. 

Lidio. 
Amor  tiene  tu  pecho  temeroso. 

Rey. 
¿Qué  ruido  es  aquél? 

Lidio. 
La  voz  parece 
de  tu  sobrina. 

Rey. 

El  alboroto  crece. 

.{Sale  NisiDA,  alborotada.)  , 

NisiDA.  Si  no  tomara  venganza 

desta   loca   sin    razón, 
a  quien  esta  obligación  " 
por  tantas  partes  alcanza, 
no  he  de  perder  la  esperanza, 
que  puesto  que   soy  mujer 
tan  fuerte,  la  pienso  hacer 
que  por  memoria  se  escriba, 
que  una  mujer  vengativa 
puede  el  mundo  revolver. 

Rey.  ¿Qué  es  eso,  Nisida? 

NisiD.^.  Nada ; 

3'a  lo  que  era  se  acabó. 

Rey.  ¿  Lágrimas  en  ti  ? 

NisiDA.  i  Soy   yo 

piedra    o    mujer    desdichada? 
Mas,  i  si  yo  ciñera  espada...! 

Rey.  Sobrina,   aquí   está  la  mía. 

NisiDA.        Yo  la  buscaré   algún  día. 

Rey.  ¿Con  quién  has  tenido  enojos? 

NisiDA.        Con  el  alma  de  tus  ojos, 
que  sacártelos  quería. 

Rey.  Ven,  Lidio,  sabré  lo  que  es, 

que  Eufrasia  la  habrá  enojado. 

Lidio.  ¿  Pues  eso  te  *da  cuidado  ? 

Wanse.) 

NisiDA.        Allá  lo  verás  después. 

i  Si  no  te  viera  a  mis  pies, 
loca  Eufrasia...  ! 

(.Sale     ROSIMUNDO.) 

RosiMUN.  ¿  Qué  es  aquesto  ? 

NisiDA.        ¿Tú  eres  mi  hermano? 


RosiMUN.  ¿Tan  presto 

soy  culpado  de  tu  agravio? 
NisiDA.        Pensé  que  en  moviendo  el  labio 
te  viera  a  mi  honor  dispuesto. 

Rosimundo,  estos  villanos, 
si  lo  son,  hijos  del  Rey, 
no  quieren  guardar  la  ley 
ni  de  reyes  ni  de  hermanos. 
Son  nuestros  primos  hermanos, 
que  su  padre  es  nuestro  tío ; 
mas  ni   el  grande   señorío 
ni  el  deudo  ha  de  dar  lugar 
a  que  te  puedan  quitar 
a  ti  tu  honor  ni  a  mí  el  mío. 

Yo  y  Eufrasia  en  el  jardín 
hablábamos  de  Clenardo, 
por  sí  mismo  más  gallardo 
que  por  ser  francés  Delfín. 
Mostréle  el  retrato  al  fin, 
y  dijele   que   tenía 
esperanzas  que   sería 
su  esposa;  pero,  envidiosa, 
me  dijo:  "Otra  más  hermosa 
para  Clenardo  se  cría." 

"Más  hermosa  — dije  yo — 
puede  ser,  sí  estriba  en  eso 
la  gloria  deste  suceso; 
pero  más  dichosa,  no." 
Algo   entonces  le  pesó, 
y  dijo :  "A  mí  me  han  propuesto 
a  Clenardo,  y  me  he  dispuesto, 
Nisida,  a  no  le  querer; 
pero  tú  no  eres  mujer 
que  mereces  hablar   desto." 

Yo  dije:- "Si  son  hermanos 
tu  padre,  Eufrasia,  y  el  mío, 
¿No  miras  que  es  desvarío 
y  esos  pensamientos  vanos? 
Tener  el  cetro  en  las  manos 
fué  porque  nació  primero, 
que  en  razón  de  tí  no  quiero 
decir  si  te   soy  igual; 
pero   si  no  juzgas  mal, 
ya  sabes  que  te  prefiero." 

Respondió  con .  inquietud : 
"Es  notoria  mi  ventaja, 
porque  no  hay  mujer  tan  baja 
que  no  te  exceda  en  virtud. 
^         Tu  vana  solicitud 

con  que  ruegas  a  los  hombres 
te   engaña  con  altos  nombres; 
pero  yo  te  haré  casar 


506 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


con  quien  te  lleve  al  lugar 

que  de  nombralle  te  asombres.  Enrique. 

Cuanto  a  lo  primero  — 'dije — , 

mientes;  cuanto  a  lo  segundo, 

tú   serás  ejemplo  al  mundo 

de  la  envidia  que  te  aflige,  Otón. 

porque  yo  de  quien  le  rige  Rosimun. 

seré  igual  en  tierra  extraña." 

Y  ella,  tomando  ima  caña 

de  la  pared  de   un  jazmín, 

hizo  testigo  al  jardín 

de  su  infame  y  loca  hazaña.  Enrique. 

EosiMUN.        Xo  prosigas.   ¡  Vive  el  Cielo  Rosimun. 

que  hoy  ha  de  ser  aquel  día  Enrique. 

que  de  mi  justa  osadía  Rosimun. 

él  se  admire  y  tiemble  el  suelo ! 

Tú    conocerás   mi    celo, 

ella    su    arrogancia    loca; 

su  padre  a  lo  que  provoca  Otón. 

un  desprecio ;  el  vil  hermano,  Rosimun. 

que  con  la  espada  en  la  mano 

cobro  el  honor  que  me  toca. 
Ya,   como   sabes,   tenía 

mil   persuasiones   de    todos  Otón. 

a  quien  por  tan  varios  modos 

Otón  ofensas  hacía. 

Por  mi  lealtad  no  quería  Rosimun. 

acetar  esta  corona ; 

pero  ya  que  en  tu  persona  Otón, 

Eufrasia  ha  puesto  las  manos,  Rosimun. 

la  fuerza  de  ser  tiranos 

el  agravio  nos  perdona. 
NisiDA.  Echarme  quiero  a  tus  pies. 

Rosimun.    Vete,   Nísida,  que  viene 

el   Príncipe. 
NisiDA.  Aquí   conviene 

que  satisfacción  le  des. 

(Vcsc.) 

Rosimun.   Cuando  más  segura  estés 

verás  que  pueden  los  labios 
■la   fuerza  de  los   agravios 
y  en  un  pariente  un  desprecio, 
que  al  más  ignorante  y  necio 
sacan  el  alma  a  los  labios. 


(Salen   Otón   y   Enrique,   criado.) 

Otón.  ¡  Qué  graciosci  atrevimiento  ! 

¿A  mi  hermana  una  mujer    ' 
que  en  su  bajo  proceder 
muestra   su   merecimiento  ? 
i  Que  no  fuese  espada  siento 


la  caña  con  que  le  dio ! 

Para   ser  mujer   bastó 

la  satisfacción  que  intenta; 

y  aun  en  hombre  es  más  afrenta, 

aunque    a    Nisida    afrentó. 

Esa  afrenta  no  es  afrenta. 
Con   esos   consejos  vanos, 
Enrico,  en  primos  hermanos 
la  paz  la  lisonja  aumenta; 
mas  ya  corre  por  mi  cuenta 
la  Siatisfacción  que  aguardo. 
Repara  y  mira  Ricardo... 
¿Qué  ha  de  mirar  quien  tal  vio? 
Que  es  hija  del  Rey. 

Y  yo, 
¿  soy,  por  ventura,  bastardo  ? 

Cañas  ni  afrentas  son  buenas 
donde  hay  sangre  y  amistad. 
¿Tú  hablas? 

¿Es  deslealtad, 
o  son  mis  prendas  ajenas? 
¿Esa  sangre  de  tus  venas 
no  es  la  misma  de  las  mías? 
Primo,   locas   osadías 
sufriránse  de   mujeres; 
de  hombres  no. 

¿Pues  tú  qué  eres, 
que  tan  altas  alas  crías? 

Tu   señor. 

¡  Brava    arrogancia ! 
Mi  primo,  sí;  no,  señor, 
que  en  una  sangre  es  error 
poner  tan  loca  distancia. 
Una  misma  consonancia 
hacen  juntas   y  un   acento 
las  cuerdas  de  un  instrumento, 
aunque   por   grados   están, 
que  sola,  a  ninguna  dan, 
por  sola,  merecimiento. 

A  persona  que  es  tu  igual 
no  trates  desa  manera, 
ni  porque  sea  tercera 
del  bordón  cetro  real. 
¿Tu  prima   es   tan   desigual? 
¿La  prima  que  ser  pudiera 
mejor  que   prima   primera? 
Y  tú,  que  el  bordón  requintas, 
me  haces  son  cuando  te  pintas 
alto  de  tono  en  tu  esfera. 

Mira  que  disuenas  ya 
deste  real  instrumento, 
y  que  el  reino  descontento 


ACTO    PRIMERO 


507 


desa  tu  arrogancia  está. 

Trata  bien  a  quien  te  da 

el  honor  y  la  obediencia, 

que  una  ofendida  paciencia 

y  un  desprecio  por  buen  trato 

a   cur.lquicra  desacato 

se  suele  tomar  licencia. 
O  lo;;.  ¿Hay  desvergüenza   como  ésta? 

¡  Matarle  tengo ! 
RosiMUN.  Retire 

pasos  porque  al   fin  te  miro 

la  corona  medio  puesta. 
Otúx.  i  Huye ! 

RosiMux.  ¡Eso  no !  Y  en  respuesta, 

si   me   aprietas,   do-y   la  espada. 
Otón".  ¡  Mátale,  Enrico  ! 

RosiMUK.  Tu   airada 

furia  a  defender  me  obliga. 
Enrique.     ¡  Traidor ! 
RosiMUN.  ¡  Miente   el  que  lo   diga, 

que  la  de  Frisa  es  honrada ! 

(Sale     EuFRASi.^,     alborotada,    y    vanse    acuchillando 
los   dos.) 

Eufrasia.       ¿  Aquí  espadas  ? 

Otón.  ¿  Por   qué   no  ? 

Eufrasia.  ¿Tú  la  desnudaste? 

Otóx.  Sí. 

Eufrasia.  ¿Tú?  ¿Por  quién? 

Otón.  Por  ti. 

Eufrasi.\.  ¿Por  mí? 

Otón.  Rosimundo  me  ofendió. 

Eufrasia.       ¿Matástele? 

Otón.  ¡  Bien  quisiera  ! 

Eufrasia.  ¿  Huyó  ? 

Otón.  Enrico  fué  tras  él. 

Eufrasia.  ¿  Qué  causa  te  dio  ? 

Otón.  ¡  Cruel ! 

Eufrasia.  ¡  Qué  brava  arrogancia  ! 

Otón.  ¡  Fiera ! 

Eufrasia.       ¿Volvió  por  su  hermiana? 

Otón.  "  Sí. 

Eufrasia.  ¿Qué  dijo  de  mí? 

Otón.  ,  Su  agravio. 

(Sale  el  Rey  y   Lidio.) 

I- 1  DIO.         Aquí  te  quiero  ver  sabio. 
Rey.  Parece  imposible  aquí. — 

¿Adonde  vas  con  la  desnuda  espada, 
soberbio  Otón  ?  ¿  Intentas,  por  ventura, 
ceñir  tu  acero  con  mi  sangre  helada? 

¿Qué  es  lo  que  agora  tu  rigor  procura? 


¿  Oféndete   la   nieve  destas   canas, 
que  apenas  de  tu  fuego  está  segura? 

¿Prosigues   las   historias   inhumanas 
de  muchos,  óe  sus  padres  ipatricidas, 
por  reinos  viles  y  coronas  vanas? 

Pues  no  serán  tus  manos  resistidas 
de  mi  flaco  poder:  aquí  me  tienes, 
si  de  la  natural  piedad  te  olvidas. 

Y  tú,  cruel,  que  a  acompañarle  vienes, 
¿adonde   va,s  tan  bárbara,  tan  loca, 
que  con  ningún  respeto  te  detienes? 

¿Qué  furia  a  ser  aleve  te  provoca 
contra  el  principio  de  tu  misma  vida, 
principio  ya  en  el  fin,  por  ser  tan  loca? 

Llega  a  ser,  como  Sila,  patricida; 
pon  las  manos  en  mí :  desnudo  muestro 
el  noble  pecho  a  la  traidora  herida. 

¡  Mal  haya,  Otón  y  Eufrasia,  el  vil  maestro 
que  tuvistes  los  dos,  pues  sólo  ha  sido 
quien  tiene  culpa  en  el  delito  vuestro ! 

Si  os  hubiera  enseñado  y  advertido, 
no  fuérades  soberbios  y  arrogantes. 
¡  Ah,  vil  maestro,  infame  y  mal  nacido ! 

Otón. 

¿  No  fuera  bien  que  te  informaras  antes, 
señor,  que  nos  trataras  desa  suerte 
y  dijeras  palabras  semejantes? 

¿Nosotros  procurar  tu  injusta  muerte, 
nacidos   de   tu  vida?   ¿Es   Lidio   acaso 
quien  quim.eras   tan  bárbaras  te   advierte? 

¿De  qué  imaginas  tan  extraño  caso? 
¿  De  ver  desnudo  el  inocente  -acero, 
pues  que  tú  propio  le  saliste  al  paso? 
Eufrasia. 

¿Y  yo  qué  culpa  tengo,  si  primero 
que  aquí  llegase  desnudó  la  espada? 
Más  qué  acción  de  traición  de  caballero 

culpa  tu  edad,  si  de  vivir  cansada, 
vive  de  las  que  miras  sospechosa 
y  de  su  misma  vida  fatigada. 
Lidio. 

Quien  dijere  que  he  dicho  alguna  cosa 
contra  los  dos,  yo  haré  que  se  desdiga. 

Otón. 
Deten,   Lidio,   la   lengua  mentirosa; 

que  si  la  fuerza  del  agravio  obliga 
a  perder  el  respeto  y  la  paciencia, 
cortada  haré  a  tu  lengua  que  lo  diga. 
Rey. 

i  Bárbaro,  vil,  villano!  ¿En  mi  presencia? — 


508 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


¡  Préndele,  Lidio  ! — ¡  Ah,  guarda  ! 

Otón. 

¡  Llegue   alguno ! 
Eufrasia. 
Cuando  hay  razón,  es  justa  resistencia; 
no  permitas,  Otón,  llegar  ninguno. 

{Vansc  Otón  y   Eufrasia.) 
Rey. 
i  Soberbia  Eufrasia,  espera  ! 
Lidio. 

No  es  ahora 
tiempo  a  tus  pretensiones  oportuno. 

Rey. 
¿Cuándo  no  fué  de  la  traición  aurora 
la  libertad? 

Lidio 

A- declarar  se  empieza. 
Rey. 
¡  Quien  mal  comienza,  tristes  fines  llora ! 

Maestra' suele   ser  naturaleza; 
de  reyes  se  la  di. 

(Sale    Enrique.) 

Enrique. 
Ya  Rosimundo 
se  huyó,  con  una  herida  en  la  cabeza. 

Rey. 
¿Qué  es  eso,  Enrique? 

Enrique. 

Así  de  todo  el  mundo 
te  veas  Rey,  que  al  Príncipe  perdones. 

Rey. 
¿Qué  le  decías  al  Nerón  segundo? 
Enrique. 
Sin  reparar  en  ti,  dije  razones 
que  pudiera  excusar ;  ciego  he  venido, 
tanto   suelen  cegar  las  ocasiones. 

Rey. 
¿A    Rosimundo    mi    sobrino    ha   herido? 
Enrique. 
Con  él  se  descompuso ;  todo  es  nada. 

Rey. 
La  causa  de  las  armas  he  sabido, 
pero  no  la  ocasión. 


Enrique. 

Sacar  la  espada 
su  primo  contra  Otón ;  no  fué  muy  poca. 

Rey. 

Y  la  tuya  en  herirle,  ¿no  es  culpada? — 
Ponle  en  prisión. 

Enrique. 

¿Hacer  lo  que  me  toca 
en  favor  de  tu  hijo  fué  delito? 

Rey. 
¡  Llevalde ! 

Enrique. 
Advierte,  ¡oh,  Rey!... 

Rey. 

¡  Calla  la  boca  t 

(Llévanle.) 
Si  tantas  libertades  os  permito, 
¿  de  qué  me  sirve  el  nombre  ? 

(Hacen    ruido    dentro.') 

Lidio 

El   alboroto 
suena  por  la  ciudad. 

Rey. 

i  Siento  infinito 
el  no  le  haber  con  estas  manos  roto 
el  pecho  a  Otón !  Será  prendelle  justo. 

Lidio 
Prendelle  y  castigalle  de  mí  voto. 
Rey. 
Culpo  al  maestro,  culpo  al  viejo  Augusto, 
que  tan  mal  Je  enseñó. 

Lidio 

Fué  Otón  ingrato 
a  su  doctrina,  por  seguir  su  gusto. 

Rey. 
Pues  y  seré  juez  como  Torcato- 

(Sale   Camilo,    loco.) 

Camilo.         Ruin  sea  quien  me  picare 
ni  me  diere  en  el  pescuezo. 
Pajes  de  Poncio  Pilato, 
moscones  de  los  infiernos. 
¡  Valga  el  Diablo  vuestras  madres^ 
que  sospecho  que  os  parieron 
para   aguijonar  mis   carnes 
con  agujas  en  los  dedos! 


ACTO    PRIMERO 


509 


Y  vos,  que  dais  de  comer 
a  tantos  lechuzos  nuevos, 
¿sois  cuba,  que  sustentáis 
unos  mosquitos  como  éstos? 
Haced,    así   Dios   os   guarde, 
una  ley  justa,  un  decreto, 
que  nadie  pueda  picar 
prójimos  más  que  a  si  mesmos. 
Hablan  las  leyes  del  mundo 
del  que  mata  con  aceros, 
del  que  hiere  o  da  de  palos 
o  asienta  los  mandamientos, 
y  no  habla  del  que  pica, 
siendo  el  delito  más  fiero 
que  se  puede  cometer. 
Rev.  ¡Estoy  triste! 

Camilo.  Sois   un   necio, 

y  os  diré  cómo  lo  sois, 
y  que  es  justo  que  en  los  textos, 
párrafos  y  distinciones, 
de  que  están  los  libros  llenos, 
haya  ley  contra  el  picar. 
Rey.  Siempre  te  he  visto  discreto, 

Camilo,  si  no  es  agora. 
Déjame,  que  estoy  suspenso. 
C.\MiLO.       Pues  no  lo  estéis  si  sois  Rey, 
sino  m.uy  vivo  y  despierto, 
que  es  menester  que  escuchéis 
a  los  sabios  y  a  los  necios : 
a  los  sabios  para  dalles 
gloria  por  obedeceros, 
y  a  los  necios  pena  eterna 
porque   no   os   obedecieron. 
Y  esto,  aunque  sea  de  Dios, 
no  os  parezca  desconcierto, 
que  el  Rey  es  Dios  en  la  tierra: 
mirad  vos  si  sabéis  serlo. 
Volviendo  a  lo  del  picar, 
oídme   un   discurso   nuevo; 
así   Dios,  que  os  hizo  Rey, 
os  haga  bueno. 
Rey.  Di  presto. 

Camilo.       Juegan  dos,  pícase  el  uno, 

juega  el  vestido  y  el  cuello; 
pícase  más,  va  a  su  casa 
y  descuelga  cuanto  hay  dentro, 
desnuda  a  su  mujer  misma, 
que  hay  muchas  Evas  del  juego, 
cuyos  maridos,  Adanes, 
andan  por  su  culpa  en  cueros. 
¿Ves  como  es  malo  el  picarse? 
Pues  advertir  que  sin  esto 


Rey. 


Camilo. 


Rey. 
Camilo. 


suelen  dos  grandes  amigos, 
tal  vez  hermanos  y  deudos, 
porfiar  sobre  una  cosa 
que  apenas  monta  un  cabello, 
y  porque  el  uno  quería 
picarse  de  más  discreto 
y  tener  en  poco  al  otro, 
picarse  de  sólo  aquesto, 
y  perderse   el  amistad, 
y  aun  sacarse  los  aceros 
y  darse  mil  cuchilladas ; 
luego  el  picarse  no  es  bueno. 
Sirve  un  hombre  a  una  mujer, 
hácele  favor  de  presto, 
que  tardarse  es  a  lo  antiguo 
3'  rendirse  a  lo  moderno. 
Vive  en  esta  posesión, 
pacífico  y  sin   recelo, 
dos  meses,  sin  gastar  nada, 
ni  en  la  casa  ni  en  el  lienzo. 
Enfádase  doña  Gazmia, 
llega  el  bizarro  extranjero, 
dale  ventana,  y  el  paje 
entra  con  platos  cubiertos. 
Pícase   el  otro,   y   furioso 
entra  aquella  noche,  haciendo 
con  la  espada  y  el  broquel 
mil  jerigonzas  de  celos ; 
y  para  que  deje  al  otro 
paga  de  la  casa  el  tercio, 
saca  el  corte  de  Milán, 
el  cambray  y  el  terciopelo, 
y  el  que  comenzó  en  listones, 
en  chapín  de  cuatro  dedos, 
acaba  por  pasamanos 
de  mil   costosos  manteos. 
¿Veis  como  es  malo  el  picar? 
¿Pareceos  que  es  buen  consejo 
la  ley  de  "no  picarás 
en  verano  ni  en  invierno"  ? 
Nunca  más  loco  te  he  visto, 
pues  muchas  A'eces  te  quiero 
cuando  estoy  alegre,  y  tú 
eres  piedra  en  el  silencio; 
y  agora  que  me  ves  triste 
vienes,  muy  libre  y  parlero, 
a  hablarme  desenfrenado. 
Pues  oídme  un  breve  cuento ; 
así  Dios,  que  os  hizo  Rey, 
os  haga  bueno. 

Di  presto. 
Topó  un  hidalgo  en  la  calle, 


510 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


Lidio. 
Camilo. 


Rey. 

Camilo. 
Rey. 


'Camilo. 


Reí 


Camilo. 


Rey. 

Camilo. 

Rey. 

Camilo. 

Rey. 

'Camilo. 


cara  a  cara,  con  un  ciego; 
rompiéronse  las  narices, 
y  díjole   el  caballero: 
"¿No  miraréis  como  vais?" 
Respondió  el  ciego  riñendo : 
"Vos  sois  el  que  lo  ha  de  ver, 
que  yo  soy  ciego  y  no  puedo." 
Aplico  ahora:   Vos  sois 
el   caballero    suspenso, 
yo  el  ciego;  si  nos  topamos 
en  tristezas  o  contentos, 
pues  Dios  os  ha  dado  vista, 
llegaos  cuando  yo  estoy  cuerdo, 
desviaos  cuando  estoy  loco. 
i  Bien  ha  dicho  ! 

¿Es  bueno  el  cuento! 
Pero,  decid:  ¿con  quién  es 
la  pesadumbre,  buen  viejo? 
Con  mis  hijos  es,  Camilo. 
Son  bellacos   por   extremo. 
Harto  a  los  maestros  culpo, 
que  no  les  dieron  consejo, 
y  aunque  sea  de  tanta  edad, 
de  nuevo  dárselos  quiero: 
determino  desde  hoy 
que  entre  romanos  y  griegos 
un  filósofo  me  busquen. 
Eso  para  árboles  nuevos, 
porque  doblar  troncos  duros 
por  imposible  lo  tengo. 
Pero  si  queréis,  buen  Rey, 
vm  remedio,  yo  me  ofrezco 
a  darle  tal  que  os  agrade. 
Suelen  acertar  a  tiento. 
Lidio,  mil  veces  los  locos. — 
Di,  a  ver. 

Mientras  que  revuelvo 
los  libros,  sacad  un  cuarto, 
que  no  se  dan  sin  dineros 
en  casa  de  los  letrados 
consejos  malos  ni  buenos. 
Toma. 

Mostrad.    ¿Vos   queréis 
que  os  diga  el  mejor  maestro? 
Por  eso  te  pago. 

Oíd: 
el  mejor  maestro,  el  tiempo. 
¿  El  tiempo  ? 

¿Pues   qué   pensáis? 
Revolved  esos  imperios, 
esos    anales    antiguos, 
veréis  en  re3'es  y  reinos 


Rey. 
Camilo. 


que   lo   que   el  tiempo   ha   enseñado 

eso  es  verdad,  eso  es  cierto ; 

y   lo  que   enseñaron  otros 

es   locura   y   desconcierto. 

Cuando   el  mancebo   brioso 

ve  que  se  le  pasa  el  tiempo, 

aprende    a   guardar    su   casa, 

a  honrarse  y  a  tener  sesu. 

Cuando   la   soberbia  dama 

mira   los   surcos   que   ha  hecha 

con    su   arado    el   tiempo   libre 

en  su  rostro  hermoso  y  bello, 

y   ve   trocados   en   plata 

los  doblones  del  cabello, 

muda  su  bizarro  traje, 

amaina   los   pensamientos. 

Cuando   el  otro,   descortés, 

considera  que  por  serlo 

es  malquisto  de  los  hombres 

;/  le  aborrecen  por  ello, 

no    rodea   las   mercedes 

ni  es  manco  de  su  sombrero, 

porque  el  tiempo  le  ha  enseñado 

los   daños   y    los   provechos. 

Cuando   el  otro,  presumido 

de  valiente  y  de  soberbio, 

ve   que  la   sierra  blanquea 

a  puro  pasar  inviernos, 

trata  de  humildad,  y  pone 

a  sus  libertades   freno, 

porque  el  tiempo  es  más  valiente 

que    Césares    y    Pompeyos. 

Pero,  ¿para  qué  te   canso? 

¿Qué   más    evidente    ejemplo 

que  un  potro  o  un  fuerte  caballo, 

sujeto  al  bocado  y  freno? 

Ponen  a  un  coche  im  frisón, 

tirará  coces  al  cielo, 

y  al  cabo  de  pocos  días 

tira,   humillado   y   sujeto. 

Si  para  tus  hijos.  Rey, 

no  hallas  remedio,  el  maestro 

es  el  tiempo,  al  tiempo  "aguarda,, 

que  el  mejor  maestro,  el  tiempo. 

Oye,    aguarda. 

No   sé   más. 
Esto  digo,  esto  te  advierto : 
para  lo  que  el  tiempo  sabe, 
Aristóteles   es  necio 
y   Platón    es   mentecato, 
que  el  mejor  maestro,  el  tiempo^ 
{Vasc.) 


ACTO   PRIMERO 


511 


Rey.  Lidio,  aunque  es  loco  Camilo, 

me -ha  dado  un  grande  remedio. 

Lidio.  Sí,  pero  ag"uarda^rle  es  cosa 

de  que  en  extremo  me  ofendo ; 
que   si  el  tiempo  ha  de   curar 
a  Otón  y  a  Eufrasia,  sospecho 
que   será  el  remedio  tarde. 

Rey.  Ahora  bien ;  al  tiempo  espero ; 

que  éste,  aunque  lo(;o,  ha  estudiado; 
y  si  de  historias  me  acuerdo, 
no   dudes  que   es   en   el  mundo 
el  mejor  maestro  el  tiempo. 

(Vaitse,  y  salen  LisExo,   Severo  3'   Fixardo,  caballe- 
ros.) 

FiNARDO.         No  toma  resolución, 

y  mientras  no  se  resuelve, 
da  a  entender  que  atibas  se  vuelve 
de   su  justa  pretensión. 
LisENO.  Otón,  su  primo,  es  malquisto; 

él  es  amado  en  extremo ; 
que  pierda  la  ocasión  temo, 
cuyos  cabellos  ha  visto. 

Que    si   aguarda, ,  podrá    ser 
que  para  su  daño  sea. 
Severo.       Reinar  pienso  que  desea, 

mas  no  lo '  sabe  emprender. 

Con  ser  cierta  la  vitoria, 
¿cómo  no  le  persuades? 
Porque    en    las    dificultades 
está,   Finardo,   la  gloria. 

Los  que  reinar  pretendieron 
raros   ejemplos   dejaron 
de  las  cosas  que  intentaron, 
de  las  hazañas  que  hicieron. 

Nunca  mucho  costó  poco. 
Finardo.     Yo  sé  que  está  prevenido, 
mas  también   hubiera   sido 
reinar   pensamiento   loco, 

no  habiendo  mirado  bien 
las  comunes  voluntades. 
Severo.       Esta  y  las  demás  ciudades, 
las   islas   del   mar   también, 

están  a  su  devoción; 
y  no  porque   !o  atribuyo, 
Finardo,  a  tanto  amor  suyo 
como    aborrecer    a    Otón; 

porque  ya   su  libertad 
y  arrogancia   son  de  suerte, 
que  han  intentado  su  muerte. 

(Sale   RosiMUNDO,   herido.) 
RosiMUN.     No  hav  en  el  inundo  amistad — 


Severo. 


An. 


LlSENO. 


¡  Oh,  gallardos  caballeros, 
de  mi  pretensión  testigos, 
pues  sois  mis  deudos  y  amigos, 
sacad  los  blancos   aceros ! 

Vengad  agravios  de  Otón 
si  noble  sangre  tenéis, 
de  la  que  corriendo  veis 
de   la   frente   al   corazón. 

Que  ésta  os  incita  de  suerte 
que  os  da  voces  por  mi  boca 
para  intentar  lo  que  os  toca, 
hasta  procurar   su  muerte. 

Este,  amigos,  es  el  día 
que  tenemos  deseado ; 
ya  la  ocasión  ha  llegado 
que  tan  justamente  es  mía. 

Yo  no  quiero  para  mí 
más  que  sola  la  venganza : 
si  ésta  la  corona  alcanza, 
rey  de  mi  venganza  fui. 

Repartir  entre   los   tres 
lo  que  el  peligro  mereqe, 
que  esta  sangre  se  os  ofrece 
hasta  bañar  vuestros  pies. 

Ahora,   corriendo,  os  mueva: 
mirad. 

No  prosigas  más, 
porque  dilatando  estás 
de  tu  fortuna  la  prueba. 

Tu.  herida  le  ha  de  quitar 
a  Otón  la  corona  incierta, 
porque  ha  sido  abrirte  puerta 
por  donde   entres  a  reinar. 

Cuando  a  Alejandro  le  ató 
aquel  soldado  la  herida, 
fué  la  señal  conocida 
de  que  su  imperio  heredó. 

Así  la  tuya  has  de  ver; 
levanta  la  heroica  espada, 
que  si  la  ha  de  ver  curaaa, 
con  la  corona  ha  de  ser. — 

Ea,    amigos,    ¡  guerra,   guerra,, 
mueran  Otón  y  Medoro, 
que  con  un  laurel  de  oro 
cualquiera  herida  se  cierra  ! 

Y  yo  sé  que  ha  óe  seguirte 
toda  la   ciudad. 

Sin  duda, 
no  habrá  noble  que  no  acuda 
con  las  armas  a  servirte. 

No  te  detengas,  señor, 
acomete  así,  sangriento, 


512 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


que  es  astuto  pensamiento 

para  mover  a  dolor. 
An.  Así  dicen  que  Zopiro 

movió  gente  contra  Dario. 
Severo.      Acomete  a  tu  contrario, 

que  tan  siii  defensa  miro; 
no  le  dejes  prevenir. 
RosiMUN.    Pues  en  esa  confianza, 

doy  principio  a  mi  venganza: 

voy  a«reinar  o  morir. 

Este  ha  de  ser  mi  blasón : 

César  o  nada. 
Severo.  Xo   creas 

que  menos  que  César  seas. 
Todos.         ¡  Otón  muera  !  ¡  Muera  Otón  ! 
(Fansc.) 

(Salen  Otón  y  Eufrasi.\.) 
Otón. 

A  tanto  sujetar  los  verdes  años, 
a  tanto  sujetar  la  edad  florida, 
que  corre  con  el  tiempo  velozmente. 
Quien  tanto  a  la  primera  fortaleza 
la  rienda  tira,  ¿cómo  no  imagina 
que  se   suele  torcer  y  adelgazarse, 
y  mucho  adelgazar  para  en  quebrarse? 

¿  Prendernje  a  mí  por  cosas  que  pudiera 
premiarme,  injustamente?  El  padre  mío 
no  debe  de  saber  que  el  albedrío 
no  le  sujeta  el  cielo,  aunque  pudiera; 
y  él  quiere  poder  más  que  el  mismo  cielo. 
¡  Qué  br^vo  error !  ¡  Oh,  vicio  en  hombres  vie- 
Creer,  reñir  3-  prevenir  consejos!  [jos! 

{Dan  voces  dentro.) 

Eufrasia. 
¿  Qué  voces  son,  hermano,  las  que  ahora 
discurren  la  ciudad? 

Otón. 

La    prisión   mía, 
que  debe  de  tomar  con  el  disgusto 
que  el  amor  de  su  Príncipe  les  mueve. 

Eufrasia. 
¿Pues  cómo  dicen  "¡Armas,  guerra,  guerra!"? 

Otóx. 
Venme  preso,   [y]   libertarme  esperan. 

Eufrasia. 
Tanta  gente  se  mueve,  y  toda  armada, 
-a  causa  tan  dudosa,  que  ^no  importa. 


I  (Sale  el  Rey   diciendo   desde  dentro.) 

Rey. 

¡  Ah,  de  mi  guarda  !   ¡  Ah,  gente  !   ¡  Ah,  Lidio, 

[Enrice ! 
¿Qué  alboroto  es  aqueste?  ¿Son  mis  hijos? 

Otón. 
No  son  tus  hijos.  ¿Qué  es  lo  que  imaginas? 

Eufrasia.  ■ 
¡  Qué  siempre  estás  pensando  en  nuestro  agra- 

[vio ! 
Rey. 
¿Es  mucho  imaginar  de  la  arrogancia 
con  que  vivís,  que  es  disparate  vuestro? 
¿No   escucháis  cómo  dicen:   "¡Armas!    ¡  Mue- 

[ral»? 
{Sde   un   Criado   alborotado.) 

Criado. 
Señor,  a  las  mudanzas  de  fortuna 
quiere  añadir  el  tiempo  un  grande  ejemplo, 
como  si  no  bastasen  los  pasados. 
Procura  huir  donde  escapar  la  vida, 
que  con  todos  los  nobles  de  tu  reino, 
a  quien  sigue  la  plebe,  codiciosa 
de  la  mudanza  siempre,  viene  armado 
el  fiero  Rosimundo,  tu  sobrino. 
¿No  escucháis  cómo  dicen:  "¡Otón  muera!"? 
Si  aguardas  a  que  llegue,  con  la  vida 
el    reino    perderás. 

Rey. 
¡  Vengó  la  herida  ! — 
¿  \^es,  arrogante  Otón,  a  lo  que  vengo 
por  tus  agravios? 

Otón. 
Si    vengarte    quieres, 
padre,  de  las  ofensas  recibidas, 
yo  me  echaré  con  las  armas  a  la  muerte, 
como  otro  Curcio,  en  las  ardientes  llamas. 

Rey. 

Detente,  que  soy  padre ;  vuelve  y  mira, 
que  con  la  vida  vengarás  tu  agravio 
y  cobrarás,   Otón,  lo  que  perdiste. — 
Prevén,   Lidio,  una  barca  que  nos  lleve 
a  la  primera  nave  desa  playa; 
saldremos  por  la  puerta  que  deciende 
al  mar,  entre  sus  peñas  escondida. 

Lidio 
Yo  voy. 

Otón. 
¡  Oh,  padre  amado,  no  te  espantes 


ACTO   PRIMERO 


513 


de  ver  el  rostro  airado  a  la  fortuna, 

<iuc  espero  en  Dios  que  vuelva  favorable ! 

Rey. 
¡  Ah,  tiempo ;  ahora,  aunque  con  daño  nuestro, 
veré  cómo  eres  el  mejor  maestro! 

Dentro. 
j  Muera   Otón  !   ¡  Otón  muera  ! 

Otón. 
Ya  se  acercan,  ¿qué  esperamos? 
No  ha}'  que  aguardar,  por  esa  puerta  vamos. 
{Vatt^e.) 

^Salen   Clávela,  y   Fabia,   criada,  ;.■    Basilio,   viejo.) 

Clávela.         ¿Está  la  banda  bordada? 
Fabia.  Hoy,  señora,  se  acabó. 

La  cifra  no  entiendo  yo, 

que  de  amor  no  entiendo  nada. 

Basilio  la  ha  cifrado, 
él  te  dirá  lo  que  siente. 
Nunca  entre  ignorante  gente 
habla  a  su  gusto  un  letrado.     . 

¿Luego  letrado  sois  vos 
y  nosotras  ignorantes? 
¡  Ya  caduca,  no  te  espantes  ! 
Harto  más  lo  estáis  las  dos, 

que  una  pollina  es  más  vieja 
de  diez  años  que  un  rocín 
de  veinte. 

¡  Escudero,   en   fin ! 
Y  vos,  ¿qué  sois:  comadreja? 

¡  Siempre  os  habéis  de  encontrar ! 
¿Es  bien  que  a  vueseñoría 
no  respete  ? 

Yo  querría 
ver  la  cifra  declarar. 

Pues  Fabia  te  la  dirá, 
que  es  mxuy  sabia. 

Soy  mujer, 
y  sé  lo  que  es  de  saber 
y  lo  que  a  mi  cargo  está. 

Pero  vos,  que  sabéis  tanto, 
declarar  la  cifra  ahora 
a  Clávela,  mi  señora. 
¡  Más  que  la  sé  ! 

No  me  espanto, 

porque  siempre  vos  andáis 
cifrando  puntos  de  seda, 
hasta  que  cifrado  queda 
aquello  que  remendáis. 

Perdone  vueseñoría, 
que  me  voy. 


Clávela. 
Fabia. 
Basilio. 
Clávela. 

í-^ABIA. 

;!asilio. 


Fabia. 
Basilio. 
Clávela. 
Fabia. 

Clávela. 

Basilio. 

F.\BIA. 


Basilio. 
Fabia. 


Basilio. 


VII 


Clávela.  No  os  habéis  de  ir; 

la  cifra  habéis  de  decir. 

¡  Ea,  pues,  por  vida  mía ! 
Basilio.         Por  esa  vida,  que  estimo, 

que   respeto   y   reverencio, 

se  la  diré;  den  silencio. 
Clávela.     Puso  en  la  cifra  mi  primo 
una  sirena  del  mar, 

un  cocodrilo  de  Egipto, 

y  alrededor  tiene  escrito: 

"Con  cantar  y  con  llorar." 
Basilio.         Amargo   está  de   saber. 
Clávela.     La  sirena  es  lo  primero. 
Basilio.      El  sereno  del  terrero 

la  sirena  da  a  entender. 
La  letra  dice   "llorar", 

y  es  que  del  catarro  'llora. 
Clávela.     ¿Y  el  cocodrilo? 
Basilio.  Eso  ahora 

es  fácil  de  declarar. 

Quiere  decir  que   el  amor 

siempre  tiene  algunos  cocos, 

que  no  son  los  celos  pocos 

donde  hay  competidor. 
Fabia.  Sois  un  animal  grosero. 

Basilio.  ¿Luego  está  mal  declarado? 
Fabia.  ¿Vos  sois,  Basilio,  letrado? 
Clávela.     Repartir  la  cifra  quiero 

entre  los  dos. 
Fabia.  ¡  Es   un   loco  ! 

Clávela.     Así  quedaréis  sin  pena ; 

Fabia  será  la  sirena, 

y  vos,  padre... 
Basilio.  ¿  Quién  ?  , 

Clávela.  El  coco. 

Basilio.  Porque  ésta  pescado  sea, 

de  ser  coco  me  contento. 
Clávela.     No  es  mucho  que  el  pensamiento 

de  los  dos  lejos  se  vea 

de  entender  cifras  de  amor, 

porque  ninguno  le  tiene. 
Basilio.      ¿  Cómo  no  ?  Por  eso  viene 

a  declararse  mejor; 

que  un  entendimiento  claro 

escribe  de  navegar, 

y  en  su  vida  ha  visto  el  mar. 
Fabia.     ^     El  de  Basilio  es  muy  raro. 
Basilio.  ¿  Para  saber  qué  es  anior 

tanta  ciencia  es  menester? 
Clávela.     Deseo,  padre,  saber 

la  difinición  mejor. 
Basilio.         Es  amor  mirar  un  hombre 

33 


514 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


una  mujer  o  ella  a  él, 
escribille  algún  papel 
de  su  letra  o  de  su  nombre. 

Ella   escucha;   si   es   casada, 
procura  engañar  su  esposo, 
o  descuidado  o  celoso, 
si  el  que  la  sirve  le  agrada. 
Si  es  doncella,  lo  primero 
pide  que  el  tal  hombre  quiera 
casarse;  mas  si  es  soltera, 
no  pide  sino  dinero. 

Y  a  veces,  por  buen  estilo, 
cuando  una  mujer  honrada 
está  a  su  gusto  casada, 
tiene  amor  a  su  marido. 

Esto  en  Grecia  y  en  España, 
en   Transilvania,   en  Turquía, 
es  amor,  señora  mía, 
y  el  que  otro  piense  se  engaña. 
Clávela.         Con  maestro  como  vos 

medraría   la   nobleza. 
Fabia.         Habla  en  su  misma  corteza. 
Basilio.      Mozo  lo  estudié,  por   Dios. 
Fabia.  Si  quieres  bajar  a  ver 

dar  la  limosna,  ya  es  hora. 
Basilio.      Entretendráste,    señora, 
y  causaráte  placer ; 

que  esta  limosna  que  manda 
dar  aquí  el  Duque  tu  padre 
de  lo  que  dejó  tu  madre, 
por  entrambos  polos  anda. 

De  entrambos  viene  a  esta  corte 
gente  pobre. 
F.\BiA.  Tantos    son, 

que  no  hay  extraña  nación 
de  quien  saber  algo  importe 
que  a  pedir  no  venga  aquí. 
Clávela.     Quiero  vm  poco  entretenerme, 
pues  pueüo  verios  sin  verme. 
Fabia.  ¿Baja  el  mayordomo? 

Basilio.  Sí. 

F.abia.  Pues  ponte   en   la   celosía, 

que  ya   comienzan   a   dar. 
Clávela.     Holgárame  de  aliviar 
alguna  tristeza  mía. 
[Vanse.) 
(Salen  el  Rey,  Otón  y  Eufrasia.) 
Otón. 
•Piadoso  el  mar  ha  sido. 
Rey. 
No  ha  sido  poco  en  hombres  desdichados. 


Eufrasia. 
La  vida  no  has  perdido, 
¿qué  importan,  sin  la  vida,  los  estados? 

Otón. 
En  las  cosas  del  suelo, 
la  vida,  padre,  es  el  común  consuelo. 

KEY. 

i  Oh,  qué  bien  me  dijeron 
que  el  tiempo  sus  liciones  os  daría! 

Otón. 
Si  del  tiempo  aprendieron 
esta  tan  desigual  filosofía 
los  perseguidos   reyes, 
hoy  seremos  ejemplo  de  sus  leyes. 

Rey. 

De  tu  hermana  me  pesa; 
que  tú  eres  hombre,  Otón. 

Eufrasia. 

Animo  tengo- 
para  iuayor  empresa. 

Rey. 
¿  Que  ayer  era  Rey  y  ahora  vengo 
a  pedir  por  las  puertas? 
¡  Ah,  riquezas  del  mundo,  siempre  inciertasl: 

¿  Que  aun  sacar  no  pudiera, 
hijos,  algo  que  aquí  nos  sustentara? 

Otón. 
Cualquier  trabajo  espera 
con  fuerte  pecho  y  con  serena  cara, 
que  el  más  perdido  y  triste 
con  la  paciencia  a  la  fortuna  embiste.- 

Aquí  dan  cada  día 
limosna  general. 

Rey. 

¿  Cuya  es  la  casa? 

Otón.    , 
Del  duque  Alberto. 

Rey. 

Envía 
con  mano  liberal,  sin  poner  tasa, 
cielo,  en  ella  tus  bienes, 
pues  que  tan  noble  mayordomo  tienesi 

Eufrasia. 
Pienso   que   han   acabado. 
Otón. 
Con  algunos  que  quedan  se  entretiene^ 


ACTO   PRIMERO 


515 


Rey. 

i  A  qué  mísero  estado 

un  Rey  de  Iberia  con  dos  hijos  viene' 

i  Lágrimas,  deteneos, 

aunque  buscáis  para  salir   rodeos ! 

(Salen  el   Mayordomo  .v    Pobres.) 

Mayord.         Tome,    hermano. 

Pobre  i."  El  cielo  aumente 

la  vida  a  su  heroico  dueño. 

Mayord.     A  vos  pienso  que  os  he  dado. 

Pobre 2.°  ¡No  ha  dado,  por  san  Ciruelo! 

Mayord.     Yo  no  os  conozco. 

Pobre  2°  ¿ No  sabe 

que  todos  nos  parecemos 
los  pobres,  en  las  facciones, 
las  talegas  y  remiendos? 

Mayord.     Ya  conozco  vuestras  bribias; 
andad  con  Dios. 

Pobre  2."  ¡  Bueno  es  esto  ! 

¡Por  San  junco  que  es  desdicha 

lo  que  a  todos  me  parezco ! 

Si  buscan  algún  ladrón, 

luego  condenan  mi  gesto; 

si  a  alguno  han  de  darle  palos, 

le  parezco  en  tal  extremo, 

que  antes  que  se  desengañen 

he  recibido  los  medios. 

A  fe  que  no  me  parezca 

a  quien  han  de  dar  dineros, 

pues  me  los  niegan  aqui. 

Mayord.     No  deis  voces. 

Pobre  2.^  ¡  Yo  si  quiero, 

que  no  ha  ocho  días  que  estaba 

en  el  hospital  enfermo, 

y  por  parecerme  a  otro 

sin   remedio  me   embistieron 

la  más  cruel  medicina 

que  boticarios  han  hecho, 

pues  apenas  echo  agora 

la  girapliega  del  cuerpo ! 

Mayord.     Tomad,  y  no  volváis  más. 

Pobre  2°  ¡  Vive  Cristo,  que  el  mostrenco 
hoy  me  ha  dado  siete  cuartos 
con  este  cuarto  postrero  ! 

(Vansc   los   Pobres.) 

Rey.  ¿  Queréisme  dar  para  mí 

y  estos  dos  hijos  que  tengo 
alguna  cosa,  señor? 

Mayord.     De  buena  gana,  por  cierto. 
Pero  el  Duque  viene  aquí ; 


esperad,  honrado  viejo, 
que  a  personas  como  vos 
me  manda  avisalle  luego. — 

(Salen    el    Duque    y    Alejandro,    su    hijo.) 

Señor,  entre  algunos  pobres 
viene  aqueste  forastero 
con  dos  hijos,  ¿qué  he  de  darles, 
pues  allegas  a  tal  tiempo  ? 

Duque.       ¿  De  dónde  sois,  padre  mío  ? 

Rey.  Gran  señor,  soy  de  muy  lejos; 

arrojóme  la  fortuna, 
que  es  hija  del  mar   soberbio, 
.  a  esta  playa,  a  esta  ciudad, 
piadosa  en  darme  tal  puerto. 

Duque.       ¿Allá  qué  sois? 

Rey.  Mercader. 

Duque.       ¿Y  queréis  volver? 

Rey.  No  puedo. 

Duque.       ¿Por  qué  causa? 

Rey.  Tengo  deudas; 

mejor  diré  malos  deudos. 

Alejandr.  ¡  Lástima  causa,  señor, 
aquel  honrado  mancebo 
y  la  peregrina  hermosa  ! 

Duque.       Padre,  aquí  muy  cerca  tengo, 
en  ima  pequeña  aldea, 
un  castillo,  y  en  su  cerco 
un  jardín  sobre  la  mar; 
recogeos  a  ese  puesto, 
y  daréos  en  el  castillo, 
si  vos  queréis,  aposento, 
y  partido  a  vuestro  hijo 
con  los  demás  jardineros. 
Pas^d  allí  los  rigores 
de  la   fortuna. 

Rey.  Yo  os  beso 

mil  veces,  señor,  las  manos, 
y  casa  y  partido  aceto. 

Duque.        Yo  voy  a  misa ;  volved 

cuando  coma,  y  daros  quiero 
las  cartas  para  el  Alcaide. 

Alejandr.  ¡  Bella  mujer  ! 

Duque.  j  Por  extremo  I 

Mayord.  Ya  quedáis  acomodados. 

Rey.  a  vos,  señor,  lo  agradezco. — 

Hijos,   vamos. 

Otón.  ¿  Es  posible 

que  humilles  tus  pensamientos, 
padre,   a  tanta  desventura? 

Rey.  Hijos,  para  ver  si  puedo 


516 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


enseñaros  a  vivir, 

que  el  mejor  maestro,  el  tiemp(?. 


ACTO  SEGUNDO 

(Salen    Clávela,   dama,   y    Fabia.) 

Faeia.  ¿Hallaste  mejor  aquí 

que  en  la  ciudad? 
Clávela.  Quien  desea 

el  descanso  del  aldea, 

te  responderá  que  sí. 
Los  que  viven  ocupados 

en  oficios  eminentes, 

tal  vez  en  selvas  y  fuentes 

Adenen  a  esparcir  cuidados. 
Yo  no  tengo  en  la  ciudad 

más  del  estado  que  ves, 

y  así,  para  mí  no  es 

descanso  la  soledad. 
Fabia.  ¿Quieres  que  diga  que  sientes 

el  ausencia  de  tu  primo  ? 
Clávela.     Fabia,  aquí  sólo  le  estimo 

por  no  despreciar  ausentes ; 
que  por  amor  es  rigor 

el  pensar  que  lo  sintiera. 
Fabia.         Tristeza  que  persevera, 

parece  señal  de  amor, 
viendo  que  la  bella  Flora 

vierte  azucenas  de  plata 

entre  guijas  de  escarlata, 

no  te  entretienen,  señora, 
y  viendo  de  un  corredor 

tanto  barco,  tanta  nave. 
Clávela.     Aunque  su  vista  es  suave, 

es  en  la  corte  mejor. 

¿  Qué  mar  como  la  mudanza 

de  una  ciudad?  ¿Qué  navios 

pueden  ver  los  ojos  míos, 

ya  en  tormenta,  ya  en  bonanza, 
como  tanto  caballero, 

tanta  gallarda  mujer? 
Fabia.         ¿  Sientes  el  no  hablar  ni  ver  ? 
Clávela.     Sí.  Fabia :  ver  y  hablar  quiero. 
Fabia.  Tienes  razón. 

Clávela.  Esto  lloro. 

Fabia.         A  mí  no  me  va  tan  mal, 

porque,  en  vuelta  en  un  sayal 

he  hallado  un  alma  de  oro. 
Clávela.        ¿  Es  labrador  desta  aldea  ? 
Fabia.         Es  jardinero  de  casa. 
Clávela.     ¿Habla  bien? 


Fabia.  Y  aun  de  bien  pasa. 

Clávela.     ¿  Puede  ser  que  yo  le  vea  ? 
Fabia.  Y  aun  cada  día  le  ves, 

que  es  el  hijo  de  aquel  viejo 

que  tomó  por  buen  consejo 

el  vivir  aquí,  después 
que  lo  trujo   la   fortuna 

perdido  por  tierra  y  mar; 

con  éste  huelgo  de  hablar 

cuando  hay  ocasión  alguna. 
Clávela.         ¿  No  es  hermano  ese  hortelano 

de  una  bella  labradora 

que  mira  mi  hermano  ahora? 
Fabia.         ¿Que  ya  la  mira  tu  hermano? 
Clávela.         Cuéntame  que  está  perdido, 

y  que  es  bizarra  mujer. 
Fabia.         Pienso  que  debe  de  ser 

este  viejo  bien  nacido, 
porque  los  hermanos  son 

de  notable  entendimiento. 
Clávela.     Cualquiera  entretenimiento 

es  bueno  en  esta  ocasión. 
Fabia.  En  estos  cuadros  andaba, 

y  aun  sospecho  que  es  aquél. 
Clávela.     Hablaré,  Fabia,  con  él, 

pues  que  tu  gusto  le  alaba. 

(Sale  Otón,  de  villano,  con  ttn  asadón.) 
Otón. 

¡  Ejemplo  de   fortuna, 
haced  lugar  a  Otón;  dad  silla  al  mío, 
pues  no  se  vio  ninguna 
bajar  desde  tan  alto  poderío 
a  tan  humilde  estado, 
pues  estoy  en  la  tierra  y  no  he  parado  ! 

El  triunfador  Marcelo, 
del  gran  cartaginés,  Aníbal  fuerte, 
no  vio  más  por  el  suelo 
su  verde  lauro,  ni  estimó' la  muerte 
Emilio  en  más  olvido, 
ni  el  gran  Pompeyo,  del  Gitano  herido. 

No  se  queje  Artabano 
(pues  dio  la  muerte  a  Jerjes)  de  ser  muerto; 
no  llore  Valeriano, 

que  al  fin  hallaron  en  la  muerte  puerto ; 
que  no  hay  mejor  (i)  caída 
que  después  de  caer  quedar  con  vida. 

¡  Oh,  mar  impetuoso, 
qué  ejemplo  desde  aquí  muestran  tus  naves: 
del   puerto    venturoso 


(i)     Parece  que  debiera  decir  "peor' 


ACTO    SEGUNDO 


517 


salen  cargadas  de  riquezas  graves, 

atropellando  montes 

por  descubrir  extraños  horizontes ! 

Mas  mueve  el  viento  airado 
sus  sosegadas  olas,  y  en  las  rocas 
embiste  el  levantado 
castillo  sin  cimientos;  siembran  locas, 
rompidas  las  entenas, 
de  lienzo  el  agua,  de  oro  las  arenas. 

Tal  yo,  con  verdes  años, 
de   flámulas  vestido,  navegaba 
el  mar  de  mis  engaños; 
mas  levantóse  la  tormenta  brava, 
y,  rotos  los  trinquetes, 
con   las   olas   troqué   mis   gallardetes. 

Al  azadón  temieron 
los  Risos,  Cretas  (i),  los  avaros  Midas, 
que  en  él  la  muerte  vieron, 
pues  abre  los  sepulcros  a  las  vidas; 
yo  no,  que  aquí  le  tengo, 
y  así  abrir  mi  sepultura  vengo. 


(Caza    Otón    en   el   jardín-) 


Fabia. 


Llega,  que  empieza  a  cavar, 
y  podráste  entretener. 
Clávela.     ;  Qué  en  éste  puede  caber 

alma  con  quien  pueda  hablar? 
¿El  nombre? 
Fabia.  Pedro  se  llama. 

Cl.wela.     Si  fuera  noble  no  hiciera 

este  oficio. 
Fabia.,  Aunque  tuviera 

más  que  los  Césares  fama, 

si  quisiera  la  fortuna, 
le  ejercitara  más  bajo. 
Clávela.     Pena  me  da  su  trabajo. 
Otóx.  ¡  Oh,  tierra  dura,  importuna, 

acento  (2)  de  mis  enojos; 
si  a  este  hierro  no  obedeces 
yo  veré  si  te  enterneces 
con  lágrimas  de  mis  ojos! 

Ablandad,  duros  terrones, 
vuestra  dureza  a  mi  llanto, 
que  no  se  resisten  tanto 
los  más  duros  corazones. 

Mirad  que  quiero  sembrar 
mis  esperanzas  un  día, 
por  ver  si  cojo  alegría 
después  de  tanto  penar. 


(i)     Así  en  el  original.  Quizá  "los  ricos  Cresos" 
,  (2)     Quizá  "objeto". 


Clávela.        Pedro. 
Otón.  ¿  Quién  es  ? 

Clávela.  ¿No  me  ves? 

Otón.  Ya  veo  la  primavera; 

que  desta  verde  ribera 
vuestra  hermosura  lo  es. 

Ya  veo  la  clara  aurora 
rendir  la  noche  a  mi  mal, 
.     y  la  diosa  celestial 

de  aquestos  cuadros  autora. 

Ya  veo  las  orlas  llenas 
de  flores  que  no  sembré, 
lirios  que  no  cultivé, 
clavellinas  y  azucenas. 

Ya  veo,  aunque  extraña  cosa, 
alzarse  destas   corrientes 
las  ninfas,  que  fueron  fuentes 
con  alma  y  voz  sonorosa. 

Su  m.ármol  blanco,  animado, 
parece  que,  agradecido,  ' 
a  mis  lástimas  ha  sido 
consuelo  de  mi  cuidado. 

Dadme  mil  veces  los  pies, 
que  si  la  tierra  está  loca, 
mejor  lo  estará  mi  boca, 
pues  es  mayor  interés. 

¿Qué  quieres  deste  jardín? 
Pedid,  que  todo  ha  llegado 
al  punto  que  le  habéis  dado : 
el  clavel,  rosa  y  jazmín. 

No  podréis  pensar  en  flor 
que  no  salga  a  recebiros : 
los  narcisos,  con  suspiros ; 
los  adonis,  con  amor; 

el  alelí,  con  firmeza; 
el  azar,  con  su  blancura ; 
la  rosa,  con  su  hermosura; 
el  lirio,  con  su  tristeza ; 

con  su  desesperación, 
la  retama,  aunque  la  pierde, 
y  con  su  esperanza  verde, 
el  toronjil  y  el  limón; 

con  jaspes,  el  alelí, 
de  todos  estados  bellos; 
la  violeta,  con  sus  celos ; 
pero  no  hay  pasar  de  aquí, 

que  son  de  tanta  inquietud 
en  la  voluntad  más  casta, 
que  sólo  nombrallos  basta 
para  no  tener  salud. 
Clávela.        Tu  ofrecimiento  agradezco 
y  tu  voluntad  estimo. 


518 


EL  MEJOR  MAESTRO   EL  TIEMPO 


Otón. 


Clávela. 
Otón. 

Clávela. 
Otón. 


Clávela. 


Otón. 


Clavel  A.- 
Otón. 
Clávela. 


Sólo  con  eso  me  animo 

y  a  lo  imposible  me  ofrezco ; 

y  estas  dos  palabras  juro 
imprimir  en  mi  memoria 
de  suerte,  que  en  pena  y  gloria 
sirvan  al  alma  de  muro, 

pues  en  ella  las  iniprimo; 
mas  no  creas  que  merezco 
"tu  ofrecimiento  agradezco 
y  tu  voluntad  estimo". 

Tú  me  has  de  dar  ocasión 
a  que  baje  aquí  rriil  veces. 
Si  a  la  humildad  engrandeces, 
que  a  la  humildad  es  razón, 

palabra  te  doy  de  ser 
tu  jardinero  desde  hoy. 
Si  aquí  mucho  tiempo  estoy, 
tú  me  habrás  de  entretener. 

Yo  sembraré  mil  empleos, 
plantas  más  altas  que  palmas, 
que  creo  que  nacen  almas 
cuando  se  siembran  deseos. 

De  mis  buenas  intenciones 
verás  notables  cosechas, 
que  siendo  las  ramas  -flechas 
será  el  fruto  corazones. 

Sé  mil  cosas  que  contarte, 
mil  historias  que  decirte. 
Yo  quiero  venir  a  oírte, 
pues  esta  es  secreta  parte. 

¿  Sabes  escribir? 

¿  Pues  no  ? 
Sumar,  contar  y  restar, 
y  aun  hasta  multiplicar 
naturaleza  enseñó- 

Esta  tarde  he  de  volver 
a  que  me  cuentes  tu  vida. 
¿  Cuánto  va  que  se  te  olvida  ? 
No  te  quiero  responder. 

(Vansc  los  dos.) 


Otón. 

De  menores  centellas  se  ardió  Roma 
y  Troya  vino  a  ser  cenizas  viles ; 
en  redes  menos  claras, y  sutiles 
astuto  cazador  perdices  toma. 

No  es  posible  que  veneno  coma 
el  rey  más  alto,  el  más  valiente  Aquiles, 
ni  se  guarde  el  ganado  en  los  rediles, 
ni  del  plomo  en  el  nido  la  paloma. 

Tarde  vio  el  lobo  de  la  trampa  el  ho}ro ; 
no  hay  verde  a  quien  el  fuego  no  consuma 


la  alfombra  cubre  el  más  humilde  poyo ; 
cúbrese  el  agua  con  la  blanca  espuma. 
Clávela,  si  volvéis  al  claro  arroyo, 
la  liga  os  ha  de  hacer  perder  la  pluma. 

(Salen  Alejaijídro  v  Eufrasia.) 

Eufrasia.       De  vos  me  espanto,  señor, 
aunque  me  tengáis  en  poco. 

Alejandr.  Inés,  si  el  amor  es  loco. 

no  ha  de  ser  cuerdo  mi  amor. 

Eufrasia.       La  virtud  es  dondequiera 
digna  de  veneración ; 
si  mi  traje  os  da  ocasión, 
que  lo  exterior  considera, 
la  virtud,  que  deposita 
del  alma  el  sagrado  altar, 
bien  es  digna  de  estimar 
por  el  lugar  donde  habita. 

Alejandr.      ¿  Quieres  que  me  iguale  a  ti  ? 

Eufrasia.  Sí. 

Alejandr.       Pues  alarga  r.cá  la  mano. 

Eufrasia.  Mirad  que  está  allí  mi  hermano. 

Alejandr.  ¿  Es  celoso  ? 

Eufrasia.  Señor,   sí. 

Alejandr.      ¿Pues  conmigo? 

Eufrasia.  Y  con  el  Rey, 

que  es  el  más  pintado  igual, 
y  aunque  en  funda  de  sayal, 
es  oro  de  buena;  ley. 

Alejandr.      Haré  amistades  con  él. 

Eufrasia.  Si  las  fundáis  en  traición, 

¡  pardiez,  que  os  dé  pescozón, 
que  se  alborote  el  vergel ! 

No  os  fiéis  de  su  persona,, 
que  ha  sido  medio  soldado, 
y  aunque  tengáis  un  Ducado, 
le  estima  en  una  ^  Corona. 

Alejandr.      Pues  dicen  que  en  esta  edad 
disimvdar  voluntades 
se  llama  hacer  amistades. 

EuFRASL\.  Esa  es  bellaca  amistad. 

No  encendáis  más  esa  llama, 
que  muy  caro  os  costará, 
y  con  ello  se  saldrá 
si  a  la  Corona  se  llama. 

¡  Pardiez,  si  de  vos  supiese 
algún  engaño  o  traición, 
que  os  sacara  el  corazón 
y  a  bocados  le  comiese. 

Alejandr.      Voime,  que  yo  haré  de  suerte 
que  le  echemos  del  aldea. 

(Vasc   Alejandro.) 


ACTO   SEGUNDO 


519 


Eufrasia.  No  hagáis  que  con  muerte  sea, 
porque  me  daréis  la  muerte. 

Otón.  ¿  Qué  es  eso  ? 

Eufrasia.  ¿Ya  no  lo  ves? 

Alejandro  da  en  quererme, 
que  piensa  que  el  honor  duerme 
en  los  disfraces  de  Inés. 

Otón.  Aquí  su  hermana  Clávela 

me  ha  mostrado  amor  igual. 

Eufrasia.  El  alma  es,  Otón,  cristal, 

que  lo  que  hay  detrás  revela. 

Otón.  Guárdate,  hermana ;  has  de  ver 

qué  pretende  la  fortuna. 

Eufrasia.  Si. supo  guardarme  alguna, 
yo  seré  más  que  mujer. 

Otón.  Mucho  Clávela  míe  agrada; 

mucho  me   temo  de  amor, 
que  el  traje  de  labrador 
no  es  piedra  en  cera  labrada; 
3'  si  mucho  m.e  importuna, 
no  sé  qué  tengo  de  hacer. 

Eufrasia.  Guárdate,  hermano,  hasta  A^cr 
qué  pretende  la  fortuna. 

Otón.  Pagaste. 

Eufrasia.  Mi  padre  viene. 

Otón.         Aún  tiene  el  autoridad 
.de  la  Real  Majestad 
en  aquel  traje  que  tiene. 

Escarda,  hermana,  esas  flores,' 
yo  estos  cuadros  sembraré, 
porque  no  nos  riña. 

Eufrasia.  A   fe 

que  quieres  sembrar  amores. 

(Sale  el  Rey,  de  villano.) 

Rey. 

i  Cuan  a  mi  costa  humildemente  os  veo 
postrados  a  la  tierra,  hijos  queridos: 
-de  enseñaros  virtud  fué  mi  deseo, 
mas  no  de  traje  bárbaro  vestidos! 
Si  el  tiempo  enseña  desta  suerte,  creo 
que  sus  libros  serán  muy  abatidos, 
que  aunque  le  llaman  el  mejor  maestro 
no  señala  la  herida  como  diestro. 

Si   Aristóteles,    Sénecas,   Platones, 
son  estos  duros  céspedes  incultos 
adonde    enlustrecéis   los   azadones, 
más  me  parecen  bárbaros  que  justos; 
pues  con  menos  difíciles  liciones 
pudieran  castigar  vuestros  insultos 
si  fueran  de  Nerón  o  de  Agripina. 
rfAh,  costosa  del  tiempo    [es]   la  doctrina! 


Quéjeme   injustamente,   y   en   distancia 
breve  pagué  la  queja  en  cautiverio, 
que  es  de  mi  imperio  desigual  ganancia 
trocar  por  tal  bajeza  tal  imperio, 
i  Ah,  pobre  Eufrasia,  desechaste  a  Francia 
por  tu  arrogancia,  y  no  sin  gran  misterio; 
tú,  que  de  flor  de  lis  te  coronabas," 
para  flores  de  abril  la  tierra  cavas ! 

Tiémblame  el  alma,  aunque  Otón  tu  hermano 
el  gobierno  de  un  árbol  administre, 
cuando  el  acero  en  la  valiente  mano 
y. la  bandera  en  el  armado  ristre 
gobernara  un  ejercito  romano; 
mas  como  a  la  fortuna  se  resiste 
toda  felicidad,  en  vez  de  guerra 
ablanda,  por  su  mal,  la  dura  tierra. 

Otón. 

Padre  y  señor,  dejad  el  tierno  llanto, 
indebido  al  real  decoro  vuestro, 
y  consolaos,  pues  estimastes  tanto 
hallar  consejos  del  mejor  maestro. 
No  cause  en  vos  la  vil  fortuna  espanto 
en  la  miseria  del  estado  nuestro, 
que  para  ser  humildes  hortelanos 
dejaron  el  imperio  los  romanos. 

Eufrasia  está  a  mi  lado  y  a  tus  ojos, 
yo  para  su  defensa  y  a  tu  lado; 
enjuga,  pues,  el  llanto  y  los  despojos, 
reliquias  del  imperio  que  has  dejado. 
No  incites  de  los  cielos  los  enojos, 
que  te  pondrán  en  miserable  estado ; 
que  de  los  males  temo,  y  siempre  espero 
los  que  suelen  venir  tras  el  primero. 

Una  comedia,  padre,  es  todo  el  mundo: 
vs  os  vistes  ayer  de  rey  vestidO' 
y  hoy  estáis  de  villano,  y  Rosimundo 
de  vuestra  ropa  y  púrpura  ceñido. 
Este  es  el  primer  acto,  y  al  segundo 
personaje  más  vil  le  habrá  cabido, 
porque  en  el  vestuario  de  la  muerte 
las  personas  se  igualan  de  una  suerte. 

Así  corren  los  tiempos,  y  veloces 
llevan  tras  sí  la  verde  vida  humana; 
dan  los  ejemplos  inm.ortales  voces, 
que  lo  que  es  hoy  podrá  no  ser  mañana. 
No   son  nuestros   sucesos  tan  atroces, 
pues  ^ún  os  queda  en  esa  barba  cana 
defensa  a  las  banderas  de  fortuna, 
que  nuestro  honor  no  ha  de  perder  ninguna. 

Eufrasia. 
A  no  te  haber,   señor,   amonestado 


520 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


mi  hermano  Otón  con  la  verdad  más  cierta, 

mi  rudeza  pusieras  en  cuidado ; 

si  quien  al  sabio  da  consejo  acierta, 

no  te  lamentes  deste  humilde  estado, 

que  siempre  deja  la  fortuna  abierta 

la  puerta  a  la  esperanza,  y  no  hay  mudanza 

que  deje  vida  y  quite  la  esperanza. 

Juntos  estamos,  buen  señor  servimos, 
cristiano,  noble   y   en  oficio   honroso, 
pues  de  la  agricultura  que  vivimos 
vivió  por  gusto  un  Príncipe  famoso. 
Si  con  paciencia  este  rigor  sufrimos, 
más  parece  suave  que  penoso, 
y  mientras  mengua  el  daño  el  mal  no  crece, 
ni  se  puede  quejar  el  que  padece. 

Rey. 

Bien  dices;  pues  pudiera  el  cielo  airado 
dividirnos  a  partes  diferentes : 
mientras  hay  mayor  mal,  el  desdichado 
no  se  puede  quejar  de  los  presentes. 
Hijos,  pues  el  maestro  os  ha  enseñado, 
tan  sabio  en  los  humanos  acidentes, 
tolerad  con  paciencia  la   fortuna, 
en  quien  jamás  se  vio  firmeza  alguna. 

Pierde  la  voluntad  en  jaula  breve, 
y  en  vez  de  llanto  el  paj  arillo  canta, 
con  que  a  dulce  piedad  los  cielos  mueve, 
o  por  lo  menos  su   dolor   espanta, 
y  alguna  vez  a  la  prisión  se  atreve 
y  con  el  tierno  pico  la  quebranta 
y  al  viento  vuela,  en  cuyas  libres  salas 
alegre  tiende  las  pintadas  alas. 

¿  Querrá  la  suerte  siquiera  que  algún  día 
volvamos  a  la  patria  venturosa 
enseñados  del  tiempo,  que  solía 
dificultar  tan   importante  cosa? 
Allí  convida  aquella  fuente  fría 
a  entretener  la  siesta  calurosa: 
voime  a  olvidar  el  daño  mientras  viene 
el  bien,  que  oculta  la  esperanza  tiene. 

Otón. 
Los  dos  iremos  a  tratar  contigo 
ciertas  cosas  que  piden  tu  consejo. 

Rey. 
Con  nadie  más  seguros  que  conmigo, 
que  soy  amigo  de  experiencia  y  viejo. 

Otón. 

Si  no  hay  tesoro  como  el  buen  amigo, 
ni  para  el  desengaño  claro  espejo, 
¿Qué  amigo  como  tú? 


Rey. 
De  amor  se  arguya. 

Eufrasia. 
¿Qué  le  quieres  decir? 

Otón. 

No  es  cosa  tuya. 

(Salen   Alejandro   y    Fulgencio.) 
FuLGENC.        Si  en  la  fuerza  no  hay  lugar, 

¿  cómo  la  tendrá  el  poder  ? 
Alejaxdr.  Haber  llegado  a  querer 

es  la  condición  de  amar. 
Fltlgenc.        ¿No   es   ésta   una   labradora, 

ayer  pobre  peregrina? 
Alejandr.  El  alma  dentro  imagina 

que  es  una  rica  señora. 
Si  tú  la  oyeses  hablar 

dirías  que  es  gracia  infusa, 

sibila  o  décima  musa.' 
Fulgenx.    Más  fácil  es  de  engañar. 
Alejandr.      ¿La  mujer  discreta? 
FuLGENC.  Sí. 

Diciendo  tu  pensamiento 

a  mujer  de  entendimiento 

queda  más  impreso   allí. 
¿  Cuándo  has  visto  mujer  necia; 

que  tuviese  grande  amor  ? 

Porque  no  entiende  el  rigor 

cóm.o  el  alma  al  amor  precia. 
Pero  si  su  calidad 

desta  mujer  es  tan  poca, 

no  estés  el  agua  a  la  boca, 

Tántalo  de  voluntad. 
Intenta  de  noche  ver 

si   con   engaño   se   aleja 

por  esa  huerta. 
Alejandr.  No   deja 

fuerza  a  industria  ni  a  poder; 
que   después   que   mi   intención 

le  dije,  se  cela  y  guarda. 
FuLGENC.    ¿Qué   es   lo   que   más  te   acobarda,. 

su  honor  o  su  condición? 
Alejandr.      Ni  su  condición  ni  honor, 

sino  un  hermano  que  tiene, 

porque  por  momentos  viene 

a  espiar  mi  justo  amor. 
Fulgenc.        ¿Hay  más  que  echarle  de  aquí? 
Alejandr.  ¿  Cómo  ?  Que  se  irá  su  hermana. 
Fulgenc.    besa  suerte  es  cosa  llana; 

pero  yo  no  digo  ansí. 
Alejandr.      ¿Pues  cómo? 
Fltlgenc.  Con  invención. 


i 


ACTO   SEGUNDO 


521 


Alejaxdr. 

FULGENC. 

Alejaxdr. 

FULGENC. 


Alejan  DR. 

FULGENC. 


Alejaxdr. 


FULGENC. 

Alejaxdr. 

FULGENX. 

Alejaxdr. 

FULGEXC. 


Alejaxdr. 
Fltlgenc. 

Alejaxdr. 


¿  Pues  qué  invención  puede  haber 

si  la  tengo  de  perder? 

j  Qué   buena   imaginación  ! 

Un  remedio  se  me  ofrece 
que  pienso  te  ha  de  agradar. 
Oír  remedios  es  dar 
música  al  que  mal  padece. 

Haz  poner  gran  cantidad 
de  dinero  en  algún  puesto 
que  lo  halle,  que  bien  presto 
lo  tomará. 

I  Así    es    verdad  ! 

Si  él  halla  tanto  dinero, 
con  los  bríos  de  galán, 
que  reventando  le  están, 
se  irá  a  la  corte  ligero; 

que  es  donde  va'n,  como  centro, 
mozos  recién  heredados, 
porque  a  deleites  pensados 
hay  comodidades  dentro. 

Yo  te  digo  que  le  haga 
el  dinerillo  salir 
a  ver  mundo. 

Aunque  decir 
que   salir   le   satisfaga 

me  da  esperanza,  Fulgencio, 
de  que  se  irá,  no  querría 
que  el  dinero  el  mismo  día 
pusiese  a  Pedro  silencio 

y  se  nos  quedase  aquí 
a  estorbar  como  primero. 
Mal  conoces  el  dinero : 
harále  salir  de  sí. 

¿  Qué  pondremos  ? 

Mil  ducados. 
¿  Bastarán? 

Bien  bastarán; 
aunque  más  mejor  serán, 
pues  que  los  tienes  sobrados. 

Prueba.  ¿Qué  puedes  perder? 
¿Eres  tú  tm  pobre  oficial? 
¿  Es  este  todo  el  caudal 
que  has  de  llorar  y  temer  ? 

Pues   pondré  dos  mil. 

Bien  es; 
mejor  se  irá  con  dos  mil. 
La  industria  ha  sido  sutil ; 
desde  hoy  me  prometo  a  Inés. 

Darle  un  cargo  en  la  ciudad 
no  sería  mal  acuerdo ; 
mas  también  su  hermana  pierdo 
si  le  añado  autoridad. 


Que  en  viéndose  con  oficio 
cierto  es  que  la  llevará 
donde  imposible  será 
verla,  y  perderé  el  juicio. 

FuLGENC.        Dame   el   dinero   en  "doblones ; 
pondrélo  al  paso. 

Alejaxdr.  No  sea 

que  otro   primero  los  vea, 
que  hace  la  ocasión  ladrones. 

FuLGENC.        Hasta  que  lo  tome  él  propio 
estaré  escondido  yo. 

Alejaxdr.  La  industria  me  contentó ; 

que  no  es  a  un  mancebo  impropio- 

ir  con  dinero  a  ver  mundo 
y  a  esparcir  su  mocedad. 

FuLGENC.    El  te  dará  libertad. 

Alejandr.  Sólo  en  sü  ausencia  lo   fundo. 
Con  que  darte  el  oro  quiero. 

FuLGEXc.  No  hay  linaje  de  pesar 
que  no  pueda  remediar 
esto  que  llaman  dinero. 

(Vanse  y  salen   Clávela  y  Otón.) 

Clávela.        Agradézcote  las  flores. 
Otón.  Ellas  lo  están  al  marfil 

de  tus  manos  más  que  a  abril, 
aunque  le  dio  sus  colores. 

¡  Ah,  quién  te  pudiera  dar 
otros  tantos  pensamientos, 
si  con  tus  mei-ecimientos 
se  pudieran  igualar ! 

También  debéis  de  advertir, 
pues  venís  a  este  lugar, 
de  qué  habemos  de  tratar, 
que  a  vos  os  toca  decir, 

yo  las  dudas  declarar. 
Cl.-vvela.     ¿Qué  materia  es  la  mejor? 
Otón.  Las  aves  dicen  de  amor, 

y  con  dulce  murmurar 

estas  cristalinas  fuentes, 
que  parece  que  rodean 
las  lenguas  cuando  menean 
piedras  que  parecen  dientes. 

También  lo  dicen  las  flores, 
y  lo  parecen  mejor 
los  efetos  del  amor 
en  sus  distintos  colores. 

¿  Hay  más  desesperación 
que  la  de  aquel  alelí  ? 
¿Y  no  hay  esperanza  allí, 
pues  verdes  las  hojas  son? 

;  No  es  celos  aquella  espuela  ? 


522 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


Que  celos   lo   son   de   amor 
la  rosa  en  aquel  color 
la  posesión  nos  revela. 

¿No  es  esta  mosqueta  casta? 
¿  Estas  parras,  con  sus  lazos, 
dando  amorosos  abrazos, 
que  para  casados  basta? 

¿  Pues  qué  cosa  en  tal  lugar 
tratarás  como  de  amor? 
Clávela.     Es  ciencia  que  haces  favor;  (i) 
nunca  me  podré   enseñar. 

Tengo  en  la  ciudad  un  primo 
que  me  sirve ;  mas  no  puedo 
favorecelle :  o  es  miedo, 
o  porque  su  amor  no  estimo. 

El  hace   sus  diligencias. 
¿  Cómo  se  llama  ? 

Ricardo. 
¿  Es  gallardo  ? 

Y   muy    gallardo. 
Ya  me  pide  amor  paciencia. 

¿  Cómo  te  ha  dado  a  entender 
que   te   quiere? 

Con   mirar, 
que  amor  nunca  sabe  hablar 
más    que    con    enmudecer. 

¿  Eso  sabes,  y  no  sabes 
de  amor? 

¿  Eso  es  mucho  ? 

Sí. 
¡  Malos  años  para  mí 
si  tú... 

Calla,   no   hables. 

No  haré,  por  no  me  acabar. 
También   de   cifras    lo   sé, 
y  aun  alguna  te  diré 
que  no  la  has  de  declarar. 

Quien  unos  ojos  descifra 
y  los  entiende  y  declara, 
espantóme  que  repara 
en    declarar   ima    cifra. 

¿  Qué  es  la  cifra  ? 

Es  del  amar: 
una   sirena;   de   Egipto, 
un   cocodrilo,   y   escrito 
"Con   cantar   y   con   llorar". 
Otón.  Eso  yo  lo  entiendo  así : 

En   Egipto   el   cocodrilo 
llora   con   tan   dulce   estilo, 
que  trae  los  hombres  a  sí; 


Otón. 

Clávela. 
Otón. 
Clávela. 
Otón.  ' 


Clávela. 


Otón. 

Clávela. 
Otón. 


Clávela. 

Otón. 

Clávela. 


Otón. 


Clávela. 


Claveía. 


Otón. 


Clávela. 
Otón. 


Clávela. 


Otón. 


y  la  sirena  en  el  mar 
canta  y  los  llama,  y  advierte 
que  asi  entrambos  dan  la  muerte 
con  cantar  y  con  llorar. 

¿  Dónde  aprendiste  estas  cosas, 
tan  ajenas  de  tu  traje? 
Guardaos  que  el  tiempo  no  baje 
de  su  estado  vuestras  cosas. 

que  más  que  pensáis  sabréis., 
Sospechas  me  das  de  ti. 
Más  hay  que  saber  en  mí 
que  en  la  cifra  que  tenéis. 

No  recibe  el  sol  agravio 
de  tocar  pardo  sayal 
más  que  púrpura  real, 
ni  el  que  es  necio  ofende  al  sabio. 

No  os  espantéis  de  sayal, 
porque  si  sayal  no  hubiera 
el  brocado  no  luciera, 
ni  el  bien  si  no  hubiera  mal. 

A  mi  padre  he  visto,  Pedro: 
no  me  puedo  detener. 
¡  Qué  mal  Pedro  vengo  a   ser, 
pues    con   vos   tan    poco    medro ! 

{Vasc    Clávela.) 


(i)     Así  en  el  original,  que  es  conocida  errata. 


¡  Otra  vez,   fuentes  y  árboles  sombríos, 
me  distes  estas   mismas  confianzas; 
otra  vez  en  tormentas  y  en  bonanzas 
a  la  mar  arrojé  mis  desvarios! 

¡  Otra  vez  vieron  los  tormentos  míos 
las  historias  de  amor  en  mis  mudanzas ; 
otra  vez  le  he  pesado  dos  balanzas, 
que  tuve  "menos  seso,  aunque  más  bríos ! 

Agora  yo  no   sé   cómo  me  atreva, 
pobre,   desconocido,   en   tierra   extraña, 
adonde  el  alma  el  pensamiento  lleva. 

¡Alábese  fortuna  desta  hazaña, 
que  no  hay  en  el  amor  cosa  tan  nueva 
como  pensar  que  el  engañado  engaña ! 

(Sale   Fulgencio   con   un   talegón.) 
Fulgencio. 
Esta  es  buena  ocasión,  que  está  suspenso 
Pedro,  por  dicha,  en  pensamientos  locos, 
cual  suelen  esperarse  de  sus  años. 
¿Quién  duda  que  dirá:  "Si  yo  tuviera 
la  plata  y  oro  que  este  duque  Alberto, 
¡  qué   generosas   cosas  que   intentara ! 
Yo  hiciera  galas,  3-0  tuviera  coches, 
yo  tuviera   caballos,  y  esta  quinta 
labra  de  mil  mármoles  y  jaspes? 


ACTO  SEGUNDO 


523 


Pues,  labrador,  hoy  llaima  la   fortuna 
a  tu  puerta  con  menos,  pero  es  harto 
para  tu  vil  y  tosco  nacimiento. 
Aquí,  entre  estos  árboles  que  cavas, 
pongo  dos  mil  ducados  para  cebo, 
que  no  los  desechara  algún  mancebo. 

(Vasc.) 

Otón. 
En  tanto  que  otra  vez  vuelven  a  verte, 
Clávela  hermosa,   mis  indignos   ojos, 
indignos  digo  por  los  rotos  hábitos 
con  que  disfraza  mi  corona  el  tiempo, 
quiero  ocupar  la  mano  que  solía 
dorada  espada,  en  azadón  grosero ; 
cavar,   al   fin,   aquestas  hierbas  quiero. 
¡  Válgame  Dío.s !   ¿  Qué  es  esto  ?  Algún  avaro 
entre  estas  plantas  escondió  tesoro, 
que  cuanto  suena  es  oro;  a  ver  si  es  oro. 
i  Oro  es,  por  Dios,  y  cantidad  notable ! 
¿  Qué  haré  ?  ¿  Diré  que  aquí  le  hallé  escondido  ? 
No,   que   será   locura  y  disparate. 
Heme  aquí  ahora  puesto  en  más  cuidado". 
¡  Que  venga  a  ser  desdicha  la  riqueza ! 
Mas,  ¿quién  no  se  holgará  desta  desdicha? 
Yo  quiero  bien  a  la  sin  par  Clávela : 
¿  quién   duda  que   se   ofrezcan  ocasiones 
que  puedan  más  que  amor  estos  doblones  ? 
¡  Alto,  pues !  \'amos  a  la  corte  luego 
con  achaque  de  hacer  alguna  cosa. 
¡  Dichoso  el  pobre,  que  descansa,  libre 
de  la  solicitud  del  avariento ! 
Ahora  bien:  ¿qué  resuelves,  pensamiento? 
No  sé,  por  Dios:  entremos  en  consejo. 
Entremos.   ¿Quién   serán   los   consejeros? 
Tú  y  yo.  ¿  Y  el  presidente  ?  Los  dineros. 
¿  Qué  digo  yo  ?  Yo  digo  que  mí  voto 
es  que  se  compren  galas  y  caballos, 
que  esto  podré  tener  sin  que  se  sepa, 
para  que,  viendo  la  ocasión,  me  sirva. 
¿  Qué  dice  el  pensamiento  ?  Plumas,  galas 
es  justo  que  se  compren  al  momento. 
;  Qué  dice  el  presidente  ?  Que  se  compren, 
que  él  dará  provisión,  con  firma  y  sello, 
para  el  tesoro  desta  bolsa  de  oro ; 
porque  el  mejor  consejo  es  el  de  hacienda, 
porque  no  la  tener  todo'  es  contienda. 

(Vasc  y  sale  Fulgencio.) 
Fulgencio. 
Mejor  se  ha  hecho  que  pensé:  el  villano 
cayó  en  la  red  del  oro,  codicioso. 


como  en  la  liga  el  paj  arillo  simple. 
Mas,  ¿  qué  mucho,  sí  a  costa  de  la  sangre 
cayeron  en  su  cebo  tantos  príncipes? 
El  va  contento,  y  yo  también  lo  quedo; 
que  si  Alejandro  deseó  su  ausencia, 
cfeto  ha  de  tener  mi  diligencia. 

(Sale  Alejandro.) 

Alejandr.      El  cuidado  me  ha  traído. 
FuLGENC.    No  he  estado  yo  descuidado. 
Alejandr.  ¿  Tomo  el  oro  ? 
FuLGENC.  i  Y  tan  tomado, 

que  le  ha  cubierto  de  olvido ! 
Alejandr.      ¿  Iráse  ? 
FuLGENC.  Así  lo  sospecho. 

Esto  presto  se  verá. 
Alejandr.  ¿  Es  Inés  ? 
FuLGENC.  Pienso  que  ya 

adivina  lo  que  has  hecho. 
Alejandr.      Retírate. 

(Vasc    Fulgencio   y   sale   Eufrasia.) 

Eufrasia.  Por  huir 

de  las  cenizas  mí  ciego 
pensamiento  dio  en  el  fuego, 
y  por  huir  vine  a  oír. 

-De  mala  gana  escuché 
de  Alej.andro  el  tierno  amor ; 
pero  pensélo  mejor, 
y  no  lo  mejor  pensé. 

¡  Dios  me  libre  de  escuchar ! 
Puédese   el  ver   resistir, 
pero  aquesto  del  oír 
halla  en  el  alma  lugar. 

A  la  lengua  puso  labios 
naturaleza ;  a  los  ojos, 
párpadoá,  que  sus  enojos 
cubren,   resistiendo   agravios; 

pero  no  puso  al  oído 
defensa;   en   efeto  oí, 
'    y  después  lo  que  sentí 
comuniquélo  al  sentido. 

Si  vengo  a  corresponder 
de  Alejandro  el  tierno  amor, 
no  ha  de  ser  contra  mí  honor, 
porque  esto  no  puede  ser. 

Mas  si  llegase  ocasión, 
soy  mujer,  y  ser  podría 
igualar  su  señoría 
con  la  majestad  de  Otón. 
Alejandr.      Cuando  te  vi  presumí 

que  te  hablara  al  mismo  instante : 


524 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


mas  mira  que  es  un  amante, 

que  no  pude,  aunque  te  vi. 
Ya  llego,  y  tan  mal  conmigo 

de  ver  lo  que  te  respeto, 

que  por  cobrarte  prometo 

a  mi  libertad  castigo. 

¿Qué  tienes,  que,  labradora, 

hace  temblar  a  un  señor? 
Eufrasia.  La  calidad  de  mi  honor, 

que  este  traje  sobredora. 
Y  hazme  placer,  por  tu  vida, 

de  respetar  por  mujer 

lo  que  no  por  merecer 

ser  de  im  príncipe  querida. 
Alejandr.      Ya  tú  sabes  que  te  hablé 

cuando  te  vi  el  primer  día: 

díjete  que  te  quería, 

y  ima  sibila  te  hallé. 

•     De  suerte,  que  para  amarte 

me  diste  fácil  lugar, 

y  cuando  te  llego  a  hablar 

es   imposible   ablandarte. 
¿Podré   quejarme    de   ti? 
Eufrasia.  Señor,  ¿en  qué  os  engañé? 

Yo  os  prometo,  por  mi  fe, 

porque  no  os  quejéis  de  mí, 
que  quisiera  ser  señora; 

o  que  vos,  que  sois  señor, 

a   ser  pobre   labrador 

os  volviérades  ahora. 
Ya  nacimos  desiguales; 

buscad  allá  en  la  ciudad, 

que  acá  en  esta  soledad 

me  rogarán  mis  iguales. 
Alejandr.      Da  un  modo  como  te  quiera 

y  trata  tú  mi  esperanza. 
Eufrasia.  La  esperanza  mucho  alcanza, 

si  esperando  persevera. 
Si  a  una  señora  sirvieras, 

¿  qué  hicieras  ? 
Alejandr.  Las  ocasiones 

muestran  obras  y  razones. 
Eufrasia.  ¿Qué  hicieras  y  qué  dijeras? 
Alejandr.      ¿Quieres  te  sirva  a  lo  grave? 
Eufrasia.  Sí,  como  a  las  otras  damas 

de  grave  opinión  y  famas. 
Alejandr.  Mucho  esta  villana  sabe. — 
Yo   procurara  un   empleo, 

el  mejor  que  hallar  pudiera, 

y  por  papeles  hiciera 

que  supiera  mi  deseo; 
ya  saliera  azul,  ya  verde. 


ya   pajizo,   ya   leonado, 
mañana  blanco  o  morado, 
como   se   gana   se   pierde ; 

que  amor  es  juego,  y  un  día 
anda  un  hombre  de  favor, 
y  otro  que  le  va  peor 
pierde  toda  su  alegría. 

Eufrasia.       ¿Quiéresme  oír? 

Alejandr.  Sí  querré. 

Eufrasia.  Pues  ansí  me  has  de  servir, 
sin   reparar  ni   advertir 
que  en  aqueste  traje  esté. 

Si  te  igualo  o  no  algún  día 
te  lo  dirá  el  tiempo ;  ahora 
conquista  como  a  señora 
esta  villana;  porfía, 

que  si  no  mi  resistencia 
eternamente  verás. 

Alejandr.  Aguarda. 

Eufrasia.  Yo  he  dicho  más 

de  lo  que  me  dan  licencia. 

{Vasc.) 

Alej.\ndro. 

¿  Qué  nuevo  encantamento  amor  pretende  ? 
¿  Qué  es  esto  en  que  me  ponen  tus  enimas  ? 

Y  si  me  desmayas,  ¿para  qué  me  animas? 

Y  si  me  animas,  ¿para  qué  me  ofendes? 
■Con   fuego   hielas   y   con   hielo   enciendes ; 

regalas  con  amor ;  sin  él  lastimas : 

tus  sutilezas  son  materias  primas, 

pues  lo  mismo  que  tratas  no  lo  entiendes. 

A  lo  señor  ima  villana,  que  anda 
midiendo  a  sus  desdenes  mis  disgustos, 
quiere  que  satisfaga  su  demanda, 

y  todos  a  mi  amor  parecen  justos, 
pues  yo  quiero  comer,  pues  me  lo  manda, 
con  salsa  de  señor,  villanos  gustos. 

(Vasc.) 

{Sale  TuRÍN  y   tres   Lacayos.) 
Lacay.  i.°       Parece  que  es  día  de   fiesta, 

que  tal  espacio  tenemos. 
Lacay.  2°  Hoy  no  se  alquilan  lacayos. 
3.°  Un  hombre  no  acude  al  puesto. 
Bien  podemos  hoy  holgar, 
cual  hacen  los  pasteleros 
los  viernes. 

¡  Pardiez,   Turín, 
haya  im  poquito  de  juego! 
¿Juego?    A    la    tarde; 
contemos  ahora  cuentos. 


Lacay. 

Turín. 


Lacay.  3. 


Turín. 


ACTO   SEGUNDO 


525 


Lacav.  2.°  En  estando  pobre  yo, 

los  cuentos  en  cuentas  vuelvo. 

Lacav.  i°  ¿Qué    tienen    estos    pelones, 
que  gastando  sus  dineros 
en  dar  a  mujeres  viles, 
nos  dejan  andar  sin  dueño, 
de  ración  y  quitación? 

TuRÍx.         No  lo  digas,  que  k>  temo. 
Mas  yo  sé  cierta  ciudad 
donde  un  cierto  caballero 
trujo  en  verano  un  lacayo 
y  dos  todos  los  inviernos, 
y  preguntándole  un  día 
desta  mudanza  el  misterio, 
dijo:  "Bébome  un  lacayo 
porque  por  venir  tan  lejos 
era  la  nieve  a  dos  reales, 
que  era  del  lacayo  el  precio. 

Lacav.  i.°  Si  va  a  decir  la  verdad, 
el  hidalgo  era  discreto ; 
que  para  tener  un  haca 
bastaba  un  hombie  y  un  leño, 
y  para  beber  caliente 
no  basta  un  padre  del  yermo. 

TuRÍx.         Tristes  repúblicas  somos, 
mucho  de  gansos  tenemos, 
nunca  estamos  sin  cañones. 

Lacay.  2°  Estas  calcillas  nos  dieron 
los  toros  del  otro  día. 

Tlrí.v.        Más  a  los  toros  debemos 

que  a  los  padres  ni  a  las  madres, 
que  nos  parieron  e  hicieron. 
Librar  podemos  en  toros, 
como  en  propios  tesoreros, 
libranzas  para  vestidos. 

Lacav.  3."  L'n  hombre  llega;  silencio. 

(Sale  Otón,  de  gala.) 

Otón.  A  la  fortuna  he  quebrado 

los  ojos,  o  por  lo  menos 
ya  me  habrá  desconocido, 
por  el  hábito  que  tengo. 
Ya  he  comenzado  a  gastar 
en  vestidos  mi  dinero : 
el  que  traigo  y  otros  dos, 
en  los  colores  diversos. 
Quiero  comprar  dos  caballos, 
pero  yo  solo  no  puedo; 
quiero  buscar  quien  me  sirva, 
y  ha  de  ser  gracioso  cuento, 
porque  me  ha  de  acompañar 
como  señor  extranjero. 


Lacay. 
Lac.w. 
Lacay. 

TURÍN. 


Otóx. 

TURÍX. 


Otón. 

TuRÍX. 

Ctóx. 

TuRÍX. 


Otóx. 

TuRÍN. 

Lacay. 

TURÍX. 


Todos. 
Otóx. 


3- 


y  en  volviéndome  al  aldea 
quedarse  en  tanto  que  vuelvo. 
¿Quiere  su  merced  un  hombre 
hidalgo  de  aqueste  cuerpo? 
Serviré  a  vuesa  merced 
desta  postura  y  meneo. 
'  En  verme  poner  ansí 
verá  si  soy  de  provecho. 
]\Iire  este  poner  de  capa, 
este  paso  y  contoneo, 
y  pues  soy  noble  y  valiente, 
que  puede  el  amo  sin  miedo 
fiarme  una  calle  de  hombres 
si  ésta  saco  y  broquel  llevo 
a  mi  lado ;  en  toda  plaza 
puede  al  toro  más  soberbio 
errar  lanzada  y  rejón, 
porque  al  punto  desjarreto. 
¿Ha  visto  vuesa  m.erced 
en   aquel   pradillo   am.eno 
a  los  toros  de  Guisando? 
Sí,  he  visto. 

¡  Huélgome  dello ! 
Pues  3'0   los   desjarreté, 
y  el  de  piedra,  que  está  puesto 
en  Salamanca  en  la  puente, 
de  un  revés  rapé  los  niervos. 
Así   están   sin   pies   ahora. 
Por  el  humor  os  deseo. 
¿  Cómo  os  llamáis  ? 

Yo,   Turín. 
Turín,  yo  soy  caballero ; 
quiero   comprar   dos   caballos. 
¿  Caballicos  ?   Bueno,   quedo ; 
pues  no  los  compre  sin  mí, 
que   de   sólo   verlos   tengo 
como  el  que   los  ha  ensillado, 
notable   conocimiento. — 
Señores,  adiós,  que  3-0 
amo  de  gusto  me  llevo. 
Despacio  os  quiero  informar. 
Para  todo  seré  bueno. 
Pague    la   patente. 

Digo 
que  vengan,   que  pagar  quiero 
catorce  azumbres  de  vino. 
Vamos,   hidalgo,    en    efeto. 
¡  A  lo  que  ha  venido  tm  Rey ! 
Mas,   pues  al  tiempo  obedezco, 
quiero  aprender  suis  liciones, 
que  el  mejor  maestro,  el  tiempo. 


526 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


ACTO  TERCERO 

{Sale  el  Rey  con  vara  de  Alcalde,  y  Carlino,  Antó^ 
y   Pascual,   villanos.) 

Carlino.        Al  Concejo  ha  parecido 
elegiros,  aunque  sos 
forastero,   porque   en  vos 
bastante  virtud  ha  vido. 
Empuñalda  por  estaño 
y   regí   toda   laldea, 
y   por  muchos  os   provea, 
que  ya  sos  propio  y  no  extraño. 

Vueso  hijo  y  vuesa  hija. 

son  honra  de  todo  el  puerto, 

y  así  fué  el  voto  más  cierto 

que  tal  padre  el  puebro  rija. 

Rey.  Estoy    tan    agradecido. 

a  la  merced  que  me  han  hecho, 
debida  al  humilde  pecho, 
con  que  a  todos  he  servido, 
que  no  por  ser  extranjero 
estará  el  gobierno  mal, 
pues   con   amor  natural 
siempre   los   estimo   y   quiero. 
Dad  de  mi  parte,  Carlino, 
al  regimiento  un  recado, 
porque  ya  el  Duque  ha  llegado, 
que    ayer    con    sus   hijos    vino 

de  la  ciudad,  y  es  razón 
ir   a  besarle   la  mano. 
Habláis  como  cortesano, 
y  es  muy  justa  obligación. 

No  le  pesará  de  veros 
alcalde  de  su  lugar. 
Los  pies  le  vvielvo'a  besar. 
Cuidad  de  luego  volveros, 

porque  el  concejo  os  abrace 
y  recibáis  colación. 
Rey.  Volveré  a  ver,  que  es  razón, 

á  quien  tal  merced  me  hace. — 

Vamos,  fortuna,  a  pensar 
cómo  los  tiempos  revuelves, 
pues  cetro  de  un  rey  se  vuelve 
vara  de  un  puerto  de  mar. 

{Vasc    el    Rey-) 


Antón. 


Rey. 

Pascual. 


Carlino.         ¡  Pardiez,  que  no  hemos  tenido 
alcalde  de  tal  presencia ! 

Pascual.    Apostaré  que  sentencia 

pleitos  como  un  descosido. 

Antón.  Yo,  si  os  digo  la  verdad, 

voté  por  él  con  intento 


de   pretender  casamiento, 

por  tenerle  voluntad, 

con  Inés,  su  hija,  a  quien 

los  días  santos  he  mirado, 

de  quien  estoy  más  quemado 

que  el  envés  de  una  sartén. 
Pascual.        A  la  fe  que  es  pensamiento 

que  le  tienen  más  de  dos. 
Carlino.     ¿Luego  sólo  pensáis  vos 

que  intentáis  su  casamiento  ? 
No  hay  mozo  en  toda  la  aldea 

que  no  la  haya  echado  el  ojo. 
Antón.        ¿Cuánto  va  que  si  me  enojo 

que  hago  que  nadie  la  vea? 
Porque  Alejandro,  su  hijo 

del  Duque,  me  estima  y  ama,. 

y  por  momentos  me  llama 

en  habiendo  regocijo 
de  alguna  famosa  caza 

en  el  monte  del  lugar 

por  que  la  vaya  a  ojear; 

él  se  rige  por  mi  traza. 
Carlino.         Sí  se  la  pides  a  él, 

segura  tienes  la  boda. 

{Salen   Otón  y  Turín.) 

Otón.         TodaTa  ropa  acomoda. 
Turín.         Yo    solo    es   cosa   cruel. 

Y  admírame  que  un  señor 

con  sólo  un  criado  esté. 
Otón.         Turín,  ayer  te  fié 

grandes  cosas  de  mi  amor : 
ya  me  viste  en  la  ciudad 

hablar   con   Clávela. 
Turín.  Vi 

que  la  paseaste,  y  fui, 

aunque  fué  temeridad, 
a  hablarla  por  el  balcón. 
Otón.  Aquí  hay  villanos,  detente. 

Pascual.     Del  Duque  es  aquesta  gente. 
Antón.       Antes  forasteros  son. 
Carlino.        ¿Vienen  despacio  al  aldea? 
Pascual.     Ansí  'lo  trataban  hoy. 
Antón.        Yo  sin  huéspedes  estoy, 

que  por  muchos  años  sea. 
Carlino.        No  estarás  mucho  sin  ellos 

si  el  Duque  viene  de  espacio. 
Pascual.     A  esta  gente  de  palacio 

le  sirvo  por  los  cabellos. 
Antón.  Para  un  favor  no  son  malos; 

y  así,  yo  quiero  intentar 

a  nostramo  el  Duque  hablar 


ACTO   TERCERO 


527 


con   labradores   regalos, 
y  pedille  en  casamiento 

a  Inés. 
Pascual.  Vamos,  que  al  favor 

rinde  las  fuerzas  mi  amor. 
Carlino.     Ya  hueles  a  casamiento. 
Antóx.  Esa  es  mucha  sutileza. 

¿  Los  casados  huelen  ? 
Carlino-  ¡  Pues ! 

Antón.        Más  que  otros  por  los  pies, 

güeles  tú  por  la  cabeza. 
{Vansc  los  villanos.) 

TuRÍN.  ¿Para  qué  te  escondes  déstos? 

Otón.  Impórtame  que  ninguno 

me  vea. 
TuRÍN.  ¿  Fuera  importuno, 

viéndote  encubrir  de  aquestos, 
para  saber  la  ocasión? 

Pero  el  haberme  advertido 

de  que  eres  tan  bien  nacido 

de  tu  amor  y  pretensión, 
me  obliga  a  callar. 
Otón.  Turín, 

tu  dicha  está  en  el  secreto ; 

si  callas,  yo  te  prometo 

que  está  tu  dicha  en  el  fin. 
Ven  esta  noche  al  terrero 

con  un  broquel  y  una  espada, 

y  aguárdame  allí. 
Turín.  j  No  es  nada  ! 

Otón.  ¿  Y  es  mucho  si  allí  te  espero  ? 

Turín.  ¿Y  si  me  ven? 

Otón.  No  verán, 

que  yo  llegaré  al  momento. 
Turín.        ¿  Traeré  armas  ? 
Otón.  Sí,  y  con  tiento, 

capa  y  sombrero  galán 
me  puedes,  Turín,  traer; 

holgaréme  de  ir  bien  puesto. 
Turín.        Descuida. 
Otón.  Búscame  presto. 

Turín.        Hoy  me  tengo  de  perder. 
Otón.  Secreto  encargo,  Turín. 

Turín.        ¡  Digo  que  terrible  estás, 

pues  más  mudo  me  verás 

que  estuvo  fray  Juan  Guarín  ! 

{Vase   Otón.) 

Por  seguir  el  loco  amor 
deste  príncipe  encubierto, 
está  mi  remedio  cierto 


en    ir   siguiendo    su    humor. 

Pensar  yo   que   es   hombre   vil 
es  disparate  notable, 
pues  basta  ver  que  le  hable 
dama  tan   alta  y  gentil. 

Fuera  de  que  me  ha  fiado 
sus  caballos  y  vestidos, 
con  que  todos  mis  sentidos 
a  su  servicio  ha  obligado. 

No  me  fuera  ni  le  hiciera 
menos  un  pelo  de  todo 
si  pensara  deste  modo 
que  rey  de  las  Indias  fuera. 

Yo  le  tengo  grande  amor; 
gran  premio  de  mi   esperanza, 
que  la  buena  confianza 
siempre  la  engendra  mejor. 

Marido  desconfiado 
hace  libre  la  mujer; 
el  cobarde  mercader 
no  gana  si  no  ha  fiado. 

Yo  soy  honrado ;  pues  éste 
me  fía  su  hacienda  a  mí, 
no  le  he  de  faltar  de  aquí, 
aunque  mil  vidas  me  cueste ; 

que,  en  efeto,  soy  Turín, 
hombre  honrado  y  bien  nacido, 
y  pues  de  mí  se  ha  servido- 
no  usaré  término  ruin. 

{Vasc.) 

{Salen   el    Duque,    Alejandro    .v    Fulgencio.) 
Duque. 

¿  No  solías  venir  con  tanto  gusto 
al  aldea  otras  veces? 

Alejandro. 

No  te  espantes, 
que  se   suelen  mudar  las  condiciones 
o  por  las  influencias  de  los  ánimos, 
o  ya  por  cosas  que  en  amor  suceden. 
Hay   en  todas  las  vidas  ciertos  términos 
donde,  llegando,  un  hombre  intentos  muda : 
de  lo  que  aborreció,  eso  apetece, 
y  aquello  que  quería,  eso  aborrece. 

Duque. 
Desa  suerte,  ¿serán  aquí  las  fiestas? 
Alejandro. 
Paréceme  que  aciertas. — Sospechoso 
me  ha  puesto  el  Duque. 


528 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


Fulgencio. 

¿  Si  tu  amor  sospecha  ? 

Alejandro. 
Ya  puede  ser  que  Inés  se  lo  haya  dicho, 
por  librarse  de  ver  que  la  importuno. 

Fulgencio. 
¿  Cuándo  de  ser  rogada  arrepentida 
mujer  viste  en  el  mundo?  No  lo  creas. 

Alejandro. 

Esto  de  pretender,  Fulgencio  amigo, 
que  a  lo  grave  la  sirva  y  no  la  ofenda, 
no  sé  cómo  lo  entienda. 

Fulgencio. 

No  te  ofende, 
que  antes  merece  estima,  pues  te  anima 
a  que  la  tengas  en  igual  estima. 


Rey. 

Eufrasia 
Rey. 

Eufrasia 
Rey. 


Eufrasia 
Rey. 

Eufrasia 


Rey. 


Eufrasia 

Rey. 

Duque. 

Rey. 


{Salen    d    Rey    y    Eufr.asia.) 

La  mano  voy  a  besar 
al  Duque. 

Aciertas  en  eso. 
Por  gran  cosa  se  la  beso. 
Alcaide  sois  de  la  mar. 

No  ha  hecho  la  vil  fortuna 
conmigo  cosa  de  risa, 
como  es  ésta. 

Aquí  te  avisa 
que  ha  de  haber  mudanza  alguna. 

,:  Qué  mayor  quieres  que  sea, 
que  un  palo  el  cetro  de  oro 
y  todo  su  real  decoro 
en  alcalde  de  una  aldea? 

Eso  ya  os  honra,  que,  en  fin, 
basta  de  justicia  el  nombre, 
digno  de  un  rey,  aunque  es  hombre 
que  sirve  en  este  jardín. 

Y  tan  buen  agüero  ha  sido, 
que  en  esta  vara  mostráis 
que  a  castigar  comenzáis 
al  traidor  que  os  ha  ofend'ido. 

Tenia,  entre  tanto  que  voy 
para  besarle  la  mano  ; 
no  sea  alcalde  villano, 
aunque  de  villanos  soy. 

Mostrad;  que  yo  con  la  vara 
entre  tanto  esperaré. 
Déme  Vuestra  Alteza  el  pie. 
¡  Oh,  amigo ! 

¡  Ah,  fortuna  avara, 

cómo  reprime  tu  ley 


a  un  hombre  tan  desdichada), 
que   fortuna  ha  derribado, 
no  mirando  que  era  rey ! 

DuQLTE.  •  Levántate  de  la  tierra. 

¿  Qué  quieres? 

Rey.  Besar  tus  manos, 

porque  aquestos  aldeanos 
deste  mar  y  desta  tierra 
me  nombraron  por  alcalde. 

Duque.        Han  hecho  justa  elección. 

FuLGENC.     Llega,  que  es  buena  ocasión, 
que  amor  te  la  da  de  balde. 

Alejandr.      Mientras  mi  padre  y  el  suyo 
hablan,  con  ella  hablaré. 

Duque.        Que  me  informes  holgaré. 

Rey.  Todo  nace  de  amor  tuyo. 

Alejandr.      ¿Quién  te  dio  jurisdicción 
tn  mi  tierra,  Inés?  > 

Eufrasia.  No  sé; 

acaso  el  tenerla  fué, 
que  acaso  mis  dichas  son. 

Alejandr.      ¿Pues  con  vara  aquí?  ¿No 
que  es  tmi  tierra? 

Eufrasi.v  Ya  lo  sé ; 

mas  no  te  castigaré, 
aunque  son  tus  culpas  graves. 

Alejandr.       Hizote  juez  amor, 

porque  condenarme  puedas ; 
mas  quéjase  que  te  quedas 
siempre  con  este  rigor. 

Eufrasia.       Si  yo  juez  de  amor  fuera 
a  fe  que  te  condenara 
a  tormento,  aunque  pensara 
que  poca  verdad  dijeras. 

Alejandr.      Apelara  yo  de  ti 

para   tu   misma   piedad, 
que  tal  tormento  es  crueldad 
a  quien  tantas  dice  aquí. 

Duque.  Vamos  a  hacer  prevenir 

las  fiestas  luego  al  momento, 
que  estoy  falto  de  contento 
y  me  quiero  divertir. 

{Vase  el  Duque.) 

Rey.  Hija,  vuélveme  la  vara. 

Eufrasia.  El  Duque  también  se  va; 

acompañadle. 
Rey.  ¿Y  será 

bien  hecho  ? 
Eufrasia.  ¿No  es  cosa  clara? 

Rey.  Bien  dices ;  quédate  aquí. 

{Vase    el    Rey.) 


sabes 


ACTO   TERCERO 


529 


Alejandr.  Ya  que  la  vara  dejaste, 

juez  riguroso,  baste 

lo  que  has  hecho  contra  mí. 
Eufrasia.       Si   fulminara  el  proceso 

de  tus  culpas,  yo  te  digo 

que  tuvieras  el  castigo. 
Alejandr.  No  el  tormento,  pues  confieso. 
Muestra ;  dadme  aquesa  mano, 

mitigaré  el  dolor  fuerte, 

que  estoy  cerca  de  la  muerte. 
Eufrasia.  jNIirad  que  está  allí  mi  hermano. 

¿No  dijistes  que  era  ido? 
Alejandr.  Pues  no  ha  mucho  que  está  ausente. 
Eufrasia.  ¿Luego  no  le  veis  presente? 
Alejandr.  ¡  Vive  Dios,  que  soy  perdido  ! 
No  sé  qué  tengo  de  hacer, 

pues  ha  venido  su  hermano. 

{Sale    Otón.) 

Otón.  Ya  vuelvo  al  traje  villano, 

que  amor  me  manda  volver. 

Alejandr.      O  se  le  acabó  el  dinero, 
o  fué  astuto  y  le  guardó. 

Eufrasia.  Vete,  si  no  voime  yo. 

Alejandr.  Irme  aborrecido  quiero. 

Pero  yo  haré  de  tal  suerte 
que  se  le  quite  de  aquí. 

{Vase    Alejandro-") 

Eufrasia.  ¡  Otón ! 

Otón.  ¡  Eufrasia  I 

Eufrasia.  Entendí 

en  toda  mi  vida  A'erte. 
¿  Dónde  fuiste  ? 
Otón.  A  la  ciudad, 

que  al  Rey  licencia  pedí. 
Eufrasia.  Sin  despedirte  de  mí, 

no  ha  sido,  Otón,  amistad. 
Tú  con  Clávela  has  hablado, 

pues  que  vienes  tan  contento. 
'Otón.  ,       Díjele   mi    pensamiento, 

muy  galán  y  disfrazado. 
Eufrasia.       ¿  Pues  quién  vestido  te  dio  ? 
Otón.  Hay  mil  cosas  que  contarte 

que  quieren  segura  parte. 
EuFR.aLSiA.  ¿Viste  las  fiestas? 
Otón.  Fui  yo 

el  más  galán  del  torneo. 
EuFRAsi.\.  ¿Luego  a  ellas  saliste? 
Otón.  Sí  ; 

mas  vete,  que  viene  aquí 

la  causa  de  mi  deseo. 

vu 


Luego  hablaremos  los  dos; 
vete,  herm.ana,  en  hora  buena. 
Eufrasia.  Aquesto  el  cielo  lo  ordena 
porque  aquí  os  habléis  los  dos, 

{Vanse  y  salen  Clávela  y  Fabia.) 

Clávela.         Digo,  Fabia,  que  al  balcón 
me  puse,  y  vi  un  caballero 
paseando  en  el  terrero 
de  notable  perfección ; 

porque  en  las  honestas  galas 
a  los  demás  excedía, 
y  en  lo  que  el  caballo  hacía 
eran  las  espuelas  alas. 

Reparé  en  el  rostro,  y  vi 
de   Pedro   el   mismo    retrato, 
y   estuve   suspensa   un   rato, 
más  que  él  mirándome  a  nlí. 
Y  la  noche  que  en  palacio 
hubo  sarao,   de  color 
le  vi  parecer  mejor 
y  le  miré  más  despacio. 

De  tal  manera  me  vi 
de    su    persona    obligada, 
que   loca  y   determinada 
le  rogué  viniese  aquí, 

y  por  el  j ardí. i  me  hablase 
de   noche   con   gran   secreto. 
Fabia.  Que  me  admira  te  prometo 

que  a  Pedro  tanto  imitase ; 

pero  no  puede  ser  él, 
porque  vesle  allí  ocupado, 
y  pienso  que  no  ha  faltado 
un  momento  del  vergel.  . 

Yo  siempre  le  he  visto  aquí. — 
¿Has  faltado  de  aquí,  Pedro? 
Otón.  Como  ha   faltado   aquel   cedro 

que  está  floreciendo  allí. 
Fabia.  No  dudes  de  que  es  verdad. 

Clávela.     Pues,  Fabia,  naturaleza 
perdió  esta  vez  la  belleza 
que  le  da  la  variedad. 

,  Este  Pedro  y  quien  te  digo 
tiene  una  cara  y  uft  nombre. 
Fabia.         Parécele,   no   te   asombre, 
y  al  desengaño  me  obligo , 

Enséñamele,  y  verás 
como  te  ha  engañado  amor. 
Cl.wela.     Si  tuve,  amándote,  amor, 

Pedro,  del  traje  en  que  estás, 

amaré  a  quien  te  parece 
en   forma  de   caballero, 

34 


530 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


con  que  la  templanza  espero 
del  mal  que  mi  alma  padece. 
Otón.        '       ¡  Pardiez,  que  no  hiciera  más 
en  la  plaza  un  toro  fiero, 
pues  vas  tras  el  caballero, 
y  en  el  vivo  el  golpe  das ! 

Y  a  mí,  que  soy  dominguillo 
y  desta  huerta  espantajo, 
déjasme   por  hombre   bajo; 
pero   no  me   maravillo, 

antes  quiero   disculparte : 
dos  imágenes  te  dan 
adonde  iguales  están 
colores,   pincel   y    arte; 

una  viene  guarnecida 
y  otra  sin  molduras  viene; 
dejas  la  que  no  las  tiene 
y  escoges  la  guarnecida. 

Suele  fortuna,  inconstante, 
mirarse  en  un  falso  eleve, 
por   su   luz    falsa   y   aleve, 
y' dejar  la  de  un  diamante. 
O.AVELA.         No  me  acabo  de  admirar 
ni  sé  qué  pueda  decir. 
Esta   noclie   ha   de   venir 
y  en  el  jardín  me  ha  de  hablar 

el  caballero  que  digo; 
tú  le  has  de  abrir  en  llegando 
y  le  has  de  venir  guiando 
hasta   ponerle   conmigo. 
Otón.  Harélo,  si  él  viene  aquí. 

Clávela.     Pues   queda,   Pedro,   con   Dios, 
que  estando  juntos  los  dos 
yo  veré  lo  que  hay  en  ti. 

(Vanse   las   dos.) 

Otón. 

Arboles,   haced    fiesta   a   mi    esperanza, 
que   andaba   por   los   aires   fugitiva ; 
cubrí   sus   hojas   de   menuda   oliva, 
adonde  tanta  paz  el  alma  alcanza. 

Venid,    aves,   a  ver  mi    confianza; 
corred,  arroyos  mansos,  plata  viva, 
cuyo    papel   bruñido    el   tiempo   escriba 
con  historias  de  amor  en  mi  mudanza; 

que  antes  que  miuestre  enero  blanca  barba 
veré  con  dulce  fin  a  mis  congojas, 
que  el  tiempo  de  mi  amor  el  tierno  adarva, 

pues  antes  que  veáis  las  verdes  hojas 
de  vuestro  labrador  verá  la  parva 
campo  de  plata  con  espigas  rojas. 


(Sale    TuRÍN    solo.) 
TURÍN. 

La  codicia  de  ver  estos  palacios 
sobre  la  mar  y  sus  jardines  verdes 
me   han    dado    atrevimiento,    contra   el    ordeiB 
que  del  secreto  me  dejó  mi  amo: 
por  cierto  que  es  notable  la  hermosura 
que  la  tierra  y  la  mar  juntas  componen 
aquí  desde  estos  árboles  y  fuentes, 
con  quien  compiten  estos  varios  jaspes 
sobre  las   jarcias  de   las   altas  naves, 
con  banderas  y  flámulas,  haciendo 
jardín  la  mar,  aunque  de   secos  árboles. — 
¡  Hola !  Tú,  labrador,  que  estás  cavando, 
¿quieres    echar    el    agua    destas    fuentes, 
si .  los  tornos   entiendes   de   sus  llaves, 
que  no  te  faltará  mi  paga  humilde  ? 

Otón. 
¿Quién  pide  ese  regalo?  ¿A  qué  efeto? 
¿Vienen  algunas  damas  de  la  corte 
o   algunos-  caballeros   forasteros? — 
¡Ay,   cielo!,   ¿no   es   éste  mi   lacayo? 

Turín. 
¡Válgame  el  cielo!  ¿Qué  villano  es  éste? 
¿No  es  éste  a  quien  yo  sirvo? — ¡Señor  míoH 

Otón. 
¿Qué  es  esto  de  señor?  ¿Viene  borracho? 

Turín. 
Juzgáralo,  por  Dios,  si  causa  hubiera. 
¡  Señor  !  ¡  Ah,  señor  ! 

Otón. 

¡  Salid  enhoramala, 
que  debéis  de  querer  hurtar  la  fruta, 
y  pensáis  que  es  el  hombre  mentecato ! 

Turín. 
¡  Válgame  Dios !  ¿  Qué  es  esto  ?  No  es  posible 
que  se  pudiese  errar  naturaleza. — 
Señor,  ¿ya  no  conoces  tu  lacayo? 

Otón. 
Si  contra  el  mar  venís,  hermano,  armado, 
que  miráis  enfrente,  de  valiente  vino, 
las   fuentes   soltaré  por   refrescaros; 
pero  si,  por  el  traje,  con  industria 
venís  a  hurtar  la  fruta,  aunque  ceñida 
traigáis   espada,   si   arrebato  un  chuza 
yo  os  haré  que  salgáis  enhoramala. 

Turín. 
•¿  Cómo  estás  así  ? 


ACTO  TERCERO 


531 


Otón. 
Espera   un  poco. — 
¡To,  Morillo,  Lanudo,  Rodanionte, 
Rompedle  aquellas  calzas  atacadas, 
que  las  he  menester  para  una  higuera ! 

TURÍN. 

Los  perros  llama;  el  diablo  me  ha  engañado. — 
Deten,  buen  hombre,  así  te  guarde  el  cielo, 
los  ministros  perrunos  que  convocas, 
que  ya  me  voy. 

Otón. 

j  Con  qué  temor  se  parte  ! 

TuRÍN. 

¡Yo  os  juro  a  Dios,  villano,  que  si  os  cojo 
en  el  zaguán,  juridición  lacaya, 
que  yo  os  haga  morder  de  dos  rocines 
con  más  rabia  y  más  hambre  que  mastines ! 

Otón. 
¡Anda,  bellaco,  sirve  a  tu  Pelayo ! 

TURÍN. 

Eso  es  verdad,  que  el  amo  que  yo  tengo 
es  un  bellaco,  encantador  fingido, 
que  se  vende  por  príncipe  encubierto; 
mas  yo  le  venderé  los  dos  caballos 
y  los  vestidos  y  me  iré  a  mi  tierra. 
{Vase    TuRÍN.) 

Otón. 
Yo  apostaré  que  cumple  lo  que  dice. 
La  noche  baja;  desnudarme  quiero, 
que  está  mi  dicha  en  esta  coyuntura, 
que  el  tiempo  a  no  perderla  me  ha  enseñado, 
maestro  que  hace,  deshaciendo  agravios, 
los  cuerdos  necios  y  los  necios  sabios. 

( Vase.) 

(Sale    RosiMuxDo    huyendo,    con    la   espada   desnuda, 
y   tras  él  Liseno,   Severo  y  Antonio.) 


ROSIMUN. 

Antoxio. 


RoSIMUN. 


¡  Villanos   sois   y   traidores  ! 
Tú  eres  villano  y  traidor, 
pues  a  tu  Rey  y  señor 
se  las  hiciste  mayores 

que  de  hombre  humano  se  cuentan 
ni  está  en  memoria  de  historias. 
Antes  las  mismas  memorias 
vuestras  historias  afrentan. 

¿  Vosotros  no  me  pusiste» 
en  el  Imperio  en  que  estoy  ? 
Luego  menos  traidor  soy 


que  a  vuestro  señor  lo  fuistes. 
Severo.  Cuando  engañados  de  ti, 

de  tu  sangre  y  tu  ambición 
por  mocedades  de  Otón 
y  odios,  entonces  aquí 

desterramos  nuestro  Rey 
con   sus   hijos,   sin   justicia, 
movidos  de  tu  malicia 
y  contra  derecho  y  ley, 

pensamos  que  fueras'  tal, 
Rosimundo,  que  a  lo  menos 
hicieras  bien   a  los  buenos, 
no  que  los  trataras  mal. 

Pero  de  suerte  procedes, 
que  a  tus  mayores  amigos 
haces  mayores  castigos, 
en  lugar  de  hacer  mercedes. 

Has  entrado  en  este  Imperio 
tras   el  arrogante    Otón 
como  en  Roma  el  vil  Nerón 
para  enmendar  a  Tiberio. 

Si  te  parece  impiedad 
poner  las  manos  en  ti, 
deja  el  cetro  y  vete  asi, 
desampara  la  ciudad. 

Lleva  a  Nisida,  tu  hermana ; 
no  nos  dejes  confusión, 
y  vuelva  a  reinar  Otón. 
RosiMUN.    ¡  Leve  condición  humana  ! 

Ayer  me'hicistes  contentos 
y  hoy  me  deshacéis  corridos  : 
¡  así  vuelvan  (i)  divertidos 
los   humanos   pensamientos ! 

Tomáis  por  achaque  a  Otón, 
y  es  que  cada  cual  la  mira 
tiene  en  el  reino  a  que  aspira, 
con   atrevida  ambición. 

Pero  aceto,  aunque  os  parece 
triste  el  partido  de  irme, 
que  no  estará  mucho  firme 
república   que  os  merece. 
Vosotros  os  desharéis, 
que  es  el  consuelo  que  llevo. 
Severo.       ¡  Vete,  arrogante  mancebo  ! 
RosiMUN.    Presto    desengañaréis 

de  vuestra  ignorancia  al  mundo. 
Severo.       A  Otón  vamos  a  buscar. 
Todos."        ¡  Viva  Otón  ! 
Antonio.  ¡  Viva,  a  pesar 

de  Nisida  y  Rosimundo. 


(n)     Probablemente  deberá  ser  "vuelan". 


532 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


RosiMUN.        No  se  fíe  en  la  fortuna 

ninguno,  que  es  varia  rueda, 

porque  jamás  está  queda 

ni  aun  hay  firmeza  ninguna. 

(Vanse,    y    sale    Turín    con    un    broquel.) 

TuRÍN.  Con  el  broquel  y  la  espada, 

todo  aderezo  (i)  de  reñir, 
de  temer  y  de  huir 
vengo,  sin  que  falte  nada, 

a  la  puerta  del  jardin; 
donde  me  dijo  mi   amo, 
si  amo  a  una  sombra  llamo, 
,a  ver  de   su  intento  el   fin. 

¡  Válgame  Dios  !,  ¿  quién  será 
esta  fantasma  que  aquí 
hecho  jardinero  vi 
y  galán  bizarro  allá? 

¿  Puede  ser  uno  y  ser  dos  ? 
No  puede  ser,  pues  tres  uno, 
¿  cómo  en  dos  partes  ? 

{Sale   Otón.) 
Otón.  Si  alguno, 

noche,  confiado  en  vos 

emprendió  vencer  con  arte 
de  su  fortuna  el  rigor, 
Otón  os  pide  favor 
para  más  difícil  parte. 

Pero,  ¿qué  gente  está  aquí? 
Quiero  llegar. —  Caballero, 
¿qué  busca  en  este  terrero? 
Turín.         Busco  un  amo  que  perdí. 

Busco  en  un  confuso  abismo 
un  hombre  tan  desigual,- 
que  es  de, seda  y  de  sayal 
y  que  es  hombre  de  sí  mismo. 

Busco  un  príncipe  encubierto 
y  un  villano  labrador. 
Otón.  ¡  Turín ! 

Turín.  ¿  Eres  tú,  señor  ? 

Otón.         Yo  soy. 
Turín.  ¿Es  cierto? 

Otón.  Y  muy  cierto. 

Turín.  ¡  Míralo ! 

Otón.  ¡  Qué  gracioso  estás  ! 

¿Traes  broquel? 
Turín.  No  le  olvidé; 

mas  yo  te  aconsejaré, 
si  a  tales  peligros  vas, 
de  que  traigas  a  tu  lado 


(i)     Verso    largo :    sobrará   el    "todo". 


Otón. 

Turín. 


Otón. 

Turín. 

Otón. 

Turín. 


Otón. 


los  dos  perros  de  la  huerta. 
¿Qué  huerta? 

Junto  a  la  puerta 
el  blanco  me  dio  un  bocado 

que  me  sacó  las  bayetas 
de  las  calzas  atacadas, 
en  cuatro  o  seis  cuchilladas 
de  las  partes  más  secretas. 

¡  Tú  debes  de  haber  bebido  ! 
¡  Baco  me  hiciera  merced ! 
Detrás  de  aquesa  pared 
hablan. 

Ya  siento  el  ruido. 
Y  que  no  querría  fuesen 
los  perros. 

Mujeres  son. 


{Salen    Cl.\vel.\    y    Fabi.'v.) 

CLtAVELA. 

¡  Temor  llevo ! 

Fabia. 

Y  con  razón. 

Clávela. 

i  Aluerta  soy  si  me  sintiesen ! 

Aquí  dijo  que  vendría. 

Fabia. 

Pues  no  dudes  que  vendrá. 

Otón. 

Clávela  en  la  huerta  está,  _ 

y  no  está  lejos  el  día. — 

Yo  tengo  llave,  Turín ; 

entra  y  sigúeme. 

Turín. 

Yo  voy. 

Otón. 

Animo. 

Turín. 

¡  Temblando  estoy ! 

{Vanse    Otón    y    Turín.)) 

Clávela.     ¿Sientes  abrir  el  jardín? 

Fabia.  No  hay  ciervo  con  tanto  oído 

como  quien  ama. 

Clávela.  El  deseo 

rñe  muestra  el  bien  que  no  veo, 
en  aire  y  voz  convertido. 

Fabia.  ¿  Que  desa  manera  estás  ? 

Clávela.     Así  estoy;  mas  el  cuidado 
de  la  noche  y  del  nublado 
crece  en  sus  tinieblas  más. 

{Salen  Otón  y  Turín.) 

Turín.  ¿  Cuándo  habernos  de  llegar  ? 

Otón.  ¿No  sientes  hablar  aquí? 

Turín.        Sí  siento. 

Otón.  ¿Es  Clávela? 

Clávela.  Sí. 

Otón.  Aquí  puedes  esperar. 

Clávela.        Pues,  ¿  quién  es  ? 

Otón.  El  jardinero 


ACTO   TERCERO 


533 


que  me  abrió. 

Clávela. 

Llamalde  acá. 

Otón. 

Luego,  en  hablando,  vendrá, 

que  desengañaros  quiero. 

Fabia. 

¿  Quieres  que  le  vaya  hablar  ? 

Otón. 

Por  mí,  yo  digo  que  sí. 

Clávela. 

Hablemos  los  dos;  aquí 

bien  nos  podemos  sentar. 

Fabia. 

¡Ah,  Pedro,  Pedro! 

TURÍN. 

¿Quién  es? 

Fabia. 

Fabia  so3^ 

TURÍN. 

Quiero  decir 

que  soy  Pedro,  por  reír 

con  el  Príncipe  después. 

Fabia. 

.:  Quién  es  este  caballero 

a  quien  abriste? 

TURÍN. 

No  sé. 

Fabia. 

¿Qué  traje  es  éste? 

TURÍN. 

Dejé 

el  traje  de  jardinero 

y  tomé  capa  y  espada. 

Clávela. 

¿Que  no  podré  m.erecer 

saber  quién  sois? 

Otón. 

De  mujer 

está  muy  escarmentada 

la  lealtad  de  los  secretos; 

pero  vos,  tan  gran  señora. 

merecéis  que  estén  agora 

a  vuestro  valor  sujetos. 

Príncipe  de  Iberia  soy. 

(Salen  Alejandro  _v  Fulgencio.) 


Alejandr. 


FULGENC. 

Otón. 
Alejandr. 
Fulgenc. 
Alejandr. 

Otón. 

Fulgen. 

Turín. 


En  esta  casilla  duerme 
quien  puede  descomponerme, 
Fulgencio,  como  lo  estoy. 

Aquel  villano  su  hermano, 
¿quién  duda  que  dormirá? 
Gente  he  sentido. —  ¿  Quién  va  ? 
No  es  ésta  voz  de  villano. 

Un  caballero  está  allí. 
Damas  de  mi  hermana  son. 
¿  En  mi  casa  esta  traición  ? 
¡  Mueran ! 

¡Perros!,  ¿al  Conde? 

¡  Y  a  ti 
(Vanse   Otón   y   Turín.) 


'Clávela.         Mira  que  soy  yo,  Fulgencio. 
Fulgenc.    ¿Qué  importa,  si  me  han  herido? 
Alejandr.  Paso,  no  hagas  ruido. 
Flilgenc.  Será  ya  en  vano  el  silencio. 


(Sale  el  Duque  y  acompañamiento.) 

Duque. 
¿Voz  de  traición,  y  dentro  de  mi  casa? 
¡  Hola,  gente,  criados  !  ¿  A  quién  digo  ? 
;  Qué  es  esto  ? 

Alejandro. 
Detente,  padre  mío. 

Duque. 
¿  Tú  estás  aquí  ? 

Alejandro. 
También  está  Clávela; 
y  pues  no  puede  ser  que  se  te  encubra, 
no  es  mía  la  ocasión,  sino  la  ofensa. 
Yo  salí  con  Fulgencio  a  ver  la  huerta 
y  topamos  dos  hombres;  han  huido, 
y  por  donde  ellos  saben  se  han  salido. 

Duque. 
¿Contigo  hablaban? 

Clávela. 

Yo  salí,  vencida 
del  furioso  calor,  a  A'er  el  agua; 
saliéronme,  señor,  de  aquestos  árboles ; 
pusiéronme  temor  con  sus  palabras 
y  procuré  engañarlos  con  las  mías, 
hasta  escaparme  de  sus  fieras  manos. 

Duque. 
¿  Hay  tal  traición  ?  ¡  Llamadme  gente  al  punto  ! 
¡  Hola ! 

(Sale   el   Rey   con   z^ara.) 

Rey. 
¿  Qué  mandas,  señor  ? 

Duque. 

Partid,  alcalde, 
y  prendedme  cuantos  fueren  forasteros. 

Rey. 
Nadie  mejor  que  yo  podrá  servirte, 
que  sé  los  escondrijos  de  la  tierra. 
ÍVase.)- 

(Sale   Otón,   de   villano.) 
Otón. 
¡  No  dejarán  dormir  de  noche  un  hora 
a  los  que  trabajamos  todo  el  día ! 

Alejandro. 

Sigue  a  tu  padre,  Pedro;  ve  corriendo, 
que  va  de  aquí  a  prender  dos  embozados 
que  han  entrado  en  la  huerta. 


534 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


Otón. 

¡  No  es  posible ! 
iVasc.) 

Duque. 
¿Dónde  es  la  herida? 

Fulgencio. 

En  este  brazo,  y  poco, 
que  fué  al  soslayo. 

Duque. 
Vamos  al  momento, 
que  si  .parece  el  dueño,  esas  almenas 
le  enseñarán  al  mar,  del  cuello  asido. 
iVase.) 

Alejandro. 
¿Qué  gente  es  ésta,  di,  Clávela?  Fía 
de  mí. 

Clávela. 

No  sé,  señor;  pero  sospecho 
que  el  Príncipe  de  Iberia. 

Alejandro. 

¿  Cómo  Príncipe  ? 
Clávela. 
Allá  sabrás,  después,  de  mi  sospecha. 

Fabia. 
¿No  viste  a  Pedro  aquí  y  al  caballero? 

Clávela. 
¡Fabia,  estoy  loca!  ¿En  que  ha  de  parar  esto? 
Yo  veo  al  caballero  y  al  villano, 
y  siendo  uno,  los  dos  están  distintos, 
y  con  estar  distintos,  todo  es  uno, 
y  con  amar  los  dos,  amo  a  ninguno. 

{Vanse,  y  salé  el   Alcalde  y   iin   Mozo.) 


Rey. 

Romped  esas  puertas  luego 

Mozo. 

Aquí  no  pisan,  Alcalde, 

forasteros,   y   es   en   balde. 

Rey. 

¡  A  la  casa  pondré  fuego 

donde  me  encubran  alguno  ! 

Mazo. 

Aquí  han  hallado  este  mozo. 

Rey. 

Quita,  picaño,  el  rebozo. 

¡  Lindo  traje ! 

TURÍN. 

Lacayuno. 

Rey. 

¿A  quién  sirves? 

TURÍN. 

A  mi  amu. 

Rey. 

¿Quién  es  tu  amo? 

TuRÍN. 

No  sé; 

sé  que  a  concertar  me  fué. 

Rey. 

¿  Tu  nombre  ? 

TURÍN. 

Turín  me  llamo. 

Rey. 

¿  El  de  tu  amo  ? 

TURÍN. 

No  tiene 

nombre. 

Rey. 

¿  Adonde  está  ? 

TURÍN. 

No  sé; 

tampoco  aqueso  diré. 

Rey. 

¿A  qué  viene? 

TURÍN. 

A  lo  que  viene. 

Rey. 

¿  Dónde  está  ? 

TURÍN. 

Donde  él  se  sabe. 

Rey. 

¿Tiene  ropa? 

TuRÍN. 

Sus  vestidos 

y  armas,  y  dos  mal  sufridos 

caballos. 

Rey. 

Muestra  la  llave. 

TURÍN. 

La  llave  de  todo  e;3  ésta: 

los  caballos   ahí  están. 

boca  abajo,  y  te  darán 

mejor  que  yo  la  respuesta. 

Porque  sirvo  a  un  hechicero 

que  se  viene  y  que  se  va 

y  que  donde  quiere  está. 

Rey. 

Ese  busco,  y  prender  quiero. 

Di  quién  es. 

TURÍN. 

Yo  no  lo  sé. 

Rey. 

La  garrucha  te  dirá 

su  nombre;  vamos  allá. 

TuRÍN. 

Llévame  al  Duque. 

Rey.    • 

Sí  haré. 

TURÍN. 

Garrucha  bien  la  merece 

quien  sirve  a  un  hombre  encantado 

Si  me  hubiera  desgarrado, 

como  a  muchos  acontece, 

con  caballos  y  vestidos, 

no  me  viera  en  confusión; 

pero  esta  es  obligación 

de  lacayos  bien  nacidos. 

{Vansc.) 

(Salen  LisENO  y   Severo.) 
Severo. 
Adonde  no  pensamos  nos  ha  dado 
el  mar  tempestuoso  alegre  puerto : 
esta  playa  en  que  habéis  desembarcado 
es   tierra  del   famoso   duque   Alberto. 

Liseno. 
Si  ésta  es  su  tierra,  estoy  determinado 
hablarle  en  nuestro  intento  descubierto. 
Por  ventura  sabrá  del  Rey. 


ACTO  TERCERO 


535 


Severo. 

Sería 
-notable  su  saber  el  primer  día. 

Que  si  hoy  desembarcamos  no  es  paciencia 
noble  querer  tan  presto  que  le  hallemos. 

LlSENO. 

Alegre  buscará  mi  diligencia, 

Severo,  de  la  tierra  los  extremos, 

que  toda  la  mayor  circunferencia 

que  del  opuesto  Sur  al  Norte  vemos 

a  mi  deseo  reducida  es  corta, 

por  lo  que  al  bien  de  nuestra  patria  importa. 

Severo. 
Quédense  nuestra  ropa  y  los  criados 
por  ahora  en  el  mar,  si  no  os  parece 
que  quedamos  aquí  bien  informados, 
que  en  los  deseos  el  cuidado  crece. 

LlSEXO. 

Nisida  y  Rosimundo  desterrados, 
ninguno  como  Otón  reinar  merece. 

Severo. 
Vamos  a  hablar  al  Duque. 

Liseno. 

Si  él  lo  ignora, 
nuestras  naves  verá  la  blanca  aurora. 

[Vanse.) 

{Sale    el    Duque,    Alejandro    y    Fulgencio.) 

Duque.  Yo  te  digo  que  no  sea 

dificultoso  el  prendello 

si  él  vuelve  al  puesto-en  que  estamos. 
Alejandr,  No  será  el  hombre  tan  necio ; 

pero  escondámonos  todos, 

que  la  noche  y  el  silencio 

k  han  de  obligar  a  que  venga. 
I>UQUE.       Detrás  destos  cuadros  bellos 

que  estos  cipreses  adornan 

más  seguros  estaremos ; 

y  cuidado  en  las  pistolas. 

{Sale   Clávela  y   Fabia.) 

^Clávela.     A  lo  que  me  mandas  vengo, 
y  porque  también  ahora 
desengañarme  pretende. 
Claras  fuentes,  donde  ahora 
de  la  luna  los  reflejos 
os  convierte  en  blanca  plata, 
callad  vuestro  dulce  estruendo; 
no  murmuréis  por  un  rato, 


no   piense   aquel   caballero 
que  hay  gente  para  prenderle 
y  burle  mis  pensamientos. 
Mas,  ¡  ay,  cielo!,  ;no  es  aquél? 

{Sale    Otón    embocado.) 

Otón.  Temblando  a  esta  fuente  llego; 

mas  por  saber  de  Clávela 
lo  que  intenta  el  duque  Alberto 
pienso  aventurar  mi  daño. 
Mas,  gente  hay  aquí. 

Clávela.  ¿Es  mi  dueño? 

Responde. 

Otóx.  Yo   soy,   señora, 

aquel  tu  amante  encubierto. 
¿Qué  hay  de  mi  preso  criado? 

Clávela.     Que  le  quieren  dar  tormento. 
¡  Cuánto  es  mejor  que  me  digas 
quién  et'es,  si  lo  merezco ! 
Si  eres  mi  igual,  ¿qué  sufrir 
que  muera? 

Otón.  Ahora  no  puedo, 

que  me  tiene  la  fortuna 
en  tantas  desdichas  puesto, 
que  importa  encubrir  mi  nombre. 

Alejandr.  ¡  Prendelde ! 

Otón.  ¡  Traición  me  has  hecho ! 

Clávela.     ¡  No  sé  tal ! 

Alejandr.  Date  a  prisión. 

Otón.  ¡  Linda  burla,  bravo  cuento  ! 

¿  No  ven  que  so  Pedro  yo  r 
Pedro  so,  el  jardinero, 
que  por  burlallos  a  todos 
me  puse  este  ferreruelo. 
¿No  ven  el  sayo?  ¿Qué  miran? 
¿  Ya  no  conocen  a  Pedro  ? 

Alejandr.  Pedro,  aunque  sois  Pedro,  oíd, 
que  hoy  determinado  vengo 
a  ver  si  por  vos  se  dijo 
lo  que  va  de  Pedro  a  Pedro. — 
Vayan  por  el  preso. 

Otón.  Vayan, 

que  a  la  fe  que  yo  no  tengo 
culpa:  el  diablo  me  engañó 
en  ponerme  el  herreruelo. 

{Sale  Eufrasia.) 

Eufrasia.  ¿Preso  mi  hermano?  ¿Por  qué? 

Otón.  ¡  Pardiez,  Inés,  que  me  han  preso 

porque  para  helles  burla 
me  puse  este  herreruelo  ! 

EuFRASLA.  ¿Quién,  Pedro,  te  aconsejó? 


536 


EL  MEJOR  MAESTRO  EL  TIEMPO 


Otón.  No,  a  lo  menos,  el  maestro; 

que  si  yo  al  tiempo  creyera, 

aún  no  era  llegado  el  tiempo. 

Pero  ¿qué  se  puede  her? 

¡  Pardiez,  Inés,  ya  está  hecho. 

No  nos  han  de  ajusticiar 

por  hacerme  caballero. 
Duque.        Hijo,  mira  que  es  locura, 

que  este  rudo  jardinero 

es  hijo  de  aquel  alcalde. 
Clávela.     Padre,  a  mi  hermano  agradezco 

el  pensamiento  que  tiene, 

que  es  mi  mismo  pensamiento. 

{Sale   el   Rey   y   Turín,  preso.) 

Rey.  El  preso  tienes  aquí; 

mas  yo  lo  soy,  pues  que  vengo 
a  tiempo  que  tú  imaginas 
que  $03'^  traidor  a  tu  pecho. 
Mi  hijo,  ¿en  qué  te  ofendió? 

Duque.      Alcalde,  si  cuando  espero 
a  quien  sabéis,  ofendido, 
hallo  en  este  traje  a  Pedro, 
¿de  qué  os  espantáis  que  haga 
diligencias? —  Dime  presto, 
hombre,  si  es  éste  tu  amo. 

TuRÍN.         i  Señor ! 

Otón.  Advierte,  mancebo, 

que  se  parecen  los  hombres. 

TuRÍN.        Señor,   es.te    caballero 

es  el  amo  que  he  servido. 

Duque.        Pues   todo  está   descubierto. 

Otón.  Hombre,  ¿qué  dices?  ¿No  sabes 

que  so  Pedro,  el  jardinero, 
que  ayer  te  hablé  entre  estos  cuadros, 
cuando  te  eché  los  dos  perros? 
Si  lo  has  hecho  por  vengarte 
de  tus  agravios,  apelo 
ál  Duque. 

TuRÍN.  Tiene  razón : 

yo  le  hablé  entre  aquestos  cedros, 
sin  duda  es  el  labrador. 

Otón.  ¿Ven  como  sólo  parezco 

a  quien  dicen? 

Duque.  Ahora  bien, 

con  esto  averiguaremos 
quién  eres. —  Desas  almenas 
ahorcad  ese  hombre  luego. 
Ea,  vos  ejecutaldo, 
pues  sois  alcalde. 


Rey.  No  entiendo 

que  es  la  sentencia  tan  justa 
como  era  razón,  que  a  serlo, 
aunque  soy  padre,  soy  hombre 
que  le  pusiera  en  el  cuello 
la  soga. 

Clávela.  ¿  Qué  gente  es  ésta  ? 

(Sale    itn    Alcalde    y    tres    caballeros, y 


Alejandr. 
Alcalde. 


Otón. 
Severo. 


Duque. 

LlSENO. 


Duque. 
Liseno. 
Duque. 


Liseno. 
Severo. 
Duque, 
Rey. 

Liseno. 
DuouE. 


Alejandr. 
Eufrasia. 

Clávela. 
Otón. 


Turín. 
Otón. 


El  Alcalde  con  tres  presos. 
Como  mandaste  prender 
a  todos  los  forasteros, 
éstos  se  han  hallado  solos. 
.Sin    duda,    señor,    son    éstos. 
.Si  tratas  desta  manera 
los  que  llegan  a  tu  puerto, 
antes  se  echarán  al  mar. 
¿  Sabéis  la  ocasión  que  tengo? 
Dicen  que  buscan  un  hombre 
a  tus  agravios  dispuesto ; 
pero  los  tres,  que  por  patria 
somos,  como  ves,  iberos, 
y  en  busca  del  Rey  venimos,- 
a  quien  ha  quitado  el  reino 
Rosimundo,  su  sobrino, 
¿qué  culpa,  señor,  tenemos? 
¿  Caballeros  sois  de  Iberia  ? 
Sí,  señor. 

Alcalde,  a  éstos 
poned  al  punto  a  cuestión 
de  tormento. 

¡  Santo  cielo ! 
i  Rey  y  señor  ! 

¿  Cómo  Rey  ? 
Caballeros,  deteneos. 
Besad  al  Duque  las  manos. 
Esta  obligación  tenemos. 
Primero  lo  ha  sido  mía; 
que  dejéis  la  vara  os  ruego 
y  que  os  sirváis  de  mi  casa 
mientras  que  tomáis  el  cetro.    , 
Según  esto,  ¿Inés,  quién  es? 
Su  hija  soy,  según  esto, 
y  Eufrasia  es  mi  propio  nombre;. 
Según  esto,  ¿quién  es  Pedro? 
Otón,  según  esto,  soy; 
príncipe  soy  heredero 
de  Iberia. 

¡  Válgate  Dios, 
por  amo  ya  descubierto  I 
Servísteme  con  lealtad; 


ACTO  TERCERO 


537 


hoy  verás,  Turín,  el  premio. — 
A  Clávela,  señor,  pido, 

Ajlejandr.  Yo  a  Eufrasia,  si  la  merezco. 

Rey.  Daos  las  manos,  que  después 

que  celebréis  casamiento, 
nos  •  volveremos  a  Iberia, 
donde,  cobrando  mi  reino, 


muera  en  paz  viendo  a  mis  hijos, 
que  bien  enseñados  dejo; 
pues  muestra  el  fin  de  la  obra 
que  el  mejor  maestro,  el  tiempo. 

Fin  de  la  comedia  de  "El  mejor  maestro, 
EL  tiempo". 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


COMEDIA   FAMOSA 


DE 


LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ  (^> 


PERSONAS   QUE   HABLAN   EN   ELLA; 


El    Rey. 

Don  Juan  Manuel- 
Don    Diego. 
Don    Bermudü. 


Doña  Leonor. 
Doña   Elvira. 
Martín,    criado. 
Inés,    criada. 


JORNADA  PRIMER.\ 
{Salen    don    Juan    Manuel    y    Martín,    criado.) 

Martín.  Ya  estamos  en  Zaragoza 

con  tanta  seguridad, 
que  la  dulce  libertad 
nuevos  privilegios  goza. 

D.  Juan.         Ya  del  Rey  don  Sancho  el  Bravo 
estoy  libre,  gloria  a  Dios. 

Martín.      Y  de  escaparnos  los  dos 

tu  acuerdo  prudente  alabo. 

Que  si  don  Sancho  hace  guerra 
a  su  padre,  Alfonso  el  Sabio, 
de  tan  peligroso  agravio 
es  cuerdo  quien  se  destierra. 

Por  las  cartas  que  has  traído, 
famoso  don  Juan  Manuel, 
serás   del   Rey  más   cruel 
estimado  y  admitido. 

D.  Juan.         ¡  Qué  necio,  Martín,  estás  ! 
¿No  tiene  el  Rey  caballeros? 

Martín.      Contra  los  alarbes  fieros 

no  importa  una  espada  más 
como  la  tuya.  Y  hablando 
con  modestia  y  cortesía, 
si  va  a  las  ancas  la  mía, 
¿no  es  verse  en  campaña  Orlando? 

D.  Juan.         Hasta  ahora  yo  no  sé 

que  hayas  buscado  ocasión 


(i)  Textos:  A.  Parte  treinta  de  Escogidas ;  Ma- 
<irid,  1668. — B:  Parte  cuarenta  de  la  misma  colec- 
-ción.  Madrid,  1675. — C:  Lnpresión  antigua;  suelta. 


de  ser  valiente. 
Martín.  Esos  son 

los  méritos  de  la  fe : 

creer  (i)  que  puedo  ser  yo 

valiente  cuando  quisiere. 
D.  Juan.     ¡  Malhaya  quien  lo  creyere  ! ; 

que  a  mí  me  desengañó 
una  vez  tu  cobardía, 

dejándome  en  la  ocasión. 
Martín.      No  hay  regla  sin  excepción; 

que  esto  de  la  valentía 

tiene  sus  horas  menguadas, 

y  tal  vez  un  hombre  está 

de  suerte,  que  dejará 

que  le  den  de  gaznatadas. 
Y  yo  lo  he  echado  de  ver 

por  mí,  porque  el  otro  día 

me  desmintió  un   chirimía 

y  no  le  osé  responder. 
D.  Juan.         Pues,  ¿  por  qué  ? 
Martín.  Empezó  a  tocar  (2) 

luego. 
D.  Juan.  ¿Eso  has  de  decir? 

Martín.      Pues  si  no  me  había  de  oír, 

¿para  qué  le  había  de  hablar? 
D.  Juan.         Cerca  de  palacio  estamos. 
Martín.      Pues  Dios  nos  guíe.  ,* 

D.  Juan.  Detente, 

que,   alborotada,  la  gente 


(i)     En   A:    "¿  No  ves". 
(2)     En    A:    "Cantar."    El 
"¿Y    eso    habías    de   sufi-ir?" 


verso    .siguiente    dice : 


JORNADA  PRIMERA 


539 


da  voces. 
Martín.  Pues,  ¿qué  aguardamos? 

¡  Cuerpo  de  quien  me  parió ! 
D.  Juan.     ¡  Huélgome  de  ver  tu  brío  ! 
Martín.      Xo  es  ése  el  intento  mío. 

Si  es  pendencia,  me  cogió, 
que  no  pasaré  de  aquí 

si  me  aspan,  en  conclusión,  (i) 
D.  Juan.     Esta  es  forzosa  ocasión. 
Martín.      ¿  Qué  intentas  ?  ¿  Estás  en  ti  ? 

(Dentro :   ¡  Guarda  el  león  .' ) 

D.  Juan.         Un  león  se  ha  desatado,  (2) 

y  de  palacio  ha  salido. 
Martín.      El  leonero  ha  delinquido, 

y  está  en  razón  obligado 
a  recoger  su  león 

sin  que  nadie  entienda  en  ello. 
D.  Juan.     Feroz  y  erizado  (3)   el  cuello, 

hace  poca  estimación 
de  las  espadas  desnudas. 
^Iartín.      De  Albania  debe  de  ser. 
D.  Juan.     Hoy  tu  valor  se  ha  de  ver, 

AÍartín.  ¿  Qué  temes  ?  ¿  Qué  dudas  ? 
¿  No  estorbarás  el  estrago 

que  hace  el  fiero  animal  ? 
Martín.      Si  fuera  batalla  igual, 

con  llamar  a  Santiago 
le  pusiéramos  temor. 
D.  Juan.     ¿  Ya  huyes  las  ocasiones  ? 
Martín.      Yo  no  entiendo  de  leones 

si  se  desatan,  señor. 
D.  Juan.         ¡Válgame  el  cielo!  La  gente 

huye  medrosa  3'  turbada, 

dejando  desamparada 

una    mujer:    ¡qué    inclemente 
es  el  temor  que  los  guía, 

pues  la  dejan  en  el  suelo 

postrada,  pidiendo  al  cielo 

favor !   Esta  causa  es  mía. 
La  -^ida  he  de  aventurar 

por  libralla. 
Martín.  '  ¡  Intento  fiero ! 

(Sale    DON    Bermudo.) 

D.  Berm.    ¡  Tened  piedad,  caballero,  ■ 
si  acaso  os  puede  obligar 
una  mujer  (4)  inocente. 


D.  Ju.\N. 


D.  Berm. 
Martín. 
D.  Berm. 
AIartín. 


D.  Berm. 
Martín. 


D.  Ber. 


(i)     En  A:   "Si  me  aspan. — 

Dentro  :  i  Guarda    el    león  ! 

(2)  En  C  :  "soltado". 

(3)  En   C:    "estirado". 

(4)  En  B  y  C:   "belleza". 


Martín. 

D.  Berm. 
Martín. 

D.  Berm. 


Martín. 

D.  Berm 
Martín. 


que  en  su  tierna  edad  florida 
tiene  en  peligro  la  vida. 
¡  Ea,  corazón  valiente, 
anima  el  pulso  (i)  y  la  mano! 
(Vase.) 

i  Grande  esfuerzo ! 

Es  mi  señor. 
Pues  imitad  su  valor. 
¿Qué  dices,  viejo  inhumano? 

¿Quién  te  enseñó  a  ser  cruel? 
Demás  que  tengo  instrucción 
que  si  no  hay  más  de  un  león 
le  deje  reñir  a  él. 

¿No  es  mejor  darle  socorro? 
No,  que  ofende  su  opinión ; 
mas  si  sale  otro  león 
yo  iré,  como  sea  cachorro. 
Cobarde  sois;  mas  ya  el  cielo 
su   valiente   esfuerzo   ayuda : 
ya  se  ha  templado  la  duda 
de  mi  medroso  recelo.  (2) 

¡  Qué  bien,  al  brazo  revuelta 
la   capa,   aguarda  veloz 
al  enemigo  feroz  ! 
Como  él  le  hurte  la  vuelta, 
está   el   negocio   acabado. 
Ya  -le  acomete  el  león. 
Y  está  muy  puesto  en  razón, 
que  es  un  león  desatado. 

Si  ahora,   famosa  (3)    espada, 
vos  fuérades  menester,  (4) 
que  ya  (5)  la  supo  temer 
el   moro   estando   colgada 

en  el  templo  de  los  años, 
llena  de  polvo  y  orín, 
hoy  mi  valor  diera  fin 
a  tan  conocidos  daños.  (6) 

Ya  las  guedejas  eriza 
del   cuello   y  alza  las  manos. 
En  tiempo  de  los  romanos,  (7) 
que  crueldades  solemniza, 
era  gran  fiesta. 

Venenos 
respira   cuando   le  mira. 
Uñas   abajo   le   tira. 


(i)  En  A:    "curso",   por  errata. 

(2)  En  A  faltan   estos  cuatro  versos  anteriores. 

(3)  En  B :    "valiente". 

(4)  En  B:    "os  acertara  a  traer". 

(5)  En  B:    "que   bien". 

(6)  Las    dos    redondillas    anteriores    faltan    en    A. 

(7)  En  A  y  B  :  "para  en  tiempo  de  romanos". 


540 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


porque  no  puede  ser  menos. 

¡  Oh,  quién  se  viera  diez  leguas 
de  tan  resuelto  animal ! 
D.  Berm.    Sí  eres  criado  leal... 
Martín.      Yo  nací  en  tiem.po  de  treguas; 

no  es  mi  vocación   reñir. 
D.  Berm.    ¡  Válgame  Dios,  qué  gran  suerte ! 
Herido  el  león  se  advierte 
y  ya  comienza  a  teñir 

las  piedras  de  rojo  humor, 
que  en  copiosa  fuente  arroja; 
ya  con  la  mortal  congoja 
cayó.   ¡'Celebre  el  valor 

de  tan  invencible  espada, 
siglo  a  siglo,  el  tiempo  breve ! 
La  vida  Leonor  le  debe, 
por  su  valor  restaurada 

con  tan  milagroso  efeto, 
que  yo  también  la  gocé, 
pues  la  muerte  que  esperé 
tuvo  a  su  espada  respeto,  (i) 

{Saca    DON    Juan    a    doña    Leoxor    en    bracos    con 
manto,    y    herido    en    ¡a    mano   izquierda.') 

D.  Juan.         Señora,  excusar  podéis 
cualquier  agradecimiento, 
porque  darme  el  cielo  aliento 
es  dicha  que  merecéis. 
Vos,  a  vos  misma  os  debéis 
gracias,  de  que  el  cielo  os  guarde, 
pues  aunque  llegara  tarde 
no  os  condenara  a  morir, 
que  yo  os  libré  por  huir 
de  la  infamia  de  cobarde. 

D.^  León.        Aunque  quiera  agradecer 
vuestro  piadoso  valor, 
las  sombras  de  mi  temor 
me  quitaron  el  poder; 
que  si  bien  me  llego  a  ver 
en  esta  dichosa  suerte, 
es  la  aprensión  tan  fuerte 
que  estorba  el  significar 
lo  que  hicisteis,  por  quitar 
esta  Vitoria  a  la  muerte. 

Que  como  se  vio  la  vida 
en  lucha  tan  peligrosa, 
antes  se  advirtió  medrosa 
que  se  viese  agradecida; 
porque   la  muerte,  ofendida 


(i)     En    A    faltan    los    cuatro    anteriores   versos. 


de  favor  tan  singular, 
ya  que  no  os  pudo  quitar 
la  Vitoria  ni  el  valor 
me  oprime  con  el  temor, 
porque  no  os  puedo  pagar. 
Parece  que  estáis  herido 
en  la  mano. 

D.  Juan.  Sí,  señora, 

que  esta  sangre  es  precursora 
de  la  que  yo  os  he  ofrecido : 
con  mi  humildad  (i)  ha  salido- 
a  darle  gracias  a  Dios, 
y  á  decirnos  a  los  dos 
que  en  esta  mortal  porfía 
la  demás  se  prevenía 
para   perdella  por  vos. 

D.*  León,       Detenerla  procurad 

{Dale   iin   lienzo.) 

con  este  lienzo. 

D.  Diego.  Llegué 

tarde,  pues  no  remedié 
tan   peligrosa  piedad. 
Celos,  oíd  y  callad, 
si  es  bastante  el  sufrimiento, 

D.  Juan.     ¿  Por  qué  sin  merecimiento 
me  hacéis  tan  grande  favor? 

D.a  León.  Porque  ya  se  fué  el  temor 
y  entró  el  agradecimiento. 

D.  Berm.        Yo  por  mi  hija  quisiera, 
pues  dos  vidas  restauráis, 
que  ,en  las  obras  conozcáis 
lo  que  serviros  espera ; 
pues  cuando  la  muerte  fiera, 
que  sin  remedio  temió, 
desamparada   la   vio 
de  criados  y  escuderos, 
en   vuestros   nobles   aceros 
heroica  defensa  halló.  (2) 
En  mi  casa  desde  hoy 
hallaréis  grata   acogida. 

D.  Diego.  Tan  a  costa  de  mi  vida, 
que  ya  perdiéndola  voy. 

D.  Juan.     Señor,  tan  pagado  estoy 
con  tan  crecido   favor, 
que  ha  menester  mi  valor 
castellaTio,  en  lo  que  os  debo, 
ponerme  en  peligro  nuevo 


(i)     En  A:   "con   muestra  humilde".   En    B:    "por 
muestra   humilde". 

(2)     Faltan    en    A    los    seis    versos    anteriores. 


JORNADA  PRIMERA 


541 


D.^  Leox. 
D.  Juan. 
D."  León. 
D.  Juan. 

D.  Diego. 


D.  Berm. 
D.  Diego. 

Martín. 


D."  León. 


D.  Berm. 
D.  Diego. 


D.''  León. 


D.  Diego. 


D.^  León. 
D.  Diego. 


para  no  quedar  deudor. 

Si  es  deuda  la  voluntad, 
deudor   nuestro   habéis   de   ser. 
Aún  faltará  el  merecer, 
por  no  haber  capacidad. 
Siempre   en   la  misma  humildad 
se  advierte  el  merecimiento. 
¿  Dónde  voláis,  pensamiento '( 
Templaos,   y  echaréis   de   ver 
que  intentar  sin  merecer 
es  bárbaro  atrevimiento. 

¡  Vive  Dios  que  es  imposible    ■ 
dejar  de  abrasarme  a  celos, 
que  está  Leonor  obligada 
y   es   bizarro   el    forastero ! 
Haré  lo  que  el  Rey  me  manda 
y  estorbaré  los  deseos, 
si  con  la  vista  se  alientan. 
Vamos,    hija. 

Caballero, 
el  Rey  mi  señor  os  llama. 
¿  Pues  quién  le  ha  visto  tan  presto, 
si  no  es  que  debe  de  ser 
profeta   de    forasteros? 
¡  Qué  desgraciada  sería 
si  hubiese  visto  don  Diego 
darle  el  lienzo  al  castellano  ! 
Porque  aunque  jamás  mi  pecho 
admitió   cuidados  locos 
de  don  Diego,  es  tan  resuelto, 
que  hará  ostentación  de  agravios 
para  vengar  menosprecios. 
Señores,  el  cielo  os  guarde. 
De  corrido  no  me  atrevo, 
señor  don  Bermudo,  a  hablaros, 
por  no  haber  llegado  a  tiempo 
que  viésedes  mi  valor 
con  la  experiencia  del  riesgo. 
Para    conocerle   basta 
vuestro  noble  nacimiento; 
que  se  acrisola  la  sangre 
siempre  en  los  ilustres  pechos, 
y  en  la  que  vos  heredáis 
está  el  valor  manifiesto, 
sin  que  mendigue  ocasiones 
para  que   sirvan   de   ejemplos. 
Bien  claro  se  ha  conocido, 
pues  lo  muestran  los  efectos, 
el  gusto  de  veros   libre 
por   mano   del   forastero. 
¿  Qué  decís? 

Que  los  favores 


descubren   los    sentimientos 
del  alma. 

D."  León.  Esperad  un  poco : 

¿qué  decís,  que  no  os  entiendo?  (i) 

D.  Diego.  Pues  yo  muy  bien  os  entiendo.  (2) 

D."  León.  Pienso    que    queréis   pedirme 
cuenta  de  los  pensamientos; 
pues  cuando  fuerais  mi  esposo 
fuera  tan  cansado  extremo, 
que  os  aborreciera  el  alma 
hasta  el  menor  movimiento. 

D.  Diego.  Habiendo  dado   la   vuestra, 
claro  está. 

D."  León.  Advertid,  don  Diego 

de  Aragón,  que  habláis  conmigo. 

D.  Diego.  Y  advertid  que  estos  desprecios 
los  sabré  3^0  castigar, 
si  no  en  vos,  en  el  sujeto 
que  tan  ufano  se  pinta 
del   favor  que  !e  habéis  hecho. 

D.^  León.  ¿Yo  a  nadie  favor?  Mirad 
que  aun  el  sol  tiene  respeto 
a  mi  honor,  porque  lo  advierte 
coronado   de   trofeos, 
que  entre  honestas  libertades 
alcanza  de  amantes  necios. 

D.  Diego.  Y  como  ya  en  Zaragoza 
tenéis  cautivo^  y  presos 
a  los  que  intentan   serviros, 
para  alcanzar  más  trofeos 
los  forasteros  buscáis, 
llamándolos  con  un  lienzo. 

D."*  León.    A  tanta  descortesía 

responda  el  cuerdo  silencio, 
hasta  prevenir  castigos 
de    locos    atrevimientos. — 
A''amos,  señor. 

D.  Berm.  Yo  os  suplico 

que  conozcáis  mis  deseos 
ejecutados  en  obras. 

D.  Juan.     Sirva  de  testigo  el  tiempo 
de  lo  que  deseo  serviros. 

D.*  León,  j  Ah,  si  fuera  caballero 
el  castellano,  tendrían 
disculpa  mis  pensamientos ! 

(Vase.) 

D.  Juan.     Decidme  ahora  si  el  Rey 


(i)     En  A:  "porque  agora  no  os  e."  En  B:  "¿qué 
decís,  que  no  he  entendidolos." 

(2)     En   A:    "Pues   ya   yo    os    entiendo    a   vos". 


542 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


D.  Diego. 


D.  Juan. 
D.  Diego. 


D.  Juan. 


D.  Diego. 


D.  Juan. 

D.  Diego. 
D.  Juan. 
Martín. 


D.  Diego. 
D.  Juan. 
D.  Diego. 


D.  Juan. 
D.  Diego. 


D.  Juan. 


me  llama,  ¡  Viven  los  cielos 
que  este  bravo  aragonés 
viene  celoso,  y  que  el  fuego 
lo  descubre  por  los  ojos, 
como  no  lo  sufre  el  pecho ! 
El  Rey  desde  sus  ventanas  , 
miró  el  peligroso  extremo 
de  la  dama  que   librasteis. 
Dicha  fué. 

Apretaos  el  lienzo 
porque  no  perdáis  más  sangre; 
que  lo  sentirá  su  dueño. 
Sólo  yo  podré  sentir 
de  la  herida  los  efectos, 
aunque  por  pequeña  apenas 
puede  causar  sentimiento. — 
Decid  lo  que  toca  al  Rey. 
Miró  el  bizarro  despejo 
y  el  generoso  valor 
con  que  al  animal  soberbio 
desvanecisteis  la  furia 
con  los  últimos  alientos. 
¿Pues   qué   me   quiere   mandar 
su  Alteza? 

Que   le    veáis   luego. 
Obedecer  es  forzoso. 
Que  te  han  de  prender  sospecho 
•por  la  muerte  del  león; 
y  fuera  más  sano  acuerdo 
dejar  matar  la  mujer, 
para  no  vernos  en  esto. 
¿Sabéis  quién  es  esta  dama? 
¡  Bella  ciudad,  ya  le  entiendo  !  (Ap.) 
Es  de  la  sangre  más  noble 
de  Aragón,  y  tiene  deudos 
poderosos. 

¿Y  valientes? 
Cuando  les  importa  serio, 
atrevimientos  castigan, 
hasta  quedar  satisfechos. 
Estimo  valor   tan  grande; 
holgaréme  conocerlos 
para  serviros;  y  pues 
aquel   caballero  viejo, 
padre  de  la  dama,  gusta, 
por  el  diohoso  suceso, 
que  3^0,  como  en  casa  propia 
entre  en  la  suya,  es  acuerdo 
acertado  conocer 
a  tan  principales  deudos, 
supuesto  que  cada  día, 
y  casi  lo  más  del  tiempo,, 


D.  Diego. 


D.   Juan. 


D.  Diego. 


D.  Ju.\N. 

D.  Diego. 
D.  Juan. 


D.  Diego. 


D.  Juan. 


D.  Juan. 


D.  Juan. 

D.  Diego. 
D.  Juan. 


he  de  gastar  en  su  casa. 
Este  es  loco,  por  soberbio,  (i) 
o   no  ha   sabido   entenderme. — 
Honrado  intento  es  el  vuestro; 
mas  porque  no  lo  ignoréis 
quiero  deciros  mi  intento. 
¡  Vive  Dios,  que  ha  despertado^ 
tan  nuevo  amor  en  mi  pecho, 
que  ha  salteado  el  descuido ! 
Sus   celos   me  han  dado   celos. 
Doña  Leonor  es  la  esfera 
de  mis  ardientes  deseos, 
que  entre  amorosos  suspiros 
buscan  el  dichoso  incendio. 
También  habrá  en  Zaragoza 
quien  pueda  decir  lo  mesmo. 
¿  Cómo,  o  por  qué  ? 

Pues  en  vos 
¿quién  ha  despertado  el  fuego 
de   amor  tan   encarecido  ? 
¿  Xo  basta  el  hermoso  objeto 
de  Leonor ;  la  luz  divina 
que  esparcen  (2)  sus  ojos  bellos, 
que  al  sol  coronan  de  rayos 
para  que  estudien  reflejos? 
Sí  basta;  pero  esas  partes, 
esas  luces,  esos  cielos, 
esas  esferas  y  rayos, 
¿pensáis  vos  que  son  tan  necios 
los  galanes  que  la  mirarf  (3) 
que  no  podrán  conocerlo, 
pues  tienen  almas  también, 
voluntad  y  entendimiento? 
Sabiendo  que  yo  la   sirvo, 
¿  se  atreverán  con  su  riesgo 
a  mirarla? 

Y  vos  también 
la  miraréis  con  el  vuestro. 
Parece... 

Pues  no  os  parezca; 
porque  lo  que  digo  siento , 
hablando  generalmente ; 
que   si   otros  tienen  afectos 
de  amor,  y  son  hombres  nobles 
y  profetizáis  (4)   su  riesgo 
sirviendo  a  doña  Leonor, 
claro  está  que  podrán  ellos, 


(i)     En    A:    "o    por    soberbio    no    me    ha    querido- 
entender". 

(2)  En    B:    "aspiran".    En    C:    "expiran". 

(3)  En   A   y    B :    "sirven". 

(4)  En   C:   "profetizan",  por  errata. 


JORNADA  PRIMERA 


543 


D.  Diego. 
D.  Juan. 
D.  Diego. 


D.  Juan. 

D.  Diego. 

D.  Juan. 

D.  Diego. 

D.  Juan. 
D.  Diego. 

D.  Juan. 
D.  Diego. 
D.  Juan. 

D.  Diego. 


D.  Juan. 
D.  Diego. 
D.  Juan. 


si  vos  la  servís  también, 

profetizaros   el  vuestro. 

Xo  hay  quien  atreverse  pueda. 

Con  el  tiempo  lo  veremos. 

¡  Reventando  estoy  de  enojo  ! — 

Pues  por  no  aguardar  más  tiempo, 

si  llegáredes  a  ver  (i) 

que  alguien  con  bárbaro  intento 

se  opone  a  mi  pretensión, 

porque  le   aviséis  primero 

que  yo  le  llegue  a  matar, 

tn  venganza  de  mis  celos, 

quiero  decir  el  estado 

de  mi   amor. 

Decid;   que  pienso, 
sin  que  vos  lo  imaginéis, 
que  me  ha  de  importar  saberlo. 
Xo  me  entiende  o  no  me  estima. — 
Todas  las  noches  paseo   . 
su  calle. 

¿Y  tenéis  favores 
de  doña  Leonor? 

Confieso 
que  ninguno  he  merecido. 
¿Y  sabe  vuestros  deseos? 
Bien  los  sabe,  pues  conoce 
que  sufro,  que  adoro  y  muero.  (2) 
Y  ella,  ¿con  qué  os  corresponde? 
Con  desdenes  y  desprecios. 
Pues  muy  adelante  estáis; 
hasta  ahí  (3)  todos  podremos 
tirar  la  barra. 

i  Qué  importa, 
si  sufriendo  persevero, 
a  pesar  del  sol,  si  el  sol 
me  da  con  sus  rayos  celos, 
pues  aguardo  muchas  noches 
a  que  las  sombras,  huyendo, 
bajen  despeñando  estrellas, 
o  de  costumbre  o  de  miedo? 
¿Es  ése  el  estado? 

Sí. 
Pues  vos  sois  quien  tiene  el  riesgo : 
porque   si   doña   Leonor 
os  trata  con  menosprecio, 
y,  despechada,  descubre 
lo  mal  que  gastáis  el  tiempo 
tan  a  costa  de  su  fama 


y  decís  que  tiene  deudos 
valientes  y  poderosos, 
claro  está  que  el  menor  dellos 
sabrá  quitaros  m^ás  vidas 
que  tenéis  atrevimientos. 

D.  Diego.  Mucho  defendéis  su  causa; 
que  estimara  que  ese  lienzo 
estuviera  en  mi  poder, 
para  publicar  que  tengo 
favores  suyos,  por  ver 
quién,  por  celoso  o  por  deudo, 
quiere  oponerse  a  mi  gusto. 

D.  Juan.     Quien  llegó  a  tener  deseos 
de  favores,  por  decillos, 
también  podrá,  sin  tenellos, 
fingillos,   aunque   aventure 
la  calidad  y  el  respeto. 
Este  lienzo  no  es   favor, 
porque  yo  no  lo  merezco, 
ni  pudo  darle  tampoco 
con  esa  intención  su  dueño; 
mas  por  ser  descortesía, 
como  acción  de  un  hombre  necio,, 
no  os  sirvo  con  él;  demás 
que  la  causa  porque  dejo 
de  darlo  es  porque  si  sabe 
Leonor  que  está  en  poder  vuestro, 
al  punto  os  lo  he  de  quitar 
a  cuchilladas. 

D.  Diego.  Veremos 

cómo  os  atrevéis. 

{Sale   un  Criado.) 

Criado.  El  Rey 

os  llama,  señor  don  Diego. 
D.  Juan.     Mirad  que  el  Rey  os  aguarda. 

Vamos,  que  después  hay  tiempo 

para  que  a  solas  podáis 

conocer  al   forastero. 

(Vase  Dox  Diego  y  detiénele  Martín  a  don  Juan.)  (i^- 

Martín.      Señor,  ¿qué  haces?  ¿Estás  (2) 
endemoniado?  ¿Tan  presto 
has  tenido  dos  batallas, 
un  león  y  un  majadero, 
que  es  peor  que  seis  gigantes, 
y  ahora  te  vas  metiendo 
en  otra  de  los  diablos  ? 


(1)  En   B:   "si  llegareis 
gares  de    saber". 

(2)  En  A  y  B  :   "quiero' 

(3)  En  A:    "hoy". 


a  saber".  En   C:   "si  Ile- 


(i)     Esta    acotación    sólo    en    C. 
(2)     En    A  :    "  Señor. 

D.  JuAX.  ¿Qué   dices? 

Martín.  ¿Estás?"' 


544 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


D.  Juan.     ¿  Qué  he  de  hacer,  si  es  caballero 
y  es,  como  amante,  celoso? 

Martín,      í  Madre,  si  habláis  en  cangrejos, 
la  albarda  nos  han  hurtado !  (i) 
Yo,  mas  que  se  caiga  muerto 
con  sus  celos  y  su  amor, 
lo  que  digo  y  lo  que  siento, 
mas  no  a  pagar  de  mi  bolsa, 
porque  yo  jamás  la  tengo, 
por  no  pagar  de  vacío 
tan  excusado   aposento... 

D.  Juan.     Advierte  que  estoy  de  priesa. 

Martín.      Toma  primero  un  consejo, 
pues  sabes  que  son  los  míos 
muy  saludables  y  quietos : 
¿qué  sabes  si  el  Rey  tenía 
puesto  su  entretenimiento 
en  aquel  pobre  león  ? 
Si  tuviéramos  dineros 
para  envialle  por  otro 
a  Berbería,  aun  con  eso 
se  pudiera  (2)  remediar, 

D.  Juan.     Locuras  estás  diciendo. 

Martín.      ¿Cuánto  costará  un  león 
de  los  finos? 

D.  Juan.  ¡  Ya  estás  necio  ! 

Martín.      ¡  Malhaya  quien  inventó 
en  el  mundo  leoneros  ; 
que  si  ellos  no  los  domaran 
nadie  quisiera  tenerlos 
en  su  casa,  que  aun  vidriados 
tienen  el  diablo  en  el  cuerpo ! 
Discúlpate  con  el  Rey, 
y  di  lo  que  im  caballero 
a  media  gaita,  que  entrando 
en  la  plaza  de  mi  pueblo, 
con  su  rejón  amarillo 
y  su  caballo  bermejo, 
para  no  hacella  limpia... 

D.  Juan.     ¿  Quieres  que  te  escuche  un  cuento 

cuando  el  Rey  me  está  aguardando? 

Martín.      En  él  sabrás,  por  lo  menos, 
lo  que  le  has  de  responder. 
Entró  haciendo  escarceos 
en  la  plaza,  y  un  poeta 
agudo,  aunque  era  manchego, 
escribió  esta  redondilla 
para  pintar  el  suceso : 
"Digo,  pues,  del  caballero 


(i)     En   A:    "quitado". 
(2)     En    A:    "podía". 


según  su  donaire  y  traza, 
que  ha  entrado  poco  en  la  plaza, 
y  menos  su  despensero." 
Terció  la  capa  de  raja, 
aunque  ya  estaba  (i)  en  el  tercio, 
y  metiendo  bien  la  gorra, 
que  era  en  lo  que  estaba  diestro, 
tomó  un  rejón;  y  salió 
un  torillo,  cabos  negros, 
con  remolino  en  la  frente, 
llevando  en  los  pies  al  viento. 
Despejó  todo  peón 
la  plaza,  pero  de  miedo 
del   torbellino  barroso, 
que  les  iba  sacudiendo 
con  las  varas  del  testuz 
el  polvo  de  los  greguescos. 
Hecha  un  desierto  la  plaza 
de  ermitaños  caballeros, 
porque  los  tienta  el  diablo 
y  se  dan  (2)  favor  de  lejos, 
quedó  (3)  nuestro  buen  jinete, 
melancólico,  perplejo, 
pasando  su  noviciado, 
por  no  salirse  tan  presto. 
Pero  el  toro  tentador, 
en  menos  de  un  pensamiento, 
por  dalle  en  que  merecer 
se  mudó  pared  en  medio. 
Aquí,  turbado  y  devoto, 
entendió  del  Padrenuestro 
el  "no  nos  dejes  caer", 
glosándolo  a  su  provecho. 
Tomó  el  rejón  a  dos  manos, 
y  aun  tomara,  a  lo  que  pienso, 
de  mejor  gana  un  tablado, 
y  con  dichoso  suceso 
le  dió-en  mitad  de  la  nuca 
(que  a  veces  acierta  el  miedo), 
queriendo  dar  a  otra  parte, 
aunque  él  nunca  tuvo  intento 
de  dalle  en  (4)  parte  ninguna, 
pero  hallóselo  hecho. 
Lo  mismo  me  hiciera  yo, 
y  no  mataré  un  borrego. 
Alborotada  la  gente 
con  aplauso  descompuesto, 


(i)  En  a  y  B  :  "venía". 

(2)  En  A:  "le  da". 

(3)  En    C:    "cuando". 

(4)  En  B  y  C:  "de  dar  en". 


JORNADA  PRIMERA 


545 


vinieron   dos   alguaciles, 
y  con  semblante  risueño 
dijeron  que  le  llamaba 
el   Corregidor,   (i)    que   viendo 
desde  su  balcón  la  suerte, 
quiso,  admirado  y  suspenso, 
darle  el  parabién;  mas  él, 
pareciendo  que  habia  hecho 
delito  en  matar  el  toro, 
por  haber  sido  tan  presto, 
siendo  el  mejor  de  la  tarde, 
llegó,  y  quitando  el  sombrero 
(miento,  que  gorra  tenía), 
le  dijo,  muy  macilento: 
"Perdone  vueseñoría, 
que  no  lo  iba  a  hacer."  Lo  mesmo 
puedes  tú  decir  al  Rey. 

D.  JuAx.     ¡  Como  tuyo  es  el  consejo ! 

¿  Viste  en  qué  casa  de  aquéllas 
entró  ? 

Martín.  Basta,  ya  te  entiendo :  (2) 

la  casa  es  de  la  portada 
de  mármol.  Pues,  ;  qué  tenemos  ? 
¿  Hay  picazón  ?  ¿  Hay  blandura  ? 

D.  Juan.     Que  aquí  me  aguardes  te  ruego, 
que  tengo  empeñado  el  gusto. 

{Vase.) 

JMartín.      Como  nos  dieran  dineros, 

también  yo  empeñara  el  mío. 

Ya  me  parece  que  veo 

a  mi  amo  con  la  dama, 

que,  descorchando  (3)   requiebros, 

'la   dice :   "Señora   mía, 

perdonad,  que  viene  a  pelo 

la  fabulilia  de  Atlante, 

que  tuvo  en  hombros  cl  cielo, 

con  todas  las  zarandajas 

de  planetas  y  luceros ; 

y  pues  yo  os  tuve  en  mis  brazos 

y  sois  cielo  más  perfecto, 

segundo  Atlante  seré 

de  la  luz  que  reverencio 

en  vuestros  ojos   azules", 

o  negros,   si   fueren  negros ; 

y  con  dejallos  en  blanco 

está  (4)  cabal  el  requiebro. 


(i)     En    A:    '■Gobernador". 

(2)  En    A:    "Basta,    tate,    entiendo.' 
író?  M.  Entiendo." 

(3)  En  C:   "en  descansando". 

(4)  En  A:    "queda". 


Inés. 


Martín. 

IxÉs. 

}^Iartín 


Para  su  tiempo  lo  guardo, 
porque  es  imposible  menos 
que  lo  deje  de  decir. 
¡  Ay,   que   tocan   a   ceceo ! 
¿Es  a  mí,  tiniebla  humana? 

{Sale  IxÉs  tapada  y  llama  a  Martín.)  (i) 

Inés.  Llegue,  no  sea  majadero. 

Martín.      ¿  Es   acaso  petición, 

o  interrogatorio  ? 
Inés.  \'engo 

de  parte  de  cierta  dama. 
^ÍAftTÍN.      Decir  el  nombre  es  lo  cierto, 

que  no  admito  memorial 

sin  firma. 

Aquel  forastero 

que  mató  el  león,  me  diga 

cómo  se  llama. 

Leoncio. 

¿  Ese  es  nombre  antiguo  ? 

;  Ahora 

sabe  que  los   caballeros 

toman  por  blasón  honroso 

el  nombre  de  los  sucesos? 

Mondaba  una  A-ez  un  prisco, 

y  dióle  bravo  deseo  (2) 

de  comerle  a  una  preñada; 

pidióle,  y  él,  con  despejo, 

envióle  el  alma  no  más, 

y  llamáronle  don  Cuesco. 
Inés.  Diga  agora  el  nombre  propio. 

I^.Iartín.      Don  Juan. 
Inés.  ¿Por  qué  le  pusieron 

ese  nombre  más  que  otro? 
Martín.      Porque  anduvo  en   el  desierto; 

mas,  ¿por  qué  me  lo  preguntas? 

¿Acaso  es  tu  hermoso  dueño 

la  que  le  debe  la  vida? 
Inés.  Sí,  y  está  con  gran  deseo 

de  agradecerle  el  favor. 
^Martín.      Ea,   los  dos  arroAuelos 

se  han  encontrado  esta  vez. 

Si  tiene  agradecimiento 


(i)     En   A :    "Sale    IxÉs    y    cecea."    En    B 
IxÉs.   Ce,  ce." 

Mart.   ¡  Ay,    que  tocan   a   ceceo  ! 
(2)     En  A:  "uno  y  diole  deseo." 
En  B :   "Uno  acaso   mondó   un  prisco 

y  diole  grande  deseo." 
Quizá   se  escribiría  así : 

"Mondaba   una   vez    un   prisco 

uno,   y   vínole   deseo",   etc. 

35 


'Sale 


5  46 


LA  MERCED  EN  EL   CASTIGO 


Inés. 

Martín. 

Inés. 


Martín. 

Inés. 
Martín. 


Inés. 

Martín. 

Inés. 

Martín. 

Inés. 

M.-^RTÍN. 


Inés. 

Martín. 

Inés. 

Martín. 


Inés. 


Martín. 
Inés. 


tu  señora,  las  criadas 
por  fuerza  habrán  de  tenerlo. 
Yo  soy  muy  agradecida... 
Lías  juro  a  Dios... 

Y  me  precio 
de  estimar  cualquiera  cosa 
que  hacen  por  mí. 

Mucho  pierdo 
en  no  haber  en  qué  mostrarlo. 
No  faltará  con  el  tiempo. 
Busco  yo  cosas  mayores; 
demás  que   con  el  ejemplo 
de  haber  muerto  mi  señor 
un  león,  querrás  (i)  lo  mesnio. 
¿Sabes  si  ha  quedado  alguno 
en    palacio  ? 

¿Estás    sin    seso? 
No  había  más  de  aquél. 

¿  No    más  ? 
Este  es  bravo  palabrero. 
¿  Y  no  habrá  siquiera  un  osu, 
aunque    sea   colmenero  ? 
¿Para  qué? 

Para  ponerte, 
cuando   él   esté   más   hambriento, 
donde  te  pueda  coger. 
Y  en  un  peligro  tan  cierto, 
¿qué  he  de  hacer? 

Ahí  entro  yo. 
Verdad  es  que  si  es  ligero 
más  de  lo  que  es  menester, 
que  no  podré  yo  tan  presto 
acudir  a  remediarte. 
Pues  guarde  Dios  mi  pellejo; 
no  quiero  oso  ni  león. 
Ese  es  muy  cobarde  extremo. 
A  tu  señora  ofreció, 
con  valeroso  respeto, 
muerto  un  león  mi   señor; 
pues  yo  imitarle  pretendo : 
ya  que  no  hay  león,  por  Dios, 
que  he  de  darte  un  perro  muerto. 
Vuelve  donde  está  tu  amo; 
mira  que  importa  el  secreto, 
y  dirásle  que  se  guarde 
con  cauteloso  desvelo 
de  un  pretendiente  celoso, 
que  son  traidores  los  celos. 
Pues,  ¿de  quién  se  ha  de  guardar? 
Dile  que  de  aquel  don  Diego 


(i)     En    C:    "que   era' 


que  le  acompañó  a  palacio. 
Martín.      ¿Pues  cómo,  si  es  caballero, 

podrá  hacer  cosa  mal  hecha? 
Inés.  Por  imposible  lo  tengo; 

pero  aipor  sin  esperanzas, 

que  llega  a  tocar  desprecios, 

es  borrón  de  la  memoria  (i) 

que  turba  el  entendimiento. 
Martín.      ¿  Pues  qué  ocasión  le  ha  dado-  , 

mi  amo? 
Inés.  Muchas  espero- 

que  le  dará,  si  es  que  quiere 

gozar  agradecimientos 

de  quien  le  ha  de  dar  favores,.. 

si  bien   favores  honestos  (2). 

¿Sabes  nuestra  casa? 
Martín.  Sí. 

Inés.  Pues  dile  que  venga  luego^ 

pues  tiene   franca  licencia 

de  mi  señora. 
[Martín.  Esto  es  hecho. 

Y  nosotros,  ¿en  qué  altura 

quedamos  ? 
Inés.  Ya  nos  veremos. 

Martín.      ¿De  veras? 
Inés.  Y  muy  de  veras. 

Martín.      ¿Tu  nombre? 
Inés.  Inés. 

Martín.  Alza   el   dedo..  ■ 

Así  se  quede. 
Inés.  ¡  Bellaco,. 

no  te  logres  ruego  al  cielo ! 
Martín.      ¿  Es    requiebro  ? 
Inés.  Como  el  tuyo. 

Martín.      De    esa    suerte   parecemos 

a  los  novios  de  Hornachuelos: 

muchas  coces  y  ande  el  pleito, 

(Vansc,    y    salen    el    Rey,    don    Diego    y    acompaña''- 
miento-) 

Don  Diego. 

Despejad;   sólo  espera 
licencia  el  castellano. 

Rey. 

Yo    quisiera, 
primero  que  me  hablara,  darte  cuenta; 
de  un  pensamiento  mío. 


(i)     En    B  y   C  :    "nobleza",  por   errata.- 
(2)     En    A:    "si    bien    han    de   ser".- 


JORNADA  PRIMERA 


547 


Do\  Diego. 

¿  El  Rey  qué  intenta 
con  tan  grande  secreto? 

Rey. 
Ya  sabes  que  te  estimo,  por  discreto 
y  por  bien  entendido, 
y  de  cuantos  criados  me  han  servido 
te  he  preferido  a  todos. 

Dox  Diego. 

Con  la  vida 
podré  pagar  merced  tan   conocida; 
y  espero,  gran  señor,  que  se  te  ofrezca 
ocasión  que  merezca 
el  valor  que   conoces   en  mi   pecho 
dejarte  satisfecho 
en  el  mayor  peligro. 

Rey. 

Así  lo  entienüo, 
que  no  en  vano  pretendo 
fiarte  mi  cuidado; 

si  bien  ha  muchos  días  que  he  guardado  (i) 
oculto   este   deseo, 
por  el  decoro  mío ;  mas  ya  veo 
que  es  imposible  que  en  pasión  tan  loca 
no  pronuncie  la  boca 
efectos  de  tan  ciego  (2)  desatino. 

Dox  Diego. 
Apenas  imagino,  (Ap.) 
confuso  y  admirado, 
en  qué  puede  parar  tanto  cuidado 
con  que  hablarme  procura. 

Rey. 
Yo  adoro  una  hermosura. 
¿Qué  te  adm.iras,  don  Diego, 
pues  oculto  mi  fuego 
respira  (3)  am.or  entre  venenos  fríos? 
¿  No  soy  hombre  también  ?  Afectos  m.íos, 
¿no  están  sujetos  a  cualquier  flaqueza? 
¿Puede  la  majestad  ni  la  grandeza 
borrar  del  alma  el  sentimiento  hum.ano? 

Dox  Diego. 
El  poder  soberano, 
la  grandez,a,  el  ejemplo  y  el  respeto 
obligan  a  tener  un  rey  secreto 
cualquier  amor,  entre  cenizas   frías. 


(i)     En    B:    "callado",  por  errata. 

(2)  En    B    y   C:    "graxide". 

(3)  En   A:    "que  aspira". 


Rey. 
Pues  por  eso  he  callado  tantos  días. 
¿  Soy  mcármol  ?  ¿  Soy  diamante'? 
¿No  basta  que  tú  vivas  ignorante 
de  este  amor  hasta  ahora? 

Don  Diego. 

Bien  podías, 
si  con  extrcm.o  tanto  lo  sentías, 
declararme  tu  pena. — 
i  El  alma  tengo  llena 
de  ciegas  confusiones:  temo  y  dudo! 

Rey. 
Hija  es  de  don  Bermudo. 

Don  Diego. 
i  Los  cielos  sean  conmigo  ! 
¿Un  rey  por  enemigo? 
¡  En  contienda  tan  fuerte 
segura  está  mi  muerte ! 

Rey. 
Suspenso  te  has  quedado. 

Don  Diego. 
Como  el  nombre  has  callado, 
supuesto  que  Bermudo 
tiene  dos  hijas,  quise  ver  si  pudo 
alcanzar  mi  discurso  cuál  sería, 
de  Elvira  o  de  Leonor. 

Rey. 

El  mismo  día 
que  Leonor  a  mis  ojos 
iba   rindiendo   fáciles   despojos 
al  feroz  animal,  y  de  mí  pecho 
descubrió  el  fuego  por  viril  deshecho, 
¿no   es    señal    evidente 
que  es  esfera  luciente 
del  encendido  amor  en  que  me  abraso 
si  en  tan  estrecho  paso 
vieras  la  copia  de  la  muerte  fría... 

Dox  Diego 
(Agora  duda  más  (i)  el  alma  mía!) 

Rey. 
Aquellas  luces  puras, 
con  el  turbado  eclipse  tan  obscuras, 
que  en  la  mitad  del  día 
el  sol  vine  a  pensar  que  se  ponía ; 


(i)     En   B  y  C  :   "Ahora  ve  el  estrecho". 


548 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


las  mejillas  en  púrpura  bañadas, 

tan  muertas  y  trocadas, 

que  ignorando  las  rosas  el  misterio 

vasallaje  negaron  a  su  imperio? 

¿Has  Adsto  en  verde  prado 

el  lirio  hermoso,  que  tronchó  (i)  el  arado, 

que  del  fausto  galán  desvanecido 

pierde  el  aljófar  del  azul  vestido 

que  le  bordó  la  aurora  coronada, 

y  la  tierra,  piadosa  y  lastimada, 

viendo  en  la  muerta  flor  temprano  estío 

bebiéndole  el  rocío, 

cuando  cayó  en  sus  brazos  se  humedece, 

que  aun  la  tierra  parece 

que  quiere  al  mismo  instante, 

llorando,  producir   (2)    su   semejante? 

Pues  tal  quedó  Leonor. 

Don  Diego 

También  yo  quedo 
con  espantoso  miedo 
con  tan  mortal  espanto, 
que  pudiera  decir  de  mí  otro  tanto. — 
Mucho  has  encarecido 
su  turbada  hermosura. 

Rey. 

Si  he  vivido 
padeciendo  y  amando, 
¿  es  mucho  que   en   llegando 
a  publicar  empleos,   (3) 
es  mucho  que  publiquen  mis  deseos,  (4) 
por  callados  difuntos, 
los  conceptos  del  alma  todos  juntos? 
Muchas  noches,  (5)   don  Diego, 
abrasado  en  mi  fuego, 
en  su  calle  esperaba 
si  el  alba  que  pasaba 
trasladaba  a  sus  rejas 
las  amorosas  quejas 
de  mi  amor  repetidas, 
tan  bien  calladas  como  bien  (6)  sentidas. 
A  nadie  descubría 
mi  penosa  porfía, 
esperando  (7)  en  la  sombra  más  obscura 


(i)  En  A:    "troncó",  por   errata. 

(2)  En    B:    "fabricar".    En    C:    "reducir". 

(3)  En  B  y  C:  "deseos". 

(4)  En   A :   "que  diga  si   han   estado   mis   deseos' 
En   B:  "publiquen   mis   trofeos",  \por   errata. 

(5)  En   B   y   C:    "veces". 

(6)  En  A:   "mal",   por  errata. 

(7)  En  A:    "aguardando". 


que  con  igual  ventura 

Leonor  vestir  quisiera 

de  generosa  luz  la  corta  esfera. 

Mas  soy  poco  dichoso ; 

y  en  el  recato  mío 

la  fortuna  libró  mi  desvarío,  (i) 

Un  hombre  hallaba  siempre,  tan  preciado 

de  hacer  (2)  ostentación  de  su  cuidado, 

que  era  una  sombra  eterna  de  mi  pena, 

dejando  siempre  llena 

de  finezas  cantadas  puerta  3^  calle. 

Arrojarme  a  matalle 

quise  mil  veces,  con  feroz  licencia; 

mas  la  cuerda  prudencia, 

el  decoro  y  respeto  (3) 

entregaron  mis  celos  al  secreto. 

Don  Diego.  (Ap.) 

¿Hay  más  fuerte  ocasión?  Yo  la  servía,  (4) 
que  hasta  mostrarse  el  día 
nunca  dejé  la  calle.  ¡  Airados  cielos, 
peligros  excusad,  (5)  que  bastan  celos ! 

Rey. 
Bizarro  caballero 
es  aquel  animoso  forastero.   (6) 
Y  no  es  en  Zaragoza  conocido. 

Don  Diego 
¿  Qué  es  lo  que  intenta  el  Rey  ?  ¡  Yo  soy  perdido  ! 

Rey. 
Serviréme  (7)  del  en  la  ocasión  dichosa, 
por  si  merezco  que  Leonor  hermosa 
pueda  de  noche  hablarme  por  la  reja, 
y  para  ver  si  deja 
aquel  cansado  amante  sus  desvelos, 
que  como  tengo  amor,   engendro   celos. 
Llegará  el  castellano 
con  valor  soberano, 
pues  yo  no  puedo,  y  si  tan  loco  y  ciego 
no  le  obligare  el  ruego, 
licencia  le  daré  para  matalle. 

Don  Diego 
Franca  tendrás  la  calle 


(i) 

(2) 
(3) 
(4) 


En    B    faltan    los    nueve    versos    anteriores. 


En   B  :    "haciendo". 
En   A:    "el    temor   y   el    respeto". 
En   A:    "Yo    la    he    servido",   por  errata.    En 
B :   "yo  le  ofendía". 

(5)  En    B    y    C:    "estorbad". 

(6)  Falta   en   A   este   verso. 

(7)  En    A:    "Servirme    he".    En    B:    "Servirme", 
sin   el   pronombre. 


JORNADA  PRIMERA 


549 


en  llegando  don  Juan  (que  este  es  su  nombre). — 

No  hay  temor  que  me  asombre 

ni  que  iguale  a  la  dicha  que  he  tenido: 

¡  vive  Dios,  que  a  las  manos  me  ha  venido 

y  que  le  he  de  matar  si  el  Rey  le  envía ! 

Rey. 
Bien  puede  entrar. 

Don  Diego 

¡  Amor,  mis  pasos  guía 

(_Sale    DON    Juan.) 

D.  JvA's.        A  serviros  viene  humilde, 
como  en  la  paz,  en  la  guerra, 
don  Juan  IManuel,  desterrado 
por  guardalle  la  obediencia 
a  su  rey  Alfonso  el  Sabio. 

Rey.  Levantad,  que  la  nobleza 

en  el  valor  se  descubre, 
y  vuestra  persona  muestra 
lo  que  sois. 

D.  JuAK.  ,        En  esta  carta 

vienen  para  Vuestra  Alteza 
encomiendas  de  mi  Rey. 

(Mientras  lee  sale  Martín  y  le  hace  señas  a  don 
Juan,  que  se  guarde  de  don  Dieco,  sacando  ¡^ 
media  espada.)   (i) 

Rey.  La  más  segura  encomienda 

es,  don  Juan,  vuestra  persona. 
Martíx.      ;Qué  haré  para  que  me  entienda 

mi  amo?  Que  puede  ser 

que  este  don  Diego  le  tenga 

armada  aquí  alguna  trampa. 
D.  Ju.AX.     Este  loco  me  hace  señas 

y  no  lo  entiendo,  por  Dios. 
Rey.  ¿Que  tanto  duran  las  guerras 

entre  don  Sancho  y  su  padre? 

;  Y  ahora  el  Rey  dónde  queda  ? 
D.  JcAX.     En  Martinillo,  señor. 
Rey.  ¿Qué  decís? 

D.  JuAX.  ¿Hay  tal  afrenta? 

'  ¡  Lo  que  he  dicho,  divertido 

por  ver  a  un  loco  ! 
Martín.  Tu  Alteza 

reconozca...  (2) 
Rey.  ;  Qué  hombre  es  éste? 

D.  Juan.     ]\Ii  criado. 
Rey.  ;  Cómo  llega 

tan  loco  y  tan  descompuesto  ? 

(i)     Falta  esta  acotación  en  los  textos  A  y  B. 
(2)     En   B  faltan  estas  palabras  de  Martín. 


Martín. 


Rey. 
Martín. 
Rey. 
D.  Juan. 
Rey. 

D.  Juan. 
jNLartín, 

Rey. 

>.L\RTÍN. 


Martín. 

Rey.      ■ 
D.  Juan. 

Rey. 

D.  Diego. 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín, 

D.  Diego. 


Si  no  me  entiende  las  señas, 

¿  es  mucho  que  descomponga 

el   caudal   de   la   prudencia? 

,;  Cómo  sacabas  la  espada  ? 

Xo  saqué  más  de  la  media. 

¿Pues  para  qué  la  sacaste?  (i) 

i  Es  loco  1  Salte  allá  fuera. 

Dejalle,   que   gustaré 

de  escuchaile  la  respuesta. 

Dirá  dos  mil  desatinos. 

¡  Juro  a  Cristo,  si  me  aprietan, 

que  lo  he  de  echar  a  perder  ! 

¿No  ves  que  en  palacio  hay  pena 

de  muerte  en  sacar  la  espada? 

Por  eso  volví  a  metella, 

si  la  intención  se  castiga ; 

que  hacer  con  la  espada  señas 

a  mi  amo  era  decille 

que  si  no   empeña  una  prenda 

no  hay  con  qué  echarle  mía  vaina. 

Compra  con  esta  cadena 

una  espad.i  y  un  vestido. 

Beso  la  liga  derecha 

de  rey  que  juega  al  soldado, 

pues  viste  de  todas  piezas. 

Don  Juan,  desde  hoy  me  servid 

en  palacio. 

Que  me  ofrezca 
ocasión  ruego  a  los  cielos 
porque  Vuestra  Alteza  vea 
la  lealtad  de  un  fiel  criado. 
Ocasión  tendréis,  y  en  ella 
mostraréis  vuestro  valor. 
Don  Diego  os  dirá  la  empresa 
en  que  de  vuestra  persona 
me  he  de  servir. 

¿Qué  Medea 
descubrió  más  nuevo  encanto  ? 
Señor,  sobre  mi  conciencia 
te  digo  que  ojo  avisor, 
que  amor  es  todo  cautelas. 
La  criada  de  Leonor 
salió  a  hablarme  a  toda  priesa, 
y  dice  que  con  la  misma 
vayas  esta  t:;rde  a  verla. 
¿Hubo  suerte  más  dichosa? 
¡  Como  encima  no  aparezca 
la  del  contrario ! 

;  Esta  noche  ? 


(i)     En    A,    en    lugar    de 
Juan  :   "  ¡  Gran  señor  ! " 


'la    sacaste",    dice    don 


550 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


Rey.  Dile  que  esta  noche  venga. 

(Fase  el  Rey.) 

D.  Diego.  Don  Juan,  el  Rey  gusta  que 

le  acompañéis,  porque  es  fuerza, 
esta  noche,  que  le  importa 
el  salir  a  cierta  empresa, 
y  quiere  que  le  sirváis. 

Martín.      ¡  Mosca,  aquí  hay  engaño  ! 

D.  Juan.  Venga  (i) 

la  noche,  porque  conozca 
el  Rey  que  don  Juan  desea 
dar  la  vida  en  su  servicio. 

Martín.      ¡  A  manganilla  me  suena  ! 

D.  Juan.     ¿He  de  ir  solo? 

D.  Diego.  Solo. 

D.  Juan.  ¿Adonde, 

si  acaso  el  Rey  os  revela 
los  secretos  de  su  pecho? 

D.  Diego.  Saberlo  después  es  fuerza, 

y  así  no  importa  encubrillo : 
doña  Leonor  es  la  prenda 
en  que  el  Rey  pone  los  ojos, 
y  quiere  hablar  por  la  reja 
esta  noche.  El  cielo  os  guarde. 
(Vase.) 

¡  Miren  qué  hermosa  becerra  ! 
i  Esperanza  aún  no  engendrada 
cuando  perdida  !  ¡  Paciencia, 
y  buscad  puerto  seguro, 
donde  no  canten  sirenas  ! 
¡  Esta  es  maula,  vive  Dios ! 
Don  Diego  tu  muerte  ordena ; 
cogerte  quiere  esta  noche 
y  cascarte  la  molleta  (2). 

JOR-XADA  SEGUNDA 
(Salen    doxa     Leonor    y    Inés.) 
Inés.  ¡  Tu  modo  extraño  me  admira  ! 

•  ¿A  mí  tu  amor  me  descubres 


Martín. 
D.  Juan. 


Martín. 


(i)     En  A  están  estos  versos  así: 

"Rey.  Dile    que    esta    noche    venga. 

(Fase.) 

D.  Juan.     Iré  aunque  el  mundo  lo  estorbe. 
D.  Diego.   Don   Juan,   el    Rey   os   espera, 

que    le    habéis    de    acompañar 

esta  noche. 
Martín.        *  ¡  Mosca ! 

D.  Juan.  Venga 

la    noche    porque    conozca",    etc. 
(2)     En  A  y   C.   '"pobreza"  ;   quizá   "cabeza". 


y  tan  severa  le  encubres 
de  tu  hermana  doña  Elvira? 

¿  Fáltale  capacidad 
para  que  el  secreto  guarde? 
D."  León.  Siéntome,  Inés,  tan  cobarde, 

que  dudo  de  su  amistad. 
Inés.  ¿  Siendo  tu  hermana  ? 

D.^  León.  Si  ves 

que  con  tan  cansado  ruego 
me  importuna  por  (i)  don  Diego, 
¿no  quieres  que  tema,  Inés? 

Tan  de  su  parte  la  veo 
pidiendo  por  él  favores, 
que  acrecienta  mis  temores 
para  encubrir  mi  deseo. 

Pues  si  a  mi  hermana  le  digo 
que  he. puesto  en  don  Juan  los  ojos, 
será  doblar  los  enojos 
de  tan  celoso  enemigo ; 

pues  es  forzoso  que  Elvira 
mi  amor  descubra  a  don  Diego, 
y  está  tan  perdidq  y  ciego, 
que  apenas  el  sol'  me  mira 

cuando  venganzas  previene 
tan  a  costa  de  mi  honor, 
¿qué  será  si  de  mi  amor 
a  saber  la  causa  viene?  (2) 

Este  es  el  discurso  mío, 
aunque  te  parezca  ingrato, 
que  estimo  tanto  el  recato 
que   yo  de   mí  no   me   lio. 

Mas  com.o  mi  amor  valiente 
se  ve  cobarde  en  mi  pecho 
3'  no  cabe  en  sitio  estrecho 
sin  que,   matando,   reviente, 

por  ser  piadoso  conmigo 
en    tan    ocultos    agravios 
sale  del  pecho  a  los  labios, 
para   descansar  contigo, 
Inés.  Pagaras  mal  mi  lealtad 

si  te  encubrieras  de  mí. 
D.^  León.  Por  eso  te  descubrí 

de  mi  pecho  la  verdad; 

pero  confusa  y  dudosa 
con  tan  nuevas  penas  mías. 
Inés.  ¿  Qué  dices  ? 

D.^  León.  Pues  si  ha  tres  días, 

(será  invención  cautelosa), 


(i)     En   A:    "con". 
(2)     En    C:    "bastante  noticia   tiene' 
estos  cuatro  versos. 


En   B    faltan 


í 


JORNADA  SEGUNDA 


551 


que  no  me  ha  visto  don  Juan, 
¿  qué  he  de  pensar  de  su  amor  ? 
Inés.  Como    el    Rey   le    hace    favor, 

ocupaciones  serán. 
D.*  León.       Y  también  serán  favores  (i) 
de  una  nueva  pretensión; 
que  sus  obediencias  son 
hijas  de  aquestos  rigores.  (2) 

De  noche  viene  a  la  calle. 
Inés.  :  Solo  ? 

D.*  Leox.  Xo,  inca:  majestad, 

con   secreta   autoridad, 
le  acompaña,  para  dalle 

honor  (3)  mezclado  en  veneno. 
Inés.  ¿Hay  más  nueva  confusión? 

¿Quién  es? 
D.a  León.  El  Rey  de  Aragón. 

Si  con  mis  recatos  peno, 

sin  saberme  defender 
dentro  de  mi  propio  olvido, 
mejor   fuera  haber  nacido 
una  plebeya  mujer; 

que  por  lo  menos  tuviera 
cierto  el  dote  en  la  hermosura, 
y  aun  ganara,  por  ventura, 
cuando  la  opinión' (4)  perdiera; 

porque  menos  desdeñosa 
fuera  en  la  opinión  (5)  perdida, 
iDuscada  por  conocida 
y  pagada  por  hermosa. 

Anoche  también  llegó 
a  hacer  la  seña  a  mis  rejas, 
mas  tan  medroso  en  sus  quejas 
•que  a  mí  también  me  turbó. 

Miraba  si  le  escuchaba, 
Inés,  quien   con  él  venía; 
¿quién  duda  que  el  Rey  sería? 
Porque  requiebros  mezclaba 

con  tanto  miedo  y  pesar, 
<jue  casi  de  mí  entendía 
que  el  alma  del  Rey  tenia 
para  salirle  a  escuchar. 

Con  temor  y  con  amor 
aun  las  sílabas  partía: 
"El  Rey  viene,  Leonor  mía; 
mas  yo  te  adoro,  Leonor." 

Que  como  quejas  y  agravios 


(i)  En  A  y  C:  "temores",  por  errata. 

(2)  En   B   y   C:   "temores",   por  errata. 

(3)  En    B   y   C:    "oro". 

(4)  En    B    y    C:    "ocasión", 

(5)  En    B    y    C:    "ocasión". 


mezclaba  confusamente, 
y  amante   como  obediente 
las  entregaba  a  los  labios, 

para  haber  de  responder 
cómo  el  alma  las  oía 
entre  todas  escogía 
las  que  j'o  había  menester. 

Las  del  Rey  para  escuchadas,  (i) 
aunque  el  decirlas  le  toca, 
casi  al  salir  de  la  boca 
se  le  quedaban  heladas ; 

tanto,  que  las  más  sentidas, 
que  a  nuestro  amor  importaban, 
como  en  la  nieve  tocaban 
se  le  quedaban  perdidas. 

Así,  entre  quejas  y  amores, 
en  silencio  amor  se  empeña, 
hasta  que  el  alba,  risueña, 
sale  coronando  flores. 

AI  fin  la  luz  le  retira, 
dejándome  por  testigos 
de  m.i  amor  tres  enemigos : 
el  Rey,  don  Diego  y  Elvira. 
L\És.  El  mayor  pudiera   ser 

Elvira,  porque  sospecho... 
D.^^  León.  ¿Pues  tú  me  encubres  el  pecho? 
¿No  basta  que  seas  mujer 

para   no    guardar    secreto, 
y  más   conociendo   el  mío? 
¿Qué  dices? 
Inés.  Es  desvarío, 

supuesto  que  no  hay  efeto 

que  confirme  mi  sospecha. 
D.^  León.  A  ti  toca  el  declararla. 

y  a  mí  sólo   el  confirmarla. 
¡  En  qué  prisión  tan  estrecha 

tengo  el  alm.a ! 
Inés.  Doña    Elvira, 

la  vez  que  viene  don  Juan, 
me   dice   que   es   muy   galán 
y  discreto. 
D.'i  León.  ¿Eso  te  admira? 

De  muchos  lo  he  dicho  yo ; 
pero  no  me  acuerdo  dellos. 
Inés.  Sí,  pero  hablallos  y  vellos 

es  lo  que  el  fuego  encendió. 

Algunas  veces  que  viene 
sale  a  recibillo  Elvira; 
con  buenos  ojos  le  mira. 
D.*  León.  Es  porque  buenos  los  tiene. 


(i)     En   A:   "por   excusadas". 


552 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


Inés. 


D."  León. 
Inés. 
D."  León. 


Inés. 

D.^  León. 
Inés. 

D."  León. 
Inés. 
D.^  León. 


Inés. 


D.*  León, 

Inés. 


D."  León. 
Inés. 

D.^  León. 
Inés. 
D."  León. 


¿Hay  más? 

¿  Qué  más  ha  de  haber  ? 
¿No  basta  que  se  retire 
a  hablar  con  él  y  que  mire 
que  tú  no  lo  eches  de  ver? 

¡  Calla,  mujer,  que  me  has  muerto ! 
Su  mal  oye  quien  escucha. 
Ha  sido  la  causa  mucha, 
y  así  es  el  peligro  cierto. 

;  Ah,  ingrato  amante !  ¡  Ah,  cruel ! 
¡  Perdíme  de  confiada ! 
Ella  será  la  culpada. 
También  habrá  culpa  en  él. 

Señora,  que  e?  un  bendito ; 
no  lo  creas. 

¿  Por  qué  no  ? 
Porque  lo  escuchaba  yo. 
¡  Todas  las  penas  imito 

del  infierno  de  los  celos ! 
¿Que  tú  les  pudiste  oír? 
¿Y  en  qué  paró? 

En  resistir, 
dando  por  palabras  hielos.  (l) 

"Si  pretendo  por  mujer 
a  vuestra  hermana,  ¿he  de  hablaros, 
serviros  ni  conquistaros?" 
¿Y  ella? 

No  osó  responder; 

librando  quejas  y  enojos, 
para  mejor  padecerlas, 
en  una  fuente  de  perlas 
que  hicieron  ricos  los  ojos. 

Tanto,  que  puedes  creer, 
si  entonces  hombre  me  viera, 
que  todas  se  las  bebiera, 
por  no  dejallas  perder. 

Tiene  amor  poder  tirano. 
Don  Juan,  al  fin  (no  te  asombres, 
que  no  son  piedras  los  hombres)... 
;  Qué  fué  ? 

Le  besó  ima  mano. 

¿Y  eso  es  todo  (2)  resistir? 
¡  Ah,  traidor  !  ¡  Ruego  a  los  cielos 
que  sientas  mis  propios  celos, 
si  amor  te  deja  sentir! 

Por  eso,  Inés,  han  pasado 
tres  días  que  no  me  ha  visto. 
¡  En  vano  el  fuego  resisto  ! 
De  Elvira  está  enamorado. 


(i)     En  B  y   C  :   "celos",  por  errata. 
(2)     En    A :    "es    todo    eso". 


pues  ya  se  excusa  de  verme. 
¿Ha  habido  (i)  hombre  más  cruel? 

Inés.  Pues  escríbele  un  papel. 

D."  León.  Y  será  para  perderme, 

que  en  venganzas  de  mi  honor  (2)» 
dirá  dos  mil  desatinos. 

Inés.  Dale  celos. 

D.^  León.  No  haj^  caminos 

más  contrarios  del  amor;  (3) 

que  en  llegando  a  ser  maridos 
nunca  hay  celos  olvidados, 
que  aunque  se  los  den  burlados 
los  podrán  guardar  creídos. 

Inés.  ¿Pues  cómo  te  has  de  vengar? 

D.^  León.  Trae  recado  de  escribir ; 
pesares  (4)  le  he  de  decir 
que  le  llegue  a  avergonzar. 

Inés.  A  oy  al  punto. 

(Vase.) 

D.^  León.  ¡  Quién   pensara 

que  yo  a  un  hombre  rne  rindiera,.^. 
y  tan  gran  traición  me  hiciera, 
y  que  mi  amor  despreciara !   (5)' 

Todos  son  de   aleves  tratos, 
y  pretenden  tan  fingidos, 
que  en  siendo  correspondidos 
se  mueren  por  ser  ingratos. 
(Sale  Inés  con  recado  de  escribir.) 

Inés.  De  lo  que  él  te  respondiere- 

podrás   saber   su   intención. 

(Sale    Martín.) 

Martín.      ¿Qué  es  eso  de  responsión? 
D.*  León.  Ninguna  palabra  espere 

menos  que  airada  y  celosa, 
que  es  un  villano  traidor, 
(Escribe.) 
^Martín.      Por  aquí  anda  mi  señor; 
pero  entendamos  la  glosa, 
porque  vamos  respondiendo. 
D,3  León,  "Don  Juan,  villano  y  sin  fe.,."' 
AIartín.      Pues  yo  me  las  pelaré 
si   ella   se   fuere   riendo. 
D,^  León,       Inés,  como  enamorada, 
¿le  podré  llamar  cruel? 
Martín.      ¡  Bueno ;  se  mtiere  por  él 


(i)  En  C:     "Habrá". 

(2)  En  C:    "amor",    por   errata. 

(3)  En  A:    "honor",    por    errata. 

(4)  En  A :   "palabras". 

(5)  En  A:   "y  que  tan   mal   me  pagara.!' 


JORNADA  SEGUNDA 


553 


D.^  León. 

Martín. 

D.a  Leox. 

Martín. 

Inés. 

Martín. 


D.a  León. 
Martín. 


D.»  León. 
Martín. 


Inés. 

D.^  León. 
Martín. 


Inés. 
Martín. 
D.2  León. 


Martín. 
D.^  León. 


Martín. 

D.^  León. 
Martín. 
D.a  León. 
Martín. 


D.a  León 
Martín. 


y  nos  da  con  la  trocada ! 

¡  Vive  Dios,  que  la  he  de  armar 
con  queso ! 

Estoile  adorando. 
Y  yo  te  la  estoy  trazando. 
¡  Mal  (i)   sabré  disimular. 
Si  pudiere... 

¡  Bien  empieza ! 
¡  Linda    caña   de   pescar 
es  la  Inés,  }■  ha  de  llevar 
las  manos  en  la   cabeza ! 
¿  Qué  es,  ^lartín  ? 

i  \'engo    morral ! 
Xunca  viniera  a  Aragón 
mi   señor,  pues   su  afición 
viene  a  lograrse  tan  mal. 
¿Qué  dices? 

Que  nos  partimos 
luego  (2)  por  la  posta  a  Francia : 
esto  es,  señora,  en  sustancia. 
En  día  aciago  nacimos. 

¡  Pues  buenas  las  dos  quedamos  ! 
Martín,   ¿es  verdad? 

Señora, 
digo  que  aqui  sea  mi  hora 
(de  comer)  si  no  nos  vamos. 

;  Y  vas  tú  a  Francia  también  ? 
•  Xo,    sino   el   alba  ! 

i  Qué  ha   sido 
la  causa  ? —  ¡  Pierdo  el  sentido 
de  dolor  I 

¡  Ahí  me  las  den  ! 
Ven  acá,  Martín,  si  sabes 
por  qué  don  Juan  ha  querido 
darme  ese  pesar. 

Ha    habido 
juntas  muchas  causas  graves. 
¿  Envíale  el  Rey  ? 

Xo.  señora, 
;  Quién  ? 

Su   estrella   inexorable; 
que  la  fortuna,  intratable, 
tiene  condición  traidora. 

;  Nunca  matara  al  león 
pluguiera  a  San  Juan  Bautista : 
el  mal  entró  por  la  vista, 
poderosa  es  la  ocasión  ! 
;Es  mujer? 

De    calidad. 


(i) 
(2) 


En  A:   "Mas". 
En   A :   "los   dos''. 


D."  León.  ¿Ya  qué  ha  llegado  el  amor? 

Martín.      Ahí  dicen  que  mi  señor 
le   debe  su   honestidad. 

Y  como  ya  se  murmura 
y   teme   alguna   violencia, 
quiere  dar  con  el  ausencia... 
D.*  León.  ¡  Xací  con  poca  ventura ! 
¿Y  no  le  podré  yo  ver 
antes  que  se  vaya? 

^kÍARTÍN.  No, 

que  voy  por  las  postas  yo. 
D.^  León.  ;  Pues  qué  remedio  ha  de  haber 
para  hablalle?  Vuelve,  amigo, 

y  dile,  aunque  sea  de  paso. 
^Iartín.      Se  irá  por  el  mismo  caso 

a  pie,  si  yo  se  lo  digo. 
Escríbele  tú  un  papel 

muy  tierno  3'  muy  regalado, 

que,  al  fin,  viéndose  obligado, 

vendrá. 
D."""  León.  ¡  A  qué  extremo  cruel 

me  trae  fortuna,  pues  quiere 

que  adore  a  un  hombre  sin  fe ! 

Alartín,  yo  le  escribiré 

como  a  ti  te  pareciere. 
Martín.  Regalado. 

D."*  León.  Ya  le  escribo. — 

¡  Ah,  Inés,  sin  aliento  estoy  i 

{Vase,   y    topa    con   don   Juax.) 

Martín.      Donde  están  las  postas  voy; 

a. no  dejarlas  estribo; 
que  aquí  nos  darán  lugar 

a  detenernos  un  poco. 
D.  Juan.     ;  Qué  traes,  Martín  ?  ¿  Vienes  loco  ? 
Martín.      Xadie  puede  entraiia  a  hablar, 
que  está  despachando  ahora. 
D.  Juan.     ¿Qué  dices? 
Martín.  Tente,  señor. 

D.  Juan.     ¿  Qué  dice  doña  Leonor  ? 
Martín.      Ha  estado  muy  habladora, 

y  hemos  de  ver  en  qué  para 

un  papel  que  está  escribiendo. 
D.  Juan.     ¿  Para  quién  es  ? 
]\Iartín.  Xo  lo  entiendo; 

mas  él  le  saldrá  a  la  cara. 
D.  Juan.         Enigmas  obscuras  son 

las  que  me  dices,  Martín; 

pero  aguardemos  el  fin. 
D.'"  León.  ¡  Quién  tomara  una  lición 

de  Ovidio  en  su  Arte  de  amar» 

para  escribir  mil  finezas ; 


554- 


LA   MERCED   EN  EL   CASTIGO 


mas  todas  serán  simplezas 
que  no  sepan  obligar ! 
¡  A}',  adorado  enemigo  ! 


DJ 


(Salga    a    olra    puerta 
Elvir 


DOÑA    Elvira.) 


A  quién  escribe  mi  hermana? 

Condición  tiene  villana, 

pues   no   descansa   conmigo 
si  tiene  amantes  cuidados,  (i) 

Mas  ruego  a  Dios  que  su  fuego 

pare  en  querer  a  don  Diego. — 

Hermana. 
D.'^  Leok.  Necios  enfados 

son  los  suyos. 
D."  Elvir.  Si  es  amor, 

Leonor  el  que  te  desvela, 

¿  por  qué  vieiies  con  cautela  ? 

¿  Conmigo  tanto  rigor  ? 
Ni  aun  con  Inés  era  bien 

que  lo  usaras. 
D."  León.  ¡  Qué  de  penas, 

riguroso  amor,  me  ordenas ! 

Mas  callemos. —  Dices  bien, 
Elvira,  que  no  es  razón 

que  te  encubra  el  alma  mía : 

ese  papel  escribía.  (2) 
D.  Juan.     ¿Puede  haber  más  confusión?  (3) 
D.'^  Elvik.      ¿  A  quién  ? 
D.*  León.  Eingir  me  conviene, 

dando  otro  dueño  a  mi  fuego. — 

Hermana,  escribo  a  don  Diego. 

(Dale   el   papel.) 

D.  Juan.     ¡  Cielos  !,  ¿quién  paciencia  tiene? 

D."  León.       Que  padecer  y  sufrir, 
conquistar  y  porfiar, 
bien  merecerá  alcanzar 
méritos  para  servir. 


(O 


En  A,  estos  dos  versos  dicen : 
"pues  no  descansa  conmigo 
en    sus    secretos    cuidados."' 

Estos    versos    anteriores    están    en    A    asi : 
"¿Conmigo    tanto    rigor? 
Mi   hermana   eres  y  mi  amiga ; 
comunícame  tu  intento. 
Si    lo   has   visto    en   lo    que   siento, 
¿  qué    más    quieres    que    te    diga  ? 
Supuesto   que  no   es  razón 
que    te    encubra    el    alma   mía, 
este    papel    escribía. 
¿A    quién? 

Fingir  me  conviene",   etc. 
(3)     Falta  en  A  este  verso  y  queda  incompleta 
redondilla. 


(2) 


León. 


Elvira 
León. 


Tus  ruegos  también  han  sido 
por  quien  obligada  estoy. 
D.  Juan.     ¡  La  muerte  bebiendo  voy  (i) 
entre  el  desprecio  y  olvido ! 

¿Hubo  m.ujer  más   ingrata 
a  la  vida  que  le  di  ?  (2) 
¡  Vamonos,  Martín,  de  aquí, 
que  esta  sirena  me  mata ! 
Martín.  También  a  mí  me  ha  aturdido, 

que  para  ti  era  el  papel. 
D.''  Elvir.  ¡  Amoroso  está !  Con  él 

liemos  de  ver  tan  perdido 

y  enamorado  a  don  Diego, 
que  el  amor  le  ha  de  envidiar. 
D."*  León.  Tú  se  le  puedes  llevar, 

Inés;  mira  que  sea  luego; 
porque  estimo  su  quietud 
aún  más  que  mi  propia  vida. 

(Dale   el   papel   y    vase-) 

D^  Elvir.  Es  mi  hermana  agradecida. 

Martín.      ¡  Tal  te  dé  Dios  (3)  la  salud  ! 

D.^  León.       ¿Sabes  ya  lo  que  has  de  hacer? 

Inés.  ¿  Pues  eso  me  has  de  advertir  ? 

D.  Juan.     Todo  se  puede  sufrir; 
pero  verme  aborrecer 

con  tan  afrentosos  celos 
no  es  razón.  ;  Mal  me  conoces, 
ingrata !  (4) 

Martín.  ¡  No  demos  (5)  voces, 

cuerpo  de  Dios ! 

D.  Juan.  A  los  cielos 

me  he  de  quejar  deste  agravio. 

D."  Elvira.  ¿  No  me  pidieras,  hermana, 
albricias  de  mi  ventura? 

D.^  León.  ¿Pues  hay  razón  para  dallas?. 
■  D."  Elvir.  Sí,  porque  estaba  medrosa, 
sospechando  que  tú  amabas 
a  don  Juan,  y  ya  que  he  visto 
que  con  don  Diego  descansan 
tus  penas,  pues  que  le  escribes 
tan  amorosa  y  humana, 
puedo  descubrirte  yo 
que  es  don  Juan  a  quien  mi  alma 
estima  por  dueño  suyo. 

Martín.      ¡  Esto  agora  nos  faltaba  ! 

D."  León.  ¿Hav  linaie  de  tormento. 


(i) 
(2) 
(3) 
(4) 

(5) 


En  A: 
En  C: 
En  A 
En  B 
En    B 


"estoy". 
"¡Que  aquesto  pase  por  mí!' 

"¡Tal   tengáis   vos", 
y    C:    "Ah,    ingrata", 
y    C:    "No    des". 


JORNADA  SEGUNDA 


000 


más  feroz,  habiendo  causas 
para  perder  la  paciencia 
más  legítimas? —  Hermana, 
de  todo  tu  bien  me  alegro; 
pero,  ¿  tienes  esperanzas 
de  que  sea  don  Juan  tuyo? 
de  que  don  Juan  será  tuyo? 

Martín.      ¿Más  que  dan  por  él  tres  blancas? 

O."  Elvir.  Si  me  hablaba  cautelosa 

y  con  el  papel  me  engaña, 
fingiendo  amar  a  don  Diego, 
he  de  hacer  que  no  le  valga 
el  remedio  (i)  de  los  celos, 
que  he  de  fingirme  obligada 
de  don  Juan,  y  él  tan  cautivo 
de  mi  amor,  que  la  esperanza 
pierda  de  llamarle  suyo. 

D.""  León.  Parece  que  te  recatas 
de  mí. 

D.^  Elvir.  Leonor,  la  vergüenza 

pone  freno  a  las  palabras, 
porque  don  Juan  una  noche... 

D.  Juan.     Yo  pienso  que  en  esta  casa 
■viven  'Circes  y  IMedeas. 

D.'""  Léon.    Ea,  conmigo  descansa;  (2) 
no  te  turbes,  que  el  remedio 
le  tienen  cuando  se  casan 
con  el  amante  que  adoran. 

D.'  Elvir.  Pues  esa  ha  sido  la  causa 
de  atreverme  yo,  y  saber 
que  cumplirá  su  palabra 
don  Juan,  com.o  caballero. 

D.a  León.  ¿  Que  tan  adelante  pasa  ? 

D."*  Elvir.  Tiéneme  ya  obligaciones. 

3JARTÍN.      Si  aguárdameos  a  que  salga 
Inesilla,  ha  de  decir 
que  yo  le  tengo  otras  tantas. 

D.  Juan.     ¡  Yo  pienso  que  estoy  soñando, 
Martín ' 

D.'^  León.  ¡  Los  cielos  me  valgan  ! 

Mas,  ¿  si  fuese  esta  traidora  (Ap.) 
por  quien  don  Juan  se  va  a  Francia  ? 
Ella  será,  que  no  hay  duda.  (3) 

D.^  Elvir.  Leonor,  también  es  tu  causa 
la  que  le  toca  a  mi  honor : 
busca  tú  la  mejor  traza 
que  puedas ;  dile  a  mi  padre 
que  donde  hay  nobleza  tanta 


D.=^  Lhu. 


como  en  don  Juan  y  las  partes 
que  conoce  toda  España, 
que  me  le  dé  por  esposo, 
antes  que  la  libre  fama 
descubra  en  lenguas  del  vulgo 
tan  a  mi  costa  mi  infamia. 
Y  si,  por  desdichas  mías, 
no  me  cumple  la  palabra 
don  Juan,  en  Lucrecia  viven 
puñales  y  en  Porcia  brasas 
para  darme  yo  la  muerte 
por  tan   legítima  causa ; 
porque  no  es  razón  que  vivan 
las  que  nacen  desdichadas. 
(Fase.) 

,  j^uKua  quedo  yo,  en  verdad! 


(i)     En    B   y    C:    "incendio". 

(2)  Aqui    falta   algo. 

(3)  En   C:   ■■;  quién  lo   duda?" 


(Sale  DON  JUAN  y  Martín.) 

2\L\RTÍN.      Aquí  empieza  otra  jornada. 

"¡Cata  Francia,  Montesinos!" 

D.^  León.  ¿  Por  no  cumplir  su  palabra 
se  ausenta  vuesa  merced? 
¿  Postas  toma  para  Francia 
un  honrado  caballero 
con  obligaciones  tantas 
de  una  mujer  principal? 

D.  Ju.^N.     Bien  (i)  se  ve  que  han  sido  trazas 
de  las  dos,  para  que  sufra 
una  muerte  dilatada, 
con  celos  tan  descubiertos, 
que  ya  muestran  las  palabras 
de  Elvira  que  son  fingidas, 
aunque  no  sé  a  quién  engañan. 
Y  esta  no  es  satisfacción; 
que  no  merece  escuchalla 
quien  dijere  que  yo,  huyendo,  (2) 
tomo  postas  para  Francia. 
Si  a  vuesa  merced  le  importa 
y  gusta  que  yo  me  va3'a, 
porque  no  estorbe  las  horas, 
si  con  don  Diego  las  pasa, 
yo  me  iré,  no  me  dé  priesa,  , 

que  solamente  aguardaba 
la  respuesta  del  papel 
que  le  lleva  su  criada 
a   don   Diego. 

D.'^  León.  Pues  espere, 

y  verá  como  se  engaña 
y  sabrá  dónde  fué  Inés; 


(i)     En  B  y  C  :   "ya". 

(2)     En  A':   "quien  dice  que  huyendo  yo". 


556 


LA   MERCED   EN  EL   CASTIGO 


aunque  yo  estoy  agraviada 

de  suerte,  que  no  merece 

escuchar  de  mis  palabras 

ninguna  satisfación. 
D.  JüAX.     Pues  voime,  por  no  escuchalla. 
D.'  Leox.  ¡  Eso  quieres  tú,  traidor, 

porque  no  tome  venganza 

del  delito  más  cruel 

que  pudo  trazar  la  infamia 

de  un  villano  cauteloso, 

que  toma  injurias  (i)  por  armas! 
Martín.      Al  perderse  don  Beltrán 

en  el  camino  de  Francia, 

¿  hubo  tanta  polvareda  ? 
D.*  León.  Ya  sé  que  tienes  el  alma 

forzada  en  presencia  mía. 

¡  ^'"ete,  ingrato ! 
D.  Juan.  ¡  Qué  palabras 

para  cubrir  un  delito ! 

Ya  sé  que  a  don  Diego  amas. 

¿  Celos  a  mí  ? 
Martín.    '  ¡  Qué  genial  (2)  he  sido  ! 

D.  Juan.     ¡  Si  más  pusiere  mis  plantas 

en  tu  casa... ! 
D."  León.  ¡  Por  no   verte 

daré  lo  que  no  es  el  ahna ! 
D.  Juan.     Será  porque  ya  la  diste. 
D."  León.  ¿A  quién,  traidor? 
D.  Juan.  Lo  que  hablan 

papeles  no  hay  que  encubrirlo. 
D.*»  León.  Si  yo  viera  que  importara 

dijera  para  quién  era; 

pero  no  quiero  que  vayas, 

villano,  con  ese  gusto. 
Martín.      Señor,  ¿hemos  de  ir  a  Francia? 
D.  Juan.     ¡  Y  aun  al  más  remoto  clima ! 

Prevén,  Martín,  la  jornada ; 

que  si  por  matarme  finge, 

quiero  en  esto  contcntalla, 

y  despídete  por  mí 
'    de  su  padre  y  de  su  hermana, 

y  della  jamás  te  acuerda. 
(Dale    una    sortija.) 

D.^  León.  Toma,  Martín,  porque  vayas, 

sin  acordarle  mi  nombre; 

y  avisarásme  en  tus  cartas 

no  más  que  de  tu  salud. 
Martín.      ¿Y  no  avisaré  a  las  ancas 

de  la  de  mi  amo? 

(i)     En    B    y    C:    "envidia". 

(2)     En  A   y   B  :   "general",   por  errata. 


D.a  León.  No, 

que  hasta  su  nombre  me  cansa. 
D.  Juan.     Pues  imagina... 
D.^  León.  .  Pues  piensa... 

D.  Juan.     Que  yo... 
D.==  León.  Que  yo... 

Martín.  ¿Qué  ensalada 

es  ésta,  cielos? 
D.  Juan.  Yo  i  reme, 

como  guste  que  me  vaya. 
D."  León.    Yo,  por  mí,  más  que  se  quede. 
Martín.      Voltéame  estas  castañas  (i) 

que  se  queman. 


{Sale  Inés.) 

Inés. 

Señor  viene. 

Fui  3'  no  te  hallé  en  casa 

para  darte  este  papel ; 

mira  que  Leonor  aguarda 

esta  noche  la  respuesta. 

D.  Juan. 

¿  Adonde  ? 

Inés. 

Por  la  ventana, 

para  sosegar  tus  celos. 

D.  Juan. 

Yo  para  rendirle  el  alma. 

Martín. 

También  yo  te  aguardo,  Inés. 

Inés. 

¿  Dónde  ? 

Martín. 

En  las  Navas  (2)  de  Francia. 

(l'ansc.    y    sale    don    Diego    de    noche.) 

Don  Diego. 
¿  Que  el  temor  y  el  respeto 
me  tengan  tan  sujeto? 
Que  el  Rey  estorbe...   ¡  Ah,  cielos, 
vengar  agravios  y  templar  {3)  mis  celos ! 
Las  noches  que  ha  venido 
a  la  calle  don  Juan  (estoy  perdido 
de  impacientes  enojos) 
acompañando  al  Rey,  dando  a  mis  ojos 
reprimidos  Ajénenos, 
pues  de  venganzas  llenos 
en  tan  estrecho  paso, 

¿  no  muestran  que  me  hielo  y  que  me  abraso,  (4) 
cuando  más  desconfío, 

porque  no  entienda  el  Rey  que  el  fuego  es  míe  ? 
Pero,  ¿qué  importa  que  mi  rabiosa  furia  (5) 
satisfaga  la  injuria 
a  costa  de  mi  vida, 


(i) 

En    A:    "Voltéense    las    castañas". 

(2) 

En   A:    "En   la   raya". 

(3) 

En    B:    "estorbar". 

(4) 

Los  ocho   versos   anteriores   faltan  en   B. 

(5) 

Verso   largo". 

TORNADA  SEGUNDA 


556 


que  por  tan  noble  amor  es  bien  perdida  ? 

A  un  tiempo  me  dan  celos, 

entre  las  nubes  de  medrosos  hielos 

el  Rey  y  el  castellano ; 

celos  me  abrasan  con  poder  tirano 

y  de  piedad  ajenos: 

pues  enemigos  son,  queden  los  menos. 

Con  don  Juan  probaré  mi  triste  suerte, 

3'  si  le  doy  la  muerte 

al  Rey  confesaré  que  amor  me  obliga; 

que  si  delitos  como  rey  castiga, 

como  amante  sabrá  bien  de  los  míos 

perdonar  amorosos  desvarios,  (i) 

El  balcón  han  abierto; 

el  bien  o  el  mal  es  cierto. 

Gozaré  de  la  luz  que  al  sol  me  guía 

y  aguardaré   con  bárbara  porfía 

la  muerte  o  la  vitoria, 

causando  asombros  al  amor  mi  historia. 

i  Sale     al     balcón     Leoxor.) 

Doña  Leonor. 
Como  no  puede  haber  gloria  cumplida 
en  la  estrecha  prisión  de  nuestra  vida, 
así  de  amor  las  luces  más  serenas 
se  turban  con  las  sombras  de  mis  penas. 
Cuando  mi  hermana  confesó  su  engaño 
por  modo  tan  extraño 
que  admiró  mi  cautela, 
y  el  alma  se  desvela 

porque  entienda  don  Juan  que  es  centro  mío, 
adonde  mi  albedrío 
con  cadena  amorosa 
tiene  prisión  dichosa, 
hallo  que  si  he  de  hablarle 
su  peligro  yo  misma  he  de  causarle, 
que  es  fuerza  que  don  Diego 
con  el  discurso  ciego 
solicite   su  ofensa,   aborrecido, 
y  mi  padre,  ofendido, 
que  sus  locuras  sabe, 
burlando  a  la  vejez  el  peso  grave, 
el  valor  solicita 
a  quien  España  imita, 
y  descolgando  el  oxidado  acero 
le  tina  en  sangre  de  su  pecho  fiero, 
porque  las  nieblas  de  la  noche,  obscuras, 
repriman  el  verdor  de  sus  locuras  (2). 
Gente  en  la  calle  siento. 


(i)     En  A  y  B  faltan  los  18  versos  anteriores. 
(2)     En  A  y  B   faltan  los  22  versos  anteriores. 


Dox  Diego. 

¿Sois  vos,  dulce  tormento, 
donde  mis  penas,  aunque  muero  en  ellas, 
me  dan  gloria  ma3-or  al  padecellas? 
D.^  León.       Yo  soy,  don  Diego  cruel, 
la  que  seré  más  constante 
en  aborrecer  tu  nombre 
que  en  dar  venenos  un  áspid; 
porque  has  de  hallar  en  mi  alma  (i) 
juntas  estas  propiedades : 
valor  para  no  quererte 
y  olvido  para  matarte. 
¿  Qué  presumes  ?  ¿  Qué  pretendes, 
si  conoces  que  es  más  fácil 
haber  en  la  Libia  hielos 
como  en  la  Citia  volcanes, 
arder  el  fuego  entre  espumas 
y  ser  punto  fijo  el  aire? 
D.  Diego.  Esos,   imposibles   todos 
D.^  Leox.  i  A}',  Dios,  que  mi  hermana  sale, 
y  temo  sospechas  suyas  ! 

iVase.) 

D.  Diego.  Espera,  si  quieres  darme 
entre  imposibles  opuestos 
más  desengaños  mortales; 
pero  como  los  deseo 
piensan  que  alegran  y  vanse, 
por  matar  cuando  se  ausentan; 
que  suelen  ser  los  pesares 
de  la  calidad  del  bien, 
que  huyen  antes  de  gozarse  (2). 

(Salen  don  Juax  y  Martíx,  con  rodelas.) 

Martín.      Señor,  diz  (3)  que  los  poetas 
saben  bravas  propiedades 
de  cosas. 

D.  Juan.  ¿Por  qué  lo  dices? 

}^ÍARTÍx.      Porque  ayer  me  dijo  un  sastre 
que  un  poeta,  su  A-ecino, 
pintó  de  noche  una  calle 
con  un  silencio  profundo 
y  una  oscuridad  (4)  notable. 
Ladrar  un  perro  muy  lejos; 
tocar  un  convento  laudes 
y,  porque  nadie  respire, 
meterse   cartujo   el   aire. 


(i)  En  B  y  C  :  "amor". 

(2)  En   E    faltan    los   seis   versos    anteriores. 

(3)  En    C:    "Dícenme". 

(4)  En   C:    "soledad". 


558 


LA   MERCED  EN  EL   CASTIGO 


Sobre  todo  al  miedo  pinta 
muy  armado,  pero  en  balde, 
porque  está  sin  corazón, 
y  no  hay  quien  mande  las  carnes. 
Pisaba  con  pies  de  lana, 
pero  por  pintura  pase, 
que  a  ser  lana  destos  tiempos 
costara  un  ojo  el  calzarse; 
todo   vestido    de   sombras, 
y  dije,  mirando  al  sastre: 
Miente  el  poeta  mil  veces, 
que  al  miedo  no  ha  de  pintarse 
tan  obscuro  como  eso. 
D.  Juan.     Tú  eres  el  que  te  engañaste, 

que  obscuro  le  pintan  siempre. 
Martín.      ¿Pues  brava  obscuridad  hace! 
D.  Juan.     ¡  Ya  te  entiendo  ! 
D.  Diego.  Gente  he  visto ; 

dos  bultos  hay  en  la  calle, 
y  con  cuidado  se  acercan : 
ya  no  hay  amor  que  me  engañe. 
Claro   está  que  será  el   Rey, 
ejecutivo  y  amante, 
y  don  Juan  quien  le  acompaña, 
haciendo   la   empresa    fácil. 
¡  Oh,    muda    veneración 
de   los    reyes,    no    acobarden 
tus   respetos   al  valor, 
pero  es  traición  no  humillarse  ! 
Quiero  dar  la  vuelta  luego, 
y  si  don  Juan  se  acercare 
a  la  ventana,  podré, 
•con  los  celos  que  me  traen, 
pues  privan  de  seso  el  alma 
del  que  más  discursos  hace, 
embestirle,   con   disculpa 
de  que  no  hay  cosas  que  agravien. 
D.  Juan.     Martín. 
Martín.  Yo  tomara  ahora, 

pues   que  mi   nombre  lo   saben 
los  tordos,  verme  esta  noche 
donde  las  campanas  tañen. 
D.  Juan.     El    Rey,    por    más    encubrirse, 
está  esperando  en  la  calle 
a  que  salga  a  su  balcón 
Leonor,  por  ver  si  su  amante 
encubierto  llega  a  hablarla; 
que  aunque  aumenta  mis  pesares, 
no  le  he  dicho  al  Rey  quién  es; 
porque    fuera   hazaña   infame, 
cubriendo  yo  mi  delito, 
querer  del   suyo   vengarme 


por  mano  más  poderosa, 
teniendo  yo  noble  sangre. 
Quiere,  pues,  el  Rey,  que  ignora 
que  él  es,  que  yo,  sin  hablarle, 
de  la  calle  lo  desvíe 
o  a   cuchilladas  lo  mate. 

Mantín.      Pues  si  le  dan  a  escoger, 
si   no   se   va  es  un   salvaje. 

D.  Juan.     Tú,  pues,  has  <!e  dar  la  vuelta 
para   volver   a   avisarme 
y  ver  si  pasa  algún  hom.bre 
mientras   yo,   pues   es   tan    fácil, 
me  llego  a  hablar  a  Leonor. 

Martín.      ¿Y  si  don  Diego... 

D.  Juan.  No  canses 

el  mundo.  Entonces  haré 
todo  lo  que  el  Rey  me  mande, 
y  satisfaré  mis  celos. 
¿No  te  vas?  ¿Temes,  cobarde? 
¿Tienes  miedo? 

Martín.  No,  señor, 

sino  lo  que  dijo  el  sastre. 
(Vasc.) 

D.  Juan.     ¡  Qué  dicha  mi  amor  tuviera 
si  para  afrentar  celajes 
Leonor  bordara  de  luces 
cielo,  reja,  sombra  y  calle!  (i) 

(Sale    DON    Bermudo.) 

D.  Berm.    ¡  Válganle  el  cielo  !  ¿  Qué  he  visto  ? 
Ya  las  evidencias  salen 
a  confirmar  mis  sospechas. 
¿  Que  tanto  ya  se  desmande 
el  desprecio  de  mis  años 
que  juzgue  empresa  tan   fácil 
el  atreverse  a  mi  honor? 
¿  Pues  no  advierte  que  la  sangre,, 
aunque  esté  en  las  venas  fría, 
cuando  en  pechos  nobles  nace 
con  el  fuego  de  una  afrenta 
suele  hervir  para  vengarse?  (2) 
¡  Vive  Dios,  que  han  de  entender 
escandalosos  galanes 
'que  es  mi  honor  torre  invencible, 
y  que  es  la  guarda  un  gigante. 

(Sale    DOÑA    Leonor    al    balcón-) 
D.^  León.  ¡  Gracias  a  Dios  que  mi  hermana 


(i)     En    A:    "el    pabellón    de   diamantes". 
(2)     En   A  y  B   faltan  los   cinco  versos  anteriores ;: 
y  en  lugar  de  ellos  hay   éste  : 

"a  mi  valor  y  a  mi  sangre." 


JORNADA  SEGUNDA 


559 


me  dejó  y  entró  a  acostarse! — 
Don  Diego,  ¿quieres  más  pruebas 
de  que  juzgo  a  disparates 
vuestras  mal  gastadas  horas? 

D.  Juan.     Leonor,  mi  bien,  escuchadme, 

D.  Berji.    ¿Esto  escucha  mi  valor? 
Las  desórdenes  ataje 
de  este  mozo  inadvertido. 

D.  Juan.     Un  hombre  he  visto  acercarse ; 
será  don  Diego,  sin  duda. 
Pues  que  no  ha  llegado  a  hablarme, 
gloriosa  ocasión  me  ofrece 
tener  por  empresa  un  ángel, 
dándome  aliento  los  rayos 
de  sus  ojos  celestiales. 

D.  Berm.    Locuras  tan  manifiestas, 
atrevimientos  tan  grandes 
dejarán   por   escarmiento 
las  piedras  vueltas  en  sangre;  (i) 
porque  la  sangre  villana, 
que  la  que  ofende  no  es  sangre 
de  hombres  nobles,  se  ha  de  ver 
por  testigo  (2)  miserable  (3) 
de  honradas  venganzas  mías. 

D.^  León.  Esta  es  la  voz  de  mi  padre, 

y  es  bien  que  el  temor  me  ausente, 
entre  desdichas  tan  grandes, 
por  no  escuchar  mi  deshonra. 


(Vase.) 


D.  Juan 


D. 


D. 


D. 


A  quien  piensa  que  es  bastante 
para  que  yo  no  conquiste 
esas   luces   celestiales 
que  con  favores  me.  animan, 
haré  que  le  desengañen 
rayos  que  aceros  fulminan  (4) 
contra  soberbios  gigantes. 
Berm.  Si  son  palabras  las  nubes, 
sin  que  las  estorben  bajen, 
y  rayo  a  rayo  compitan, 
hasta  que  el  uno  desmaye. 

{Riñen.) 

Buen  caballero  es  don  Diego ; 
riñe  con  valor  notable. 
Hasta  la  cólera  quiere, 
como  todo,  ejercitarse; 
ha  mucho  que  lo  dejé. 


Juan. 
Berm. 


(i)  En    C:    "jaspes". 

(2)  En   C:   "castigo". 

(3)  Faltají  en  B  los  cuatro  versos  anteriores. 

(4)  En  A:  "rayos  de  mis  propios  celos". 


y  así  el  valor  no  se  espante 
que  le  dure  tanto  a  un  hombre. 

(Sale   el   Rey  por   donde  está  el  viejo  y   don    Diego 
por    la    otra    parte.) 

D.  Diego.  Mucho  me  empeña  el  amor: 

¿pendencia  en  la  misma  calle 

donde  hay  peligro  de  rey? 

No  sé  cómo  el  fuego  ataje. 
D.  Juan.     Caballero,  gente  viene. 
D.  Berm.    Pues  las  espadas  descansen 

con  disimulado  aliento. 
D.  Juan.     ¡  Buen  pulso  ! 
D.  Berm.  ¡  Fuerza  notable  ! 

Rey.  Don  Juan. 

D.  Berm.  ¿  Quién  eres  ? 

Rey.  El  Rey. 

D.  Berm.    ¡Cielos!,  ¿qué   es   esto?  ¿Ha}'  más 

[grave  (i). 

ocasión?    ¡Confuso    estoy, 

sin  saber  aprovecharme 

del  discurso  ! 
Rey.  ¡  Gran  valor 

tiene  el  contrario  !  Dejadme, 

que  he  de  ver  si  me  resiste. 
D.  Berm.    ¿Qué  intentas,  señor?  ¿Xo  sabes 

que  es  nuestra  vida  la  tuya? 
Rey.  Esto  ha  de  ser;  soy  constante, 

y  tengo,  como  hombre,  celos. 

¡  Dejadme,  que  he  de  matarle, 

vive  Dios ! 
D.  Berm.  ¡Cielos!,  ¿qué  es  esto?' 

¿Hay  confusión  más  notable? 

Pero  la  vida  del  Rey 

es  ahora  lo  importante, 

sin  que  el  discurso  se  ocupe 

en  la  ofensa  que  me  hace ; 

su   peligro   remediemos. — 

Caballero,  no  es  cobarde 

quien  le  deja  el  campo  al  Rey: 

con  él  reñir. 
D.  Juan.  Algún  ángel 

me  dio  tan  dichoso  aviso 

en   peligro   semejante. 


íi)     Estos   versos,   en   A,   están   así: 
"Rey.  ¿  Don  Juan? 

Berm.  ¿Quién    es? 

Rey.  El  Re)-  soy  ; 

apartaos. 
Berm.  ¿Hay  más  grave",  etc. 


560 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


{Llega  a  la  puerta  don   Bermudo.) 

D.  Berm.  ¡  Mendo,  Fortún,  sacad  luces  1 
Martín.      Quiero  a  mi  amo  avisarle, 
para  que  no  le  conozca. — 

{Llégase    al    Rey.) 

Señor,  ya  es  gran  disparate 
aguardar,  que  viene  gente, 
y  saldrán  cuarenta  pajes 
con  hachas.  , 

Rey.  Muy  bien  adviertes, 

don  Juan;  pues  para  que  nadie 
intente  reconocerme, 
podrás  guardarme  la  calle 
mientras  que  yo  me  retiro ; 
muestra  el  valor  que  heredaste. 

{Vasc.) 

Martín.      ¿Esto  a  quién  ha  sucedido? 

D.  Berm.    ¡  Mostrad  luces  I 

Martíx.  No  las  saquen, 

que  quiero  volverme  a  escuras. 
D.  Juan.     Vuestra  Majestad  no  agravie 

su  dichosa  juventud. 
D.  Diego.  El  Rey  es.  ¿Ha  habido  trance 

más  peligroso  y  confuso  ? 
Martín.      Ea,  envainen,  envainen. 
D.  Diego.  Para  defenderos  son 

nuestras  armas  contra  alarbes. 
Martín.      Envainen,  que  yo  me  entiendo. — 

Aunque  fuera  rey  de  naipes 

no  me  pintaran  tan  presto ; 

mas  valgámonos  del  lance 

para  burlar  majaderos 

que  enamoran  en  la  calle. — 

¿Quién  sois  vos? 
D.  Juan.  Don  Juan,  señor. 

Martín.      Pues,  ¿  cómo  os  acuchillasteis 

por  vos,  cuando  yo  os  envío 

a  mi  negocio? 
D.  Juan.  El  Rey  sabe 

que  yo  pretendo  a  Leonor. 

¿Hay  bajeza  más  infame? 

Don  Diego  es  quien  se  lo  ha  dicho. 
Martín.      Todo  el  mundo  se  destape, 

que  quiero  saber  quien  son. 
D.  Diego.  Sólo  ha  venido  a  guardarte 

don  Diego. 
Martín.  Gentil  don  Diego, 

¿vos  pensáis  que  no  se  sabe 

vuestra  loca  pretensión? 

Y  pudierais  avisarme, 


porque  yo  no  me  picara 
de  una  mozuela  tan  fácil, 
que  viendo  que  la  servís 
con  tan  finos  disparates 
está  perdiendo  el  sentido 
por  don  Juan,  sin  más  achaque 
que  haberle  visto  matar 
un  leoncillo.  Vean  las  iñadres 
cómo  crían  a  sus  hijas, 
que  se  obligan  de  animales. 
Mas  ya  no  tiene  remedio : 
mañana  don  Juan  se  case 
con  doña  Leonor. 

D.  Berm.  Señor, 

advertid  que  tiene  padre. 

Martín.      í  Esto  ha  de  ser,  voto  a  Cristo ! 
¡  Su  padre  métase  fraile 
o  ahorqúese !  Vos,  don  Diego, 
porque  pueda  remediarse 
el  escándalo,  os  casad 
con  su  hermana. 

D.  Diego.  Será  darme 

mujer  por  fuerza. 

Martín.  Casaos ; 

o  haré  que  os  quite  un  alfanje 
la  cabeza  de  los  hombros 
u  de  donde  yo  la  hallare. 

D.  Diego.  ¡  Perdido  soy  ! 

D.  Juan,  ¿Hay  tal  dicha? 

D.  Berm.    ¿Hubo  crueldad  semejante? 

I\L-\RTÍN.      Y  yo  aguardo  a  la  mañana 
a 'escuchar  los  dispartes 
que  le  han  de  decir  al  Rey. 
¡  Ellos  son  lindos  bausanes  ! 


JORNADA  TERCERA 

{Sale   DON  Juan.) 

D.  Juan.         Llamarse  puede  locura 
la  diligencia  que  excede 
la  razón,  porque  no  puede 
imitarle  la  ventura. 

Con  las  diligencias  mías 
gané  rigores  y  celos; 
del   Rey   amantes   desvelos 
y  de  don  Diego  porfías. 

Cuando  mi  valor  juzgaba 
mi  diligencia  a  locura, 
me  dio  anoche  la  ventura 
el  bien  que  dudoso  estaba; 

que  el  Rey,  como  cuerdo  y  sabio, 


JORNADA  SEGUNDA 


561 


D.    TUAN. 


Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 
D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 

D.  Juan. 
Martín. 

D.  Juan. 

Martín. 

D.  Juan. 
Martín. 

D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 


D.    JitTAN. 

Martín. 


llegando  a  entender  mi  amor, 
con  tan  crecido  favor 
quiso  pagar  un  agravio. 

(,Sale  Martíx.) 

Martín,  poco  te  desvela 
mi  amor.  ¿  Dónde  te  quedaste 
anoche  ? 

Bien;  me  dejaste 
en  muy  buena  escarapela, 

¿y  dices  que  me  quedé? 
Yo  solo  fui  el  que  reñi. 
¿  No  fué  con  un  hombre  ? 

Si. 
Gracias  al  cielo  que  fué 

más  venturosa  tu  suerte, 
que  siempre  a  los  desdichados 
nos  caben  los  embozados. 
Pues,  ¿  cuándo  reñiste,  advierte  ? 
¡  Par  Dios,  con  linda  frialdad 
vienes ! 

Martin,  sin  mentir. 
Soy,  en  llegando  a  reñir, 
la  misma  puntualidad. 

Cuentas  pendencias  fingidas, 
que  no  suceden  jamás. 
El  que  riñe,  ¿d'ebe  más 
que  dar  señas  conocidas  ? 
Basta. 

¿  Pues  a  tu  contrario 
no  dijiste... 

¡  Gracia  tiene ! 
"Caballero,   gente   viene"  ? 
Y  aunque  fiero  y~  temeríy-io 
todo  lo  escuchaba  atento. 
¿No  dijo,  en  voces  templadas: 
^'Pues  descansen  las  espadas 
con  disimulado  aliento"  ? 
Dices  verdad. 

Pues  apenas 
os  apartasteis  los  dos : 
mucho  es  lo  que  debo  a  Dios : 
mercedes  a  manos  llenas 

me  hace  en  yendo  a  reñir. 
Cuéntalo  sin  rodear. 
Déjame  moralizar, 
pues  no  me  dejas  mentir. 

Digo  que  (deja  en  mi  mano 
que  diga  lo  que  quisiere, 
pero  más  de  lo  que  fuere 
no  cabe  en  ningún  cristiano). 
Llegóse   un  hombre   diciendo : 


D.  Juan, 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 
D.  Juan. 
Martín. 
D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan. 
3iIartín. 


"Esta  es  pendencia  doblada; 
hidalgo,  saque  esa  espada, 
que  mientras  están  riñendo 

nuestros  ahijados,  no  es  justo 
que  estemos  manivacíos." 
Diéronme  unos  calosfríos, 
por  ser  de  repente  el  susto ; 

pero  volvíme  a  cobrar, 
en  tanto  que  respondía. 
¿  Pues  el  otro  ? 

Esperaría, 
o  se  iría  a  pasear. 

¿  Desto  débese  derechos  ? 
Al  fin... 

Al  fin  metí  mano; 
mas  él,  como  un  tigre  hircaiio, 
me  dio  en  mitad  de  los  pechos 

una  valiente  estocada. 
¿Y  no  ibas  armado? 

No. 
¿  Pues  y  cómo  no  te  hirió  ? 
Porque  me  la  (i)  dio  gayada. 
¿  Riñendo  ? 

No  está  en  su  mano 
no  darla,  yendo  a  matar, 
y  cuando  la  quiere  dar 
suele  matar  un  cristiano. 

Era  valiente  y  cruel, 
y  como  se  mejoró, 
quiso  darme  otra  mayor; 
arremetí  para  él 

con  las  ansias  de  la  muerte. 
¿No  dices  que  no  te  hirió? 
Entonces  lo  pensé  yo; 
que  una  estocada  tan  fuerte 

con  un  estoque  buido, 
¿quién  diablos  ha  de  pensar 
que  no  me  había  de  matar  ? 
Está  bien. 

Sentí  ruido 
a  mano  izquierda,  y  hablaron 
nueve  embozados,  y  aun  diez, 
y  dije  entre  mi:  "Esta  vez 
muy  bellaco  lance  he  echado." 

Mas  como  era  noche  obscura 
me  tuvieron  por  pobrete, 
y  un  mozuelo  regordete, 
de  una  capa  azul,  procura 
pegármela. 


(i)     En  todos  los  textos:   "Porque  me   dio   la  ga- 
yada." 


Vil 


36 


5  62 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


D.  Juan.  Haciendo   obscuro, 

¿cómo  lo  pudiste  ver? 
Martín.      No  me  debes  de  entender, 
pues  declararme  procuro 

todo   lo   posible;   ya 
dije  que  me  había  asombrado 
con  el  que  me  había  llamado. 
D.  Juan.     Hasta  ahí  entendido  está. 
Martín.  Pues  oiga,  y  no  se  divierta, 

cómo  enderecé  con  él: 
Traía  el  hombre  broquel 
y  una  linterna  encubierta; 

mas  por  bien  que  se  gobierna, 
le  doy  tan  linda  estocada, 
que  atravieso  con  la  espada 
las  conchas  de  la  linterna. 

El,  que  su  muerte  barrunta, 
fué  sacando  atrás  el  pie; 
pero  yo  me  la  saqué 
atravesada  en  la  punta ; 

y  queriendo  asegundar 
con  un  revés,  él  huyó, 
y  la  espada  se  alargó 
tanto,  que  pudo  alumbrar 
la  linterna  que  llevaba 
a  la  gente  que  traía. 
D.  Juan.     Martín,  posible  sería; 

mas,  ¿cómo  no  se  apagaba 
la  luz? 
Martín.  Huélgome  que  estés 

tan  en  ello.  Sí  apagó, 
pero  luego  se  encendió 
con  el  aire  del  revés. 
D.  Juan.         Cuento  es  tuyo. 
Martín.  ¡  Linda  flema  ! 

(Salen    don    Bermudo,    el    Rev    y    don    Diego.) 

D.  Juan.     El  Rey  viene. 
Martín.  Obra  hay  cortada, 

que  ha  de  haber  una  ensalada. 
Cada  loco  con  su  tema. 

No  me  atrevo  a  alzar  los  ojos 
a  mirar  al -Rey. 

r\Iartín, 
hoy  tienen  mis  penas  fin. 
Berm.    Entre  pesares  y  enojos 

lucha  el  alma,  sin  saber 
con  qué  intento  el  Rey  pretende 
casar  mis  hijas;  ¿no  entiende 
que  el  soberano  poder 

no  ha  de   fundarse   en  rigor? 
¡  Qué  extraña  melancolía ! 


D.  Diego 
D 


Tuan. 


D. 


D.  Juan. 

Rey. 

D.  Juan. 

JMartín. 

Rey. 

Martín. 

Rey. 

Martín. 

Rey. 

Martín. 


Rey. 


Rey. 


D.  Juan. 


Rey. 
Martín. 

D.  Juan. 


Rey. 
Martín. 
D.  Diego 


Martín. 
D.  Diego 


Rey. 


Cánsame  la  luz  del  día, 

porque  es  contraria  al   (i)   amor. — 

Don  Juan,  ¿éste  es  el  criado 
que  ayer  me  habló? 

Sí,  señor. 
Tiene  entretenido  humor. 
Habla  al  Rey. 

Arrodillado 
le  hablaré. 

No  quiero  verte^. 
para  no  decir  locuras. 
Pues  aqui  tienes   figuras 
si  quieres  entretenerte. 
¿  Cuáles  son  ? 

Las  tres  que  mirasi. 
Tu  mal  discurso  te  engaña. 
No  hay  tres  locos  en  España 
más  graciosos.  ¿  Qué  te  admiras  E." 

Escúchalos  y  verás 
si  en  lo  que  te  digo  miento.  • 
Sirva  de  entretenimiento 
el  disparate  en  que  das, 
y  ejecutarle  pretendo, 
por  dejarte  avergonzado. — 
Don  Juan,  ¿cómo  habéis  pasado-' 
esta  noche? 

Agradeciendo 
tan  soberano  favor 
sin   haberlo   merecido, 
•pues  hacerme  habéis  querido 
dulce  dueño  de  Leonor. 
¿Qué  decís? 

Ahora  empieza; 
pues  déjelo  proseguir. 
No  hay  merecer  con  servir 
para  gozar  su  belleza. 

La  vida,  el  gusto,  el  honor 
debo  a  Vuestra   Majestad. 
Martín,  parece  verdad. 
Falta  ahora  lo  mejor. 

Que  honréis  a  don  Juan  es  justaj:> 
su  valor  lo  mereció; 
mas  no  permitáis  que  yo 
me  case  contra  mi  gusto. 

Este  es  de  otra  cuba.  ^ 

Elvira, . 
no  es  perderos  el  respeto, 
ha    hecho    de    otro    sujeto 
elección. 

¿  A  quién  no  admiran 


(i)     En  A:   "porque  es  confusión  mi"".. 


JORNADA  SEGUNDA 


563 


el  tema  en  que  dan?  Parece 
que  se  conciertan  los  dos. 
Martín.      Falta  el  viejo. 
D.  Berm.  ¡  Vive  Dios, 

que   mi   lealtad   no  merece 

el  pago  que  le  habéis  dado, 
después    de    haberos    servido, 
pues  a  mí  me  habéis  debido 
el  reino  que  habéis  ganado  ! 

Que  aunque   es   legítima  herencia 
de  vuestro  padre,  en  m.i  espada 
se    vio    Aragón    restaurada 
de   la   bárbara   violencia 

de  Almanzor,  que  no  se  aplaca 
menos   que  en   sangre  española; 
pero  al  fin,  mi  espada  sola, 
en    las    montañas   de   Jaca, 

animó  vuestras  banderas, 
muerto    vuestro    general, 
que,    defendiéndose    mal, 
quedó   de   las   tropas   fieras 

de  alarbes  vencido  y  muerto ; 
y  vuestra  gente,  rompida, 
casi  con  infame  huida, 
buscaba   seguro   puerto. 

Pero  yo  (atended  (i)  os  pido, 
Alfonso,    rey    de    Aragón), 
tomando    el    rojo    pendón 
que    vuestro    alférez,    herido 

de   una  arbolada   saeta, 
iba   ya   perdiendo,    fui 
quien   al   campo    redimí, 
que    a   la   española   trompeta 

sin    orden    obedecía, 
este  miserable  (2)   estrago, 
apellidando    Santiago ; 
y   antes   de   ponerse   el   día, 

la  montaña,  en  sangre  roja 
de    alarbe    humor,    nos    enseña 
un  blasón  en  cada  peña 
y  un  laurel  en  cada  hoja.  (3) 

Esta  Vitoria  debéis 
a  Bermudo,  y  le  pagáis 
con  el  rigor  que  mostráis, 
cuando  sus  servicios  veis. 
También  tengo  voluntad 
y  soy.de  mis  hijas  dueño, 
y  no  es  bien  que  en  tanto   empeño 


(i)     En   B:    "atención". 

(2)  En  B:   "admirable",  por  errata. 

(3)  En  A  faltan  las  cuatro  anteriores  redondillas. 


ponga  Vuestra  Majestad 

su  palabra  a  costa  mía; 
y  cuando  así  haya  de  ser, 
Leonor  ha  de   ser  mujer 
de   don   Diego,   que   porfía 

con  tan  ciega  obstinación. 
Ya  no  pide  (i)  otro  remedio, 
y  es  el  más  seguro  medio 
que  pide  nuestra   opinión. 

Pues   sois  prudente  y  discreto, 
tomad  consejo   con  vos, 
que  esto  ha  de  ser,  vive  Dios, 
sin   perderos   el   respeto. — 

Don  Diego,  si  es  que  hay  valor 
en  vos,  en  casa  os  espero 
esta   noche. 

(Vase.) 

D.  Diego.  En  vano  quiero 

lograr  mi  infeliz  amor, 

que,  imprudente,  don  Bermudo 
lo  ha  dicho  al  Re3^ 
Rey.  Ciego  he  estado, 

pues  no  he  descubierto  el  fuego 
que  vive  oculto  en  entrambos. 
Don  Diego  a  Leonor  pretende : 
que   Bermudo  no   fué,  acaso, 
hallarse  anoche  en  la  calle 
para   prevenir   el   daño. 
El  criado  de  don  Juan 
sabe  la  verdad  del  caso,* 
pues  con  donaire  me  avisa. — 
Don  Diego. 

¡  Ya  está  temblando 
el  corazón  en  el  pecho. 
Engañarme  fué  engañaros. 
¡  \'ive  Dios,  que  ha  de  pagar 
vuestra  vida ! 

No  hay  engaño, 
señor,  en  lealtades  mías. 
¡  Ya  las  luces  se  eclipsaron 
del  sol  que  me  daba  aliento ! 
Bermudo,  más  temerario 
que  prudente,  os  quiso  dar 
cuenta  de  mis  locos  pasos, 
engañado  en  la  sospecha 
y  en  el  discurso  engañado. 

D.  JVAN.     Yo,  señor... 

Rey.  _  Decid. 

D.  Juan.  ¡  Industrias, 


D. 

Diego. 

Rey. 

D. 

Diego. 

D. 

Juan. 

D. 

Diego 

(i)     Así   en   los  textos:   quizá   "cabe" 


564 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


valedme,  que  voy  pasando 
un  golfo  de  más  peligros 
que  griegos  eternizaron. — ■ 
Digo,   señor,   que  yo  sirvo 
a  doña  Elvira,  y  pensando 
que  vos  me  dierais  licencia, 
por  saber  que  estáis  prendado 
de  Leonor,  y  que  sería 
libertad  y  desacato 
poner  los  ojos  en  cosa 
donde  ponéis  los  cuidados, 
que  sin   saberlo  de   fiel; 
lo  descubrieron  mis  pasos, 
cuidadosos  y  advertidos; 
porque  los  celos  me  han  dado 
lugar  a  que  lo  conozca, 
y  estos  medrosos  recatos 
de  perderos  el  respeto 
dieron  silencio  a  mis  labios  (i) 
para  encubriros  mi  amor.  (2) 

Rey.  ¿Luego  estáis  determinado? 

D.  Diego.  Yo  corro  el  mesmo  peligro. 

Rey.  ¿  Si  os  doy  licencia  a  casaros 

con  Elvira? 

D.  DiEQO.  Sí,  señor. 

Rey,  Id  con  Dios. — Este  criado 

me  ha  de  decir  (3)  la  A^erdad. 
¡  Que  con  desatinos  tantos 
me  ciegue  amor,  que  me  obligue 
a  decir  a  un  hombre  bajo 
locas  liviandades  mías  ! — 
Oye  aparte. 

Martín.  Yo  me  aparto, 

no  tanto  como  quisiera, 
señor,  que  estoy  sahumado 
del  olor  que  vende  el  iniedo. 

D.  Diego.  Don  Juan,  los  que  son  honrados 
y  nobles,  aunque  los  celos 
obliguen  a  que  en  el  campo, 
ciegos  de  furor  y  envidia, 
lleguen  a  hacerse  pedazos, 
jamás  (de  los  nobles  digo) 
tratan  por  ajena  mano 
su  venganza,  y  yo  he  encubierto 
mi  amor  al  Rey  por  el  daño 
que  espero;  pues  os  preciáis 
de  valiente  castellano, 
enamorado,  discreto 


(i)     Faltan  en  A  los  ocho   versos  anteriores. 
(2)     En    A:    "por    eso    encubrí",    etc. 
(3)     En  A:   "me  ha  de  informar". 


y  caballero  bizarro, 
no  me  descubráis  al  Rey; 
que  a  tiempo  después  estamos, 
pues  nos  abrasan  los  celos, 
para  matarnos  entrambos. 

M.^RTÍN.      A  todo  lo  sucedido 

te  respondo  que  mi  amo 
lo  sabe  al  pie  de  la  letra. 

Rey.  a  solas  tengo  que  hablaros, 

dos  Juan ;  cerrad  esa  puerta, 

D.  Juan.  Ya  mis  temores  llegaron 
a  descubrir  el  peligro. — 
Salte  allá  fuera. 

Martín.  Si  acaso 

cantares  en  el  tormento,  ^ 

no  digas  que  te  acompaño 
estas  noches,  porque  el  Rey 
hará  ponerme   en   tres  palos,  (l) 
porque  no  sabe  de  burlas. 
Martín,  yo  tengo  cuidado. 
Si  sales  libre  del  potro 
en  mi  aposento  te  aguardo 
con  una  sábana  (2)  en  vino, 
(Vase.) 

Ya  las  puertas  he  cerrado, 
¿  Por  qué  ahora  me  pedisteis 
licencia  para  casaros 
con  Leonor? 

Porque  vos  mismo 
(si  acaso  no  me  engañaron 
mis  sentidos)   lo  mandasteis 
anoche,   cuando,  enojado 
con  don  Diego  y  don  Bermudo, 
les  enseñasteis  a  entrambos 
el  orden  de  obedeceros ; 
por  eso  os  han  informado 
como  visteis. 
Rey.  Advertid, 

don  Juan,  que  soy  quien  os  hablo, 

y  que  mentir  a  los  reyes 

es  un  recíproco  agravio, 

que  transformado  en  castigo 

mata  al  que  intenta  engañarlos. 

Anoche  pidieron  luces 

los  que  al  estruendo  llegaron 

de    las    espadas    desnudas; 

pero  yo,  por  no  alentarlos 

con  mi  ejemplo,  di  la  vuelta, 

encubierto  v  disfrazado. 


D.  Juan. 
Martín. 


D.  Juan, 
Rey. 


D.   Tuan. 


(i)     En  A:  "en  un  palo". 

(2)     En   A:    "con   diez   sábanas". 


JORNADA  SEGUNDA 


565 


dejándoos  en  mi  lugar 
porque  guardarais  (i)  el  paso 
si  alguien  quisiera  seguirme. 

D.  Juan.     Tan  severo  y  enojado 
os  veo,  que  echo  de  ver 
que  no  pretendéis  burlaros 
en  eso  que  me  decís. 
Pero,  señor,  acordaos 
bien,  porque  a  mí  no  me  disteis 
orden  de  guardar  el  paso 
ni  quien  había  de  seguiros. 
Sí  los  que  allí  nos  hallamos, 
humildes   como   obedientes, 
os  hablamos,  esperando 
morir   en   vuestro    servicio. 

Rey.  ¿  Es  posible  que  yo  aguardo 

tan   atrevidas    razones?   (2) 
j  Vive    Dios,    que   he    imaginado 
que  sois  hombre  mal  nacido  ; 
que  no  cabe  en  pecho  hidalgo 
tan   villano   atrevimiento, 
y  que  os  hiciera  pedazos 
si  lo  que  saber  procuro 
lo  hubiera  ya  averiguado  ! 

D.  Juan.     Sólo  a  un  Rey  puede  sufrir 

don  Juan  Manuel  este  agravio, 

si    bien   los    reyes   no   ofenden 

aunque  castiguen;  mas  tanto 

irritáis  mi  sufrimiento, 

que  de  mi  sangre  me  valgo 

para   deciros,   Alfonso, 

que  habrán  padecido  engaños 

Amestros  ojos,   ¡  vive  Dios  ! ; 

y   si   alguien   os   ha   informado 

en  contra  de  lo  que  he   dicho, 

fuera  de  vos,  en  los  labios 

se   quedó   preso  el  mentís, 

que  aunque  es  honroso  descargo, 

es  mejor  sufrir  la  afrenta 

que    dejar    acostumbrados 

los  oídos  de  los  reyes 

a   oír   términos    tan    bajos. 

Rey.  Pues  ya  que  de  parte  vuestra, 

por  temor  o  por  recato, 
esta  verdad  me  encubrís, 
en  lo  que  he  de  preguntaros 
me   la   decid,   o   pensad 
que  he  de  tomar  por  mis  manos 
la  venganza  en  vuestra  muerte. 


(i)     En  A:  "guardaseis". 

(2)     En  A:   "atrevida   respuesta?' 


D.  Juan. 
Rey. 

D.  Juan. 

Rey. 

D.  Juan. 

Rey. 

D.  Tuan. 


Rey. 


D.  Juan. 
Rey. 


D.   Juan. 


Rey. 


D,  Juan. 


Decid,  señor. 

¿En  qué  estado 
tiene  ya  su  pretensión... 
Temo  el  tiro  y  miro  el  blanco. 
Con  doña  Leonor  don  Diego? 
En  ninguno. 

¿  No  os  ha  dado 
cuenta  de  su  amor? 

Pudiera, 
a  tenerle ;  pero  es  vano 
el  presumir  que  don  Diego 
dé  jamás  por  ella  paso. 
¿Hubo  mayor  libertad? 
¿  Sabéis  que  en  persona  salgo 
a  batallar  con  los  moros? 
Sí,   señor. 

¿  Sabéis    que   traigo 
tinto  en  sangre  berberisca 
el  dorado  arnés? 

El   campo 
rinde   en  marciales   trofeos  .(i) 
Vitorias  (2)  a  vuestro  brazo. 
Pues,  ¿cómo  vos,  tan  resuelto, 
pensáis  ahora  libraros 
de  mi  enojo?  ¡Vive  el  cielo, 
que  he  de  haceros  mil  pedazos, 
por  venganza  y  no  castigo ! 
Pensad  que  soy  un  soldado 
a  quien  tenéis  ofendido, 
y  no  un  rey,  que  pues  que  salgo 
de  los  términos  (3)  de  rey 
en  tener  celos  tan  claros. 
Tampoco  es  bien  que  me  valga 
de  quien  sois  para  mataros. 
Sacad  la  espada,  o  decidme 
la  verdad. 

.Vunque  lino  jado 
borráis  la  imagen  suprema 
de  rey  con  celos  y  agravios, 
y  queréis  que  yo  imagine 
con  tan  atrevido   engaño, 
porque  mi  espada  os  resista, 
que  no  sois  Alfonso  el  Magno, 
el  concepto  de  quien  sois 
deja  tan  acobardado 
mi  valor,  que  es  imposible 
el  atreverme  a  miraros 
sin   temor  y   sin   respeto; 


(i)     En    A:    "despojos". 

(2)  En    A :    "trofeos". 

(3)  En   A:   "títulos". 


566 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


y  así,   cuando,  temerario, 
os  arrojéis  a  matarme, 
pensando  que  sois   soldado 
y  mi  igual,  os  engañáis, 
que  vienen  con  vos  armados 
escuadrones   de   respetos 
para  morir  por  guardaros. 
Mirad   si   hay  mucha  "Aventaja; 
demás  que  en  mi  pecho  hidalgo 
sólo  en  mi  defensa  viven, 
entre  blasones  honrados 
lealtades  que  os  sacrifico 
y  obediencias  que  os  consagro. 
Que  de  otra  suerte,  si  fuerais 
el  Tarife,  que  en  los  campos 
de  Córdoba  más  que  espigas 
brotó  berberiscos  rayos, 
¡  viven  los  cielos,  que  aquí 
le  dejara  escarmentado, 
con  más  heridas  que  vos 
pretendéis   hacerme   agravios ! 

Rey.  ¡  Hombre,  o  demonio,  no  estés 

en  mi  presencia ! —  A  estos  casos 
están  sujetos  los  reyes, 
aunque  se  precien  de  saliios  (i) 
si  con  injustos  amores 
se  igualan  a  sus  vasallos. 
¿  Qué  he  de  hacer  ?  ¡  Furioso  estoy 
con  el  fuego  en  que  me  abraso ! 
Veré  esta  noche  a  Leonor, 
para   salir  deste   encanto. 

D.  Juan.     Perdí  el  norte  v  el  camino, 
ciego  entre  naufragios  tantos, 
que  de  los  mismos  peligros 
saco  el  remedio  que  aguardo. 

(Vanse  y  salea   do%\   Leonor,   doña   Elvira  y   Inés 
con   dos   bujías.) 

Doña  Elvira. 
Leonor,   suerte   dichosa 
es  la  tuya,  que  es  mucho  siendo  hermosa : 
mi  padre  determina 
de   casarte  esta  noche. 

Doña  Leonor. 

¿  Qué   imagina, 
pues  sin  mí  gusto  a  tal  extremo  llego? 
¡  Cielos  piadosos!  ¿Y  quién  es? 

Doña  Elvira, 

Don   Diego ; 


(i)     En    B   y    C:    "en   tener   celos   tan   claros". 


mira  si  tú  pudieras 
pedir  al  cielo  más. 

Inés. 
Por   tus   quimeras 
se  ha  de  abrasar  en  fuego  aquesta  casa. 

Doña  Leonor. 
¡  Inés,  mi  corazón  es  quien  se  abrasa ! 

Doña  Elvira. 
¿Pues  no  me  das  albricias  de  tu  suerte? 

Doña  Leonor. 
i  Pienso  que  me  las  pides  de  mi  muerte ! 

Vete,  hermana  cruel,  que  ti'i  has  trazado 
suceso   de   mi   amor   tan   desdichado. 
¿Cómo  he   de   remediar   pérdida  tanta? 
Mi  propio  amor  me  espanta; 
mi  sombra  me  amedrenta 
y  la  misma  esperanza  me  alimenta. 
¡  Oh,  confusiones  mías, 
centro  de  mis  burladas  alegrías ! 
¡Perdí  todo  mi  bien!  (i) 

Doña  Elvira. 
Leonor,  ¿qué  dices? 

Doña  Leonor. 
Que  mi  temprana  muere  solemnices. 
Servirán    esta   noche,   muerta   a   hierro, 
las  hachas  de  mis  bodas  en  mi  entierro; 
que  esta  alma,  esta  vida  y  esta  mano 
no  han  de  reconocer  dueño  tirano ; 
que  no  ha  de  verse  tan  ilustre  fuego 
sujeto  en  las  prisiones  de  don  Diego. 

(Sale  DOK  Juan.) 

Don  Juan. 
Señora. 

Doña  Leonor. 
¡  Ay,  dueño  mío, 
voluntario  señor  de  mi  albedrío ! 
No  es  tiempo  ya  de  honesto  encogimiento; 
que  el  vecino  tormento, 
la  licenciosa  ejecución,  la  pena; 
la  terrible  cadena ; 
los  insufribles  lazos 
de  aborrecidos  brazos 
me  dan  licencia  en  tan  mortal  empeño 
para  llamarte  dueño. 
Y  porque  afectos  míos 
te  den  valientes  bríos 
para  pintarte  agora 


(i)     En  B  y  C  faltan  estos  nueve  \ersos  anteriores. 


JORNADA  SEGUNDA 


567 


íibsoluto  señor  de  quien  te  adora,  (i) 
mi  padre  (¡  ay.  Dios  !)  pretende 
casanne  con  don  Diego,  que  no  entiende 
que  merece  justísimo  castigo 
el  darme  por  esposo  a  mi  enemigo. 

Don  Juax. 
No  es  don  Diego,  señora, 
•el  que  pudiera  ahora 
turl)ar  las  esperanzas  que  me  ofreces, 
si  bien,  Leonor,  mereces 
más  calidad  y  prendas  que  las  mías : 
del  Rey  son  las  porfías; 
amante  y  poderoso, 
despechado  y  celoso, 
los   estorlbos  desvía 
con  que   le   ofende   la   esperanza   mía, 
y  por  vengar  con  celos  sus  enojos. 
Este  es  el  triste  estado 
•de  mi  amor  mal  logrado. 
Tan  ciego  estoy  y  tan  perdido  vengo, 
que  ni  tengo  valor  ni  fuerzas  tengo 
para  ejecutar  la  muerte,  que  me  llama 
como  en  la  ardiente  llama 
la  simple  mariposa, 
que,  volando,  medrosa, 
huye  la  luz,  y  luego 
su  descanso  mayor  busca  en  el  fuego. 

Doña  Leonor. 
Pues,  don  Juan,  mi  señor,  ha  sido  engaño; 
y  suele  la  mujer  templar  el  daño 
y  dar,  acelerada, 

mejor  consejo  cuanto  más  turbada. 
.¡  Huyamos,  mi  don  Juan  ! 

Don  Juan. 

Mi  bien,  huyamos. 

(Sale    Martín.) 
Martín. 
-j  Bien   aviados  todos  tres   estamos ! 

Doña  Leonor. 
Martín ,    ¿  qu  é   dices? 

Doña  Elvira. 

¿Hay  mayor  cautela? 

Martín. 
Toda  la  culpa  tiene  esta  mozuela. 


Don  Juan. 
x\caba,  si  es  peligro,  de  contalle. 

Martín. 

Déjame  pondetalle ; 

que  hay  peligros  que  dichos  de  repente 
no  mueven  casi  nada.   Justamente, 
nos  han  pescado  el  cuerpo;  un  embozado 
hallé  agora  parado. 


;  Dónde  ? 


(i)     Faltan  en  B  y  C  los  doce  versos  anteriores. 


Don  Juan. 

Martín. 
En   el   corredor. 


Doña  Leonor. 

¡Cierta  es  mi  muerte! 
Martín. 
Seis  pistolas  conté. 

Don  Juan. 
Martín,  advierte 
que  fuera  en  esta  casa  atrevimiento. 

Martín. 
¡  Por  el  Fénix  de  Arabia  que  no  miento ! 

Doña  Leonor. 
Pues,  don  Juan... 

Don  Juan. 
Leonor  mía, 
si  es  don  Diego,  es  muy  gran  descortesía, 
atrevimiento  loco, 
y  ha  de  entender  quién  soy. 

Doña  Leonor. 

Quien  tiene  en  poco 
mi  honor  y  mi  recato; 
cuando  cautelas  trato 
por  daros  posesión  del  amor  mío, 
¿con  tan  gran  desvarío 
queréis   perderos  y   perderme   ahora? 

Don  Juan. 
¿  Pues  qué  he  de  hacer,  señora  ? 

Doña  Leonor. 
Encubriros  en  parte  que  no  os  vea 
el  que  turbar  desea 
mi  amoroso  sosiego. 

Don  Juan. 
¿Y  si  fuese  don  Diego? 


568 


LA  MERCED  EN  EL  CASTIGO 


Doña  Leonor. 
El  mismo  Rey  que  fuera; 
me  veréis  tan  severa, 
que  reprima  su  vano  desconcierto. 

Don  Juan. 
De  vuestro  amor,  señora,  estoy  bien  cierto; 
pero  no  del  poder,  no  del  agravio. 
¿  Qué  varón,  el  más  sabio, 
con  lance  tan  mortal  no  desmintiera 
la  luz  de  la  razón  y  se  perdiera 
en  lazos  de  tan  ciego  laberinto? 
Sólo  por  vos  me  pinto 
cobarde  en  peligro  tan  urgente. 
(Vase.) 

Doña  Leonor. 
Pues  con  eso  alcanzáis  el  ser  prudente, 
porque  es  discurso  sabio 
padecer  por  amor  tan  nuevo  agravio. 

Doña  Elvira. 
Hermana,  ¿a  quién  no  admira 
un  cauteloso  amor? 

Inés. 
Todo   es  mentira, 
engaños  y  desA'elos, 
porque  no  hubiera  amor  faltando  celos. 

Martín. 

No  sé  dónde  me  esconda. 
En  la  calle  es  mejor. 

{Sale  el  Rey  por  donde  se  '^a  Martín.) 
Rey. 
¿  Ou'én  es  ? 

Martín. 

La  ronda. 
Rey. 

¿En  las  casas  se  ronda?  ¡Buen  gobierno! 

Martín. 
Soy  justicia  de  invierno: 
rondo  mejor  debajo  de  techado. 
¡Vive  Dios,  que  hemos  dado 
por  esos  cerros  de  Ubeda  y  Baeza. 
{Vase.) 

Rey. 

Yo  soy,  Leonor. 

Doña  Leonor. 

¿Qué  intenta  Vuestra  Alteza? 
¡Los  cielos  sean  conmigo! 


Rey. 

Ser  yo  mismo  testigo 

de  vuestra  ingratitud,  porque  no  ignoro 

que  me  pierde  el '  decoro 

quien  temerme  pudiera; 

pero  si,  loco,  espera 

favores  vuestros  en  ofensa  mía, 

verá  la  luz  del  día 

que  desvanezco  pretensiones  vanas, 

porque  hay  fuerzas  de  amor  más  soberanas. 

en  mi  pecho  abrasado, 

y  ha  de  quedar  templado 

en  vuestros  brazos  mi  amoroso  fuego, 

ya  que,  celoso,  a  descubrirme  llego. 

D.*  León.       No  la  humana  majestad 

tiene  imperio  en  alma  ajena, 
que  hay  alma  que  se  condena 
por  seguir  su  voluntad. 
Esta  hermosa  libertad 
sólo  el  gusto  la  sustenta ; 
pues,  ¿  cómo  con  tanta  afrenta 
pretendéis  gozarla  vos, 
si  el  mismo  Dios,  con  ser  Dios,- 
la  pide  y  no  la  violenta  ? 

De  lo  que  intentáis  aquí 
perdemos  honra  los  dos : 
mujer,  os  ofendéis  vos, 
y  dama,  me  ofendo  a  mí. 
Vuestro  poder  advertí, 
mas  si  es  cristiano  poder 
en  la  opinión  se  ha  de  ver ; 
tanto,  que  hemos  de  mirar 
vos  la  que  habéis  de  ganar 
y  yo  la  que  he  de  perder. 

Rey.  Bien  sé,  Leonor,  que  ese  aliento» 

y  esas  pretensiones  locas 
nacen  de  afición  cautiva, 
no  de  libertad  señora. 
A  don  Diego  quieres  bien, 
sus  pensamientos  adoras, 
sus    desvelos   agradeces 
y    con   lágrimas   los   compras, 
y  que  en  tu  casa  lo  encubres;, 
que  no  me  hablaras  tan  loca 
a  no  saber  que  te  escucha, 
porque  tan  necias  lisonjas 
no  son  para  amante  ausente. 
¡  Vive  Dios,  que  si  se  enoja 
la  severidad  conmigo, 
que  con  tu  afrenta  notoria 
he  de  ver,  viendo  tu  casa, 
quien  mis  favores  estorba !, 


JORNADA  SEGUNDA 


569 


D.'  León.  Señor,  advertid... 

(Sale    DON    Diego    y    don     Bermudo.) 

D.  Berm.  ¡  Perdidos 

somos  ya  ! 
D,  Diego.  ¡  Qué  rigurosa 

es  la  estrella  que  me   sigue  !- 
Rey.  Ya  que  mi  dicha  es  tan  corta, 

que  amor  la  engaña,  a  lo  menos 

desengaños  la  coronan. 
D.^  León.  ¿Qué  intentas.  Alfonso?  ;  Ay,  cielos  ! 

Mirad,  señor... 
Rey.  No  perdonan 

los  ce'los  la  cortesía. 

¡  Qué  confusa  Babilonia 

(Descúbrese    don    Juan.) 


D.  Diego, 
Rey. 


D.  Berm. 


Rey. 

D.   JU.AN 


es  la  que  el  alma  fabrica ! 
Aquí  mi  presencia  importa. 
que  entre  peligros  y  afrentas 
es  ya  mi  casa  una  Troya. 
Don  Juan,  ¿  qué  es  esto  ? 

Señor, 

como    de    vuestra    persona 
me   hacéis   centinela   y   guarda 
en    acciones    amorosas, 
y  faltabais  de  palacio, 
y  que  la  esfera  dichosa 
de  vuestro  amor  es  Leonor, 
entré   a  ver  si   el  que   estorba, 
en   la    calle   disfrazado, 
para    vengar    vuestro    enojo 
pudiera    encontrar   ahora 
entre   sospechas   y  sombras; 
mas  ya  que  he  A-isto  a  don  Diego 
y  es  ésta  ocasión  forzosa 
para    descubrir    verdades, 
os  digo  que  las  auroras 
truecan   con   él   en    la    calle 
los  requiebros  por  aljófar. 
D.  Diego.  ¡  Esto  ha  sido  cobardía, 

pues  con  ventaja  afrentosa 
me  ha  vendido  al  Rey ! 

Al  fin 
descubrí,  a  mi  propia  costa, 
que  ama  a  Elvira. 

¡  Ah.  buen  amigo! 
Ya  con  el  alma  dudosa 
me  dejaba  despeñar. — 
Pues,  don  Diego,  no  malogra 
los   deseos   quien   alcanza; 
v  a  saberlo  antes  de  ahora 


D.  Diego, 


Rey. 

D.a  León, 
Rey. 


D.'-^  Elvir 


D.^  León 


Rey. 


D.  Juan. 


D.  Diego 
Rey. 


excusai'ais  los  desvelos : 

doña  Elvira  es  vuestra  esposa; 

dadle  la  mano. 

Señor, 
mirad  primero... 

Xo  ignora 
que  es  un  rey  el  que  la  casa; 
y  si  con  alma  dudosa 
vos  replicáis  a  mi  intento, 
vendré  a  pensar  que  las  horas 
gastáis  en  ofensa  mía, 
queriendo  a  Leonor. 

¡  Qué  sombras, 
entre  obediencias  mortales 
turban  la  luz   generosa 
del  sol  que  adoro  !  ¡  Paciencia  ! 
Al  fin,  ¿quieres  que  conozca, 
Leonor,  que  a  don  Diego  estimas  c' 
Fué  la  obediencia  forzosa. 
Pues  verás  en  mis  deseos 
cómo  tus  amores  logras 
con  amantes  osadías, 
y  esta  venganza  celosa 
me  pide  castigos  tuyos. — 
Elvira,  seguras  honras 
os  promete  la  venganza 
de  don  Diego,  si  de  esposa 
le  dais  la  mano. 
A.  Señor, 

más  que  por  ganancia  propia 
la  doy  por  obedeceros, 
supuesto  que  no  se  logran, 
cuando  se  oponen  los  reyes, 
prevenciones  amorosas. 
Arengasteis  ya  vuestros  celos, 
Alfonso;  que  bien  se  apoyan 
mis  dichas,  si  mi  fortuna 
no  las  destruye,  envidiosa  ! 
Esta  ha  sido  la  venganza, 
y  el  castigo  falta  ahora. 
Con   hombre  a  tu  gusto  extraño 
te  he  de  casar,  porque  pongas 
a  cuenta  de  ingratitudes 
las  pesadumbres  que  ignoras, 
si  a  tu  designio  te  casas. — 
Don  Juan,  si  os  parece  ahora 
venganza,  el  tiempo  y  olvido 
os  dará  con  paz  dichosa 
conocidos  desengaños. 
Xo  hay  mujer  en  Zaragoza 
con  quien  yo  pueda  ofreceros 
más  calidad  y  más  honra; 


570 


LA  MERCED  EN  EL   CASTIGO 


y  a  no  trazarse  en  Navarra 
mi  casamiento,  coronas 
le  ofreciera  por  deseos. 

D.  Juan.     Es  muy  justo  que  coitózca 
mercedes  tan  soberanas ; 
mas  bien  sabéis  lo  que  importa 
la  voluntad  de  Leonor. 

D.^  León.  Donde  violencias  pregonan 
castigos,  no  hay  que  esperar 
piedad  ni  misericordia. 
Esta  es  mi  mano,  don  Juan. 

Rey.  Ya,  por  lo  menos,  señora, 

con  un  castigó  amoroso 
alcanzo  venganza  ahora 
de  mi  enojo. 

D.  Juan.  No  alcanzáis, 

que  esta  ha  sido  cautelosa 
estratagema  de  amor, 
que  aún  los  cielos,  con  piadosa 
disposición,  no  permiten 
en  las  acciones  que  ignoran 
los  reyes,  que  por  su  culpa 
las  yerran.  Leonor  hermosa 
ha  estimado  mis  deseos, 
y  yo,  con  penas  dichosas, 
he  merecido  su  amor. 

Rey.  Discreto  sois,  pues  la  gloria 

que  puede  alcanzar  un  rey 
logrando  una  acción  heroica, 
no  queréis  que  yo  la  pierda 
por  ignorancia   celosa. 
Yo  os  perdono,  y  agradezco 
esta  alcanzada  vitoria 
de  mí  mismo,  f»ues  me  alegro 
de  A'uestras  dichosas  bodas, 
cuando  pensé  castigaros. 

Martín.      Y  en  esta  verdad  apoyas 
el  crédito  de  un  criado, 
que  has  de  saber  que  esta  historia 
la  trazó  toda  mi  industria 
fingiéndome    tu    persona 
aquella  noche  pasada  (i) 
y  así,  señor,  premia  ahora 
mi  despejo  con  hacer 


(i)     Faltan  éste  y  los  tres   versos  anteriores   C.   y 
■en  A. 


que  Inés,  a  suerte  dichosa, 
sea  de  aquesta  perdiz 
reclamo  de  su  tahona, 
hacienda   de   su  taberna 
el  ramo  de  su  persona, 
el  cuyo  de  su  hermosura, 
el  dueño,  pues,  de  su  gloria, 
la  gracia,  supuesta  digo ; 
que  de  sus  manos  de  alcorza 
espero,  si  no  molletes, 
comer  sazonadas  tortas,  (i) 

í-Jey.  Estimo  tu  buen  humor, 

y  así  por  mi  cuenta  corra 
el  premio :  desde  hoy  serás 
acera  de  mi  persona, 
con  mil  ducados  de  renta 
entretenido,  y  tu  esposa 
Inés;  darásle  la  mano, 
que  es  justo. 

Inés.  Ser  tuya  sobra, 

mi  Martín:  esta  es  mi  mano. 

D.  Juan.     Donde  con  pluma  tan  corta 
quiso  pintar  el  poeta 
en  esta  apacible  historia 
la  merced  en  el  castigo, 
pues  la  hace  quien  perdona. 

Fin. 


(2) 


(i) 
dice; 


(2) 

éstos : 

Mart. 


Rey. 
Mart. 


Ijíés. 
Mart. 


Desde   aqui    la    edición    de   la   Parte   XL   sólo 

y   con   esto,   aqui   da   fin 
el   Dichoso    en   Zaragoza. 
En   lugar  de  los  28   versos  anteriores,  A  trae 

Razón   es   que   reconozca 
tu    majestad    que   yo    fui 
el   que   te   contó   la  historia 
de    todo    lo    sucedido ; 
que  una  noche  mi  persona 
respetaron  por  la  tuya, 
donde    de    sus    mismas    bocas 
supe  cuanto  ellos  te  han  dicho. 
Pues  yo  te  doy  por  esposa 
a    Inés    con    seis    mil    ducados. 
Los   seis   mil   tomara   agora, 
que  el   casarme   con   Inés 
es    darme   pena   por    gloria. 
Yo    soy    tuya. 

Y  yo   soy  tuyo. 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA, 

Y  VENTURA  POR  EL  SUEÑO. 


COMEDIA   FAMOSA 

DE 

LOPE    DE     VEGA    CARPIÓ 


HABLAN    EN    ELLA    LAS    PERSONAS  SIGUIENTES : 


El   Rey   de   Ñapóles. 
Don   Pedro,  galán. 
LupERCio,    lacayo- 


Fabio,  marqués. 

Alcido,   Meliso,   villanos. 

LuciXDA,   princesa. 


Laura,  villana. 
Leoxela,  dama. 
Otro  Villano. 


JORNADA   PRIMERA 

<CSale   don    Pedro   como   de   noche  de   una  tormenta. 

D.  Pedro.       ¡  Gracias  al  cielo,  que  toca, 
después  de  naufragio  tanto, 
confusa  tierra  mi  espanto, 
mi  planta  distinta  roca ; 
todo  a  tristeza  provoca, 
pues  cuando  mi  pie,  no  enjuto, 
por  aqueste  monte  bruto 
pisa  ignoradas  alfombras, 
todo  es  túmulo  de  sombras, 
todo  es  peligro  de  luto ! 

El  menos  frondoso  pino 
y  el  escollo  no  mayor, 
gigantes  de  mi  temor 
se  oponen  a  mi  camino; 
desdichas  sólo  imagino, 
y  en  la  confusión  vecina, 
por  donde  mi  pie   camina, 
el  cielo,  a  quien  doy  querellas, 
o  me  niega  sus  estrellas 
o  sus  rayos  me  fulmina. 

Y  en  el  tenebroso  horror 
mil    formas    imaginadas 
con    fantásticas   espadas 
amenazan  mi  valor : 
todo  es  ya  mortal  rigor, 
todo  es  moiíte  sucesivo, 
y  en  el  temor  que  recibo 
tengo  el  valor  tan  incierto. 


que  para  juzgarme  muerto 
todo  me  parece  vivo. 

Vomitóme  el  mar  airado : 
perdonó   soberbiamente, 
entre  su  furia  inclemente, 
mi  vida,  por  desdichado. 
A  tal  peligro  he  llegado 
de  confusiones  y  enojos, 
que  cuando,  pisando  abrojos, 
en  su  oscuridad  me  anega, 
la  esperanza  llevo  ciega 
y  la  imaginación  con  ojos. 

(Sale  Lupercio  asido  de  una  tabla.', 

LuPERCio.       ¡  Gracias  a  Dios,  tabla  amada, 
en  quien  entablé  mi  vida, 
que  del  mar  favorecida 
tocas  tierra  deseada ! 

¡  Gracias  a  Dios  que  en  la  arena, 
libre  de  mayor  borrasca, 
dejo  de  temer  tarasca 
la  hambre  de  una  ballena. 

Ya  parece  se  mitiga 
el  mar.  furioso  y  girado; 
¿qué  importa,  si  me  ha  quedado 
otro  mar  en  la  barriga? 

¿No  es  soberbia  roca  aquélla, 
que  por  su  actitud  la  temo? 
Aqueste  es  el  Poli  femó 
que    las    rocas    atropella. 

¿  Por  este  lado  no  viene 


572 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


de  negros  un  escuadrón? 

No,  que  la  imaginación 

estos  monstruos  me  previene. 
No  parece  estrella  alguna; 

el  cielo  se  viste  luto, 

pagando  mortal  tributo 

a  la  inconstante  fortuna. 

¿  Qué  habrá  sido  de  mi  dueño  ? 

Sin  duda  que  el  mar  le  esconde. 

¡  Dios  te  perdone,  buen  Conde  ! 
D.  Pedro.  Una  voz  oigo.  ¿  Si  es  sueño  ? 
LuPERCio.       ¿  Que  te  sorbió  el  fiero  mar  ? 

i  Gran  desdicha ! 
D.  Pedro.  Otra  vez  suena. 

LuPERCio.  ¿  Que  no  llegaste  a  la  arena  ? 
D.  Pedro.  Quiérome  un  poco  acercar. 
LuPERCio.       ¡  Qué  temerosas  quimeras  ! 
D.  Pedro.  La  voz,  con  atento  oído, 

curioso,  no  la  he  perdido. 
LuPERio.  ¡  Por  Dios,  que  viene  de  veras ! 
¡  Terrible  monstruo  parece : 

cíclope  debe  de  ser, 

y  j-a  me  vendrá  a  comer ! 

Por  Dios,  déjame  que  rece. 
¡Válgame   la   Trinidad! 

¡  San  Cristóbal,  bravo  Atlante^ 

valedme,  pues  sois  gigante, 

contra  esta  gigantidad ! 
D.  Pedro.       Ya  el  dueño  de  aquel  acento 

cerca  de  mií  determino. 
LuPERCio.  Ya  el  cíclope  está  vecino. 

¡  A^aledme  en  este  tormento. 
Madre  de  Dios,  y  si  humilla, 

mi  A'oz  fantasma  tan  fiera, 

colgar  un  bulto  de  cera 

prometo  en  vuestra  capilla  í 
¡  Ya  me  engulle  ! 
D.  Pedro.  ¿Quién  va  allá? 

¿No  responde?  ¿No  responde? 
LuPERcio.  Sin  duda  el  alma  del  Conde 

es  quien  hablándome  está : 
su  voz  es  ésta. 
D.  Pedro.  Que  digo, 

¿no  responde? 
Lupercio.  ¡  Anima  en  pena, 

si  estás  libre  de  cadena, 

no  me  des  tanto  castigo  ! 
Déjame  rezar  un  credo. 
D.  Pedro.  ¡  Mataréte,  vive  Dios ! 
Lupercio.  Si  es  que  sois  ánima  vos, 

dejadme  rezar,  si  puedo. 
D.  Pedro.       Di  quién  eres.  i 


Lupercio. 
D.  Pedro. 
Lupercio. 

D.  Pedro. 
Lupercio. 


D.  Pedro. 


Lupercio. 
/D.  Pedro 


Alma,  yo. 
¡  Tú,  pues,  ya  estoy  cansado  ! 
Digo  que  soy  un  criado 
de  un  Conde  que  se  ahogó. 
¿No  es  Lupercio? 

¿  No  conoces, 
señor,  a  quien  te  ha  servido? 
Si  no  eres  cuerpo  fingido 
daré  de  contento  voces. 

Y  yo  de  haberte  hallado, 
cuando  perderte  entendí, 
me  do}'  albricias  a  mí : 

¡  abrázame,  fiel  criado  ! 

Y  de  la  llorosa  historia 
de  aquesta  tormenta  fiera 
escucha  de  qué  manera 
pude  escapar  con  vitoria; 

que  haber  salido  con  vida 
a  pesar  de  tanto  mar, 
es  vitoria  de  admirar. 
Va  de  historia  dolorida. 

Después,  amigo  Lupercio, 
que  nuestra  nave  ligera, 
a  pesar  de  tanta  industria, 
rindió   a   los   vientos   sus   velas; 
después  que   el  soberbio  mar, 
formando  espumosas   sierras, 
me  dio  a  beber  tantas  veces 
montes  de   cristal  y  arena; 
después  que  en  hombros  de  escollos 
a  tanta  marcial  tragedia 
hizo  en  sepulcros  de  hielo 
precipitadas    obsequias, 
yo,  que  entre  la  confusión, 
llantos,    clamores,    promesas, 
suspiros,   ruegos  y  votos, 
mi  muerte  advertí  tan  cerca, 
en  una  mal   rota  tabla, 
piadoso   miembro   de   aquélla 
que   ave   siendo   de  los   montes 
es  ya  de  los  mares  peña, 
y  de  mi  esperanza  fué 
la  última  intercadencia, 
sin  más  remos  que  mis  brazos, 
sin  más  jarcias  que  mis  fuerzas, 
vencióme  del  mar  sañudo 
la    furiosa    competencia; 
tanto,  que  morir  me  vi 
a  manos  de  mi  flaqueza. 
Pero  ya,  un  poco  piadoso, 
quizá   para    más    tragedia, 
quiso  guardarme  la  vida 


; 


JORNADA  PRIMERA 


573 


en    medio    destas    tinieblas. 
Mas  ya  los  cielos  piadosos, 
si  no  me  bui'la  la  idea, 
de  una  choza  pastoril 
el  breve  farol  sustentan; 
me  parece  que  su  luz 
piadosa  me   lisonjea, 
compasiva  me  convoca, 
determinada  me  esfuerza. 
¿  Vesla,    Lupercio  ? 

LupERCio.  Señor, 

en  cuanto  la  noche  enluta 
de  aquesta  montaña  enjuta 
no  descubro  resplandor. 
No  la  veo. 

D.  Pedro.  ¿  Xo  ?  El  temor 

te   habrá   cerrado   los   ojos. 
¿Luz  no  descubres? 

Lupercio.    •  Despojos 

serán  de  tu  fantasía, 
y  la  esperanza  podría 
ponerte  de  luz  antojos. 

D.  Pedro.       Tal  vez  los  airados  vientos 
que  combaten  esta  cumbre 
desmientan  la  inquieta  lumbre 
con  distante  movimiento; 
el  ánimo  y  el  aliento 
de  su  lisonjera  llama, 
a  pesar  de  tanta  rama, 
me  ofrece  piadoso  puerto, 
SI  contra  farol  tan  cierto 
nieva  el  cielo,  el  viento  brama. 

Lupercio.       Ya,  señor,  sobre  una  peña 
que   distintamente   veo, 
una  brisna  brujuleo 
de  luz,  que  el  cielo  me  enseña, 
¡Qué  apacible  y  que  risueña 
se  nos  muestra  ! 

D.  Pedro.  Ya  es  bonanza 

su  esplendor  de  la  tardanza 
que  en  el  peligro  me  aqueja, 
si  no  la  apaga  o  la  aleja 
mi  propia  desconfianza. 

!Mas  ya  mejor  determino 
entre  estos  ramos  camino. 
Date  priesa,  que  sospecho 
que  el  cielo  en  nuestro  provecho 
nos  la  ofrece. 

Lupercio.  Ya  camino. 

(Vanse,  y  sale  la  Princesa  de  Ñapóles  y  Leonela.) 
Leonela.         ¿Que   tanto   los   aborrece 


tu  obstinada  condición? 

Princesa.  Siempre  mala  obstinación 
más  persuadida,  más  crece. 

Leonela.     Poco  contigo  merece 
un  amigable  consejo. 

Princesa,  Los  respetos,  prima,  dejo 
para  importancia  mayor; 
en  estas  cosas  de  amor 
déjame  hablar  con  despejo. 

Que  no  es  aborrecimiento 
el  dejar  de  apetecer 
gustos  que  suelen  traer 
a  la  espalda  el  casamiento, 

Leonela,     ¿  Pues  qué  será  ? 

Princesa,  Un  pensamiento 

que  en  cuerda  razón  lo  fundo; 
está  peligroso  el  mundo, 
y  en  el  bien  más  lisonjero 
admitillo  es  lo  primero 
y  perdello  es  lo  segundo, 

Leonela,         Pues,  aspirando  a  casada, 
¿  qué  recelas  del  amor  ? 

Princesa.  Prima,  es  gigante  el  temor 
y  la  sospecha  afectada, 
y  aun  la  ofensa  imaginada 
es  a  las  veces  tan  recia, 
que  a  la  prudencia  desprecia; 
y  en  tan  peligroso  efeto, 
si  es  mi  esposo  muy  discreto 
es  fuerza  ser  yo  más  necia. 
Mas  si  la  verdad  te  digo, 
aunque   esta   filosofía 
acobarda  mi  osadía, 
con  otro  intento  prosigo ; 
ya  he  consultado  conmigo, 
por  sólo  experimentar 
cuánto  puede  dilatar 
amor  su  dulce  poder, 
deseos  que  acometer, 
esperanzas   que   alcanzar. 

Dentro  en  mi  imaginación, 
que  estas  máquinas  encierra, 
hará  la  amorosa  guerra 
he  compuesto  un  escuadrón; 
numerosa  prevención 
contra  mis  melancolías 
repito  todos  los  días, 
y  haciendo  con  mil   cautelas 
ya  los  ojos  centinelas, 
ya  los  oídos  espías. 

Y  cuando  más  persuadidos 
para  el  amor  mis  desvelos 


o/' 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


solicitan  los  recelos 

el  gusto  de  los  sentidos, 

pierden  mis  ojos  y  oídos 

tiempo   en   la   curiosidad; 

y  ten,  prima,  por  verdad 

que  no  hallan  competidor 

que  solicite  rigor 

o  que  merezca  piedad. 

Los  impulsos  más  valientes 
del  más  gallardo  ardimiento 
son  burlado  movimiento 
faltando  correspondientes, 
y  no  obligan  accidentes 
al  alma  en  lo  natural, 
que  el  amor  firme  y  leal 
que  a  las  perficiones  vuela, 
la  igualdad  sirve  de  espuela, 
que  amor  corre  porsu  igual. 
Leoxela.         Esa  presunción  avara, 

prima,  amor  no  la  consiente, 
pues  te  sirven  igualmente 
el  de  Mantua,  el  de  Ferrara; 
en  sus  virtudes  repara, 
que  sos  los  sujetos  bellos: 
toma    la   ocasión    en    ellos 
por  los  cabellos,  no  dudes. 
Prinxesa.  No  quiero,  prima,  virtudes 
traídas  por  los  cabellos. 

Juzgo  yo  que  para  amar 
el  sujeto  que  le  esfuerza 
no  ha  de  elegirse  por  fuerza, 
porque  él  mismo  se  ha  de  estar. 
Amor  sabe  ponderar, 
entre  las  veras  burlando, 
aquel  fuego  dulce  y  blando 
que  cuando  entra  no  se  ve, 
y  por  esto  es  no  sé  qué 
que   se   entiende   no    sé    cuándo. 
Leonel.a.         Sólo  ara.or,  prima,  le  entiende 
estilo  tan  singular; 
quien  no  busca  para  amar 
no  hallará  lo  que  pretende. 
Princesa.  Amor,  Leonela,  es  un  duende 
de  imaginación  formado ; 
es  un  espíritu  alado, 
traviesamente  fingido, 
que  ni  se  esconde  atrevido 
ni  se  halla  procurado. 

Y  así,  entiendo  que  es  en  vano 
buscarle,  que  en  este  acuerdo 
si  por  descuidada  pierdo, 
por   cuidadosa   no  gano : 


Leonela. 


no  está  la  palma  en  mí  mano, 
que  si  al  fin  para  alcanzalla 
entra  el  cuidado  en  batalla, 
como  es  discreto  traidor, 
buscando  elegido  amor 
lo   pierde   cuando  lo  halla. 
¿  Al  fin,  señora,  procuras 
para  el  amoroso  empleo 
quien  te  provoque  el  deseo? 
Princesa.  Ya  entiendo  que  me  murmuras; 
mucho  mi   disgusto   apuras. 
Haces  alguna  quimera 
que  en  tu  condición  ligera 
ajeno  pleito  me  trata; 
mira  que  no  eres  beata, 
prim.a,  para  ser  tercera. 

Todo  esto  es  bachillería 
que   haces  de  conversación, 
que  en  las  veras,  mi  opinión 
no  ha  de  dejar  de  ser  mía; 
y  tal  es  ya  tni  porfía, 
que  me  vengo  a  aborrecer, 
sólo  porque  pueda  ser, 
y  abominando  su  nombre, 
porque  puedo  ser  de  un  hombre 
no  quisiera  ser  mujer. 

Quédate,  porque  me  afrenta 
leerte,  prima,  en  los  ojos 
tu  cuidado  y  mis  enojos. 
¿En  qué  te  ofendí?  ¿Qué  intenta 
esa  cólera  violenta? 
Señora,   sí   el   pensamiento 
ha  tenido  atrevimiento... 
¡  Xo  me  hables  ! 

¡  Fuego  arrojas  í 
Princesa.  Si  no  es  que  me  desenojas, 
prima,   con  este   escarmiento. 


Leonela. 


Princesa. 
Leonela. 


(Fase.) 

Líonela.         Confusa  quedo  y  corrida 
de  que  esta  mujer  fingida 
diese  a  mi  imaginación 
brújulas   del   corazón 
para   mostrarse    ofendida; 

que    desate   por   los   ojos 
el   alma   llena   de   enojos, 
y  que  luego,  puesta  en  calma^ 
para  mostrar  libre  el  alma 
ostente  en  el  alma  enojos. 

Que  con  acciones  parleras 
ocasione   mis   quimeras 
burlándose  con  amor^ 


JORNADA  PRIMERA 


O/O 


Marqués. 


Leonei.a. 

Marqués. 

Leonela. 

Marqués. 

Leonela. 

^Marqués. 


Leonela. 


y  que  luego,  en  mi  temor, 
haga  de  las  burlas  veras. 

¡  \^ive  el  cielo,  prima  ingrata, 
que  mi  venganza  te  espera, 
que  tu  rigor  me  maltrata ; 
mira  que  no  eres  beata, 
prima,  para  ser  tercera  ! 

¡  Pues  sean  testigos  los  cielos 
que  si  amor  te  da  desvelos 
triunfando    deste    rigor, 
en  la  sazón  de  tu  amor 
juro  matarte  con  celos! 

{Entra    el    Marqués.) 

¿  Quién,  bellísima  Leonela, 
te  enoja?  ¿Quién  te  desvela? 
¿  Qué  causa  de  ti  se  olvida  ? 
¿De  quién  estás  ofendida? 
D<c  una  prima   con   cautela. 
¿La  causa? 

Es  para  encubierta. 
¿Xo  podrá   saberse? 

Xo; 
perdona. 

Pues  dime  :  ¿  abrió 
tu  lengua  a  mi  amor  la  puerta? 

¡Dijístele  a  la  Princesa, 
Leonela,  mi  loco  amor  ? 
¿Dijiste  que  mi  temor 
me  niega  tan  alta  empresa? 

¿Dijístek  que  la  adoro, 
que  estoy  rendido  a  sus  pies? 
Xada  la  he  dicho.  Marqués, 
que  es  ofender  su  decoro. 

Que  te  prometo  que  siente 
tanto  lo  que  a  otras  agrada, 
que  o  me  responde  enfadada 
o  se  enoja  fácilníente. 
Y  al  fin,  al  fin,  no  consiente 

en   su  bárbara  opinión 
amorosa  prevencionj 
porque,  con  intento  ingrato, 
el  desprecio  es  su  recato, 
su  virtud,   obstinación. 

Deja,  Marqués,  sus  favores, 
y  en  los  trances  de  Cupido 
no  quieras  aborrecido, 
ni  desdeñado  en  amores : 
desengaños  superiores 

disuaden  tu  esperanza, 
y  es  discreta  la  mudanza, 
y  tu  gallarda  osadía 


no  enamore   con  porfía, 
que  es  género  de  venganza. 

Con  esto,  pues,  solicita 
con  más  prudente  cuidado 
sujeto  desocupado, 
que  te  estime  y  que  te  admita; 
el  desengaño  te  incita, 

ya  te  he  hecho  del  alarde, 
más  ecos  tu  voz  no  aguarde 
de  que  ha  de  ser  tu  Xarciso 
la  Princesa ;  ya  te  aviso. 
Quédate   adiós. 

ALarqués.  El    te    guarde. 

,\mor  sin  esperanza  es  cobardía; 
en  méritos   fiar   es  confianza, 
que  ni  hay  valor  faltando  la  esperanza, 
ni  hay  discreción  sobrando  la  osadía. 

X'^o  es  seguir  imposibles  valentía, 
que  el  gusto  en  ellos  viene  a  ser  venganza; 
el  riesgo  es  temerario  en  la  mudanza 
y  cruel  la  victoria  con  porfía. 

Resistir  las  estrellas  que  en  mi  daño 
anteponen  las  penas  a  las  glorias, 
es  privar  el  tormento  de  trofeos. 

¡  Oh,  batalla  cruel  de  lui  desengaño, 
¡   donde  velan  sin  ojos  las  memorias 
y  combaten  sin  lengua  los  deseos ! 

(Fase.) 
(Sale  Alcido,   dueño  de   una  alquería,  y   dox   Pedro* 

y      LUPERCIO.) 

D.  Pedro.       Así  te  he  contado,  Alcido, 
de  mi  naufragio  la  historia, 
tormentos  de  mi  memoria, 
martirio  de  mi  sentido. 

Paga  lastimosa  es 
de  tu  liberalidad, 
pero  nunca  la  piedad 
se  pagó  con  interés. 

El  compasivo  hospedaje 
que  esta  noche  nos  has  dado 
mi  voluntad  ha  obligado 
de  suerte... 
Alcido.  Paso,    no    ultraje 

mi  amor ;  desta  casería 
soy  yo  también  dueño  pobre, 
y  entre  el  uno  y  otro  roble 
tengo  humilde  monarquía. 

Sin  dar  a  los  cielos  quejas 
con  licenciosas  palabras, 


576 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


dueño  soy  de  algunas  cabras, 
señor,  de  algunas  ovejas. 

Estas,  haciéndome  salva, 
dan  al  primer  arrebol 
queso  que  parece  al  sol, 
leche  que   es  hija  del  alba. 
Y  esos  fragosos  distritos 
que  visten  robles  y  tejos, 
cabritos  como  conejos, 
conejos  como  cabritos. 

Esto  te  puedo  envidar, 
que  es  de  mi  fortuna  el  resto. 

D.  Pedro.  Y  yo,  para  estimar  esto, 

ni  aun  palabras  he  de  hallar. 

LuPERCio.       Acepta  luego  el  envite, 
pues  en  tu  fortuna  fiera 
ya  estás  puesto  a  la  primera; 
acomodarte  permite. 

D.  Pedro.       Con  mi  desdicha  compite;  (i) 
tu  ánimo  puede  hacerme 
dudar  cuál  sea  más  firme: 
ella   siempre   en   perseguirme, 
o  él  en  favorecerme. 

El  alma  me  da  certeza 
de  tu  oculta  calidad, 
que  en  tu  liberalidad 
se  descubre  tu  nobleza. 

Alcido.  En  mi  rústica  librea 

desengañarás  tu  error, 
pues  ni  busca  más  honor 
ni  más  grandeza  desea. 

Pero  dejando  esto   aparte, 
en  esta  alegre  ribera, 
amigo,  sólo  quisiera 
divertirte  y   regalarte. 

Mira  estos  campos  que  pisas, 
peregrino,  por  lo  menos : 
última  piedad  del  mundo, 
primero  umbral  de   los  cielos. 
Mira    en    ellos    la    distancia 
sin  disimulado  pecho, 
las  verdades  para  amarlas, 
los  daños  para  temerlos ; 
la  curiosidad  sin  arte, 
la   belleza   sin   deseo, 
sin  vestidos  mentirosos 
para  efetos  verdaderos. 
Mira  el  rico  no  envidiado, 
mira  el  pobre  sin  deseo, 


(i)     Sobra  este  verso,  si  no  es  que  pertenezca  a  una 
redondilla  de  la  cual  se  han  perdido  tres. 


contento  en  los  bienes  propios 
y  olvidado  en  los  ajenos. 

Y  mira    aquí,    finalmente, 
en  siglo  tan  lisonjero, 

la  más  rústica  ignorancia 
con  propio  conocimiento. 

D.  Pedro.  Con  sólo  escucharte  a  ti 
lo  crítico  y  lo  discreto, 
he  visto,  prudente  Alcido, 
el  uno  y  el  otro  extremo. 
Veo  que  con  docto  labio, 
desengañado  maestro, 
tus  cortesanas  lisonjas 
culpan   el   error   moderno : 
las  envidias  de  la  corte, 
los  ambiciosos  empleos, 
las  virtudes  apuradas 
y  los  accidentes  bellos. 
Todo  sin  filosofía 
de  las  escuelas  del  cielo, 
revelada   a  desengaños, 
dictada  a  conocimientos. 

LuPERCio.  Yo  también,  discreto  Alcido, 
grave  pastor,  sabio  cuerdo, 
elocuente  compasivo, 
sé  que  has  dicho... 

¡  Calla,  necio  ! 
Más  discreciones  agudas, 
más  ingeniosos  preceptos  (i) 
que  tienen  en  primavera 
verdes  hojas  estos  fresnos. 
¿No  callarás,  mentecato? 
Ya,  mi  señor,  te  obedezco. 
Perdónale  necedades, 
noble  Alcido,  a  su  despejo. 
El  suyo  y  vuestra  lisonja 
son  dos  encarecimientos 
que  amigable  los  estimo, 
si  humilde  no  los  aceto. 
Pero  al  principal  motivo 
de  mi  discurso  volviendo, 
divierte,  amigo,  la  pena, 
alivia,   amigo,   el  tormento. 

Y  si  aquestas  soledades 
no  son  bastante  remedio, 
de  Ñapóles  (¡  A_y,  verdugos 
de  mi  honor !)  no  está  muy  lejos 
su  belleza;  podrá  ser 
que  acreditada  en  tu  efecto, 
por  lo  soberbio  y  lo  grave, 


D.  Pedro. 

LUPERCIO. 


D.  Pedro 

LUPERCIO. 

D.  Pedro 
Alcido. 


I 


(i)     Probablemente:  "conceptos",  y  no  "preceptos". 


I 


JORNADA  PRIMERA 


577 


logre  tu  divertimiento. 
Y  si  para  este  camino, 
lisonjeando   mi   intento, 
fuera  menester  caballo, 
gustosamente  te  ofrezco 
un  rucio,  que  diestramente, 
por  lo  brioso  y  ligero, 
donaire  es  de  la  quietud 
y  ponderación  del  viento. 
Admite  mi  voluntad 
en  esto,  que  te  prometo 
que  si  algún  día  (¡  soy  llanto 
cuando  a  estas  memorias  llego  !j 
probaras  de  mi  fortuna 
menos  rígido  el  imperio 
de  mi  mejorada  casa, 
homenaje  más  opuesto, 
vieras  finezas  de  amigos 
sin  limitados  efectos ; 
compasión  más  liberal 
y  más  rico  acogimiento: 
vieras  de  mi  voluntad 
la  fuerza,  si  no  el  efeto. 

D.  Pedro,  ¿Qué  acción  podrá  ser,  Alcido, 
paga  al  agradecimiento? 
Juro  por  el  Dios  que  adoro 
y  por  la  fe  que  profeso, 
por  lo  que  debo  a  español 
y  por  lo  que  a  noble  debo, 
serte  agradecido  esclavo, 
serte  amigo  verdadero, 
tan  obediente  en  lo  uno 
como  en  lo  otro  perpetuo. 

J^UPERCio.  Y  por  lo  que  en  mí  redunda 
cuando  le  sobra  a  mi  dueño, 
te  prometo,  huésped  sabio, 
con  más  de  mil  juramentos, 
serte  gracioso  lacayo 
cuando  te  vea  en  tu  reino, 
ya  que  por  lo   entretenido 
sólo  buen  ladrón  parezco. 
Digo  a  tu  reino,  señor, 
porque  tengo  por  muy  cierto 
que  quien  es  tan  liberal, 
tuvo  más  y  tiene  menos. 

Alcido.       Más  bienes,  Lupercio  amigo, 
tuve ;  mas  ya  no  me  acuerdo, 
si  no  es  para  desatar 
por  los  ojos  el  aliento.       (Aparte.) 
Pero  allí  viene  mi  hermana. 


VII 


(Sale   Laura,   de   viHaiia,   con   venablo   de   casa.) 

D.  Pedro.  Parece  que  viene  Febo. 
Laura.         ¡  Oh,  que  gallardo  mancebo  ! 
Lupercio.  ¡  Oh,  qué  divina  serrana ! 
Laura.         ¡  Hermano  ! 
Alcido.  ¡  Laura  querida  ! 

;  En  qué  ha  estado  entretenida 
tu  robusta  inclinación? 
Laura.         Xunca  tengo  el  corazón 
quieto  sino  en  el  campo. 

Divertida  asistía  entre  las  peñas 
deste  monte  que  al  cielo  se  levanta, 
y  murado  de  riscos  y  de  breñas 
es  cuna  incierta  de  fiereza  tanta, 
cuando,  después  de  presumidas  señas, 
descubro,  al  movimiento  de  mi  planta, 
un  jabalí,  que  pereció  entre  encinas 
monte  de  cerdas  o  cerdil  de  espinas. 

De  puesto   mejorada,   conjeturo 
del  erizado  monstruo  el  paso  tardo, 
y  la  rama  sirviéndome  de  muro, 
con  valiente  cautela  me  acobardo; 
pero   a  mi  movimiento  mal  seguro 
el  monstruo,   recelándose   gallardo, 
rajando  troncos  su  espumoso  diente, 
feroz  camina  y  huye  diligente. 

Perdí  entonces  su  forma,  que  encubierta, 
lo  más  frondoso  fué  de  la  espesura 
a  su  temor  seguridad  incierta, 
a  su  bulto  intrincada  sepultura ;  - 
mas  yo,  de  su  camino  al  fin  experta, 
cuando  las  breñas  él  dejar  procura, 
hizo   contra  su  ardid,   sin  embarazo, 
flecha  este  fresno  )-  arco  aqueste  brazo. 

Traveséle,  y  con  paso  descompuesto, 
precipitado  en  su  desconfianza, 
de  su  vida  procura  el  débil  resto 
envidar  en  mi  muerte   su  venganza. 
Yo  entonces,  c[ue  al  peligro  manifiesto 
advertida  tenía  la  esperanza, 
subo  a  una  breña,  en  cuyo  bulto  extraño 
desmiento  el  riesgo  y  el  temor  engaño. 

Vieras,   Alcido,   la   espumosa   fiera 
la  vida  en  roja  espuma  desatada; 
viérasla,  digo,  si  feroz,  ligera, 
al   escollo   embestir   peña   arrimada; 
vieras  ya  la  que  horror  del  soto   era 
en  su  mismo  furor  precipitada; 
viérasla    precipitada    al    golpe    inorme, 
menos  valiente,  pero  más  diforme. 

De   su   espaciosa  muerte  yo   impaciente 

37 


578 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


dejo  el  escollo  menos  recelosa, 
y  la  que  en  vida  no  temí,  valiente, 
en  muerte  me  acobarda,  rigurosa; 
porque  luchaba  tan  horriblemente 
con  sus  mismos  desmayos  valerosa, 
que  a  no  ayudarla  esta  cuchilla  fiera 
no  muriera  tan  presto,  o  no  muriera. 

Muerto  ya  el  jabalí,  desde  aquel  pino 
mis  silbos  convocaron  los  pastores, 
cuyo  asombro  en  el  valle  convecino 
dio  del   suceso  señas   inferiores; 
ellos,  pues,  con  aplauso  peregrino, 
me  coronaron  de  diversas   flores, 
trayendo  en  hombros,  con  igual  semblante, 
al  jabali  mortal,  y  a  mí  triunfante. 
Alcido.  ¡  Valor  notable  ! 

D.  Pedro.  ¡  Belleza 

rara ! 
LuPERCio.  ¡  Brava  valentía  ! 

Alcido.       ¡  Temeraria  es  tu  osadía, 

Laura ! 
D.  Pedro.  Aquí    naturaleza, 

Lupercio,  con  perfección 
que  ya  mi  gloria   asegura, 
juntó   valor   y  hermosura, 
juntó  gracia  y  discreción. 

Digna  es  de  ponderación 
en  mi  amor  esta  mujer, 
pues  ya  me  hace  temer 
con  dulcísimo  ri'gor 
el  donaire  a  su  valor 
y  en  su  hermosura  el  poder. 
Laura.  ¡  Bizan-o  talle  ! 

Lupercio.  ¡  Hermosa, 

vive  Dios,  es  la  serrana ! 
Alcido.       Tu  temeridad,  hermana, 
siempre  salió  vitoriosa. 

Siempre   tu   aliento   lozano 
alcanza,  aunque  más  ligeras, 
de  aqueste  monte  las  fieras. 
Laura.         Basta  la  lisonja,  hermano. 
Y  dime,  por  vida  mía, 
pues  ya  mi  suspensión  ves, 
quién  aqueste  español  es. 
Alcido.       Por  grosera  te  tenía 

en  no  haberlo  preguntado : 
que  es  caballero  imagino. 
Laura.         ¿Cómo  a  nuestros  montes  vino? 
Alcido.       Esta  noche  salió  a  nado 

de  una  tormenta  tan  fuerte, 
que  con  término  prolijo 
mil  veces,  como  me  dijo. 


tuvo  bebida  la  muerte. 

Y  la  luz  de  mi  cabana, 
farol  de  su  golfo  incierto, 
al  fin  lo  condujo  al  puerta 
Voluntad  'le  tengo  extraña. 

Habíale,    hermana,    y    adiós. — 
Don  Pedro,  hablad  a  Laura. 

(Vasc.) 

D.  Pedro.  !Mi  vida  en  vos  se  restaura 
y  mi  vida  nace  en  vos ; 

que  en  su  memoria  fatal 
el  llanto  apenas  resisto : 
sólo  por  haberos  visto 
hago  estimación  del  mal.. 

Pero  no  hay  mal  que  temer, 
cuando  el  divino  poder 
en  vos  procuró  ostentar 
valor  para  enamorar, 
belleza  para  vencer. 

Está  con  discretas  galas 
facilitando  las  alas 
de  amor,  que  a  vos  se  reserva: 
afrenta  sois  de  i\Iinerva, 
siendo  emulación  de  Palas. 

Toda,  en  fin,  sois  un  extremo^, 
que  en  lo  dulce,  en  lo  supremo,, 
con  que,  medroso,  me  animo, 
cobardemente  os  estimo, 
atrevidamente  os  temo. 

Español  soy,  no  os  -espante 
mi  atrevimiento  gigante; 
que  aunque  en  vos  contemplo  el  sol', 
águila,  por  lo  español, 
es  bien  que  a  vos  me  levante. 

Vuestro  huésped  soy ;  la  suerte 
en  dichoso  me  convierte, 
y  así  ofrezco,  agradecida, 
para   serviros,   la  vida; 
para  adoraros,  la  muerte. 
Laura.  Vergonzosa,   español,   quedo. 

Favoreceros  no  puedo,, 
que  tengo,  aunque  veis  mi  trate., 
a  las  lisonjas   recato 
y  a  las  alabanzas  miedo. 

Vuestro  estilo  comedido» 
satisfaceros  es  justo 
y   ponderaros    debido, 
porque  sé  que  gusta  Alcido 
y  porque  quiero  mi  gusto.    (Aparfe^)^ 
D.  Pedro.       Tu  hermano  también,  señora,, 
desde  la  primera  hora 


JORNADA  SEGUNDA 


579 


que  me  vio  estima  mi  humor; 
tiéneme  notable  amor. 
Laura.         ¡  Qué  dulcemente  enamora  ! 
LuPERCio.       Con  esta  seguridad 
ofrezco  a  la  claridad 
de  tu -divina  hermosura 
una  discreción  oscura, 
tejida   en   graciosidad. 
Laura.  ¿  Eres,  por  dicha,  criado 

deste  español  ? 
LuPERCio.  A  su  lado 

en   sus   desdichas   asisto. 
Laura.         Xunca  yo  le  hubiera  visto 
si  ha  de  costármé  cuidado. 
LuPERCio.       Soy  del  gusto  a  que  se  inclina 
estafeta  peregrina ; 
y  soy,  pagándome  el  porte, 
de  la  estrella,  de  su  norte 
la  boca  de  su  bocina. 

Y  porque  de  mí  se  fía 
soy  de  su  honor  el  mastín, 
de  su  batalla  el  clarín 
y  de  su  campo  la  espía. 

Finalmente,  soy  lacayo, 
que  en  rucio,  castaño,  bayo, 
morcillo,  alazán,  overo, 
soy  diciembre  de  su  enero 
y  soy  abril  de  su  mayo. 

En  esto  sirvo  a  mi  dueño, 
y  con  gusto  no  pequeño 
en  todo  os  serviré  a  vos, 
que  sois  del  poder  de  Dios 
bellísimo   desempeño. 

^Mandadme,  Laura  divina. 
Laura.        ¡  Graciosidad    peregrina 
tiene  tu  humor  extraño! 
D.  Pedro.  ¡  Bello  primor,  dulce  engaño  ! 

Amor  a  su  amor  me  inclina.     {Ap?) 
Laura.  Fía  de  mi  condición. 

-  amigo,  tu  estimación. 
LuPERCio.  ¿Y  arriesga  poco  quien   fía? 
Laura.        Prenda  es  la  palabra  mía 

de  tan  justa  estimación. 
LuPERCio.       Mil  siglos  te  guarde  el  cielo 

por  tan  liberal  consuelo. 
Laura.         ¿Cómo  es  de  tu  dueño  el  nombre? 
LuPERCio.  Don  Pedro  el  famoso:  un  hombre. 
Laura.         ¿  Caballero  ? 
LuPERCio.  Hasta  el  pelo. 

Laura.  Don  Pedro,  en  esta  ocasión 

ya  el  gusto  es  estimación, 
pues  vuestra  heroica  humildad 


fuerza  hace  la  piedad 
y  deuda  la  obHgación. 

Y  no  es  presunción  violenta, 
que  el  valor  que  se  acrecienta 
en  la  desdicha  más  rara, 
disimulado  se  aclara 
y  oculto  se  representa. 

Desto,  al  fin,  reconocida, 
pues  mi  hermano  me  convida, 
advertido  está  de  suerte, 
que  ni  quiero  vuestra  muerte 
ni  desprecio  vuestra  vida. 

Adiós. 

iVase.) 

D.  Pedro.  Ya  no  olvida 

esta  mujer  advertida 
mis    palabras,    ¡  dulce    suerte  ! : 
"que   ni   quiero   vuestra  muerte, 
ni  desprecio  vuestra  vida". 

Favores   el   alma   espera; 
aunque  tan  varia  quimera 
me  da  a  entender,  porque  llora, 
que  la  estima  y  no  la  adora, 
aunque  adorarla  quisiera; 

pero  el  mujeril  recato 
con  tan  dudoso  aparato 
me  disimuló  el  favor. 

LuPERCio.  Ya  te  desvela  el  amor. 

D.  Pedro.  Nunca  amor  se  dio  barato. 


JORNADA  SEGUNDA 

{Salen  la  Princesa  de  Ñapóles  _v  su.  Mayordomo  y 
el  Marqués  Fabricio.) 

Princesa. 
Todo  esté,  ^Mayordomo,  prevenido ; 
avisad  los  monteros, 
que  quiero  madrugar  para  partirme. 

^Larqués. 
¿  Pues  qué  intenta  tu  Alteza 

Princesa. 
Batir  desa  montaña  la  fiereza, 
donde  avisada  he  sido 
que  hay  jabalíes  vaHentes  y  osos  fieros, 
y  gusto  divertirme. 

Marqués. 
Un  imposible  hallo  en  su  amor  firme. 


580 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


Mayordomo. 
Con  tu  licencia  a  prevenirlo  todo 
me  parto. 

(Vase.) 

Princesa. 

Id  en  buen  hora; 
y  vos,  Marqués,  al  tiempo  que  el  aurora 
de  crepúsculos  viste  la  mañana, 
os  disipondréis  para  mi  compañía. 

Marqués. 
Al  gusto  de  tu  Alteza  me  acomodo. — 
¡  Oh,  beldad  soberana  ! 
i  Oh,  dulce  tiranía ! 
Declararle  podré  la  pena  mía 
entre  las   soledades, 
que  en  los  campos  se  dicen  las  verdades. 

Princesa. 
¿Qué  dices? 

Marqués. 
Que  antes  que  señale  el  día 
luces  brujuleando  al  alba  fría, 
para   servirte  ya  estaré  dispuesto, 
pues  gano  tanto  en  esto, 
y  tu  Alteza  me  honra  y  favorece.- 

Princes.^. 
Vuestra  lealtad,  Marqués,  esto  merece. 

Marqués. 
Guarde,  señora,  el  cielo  a  A'uestra  Alteza. 

(Fase.) 

Princesa. 

El  os  guarde,  Marqués. —  ¡  Rara  tristeza 

de  mí  misma  me  priva 

de    amor    el    cielo !    Porque    alegre    viva 

divertirme  pretendo ; 

mas  si  me  voy  siguiendo 

y  soy  yo  propia  causa  de  mi  daño, 

¡  desengaño  de  penas  es  mi  engaño ! 

Hacerme  a  mí  pretendo  inútil  cisma, 

pues  quiero  divertirme  de  mí  misma. 

i  Malhaya  la  obediencia, 

que  contra  el  gusto  pronuncia  la  sentencia ! 

¿Yo  amar?  ¿Yo  sujetar  (¡qué  desvarío!) 

a  voluntad  ajena  mi  albedrío? 

Pero   aquí  mi   padre  viene; 
¡qué  caduca  es  la  porfía 
contra  la  inclinación  mía ! 
Entretenerle  conviene. 


(Sale    el    Rey.) 

Rey.  Lucinda. 

Princesa.  Padre  y  señor. 

Rey.  ¿  Has  mandado  prevenir 

monteros  ?  ¿  Cuándo  has  de  ir 
a  ejercitar  tu  valor? 

Princesa.       Por  la  mañana  pretendo 
partirme,  con  tu  licencia. 

Rey.  Lucinda,  con  tu  presencia 

celosamente  me  ofendo. 
La  mucha  seguridad 
que  advierto  en  tus  pocos  años 
vence  temores  y  engaños, 
que  es  muy  prudente  tu  edad; 

y  a  no  tener  tú  prudencia 
no  fuera  en  ti  inclinación. 

Princesa.  ¿En  qué  ofendo  mi  opinión? 
¿Voy  lejos  de  la  obediencia 

con  intento  ?  ¡  Ay,  pesar  loco  ! 
Presumir  mi  libertad,  (Aparte.) 

-  ¿no    es    virtud,    no    es    castidad? 

Rey.  Escucha,  Lucinda,  un  poco. 

De  tu  generosa   madre, 
que  es  ya  del  impirio  estrella, 
Carlos  fué  el  primero  hijo, 
y   yo   la   imperfección   primera,    (i) 
Librando  en  él  la  esperanza 
de  gloriosa  descendencia, 
célebre    hizo    aquel    día 
que  nació,   el   reino   con   fiestas. 
Alégreme    con    extremo, 
porque,  en  esta  vida  incierta 
los  reyes  más  poderosos 
sin  la  sucesión  no   reinan. 
No  muchos  años   después, 
para  dicha  más  perfecta, 
naciste  tú,  dando  al  mundo 
un  milagro  de  belleza.  ■ 
No  fué  menos  celebrada 
esta  ocasión,  porque  en  ella 
hizo  Ñapóles,  gozoso, 
ostentaciones  diversas. 
Crecisteis  tu  hermano  y  tú, 
mas   con   tanta   diferencia, 
que  él  fué  raramente  necio, 
tú  raramente  discreta. 
Llegó   a   juvenil    edad, 
donde  ni  amores  ni  ciencias 
han    podido    reducirle 
de   su  natural   simpleza. 


(i)     Verso  largo  y  sin  sentido. 


JORNADA  SEGUNDA 


581 


Con  esto,  es  tan  mujeril, 
que  afectando  su  inocencia, 
de  mujeres  se  acobarda, 
de  requiebros  se  avergüenza. 
Trátele  de  casamiento; 
para  acrecentar  mis  penas 
de  su  muerte  y  de  mi  llanto 
es  la  viltima  sentencia. 
Pero  en  los  más  verdes  años 
madrugó  en  ti  la  prudencia, 
apaciblemente   grave 
e   ingeniosamente   cuerda. 
Pusieron    en    ti   los    ojos 
con  gloriosa  competencia 
de  toda  Francia  e  ItaHa 
las   poderosas   cabezas. 
Briosos  te  solicitan ; 
amorosos  te   festejan, 
cuidadosos  te  regalan 
y  ricos  te  galantean. 
Mas  tú,  que  la  inclinación 
a  las  armas  y  a  las  letras 
con  estudio  y  con  cuidado 
lo  mejor  del  tiempo  entregas, 
cuidadosa  los  despides, 
arrogante  los  desprecias, 
severa    los    desanimas 
y  enfadosa  los  desdeñas. 
Y  yo,  entre  tales  extremos, 
si  mis  lágrimas  te  fuerzan, 
con  amor  te  persuado, 
te  aconsejo  con  terneza. 
Princesa.  Basta,  señor:  calle  e!  llanto; 
cese,  señor,  la  tristeza, 
y  de  esperanzas  civiles 
tus  deseos  alimenta. 
No  quisiera  ponderarte 
los  que  tengo  a  tu  obediencia, 
que  en  lazos  de  obligación 
no  es  la  voluntad  fmeza. 
Del  sujeto  de  tu  gusto 
parte  alguna  al  tiempo  deja: 
no  hagas  fuerza  del  amor 
ni  del  consejo  violencia; 
que  la  opinión  más  constante 
y  la  estimación  más  necia 
no  son  murallas  de  bronce, 
sino    albedríos    de    cera. 
El  tiempo  todo  lo  muda, 
los  días  todo  lo  truecan, 
que  de  su  viento  inconstante 
la  voluntad  es  veleta. 


Rey.  Dame,  hija,  aquesos  brazos, 

pues  con  tan  fieles  promesas 
apacible  me  entretienes, 
discreta  me  lisonjeas. 
Adiós,  Lucinda  querida. 
{Vase.) 

Princesa.  El  te  guarde  y  te  defienda. 

Amor  con  igualdad  es  fe  con  ojos; 
sin  proporción  amor   es  pasión   ciega, 
pues  si  aquélla  jamás  A-erdades  niega, 
ésta  nunca  concede  sin  antojos. 

No  son  mentidos  gustos  los  despojos 
que  rinde  amor  a  la  mortal  refriega, 
sólo  el  que  a  igual  fuego  el  alma  entrega 
méritos  adiciona  (i)   a  sus  enojos. 

Es  el  amor  perfecto  espejo  (2)  ardiente, 
donde  es  la  proporción  igual  reflejo; 
colores  la  verdad  (3)  y  el  accidente. 

Y  como  admite  el  alma  este  consejo,  (4) 
en  vano  amor  la  quiere  diligente 
si  no  la  enciende  con  su  igual  espejo. 

(Sale   Dox    Pedro,    con   venablo,   y    Lupercio.) 

LuPERCio.        ¡  Huélgome  que  a  vueseñoría 
ya  le  veo  con  placer ! 

D.  Pedro.  ¡Necio!,  ;pues  puede  tener 
consuelo  la  pena  mía? 

Lupercio.  Pruébolo    en   filosofía. 

¿  No  nos  anegaba  el  cielo 
en   el   mar  ? 

D.  Pedro.  Así   es. 

Lupercio.  Pues  velo, 

como  en  la  pena  que  fragua, 
si  allá  la  tuvo  con  agua, 
aquí  la  tuvo  en  el  velo. 

D.  Pedro.       Equívoco    impertinente. 

Lupercio.  Siempre  lo  fui  para  ti. 

Mas  ya  estoy,  señor,  aquí, 
enfadoso  y  impaciente : 
tienes  un  huésped  clemente 
con  su  bella  hermana,  en  quien 
es  favorable  el  desdén, 
y  vuelves  a  recitar 
memorias  allende  el  mar 
y  penas  allende  el  bien. 

Date  Alcido.  generoso, 
regalos  de  dos  mil  suertes. 


(i)     En    el    original:    "aficiona". 

(2)  En    el    original :    "pecho". 

(3)  En  el  original:  "cólera  la  verdad". 

(4)  En   el   original:    '"concejo".    De  todos   modos, 
casi   no   se  entiende  este  soneto. 


582 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


señor,  ¿  y  no  te  diviertes  ? 
D.  Pedro.  Agradecerlo  es  forzoso. 
LuPERCio.  Ser  grave,  afable  amoroso, 
¿  no  promete  calidad  ? 
Pues  en  verdad,  en  verdad, 
que,  como  Menga  responde, 
era  poderoso  el  Conde 
cuando  estaba  en  la  ciudad, 
D.  Pedro.       ¿  Conde  ? 

LuPERCio.  Ansí  me  lo  ha  contado. 

D.  Pedro.  ¿  Pues  cómo  a  estos  montes  vino  ? 
LuPERCio.  El    suceso  'es    peregrino. 
De  Ñapóles  desterrado 
salió  por  cierto  privado 
del  Rey,  a  quien  con  razón 
le  dio  Alcido  un  bofetón. 
lEn  secreto  y  en  venganza, 
el  otro,  en  falsa  probanza, 
le  imputó  real  traición. 

Confiscáronle  la  hacienda 
por  la  lesia  Majestad; 
salióse  de  la  ciudad 
con  aquesta  hermosa  prenda 

y  con  algunos  criados. 
Vendió  galas  que  escapó; 
algunas   tierras   compró; 
pastores   tiene  y  ganados. 
¿Qué  te  parece? 
D.  Pedro.  Que  Alcido, 

en  su  cortés  proceder, 
claramente  da  a  entender, 
Lupercio,  que  es  bien  nacido. 

Su    calidad    es   notoria 
sin  duda  en  mi  estimación, 
que  es  la  liberal-  pasión 
la  más  noble  ejecutoria. 

Y  ésta  la  enseña  de  suerte, 
que   sin   descubrir   su   estado 
con  amoroso  cuidado 
sólo  mi   regalo   advierte. 

Mas  3^a,  Lupercio,  imagino 
que  los   bien  tejidos    ramos 
adonde    agora    llegamos 
la  fuente  cubren  del  Pino. 
En  sus  ramas  escondido 
esperar   pretendo    aquí 
el    valiente   jabalí 
que   Laura   me   ha    encarecido. 

Aquí  es  cierto  que  sestea. 
Vete,  Lupercio,  y  aguarda 
sobre    aquella    peña    parda. 
(Vase.) 


Lupercio.    /  Tristis  cst  anima  mea  ! 

Que  aun  allí  no  estoy  seguro, 
que  hay  jabalí  de  manera, 
que  el  colmillo  de  tijera 
romperá   el   lienzo   de   un   muro. 

Que  se  ponga  a  pelear 
un   hombre    discreto   y    grave 
con  un  monstruo  que  no  sabe 
responder   ni    preguntar 

ello  es  terrible  locura, 
C[ue  no  puede  aprovechar 
sino   a   quien    anda    a   buscar 
en    los    montes    sepultura. 

Yo  voy  a  mi  talanquera, 
3^  desde  allí  pienso  ver 
aquestos    toros    correr, 
que  lo  demás  és  quimera. 

Finalmente,  pues  mi  dueño 
jabalíes   despedaza, 
tengo  de  salir  a  caza 
a  la  montaña  del  sueño ; 

cuya  variedad  divierte 
los   sentidos  de   tal  suerte, 
que  cuando  el  cuerpo  con\'ida 
es  comedia  de  la  vida 
y  tragedia  de  la  muerte. 

{Vase    y    sale    la    Princesa    vestida    de    caza   y    con 
ven.ah¡o.) 

PlíINCESA. 

Perdida  de  mi  gente, 
sin  tino  la  razón  de  los  oídos,  (i) 
mil  pasos  doy  perdidos. 
Con    sonora    corriente 
sus   cristales,  allí   m.ana  una   fuente, 
y  el  curso  que  desata 
en  ricas  peñas  despeñada  plata. 
Laureles  la  coronan, 
y  ansí  del  sol  los  rayos  la  perdonan; 
yedras  la  lisonjean, 
que  frondosos  la  ciñen  y  rodean, 
y  con  dudoso  estilo 
redes  la  tejen  de  su  verde  hilo. 

Gloriosa  asiste  al  tejido 
en   el  tálamo  verde  de   sus  vides, 
que  con  tiernos  abrazos 
racimos  penden  en  estrechos  lazos. 
¡  Oh,  dulces  soledades ; 
esfera  natural  de  las  A'crdades ; 


(i)     Así   en  el   original.   Quizá   deba   decir:    "ni  los 
sentidos". 


JORNADA  SEGUNDA 


583 


quién  os  gozara  en  esta  fuente  fría 

con  igtial  compañía ! 

4  Quién,  fuentecilla  clara, 

en  ese   espejo  de  cristal  hallara, 

cuando  no  me  advirtiera  con  aviso, 

mi   propio   amor,    con   igualdad    Narciso! 

Porque  a  tu  vigilante  agora  empeño 

treguas  le  ponga  el  sueño, 

quien  vides  por  instantes 

desposados  con  álamos  gigantes 

con  iguales  ardides 

os  imitara,  haciendo  al  alma  vides. 

Mas,   ¿dónde  vas,   amor,   rapaz   desnudo? 

Arrogante,  traidor,  licencioso, 

tu,  con   falso  descuido  cuidadoso, 

;de  mi  regalo  rompes   el   cuidado? 

Tú,  cual  caballo  griego, 

j  eu  dulce  forma  me  introduces  fuego  ? 

]  Retírate,  atrevido, 

que  al  fin  eres  Cupido, 

cuya  mortal  malicia 

sólo  es   incendio,   del  amor  codicia! 

¡Olmos,   laureles,    vides,    yedras,    fuentes, 

sed  a  mi  voz  oyentes, 

seréis   firme  testigo 

contra  aqueste  enemigo, 

que   a  pesar  de   su  aspecto   dulce  y  grato, 

de  mis  propios  deseos  me  recate ! 

Cansada  estoy;  amor,  un  poco  deja 

que  se  alivie  mi  queja. 

Pues  que  de  aquesta  fuente  el  curso  manso 

sueño  me  intima  en  brazos  del  descanso, 

quiero  dormir  un  rato  entre  la  hierba 

que  este  laurel   conserva, 

pues  me  convida  con  igual  aumente 

cama  de  campo  y  sábanas  de  viento. 

{Duérmese,  y  sale   dox    Pedro.) 

T).  Pedro.       De  esperar  estoy  cansado, 
y  entre  estas  incultas  breñas 
.aún  no  he  descubierto  señas 
que   diviertan  mi   cuidado. 

Esta  es  la  fuente  risueña, 
y  hace  cuando  me  provoca 
cada    cristal    una    roca, 
una   lengua  cada   peña. 

i  Qué  bien  salta  !  ¡  Qué  bien  mueve 
el  uno  y  otro  reflejo, 
parece  que  ha  sido  espejo 
de  alguna  ninfa  de  nieve  ! 

¡  Qué  puramente  sonora 
pinta  el  cielo  arrebolado; 


parece  que  se  ha  bañado 
en  ,sus  corrientes  la  aurora ! 

Pero  en  la  incierta  espesura 
que   laberintos  le  miente, 
buscar    quiero    lentamente 
la   fiera,  ya  más   segura. 

Podrá  ser  que  esté  encubierta 
en   esta   breña   enramada ; 
esta   senda  está  pisada; 
ésta  parece  mas   cierta. 

Aquí  está  regado  el  suelo; 
junto   a   aquel   laurel   frondoso 
está   el   suelo   más   fragoso. 

{Ve  a  la  Prixces.v.j 

¿  Qué  es  esto  ?   ¡  Válgame  el  cielo ! 

¡  Qué  ciega  deidad,  que  apenas 
la  bosquejan  mis  antojos, 
fuego   me  inflama  los   ojos, 
3^elo  me  abrasa  las  venas ! 
Entre   blancas    azucenas, 
hijas   desta   fuente   fría, 
concibe  mi   fantasía 
(lisonjeando   el   desvelo) 
o  que  se  ha  humanado  el  cíelo, 
o  que  se  ha  dormido  el  día. 

Cobarde  me  prende  el  pie, 
y  entre  el  temor  que  me  inspira, 
sin  ver,   entiendo  que  mira; 
sin  mirar,  juzgo  que  ve. 
Detiéneme  un  no  sé  qué, 
si  es  respeto  o  si  es  amor, 
porque  impone   el   resplandor, 
sin  haber  quien  le  resista, 
grillos  de  luz  a  la  vista, 
sombras   de  miedo   al   valor. 

¡  Qué  bien,  dulcemente  avara, 
en  lo  mejor  del  sosiego, 
deidad  duerme,  hiela  fuego, 
nieve  enciende  y  rayos  para ! 
i  Qué  bien,  cuando  más  clara, 
neutralizando  el  cristal, 
la  púrpura  celestial 
mejillas  y  labios  bebe, 
que  en  majestades  de  nieve 
son  delirios  del  coral ! 

¡  Que  bien  rizado  el  cabello 
con   artificial   follaje 
es  de  la  frente  homenaje 
y   capitolio    del    cuello ! 
jOh,  cuan  bien  al  cristal  bello, 
que  al  sueño  agora  se  humilla, 


584 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


le  está  sirviendo  de  orilla, 
siendo  una  y  otra  guedeja 
celosía  de  la   oreja 
y  cárcel  de  la  mejilla! 

¡  Qué  bien  el  cuerpo  gentil, 
luciente  en  las  partes   ra3'0 
un  crepúsculo  es  de  mayo, 
una  eclíptica  es  de  abril  í 
¡Qué  bien  dispara   sutil 
amor  el  arco   flechero  ! ; 
¡  qué  bien  dulcemente  muero ! 
¡  Vive  el  cielo,  que  a  traición 
en   saetas   de   algodón 
disfraza    copos    de    acero ! 

j  Qué  bien  el  rostro  sereno, 
vaso,    si   bello,    mortal, 
me  da  a  beber  con  cristal 
por  los   ojos   su  veneno ! 
¡  Qué  gustosamente  peno 
por    tocar    aquella    mano ! 
Ea,  deseo  tirano, 

¿  qué  hay  que  temer  ?  Ya  me  atrevo ; 
mas  no  que  es  divina,  y  llevo 
el  atrevimiento  humano. 

¡  Con  qué  impulso  me  provoca, 
con  qué  deidad  me  replica: 
guerra  y  celos  me  publica 
a  fuego  y  sangre  su  boca ! 
Despídeme  y  me  convoca, 
y  yo,  con  temido  acuerdo, 
pierdo  gusto   y  tiempo   pierdo, 
porque   con   aliento   poco 
el  deseo  tengo  loco 
y   el    atrevimiento    cuerdo. 

Ea,  valor,  no  desconfíes; 
ea,   respeto,   no  haya  agravio, 
que  he  de  disfrutar   del   labio 
las  dos  rosas  carmesíes : 
perdonad,  bellos  rubíes, 
que  me  enciendo,  que  me  abraso, 
pero,  atrevimiento,  paso, 
refrenad   el   curso  ardiente, 
que  os  fulminará  el  oriente 
si  os  atrevéis  al  ocaso. 

Favores   que   los   alcanza 
el  gusto  que  los  merece, 
no  en  susto  los  apetece 
una  cortés  esperanza; 
que  es  propia  desconfianza 
A^alerme  resolución, 
y  es  con  necia  presunción, 
faltando  correspondencia,. 


hacer   gusto   la   violencia 
y  mérito  la  traición. 

Afuera,  pues,  que  me  ofendo 
de   resistirme   tan   blando , 
triunfe  mi  amor  no  alcanzando 
y  merezca  no  venciendo ; 
que  la  fineza  que  emprendo 
en   este    dulce    alborozo 
vendrá  a  ser,  ya  que  no  gozoy 
mérito  cuando  el  deseo 
espera  lo  que  poseo 
y   pretende  lo   que  gozo. 

Atarle  al  venablo  quiero 
aqueste   verde  listón, 
que  de  mi  veneracióii 
testigo  sea  verdadero ; 
ya  lo  enlacé,  y  lisonjero, 
sin  que  en  el  sueño  la  inquiete;.. 
con  verde  voz  me  promete 
ser  de  mi  cortés  amor 
un   mudo   despertador 
y  un  retórico  alcahuete. 

I  reme  al  fin;  mas  no  puedo,, 
que  esta  luciente  influción  (i) 
dulce  me  afecta  prisión ; 
quedarémie.  Tengo  miedo 
a  su  enojo  si  me  quedo. 
¿  Iréme  ?  No,  que  es  crueldad,- 
y  en  esta  neutralidad 
hoy   la   prudencia   porfía, 
pues  si  parto,  es  cobardía ; 
si  quedo,  temeridad. 

Pero  ya  una  traza  advierto 
con  que  en  mí  mismo  escondidcj» 
cobarde   veré    dormido 
su   bello    rostro   dispierto; 
todo  en  sueño  me  convierto,, 
y  lo  que  el  temor  recela 
libraré  en  esta  cautela 
con  glorioso  desempeño, 
para  que  vele  en  mi  sueño 
quien  sin  sueño  me  desvela. 

Va,  pues,  de  sueño  fingido,. 
3'  escondido  entre  esta  yedra,, 
desta  mal   tirada   piedra 
la  despertará  el  ruido. 
Tu   auxilio   invoco,   Cupido. 

(Dice   durmiendo   la   Princesa,) 

Princesa.  Deten,  amor,  la  cadena. 


(i)     Así  en  el  original. 


I 


JORNADA  SEGUNDA 


585 


I  Jesús   mil   veces,  qué   pena : 
ya  está  preso  mi  apetito  ! 

(Levantada.) 

Por  mi  soñado  delito 

parece  que  el  cielo  truena. 
Mas  todo  es  serenidad; 

sólo  en  mí  está  la  tormenta, 

pues   Cupido  me  violenta 

con  amorosa  crueldad. 

¿  Si  este  sueño  fué  verdad  ? 

¿Si    fué   verdad   mi   prisión? 

¿  Si  amor,   con  dulce  traición, 

me  dio  muerte  verdadera? 

Mas  todo  es   vana  quimera. 

que  los  sueños,  sueños  son. 

Mas  ;  qué-  la  causa  habrá  sido 

del  espanto  recebido 

que  ahora  me  dispertó? 

;  Qué  rumor  me  alborotó  ? 
D.  Pedro.  En  éxtasi  estoj-    dormido. 
;  Qué  gravemente  risueña 

lisonjeando  desdeña  ! 

;  Qué  bien  anima  el  semblante! 
Princesa.  Por  aquí,  con  paso  errante, 

discurriré  aquesta  breña, 
y  en  lo  poco  que  se  ve 

el  jabalí  buscaré. 
D.  Pedro.   ;  Qué  briosa  lo  previene  ! 

¡  Viven  los  cielos  que  tiene 

mil  almas  en  cada  pie ! 
Prin'Cesa.       Ya,  valerosa,  me  arresto 

y  el  paso  llevo  más  presto 

contra  el  jabalí  cruel: 

este  frondoso  laurel... 

¡  Válgame  el  cielo  !  ;  Qué  es  esto  ? 

(.Vele.) 

Cuando  mi  aliento   atrevido 
sólo   fieras  apetece, 
a  los  ojos  se  me  ofrece 
un  hombre,  solo  y  dormido. 
Mas,  ¿qué  jabalí  ofendido 
puede   causar   más   horror? 
¿Qué  fiera  con  más  rigor 
nuestra  perdición  procura, 
ofendiendo   con   blandura 
y   agraviando   con   amor? 

De  animal  que  es  tan  valiente 
no  quiero  humanos  despojos, 
que  introduce  por  los  ojos 
veneno  que  no  se  siente. 


y  contra  su  fuerza  ardiente 
el  no  ofenderle  es  venganza, 
que  de  su  dulce  asechanza 
la  Vitoria  más  segura 
huyéndola   se  procura 
y  evitándola  se  alcanza. 

(Retírase.) 

Huirle,  pues,  es  valor 
y  temerle  es  valentía, 
que  aun  sólo  en  la  fantasía 
es   fuerte  enemigo  amor; 
vencílo  con  mi  temor. 

(Mira    el    listón.) 

Mas,  ¿quién  esta  cinta  verde,^ 
por  quien  mi  recato  pierde, 
atar  al  venablo  pudo? 
Sin  duda  este  ciego  nudo 
es  memoria  que  me  acuerde. 

Sin  duda,   atrevido   el   dueño 
que   miro   ya    fugitivo, 
llegó    a    profanar,    lascivo, 
la  clausura  de  mi  sueño; 
y  es\   testigo  pequeño, 
en  cuya  disposición 
riesgos  corre  mi  opinión, 
me  presentó  su  osadía, 
cobarde  en  la  valentía 
y  cortés  en  la  traición. 

¡  Daré  voces,  vive  el  cíelo, 
y  llamaré  mis  criados, 
para  que  busquen,  armados, 
la  causa  de  mí  desvelo  ! 
Para    la    venganza    apelo. 
Mas  3-a  estoy  impertinente: 
¿  qué  venganza  habrá  que  intente  \ 
¿En    qué    ceguedad    prosigo, 
si   solicito   el   castigo 
y  huygo  del  delincuente  ? 

Y  no  es  argumento  vano, 
pues    en   casos   infinitos, 
cuando  hay  duda  en  los  delitos 
culpan  siempre  al  más  cercano. 
Así,  aqueste  monstruo  humano,. 
que   al   sueño    rinde   despojos, 
causa  fué  de  mis  enojos, 
y  enlazando  este   listón 
se  atrevió  a  mi  estimación, 
por  lo  menos  con  los  ojos. 

!Muera,  pues,  aunque  dormido, 
v  con  la  cuchilla  fiera 


586 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


deste  fresno ;  mas  no  muera, 
pues  está  a  mis  pies  rendido. 
¡  Oh,  monstruo,  cuanto  atrevido 
bellísimo  en  cada  parte ! 
¿  Que  no  pueda  yo  agraviarte 
despierta,  y  que  tú,  dormido, 
venablo   seas   de    Cupido 
siendo  emulación  de  Marte? 

D.  Pedro.       Venció    con    facilidad 
mi    cautelosa    invención. 

Princes.\.  ¡  Qué    bella    es    su   proporción ! 

D.  Pedro.  /  Qué   amorosa   es   su  deidad ! 

{Sale   Laura   de   ca::adora.) 

Laura.  Divertida  en  mi  pasión, 

atrás  dejo  ya  la  fuente, 
y  en  su  encumbrada  espesura 
el  español  no  parece. 
Osada  salí  a  buscalle, 
que  cuando  amor  se  divierte 
ni   el  recato  le  resiste 
ni   la  vergüenza   le   vence. 
Mas,  ¿qué  cazadora  hermosa, 
de   Palas   retrato   fuerte, 
de  Venus  imagen  bella, 
de    Cupido    copia   ardiente, 
junto  a  aquel  laurel  descubro? 
'Consigo  mismo  elocuente 
se  responde  y  se  pregunta, 
se  reporta  y  se  enfurece. 
¡  Qué  brioso  tiene  el   talle ! 
¡Qué  dulces  los  ojos  tiene! 
Grana  han  bebido  los  labios, 
cristal  helado  su  frente. 
Deidad,  sin  duda,  es  del  monte, 
cuando    no    ninfa    celeste, 
que  en  esta  fértil  montaña 
cazadora  se  entretiene. 
Pero  ya  más  a  lo  humano, 
con    amoroso    accidente 
afecta  apacible  un  bulto 
durmiendo  entre  estos  laureles. 
¡  Qué  dudosa  se  le  acerca ! 
Princesa.  ¡  Qué  blanda,  qué  dulcemente, 
cuando   pretendo   de  jallo 
con  violencia  me  detiene  ! 
L.\URA.         Para  mirarle  la  forma 
ojos  la  envidia  previene, 
que  es  el  recelo  envidioso 
y  el  Argos  de  las  mujeres. 
Temblando  me  acerco  a  ver. 
Mas,  ¡  ay,  ciclos  inclementes, 


que  es  mi  adorado  español 
el  venturoso  que  duerme ! 
Celos  me  abrasan  el  pecho, 
celos   el   alma  me  encienden, 
j  Vientos,  no  le  despertéis  ! 
¡  Detente, .  sueño,    detente  ! 
Que  si  desta  cazadora 
los  ojos  mira  lucientes, 
¿  quién  duda  que  ellos  le  ganen 
lo   que  mi   ventura   pierde  ? 
Escondida   entre   estos   ramos 
que  celosía  entretejen, 
oír  quisiera  la  voz 
que  sus  acciones  prometen. 
j  Ay,    celos   despertadores, 
del  entendimiento  redes, 
prestadme  también  oídos ! 
Princesa.  ¿  Vióse  más  gloriosa  muerte  ? 
¿  Que  de  mi  antiguo  recato, 
de  mis  honestos  desdenes, 
un    hombre    no    conocido 
triunfe  tan  fácilmente? 
Mas,  ¿no  soy  yo  la  que  al  mundo, 
con  desprecio  inobediente, 
cobrando    fama   le  he  dado 
contingencias   de   perderse  ? 
¿  No  soy  la  que  contrastando 
mil    supremos    pretendientes 
en  el  golfo  de  su  fuego 
escollo  he  sido  de  nieve? 
¿No  soy  la  Princesa  yo 
de    Ñapóles  ? 
Laura.  ¡  Caso   fuerte  ! 

D.  Pedro.  ¡  Alta  empresa  ! 
Princesa.  ¿  No    soy   yo 

de   todo  este   reino  el   Fénix? 

¿Pues  qué   fuego   superior 

encendido    interiormente 

a  mis  arrogantes  plumas 

con  propia  llama  se  atreve? 

¿  Qué  regalada  lisonja, 

o  qué  halagüeño  deleite 

a  consultas  amorosas 

me   inclina   correspondiente? 

Pero  allí,  si  no  me  engaña 

el  temor  que  me  previene, 

un  cerdoso  jabalí 

se  me  acerca  diligente. 

En   dudosas  valentías 

mis  temores  no  resuelven 

si  de  aquel  monstruo  el  horror 

huya  o  la  beldad  de  aqueste. 


JORNADA  SEGUNDA 


587 


D.  Pedro. 


Laura. 
D.  Pedro. 
Laura. 
D.  Pedro. 


Perdona,  amor,  si  te  dejo, 
de   mi   peligro   pendiente, 
que  ya  iguales  me  amenazan, 
mucho  el  daño,  el  tiempo  breve. 
Y   tú,    dormido    garzón, 
si    tanto    amor   agradeces, 
para  ser   muerte   del   alma 
mi  propia  vida  defiende. 

(rase.) 

¡  Aguarda.  Princesa,  aguarda  ! 

¡  Señora,  espera,  detente  ! 

i  Qué  briosa,  qué  arrogante 

a  los  peligros  se  ofrece  ! 

¡  Qué  bien  la  cuchilla  esgrime ! 

Mas  ya  voy  a  socorrelle. 

¡  Detente,  ingrato  español ! 

Laura  hermosa,  ¿qué  me  quieres? 

¡  Culpar,  traidor,  tus  engaños  ! 

¡  Riguroso  fiscal  eres  ! 

Xo  es  tiempo  de  escuchar  quejas, 

que  la  Princesa  valiente 

está  a  riesgo  de  la  vida. 

Quédate  adiós. 

(Vasc-) 

Xo  me  dejes. 
Pero  rogarte  es  en  A^ano, 
y  lo  que  el  alma  más  teme 
es  la  fuerza  de  ayudarte 
en  la  desdicha  presente. 
¡  Fiero  animal !  ¡  Monstro  bravo  ! 
¡  Ay,  cielos,  y  quién  le  viese 
menos  piadoso  el  valor 
y  la  venganza  más   fuerte ! 

(Dentro   don    Pedro.) 

D.  Pedro.  ¡  Resistirle  es  imposible  ! 

Laura.         Mayores   inconvenientes 

rompe   un   pecho   compasivo 

que  un   furor  airado  vence. 

Confiada  en  la  vitoria, 

si   la   vitoria   merece, 

quien  a  su  enemigo  ayuda 

su  peligro  me  compete. 

De  mi  animoso  valor 

haré  prueba  suficiente, 

más  en  vencer  mi  venganza 

que  en  dar  al  nionstruo  la  muerte. 

{Vase;    sale    Lupercio    como    dormido.) 

Lupercio.  "Quien   espera,   desespera", 
dice   un   refrán   castellano, 


Laura. 


Dentro. 
Laura. 


^   y  yo  de   esperar  al   Conde 
pienso  que  he  desesperado. 
Que  estos  bosques  y  estas  selvas, 
de  los   sentidos  halagos, 
sólo  me   dan   pesadumbre, 
que  un   esperar  puede  tanto. 
Pero  la  fuente  del  Pino 
es   ésta:    ¡bravo   regalo, 
que  tan  sin  piedad  ofrezca 
agua  a  im  hombre  fatigado ! 
¡  Miren    qué    frasco    de    vino 
con    San   Martín   adobado, 
que  conmigo,  que  soy  pobre, 
parta  la  mitad  del  vaso ! 
Sino  un  agua  pura  y  limpia, 
que  de  un  soberbio  peñasco 
centellas   dando   de    fuego 
se  desata  por  los  rayos. 
Mas,  ¿qué  habrá  sido  del  Conde, 
que  cazador  solitario 
junto  a  esa   fuente  quedó, 
buscando  al  ciervo  y  al  gamo? 
Vuélvome   a   la   casería, 
donde  nuestro  huésped  sabio 
me  aguarda.  Adiós,  bellas  selvas; 
adiós,  amor  ya  nevado ; 
adiós,    soledad    frondosa, 
que   a  la   cabana  me  parto, 
donde  tienen  igualmente  - 
fresco  el  queso,  el  vino  rancio. 

{Vase;  sale   la   Princesa,   don    Pedro,   Laura  y 
el    Marqués.) 

D.  Pedro.       Si  tanto,  heroica  Princesa, 
de  mi  humildad  me  levantas, 
besen    mis    labios    tus    plantas; 
laurel   ciña   tu    cabeza. 

Si  de  tan  pequeña  hazaña, 
por  la  parte  que  me  toca, 
me  da  liberal  tu  boca 
favores    que    lleve    a    España, 

será,  sin  que  la  consuma 
del  tiempo  la  veloz  llama, 
en  las  alas  de  la  fam.a 
mi  agradecimiento  pluma. 

A   Laura   debes,   señora, 
si  en  ti   es  posible  deber, 
valor  en  una  mujer 
que  al  más  varonil  desdora. 
Marqués.       Y  yo  le   debo  una  vida 

que  para  el  alma  la  ofrezco, 
■  y   al   favor  que   la  merezco 


588 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


el  alma  en  sí  está  vencida. 
Princesa.       Ya  de   su  valiente   acero 

estoj'  tan   agradecida, 

que,  pues  le  debo  la  vida, 

la  vida  pagarle  quiero. 
Dame  los  brazos,  serrana. 
Laura.     -  Los  pies  besarte  es  mejor, 

para  que  aprenda  valor 

de  los  pasos  de  Diana. 
Princesa.       Si,  ya  valiente,  ya  hermosa, 

juntas  hoy,  Laura  perfeta, 

atributos   de   discreta, 

estimaréte  '  envidiosa. 
Laura.  Si  tanto  me  favoreces 

en  mi  Avillana  humildad, 

podré   tener  vanidad. 
Princesa.  Estimo  lo  que  mereces, 

Laura,  pues  m.i  amor  te  estima; 

que,   agradecido,   el   valor 

siempre   aficionado   amor 

obligaciones  anima. 

Y  en  prueba  de  la  verdad, 
por  darte  seguridad 

del  afecto  en  que  prosigo, 

hoy   has   de   venir    conmigo, 

dejando  esta  soledad. 

Mi  camarera  has  de  ser. 
Laura.         Señora... 
Princesa.  -  Ya  el   responder 

no   ha  de   poderse  excusar: 

esto  se  ha  de  ejecutar. 
L.AURA.         Licencia  has  de   conceder 

para  consultar  mi  hermano, 

que  en  este  monte  cercano 

habita   una   casería. 
Princesa.  Esa   es   diligencia   mía ; 

el  excusarte   es   en  vano. 
Laura.  Ya  que  tu  Alteza  previene 

lo  que  a  mi  estado  conA-iene, 

por   tan    singular    favor 

tus  pies  beso. 
Princesa.  Alza,  que  amor 

brazos   solamente  tiene. — 
Tú,  español,   a  cuyo  acero 

debo   el  auxilio  primero 

en  este  peligro  vario, 

con  nombre  de   Secretario 

que  desde  hoy  me  sirváis  quiero. 

Y  aunque  es  merced  tan  pequeña, 
que   apenas   se  desempeña 

mi  forzada  obligación, 
no   es   el    comenzar   acción 


que  el   mérito   la  desdeña; 
ni    libro    en    sólo    interés 

premios  que  puedo  después 

dar  sin  ajenos  agravios. 
D.  Pedro.  Deja  que  imprima  mis  labios, 

Princesa  heroica,  a  tus  pies. 
Marqués.       Tan  alto  favor  sintiera 

si  en  Laura  mi  amor  no  hallara 

quien   mi   vida   restaurada, 

quien  mi  gusto   redimiera. 
Laura.  Deja  que  en  dulces  cadenas 

con  tan  generosa  acción 

pongas  el  alma  en  prisión. 

¿Hay  más  celos?  ¿Hay  más  penas? 
Princesa.       ¡  Qué  cortesana  amistad  ! — 

Español,   tu   valentía 

es  en  la  estimación  mía 

honrosa    seguridad. 

De   mi    reconocimiento 

tu  mayor  aumento  fía ; 

fía  en  la  palabra  mía, 

fía  en  tu  merecimiento. 
Pero,  dejando  esto  aparte, 

pues  3'a  la  tarde  refresca 

y  el  sol  presuroso  baja 

a   la  occidental    esfera, 

prevenid  luego.  Marqués, 

dar   a   Ñapóles   la  vuelta, 

llevando,  sin  dividirla, 

enramada    quella    fiera ; 

cuya    extraña    proporción, 

cuya  desigual  grandeza, 

dé   gusto  y  admiración 

a  mi  padre. 
Marqués.  Ya  se  apresta 

lo   que  tu   Alteza  me   manda, 

y  parto,  con  tu  licencia, 

a  recoger  los  monteros 

que  aquestos  montes   rodean. 
Princesa.  Adiós,  bosques;   fuente,  adiós p 

adiós,  bien  tejidas  yedras, 

donde  tendió  el  niño  amor 
■  sus    redes    a   mi    fiereza. 

Adiós,  fieras,  donde  yo 

he  dejado  de  ser  fiera: 

libre  vine ;  voy  cautiva ; 

entré  viva  y  vuelvo  muerta. 

(T''asc-) 

D.  Pedro.  Adiós,  humilde  arroyuelo ; 
adiós,  montaña  soberbia, 
donde   amor   me    levantó 


JORNADA  TERCERA 


589 


casi  a  tocar  las  estrellas. 
Adiós,  altivos  laureles, 
cuya  infiel  naturaleza 
amoroso  impulso  ha  sido 
de  otra  Dafne  más  perfecta. 
Náufrago  llegué  a  pisaros 
la  noche  de  mi  tormenta : 
busqué  el  día,  hallé  el  sol ; 
hallé    patria,    busqué   tierra. 

(Vase.) 

Laura.         Adiós,  antigua  cabana; 

adiós,  hermano;  adiós,  selvas, 
donde  aqueste  peregrino 
heridas  me  dio   con  3-erbas. 
Adiós,  amoroso  campo, 
campo  de  amorosa  guerra : 
amante   os   vi ;   voy   cautiva ; 
dueño  os  goce ;  esposo  os  vea. 


JORNADA  TERCERA 

(Salen  don  Pedro  y  Laura,  asidos  de  un  papel.) 

D.  Pedro.       Déjame,  Laura,  el  papel. 
•Laura.         En  vano  son  tus  develos, 

cuando  me  inducen  los  celos 

a  saber   el  dueño   del. 
¡  Suelta,   acaba  ! 
D.  Pedro.  No  quiero. 

i  Oh.   qué   impertinente    estás  ! 

Déjalo,   y   luego   sabrás 

la  causa. 
L.\URA.  Leerla  espero 

en  sus  propias  letras  antes 

que  la  fíe  de  tus  labios, 

mentirosos  para  agravios, 

para  celos  arrogantes. 
D.  Pedro.       ¡  Haréle  dos  mil  pedazos, 

o  te  perderé  el  respeto  ! 
Laura.         ;  Suelta,  acaba ! 
D.  Pedro.  ¿A  qué  efeto 

quieres  hoy  probar  mis  brazos? 
¡Viven  los  cielos...  ! 

[Sale   1(1    PiíixcESA.) 

Princesa.  .  ¿Qué  es  esto, 

Laura  ?  ;  En  qué  pasos  andáis  ? — 
Vos,  español,  ¿  cómo  estáis 
en  palacio  descompuesto? 

D.  Pedro.       Aqueste   papel,    señora... 

Laura.         Señora,  aqueste  papel... 


Princesa.  ¿  Qué  os  turbáis  ?  — Agora  él    ■ 

su  propia  opinión  desdora. 

¡  Ah,  cielo  ! —  ¡  Mostrad,  grosero  ! 

Vos,  de  absoluto  poder, 

¿violentáis   a   una  mujer? 

Hoy  castigaros  espero. — 

¡  Celos  tengo  ! —  Muy  culpada, 

Laura,  estás. 
Laura.  Señora... 

Princesa.  No  hay  (i) 

disculpa;  salte  allá  fuera. 

Celosa  voy  y  agraviada. 


Laura. 


Princesa. 


D.  Pedro 
Princesa. 


D.  Pedro, 
Princesa. 
D.  Pedro. 


(Vase.) 

Vos,  español,  el  prudente,' 
el   afable,  el  comedido, 
el  cortés,  el  entendido, 
el  vergonzoso,  el  valiente, 

¿por  un  papel  le  perdéis 
a  una  mujer  el  respeto? 
O  dejáis  de  ser  discreto, 
o  poco  de  amor  sabéis. 

Mas   referid  para  quién 
le  escribistes. 

i  Traza   extraña ! — 
Fué,  señora,  para  España. 
El  me  lo  dirá  más  bien. 

Leeréle,  pues.  Dice  así : 
^'Después  que  durmiendo  os  vi 
y  me  mirasteis  durmiendo, 
ni  me  entendéis,  ni  os  entiendo; 
ni  me  amáis,  ni  os  ofendí. 

Y  estoy  tan  fuera  de  mí 
si  los  contrarios  advierto, 

mi  bien,  con  que  m.e  habéis  muerto, 
hallo  que  me  habéis  herido, 
piadosamente  dormido, 
y  cruel  cuando  despierto." 

i  Obscurísimo  papel ! 
No  lo  entiendo;  es  todo  enima. 
Así   en   España   se  estim.a. 

Y  es  discreto  el  dueño  del. 

Ya,  ingeniosa,  se  suspende;  (Ap.) 
aunque  con  prudencia  grave 


(i)     "Hay"  no  rima  con  "fuera",  como  debía.  Qui- 
zá esta  redondilla  se  escribiría  asi : 

Mu3"  culpada, 

Laura,  estás. 
Laura.  Señora,    espera 

disculpa. 
Princesa.  Salte  allá  fuera. 

Laura.         Celosa  voy  y  agraviada. 


590 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


disimula  lo   que  sabe 

por  olvidar  lo  que  entiende. 

Princesa.       No  tendrá,  don  Pedro,  amor 
quien  con  confusión  os  trata. 

D.  Pedro.  Ya   su   condición   ingrata 
me  lo  ha  dicho  mi  temor. 

Mas  tas  dudoso  me  ofrece 
el  impulso  que  me  anima, 
que  me  desdeña  y  me  estima, 
me  olvida  y  me  favorece. 

Princesa.       ¿Y  podré  de  vuestro  amor 
saber,  don  Pedi-o,  el  suceso? 

D.  Pedro.  Obedecerte  profeso. 

Princesa.  ¿Y  seréis  fiel  relator? 

D.  Pedro.       De  liistoria  que  tengo  impresa 
en  el  alma,  ¿por  qué  no? 

Princesa.  Decid;  ya  os  escucho  yo. 

D.  Pedro.  Atienda,   pues.   Vuestra   Alteza. 
Una  calurosa  siesta, 
cuando  el  propio  sol  se  baña 
en    el   mar,   liquido   espejo 
de  sus  encendidas  llamas, 
por  la  espesura  de  un  monte, 
cuya  arboleda  intrincada 
negaba  dudosamente 
su    camino    a    humana    planta, 
a  buscar  un  jabali 
descendía,  tan  armada 
la  mano  de  acero  agudo, 
como  el  peoho'de  templanza. 
Al  ruido  de  una  fuente, 
liquida   sierpe  de   plata, 
que  flores  lamiendo  muchas 
discurre  el  soto  enroscada, 
me  suspendi  entre  la  yerba, 
dulce,    si    no   blanda    cama, 
cortina   siendo  las  hojas, 
pabellón   siendo  las  ramas. 
Dormí,  y  recordóme  el  viento, 
de  mi  suspensión  aldaba, 
que  para  ignorado  bien 
llama  a  las  puertas  del  alma. 
Ligero,   negué   a  los   flores 
mi  reposo  en  su  distancia, 
solicitando   la   fiera 
entre  sendas  mal  pisadas. 
Pero  cuando  prevenida 
de  temeridad  bizarra 
contra  su  no  vista  forma 
la  imaginación   llevaba, 
un  monstruo,  hijo  del  sol, 
aunque  con  más  que  el  sol  llamas, 


Princesa, 


ocultaba  hermoso  sueño, 
salteó   mi   vigilancia. 
Quedé  como  noche  obscura, 
que  en  su  sombra  sepultada 
con    intervalos    de    luz 
instantes  del  sol  le  engañan. 
Mas  dividiendo  el  asombro 
con  amorosas  pisadas, 
la  que  me  asombró  divina 
contemplé  durmiendo  humana. 
Encendió  amor  en  mis  venas 
entonces   sed  abrasada, 
sed  que  engendró  por  los  ojos, 
cristal   vivo,   mortal   agua. 
Cuando  presumí  bebería 
en  las  dos  conchas  de  grana 
con    sacrilega    osadía 
sangre  que  deidad  violara^  ' 
Mas  consultando  el  respeto 
determinación  tan  alta, 
hizo  el  discurso  en  mi  amor 
hipocresías   forzadas. 
Neutralidades   ocultas 
me  persuadieron   contrarias 
que  era  hazaña  el  huir, 
y  que   embestir   era  hazaña. 
Vencer  el  impulso  propio 
en   esta   interior  batalla, 
amor   me   dictaba   ser 
mejor  triunfo,  mayor  palma. 
Venció  al  fin  la  cobardía, 
que  para  vitoria  tanta 
hice  mérito  el  deseo 
y  fineza  la  esperanza. 
No  la  osé  tocar. 

Suspende 
el  discurso;  basta,  basta; 
no   te  desmientas  varón, 
cuando  te  acreditas  dama. 
Hombres  que  dejan  de  serlo 
con   prudencia    afeminada, 
no  ciñan  luciente  acero, 
pespunten    delgada    holanda. 
Narcisos  de  su  fineza 
en  cristales  de  fe  casta 
sólo  se  guardan  en   flor 
para  cosa  imaginada. 
Fortuna,   de   cuyo  imperio 
milagros  de  amor  se  aguardan, 
los   temerosos  >  repulsa, 
los  atrevidos   ampara. 
Ouien  de  los  cabellos  tuvo 


JORNADA  TERCERA 


591 


glorias  tan  bien  ponderadas, 
con  justa  razón  merece 
que  la  ocasión  le  sea  calva. 
Quédate,  pues,  para  poco; 
para  mujer,  para  nada; 
que  quien  los  sueños  venera 
merece  glorias  soñadas. 
D.  Pedro.  ¡Válgame  el  cielo!  ¿Qué  es  esto? 
¿  Qué  estrella  en  mí  tan  avara 
méritos    desacredita, 
cuando    finezas   infama? 
¿  Qué  cura  espera  la  herida, 
que  donde  el  alma  traspasa 
remedios    la   debilitan 
y  medicinas   la   inflaman? 
;Qué  mujer  es  ésta,  cielos, 
que  con  enigmas  tan  varias 
■    lo  que  sabe   disimula 
y  me  reprende  enojada? 
Si  el  dulce  suceso  olvida 
donde,  díganlo  las  plantas, 
más  amorosa  la  vi, 
la   escuché  menos  ingrata, 
¿cómo  cuando  la  refiero, 
ajenamente    irritada, 
su  propio   valor   la   enoja, 
mi   propio   temor   la   agravia? 
"Quédate,  pues,  para  poco; 
para  mujer,  para  nada; 
que  quien  los  sueños  venera 
merece   glorias   soñadas." 
Quíteme   mi  "amor   la   vida, 
máteme  con  propia  espada, 
dé  la  herida  en  sufrimiento 
o  del   remedio  las  ansias. 

{Sale   Alcido  y   dos  Vill.vnos,  y   traen  ataao  a  Lu- 

PERCIO.) 

Álgido.  ¡  Atadle  con  fuerza  las  manos  ! 

LuPERCio.  ¡  Ah,   qué   insufrible    rigor  I 
Alcido.       ¡  Dime    la    verdad,    traidor ! 
LuPERCio.  ¡  Ah,  verdugos  inhumanos  ! 
;  Qué  verdad  ha  de  decir 
quien  jamás  dijo  verdad? 
¡  Ea,  tened  de  mí  piedad  ! 
Soltadme,  dejadme  ir; 

aflojad    un    poco    el    lazo. 
Alcido.       ¡  Antes  apretalde  más  ! 
Villano.     Di    la   verdad. 
LuPERCio.  ¡  Barrabás 

pueda   con  este  embarazo  í 
¡Afloja  un  poco  la  tira 


Alcido. 

lupercio. 

Alcido. 


LUPERCIO. 


Vill.axo. 
lupercio. 

Alcido. 
lupercio. 
Villano, 
lupercio. 


Alcido. 


LUPERCIO. 


Alcido. 

lupercio, 
Alcido. 

lupercio 


digo,  que  rabio,  que  muero  ! 
Di  la  verdad,   embustero. 
Señores,    ¿eso    es    mentira? 
Dime,  o  te  haré  pedazos, 
dónde,  con   crueldad   tirana, 
llevó   el   español   mi   hermana. 
Haz  que  me  suelten  los  brazos, 

y  seré  testigo  fiel 
que  entre  una  y  otra  yedra 
don   Pedro   se  volvió  piedra, 
Laura   se   volvió   laurel. 

¡  Ah,    qué    fuertemente    tira 
este   cordel;    aflojad! 
Di,  engañador,  la  verdad. 
Señores,  ¿esto  es  mentira? 

Digo  que  el  cordel  me  mata, 
¡  Apretadle  hasta  los  huesos  ! 
¡  Limosna  para  los  presos  ! 
Tome  el  bufón  esta  pata. 

Dámela,  que  a  buena  ley, 
si  conviene  al  descasado, 
podrá  ser  que  me  hayas  dado, 
Beliso,   pata  de  buey. 

¡  Infame,  viven   los   cielos, 
que  el  alma  te  he  de  sacar 
o  el  caso  me  has  de  contar ! 
¡  Qué   confusión,  qué  desvelos  ! 

;  Plega  al  cielo  que  si  he  dado- 
causa  a  tu  injusto  dolor, 
un   médico   enterrador 
me  sangre  con  resfriado ! 

Celos   me    pida   una   dueña, 
y  me  los  dé  quien  me  pida ; 
sudores  me  dé  en  la  vida, 
graciosidades    la    leña. 

Y,   finalmente,   señor, 
si  sé  lo  que  me  preguntas, 
estas  maldiciones  juntas 
me  comprendan. 

i  Ah,    traidor ! 
;  Piensas  con  bufonerías 
encubrirme   la   verdad? 
¡  Que  no  os  muevan  a  piedad, 
hombres,  las  plegarias  mías ! 
Ea,   llevalde   a  una  cueva, 
y  porqué  esté  más  seguro 
atalde   a   un   peñasco   duro, 
donde  ni  coma  ni  beba. 

¿  Cómo  es  esto?  ¿  Hay  tal  traición?" 
¿  Vióse  más  tirana  ley? 
¡  Señor,  miserere  mei, 
que  muero  camaleón ! 


592 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


Villano.         ¡  Ah,  qué  temprano  suspira  ! 
LuPERCio.  ¿  Qué  he  de  hacer,  que  desespero  ? 
Villano.     Di   la   verdad,   palabrero. 
LuPERCio.  Señores,   ¿  esto   es   mentira  ? 


(Vanse,  y  sale  el  Rey  y  la  PRI^"CESA.) 


Rey. 


Esto  pide  el  de  Ferrara; 
fuerza  es  la  resolución. 
Princesa.  Dura  ley  es  la  razón 

que  en  la  obediencia  repara. 

¿  No  lo  puedes  dilatar  ? 
JRey.  No,  que  en  cosas  tan  pesadas 

dilaciones  afectadas 
son  asomos  de  engañar. 

Muchos  años  ha,  Lucinda, 
que  contrasta  tu  rigor, 
sin  que  te  incline  su  amor 
ni  mi  consejo  te  rinda. 

Pero  ya  es  fuerza  te  rija 
resolución   más   perfeta, 
agradándome  suj  eta 
y   obedeciéndome    hija. 

Toma,  pues,  acuerdo  sabio, 
y  advierta  tu  vano  antojo 
que  como  padre,  me  enojo, 
y  que,   como  Rey,   me  agravio. 

Resuélvete  y  no   repliques. 

(Vase.) 

íPrincesa.  ¿Hay  confusión  más  tirana? 
¿  Hay  más  nuevo  laberinto  ? 
¿  Hay   resolución   más    rara  ? 
¿Qué   suceso  es   éste,  cielos, 
que  en  carrera  acelerada 
de  mi  amor  a  su  razón 
atropella    la    distancia  ? 
Entre  obediencia  y  amor-, 
Scila  y   Caribdis   el   alma: 
ella  prudencia  me   niega, 
ella  el  gusto  me  amenaza, 
j  Ah,   confusión   tirana, 
del  gusto  muerte,  del  honor  batalla 
Si  de  mi   padre  el  precepto, 
humildemente  forzada, 
obedezco   por   su  gusto, 
le  ejecuto  por  mi  fama. 
Laurearáme  la  obediencia, 
el  honor  me  dará  palma, 
estimación  la  virtud 
y  la   honestidad  estatua. 
Pero  en  tan  notoria  fuerza, 
en  violencia   tan   pesada, 


¿quién  dudará  que  el  deseo 

quiebre  en  astillas  de  infamia? 

¿  Quién  no  temerá  que  oculto 

el  fuego  que  me  amenaza, 

con  pólvora  de   un   enojo 

encienda  afrentosas  llamas? 

¡  Ah,  confusión  tirana, 

del  gusto  muerte,  del  honor  batalla! 

Si  deste  español,    ¡  ay,   Dios !, 

la   amorosa   concordancia 

contemplo  más  convencida 

y  templo  menos   ingrata, 

vida  me  promete  amor, 

dulcemente  dilatada; 

sin  enfado  en  el  deseo, 

en  el  gusto  sin  mudanza. 

Pero  humildad  tan  precisa 

en  una  mujer  tan  alta, 

¿qué  mérito  no  la  acusa, 

qué  voluntad  no  la  infama? 

¡  Ah,   confusión  tirana. 

del  gusto  muerte,  del  honor  batalla ! 

[J'ase  y  sale  don  Pedro.) 

D.  Pedro.       Si  es  ardid  de!  sufrimiento 
para  triunfar  del  desdén, 
¿cómo  se  retira  el  bien 
mereciéndolo  el  tormento  ? 
Si  la  Vitoria  que  intento 
con    rendimiento    se   halla, 
¿cómo  pierdo  la  batalla, 
siendo  más  gloriosa  estrella 
el  valor  de  merecella 
que  la  dicha  de  alcanzalla? 

Alto,  pues;  vamos  a  España. 
¡  Oh,   fiera  vana  porfía, 
cual  otro  que  me  dormía 
el  mismo  me  desengaña!  (i) 

(Sale    Laura.) 

Laura.  ¿Aquí  estás? 

D.  Pedro.  Aunque  quisiera 

no  estar,  ya  me  ves  aquí. 
Laura.         ¿Que   quisieras  no   estar? 
D.  Pedro.  Sí. 

Pluguiera  a  Dios  no  estuviera. 
Laura.  Pues  el  favor,  el  contento, 

la  vanidad,  el  desdén, 

ya   se   acabaron   también. 

;  Sabes  lo  del  casamiento? 


(i)     Esta    redondilla   no   tiene    sentido    claro. 


TORNADA  TERCERA 


59c 


D.  Pedro. 
Laura. 

D.  Pedro. 

Laura. 

D.  Pedro. 

Laura. 
D.  Pedro. 
Laura. 
D.  Pedro. 
Laura. 


D.  Pedro. 


Laura. 
D.  Pedro, 


Laura. 
D.  Pedro, 
Laura. 
D.  Pedro, 


Laura. 


D.  Pedro 


Laura. 


Pero   tu   melancolía 
desto  debe  de  nacer. 
Mas,  ¿que  te  quieres  volver 
a  España? 

Luego    querría. 
Mas,  ¿quién  dices  que  se  casa? 
¿Disimulas?    ¡  Ah,    traidor! 
Dícelo  el  común  rumor, 
¿y  no  sabes  lo  que  pasa? 

Refiéreme,  por  tu  vida, 
quién  se  casa. 

¡  Cosa  extraña ! 
iSías,  ¿que  ya  te  vas  a  España? 
Presto  será  mi  partida. 

Pero  dime  quién  se  casa. 
Quien  agradarte  profesa. 
Dilo  claro. 

La  Princesa. 
¿Qué   Princesa? 

La  de  casa : 

la  que  en  la  caza  te  vio, 
la  que  te  sacó  y  se  casa, 
la  que.  aunque  se  muestra  escasa, 
tanto  te   favoreció. 

¿Tienes  más  que  preguntar, 
presumido  fanfarrón, 
príncipe   con  intención, 
siendo  desprecio  del  mar? 

¡  Quedo,    Laura ;    Laura,    paso  ! 
¿Tú  conmigo  descompuesta? 
¿  Qué  resolución  es  ésta  ? 
¡  Tengo  razón ! 

Xo  hace  al  caso; 
que  con  hombres  como  yo 
es  fuerza  la  cortesía. 
¡  Soy  mujer ! 

No  lo  eres  mía. 
¡  Merezco  más ! 

Eso  no; 
que  aunque  sirvo  y  extranjero, 
soy. . . 

Aunque  con  trato  doble, 
muy  bien  se  ve  que  eres  noble 
no  más  de  porque  te  quiero. 

Pase  el  enojo. 

Ya    pasa, 
porque    estás    arrepentida ; 
pero  dime,  por  tu  vida, 
¿que -la  Princesa  se  casa? 

Ya  tú  estás  desengañado, 
y  yo  a  tal  tiempo  he  venido. 


VII 


que  te  quiero  aborrecido 
y  te  admiro  despreciado. 
La  Princesa  te  ha  dejado; 

desengañado  te  vas, 
y  yo,  aunque  celos  me  das 
con  pensamientos  ajenos, 
cuando  me  agradeces  menos, 
te  estoy  obligando  más. 
D.  Pedro.       Bien  quisiera,  Laura, 
por  tan   firme  amor, 
por  fe  tan  constante 
como  tienes  hoy, 
darte  en  pago  el  alma. 
islas  con  tal  razón 
tripular  cuidados 
no  es  fácil  acción, 
oprimir  el  alma 
y  el  otro  dolor; 
abrásame  el  pecho 
ardiente   pasión. 
Mostrar    en    quererte 
mi  resolución 
venganza  sería, 
y  fineza  no. 
Que  mientras  el  fuego 
que  ya   se   apagó 
entre  las  cenizas 
se   abriga    el    calor, 
de  la   actividad 
de  su  oculto  ardor 
incendio  se  teme 
con  justa  razón. 
Engañar  pudiera, 
amante,  traidor, 
diciendo  lisonjas 
y   mintiendo    amor, 
mas  fuera  ofender 
a  tu  estimación, 
criminal  engaño, 
bárbara  traición. 
Y   si   fuera  veras, 
recelo,  por  Dios, 
que  no   sé  quién   eres 
ni  sabes  quién  soy. 

(Vase.) 

L.\ura.  ¡  Aguarda,  don  Pedro ; 

espera,  español; 
que  del  alma  mía 
te  huyes,  ladrón ! 
¡  Español,   aguarda, 
aguarda... ! 

38 


594 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


(Sale  el  Marqués.) 


Marqués. 


Laura. 


Princesa, 
Marqués. 


¿Qué  voz 
descompuesta  es  ésta, 
di? 

¿Yo  he  dado  voz? 
Mira   que   te   engañas. 
Marqués.  ¡  Buena  está  la  acción, 
a  ser  yo  tormento 
de  tu  negación ! 
¡  Ah,  mujer,  mujer, 
falsa  la  mejor, 
loca  la  prudente, 
todas  confusión ! 
¿  Qué   español   es   éste, 
cielos?  ¿Qué  Sinón 

(La    PRINCE.SA    escuchando    al    paño.) 

entre  las  mujeres 

griego  engañador? 

De   don  Pedro  habla. 

¿  Conmigo   rigor, 

recato,  desdén, 

furia,  indignación? 

¿Conmigo,  que  adoro 

con  demostración 

cuanto  en  tu  hermosura 

el    cielo    cifró? 

¿Tan  ingrato  siempre 

y  a  quien  no  igualó 

su  fe  con  la  mía, 

tan  alto  favor? 
Princesa.  ¿  Cómo   es   esto,   cielos  ? 

¿  Cómo  tal  traición 

forja  mi  desdicha, 

consiente  mi  amor? 

¿'Con  Laura  don   Pedro? 
Marqués.  Mas  quien  me  agravió 

pagará  esta  ofensa. 

¡  A  buscarle  voy  ! 

Suspende,   atrevido, 

tu  resolución. 

¡  Oye,    descortés ! 


Laura. 


{l'ansCj  y  sale  la  Princesa-; 

Princesa. 

Mas,  ¿qué  es  eso?  Desátanse  ,a  millares 
contra  mí  tempestades  de  pesares: 
cuando  más  indecisa  la  vitoria, 
honor  espera  el  triunfo,  amor  la  gloria, 
entre  desconfianza 
celos  me  solicitan  la  venganza. 


Venza  honor,  triunfe  honor,  y,  convencido, 
quede  muerto  el  amor,  si  no  vencido. 

(Sale   LuPERGio.) 

Lupercio.       Este  es  palacio.  A  Dios  gracias, 
que  de  riscos  y  de  cuevas 
por  mi  industria  me  han  traído 
a  ver  la  ciudad  más  bella. 

Princesa.  Este  necio  no  me  ha  visto. 

Lupercio.  Aquí  habita  una  Princesa 
como  deidad  adorada, 
si  temida  como  reina. 
¡  Ah,  si  me  diesen  aquí 
siquiera  ración  y  media, 
hasta  que  supiese   cierto 
dónde  están  París  y  Elena, 
dónde  está  don   Pedro  y  Laura, 
sí  él  es  vivo  y  ella  es  muerta ! 

Princesa.  De  Laura  y  don  Pedro  habla, 
autorizando  sus  penas. — 
¡  Hola  !  ¿Quién  sois? 

¿Yo?    ¿Yo? 


Lupercio. 
Princesa. 
Lupercio. 


Princesa. 
Lupercio. 
Princesa. 

Lupercio. 


Princes.'V. 
Lupercio. 


Vos. 


Princesa. 
Lupercio. 


Debo  de  ser  una  bestia, 
pues  sin  hacer  la  mesura 
llego  a  la  vuestra  presencia. 
¿Qué  buscáis? 

A  quien  servir. 
Por  el  despejo  se  os  muestra. 
¿Y  qué  oficio  ejercitáis? 
¿Yo?  Gracioso  a  media  rienda, 
Mercurio  de  humanidades 
y  de  amores  centinela: 
soy  lacayo,   en  fin. 

¿Pues  cómo 
venís  de  aquesa  manera? 
Ya  que  sabe  quién  yo  soy, 
antes  que  de  mi  tragedia 
le   dé   entera   relación, 
refiérame  quién  es  ella; 
que  si  no  es  muy  principal 
y  del  Rey  algo  parienta, 
muy  dama  y  muy  melindrosa, 
muy  afable  y  muy  doncella, 
es  imposible  saber 
de  mi  historia  ni  una  letra. 
¡  Lindo  amor  !  j  Bravo  donaire  ! 
A  todo   estoy  muy  atenta. 
Pues  oiga,  señora  cardo 
de  las  celestiales  huertas. 
Eh  León,  corte  de  Alfonso, 
nací;  en  la  dulce  y  tierna 


JORNADA  TERCERA 


595 


edad  del  conde  don  Sancho 
solicité  la  criantela. 
Llegué  a  servir  de  lacayo; 
pero  con  tan  buena  estrella, 
que  mi  presencia  o  mi  gracia 
halló  gracia  en  su  presencia. 
Tenía   don   Sancho  entonces 
un  hijo  de  gran  materia: 
si  entre  los  hombres  de  envidia, 
de  amistad  entre  las  hembras. 
Este,   pues,   estimó   en   tanto 
de  mi   condición  burlesca, 
de   mi    firme   lealtad 
los  juguetes  y  las  veras, 
que,  como  si  fuera  yo 
hombre  igual  a  su  nobleza, 
a  'mi  pecho  encomendaba 
las  acciones  más  secretas. 
Viéndose,  pues,  mozo  y  rico 
de  virtud  y  de  hacienda, 
curioso  solicitó 
ver  de   Italia  la  belleza. 
Fletó  una  ligera  nave 
con  bastante  providencia 
en  Barcelona,  y  los  dos 
nos  embarcamos  en  ella. 
Felizmente  navegando, 
sin  resolución  adversa, 
desde  lejos  descubrimos 
de  Xápoles  las  riberas. 
Era   una   noche   algo    escura 
por  las  nieblas,   cuando  apenas 
nos  la  hizo  perder  de  vista 
no   sospechosa   tormenta. 
De   confusión    impedidos 
hicimos  las  diligenciaos 
con  votos  de  cristiandad, 
de  marinaje  con  fuerzas. 
'Slas,  al  fin,  como  granada, 
la  nave,  en  sirtes  y  peñas 
desgranando  pasajeros 
se  sumergió,  pecho  abierta. 
Yo,  aunque  sé  poco  nadar, 
tuve    esperanza    discreta, 
que  el  evitar  los  peligros 
dicen  que  es  natural  ciencia. 
Una   desgajada   tabla 
abordó   con   mi   cabeza, 
a  que  asido  en  ella  vide 
mi  pecho  varado  en  tierra. 
Con  ella   (para  abreviar), 
con  la  escapatoria  mesma. 


hallé  a  mi  dueño,  y  entrambos 
a  una  cabana  algo   cerca 
llegamos,  adonde  el  huésped, 
con  amor  y  con  clemencia, 
en  hospedaje  y  regalo 
mostró  su  oculta  nobleza. 
Aqueste  tenía  una  hermana, 
que.  Palas  de  aquellas  selvas, 
bizarramente  seguía 
a  los  hombres  y  a  las  fieras. 
Esta,  de  mi  noble  dueño, 
con  agasajo  y  terneza, 
dulcemente  enamorada, 
solicitaba  sus  prendas. 
Salió  mi  dueño  una  tarde 
a  buscar  entre  unas  breñas 
de  un  demonio  o  jabalí 
la  colmilluda  fiereza. 
Salí  con  él,  y  dormíme 
sobre  la  más  alta  peña; 
dispérteme,  no  le  hallé; 
di  a  la  cabana  la  vuelta, 
donde  me  hallé  rodeado 
de  una  villana  caterva, 
que,  atándome,  preguntaban 
por  mi  dueño  y  por  su  dueña. 
Mas  no  escapó  mi  ignorancia 
las  prisiones  de  una  cueva, 
hasta  que  Dios  y  mi  industria 
dieron  mandato  de  suelta. 
Salí  libre ;   vine  aquí, 
sólo  a  ver  esta  grandeza, 
y  he  visto  vuestra  hermosura, 
que  es  de  amor  la  quinta  esencia. 
Esta  es,  señora,  mi  vida, 
y  mi  relación  aquesta. 

Princesa.  ¿  Que  dueño  tienes  tan  noble 
y  de  partes  Jan  perfetas? 

LuPERcio.  Sí,   señora;   es  muy  cercano 
deudo  del  Re}',  y  están  llenas 
de    sus    antiguos   blasones 
las  historias  verdaderas. 

Princesa.  Está  muy  bien.  ¿Y  tú  quieres, 
mientras  del  no  tienes  nuevas, 
acomodnrte   en   palacio  ? 

LuPEi^cio.  Es  io  que  el  alma  desea; 
y  si  vos  me  acreditáis, 
besaré  con  obediencia 
la  superficie  que  pisa 
vuestra  argentada  chinela. 

Princesa.  Pues  hablad  al  Secretario, 
y    dirásle    que,    por    señas 


596 


EL  MÉRITO  EX  LA  TEMPLANZA 


que  la  Princesa  se  casa, 
te  acomode. 
LuPERCio.  Tu  belleza. 

viva  más  años  que  un  cuervo, 
dulce,   agradable,   suspensa, 
sin  afeites  cuando  moza 
y  sin  rugas   cuando  vieja. 

(Vasc.) 

Princesa.  ¡  Suceso  notable,  ah,  cielos ! 

¿Es  sueño  lo  que  en  mi  pasa? 

¿Es  burla  lo  que  en  mí  veo? 

¿Tan  presto  en  mí  tal  mudanza? 

j  Qué  inconstancia,  honor  !  ¿  Qué  es 

¿Ya  no  estaba  pronunciada     [esto? 

contra  el  amor  la  sentencia? 

¿Cómo  la  revoca  el  alma? 

Mas  si  es  noble  ese  español, 

si  le  adoro,  si  m^e  abrasa, 

¿qué  he  de  hacer  sino  que  el  pecho 

en    cenizas    se   deshaga? 

¿  Pero  no  me  matan  celos  ? 

¿No  le  vi  hablando  con  Laura? 

¿Cómo,  gusto,  te  resuelves? 

;  Cómo,  amor,  no  te  acobardas  ? 
i  Pero  ya  el  sueño  me  oprime ; 

determinación  tan  alta 

consultaré,   pues  el   sueño 

es    consejero    del    alma. 

(Recuéstase  en  una  silla,  dormida,  y  sale  don  Pedro.) 

D.  Pedro.       Concederáme  licencia 
o  sin  ella  partiré, 
pues  no  mereció  mi  fe 
más  alta  correspondencia. 
Y  pues  es  cierto  que  ausencia 
es  remedio  contra  amor, 
ausentarme  es  lo  mejor: 
quien   imposibles   procura, 
el  olvido  es  su  hermosura, 
el  consuelo  es  su  rigor. 

¿Diréle  quién  soy?  ]\Ias  no, 
porque  si  ya  está  casada... 

(La    Princesa,    durmiendo.) 

Princesa.  Aún  no  estoy  determinada. 

D.  Pedro.  ¡Cielos!,   ¿quién  me  respondió, 
o  quién  mis  quejas  oyó? 

Princesa.  Yo. 

D.  Pedro.  ¿  Si  es  mi  eco  ?  Mas  si  advierto 

que  aquí  duerme  quien  me  ha  muer- 
¡Oh,  dulcísima  homicida,  [to... 


ni  vos  sois  eco  dormida 
ni   yo   Narciso   dispierto ! 
Si,   oráculo,   respondéis 
lo   que,   durmiendo,   ignoráis, 
cuanto  humana   me   negáis 
divina   me   concedéis. 
Mas  si  al  sueño  os  disponéis 
con   disimulado   intento, 
por  probar  mi  atrevimiento, 
advertid,    señora    mía, 
que  ya  mi  amor  y  porfía 
son  hijas  del  escarmiento. 

Del  amor  con  que  prosigo 
le  inducen  ya   con  temor 
osadías  al  rigor 
y  delitos  al  castigo. 
Y  segunda  vez  os  digo 
que  aunque  tan  mortal  batalla 
en  vuestro  sueño  se  halla, 
por  no  perder  coyuntura, 
donde  perdí  la  ventura 
he  de  volver  a  buscalla. 

Si  importa  saber  mi  estado 
descubriré  la  verdad. 

Princesa.  En  cuanto  a  la  calidad, 

mucho  encareció  el   criado : 
su   padre   es    Conde. 

D.  Pedro.  Cuidado, 

sueño,    en    las    respuestas    dais, 
y   a   propósito    soñáis 
con  cautela  tan  perfeta, 
que  me  reveláis  profeta 
o   dispierta   me   turbáis. 

Sueño  que  tan  advertido 
se  burla  con  la  verdad, 
también   tendrá    facultad 
de  dar  un  favor  fingido. 

Princesa.  Resolverme  no  he  podido. 

D.  Pedro.  ¿  Qué  importa,  sueño  tirano, 
si  amor  me  concede,  humano, 
que  para  templar  mis  penas 
ponga  al  fuego  de  mis  venas 
la  nieve  de  vuestra  mano? 

Ya  puedo  decir  que  es  mía 
mano  que  el  alma  me  debe ; 
mas  temo  que,  como  nieve, 
la  deshaga  vuestro  día; 
porque  es  sombra  o  fantasía 
esta  gloria  que  en  mí  pasa, 
y   rígidamente    escasa 
mano  que  da  con  cautela 
una  nieve  que  se  yela 


JORNADA  TERCER.\ 


597 


por  un  alma  que  se  abrasa. 

Mas,  ¿qué  temo,  si  mis  labios 
beben    ya    cristal    tan   bello? 

(Bésale    la    mano.') 

Princesa.  Perdona,   padre,  perdona, 

que  ya  no  puede  ser  menos. 

(Sale   el   Rey.) 

D,  Pedro.  ¡  Oh,    venturosa    ocasión ! 
Rev.  ¡  Oh,  cielo  cruel !   ¿  Qué  es  esto  ? 

D.  Pedro.  ¡  Oh,    soberana    osadía ! 
Rev.  ¿Que  tal  sufro?  ¿Tal  consiento? 

¡  Hola,  criados,  criados  ! 

(Despierta    la    Princesa.) 

Prin'cesa.  ¿  Quién  me  ha  interrompido  el  sueño  ? 
Señor,  ¿de  qué  son  las  voces? 

Rey,  ¡  Bien  disimulas  el  hecho  ! 

Muy  buen  secretario  tienes  : 
es  muy  agudo  y  discreto, 
pues  por  la  mano,  sin  pluma, 
te    comunica    secretos. 
Mas  si,  cuidadosa  tú 
del  cuidado,  afectas   sueño, 
para  que  su  vigilancia 
se  atreva  a  amorosos  yerros ; 
si    cuando   acciones   dormidas 
disculpan    consentimientos, 
tienes  en  la  mano  oídos 
para  palabras  de  dedos. 
¿Qué  me  admiro,  qué  me  espanto? 
Pues  tan   infame  sujeto 
si  no  lo  castigo  padre, 
testigo  no  lo  pondero. 
¿Tú  eres  la  honesta  Diana, 
que  a  tan  altos  casamientos 
ingeniosa  te   oponías, 
filosofando  desprecios? 
^las  la  ciencia  en  la  mujer, 
como  es  su  dueño  imperfecto, 
sirve  de  honesto  arcaduz 
a   peligros    deshonestos. 

(LuPERCio   al  paño.) 

LrPERCio.  Señor  Secretario,  dice 

madama  de   cabos  negros, 

que  poi^  señas  que  se  casa 

la  Princesa...  Mas,  ¿qué  es  esto? 

Rey.  i  Basta,  que  ya  se  publica 

mi  deshonor ! 

LuPERCio.  ¿Xo  es  don  Pedro, 


cielos,  el  que  estoy  mirando? 

Rey.  ¿  Cómo   en   ardientes   extremos 

no  revienta  mi  furor? 

LuPERCio.  ■  ¿  Xo  es  aqueste  don  Pedro  ? 
¡  El  es,  vive  Dios,  y  el  Rey 
con   él   está   descompuesto ! 
¡Cielos!,   ¿que  cuando  a  hallarle 
en  este  palacio  vengo, 
tropiece  en  nuevas  desdichas 
y  caiga  en  engaños  nuevos? 

(Sale  el  Marqués-) 

^Marqués.  ¡  Oh,  alevoso  español, 

pues  ocasionas  mis  celos, 
sabrás  quién  es  el  Marqués ! 

Rey.  Entre   cólera   reviento. 

Marqués.  !Mas  aquí  está,  y  enojado 

le  habla  el  Rey.  ¡  Gran  empeño  ! 
Llegaré. —   Señor... 

Rey.  Marqués, 

prended  este  español  luego. 

(Sale  Alcido.) 

Alcido.       Si  el  hacer  recta  justicia 
es  obligación  del  cetro, 
escucha,  señor,  mi  agravio. 

Rey.  ¿Quién  eres? 

Alcido.  Sabráslo  presto. 

Un  rústico  soy  que  habita, 
de  tu  corte  no  muy  lejos, 
las  más  ásperas  montañas 
y  los  montes  más  soberbios, 
pacentó  (i)  allí  los  ganados, 
cuando  no  rico,  contento. 
Libre  de  envidia  y  lisonja, 
era  numeroso  daño, 
cuando  este  español,  que  agora 
admití  sin  conocello, 
de  una  tormenta  escapó, 
para  causar  mi  tormento. 
'  Salió,   pues,  buscando   albergue, 

y  entre  caminos  inciertos 
en  mi  voluntad  halló 
amistad    segura   y    puerto. 
Y  cuando  yo  le  libraba 
más   piadoso   acogimiento, 
fugitivo  me  llevó 
la  prenda  que  más  deseo: 
digo  mi  querida  hermana, 
a  quien  con  halagos  tiernos. 


(i>     Quizá    "paciendo". 


598 


EL  MÉRITO  EN  LA  TEMPLANZA 


con  promesas  amorosas 
y  disimulado  pecho 
redujo  a  su  voluntad. 

Rey,  ¡  Gran  delito  !   ¡  Caso   feo  ! 

D.  Pedro.  Mira,  Alcido,  lo  que  dices, 

que  es  falso  lo  que  has  propuesto. 

Princesa.  Mira,  villano,  que   Laura 
está  en  palacio. 

Rey.  ¡  Esto   es  sueño ! 

Alcido.       Señor,  parezca  mi  hermana. 

Rey.  ¡  Marqués,  prendeldo,  prendeldo  ! 

D.  Pedro.  A  tu  Majestad,  señor, 

la  espada  y  la  vida  ofrezco. 

Laura.         Si  por  la  lealtad  y  amor 
conque  te  sirvo  merezco, 
señor,  que  me  des  oído 
antes  que  le  lleven  preso, 
sabrás,  señor,  que  yo  soy 
deste   rústico  mancebo 
que  a  tus  pies  justicia   pide 
la  hermana. 

¡  Válgame  el  cielo  ! 
¿  Esta  es  Laura  ? 

¿  Pues    qué    pides  ? 
Que  su  inocencia  y  mi  intento 
logres,  piadoso  señor, 
pues  promesas  suyas  tengo, 
con  dármele  por  esposo. 
¡  Qué  laberintos  inciertos 
a  cada  paso  me  ofrecen 
tan  dudosos  los  acuerdos ! 
Si  sólo  yo  soy  testigo 
del  profano  atrevimiento 
de  este  español,  y  el  castigo 
es  el  perdón  y  el  derecho, 
en  las   altas   majestades 
es  la  ofensa  sacrilegio, 
que  no  la  venga  el  castigo 
si  no  la  enmienda  el  remedio, 
este  es  fácil  expediente. — 
Laura,  por  lo  que  te  debo, 
le  doy  luego  libertad: 
por   esposo   te   le   entrego. 

D.  Pedro.  Señor... 

Rey.  ¿Cómo  así  replicas? 

Laura.        Tus  pies  dos  mil  veces  beso. 

Princesa.  Paso,  Laura;  Paso,  Conde. 

Rey.  ¿Quién  es  Conde? 

Princesa.  Estáme  atento. 

Rey.  ¿Quién  es  Conde? 

Princesa.  Escúchame. 

Rey.  ¡  Dilo  presto,  dilo  presto  ! 


Alcido. 

Rey. 

Laura. 


Rey. 


Princesa.  Cuando  para  fatigar 

desa  montaña  las  fieras 

por   briosa,   por   prudente, 

me  diste,  señor  licencia,  , 

después  de  haber  discurrido 

la   espesura  más  incierta, 

si  por  valiente  perdida, 

fatigada   por    ligera, 

junto  a  una  sonora  fuente 

que  se  corona  de  yedra, 

sobre  su  cama  de  campo 

al  sueño  rendí  las  fuerzas. 

Entregados    al    reposo 

los  miembros  tenía  apenas, 

cuando  este  español  gallardo 

vigilante    me    saltea. 

Desde  su  amor  a  mi  sueño, 

descomedido,   pudiera, 

a  pesar  de  mi  recato, 

hacer    fuerza   la   violencia, 

que  entonces  la  soledad 

de  la  montaña  desierta 

facilitaba    osadías 

y  negaba  resistencias ; 

mas  de  la  cortés  templanza 

con  que  veneró  mis  prenda? 

en    un    atado    listón 

libró  comedidas  señas. 

Disperté  al  fin,  y  dormido 

(juzgo  yo  que  con  cautela) 

le  hallé,  cuando  un  jabalí 

solicitaba  más  presta. 

amorosa  me  acercaba 

a  su  forma  lisonjera, 

cuando  el  jabalí   feroz 

descubierto  se  me  acerca. 

Entre  el  amor  y  el  peligro, 

dudosamente    resuelta, 

por  librarme  le  embestí,    , 

más  valerosa  que   diestra. 

Pero  el  cerdoso  animal, 

empeñado  en   su   fiereza, 

los   alientos    desengaña 

en  mi  vana  diligencia, 

si  Laura  y  este  español 

entonces  no  me  ofrecieran 

él  su  amoroso  valor 

y   ella  celosa   fiereza. 

Premio  igual  los  honró  a  entrambos, 

sin  que  el  amor,  que  en  mis  venas 

cobarde  se  recataba, 

diese  notada   sospecha. 


JORNADA  TERCERA 


599 


Hasta  que  deste  lacayo, 
que  en  la  pasada  tormenta 
a  don  Pedro  acompañó, 
supe  su  mucha  nobleza. 
Del  conde  don  Sancho  dijo 
que   primogénito   era, 
quien  sus  virtudes  retrata, 
quien   sus   estados  hereda. 

Rey.  i  Cielo  santo! 

Prinxesa.  Juzga  agora 

si  es  forzoso  que  me  mueva 
.  a  fe  amorosa  quien,  noble, 
tanto  en  mi  afecto  se  emplea. 
Y  si  como  a  Rey  y  a  padre 
justicia  )'  piedad  te  esfuerzan 
a  perdonar  con  amor 
y  a  sentenciar  con  terneza, 
a  pesar  de  los  engaños 
con  que  ofendí  la  obediencia 
será  don  Pedro  mi  esposo. 

Rey.  ¡  Notables  cosas  alegas ! — 

¿  Que  tú,  don  Pedro,  eres  hijo 
del  conde  don  Sancho? 

D.  Pedro.  Prueba 

con    mensajeros,    señor, 
desa  verdad  la  certeza. 

Rey.  Basta  que  lo  dices  tú, 

que  a  no  serlo  no  pudieras 
pretender  con  la  templanza 
merecer  una  Princesa. 
Alza    del    suelo. 

D.  Pedro.  Señor... 

Rey.  Alza  del  suelo,  y  en  prendas, 

que  en  ellos  te  admito,  hijo, 
dame   los   brazos. 

D.  Pedro.  Quisiera 

darte  con  ellos  el  alma. 

Rey.  Levántate  ya;   ¿qué   esperas ?- 

Dale  a  don  Pedro  la  mano. 

Prin'Cesa.  Mil  siglos  en  tu  cabeza 
honres,   señor,   la   corona 
con  que  el  mundo  te  respeta. 

D.  Pedro.  Pues   tus    favores,    señor, 
son   general    indulgencia, 
al  conde  Arnaldo  perdona; 


que  con  rústica  librea 

de  tu  corte  desterrado 

vive  por  falsas  sospechas. 

Que  aunque  el  crimen  que  me  impu- 

desa  mal  fundada  fuerza  [ta 

con  que  le  robé  a  su  hermana, 

como    falsamente   alega, 

a  venganza  me  in4ucía, 

la  piadosa  diligencia 

con  que  me  hospedó  merece 

pagarle  desta  manera. 

Rey.  ¿y  quién  es  el  conde  Arnaldo? 

Alcido.       El  que  agora  tus  pies  besa. 

Rey.  Por  don  Pedro  te  perdono 

y  restituyo  en  tu  hacienda. 

Alcido.       ¡Vivas  infinitos  siglos! 

D.  Pedro.  Laura,  señor,  se  encomienda 
a  tu  generoso  amparo : 
el  Marqués  adora  en  ella. 

Rey.  Dadle  la  mano,  Ivlarqués, 

y  con  cuatro  mil  de  renta 
en  que  la  doto  estimad 
de  don  Pedro  la  clemencia. 

Rey.  Dadle  la  mano,  Marqués, 

y  de  la  Princesa  veas, 
gran  señor,  dichosamente, 
numerosa  descendencia. 

Laura.         Con  tal  esposo  lograda 

queda  mi  dicha,  y  tus  prendas 
en  la  Princesa  han  tenido 
iguales  correspondencias. 
¡  Vivas  en  tal  himeneo 
eternidades,  y  sean 
sagrado  de  la  memoria 
y  del  olvido  paciencia ! 

Lupercio.  ¿  Es  posible  que  este  dia 

de  Lupercio  no  se  acuerdan, 
siquiera  porque  del  caso 
fué  intérprete  y  estafeta? 

D.  Pedro.  A  mi  cargo  está  el  premiarte, 
y  el  autor  se  os  encomienda 
que  el  deseo  de  serviros 
celebréis  en  su  comedia. 

Fin. 


COMEDIA    FAMOSA 

DE    LAS 


Miiáaiizas  k  Fortiiiia,  y  sucesos  k  don  Beltráii  k  Arap 


COMPUESTA     POR 


LOPE    DE    VEGA    CARPIÓ 


Familiar  del  Santo  Oficio 


HABLAN  EN  ELLA  LAS  PERSONAS  SIGUIENTES: 


Don   Beltuán   de  Aragón. 
Don  Juan  Abarca. 
E!  Rey  de  Aragón. 
La  Reina  doña  Catali'na. 
El   Príncipe   don    Pedro. 
"  El   Infante   don   Alfonso. 
El  Almirante. 


Doña    Leonor,    dama. 

Doña  Elvira,   hermana  de   don   Juan. 

Jordán,    criado    de    don    Juan. 

LupERCio,   criado   de   don    Beltrán. 

Feliciano. 

Don   Bernardo. 

Otros   Caballeros. 


ACTO   PRIMERO 

DE     LA     GRAN     COMEDIA     DE     LAS     "MUDANZAS     DE 
FORTUNA    Y    SUCESOS    DE    DON    BeLTRÁN 

DE  Aragón''. 
(Sale  la  Reis.\,  y  el  Príncipe  don  Pedro.) 


Reina. 
D.  Pedro. 
Reina. 
D.  Pedro. 


Reina. 
D.  Pedro. 
Reina. 
D.  Pedro. 


Reina. 
D.  Pedro, 


Reina. 


¿Vos  con  Alfonso,  mi  hijo? 
Señora,  menos  enojos. 
¿Vos  en  la  luz  de  mis  ojos? 
¡  jMintió,  por  Dios,  quien  lo  dijo; 

que  no  hablé  cosa  con  él 
que  no  fuese  comedida! 
¡  Haré  yo  quitar  la  vida... 
¡  Dura  madrastra,  cruel ! 

¡  A  quien  le  dé  pesadumbre ! 
Cuando  no  fuera  mi  hermano, 
basta  saber,  como  es  llano, 
que  es  de  vuestros  ojos  lumbre. 

Yo  le  he  tenido  el  respeto 
que  me  había  de  tener. 
¿El  a  vos? 

¿  Quién  ha  de  ser 
con  tal  sin  razón  discreto? 

¿  Quién  tendrá  paciencia  aqui  ? 
Don  Pedro,  si  respetáis 


a  don  Alonso,  es  que  estáis 
obligado  a  hacerlo  así. 

D.  Pedro.       Si  hemos  de  hablar  con  razón 
y  no  apasionadamente. 
Vuestra  Majestad  bien  siente 
que  es  suya  la  obligación; 

pues  sabe  que  es  justa  ley, 
puesto   que  no   lo   confiesa, 
que  fué  mi  madre  Teresa 
primera  mujer  del  Rey. 

Della  nací  con  derecho 
de  Príncipe  de  Aragón. 

Reina.         La  diferencia  es  razón 

que  humille  tu  altivo   pecho. 
Yo  soy  del  Rey  de  Castilla 
hermana,  que  a  su  pesar 
del  Rey  Moro,  en  Gibraltar 
mira  el  de  África  su  silla. 
Y  tu  madre  es.  como  sabes, 
aunque  haya  nobleza  en  él, 
hija  del  Duque  de  Urgel. 

D.  Pedro.  Habla  con  palabras  graves, 
debidas  a  tu  valor. 

Reina.         ¡  Tú  me  pierdes  el  respeto  ! 

D.  Pedro.  Incita,  Reina,  al  efeto 

del  Rey  mi  padre  el  furor. 


ACTO  PRIMERO 


601 


¡  Madrastra,   en   fin  ! 
Reina.  ¡  Necio  loco  ! 

D.  Pedro.  [Mucho  mi  vista  te  enfada. 
Reixa.         ¡  Reinará  Alfonso  ! 
D.  Pedro.  Esta  espada 

tendrá  a  todo  el  mundo  en  poco. 

(Empuña  la  espada  y  entra  don  Beltrán.) 

D.  Beltr.       Señor,  ¿  qué  es  esto  ?  Pues  cómo 
-   con  la  Reina  mi  señora 

espada  ? 
D.  Pedro.  Hablándola  ahora 

toqué  solamente  el  pomo. 
Reixa,  Xo  quiso  sino  sacalla 

contra  mi. 
D.  Pedro.  Bien  sabe  Dios, 

como  juez  de  los  dos, 

que  sólo  quise  tocalla 

porque  me  dijo  que  había 

de  reinar  Alfonso,  y  yo 

saquéla,  y  dije  que  no 

mientras  que  yo  la  ceñía. 
Reixa.  ¿Pues  qué  más  has  de  decir 

en  presencia  de  su  madre, 

¿  que  no  ha  de  reinar  su  padre  ? 
D.  Pedro.  ;  !Mi  padre  ?  ;  Extraño  fingir  ! 
Tu  hijo   dije,  señora, 

que  Alfonso  dijiste  aquí 

que   reinaría. 
Reixa.  Es  ansí.' 

¿  Pues  no  reina  Alfonso  agora  ? 
D.  Pedro.       Alfonso,  mi  padre,  reina; 

¡mas,  vive  Dios,  que  lo  dijo 

por  Alfonso  que  es  su  hijo. 
D.  Beltr.  El  amor  ciega  a  la  Reina. 
Señor,  lo  que  fuere  sea; 

mas  debéis  considerar 

lo  que  al  Rey  le  ha  de  pesar 

cuando  aquestas  cosas  crea. 

!Mirad  que  siempre  los  hombres 

creen  a  quien  amor  tienen, 

y  que,  supuesto  que  vienen 

a   equivocarse   los   nombres, 
podrá  decir  que  decís 

que  no  reine  vuestro  padre. 
D.  Pedro.  Ha  hablado  mal  de  mi  madre 
D.  Beltr.  Justamente  lo  sentís; 

pero  vuestra  discreción 

no  había  de  dar  lugar 

a  que  os  pueda  despreciar 

la  mucha  conversación. 


En  esto  (i)  os  culpo.  Sin  esto, 
en  que  de  Alfonso  tratéis 
tan  mal,  aunque  le  tenéis 
a  vuestro  derecho  opuesto ; 

que  Dios  os  dará,  señor, 
este  reino,  pues  es  justo. 
D.  Pedro.  Habláis,  don  Beltrán,  al  justo 
de  quien  vence  eso  mejor. 

Sois  de  mi  padre  privado; 
mi  padre  a  la  Reina  quiere, 
que  por  ver  su  hijo  muere 
injustamente  jurado 

por  príncipe  de  Aragón : 
vos   ayudaréis  también. 
D.  Beltr.  ¡  Señor,  señor,  hacéis  bien ! 
D.  Pedro.  Que   cosas  presentes   son. 

Vendrá,  Beltrán,  algún  día 
en  que  me  habréis  menester. 

(Fase  DON   Pedro.) 

D.  Beltr.  Serviros  sabré  y  verter 
por  vos  esta  sangre  mía. 

Reixa.  ¿Qué  dice  ese  loco? 

D.  Beltr,  Advierte 

que  mal  te  está  en  declararte. 

Reina.         ¡  Serás  al  fin  de  su  parte ! 

D,  Beltr.  Jamás  intenté  ofenderte. 
Antes  al  Príncipe  aquí 
le  aconsejé  te  sirviese. 

Reina.         ¿Y  no  quieres  que  me  pese 
de   que   le   trates   ansí? 

D.  Beltr.       Señora,  ¿no  lo  ha  de  ser? 

Reina.         ¡  Xo  lo  ha  de  ser ! 

D.  Beltr.  Xo  lo   sea. 

Si   te    sirvo,   en   qué   no    crea 
que  este  reino  ha  de  tener, 
siendo  príncipe  heredero. 

Reina.         ¡  Qué  enfadoso  sois,  Beltrán  ! 

D.  Beltr.  Siempre  las  verdades  dan... 

Reina.         ¡  Qué  cansado  caballero  ! 

{Vase  la  Reixa,  y  quedase  Beltrán.) 

Don   Beltrán. 

Servir  diciendo  un  hombre  lo  que  siente, 
tratar  verdad  con  claros  desengaños, 
no  dejarse  llevar  a  un  mar  de  engaños, 
al  gusto  del  señor  en  la  corriente ; 

vivir  con  el  gobierno  juntamente 
es  trocar  los  provechos  con  los  daños 
y  hallarse  al  fin  de  los  mejores  años 


(ij     En  el     original:  "En  todo",  que  parece  errata. 


602 


MUDAXZAS  DE  FORTUXA,  Y  SUCESOS  DE  DOX  BELTRAX  DE  ARAGOX 


dando  venganza  al  tiempo  y  a  la  gente. 

¡  Dichoso  aquel  a  quien  le  dio  la  cama 
el  candido  vellón  de  sus  ovejas 
y  sueñe  alguna  vez  la  verde  grama ; 
las  rejas  del  arado  son  sus  rejas : 
ni  esperan  galardón  ni  escribe  quejas  (i)  ! 

(Salen  don  Juan  Abarca  y  Feliciano.) 

Felician.        i  Salid  allá  ! 

D.  Juan.  Poco  a  poco. 

Felician.    ¡Despejad  la  sala  luego! 

D.  Juan.     Que  me  tratéis  bien  os  ruego. 
¿Qué  hiciérades  más  a  un  loco? 

Aunque  si  acaso  lo  fuera 
más  bien  en  palacio  entrara. 

D.  Beltr.  Paso,  ¿qué  es  esto?  Repara. 
Feliciano,  y  considera 

que  no  es  bien  echar  ansí 
del  retrete  a  un  caballero, 
que  siempre  yo  considero 
que  nació  como  nací, 

para  tenerle  el  respeto, 
que  si  en  mi  lugar  se  viera 
quisiera  que  me  tuviera. 

D.  Juan.     Sei~ior,   soy   pobre,   en   efeto, 
y  la  pobreza  no  entra 
donde  la  soberbia  vive, 
y  ansí,  tan  mal  la  recibe 
cuando  en  su  casa  la  encuentra, 

Felician.       ¿  No  tengo  de  hacer,  señor, 
lo  que  me  tienen  mandado? 

D.  Beltr.  Es  muy  bien  mostrar  cuidado, 
pero  no  mostrar  rigor. 

Estando  (2)  Alejandro  un  día. 
oyendo  en  casa  una  fiera, 
Tebandro,  que  entonces  era 
celebrado  en  la  poesía, 

entróse,  y  entre  la  gente 
noble  mira   al  Rey  grave, 
cuando  Arcoces,  de  la  llave 
del   Rey,   mancebo    impaciente, 
le  dijo:  "¿Qué  hacéis  aquí?", 
y  por  la  puerta  se  entró, 
a  quien   Tebandro   miró 
y  al  macedón  dijo  ansí: 

"Tú  sirves  aquí  de  ser 
a  Alejandro  lisonjero; 
yo  le  miro  porque  espero 
escrebir  lo  que  ha  de  hacer. 


(i)     Falta  un  verso  antes  de  éste  al   soneto. 
(2)     En   el   original:    "Entrando",    por  errata   pro- 
bable. 


Tú  de  aquesta  gente  altiva 
creces  el  número  incierto ; 
pero    yo,   después    de   muerto, 
haré  que  Alejandro  viva." 
i  Pienso  que  me  entiendes? 
Felician.  Sí  ; 

pero   la   comparación 
no  cuadra  en  esta  ocasión 
a  este  hidalgo,  sino  a  mí. 
D.  Beltr.       A  los  dos  os  viene  bien, 

que  éste  que  llamas  hidalgo, 
si  al  Rey  le  sirves  tú  en  algo, 
él  en  mucho  al  Rey  también. 

Porque  tú  el  número  aumentas 
de  los   criados  que  tiene, 
y  él,  como  de  reyes  v^ene, 
el  de  los  reyes  afrentas; 

que  en  echando  de  su  casa 
un  deudo  de  tal  valor,  ' 

recibirá  deshonor. 
D.  Juan.     ¿Qué  es  lo  que  a  mis  ojos  pasa? 
Vos,  señor,  sólo  en  la  corte 
mi  pobreza  conocéis. 
D.  Beltr.  Harta  nobleza  tenéis 

cuando  mostrarlo  os  importe. 
Felician.        ¿Deudo  del  Rey?  Desta  suerte 
no   es  mucho  haberle   tratado 
con  aspereza. 
D.  Beltr.  El  honrado 

en  los  que  lo  son  advierte. 
Dar  honra  sólo  conviene 
al  que  m.uy  honrado   está, 
porque  quien  honra  no  da, 
es  señal  que  no  la  tiene. 
Felician.       Señor  don  Beltrán,  ya  es  eso 
apretar  sin  ocasión 
los  que  al  Rey  como  es  razón 
'  sirven,  que  es  lo  que  profeso. 

Ni  sé  que  un  hombre  mal  puesto 
deudo   del   Rey   pueda   ser; 
mas  hombre  común. 
D.  Beltr.  Si  el  ver 

su  rostro  grave  y  honesto 

no  os  enseñaba  quién  era, 
bastaba  ver  que  le  hablaban 
nobles  que  con  él  estaban, 
que  esto  el  noble  considera. 

Y  porque  no  lo  dudéis, 
por  si  le  veis  en  palacio 
y  otra  vez  con  más  espacio 
de  la  cámara  le  echéis, 

Don  Juan  Abarca  }'  Mendoza, 


ACTO  PRIMERO 


6o: 


desde  los  Abarcas  reyes 

que   en   Navarra   dieron   leyes, 

sangre  real  tiene  y  goza. 

Esta  por  parte  del  padre, 
que  el  Mendoza,  Feliciano, 
es  titulo  castellano 
que  le  viene  de  su  madre. 

Honralde,  pues  lo  merece. 
Felician.  Digo  que  yo  lo  haré  ansí. — 

¿Que  éste  me  desprecie  a  mí? 
La  hacienda  le  ensoberbece. 

Mas  yo  tomaré  venganza 
si   se  me  ofrece  ocasión. 

(Vasc   Feliciano.) 

D.  Ju.-^N.     Señor,  con  justa  razón 
y    no   menos    confianza 

debo  a  vuestros  pies  echarme. 
D.  Beltr.  ¡Jesús,  señor!,  ¿eso  hacéis? 
D.  Juan     Donde   mis   brazos   tenéis, 
ellos  pueden  levantarme, 
i  Oh,  famoso  caballero, 
honra,  corona  y  blasón 
de  Castilla  y  de  Aragón, 
que  vive  en  vos  considero 
aquella    imagen    gloriosa 
de    nuestros    nobles   pasados. 
¡  Qué  términos  tan  honrados  ! 
¡  Qué  piedad  tan  generosa  ! 
¿  Cómo  es  posible,  señor, 
que   quien   tan   noble   no   fuera 
los  que  lo   son   conociera, 
puestos  en  tal  ocasión? 

N  ohay  en  la  corte,  ni  creo 
que    hubiera,    señor,    un    hombre 
que   conociera   aquel   nombre 
que  en  tantas  miserias  veo. 

¿  Quién  os  ha  dicho  de  mí  ? 
¿Habéisme    visto    otra   vez? 
D.  Beltr.       El  alma,  limpio  juez, 

juzgó    de   vos   cuando   os   vi 

en   estos   patíos   un   día 
que  érades  noble,  don  Juan. 
D.  Juan.     Alma   vuestra,    don   Beltrán, 
¡  oh,   qué   bien   que   juzgaría ! 
D.  Beltr.       Pregunté    a    cierto    criado 

quién   érades. 
D.  JuAX.  ¿Y  qué  os  dijo? 

D.  Beltr.  Que  érades  navarro   y  hijo 

de    aquel    Marqués    desdichado 

que  de  un  estado  tan  alto 
vino  allá,  estando  en  su  esfera. 


a   dejar   desta   manera 
vues:ro  valor,  pobre  y  fako. 

Mi  padre  le  conoció 
y  fué  su  amigo,  y  yo  quiero 
serlo  de  tal  caballero. 
D.  Juan.     Seré  vuestro  esclavo  yo. 
D.  Beltr.       Don  Juan,  yo  no  soy  de  aquellos 
que  sólo  a  los  l^.vantados 
hacen  amistad,  fiados 
en  el  bien  que  esperan  dellos. 

Mucho  me  agradan  caídos, 
porqu^^:   me   sirven   de   ejemplo, 
en  quien  me  miro  y  contemplo 
bienes  cel  mundo   fingidos. 

Que  cuando  miro  que  todo 
para   en   tierra,  polvo   y  nada, 
lo  (:ue   es   riqueza  me  enfada, 
y  a   la  humildad  me   acomodo. 

No  os  parezca  hipocresía, 
que  esto  es  natural  por  mí. 
¿  Queréis    ser   mi    amigo  ? 
D.  Juan.  Sí. 

D.  Beltr.  Pues  hagamos   compañía, 

que  un  derribado  en  el  suelo, 
como  vos,  y  un  levantado, 
como   yo,   en   tan   alto   estado 
que  en  el  aire  no  hay  más  Abuelo, 

haremos  la  consonancia 
que  en  música  el  bajo  y  el  alto: 
yo  miraré  en  vos  tal  salto 
cuanto  es  la  poca  distancia 

desde    el    subir   al   caer, 
y  vos  miraréis  en  mí 
que  podéis  subir  ansí, 
porque    todo    puede    ser. 

Que  aunque  me  veis  en  la  luna 
y  vos  en  tierra,  don  Juan, 
como    esas    cosas    harán 
las  mudanzas  de   fortuna. 
D.  Juan.         De    tener    vuestra    amistad 
quedo    yo    tan    satisfecho, 
que  ya  pienso  que  se  ha  hecho. 
D.  Beltr.  ¿De   qué    manera? 
D.  Ju.AN.  Escuchad. 

Llegando  yo  a  vuestro  estado 
y  vos  al  mío  bajando; 
y  mi  pobreza  estimando  (i) ; 

porque  no  permita  Dios 
que  de  otra  manera  sea 
ni  que  yo  subir  me  vea 


(i)     Falta  el  último   verso   a  esta  redondilla. 


604 


MUDANZAS  DE  FORTUXA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


D.  Beltr, 


D.  Juan. 

D.  Beltr. 
D.  Juan. 
D.  Beltr. 


D.  Juan. 


D.  Beltr, 


D.  Juan. 


D.  Beltr, 
D.  Juan. 


si   es   que   habéis   de   bajar   vos. 

Los  romanos,  en  señal 
de  amistad  usar  solían 
de  anillos,  de  que  inferían 
después  el  amor  igual; 

y  así,  de  amistad  y  fe 
fueron  prendas;  éste  os  doy, 
pues  ya  vuestro  amigo  soy, 
en  fe  de  que  lo  seré. 

Guardalde,  que  yo  no  tengo 
qué  daros. 

No  tenéis  brazos. 
Sí. 

Pues  bástanme  dos  lazos, 
rico  anillo  en  que  a  estar  vengo. 

Que  ellos  círculos  serán 
y  yo  seré  como  el  dedo 
del  corazón,  pues  ya  puedo 
decir  que  os  le  di,  don  Juan. 

Oíd,  que  prendas  de  amor 
oigo  decir  que  han  de'  ser 
pobres,  porque  han  de  tener 
sólo  en  la  estima  el  valor. 

Y  este  diamante  he  pensado, 
según  la  luz  y  su   fondo, 
que  es  de  gran  precio. 

Respondo 
que  del  amante  el  amado 

ha  de  tomar  cualquier  cosa. 
Así,  prenda  os  quiero  dar; 
mas  habéisme  de  jurar 
por  vuestra   fe  generosa 

de  tomalla,  y  no  tratar 
de  volverla. 

Yo   lo  juro. 
A    cierta    dama    procuro, 
aunque  ha  sido  conquistar 

el  sol  con  alas  de  cera; 
pero  mi  nobleza  sabe, 
y  como  sabe,  aunque  grave, 
mi  nobleza   considera. 

Sólo  un  criado  que  tengo, 
pobre  como  yo,  aunque  hidalgo, 
con  quien  entro  y  con  quien  salgo, 
con  quien  voy  y  con  quien  vengo, 

me  dio  este  papel  agora 
que  por  no  dar  qué  decir 
aún  no  le  he  querido  abrir, 
y   por   ser   desta    señora 

así  cerrado  os  le  doy 
en  prendas  desta  amistad, 
fiándoos  su  autoridad. 


su  honor  y  cuanto  yo   soy. 
D.  Beltr.       Eso  no  es  razón ;  leed 

el  papel,  que  después  de  eso 

me  contaréis  el  suceso, 

y  recebiré  merced. 
D.  Juan.         Don  Beltrán,  ya  habéis  jurado, 

o  en  mi  vida  os  he  de  ver; 

merced  me  habéis  de  hacer 

de  que  le  toméis  cerrado. 
D.  Beltr.       ¡  Extraña  cosa  !   Mostrad. 

Pero  el  Rey  sale,  no  puedo 

detenerme ;    adiós, 

(Vase  DON   Beltrán.) 

D.  Juan.  Ya  quedo 

desta  notable  amistad 

dando  mil  gracias  al  cielo. 
No  porque  interés  me  asombre, 
mas  por  saber  que  hay  un  hombre 
de  tal  valor  en  el  suelo. 

{Sale  Jordán  lacayo-) 

Jordán.  En  tu  busca,  sin  aliento, 

ando,  en  lince  convertido. 
D.  Juan.     Con  causa  me  he  detenido. 
Jordán.       Con  ella  estarás  contento. 
Sal  de  palacio,  y  te  iré 

diciendo  desde  el  terrero 

lo   que,    siendo  yo   tercero, 

ha  merecido  tu  fe. 
D.  Juan,         Comienza,   amigo  Jordán, 

y  alargaremos  el  paso, 
Jordán,       Paséate,   paso   a   paso 

te  lo  contaré,  don  Juan, ' 
Llamóme... 
D.  Juan.  Prosigue. 

Jordán.  Digo... 

D.  Juan.     ¿  Pues  cúbreste  ? 
Jordán.  Si  paseo 

contigo  ¿  es  mucho  ? 
D.  Juan.  No  creo 

que  será  mucho  conmigo. 
Jordán.  Llamóme  doña  Leonor 

desde  el  balcón  del  terrero. 
D.  Juan.     ¿Cómo  dijo? 
Jordán.  "¡  Ah,  caballero  !" 

D.  Juan.     ¿  Caballero  ? 
Jordán.  Fué  favor; 

que  quien  bien  quiere  a  Beltrán 

bien  quiere  a  su  can  también. 
D.  Juan.     ¿Sabes  que  me  quiere  bien? 
Jordán.       Sé  que  te  adora,  don  Jaun, 


ACTO  PRIMERO 


605 


D.  Juan.         ¡  \'álganic  Dios  ! 

Jordán.  ¿Qué  te  ha  dado, 

que  me  da  gran  confusión? 
D.  Juan.     ¿  Xo  ves  que  fué  admiración  ? 
Jordán.       Admírate  de  aquel  lado, 

que  pensé  que  me  mataras. 
D.  Juan.     Di  lo  demás,  por  tu  vida. 
Jordán.       La  mano  a  la  reja  asida, 

donde   creo   que  juraras 

que  estaba  un  poco  de  nieve, 

me  dijo... 
D.  Juan.  ¡  Dichoso  fuiste  ! 

Jordán.       "¿Cómo  vuestro  amo  no  os  viste?" 

IMira  qué  favor  tan  breve. 
D.  Juan.         ¿En  eso  paró,  Jordán. 

todo  el  favor  a  mi  cuenta? 

Más  me  ha  parecido  afrenta 

que  estimar  algo  a  don  Juan. 
Pero,  ¿qué  le  respondiste? 
Jordán.       Desta  suerte  respondí: 

"No  puede  vestirse  a  sí, 

y  por  eso  no  me  viste. 
D.  Juan.         ¡Maldígate,  amén,  el  cielo! 
Jordán.       Oye  hasta  el   cabo  el   favor. 
D.  Juan.     No  digas  más,  que  el  amor 

se  ha  vuelto,  de  cera,  en  hielo. 
Jord.án.  Díjome  luego  :  ¿  Por  quién 

traes  luto?'' 
D.  Ju.\N.  ¿  Qué  le  respondiste  ? 

Jordán.       "Por  su  muerte." 
D.  Juan.  Bien  dijiste, 

que  muero  y  vivo  también. 
Jordán.  Yo  le  di  mejor  razón. 

D.  Juan.     ¿  Cómo  ? 
Jordán.  "Amor,  mi  señora,  es 

— le  respondí —  portugués, 

y  aquéllas  sus  galas  son. 
Que  si  el  fuego  las  aprieta 

que  las  hace  derretir, 

¿  cómo   pudieran    sufrir 

lo  que  no  fuera  bayeta?" 
¿Has  leído  aquel  papel? 
D.  Juan.     í  Qué   leído,   ni    aun   abierto ! 
Jordán.       Muy  bien  has  dccho,  por  cierto, 

por  no  ver  lo  que  hay  en  él. 
Que  está  el  mercader  de  suerte 

que  te  quiere  ejecutar. 
D.  Juan.     ¿Y  el  papel  lo  ha  de  estorbar? 

¿  Qué  es  lo  que  dices  ? 
JoRD.\N.  Advierte 

que  es  del  mismo  mercader. 
D.  Juan.     ¡Bestia!,  ¿estás  en  ti? 


Jordán, 

D.  Juan. 
Tordán. 


D.  Ju.\N. 
Jordán. 
D.  Juan. 
Jordán. 
b.  Juan. 

Jordán. 

D.  Juan. 


Jordán. 


D.  Juan. 


Jord.án. 
D.  Juan. 
Jordán. 
D.  Juan. 

Jordán. 


D.  Juan, 
Jordán. 


¿  Hete  dado 
un  papel? 

Uno  me  has  dado. 
Pues  comiénzale  a  leer; 

y  verás  que  en  media  plana 
dice,  de  que  fe  te  doy, 
que  si  no  le  pagas  hoy 
te  ha  de  ejecutar  mañana. 

¡  Válgame  D:cs ! 

¿Otra  vez? 
¡  Quitarte  he  luego  la  vida ! 
¡  Voluntad  agradecida ! 
¿  Que  este  villano  soez 

me  pusiese  en  tanto  mal? 
¿Tanto  mal  fué  negociarte 
aquel  papel  de  su  parte? 
¿Hay  vergüenza,  hay  cosa  igual? 

¿Por  señas  no  me  dijiste 
que  era  de  doña  Leonor? 
¿De  doña  Leonor?  Señor, 
muy  al  revés  lo  entendiste; 

que,  señalando  el  vestido, 
quise  decir  mercader. 
Si  tú  entendiste  mujer, 
culpa  tu  loco  sentido. 

Todos  los  enamorados 
cuando  os  hablan   entendéis 
que  es  de  aquello  que  queréis; 
que  allí  están  vuestros  cuidados. 

¡  Basta,  que  he  dado  el  papel 
a  don   Beltrán  de  Aragón ! 
¿  Qué  dirá  en  esta  ocasión, 
si  ya  está  leyendo  en  él? 

¡  Válgame  Dios,  qué  vergüenza, 
por  un  criado  ignorante ! 
Si  estaba  el  mundo  delante. 
¡  iVh,  infame ! 

Eso  sí,  comienza. 

Estoy  por  darte... 

Deten 
la  mano  con  los  enojos; 
porque  me  has  hecho  en  los  ojos 
ciertas  cosquillas  también. 

¿Qué  luz  es  ésa  del  dedo? 
¿Tienes  a  San  Telmo  ahí? 
¿  Qué  quieres,  necio  ?  ¡  Ay  de  mí ! 
Espera,  tente,  está  quedo. 

i  Famoso  anillo,  por  Dios ! 
¡  Oh,  qué  diamante  tan  bello ! 
¿'Es  tuyo?  No,  que  a  tenello 
nos  vistiéramos  los  dos, 

el  mercader  se  pagara 


606 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


y  doña  Leonor  te  viera 

a  ti  con  calzas  y  cuera 

y  sin  vergüenza  la  cara, 
y  a  mí  con  nueva  librea; 

diera  aquesta  a  un  melonar. 
D.  Juan.     ¿  Qué  remedio  podré  dar 

que  a  gran  rato  no  le  lea? — 
Sigúeme. 
Jordán.  ¿Pues  qué  has  pensado? 

¿  Es  de  la  deuda  de  amor  ? 
D.  Juan.     Que  es  destruición  de  un  señor 

un  ignorante  criado. 

{Vanse,  y    salen   el    Rev^   y    don    Alfonso,    Infante, 
sil  hijo,  y  DON   Beltrán.) 

Rey. 

Quejoso  estoy  de  vos:  .;pues  no  podiades 
decirme,  don  Beltrán,  que  con  la  Reina 
tuvo  gran  descompostura  el  Príncipe? 

Don  Beltrán. 
Señor,  no  sé  que  se  haya  descompuesto 
Su  Alteza. 

Rey. 
Ella  lo  dice. 

Don  Beltrán. 

No  a  mis  ojos. 
Demás,  que  a  vuestra  Majestad  le  consta 
la  poca  paz  que  tienen  los  dos  siempre, 
y  pudiera  la  Reina  mi  señora 
considerar,  que  el  Príncipe  es  mancebo. 

Rey. 

¿Adonde  no  ha  llegado  la  prudencia 
para  quitar  la  causa  deste  enojo? 
¿A  Pedro  disculpáis,  hombre  atrevido, 
ambicioso  del  reino,  que  desea 
verme  muerto  ?  Pero  vos,  ¿  qué  cosa 
no  juzgaréis  por  buena,  siendo  propio 
a  vuestra  condición,  estilo  y  término  ? 

Don  Beltrán. 

Señor,  si  yo  supiera  que  tenía 
culpa  de  aquesto... 

Infante, 

Don  Beltrán  no  quiere 
solicitar  tu  enojo  contra  el  Príncipe, 
sino  poner  en  paz  estas  discordias. 
Cree,  a  lo  menos,  que  si  yo  me  hallara 
donde  intentó  sacar  para  mi  madre 


la  espada,  que  a  mujer  mostró  primero 
que  la  viesen  los  hombres  en  el  campo, 
que  yo  le  hiciera  entonces... 

Rey. 

Calla,  Alfonso. 

Infante, 

¿  Qué  tengo  de  callar,  si  tú  consientes 
que  Pedro,  por  mayor,  nos  mate  a  todos? 
Si  hoy  la  espada  sacó  para  mi  madre, 
¿  mañana  a  quién  perdonará  su  furia  ? 
Los  hermanos  seremos,  como  turcos, 
de  sus  cobardes  manos  degollados, 
después  que  para  sí... 

Rey. 
¡  Calla,  si  quieres  ! 

Don  Beltrán. 
Si  te  dejas  vencer  de  los  enojos. 
Infante,  de  tal  suerte,  y  del  hermano 
crees  cualquiera  cosa  que  te  digan, 
huiría  la  paz  desde  la  tierra  al  cielo 
y  entrara  en  su  lugar  la  guerra  injusta. 

Infante. 
¿Puede  mentir  mi  madre?  ¿Qué  pretendes, 
Beltrán,  con  esas  cosas?  ¿Tú  no  sabes 
que  eres  de  los  prim^eros  que  en  la  lista 
tiene  para  matar  escritos  Pedro, 
si  faltse  mi  padre,  que  Dios  guarde? 

Don  Beltrán. 
Tampoco  puedo  yo  creer  que  pl  Príncipe 
pague  tan  mal  a  quien  tan  bien  le  sirve. 
Bandos,   parcialidad,   envidia,   celos, 
debe  de  ser  la  causa  que,  en  desdicha, 
viva  el  Rey  mi  señor  y  todos  vivan. 

Infante. 
¡  A  fe  que  estáis,  Beltrán,  muy  bien  pagado ! 
Que  él  os  promete  que... 

Rey. 

Salte  allá  fuera. 

Don  Beltrán. 
Yo  sirvo  con  lealtad,  que  lo  que  digo 
nace  del  alma,  sin  pasión  que  tenga. 

Rey. 

Salte  allá  'fuera,  Alfonso. 

Infante. 

Ya  me  salgo. 


ACTO  PRIMERO 


607 


¡  Plega  a  Dios  que  algún  día  poner  quieras 
remedio  en  esto,  y  puedas ! 

O'asc  el  Infante.) 

Rey. 
Ya  no  está  aquí  Alfonso,  Rcltrán  amigo; 
dime,  por  Dios,  ;sacó  Pedro  la  espada? 

Dox  Beltráx. 
Señor,  ya  sabes  que  temor  mil  veces 
engrandece  las  cosas  más  pequeñas, 
hombres  hace  las  ramas  de  los  árboles; 
pudo  ser  que  a  la  Reina  mi  señora 
eso  le  pareciese;  mas,  sin  duda, 
sólo  puso  la  mano  sobre  el  puño, 
y  dijo  que,  teniéndola  ceñida, 
no   reinaría   Alfonso,   y   esto   es   justo, 
que  es  tu  hijo  mayor  y  tu  heredero. 

Rey. 
Sospechoso  me  dejas. 

Dox  Belteán. 

¿  De  qué   suerte  ? 

Rey. 
Si  no  supiera  tu  virtud,  creyera 
que  eras  parcial  del  Príncipe,  mi  hijo. 
Mas  yo  sabré  lo  que  es. 

Dox  Beltrán. 

i  Mudable  rueda, 
tente  la  poca  vida  que  me  queda, 
que  si  la  mueves  del  lugar  que  tengo, 
desde  otro  sol  como  Faetón  me  vengo ! 

(í'ojj;  sale   dox   Juax   y   doña   Leonor.) 

D.  Juan.         Si  levantáis  mi  humildad, 
señora,  hasta  el  cielo  vuestro, 
¿qué  mayor  felicidad? 

D.^  Leox.  En  este  discurso  muestro  (i) 
bien  merecéis  voluntad. 

D.  Juan.         Habré  tenido  enemigos, 

que  un  pobre  no  tiene  amigos, 
y  si  envidia  le  persigue 
suele  morir  sin  testigos  (2). 

D.^  Leox.       Yo  estimo  vuestra  pobreza 
más  que  todo  el  bien  mortal, 
que  a  fe  que  alguna  riqueza 
quisiera  con  su  caudal 


(i)     En  el  original:    "mío",   que  no   consuena  con 
"vuestro". 

(2)     Falta  un  verso  a  esta  quintilla. 


comprar  tan  alta  nobleza. 

En  vuestra  persona  fundo 
el  bien  que  da  envidia  al  mundo, 
y  más  cuando  considero 
que  es  la  virtud  el  primero 
y  la  nobleza  el  segundo. 

Juntas  concurren  en  vos 
estas  excelencias  dos; 
sois,  aunque  en  plomo  y  diamante 
no  es  el  engaste  bastante 
contra  esa  luz. 
D.  Juax.  ;  Bien,  por  Dios  ! 

¿  Decíslo  por  ei  que  agora 
como  el  guante  descubrí 
traigo  en  el  dedo,  señora?  (i) 
D.^  Leox.  Creedme  que  no  le  vi. 
¡  Notable  luz  atesora  ! 
A  ver,  mostrad. 
D.  Juax.  Si  valiera 

el  mundo... 
D.""  Leox.  No   hay    que    tratar 

que  otro  mundo,  si  eso  fuera, 
os  había  de  quedar 
para  que  yo  le  quisiera. 
D.  Juax.         Pues  aquí  me  mate  el  cielo 
antes  que  vuelva  mañana 
y  este  mi  amor  vuelva  hielo, 
si  por  aquella  ventana 
no  le  arrojara  en  el  suelo, 
D.^  Leox.       Don  Juan,  si  tan  rico  os  viera 
como  mi  deseo  os  hace, 
no  dudéis  que  lo  pidiera 
de  veros  tan  poí)re:  nace 
ser  cortés  desta  manera. 
D.  Juax.         Pobre  soy,  mas  no  de  suerte 
que  éste  me  levante  agora 
ni  me  himiille. 
D.^  Leox.  Paes  advierte... 

D.  Juax.     No  le  tomando,  señora, 

no  hay  feria  que  nos  concierte. 
El   va   al   campo. 
D.^  León.  Yo  quisiera 

que  diera  en  tierra  que  hiciera 
con  racimos   semejantes 
mil   espigas   de   diamantes, 
y  que  vuestro  el  campo  fuera. 
No  le  arrojéis,  por  mi  vida. 
D.  Juax.     Pues   quiéroos   decir  verdad, 
aunque  mi  valor  lo  impida : 
él  es  falso. 


(i)     Falta   esta   palabra   en   el    original. 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


D.'^  León.  Falsedad, 

;  qué  falsedad  tan  lucida  ! 
D.  Juan.         Creedme  que  nunca  fui 

señor  de  prendas  ansí. 
D.^  León.  También  lo  creo. 
D.  Juan.  Por  Dios, 

que  las  que  tiro  por  vos 

esas  solas  hay  en  mí. 
D.^  León.       Por  ser  falsa  y  lisonjera 

la  fe  con  que  me  la  dais, 

le  quiero  tomar. 
D.  Juan.  Sí  fuera 

tan  fina,  el  reino  en  que  estáis 

muy  bien  la  piedra  valiera. 
D.^^  León.       Id  con  Dios,  que  el  Almirante 

viene  aquí. 
D.  Juan.  Quedad  con  Dios: 

(Sale  el  Almirante.) 
Mirad  que  es  fino  el  amante 
que  queda,  Leonor,  con  vos, 
aunque  fué  falso  el  diamante. 

Almiran.        La  discordia,  Leonor  bella, 
de    los    Reyes    ha    revuelto 
de  suerte  el  reino,  que  en  ella 
parece  que  el  amor,  suelto, 
respeto  y  honra  atropella. 
Todos  podemos  hablar, 
a  todos  nos  dan  lugar ; 
ganancia  de  amores  fué. 
Un  siglo  en  palacio  esté. 

D.^  León.  ¿Qué  es  lo  que  llamáis  ganar? 

Almiran.        ¿Es  poco  este  bien  de  veros, 
la  dulce  gloria  de  hablaros, 
que  antes  de  casos  tan  fieros 
era  en  el  cielo  buscaros 
y  entre  las  naves  perderos  ? 

Nunca  el  Príncipe  obedezca 
a  su  madre  ni  al  Infante; 
furia  entre  los   dos  parezca. 

D.^  León.  Lisonjas   son.   Almirante. 

Almiran.    Nunca  de  mi  amor  merezca 
la  justa  satisfación  (i) 

si  por  encarecimiento 
os  muestro  aqueste  contento 
las  veces  que  puedo  hablaros. 

D.^  León.  ¿Qué  tengo  yo  que  pagaros, 
que  mucho  las  deudas  siento? 

Almiran.       El  amor  nunca  se  paga 


(i)  Sobra  este  verso  para  la  rima,  /pero  no  para 
el  sentido.  Quizá  sea  primer  verso  de  una  quintilla  que 
ha    desaparecido    en    la    copia. 


D.a  León, 
Almiran. 


D.^  León. 

Almiran. 
D.'^  León. 


Almiran. 
D.'^  León. 
Almiran. 


D.^  León. 
Almir.\n. 


D.''  León, 


Almiran. 


de  moneda  de  otro  rey; 
amor  de  sí  mismo  es  paga, 
que  de  cielo  y  tierra  es  ley 
que  él  sólo  se  satisfaga. 

Tened  la  mano.  ¡  Oh,  qué  hermoso 
diamante. 

¿Pareceos  bien? 
Hacéisle  vos  tan  precioso 
y  parece  en  vos  tan  bien 
su  resplandor  luminoso, 

que  sobre  ese  blanco  velo 
jazmín,  cristal,   marfil,   hielo 
y  mano  de  nieve  helada 
parece  estrella  fijada 
en  el  más  sereno  cielo. 

Bien  con  los  favores  gano, 
que  si  el  diamante  es  estrella, 
noche  habéis  hecho  la  mano. 
Noche  que  pudiera  en  ella 
acostarse  el  sol  temprano. 

Bien  dicen  que  el  corazón, 
como   la   imaginación, 
hace  el  efeto  que  quiere. 
¿Cómo? 

Es  falso. 

Si  él  lo  fuere, 
mi  amor  y  lealtad  lo  son. 

Tened  la  mano  un  momento ; 
parad  de  su  esfera  bella 
el  divino  movimiento, 
conoceremos  la  estrella 
en   su  hermoso   nacimiento. 

Fuera  la  veréis  mejor. 
Si  de  esa  mano  el  favor 
a  este  pasa  la  sortija, 
ya  no  será  estrella  fija, 
será  cometa  del  sol. 

Antes  la  doy  como  estrella, 
porque  si  piedra  tan  bella 
no  es  fina,  entre  los  dos 
es  cometa  y  muere  en  vos. 
¿  Queréis  quedaros  con  ella  ? 

Si  una  estrella  semejante 
finge  la  luz  imperfeta 
que  se  pasa  en  un  instante, 
bien  es  que  sea  cometa, 
pues  es  falso  este  diamante. 

Y  suplicóos  que  me  hagáis 
merced,  señora,  por  Dios, 
de  que  no  me  le  pidáis, 
porque  cosa  falsa  en  vos 
no  es  justo  que  la  tengáis. 


ACTO  PRIMERO 


609 


D."  León.       Como  de  su  hermoso  velo 
no  se  pueden  deslumhrar 
las  luces  que  mira  el  sucio, 
no  os  la  puede  dar,  que  es  dar 
más  que  una  estrella  del  cielo. 
Mas   a   gran  merced  tendría 
que  hoy  sepáis  en  todo  el  día 
si  es  fino  o  falso. 

Almirax.  Ya  sé 

que  la  luz  que  en  él  se  \t 
a  la  del  sol  desafia. 

Mas  desto  y  de   su  valor 
hoy  sahréis  la  verdad  cierta. 

D.-''  Legx.       Adiós. 

Almiran.  Si   este   resplandor 

con  el  del  sol  no  concierta, 
todo   es  mentira  mi  amor. 

Pero,  ¿  quién  se  lo  habrá  dado, 
que  sospechosa  ha  dejado 
a  Leonor  de  su  fineza? 

(Sale  Dox  Beltráx,  y  Lupercio  su  criado.) 

D.  Beltr.  ¿  Dónde  queda  ? 

Lupercio.  Con  su  Alteza. 

Al:miran.    ¡  Oh,   primo,   seáis  bien  llegado  ! 

¿  Entendéis   de   piedras  ? 
D.  Beltr.  Creo 

que  entiendo  un  poco. 
Almiran.  Deseo 

saber  si  ésta  es  falsa  o  fina ; 

a   su  luz   la  vista   inclina. 
D.  Beltr.  ¡Válgame  el  cielo!  ¿Qué  veo? 

¿Preguntas   de   veras   esto? 
Almiran.    Sí,  por  Dios. 
D.  Beltr.  Poco    sabéis 

de   piedras. 
Almirax.  No   entiendo   esto. 

D.  Beltr.  ¿  Pues  este  valor  no  A'eis 

de  luz  divina   compuesto? 
Almirax.        No  he  tenido  inclinación 

a  cosas  de  esa  opinión; 

porque  las  piedras  3-  espadas 

creí  que  eran   estimadas 

no  más  de  por  cuyas  son. 
D.  Beltr.        Bien  vale  aqueste   diamante 

dos  mil  ducados. 
Almiran.  ¡  Por  Dios  ! 

D.  Beltr.  Si  los  queréis,  Almirante, 

yo   os   los   daré. 

vil 


Almiran.  De  vos 

hay   satisfación  bastante. 

Pues  no  le  doy,  no  es  posible. 

D.  Beltr,  Besóos  las  manos. 

Almiran.  El  cielo 

os  guarde. 

{Vasc.) 

D.  Beltr.  ¡  Opinión  terrible ! 

Lupercio.  ¿Qué  es,  señor? 

D.  Beltr.  Cierto   desvelo 

que  formaba  un  imposible. 

Lupercio,  ya  te  he  contado 
que  a  don  Juan  Abarca  di 
aquel  mi  anillo  preciado. 

Lupercio.  ¿Y  es  éste,  por  dicha? 

D.  Beltr.  Sí. 

Ll'Percio.  ¿Pues  de  qué  estás  admirado? 

D.  Beltr.       No  es  porque  lo  haya  vendido, 
que  mi  intención  ésa   fué ; 
sino  por  ver  que  haya  sido 
la  fuerza  con  que  se  ve 
de  la  fortuna  oprimido 

tan  grande,  que  el  Almirante, 
viendo  traje  semejante 
en  hombre   de   tal  nobleza, 
reparando  en  su  pobreza 
piense  que  es  falso  el  diamante. 

Lupercio.       Dices  bien,  que  no  podía 
el  Almirante  dudar 
si  fino  o  falso  sería 
viéndole  así  relumbrar, 
haciendo  la  noche  día. 

¡  Con  buena  traza  le  has  dado 
a  este  don  Juan  desdichado 
con  que  se  mejore  y  vista 
y  a  los  porteros  resista, 
de  quien  es  tan  mal  tratado. 

D.  Beltr.       Aquel  papel  que  me  dio, 
¿  qué  imaginas  tú  que  fué  ? 

Lupercio.  Que  el  alma  te  confió. 

D.  Beltr.  Pues  yo  no  le  abrí. 

Lupercio.  ¿Por   qué? 

D.  Beltr.  ¿  Pues  qué  es  lo  que  pretendió  ? 

Lupercio.       Que  le  abrieses  y  supiera?, 
por  él  lo  que  te  confía. 

D.  Beltr.    Aquí  le  tengo. 

Lupercio.  ¿  Qué  esperas  ? 

Pues  el  no  abrille  sería 
no  hacerle  merced  de  veras. 

D.  Beltr.       Por  mi  fe,  que  dices  bien. 
Yo  le  abro ;  abierto  está. 

39 


610 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


¿Si  habrá  (i)  requiebros? 

LuPERCio.  También. 

D.  Beltr.  Ahora  bien,  de  papel  va. 

LuPERCio.  ¿Qué  miras? 

D.  Beltr.  Un  gran  desdén. 

"Estoy  enojado,  y  con  mucha  ra- 
zón, de  que  no  se  me  hayan  pagado 
tantos  días  ha  los  quinientos  duca- 
dos, y  que  de  día  en  día  se  haya  pa- 
sado un  año  sin  que  se  vendan  esas 
cosas,  y  así  no  será  culpa  si  lo  co- 
brare por  justicia,  como  lo  haré 
mañana. — Dionís   Tolosa." 

D.  Beltr.       ¡  Buena    dama  ! 

Lupercio.  Puede  ser 

que  como  es  pobre  don  Juan, 
sirva  a  aqueste  mercader. 

D.  Beltr.  ¡  Por  vida  de  don  Beltrán, 

que  me  ha  hecho  un  gran  placer ! 

¡  Por  lindo  modo  pidió 
que  esta  cédula  pagase! 

Lupercio.  Eso  mismo  entendí  yo; 
que  esta  dama  te  fiase 
notable  amor  te  mostró. 

D.  Beltr.       ¡  Necio !  Una  deuda  es  la  dama 
que  mayor  desasosiego 
causa  en  la  mesa  y  la  cama. 
Si  quien  ama  siente  fuego, 
fuego  siente  quien  desama. 

Fiármela  fué  amistad. 
Quinientos  escudos  dad 
a  este  Dionisio  Tolosa, 
y  sin  decirle  otra  cosa 
carta  de  pago  tomad. 

Lupercio.      Yo  voy. 

D.  Beltr.  Harásme  placer. 

(J'ase  Lupercio,  y  sale  don  Juax,  y  don   Bernardo 
echándole    de    la   sala.} 

D.  Ber.       ¡Acabad,  señor;  salid! 
D.  Ju.\N.     Menos  furia  es  menester. 

¿  Qué  menos  furia,  decid  ?  (2) 
D,  Juan.     Soy  noble. 
D.  Ber.  Bien  puede  ser. 

D.  Beltr.       ¿Es  don  Juan? 
D.  JuAx.  Yo  soy,  señor. 

D.  Beltr.  ¡  Acabad,  enhorabuena, 

que  es  ese  mucho  rigor ! 
D.  Juan.     ¡  Que  siempre  os  vengo  a  dar  pena! 


(i)     En  el  original:  "Si  habla",  que  parece  errata. 
(2)     En  el  original   falta  el   "decid". 


D.  Beltr.  Mirad  lo  que  hacéis  mejor. 
D.  Ber.  Feliciano  me  mandó 

que  echase  este  caballero. 
D.  Beltr.  A  ése  mismo  reñí  yo ; 
y  si  porque  yo  le  quiero 
tema  con  don  Juan  tomó, 

decilde  que  don  Beltrán 
dice   que  antes   hallarán 
que   cristiano  en   su  linaje 
muchos  reyes  de  quien  baje 
en  el  del  señor  don  Juan. 

Dígolo  ansí  porque  entienda 
que  esta  afrenta  me  hace  a  mí. 
D.  Ber.  Que   deservirte   pretenda 

no  lo  sé;  mas  sé  de  mí 
que  el  alma,  el  honor,  la  hacienda 

le  daré  al  señor  don  Juan; 
por  él,  que  es  muy  justa  ley, 
y  porque  abono  le  dan 
un  mayordomo  del  Rey 
y  un  amigo,  don  Beltrán. 
Perdón  le  pido. 
D.  Beltr.  Id  con  Dios. 

D.  Juan.     ¿  Cómo  os  tengo  de  servir  ? 
D.  Beltr.  También  tenéis  culpa  vos; 
que   pudiérades   venir 
harto  mejor  que  los  dos, 
y  dais  ocasión  ansí. 
D.  Juan.     No  puedo  venir  más  bien 
de  la  sangre  en  que  nací. 
D.  Beltr.  Sí   pudiérades   tan  bien 

como    los    que    están    aquí, 

pues  no  tenéis  para  mí  (i)  ; 
que  en  el  mundo  a  quien  se  estima. 
D.  Juan.     Lo    mismo    digo. 

Ya  he  entendido  la  enigma; 
hablad  más  claro  conmigo. 

Del  diamante  hubiera  hecho 
galas,  con  que  entrar  pudiera 
adonde  estoy  satisfecho; 
pero  he  le  dado  a  quien  era 
luz  del  alma  deste  pecho. 

¿Quién  duda  que  os  cause  risa 
ver  que  a  quien  echarle  infama, 
de  palacio  tan  aprisa, 
dé  aquel  diamante  a  una  dama? 
D.  Beltr.  Discretamente  me  avisa. 

Damas  a  las  deudas  nombra. 


(i)     Este  verso  y  los  cuatro  siguientes  están  muy 
alterados.    El    primero    pudiera    ser : 
pues  me  tenéis  por  amigo. 


ACTO  PRIMERO 


611 


Alguna  deuda  ha  pagado; 
su  gran  nobleza  me  asombra, 
pues  de  vestir  se  ha  dejado 
al  sol,  vestido  de  sombra. — 

Ahora  bien,  señor  don  Juan, 
ya  somos  los  dos  amigos: 
honrad  tanto  a  don  Beltrán, 
pues  aquí  no  hay  más  testigos 
de  dos,  que  en  un  alma  están, 
de  que  en  un  papel  me  deis 
esas  deudas  que  tenéis, 
que  damas  soléis  llamar, 
que  yo  os  las  quiero  pagar, 

D.  Juan.     Notable  merced  me  hacéis. 

Pero  sois  tan  noble  en  todo, 
sois  Aragón,  sois  Castilla, 
sois  español  y  sois  godo; 
y  así,  no  me  maravilla 
que  procedáis  de  ese  modo. 
Compráis  un  esclavo  en  mí. 

D.  Beltr.  Xo  nos  tratemos  ansí. 
Hoy  conmigo  comeréis 
y  a  la  noche  subiréis, 
para  que  vengáis  aquí 

en  un  caballo,  que  os  juro 
que   puede   saltar  un   muro 
y  al  lado  correr  del  viento 
parejas,  por  su  elemento 
com.o  por  el  aire  puro. 

D.  JuAX.         ¡Tantas   mercedes,   señor!   (i) 

D.  Beltr.  Xo  lo  tengáis  más  que  a  amor. 
Diez  y  seis  caballos  tengo; 
idos  de  aquí  en  el  que  vengo, 
por  ver  si  os  halláis  mejor. 

Y  pues  habernos  salido 
al  corredor  paseando, 
que  me  aguardéis  aquí  os  pido. 

{Vase   DON   Beltrán.) 

D.  JuAX.     Lo  que  me  vais  obligando 

no  lo  eche  el  cielo  en  olvido. 

¿Hay  tal  nobleza,  hay  tal  pecho? 
¡  Bienhaj'a  el  alma  que  viste 
cuerpo  destas  partes  hecho  ! 

(Sah  Jordán.) 

Jordán.  ¡  Gracias  a  Dios  que  saliste ! 
D.  Juan.  ¿  En  qué  te  soy  de  provecho  ? 
JoRnÁN.  ¿Hoy  no  habemos  de  comer? 


D.  Juan. 

Jordán. 

D.  Juan. 

lORD.ÁN. 


D.  Juan. 
Jordán. 


D.  Juan. 
Jordán. 
D,  Juan. 

Jordán. 
D.  Juan. 
Jordán. 
D.  Juan. 


Jordán. 


D.  Juan. 
Jordán. 
D.  Juan. 
Jordán. 


¿  No  se  traerán  las  raciones  ? 
¿Habemos  de  perecer? 
¿  Somos  hoy  camaleones, 
como  lo  fuimos  ayer? 

Al  corredor  de  palacio 
vienes,  Jordán,  muy  despacio 
a  pedirme  disparates.  ■ 
Eso  sí,  porque  remates 
un  estómago  tan  lacio. 

¿No   come   el  Rey?   ¿Hay  quien 
la  hambre?  ¿No  echas  de  ver  [dome 
que  hasta  la  sarna  come? 
¿Qué  es  de  la  cuenta  de  ayer? 
¿  Xo  es  razón  que  te  la  tome  ? 

¿  Para  pedir  quien  sustenta 
te  parece  mucha  afrenta 
el  corredor  de  palacio, 
y  no  para  el  cartapacio 
en  que  me  tomas  la  cuenta  ? 

¡  Por  Dios,  que  es  lindo  respeto 
de  aquesta  casa  real ! 
Pero  daréla,  en  efeto. 
¡  Qué  escudero  tan  leal ! 
¡  Oh,  qué  señor  tan  discreto ! 

Que  honrarme  quieres  no  dudo,  (i) 
mas  sí  escudero  es  quien  pudo 
llevársele  al  caballero, 
¿  cómo  seré  yo  escudero, 
que  nunca  he  llevado  escudo? 

Ayer  llevé  siete  reales, 
cuatro  en  plata  y  tres  en  cobre. 
¿  Que  gastaste  ? 

¡  Al  punto  sales ! 
¿Hay  caballero  más  pobre 
con  deudos  más  principales  ? 

Con  deudas,  dirás  más  bien. 
Calla,  que  hoy  se  pagarán, 
¡  Milagro  ! 

Quiere  también 
pagármelas  don  Beltrán, 
y  que  una  lista  le  den. 

Pues  seis  años  de  servicio 
me  darás,  deuda  es  forzosa; 
harásme  gran  beneficio. 
¡  Xo  me  faltaba  otra  cosa ! 
¿  Por  qué  ? 

¿Pues  tienes  juicio? 

Sospecho  que  le  he  perdido; 
porque  de  no  haber  comido 


(i)     En    el    original:    "me    hacéis"',    que    no    rima 
con   "amor"',   y   "'mejor",   como   debe. 


(i)     El  original  dice  "puedo",  que  no  es  consonan- 
te  de  "pudo"   ni   "escudo",   como   debía. 


612 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


D.  Juan. 
Jordán. 

D,  Juan. 

Jordán. 
D.  Juan. 


Jordán. 

D.  Juan. 
Jordán. 

D.  Juan. 
Jordán. 

D.  Juan. 


Jordán. 
D.  Juan. 
Jordán. 
D.  Juan. 


traigo  un  desvanecimiento 
que  no  tengo  sentimiento, 
cuanto  y  más  tener  sentido. 
Hoy  como  con  don  Beltrán, 

Y  3'0,  ¿dónde  comeré, 
escudero  de  don  Juan? 
A  la  noche  te  diré 

todo  lo  que  allá  me  dan. 

¿Y  acostaréme  con  éso? 
Los  escuderos  honrados 
de   la   corte   que   profeso, 
han  de  vivir  muy  templados 
y  no  hacer  jamás  exceso. 

Cenar  poco  es  linda  cosa; 
y  no  nada,  ¿qué  será? 
Aun  pienso  que  es  provechosa. 
¿No  me  dirás  quién  te  da 
esa  receta  famosa? 

De  experiencia  lo  he  sabido. 

Y  a  un  hombre  que  no  ha  comido, 
¿es  provecho  que  no   cene? 

Ya  todo  remedio  tiene ; 
cuanto  he  dicho  burla  ha  sido. 
A^en  conmigo. 

¿Es  burla  alguna? 
A'erdad  digo. 

El  tiempo  es  luna. 
Si  me   ayuda  don  Beltrán 
pienso  que  en  mi  se  verán 
las  mudanzas  de  fortuna. 


AQUÍ  DA  FIN  EL  PRIMERO  ACTO  DE  LOS  SUCESOS 
DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


ACTO  SEGUNDO 

DE     LA     GRAN     COMEDIA     DE     LAS     "[MUDANZAS     DE 

FORTUNA    Y    SUCESOS    DE    DON    BelTRÁN 

DE    Ar.'VGÓn". 

{Sale   DOÑA   Elvira,    hermana   de    dox    Tuax 
y  LuPERCio.) 

D."  Elvir.       ¡  Que  se  acordase  de  mí 

en  este  recogimiento ! 
LuPERCio.  Dióle  notable  contento 
el  ver  que  estabas  aquí. 

Porque  apenas  don  Beltrán 
supo  que  hermana  tenía 
don  Juan,  cuando  el  mismo  dia, 
sin  darle  parte  a  don  Juan, 
venir  me  mandó  a  Teruel 


a  traeros  mil  ducados ; 
y  dice  que  éstos  gastados, 
volváis  acordaros  del. 
D.^  Elvir.       Beso  mil  veces  las  manos, 
hidalgo,  a  su  señoría, 
que  padre  llamar  podría 
destos  dos  pobres  hermanos. 

Ya  sabíamos  acá 
lo  que  por  don  Juan  ha  hecho : 
digna  hazaña  de  su  pecho, 
cambio  que  a  los  cielos  da. 

Por  no  tener  dote,  aquí 
vivo  tan  pobre  seglar 
que  me  sustenta  el  labrar. 
LuPERCio.  Decírselo  quiero  ansí; 

que  yo  sé  que  os  dotará 
si  es  que  monja  queréis  ser. 
D.^  Elvir.  No  se  lo  deis  a  entender, 
pues  él  aquí  me  hallará. 

Yo  haré  que  rueguen  a  Dios 
por  él  a  todas  sus  horas 
estas  devotas  señoras, 
sin  olvidarme  de  vos. 

Y  acudid  al  torno  luego, 
donde  seis  pares  llevéis 
de  camisas. 
LupERCio.  No  os  canséis 

en  éso.  Escribilde  os  ruego 

que  llegué  con  diligencia, 
D.^  Elvir.  Encarecello  os  prometo, 

y  pues  que  sois  tan  discret  > 
perdonadme  }•  dad  licencia 

a  que  ponga  en  un  bolsillo 
cincuenta   escudos   también. 
LuPERCio.  Aunque  en  a'OS  parece  bien 
(y  agradecido  me  humillo 

mil  veces  a  vuestros  pies) 
en  mí  pareciera  mal. 
D.^  Elvir.  No  es  esto  de  amigo  igual, 
reconocimiento  es. 

Mas  decidme,  por  mi  vida, 
que  mil  deseos  me  dan 
de  pintar  a  don  Beltrán 
dentro   de  mi   fantasía, 

¿  cómo  es  este  caballero, 
en  quien  Dios  tal  virtud  puso? 
Porque  si  el  cuerpo  compuso 
como  el  alma  saber  quiero. 
LuPERCio.       Es  don  Beltrán  mi  señor 
de  presencia  bien  dispuesta, 
la   cara  apacible,  honesta ; 
la  risa  llena  de  amor. 


ACTO  SEGUNDO 


613 


Es  galán,  aunque  robusto; 
fuerte,   valiente,   animoso ; 
en  mujeres  venturoso, 
pero  no  son  de  su  gusto. 

Es  con  las  armas  galán; 
gran  torneador  de  a  caballo : 
no  tiene  el  Rey  tal  vasallo 
fuera  del  señor  don  Juan. 

Es    notable    su   humildad ; 
mas  si  el  soberbio  le  injuria 
no  hay  en  el  infierno  furia 
de    tanta    riguridad. 

Hale  conocido  el  Rey 
de    suerte,    que    si    pudiera 
igual  consigo  le  hiciera, 
y   era   justísima    lej-. 

Hale  dado  un  principado 
en  Italia  de  gran  renta; 
con  él   se   cubre  y  se  asienta, 
xa.  en  su  coche  y  a  su  lado. 

Es  su  maj'ordomo  ahora, 
es  su  alcalde,  y  general 
cuando  fué  a  [Mallorca. 
D.'  Elvir.  Es  tal, 

que   imaginado   enamora. 

Ve  al  torno  y  espera  allí, 
que  con  eso  escribiré. 
LuPERCio.  Guárdete  el  cielo. 

ij'ase) 

D.^  Elvir.  Xo  creo  que  estoy  en  mí. 

Desde  que  nuevas  me  dieron 
que   tanto   honraba   a   don   Juan, 
mi  hermano,  este  don  Beltrán 
y  su  virtud  me  dijeron, 

nació   un   pensamiento   en   mí 
de    verle,    de   tal   manera, 
que   puesto   que   amor   no   quiera 
con  lo  que  ha  pasado  aquí 

bastaba  quitarme  el  seso. 
¿  Pues    agora   qué   haré  ? 
¿  Iré   a   verle  ?    Bien   podré, 
mas   será   notable  exceso. 

;  Pues   cómo   vivir   podré 
con  tanto  desasosiego? 
Amor,  ;no  dicen  que  es  fuego? 
Luego  disculpa  tendré. 

;  Xo  soy  mujer  recogida 
desde  mi  niñez  aquí  ? 
¿  Quién  hay  que  vuelva  por  mí  ? 
De  nadie  soy  conocida. 

Aquí   está  de   don   Ramón 


de    Peralta,   el   almirante 
de  Aragón,  doña  Violante 
su  hermana;  en  esta  ocasión 

pedirle  una  carta  quiero 
que  para   su  hermano   escriba, 
para  que  un  paje  reóiba 
don  Beltrán,  siendo  el  tercero. 

Este  paje   seré  yo, 
que  una  vez  donde  le  vea, 
si    me    agrada,    aunque    no    sea 
lo   que   el  alma   imaginó... 

Y  si  no,  ¿qué  puedo  hacer? 
\*olveréme  arrepentida, 
que  no  hay  fuente  detenida 
que  corra  como  mujer. 

(Va~sc,   y   salen   don    Bernardo   y    Felici.\no.) 


Feliciax. 
D.  Ber. 
Felici.ax. 


D.  Ber. 
Felician. 


D.  Ber. 


Felici-\x. 


D.  Ber. 

Felician. 
D.  Ber. 


¡  Qué  notable  desvarío  ! 
Mi  agravio  nace  del  tuyo. 
¿Reyes  primeros  el  suyo 
que  cristianos  en  el  mío? 

¡  Está  loco  don  Beltrán  ! 
Alguna   causa  ha  tenido. 
Cuando  hubiera  descendido 
del  rey  Abarca  don  Juan, 

o  de  los  que  entre  Aragón 
y  X"^ápoles  tienen  silla, 
y  aquel  juez  de   Castilla 
que  gozan  de  ese  blasón, 

no  tuviera  la  hidalguía 
con  mayor  antigüedad, 
pues  a  toda  la  ciudad 
es  tan  notoria  la  mía. 

Darme  a  mí  satisfación 
de  quien  sois,  tan  conocido 
en  esta  ciudad,  no  ha  sido 
ni  amistad  ni  discreción. 

A  todos  nos  trata  mal 
este  soberbio  Luzbel. 
Pues  tratarle  mal  a  él 
y  tendrá  respuesta  igual. 

Y  pues  se  ofrece  ocasión 
en  estas  enemistades, 
o  mentiras  o  verdades 
ayudarán    mi    razón. 

Yo  haré  de  suerte  que  sea 
de  todos  aborrecido. 
Que  te  a3-udaré  atrevido 
quiero  que  tu  pecho   crea. 

Dame  esa  mano. 

Detente, 
que  él  y  el  Almirante  salen. 


614 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


(Sale  DON  Beltrán  y  el  Almirante.) 

D.  Beltr.  No  hay  dos  hombres  que  le  igualen. 
Almiran.    ¿  Que  al  fin  es  del  Rey  pariente  ? 
D.  Beltr.       Por  la  parte  de  Navarra  (i) 

tiene  la  Abarca  Real. 
D.  Beltr.  El  es  hombre  princiapl. 
D.  Beltr.  Y  la  cadena  y  la  barra 

nadie  la  pone  como  él. 
Almiran.     ¿Qué  es  al  fin  lo  que  mandáis, 

para  que  de  mi  os  sirváis? 

¿Por  qué  os  tiene  por  fiel? 
D.  Beltr.       Suplicóos...   Pero  advertid 

que  están  aqui  los  dos  hombres 

que  aborrezco  hasta  sus  nombres. 
Almiran.     Pues  de  sus  lenguas  huid, 

que  ya  conozco  a  los  dos. 
Felician.    De  mí  murmurando  está 

don  Beltrán. 
D.  Ber.  De  mí  dirá. 

Felician.    ¡  No  le  puedo  ver,  por  Dios ! 
D.  Ber.  Vamonos  luego  de  aquí ; 

ven  conmigo  y  verle  has. 
Almiran.    Vanse. 
D.  Beltr.  Por  éstos  no  más 

en  favorecerle  di. 

Haréisme,  primo,  merced 

de  que   al   Príncipe  digáis, 

y  de  que  no  le  engañáis 

por  infalible  tened, 

que  reciba  en  su  servicio 

este  caballero  pobre, 

para  que  a  su  lado  cobre 

por  vos  tanto  beneficio; 
que  tendréis  en  él  y  en  mí 

dos  esclavos. 
Almiran.  Yo  lo  soy 

vuestro,  y  la  palabra  os  doy, 

don  Beltrán,  de  hacerlo  ansí, 
D.  Beltr.       Yo  le  he  tenido  en  mi  casa 

estos  días,  y  le  he  puesto 

la  suya  en  estilo  honesto: 

que,  como  en  el  mundo  pasa, 
ya  podrá  ser.  Almirante, 

que  aunque  le  vemos  tan  falto, 

adonde  caiga  algún  alto 

este  humilde  se  levante. 
Voy  por  él;  luego  vendré 

con  él,  porque  no  me  vea 

el  Príncipe. 


Almiran.  Porque  sea 

como  más  seguro  esté, 

prevenid  bien  a  don  Juan 
que  no  diga  que  es  conoce, 
para  que  este  puesto  goce, 
aunque  por  vos  se  le  dan. 

D.  Beltr.       Yo  lo  haré  con  eran  recato. 


Almiran. 


Príncipe. 


(ii)     En  el    original:    "Granada",   por   errata. 


Almiran. 
Príncipe. 
Almiran. 

Príncipe. 


Almiran. 
Príncipe. 
Almiran. 


Príncipe. 


Almiran. 


{Vase  DON   Beltrán.) 

Aquí  espero. —  No  ha  nacido 
un  hombre  tan  socorrido 
ni  de  tan  hidalgo  trato. 

¡  Qué  limpias  entrañas  tiene  ! 
¡  Qué  piedad,  qué  condición  ! 
¡Oh,  como  a  buena  ocasión 
y  solo  el  Príncipe  viene ! 

{Sale  el  Príncipe.) 

Si  tanto  me  ha  de  costar 
el  sufrir  una  mujer, 
o  por  ella  he  de  tener 
tanta  ocasión  de  pecar, 

yo  me  iré,  y  acabarás 
de  afligirme  y  de  cansarte. 
¿Quién  ha  obligado  a  quejarte? 
¡Oh,  buen  Peralta!,  ¿aquí  estás? 

Aquí,  a  tu  servicio,  estoy 
con  la  espada  y  con  la  vida. 
¿  Quién  puede  haber  que  lo  impida, 
de  cuanto  en  el  mundo  es  hoy, 

sino  esta  infame  mujer, 
al  amor  que  me  debía? 
¡  Que  no  ha  de  haber  paz  un  día ! 
Con  mi  muerte  podría  ser. 
i  Eso  no,  guárdete  Dios, 
y  a  pesar  de  quien  pesare 
tu  vida  logre  y  ampare ! 
Vivamos,   Ramón,   los  dos; 

y  por  vida  de  mi  padre 
que  yo  premie  la  lealtad. 
Dios  guarde  a  su  Majestad, 
que  por  más  que  de  tu  madre 

le  tenga  obligado,  agora 
amor  que  le  desatina 
de  la  reina  Catalina, 
porque  en  sus  hijos  adora, 

¿cómo  te  puede  evitar 
lo  que  es  tuyo,  siendo  ley 
divina  y  humana? 


{Sale  DON  Juan.) 


Príncipe. 


Es  Rev. 


ACTO  PRIMERO 


615 


D.  Juan. 


Príncipe. 
Almiran. 


Príncipe. 

D.  Juan. 
Almiran. 

D.  Juan. 


Príncipe. 


D.  Juan. 
Almiran. 


Príncipe, 


Aquí  los  tengo  de  hablar. 

Yo  llego  a  buena  ocasión; 
juntos   están;   llegar   quiero. 
¿Quién  es  este  caballero? 
De  los  Reyes  de  Aragón 

tiene  más  sangre  que  mía, 
aunque  es  mi  deudo,  y  pues  viene 
cuando  vuestra  Alteza  tiene 
mil  peligros  cada  día, 

por  ser  hombre  tan  leal, 
tan  bien  nacido  y  valiente, 
que  puede  seguramente 
fiarse  de  un  hombre  tal, 

quiero  que  te  sirvas  del, 
pues  entiendo  que  te  hago 
un  gran  servicio;  y  en  pago 
de  un  criado  tan  fiel, 

sólo  suplico  a  tu  Alteza 
le  honre  en  lugar  bastante. 
Yo  lo  agradezco.  Almirante; 
bien  se  ve  en  él  su  nobleza. 

De  mí  están  los  dos  hablando. 
Llegad,  don  Juan,  y  besad 
la  mano  al  Príncipe. 

Honrad 
boca  que  me  está  alabando 

con  poner  la  mano  en  ella 
desta  generosa  mano , 
porque  todo  el  bien  humano 
estimaré  en  menos  que  ella. 

En  ella  juro  y  prometo 
como  reliquia  sagrada 
que  es  del  Rey  la  mano  espada, 
pues  es  justicia,  en  efeto, 

de  serviros  tan  leal, 
de  perder  por  vos  mil  vidas. 
Que  os   serán   agradecidas 
os   doy   palabra   real. 

Y  porque  estoy  informado 
de  vuestro  mucho  valor 
y  pagaros  el  amor 
que,  en  efeto,  habéis  mostrado, 

de  mi  cámara  seréis. 
Besóos  los  pies. 

Yo,  pues  soy 
quien  más  obligado  estoy, 
pues  por  mi  merced  le  hacéis, 

mil  veces,  señor,  los  beso. 
No  hago  nada.  Almirante, 
que  en  ocasión  semejante 
si  no  hago  un  gran  exceso 

es  por  no   dar  que  decir 


Almiran. 
Príncipe. 


D.  Juan. 
Almiran. 
Príncipe. 


D.  Juan. 


Almiran. 


D.  Juan. 
Almiran. 
D.  Juan. 
Almiran. 


a  quien  mis  cosas  murmura. 
Si  mi  palabra  es  segura 
sobre   ella  puede  servir, 

que  si  vivo,  vos  veréis 
qué  lugar  tiene  don  Juan. 
¡  Buenos  los  principios  van ! 
Y  pues  que  los  dos  sabéis 

de  mis  cosas  el  estado, 
también  que  sepáis  querría 
que  para  más  quietud  mía 
quiero  partirme  al  Condado 

de  Ruisellón,  donde  esté 
de  mi  madrastra  seguro; 
con  secreto  lo  procuro, 
y  así  entre  los  dos  esté. 

Y  pues  que  sois  de  la  llave 
de  mi  pecho,  hoy  quiero  ver 
la  más  gallarda  mujer, 
de  más  belleza  y  más  grave 

que  en  esta  edad  ha  nacido. 
Para  despedirme  della 
don  Juan  podrá  hablar  con  ella, 
y   decir  que   yo   la   pido 

licencia   para   decir 
solamente   el   pensamiento 
desta  partida,   que  siento 
poco  menos  que  morir. 

¡  Válame  Dios!,  ¿quién  será? 
¿Quién  será?,  ¡válame  Dios! 
Esperaremos    los    dos 
y  don  Juan  a  hablarla  irá; 

porque  ésta  es  doña  Leonor, 
dama,  esta  mi  enemiga. 
Parte,  pues,  porque  te  diga, 
si  da  licencia  mi   amor 

para  que  en  esta  partida 
mi  sentimiento  le  cuente. 
Bastábame  el  mal  de  ausente 
para  quitarme  la  vida, 

sin  saber  que  a  mi  Leonor 
adora  el  Príncipe  ! 

i  Ay,    cielos, 
cuan  lejos  de  aquestos  celos 
pensé  que  estaba  mi  amor ! — 

Don  Juan. 

Señor. 

Oíd. 
•  Decid. 

Pues  a  hablar  vais  a  esa  dama 
que  el  Príncipe  dice  que  ama, 
lo  que  os  responde  advertid, 

que  me  importa  a  mí  no  poco. 


616 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


D.  Juan.     ¿A  vos  también? 

Almiran.  Sí,  don  Juan, 

que  también  soy  su  galán^ 

D.  Juan.     ¡  Xunca  lo  fuera ;  estoy  loco  ! 

Almirax.        Dalde  de  parte  mía 

este  anillo,  este  diamante, 
que  ella  me  dio  por  constante 
de  la  fe  que  me  debía. 

Id  presto,  porque  no  entienda 
el  Príncipe  lo  que  hablamos. 

D.  Juan.     Voy.  ¡  Ay,  amor,  bien  medramos 
por  la  primera  encomienda ! 

¿  Esto  es  medrar  ?  ¿  Esto  es  ser  ? 
¡  Ah,  cuánto  mejor  me  fuera 
ser  lo  mismo  que  antes  era 
que  ver  lo  que  vengo  a  ver ! 

Quien  nació  con  dicha  igual 
ansí  es  bien  que  el  bien  le  den, 
que  muchas  veces  el  bien 
viene  para  mayor  mal. 

Mi  anillo  es  éste;  ¡  ay  de  mí, 
Leonor  le  dio  ajl  Almirante  ! 
¿  Qué  amor  ha  de  haber  constante, 
ipues  faltó  firmeza  en  ti  ? 
{Vase  DON  Juan.) 

Príncipe.       Id  entretanto,  Ramón, 

a  saber  lo  que  hace  el  Rey, 
que  mi  ausencia  a  toda  ley 
leyes  de  obediencia  son. 
No  quiero  dalle  pesar, 
triunfe  de  su  bien  mi  hermano. 

Almiran.    Tu  ausencia  procura  en  vano : 
¿cómo  te  puede  quitar 

el  justo  derecho  tuj'^o? 
Voy  a  ver  lo  que  se  trata. 

(^Vase  el  Almirante-) 

Príncipe.    Mi  vida  el  cíelo  dilata 

contra  el  pensamiento  suyo. 

Pero  la  suma  justicia, 
suprema  vara  en  el  cielo, 
contra  quien  no  tiene  el  suelo 
fuerza,  soborno  o  malicia, 

del  brazo  de  su  virtud 
sacará  el  amparo  mío.  (i) 

(Sale    DON    Bernardo   :y    Felici.\no.) 

Don  Bernardo. 

¿Qué  dudas?  Solo  está 


Feliciano. 

Guárdete  el  cielo, 
a  pesar  de  traidores  envidiosos. 

Príncipe. 
Respondiste  a  mi  intento  y  a  tu  celo. 
Feliciano. 

Como  tienen  los  cielos  generosos 
a  su  cargo  la  vida  de  los  reyes 
más  que  de  los  comunes   ciudadanos  (i) 

que  al  que  puede  quitar  y  poner  leyes 
suele,  señor,  diferenciar  en  todo 
del  que  gobierna  los  humildes  bueyes;  (2) 

no  puede  la  mentira  hallar  el  modo, 
aunque  es  opinión  lo  que  su  fuerza  aguarda,  (3) 
¡  oh,  invicto  Pedro  ! ;  ¡  oh,  siempre  ilustre  godo  ! 

Príncipe. 

A  mí  ninguna  cosa  me  acobarda 
de  cuanto  la  malicia  humana  puede 
como  el  rigor  desta  mujer  gallarda; 

pero  primero  que  sin  reino  quede 
y  Alfonso  mi  lugar,  contra  derecho, 
cosa  que  a  toda  sinrazón  excede, 

no  habrá  quedado  sangre  en  este  pecho 
ni  en  el  de  mis  amigos,  si  hay  amigos 
en  las  adversidades  de  provecho. 

Feliciano. 
De  algunos  somos,  gran  señor,  testigos 
que  no  darán  la  suya  en  tu  defensa. 

Príncipe. 
Esos  son  los  mayores  enemigos 

de  quien  estar  seguro  un  hombre  piensa, 
que  cuando  el  enemigo  es  declarado 
guardarse  puede,  porque  ve  la  ofensa^ 

Feliciano. 

¿  Quién  dirás  que  estas  cosas  ha  inventado  ? 
¿  Quién  dirás  que  a  la  Reina  la  aconseja 
que  ponga  a  Alfonso  en  tu  dichoso  estado? 

¿Quién  dirás  que  jamás  ocasión  deja 
en  que  no  siembre  entre  los  dos  cizaña 
y  de  tu  condición  también  se  queja? 

¿  Quién  pensarás  que  sigue  y  acompaña 
la  pretensión  injusta  del  Infante, 
para  inquietud  y  destruíción  de  España? 


Ci)     Faltan   los   dos  últimos  versos   de  esta  redon- 
dilla. 


(i)  "Ciudadanos"'    no    es    consonante    de    "genero- 
)s". 

(2)  En    el    original :    "bienes"',    por   errata. 

(3)  Verso  equivocado  y  largo. 


ACTO  SEGUNDO 


617 


;  Quién  pensarás  que  dijo,  y  yo  delante, 
al  Rey,  que  adora  tu  madrastra  bella, 
que  la  espada,  furioso  y  arrogante, 

sacaste  de  la  vaina  contra  ella? 
;  Quién  pensarás  que  ha  de  ser  otro  Bellido 
si  no  le  ataja  tu  valor  con  ella? 

Prínxipe. 

No  puedo,  amigos,  presumir  que  ha  sido 
hombre  que  tenga  amor  y  entendimiento, 
ni  que  haya  hidalgo  en  Aragón  nacido. 

Feliciano. 
;  Dirás  que  es  don  Beltrán? 
Príncipe. 

Diré  que  siento 
que  sólo  para  mí  pudiera  ese  hombre 
ofender  su  virtud  y  nacimiento. 

Feliciano. 

Pues  huye,  heroico  Pedro,  de  su- nombre; 
que  ayer  le  dijo  al  Rey  que  airado  el  cielo, 
para  que  más  su  deslealtad  te  asombre, 

cuatro  Pedros  crueles  daba  al  suelo, 
todos  a  un  tiempo :  Ñapóles  el  uno, 
que  ya  mostraba  su  sangriento  celo; 

otro  en  Castilla,  a  quien  jamás  ninguno 
llegaría  de  todos  si  reinaba 
ni  le  podría  resistir  ninguno; 

otro  que  en  Portugal  indicios  daba, 
más  que  todos  estos  Pedros  juntos; 
la  quintaesencia  en  tu  rigor  estaba. 

Tras  esto,  aconsejándole  por  puntos 
que  diese  a  Alfonso  el  cetro,  cuyos  hechos 
eran  de  su  valor  vivos  trasuntos, 

dejó  de  tal  manera  satisfechos 
los  oídos  del  Rey  con  sus  mentiras 
y  más  de  cuatro  generosos  pechos, 

que  por  lo  menos,  si  por  ti  no  miras, 
guarde  el  cielo  tu  vida,  no  estás  lejos 
de  ver  sus  armas  y  probar  sus  iras. 

Príncipe. 
¡  Que  le  dé  don  .Beltrán  esos  consejos 
dende  cerca,  mostrándose  mi  amigo, 
y  trazando  mi  muerte  desde  lejos! 

Don  Bernardo. 
Yo  soy  de  todo,  Príncipe,  testigo, 
y  sé  que  estar  a  punto  te  conviene. 

Príncipe. 

Antes  tendrá  de   su  maldad  testigos. 
Disimulad,    que    el    Almirante    viene. 


(SaU'  el  Almirante-) 

Almiran.        ¿  Puédote  a  solas  hablar  ? 
Príncipe.    Id,  amigos,  en  buen  hora, 

y  volveréisme  a  hablar. 
Felician.    Guárdete  el  cielo. 

'(V'anse   FEucrANo  y   Bernardo.) 


Almiran. 


Príncipe. 
Almiran. 


Príncipe. 
Almiran. 
Príncipe. 
Almiran. 
Príncipe. 


Almiran. 


Príncice. 


Si   ahora 
la  paz  te  diera  lugar, 

ocasión  había  de  hacer 
fiestas  a  un  grande  favor. 
¿De  Leonor  debe  ser? 
Yo  vi  a  don  Juan  con  Leonor, 
sin  que  me  pudiese  ver, 

desde  que  salí  de  aquí. 
¿  Sin  duda  hablaban  de  mí  ? 
Gran  sentimiento  mostraba. 
¿  Cómo,  Almirante,  lloraba  ? 
Llorando  estaba  por  ti. 

Yo  apostaré  que  don  Juan 
le  pintaría  mi  ausencia 
por  término  tan  galán, 
que  perdiese  la  paciencia. 
Tan   tiernos   los   dos   están, 

que  presumí  que  los  vi 
llorar  juntos,  o  me  engaño. 
Quedo,  que  vienen  aquí. 


{Sale  DON  Juan  y  Leonor.) 

D.  Juan.     Basta  aqueste  desengaño, 
mi  señora,  para  mí. 

Y  cuando  éste  no  bastara, 
al  Príncipe  le  guardara 
como  criado  el  respeto, 

que  ya  lo  soy,  en  efeto, 

pues  que,  como  veis,  me  ampara. 

Y  si  aquesto  no  es  bastante, 
por  amigo  al  Almirante 
guardo  respeto  en  tu  amor, 

en  cuya  mano,  Leonor, 
tan   falso  vi  tu  diamante^ 

D.^  León.       ¡  Bastara  para  acabarme 

decirme,  don  Juan,  tu  ausencia, 
sin  querer  también  quitarme 
la  vida  con  la  paciencia 
y  sin  disculpa  matarme  ! 

D.  Juan.         ¡  Qué  bien  dices  sin  disculpa, 
pues  que  desto  no  la  tienes ! 

D.*  León.  No,  pues  que  tu  amor  me  culpa, 
que  cuando  engañado  vienes 
no  me  admites  la  disculpa. 
Servirme  el  Príncipe  a  mí 


618 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


ni  el  Almirante,  ¿qué  importa? 

Almiran.    Hablando  estarán  de  ti. 

D.^  León,  Tus  locos  celos  reporta, 
pues  ocasión  no  les  di ; 

que  esto  en  el  Príncipe  es  gala 
y  en  el  Ailmirante  estilo 
de  palacio. 

D.  Juan.  No   te   iguala 

la  muerte  amor  a  tu  filo. 

Almiran.    ¿Querrás  hablarme  en  la  sala? 

Príncipe.        Gusto,  Almirante,  tuviera; 
pero  un  enojo  me  ha  dado 
que  ansí  el  corazón  me  altera, 
que  el  gusto  se  me  ha  quitado. 
Salgámonos    allá    fuera. — 

Aunque  mal  pienso  que  haré, 
hasta  que  seguro  esté 
del  Almirante  en  tratar 
lo  que  con  disimular 
mejor   remediar  podré. 

Almiran.        ¿Disgusto,  señor? 

Príncipe.  Ya  veis 

cuál  me   traen   estas   cosas 
que  de  mi  padre  sabréis. 

{Vansc   el   Príncipe  y   el   Almirante.) 

D.  Juan.         ¡  Manos,  por  mi  mal  hermosas, 
dejadme,  no  me  matéis; 

que  pues  que  mis  prendas  distes 
ya  para  mí  deshicistes 
de  mi  obHgación  los  lazos! 

D.^  León.  ¡  Necio  estás  ! 

D.  Juan.  Quita   los   brazos. 

D.'^  León.  ¿Tú  de  mi  amor  te  resistes? 

¿  Dése  modo  me  has  pagado  ? 
¿Tú  me  tratas  dése  modo? 
Pero  ¿sabes  que  he  pensado 
que  te  vas  inundando  todo 
con  la  mudanza  de  estado? 

¿Cuál  hombre,  don  Juan,  se  vio 
en  oficio  o  dignidad 
que  un  punto  más  se  acordó 
de  aquel  con  quien  amistad 
en  sus  desdichas  trató? 

De  pobre  a  rico  has  venido, 
y  de  humilde  y  derribado 
a  gran  oficio  has  subido : 
¿quién  duda  que  estés  mudado 
y  de  mi  amor  divertido? 

Pues  si  en  el  principio  estás 
desta  suerte,  cuando  seas 
más  de  lo  que  eres,  ¿qué  harás? 


D.  Juan.     Cuando  más  alto  me  veas 
haré  por  servirte  más. 

No  me  digas  sinrazones, 
que  ni  yo  agora  soy  nada 
ni  el  oficio  en  que  me  pones 
me    tiene   el    alma    olvidada 
de  tantas  obligaciones. 

Asegúrame,   si   quieres, 
de  que  culpa  no  has  tenido, 
y  verás  si  mi  bien  eres. 
D.^  León.  Es  propio   de  vuestro  olvido 
culpar   siempre   las   mujeres. 

Que   el   alma  más  ofendida 
sola  una  lágrima  honrada 
puede   hacerla   asegurada 
mientras  tiene  el  cuerpo  vida,  (i) 

Y  pues  que  la  viste  en  mí 
¿por  qué  pides  desengaño? 

D.  Jltan.     Tienes  razón,  yo  la  vi : 

maldiga  el  cielo  mi  engaño, 
pues  que  con  él  te  ofendí. 

No  te  pese  de  mi  estado, 
que  no  seré  yo  de  aquéllos, 
ni  seré  ejemplo  con  ellos 
de  que  se  olvidó  el  pasado.   (2) 

Pues  para  tuyo  nací, 
desea  mi   bien,   Leonor, 
porque  bien  sabes  de  mí, 
o  a  lo  menos  de  mi  amor. 
que  será  bien  para  ti. 

Si  príncipes,  si  almirantes 
no   son  para   casamientos, 
aunque  hay  méritos  bastantes, 
no  fíes  de  sus  pensamientos, 
porque   son    falsos  "diamantes. 

Y  pues  no  tienen'  firmeza, 
yo,  que  te  trato  verdad, 
mereceré    tu    belleza, 

que  mi  noble  calidad 

no    nació    de    mi    riqueza. 

Antes  que  ingrato  me  veas 
a  ti  y  al  gran  don  Beltrán, 
quiero  que  mi  muerte  creas. 

D.^  León.  Guárdete  el  cielo,  don  Juan. 

D.  Juan.     Sí  hará,  si  tú  lo  deseas. 

Dj^  León.       Venme  aquesta  noche  a  ver. 

D.  Juan.     Vendré  a  saber  qué  ha  de  ser, 
pues  se  ha  de  acabar,  mi  vida, 
la  noche  al  amanecer.   (3) 

(i)     Falta   un   verso   a   esta   quintilla. 

(2)  También    falta   un   verso   a   esta   otra. 

(3)  Otra    quintilla    falta    de   un   verso. 


ACTO  SEGUNDO 


ón 


Mas,  ¿qué  respuesta  he  de  dar, 
que  al   Príncipe  voy  a  hablar? 
D.^  Leox.  Dile  que  te  quiero  a  ti. 
D.  Juan.     ¿Darásmc  Hcencia? 
D.»  León.  Sí. 

D.  Juan.     í  Quién  la  pudiera  tomar ! 

(Vanse    don    Juan    y    doña    Leonor    y    sale    Jordán 
bien  vestido  de  lacayo  y  doña  Elvira  vestida  de  paje.) 


D.'^  Elvir 

Jordán. 
D.a  Elvir 
Jordán. 
D.^  Elvir 


Jordán. 
b.«  Elvir. 


Jordán. 
D.a  Elvir. 
Jordán. 
b.a  Elvir. 

Jordán. 
b.*  Elvir. 
Jordán. 
D.3  Elvir. 


Jordán. 


Di  la  carta  a  don  Beltrán 
de  la  suerte  que  os  he  dicho, 
¿y  de  dónde  bueno   sois? 
De  Castilla,  señor  mío. 
¿  De  qué  lugar  ? 

[De   un   lugar] 
a  quien  le  sobran  vecinos 
y   es   como  enigma. 

¿En  qué  forma? 
Que  tiene  y  no  tiene  río, 
que  está  en  alto  y  no  está  en  alto, 
que  es  limpio  y  que  no  es  muy  limpio, 
que  llueve  en  él  y  hace  sol, 
que  tiene  y  no  tiene  frío. 
¿Es  Madrid,  acaso? 

El  mismo. 
¿Cómo  fuiste  a  Teruel? 
Tengo  allá  casado  un  tío 
con  una  dama  gallarda. 
¿ Es  hombre  rico? 

Y  muy  rico. 
¿Pues  cómo  os  deja  servir? 
Era  esta  ninfa  que  os  dig"o_ 
por  todo  extremo  viciosa : 
dio  en  decir  que  era  su  hijo. 
Y  por  verla  desta  suerte 
estas  cartas  que  os  he  dicho 
le  pidió  a  doña  Violante. 
Vos   estaréis   en   servicio 
del  mejor  hombre  que  agora 
vive  desde  el  Gange  al  Nilo. 
Es  don  Beltrán  de  Aragón 
un  hombre  donde  se  han  visto 
las  partes  de  un  caballero 
más  retratadas  al  vivo : 
parece  que  le  pintó 
con   soberano   artificio 
la  misma  naturaleza, 
como  Jenofonte  a  Ciro. 
Primero  que  sus  virtudes 
pudiese  yo  referiros, 
contaría  las  arenas, 


contaría    los    martirios; 

la  hambre  y  necesidad 

que  yo  y  un  don  Juan  que  sirvo 

antes   que    nos    remediase 

en  esta  vida  tuvimos. 

D.^  Elvir.  j  Ay  de  mí ! 

Jordán.  ¿Pues  qué  tenemos? 

D.''  Elvir.  Pensé  que'  había  perdido 
el  dinero  que  traía. 

Jordán.      ¿Topástele? 

D.^  Elvir.  Ya  le  he  visto. 

Mas,  ¿quién  es  este  don  Juan? 

Jordán.       De  lo  que  es  ser  bien  nacido 

no  es  mejor  el  mismo  Alfonso; 
.  mas  desto  con  que  vivimos 
y  que  ya  en  el  mundo  es  honra 
notables  faltas  me  hizo. 
Acontecióme   traer 
con  hilo  negro  cosido 
el  cuello  de  la  camisa, 
por   no   tener   otro   hilo; 
tal  vez  por  no  tener  seda 
este   pobre   dueño   mío 
para  tomarse  los  puntos, 
aunque  no  era  mal  arbitrio, 
con  tinta  daba  a  las  piernas 
adonde  estaba  rompido, 
dejándole  al  descalzar 
con  mil  lunares  postizos. 
Calzas  le  vi  yo  poner 
debajo  del  luto  antiguo 
cu3'a  capa  en  una  dama 
fuera    mianto    de    soplillo, 
que  no  podía  tener 
aquel   ciego   laberinto 
más    entradas    y    salidas. 

D.'^  Elvir.  Yo  he  llegado  a  gran  peligro. — 

Ya,  ¿cómo  os  va? 
■  Jordán.  Tan    bien, 

que  al  uso  de  corte  vivo 
y  ha  que  no  me  espulgo  un  mes, 
que  era  espantoso  ejercicio. 
Solía  un  pastel  de  a  cuarto 
tenerle    así    repartido : 
!a  hojaldre  por  la  m.añana 
y  a  mediodía  por  filo 
la  carne  con  las  almenas 
y  a  la  noche  el  suelo  frío. 
Ahora  como  a  mis  horas, 
y  tal  vez  ando  de  vicio, 
que  con   el   vestido   nuevo 
me  han  buscado  más  de  cinco. 


620 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


D.^  Elvir.  Yo  pensé  que  ese  don  Juan 
con  el  Príncipe  era  ido 
a    Ruisellón. 

Jordán.  Hoy  decían, 

y  todos  nos  prevenimos ; 
pero  jornadas  de  reyes, 
cuando  no  es  breve  el  camino, 
son  como  pagas  con  trampas 
o  deudas  de  algún  amigo:    ' 
hoy,   mañana,   esotro  día, 
este  jueves,  el  domingo ; 
finalmente,    nunca    llega. 

D.^  Elvir.  A  gran  desdicha  he  tenido 
que  os  vais  en  esta  ocasión, 
porque  sin  duda  me  inclino 
a  hombre  de  vuestro  humor. 

Jordán.       Hiciéraos  todo  servicio. 
Yo  os  buscaré,  si  vuelvo, 
(porque  en  los  ojos  os  miro 
que   en   lo   que   es   hembra... 

D.^*  Elvir.  ¡  Qué  bien  ! 

Jordán.  No  desecharemos  ripio. 

¿A'uestro  nombre? 

D.^  León.  Yo,   Guznián. 

Jordán.       ¿  Sois  de  caldera  y  armiño 
o  de  los  que  ponen  sierpe? 

D.^  Elvir.  Yo  soy  como  blanco  y  tinto. 

Jordán.       ¿  Cómo  así  ? 

D.'*  Elvir.  Soy  de  uno  y  otro, 

que  todo,  en  efeto,  es  vino. 
¿  Vuestro  nombre  ? 

Jordán.  Es  temerario : 

yo  tengo  el  nombre  de  un  río. 

D.a  Elvir.  ¿Ebro? 

Jordán.  Xo,  que  esto}'  sin  hebra. 

D.'' Elvir.  ¿Es  Duero? 

Jordán.  No,  que  no  he  bebido 

ni  gota  de  agua  en  mi  vida, 
cuanto  y  más  todos  los"  ríos. 

D.a  Elvir.  ¿Tajo? 

Jordán.  No,  porque  al  revés 

mi  padre  andaba  vestido, 
la  camisa  sobre  el  sayo. 

D.*  Elvir.  ¿Era  abad? 

Jordán.  Era  un  bendito. 

D.^  Elvir.  ¿Turia? 

Jordán.  No  soy  de  Valencia. 

D.^  Elvir.  ¿Guadalquivir? 

Jordán.  Soy  morisco; 

pero  no  lo  acertaréis, 
puesto  que  por  el  principio 
de  mi  nombre  los  villanos 


hacen  parar  los  borricos. 
D."  Elvir.  ¿  Cómo  ? 
Jordán.  ¿No  les  dicen  jo? 

D.^  Elvir.  Es  verdad. 
Jordán.  Pues  mi  aipellido 

es  Jordán. 
D.=^  Elvir.  ¡  Buen  nombre  tienes  ! 

Jordán.      Quédate  adiós,  Guzmaníco, 

que  el  que  con  el  Almirante 

viene  hablando  es  aquel  mismo 

a  quien  vienes  a  buscar. 
D."  Elvir.  ¿  Este  ? 
Jordán.  Sí. 

D."  Elvir.  ¡  Gallardo  brío  ! 

Jordán.       ¿  Dónde  nos  hemos  de  ver  ? 
D."  Elvir.  En  casa.  Escucha  quedito : 

búscame  alguna  platera. 
Jordán.       ¿Traída  o  requiebro  liso? 
D.*  Elvir.  Dulce  y  agrá  la  quisiera. 
Jordán.       ¿Hay  cólera? 
D."  Elvir.  ¡  Estoy  perdido  ! 

Jordán.       ¿Quiéresla    morena? 
D."  Elvir.  No  ; 

Pero  un  bellaco  me  dijo 

que  las  mirase  al  pezcuezo. 
Jordán.  ¿  Pues  qué  tienen,  lobanillos  ? 
D."  Elvir.  No  ;  mas  que  tienen  corteza, 

como  los  quesos  de  Pinto. 
Jordán.       ¿Pues  que  blanca? 
D."  Elvir.  ¡Einda  cosa! 

Jordán.       Dicen   que  es  el  color  tibio. 
D.'^  Elvir.  Búscala  con  cabos  negros. 
Jordán.  .     ¿  Y  si  los  tiene  amarillos  ? 
D."  Elvir.  Názulas  y  miel,  ¡  mal  año  ! 
Jordán.       ¿Qué  ojos,  grandes  o  chicos? 
D."  Elvir.  Como  los  tenga  con  alma, 

no  les  pido  titulillos. 
Jordán.      Ahora  bien,  déjame  el  cargo, 

que  yo  te  daré  a  mí  estilo 

fregona  que  pida  celos 

y  que  pise  menudico. 

(Vase  JoRD.^'  y  sale  el  Almirante  y  don  Beltrán.) 

Almiran.        Esto  mi  hermana  me  secribc. 
D.  Beltr.  ¿Esto  me  habéis  de  decir, 

si  en  mandarme  en  qué  os  servir 
mayor  merced  se  recibe? 

No  digo  servirme  el  paje; 
mas  que  yo  lo  serviré 
Almiran.    Es  de  buen  talle,  y  yo  sé 

que  es  rico  y  de  buen  linaje. 
Véisle  allí. 


ACTO  SEGUNDO 


621 


D.  Beltr. 
Almiran. 

D.^  Elvir. 


D.  Beltr. 


Almirax. 

D.  Beltr. 
D."  Elvir. 
D.  Beltr. 

D.''  Elvir. 


D.  Beltr. 
D."  Elvir. 


D.  Beltr, 
Almir.^x. 


D.  Beltr 


Almirax. 


i  Buena  persona  ! 
Llegad,  gentlihombre,  acá. 
Dadme  esos  pies,  pues  me  da 
la  mano  quien  hoy  me  abona ; 

a  cuya  sombra  me  atrevo 
a  este  pensamiento  honrado 
de  serviros. 

Yo  he  quedado 
obligado  a  lo  que  hoy  debo; 

pues  me  habéis  dado  ocasión 
en  que  sirva  al  Almirante. 
Yo,  por  merced  semejante, 
os  quedo  en  obligación. 

¿Cómo  es  el  nombre? 

Guzmán. 
Pues,  Guzmán,  para  mi  amigo 
quedáis  en  casa  conmigo. 
¡  Temblando  estoy  a  don  Juan  ! — 

Yo  os  serviré  con  la  fe 
que  se  debe  a  un  grande  amor. 
Yo  os  haré  todo  favor. 
Ya  le  vi,  ya  le  miré, 

ya  es  tiempo  de  entrar  en  cuenta 
con  los  ojos:  Pues  ¿qué  haremos? 
Decidme:  ¿qué  emprenderemos? 
Respondedme   si   os  contenta. 

¿Qué  decís,  ojos,  que  asi 
miráis,  que  os  escucha  el  alma? 
No  me  estéis  agora  en  calma, 
que  nos  perdemos  aquí. 

Con  los  ojos  os  miré. 
con  los  oídos  oí ; 
mas,    ¡  a\',    cuitada    de    mí !, 
¿  si  en  el  blanco  acertaré  ? 

Los  ojos  dicen  que  es  justo 
que  les  siga  el  pensamiento. 
¿Consientes  alma?  — 'Consiento, 
pues  tienen  los  ojos  gusto. 

Basta;   yo   quedo   vencida. 
Vitoria  por  don  Beltrán. 
¿Que  muestra  amor  a  don  Juan? 
Parece  cosa  fingida. 

Primo,  la  palabra  os  doy 
que  está  tan   contento  del, 
que  pone  su  vida  en  él. 
Yo  por  esto  no  lo  soy. 

Que  este  pobre  caballero, 
virtuoso   y  bien   nacido, 
vivía  tan  abatido, 
como  agora  honrado  espero. 

Darle   el  parabién  querría. 
Yo  os  quiero  acompañar. 


D.  Beltr.  Guzmán. 

D.^  Elvir.  Señor. 

D.  Beltr.  Ve  a  llamar 

mis  pajes. 
D.^  Elvir.  Hoy  es  el  día, 

(Vaso    el    Almirante    y    don    Beltrán.) 

amor,  de  mi  perdición. 
Hoy  en  tus  libros  me  escribe ; 
pon  en  ellos:  desde  hoy  vive 
contigo    este    corazón. 

Penas   por   salarios   das 
y    por    sustentos    venenos, 
y   tras   éstos   premias   menos 
a  los  que  te  sirven  más. 

Mas    ya    llegué,    y    asenté 
plaza   entre   guerras   y   amor. 

(Salen  el  Príncipe  y  don  Juan.) 

Príxcipe.   Sin    duda    que    algún    traidor 
quiere   escurecer   su    fe. 

Muchas  cosas  me  has  contado. 
D."*  Elvir.  ¡  Cielos  !,  ¿no  es  éste  don  Juan? 
El  talle  y  voz  me  ha  espantado. 

De  diez  años  me  dejó; 
en  los  demás  no  me  ha  visto, 
y  el  miedo   apenas   resisto; 
mas,  ¿  conoceráme  ?  No. 

Aunque  si   le  he  conocido 
que  me  conozca  es   razón. 
Quitar   quiero   la   ocasión. 

(Vatse  DOÑA   Elvira.) 

Príxcipe.    Resuelto  estoy. 
D.  JuAX.  ¡  Yo    perdido  ! 

Señor,  por  sin  duda  tengo 

si  algún  traidor  te  ha  engañado. 
Príxcipe.    Yo  vengo  bien  informado : 

muy  bien  informado  vengo. 
Y  algunos  dicho  me  han 

que  éste  me  ha  hecho  traición. 
D.  JuAx.     ¡Ay,  don  Beltrán  de  Aragón!, 

¿  qué  es  lo  que  escucha  don  Juan  ? 
Príxcipe.       Tú  no  sabes  las  maldades 

deste  bárbaro  cruel. 
D.  JuAx.     Mil  virtudes  oigo  del. 
Príxcipe.    Pues,  ¿a  qué  te  persuades? 
D.  Juan.        A  que,  según  es  la  fama, 

algún   envidioso   intenta 

su  muerte,  infamia  y  afrenta. 
Príxcipe.    Sola  su  maldad  le  infama. 
¿Quién  había  de  envidiar 


622 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


un  hombre  vil,  lisonjero 
de  su  Rey  mal  caballero, 
ni  su  muerte  orocurar? 

¿  Conócesle  ? 
D.  Juan.  No,   señor: 

aunque  pienso  que  le  vi. 
Príncipe.    ¿Cómo  intenta  contra  mí 
tal   crueldad  este  traidor? 

Al    legítimo    heredero 
del  reino  quitar  pretende, 
y  se  lo  da  a  quien  defiende, 
al  segundo  o  al  tercero. 

A  mi  padre  le  ha  contado 
que  yo  la  espada  saqué 
para  mi  madrastra,  y  fué 
haber  en  su  cruz  jurado 

que  Alfonso  no  heredaría. 
Tras  desto,  intenta  mi  muerte. 
Don  Juan,  lo  que  digo  advierte, 
si  estimas  la  vida  mía. 

Contado  me  ha  el  Almirante 
que  eres  valiente,  don  Juan: 
hoy  me  mata  a  don  Beltrán, 
hoy  muera  aqueste   arrogante. 

Mi  padre  está  impedido 
por  Alfonso  y  Catalina ; 
adora  a  Alfonso  y  se  inclina; 
si  éste  vive,  soy  perdido, 

porque  es  quien  lo  ordena  todo. 
Esta  noche  has  de  aguardalle 
al  salir  de  aquí  y  matalle, 
porque  yo  te  diré  el  modo. 

Luego  postas  tomaremos 
a  Ruisellón,  que  es  Condado 
fuerte,  que  estaré  guardado 
hasta   que   los  dos   reinemos. 

Que  te  haré  conmigo  igual 
bien  lo  ves,  pues  que  te  fío 
mi  vida  y  el  honor  mío. 
D.  Juan.     ¡  Yo  juré  serle  leal. — 

Vete   y   no    hables    conmigo, 
porque   si   juntos   nos   ven 
podrán   sospechar   también 
que  yo  soy  parcial  amigo; 

y  es  mejor  que  con  secreto 
salgas    de    aquesta   traición. 
Príncipe.    Paga,  don  Juan,  mi  afición. 

(7'(7ÍC-.) 

D.  Juan.     Yo  haré  más  que  te  prometo. — 

¿Hay   desventura    igual?    ¿Cuál   hombre    ha 
de  cuantos  han  nacido,  desdichado  [sido. 


en  el  grado  que  yo,  pues  levantado 
estoy   con   más   desdicha   que    caído? 

¡  Nunca  yo  hubiera  a  tanto  bien  subido, 
pues  a  tantas  fortunas  he  bajado, 
que  a  quien  vida,  honor  y  ser  me  ha  dado 
no  me  dejan  mostrar  agradecido ! 

Matar   invidias   a   Beltrán   intentan. 
¡  Oh,  nunca  llegara  adonde  llego, 
que  aun  sólo  con  decírmelo  me  afrentan ! 

Los  príncipes  al  fin  son  como  el  fuego, 
que  a  los  que  tiene  lejos  no  calienta 
y  a  los  que  tiene  cerca  abrasa  luego. 
(Salen  don  Beltrán  y  la  Reina.) 
Reina. 

Esto  me  acaban  de  decir  agora. 
Don  Beltrán. 
¡  Por  Dios  vivo,  señora,  que  es  engaño ! 

Reina. 
¿Tú  hacerme  tanto  daño,  tú  enemigo, 
haciendo  yo  contigo  cuanto  he  hecho, 
ofrecido  mi  pecho? 

Don  Beltrán. 
Si   traidores, 
que  siempre  entre  señores  viven  y  andan 
a  tanto  se  desmandan,  que  en  mi  afrenta 
su   vil   invidia   intenta   destruirme, 
yo   sé  que  vive  firme  mi  esperanza, 
que  la  verdad  alcanza  su  justicia. 

Reina. 
¿  Pues  qué  mayor  malicia  que  haber  dado 
en  decir  que  el  Estado  Pedro  tenga, 
y  que  es  justo  que  venga  al  heredero 
Príncipe  que  primero  vino  al  mundo, 
y  que  porque  el  segundo  se  apercibe 
a  la  corona  y  vive  en  su  esperanza, 
antes  que  espada  y  lanza  lo  averigüen 
y  leyes  atestigüen  su  derecho, 
le   sosieguen   el  pecho   con  veneno? 
¿Parécete    muy   bueno    este    consejo? 

Don  Beltrán. 
A   Dios,  señora,  dejo,   pues  le  obliga 
mi  inocencia,  castigue  invidias  tales, 
la  probanza  y   señales  de  mi   abono. 

Reina. 
Sí  juro,  si  corono  a  Alfonso,  infame, 
yo  haré  que  no  te  llamen  caballero. 

Don  Beltrán. 
Si  porque,  humilde,  callo  con  respeto 


ACTO  SEGUNDO 


62: 


intentas    con    engaño    deshacerme, 
como  inocente  digo  que  te  engañas. 

Reina. 
El  Rey  ha  de  creerme. 

Dox  Beltrán'. 

Pues  yo  apelo 
del,  señora,  al  cielo. 

Reina. 

Pues  advierte, 
si  te  mataren,  que  te  do}'  la  muerte. 

(l'ase  ¡a  Reixa.) 


D.  Juan. 
D.  Beltr. 


D.  Juan. 
D.  Beltr. 


D.  Juan, 
D.  Beltr. 


D.  Juan. 
D.  Beltr. 
D.  Juan. 


¿Qué  es  esto? 

¡  Oh,  señor  don  Juan, 
que   puede    ser   mi   desdicha 
la  rueda  de  la  fortuna, 
la  mudanza  de  los  días, 
la  condición  de  los  hombres, 
la   brevedad   de   la   vida, 
los  correos  de  la  muerte 
y  la  fuerza  de  la  invidia ! 
¿Qué  dice  la  Reina? 

Dice 
que  digo  al  Rey  de  malicia 
mal  de  Alfonso,  bien  de  Pedro, 
y  que  estas  cosas  estriban 
en  la  discordia  que  pongo. 
Sabe  el  cielo  que  es  mentira ; 
debe   de   ser   que   subió 
mi  estado  donde  podia ; 
y  como  ha  de  declinar 
quiere    amenazar   ruina. 
Ha  prometido  matarme, 
y   justa   razón   le   incita, 
porque  le  han  dicho  que  quiero 
dar  veneno  en  la  comida 
al   infante   don   Alonso, 
que   estas   sospechas   confirma, 
¿  Pareceos  ése  gran  mal  ? 
Es  mujer,   está  ofendida; 
son   fáciles   en   creer 
y  en  la  venganza  prolijas. 
Otro  mal  tienes  mayor. 
¿Pues  hay  más  que  me  persigan? 
El  cielo,  que  no  permite 
que  vuestras  entrañas  limpias 
ensangriente  el  deshonor 
destas  lenguas  fementidas, 
quiso  que  el  Príncipe  agora, 
mal  informado,  me  diga 


que  le  han  dicho  que  intentáis 

que  él  muera  y  que  Alfonso  viva, 

y  contra  razón  queréis 

que  Alfonso  reine  en  sus  días. 

Fía   tanto   de  mi   pecho 

y  de  la  lealtad  antigua 

que  de  mis  mayores  sabe, 

que  el  mataros  me  confía; 

grandes  cosas  me  promete 

porque  aquesta  noche  misma, 

cuando  salgáis  de  palacio, 

llegue  a  quitaros  la  vida. 

Vida   de   mí   tan   amada, 

vida  que  debo  la  mía, 

vida  que   si   mil   tuviera 

y  en  cada  mil  cien  mil  vidas, 

eran  poco   para   dar 

por  un  cabello,  una  cinta, 

de  vuestra  persona.  ¡  Ah,  cielos ! 

¿  Qué  ciencia,  qué  astrología 

adivinara   quién   eran 

estas  lenguas  fementidas, 

para  con  los  mismos  dientes, 

como  los  perros,  que  tiran 

de  las  orejas  del  toro 

cuando  las  tienen  asidas, 

sacando  en  ellas  revueltas 

el  alma  y  la  sangre  misma ! 

D.  Beltr.  ¡  Válame  Dios,   cómo   el  alma, 
a  tanto  mal  prevenida, 
no  de  balde  os  estimaba 
y  en  tal  lugar  os  ponía ! 
¿Dijiste  que  sí? 

D.  Juan.  ¿  Pues  no  ? 

Aunque  el  alma  no  quería 
que  aun  de  burlas  pronuncíese 
ser  vuestro  injusto  homicida. 
Pero  temiendo  que  a  otro 
el  Príncipe  lo  diría, 
dije  que  os  daría  la  muerte. 
¡  Oh,  qué  cosa  tan  mal  dicha ! 
Perdonadme,  don  Beltrán, 
o   con  la  que  veis  ceñida 
me  sacaré  luego  el  pecho. 

D.  Beltr.  ¡  Ya  mi  fortuna  declina ! 

Vos  fuisteis,  don  Juan,  discreto; 
mas  si  el  Príncipe  porfía 
no  escaparé  de  sus  manos. 

D.  Juan.     Huyámonos  a  Castilla. 

D.  Beltr.  Yo  lo  habré  de  hacer  de  fuerza, 
vos  no,  que  si  aquestos  días 
no  queda  entre  estos  traidores 


624 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


quien  mis  inocencias  diga, 
confirmaráse  en  los  Reyes 
mi  deslealtad,  y,  por  dicha, 
me  quitará  el  Rey  mi  hacienda. 

D.  Juan.     ¿  Luego  queréis  que  los  sirva  ? 

D.  Beltr.  Matáisme  si  no  lo  hacéis, 
pues  contra  tanta  malicia 
no   tendré  quien  me  defienda, 
ni  quien  la  verdad  me  escriba. 

D.  Juan.     No  me  mandéis,  don  Beltrán, 
que  sin  vos  entre  ellos  viva ; 
allá  os  serviré  mejor. 

D.  Beltr.   Si  amor,  don  Juan,  os  obliga 
aquí  me  lo  mostraréis, 
defendiendo  mi  justicia. 
Subid  vos,   pues  bajo  yo; 
quizá  cuando  estéis  arriba 
caeréis  y  yo  volveré, 
porque  la  fortuna  misma 
a  las  ruedas  de  las  norias, 
adonde   llenos   caminan 
los  arcaduces  que  suben 
hasta  que  llegan  arriba, 
y  los   que   vacíos  bajan 
otra  vuelta  que   los  tiran 
tornan  a  subir  con  agua 
cuando  los  altos  declinan. 
Es  la  fortuna  la  bestia 
que,  con  antojos,  no  mira, 
porque  no   se   desvanezcan, 
y  ésta  es  nuestra  historia  misma. 
Subamos,  pues,  y  bajemos, 
hasta  que  en  la  muerte  embistan 
los  arcaduces  de  barro, 
donde  vive  el  alma  asida. 
Con   lágrimas   os   escucho ; 
pero  si  en  esta  partida 
no   os   tengo   de   acompañar, 
¿cómo  queréis  que  le  diga 
al   Príncipe  que  os  maté? 
Beltr.  Esta  noche,  cuando  os  diga 
que  vais  a  matarme,  iréis. 
D.  Juan.     ¡Tiembla  el  alma,  aunque  lo  finja! 
D.  Beltr.  Elevaré  un  lacayo  mío. 
Ya  conoces  a  García, 
que  es  más  alto  que  yo  un  poco, 
y  con  plática  fingida 
le  diré  que  voy  a  ver 
ciertas  damas  de  Sevilla ;' 
trocaré  con  él  la  capa, 
que   será  bien   conocida 
por  la  Cruz  de  Calatrava 


D.    TUAN. 


D 


que  me  dio  el  Rey  de  Castilla. 
Daréisle   de   puñaladas; 
yo,   con  escándalo  y  grita, 
iré   diciendo:    "¡Ah,   traidores, 
venció  mi  lealtad  la  envidia!"' 
Creerá  el  Príncipe  con  esto 
que  cumples  lo  que  te  fía, 
y  yo,  quejándome  al  Rey, 
me  ausentaré  algunos  días. 

D.  Juan.     Bien  dices;  guárdete  el  cielo. 

D.  Beltr.  Don  Juan,  pues  que  subes,  mira 
las  mudanzas  de   fortuna 
y  toma  ejemplo  en  la  mía. 

aquí  da  fin  el  segundo  acto  de  los  sucesos 

DE    DON    beltrán    DE    ARAGÓN 


ACTO  TERCERO 

DE     LA     GRAN     COMEDIA     DE     LAS     "MuDANZAS     DE 
FORTUNA    Y    SUCESOS    DE    DON    BelTRÁN 

DE  Aragón". 

(Sale  DOÑA   Elvira  y  Jordáx.) 

D.^  Elvir.       No   sé   cómo   acierte  a  darte 

la   bienvenida,   Jordán. 
Jordán.       ¿Cómo  hablaré  a  don  Beltrán? 
D.'^  Elvir.  El  vendrá  presto  a  buscarte ; 
que  ya  debe   de   saber 

como  has  llegado  a  Toledo. 
Jordán.       ¿  Cómo   os  va  ? 
D.^  Elvir.  Con  menos  miedo; 

que  era  forzoso  temer 
de  vuestro   Príncipe  ya 

la    espantosa   condición. 
Jordán.       Llámale    Rey   de   Aragón. 
D.^  Elvir.  ¿Reina  pacífico  ya? 
Jordán.  Murió  su  famoso  padre 

en  Barcelona,   Gu^mán, 

luego    que    huyó    don    Beltrán. 
D.^  Elvir.  ¿  Qué   hay   de   su   madrastra-madre. 
Jordán.  Temiendo   el   rigor  del   Rey 

se  fué  al  Reino  de  A'alencia, 

donde    con   harta    violencia 

la  persigue.  '      i 

D.^  Elvir.  ¡  Injusta    ley  ! 

Jordán.  La  discordia  de  Aragón 

no   tiene   encarecimiento ; 
yo  por  don  Beltrán  lo  siento. 
D.^  Elvir.  Y   tenéis   mucha   razón. 

Porque,  fuera  de  ser  hombre 
de  tanto  valor,  yo  sé 


ACTO  TERCERO 


625 


Jordán. 


D.^  Elvira 


TORDÁX. 


D.»  Elvir. 


TORDÁX. 


D.^  Elvir. 
Jordán. 


D.--'  Elvir. 


Jordán. 
b.a  Elvir. 
Jordán. 
b.'»  Elvir. 


le   debe  don  Juan  la   fe. 

Por   él  tiene   forma  y  nombre.. 

y  tiene  el  mejor  lugar 
cerca  del  Rey,  y  no  hay  cosa, 
por  grave  y  dificultosa, 
que  no  la  pueda  alcanzar. 

Es  ya  don  Juan  camarero 
mayor  del  Rey,  }•  vizconde 
de  Ruy  Ce r dan. 

¿  Corresponde 
aquel  su  valor  primero 

en  reconocer  su  dicha 
al  favor  de  don  Beltrán? 
Todo    lo    juzga    don    Juan 
a  pesadumbre  y  desdicha. 

Porque  como  rey  se  llama 
don  Alonso,  y  ha  pensado 
don  Pedro  que  fué  incitado 
a  cuanto  la  envidia  infama 

de  tu  señor  don  Beltrán, 
títulos,  rentas  y  haciendas 
le  quita,  }'  en  encomiendas 
y  aun  dados  pienso  que   están. 

;  Pues  cómo  don  Juan  no  puede 
desengañarle,   si   es  tanta 
su  gracia  con  él? 

Espanta, 
cuando  lugar   le   concede, 

lo  que  a  don  Beltrán  alaba, 
lo  que   a  su  lealtad  defiende; 
pero  hasta  de  oír  se  ofende 
su   nombre. 

¡  Desdicha  brava ! 

Xo  cesan  los  envidiosos 
de  decir  que   fué  ocasión 
de  las  guerras  de  Aragón. 
¡  Oh,   crueles   alevosos  ! 

Don  Beltrán,  que  siempre  fué 
quien   más   lo   pacificó, 
¿  dicen  que  ocasión  les  dio  ? 
¿  Qué    hace    aquí  ? 

Xo    lo    sé. 

i  Hónrale  el  Rey  de  Castilla  ? 
Xotables   honras   le   ha   hecho, 
pero  de   su  grave  pecho 
con  razón  se  maravilla. 

Que  si  servirle  quisiera 
le  diera  tierras  y  hacienda, 
y  a  su  Cruz  una  encomienda 
con  que  en  descanso   viviera. 

Pero  es  tanta  su  lealtad 
a  la  casa  de  Aragón. 


que  es  notable   su  pasión : 
el  ver  su  necesidad, 

vertida  aquella  riqueza, 
casa,    criados    caballos, 
deudos,   amigos,  vasallos; 
pues  vino  a  tanta  pobreza, 

que  como  estaba  don  Juan 
solo  en  Aragón  contigo 
ansí  viene  a  ser  conmigo 
en  Castilla  don  Beltrán. 

Al  Rey  se  corre  de  ver, 
de  visitar  sus  iguales, 
que  los  hombres  principales 
son  más  dejando  de  ser. 

Que  te  diré  como  está : 
solo  en  un  pobre  aposento. 
Jordán.       ¡  Sabe  Dios  el  sentimiento 
que  tiene  don  Juan  allá ! 

Yo  traigo  dos   mil   ducados, 
aunque  no  sé  para  qué; 
pero  juntamente  sé 
que   sin   aquestos,  contados, 

traigo  cédulas  también 
a  seis  ricos  mercaderes. 
D."*  Elvir.  ¡  Oh,  Jordán  santo,  que  hoy  eres 
como  el  de  Jerusalén, 

porque  serás  nueva  edad 
de  don  Beltrán,  cuya  A'ida 
estaba   j'a    consumida 
con  tanta  necesidad ! 

X'o    fuera   noble   su   pecho 
ni   aun   caballero   don   Juan 
a  no  hacer  por  don  Beltrán 
lo  que  don  Beltrán  ha  hecho. 

Bien    se    lo    tiene    pagado, 
y  con  mucha  más  razón ; 
pero    fué    la    obligación 
antes  de  habello  obligado. 
Jordán.  ¿  Cómo  tú  solo  has  quedado 

con  don  Beltrán,  -Guzmanico? 
D.'i  Elvir.   Servíle  cuando  era  rico; 

soy,  Jordán,  fidalgo  honrado, 

y  no  le  quiero  dejar 
cuando  es  pobre. 
Jordán.  X'o  hay  más  prueba, 

es  cosa  es  el  ¡mundo  nueva ; 
porque  al  que  ven  levantar 

todos  le  siguen  y  adaman : 
pero   al   que    cayendo    ven 
todos  le  olvidan  también, 
le  aborecen  y  desaman. 

Yo  vi  a  don  Juan  de  ^Mendoza 


VII 


40 


626 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


arrodillado    en   palacio, 
y  en  un  año  y  más  de  espacio 
no  haber  hombre  en   Zaragoza 
que  una  palabra  le   hablase, 
y  agora  tan  admitido 
que  hasta  llegar  a  su  oído 
no  hay  mundo  que  no  se  pase. 
D.^  Elvir.       Verdad    es    que    cuando    el    bien 
al  que  ya  es  bueno  le  dan, 
se  emplea-  como,  Jordán, 
como    merece    también. 

{Sale  DON  Beltrán.) 

D.  Beltr.       Mil  veces,  Jordán  amigo, 

seas   bien   venido. 
Jordán.  El  cielo 

te  guarde. 
D.  Beltr.  Álzate  del  suelo, 

no  hagas  eso  conmigo, 

que  ya  no  es  tiempo,  Jordán; 
si  )-a,  con  discreto  celo, 
no  te  bajabas  al  suelo 
a  buscar  a  don  Beltrán. 

No  quiera  Dios,  gran  señor, 
que  esté  vuestra  señoría 
en  tanta  humildad  el  día 
que  tiene  don  Juan  valor. 
Estas  dos  cartas  me  dio. 

¿  Dónde  ? 
En  Zaragoza  están  ya. 
¿  Cómo  el  buen  don  Juan  está  ? 
Su  buena  dicha  os  responde: 

vive  arrimado  a  buen  árbol, 
puesto  que  a  vos  os  desmedra. 
Pedro  es  piedra  que  su  hiedra 
tendrá  los  hombros  de  mármol. 

Nunca  yo  su  arrimo  tuve,, 
que  si  a  mí  mal  aiie  trató 
fué  que  nunca  me  estimó, 
que  en  pared  más  vieja  estuve. 

El  sol  que  se  va  a  poner 
al  que  lo  mira  entristece ; 
quien  alcanza  el  que  amanece, 
¿  cómo  se  puede  perder  ? 
¿Está  el  Rey  jurado  ya? 
Jordán.       Esa  fuera  justa  ley; 

mas  llámase  Alfonso   rey, 
y  haciéndole  guerra  está. 

Carta. 

"Nuevamente,  don  Beltrán, 
dicen  vuestros  enemigos 


Jordán. 


D.  Beltr, 
Jordán. 
D.  Beltr. 
Jordán. 


D.  Beltr 


al  Re}',   con   falsos  testigos 
que  por  anomentos  le  dan, 

que  con  el  Rey  castellano 
tratáis,    con   industria   vana, 
de  dar  favor  a  su  hermana, 
y    que   ya    por   vuestra   mano 

pasan  todos  los   decretos 
de  la  guerra  que  se  espera, 
y  así  una  causa  tan  fiera 
produce  tales  efetos. 

Vuestra  hacienda  os  han  quitado, 
y  porque  hablé  por  vos 
yo  presumí  que  a  los  dos 
igualara  un  mismo  estado. 

Paréceme  que  al  momento 
a    Zaragoza   vengáis, 
y  deis  a  entender  que  estáis 
libre  de  tal  pensamiento. 

Y  si  el  Rey  hiciere  en  vos 
por  esta  invidia  y  mentira 
demostración  de  su  ira, 
muramos    juntos    los    dos. 

Que  ni  quiero  ni  deseo 
el  alto  estado  en  que  estoy, 
cuando  a  vos,  por  quien  yo  soy 
en    tantas    desdichas    veo. 

Responda  vuestra  partida 
fiado  en  vuestra  inocencia, 
porque  una  misma  sentencia 
nos  dé  la  muerte  o  la  vida." 
D.  Beltr.       Que  me  parta  me  aconseja 

don  Juan,  y  asegure  al  Rey. 
D.^  Elvir.  El  piensa  que  por  la  ley 

de  la  amistad  formas  queja 

de  que  con  descanso  viva 
cuando  te  vieres  sin  él, 
y   por  la   invidia   cruel 
que  tus  méritos  derriba. 
Jordán.  Yo  no  puedo   aconsejarte, 

que  soy  quien  sabes;   mas  creo, 
por  lo  que  a  tu  honor  deseo, 
que  el  partirte  es   remediarte. 

Aquí  están  dos  mil  ducados 
sin  las  letras  que  venían 
en  el  pliego. 
D.  Beltr.  ¡  A  quién  se  fían 

de  mi  vida  los  cuidados ! 

Ved  qué  buenos  consejeros 
de  don  Beltrán  de  Aragón, 
en  la  más  fuerte  ocasión 
y  en  los  peligros  más  fieros ! 

Un  paje  de  pocos  años 


ACTO  TERCERO 


627 


y  un  lacayo  montañés : 
¡  ved  la  fortuna  cuál  es 
y  la  fuerza  de  amistad ! 

¿  Dónde  están  3-a  los  amigos 
y  ricoshombres  que  honraban 
mi  persona  cuando  estaban 
en  tierra  mis  enemigos  ? 

Mis  criados  de  mí  honrados 
no  me  dan  respuesta  alguna ; 
mas  en  la  adversa  fortuna 
no  hay  amigos  ni  criados. 

Ansí  el  bien  me  restituyen; 
mas  no  me  responderán, 
que  los  que  más  cerca  están 
son  los  que  primero  huyen. 

Pero  si  a  mí  me  ha  quedado 
don  Juan,  que  vale  por  todos, 
no  es  bien  que  de  aquesos  modos 
me  queje  a  mi  humilde  estado. 

Ahora  bien,   mis  consejeros, 
¿  iré    a   Aragón  ?    ¿  Qué   decís  ? 
No   os   enojéis;   ¿qué  sentís? 
Hablad,   pues  sois   compañeros. 

Guzmanico,  ¿iré  a  Aragón? 
D."  Elvir.  Yo  pienso,  señor,  que  aciertas, 
pues  al  Rey  abres  las  puertas 
de  tu  verdad  y  opinión. 

Tú  no  tienes  en   Castilla 
para  mostrar  tu  lealtad 
ni  hacienda  ni  calidad, 
cosa  que  al  Rey  maravilla. 

¿  Pues  para  qué  das   lugar 
a  que  allá  digan  de  ti 
que   ayudas   a   Alfonso   aquí  ? 
D.  Beltr.  j\Ias   votos   quiero   tomar. — 

¿Acierto  en  ir  a  Aragón?  (i) 
Jordán.       Respeto   de  la   opinión 

en  que  enemigos  te  han  puesto 

y   el   favor   que   allá   tendrás 
en  hombre  que   fué  tu  hechura, 
acertarás,    por    ventura, 
y   sin   ventura,    errarás. 
D.  Beltr.       ¿  Qué   oráculo   respondiera 
como  tú  ?  Pero,  por  Dios, 
que  a  no   ser  los  votos  dos 
alguna  réplica  hubiera. 

Mas   será  resolución, 
que  adonde  don  Juan  está 
ninguna  cosa  será 
en  daño  de  mi  opinión. 


(i)     Falta  un  verso  antes  de  éste. 


Que   tengo   por  experiencia 
de  su  nobleza  y  valor 
que   será  mi   defensor, 
volviendo  por  mí  en  ausencia. 

Vamos,  que  si  ya  mi  suerte 
trazó  mi  fatal  caída, 
ni  acá  estimaré  mí  vida, 
ni  allá  estimaré  mi  muerte. 

(Vasc   DON   Beltrán  y  sus  dos  criados.) 

{Tocan  caja  a  batalla,  ¡y  sale  el  Rey  don  Pedro  y 
el  Almirante,  Feliciano  y  don  Bernardo,  y 
otros,  y  dice  de  dentro  don  Bernardo.) 

Don  Bernardo. 
¡  Viva  el  Rey  de  Aragón ! 
Feliciano. 

i  Viva    don    Pedro  1 
Todos. 
¡  Vitoria ! 

{Salen  fuera.) 

Príncipe. 
¡  Ah,  cíelos,  cuánto  os  obliga  la  verdad ! 

Dentro. 
i  Vitoria ! 

Almirante. 
¿  Qué  menos,  gran  señor,  te  prometía 
el  derecho  legítimo  que  tienes? 

Príncipe. 
¡  Gracias  a  Dios  que  de  su  trono  eterno 
miro.  Almirante,  la  justicia  mía ! 

Feliciano. 
Xo  son  estos  principios  mal  agüero 
de  la  paz  de  tu  imperio   felicísimo. 

Príncipe. 
¿Adonde  está  el  Vizconde,  caballeros? 
¿  Cómo  don  Juan  no  viene  con  vosotros  ? 

Almirante. 
Yo  le  vi  discurriendo  la  batalla 
con  una  capellina  de  oro  verde, 
alta  la  espada,  que  bañaba  en  sangre; 
perdióse  de  mis  ojos,  y  en  un  punto 
se  cubrió  de  una  nube  poderosa. 

Príncipe. 
Si  he  perdido  a  don  Juan,  aunque  ganara 
mil  reinos  es  tragedia  la  vitoria. 
¿Quién  buscará  a  don  Juan?  ¿Quién,  soldados, 
sabrá  si  es  preso  o  muerto? 


628 


MUDANZAS  DE  FORTUXA,  Y  SUCESOS  DE  DOX  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


Don  Bernardo. 
Ya  le  tienes  en  tu  presencia. 

{Sale  DON  Juan  y  trac  preso  al  Infante.) 
Don  Juan. 
Dame,  excelente  Príncipe, 
itus  generosos  pies, 
adonde  el  mundo  está  mirando 
la  cruel  envidia. 

Príncipe. 
¡  Oh,   Conde  de  Teruel,  alzaos  del  suelo ! 

Don  Juan. 
Otra  vez,  por  merced  tan  grande,  beso 
los  pies  heroicos,   Príncipe,  y  presento, 
en  contracambio,  preso  a  vuestro  hermano. 

Príncipe. 
¿  Preso  a  mi  hermano  ? 

Don  Juan. 

Vuestro  hermano  es  éste. 

Príncipe. 
¡  Pues,  Marqués  de  Viad,  dadme  los  brazos ! 

Don  Juan. 
¿Tantas  mercedes,  Alejandro  nuevo, 
tantos  favores  a  la  hechura  vuestra? 

Príncipe. 
Llegad,  Alfonso,  aquí. 

Almirante. 

Llegad,  Infante, 
que  esto  es  guerra. 

Infante. 

¡  Y  desdichas.  Almirante  I 
Príncipe.       Cruel,  atrevido  hermano, 
que  contra  el  justo  derecho, 
la  injusta  espada  en  la  mano, 
guerra  en  mi  justicia  has  hecho 
con   el   favor  castellano, 

mira  cómo  el  alto  cielo 
hoy  te  entrega  a  mi  castigo, 
conocido  tu  mal  celo, 
pues  a  tu  sangre,   enemigo, 
serás  ejemplo  en  el  suelo. 

Mi  madrastra  y  madre  tuya 
ya  no  es  posible  que  huya, 
cargada  de  plata  y  oro, 
que  si  eres  tú  su  tesoro 
bien  es  que  la  restituya. 


Yo  te  pondré,  Alfonso,  en  parte 
donde   ese   altivo   cuello,   (i) 
que  pensaba  coronarte, 
baje  la  corona  al  cuello 
para  que  pueda  apretarte. 

Yo  te  haré,  Alfonso,  Absalón 
de  tu  loca  presunción, 
pues  siendo  yo  el  heredero 
osaste,  soberbio  y  fiero, 
llamarte  Rey  de  Aragón. 

Yo  haré,  pues  son  tiranos 
como  tu,  con  tu  cabeza 
ejemplo  a  tus  dos  hermanos. 
Infante.     Pedro,  tu  mucha  fiereza 

puso  la  espada  en  mis  manos. 

No  la  tomé  injustamente, 
puesto  que  rey  me  he  llamado, 
ni   fué  soberbia  que  intente 
del  reino  que  has  heredado 
querer  coronar  mi  frente. 

Lo  que  mi  padre  dejó 
a  mi  madre  y  mis  hermanos 
hoy  tu  ambición  nos  quitó, 
que   no   son   hechos   tiranos, 
Pedro,  que  los  tome  yo. 

Mátame  a  mí  si  esto  alcanza 
a  satisfacer  en  ti 
esa  tu   loca   esperanza, 
que  otros  dos  quedan  sin  mí 
que  sabrán  tomar  venganza 
Príncipe.       ¡  Llevaldc  de  aquí ! 
Infante.  ¡  Ah,  cruel, 

córtame    el    cuello,   que   del' 
saldrá  tu  sangre,  ya  fría, 
que  la  de  Castilla  y  mía 
siempre  han  de  quedarse  en  él ! 
Príncipe. 
Id,  Almirante,  vos,  y  en  una  torre 
poned  al  Infante  preso. 

Almirante. 

Haré   tu   gusto. 
(J'ausc    el    Almirante    y    el    Infante.) 

Don  Juan. 
Tu  derecho  ligitimo  socorre 
el  cielo  en  todo,  generoso  augusto. 

Príncipe. 
Parece,  amigos,  que  el  valor  socorre  (2) 


(i)     Asi   en   el   original:    quizá  ''cabello". 
(2)     Este   verso    está    equivocado. 


ACTO  TERCERO 


629 


de  que  Alfonso  se  atreva  a  mi  disgusto, 
y  que  la  Reina,  con  soberbio  intento, 
anime   contra   mi    su   atrevimiento. 

Mas  preso  a  Alfonso,  y  ella,  aunque  amparada 
del  tirano  don  Pedro  de  Ej erica 
huirá  de  Aragón,  tendrá  mi  espada 
alguna  vez,  sino  es  que  el  Rey  replica 
en  tanto,  pues  mi  frente  coronada, 
que  a  Castilla  su  enojo  significa, 
quiero  que  dé  terror  a  mis  hermanos. 

Dox   JUAX. 

Prospérente  los  cielos  soberanos. 

Hoy,  gran  señor,  sin  duda  alguna  es  día 
de  hacer  a  todos  honras  y  mercedes ; 
las  que  me  has  hecho  yo  no  te  pedía 
y  a  cuenta  de  tu  amor  ponerlas  puedes. 
Las  que  te  pido  y  merecer  quería 
de  ese  valor  con  que  a  Alejandro  excedes 
serán   las   que   mi   amor   con  mi    fe  mide. 

Príxcipe. 
Pide,   Marqués,   un   imposible   pide. 
Ninguna  cosa  tu  temor  revuelva 
pensando  que  negártela  podía : 
oficios,  honras,  oro,  aunque  resuelva 
mi  reino  en  nada  y  aun  la  sangre  mia, 
como  no  sea  que  a  mi  gracia  vuelva 
don  Beltrán  de  Aragón. 

Dox   JUAX. 

Eso  querría 
Príxcipe. 
Pues,  don  Juan,  no  lo  tomes  con  los  labios, 
que  no  es  el  pedir  mal  de  amigos  sabios. 

{Vasc  el  Príncipe.) 

Felici.axo. 

Pienso  que'  le  enojaste. 

Dox  Berxardo. 

En  los  ojos 
le  habéis  dado  un  pesar,  ^larqués,  extraño. 

Dox  Juax. 
Xunca  le  diera  la  verdad  enojos 
si  la  mentira  no  le  hiciere  engaño. 
Es  llano  la  opinión  en  los  antojos, 
que  hacen  mayor  al  ofendido  el  daño, 
y  como  don  Beltrán  Castilla  mira, 
parécele  verdad  lo  que  es  mentira. 

Si  no  hubiera  en  la  Corte  ruiseñores 
que  engañaran  al  Príncipe  el  oído. 


como  su  padre,  hijos  y  sus  mayores 
tuviera  don  Beltrán  lugar  debido; 
pero  si  de  envidiosos  y  traidores 
agora  desterrado  y  abatido 
vive  en  Castilla,  Dios  querrá  algún  día 
que  el  agua  vuelva  al  curso  que  solía. 

Y  entretanto,  quizá  don  Juan,  su  hechura, 
no  Conde  ni  Marqués,  que  todo  es  mengua 
de  mi  valor  en  tanta  desventura, 
sabrá  cortar   su  espada  alguna  lengua, 
que  alguna  lengua  piensa  estar  segura 
y  en  su  ausencia  y  ofensa  se  deslengua, 
que  en  esta  puerta  se  ha  de  ver  clavada, 
aunque  haya  lengua  que  corte  como  espada. 

Feliciaxo. 
Parece  que  nos  miras,  y  no  entiendes, 
si  de  nosotros  sospechoso  vives, 
cuánto  en  amar  a  don  Beltrán  te  ofendes, 
de  quien  tan  fiero  deshonor  recibes; 
que   cuando   tú   recuperar  pretendes 
su  antiguo  estado... 

Dox  Juax. 

Engaños  me  apercibes. 

Feliciaxo. 

Si  son  engaños,  dígalo  tu  honra, 

que  está  por  don  Beltrán  en  tal  deshonra. 

Dox  Juax. 

Uno  de  los  consejos,  Feliciano, 
que  Tulio  en  su  amistad  nos  pone  ha  sido 
que  del  amigo,  al  maldiciente  }•  vano, 
jamás  lo  que  dijere  sea  creído. 
Yo  soy  hechura  de  su  ilustre  mano 
cuando  era  de  vosotros  abatido; 
pues  si  miro  por  él  del  sol  la  frente, 
¿qué  deshonra  me  puede  hacer  ausente? 

Diréis  que   del   honor   acompañado 
a  la  raya  camina  de  Valencia ; 
que  está  en  Castilla  don  Beltrán  gozando. 

Dox  Bernardo. 
Que  no  es  honor,  que  es  deshonor  de  ausencia. 

Dox  Juan. 
Mucho  ofendo  al  amigo  si  escuchando 
estoy  al  enemigo. 

Dox  Berxardo. 
Si  es  prudencia, 
murmuran  todos,  pues  que  nunca  has  dado 
en  la  razón  de  haberte  levantado. 


630 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


Don  Juan. 
Esa  razón,  Bernardo,  es  su  nobleza. 
Don  Bernardo. 
¿  Su  nobleza  ?  ¿  No  tienes  una  hermana  ? 

Don  Juan. 
Recogida  en  Teruel  por  mi  pobreza; 
mas  ya  que  este  imposible  allana 
y  cesa  de  la  guerra  la  fiereza, 
aunque  se  ha  de  esperar  la  castellana, 
por  ella  envío,  que  ha  diez  años  creo 
que  no  la  he  visto,  y  tengo  gran  deseo. 

Déjela  niña,  y  en  miseria  tanta 
no  he  podido  jamás  favorecella ; 
pero  de  que  sepáis  della  me  espanta. 

Don  Bernardo. 
Harto  mejor  tu  amigo  sabe  della. 

Don  Juan. 
¡  Esta  es  maldad  ! 

Feliciano. 
También  se  ha  murmurado  (i) 
í[ue  desde  que  en  Teruel  la  vio  tan  bella 
comenzó   a   levantarte,   que   sin   causa   no   ha 

[sido.  (2) 
Don  Juan. 

¿  Hay  tal  maldad  ?  ¡  Todo  es  fingido  ! 

Don  Bernardo. 
Si  es  engaño  o  si  no,  busca  a  tu  hermana, 
que  desde  entonces  la  sacó  y  la  goza 
y  la  llevó  a  Castilla,  cosa  es  llana; 
no  hay  hombre  que  lo  ignore  en  Zaragoza. 

Don  Juan. 
Si  no  es  malicia  vuestra,  loca  y  vana, 
ni   fábula  que  ha  dicho  gente  moza, 
por  donaire  de  verme  en  este  estado, 
mirad   que   soy   don   Juan... 

Feliciano. 

Ya   lo  he   mirado. 


(i)  Verso  equivocado.  Quizá  diría :  "También  se 
adelanta." 

(2)  Verso  largo  y  el  siguiente  incorrecto.  Este 
quizá  diría:  "¿Hay  tamaña  maldad?  Todo  es  fin- 
gido." También  pudieran  combinarse  estos  dos  versos 
de  otra  manera.  Por  ejemplo : 

a  levantarte,  y  no  sin  causa  ha  sido, 
comenzó. 

Don  Juan. 
¿  Hay  tal  maldad.  ¡  Todo  es  fingido  ! 


Don  Juan. 
¿Pues  de  qué   sabéis  esto? 

Feliciano. 

De  que  tengo 
una  prima  monja  en  Teruel,  y  escribe 
que  falta  doña  Elvira. 

Don  Juan. 

A  pensar  vengo 
que  nunca  el  bien  sin  causa  se  recibe, 
pero  si  falta,  con  razón  la  tengo 
a  persuasión  que  el  alma  me  prohibe, 
pues  no  es  bien  argüir  que  la  sacase. 
¿Viste  tú  alguien  con  ella  y  que  la  hablase? 

Feliciano. 
Toma  esta  carta,  que  es  la  de  mi  prima. 

Don  Juan. 
Muestra. 

Feliciano. 
Lee  el  capítulo  postrero. 

(Lee   DON   Ju.VN   la   carta.) 

En  lo  que  me  escribís  de  doña  Elvira,  no  sé 
más  de  que  vino  aquí  Lupercio,  de  don  Beltrán 
criado,  y  que  la  trajo  mil  escudos,  los  cuales 
rescebidos,  al  otro  día  falló  del  Monasterio. 

Felici.^no. 
Di  que  eso  es  fingido..  ¡  Ah,  Marqués  noble, 
cuantos  veis,  los  buenos  caballeros 
son  temidos  por  falsos  y  invidiosos ! 
Las  liberalidades,  las  grandezas 
de  don  Beltrán  con  vos  no  eran  sin  causa, 
todo  se  hacía  sobre  aquesta  prenda. 

Don  Juan. 
¿Que  don   Beltrán   es  hombre   cauteloso? 
¿Que  me  engañó?  ¿Que  me  quitó  la  honra? 
¿  Que  por  el  interés  de  doña  Elvira 
me  hacía  este  favor,  sólo  fiado 
en  su  virtud?  ¡Mal  haya,  amén,  mal  haya, 
el  hombre  que  del  hombre  se  confía ! 
Dejadme  solo  un  rato,  solo,  caballeros. 

Feliciano. 
Nuestra  amistad  estima  y  agradece 
y  deja  de  pensar  que  esto  es  invidia, 
que  no  es  sino  deseo  de  tu  honra. 

Don  Bernardo. 
Venga,  pues  eres  noble,  tu  deshonra. 
(Vanse  Bernardo  y   Feli'ciano.) 


ACTO  TERCERO 


631 


Don  Juax. 

Puestos  los  pies  en  la  deshonra  mía 
subí  a  tu  rueda,  próspera  fortuna, 
hasta  tocar  al  centro  de  la  luna, 
donde  he  menguado  el  tiempo  que  crecía. 

Contra  mi  honor,  mi  honor  do  estoy  subía, 
tan  libre  de  tener  mudanza  alguna, 
que  pues  el  bien  me  cansa  e  importuna, 
¡  mal  haya  el  hombre  que  del  hombre  fía ! 

Espantábase   el   sátiro   mirando 
que   lo   que   nuestro   aliento   resfriaba 
aquello  mismo  calentar  podía : 

esto  sucede  a  mí,  que  imaginando 
que  un  hombre  noble  con  piedad  me  honraba, 
con  los  mismos  favores  me  vendía. 

(Sale  JordAx.) 

Jordán.  Albricias  me  puedes  dar. 

D.  Juan.     ^:De  qué  me  pides  albricias? 

Jordán.       Del  mayor  bien  que  codicias. 

D.  Juan.     Ningún  bien  puedo  esperar. 

Jordán.  ¿  Cómo  estás  de  esa  manera  ? 

D.  Juan.     ¿Pues  cómo  tengo  de  estar? 

Jordán.       Con  mucho  gusto. 

D.  Juan.  ¿De  qué? 

Jordán.  ¿  De    qué  ? 

Pues  vuélvome. 

D.  Juan.  Espera. 

Jordán.  ¿Qué  quieres  que  espere  aquí? 

¿  Pues  no  será  maravilla, 
mientras  he  estado  en  Castilla, 
esta  novedad  en  ti  ? 

¿Habráte  desvanecido, 
señor,  el  alto  lugar? 
¿  No  acertarás  a  mirar 
la  tierra  donde  ha  subido  ? 

Sin  duda  se  te  olvidó 
la  bajeza  de  mi  nombre, 
porque  estarás  como  hombre 
que  alguna  torre  subió ; 

que  en  su  pirámide  altiva 
de  suerte  se  ensoberbece, 
que  una  hormiga  le  parece 
cuando  mira  desde  arriba. 

Pues,  señor,  no  me  des  nada; 
sólo  que  conozcas  quiero 
este  villano  grosero, 
fin  de  mi  alegre  jornada. 

(_Sale  Dox  Beltrán  en  hábito  de  villano.) 

D.  Beltr.       ¿  Puedo  entrar  ? 

Jordán.  Seguro  puedes. 


D.  Beltr.  Dame  los  brazos,  don  Juan. 

D.  Juan.     ¿Es,  por  dicha,  don  Beltrán? 

Jordán.       ¿Merezco  agora  mercedes? 

D.  Beltr.       ¡  Oh,  vil  fortuna,  veloz  ! 
¿Así  me  recibes  tú? 

D.  Juan.     Las  manos  son  de  Esaú, 
aunque  de  Jacob  la  voz. 

Detenías  en  tanto  engaño, 
caballero   desleal, 
que  de  tu  bien  y  tu  mal 
ha  llegado  el  desengaño. 

No  me  toques,  que  podrías 
si  es  veneno  la  traición, 
caminar  a  la  razón 
adonde  vivir  solías. 

Mas  ojalá  que  tan  fuerte 
adonde  digo  llegaras, 
porque,  viéndote,  causaras 
mi  no  m^erecida  muerte. 
Pero   tu   ponzoña   aquí 
de  abeja  era  bien  que  fuera, 
porque  mi  dolor  pudiera 
costarte  la  vida  a  ti ; 

que  puesto  que   aquese  amor 
que  me  muestras  es  fingido, 
ya  en  tu  rostro  he  conocido 
que    tienes   pecho    traidor. 

¡  Oh,  qué  buen  traje  ha  fingido 
tu   villano    proceder, 
qué  bien  haces  de  traer 
conforme  al  alma  el  vestido! 

iNIas  fingido,  dije  mal, 
que  no  es  si  no  verdadero, 
que  nunca  fué  caballero 
un  hombre  tan  desleal. 

D.  Beltr.       ¿  Qué  estilo  ? 

D.  Juan.  ¿Ya  no  lo  ves 

de   las   palabras   que  digo? 

D.  Beltr.  ¿Así  se  trata  a  un  amigo 

que  trujo  el  tiempo  a  tus  pies? 

D.  Juan.         No  tomes  en  tu  traidora 
boca  ese  nombre,  pues  fuiste 
quien  la  infamaste  y  pusiste 
donde  la  miras  agora. 

Y  agradece  que  en  tí  veo 
la  imagen  de  la  amistad 
que  tuve  en  mi  adversidad, 
y  que  respetar  deseo; 

que  sí  no  me  diera  el  verte 
vergüenza,  porque,  en  efeto, 
aún  corre  sangre  el  respeto, 
te  diera  y  me  diera  muerte. 


632 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


Pienso  que  naturaleza 
quiso  hacer  un  monstruo  en  ti. 
D.  Beltr.  ¿Me  has  conocido? 
D.  Juan.  Sí. 

que  me  engañó  tu  nobleza. 

Nunca  yo  por  tus  traiciones 
llegara  al  lugar  que  tengo, 
pues  a  ser  fábula  vengo 
del  vulgo,  en  que  tú  me  pones. 

Dejarásme  en  mi  fortuna, 
que  al  que  está  en  su  lugar 
nadie  le  vuelve  a  mirar 
ni  teme  caída  alguna. 

¿Para  qué  me  hiciste,  di, 
del  polvo  desta  deshonra, 
pues  no  ser  nada  y  con  honra 
fuera  mejor  para  mi? 

Como  aquel  pintor  has  sido 
que  im  gallo  tan  mal  pintó, 
que  el  nombre  en  él  escribió 
porque  fuese  conocido.' 

Ansí  verá  el  mundo  presto 
para  que  tu  ciencia  arguya 
que  es   toda   la   infamia   tuya 
en  la  infamia  que  me  has  puesto. 

No  en  balde  el  discreto  Rey, 
cuando  de  ti  le  trataba, 
como  enfadado  escuchaba 
hombre  sin  lealtad  ni  ley; 

sino  que  por  no  contarme 
mi  deshonra,  no  quería 
decirme  lo  que  sabía 
ni  de  su  boca  infamarme. 

Que  dos  ejemplos  seremos 
de   risa   a   todo   Aragón, 
como  en  aquesta  ocasión 
justa  venganza  daremos: 

tú    caído   de   tu   estado 
y  yo  sin  honra  subido, 
donde   estaré  más  caído 
cuando   esté  más  levantado. 

No  te  haré  mal,  aunque  puedo, 
porque,  al  fin,  me  hiciste  bien; 
mas  fué  tu  interés  también, 
que  desobligado  quedo. 

Cobre  el  cielo,  a  quien  le  debes 
mi  agravio,  aunque  justo   fuera 
que  de  tu  sangre  bebiera, 
pues  tú  de  mi  sangre  bebes. 
(Vasc.) 

[aquesto? 
D.  Beltr.       ¡Don  Juan,   don  Juan!,   ¿qué  es 


Jordán.       ¿  Qué  ha  hecho  don  Juan   contigo  ? 

D.  Beltr,  ¡  Será  la  desdicha,  amigo, 

en  que  fortuna  me  ha  puesto ! 

Jordán.  ¿  Qué  le  has  hecho  ? 

D,  Beltr.  Haber  venido 

a  mirarle  en  tal  lugar. 

Jordán.       ¿  Pues  eso  puede  causar 
esto  que  he  visto  y  oído? 

D.  Beltr.       Jordán,  los  que  humildes  fueron 
y  llegan  a  gran  poder, 
pésales  mucho  de  ver 
a  los  que  humildes  les  vieron. 

Nunca  el  que  pobre  se  vio 
cuando   es   rico  ver  querría 
al  que  remediar  solía 
las  miserias  que  pasó. 

Jordán.  Eso,  señor,  es  en  hombres 

de   bajo   y   vil   movimiento, 
que  un  desagradecimiento 
bien  merece  iguales  nombres. 

Pero  en  cuanto  habló  don  Juan 
conoce   su  obligación, 
y  pues  habla  de  traición, 
algo  ha  visto,   don  Beltrán. 

(Saleih  el   Príncipe,   Feli'ciaxo  y   Bernardo,   y   gen- 
te; el  Capitán  de  la  guarda.)     ■ 

Príncipe.       ¡  Prendelde ! 

D.  Beltr,  ¡  Válgame    el    cielo  ! 

Príncipe.  ¿Tú  desta  suerte,  traidor? 

D.  Beltr.  No   es   ese   nombre,    señor, 

digno   de  mi   honrado  celo. 
Príncipe.       ¿Tú  me  vienes  a  matar 

en  hábito  disfrazado? 
D.  Ber.       Hazle  mirar  con  cuidado. 
Príncipe.  Todo  le  podéis  mirar. 
Capitán.        Una  pistola  encubría. 
Felician.  ¿Qué  más   testigos  pretendes? 
D.  Beltr.  En  fin,  ¿por  traidor  me  prendes? 
Príncipe.  ¿Quién  viene  en  su  compañía? 
Capitán.         Un  hombre  de  mala  traza. 
Príncipe.  Traeldo  acá. 
Felician.  Llega  allí. 

D.  Beltr.  ¡  Que  don  Juan  me  venda  así ! 
Capitán.     ¡  Llega  presto  ! 
Jordán.  Ya  va. 

Capitán.  ¡  Plaza ! 

Príncipe.       ¿Quién   eres,  hombre? 
Jordán.  Un  lacayo 

de  don  Juan  Abarca, 

que  habrá  diez  años  que  estoy 

en  su  'servicio. 


I 


ACTO  TERCERO 


63c 


Prínxipe.       ¿De  dónde  eres? 
Jordán.  Del  lugar 

que   \'uestra  Alteza  quisiere. 
Feliciax.  Di  presto  el  lugar. 
Jordán.  Espere, 

que  aún  es  mi  oficio  pensar. 
Montañés;  de  Jaca  soy, 

con  un  girón  de  gabacho; 

crióme   el    ^larqués   muchacho. 
Príncipe.  ;Qué  ^Marqués? 
Jordán.  A  eso  voy. 

Padre  de  don  Juan,  mi  dueño, 

que  fue  de  Falces  Marqués 

allá  en  Navarra. 
Felici.vn.  Esto  es 

mentira,  ficción  y  sueño. 
El  viene  con  don  Beltrán. 
Jordán.       Es  verdad. 
Príncipe.  ¿De  dó  viene? 

Jordán.       De  Castilla. 
Príncipe.  Culpa  tiene. 

Jordán.       ¿  Cómo,  si  me  envió  don  Juan  ? 
Felician.       ¡  Qué  gracioso  desatino ! 

¿  Qué   te  daban  por  matar 

a  Su  Alteza? 
Jordán.  ¿  Yo  ? 

Felician.  El  negar 

no  importa,  yo   sé  que  vino. 
Traigan   un   tormento   luego. 
Príncipe.  Llevarle  preso  es  ¡m'ejor. 
D.  Beltr.  ¿Quieres  oírme,  señor? 

Oye   a   don    Beltrán   te   ruego. 
Príncipe.       ¿Tienes  vergüenza,  villano? — 

¡  Llevalde ! 
Jordán.  ¿A   mí,    por   qué? 

Príncipe.  ¡  Ahorcalde ! 
Jordán.  Ya  sé 

por  lo  que  vine  a  tu  mano. 
Príncipe.       ¿Luego  ocasión  no  me  has  dado? 
Jordán.       Yo  sé  que  es  harta  ocasión 

para  morir  sin  razón 

el  juntarme  a  un  desdichado. 

(Llévale  el  Capitán  de  ¡a  guarda  y  la  demás  gen  le, 
y  por  otra  puerta  sale  don  Juan.) 

D.  Juan.         Dícenme  que  en  este  punto 

has  hallado  a  don  Beltrán 

en  tu  palacio. 
Príncipe.  Don   Juan, 

¿  será  razón,  te  pregunto 

volver  su  estado  a  un  traidor 

que  le  hallan  como  a  villano 


una  pistola   en   la  mano 
para  matar  su  señor? 
D.  Juan.         Cuando  te  pedí  volvieras 
a  tu  gracia  a  don  Beltrán 
no  creí  a  los  que  están 
presentes  creer  pudieras. 

Que  estos  hombres  que  a  tu  lado 
susurran    inútilmente 
de  lo  que  su  pecho  siente 
me  tienen  desengañado. 

Y  pues  han  mentido  aquí 
en   decir  que  en  esta  parte 
don  Beltrán  viene  a  matarte, 
que  yo  sé  que  no  es  ansí, 

también  en  decir  que  ha  hecho 
contra  mí  otra  gran  traición, 
es  razón  creer  que  son 
falsedades  de   su  pecho. 

Yo   le  escribí  a   don   Beltrán, 
confiado    en    tu    valor, 
porque  has  de  saber,  señor, 
que    fué   su   hechura   don   Juan, 

que  a  Zaragoza  viniese 
para  que  a  tus  pies  hablase, 
no  para  que  te  matase, 
sino    porque    te    sirviese. 

Y  en  prueba  de  esta  verdad 
desmiento  y  reto  a  los  dos, 

y  con  el  favor  de  Dios, 

si  me  da  tu  Majestad 

licencia,  saldré  en  campaña 

con  entrambos  solo  yo. 
Príncipe.  ¿Qué    dices?    Al    que    retó, 

conforme  al  fuero  de  España, 
siendo   este   caso   indeciso, 

al   campo   habéis   de   salir, 

o  os  habéis  de  desmentir. 

Esto,  don  Juan,  os  aviso. 
Felician.       Salgan  él  y  don  Beltrán 

conmigo   solo. 
Príncipe.  Xo  puede 

el  preso. 
Felician.  Pues    quede 

en  que  saldré  con  don  Juan. 

Y  si   me   venciere   a  mí, 
con  don  Bernardo  saldrá. 

Príncipe.  Muy  puesto  en  razón  está. 

Quede  ansí. 
D.  Juan.  Bien  está  ansí. 

Príncipe.       Pues   apartaos  unos  de  otros. 
D.  Ber.       Yo  espero  que  presto  veas 

a  quien  es  razón  que  creas. 


634 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN 


D.  Juan.     Si  más,  no  seréis  vosotros. 

Príncipe.       A  mucho  te  has  atrevido. 

D.  Juan.     Pésame,  señor,  que  ignores 

que  estos  hombres  son  traidores, 
y   don    Beltrán   te   ha   servido. 

Príncipe.       Don   Beltrán   ha  de  morir 
si  te  vencieren,  Marqués. 

D.  Juan.     Hechura   soy  de  tus  pies. 

Príncipe.  No  me  aciertas  a  servir. 

(Vansc ;   queda   dox   Juax    solo.} 

D.  Juan.        Yo  tiemblo ;  que  el  edificio 
he  fabricado  en  el  viento, 
porque  fué  un  hombre  cimiento, 
y  es  la  mudanza  su  oficio. 
No   me    sufre   el   corazón, 
aunque  traidor  me  haya  sido, 
el   ser   desagradecido 
a  quien  tengo   obligación. 

Tenga  o  no  tenga  a  mi  hermana, 
por  él  estO}-  donde  estoy; 
yo  he  de  hacer  como  quien  soy. 

(_Sa¡en    doña    Leonor,    dos   soldados   criados   de   don 
Juan,   Alberto  y   Ñuño.) 

Alberto.     La  satisfación  es  llana, 

pues   venís   con   vuestro   gusto. 

NuÑo.  Aquí   está  el  Marqués. 

D.a  León.  Mi  bien. 

D.  Juan.     ¿  Sois    vos,    señora,    por   quien 
he  vivido   en  tal  disgusto? 
¿Sois  vos,  hermosa  Leonor? 

D.^  León.  Aunque  presa  me  han  traído, 
de  mi  voluntad  ha  sido, 
porque  no  hay  fuerza  en  amor. 

D.  Juan.         ¿Hay  semejante  aventura? 

¿Qué  ha  sido  aquesto,  soldados, 
si  os  guiaron  mis  cuidados 
a  la  luz  de  su  hermosura  ? 
¿Cómo  la  hallaste? 

D.a  León.  Yo  creo 

que  haré  mejor  relación 
con  la  Reina  de  Aragón, 
a  quien  vida  y  paz  deseo. 

Entre  otras  damas,  don  Juan, 
a  Valencia  caminaba, 
mas  siempre  atrás  me  quedaba, 
porque   ellas  huyendo   van 

de  Zaragoza,  y  yo,  en  fin, 
aquí  dejaba  mi  bien, 
cuando  banderas  se  ven 


del  capitán  don  Martín. 
Huye  la  Reina;  yo  quedo 

para   darles    ocasión ; 

préndenme;  vengo  en  prisión, 

encarecerte  no  puedo. 
D.  Juan.         El  gusto  de  tu  venida, 

y  a  tiempo  que  un  gran  pesar 

mi    vida   quiere   acabar, 

si   no   fueras   tú   mi   vida : 
don  Beltrán,  por  dos  traidores, 

preso  está. 
D.-''  León.  ¿  Y  eso  consientes  ? 

D.  Juan.     Hay  muchos  inconvenientes, 

de  honra,  de  celos  y  amores. 
Ven  conmigo  y  te  diré 

casos  notables  y  extraños, 

que  para  mí  son  engaños. 
D.^  León.  ¡Triste  me  dejas! 
D.  Juan.  ¿Por   qué? 

Ven  y  sabrás  la  verdad, 

si  falta  don  Juan  así 

a  tal  deuda  de  amistad,  (i) 

(Vansc;   sale   don    Beltrán   preso,   y    el   Almirante, 
y   DOÑA   Elvira.) 

Almirante. 

Don  Juan,  ha  hecho  lo  que  digo,  primo, 
y  a  los  traidores  ha  desafiado. 

Don  Beltrán. 

Que  vuelva  por  mi  honor  don  Juan  estimo. 
Mas,    ¿cómo    desta    suerte    me    ha   tratado? 

Almirante. 

No  os  espantéis,  que  si  verdad  ha  sido, 
no  menos  que  en  traición  estáis  culpado. 

Don  Beltrán. 

¿Dice  la  causa? 

Almirante. 

Dice  que  ha  sabido 
que   enamorado    de    su   bella   herm.ana, 
a  quien  trujo  su  amor,  habéis  fingido; 

y  como   falta,  es  cosa  cierta  y  llana, 
y  contra  vos  el  hecho  se  presuma. 

Don  Beltrán. 
¿  Pues  esa  presunción  no  es  loca  y  vana  ? 


1 


(i)     Falta  un  verso  a  esta  redondilla. 


ACTO  TERCERO 


635 


Almirante. 

¿  Por  qué,  si  dicen  que  con  cierta  suma 
de  dineros  llegó  un  criado  vuestro, 
que  de  sus  alas  fué  la  mayor  pluma, 

y  que  éste  la  sacó  secreto  y  diestro 
de  suerte  que  os  la  trujo. 

Don  Beltrán. 

No  me  espanto, 
que  eso  rompiese  el  ñudo  al  amor  vuestro. 

Si  miente  Feliciano  en  todo  cuanto 
ha  dicho  del  honor  de  doña  Elvira, 
yo  dejo  por  testigo  al  cielo  santo; 

y  si  matar  al  Príncipe  es  mentira, 
pues  es  un  mismo  autor,  la  intención  mía  (i) 

diga  ese  paje,  diga  ese  mancebo, 
que  en  estas  desventuras  me  acompaña, 
si  otra  persona  que  la  suya  llevo; 

y  éste  vos  me  le  distes. 

Almirante. 

¡  Cosa   extraña ! 

Don  Beltrán. 

Si  acaso  no  me  vuelvo  doña  Elvira, 
quien  eso  ha  dicho  a  su  valor  engaña. 

Almirante. 

Yo  templé,  don  Beltrán,  del  Rey  la  ira, 
y  os  quiere  oír,  que  no  hemos  hecho  poco. 
Allá  podéis  saber  cómo  es  mentira. 

Licencia  traigo. 

Don  Beltrán. 

Si    esos   pies    no    toco... 

Almirante. 

Teneos  por  citado  como  digo  (2). 

Para  qué  vais  a  hablar  al  Rey  conmigo. 

Don  Beltrán. 

¿De  quién,  si  no  de  vos,  tal  bien  tuviera, 
que  me  ha  vendido  mi  mayor  amigo? 

Almirante. 

Vamos,  que  si  el  enojo  persevera, 
bien  se  puede  fiar  el  desafío 
de  quien  serviros  y  vencer  espera. 


(i)     Falta  un  verso  después  de  éste. 
(2)     Falta  un  verso  después  de  éste. 


Don  Beltrán. 
Vamos,  que  mi  justicia  en  vos  confío. 
(^Vaiise  el  Almirante  3'  dox  Beltráx.) 

Doña  Elvira. 
¿Qué  intenta  este  mi  loco  pensamiento? 
Ya  no  parece  amor,  que  es  desvarío. 

Después  de  aquel  notable  atrevimiento 
me  ha  dado  tal  vergüenza  declararme, 
que   con   sólo    servirle   me   contento. 

Pensé  yo  que  él  supiera  de  mirarme 
lo  ha  sido  imposible  de  mi  boca; 
mas  no  quiere  entender,  quiere  acabarme. 

Ya  pues  que  a  ver  el  daño  me  provoca; 
que  ha  hecho  mi  locura  el  descubrirme 
para  remedio  de  los  dos  me  toca 
y  ver  si  premia  el  tiempo  amor  tan  firme. 

(Vase  DO.ÑA  ElviTía,  y  salen  el  Prínxipe  don  Pedro 
y  DON  Juan.) 

Príncipe.       ¿Criado  tuyo  es  el  hombre? 

D.  Juan.     Crea  Vuestra  Majestad 

que  tiene  ese  mismo  nombre; 
mándale  dar  libertad. 

Príncipe.  Xo  hay  delito  que  me  asombre 
como  en  don  Beltrán  no  sea. 

D.  Juan.     ¿  Quién  hay  que  de  un  Rey  lo  crea, 
siendo  de  piedad  esmalte? 
Que  no  es  bien  que  el  oro  falte 
que  tu  corona  hermosea. 
Castigar  el  Rey  es  cosa 
tan  santa,  que  se  deriva 
de  Dios,  pues  en  paz  dichosa 
hace  que  tu  reino  viva 
esta  virtud,  siempre  hermosa. 

Mas  también  es  excelente 
perdonar  al  inocente 
y  oír  al  que  está  agraviado. 

Príncipe.  Yo  te  quiero  por  letrado 
y  sentenciar  justamente. 

Y  así  digo,  que  a  Jordán 
con  sola  tu  información 
demos  libertad,  don  Juan; 
y  por  la  misma  razón 
pena  y  muerte  a  don  Beltrán. 

D.  Juan.         ¿Luego  valgo  para  abono 

de  un  criado  y  no  de  un  hombre 
cuya    inocencia    pregono  ? 

Príncipe.  Al  que  tuviera  ese  nombre 
desde  luego  le  perdono; 
mas  habiéndote  engañado, 


636 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DOX  BELTRÁX  DE  ARAGÓN 


como  ya  estoy   informado, 
y  para  gozar  tu  hermana, 
puesto,  como  es  cosa  llana. 
Marqués,  en  tan  alto  estado, 

reo  es  de  muerte.  Si  quieres 
que  sea  Rey  justo,  ¿cómo 
desta  sentencia  difieres? 

D.  Juan.     Pues  yo  soy  parte,  yo  tomo, 
aunque  la  mayor  tú  eres, 

a  mi  cuenta  el  deshonor; 
pues  no  hay  parte  y  eres  Rey, 
perdónale. 

Prínxipe.  ¡  Qué  rigor  ! 

¿  Quieres  que  promulgue   ley 
que  se  dé  premio  a  un  traidor? 

Y   resuélvome   contigo 
que  sólo  por  quien  me  diera 
a  un  ángel  que  adoro  y  sigo 
perdonara  y  defendiera 
la  vida  de  tu  enemigo. 

D.  JuAX.         ¿Quién  es  la  prenda,  señor? 

Príncipe.  Es,  don  Juan,  doña   Leonor , 
que  con  mi  madrastra  va 
cerca  de  Castilla  ya, 
porque  me  mata  su  amor. 

D.  JuAX.         Pues  da,  señor,  a  don  Juan 
tu  real  palabra  y  fe 
de  dar  libre  a  don  Beltrán, 
que  yo  iré  y  te  la  traeré. 

Prínxipe.  Mis  deseos  te  la  dan. 

D.  Juan.         Pues  aguarda  aquí. 

Príncipe.  Camina. 

(Vase   DON   Ju.\N.) 

Hoy  quiero  en  éste  probar 
si    aquesta    virtud   divina 
del  amistad  puede  obrar 
lo  que  éste  ahora  imagina. 

Porque  me  han  dicho  que  ahora 
a  doña  Leonor,  que  adora, 
han  traído  unos   soldados, 
y  si  con  ser  sus  cuidados 
y  el  mayor  bien  que  atesora 

me  la  da,  por  quien  ha  sido 
traidor  a  tanta  amistad 
quedaré    bien    advertido 
de  fiar  de  su  lealtad 
el  nuevo  reino  adquirido. 

(Salen  el  Almirante,  don  Beltrán  y  doña  Elvira.) 

Almiran.        Don  Beltrán  pide  tus  pies. 
Príncipe.  Si  lo  hubiera  perdonado... 


D.  Beltr.  Oye,  señor. 

Príncipe.  Ya  el  Marqués 

y  yo  habernos  concertado, 
don  Beltrán,  que  libre  estés. 

Mas  con  una  condición : 
que  me  ha  de  dar  por  tu  vida 
lo  que  en  aquesta  ocasión 
es  la  prenda  más  querida 
de  su  alma  y  corazón. 

Mira  si  le  cuestas  poco, 
que  va  por  ella  a  Castilla, 
habiendo  tú,  como  loco, 
puesto   en   su  lealtad  sencilla 
la  ^fealdad  que  miro  y  toco. 

En  tanto,  pues,  estarás 
en   casa  del  Almirante. 

D.  Beltr.  Señor,  si  informado  estás 
de    que    traición    semejante 
cupo  en  mi  pecho  jamás, 

¿  cómo,  siendo  aborrecido, 
te  persuadiré   que  he   sido 
a  ti   fiel,  leal  a  don  Juan? 
Mas  si  siendo  don  Beltrán, 
supremo  Rey,  te  ha  ofendido, 

no  ha  de  vencer  la  verdad 
de  mi  amistad,  ni  se  entienda 
que  hay  flaqueza  en  mi  lealtad, 
porque  no  ha  de  dar  su  prenda 
don  Juan  por  mi  libertad. 

Yo  he  de  morir  en  rigor 
y  él  gozar  de  su  Leonor. 

Príncipe.  ¿En  morir  estás  resuelto? 

D.^  Elvir.  i  Qué  de  cosas  ha  revuelto 
mi  desatinado  amor ! 

(Sale   DON   Juan   y   doña   Leonor.) 

D.  Juan.         Esta,  señor,  es  la  prenda 

de  la  vida  de  un  amigo. 
Príncipe.  ¿Quién  hay  que  esta  enima  entienda? 

¿Adonde  estaba? 
D.  Juan.  Conmigo. 

D.  Beltr.  ¡  Fuego  del  cielo  decienda 

en  quien  consintiere  tal ! — 

Córtame,  Rey  de  Aragón, 

por  traidor  y  desleal, 

la  cabeza;  mi  traición 

confieso. 
D.  Juan.  ¿Hay  locura  igual? 

Beltrán,  tú   estás  inocente. 
D.  Beltr.  Digo  que  vine  a  matar 

al  Rey. 
D.  Juan.  Espera,  detente. 


ACTO  TERCERO 


Almirax.    Primo,  ¿vos  habéis  de  hablar 

aquí  temerariamente? 
D.  Beltr.       Ahiiirante,  si  yo  he  sido 

traidor,  ¿no  es  bien  que  yo  muera? 
D.  JuAx.     Señor,  la  palabra  pido. 
Príncipe.  Yo    quiero    cun^plirla. 
D.  Beltr.  Espera. 

Príncipe.  Yo  mi   palabra  he   cumplido : 
vaya  libre  don  Beltrán. 

(Sale  cl  Capitán  de  la  guarda  y  Jordán.) 

Capitán.     Ya  venís   libre,   Jordán, 
besad  las  manos  al  Rey. 

Jordán.       Los  pies  es  muy  justa  ley. 

Príncipe,  ¿  Qué  hay  del  campo,  capitán  ? 

Capitán.         Fabricando  la  estacada 
para  el  desafío  propuesto 
del    marqués    don  Juan    Abarca 
y  aquellos  dos  caballeros, 
dicen  que  por  las  montañas 
de  Jaca  a   Francia  partieron, 
confesando  que  mentían, 
}■  ansí  a  otro   reino  huyeron, 
de  sus  haciendas  llevando 
la  más  parte  que  pudieron ; 
aunque  sus  tierras  dejaron 
sin  defensa. 

Príncipe.  ¡  Santo  cielo  ! 

D.  Juan,     ;^'es,  señor,  cómo  es  mentira? 
Libra  a  don   Beltrán  te  ruego. 

D.  Beltr.  Señor,   yo   quiero   morir. 

D.  Juan.     ¿Sin   culpa?    ¡Es   notable   exceso  i 

D.  Beltr.  ¿  Qué  importa  que  esté  sin  culpa 
del    testimonio    propuesto, 
si  la  he  tenido  en  quitarte 
la  gloria  de  mi  deseo, 
la  misma  vida  que  vivo? 

D.  Juan.     Eso  y  mucho  más  ofrezco 
a   tantas   obligaciones 
como    sabes    que    te    debo; 
y  sólo   con  una  cosa 
qucdaréí    yo    satisfecho : 
con  que  digas  que  yo  he  sido 
amigo  más  verdadero, 
que  he  vencido  tu  lealtad; 
que  como   confieses  esto 
volveré  mi  prenda  amada 
a  mis  brazos  y  a  mi  pecho. 

D.  Beltr.  ¿  Pues  cómo  he  de  confesarlo, 
pues   ves    que   contento    quedo, 
porque  goces  tu  Leonor 
la  culpa  que  yo  no  tengo? 


D.  Juan.     ¿  No   me   robaste   mi   hermana, 
y  engañoso  3'  lisonjero 
me  honraste  para  gozalla? 

D.  Beltr.  Si   fué   mentira   de  aquellos 

que  al  Rey  también  engañaron, 
y  por  honrarte   padezco 
la   invidia  que   me  han  tenido, 
los  agravios  que  me  han  hecho, 
¿cómo  diré  que  es  verdad, 
pues  en  todo  aqueste  tiempo 
que  vivo  pobre  en  Castilla, 
en  este  injusto  destierro, 
sólo  he   tenido  este   paje? 

D.^  Elvir.  Todo  lo  que  ha  dicho  es  cierto, 
porque  yo   sé  donde   está 
doña  Elvira,  y  daros  puedo 
testigos,   que    don    Beltrán 
no    sabe    sus    pensamientos. 

D.  Juan.     ¿Tú  lo  sabes? 

D.^  Elvir.  Yo  lo   sé. 

D.  Beltr.  Pues  alto,  yo  me  prefiero 
por  muestra  de  mi  lealtad 
de  acetar  el  casamiento 
a   doña    Elvira. 

Príncipe.  No  he  visto 

más   honrados   caballeros. — 
¿Qué    decís    desto.     Almirante? 

Almiran.    Generoso  Rey  don  Pedro, 
dad  con   estos  dos   amigos 
a  España  y  al  mundo  ejemplo. 

Príncipe.  Para  probar  tu  lealtad, 

don  Juan,  en  este  suceso, 
te  quise  pedir  tu  dama; 
oíd  lo  que  os  digo  atentos : 
Yo  te  vuelvo  a  tu  Leonor, 
de   tu  lealtad  satisfecho, 
y  su  hacienda,  honor  y  casas 
también  a  don  Beltrán  vuelvo ; 
añadiendo  para  dote 
de  doña  Elvira  los  pueblos, 
villas,    fuerzas   y   vasallos 
de  los  traidores  que  huyeron. 

D.  Beltr.  Sin  más,  si  no  pareciese... 

D.^  Elvir.  Detente,   que   ya   parezco. 

D.  Beltr.  ¿Pues   quién   eres? 

D.^  Elvira.  Doña   Elvira; 

que  aficionada  a  tus  hechos, 
sin  que  supieses  quién  era 
te  serví  con  tal  silencio. 

D.  Beltr.  ¿Que  doña  Elvira  eres  tú? 

D.*^  Elvir.  Sí,    señor. 
D.  Beltr.  ¡  Válgame   el    cielo  ! 


638 


MUDANZAS  DE  FORTUNA,  Y  SUCESOS  DE  DON  BELTRAN  DE  ARAGÓN 


En  grande  deuda  te  estoy, 
pero  pagote  con  esto. 

Jordán.       ¿  Guzmán    era    doña    Elvira? 

D.=^  Elvir.  Jordán,   por  el  parentesco 

que  habernos  los  dos  tenido, 
darte  mil  abrazos  quiero. 

Jordán.       Guárdete  el  cielo  mil  años. 

Príncipe.  Caballeros,    lo    que    os    ruego 
es   que   dos   amigos   tales 


me  recibáis  por  tercero. 
D.  Beltr.  Tú   serás  honra  de  todos. 
Príncipe.  Abrazaos,  (i) 
Almiran.  Aquí  se  da  fin  con  esto. 

AQUÍ  DA  FIN  CON  ESTO  EL  TERCERO  ACTO  DE  LOS 
SUCESOS  DE  DON  BELTRÁN  DE  ARAGÓN. 


(i)     Sobra  esta  palabra. 


LOS  :v>/£TJEI^TOS  "VI^OS 


TRAGICOMEDIA    FAMOSA 

DE 

LOPE    DE     VEGA    CARPIÓ 

DIRIGIDA    AL 

LICENCIADO  SALUCIO  DEL  POYO 


Lo  que  la  antigíiedad  llamaba  llevar  zasos  a  Sanios, 
dice  el  adagio  vulgar,  hierro  a  Vizcaya.  Esto  es  di- 
rigir a  V.  m.  una  comedia,  habiendo  las  muchas  que 
ha  escrito  adquirido  tanto  nombre,  particularmente 
La  próspera  y  adversa  fortuna  del  Condestable  don 
Ruy  Lope:::  de  Avalos,  qtie  ni  antes  tuvieron  ejem- 
plo, ni  después  imitación.  Del  ingenio  de  V.  m.  de 
6US  letras  y  virtudes  habla  la  fama,  por  el  aplauso 
común,  y  así  sería  mi  alabanza  añadir  un  arroyuelo  pe- 
queño a  un  mar  océano.  Resulta  a  V.  m.  de  su  mismo 
grande  ingenio  una  desdicha,  que  por  la  buena  opinión 
(¡ue  tiene  en  esta  corte,  cualquiera  comedia,  de  cu- 
yo poeta  no  están  satisfechos  los  autores,  ilustra  los 
carteles  con  el  nombre  de  V.  m.  Y  como  las  más  dellas, 
por  S'Cr  de  vtn  cierto  ignorante,  son  tan  odiosas,  per- 
diera mucho  de  su  crédito  entre  los  que  saben,  si  no 
llegara  a  un  tiempo  mismo  el  agravio  y  el  desenga- 
ño en  los  que  le  estiman.  Muchos  años  ha  que  V.  m. 
enseña  a  escribir ;  no  sé  cómo  le  va  agora  de  los  que 
se  le  oponen ;  es  cosa  de  gran  donaire  ver  los  nue- 
vos cómicos  venir  a  decir  lo  dicho,  y  querer  que  les 
estén  muy  agradecidos  de  cosas  que  V.  m.  tiene 
olvidadas ;  por  eso  se  dijo  proverbialmente :  Acta  agis, 
id  est,  nihil  facit;  así  lo  declara  Cicerón  en  su  libro  De 
amistad,  y  lo  usurpó  Terencio  en  los  Adelphos.  Donde 
V.  m.  no  está,  todas  las  comedias  de  autor  incóg- 
nito son  suyas;  pero  consuélese  con  que  no  siendo 
en  esta  corte,  a  muchos  ingenios  de  bien  les  sucede 
lo  mismo.  Dos  cosas  tiene  contra  si  este  ejercicio : 
la  primera  está  dicha,  la  segunda  los  traslados,  por- 
que no  hay  cortesana  que  haya  corrido  a  Italia,  las 
Indias,  y  la  casa  de  Meca,  que  vuelva  tan  desfigu- 
rada como  una  pobre  comedia,  que  ha  corrido  por 
aldeas,  criados  y  hombres  que  viven  de  hurtarlas,  y 
de  añadirlas.  En  esta  parte  he  desconfiado  de  mu- 
chos papeles  mios,  a  quien  yo  llamo  Pródigos,  por- 
que ni  puedo  vestirlos-,  ni  negarlos.  Uno  dellos  es 
esta  comedia  de  Los  muertos  vivos,  que  nunca  más 
bien  le  vino  este  nombre ;  y  así  suplico  a  V.  m.  que 
muerta  ya  para  mí,  viva  en  su  servicio,  y  a  la  som- 


bra de  su  nombre,  por  lo  que  me  debe  de  amor  y  re- 
conocimiento en  la  amistad  de  tantos  años.  Dios  guar- 
de a  V.  m. 

Su  capellán  y  amigo. 

Lope  de  Vega  Carpió. 


FIGURAS  DE  LA  COMEDIA 


Floriseo,  Duque  de  Calabria. 

ROSELIANO,    su    hijo. 

Telefrido,  su  criado. 
Roberto,  Marqués  de  Catan  ia. 
Flaminia^  su  hija. 
Albania,  sti  dama. 
CuRCio,  secretario  del  Duque. 
Armindo,  sobrino  del  Marques. 
Floripo,  criado. 
Hortensia,  dama. 
Tristán,  su   hermano. 


Laurencio,  su  amigo. 
DoRiSTO,  jardinero. 
FiNARDO,  caballero. 
Lavinio. 
GiL.A,  villana. 
Dos  Guardas. 
Un  Atameor. 
Frondoso,  villano. 
Belardo,  pastor. 
Ergasto,  pastor,  (i) 


REPRESENTÓLA  VILLALBA 

ACTO   PRIMERO 

{Sale  Roseliano,  armado,  y  en  la  mano  un  pedazo 
de  lanza  de  torneo,  y  Telefrido,  su,  criado.) 

RosELiAx.       A  bien  librar,  Telefrido, 
del  torneo  mal  trazado 
y  a  su  pesar  consentido, 
basta  salir  escuchado 
cuando  no  salga  entendido. 

En  esto  sólo  consiste 
la  fuerza  con  que  resiste 
tanto  mal  el  corazón, 


(i)     Entran   además  Riselo   y   Orsíndo. 


640 


LOS   MUERTOS   VIVOS 


que  publicar  su  pasión 
es  con  lo  que  vive  triste. 

Telefrid.       Bien  has  parecido  en  todo, 
y  en  la  noche  la  fortuna 
te   favorece  de  modo, 
que  has  puesto  sobre  la  luna 
la   fama   del   nombre   godo. 
Quiera  el  amor  inhumano, 
¡  oh,   gallardo   Roseliano  !, 
que  este  principio  dichoso 
tenga    por    fin    ser    esposo 
de    aquel   ángel    soberano ; 

que    su    virtud    y   hermosura 
merece  tan  alto  nombre. 

RosELiAX.  ¿'Cómo   tan  alta  ventura 

puede    caber    en   un   hombre, 
si  en  el  bien  tan  poco  dura? 

■Pero,  que  sea  o  no   sea, 
como   yo   a   Flaminia   vea 
para   sustentarme   basta, 
que   una  hermosura   tan   casta 
la  ofende  quien  la  desea. 
Ten  esa  lanza  rompida, 
que  si  desde  allí  hasta  aqui 
ha  sido  de  mí  traída, 
fué  por   sustentar  ansí 
la    flaqueza   de    la   vida. 

Que  en   viéndola  ansí  me  altera, 
que  hasta  el  movimiento  pausa; 
mas  no  es  extraña  quimera, 
que   con  una  misma   causa 
un    corazón   viva   y   muera. 

Telefrid.       Xo,  señor,  porque  retrata 
a  la  cera  que  sustenta 
la  vela  y  su  luz   remata, 
que    hacia    arriba    la    alimenta 
y  vuelta  al   revés  la  mata. 

Y  ansí,  no  es  mucho  que  el  xer 
esta    gallarda    mujer 
te  desmaye  3'  te  dé  vida. 

RoSELiAx.  Sí,  mas  soy  luz  encendida, 
que   nunca   deja  de   arder. 

Si    quisieran    los    romanos 
aquel   fuego   nunca  muerto 
poner  a  sus  dioses  vanos, 
en  mí  le  hallaran  más  cierto, 
sin  abrasarles  las  manos. 

Yo  tengo  fuego  inmortal, 
a   la   saJamandria   igual; 
vive  en  fuego  el  alma  sola. 

Telefrid.  Desármate  el  peto  y  gola, 
que  temo   que   te  haga   mal. 


que  ha  mucho  que  estás  armado. 
RosELiAN.  Bien  dices ;  mas  volver  puedo 
hasta  el  palenque  embozado, 
de  adonde  he  venido,  y  quedo 
fuertemente  aprisionado. 
No  me  desarmes  aquí, 
que  allá  me  las  quitarán. 
Telefrid.  ¿  Luego  aquí  te  aguardo  ? 

ROSELIAN.  Sí ; 

porque  si  pasa  Tristán 
me  avises. 
Telefrid.  Harélo    ansí. 

(l'asc    Roseliano.) 

Amor,  no  se  engañaba  el  que  decía 
que  eres  monstruo  engendrado  de  la  tierra ; 
que  de  los  elementos  eres  guerra, 
luz  de  la  noche,  escuridad  del  día. 

Dios  por  temor,  y  rey  por  tiranía; 
hijo  de  Marte,  que  la  paz  destierra, 
y  de  una  errada,  porque  siempre  yerra, 
vencida  la  razón  de  tu  porfía. 

No  te  ensalces  en  ver  que  te  adoramos, 
que  de  gentiles  a  temor  sujetos 
la  muerte  fué  adorada  por  Dios  fuerte. 

Y  ansí,  como  a  la  muerte,  altar  te  damos, 
que  algunos  dicen,  viendo  tus  efetos, 
que  eres  hijo  del  tiempo  y  de  la  muerte. 

(Sale  el  Atambor  con  caja  de  guerra,  y  detrás  dos 
pajes  con  hachas  encendidas,  un  padrino  con  itna 
lan::a,  y  en  ella  un  collar  de  oro,  atado  con  un  lis- 
tón, y  sale  Armindo  armado  con  v.n  pedazo  da 
lan~a,    y    Floripo,    su    padrino.) 

Floripo.  ¿  No  será  de  cortesía 

que  a  la  ventana  llamemos? 

Armindo.    No,  pues  casi  apunta  el  día, 
antes  al  mundo  daremos 
una  notable   alegría. 

Que  a  la  ventana  llamando 
saldrá  el  sol  antes  al  mundo, 
que  el  sol  que  estaba  esperando 
esconderáse  el  segundo, 
su  curso   eterno  parando. 

Y  si  no,  volviendo  atrás, 
verán  los  indios  dos  días 
que  no  los  vieron  jamás. 

Floripo.      No  busques  más  fantasías 
para  encarecello  más. 

Pero  la  calle  recorre, 
no  venga  el  competidor 
que  aquestas  fronteras  corre. 

Armindo.    Con  luz,  gente  y  atain])or, 


ACTO  PRIMERO 


641 


¿qué  fama  quieres  que  borre? 
'  Yo  vengo  deste  torneo, 
y  llego  públicamente 
a  ofrecer  este  trofeo, 
premio  desta  dama  ausente 
y  muestra  de  mi  deseo. 

Bien  se  puede  el  premio  dar, 
en  una  noche  como  ésta, 
pues  en  público  lugar 
hizo  el  Marqués  esta  fiesta, 
que  Hortensia  no  quiso  honrar. 
Telefrid.       El   sobrino   del   Marqués 
parece  que  se  recata ; 
voime    y    volveré    después, 
que  de  aqueste  amor  que  trata 
antes  nos  viene  interés. 

Es  prima  de  Roseliano 
la  dama  a  quien  trae  el  precio, 
y  que  es  casamiento  es  llano. 

(Fase.) 

Floripo.      Yo,  señor,  temo  aquel  necio 

que    Hortensia    adora,    aunque    en 
mas  no  temes,  como  dices,    [vano; 
pues   que  tan  público  vienes, 
porque  a  nadie  escandalices. 

Armindo.    ¿Pues  para  qué  me  detienes, 
si  tú  mismo  te  desdices? 
Yo  galán  público  soy, 
y  ansí  este  premio  te  doy. — 
Toca,  atambor,  y  despierta, 
llegaré  más  a  la  puerta; 
sepan  que  en  la  calle  estoy. 

(Tocan  la  caja  y  sale  Hortensia  al  balcón.) 

HoRTEX.  ¡  Jesús  !   ¿  Con  tanto  ruido  ? 

Armindo.    A  quien  duerme  como  vos 
todo  necesario  ha  sido. 
Gracias,  mi   señora,   a  Dios, 
que  habéis  esta  caja  oído; 

que  según  los  vuestros  cierra 
el  olvido  que  destierra 
mi  amor  desos  ojos  claros, 
es  milagro  despertaros 
con  una  caja  de  guerra. 

Sabed  que  toca  a  marchar 
amor  a  mis  pensamientos, 
que  os  pretenden  conquistar, 
pero  conquistan  los  vientos 
y  las  rocas  de  la  mar. 

Va,  por  capitán  perdido 
el  deseo  que  los  guía 

vil 


sólo  a  rendirse  a  partido : 
mirad  qué  guerra  la  mía, 
pues  os  conquisto  vencido. 

Por  alférez  el  cuidado, 
sólo  en  ser  vuestro  pagado ; 
que  no  va  soldado  aquí 
que  no  sea  contra  mí : 
mirad  si   voy  bien  guardado. 

Por  sargento  y  por  despojos 
van,  señora,  mis  antojos, 
y  por  cabo  desta  gente, 
aquel  primer  accidente 
con  que  puse  en  vos  los  ojos. 

Es  de  aquesta  compañía 
pagador  mi  soledad; 
y  aunque  marchan  a  porfía 
y  es  necedad  porfiar, 
ésta  es  disculpa  mía. 

Va  adelante  la  esperanza, 
y   sé  que   es   espía   perdida 
del  bien  que  sigue  y  no  alcanza ; 
y  ansí  viene  a  ser  mi  vida 
el  campo  de  la  matanza. 
HoRTEN.  ¿  Cómo,  Armindo  valeroso, 

de  tantas  armas  armado, 
■tan  gallardo  y  belicoso, 
tan  caballero  y  soldado, 
y  viniendo  vitorioso, 

con  tanta  humildad  os   veo? 
Armindo.    Esto  y  más  puede  un  deseo. 

Y  aunque  es  verdad  que  he  vencido, 
Vitoria  sin  honra  ha  sido, 
pues  fué  sin  vos  el  torneo ; 

en  el  cual  algunas  damas 
lucieron  por  faltar  vos. 
HoRTEN.      ¿Lisonjas  dices?  No  amas. 
Armindo.  Abrásenme,   ¡  plegué  a  Dios !, 
en  el  infierno  mis  llamas, 

si    se   compara   hermosura 
ni    discreción   con   la   vuestra, 
ni   gloria  con   mi   ventura, 
cuando  ese  sol  la  luz  muestra 
y  alegra  mi  noche  obscura. 
HoRTEN.  ¿Y  entre  esas  luces  no  había 

alguna  que  en  esta  ausencia 
hiciese  esa  noche  día? 
Armindo.    No,  que  sin  vuestra  presencia 
era   imposible   porfía; 

que   nadie   tiene   poder 
sin  el  alba  y  sol  divino, 
mi  bien,  para  amanecer. 
Horten.      ¿  Quién  es,  Armindo,  el  padrino  ? 

41 


642 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


Floripo. 

HORTEN. 

Floripo. 


HORTEN. 

Floripo. 

HoRTEN. 

Floripo. 
Armindo. 

HORTEN. 


Armindo. 


HoRTEN. 


Armindo. 


HORTEN. 

Armindo. 


HORTEN. 

Armindo. 


¿Quién,   si   no  yo,   podía  ser? 

¡  Ah,  Floripo!,  cómo  ha  ido? 
Mal  sin  vos;  pero,  en  efeto, 
habernos  por  vos  vencido 
aquel    gallardo    sujeto 
de  vuestra  ofensa  y  olvido. 

¿  Que  ha  torneado  Finardo  ? 
Y  bizarro,  así  viváis. 
¿Qué  colores? 

Oro  y  pardo. 
Bien   es  que   le  conozcáis 
por  las  señas  de  gallardo. 

Antes  por  vuestro  vencido; 
que  en  competencias  de  amor 
sabéis  que  de  vos  lo  ha  sido. 
Vencer  al  competidor 
es   un   glorioso   partido. 

Con  él  vine  a  tornear 
y  gánele  este  collar, 
que  os  presento. 

Huelgo    del] o  : 
será  argolla  de  mi  cuello, 
que  por  vos  me  quiero  herrar. 

Cuando  le  hierra  el  señor 
es  el  esclavo  culpado 
de  fugitivo  y  traidor. 
Tan  hermoso  cuello  herrado 
mirad  que  es  notable  errpr. 

Y  hierro  en  el  amor  vuestro 
que  no  le  ha  de  haber  confio, 
que  si  en  el  rostro  los  muestro 
es  porque  sois  dueño  mío 
y  yo  soy  esclavo  vuestro. 

Basta  que  lleve  diamantes, 
que  son  en  obra  y  palabra 
retrato  de  los  amantes, 
■que  uno  con  otro  se  labra 
en  firmezas  semejantes. 

Adorne  ese  mármol  bello 
el   oro  y   ellos,   que   dellos 
icuál  le  queda  más  ignoro : 
el  cuello  dellos  y  el  oro, 
o  el  oro  y  ellos  del  cuello. 

¿  Qué  divisa  habéis  sacado  ? 
Lleva,  paje,   esa  tarjeta. — 
Aquí  traigo  a  Amor  pintado 
sobre  el  cíelo  a  quien  sujeta, 
y  por  letra:  "No  hay  sagrado." 

¿  Y  Finardo  ? 

Un  gran  león. 
Sí  bien  me  acuerdo,  a  quien  doma 
Amor  por  yerro. a  traición, 


HORTEN. 

Armindo. 


que  tirando  a  una  paloma 
le  traspasó  el  corazón. 

Mase  el  león  pasado 
de  una  flecha  sobre  un  prado; 
a  la  paloma,  que  huia, 
y  el  niño  Amor,  que  tenía 
sin   flecha  el  arco  parado. 

La  letra,  que  Dios  me  acuerde, 
decía:  "En  un  campo  verde 
lo  flaco  amor  perdonó 
y  lo  fuerte  derribó." 
Tiempo  gasta  y  pasos  pierde. 

Así  lo  dice  el  refrán. 


(Salen    Finardo,    caballero;    Lavinio,    Riselo   y    Or- 
siNDO,   con   rodelas,  y   embozados   todos  cuatro.) 

Floripo.      Ruido  siento. 

Finardo.  Aquí  están. 

Lavinio.     Hoy  quedaremos  vengados. 

Armindo.    ¿  Qué  es  esto  ? 

Floripo.  Cuatro  embozados 

que  la  calle  abajo  van. 
Las  hachas  corren  los  dos. 
Armindo.    Sigúelos. 
HoKTEN,  Todo  eso  pasa 

en  fiestas. 
Armindo.  Entraos. 

HoRTEN.  Adiós, 

que  sí  es  gente  de  mí  casa 

será  por  burlas  con  vos. 
Armindo.       Ya  los  dos  vuelven  aquí. 
HoRTEN.      Adiós,  mi  bien. 
Armindo.  El  os  guarde. 

{Vasc   Hortensia.) 

Floripo.      ¿Qué  he  de  hacer? 
Armindo.  Estarte  ansí. 

Atambor.     Yo   soy  un   poco   cobarde ; 
hágase  el  campo  sin  mí. 

{Vase  el  Atambor.) 

Armindo.        Caballeros,  si  el  correr 
las  hachas  fué  por  hacer 
burla  a  mí  fiesta,  a  la  dama 
de  mi  honor  y  de  su  fama, 
no  habrá  que  satisfacer. 

Mas  sí  entre  vosotros  viene 
alguno  que  le  ha  pesado 
de  saber  que  se  entretiene 
en  escuchar  mí  cuidado, 
porque  envidia  o  amor  tiene, 

salga  solo,  que  aquí  estoy, 


ACTO  PRIMERO 


643 


o  salgan  dos,  y  dos  miren. 
FiNARDO.     Annindo  infame,  yo  soy: 

Finardo  soy,  no  te  admiren 

mis  celos. 
Armindo  ¿Celos  te  doy? 

¿  Pues  cuándo,  Finardo  aleve, 

me  has  visto  favorecido, 

que  ansí  la  envidia  te  mueve? 
Finardo.     El  que  fué  en  burlas  vencido, 

bien  es  que  las  veras  pruebe. 
El  collar  que  hoy  me  has  ganado 

yo  sé  que  a  Hortensia  le  has  dado 

y  le  has  dicho  que  era  mío; 

para  cobrarle  confío 

quitarte  el  que  me  has  quitado. 
Tú  le  presentas  collar, 

y  j-o  le  he  de  presentar 

el  cuello  de  tu  cabeza. 
Armindo.    Gran  blasón  de  tu  firmeza 

si  me  la  puedes  quitar. 

!Mas  mira  que  vengo  armado. 
Finardo.     El  agravio  es  un  acero 

en  el  infierno  templado. 
Armindo.    Pues  sal,  como  caballero, 

con  sola  tu  espada  al  lado. 

Que,  ¡vive  Dios!,  de  quitarme 

gola,  peto  y  espaldar, 

y  en  un  punto  desarmarme. 
Finardo.     Xo  vengo  a  desafiar, 

vengo  a  matar  y  vengarme. 
Defiéndete. 

(Mete  mano.) 

Armindo.  ¡  Oh,  vil  Finardo  ! 

;  Cuatro  a  dos  ? 
Finardo.  A  matar  vengo; 

esto  pretendo,  esto  aguardo. 

(Salen   Roseliaxo,  3'    Tristáx,    metiendo   mano.) 

RosELiAN.  Tristán,  de  saberlo  tengo. 

Tristán.     ¿Piensas  tú  que  me  acobardo? 

RosELiAN.       Deteneos,  caballeros, 

que  no  es  bien  que  cuatro  a  dos 
queráis  probar  los  aceros. 

Lavinio.      Si  no  os  vais,  llevaréis  vos. 

RosELiAN.  ¿A  mí,  villanos  groseros? 

(Cae  herido  Armi'xdo,  y  prosigue  Roseliano.) 

Arrímate   aquí,   Tristán, 
veamos  cómo  nos  dan. 
Tristán.     Uno  de  los  dos  cayó. 
RosELiAN.  Ese  quiero  vengar  yo; 


cuatro    por 
Sigúelos. 


él   morirán. 


Tristán. 


Yo  voy  tras  ellos. 


(Huyen  los  cuatro  y  van  tras  ellos  Roseliano  y 
Tristán.) 


Floripo. 
Armindo. 


Floripo. 


Armindo. 


¿Hantc  herido? 

Estar  armado 
defenderme  pude  dellos. 
¿  Conoces  los  que  han  llegado  ? 
No  he  podido  conocellos. 

Ponte  en  pie  y  vamos  de  aquí. 
¿Tengo  de  irme  sin  saber 
quién  me  ha  defendido  ansí? 


(Vuekcn    Roseliano   y    Tristán.) 

RosELiAN.    Tras  ellos  puede  correr, 

Tristán,  el  viento  por  mí. 

Armindo.    Quien  de  tal  peligro  escapa, 
échese  a  esos  pies. 

RosELiAN.  Yo  os  digo 

que  si  la  noche  no  tapa 
su  engaño  a  vuestro  enemigo, 
que  no  le  cubra  su  capa. 

Tristán.         ¿  De  qué  suerte  ? 

RosELiAN.  Como  a  toro 

me  la  dejó,  y  traigo  aquí. 

Tristán.     ¿  Sabes  quién  es? 

Armindo.  Xo  lo  ignoro. 

RosELiAN.  ¿  Por  qué  fué  ? 

Armindo.  Celos  le  di 

de  cierta  dama  que  adoro. 

RosELiAN.       ¿  Es  caballero  ? 

Armindo.  Sí  es. 

RosELiAN.  Xo  lo  muestra. 

Armindo.  Está  celoso. 

RosELiAN.  ¿  Quién  sois  ? 

Armindo.  Deudo  del  Marqués. 

RosELiAN.  Así,  pues,  será  forzoso 

que  me  arroje  a  vuestros  pies. 
Mas,  ¿  cómo  pongo  en  olvido 
el  saber  si  estáis  herido? 

Armindo.    Defendióme  estar  armado, 
que  esta  noche  he  torneado. 

R0SELIAN.  ¡  No  poca  ventura  ha  sido ! 

Armindo.        Ya,  señor,  que  bien  sabéis 

quién  soy,  pues  aquí  me  habéis 

vida  por  lo  menos  dado, 

sepa  yo  quién  me  ha  obligado. 

RosELiAN.  Eso  no  me  lo  mandéis. 

Pero   quedad   satisfecho 
que   me  huelgo   sumamente 


644 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


Armindo. 
roselian. 
Armindo. 


roselian. 
Armindo. 
roselian. 

Armindo. 

roselian. 
Armindo. 
roselian. 


Armindo. 
Roselian. 


de  haberos  servicio  heclio. 
¿Hay  algún  inconveniente 
de  vuestro  daño  o  provecho? 

Tan  grande,  que  os  pesaría 
deste  favor  que  os  he  dado. 
Fué  tal  vuestra   cortesía 
y  tanto  habéis  obligado 
con  vuestra  espada  la  mía, 

que  si  mi  tío  el  Marqués 
con  vos  viniese,  a  ese  lado 
la  pondré,  y  justo  es, 
pues  me  alzastes  derribado 
de  mi  enemigo  a  los  pies. 

El  y  yo  sólo  tenemos 
en  Italia  un  enemigo, 
a  quien   tanto  aborrecemos 
cuanto  es  este  mar  testigo, 
cuya  agua  en  sangre  volvemos. 

Que  si  no  nos  dividiera 
con  ese  poco  de  estrecho, 
ya   su   tierra   incendio    fuera; 
o  la  furia  de  su  pecho 
la  nuestra  en  Troya  volviera. 

Que  cuando  este  que  aquí  digo 
fuérades  vos,  vive  Dios, 
de  no  ser  vuestro  enemigo, 
sino  de  amaros  a  vos 
como  a  verdadero  amigo. 

Porque  tan  hidalga  espada 
y  en  mi  defensa  movida 
en  ocasión  tan  honrada, 
no  ha  de  ser  aborrecida, 
sino  por  extremo  amada. 

Oídme    aquí. 

Deso   gusto. 
¿  No  es  el  duque  Floriseo 
el  que  os  da  tanto  disgusto? 
Pagárnosle  el  mal  deseo, 
y  viene  la  paga  al  justo. 

Pues  su  hijo  soy. 

¿Su  hijo? 
En  Catania  enamorado 
vengo  a  ver  el  regocijo, 
y  esta  noche  he  torneado. 
¡Basta,  el  alma  me  lo  dijo! 

Hoy,  porque  adoro,  me  embarco, 
siendo  mi  deseo  el  barco, 
remos  del  amor  las  flechas; 
árbol,  velas,  cuerdas  hechas 
de  las  alas  y  del  arco. 

Si  con  aquesto  he  cumplido, 
dadme   licencia,   señor, 


que  en  haberos  defendido 
no  os  ha  obligado  mi  amor 
como  en  lo  que  habéis  oído. 

Armindo.        Eso  no,  que  el  que  yo  os  tengo 
y  la  palabra  jurada 
poco  harán  si  no  os  detengo. 

RosELiA'N.  Larga  es,  señor,  la  jornada, 
y  por  eso  la  prevengo. 

Armindo.       No,  por  Dios,  que,  como  digo, 
ya  que  os  tengo  por  amigo 
quiero  a  mi  casa  llevaros, 
donde  pienso   regalaros. 

Roselian.  Si  no  es  mi  muerte  y  castigo. 

Porque  si  el  Marqués  lo  sabe 
es  muy  cierto  que  mi  vida 
entre  sus  manos  acabe; 
ésta,  de  vos  defendida, 
será  del  secreto  llave. 

Armindo.        Venid  a  holgaros  conmigo. 

Roselian.  Caballero  soy  y  amigo. — 

¿Qué  te  parece,  Tristán?  (-^p.) 

Tristán.     Que  son  necios  los  que  van 
a  casa  de  su  enemigo. 

(Vanse ;  sale  Flaminia  y  Albania,  y  Doristo,  jardi' 
ñero,  con  unas  flores.) 

Doristo.         Tome  vuestra  señoría 
estas  flores,  y  del  pecho 
la  voluntad  que  le  han  hecho. 
FiAMiNiA.  ¡Qué  hermosura,  Albania  mía! 
Doristo.         Grosero  fué,  como  el  dueño, 
el   ramillete,   a  la  fe, 
y  es  que  de  prisa  le  até 
y  algo  vencido  de  sueño. 

Que  a  saber  yo  que  bajara 
al   jardín   aquesta   fiesta, 
de  azahar  colmara  una  cesta 
que  Albania  al  hombro  llevara. 

Este   es   clavel   carmesí, 
lirio   es  aqueste   morado, 
narciso  el  blanco  y  dorado 
y  éste  pajizo  alelí. 

Este  jazmín  y  violeta, 
ésta  azucena  suave 
y  ésta  deste  olor  tan  grave 
es  la  divina  mOsqueta. 

Este  es  trébol  de  tres  hojas, 
y  estos  que  de  fuera  están, 
mirto,  murta  y  arrayán, 
contra  amorosas  congojas. 

Pensé  se  llama  esta  flor, 
espuela  esta  azul  temprana, 


ACTO  PRIMERO 


645 


Fl.vmima. 

DORISTO. 


Flaminia. 

DORISTO. 


Flaminia. 

DORISTO. 


Flaminia. 

DOKISTO. 

Flaminia, 

DORISTO. 


y  esta  blanca  es  valeriana, 
muy  devota  del  amor. 

¿Por  qué  del  amor  la  llaman? 
Siémbranla  amantes,  por  ver 
el  bien  o  el  mal  proceder 
de  la  persona   que   aman. 

Yo,  por  Dios,  que  para  mí 
es   todo   borrachería, 
que  el   enojo  de  la  mía 
nunca  le  conozco  ansi. 

¿Lu-ego  estás  enamorado? 
Hasta  los  tuétanos  mismos, 
que  puede  a  dos  mil  abismos 
prestar  fueso  mi  cuidado. 

¿Que  tú  sabes  qué  es  amor? 
¡  Arre  allá,  por  vida  mía ! 
Perdone  su  señoría 
el  lenguaje  labrador, 

que  el  natural  lo  ha  causado. 
¿Que  has  amado? 

Amo  y  amé. 
¿Qué  es  amor? 

Yo  os  lo  diré. 
Puesto  que  no  soy  letrado ; 

porque  algunos  mentecatos 
que   han   estudiado   latín 
piensan  que  el  hombre  es  rocín, 
siendo  ellos  bestias  a  ratos, 

que  no  está  el  entendimiento 
sólo  en  el  ser  bachiller, 
que  en  alguno  he  visto  yo  hacer 
lo  que  no  hiciera  un  jumento. 

Vuelto  al  propósito,  pues, 
digo  que  es  amor  im  todo 
que  abarca  el  mundo  de  modo 
que  tiene  el  mundo  a  sus  pies. 

Es  un  deseo  nacido 
de  la  causa  que  engendró 
la  hermosura  que  se  vio. 
o  que  (i)  entró  por  el  oído. 

Es  un  pretender  juntarse 
Pedro  a  Juana,  Antón  a  Inés, 
y  un  procurarse  después 
gozándose  retratarse. 

Es  un  preso  que  nos  lleva 
al  centro  de  lo  que  amamos, 
donde  sólo  descansamos, 
sin  que  otro  interés  nos  mueva. 

Es  amor  un  avariento 


(i)     En   el    original:    "porque''^   por   errata;    en    el 
ms.    está   bien. 


que  de  sí  mismo  se  gasta, 

y  teniendo  lo  que  basta 

por  tener  más  bebe  el  viento. 

Es   amor  una  pelea 
de  la  razón   y   el   sentido, 
y  un  peligro  conocido 
que  se  busca  y  se  desea. 

Es  amor  tema  en  que  da 
la   voluntal   sin  provecho, 
por  quien  el  alma  del  pecho 
en  ajeno  cuerpo  está. 

Un  desasosiego  eterno 
escrito  siempre  en  la  cara, 
infierno  que  en  gloria  para, 
gloria  que  para  en  infierno. 

Es  una  correspondencia 
de  estrellas  del  nacimiento, 
y  un  trato  y  conocimiento 
que  nace  de  la  asistencia. 

Y  porque  sale  el  compás 
del  punto  de  labrador, 
digo  que  es  sarna  el  amor, 
que  rascando   crece  más. 

Flaminia.        ¡  Notable  definición  ! 

Albania.  Es  aqueste  amor  profundo 
todas  las  cosas  del  munao, 
y  ellas  todas  amor  son. 

Flaminia.       ¡  Ay,  Albania  ! 

Albania.  ¿  Cómo  es  eso  ? 

¿Tú  suspiraste? 

Flaminia.  Sí,  amiga. 

Albania.  ■  ¿  Amor  te  obliga  ? 

Flaminia.  Y  me  obliga 

a  amar  y  perder  el  seso. — 
Doristo. 

DoRisTO.  Señora. 

Flaminia.  Parte, 

y  alguna  fruta  nos  coge. 

(Vase  Doristo.) 

^^bania.     ¿Bueno  es  que  el  amor  te  enoje 
y  que  no  me  dieses  parte? 

Flaminia.       Hasta  agora  amor  no  ha  estado 
conmigo  tan  riguroso 
que  me  haya  sido  forzoso 
haberlo  comunicado. 

Niño  amor,  no  fué  importante 
decirte  que  le  tenía; 
agora  sí,  Albania  mía, 
que  ha  llegado  a  ser  gigante. 

Yo  quiero,  y  quiero  de  suerte, 
que  el  sujeto  de  mi  amor 


646 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


es  la  desdicha  mayor 

que  ha  de  llevarme  a  la  muerte. 

Bien  que  a  las  veces  conmigo 
que  es  este  mi  amor  recelo 
como  no  lo  pide  el  cielo, 
porque  quiero   a  mi   enemigo. 

Aquí,  Albania,  disfrazado, 
me  ha  mirado  un  caballero 
con  cuidado  un  año  entero, 
ocasión  de  mi  cuidado. 

Fué  deste  cuidado  el  pebo; 
porque  yo  le   resistía; 
porque  luego  que  le  vía 
volvía  a  salir  de  nuevo,  (i) 

Tan  de  veras,  que  el  cruel 
amor  no  tiene  licencia 
mayor  que  la  resistencia, 
porque  hace  pensar  en  él. 

Llegó  amor  con  fuerza  escasa 
a  estar  en  mi  pensamiento, 
dile  en  él  acogimiento, 
y  quedóse  con  la  casa. 

Ya  no  hablaba  con  el  gusto 
que  solía,  y  si  me  hablaban 
en  mi  suspensión  notaban 
la  razón  de  mi  disgusto. 

Paró  aquesto  en  no  dormir, 
y  cuando  ya  vio  mi  honor 
la  desvergüenza  de  amor 
comenzólo  a  resistir. 

No  salí  en  im  mes  a  ver 
aquel  hombre,  y  cierto  día 
me  engañó  una  celosía, 
celos  debieron  de  ser. 

Miré  por  ella,  y  le  vi 
tan  flaco  y  de  tal  presencia, 
que  conocí  que  mi  ausencia 
le  había  tratado  ansí. 

Luego  que  él  me  vio,  encendido 
de  un  nuevo  placer  lloró, 
y  con  un  lienzo  cubrió 
rostro  y  lágrimas,  corrido. 

Yo,  si  dcsto  no  te  espantas, 
que  las  vi,  de  amor  vencida 
pagúeselas)   por   tu  vida, 
con  tierno  amor  otras  tantas. 

Y  apenas  él  la  cortina 
del  lienzo  quitó  a  los  ojos, 
cuando  aplaqué  sus  enojos 


Albania. 
Flaminia. 


(i)     Esta   redondilla   está   defectuosa;    pero   no   sa- 
bemos  cómo    enmendarla. 


Albania. 
Flaminia. 

Albania. 

Flaminia, 

Albania. 


Flaminia. 

Albania. 

Flaminia. 


con   la  mayor   medicina : 

la  celosía  corrí 
y  un  lienzo  caer  dejé, 
con  que  las  suyas  limpié 
y  mis  lágrimas  le  di. 

Besóle  y  fuese  con  él, 
aumentando  mi  deseo; 
hizo  el  Marqués  el  torneo, 
y  cifróse  el  mundo  en  él. 

^'estíme  con  mil  enojos, 
y  estando  triste  en  la  sala 
entró  con  no  vista  gala, 
atado  el  lienzo  en  los  ojos. 

Parecióme   que   era   el  mío, 
que  nunca  en  esta  pasión 
el  pulso  del   corazón 
da  consonancia  en  vacío. 

Miré  la  empresa,  y  noté 
que  en  un  campo  un  sol  traía, 
cuya  humedad  le  debía, 
y  que  esta  la  letra  fué : 

"Sol  la  hace  y  sol  la  seca", 
donde  vi  que  era  por  mí, 
que  ocasión  y  lienzo  di 
al  llanto,  que  en  gloria  trueca. 

Que  si  por  rní  lloró  tanto 
y,  cual  sol,  su  humor  sequé, 
también  fui  sol  que  enjugué 
con  A'ista  }•  lienzo  su  llanto. 

¡  Discreto  mote  ! 

¡  Extremado ! 
Mas  poco  duró  el  placer, 
que  amor  no   suele  tener 
placer   que  no   sea  prestado. 

Púdose  llegar  a  mí, 
donde,  temblando,  me  habló, 
y  con  hablar  me  mató. 
¿Supiste  quién  era? 

que  desto  me  aflijo  tanto. 
¿Pues  quién  es? 

Del  Duque  es  hijo 
de  Calabria. 

¡  El    regocijo 
me  has   vuelto,   señora,   en  llanto  I 
¿Del  Duque? 

Del  Duque,  pues. 
¿Que   es   su  hijo? 

Es  el  que  digo; 
que  por  mortal  enemigo 
tiene  mi  padre  el  Marqués. 


ACTO  PRIMERO 


647 


(Sale  DoRiSTO  con  una  cesta  de  fruta.) 

Albania.         ¿  Qué  harás  ? 

Flaminia.  j  Morir ! 

DoRiSTO.  Si  he  tardado, 

podéis   perdonar,    señora, 
que  este  oficio  es  del  aurora, 
cuando  muestra  el   rostro  helado; 

la  fruta  entonces  lo  está, 
y  linda  cosa  es  cogella, 
porque  el  alba  la  flor  bella 
nueva  hermosura  le  da. 

Lleva  aqueste   canastillo 
roja  guinda  y  verde   pera; 
la  cermeña  como  cera 
y  el  no  maduro  membrillo. 

Lleva  la  almendra  vestida 
de  mezcla,  y  la  nuez  de  verde, 
serba  que  la  fuerza  pierde, 
cereza  en  sangre  teñida. 

Roja  manzana,  y  traslado 
de  vuestra  boca  y  mejillas, 
y  destas  verdes   orillas 
agraz  verdoso  y  morado. 
Tomad,  que  si  yo  decía 
que  ha  de  cogerse  a  la  aurora, 
al  medio  día,  señora, 
hacéis   que  amanezca  el  día. 

Flaminia.       Quiero  estas  manillas  darte 
si  a  tu  dama  las  ofreces. 

DoRisTO.     Harélo  ansí.  Bien  pareces 
hija  de  Alejandro  o  Marte. 

Flamixia.       Vente,   Albania,   por   aquí. 

Albania.     Triste  vas. 

Flaminia.  ¿  Pues  hay   consuelo 

para  mi  mal  ? 

DoRiSTO.  Guarde  el  cíelo 

tus  años. 

Flaminia.  ¡  Triste  de  mí ! 

(Vanse  las  dos,  y  queda  Doristo  solo.) 

DoRISTO. 

No   tiene   el   hombre   obligación    forzosa 
como  servir  a  la  mujer,  que  ha  slao 
a  quien  debe  la  vida  que  ha  tenido, 
y  mucho  más  cuando  es  mujer  hermosa. 

No  tiene  el  aire,  el  mar,  el  mundo,  cosa 
que  para  la  mujer  no  haya  nacido, 
desde  el  oro  en  las  minas  escondido 
hasta  en  los  muros  del  jardín  la  rosa. 

Si  corre  alguna  fuente  mujer  dice; 
mujer  dicen  los  aires,  y  están  llenas 
las  aves  de  su  amor  por  estos  ramos. 


¡  Maldiga  Dios,  amén,  quien  las  maldice, 
que  aun  para  contemplar  a  Dios  son  buenas, 
si  como  sus  milagros  las  miramos ! 

(Sale  RosELiANO   v  Telefrido,   en   hábito 
de  soldados.) 


roselian. 
Telefrid. 
Roselian. 
Doristo. 


Roselian. 
Telefrid. 
Roselian. 
Doristo. 

Roselian. 
Doristo. 

Roselian. 


Doristo. 


Roselian. 


Doristo. 
Roselian. 


Doristo. 


Roselian. 

Doristo. 

Roselian. 

Doristo. 

Roselian. 

Doristo. 

Roselian. 

Doristo. 

Roselian. 

Doristo. 

Telefrid. 


Otorga  en  todo  conmigo. 
A  gran  peligro  te  pones. 
Ya  es  tarde  para  razones. 
¡  Hola  !  ¡  Aho,  gente  !  ¿  A  quién  digo  ? 

¿He  de  quitarme  la  honda 
o   ir   allá   con   un  lanzón  ? 
Aquí  ha  de  entrar  la  invención. 
¿Qué  queréis  que  le  responda? 

A  mí  me  deja  con  él. 
Echa  por  allá  en  mal  hora, 
que  aún  anda  aquí  mi  señora. 
¿Guardas  aqueste  vergel? 

De  sus  hortelanos  soy. 
¿Por  adonde  habéis  entrado? 
¡  Gracias  a  Dios  que  he  llegado 
y  donde  he   nacido   estoy ! 

Déjame,  amigo,  besar 
esa  tierra. 

Alzaos  del  suelo, 
que  voto   al   sol  que  recelo 
que  me   venís   a   engañar. 

Déjame  besar,  amigo, 
estas  hierbas  que  pusieron 
las  manos  que  a  mí  me  hicieron. 
¡  Que  os  vais  noramala,  digo  ! 

¡  Oh,  maldiga  Dios  la  guerra, 
que  ansí  de  vos  me  apartó, 
y  el  traidor  que  me  sacó 
de  mis  padres  y  mi  tierra. — 

Dime,  amigo  :   ¿  son  difuntos 
Florino  y  Rosana? 

Ahí  están, 
en  poder  del  sacristán, 
más  ha  de  dos  años  juntos. 

¿Que  murieron? 

Ya  murieron. 
¡  Ay,  mis  padres  ! 

;  Padres  ? 
Sí. 
¿  Cómo  padres  ? 

Su  hijo  fui. 
¿  Cómo,  si  a  mí  me  parieron  ? 

¿A  vos? 

¡  A  mí,  juro  a  Dios  ! ; 
aunque  no  era  tan  barbado. 
Sin  duda  el  hombre  es  taimado. 


648 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


ROSELIAN. 

DORISTO. 

ROSELIAN. 


DORISTO. 
ROSELIAN. 
DoRISTO. 
ROSELIAN. 

DORISTO. 
ROSELIAN. 

DORISTO. 

ROSELIAN. 

DORlSTO. 


ROSELIAN. 
DORISTO. 


ROSELIAN. 
DORI6TO. 


ROSELIAN. 
DORISTO. 


Telefrid 
roselian 


¿Luego  sois  mi  herm'ano  vos? 
¿Quién  sois  vos? 

Soy   Florino, 
el  que  muchacho  llevaron 
los  soldados  que  pasaron 
a  la  conquista  de  Urbino. 
¿Vos  sois  Florino? 

Yo  soy. 
Yo  no  os  conozco,  aunque  os  vi. 
Fuera  de  casa  cumplí 
diez  años. 

¡  Al  diablo  os  doy  : 

Y  agora  vengo  de  allá 
a  ver  mis  padres  y  a  vos. 
¿  Engañáisme  ? 

j  No,  por  Dios  ! 
Pues  alto,  abrazadme  ya. 

Y  si  acaso  sois  ladrón, 
creed  que  no  rae  hurtaréis 
sino  cabras  diez  y  seis, 
tres  gabanes  y  un  colchón. 

Mas,  ¿sabéis  que  he  sospechado 
que  habéis  las  manillas  visto? 
¿Así  recibes,  Doristo, 
tu  hermano? 

¡  Estáis  tan  barbado  ! 

Nunca  tuve  en  estos  llanos 
pariente  mientras  fui  pobre, 
y  agora  que  es  oro  el  cobre 
salen  parientes  y  hermanos. 

No  falta  son  que  digáis 
que  este  otro  también  lo  es. 
¿Yo  hermano  por  interés? 
¡  Qué  lejos  del  caso  estáis ! 

Si  a  heredar  venís,  por  Dios, 
que  os  diga  lo  que  dejaron 
nuestros  padres,  que  finaron 
de  pestilencia  los  dos 

estas  hierbas  hizo  un  año. 
Que  no  quiero  hacienda  yo. 
Un  sayo  el  viejo  dejó 
de  Londrino,  muy  buen  paño ; 

sino  que  fué  de  su  abuelo, 
y  aun  él  lo  heredó  del  suyo. 
¡  Qué  mal  villano  ! 

Yo  arguyo 
mi  mal,  y  mi  bien  recelo. 


Doristo.        Dejó  mi  madre  un  monj 
que  cuarenta  años  había, 
remendado  como  pía; 
una  artesa  y  un  candil; 
ima  gentil  espetera, 


con  un  mortero  y  seis  platos; 
un  mastín  y  cuaitro  g-atos 
y  una  burra  paridera. 

Y  debían  treinta  reales 
de  unas  tierras. 

RosELiAN.  Buenos  son. 

Doristo.        Vino  a  casa  un  porquerón 
por  los  bienes  gananciales. 
Sacó  la  burra... 

RosELiAN.  ¿  Lloráis  r 

Doristo.     ¡  Heme  con  ella  criado  ! 
Hizo  almoneda  y  mercado 
della  y  lo  que  oyendo  estáis, 

Y  pagados  treinta  reales 
y  costas,  quedó  una  silla 
con  un  pie  y  una  costilla, 
el  mortero  y  dos  varales. 

Esto,  hermano,  se  está  ahí; 

no  quiera  Dios  que  yo  tome 

vuestra  hacienda. 
Telefrid.  No  come 

el  pan  de  balde. 
Roselian.  Es  asi. — 

¡  Ay,  Doristo.  el  que  viniera 

con   aquesa  confianza, 

con   qué   engañada   esperanza 

parte  de  tu  pan  pidiera! 
Yo  traigo,  gracias  a  Dios, 

dos  mil  ducados,  y  aun  más. 
Doristo.     Mas  entiendo  que  hallarás, 

Florino,  una  vaca  o  dos ; 
cien  ovejas  y  dos  muías, 

que  creo  se  me  olvidaba. 
Telefrid.  ¡  Qué  villano  ! 
Roselian.  ¡  Cosa  brava  ! 

Telefrid.  ¡  Me  espanto  que  disimulas ! 
Roselian.       Cuando  ya  rico  me  ves 

me  descubres  esa  historia. 
Doristo.     Soy  muy  flaco  de  memoria. 
Roselian.  Y  yo  de  todo  interés. 

Ponte  esta  hermosa  cadena 

que  compré  en  Roma  por  ti. 
Doristo.     Tendrásme  cautivo  ansí. 
Roselian.  Y  esta  sortija,  que  es  buena. 
Doristo.         Parece,  por  Dios,  que  ya 

te  voy  conociendo. 
Rosell-vn.  ¿Y  cómo? 

Doristo.     Que  del  rostro  indicios  tomo 

por  los  que  el  alma  me  da. 
¿Es  ésta  fina? 
Roselian.  ¿Pues  no? 

Doristo.     Ya  te  conozco  del  todo. 


(Ap.) 


ACTO  PRIMERO 


649 


RosELiAX.  Conocerás  dése  modo 

quien  nunca  te  conoció. 

Tu  hermano  soy,  por  la  prueba. 
DoRiSTO.     Tú  lo  dices,  que,  por  Dios, 
que  yo  entiendo  que  los  dos 
lo  somos  de  Adán  y  Eva. 

Vente  a  descansar  la  siesta. 
RosELiAX.  Hermano,  mi  intento  es 
no  gastar  este  interés, 
que  tanta  sangre  me  cuesta. 

Quiero  mudar  este  traje 
y  conservar  lo  ganado ; 
mi  padre  no  fué  soldado, 
ni  le  ha  habido  en  mi  linaje. 

Yo  quiero  ser  labrador 
y  casarme  con  mi  igual, 
que  con  este  buen  caudal 
compraré  hacienda  y  valor. 

Estaráse  este  vestido 
para  que  galán  tú  seas, 
si  acaso  en  toros  deseas 
salir   al   soto   polido. 

Labrador  nací,  no  quiero 
sino  morir  como  digo. — 
Vos,  Telefrido,  mi  amigo, 
camarada  y  compañero, 

venidme  a  ver,  que  esta  es 
mi  casa. 

El  tuyo  es  mi  gusto. 
Pues  murió  mi  padre,  es  justo 
morir  sirviendo  al  Marqués. 

Yo  me  voy,  y  volveré 
a  ver  lo  que  me  mandáis. 

(Fase  Telefrido.) 

RosELiAX.  Adiós. 

DoRisTO.  ¿Hermano,  no  entráis? 

RosELiAN.  ¡Plegué  a  Dios  que  con  buen  pie! 
No  más  plumas,  no  más  guerra ; 

hoy  vuelvo  a  ser  hortelano. 
DoEiSTO.     Como  hongo  es  este  hermano  (Ap.\ 

que  ha  nacido  de  la  tierra. 

(Vause,  y  sale  Hortensia   v  Tristán.) 

Hortensia. 

Que  no  entre  mi  prima  en  la  ciudad  no  es  cosa 
de  tanta  admiración.  Tristán  hermano; 
pero  en  palacio  es  fiera  espantosa. 

Tristán. 
Fiase  de  su  dicha  Roseliano. 


Telefrid. 
roselian. 

Telefrid. 


Hortensia. 
Que  enloquecen  de  Flaminia  hermosa 
los  bellos  ojos  y  la  blanca  mano. 
¿  Señalóse,  en  ef  eto,  en  el  torneo  ? 

Tristán. 
Por  señalar  el  fin  de  su  deseo. 
Hortensia. 
¿Quién  fué  el  mantenedor? 

Tristán. 

Armindo  el  bravo ; 
con  nunca  vista  gala  y  bizarría 
de  oro  y  azul,  y  en  la  celada  un  pavo 
que  los  cien  ojos  de  Argos  extendía: 
"Comienzo  en  alto  y  en  humilde  acabo", 
dice  la  letra  que  un  cartón  traía. 
Entró  galán,  y  fueron  sus  padrinos 
Tebaldo,  Alfredo,  Horacio  y  Valdovinos. 

Aventurero  le  siguió  Finardo, 
por  divisa  un  león  y  una  paloma, 
el  león  herido  del  amor  gallardo 
y  ella,  que  libremente  el  vuelo  toma, 
calzas  y  coselete  de  oro  y  pardo. 
"Lo  flaco  deja  amor,  lo  fuerte  doma", 
dice  la  letra,  que  un  padrino  lleva, 
siéndolo  el  Conde  de  Arles  y  el  de  Teba. 

De  blanco  solamente  Roseliano, 
con  un  lienzo  los  ojos  encubiertos, 
llevaba  un  sol,  que  la  humedad  de  un  llano 
levantada  a  sus  rayos  encubiertos. 
"Quien  las  saca,  las  seca",  dice  en  vano 
la  divisa  de  casos  tan  inciertos. 
Yo  y  Telefrido  sus  padrinos  fuimos, 
que  vale  este  criado  por  dos  primos. 

Entró  el  marqués  Lucindo  de  encarnado, 
una  culebra  entre  dos  manos  puesta: 
"Invidia",  dice  en  un  cartel  dorado, 
"Está  la  gloria  de  mi  bien  opuesta". 
Próspero  entró  con  él,  y  de  morado 
Florando,  el  más  gallardo  desta  fiesta: 
era  su  empresa  un  águila  sin  miedo 
mirando  al  sol;  la  letra  dice:  "Puedo". 

Descubriéndose  un  carro  en  este  punto, 
sobre  un  caballo  bla^jco  entró  la  fama; 
traían  cuatro  monstruos  un  difunto, 
saliendo  de  las  andas  una  llama. 
El  negro  carro  a  los  jueces  junto, 
alzóse  el  muerto,  y  dijo  que  a  su  dama 
muerto  agradaba  y  muerto  pretendía 
servirla,  pues  que  vivo  no  podía. 

Vino  galán,  como  le  viste,  Armindo, 


650 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


sobrino  del  Marqués,  y  en  la  tarjeta 
trajo  pintado  a  Amor,  hermoso  y  lindo, 
sobre  los  cielos  que  su  amor  sujeta, 
y  luego  un  monte  de  Elicona  y  Pindó, 
preciándose  con  ellos  de  poeta, 
se  descubrió  con  nueve  musas  solo, 
y  él  entre  Marte  y  el  divino  Apolo. 

Uno  le  da  la  lanza,  otro  la  pluma, 
y  él  la  pluma  a  la  fama  inmortal  dando, 
tomó  la  lanza  a  Marte ;  siendo,  en  suma, 
Enio  en  la  pluma  y  en  la  lanza  Orlando. 
Descubriéndose  un  mar  de  blanca  espuma, 
dos  delfines  bellísimos  nadando 
■en  una  concha  a  don  Dionís  presentan, 
y  echando  fuego  el  regocijo  aumentan. 

Por  no  cansarte,  galas,  invenciones, 
fueron  notables  de  una  y  otra  gente, 
gozando  aquellas  damas  mil  blasones, 
porque  estuviste  de  la  fiesta  ausente. 
Y  como  siempre  paran  en  quistiones, 
la  misma  noche,  de  tu  calle  enfrente, 
quisieron  dar  la  muerte  a  Armindo  cuatro : 
destas  tragedias  sombras  y  el  teatro. 

Llegamos  Roseliano  y  yo.  y  de  suerte 
le  defendimos,  que  cobró  la  vida, 
huyendo  los  ministros  de  su  muerte 
y  no  siendo  persona  conocida. 
El,  obligado   a   su   dichosa   suerte, 
a  su  primo,  con  alma  agradecida, 
convida  a  sv  posada,  y  él  lo  aceta, 
y  diciendo  quién  es,  se  le  sujeta. 

Hortensia. 
¿Luego  con  él  está? 

Tristán. 

Tanto  ha  podido 
la  pasión  de  Flaminia. 

Hortensia. 

Pites,  hermano, 
hoy  le  quiero  ir  a  ver,  por  ver  qué  ha  sido 
la  desesperación  de  Roseliano. 

Tristán. 
Yo  parto  a  ver  si  hay  coche  apercebido, 
que  su  remedio  y  vida  está  en  tu  mano. 
Habla,  Hortensia,  a  Flaminia,  que  el  castigo 
es  bajeza  tendido  el  enemigo. 

(Vase) 

Hortensia. 
Si  al  rendido  enemigo  fué  bajeza, 


tirano  amor,  ejecutar  castigo, 

¿  qué  te  debe  mi  pecho,  que  conmigo 

usas  de  tu  vitoria  sin  nobleza? 

Rendida  estoy,  confieso  mi  flaqueza; 
a  tu  prisión  mi  libertad  obligo, 
no  me  defiendo,  pues  tu  guerra  sigo, 
que  no  tiene  defensa  tu  fiereza. 

Amor,  yo  soy  mujer;  por  lo  que  tienes 
de  ser  hombre,  aunque  Dios  piedad  te  venza, 
que  es  vergüenza  mayor  a  sangre  y  fuego ; 

mas  no  acierto  a  pedir  que  el  arco  enfrenes, 
que  mal  podrá  tener  miedo  o  vergüenza 
quien  ha  tanto  que  está  desnudo  y  ciego. 

(J'^anse,  y  sale  Flaminia  y  Albania.) 

Flaminia.       ¿  Cómo  no  es  posible  hablarte 
en  palacio  sin  temor? 
Aquí  vuelvo  a  declararte 
de  la  historia  de  mi  amor, 
siendo  la  segunda  parte. 

Llégate,  Albania,  a  esta  fuente, 
porque  el  son  de  su  corriente 
lágrimas  y  lengua  mueva. 

Albania.     No  hayas  miedo  que  se  atreva 
si  la  de  tus  ojos  siente. 
Habla  y  descansa  conmigo. 

Flaminia.  Es,  pues,  la  parte  segunda 
de  la  historia  que  prosigo 
muy  lastimosa  y  profunda 
en  el  bien  de  mi  enemigo. 

Y    cuando,   necesidad 
en   esta  conformidad 
obliga  a  entrar  por  sus  puertas, 
son  las  esperanzas  muertas 
y  el  vivir  temeridad. 

{Sale  Roseliano  con  un  azadón.) 
Roseliano. 

Amor,   amor,  un  hábito  vestí 
con  que  parezco  yo,  mas  no  soy  yo; 
por  ti  mi  entendimiento  se  perdió 
y  me  ha  dejado  la  razón  por  ti. 

•Cuando   contemplo  lo  que  soy  y   fui, 
pienso  que  i\x  poder  me  transformó : 
de  todo  lo  mejor  que  Dios  me  dio 
ya  no  ha  quedado  cosa  buena  en  mí. 

Mi   ser  perdiendo  la  memoria  va, 
que  como  mi  discurso  te  entregué 
del   gusto  la   razón  vencida  está. 

Soy  labrador  que  el  viento  aré  y  sembré 
en  tierra  que  mis  ojos  riegan  ya, 
siendo  la  muerte  el  fruto  de  mi  fe. 


ACTO  PRIMERO 


651 


(Sale    DoRisTo.) 


DORISTO. 


ROSELIAN. 


DoRISTO. 
ROSELIAN. 
DORISTO. 
ROSELIAN. 

DORISTO. 

Flaminia. 

DORISTO. 

Flaminia. 

DORISTO. 


ROSELIAN. 

DoRISTO. 

ROSELIAX. 


Albania. 

DORISTO. 
ROSELIAN. 


Albania, 
roselian. 


Eso  sí,  con  bendición 
colgad,  Florino,  la  espada 
de  dorada  guarnición 
y  asid  la  encina  manchada 
del  cabo  del  azadón. 

Romped  la  tierra  a  placer, 
que  con  el  poder  comer 
lo  que  aquí  habéis  de  sembrar; 
que  más  vale  aquí  sudar 
que  no  allá  sangre  verter. 

¿Cómo  va  del  nuevo  oficio? 
No   me   da   mucha   pereza, 
que  este  roble  es  buen  indicio, 
porque    la    naturaleza 
vuelve  a  su  antiguo  ejercicioi 

Más  quiero,   por  Dios,   aquí 
cavar  esta  tierra  ansí 
por  una  cebolla  y  pan, 
que  sufrir  un  capitán 
soberbio  y  tirano  en  mí. 

i  Ah,  pese  a  quien  me  parió ! 
¿Cómo? 

Que  está  aquí  mi  ama. 
¿Pues  tengo  la   culpa  yo? 
i  A   fe  que  es  hermosa  dama ! 
No  hay  remedio,  ya  nos  vio. 

Hinca  la  rodilla  en  tierra. 
¿  Quién    es  ? 

Soy  el  hortelano; 
Doristo  soy. 

Vete  y  cierra. 
Y   ése,    ¿quién    es? 

Un    mi    hermano, 
que  ha  venido  de  la  guerra. — 

Llega  y  la  mano  le  besa. 
¿Pues  quién  es? 

Es  la  Marquesa. 
¡  Ah,  sí!,  ¿la  Marquesa  es? — 
Dadme,   señora,   los  pies; 
el  cielo  os  haga  duquesa. 

No  dijo  mal  el  villano 
si  de  Calabria  dijera. 
¡  Hola !,  conozca  a  mi  hermano. 
No  por  lo  que  traigo  afuera, 
que  es  vestido  pobre  y  llano. 

El  alma  ha  de  conocer 
que  está  en  aqueste  vestido. 
El  villano  es  bachiller. 
Soldado,  señora,  he  sido, 
y  he   venido   a   pretender. 


Flaminia.       Buen  hábito  habéis  tomado 
para   vuestra   pretensión. 

RosELiAN.  Antes  con  éste  he  llegado, 
a  vista  del  galardón 
que  me  tiene  amor  guardado. 

Que  si  por  éste  no  fuera 
no  hayáis  miedo  que  él  me  viera;  (i) 
aqueste  me  trajo  acá, 
que  el  alma  que  dentro  está 
trae  el  aforro  de  fuera. 

Yo  juro  que  el  azadón 
cavando  a  enterrar  alcanza 
lo  que  siembra  el  corazón, 
que  es  fruto  que  a  mi  esperanza 
ha  de  dar  la  posesión. 

Flaminia.       ¿Qué  sembráis? 

RosELiAN.  Lágrimas,    luto 

y  deseos  en  tierra  ajena. 

Fl.\minia.  ¿y  esos  qué  dan  por  tributo? 
Supuesto  que  siembran  pena, 
han  de  dar  gloria  por  fruto. 

Doristo.         ¡  Valga  el  diablo  tal  hermano  ! 
¿Qué  es  lo  que  dices,  Florino? 

Roselian.  Soy  soldado  y  cortesano, 

que  ante  un  rostro  tan  divino 
no  he  de  hablar  como  villano. 

Flaminia.       ¿De  dónde  sois? 

Roselian.  De  aquí  soy. 

Flaminia.  ¿Y  cuándo  venistes? 

Roselian.  Hoy. 

Flaminia.  ¿  Soldado  sois  ? 

Roselian.  De  conquista. 

Flaminia.  ¿Qué  conquistáis? 

Roselian.  Una  vista. 

Flaminia.  ¿Y  véisla? 

Roselian.  Viéndola  estoy. 

Flaminia.       ¿Quién  es? 

Roselian.  Fuego  en  que  me  quemo. 

Flaminia.  ¿Qué  deseáis? 

Roselian.  Declararme. 

Flaminia.  ¿Sois   conocido? 

Roselian.  Eso  temo. 

Flaminia.  ¿Por  qué? 

Roselian.  Porque  han  de  matarme. 

Flaminia.  ¿Quieren  os  mal? 

Roselian.  ,  ¡  En  extremo ! 

Flaminia.       ¿Quién  os  aborrece? 

Roselian.  Un  hombre. 

Flaminia.  ¿  Quién  os  ama  ? 

Roselian.  Una  mujer. 

(i)     En   el   ms.  :    "que   le   viera." 


652 


LOS   MUERTOS   VIVOS 


Flaminia.  ¿Cómo  os  llamáis? 

RosELiAN.  ¿  Yo  ?  Sin  nombre. 

Flaminia.  Decilde. 

RosELiAN.  No  puede  ser. 

Flaminia.  ¿Por  qué? 

RosELiAN.  Porque  no  os  asombre. 

Flaminia.       ¿Sois  gigante? 

RosELiAN.  Soy  pequeño. 

Flaminia.  ¿Pues  qué  buscáis? 

RosELiAN.  A  mi  dueño. 

Flaminia.  Yo   os   conozco. 

RosELiAN.  Bien   podéis. 

DoRiSTO.     Vos,  a  la  fe,  hermano,  hacéis 
por  donde  os  den  con  un  leño. 

RosELiAN.       Señora,  como  he  pasado 
tantas  tierras  y  naciones 
el  tiempo  que  fui  soldado, 
en  aquestas  ocasiones 
he  cierta  ciencia  estudiado. 
Alleg-ad,  que  yo  os  diré 
algunas  cosas  que  sé 
por  aquesa  blanca  mano. 

(Apartándose  a  iin  lado  los  dos  y  tomándole 
RosELiANo  la  mano  a  Flaminia.) 


DORISTO. 


Albania. 

DORISTO. 


Albania. 

DORISTO. 

Albania. 

DORISTO. 

roselian. 
Flaminia. 

roselian. 


DoRISTO. 


Sin  duda  el  hombre  es  villano ; 
mano  toma  y  danle  pie. — 

¿  Qué  os  parece,  Albania  hermosa, 
de  lo  que  quiere  decir? 
¿  Sábeslo  tvi  ? 

Es  cierta  cosa 
que  dirá  que  ha  de  parir 
y  ser  de  un  principe  esposa. 

Que  la  quiere  un  hombre  bien, 
aunque  la  muestre   desdén. 
¡  Oh,  fuego  en  mí,  que  esto  dice  ! 
¿  Que  éste  es  tu  hermano  ? 

El  lo  dice. 
¿Carnal? 

De  carne  es  también. 

¿  Conocéisme? 

¿  No  sois  vos 
el  hijo  del  Duque? 

Paso, 
no  me  descubráis,  por  Dios. 
que  pues  esto  por  vos  paso 
no  ha  de  salir  de  los  dos. 

Aunque  si  vos  pretendéis 
mi  muerte,   aquí  de   rodillas 
os  pido  que  me  matéis. 

(Arrodíllase.) 
¡  Qué  notables  maravillas ! 


RosELiAN.  Señora,  aquí  me  tenéis. 
Flaiminia.       No  sé,  enemigo,  qué  os  diga, 

que  hay  grande  peligro  en  esto. 
Roselian,  ¿Por  qué,  mi  dulce  enemiga? 
DoRisTO.     De  rodillas  se  le  ha  puesto. 

¿  Si  le  tienta  la  barriga  ? 
Que  ella  le  preguntará 

los  hijos  que  ha  de  parir, 

y  él  tanteándolo   está. 
Flaminia.  Yo  sólo  os  puedo  decir 

que  os  amo,  enemigo,  ya. 
¿  Veis  aquel  tronco  ? 
Roselian.  Sí,   veo. 

Flaminia.  ¿Veis  aquella  puerta? 
Roselian.  Sí, 

y  que  es  de  mi  cielo  creo. 
Flaminia.  Venid  esta  noche  allí, 

que  hablaros  largo  deseo. 
Y  adiós. 
Roselian.  Id  en  buen  hora. 

(Vase  Flaminia.) 

que  mi  esperanza  asegura 
y  trueca  en  gloria  la  pena. 
Albania.     La  voz  de  Flaminia  suena, 
sigo  mi  norte  y  ventura. 

(Vasc.) 

DoRlSTQ.         ¿Dices  tú  que  parirá? 

Roselian.  La  posesión  del  favor 

que  el  alma  esperando  está, 
bendito  el   fruto  de  amor 
y  la  tierra  que  le  da. 
¡  Oh,  soberana  belleza  ! 

DoRiSTO.     i  Grande  mal  se  me  endereza ! 

Roselian.  ¡  Amor,  tu  ayuda  me  valga ! 

DoRiSTO.     ¡Yo  juro  a  Dios  que  yo  salga 
las  manos  en  la  cabeza! 


ACTO  SEGUNDO 

(Salen  Roseliano  y  Telei-rido.) 

Telefrid.       ¿  Que  te  ha  puesto  en  tal  estado 
la  que  nunca  está  segura? 

Roselian.  Ningún  mortal  ha  llegado 
en  brazos  de  su  ventura 
adonde  me  ha  levantado. 

Telefrid.       Tan  alto  estás,  que  a  sus  brazos 
han  llegado  tus  abrazos? 

Roselian.  No  dudo  que  si  cayese 

de  adonde  estoy,  que  me  hiciese 


ACTO  SEGUNDO 


653 


Telefrid. 


ROSELIAN. 


Telefrid. 
roselian. 
Telefrid. 
roselian. 


Telefrid. 
roselian. 


antes  del  cielo  pedazos. 

Los  amantes  todos  van 
más   altos   que    el  pensamiento, 
y  así  sobre  el  cielo  están, 
y  es  que  viven  en  el  viento 
y  al  aire  esperanzas  dan. 

Allá  tendrás  la  razón 
de  tu  loca  pretcnsión. 
¿El  viento  dices  que  alcanza? 
Pues  ya  pasó  de  esperanza, 
que  ha  llegado  a  posesión. 

¿A  posesión? 

Es  sin  duda. 
Cuéntame  el  caso. 

Sí   haré; 
diré  una  verdad  desnuda, 
porque  veas  que  una  íe 
hielos  qu€ma  y  montes  muda. 

De  su  imposible  lo  creo. 
No  hay  imposible  deseo, 
que  la  fe  lo  vence  todo. 
Oye,  y  verás  de  qué  modo 
tan  alta  gloria  poseo. 

En  este  rústico  traje 
con  que  jardinero  he  sido 
destas  flores  que  me  escuchan 
)'  destas  murtas  y  mirtos, 
destas  a  quien  dan  mis  ojos 
COJTK»  el  aurora  rocío, 
que  antes  della  a  llorar  salgo 
y  con  el  sol  me  despido. 
Destas  fuentes,  que  mil  veces 
han    murmurado    conmigo 
las  ausencias  de  aquel  ángel 
si  faltaba  deste  sitio. 
Destos  laureles  que  fueron 
brazos  de  Daphnes  altivos 
destos  fresnos  acopados 
y   destos   olmos   sombríos. 
La  primera   vez   que   pude 
hablé  a  Flaminia  atrevido, 
que  el  amor  que  no  se  atreve 
no  cumple  bien  con  su  oficio. 
Represéntele  mi  amor 
con  lágrimas  y  suspiros, 
y  vi  del  suyo  la  fuerza 
en  unos  ojos  divinos. 
Dióme  licencia  de  hablarla 
por  un  pequeño  postigo 
que  del  palacio  a  la  huerta 
sale  por  estos  alisos. 
Vino  la  noche,  callada 


con  sus  temerosos  hijos; 

la  sombra,  el  hurto  y  el  sueño, 

y  fuese  el  sol  a  los  indios. 

Yo  entonces,  como  las  aves 

que  van  dejando  sus  nidos, 

porque   aborrecen  la  luz, 

su  escuro  manto  bendigo. 

Dejo  mi  rústico  traje; 

armas  y  galas  me  visto, 

y  aguardo  a  que  el  ángel  abra 

la  puerta  del  paraíso. 

¿  No  has  visto  el  alba,  que  rompe 

de  la  noche  el  manto  frío  ? 

¿No  has  visto  el  sol,  que  tras  ella 

muestra  sus  cabellos  rizos? 

Pues  desa  manera  veo, 

con  ojos  del  cuerpo  indignos, 

a  Albania  y  luego  a  Flaminia, 

alba  y  sol  y  cielos  míos. 

Lo  que  allí  pasó  entretanto, 

que  las  puntas  de  los  riscos 

de  blanca  luz  se  bordaron, 

¿  cómo  es  posible  decirlo  ? 

No  le  enoja  tanto  el  día, 

entre  nubes  de  zafiros, 

al  preso  que  está  esperando 

imorir  por  algún  delito, 

como  a  mí,  que  la  perdí 

cuando  el  sol  a  verla  vino, 

aunque  salí  de  sus  ojos 

de  mil  esperanzas  rico, 

partí  tan  loco  de  ver 

tan  presto  de  mi  edificio 

las  torres  entre  las  nubes, 

que  me  espanto  cómo  vivo. 

Todo   aquel   día  pasé 

retirado  yo  en  mí  mismo, 

bien  que  a  ratos  discurriendo, 

que  mis  secretos  testigos, 

fuentes,   árboles   y   flores, 

salvias,  violetas,  lantiscos, 

retamas,  rosas,  mosquetas, 

jazmíries,  claveles,  lirios, 

eran  a  quien  j^o  decía 

¿habéis   por   ventura   visto 

algún  hombre  más  dichoso 

en  la  orilla  destos  ríos? 

Respondedme,  hermosas  plantas ; 

habladme,  cristales  limpios; 

haced  vuestros  ojos  lenguas 

y  vuestras  aguas  oídos. 

Llegó  otra  vez  a  mis  ojos 


654 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


la  noche,  y  el  día,  prolijo, 

huyendo    fué   de   su   sombra, 

de  su  tiniebla  ofendido. 

Volví  a  mi  huerta,  y  hallé 

sólo  a  mí  bien,  que  me  dijo : 

"i  Qué  largas  horas,  esposo, 

para  sin  vos  y  conmigo!" 

Lloré  de  tierno,  y  besando 

sus  blancas  manos,  escribo 

con  mis  lágrimas  en  ellas 

la  fe  de  ser  su  marido. 

Y  imprimiéronse  en  su  nieve 

de  tal  suerte,  que  imagino, 

aunque  eran  de  agua,  que  el  tiempo 

no  las  borre  en  muchos  siglos. 

Así  han  pasado  los  días 

que  en  este  jardín  me  has  visto, 

donde  no  ha  pasado  noche 

sin   los   favores   que  digo. 

Ella  afirma  que  es  mi  esposa, 

yo  que  soy  su  esposo  afirmo, 

aunque  pese  a  nuestros  padres, 

que  han  sido  siempre  enemigos. 

No  es  ésta  de  las  mujeres 

que  tienen  la   fe  de  olvido, 

el  blanco  pecho  de  cera 

y  la  firmeza  de  vidrio; 

y  aunque  es  juntar  elementos 

hacer  a  los  dos  amigos, 

quizá    lo    serán    los    padres 

por  la  amistad  de  los  hijos. 

Telefrid.       ¡  Admirado  estoy  I 

RosELiAX.  Bien  puedes, 

Telefrido,  estar  suspenso, 
y  es  muy  justo  que  lo  quedes 
de   saber  que  el   cielo   inmenso 
me    ha   hecho    tantas   mercedes. 
De    Flaminia    esposo    soy. 

Telefrid.  ¡  Notable  ha  sido  la  traza ! 

RosELiAN.  Gente  suena. 

Telefrid.  Yo  me  voy. 

RosELiAN.  Si  el  ^Marqués  saliese  a  caza, 
seguro   esta  noche   estoy. 

{Vase    Telefrido,    v    salen    el    Marqués    y    Armin- 
DO,  su  sobrino.) 

Marqués. 
Que  hayas  disimulado  estoy  corrido 
lo  que  la  sangre  del  honor  me  toca. 

Armindo. 
Parecióme,    señor,    más    noble    término 
tomar  yo  por  mis  manos  la  venganza. 


AIaroués. 
¿Que    Finardo,    sobrino,    se   atreviese 
a  poner,  como  aleve  temerario, 
las  suyas  en  mi  sangre? 

Armindo. 

Si  algo  puede 
la  que  tengo  de  ti  con  los  servicios 
que  te  ofrecí  desde  mis  tiernos  años, 
te  suplico,  señor,  que  no  castigues 
la  celosa  locura  de  Finardo, 
i   que  amor  exento  vive  de  castigo 
por  la  disculpa  que  consigo  trae. 

I  ]\Iaroués. 

I 
Por  lo  menos  no  excuso  su  destierro. 

Armindo. 
En  eso,  gran   señor,  harás  tu  gusto; 
y  pues  el  tuyo  es  ir  agora  a  caza, 
en  ella  trataremos  con  espacio 
lo  que  te  pareciere  conveniente 
para  excusar  escándalo  en  tu  corte, 
que  )'a  conoces  mi  humildad. 

Marqués. 

Conozco 
que  correspondes  a  tu  heroico  padre 
y  al   generoso  tronco  de  que  vienes. 

Y  aunque  es  verdad,  sobrino,  que  esta  caza 
la  intento  por  mi   gusto,  como  dices, 
nace  de  declararte  mis  propósitos, 

que  es  la  ocasión  que  a  soledad  me  lleva 
la  confusión  huyendo  de  la  corte 
la  carga   del  gobierno,   y  los  negocios, 
que  no  me  dan  lugar  sin  esta  excusa. 

Y  porque   ya  -llevemos  los   principios, 
mientras   la   gente   de   la   caza   llega 

a  la  puerta  del  parque,  estáme  atento, 
y  mira  si  hay  alguno  que  me  escuche. 

Armindo. 
Aquí  está  solamente  un  hortelano 
igualando  las  murtas  destos  cuadros; 
hablar  podrás,  señor,  que  es  hombre  rústico, 
y  solamente  a  su  trabajo  atento. 

Marqués. 
Sobrino,  yo  estoy  viejo,  y  mis  negocios 
me  quitan  la  salud  a  toda  priesa; 
ningún  mortal  de  cuantos  hizo  el  cielo 
sabe  la  hora,  si  él  no  se  la  dice, 
en  que  le  ha  de  llevar  a  su  juicio 
a    ser    señor   y   príncipe    cristiano. 


ACTO  SEGUNDO 


655 


de  no  cuidar  de  sucesión,  y  quiero 
que  sea  breve  el  responderme  en   esto, 
porque  la  remisión  daña  al  bien  público. 

ROSELIANO. 

¡Válgame  Dios!,  ¿qué  es  esto  que  se  trata? 
¡  Ay,  viento,  no  me  impidas  que  lo  escuche, 
antes  me  trac,  como  fiel  amigo, 
a  mis  oídos  las  razones  todas  ! 

Armixdo. 
Señor,  si  a  tu  divino  entendimiento 
y  los  discursos  del  gobierno  tuyo 
quisiera    comparar    antiguos    príncipes, 
dijera  que  eras  un   Pompilio  nuevo, 
un   famoso  Catón  y  un  gran  Licurgo. 
A  tu  cristiano  pecho  es  conveniente 
pensar  en  lo  que  importa  a  tus  estados, 
dejar  quien  los  gobierne  y  te  parezca, 
agradezco  el  secreto  que  me  encargas 
y  el  tratar  tus  negocios  con  mi  pecho. 

]\Iaroués. 
¿A  quién  mejor  que   a   ti   puedo   fiarlos? 
Y  para  que  conozcas  que  en  el  mío 
no  hay  cosa  que  más  prive,   estáme  atento. 
Yo  no  tengo  más  hija  que  Flaminia, 
hermosa,   aunque   lo   diga   como   padre, 
y   virtuosa   por   igual    extremo ; 
ésta  me  piden  en  Italia  y  Francia 
mil    príncipes    diversos,    mil    señores, 
y   aunque   pudiera   darme   estado  alguno, 
mejor  es  que  no   salga  de  mi   sangre, 
habiendo    de   mi    sangre    tu    persona, 
en  quien  Flaminia  tenga  esposo  y  primo 
y  yo  sobrino  y  yerno,  a  quien  soy  padre. 
Esto  me  pide  amor;  ti'i  eres  mi  hijo; 
yo  te  he  querido,  hereda  mis  estados 
y  goza  de  Flaminia  ?argo  tiempo. 

(Hinca   la   rodilla.) 

Armindo. 

Dame   esos  generosos  pies   ilustres 
por  tan  alta  merced,  príncipe  heroico. 

Marqués. 
Alza  del  suelo, 

Armindo. 
De  éste  me  levantas 
al  cielo  de  tus  méritos,  haciendo 
eterno  el  gran  valor  de  tu  hechura. 
¿Posible  es  que  me  elijas  por  tu  hijo? 
¿Posible  es  que  Flaminia  es  ya  mi  esposa? 


jMarqués. 
Yo  soy  quien  gana  en  esto  honra  y  provecho. 

ROSELIANO. 

¡  Y  yo  quien  pierdo  en   esto  vida  y  alma ! 
¡  INIisero  yo  !    ¿  Qué  cobardía  es   ésta  ? 
¿Cómo  no  me   atravieso  este  vil  pecho? 

Marqués. 
La  gente  llega  al  coche  y  los  caballos; 
el  día  es  pardo ;  allá  tendré  la  noche 
y  podremos   hablar   de   los   conciertos. 

Armindo. 
Sabes   que   en   todo   soy  hechura   tuya. 

Marqués. 
Quiero  a  lo  menos  que  mi  honor  conozcas. 
{Vausc,  y  queda  Rcseliano.) 

RosELiAN.       ¿A  qué  más  puede  llegar 
mi    desventura    importuna  ? 
¡Ay,  Dios!,  ¿cómo  la  fortuna 
no  sabe  en  el  bien  parar? 
Tras  un  encuentro  un  azar, 
que  el  amor  es  como  el  dado, 
con  el  bien  y  el  mal  pintado : 
estaba  en   el  bien,  volvióse 
la  suerte  al  mal,  y  perdióse 
todo  el  favor  conquistado. 

Ya  mi  Blaminia  se  casa 
con  su  primo  y  con  mi  amigo. 
¡  Oh,  qué  mal  un  enemigo 
será  dueño  de  una  casa ! 
Cometa  es  el  bien,  que  pasa ; 
encendido  brevemente, 
el  mal  dura  eternamente ; 
y  de  tal  manera  dura, 
que  la  muerte  no  procura 
acabar  al  que  le  siente. 

Fuentes,  a  quien  dije  el  bien, 
cuando  fué  mi  bien  igual, 
oíd  agora  mí  mal 
y    acompañadme    también.  .. 
Jardines  y  tierra,  en  quien 
sembré  esperanza  y  favor, 
vuestro  triste  labrador 
con  mal  tiempo  se  ha  perdido, 
pues  habiendo  abril  llovido 
le  seca  mi  vida  en   flor. 

Quien  se  tiene  por  seguro 
poco  en  los  bienes   advierte, 
porque  no  hay  contra  la  muerte 
torre,  defensa  ni  muro; 


656 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


cielo  claro  y  cielo  obscuro 
van  haciendo  noche  y  día. 
¡  Oh,  si  la  ventura  mía 
tras  esta  noche  trajese 
otro  sol,  que  al  alma  diese 
cierta  señal  de  alegría ! 

(Sale  Hortensia.) 

HoRTEN.  En  extremo  agradecida 

a  Flaminia,  que  me  ha  dado 
relación  de  su  cuidado, 
vengo   a   saber  de  tu  vida, 
primo   mío. 

RosELiAN.  ¿Qué  me  quieres? 

IIoRTEX.      ¿Pues  cómo  ansí  me  recibes, 
Roseliano?  ¿Triste  vives 
si  te  adora  por  quien  mueres? 

Hazte  escaso  del  secreto 
que  me  ha  dicho  a  quien  le  toca : 
sella,  callando  tu  boca, 
muy  a  lo  amante  discreto. 
Calla  el  bien,  a  lo   fiel, 
a  quien  ya  sabe  tu  mal; 
mira  que  para  señal 
me   ha    dado    aqueste   papel. 

RosELi.\N.       ¡  Ay,  Hortensia,  haz  cuenta  ya 
que  es  sentencia  de  mi  muerte 
ese  papel,  que  mi  suerte 
notificándome    está. 

No  pongo  duda  en  tu   fe 
ni  te  recibo  sin  gusto, 
que  sólo  me  da  disgusto 
la  triste  nueva  que  sé. 

Hoy  Flaminia  se  ha  casado. 

HoRTEN.      Contigo  debe  de  ser, 

que  tu  lengua   y   su   placer 
ahora  me  lo  han  jurado. 

RosELiAN.       ¡  Ay,  que  no,  que  si  eso  fuera 
era   vicioso    el   quejarme ! 
¡  Hoy  quiero  desesperarme, 
amor  me  manda  que  muera ! 
Y  pues  supiste  mi  gloria, 
que  ha  durado  como  ajena, 
oye,  Hortensia,  de  mi  pena 
una  breve  3^  triste  historia. 
Cavando  estaba  el  jardín 
y  estas  murtas  afeitaba, 
cuya  esperanza  aumentaba 
dando    a   mi    esperanza    fin, 

cuando  Armindo  y  el  IMarqués, 
no  llegando  los   caballos, 
midieron,   por   esperallos. 


Hurten, 
roseliax. 


IIORTEX. 


estas  carreras  a  pie. 

Trataron   del  sucesor 
que  ha  de  tener  el  estado, 
y   entonces,    con   más    cuidado, 
quise    escuchar    mi    dolor. 

Comenzaron   a   escoger 
marido  con  quien  casar 
a    Flaminia,    y    emplear 
al  estado  y  tal  mujer. 

j  Oh,  cuan  en  vano  se  que j  a 
de  la  muerte  nuestra  vida 
si,   por   dicha,   divertida 
mozos   corta  y  viejos   deja! 

Porque   yo,    con   los    favores 
que  Armindo  en  esto  te  daba, 
por   cortar  hojas,   cortaba 
los   cogollos   de   las   flores. 

Fué  resolución  postrera, 
que   aquí   el  espíritu   rindo, 
casar  con   Flaminia  a  Armindo. 
¡ Jesús ! 

¿  Qué  es  lo  que  te  altera  ? 

Ya  que  le  han  de  dar  marido, 
¿hay  quién  más  méritos  tenga 
ni  a  quien  más  justo  le  venga? 
¡  Mi  muerte  ha  sido  mi  oído ! 

Por  él  mi  muerte   es  notoria, 
por  él  se  ha  entrado   derecha, 
siendo  tus  palabras   flecha, 
hierba   y   veneno    tu   historia ; 

que  el  hierro  untado  con  ella 
me    ha    llegado    al    corazón 
en  la  más   fuerte   ocasión 
y  con  la  causa  más  bella. 

Haz   cuenta  que  ha   sido  un   tiro 
con  que  a  los  dos  nos  han  muerto; 
nuestro  mal  de  un  golpe  es  cierto ; 
por  lo  que  lloras  suspiro. 

Si  tú  a  Flaminia  quisiste, 
a  Armindo  3-0  que  ha  quebrado 
la  palabra  que  me  ha  dado 
3^    la    que    tú    recebiste. 

Galeras  en  nuestra  afrenta 
nos  dio  esta  muerte,  por  Dios, 
pues  acabamos  los  dos 
en  una  misma  tormenta. 

Hoy  hace   fin  una   suerte 
nuestro  amor,  siendo   infinito; 
1103-,  por  un  mismo   delito, 
nos   condenan    a   la   muerte. 

Hoy  los  dos  habernos  sido 
en   esta  amarga   ocasión 


ACTO  SEGUNDO 


657 


las  columnas  de  Sansón, 

que  hemos  de  un  golpe  caído. 

Hoy   flores  que   abrasó   el  hielo, 
hoy  álamo  y  yedra   fuimos, 
que  al  suelo  juntos  venimos 
de  un  rayo  mismo  del  cielo. 

Y  porque  se  nos  acuerde, 
hoy  somos  'licor  y  vaso, 
que   si    se  quiebran   acaso 
uno  con  otro  se  pierde. 

En  fin,  en  desdicha  igual 
a  entrambos  iguala  el  cielo, 
para   que  te  den  consuelo 
los   compañeros   del    mal. 
RosELiAX-       ¿  Es  posible  que  en  el  mío 
se  pueda  hallar   compañía? 
¡  Ay,  Hortensia  !  ¡  Ay,  prima  mía, 
que  en  vano  hablar  te  porfío ! 

Que  si  tengo  de  sentir 
los  dos  por  obligación, 
mayores  mis  males  son 
y  más  seguro  el  morir. 

Vuelve   a  Flaminia,  y  dirás 
esto  que*  ves,  y  procura 
que  esta  común   desventura 
no   vaya   adelante   más ; 

que,  pues  la  noche  se  cierra, 
presto  con  ella  estaré. 
HoRTEX.      Yo   presumo   que  -su    fe 

no  tiene  igual  en  la  tierra. 

Pero  palabra  te  doy 
de  no   salir  de  palacio, 
Roseliano,  en  el  espacio 
que   en   este  peligro   estoy. 

Xo  me  digas  de  tu  parte 
cosa  ninguna  este  día, 
pues  sabes  que  por  la  mía 
procuraré  remediarte. 

¿Que  Armindo  dijo  que  sí? 
RosELi.^N".  Por  tal  estado  y  mujer, 
¿qué    pudiera    responder, 
no  estando  fuera  de  ti  ? 

Ve,  por  Dios,  que  si  amor  puede 
lo  que  todos  dicen  del, 
no  hayas  miedo  que  el  cruel 
con   sobrino   y  yerno   quede. 

Todos  hemos  de  morir, 
o  a  Flaminia  he  de  gozar. 
HoRTEX.      Ahora    bien :    quiérola   hablar. 
RosELiAX.  Esto  le  puedes  decir. — 


(Vase  Hortensia.) 


Vil 


Jamás  toda  la  luna  está  serena 
ni  pasa  el  sol  su  curso  sin  nublado; 
no  está  siempre  contento  el  engañado 
ni  libre  de  la  mar  la  atada  entena. 

No  canta  alegre  siempre  Filomena 
ni  está  vestido  de  verdura  el  prado ; 
no  siempre  coge  fruto  el  que  ha  sembrado, 
el  rico  está  sin  mal,  el  Rey  sin  pena. 

No  corre  el  tiempo  sin  mudanza  alguna; 
detiene  el  ave  alguna  vez  su  vuelo; 
el  más  alegre  ha  de  tener  tristeza ; 

ni  siempre  está  de  un  rostro  la  fortuna, 
ni  siempre  en  Libia  hay  sol,  ni  en  Scitia  hielo, 
calma  en  el  mar  y  en  el  amor  firmeza. 

(^Vanse.) 
(Salen  FiNARDO,  Lavíxio  y  Doristo.) 

DoRiSTO.         Tal  atrevimiento  ha  sido, 
que  de  mí  quedo  espantado. 
¿  Cómo,  con  Aboces  que  he  dado, 
estos  muros  no  he  rompido? 
¿Vos  entrar  en  el  jardín? 

FiNARDO.     Doristo,  el  amor  me  abona; 
si  sabes  lo  que  es,  perdona, 
o  apercíbete  a  tu   fin. 

i  Vive  Dios,  que  si  una  voz 
te  sale  acaso  del  pecho, 
que  tras  ella  entre  derecho 
tu  muerte  y  mi  filo  atroz  ! 
Yo    vengo    determinado , 
no  me  repliques  razón ; 
ya   sabes   la   obligación 
de  un  hombre  precipitado. 

Doristo.         ¡  Por  Dios,  así  me  podéis 
matar  con  un  arcabuz, 
o  meter  de  punta  a   cruz 
ésa  tres  veces  a  seis, 

como   no    deje,    entretanto 
de  hablar !   Por  eso,  volveos. 

{Mete  mano  Fixardo  a  la  espada.) 

FixARDo.         ¡  Desvíate ! 

Doristo.  ¡  Deteneos, 

que  no  lo  digo  por  tanto  ! 

FiNARDO.         ¿  Hablarás  ? 

Doristo.  Escucha,    advierte... 

Fixardo.     ¡  Di  presto  ! 

DoRisfo.  •  ¡  Digo  que  no ; 

pesar   de   quien   me   parió, 
que  es  ver  el  rostro  a  la  muerte ! 

Lavixio.         ¿Es  muy  fea? 

Doristo.  Yo  os  prometo 

42 


658 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


que  lo  es  tanto,  que  al  más  loco 
le   hace    detener   un   poco, 
y  más  que  un  poco  al  discrero. 

¿Qué  es  lo  que  queréis  aquí, 
que  a  todo  os  quiero  ayudar? 

FiNARDO.     Por   estas    rejas   hablar 
una  dama. 

DoRiSTO.  ¿  Dama  ? 

FlNARDO.  Sí. 

DoRisTo.        ¿Quién  es? 

FiNARDO.  Hortensia  se  llama ; 

que  hoy  vino  a  ver  la  Marquesa. 
DoRiSTO.     ¿ Quiéresla  bien? 
FiNARDO,  Es   empresa 

que  me  cuesta  vida  y  fama. 
DoRiSTO.  ¿  Sabe  ella  que  estáis  aquí  ? 
FixARDO.     Vete,  Doristo,  a  acostar, 

que  yo  sabré  negociar 

esto  que  ane  importa  a  mí. 
Doristo.         No  habrá  más  que  hablar. 
FiNARDO.  Y  aun  eso 

no  sé  yo  cómo  ha  de  ser. 
Doristo.     No  dejéis,  por  Dios,  perder 

en  este  peligro  el  seso. 
Antes  que  el  alba  matice 

con  aljófar  estas  flores 

y  canten  los  ruiseñores 

las  quejas  que  el  mundo  dice, 
salid  del  jardín. 
FiNARDO.  Sí  haré. 

Doristo.     Pues  adiós. 
L.-wiNio.  ¡  El  hombre  es   fino  ! 

Doristo.     No  piséis  el  lechuguino, 

echad  por  de  fuera  el  pie. 
Lavinio.         Dale  a  este  hombre  alguna  cosa, 

que  el  dar  cuanto  quiere  halla. 
FiKARDO.     Aquí  traigo  de  mi  hermana 

una  sortija   famosa. — 
Doristo. 
Doristo.  Echad  por  la  loma. 

FiNARDO.     Tomad. 
Doristo.  No,  no,  señor. 

Lavinio.    Basta,  que  es  como  el  doctor, 

que  no  lo  quiere  y  lo  toma. 
Dqristo.        Ahora  yo  voy  acostarme; 

hablad  la  noche  y  el  día, 

y   todo    el    año. 
FixARDO.  Querría 

desta  sola   aprovecharme. — 
(Vasc  Doristo.) 

;  Fuese  el  villano  ? 


Lavinio. 

FlNARDO. 

Lavinio. 

FlNARDO. 

Lavinio. 


FlNARDO. 

Lavinio. 

FlNARDO. 


Lavinio. 


FlNARDO. 

Lavinio. 


Ya  es  ido. 
¿  Cómo  y  por  dónde  podré 
subir? 

Si  te  doy  el  pie, 
podrás  desta  reja  asido. 
Ruido  siento. 

El  Mai^qués 
debe  de  ser  que  se  apea ; 
pues  para  que  no  te  vea 
menester  habrás  los,  pies. 

Si  ha  de  entrar  por  el  jardín, 
en  grande  peligro  estoy. 
Huye,  señor. 

¡  Qué    mal    doy 
a  mis  esperanzas  fin ! 

¿Por  qué  tapias  saltaremos? 
Por  ésta,  que  está  más  baja, 
y  pues  llevamos  ventaja, 
no  temas. 

Vamos. 

Saltemos. 


(Vansc,  y  sale  Roseliaxo  de  caballero.) 

Roselian.  Noche,  para  todos  madre, 
que  el  sol  enemiga  nombra, 
hoy  es  razón  que  tu.  sombra 
más  que  su  lumbre  me  cuadre. 

Hoy,  si  me  dejas  gozar 
deste  dulce  bien  que  adoro, 
ofrezco  un  silencio  de  oro 
a  las  aras  de  tu  altar. 

Enluta   el   funesto  carro 
en  tiniebla  y  temor  nuevo, 
en  tanto  que  el  rubio  Febo 
entolda  el  suyo,  bizarro. 

Cubre,   pues   somos  amigos, 
de  sombra  tus  luces  bellas, 
que  aun  no  quiero  las  estrellas 
en  mi   secreto  testigo. 

Déjame  esta  vez  no  más, 
pues  ha  de  ser  la  postrera, 
que  en  aquellos  brazos  muera 
que  tú,  piadosa,  me  das. 

Deja  que  diga  a  mi  bien 
el  mal  que  a  los  dos  nos  toca, 
porque  la  mate  mi  boca 
y  a  mí  su  ojos  también. 

Esta  es  la  puerta;  algún  día 
para  mí  del  cielo  abierta, 
y  ya  del  infierno  puerta, 
en  que  pena  el  alma  mía. 

Sin  duda  siento  la  llave. 


ACTO  SEGUNDO 


659 


{Sale    Flaminia.) 
Flaminia.  ¿Eres  tú? 
'RosELiAN.  Soy  el  que  ayer 

fuí  tu  esposo. 
Flaminia.  Y  lo  has  de  ser 

hasta  que  el  mundo  se  acabe. 
RoSELiAK.  ¿Cómo,  si  Armindo  lo  es? 
Flaminia.  Hante,   mi   bien,   engañado, 

que  3^a  Hortensia  me  ha  contado 
íla  pretensión  del  IMarqués. 

Pero  primero  verás 
parado,   admirando   el   suelo, 
el  movimiento  del  cielo, 
y   su   inteligencia   más, 

que  no  sea  lo  que  fué; 
que  caiga  del  cielo  el  sol, 
que  falte  fe  al  español 
y  el  griego  guarde  la  fe. 

La  mar  espaciosa  enjuta, 
y  el  agua  en  las  luces  santas, 
que  lleven  oro  las  plantas 
y  las  minas  lleven  fruta. 

Que  se  vea  con  los  pies, 
que  se  ande  con  los  ojos, 
que  te  pueda  dar  enojos 
la  pretensión  del  Marqués. 

Entra,  hablaremos  despacio, 
dando  a  nuestra  vida  traza, 
que  él  está  ahora  en  su  caza 
y  está  seguro  el  palacio. 

Ea,  ¿para  qué  te  enojas? 
Tuya  soy,  ¿qué  te  entristeces? 
y  esto  lo  diré  más  veces 
que  estos   sauces  tienen  hojas. 

Anda  acá,  por  vida  tuya, 
que  tengo  mucho  que  hablarte. 
RosELiAN.  ¿Que  eso  merezca  escucharte 
y  que  tu  lealtad  no  arguyas? 

¡  Loco   estoy,  loco  es  amor ! 
¿Luego  si  de  aquí  te  llevo 
irás  conmigo? 
Flaminia.  Eso  debo 

a  tu  verdad  y  a  mi  honor. 
Entra. 
RosELiAN.'  Hoy  se  ha  de  ver  en  ti, 

Flaminia,  que  hay  mujer  fuerte. 
Flaminia.  Entra,  que  sola  la  muerte 
ane  puede  apartar  de  ti. 

(J'anse  y  sale  el  Marqués  y  .\RMI^"DO  y 
dos  Monteros.) 

Marqués. 
Seguros  estarán  de  mi  venida. 


Armindo. 
Como  has  dejado,  gran  señor,  la  gente 
cazando  por  el  bosque  entretenida, 
ni  acá  te  aguardan  ni  el  rumor  se  siente. 

Marqués. 

¿  Qué  hará  Flaminia  agora  ? 

Armindo. 

Recogida 
y  acostada  estará. 

Marqués. 
¡  Qué  alegremente 
seré  yo  de  sus  brazos  recebido 
y  tú  de  su  temor  como  marido ! 

Armindo. 
Si  quisiese,  señor,  significarte 
la  merced  que  me  has  hecho,  no  podría 
menos  que  el  alma  que  me  obligas  darte 
en  cambio  de  la  dulce  prenda  mía. 
Quisiera  ser  para  tus  guerras  Marte, 
Catón  para  tus  paces  este  día, 
Trajano  en  dicha.  Mucio  en  fortaleza, 
Platón  en  ciencia  y  Midas  en  riqueza. 

Cual  soy  me  ofrezco,  a  no  exceder  un  punto 
de  lo  que  fuere  tu  contento,  y  quiero 
que  al  faltar  esa  fe  quede  difunto 
al  hierro  infame  de  un  alarbe  fiero. 

Marqués. 
Harás  como  su  sangre  vuelva  junto 
ese  escuadrón  con  el  primer  lucero, 
que  quiero  suspender  este  ejercicio 
por  emplearme  en  más  piadoso  oficio. 

Ahora,  pues  que  tengo  llave,  entremos 
por  esta  puerta,  sin  hacer  ruido, 
donde  a  Flaminia  aquestas  nuevas  demos. 

Armindo. 
Por  la  noche  estará  su  sol  dormido. 

Marqués. 
Pues  ruiseñores  esta  vez  seremos 
despertando  su  luz  con  el  sonido 
de  nuestras  voces  y  la  nueva  historia 
que  le  ha  de  amanecer  con  tanta  gloria. 

Entro  primero.  Un  hombre  está  aquí  dentro 
y  una  mujer  subiendo  va  la  escala. 

Armindo. 
¿Hombre,   señor?    ¡Qué   temerario   encuentro! 
Llega  y  cierra  la  puerta  de  la  sala. 

Marqués. 
Teneos  vosotros;  no  entres  tú. 


660 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


Armindo. 

No  entro. 
Marqués. 
¿Qué  desvergüenza  a  la  que  he  visto  iguala? 

Armindo. 
Cerrado  está,  señor,  entre  dos  puertas. 

Marqués. 
¡  Y  las  de  mi  deshonra  están  abiertas ! 
¿Por  dónde  puedo  entrar? 

Armindo. 

El  jardinero 
desta  deshonra  alcahuete  ha  sido. 

Marqués. 
¿  Cuál  es  su  casa? 

Armindo. 

Aquélla. 

Llamar  quiero. 
Romped  las  puertas,  mas  no  hagáis  ruido. 

Armindo. 
¡  Hola,  Doristo ! 

I." 
¡  Ah.  gente ! 

i¡  Ah,    compañero ! 
i.° 
Es  labrador  y  está  a  placer  dormido. 

¡  Hola,  Doristo ! 

Rómpele  la  puerta. 

Marqués. 
¡  Cierto  es  mi  deshonor  ! 

Armindo. 

¡  Mi  muerte   es   cierta  I 
(Dentro  Doristo.) 

Doristo.        Algún   villano   ladrón 

que  vendrá  a  robar  la  fruta 
llama   en   aquesta   ocasión. 

Marqués.  ¡  Abre,  villano  ! 

Doristo.  ¡  Hi  de  puta, 

he  de  tomar  un  lanzón  ! 

Armindo.        ¡  Abre,  Doristo  ! 

Doristo.  ¿Quién  es? 

Armindo.    Armindo  soy. 

Marqués.  Yo  el  Marqués. 

Doristo.     ¡  No  tomaste  buena  traza, 


que  sabed  que  han  ido  a  caza 
y  volverán  de  aquí  a  un  mes  ! 

Marqués.  \¡  Ah,  villano,  ábreme  aquí ! 
O  echad  la  puerta  en  el  suelo. 

Doristo.     Gila,  escúrrete  de  ahí. 

{Dice  GiLA  dentro.) 

GiLA.  ¿  Qué  quieres,  que  estoy  en  pelo  ? 

¿Es  el  Marqués? 
Doristo.  Creo  que  sí. 

GiLA.  ¿Pues  qué  te  puede  querer? 

Doristo.     El  debe  ya  de  saber 

que  yo  estoy  amancebado 

contigo. 
Gila.  Y  bien,  ¿qué  has  hurtado? 

Es  más  que  ser  tu  mujer. 
Doristo.         Levántate. 
Gila.  ¿  Y  mi  sayuelo  ? 

Doristo.     Allí  está,  junto  a  la  bota. 
Gila.  El  vino  está  por  el  suelo. 

Doristo.     ¡  Sal  presto  ! 
Gila.  ¿  He  de  ir  en  pelota  ? 

Doristo.     Por  jugalla  estoy  sin  pelo. 
Gila.  ¡  Verá  el  diablo  !  ¡  El  gato  estaba 

en  mi  saya  !  ¡  Zape  aquí ! 

{Llaman.') 

Doristo.     Ya  salgo. 

Gila.  Quita  el  aldaba. 

Doristo.     ¡  Misericordia  de  mí, 

que  aun  agora  me  acostaba  ! 

{Salen   medio   dormidos  y    Jiíncanse    de   rodUias.) 

Marqués.        ¿Quién  es  aquesta  mujer? 
Doristo.     Señor,  por  no  le  tener, 

pedí  prestado  este  pan 

a  mi   compadre   Galván, 

que  está   fuera  desde  ayer. 
Gila.  Señor,  ya  yo  lo  decía 

que  nos  casásemos  luego. 
Marqués.    ¡  Ved  si  la  deshonra  mía 

ha  sido  incendio  de  fuego. 

pues  tales  centellas  cría  ! — 
Villano,  ¿quién  es  un  hombre 

que  por  esta  puerta  entró? 
Doristo.     No  sé,  gran  señor,  su  nombre, 

que  estas  paredes  saltó, 

sin  que  vuestro  honor  le  asombre. 
Quise  dar  voces,  y  al  fin 

temí  la  espada  que  al  pecho 

amenazaba  mi   fin. 
Marqués.    ¡  Buen  fruto,  gentil  provecho 


ACTO  SEGUNDO 


661 


de  haber  sembrado  el  jardín! 

¿Qué  te  dio? 
DoRiSTO.  Aquesta  sortija. — 

Dásela,   Gila,   al   señor — 

y  esas  manillas  tu  hija. 
^Marqués.    Ved  en  qué  anda  mi  honor 

sin  que  mi  sangre  le  rija. 
¿Luego  es  mi  hija  culpada? 
DoRiSTO.     Xo,  señor;  Hortensia  es, 

que  él  lo  dijo. 
Armixdo.  Eso    no    es    nada; 

que  con  casarlos  desipués 

queda  esta  mancha  lavada. 
Marqués.        Bien  dices. — 'iHola!,  llevad 

aquestos  villanos  presos 

a  esa  torre. 
GuARD.  i.°  Caminad. 

Marqués.  ¡  Qué  para  tales  sucesos 

guarden  los  cielos  mi  edad! 
DoRiSTO.         Ved  en  lo  que  el  diablo  mete 

dos  amancebados  tristes, 

acostados  a  las  siete. 
Gila.  ¡  A  la  fe,  porque  quisistes 

ser  vos  bellaco  alcahuete ! 

(Lléz'anlos  los  Guardas.) 

Marqués. 
Abre  esa  puerta,  de  deshonra  llena, 
sobrino,  y  casa  ese  hombre  desdichado, 

Armindo. 
Sal  a  la  luz  del  cielo,  infamia  nuestra. 

Marqués. 
Aguarda,  llegarán  las  guardas  antes; 
que  un  hombre  que  a  morir  se  determina 
suele  hacer  y  valer  por  muchos  hombres. 

(Salen  las  Guardas.) 

Guarda  i." 
Ya,  señor,  en  la  torre  quedan  presos. 

^íaroués. 
Encaminad  las  puntas  a  esa  puerta. 
Tú  di  que  salga ;  y  si  la  espada  saca, 
pasalde  luego  el  pecho. 

(Sale  RosELiANO.) 

¿De  qué  sirve, 
que  a  un  hombre  y  preso  desdichado  aguardas 
con  tantas  guardas?  Yo  no  soy  aleve 
a  tu  persona  y  sangre,  que  a  tu  casa 
he  hecho  solamente  aquesta  afrenta. 


Marqués. 
¿Quién  eres,  que  extranjero  me  pareces? 

ROSELIANO. 

Verdad  es  que  lo  soy. 

Marqués. 

¿Qué  te  ha  traído, 
villano,  de  tu  tierra? 

ROSELIANO. 

Amor,  que  puede 
más  que  el  temor  y  que  la  muerte. 

Marqués. 

¡  Oh,  mundo, 
qué  recibida  esta  disculpa  tienes ! 
¿A  quién  amabas? 

ROSELIANO. 

Fué  mi  desventura 
que  amase  a  Hortensia,  y  que  ella  ayer  viniese 
a  visitar  tu  hija. 

Armindo. 

i  Oh,  gran  suceso, 
el  alma  me  ha  tornado  al  pecho ! 

Marqués. 

Dime, 

¿  es  cierto? 

ROSELIANO. 

Xunca  mienten  los  que  mueren. 
Marqués. 
El  dice  que  ama  a  Hortensia,  y  yo  lo  creo, 
j   porque  Flaminia  no  es  mujer,  es  ángel. 

Armindo. 
Su  honestidad,  señor,  es  alto  ejemiplo. 

Marqués. 
¿De  dónde  eres? 

ROSELIANO. 

Bien  sé  que  me  conoces. 

Marqués. 
No  te  he  visto  en  mi  vida. — Dime,  Armindo : 
¿  Sabes  quién  es? 

Armindo. 
Señor,  jamás  le  he  visto. 

ROSELIANO. 

Señor,  soy  de  Calabria. 

Marqués. 

¿Quién  dudara 


662 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


que  de  allá  fuera  de  mi  afrenta  el  daño? 

No  se  excusa  tu  muerte. 

ROSELIANO. 

Aquí  me  tienes. 
Marqués. 
Sobrino,  muera  este  hombre,  que  me  importa. 
Yo  voy  a  ver  a  mi  querida  hija 
y  hacer  que  a  Hortensia  prendan  entretanto. 
GDrta  ese  cuello,  y  dése  muro  arroja 
su  cuerpo  infame. 

Armindo. 
Haré  lo  que  me  mandas. — 
(J'asc  el  Marqués.) 

Vosotros  retiraos  a  aquellos  árboles, 
que  quiero  examinar  a  aqueste  hombre 
para  seguridad  del  honor  nuestro. 
La  espada  que  lleváis  podéis  volvelle, 
que  el  caballero  muere  con  la  espada, 
y  más  adonde  cruz  le  falta. 

Guarda  i." 

Toma. 
Armindo. 
Cíñete,  caballero,  aquesa  espada. — 
Idos  vosotros. 

Guarda  i.* 
Ya,  señor,  nos  vamos. 

Armindo. 
¿Dónde  estaréis?  •        ' 

Guarda  2° 

Junto  a  la  puerta  estamos. 
R0SELIAN.       Mudio   quisiera   saber 

el  darme,  Armindo,  la  espada 
de  qué  puede  proceder, 
si  en  muerte  tan  desdichada 
no   me   quiere   defender. 

Quiéremela    desceñir; 
o  si  tengo  de  morir 
tomalla  para  besalla, 
que  pues  ya  tu  lengua  calla 
más  querrá  hacer  que  decir. 
Armindo.        No  callo  para  matarte, 
ni  la  espada  te  he  ceñido 
por  querer,  muriendo,  honrarte ; 
mas  porque  te  he  conocido 
y  quiero,  amigo,  pagarte. 

Mucho  me  quejo'  de  ti, 
pues  por  no  decirme  a  mí 


yo  soy  el  que  te  libré 
pusiste  duda  en  la  fe 
que  como  sabes  te  di. 

Juré  que  contra  el  Marqués 
a   tu  lado  me  pondría 
sobre  cualquier  interés; 
ves  aquí  llegado  el  día 
en  que  aquesto  verdad  es, 

pues  no  es,  por  Dios  el  menor 
el  interés  del  honor. 
Camina  y  salva  tu  vida, 
que  la  merced  recibida 
se  paga  con  este  amor. 

En  buenas  manos  caíste, 
y  aunque  a  tu  bien  me  resuelvo,, 
ventaja  en  todo  me  hiciste, 
pues,   en   efeto,   te  vuelvo 
lo  primero  que  me   diste. 

Vida  recibí,  que  vino 
primero  a  mi  pecho  indigno, 
porque  no  estaba  obligado; 
mas  quien  vuelve  lo  prestado 
de  poca  alabanza  es  dmo. 

Y  más,  que  es  bien  que  te  arguya, 
para  que  el  alma  no  hu3'a 
de  estar  más  agradecida, 
que  defendiste  mi  vida 
con   peligro   de   la   tuya. 

Yo  quedo  libre  sin  él; 
menos  .hago  que  tú  has  hecho, 
aunque  a  mi  sangre,  cruel, 
no  cumplo  bien  con  el  peoho 
que  me  tiene  por  fiel, 

Pero  esto  remedio  tiene 
con  que  no  parezca  más, 
que  si  a  verte  el  Marqués  viene 
todo  el  bien  me  quitarás 
que  agora  a  darme  previene. 

Dame  palabra,  si   es  justo, 
de  no  volver  en  tu  vida 
adonde  me  des  disgusto, 
que  harás   que   el   Marqués   impida 
la  pretensión  de  mi  gusto. 

Porque  agora  le  diré 
cómo  te  he  dado  la  muerte, 
y  si  por  dicha  te  ve 
vendré  a  perder  desta  suerte 
que  a  mí  Flaminia  me  dé, 

Vame  en  esto  su  hermosura 
y  vame  tan  alto  estado, 
y  de  tan  alta  ventura 
vendré  por  ti  derribado 


ACTO  SEGUNDO 


66c 


a  la  mayor  desventura. 

¿Qué  dices?  ¿De  qué  estás  triste? 
Vida  tienes,  ¿qué  te  ahoga? 
¿En  qué  tu  pena  consiste, 
pues  te  han  quitado  la  soga 
las  manos  en  que  caíste? 

¿  Xo  hablas  ? 
RosELiAX.  A  Dios  pluguiera 

Armindo,  que  sin  hablarte 
en  este  punto  muriera, 
pues  es  forzoso  rogarte 
que  me  des  la  muerte  fiera. 

Mira  a  qué  triste  partido 
hoy  mis  hados  me  han  traído, 
pues  no  excuso  de  rogarte 
que  me  mates,  o  culparte 
de  que  más  que  ingrato  has  sido. 

La  vida  que  aquí  me  das 
yo  no  puedo  agrade  celia 
porque,  en  efeto,  perdella 
aunque   obligándome    estás, 
es  lo  que  me  importa  más. 

Y  para  que  más  incites 
tu  brazo  a  rigor  conmigo 
y  mi  muerte  solicites, 
me  confesaré  contigo 
porque  la  vida  me  quites. 

Dije  al  Marqués  que  venía 
por  Hortensia,  y  fué  disculpa 
de  la  hermosa  prenda  mía, 
porque  diesen  a  mi  culpa 
la  culpa  que  ella  tenía. 

Mas  la  verdad  desto  es 
que  la  hija  del  Marqués 
es  mi  esposa,  y  soy  su  esposo; 
mira,  Armindo,  si  es  forzoso 
que  aquí  la  muerte  me  des. 

Dos  cosa  han  de  obligarte: 
la  primera,  que  no  puedes, 
siendo  3^0  vivo,  casarte, 
])ara   que   con  honra   quedes 
y  yo  no  pueda   culparte; 

la   segunda,   que  dejarme 
vivo  en  el  mundo  y  mandarme 
que  me  ausente  de  mi  esposa, 
aunque  es  muerte  más  piadosa, 
es   matarme    sin    matarme. 

Saca  la  gallarda  espada 
al   mejor   lado    ceñida 
y  del  mejor  brazo  honrada, 
porque  en  quitarme  la  vida 
cumpla  lo  que  está  obligada. 


Con  la  lealtad  del  Marqués, 
pues    su   sangre   tuya   es; 
contigo,  por  gozar  della ; 
conmigo,  por  no  perdella, 
y  así  cumple  con  los  tres. 

Pues  que  a  todos  nos  agradas, 
pues  a  todos  das  honor, 
queden  tres  vidas  honradas 
muriendo  la  de  un  traidor 
entre  dos  nobles   espadas. 

¿Qué  haces,  que   no   previenes 
el  acero  que  ya  aguardo? 
Venda   mis   ojos   y   sienes, 
i  ;  oh,  caballero  gallardo  !, 

;  si   a  mi   rostro   piedad  tienes. 

!  Y  así,   pues  el   tiempo  trata 

desta   suerte  sus   placeres, 
con  esta  liga  me  ata: 
I  ni  tú  verás  a  quien  hieres, 

!  ni  yo  veré  quien  me  mata. 

Armixdo.        No,  si  no  sea  el  concierto 
que  nos  matemos  los  dos. 
'  RosELiAX.    Que  yo  lo  merezco  es  cierto. 
!  Armixdo.    ¡  Ay,  Roseliano,  por  Dios, 
I  que  te  do}'  vida  y  me  has  muerto ! 

I  Pues  para  matarme  sobras 

con  lo  que  yo  pierdo  y  cobras, 
aunque  el  pecho  no  me  abras, 
pues  matan  más   tus   palabras 
que  te  mataran  mis  obras. 
.j  ¿Que  Flaminia  es  tu  mujer? 

Con  fe,  palabra  y  abrazos, 
que   su  justo  proceder 
pisó   los   celos   y   lazos 
que  amor  le  pudo  poner. 
Júralo. 

Por  Dios  lo  juro. 
Pues    vete,   que    si    el   matarte 
te  importa,  de  aqueste  muro 
podrás   mejor   derribarte 
que  dejar  mi  acero  obscuro. 

Esta  amistad  prometí 
y  queda  cumplida  así. 
Salta  luego  esas  paredes. 
RosELiAx.  Daré  voces. 
Armindo.  Darlas  puedes, 

y  saldrá  el  mundo  tras  ti. 
RosÉLiAX.       ¡  Marqués   de    Catania ! 
Armixdo.  ¡  Calla ! 

RosELiAX.  i  Yo  soy  Roseliano  ! 
Armixdo.  ;  Oh,   cielos, 

cierra  la  boca  I 


ROSELIAN. 


Armixdo. 
roseliax. 
Armixdo. 


664 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


ROSELIAN. 


Armindo. 


ROSELIAN. 


Armindo. 


ROSELIAN. 


Tapalla ; 
quiere  amor,  no  quieren  celos, 
ni  el  honor  puede  cerralla. 

¡  Roseliano,  por  Dios  vivo, 
que  te  va3^as ! 

¿  Cómo   puedo, 
pues  de  tu  brazo  recibo 
ia  muerte,  si  vivo  quedo 
y  de  la  vida  me  privo? 

y  si  palabra  te  doy 
que  te  veré,  ¿iráste? 

Sí. 

Armindo.    ¿  Dónde   estarás  ? 
RosELiAN.  Donde  estoy. 

Armindo.    Eso  no  ha  de  ser  aquí. 
RosELiAN.  Pues  no  siendo,  no  me  voy. 
Armindo.        Vete  al  bosque,  y  allí  juro, 
a  fe  de  noble,  de  verte, 
porque  entretanto  procuro 
decir  al  Marqués  tu  muerte, 
que  así  tu  vida  aseguro. 

Y  también  de  no  casarme 
con    Flaminia. 

A   esos  pies 
me  manda  el  alma  arrojarme. 
Vete,  que  siento  al  Marqués. 
Mira  que   vengas   a   hablarme. 

{Vase  Roseliano  3'  Armindo.) 

(Sale  el  Marqués,  Flaminia  y  Hortensia  y  Guardas.) 

Flaminia.       ¿A  Hortensia  prendes? 
Marqués.  Llevalda. 

Hurten.     Señor,  sepa  yo  por  qué. 
Marqués.  ¡  Si  se  resiste,  matalda, 

o  aqueste  le  pasaré 

por  los  pechos  a  la  espalda ! 
Si  sangre  del  Duque  he  sido 

de  Calabria,  y  te  ofendí 

por  mi  primo,  que  ha  venido 

algunas  nodies  aquí 

con  disfrazado  vestido, 
bien  sabes  que  soy  leal 

y  que  te  quiero  y  respeto. 

Tú  confesaste  tu  mal. 

Diómedes   fuiste,  en  efeto, 

a  sus  crueldades  igual. 
¡  Nunca  a  tu  casa  viniera  ! 

(Llévanla  las  Guardas.) 

]Marqués.    ¡  Llevadme  de  aquí  esta  fiera, 

que  me  ha  deshonrado  y  habla ! 
Flaminia.  ¡  Qué  bien  mi  disculpa  entabla : 


R0SELIAN. 

Akmindo. 
roselian. 


HORTEN. 


Marqués. 
Hurten. 


viva  mi  honor  y  ella  muera ! 
Marqués.        ¿  Qué  te  parece  ? 
Flaminia.  Jurara 

que  era  una  santa,  señor. 
Marqués.    ¡  Bien  esta  sangre  declara 

que  en  su  vida  tuvo  honor ! 
Flaminia.    Era  honesta  en  lengua  y  cara. 
^Marqués.        Hija,  ¿la  lengua  qué  presta 

cuando  el  alma  no   es  honesta? 

{Sa¡c  Armindo.) 

Flaminia.  Armindo   viene. 

Armindo.  Ya   es  hecho. 

Marqués.    ¿Pasaste  su  infame  pecho? 

Armindo.    Sí,  señor;  la  historia  es  ésta: 
Este  traidor  atrevido 
que   fué  de  tu   casa  infamia, 
quedando  conmigo  a  solas, 
bien  que  alrededor  las  guardas, 
con  triste   llanto  me  dijo, 
bañando   en  agua  la  cara, 
haciendo  sus  ojos  ríos 
por  la  hierba  de  sus  barbas : 
"Suspende,  ilustre  mancebo, 
esa  vencedora  espada, 
entre    enemigos   teñida 
en  dos  famosas  batallas, 
que  yo  soy  el  triste  hijo 
del  gran  Duque  de   Calabria, 
que  vine  aquí  por  Hortensia, 
más  mi  prima  que  mi  dama. 

Y  si  perdonas  la  vida 

que  ha  puesto  el  tiempo  a  tus  plantas, 
oro,  plata,  perlas,  piedras 
pisarán  cada  año  en  parias, 
■haréte    dar,   por    Dios   vivo." 

Y  esto  diciendo,  tocaba, 
como  jurando  su  cruz, 

la  guarnición  de  la  daga. 
"Todos  los  años  que  viva 
ocho   caballos   de   España, 
con  jaeces  de  oro  y  perlas 
y  con  piezas  de  oro  y  plata. 
Diez  cautivos  de  Biserta 
y  cuatro   bordadas   camas, 
en   que   goces   a   Flaminia 
cuando  heredes  a  Catania. 
Treinta  pistolas  francesas, 
de  tela  de  oro  las  cajas, 
y  diez  mil  ducados  de  oro 
que    labraré    con    sus    armas.'* 
Erizóseme  el  cabello 


ACTO  SEGUNDO 


665 


viendo  que  en  tu  misma  casa 
tenías  al  traidor  hijo 
de  aquel  que  tu  afrenta  causa ; 
y  este  cuchillo  de  monte, 
reliquias  de  aquella  caza, 
saqué  con  tanto  furor, 
que  abrió  su  filo  la  vaina, 
y  cuando  aquesto  decía, 
lleno  de  mortales  ansias 
rindió   el  alma  por  el  golpe, 
a  vueltas   de  las   palabras. 
Cayó  en  tierra,  levántele, 
y  alzando  el  cuerpo   sin  alma, 
llevó  dos  cuerpos  la  mía, 
puesto  el  suyo  a  mis  espaldas. 
Arrójele  desde  el  muro 
de  aqueste  adarve  en  la  cava, 
porque  se  acabase  en  ella 
su  vida  con  tu  venganza. 
Hundióse  el  triste  en  el  cieno, 
tiñendo  de  sangre  el  agua, 
donde  le  cubrieron  piedras, 
que  nunca  a  los  muertos  faltan. 
Y  viendo  que  ya  rompía 
la  puerta  del  cielo  el  alba, 
vine  a  contarte  su  muerte, 
satisfación  de  tu   fama. 

M.^ROUÉS.    ¿Qué  tiene  Flaminia,  Armindo? 

Armindo.    Parece  que  se  desmaya. 

Flamikia.  No  hago  cierto,  señores, 
que  mi  flaqueza  lo  causa, 
que  oír  que  maten  a  un  hombre. 
;  a  qué  mujer   no  le   espanta, 
aunque   tuviese  los   pechos 
de  hierro  y  de  acero  el  alma? 
Antes,  pues  que  ya  amanece, 
quiero   por   aquestas   plantas 
perder    la    melancolía 
de   la   tragedia    contada, 
que  esperar  volver  al  sueño 
sería    esperanza    vana. 
Sólo  os  suplico,   señor, 
mandéis  que  aquí  venga  Albania. 

!M.^RQUÉs.    Bien  dices. — ^Vamos.  Armindo, 
que  ha  mucho  que  no  descansas, 
y  quédese  aquí  Flaminia 
al   fresco  de  aquestas  ramas. — 
Pero  recógete  presto, 
por  tu  vida. 

Flaminia.  ¡  Si  eso  aguardas, 

padre  cruel,  estás  ciego, 
y  el  traidor  que  te   acompaña  ! 


Armindo.    Adiós,    dulce    esposa    mía. 

Flaminia.  ¡  Adiós,  mano  ensangrentada 
en  el  cuello  de  aquel  ángel, 
verdugo  de  mis  entrañas  ! 

Armindo.    Por  llorar  bramando  queda, 
como  la  fuente  que  tapan, 
que  cuando  la  mano  quiían 
revienta  furiosa  el  agua. 
Pero  en  sabiendo  que  es  vivo 
vivirá  con  esperanza. 
¡  Oh,  cuánto  en  los  hombres  puedes, 
amistad  divina  y  santa ! 

(Vansc  todos,  y  queda  Flaminia.) 

Flamina.       ¿Es  posible,  que  ya  muerta 
la  A'ida  por  quien  vivía, 
se  atreve  a  vivir  la  mía, 
de  sangre  amada  cubierta? 
¿  Posible  es  que  siendo  cierta 
la  relación  de  su  muerte 
a  vivir  mi  vida  acierte? 
No  es  posible,  muerta  estoy; 
sólo  el  espíritu  soy, 
que  de  lo  que  fué  me  advierte. 

¡Válgame  Dios,  si  yo  fuera 
muerta,  como  aquí  recelo, 
purgatorio,   infierno   o   cielo 
el  alma  tener  debiera, 
y   en   alguno   déstos   viera 
a  mi  muerto  Roseliano ! 
Todo  lo  que  pienso  es  vano; 
cuerpo  es  éste  que  me  toco, 
sino  que  amor  se  hace  loco 
para  disculpar  la  mano. 

Pues  mataréme,  sin  duda, 
y  gozaré  eterna  palma, 
quedando  esta  vez  el  alma 
de  hueso  y  carne  desnuda. 
Parece  que  se  me  muda 
el  color  en  nieve  y  grana ; 
siento  mi  muerte  inhumana. 
Ea,  fuerte  corazón, 
bramad  hoy  como  león, 
pues  hoy  tenéis  la  cuartana ! 

Rosas  y  flores  divinas 
que  enamoráis  a  las  aves ; 
rosas,  claveles  suaves 
y  esmaltadas  clavellinas ; 
fuentes  puras,  cristalinas, 
ya  me  vistes  venturosa 
ser  de  Roseliano  esposa 
aquí  donde  me  abrazó : 


666 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


yo  sé  que  alguna  me  vio 
de  mi  ventura  envidiosa. 

Sabed  que  quiero  matarme, 
flores,  si  no  lo  sabéis; 
fuentes,  ya  no  me  veréis, 
pues  nadie  viene  a  estorbarme 
la  muerte  que  quiero  darme 
para  que  conmigo  luche. 
Un   cuchillo   deste  estuche 
abra  al  fuego  puerta  en  hielo, 
pues  apenas  tiene  el  cielo 
oídos  con  que  me  escuche. 

Pero,  ¿  cómo  tanta  carga 
de  aquesta  pesada  vida 
saldrá  por  pequeña  herida, 
sino  es  haciéndola   larga? 
Vida,  enojosa  y  amarga, 
¿qué  me  quieres,  qué  resistes? 
Alma,  que  sin  verme  os  fuistes, 
esperadme,   que   ya   voy. 
Gente  suena;  viva  estoy, 
que  viven  mucho  los  tristes. 

(Sale  Albania.) 

Albania.         Cuando  supe  la  ocasión 
de  tu  desdichada  historia, 
vi  que  fué  sueño  tu  gloria, 
y  las  del  mundo  lo  son. 

Por  el  que  me  dio  la  nueva 
las   lágrimas   reprimí ; 
pero  luego  que  te  vi 
no  hay  nube  que  tanto  llucA^a. 
¿Roseliano,  en  fin.  murió? 

Flaminia.  Al  fin  murió  Roseliano, 
y  agora,  con  esta  mano, 
Albania,  moriré  yo. 

Albania.         Deja   desesperaciones 

y    advierte    tu    entendimiento, 
que  no  es  ese  el  sentimiento 
para  tales  ocasiones. 

Mucho  más  hace  en  vivir 
el  que  tiene  que  llorar, 
que  en  acabar  de  penar, 
pues  se  acaba  con  morir. 

Flaminia.       ¡Ay,  Albania,  aquel  cruel 
de  mi  padre,  ¿qué  pensó? 

Albania.  Si  aquella  caza  fingió, 
no  ha  sido  Armindo  fiel. 

Que  él,  por  heredar  su  estado 
y  por  casarse  contigo, 
le  trajo,  y  mostró  el  postigo 
adonde  estaba  encerrado. 


El  Marqués  bien  te  pudiera 
honrar,  y  no  deshorirarte, 
pues  es  cierto  que  el  casarte 
la  paz  destos  reinos  fuera. 

Mas  como  quiere  el  tirano 
que  Armindo  sea  tu  esposo, 
parece  que  fué  forzoso 
dar  la  muerte  a  Roseliano. 

(Hace  locuras.) 

Flaminia.  ¿Casarme  a  mi  con  Armindo? 

¡  Oh,    qué    lindo  ! 
Albania.  No   seas  loca, 

que  te  oirán;   calla  la  boca. 
Flaminia.  ¿  Con  el  verdugo  ?  ¡  Oh,  qué  lindo  ! 
Albania.         Señora,  tente,  ¡por  Dios!, 

que  vendrá  tu  padre  aquí. 
Flaminia.  ¿Qué  importa  que  él  diga  sí, 
no  lo  diciendo  los  dos? 

Ese  bellaco   es  verdugo 
de  mi  bien,  él  lo  mató, 
y  con   sus   manos   rompió 
el  lazo  de  oro  del  yugo. 

Yo  me  iré,  desesperada, 
a   Calabria,   a   Floriseo. 
que  ya  sé  que  en  su  deseo 
hallaré  mi  muerte  amada. 

No  pienses  tú  que  me  rindo 
por   amenazas    feroces. 
Albania.     ;  Ah,  señora,  no  des  voces  ! 
Flaminia.  ¿  Con  el  verdugo  ?  i  Oh.  qué  lindo ! 
¿No  viste  que  le  arrojó 
en  la  cava,  .v  el  cobarde, 
porque  no  salga  a  la  tarde, 
con  mil  piedras  le  cubrió? 

Pues  no  me  piense  gozar, 
que  yo  me  iré ;  ven  tras  mí. 
Albania.     ¿Adonde  vas  por  aquí? 
Flaminia.  Albania,  voy  a  la  mar. 
I  Albania.         ¿A   la   mar? 
¡   Flaminia.  Sí,  que  hoy'  me  quiero 

ir,  y  ponerme  en  la  mano 
del  padre  de  Roseliano. 
que  ensangriente  en  mí  su  acero. 

¿El  verdugo  de  mi  esposo 
me  dan  a  mí  por  marido? 
Albania.     Ella  ha  perdido  el  sentido; 

seguirla    será   forzoso. 
Flaminia.       Yo  no  argumento,  deslindo 

si  es  mi  sangre. 
Albania,  Sí  lo   es. 


ACTO  TERCERO 


667 


Flaminia,  ¿Casarme  quiere  el  Marqués 

con  el  verdugo  ?  ¡  Oh,  qué  lindo ; 


ACTO  TERCERO 

(Salen  Floriseo,  Duque  de  Calabria,  y  Finardo, 
caballero,  Curcio,  secretario.) 

Duque. 
¿Murió  mi  hijo,  en  fin? 

FlNARDO. 

Murió  tu  hijo. 

Duque. 
¡  En  qué  gentil  empresa !   Gran  consuelo 
de  un   triste,   solo  y   afligido   padre. 
¿Conquistando    a    Sicilia    fué    su    muerte, 
o  de  los  moros  las  fronteras  islas? 
¡  Oh,  mozo  loco  ! 

FlNARDO. 

Justamente   sientes, 
famoso   Duque,   su   llorosa   pérdida. 

Duque. 
Sirviendo  a  una  mujer  perdió  la  vida, 
y  no  mujer  que  disculparle  pueda, 
sino  hija  cruel  de  mi  enemigo. 
j  Ved  qué   ciudad   famosa,  qué   castillo 
inexpugnable !  ¡  Ved  qué  Mucio  en  Roma, 
por  su  patria  abrasándose  la  mano ! 
¡  Ved  qué  soldado  fuerte,  Cinegiro  ! 
asido  de  la  barca  del  contrario ! 
¿Por  Flaminia?  ¿Mi  hijo  por  Flaminia, 
sangre  de  mi  enemigo,  sangre  infame 
del  Marqués  de  Catania?  ¡Muero,  pierdo 
el  seso,  y  perderé  la  vida,  y  quiera 
el    cielo   que   también    no    pierda    el   alma ! 

FlNARDO. 

Es  la  ocasión  de  tus  piadosas  lágrimas 
tan  justa,  invicto  Duque,  que  no  hallo 
razones  con  que  pueda  interrumpilla, 
y  más  habiendo  visto   el  triste  mozo 
muerto  a  las  manos  del  cruel  Armindo 
y  arrojado  en  el  agua  de  la  cava, 
cosa  que  obliga  a  eterno  sentimiento. 
Nací  vasallo  del  Marqués  injusto; 
en  su  corte  asistí ;  viví  en  Catania, 
y  esto,  y  la  patria,  y  mi  nobleza  y  sangre 
no  han  sido  parte  a  detenerme  un  punto; 
la  nueva  traje  de  la  muerte  fiera 
de  Roseliano,  de  quien  fui  amigo, 


y  volveré  con  tu  bandera  y  gente, 

si  gustas,  contra  el  bárbaro  tirano, 

que  no  seré  el  primero  que  lo  ha  hecho 

por  librar  a  su  patria  y  por  la  vida 

de  un  amigo,  que  quise  con  el  alma. 
Duque. 

Quiérotc  dar  mis  brazos  por  respuesta 

y  imaginar  que  vive  en  ti  mi  hijo, 

cuya  muerte  me  obliga,  como  a  padre, 

a  que  en  persona  la  venganza  intente. 

Pero   serás  mi  general,   Finardo, 

y  tú  conducirás  mi  nuevo  ejército, 

que  quiero  hacer  de  tu   extranjero  pecho 

una  venganza  propia  en  mi  enemigo. 
{Salen  Lavinio  y  Flaminia.) 

Lavinio.  Detente,    loca. 

Flaminia.  Tú  eres 

el  loco,  aunque  a  mí  me  afrentas, 
pues  que  detener  intentas 
la  furia  de  las  mujeres. 

Duque.  ¿  Qué-  es  eso  ? 

Lavinio.  Una  mujer  loca 

que  te  quiere  hablar  y  ver. 

Duque.       Bastaba  decir  mujer. 

Lavinio.      Y  bien  lo  dice  su  boca; 

de  la  cual  milagro  ha  sido 
haber   con   vida   escapado. 

Duque.        ¿  Qué  quieres,  pues  ya  has  entrado  ? 

Flaminia.  Que  me   des   atento  oído. 
Mas  quiero  saber  primero 
si  eres   el   Duque. 

Duque.  Yo  soy.  . 

Flaminia.  Oye   un  poco. 

Duque.  Oyendo   estoy, 

y  agradéceme  que  quiero; 

que  por  quien  así  se  nombra, 
tanto  aborrezco  mujer, 
que  en  tu  rostro  vengo  a  ver 
de  mi  tragedia  la  sombra. 

Flaminia.       Duque  ilustre  de  Calabria, 
aquel  ciego  dios  que  pintan 
rompiendo  en  el  aire  rayos, 
que   eso   del   arco   es   mentira, 
a  tu  hijo   Roseliano 
trajo  a  ver  la  triste  hija 
del  fiero  marqués  Roberto 
desde  Calabria  a  Sicilia. 
Muchos  dicen  que  por  fama, 
que  amor,  fama  de  la  envidia, 
lisonjea    los    oídos 
para  agradar  con  la  vista, 


668 


LOS   MUERTOS   VIVOS 


O  a  veces  se  sirve  dellos 
como  el  pintor  cuando  quita, 
porque  la  figura  agrande, 
poco   a  poco   la  cortina. 
Es   como   música   amor, 
que  sin   ver   quien   la   ejercita, 
por  los  oídos  no  más 
el  alma  roba  y  cautiva. 
Caso  extraño  es  que  la  mar 
estos  dos  reinos  divida, 
y  que  pasase  su  fuego 
rompiendo  sus  aguas   frías. 
Sirvióla  un   año,  en  el   cual 
mil   veces  iba  y  venía, 
sin  que  la  triste  supiese 
quién  fuese,  y  fué  su  desdicba. 
Declaróse  en  un   torneo, 
donde  su  espada  y  divisa 
de  burlas  vencieron  hombres 
y  de  veras  a  Flaminia. 
Buscó  remedios  de  hablarla 
en  su  imposible  conquista, 
viendo  que  ya  por  los  ojos 
le  mostraba   estar  rendida. 
En  fin,  engañó  un  villano 
que  un  verde  jardín  cultiva, 
a  quien  balcones  y  rejas 
del  fuerte  palacio  miran. 
Tomó  su  traje,  y  sirviendo 
de  cavar  tierra  enemiga 
en  producir  duras  sierpes, 
más  fieras  que  las  de  Libia, 
entre  esperanza  y  temor, 
que  uno  da  flor  y  otro  espinas, 
labores  de  sus  deseos 
dibujaba  y  componía, 
y  dilatándolos  ella, 
vergonzosa  y  recogida, 
a  un  mismo  tiempo  sembraba 
lágrimas  y  clavellinas. 
Mas,  cansado  el  niño  amor 
de  hacer  siempre  niñerías, 
puso  en  plática  las  veras, 
que  amor  las  veras  estima. 
Por   una    pequeña    puerta 
que   del   palacio   salía 
al  jardín  los  dos  se  hablaron, 
callando  la  noche  amiga; 
pero  por  la  puerta  alegre 
que  entró  de  los  dos  la  dicha, 
en  la  más  segura  noche 
entró  la  desdicha  misma. 


Duque. 
Flaminia. 


El  Marqués  vino  de  caza, 
y  dejando  su  familia 
quiso  entrar  por  el  jardín. 
y  hacia  la  puerta  camina, 
donde,  abriendo,  huyó  la  triste 
por  una  escalera  arriba, 
y  fué  Roseliano  hallado, 
toda   la    color   perdida. 
Pusiéronle  los  monteros 
al  pecho  las  javalinas, 
mandando   el   cruel   tirano 
que  si  se  mueve  le  embistan. 
Con  esto,  ya  desarmado, 
la  vida  Armindo  le  quita, 
por  saber  que  era  tu  sangre 
y  la   enemistad   antigua. 
Ella,  sabiendo  el  suceso, 
una  venganza  imagina, 
la   más  nueva  que  hasta   ahora 
ha  sido  vista  ni  escrita. 
Pasa  el  mar,  y  así  se  entrega 
donde,  puesta  de  rodillas, 
quiere,  si  él  mató  tu  hijo, 
que  tú  le  mates  su  hija. 
Flaminia   soy,   Flonseo ; 
gran  Duque,  yo  soy  Flaminia; 
yo  soy  hija  del  Marqués, 
de  Roseliano  homicida. 
Si  él  ha  muerto  al  que  engendraste, 
a  mí  me  ha  muerto  la  vida; 
pasa  este  pecho,  y  tendrás 
la   venganza    que   codicias; 
pero  dame  con  la  espada 
por  la  garganta  la  herida, 
que  si  me  das  por  el  pecho 
matarás  tu  sangre  misma. 
¿Que  es  Flaminia? 

Sí,  señor. 

(Saca  la  daga.) 


Duque. 

CURCIO. 


Duque. 

CURCIO. 


i  Daréte   la  muerte  ! 

Tente, 
que  no  es  cosa  conveniente 
a  tu  edad  ni  a  tu  valor, 
i  Morir  tiene ! 

Y  será  justo; 
pero  no  muera  a  tus  manos, 
que  son  los  hechos  tiranos 
indignos  de  un  hombre  augusto. 
Flaminia.       ¿Quién  os  mete  a  vos,  hermano, 
en  hablarle  desa  suerte? 
Dejad  que  me  dé  la  muerte. 


ACTO  TERCERO 


669 


pues  es  muerto  Roseliano. 
FiNARDO.         Flaminia  desesperada, 

nadie  te  quiere  matar, 

que  es  deslvonra  ensangrentar 

en  una  mujer  la  espada. 
Finardo  soy.  ¿No  conoces 

a  Finardo?  Vete  luego. 

que  echas  pólvora  en  el  fuego 

pidiendo    la    muerte    a    voces 
Flaminia.        ¡  Cobarde  sois,  por  Dios  vivo ! 

Nadie  se  atreve  a  matarme, 

o  porque  el  vivir  es  darme 

tormento   más    excesivo. 
Pues  dame  una  espada  a  mí. 
Duque.        ¡  Yo  la  matare  ! 
Finardo.  Señor, 

advierte   que   es   éste   amor 

y  que  está  •  fuera  de   si. 
Flaminia.       En  mí  estoy;  Duque,  ¿no  llegas? 
Finardo.     Señor,  mándala  matar. 

si    es   que   te    quieres    vengar. 
Flaminia.  ¡  Oh,  qué  a  mi  gusto  le  ruegas  I 

Sí,  señor,  manda  matarme, 
DuoüE.        Eso  será  lo  mejor. — 

Mátala,  Curcio. 
CuRCio.  Señor, 

será  en  público  infamarme. 
Yo  la  llevaré  a  la  mar 

y  en  ella  le  daré  muerte. 
Duque.        Pues  llévala,  y  desa  suerte 

podrás  su  vida  acabar ; 

que  si  amor  es  fuego,  es  bien 

que  en  el  agua  se  consuma. 
Flaminia.  Xació  en  la  mar,  como  espuma, 

y  muere  en  la  mar  también. 
Vamos,  vamos  a  morir, 

que  se  queja  Roseliano. 
CuRCio.       Camina. 
Flaminia.  Sigúeme,   hermano. 

que  ya  me  cansa  el  vivir. — ■ 
Adiós,  padre  de  mi  bien, 

tan  piadoso  para  mí. 

(Vansc  CuRcro  3;  Flaminia  y  Lavinio.) 

Finardo.    A  lo  que  ha  pasado  aquí 

lugar  las  historias  den. 

¡  Qué  fiero  amor,  qué  constante  ! 
Duque.        Ven,  que  voy  perdiendo  el  seso 

de  lástima  del  suceso. 
Finardo.     Haz  que  no  pase  adelante. 
Duque.  Eso  no  tiene  remedio, 

que  es  venganza. 


Finardo.  ¡  Ah,  pobre  dama, 

los  siglos  te  darán  fama, 
aunque  haya  siglos  en  medio. 

(Vatise  los  dos  y  asúmanse  a  lo  alto  Doristo  jy  Gh-a, 
presos.) 

Doristo.         Ata  aquesta  cuerda  bien, 

Gila,  y  no  sea  el  demonio. 
GiLA.  Tú    das   gentil   testimonio 

de  tu  amor. 
Doristo.  Ten. 

GiLA.  Tengo. 

Doristo.  Ten. 

GiLA.  ¿  Que  te  quieres  descolgar  ? 

Doristo.     Dios  sabe  lo  que  me  pesa. 
Gila.  ¿Y,  dejándome  aquí  presa, 

escurrirte  del  lugar? 
Doristo.         Gila,  por  Dios,  que  te  quiero 

cuanto  se  puede  querer; 

pero,  ¿quién  no  ha  de  temer 

que  le  api-ieten  el  garguero  ? 
Eso  de  hacer  cabriolas 

asido  por  el  pescuezo 

es  tm  bellaco  estropiezo. 
Gila.  ¡  Buenas  quedaremos  solas 

la  triste  Hortensia  y  la  pobre 

Gila,  que  a  la  sombra  están. 
Doristo.     Gila,  yo  no  soy  galán, 

puesto  que  razón  te  sobre. 
Ese  bellaco  de  Armindo, 

que  a  Hortensia  amaba  y  la  deja 

a  la  sombra  de  una  reja, 

preciado  de  amante  y  lindo, 
puedes  culpar,  y  no  a  mí, 

que  yo  soy  un  mazacote 

metido   en   este   capote, 

en  que  villano  nací. 

No  tengo  espada,  y  trabajo 

con  un  azadón  no  más; 

si  has  de  bajar,  bien  podrás 

uña  en  pared  y  alto  abajo; 
sino,   abrázame  y   adiós. 

Y  por   si  me  desgobierno, 

¿qué  mandan  para  el  infierno? 
Gila.  ¿  Que,  en  fin,  Doristo,  los  dos 

nos  apartamos? 
Doristo.  Sí,   Gila; 

y  adiós,  que  temo  el  resuello, 

que  en  habiendo  aprieta  cuello 

todo  cristiano  rehila. 
Gila.  San   Antón  vaya   contigo. 


70 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


DORISTO. 
GiLA. 
DORISTO. 
GiLA. 


DORISTO. 

GiLA. 

DORISTO. 

GiLA. 

DORISTO. 

GiLA. 

DORISTO. 


GiLA. 
DORISTO. 


GiLA. 
DORISTO. 
GiLA. 
DORISTO. 


GiLA. 


DoRISTO. 


San  Roque  y  San  Sebastián, 
San  Cosme  y  San  Damián, 
San  Pelayo  y  San  Rodrigo. 

Válgate  la  emparedada, 
que  era  oración  de  mi  agüela; 
de  San  Cristóbal  la  muela 
y  de  San  Blas  la  quijada. 
Ya  me  descuelgo. 

Camina. 
Gila,  ten  la  soga  bien, 
¡Válgate  la  sarna,  amén, 
del  pobre  de  la  pecina. 

Válgante  los  siete  signos 
del  libro  de  Salomón, 
válgate  el  caparazón 
del  caballo  de  Longinos. 
Válgate  el  río  Jordán, 
Santander  y  Santarén; 
válgate  el  buey  de  Belén 
y  la  burra  de  Balan. 

Ya,  por  Dios,  en  salvo  estoy. 
¿Acordaráste  de  mí? 
¿Pues  no? 

Dónde  vas  me  di. 
A  ver  el  mundo  me  voy. 
¿Pues  está  enfermo? 

No  digo 
son  que  voy  andar  por  él. 
Allá  queda  un  zaragüel 
de  lienzo  y  un  papahígo 

con  que  mi  padre  dormía 
de  San  Lucas  a  San  Blas; 
si  me  ahorcaren,  Gila,  harás 
que  se  lo  den  a  mi  tía. 

Yo  tendré  mucho  cuidado 
si  con  buen  juicio  quedo. 
Sí  harás,  que  eso  dura  un  credo 
y  tras  un  credo  es  pasado. 

Ten  mucha  solicitud 
en  cobrar  lo  que  dejé, 
que  yo  te  lo  pagaré 
en  dos  misas  de  salud. 
¿Mandas  otra  cosa? 

No. 
¿Qué  diré  a  Hortensia? 

Que   fui 
a  ver  si  topaba  aquí 
al  traidor  que  la  dejó. 

En  dejarme  aquí  tu  intento 
es  más  traidor  y  villano. 
Por  Dios,  Gila,  que  en  verano 
es  muy  fresco  ese  aposento. 


(Vase  DoRrsTO  y  quítase  Gila  de  la  torre,  y  salen 
ROSELIANO  y  Armindo.) 

RosELiAN.        ¿Que  creyendo  que  era  muerto 
Flaminia,  desesperada, 
se  huyó  por  la  mañana  ? 

Armindo.  Es  cierto, 

que  de  su  fuego  amparada 
en  Calabria  tomó  puerto. 

RosELiAN.       ¿A  qué  fué? 

Armindo.  Dicen  que  es  ida 

como  parte  de  la  vida 
que  su  padre  te  ha  quitado, 
a  pedir  del  tuyo  amado 
justicia  del  homicida. 

Con   esto   el   Marqués,   perdido 
de  justo  enojo,  reforma 
su  campo  de  armas  lucido, 
y  del  agravio  me  informa 
a  mí,  como  a  su  marido. 

Pero  yo,  que  desde  el  día 
que  en  este  bosque  te  hablé 
otra  vez  juré  que  haría 
lo   que    primero   juré, 
te   doy   la    parte   que   es   mía. 

Busca  a  Flaminia,  tu  esposa, 
pues  por   tu  muerte,   furiosa, 
su  padre,  patria  y  honor 
deja,  vencida  de  amor, 
y  está  en  la  tuya  gozosa. 

Y  no  presuma  el  Marqués 
que  puede  a  mí  de  su  estado 
obligarme   el   interés ; 
que  me  precio  más  de  honrado 
que  él  se  precia  de  quien  es. 

Sólo    te   pido,    si   acaso 
sabes  si  a  Hortensia  adoré, 
supuesto  que  en  aquel  paso 
sola  y  triste  la  dejé, 
ya  por  sus  ojos  me  abraso, 

que  Tristán  me  la  conceda 
por  mujer. 
RosELiAN.  Dame   que   pueda 

sacalla  de  la  prisión, 
que  él  gana  en  esta  ocasión 
y   ella  satisfecha   queda. 

Débeselo,    Armindo    noble, 
porque  ha  sido  ausente  y  presa, 
firme  palma,  antiguo  roble, 
y  viendo  que  no  te  pesa 
te  quiere  y  estima  al  doble. 
Armindo.        Como  que  pueda  sacalla 
de  la  prisión,  oye  y  calla. 


ACTO  TERCERO 


671 


¿  Xo  es  ésta  la  torre  ? 
ROSELIAN.  Sí. 

Armindo.    Aguárdame  un  poco  aquí. 

{Vasc  Armindo.) 

RosELiAN.  Bien  sé  qué  puede  aguardalla.  Tristán. 

¿  Qué  importa  que  la  mar  su  arena  envuelva        Roselian. 
con  las  estrellas  en  tormenta  grave?  Tristán. 

¿  Qué   importa  que  una  máquina  de  nave 
en  una  tabla   sola   se   resuelva?  , 

¿Y  qué  importa  que  él   solo  vaya  y  vuelva 
y   falte  al  preso   de  los  yerros  llave, 
pellejo  a  la  culebra,  pluma  al  ave, 
agua  a  la  fuente  y  hojas  a  la  selva?  Roselian. 

Sosiego  el  mar  tendrá  y   el   hombre  puerto 
en  la  tabla  del  mar,   el  soí  serena 
la  cara,  el  preso  y  los  demás  vitoria. 

Y  aun  estoy  por  decir  que  viva  un  muerto,   i 
que  el  tiempo  que  volvió  la  gloria  en  pena  Tristán. 

también  podrá  volver  la  pena  en  gloria. 


{Sale 

Tristáx  con  una  cesta  de  comida.) 

Roselian 

Tristán. 

Perdona,   por   vida   mía, 
primo,    si   acaso   he   tardado. 

Roselian. 

A  muy  buen  tiempo  has  llegado. 

Tristán. 

Tristán. 

Pienso  que  declina  el  día. 

¡  Qué  hambre  que  habrás  tenido 

Roselian 

en  este  bosque ! 

Tristán. 

Roselian. 

Es  verdad; 

pero   mayor   soledad 

Roselian 

aguardando  a  Telefrido. 

Tristán. 

¿Dónde   fué? 

Roselian. 

Sirve  de  espía 
de  lo  que  en  la  corte  pasa, 
que  de  nadie  de  su  casa 
este  secreto  confía. 

Tristán. 

Tristán. 

Tanto  es  eso,  Roseliano, 
y  tanto  importa  tu  vida. 

que  )'0  traigo  la  comida 

Roselian 

sin    fiarla   de   hombre  humano. 

¿Vino  Armindo  desde  ayer? 

Roselian. 

¿Ves  esa  torre? 

Tristán. 

;  Ay  de  mí ! 
;  No  está  allí  mi  hermana  ? 

Roselian. 

Sí, 
pues  allí  está  su  mujer. 

Tristán. 

¿Cómo? 

Roselian. 

Ahora  entró  por  ella. 

Tristán. 

¿  Sacarla  quiere? 

Roselian. 

Sí. 

Tristán. 

¿  Es  cierto  ? 

Roselian. 

Y  aunque  pese  al  vil  Roberto 

se  quiere  casar  con  ella. 

Y  porque  también  a  mí 
me   des    otro   parabién, 
Flaminia  queda  también 
con  mi  padre. 

¿Es  cierto? 
Sí. 
¿  Qué  mal  habrá  que  temer  ?, 
¡  oh,   humana   naturaleza  ! 
¡  Que  el  árbol  de  la  tristeza 
tenga  por  fruto  el  placer ! 

Siéntate  y  come  un  bocado, 
y  hoy  a  Calabria  te  irás. 
¿  Qué  tengo  que  esperar  más 
después  de  mi  bien  hallado? 

Tiende  sobre  aquesta  hierba 
esa  toalla,  a  la  sombra 
deste  sauce. 

¡  Oh,  verde  alfombra 
del  pastor  y  de  la  cierva ! 

Ves  aquí  el  pan  y  el  cuchillo. 
Con  bendición  parto  el  pan; 
parece,    por    Dios,   Tristán, 
merienda  de   pastorcillo. 

Cien   dices,   rústica   es; 
pero  esto  importa  al  secreto. 
Echa  vino. 

Y   te   prometo 
que   no    lo   bebe    el    Marqués, 

¡  Ah,   primo,   y   cuánta   licencia 
le  da  un  bosque  a  un  desdichado ! 
Tú  me  sirves. 

Buen   cuidado 
y  a  buen  tiempo  en  mi  conciencia. 

Bebe,  aunque  no  está  muy  fresco, 
como  vino  entre  la  ropa; 
que  en  el  hablar  con  la  copa 
tienes  algo  de  tudesco. 

Aves,  que  bebéis  sin  manos 
aquestos    cristales   tiernos, 
calientes   por   los   inviernos 
y  frescos  por  los  veranos. 

Animales,  que  a  estos  bellos 
ríos,  y  con  sed  no  poca, 
llegáis,  antes  que  a  la  boca 
os  mojáis  los  pies  en  ellos. 

Olmos,  que  bañáis  los  troncos 
en  los  arroyos  que  estáis ; 
corderos,  que  al  agua  vais, 
de  sed  calurosa  roncos, 

Flores,  que  aguardáis  rocío 
y  en  las  hojas  lo  bebéis, 


672 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


una   vez,   y  dos,   y   seis, 
a  beber   os  desafío. 

Brindis  a  todos,  borrachos, 
por  la  salud  de  Flaminia, 
que  amando  no  es  ignominia 
que  nos  griten  los  muchachos. 

Tristán.         Asi  las  viñas  lo  lleven. 
Pero  estoy  muy  enojado 
de  que  habiendo  aqui  brindado 
cuantos  beben  y  no  beben, 
me  dejes  sin  tus  favores. 

RosELiAX.  Pues  brindóte,  Tristanejo, 
y  bebo  otra  vez. 

Tristán.  ¡  Oh,  espejo 

de  amantes  y  bebedores ! 
Echa  para  mi. 

RosELiAX.  Bien  dicho. 

Tristán.  Ahora  bien,  aves  y  fieras, 
que  bebéis  destas  riberas 
cuando  se  os  viene  al  capricho; 

alemanes  y  bretones, 
exquizaros,  irlandeses, 
españoles   y    franceses, 
tudescos  y  borgoñones, 

brindis  por  la  vida  y  gusto 
de  Roseliano  y  Flaminia. 

RosELiAN.  Mereces  la  verde  insignia 
de  Baco,  César  augusto. — 
¡  Ay,  Flaminia,  si  esto  vieras ! 

Tristán.     ¿Pues  qué  nos  faltara  más? 

(Sale  Telefrido  solo  y  dice.) 

Telefrid.  ¡  Qué  descuidado  que  estás 
de  tantas  desgracias  fieras  ! 

Come  agora  y  bebe  tú, 
y  Flaminia,  degollada, 
tiñe  a  tu  padre  la  espada. 

RosELiAN.  ¡  Jesús,  mil  veces  Jesús  i 

Telefrid.       Nueva  ha  llegado  al  I\Iarqués 
que  tu  padre,  por  tu  muerte, 
mató  a  Flaminia. 

RosELiAN.  ¡  Qué    fuerte 

desdicha ! 

Tristán.  ¡  Inhumana  es  ! 

Telefrid.       Dicen  que  ella  le  pidió 
la  muerte,  desesperada, 
por  vengar  tu  vida  amada, 
y  que  él  matarla  mandó. 

Y  un  Curcio,  su  secretario, 
aunque  con  harta  pasión, 
fué  de  aquesta  ejecución 
el  verdugo  temerario. 


RosELiAN.       ¡  Válgame  Dios  dos  m.il  veces  ! 

¿  Que   Flaminia  es  muerta  ? 
Telefrid.  Sí. 

RosELiAN.  Padre,  ¿qué  diré  de  ti? 

Tirano,  ¿a  quién  te  pareces? 

¿  Eres   Eliano  tú  ? 
No  hay  roca  más  diamantina 
de  Finisterre  a  la  China, 
de  la  Habana  al  Corfú. 

Ni  cosa  como  yo  mismo 
mayor  desventura  encierra 
desde  eí  aire  hasta  la  tierra, 
y  desde  el  mar  al  abismo. 

¡  Esta  sí  que  fué  desdicha ! 
Es  el  brazo  como  flecha, 
pues  que  fué  su  muerte  hecha 
y  la  mía  ha  sido  dicha. 

¡  Oh,  Armindo,  pluguiera  a  Dios 
que  me  mataras  de  veras, 
que  la  vida  no  me  dieras 
que  nos  ha  muerto  a  los  dos ! 

Tu  piedad  fué  mi  ignominia, 
y  ya  por  crueldad  condeno 
de  tu  amistad  el  veneno, 
que  ha  dado  muerte  a  Flaminia. 

¿Qué  haré,  amigos?  ¿Dónde  iré? 
]\íadrastra  es  ya,  que  no  madre, 
mi  patria.  Alarbe  es  mi  padre, 
donde  no  hay  amor  ni  fe. 

¿  A  Flaminia,  a  un  ángel  bello 
que  en  sus  manos  se  ponía, 
aunque   culpa   no  tenía, 
a  tal  pecho  y  a  tal  cuello? 

i  Jesús  !  ¿  Que  pasase  un  hombre 
las  carnes  de  tal  mujer? 
¿Este  es  padre?  Es  Lucifer, 
y  aun  le  viene  honrado  el  nombre. 

¡Tirano!,  ¿mejor  no  fuera 
estimar  su  rostro  y  llanto 
haciéndole  un  altar  santo, 
que  piadoso  ejemplo  diera? 

¿  No  le  merecía  un  amor 
y   una   fe  jamás   oída? 
¡  Quitarle  quiero  la  vida, 
no  es  mi  padre,  es  un  traidor ! 

¡  Ah,  bienes  del  mundo  loco, 
si  fué  bien  llamaros  bien !, 
¿I)ara  qué  os  estima  quien 
sabe  que  duráis  tan  poco? 

Comí   de   tristeza   falto ; 
pero  no  hay  en  esta  vida 
seguridad   en    comida 


'^ 


ACTO  TERCERO 


673 


ni  sueño  sin  sobresalto. 
(Fase  RosELiANO  y  dice  Telefrido.) 

Telefrid.       El   se   va   desesperado. 
Tristán.     y    tiene    mucha    razón. 
Telefrid.  Sigámosle,    que    es    pasión 

en  que  lleva  el  resto  echado. 

{Vansc,   y   sale   Doristo   acechando.) 

DoRiSTO.         ¿  Si  habrá  alguien  que  me  vea, 
que    dende    que    me    escapé 
no   acierto   a   poner  el   pie 
en  cosa  que   firme   sea? 

Lloran  las  tripas  de  hambre 
por    falta   de   dos   raciones; 
por    de    dentro    sabañones 
y  por  de   fuera  calambre. 

¡  Válgame  la  Cananea  ! 
¿  Qué  me   huele   por   aquí  ? 
¿Es    esto    comida?    Sí. 
¡  Muy  en  horabuena  sea  ! 

¡  Vive    Dios,   que   este   país 
es  el   de   la  gran  hazaña, 
que    por   juncia   y    espadaña 
lleva    confites    de    anís ! 

Cosa   que    me   diese   asalto 
el   dueño   tras  esta   murta. 
El  mayor  mal  del  que  hurta 
es    comer   con   sobresalto. 

{Bebe  Doristo.) 

¡  Rica  bota !   Echóme  aquesta. 
Pero  no  hay  a  quien  brindar; 
comer  solo  es  grande  azar 
y  entre  amigos  grande  fiesta. 

Quiérome    brindar   a    mí. 
Brindis,  ¡hola!,  que  te  aferré: 
totis^  cotis,  comi  herré. 

(Salen  Armixdo,  Hortensia  y  Gila.) 


Armindo. 

HORTEX. 

Armixdo. 
Doristo. 

GlL.\. 

Doristo. 

GlL.\. 
HORTEX. 

Vil 


Tu  primo  quedaba  aquí. 

¿Que   te  tengo  de   creer? 
Sí,  Hortensia,  porque  te  adoro. 
Y  a  mí  que  me  mate  un  toro, 
que  estoy  harto  de  comer.  (Ap.) 

Quizá  en  aquesta  ocasión 
éste   es   conde,   y  disimula. 
Cogido  me  han,  por  la  gula, 
con  queso,   como  a  ratón. 

¡  Ay,  Dios  !  ¿  No  es  Doristo  aquél  ? 
Comiendo  está  el  jardinero. 


GiL.\.  ¡  Ah,  bellaco  golosmero, 

que  os  alargue  mal  cordel 
ocho  dedos  el  pescuezo  ! 

Doristo.     ¿Es  Gila? 

Gila.  ¿Pues   no   lo   ves? 

Doristo.     Siéntate,  que  esto  no  es 
comida,  sino  estropiezo. 

Gila.  Mira  que  está  Hortensia  aquí 

y  Armindo. 

Doristo.  ¿  Armindo  ? 

(Hace   que   se   va   y   detiénele   Armixdo.) 

Armindo,  No  huyas. 

(De  rodillas.) 

Doristo.     Ya  estoy  en  las  manos  tuyas, 
¡  misericordia  de  mí ! — 
Hoy  me  echan  a  Galilea, 

Armixdo.    ¿Has  visto  aquí  a  Roseliano? 

Doristo.     No,  señor;  sólo  a  su  hermano 
de  Hortensia  vi  en  esta  aldea. 

Pero  por  aquí  andará, 
si  es  verdad  que  andan  en  pena. 
Que  no  es  muerto,  en  hora  buena. 
Pues  ¿que  resucitó  ya? 

Gila.  No,  que  fue  todo  fingido; 

que  así  a  Hortensia  lo  ha  contado 
Armindo,  que  la  ha  sacado 
de  la  cárcel. 

Doristo.  Justo  ha  sido. 

Yo  topé  esta  mesa  amiga 
y  di  en  comer  y  en  hartarme, 
tanto,  que  pueden  matarme 
un  piojo  en  la  barriga. 

Y  del  vino  que  he  bebido 
desta  bota,  ¡  rica  pieza !, 
voto  al  sol  que  la  cabeza 
está  como  pie  dormido. 

HoRTEX.  Dime,  Armindo  :  ¿  qué  remedio 

será  más  posible  y  llano 
para  hablar  a  Roseliano, 
si  está  deste  bosque  en  medio? 

Armixdo.        Que  tú  y  Gila  aquí  os  quedéis, 
ocultos  entre  estos  ramos, 
mientras  yo  y  Doristo  vamos. 

Horten.       Id,  y  aquí  nos  hallaréis. 

Armindo.        ¿  Sabéis  bien  el  bosque  ? 

Doristo.  ¿  Hay   cierva 

que  le  sepa  como  yo? 

Armindo.    Parte. 

Doristo.  A  un  tiempo  aquí  nació 

esta  barba  y  esta  hierba. 

43 


674 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


(Vanse  A'rmindo  y  Doristo,  y  quedan 
Hortensia  y   Gila.) 

HoRTEN.  Dichosas  habernos  sido 

en  haber  a  un  tiempo  hallado 
tú  al  pastor,  tu  enamorado, 
y  yo  al  Conde,  mi  marido. 

¿Quiéresle  bien? 
Gila.  Sí,    señora. 

HoRTEN.      ¿Ha  mucho? 
Gila.  Ha  más  de  tres  años. 

HoRTEN.      Serán  amores  extraños, 

y  muy  propios  para  agora. 

¿  Cómo  fueron  ? 
Gila.  Cierto    día, 

Dios  y  en  hora  buena  sea, 
iba  yo  desde  mi  aldea 
por  agua  a  una  fuente  fría 

en  la  ocasión  que  Doristo 
la  aceituna  A-areaba ; 
echóme  una  pulla  brava, 
cual  en  mi  vida  la  he  visto. 

Respondísela  a  la  he, 
que  no  se  me  queda  acá 
cuando  alguno  me  la  da; 
replicómela,  y  pasé. 

Desde  entonces  me  miró 
en  la  igreja  más  aprisa, 
y  un  día,  al  salir  de  misa, 
¡  pardiez  !,  que  me  pellizco. 

Yo  no  sé  lo  que  traía 
en  los  dedos  o  qué  fué, 
que  desde  entonces   pensé 
que   algún  hecliizo   sabía. 

Después,  el  mes  que  se  hace 
el  mayo,  me  dijo,  amén: 
"Gila,  que  vos  quiero  bien." 
Y  respondí:  "¡Que  me  place!" 

Fué  desto  tan  hecho  miel, 
que  unas  cintas  me  compró ; 
ya  entonces  no  pude  yo 
ser  más  crudelia  con  él. 

Y  habléle  por  el  humero, 
aunque  a  fe  que  me  costó 
que  al  sobir  se  me  cayó 
el  garvín  en  el  caldero. 

Aquí  fueron  las  cosquillas ; 
porque  después,  si  fregaba, 
como  en  Doristo  pensaba 
quebraba  las  escodillas. 

Quiso  Dios  que  al  fin  un  día 
en  las  eras  me  cogió ; 
mas,  par  Dios,  que  aunque  luchó 


que  fué  en  vano  su  porfía , 

que   le   entendí   los    reveses. 
Y  tanto  supe  gruñir, 
que  al  fin  lo  vine  a  parir 
cumplidos  los  nueve  meses. 

Hurten.  ¿  Hay  más  bella  narración  ? 

¿Hay   retórica   como   ésta? 

Gila.  Gente  suena  en  la  floresta. 

HoRTEN.       Soldados  del  fuerte  son. 
Huye,  Gila,  por  aquí, 
que  al  Marqués  nos  llevarán. 

Gila.  Parece  que  en  orden  van.  {Ap.) 

HoRTEN.      Sin  duda  que  van  por  mí.  {Ap.) 

{Vansc  los  dos,  y  salen  CuRCio  _v  Frondoso,  pastor.) 
CURCIO. 

Impórtame  el  secreto, 
y  por  eso.  Frondoso, 
vuelvo  desde  la  corte  a  visitaros. 

Frondoso. 

Estad,  señor,  seguro 
que  tengo  de  serviros.  , 

CURCIO. 

Mejor  está  de  su  furor  Flaminia. 

Frondoso. 
Eso  tienen  los  males 
que  del  amor  proceden, 
que  si  entran  furiosos 
con  más  paciencia  salqn. 

CURCIO. 

En  fin,  ¿se  viste  de  ^pastora  humilde? 

Frondoso. 

Ansí,   señor,   se  viste, 

que  con  tratarse  mal  descansa  un  triste. 

Curcio. 
A  la  corte  me  vuelvo, 
que  hago  en  ella  falta. 
Vos  en  tanto,  asistid  a  su  servicio, 
y  guardad  el  secreto. 

Frondoso. 

Seguro,  señor  Curcio, 

podéis  estar  del  pecho  de  Frondoso. 

Curcio. 
¿  Sabe  pastor  alguno 
quién   es  aquesta  dama? 


% 


ACTO  TERCERO 


675 


Frondoso. 
De  ninguna  manera. 

CuRCio. 
Pues  eso  liaced,  que  es  justo. 
Y  adiós,  que  se  hace  tarde. 

Frondo?/). 

El  cielo  os  guarde. 
¿'Cuándo  parte  al  armada? 

CURCIO. 

Hoy  comienza  su  bélica  jornada. 
(l'ase  CuRCio.) 

Frondoso. 

Justamente  pretende 
el  Duque  su  venganza, 
pues  su  hijo  mató  el  marqués  Roberto, 
y  gran  lealtad  ha  sido 
la   deste   mozo   ilustre, 
que  habiéndole  mandado  dar  la  muerte 
a  la   pobre  Flaminia 
por   el   amor   que   tuvo 
al  muerto  Roseliano, 
ha  guardado  su  vida, 
y  aquí  la  tiene,  en  traje  de  pastora. 
¡  Válgame   Dios  !   ¿  Qué  es  esto  ? 
En  la  mar  oigo  quejas. 

(Dice  Roseliano  de  dentro,  como  en  mar.) 


¡  Presto,  presto  ! 


Roseliano. 

Frondoso. 
Parece  que  perdida 


una  pobre  falúa 

va  flotando  por  las  altas  ondas 

y  la  gente  se  anega. 

Roseliano, 
¡  Oh,  virgen  de  Loreto  ! 
;  Oh,  casa  ilustre  y  santa,  que  los  ángeles 
en  sus  manos  trajeron  una  noche 
de  Nazarén  a  Italia ! 

Frondoso. 
Un  hombre  hacia  la  orilla 
nadando  viene.  — ;  Amigo, 
buen  ánimo,  camina  ! 

Roseliano. 
Madre  de  Dios,   Baptista,  Ángel   custodio ! 


Frondoso. 

Escapó  de  su  guerra. 
Dame  esa  mano. 

{Sale  Roseliano  como  de  la  mar,  todo  mojado.) 

Roseliano. 

¡  Oh,  deseada  tierra  ! 

Frondoso. 

¡  Pobre  de  ti,  cuál  vienes ! 

Roseliano. 

¡Oh,  amigo,  peor  estuve ! 

¡  Ah,  vida,  nadie  diga  estando  triste 

que  desea  perderte, 

pues  yo  quise  guardarte, 

siendo  el  más  desdichado  de  los  hombres ! 

Frondoso. 
Cúbrete  aqueste  sayo 
y  ponte  este  capote, 
y  alégrate,  mancebo, 
que  aquélla  es  mi  cabana. — ¡  Hola,  Lucinda ! 

(Abrígale    con    un    capote.) 
Roseliano. 
¿A  quién  llamáis,  hermano? 

Frondoso. 
Llamo  a  una  hija  mía, 
que  te  dará,  mirándola  alegría. 

(Sale  Flaminia  en  hábito  de  pastora./ 

Flaminia.       ¿Qué  es,  padre,  lo  que  queréis? 

Frondoso.  Este  pobre  gentil  hombre, 

porque  no  le  sé  otro  nombre, 
sale  de  la  mar  cual  veis. 

Por  lumbre  voy;  por  mi  vida, 
que  le  amparéis. 


(Vase  Frondoso-) 


Flaminia- 


i  Oh,  qué  dolor  !• — 
¿  De  dó  bueno  sois,  señor  ? 
RosELiAN.  Soy  de  una  nave  perdida. 
Flaminia.       Abrigaos. 

Ángel   pareces. 
;  Queréis  lumbre  ? 

No,  que  tengo, 
puesto  que  por  agua  vengo, 
más  que  el  infierno  mil  veces. 

Es  eso  lo  prometido 
si  Dios  os  sacaba  acá; 


roselian. 
Flaminia 
RoselIan. 


Flaminia, 


676 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


pero  estáis  en  tierra  ya 
y  habéislo  puesto  en  olvido. 

(Abrígale.) 

Cubrios. 

RoSEi.iAN.  Ya   estoy   cubierto. 

Flaminia.  ¿De  dónde  sois? 

RosELiAx.  De  Catania, 

puesto  que  una  tigre  hircania 
me  ha  engendrado  en  un  desierto. 

Flamima.       ¿A^os  de  Catania? 

RosELiAN.  Y  lo  digo. 

Flamixia.  ¿  Qué  dicen  allá  después 
que  la  hija  del  Marqués 
fué  en  casa  de  tu  enemigo? 

RosELiAX.       ¡  Ay,  mi  bien  ! 

Flaminia.  ¿  Suspiráis  ? 

ROSELIAN.  Si. 

Flaminia.  Pues,  ¿conocisteisla  vos? 
RosELiAN.  Y  nos  hablamos  los  dos 

como  yo  y  vos. 
Flaminia.  ¡  Ay  de  mí ! 

Sin  duda  que  es  caballero.-— 

¿  Qué  dicen,  en  fin  ? 
RosELiAN.  Que   ha    muerto 

a  su  hija  de  Roberto 
.  en   su  casa  el   Duque  fiero. 

Flaminia.       ¿  Quién  ? 
RosELiAN.  Aqueste  calabrés 

que  fué  sucesor  de  Judas. 
Flaminia.  ¡  Qué  bien  contra  el  Duque  ayudas 

la  venganza  del  Marqués ! 
Pero  no  tienes  razón, 

pues  el  primero  dio  muerte 

al  buen  Roseliano. 
RosELi.\N„  Advierte 

que  tUA'O  justa  ocasión, 

porque  le  halló  con  Flaminia ; 

pero  el  otro  la  mató 

porque  ella  se  le  entregó, 

que  fué  notable  ignominia. 
Flaminia.       ;  No  ves  tú  que  la  venganza 

no  mira  en  inconvenientes 

de  nobleza  ni  parientes? 
RosELiAX.  No  es  ley  que  a  reyes  alcanza. 

En  ellos  es  gran  bajeza. 
Flaminia.  ¿Eres  caballero,  amigo? 
RosELiAN.  ¿  En  las  razones  que  digo 

no  conoces  mi  nobleza? 
Flaminia.       ¿A  qué  ibas? 
RosELiAN.  A  matar 

al   Duque. 


Flaminia.  ¿Ves  que  era  injusto 

en  que  estorbó  Dios  tu  gusto 
con  toda  el  agua  del  mar  ? 

Pero  aquí,  donde  me  ves, 
también  de  Catania  soy. 

(Aha  el  rostro  Roseliano  a  mirar  a  Flaminia,  _v  co- 
nócela, y  dice.) 

Roselian.  Agora   a   mirarte   V03', 

que  voy  a  echarme  a  tus  pies, 
Flaminia.       ¿  Qué  es  esto,  cielos,  que  veo  ? 
Roselian.  ¡  Ay,  Dios!  ¿Qué  es  esto  que  vi? 
Flaminia.  ¿  Eres  Roseliano  ? 
Roselian.  Sí. 

Flaminia.  ¡  No  es  posible,  no  lo  creo ! 
Roselian.       ¿Eres  Flaminia? 
Flaminia.  Sí  soy. 

Roselian.  ¿Flaminia  viva? 
Fl.\minia.  j  Desvia ! 

{Anda   huyendo-) 

Roselian.  ¿Que  vives,  señora  mía? 
Flaminia.  ¿  Qué  es  esto  que  viendo  esto\'  ? 

¿  Eres  Roseliano  ? 
Roselian.  Llega, 

llégate  a  mí. 
Flaminia.  ¡  Ah,   fiera   sombra  ! 

Roselian.  ¡  Ah,  Flaminia  ! 
Flaminia.  ¿Quién  ine  nombra? 

Roselian.  Mírame,  escucha.  ¿Estás  ciega? 
Flaminia.       ¡  Alma  de  mi  muerto  bien, 

déjame,  no  me  hagas  mal ! 
Roselian.  ¿ Hase  visto  cosa  igual? 

yi'i  bien,  los  pasos  deten. — 
Sin  duda  que  ella  no  es 

y  que  me  engaña  el  deseo. 

¿  Si  han  burlado  a  Floriseo 

como  en  Catania  al  Marqués? 
¿  Si  es  viva  ? 
Flaminia.  ¿  Qué  quieres,  alma  ? 

¿Tienes  algo  que  decirme? 
RosELi.\N.   Sí,  señora,  que  estoy  firme 

más  que  la  africana  palma. 
Flaminia.       Alma,  yo  no  te  ofendí ; 

con  mi  amor  la  muerte  aBouí^ 

de  tu  cuerpo. 
Roselian.  Y  yo  perdono 

la  que  me  han  dado  por  ti. 
Flaminia.      Alma,  yo  no  siento  fuerzas 

para  allegarme  a  tus  brazos. 
Roselian.  Tú  verás  en  mis  abrazos 

que  soy  cuerpo,  si  te  esfuerzas. 
Flaminia.       ¡  Padre,  padre,  que  me  mata  ! 


ACTO  TERCERO 


677 


RosELiAN.  Cuerpo  soy,  tócame  bien, 

y  aunque  fuera  alma,  también 
fueras  en  huir   ingrata. 

Flaminia.       ¡  Ah,  pastores  !   ¡  Ah,  Frondoso, 
que  me  mata  un  alma  en  pena ! 

RosELiAN.  Ya  está  de  mil  glorias  llena 
gozando  tu   rostro  hermoso. 

(Salen  Froxdoso  y  los  pastores.) 

Frondoso.       ¡  Acudid,  hola,  vaqueros, 

que  da  mi  Lucinda  voces. 
RosELiAN.  Señora,  ¿no  me  conoces? 
Flamixia.  ¡  Desvía  esos  brazos  fieros ! 
Frondoso.       ¿Qué  es  esto,  Lucinda  mía? 
Flaminia.  ¡  Ay,  padre,  no  es  cuento  vano : 

el  alma  de  Roseliano. 

que  da  voces  y  porfía 
que  me  quiere  abrazar  ! 
Frondoso.  ¿  Cómo  ? 

Flaminia.  Que  me  quiere  llevar. 
Ergasto.  ¡  Bueno ! 

RoSELiAN.  Si  soy  alma,  por  ti  peno. 
Belardo.     i  Juro  a  Dios  si  un  gancho  tomo, 

que  aviente  el  alma  a  los  trigos ! 
Frondoso.  Quedo,  que  si  es  cosa  mala 

en  asiéndola  resbala 

y  no  se  le  da  dos  higos. 

Parece  que  el  miedo  os  calma. 

Démosle  del  pie  al  cogote 

sobre  ella  tanto  garrote, 

que  si  es  cuerpo  deje  el  alma. 
Que  si  es  alma,  no  por  buena 

anda  en  pena  por  ahí; 

ni  volverá  más  aquí 

viendo  que  le  dan  más  pena. 
RoSELiAN.        Estos  conciertan  matarme;  (Ap.) 

huir  al  monte  es  mejor. 

¡  Ah,  ingrata  !  ¿  Que  este  rigor 

trazaste  por  acabarme? 

Tuya  ha  sido  la  invención ; 

mas  si  de  mi  muerte  gustas, 

no  sea  a  manos  robustas 

de  aqueste  infame  escuadrón. 
Belardo.  ¿Hablan  ansí  en  el  abismo? 
RosELiAN.  No  maten  a  un  caballero 

armas  de  un  villano  fiero ; 

yo  me  mataré  a  mí  mismo. 
Cuando  nos  vimos  los  dos 

no  me  quisiste  abrazar, 

pues  yo  me  voy  a  matar. 

¡  Flaminia,  Flaminia,  adiós ! 

{Vase  Roseliano.) 


Frondoso. 

Ergasto. 

Frondoso. 


Flaminia. 

Frondoso. 
Fla^iinia. 
Frondoso. 


Flaíiinia. 


Frondoso. 

Ergasto. 

Frondoso. 


Belardo. 


Frondoso. 
Belardo. 


Frondoso, 
Belardo. 


Huye,  Ergasto,  aquí  te  mete. 
¿Esto  de  ánimo  te  priva? 
Entendí,  como  se  iba, 
que  soltara  algún  cohete. — 

Hija,  ¿qué  es  esto? 

¡  Ay,    Frondoso, 
llegaos  a  mí,  que  me  muero ! 
Este  no  era  caballero? 
¡  Era  el  alma  de  mi  esposo  ! 

¿  Pues  no  salió  de  la  mar 
desta  nuestra  playa  estrecha, 
que  con  fortuna  deshecha 
en  sus  rocas  vino  a  dar? 

Eso,  padre,  pareció, 
y  cuando  echado  le  vi 
sobre  estas  algas  aquí, 
lo  mismo  pensaba  yo. 

^las  no  sé  cómo  os  lo  diga, 
que  estándole  consolando 
se  levantó  suspirando 
y  me  llamó   esposa  amiga, 

mi  bien  y  otras  cosas  tales, 
y  los  brazos  me  pedía. 
Sin  duda  el  alma  sería. 
Todas  son  claras  señales. 

¿  Qué  te  parece,  Belardo, 
tú  que  has  sido  sacristán, 
las  ánimas  que  allí  están, 
que  nunca  verlas  aguardo, 

suelen  venir  por  acá 
si  tienen  algo  que  hacer? 
Xo  hay  hombre  tan  bachiller 
que  sepa  lo  que  hay  allá. 

Y  aunque  a  veces  yo  he  cantado 
responsos  a  los  difuntos, 

nunca,  por  Dios,  a  esos  puntos 
con  los  muertos  he  llegado. 

Verdad  es  que  oí  decir 
que   mi   abuela   era   fantasma. 
¿  Fantasma  ? 

¿  Sólo   esto  os  pasma  ? 
Cómo  eso  suelen  fingir. 

Una  vez  dicen  que  asió 
a  Gil  con  un  garabato, 
y  que  otra  vez  como  gato 
al  cura  se  apareció. 

Y  aún  más,  que  una  noche  a  mí 
me  picó  con  una  aguja. 
¡'Calla,  que  sería  bruja! 

¡  Por  Dios,  que  creo  que  sí ! 

Que  decían  que  un  muchacho 
le  estrujó  para  comer. 


678 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


Frondoso.  ¡  Pues  brujas  tienen  que  ser 

con  alma  en  pena,  borracho ! 
Belardo.         i  Luego  una  cosa  no  son  ? 
Ergasto.     j  Calla,  necio,  mentecato  ! 
Belardo.     ¿  No  pudo  ser  alma  y  gato 

si  era  alma  de  algún  ladrón? 
Frondoso.      Ahora  bien,  Lucinda  mía, 

no  te  dejar  sola  importa, 

y,  por  tus   ojos,   reporta 

tan  triste  melancolía. 
Que  los  espritus  acuden 

a  los  que  tristes  están; 

y  estos  pastores  irán, 

con  otros  que  les  ayuden, 
por  esos  montes  con  hondas 

hasta  que  el  alma  se  vaya 

noramala  desta  playa. 

Si  te  llama,  no  respondas ; 
son  déjala  para  roín. 
Belardo.     No  temas  que  ha  de  volver. 
Flaminia.  i  Almas  me  vienen  a  ver, 

sin  duda  es  cierto  mi  fin ! 

{Vaiise,  y  salen  el  Marqués  .v  Armindo, 
y  soldados  con  caja.) 

Marqués.        Tomaré   tierra,   a   pesar 

del  Duque,  y  como  otro  griego 
pondré  a  sus  ciudades  fuego. 
Armindo.    Salga  tu  gente  del  mar; 

fórmese  un  bello  escuadrón 
con  que  su  Troya  aniquiles, 
que  yo  quiero  ser  Aquiles 
si   fueses  Agamenón. 

¿  A  Flaminia  ha  dado  muerte  ? 
¿A  una  mujer? 
Marqués.  Hoy,  sobrino, 

la  nueva  trágica  vino 
a  mis  oídos  de  suerte, 

que  fué  milagro  vivir; 
mas  bien  sabe  el  sentimiento 
en  el  furor  con  que  intento 
a  Calabria  destruir. 

¡  Cruel  hombre  !  ¿  A  una  muj  er 
que  por  su  hijo  perdida 
iba  a  ofrecerle  la  vida, 
tanto  mal  la  pudo  hacer? 

¿De  qué  Diómedes  se  cuenta 
tal  linaje  de  crueldad, 
que  la  mía  fué  piedad 
de  satisfacer  mi  afrenta? 

Hallé  en  mi  casa  escondido 
a  Roseliano  cruel; 


halló  en  la  suya  por  él 

mi  hija  el  honor  perdido. 
Dióla  muerte  sin  ofensa; 

sangre  inocente  vertió. 
Armindo.    No  pienses  que  la  mató; 

en  que  has  de  vengarte  piensa. 
Que  de  pensar  en  su  muerte 

te  desmayará  el  dolor, 

y  de  vengarte  el  rigor 

hará  tu  pecho  más  fuerte. 
Marqués.        ¿Quién  viene? 
Armindo.  Hortensia,    su   prima. 

(Sale  Hortensia  cii  hábito  da  hombre  y  con  espada, 
y   algunos  soldados  con  ella.) 

Marqués.    ¡  Sangre  del  Duque  ! 
Armindo.  No   es 

sino  sangre  del  Marqués, 
y   como   tuya   la   estima.' 

Agora  que  en  esta  guerra 
te  he  servido  y  me  acompaña, 
en  ninguna  cosa  daña 
la  paz  de  tu  amiada  tierra. 

Después  de  ser  mi  mujer 
llora  a  Flaminia. 
HoRTEN.  ¿Qué  pecho, 

aunque  de  mármoles  hecho, 
no  pudiera  enternecer? 

No  te  turbe  el  ver  que  soy 
sangre   del   Duque  cruel, 
que  si  alguna  tengo  del 
aquí  te  la  ofrezco  y  doy. 

Las  armas  que  traigo  al  lado 
las  primeras  han  de  ser 
que  se  saquen  para  hacer 
estrago  en  él  y  su  estado. 
Marqués.       ¡  Ay.  Hortensia  !  ¿  Qué  consuelo 
será   en   mi    mal    conveniente  ? 
i  Sangre  de  aquella  inocente, 
dad  voces,  clamad  al  cielo  ! — 

Ea,  valientes  soldados, 
mi  sangre  y  honra  vengáis. 

(Sale  Teistáx  solo,  y  dice.) 

Tristán.     ¿Cómo,  señores,  estáis 

de  tanto  mal  descuidados, 

que  el  Duque  viene  a  estorbaros 
que  aquí  no  desembarquéis? 

Armindo.    La   causa   que   defendéis, 
soldados,  ha  de  animaros. 

Marqués.        Ea,  tocad  esa  caja, 

(Tocan.) 


ACTO  TERCERO 


679 


que  ya  las  contrarias  suenan, 
Armindo.    Los  altos  montes  atruenan. 
Marqués.  De  las  altas  cumbres  baja. 

(Salen  el  Duque  y  Finardo  y  Curcio  con  caja  de  gue- 
rra y  bandera,  y  soldados,  todos  en  orden.) 


Finardo. 

DUOUE. 


Curcio. 


Tú  llevas  justa  razón. 
Sí;  pero  el  ver  que  en  mi  tierra 
haga  el  Marqués  cruda  guerra 
me  ha  causado  confusión. — 

Parte,  Curcio,  y  di  que  quiero 
hablarle   en  paz. 

Yo  voy, 
que  si  arrepentido  estoy 
mi  destrución  considero. 


(Sale  DoRisTo  de  soldado  a  lo  gracioso  con 
lina  espada  mohosa,  y   Gila  con   él.) 

GiLA.  ¿  Quién  te  mete  en  ser  soldado  ? 

DoRiSTO.      ¡  No  hay  más,  3-0  he  de  pelear ! 
GiLA.  ¿Por  qué  te  quieres  soldar, 

si  nunca  fuiste  quebrado? 
DoRisTO.         Los  campos  tienen  sus  puestos. 
GiLA.  Huyamos  por  este  risco. 

DoRiSTO.     i  Gila,  por  Santiliprisco, 

que  he  de  matar  veinte  déstos ! 

(Mete   mano.) 


GiLA. 

i  Tente ! 

DORISTO. 

No  tiene  remedio. 

GiLA. 

¿No  miras  que  estoy  preñada? 

DORISTO. 

;  Pues  qué  he  de  hacer  del  espada, 

que  me  costó  real  y  medio? 

Curcio. 

El  Duque,   señor,   pretende 

hablarte  de  paz. 

Marqués. 

Pues  llegue, 

que  no  es  justo  se  le  niegue 

a  enemigo  que  no  ofende. 

Pero,  ¿qué  puede  tratar? 

¿En  que  quedamos  amigos? 

Curcio. 

Voile  a  llamar. 

Marqués. 

¡  Sed  testigos, 

cielos,  que  os  quiero  vengar ! 

Curcio. 

Habla,  señor,  que  ya  escucha 

el  Marqués. 

Duque. 

Marqués   Roberto, 

¿estás  de  que  tienes  cierto 

justicia? 

Marqués. 

¡  Y  tengo  mucha ! 

Duque. 

¿  Qué  me  pides  ? 

Marqués. 

La  crueldad 

de  haber  muerto  una  mujer. 

Duque.        ¿  Y  querrás  darme  a  entender 
que  fué  la  tuya  piedad? 
¿  No  mataste  a  Roseliano  ? 

Marqués.    Quitóme  el  honor. 

Duque.  Yo  quiero 

hacer,  como  caballero, 
•  un  hecho  noble  y  romano. 
No  lo  pague  nuestra  gente 
ni  aquí  su  sangre  vertamos; 
los  dos  este  campo  hagamos 
cuerpo  a  cuerpo  solamente. 

Marqués.        Soy  contento. 

Finardo.  No  es  razón 

donde  hay  mozos. — ^Ea,  gallardo 
Armindo,  aquí  está  Finardo. 

Armindo.    Yo  huelgo  desta  ocasión. 

(Salen   Frondoso   y   los  pastores  huyendo.) 

Frondoso.       ¡  Aquí,  favor  !   ¡  Ay  de  mí, 
fuertes  campos  sicilianos ! 

Marqués.    ¿Dónde  van  estos  villanos? 

Duque.       Tente;   ¿dónde  vais  ansí? 

Frondoso.       Los  pastores  que  habitamos 
por  estos  ásperos  riscos, 
que  están  mirando  en  el  mar 
desiguales  edificios, 
del  alma  de  Roseliano, 
señor,  huyendo  venimos, 
que  anda  en  pena  en  este  monte, 
dando  por  Flaminia  gritos. 
Y  aunque  es  alma,  es  tan  cruel, 
que  trae  en  la  mano  un  pino 
con  que  no  ha  dejado  en  pie 
pastor,   cabana  ni   aprisco. 

Duque.        Bien  es  menester  juntaros 
y  a  defensa  preveniros, 
que  ya  desciende  furiosa. 

(Sale  Roseliano  con  un  bastón.) 

R0SELIAN.  ¿Adonde  vais,  enemigos? 

¡  Fuera,  que  soy  alma  en  pena 

que  en  aqueste  cuerpo  habito, 

para  pagar  el  pecado 

del  villano  padre  mío  ! 
Duque.        Tente,  si  es  posible;  tente, 

alma  de  mi  pobre  hijo. 
RosELiAN.  ¿Quién  eres  tú? 
Duque.  Soy  tu  padre, 

y  éste  el  Marqués,  tu  enemigo. 
Armindo.    ¡  Roseliano ! 
R0SELIAN.  ¡  Armindo  noble  ! 

Marqués.    ¿Qué  es  esto,  engañoso  Armindo? 


680 


LOS  MUERTOS  VIVOS 


¿No  mataste  a  Roseliano? 
Armindo.    No,  señor,  que  era  mi  amigo. 
Marqués.    í  Pues  hazte  afuei-a,  cobarde, 

vil  sangre,  que  me  has  vendido; 

que  a  ti  conu)  al  Duque  fiero 

a  batalla  os  desafío  ! 
Duque.        Hijo,  ¿que  eres  vivo? 
Armindo.  El  cielo 

sabe  que  no  te  he  ofendido ; 

en  las  leyes  de  amistad 

fuera  el  matarle  delito. 
Marqués.    Si  teniéndote  por  muerto 

intenté  lo  que  habéis  visto, 

¿qué  haré  si  vivo  te  ■\cn 

y  todo   mi   bien  perdido? — 

¡Tocad  las  cajas  al  arma! 

¡  Animo,  soldados  míos, 

vengadme,  y  muera  el  primero 

mi  mal  nacido  sobrino ! 
RosELiAx.  Detente,  que  si  yo  soy 

^ivo,  ir.is  ojos  lian  visto 

viva  a  Flaminia,  tu  hija. 
Marqués.  ¿Viva,  dices? 
RosELiAN.  Viva,  digo. 

Marqués.    Ya  es  tarde  para  engañarme. 
CuRCio.       Señor,  la  verdad  te  ha  dicho. 

Entregándomela  el  Duque, 

como  Roseliano  a  Armindo, 

la  guardé  entre  estos  pastores. 
Frondoso.  ¿  Luego  la  que  yo  he  tenido  . 

es  Flaminia? 
•CuKCio.  Ve   por   ella. 

{Vasa  Frondoso.) 

Marqués.    ¡  Al  cielo  santo  bendigo  ! 

Duque.       Yo  te  perdono  el  engaño, 

Curcio,  y  digo  que  eres  digno, 
por  la  piedad  que  tuviste, 
de  premio,  en  vez  de  castigo. 

Marqués.    Mejor  de  mí  se  merece 

desde  aquí  empeño,  y  me  obligo 
esta  palabra  y  mis  brazos. 

(Salen    Frondoso   y    Fl.MiIinia.) 

Flaminia.  ¿Que  era  el  cuerpo? 
Frondoso.  El  cuerpo,  digo. 

Flamini.\.  ¿Tocástele? 
Frondoso.  Llega  y  mira 

este  engaño. 


Flaminia.  ¡  Esposo  mío  ! 

RosELiAN.  ¡  Flaminia ! 
Marqués.  ¡Hija! 

Flaminia.  ¡  Señor ! 

DoRiSTO.     i  Juntádose  ha  el  regocijo  ! 
Flaminia.  ¿  Es  posible  que  te  veo  ? 
Roseliax.  Mi  vida  debes  a  x\rmindo. 
Flaminia.  ¡  Hortensia ! 
HoRTEN.  ¡  Señora  mía  ! 

Duque.        ¡Contento  estoy! 
Marqués.  ¡  Yo  infinito  ! 

Roselian.  Ea,  pues,  haced  las  paces, 

pues  ya  tenéis  vuestros  hijos; 

pero  que  estamos  casados 

quiero    primero    advertiros. 
Duque.        Yo  abrazo  al  Marqués. 
Marqués.    Yo  al  Duque. 
Armindo.  Señores,  oíd  a  .Vrmindo. 

Esta  es  Hortensia,  mi  esposa. 
Finardo.     ¡  Eso  no,  que  yo  lo  impido. 
Armindo.    Ella  elija. 
Finardo.  Soy  contento. 

Horten.       Que  Armindo  es  mi  esposo,  digo. 
Tristán.     Tristán,  tu  hermano  te  abraza. 
Duque.        Haga  Finardo  lo  mismo, 

}'•  doile  a  Julia  y  seis  villas. 
Duque.        Aquí  está,  señor,  Doristo. 
Marqués.    ¿  Quién  es  éste  ? 
RosELiAN.  El  jardinero. 

Doristo.     Señor,  yo  soy  el  que  ha  sido 

el  alcahuete  de  todo. 
Marqués.    ¿Qué  quieres? 
Doristo.  Premio  o  castigo. 

Duque.        Yo  le  doy  seis  mil  ducados. 
Marqués.    Yo  de  reñía  un  pan  y  vino 

y  dos  mil. 
Doristo.  ¿Y  a  Gila,  señor? 

Marqués.    Otros  dos  para  zarcillos. 
Flaminia.  Y  yo  le  mando  mis  joyas 

a  Hortensia. 
Roselian.  a  Telefrido 

doy  cuatro  villas,  y  mando 

mis  caballos  y  vestidos. 
Telefrid.  Yo  beso  tus  pies,  señor. 
Marqués.    Pues  vamos  todos,  amigos, 

a  Catania. 
Roselian.  Aquí,  senado, 

se  acaban  Los  muertos  vivos. 

FIN 


n^^iDiE  SE  GonsroGE 


COMEDIA  FAMOSA 

DE 

LOPE  FÉLIX  DE  VEGA  CARPIÓ 


Roberto,  Rey  de  Hungría. 
LiSARDO.  Principe. 
Celía_   dama. 
DoRisTA,    dama. 
Belisa,  dama. 


PERSONAS 

El    DCOUE   .^RNALDO. 

Alba^'o,  caballero. 
Feliciano,   caballero. 
Fabio,  lacayo. 
LuciNDO,  criado. 


Fileno,  labrador. 
ClarinOj  labrador. 
[Bato.] 


ACTO  PRIMERO 

{Salen  Roberto,   Rey   de  Huxgría,  y  Alsaxo, 
llero.) 

Aleaxo.  Vuestra  majestad  intente 

dividirlos  a  los  dos. 

Rev.  ;  Cómo  el  Príncipe  no  siente 

que  castigos  tiene  Dios 
para  un  hijo  inobediente? 

Aleaxo.  _\mor  es  ciego  sin  guía, 

y  en  la  humana  jerarquía 
tiene  tanta   autoridad, 
que  aun  dijo  la  antigüedad 
que  a  los  dioses  se  atrevía. 

Pintóle  un  sabio  rompiendo 
rayos  en  el  aire. 

Rey.  El  daño 

es  que  yo  no  le  reprendo 
para  dar  fuerza  a  su  engaño 
con  lo  mismo  que  me  ofendo. 

Porque   es   pasión   ofendida 
de  ver  que  nadie  la  impida, 
se  opone  al  más  atrevido, 
que  crece  amor  resistido 
como  el  agua  detenida. 

.\JLEAX0.  Señor,  dicen  que  en  amor 

hay  dos  fines  desiguales, 
con  que  se  templa  su  ardor. 

Rey.  Con  pensamientos  iguales 

tengo  al  remedio  temor. 

Aleaxo.  Cuando  es  amor  que  desea, 

en  gozando,  la  hermosura 


caba- 


Rey. 

Aleaxo. 

Rey. 


suele    parecerle    fea, 

que  templa  el  bien  que  procura 

ver  que  le  goce  y  posea. 

De  suerte,  que  esta  mudanza 
nace  del  bien  que  se  alcanza, 
porque   en   los   brazos   le   halló 
menor  que  se  le  mostró 
el  deseo  a  la  esperanza. 

El  otro  amor  es  del  trato, 
y   mucho    más    peligroso, 
porque  es  de  Midas  retrato 
abundante    y    deseoso, 
nunca  mudable  ni  ingrato. 

Y  como  en  la  ejecución 
no  se  templa  su  pasión, 
tiene   por    fin   el   agravio; 
sólo  este  médico  es  sabio, 
que  los  demás  no  lo  son. 

Ya  te  entiendo. 

Puede  ser. 
Dices  que  el  Príncipe  quiere 
por  trato   aquesta  mujer, 
donde  el  deseo  no  muere 
ejecutado  el  placer: 

y  que  no  podrá  olvidar 
sino   sólo  por   agravio ; 
pero,  ¿quién  ha  de  agraviar 
a  un  hombre  gallardo  y  sabio,, 
que  quiere  y  sabe  obligar? 

Demás,  de  que  yo  he  sabido 
que   de   los   dos  ha  nacido 


682 


XADIE   SE   CONOCE 


el  vínculo  deste  amor: 

los  hijos  es  el  mayor, 

y  es   imposible   el  olvido. 

Celia   es   mujer   principal; 
¿  qué  agravio  le  puede  hacer  ? 
¿  Cómo  será  desleal 
obligada    una    mujer 
y  siendo  tan  desigual? 

Fué  su  padre  caballero 
noble,  según  me  han  contado , 
si  bien  de  Hungría  extranjero, 
y  en  Francia  el  mejor  soldado 
que    ciñó    lustroso    acero. 

Yo  no  la  he  visto  en  mi  vida, 
pero   dicen   que   es   mujer 
virtuosa  y  recogida. 
¿Pues   cómo  puede  ofender 
ni  ser  de  olvido  ofendida? 
Aldano.  Señor,  si  bien  las  mujeres 

saben  resistir  amando 
y  de  sus  partes  lo  infieres, 
porfiando  y  conquistando 
puede  haber  algo  en  que  esperes. 

Que  hasta  un  poeta  llamó 
lo  que  nadie  conquistó; 
y   cuando  Celia  lo    sea, 
ni  escuche,  ni  hable,  ni  vea, 
con  eso  sólo  haré  yo 

que  el  Príncipe   esté  quejoso 
y  aun  celoso,  que  esto  basta : 
no  es   caso   dificultoso 
pintarle  de  la  más  casta 
un   agravio   mentiroso. 

que  si  él  lo  llega  a  creer 
el  mismo  efeto  ha  de  hacer 
que  la  verdad. 
T^EY  Es  engaño, 

porque  en  Añendo  el  desengaño 
se  han  de  volver  a  querer. 

De  manera  que  es  error 
darle  fingidos   recelos 
desengañando  el  temor, 
que  amistades  sobre  celos 
doblan,  Albano,  el  amor. 
ÁLr.Axo.  Cuando  un  hombre  está  quejoso 

del  agravio  de  su  dama, 
del   olvido   codicioso, 
por  venganza  finge  que  ama 
y  se  entretiene  celoso. 

Prevenir  una  mujer 
que    solicite    querer 
al  Príncipe,  y  que  esto  sea 


de  suerte,  que  Celia  crea 
que  agravio  le  pudo  hacer. 
Pues  ella  la  ofensa  mira 
y  el  Príncipe  lo  sospecha; 
aunque   todo   sea   mentira 
tú  verás  lo  que  aprovecha 
para   moverlos    a   ira. 

Y  por  donde  no  lo  piensas 
tendrán  por  ciertas  las  culpas 
y  imposibles  las  defensas, 
que  antes  que  se  den  disculpas 
se  habrán  hecho  mil  ofensas. 

Rey.  ¿  Pues  quién  te  parece  a  ti 

que   sirva  a   Celia? 

Albano.  Señor, 

el  duque  Arnaldo  está  aquí, 
hombre  de  pecho  y  valor ; 
esto  en  secreto  le  di, 

y  da  principio  al  engaño, 
que  yo  por  mi  parte  haré 
que  crean  los  dos  su  daño. 

Rey.  Voile  hablar  para  que  esté 

prevenido  en  el  engaño. 

{Vase) 

Albano. 

Deseos  de  subir  adonde  pueda 
tener  lugar  que  a  tqdos  me  adelante 
me  incitan  a  inquietar  un  noble  amante, 
aunque  de  serlo  yo  la  culpa  exceda. 

A  la  fortuna  le  pusieron  rueda, 
no  sólo  por  ser  fácil  y  inconstante, 
mas  porque  im  hombre  en  ella  se  levante, 
pues  si   no   la  provoca,  se   está  queda. 

Tan  presto  es  liberal  como  es  avara ; 
ya  los  que  estaban  llenos  se  ven  faltos, 
ya  los  que  eran  cobardes  atrevidos. 

Ella,  en  efeto,  es  rueda,  y  nunca  para, 
y  así,  por  fuerza,  donde  caen  los  altos 
vienen   a   levantarse   los   caídos. 

{Vasc.    Y  salen   el   Príncipe,  y   Feliciano,   caballero, 
Celia,  dama;  Dorista  y   Belisa,  damas  sUyas.) 

Lisardo.        Quiero  encarecer  mi  amor 
y  parece  que  no  acierto ; 
pero  sé  que  estoy  muy  cierto 
que  no  puede  ser  mayor. 

Celia.         Si  vos  no  tenéis  temor 
mal    podéis   encarecer 
vuestro  amor,  porque  vencer 
al  temor,  mi  bien,  quien  ama 
\crdadero    amor   se   llama. 


ACTO  PRIMERO 


683 


y   así  es  mayor   en  mujer. 

Teme  la  mujer  que  amando 
corre  peligro  su  honor; 
teme,  si  hay  competidor, 
perder  lo  que  está  gozando ; 
si  hay  marido,  está  temblando; 
si  hay  padre,  el  justo  pesar 
que  en  saberlo  le  ha  de  dar ; 
a  quien   teme,   como   temo, 
a  im  Re\-  con  mayor  extremo, 
¿qué   mayor   fuerza   de   amar? 
LiSARno.        Y  quien  por  vos  aventura 
de  su  padre  la  obediencia, 
del  reino  la  diligencia 
con  que  casarme  procura, 
¿qué  le  debe  a  esa  hermosura? 
■_  Es   menor  la   obligación  ? 
Pero  diréis  que  éstas  son 
obras  en  hombre  obligado 
al  hombre,  a  quien  Dios  le  ha  dado 
más  valor  y  perfección. 

Celia. 

No  puede  haber  amor  que  iguale  al  mío ; 
mi  sentido  excedió  mi  sentimienro; 
cuanto  sin  vos  es  bien,  cuanto  es  contento, 
es   para   mí   tormento   \   desvarío. 

Tan  nuevas  almas  en  mi  pecho  crío, 
que  son  pocas  cien  mil  para  un  momento; 
háceme  sombra  el  mismo  pensamiento, 
y  dclla,  si  os  ofende,  me  desvío. 

Amor  no  tiene  en  mí  cosa  imposible, 
por  mí  sola   se  pudo   pintar   ciego ; 
el  alma  para  vos  no  es  invisible. 

Con  esta  fuerza  a  lo  imposible  llego, 
y  os  quiero  tanto  más  de  lo  posible, 
que  si  no  soy  amor,  vengo  a  ser  fuego. 

LlSARDO. 

Nace   del   dulce  pensamiento   mío 
siempre,  señora,  en  vos  mi  sentimiento, 
porque    pensar    tener    otro    contento 
si  no  es  pensando  en  vos,  es  desvarío. 

Pienso  en  pensar  que  pensamientos  crío 
que  no  falten  de  vos  solo  un  momento, 
y  por  no  tener   otro  pensamiento, 
de  pensar  en  perderle  me  desvío. 

Corrido  está  de  verme  el  imposible, 
la  majestad  rendida,  el  temor  ciego, 
y  yo  para  oti'os  gustos  invisible; 

pues  cuando  a  ver  vuestra  hermosura  llego 
desprecio   tanto   amaros   lo   posible, 
que  con  sólo  mirar   abraso  al   fuego. 


Felician.       Vos  y  yo  poco  sabremos 

decirnos   desto. 
DoRiSTA.  Es  verdad, 

que  donde  no  hay  voluntad 

pocos   serán  los   extremos. 
Felician.  Yo   os   tengo   alguna. 
DoRiST.v  Dejemos 

eso   de   tener   alguna. 
Felician.  Alguna  es  principio  de  una. 
DoRiSTA.     Amad  con  mucha  o  callad; 

porque   alguna  voluntad 

está  cerca  de  ninguna. 

{Sale  Fabio,  criado,  del  Príncipe.) 

Fabio.  ¿El  Príncipe  mi  señor? 

Felician.  Aquí  está. 

LisARDO.  Pues  bien;  ¿qué  ha}'^,  Fabio? 

Fabio.         Que  todos  tratan  tu  agravio, 

desde  el  mayor  al  menor. 
Tan  público  llega  a  ser, 

que   Riselo  me  ha  contado 

que  quiere  tu  padre,  airado, 

valerse  de  su  poder. 

Celia  en  gran  peligro  está. 
Lisardo.      Siempre,  Fabio,  lo  temí. 
Celia.         Si  hay  peligro  para  mí, 

el  de  perderte  será. 
Lisardo.        Antes  perderé  la  vida. 
Celia.         La  corte  quiero  dejar, 

que  el  Rey  me  hace  buscar : 

o  soy  muerta,  o  soy  perdida. 
Lisardo.         Sabe  el  Rey  que  para  Dios 

eres,  Celia,  mi  mujer. 
Celia.         Sé  yo  que  tiene  poder 

de  apartarnos  a  los  dos. 
Felician.       Si  la  corte  has  de  dejar 

aquí  cerca  hay  una  aldea. 
Lisardo.     Y  no  ha}'  remedio  que  sea 

más   fácil,  pues  hay  lugar 
de  verte  siempre  que  quiera. 
Fabio.         El  bosque  de  Miraflor 

tiene  un  castillo,   señor, 

puesto  en  su  verde  ribera; 
hay  desde  la  aldea  a  él 

un  tiro  de  piedra  menos, 

donde  mil   olmos   amenos 

forman   un   verde   dosel. 
Es  casa  llana  y  cerrada , 

haz  que  Celia  viva  allí ; 

no  en  el  traje  que  está  aquí, 

pues  puede  andar  disfrazada. 
Y  porque   los   labradores 


684 


NADIE   SE    CONOCE 


son  maliciosos,  que,  en  fin, 
nunca  verás  hombre   ruin 
con  pensamientos  mejores, 

un  criado  que  no  sea 
en  la  corte  conocido 
se  finja  ser  su  marido 
y  satisfaga  la  aldea. 
LisARDo.         Bien  dice,  y  nadie  mejor 

que   Feliciano. 
Felician.  Si  puedo 

servirte,    aquí   estoy. 
LiSARDO.  Yo  quedo 

satisfecho  de  tu  amor. 
Celia .  será    labradora, 
tú   marido  y  yo   quien 
vaya  secreto,  mi  bien, 
a  ver  el  que  el  alma  adora. 
Todo   está  bien  ordenado; 
mas,  ¿no  ves  que  si  me  ausento 
me   ha    de   buscar? 

Pensamiento 
bien  temido  y  bien  fundado. 
¿  Pues  qué   remedio  ? 

Que  aquí 
Dorista  se  quede  agora 
en  nombre  de  mi  señora. 
i  Y  den  los  rayos  en  mí ! 

No  temas  que  el  Rey  te  ofenda, 
y  más  que  te  he  de  guardar, 
estimar  y  visitar 
como  a  mi  querida  prenda. 
Quédate,   Dorista,   aquí, 
que  yo  tengo  quien  te  guarde. 
Dorista.     No  me  tengas  por  cobarde, 
que  más  valor  vive   en  mí. 

Digo  que  me  quedaré 
siendo  Celia  a  i"esistir 
sus  llamas  hasta  morir.' 
LisARDO.     Pues  haced  que  a  punto  esté 

una  carroza. 
Fabio.  i  Carroza, 

señor?  Un  carro  ha  de  ser, 
que  la  industria  del  poder 
notables  Vitorias  goza. 

Feliciano,  disfrazado, 
en  las  muías  ha  de  ir, 
y  en  el  lugar  prevenir 
que  este  castillo  ha  tomado 
por  algún  arrendamiento 
para  ganado  y  labranza, 
que  dar  esta  confianza 
es  el  mejor  fundamento. 


Celia. 


Felician. 

LlSARDO. 

Felician. 


Dorista. 

LlSARDO. 


LiSARDO.  Bien  dice ;  esto  queda  así. 
Vístanse  los  que  han  de  ser 
labradores. 

Celia.  Voy  a  ver 

lo  que  vengo  a  ser  por  ti ; 
aunque  lo  más  tengo  ya 
de  labradora  y  de  honrada, 
que  es  estar  del  sol  quemada 
que  de  tus  ojos  me  da. 

LlSARDO.         Antes  yo  tu  sombra  soy 
}•  te  sigo  desde  agora, 
y  si  soy  tu  sol,  señora, 
tú  eres  el  cielo  en  que  estoy. 

Celia.  Ya  mi  temor  me  importuna ; 

ni  seas  sol  ni  yo  tus  cielos, 
porque  vendré  a  tener  celos 
de   que  des  luz   a  la  luna. 

(l'aiise  todos,  y  quedan   Belisa  y  Fabio.) 


Fabio. 


Belisa. 


Fabio. 


Belisa. 

Fabio. 

Belisa. 

Fabio. 

Velisa. 


Fabio. 


¿  Vuesa  merced  no  me  dice 
alguna    cosa,    pues   ya 
a  ser  villana  se  va? 
Mucho  a  quien  soy  contradice. 

No  sé  si  sabré  fingir; 
pero,  ¿qué  se  puede  hacer? 
Mujer,  fingir  y  nacer 
a  un  tiempo  suele  salir. 

Esto  por  extremo  hacen 
sin  maestros  de  danzar, 
porque  bailar  y  engañar 
lo  saben  desde  que  nacen. 

¿Por  qué  piensas  que  lloramos 
los   hombres   cuando   nacimos? 
Porque    obligados   salimos 
•a  lo  que  después  pagamos. 

Es   deuda    que    nunca    pasa 
su  beldad  y   engaño  inmenso, 
cargar  un  perpetuo    censo 
por  nueve  meses  de  casa. 

;Y  nosotras  no  lloramos 
porque  sujetas  nacimos? 
Fué   maldición. 

Ya  servimos. 
¿  Y   no    medran  ? 

¿  Qué  medramos  ? 

El  hombre  manda,  es  señor 
del  gobierno  y  del  dinero. 
Del  dinero,  eso  no  quiero, 
que  allá  le  tenéis  mejor; 

porque  si  cuanto  tenemos 
nos  quitáis  cuando  os  le  damos, 
¿qué  sirve  que  le  tengamos. 


ACTO  PRIMERO 


685 


pues  tan  presto  le  perdemos? 

Comienza  el  dinero  en  di 
porque  di,  y  acaba  en  ñero 
porque  es  crueldad  dar  dinero, 
que  el  ñero  lo  dice  ansí. 

Ahora  bien;  mira  qué  quieres, 
pues  quedo  a  ser  cortesano. 
Belisa.        Que  te  vayas  a  la  mano 

en  hablar  mal  de  mujeres; 

que   los    cortesanos    son 
gente  libre  en  esta  parte. 
Faeio.         Honrarélas,  por  honrarte, 
de  cualquiera  condición. 

Las   flacas   y  carnisecas 
llamaré   desde   hoy   jarifas, 
gallardas    las    hipogrifas, 
las  tentadas  de  muñecas 

trataré    con    dulces    nombres; 
diré   que  enfermas   están, 
pues  por  doquiera  que  van 
van  dando  el  pulso  a  los  hombres. 

Las  gordas  diré  que  son 
gente  de  asiento  y  de  peso, 
porque  es  la  mujer  sin  seso 
calabaza  del  varón. 

Las  frías  diré  que  anima 
su  frialdad  y  que  enamora, 
pues  lo  es  más  la   cantimplora 
y  hay  tiempos  en  que  se  estima. 

Las  cálidas  que  son  nobles, 
pues  que  tienen  calidad; 
las    que    no    tratan    verdad, 
pues  también  hay  tratos  dobles 

en  la  milicia,  que  es  cosa 
de  los  hombres  tan  honrada, 
que  la  adúltera   casada 
de  su  dueño  está  quejosa. 

Pues  no  hay  mujer  si  se  piensa 
•  aunque  en  las  malvas  nacida, 
que  bien  comida  y  bebida 
hiciese   a  su  dueño   ofensa. 

La  doncella  que  no  dio 
buena  razón  a  su  madre, 
que  fué  descuido  del  padre, 
pues  grande  no  la  casó, 

no  hay  delito  que  no  cubra, 
pues  una  doncella  grande, 
aunque  el  rey  no  se  lo  mande, 
es  forzoso  que  se  encubra. 

La  soltera  tomajona 
bien  la   sabré   disculpar, 
aunque  aquesto  del  tomar 


Belisa. 
Fabio. 


hasta  el  oro  no  perdona. 

La  buscona,  a  pie  o  en  coche, 
diré,   por  hacerlas  graves, 
que  crió  Dios  muchas  aves 
que  se  sustentan  de  noche. 

Con  esto  que  les  ofrezco 
de  la  obligación  te  saco. 
¡  Qué   grandísimo   bellaco  ! 
Por    honrarte    lo    merezco. 


(J'ansc.  Y  sale  el  Rey,  el  Duque  Arxaldo  .v  Albano.) 

Rey. 
Esto  has  de  hacer  por  mí. 

Arnaldo. 

Serás  servido, 
puesto  que  con  razón  siento,  en  efeto, 
ofender  en  su  gusto  a  quien  ha  sido 
mi   Príncipe  y  señor. 

Rey. 

Será  secreto. 
Arnaldo. 
Xo  hay  amante  que  viva  en  tanto  olvido 
que  no  sienta  los  celos,  si  es  discreto ; 
porque    los    celos    hacen    compañía 
siempre  al  amor,  como  la  luz  al  día. 

Rey. 
Cuando  lo   entienda  puedes  dar  disculpa 
con  que  sirves  alguna  de  sus  damas. 

Arxaldo. 
]^Iejor  obedecerte  me  disculpa, 
aunque  pierda  mil  vidas  y  mil  famas. 

Rey. 
;  Has  visto  a  Celia  ? 

Arnaldo. 

Fuera  mayor  culpa. 

Rey. 
¿Culpa  el  servicio  de  tus  Reyes  llamas, 
viendo  que  si  Lisardo  no  se  casa 
a  dueño  extraño  nuestro  reino  pasa? 

Arnaldo. 

Yo  voy  a  obedecerte;  venga  Albano 
que  m'e  enseñe  la  casa. 

Albano. 

Xo  la  he  visto; 
mas  podréme  informan 


686 


NADIE  SE  CX>NOCE 


Arnaldo. 

Pienso  que  en  vano, 
invicto  Rey,  esta  mujer  conquisto, 
pues  nunca  se  ha  alabado   cortesano 
de  haberla  visto;  con  que  más  resisto 
a  lo  que  intento,  si  vencerla  quieres, 
pues  en  la  corte  hay  linces  de  mujeres. 

¿  Cuál  viuda  recogida  se  ha  escapado  ? 
¿  Qué  doncella  metida  entre  paredes  ? 
¿  Qué  casada  en  lugar  más  retirado, 
y  hasta  las  que  defienden  sacras  redes? 

Rey. 
Parte  de  lo  que  digo  confiado, 
que  a  mí  y  al  reino  remediarnos  puedes. 

Arnaldo. 

Sabe  Dios  lo  que  siento  que  le  ofendo. 

Albano. 

Ella  es  mujer.  ¿Qué  tienes? 

Arn.\ldo. 

Yo  me  entiendo. 

(Vanse  los  dos.  Y  entra  el  Príncipe.) 
LlSARDO. 

Dicenme,  gran  señor,  que  me  has  llamado. 
Rey. 
Dame  voces  el  reino  que  te  case, 
y  tú,  de  mí  y  del  reino  descuidado, 
dejas  que  uno  se  queje  y  otro  pase. 
¡  Ah,   cómo  vives,   Principe,  engallado, 
aunque  te  ciegue  amor,  aunque  te  abrase ! 
i  Qué  necio  estás,  si  no  es  que  te  lo  impida 
sentir  que  quieres  acortar  mi  vida ! 

No  me  admiro  que  un  mozo  tenga  un  gusto, 
porque  la  edad  es  dueño  de  los  ojos; 
pero  no  ha  de  exceder  de  lo  que  es  justo, 
ni  a  un  tirano  cruel  darse  en  despojos. 
No  compres  tu  placer  con  mi  disgusto, 
ni  tu  libre  vivir  con  mis  enojos; 
no  asi  se  crían,  con  injustas  leyes, 
los  principes  que  nacen  para  reyes. 

Yo  te  quiero  casar;  no  quiero  darte 
pena  en  quitarte  esa  mujer  que  adoras : 
¿qué  pudieran  quitarte  y  enojarte 
manos  que  fueron  de  tu  vida  auroras? 
Mas  quiero  con  mi  edad  aconsejarte, 
que  no  con  mi  poder,  pues  no  le  ignoras ; 
mira  que  el  que  es  ingrato  al  padre  yerra, 
pues  no  puede  vivir  sobre  la  tierra. 

(J'asc-) 


LiSARDO.         En  extraña  confusión 

me   deja  verdad  tan   clara, 
pues  no  la  puedo  negar, 
siendo  a  mi  gusto  contraria. 
¿  Qué  haré,  que  no  puede  ser 
dejar  a  Celia  burlada 
ni  puede  sufrir  mi  amor 
que  piense  el  alma  olvidarla  ? 
Obedecer  a  mi  padre 
es  justo;  ¿pero  quién  basta 
contra  amor,  si  amor  es  Dios 
y  lo  contrario  me  manda? 
No- es  tarde  para  casarme; 
otros  más  tarde  se  casan. 

(Entra  Fabio.) 

Fabio.        a  tus  postreras  razones 
llega  Fabio. 

LiSARDO.  Aqui  trataba 

de  que  me  casa  mi  padre. 

Fabio.         ¡  Linda  materia  ! 

LiSARDO.  ¡  Extremada ! 

Más  tarde  se  casan  otros. 

Fabio.         Dirálo  porque  ya  pasan 

con  más  brevedad  las  vidas, 
y  pienso  que  ésta  es  la  causa 
de  casarse  las  mujeres 
tan  niñas,  que  muchas  andan 
con  las  muñecas   el   día 
que  al  desposorio  las  llaman. 
Verdad  es  que  he  visto  a  muchas 
con  las  muñecas  descalzas, 
que  en  treinta  y  nueve  se  quedan 
y  algún  caballo  descartan. 
¡Oh,  Fabio,  si  ya  las  vidas 
como  en  el  tiempo  se  usaran 
de  nuestros  padres  primeros ! 
No  son  las  nuestras  tan  largas. 
¿  En  qué  piensas  que  consiste  ? 
¿En  qué? 

Las  saladas  aguas 
del  diluvio  de  la  tierra 
la  dejaron  tan  salada, 
que  lo  es  cuanto  produce ; 
y  ansí  el  sustento  le  falta 
con  que  los  hombres  vivían 
tan  largos  siglos  sin  canas. 
Agora  a  treinta  años  hay 
inmensas  canas  y  calvas. 

LiSARDO.     ¿A  treinta  años? 

Fabio.  Es   lisonja 

que  a  más  de  dos  les  agrada. 


Lisardo. 


Fabio. 

Lisardo. 
Fabio. 


ACTO  PRIMERO 


687 


antiguamente  el  oficio, 
o  el  arte,  que  asi  se  llama, 
eran  pintor  y  platero, 
pintor  es  cosa  que  espanta 
la  misma  naturaleza; 
platero  es  cosa  tan  rara, 
que  como  a  Rey  le  obedecen 
oro,  diamantes  y  plata. 
Pero  ya  los  tintoreros 
tienen  la  esfera  más  alta : 
culpa  de  la  edad,  que  es  breve, 
y  cuando  comienza  acaba. 

LiSARDO.     Dice  mi  padre  que  os  tiempo 
de  casarme.   Si  me  hallara 
en  la  edad  en  que  vivían 
mil  años  no  me  pesara: 
viviera   los   novecientos 
con  Celia,  y  ciento  que  faltan 
casado  donde  él  quisiera. 

Fabio.         Famosamente  lo  trazas ; 
y  dijéraslo  de  veras 
si  vieras  que  se  apeaba 
algún  carro  como  el  sol, 
dando  al  aldea  dos  albas, 
Feliciano,   su   faetonte, 
no  los  caballos  guiaba, 
sino  las  muías,  que,  en  fin, 
si  hay  sol  con  uñas,  no  espanta 
que  haya  tal  vez  sol  con  muías, 
si  el  sol  es  hembra,  que  basta. 
¿  Cómo  te  diré  su  traje  ? 
¿  Cómo  el  sayuelo  y  la  saya  ? 
¿Cómo  tendido  el  cabello 
entre  las  sartas  de  plaia, 
haciendo  cadenas   de  oro 
y  guarnición  a  la  grana? 
La  labor  negra  del  cuello 
ihizo  la  carne  tan  blanca, 
que  pensaras  que   la   Scitia 
a  Etiopía  se  juntara. 
Unos  bordados  leones 
le  cercaban  la  garganta, 
que  como  son  africanos 
quietos  a  nieve  temblaban. 
Las  mangas  de  la  camisa... 
no  quiero  hablarte  en  las  mangaS; 
que  las  tomara  algún  rey 
por  mangas  después  de  Pascua. 
Iba  en  la  chinela  el  pie, 
adonde  con  tanta  gracia 
ojos  ataban  las  cintas, 
las   suelas   pisaban    almas. 


El  delantal  encubría 
cierta  barriga  de  nácar, 
donde   vive   alguna   perla 
que  aquestos  reinos  aguarda. 
Dios  te  la  deje  gozar. 

Li SARDO.     Notable   gusto   me  dabas. 
Prosigue. 

Fabio.  ¿Qué    hay    que    decir? 

Así  la  imitan  sus  damas: 
Fílida  de  azul,  haciendo, 
sobre    este    mar    que    imitaba, 
las   ondas   con   sus   cabellos; 
Silvia,  de  amarillo  y  plata ; 
Lucinda,    de   nácar   y   oro, 
y  Eclisa... 

LisARDO.  Fabio,    para ; 

que  sospecho  que  Belisa... 

Fabio.         Pues  ya  no  podré  pintarla. 
Mas  como  suele  comer 
racimo  de  uvas  quien  anda 
escogiendo   las   maduras 
y  después  no  deja  nada, 
así  seré  con  Belisa. 

LisARDO.     Albano   es    aqueste ;    aguarda. 

{Sale  Albako.) 

Albano.       Díjome   el   Rey  mi   señor 

que  va  a  los  bosques  a  caza, 
y   que  quiere   divertirte. 

LiSARDO.     Di  que  haré  lo  que  me  manda. — 
¿Qué  es  esto? 

F.\Bio.  ;Cosa   que    fuese 

donde   está    Celia   alojada, 
que  puede  llegar  a  verla? 

LiSARDO.     ¿  Cómo  ? 

F.ABio.  En   la   reja  de   casa 

la  vi;  pero  no  te  espantes, 
que  es  naturaleza  y  casta, 
que   la  mujer  y  el  botón 
siempre  están  a  la  ventana. 

(Vaiisc,  y  entran  el  Duque  Arxaldo  y  Li;cindo.) 

Arxaldo.         De  mala  gana  obedezco 

al  Rey  en  esta  ocasión ; 

pero  es  ley  y  obligación. 

i  Dios  sabe   lo  que  padezco " 
Ya  he  dado  vuelta  al  terrero. 
LuciNDO.     A  Celia  sospecho  ya  (i) 

que  vi  en  las  rejas  primero. 
Arnaluo.         ;  Conócesla  tú  ? 


(i>     Falta  un  verso  antes  o  después  de  éste. 


688 


XADIE   SE   CONOCE 


LuciNDO.  En   mi   vida 

diré,  señor,  que  la  vi; 

antes  alabarla  oí 

de  honesta  y  de  recogida. 
Y  que  estar  a  la  ventana 

parece  cosa  muy  nuevru 
Arnaldo.     Lo  que  el  Rey  en  esto  prueba 

es  empresa  loca  y  vana. 
Que   una    principal    mujer, 

y  de  un  Príncipe  obligada, 

no  ha  de  querer,   conquistada; 

no  ha  de  dejar  de  querer. 
LrcixDO.         Yo  sospecho  que  esto  ha  sido 

sólo  para  darle  celos. 
Arnaldo.     Y  si  yo  le  doy  desvelos, 

un   poderoso   ofendido, 

Lucindo,   ¿qué   puede   hacer? 
LuciNDO.     ¿  Qué  hicieras  tu  ? 
Arnaldo.  Yo  matara 

quien  mi  gusto  me  quitara, 

como  tuviera  poder. 
Lucindo.        Pues  lo  mismo  hará  Lisardo. 
Arnaldo.     Desengañaréle  yo 

de  lo  que  el  Rey  me  mandó : 

ya  todo  peligro  aguardo. 
¿  Pero  ya  qué  puedo  hacer? 

Llego  a  la  reja  atrevido. 
Lucindo.     Oye  un  consejo. 
Arnaldo.  Yo  he  sido 

sobre  quien  viene  a  caer 
todo  el  rigor  deste  caso. 
Lucindo.     Finge  que  no  has  conocido 

a  'Celia,  sino  que  ha  sido 

el  ver  su  hermosura  acaso. 
Arn.\ldo.         Bien  dices,  que  asi  podré, 

si  se  quejare  de  mí, 

disculparme.  Llego  así. 

(Sale   DoRiSTA   en   alto   vestida  en  forma   de   Celia.) 

DoRiSTA.     Si  no  saben  que  se  fué 

Celia  de  la  corte  ya, 
vendrán  del  Rey  los  espías, 
viendo  que  noches  y  días 
Lisardo  con  ella  está. 

El  duque  Arnaldo  ha  venido; 
por  ventura,  con  intento 
de  saber  el  fundamento 
que  este  suceso  ha  tenido. 

Aunque  el  mirar  más  parece 
amorosa  voluntad 
que    vana    curiosidad 
de  lo  que  el  Rey  encarece, 


Arnaldo. 


Dorista. 
Arnaldo. 


Dorista. 
Arnaldo. 


Dorista. 
Arnaldo. 


Dorista. 
Arnaldo. 


Dorista. 

Arnaldo. 

Dorista. 

Arnaldo. 


Dorista. 


Arnaldo. 
Dorista. 

Arnaldo. 


que  tiene  por  gran  delito 
ver  en  un  mancebo  amor. 
Ya,   señora,   a  mi  temor 
que  se  mude  le  peí-mito 

en  forma  de  atrevimiento, 
}■  que  os  diga  que,  pasando 
acaso,   y  no  levantando 
con  la  vista  el  pensamiento, 

me  obligó  a  ponerla  en  vos 
el  veros :  si  os  he  ofendido, 
perdón  del  agravio  os  pido. 
¿  Sabéis  quién  soy  ? 

No,  por  Dios; 
mas   ya,   señora,   recelo 
quién  será  vuestra  belleza, 
porque    la   naturaleza 
es   instrumento  del   cielo. 
¿  Que  no  sabéis  quién  soy  ? 

Creo 
que  acierto  en  lo  que  he  pensado, 
pues  otra  causa  no  ha  dado 
esperanza  a  mi  deseo. 

¿No  sabéis  quién  vive  aquí? 
No,  señora,  que  ya  os  digo 
que  acaso  y  solo  conmigo 
alcé  los  ojos  y  os  vi. 

Pues  quiéroos  decir  quién  soy 
para  que  dejéis  la  empresa. 
Si  sois  casada,  me  pesa; 
si  libre,  palabra  os  doy 

que  si  el  Príncipe  de  Hungría 
me  fuera  el  competidor, 
no  me  quitara  el  amor, 
aunque  la  vida   podría. 

Pues  sabed  que  suya  soy. 
¿Sois  Celia,  a  quien  ama  tanto? 
La  misma. 

¿  De  qué  me  espanto  ? 
¡  Oh,  cómo  culpa  le  doy 
de  no  se  querer  casar  ! 
Aunque  al  fin  lo  habrá  de  hacer 
quien   tiene   tanto   poder, 
que   se   lo   puede   mandar. 

Pero   sea   como   fuere, 
yo  os  tengo  de  amar. 

No   haréis, 
que  al  dueño  respetaréis 
que  os  he  dicho  que  me  quiere. 
¿  Sabéis  quién  soy? 

Bien  sospecho 
que  sois  hombre  principal. 
En  sangre  le  soy  igual 


ACTO  PRIMERO 


689 


DORISTA. 
ARXALnO. 


DORlSTA. 


Arxaldo. 


DOKISTA. 


Arnaldo. 

LUCINDO. 

Arxaldo. 


LUCIXDO. 

Arxaldo. 

LuCIXDO. 

Arx.\ldo. 


VII 


y  en  todo  el  valor  del  pecho. 

Como  estoy  tan  encerrada, 
se  muy  poco  de  la  corte. 
No  hay  cosa  que  más  importe 
para  vivir  estimada, 

Y  por  ésta  lo  sois  tanto, 
que  hasta  el  Rey  lo  sabe  ya; 
pues  nadie  en  Palacio  está, 
cosa  que  me  causa  espanto, 

que  os  haya  visto  jamás, 
si  no  soy  yo. 

Estoy  cansada 
de  vivir  tan  encerrada, 
y  no  pienso  estarlo  más ; 

que   no   se   puede   vender 
la  libertad  por  el  oro, 
y  por  guardar  el  decoro 
con  que  debo  agradecer 

al  Príncipe  tanto  amor, 
agora  os  pido  que  os  vais, 
pues  del  que  vos  me  mostráis 
será  obligación  maj-or; 

que  de  noche  os  hablaré, 
si  con  secreto  venís. 
Haré  cuanto  me  decís, 
y  tan  secreto  vendré, 

que  aun  yo  no  sepa  de  mí ; 
desto  la  palabra  os  doy : 
ni  es  mucho  si  en  vos  estoy, 
y  no  en  mí  después  que  os  vi. 

Duque,  adiós. 

(Vasc.) 

El  ciclo  os  guarde. 
¿Qué  te  dice  ? 

Que  es  mujer, 
y  que  he  venido  a  creer 
que  la  hace  firme  el  cobarde. 

¿  Aquesta  es  la  recogida 
y  la  que  el  Príncipe  adora? 
La  que  más  quiere  y  más  llora, 
al   menor   envite   olvida. 

¿  Esta  es  Celia  ?  ¡  Vive  el  cielo, 
que  pienso  que  me  engañó ! 
Ella  es,  sin  duda,  que  yo 
la  he  visto. 

¡  Engaño   recelo  ! 

¿  Pues  cómo,  si  vive  aquí 
y  esta  noche  te  previene? 
Todo  a  propósito  viene, 
y  mejor  sucede  ansí. 

Porque  si  me  favorece. 


ha  de  callar,  por  su  honor. 
Lucindo.     No  tiene  a  Lisardo  amor; 

a  lo  menos  lo  parece. 
Arxaldo.         Nace  de  ser  muy  amadas. 

sin  duda,  el  dejar  de  amar; 

o  las  debe  de  cansar 

que  las  tengan   encerradas. 

(Vanse.) 

(Sale  Celia  con  hábito  de  labradora,  coii  Belisa;  Fe- 
liciano, de  labrador,  fingiéndose  su  marido.) 

Celia.  ¿Está  todo  acomodado? 

Belisa.       Todo  está  como  deseas. 
Feliciax.  ¿  Qué  te  dicen  las  aldeas, 

el  bosque,  el  monte  y  el  prado  ? 
Celia.  Todo  me  parece  bien 

si  el  Príncipe  mi  señor 

me  asegura  de  su  amor, 

ya  que  mis  ojos  le  ven. 
Que   si  vive  descuidado 

de  que  estoy  sin  él  aquí, 

será  muerte  para  mí 

el  bosque,  el  monte  y  el  prado. 
Beli.sa.  ¿  Qué  hará  Dorista  en  la  corte  ? 

Celia.         Fingir. 

Feliciax.  ¿Y  sabrálo  hacer? 

Belisa.       Dice  Fabio  que  es  mujer. 
Celi.^.         De    ser   maldiciente   acorte ; 
que  la  que  sabe  querer 

puede  enseñar  a  tratar. 

¿Verdad? 
Felician.  Quiérote  culpar, 

pues  finges  ser  mi  mujer. 
Celia.  Eso  no  es  hacer  engaño, 

sino  defender  mi  vida 

de  un  Rey. 
Feliciax.  Ya  está  conocida 

tu  verdad. 
Celia.  Temo  mi  daño. 

Parte    luego,    Feliciano, 

a  acomodar  esa  gente. 
Feliciax.  Voy. 

(Vasc.) 

Belisa.       ¿Que  el  Rey  tu  agravio  intente? 
Celia.         Contra  amor  se  cansa  en  vano. 
Es  amor  la  fortaleza 
mayor  del  alma;  es  amor 
del  poder  competidor, 
sin  temer  mortal  grandeza. 

Es  amor,  aunque  es  pasión, 
como   una    cuarta   potencia, 
que  le  pone  en  resistencia 

44 


690 


NADIE    SE    CONOCE 


del  alma  y  de  la  razón. 

(Sale  el  Rey  con  un  venablo.) 

Rey.  i  Qué  deleitoso  ejercicio 

es  la  caza !  Pero  cansa 
tal  vez  el  mayor  deleite. 
Siga  mi  gente  la  caza, 
que  este  prado  me  convida 
y  esta  fuentecilla  ciara, 
traidora  a  su  mísma  arena, 
pues  descubre  lo  que  guarda, 
a  gozar  del  aire  un  poco. 
i  Ah,  qué  graciosas  villanas  ! 
Parece  que  son  las  flores 
que  este  verde  prado  esmaltan. — 
¡  Ah,  zagalas ! 

Celia.  ¡  Ay  de  mi ! 

Rey.  ¿  Qué  temes  ?  Escucha,  para ; 

no  vengo  a  matarte  yo, 
fieras  buscan  estas  armas, 
no  bellezas,  no  hermosuras. 

Celia.        A  la  fe  que  estoy  turbada; 

que  ha  poco,  señor,  que  el  cura... 

Rey.  Sosiega. —  ¡  Qué  hermosa  cara ! 

i  Qué  buen  talle,  aseo  y  brío ! 

Celia.         Yo  le  dije  dos  palabras; 
el  me  dijo... 

Rey.  No   te   turbes. 

¿Qué  dices? 

Celia.  Que  soy   casada, 

y  me  reñirán,  señor, 
si  me  pezilgan  y  hablan. 
Tengo  un  marido  más  hosco 
que  un  novillo. 

Rey.  Espera,  aguarda; 

que  cuando  sepa  quien  soy 
él  me  llevará  a  su  casa. 

Celia.        Aunque  fuérades  el  Rey 

presumo  que  no  os  llevara; 
si  bien  en  vos  aseguran 
la  autoridad  y  las  canas. 

Rey.  De  ésas  nunca  lo  estés  mucho; 

que  en  edades  no  hay  muy  largas, 
sólo  está  la  diferencia 
en  trocar  el  oro  en  plata. 

Celia.         También  oí  yo  decir 

a  mi  padre,  que  Dios  haya, 
que  había  rocines  blancos 
que  les  venía  de  casta; 
y  así  será  su  merced. 

Rey.  No  he  visto  mejor  villana, 

¿Hay  gracia,  hay  donaire  y  brío 


como  el  que  tiene?  ¿Qué  dama 
puede  igualarla  en  la  corte? 

(Salen  el  Principe  de  casa  y  Faeio.) 

Lisardo.        ¿Es  Celia? 

Fabio.  Sí. 

Lisardo.  ¿  Con  quién  habla  ? 

Fabio.         Con  tu  padre. 

LiSAROo.  ¿  Con  mi  padre  ? 

Fabio.         ¿  Qué  dudas  ? 

Lisardo.  ¿Hay  tal  desgracia? 

Fabio.         ¿Por  qué,  si  no  la  conoce? 

Lisardo.     ¿Qué  haré  para  que  se  vaya? 

Fabio.        Llegar  de  golpe. 

Lisardo.  Señor, 

por  mi  vida,  que  me  agrada 
la  caza. 

Rey.  Tiene  estos  lances; 

nunca  accidentes  le  faltan. 
Pienso  que  has  de  entretenerte 
entre   tantas   cosas   varias 
como   suceden  en   ella. 
No  sé  cómo  no  te  cansas 
de  esa  tu  Celia  enfadosa. 

Lisardo.     ¿  Agora  de  eso  me  tratas  ? 

Rey.  No  has  querido  divertir 

años  ha  con  otras  damas; 
abrevias  la  mano  al  cielo, 
no  quieres  creer  que  basta 
a  hacer  otras  hermosuras. 
Pues  mira  tú  si  te  engañas, 
que  en  un  monte,  en  una  aldea 
hay  esta  belleza  y  gracia. — 
Vuelve,   labradora   el   rostro. — 
¿Viste  belleza  más  rara? 
Pues  si  esto  se  cría  en  un  monte, 
entre  sabinas  y  hayas, 
¿qué  hallarás  en  una  corte? 

Lisardo.     Señor,  en  mucho  te  engañas, 
que  no  son  mis  desatinos 
tantos  como  me  levantan ; 
que  te  obligan  a  creerlos 
con  sus   fingidas  palabras. 

Rey.  Pues  siendo  como  tú  dices, 

¿por  qué  causa  no  te  casas? 
¿  Qué  hechizos  te  ha  dado  Celia 
que  así  te  abrasan  el  alma? 
Pondré  los  ojos,  la  vida, 
que  con  mil  leguas  no  iguala 
a  esta  Humilde  labradora. 

Lisardo.     Quisiera  poder  mostrarla 
y  que  la  hablaras,  señor; 


ACTO  PRIMERO 


691 


que  si  la  vieras  y  hablaras 
yo  sé... 

Rey.  ¿Qué  puedo   sabcr 

qne  en  tanto  engaño  te  valga? 

¿  Que  será  Celia  Medea 

o  Circe,  que  así  te  encanta? 

Amor  tratado  será 

no  méritos. 

Li SARDO.  Cuando  faltan 

méritos  en  el  sujeto, 
¿cuál  es  el  hombre  que  ama? 

Rey.  Yo  sé  que  tus  desatinos 

no  nacieron  de  esa  causa, 
que  el  amor  que  más  se  hechiza 
es  aquel  que  más  se  trata. 

Celia.         ¿Que  su  merced  era  el  Rey? 
'Cierto  que  no  lo  pensara. 
¿Los  reyes  riñen  los  hijos? 

Rey.  ¿De  qué  te  espantas,   serrana? 

Celia.         Eso  toca  a  sus  maestros. 
¿No  tienen   ayos? 

Rey.  Repara 

que  en  esta  edad  no  hay  maestros. 

Celia.        A  la  fe  que  la  crianza 

de  los  reyes  está  en  cifra 
cuanto  después  se  dilata. 
Bien  sabéis ;  reñilde  bien.      , 
porque  deje  en  hora  mala 
esa   Celia   o   Celestina. 
IMas.  porque  vienen  mis  cabras, 
quedad,  señor,  en  buen  hora, 
que  también  de  su  labranza 
viene  a  cenar  mi  marido, 
y  si  un  instante  le  falta 
esto  que  llamamos  olla 
habrá  en  su  lugar  estaca. 

(Vanse   Celia  y   Belisa,  y   sale  Albaxo.; 

Albaxo.  ¿Ha  de  volver  a  la  corte 

Vuestra  I\Iaj estad? 
Rey.  Advierte... 

Albano.      Señor,  ¿qué  mandas? 
Rey.  ¡  Qué    suerte, 

plega  a  los  cielos  que  importe ! 
Divierto,  Albano,  el  amor 

que  a  Celia  tiene  Lisardo, 

que  ya  le  encierro  y  le  guardo 

lleno  de  pena  y  temor. — 
Quiero  ver  si  vuelve  a  vella. — 

;  Puedo  esta  noche  pasar 

en  este  pobre  lugar? 
Alb.\no.      Ya  sale  del  sol  la  estrella, 


I  y  es  tarde  para  tu  gente. 

I  No  sé  cómo  han  de  alojarse. 

j  Rey.  ¿No  podrán  acomodarse? 

I  Albano.      Sí  podrán  difícilmente. 

Para   Vuestra   Majestad 

es  el  castillo  extremado. 

¡  Rey.  Lisardo  me  da  cuidado. 

Lisardo.     ¿  Qué  es  aquesto  ? 

Fabio.  Novedad. 

Albano.         En  el  castillo  también 

se  puede  alojar,   señor; 

porque  solo  un  labrador 

le  vive. 

Fabio.  ¿Entiéndeslo  bien? 

Lisardo.         ¡  Y  tan  bien,  que  estoy  sin  mí. 

Rey.  Llama  en  el  castillo. 

Albano.  ;  Ah,  gente  ! 

I 

¡  {Sale  Feliciano  con  sii  hábito  de  labrador.) 

i  Felician.  ¿Quién  llama  tan  fuertemente? 
I  Albano.      Mira  que  el  Rey  está  aquí. 
;   Felician.       Déme  Vuestra  Señoría 

los  pies. 
;  Rey.  Levanta. 

Felician.  Señor, 

¿  en  casa  de  un  labrador  ? 

j  Notable  ventura  mía  ! 
Rey.  ¿  CÚ3'o  es  aqueste  castillo  ? 

Felician.  Vuestro,  señor,  y  olvidado. 
Albano.      ¿Eres  tú  su  alcaide? 
Felician.  Soy 

un  labrador  que  estos  campos 

en  arrendamiento  tiene; 

que  por  estar  derribado 

ya  no  vive  alcaide  en  él. 
Rey.  ¿Era  tu  mujer  acaso 

la  labradora  que  aquí 

habló  conmigo? 
Felician.  ¡  Los  diablos 

me  casaron  con  mujer 

tan  bachillera ! 
Rey.  Entre  tanto 

que  aperciben  de  cenar, 

di  que  me  vea  en  mi  cuarto. 

(Vanse  el  Rey  y  Albaxo.) 

Lisardo.         i  Qué  es  aquesto? 

Felician.  No  lo  sé. 

Pésame  que  hayas  llegado 
a  tal  desdicha  que  el  Rey 
se  aloje  con  sus  criados 
adonde  has  traído  a  Celia, 


692 


XADIE   SE   COXOCE 


LlSARIX). 


Fabio. 


LlSARDO. 

Fabio. 


LlSARDO. 

Fabio. 


¿Quién  lo  hubiera  imaginado? 
¿Quién  hubiera  prevenido 
tal  desdicha,  Feliciano? 
Aqui  la  habló,  y  esta  noche 
quiere,  con  todos  sus  años, 
que  le  venga  a  entretener; 
y  a  mí  me  dice  que  el  trato 
me  ha   enamorado  de   Celia, 
y  él,  de  verla  enamorado, 
no  repara  en  que  me  riñe. 
Señor,  vamos  al  reparo : 
ninguno  a  Celia  conoce, 
no  la  escondas,  que  el  engaño 
podría   ser  tu  remedio. 
¿Mi  remedio? 

Y  está  claro ; 
pues  cuanto  más  le  agradare 
tanto   estarás  disculpado. 
Llama  a  Celia. 

Aquí    está    Celia. 


(Sale  Celia.) 

Celia.         Señor,  ¿qué  es  lo  que  intentamos, 
que  así  nos  sale  a  los  ojos? 

LlSARDO.     ^li  bien,  por  hacer  reparos 
a  las  flechas  de  tus  ojos, 
a  las  armas  de  tus  manos, 
mi  padre  quiere  apartarme 
de  la  corte,  y  fué  juntarnos, 
pues  tan  junto  a  su  aposento 
tendremos  el  nuestro  entrambos, 
que  oirá  nuestros  amores 
si  no  los  decimos  paso. 
No  temas,  habíale  bien ; 
que  si  te  quiere  está  llano 
nuestro  remedio. 

Celia.  Sí  haré, 

que  bien  sé  que  el  cielo  santo 
permite  que  yo  le  agrade 
porque  vea  el  desengaño 
de  lo  que  piensa  de  mí. 

LlSARDO.     Yo  sé  que  le  han  informado 
mal  de  tus  merecimientos  ; 
mas,    ¿qué   mayor   desengaño? 
Vete,  mi  bien,  no  nos  vea. 

Celia.  Dame  primero  tus  brazos 
por  buen  agüero  del  bien, 
que  toda  la  noche  aguardo. 

Feliciax.  ¿Eso  se  sufre  delante 
de  un  marido? 

F.^cio.  Feliciano, 

va  están  las  cosas  del  mundo 


tan  pacíficas,  tan  llanos 
los  hombres,  las  amistades, 
las  conveniencias,  los  tratos, 
que  andan  con  otros  las  cabras 
en  presencia  de  los  cabros. 


SEGUNDA  JORNADA 
(Salen  Alb.^xo  3-  el  Rey.) 

Albaxo.  ¿Es  posible  que  la  quiera 

Vuestra  Majestad  así? 

Rey.  Si  lo  creyera  de  mí, 

de  mi  edad  no  lo  creyera. 

Albaxo.  Ella  es  hermosa  mujer, 

y  tuviera  por  mejor 
que  el  Príncipe  mi  señor 
la  comenzara  a  querer. 

Rey.  No  estoy,  Albano,  en  estado 

que  lo  pueda  permitir, 
y  vengóme  a  persuadir 
que   está  muy   enamorado ; 
pues  viéndola  como  yo, 
como  yo  no  la  ha  querido. 

Albaxo.      ^lás   puesto   en   razón  ha   sido 
lo  que  a  entrambos  sucedió. 

De  que  es  fuego  se  te  acuerde 
amor,  y  así  viene  a  ser 
más  puesto  en  razón  arder 
el  leño  seco  que  el  verde. 

Rey.  a  influencia  lo  atribuyo 

del  cielo. 

Albaxo.  ¿Tienes  pensado 

lo  que  has  de  hacer? 

Rey.  He  mandado 

que  al  villano  esposo  suyo 

se  dé  bastante  dinero 
para  reparar  la  casa, 
y  aunque  otro  fuego  me  abrasa 
culpar  el  de  junio  quiero, 

y  decir  que  en  la  ribera 
me  tengo  de  entretener. 

Albano.      ¿Tanto  será  menester 

para  que,  humilde,  te  quiera 
una  pobre  labradora? 

Rey.  Si   la  miras  bien,  Albano, 

aunque  en  estilo  villano,  , 

tiene  cosas  de  señora. 

Divertir  pensé  a  Lisardo 
de  amor,  y  vengo  a  inferir 
que  él  me  viene  a  divertir : 
ya  su  reprensión  aguardo. 


ACTO   SEGUNDO 


693 


Aleaxo.  ¿  Pues  entiende  alguna  cosa 

dcste  pensamiento? 

Rey.  No, 

que  se  lo  he  mandado  yo 
a  la  villaneja  hermosa. 

Y  es  tan  aguda  y  discreta, 
que  sabe  disimular; 
ni  él  puede  ya  reparar 
que  su  amor  a  mi  me  inquieta. 

{Sale  el  Duque  Arxaldo.) 

Arxaldo.         Pienso  que  me  puede  dar 

Vuestra  Majestad  albricias. 
Rey.  Si  alguna  cosa  codicias, 

ya  la  comienzo  a  mandar. 
Arx.\ldo.         Celia  está  ya  de  mi  parte , 

anoche  en  su  casa  entré; 

si  bien  mi  visita  fué  . 

dejando  mi  amor  aparte. 
Pero  xdi  la  inclinación 

da  muestras  de  más  flaqueza. 
Rey.  No  hay  en  mujer  fortaleza. 

A2BAXO.      Fuertes   en    flaquezas   son. 
Rey.  ¿'Celia  te  ha  dado  lugar 

a  que  entres  a  verla  ? 
Arx.\ldo.  y  creo 

que  pudiera  mi   deseo 

a  lo  posible  llegar 

?i  el  Príncipe  mi  señor 

no  tuviera   sangre   allí. 
Rey.  Pues  Celia  se  rinde  así, 

; quién  tendrá  seguro  honor? 
¡  !Mal  haya  el  hombre  que   fía 

de  oUligar  y  de  querer ! 
Alsaxo.      Es    mujer. 
Rey.  Sí;    mas    mujer 

que  por  mil  causas  querría... 
Arxaldo.        Lo  más  que  della  entendí 

es  que  el  tenerla  encerrada 

Lisardo  la  trae  cansada. 
Rey.  Pues  eso  será  por  mí. 

;Oué  familia  tiene? 
Arxaldo  Poca. 

Rey.  ;  Qué  casa  ? 

Arxaldo.  Curiosa  y  rica. 

Bien  al  dueño  significa, 

por  la  parte  que  le  toca. 
Rey.  ;PIijos? 

Arxaldo.  Uno,  y  no  le  vi; 

que  luego  a  entender  me  dio 

que  a  Alemania  le  envió 

por  tener  miedo  de  ti. 


Rey. 
Albaxo. 


Fabio. 


Mal  hizo;  en  fin,  es  mi  nieto. 
Lisardo. 

(Eiitra'i  Lisardo  y  Fabio.) 


La  voluntad, 
si  confirma  la  amistad, 
es  potencia  sin  respeto. 

Y  siempre  decir  oí 
que  el  apetito,  señor, 
nunca    envejece. 
Lisardo.  Es  error, 

que  en  fin... 
Fabio.  Tu  padre  está  aquí. 

Rey. 

;  Has  pensado,  Lisardo,  por  ventura 
lo  que  te  he  dicho  acerca  de  casarte, 
o  la  aspereza  en  tus  respuestas  dura?. 

LlS.\RD0. 

Yo  debo  obedecerte  y  agradarte; 
mas  no   se   pasa  agora   coyuntura 
ni  así  puede  tu  edad  desconfiarte. 
Yo  te  responderé. 

Rey. 

¿ Cuándo  ? 

Lisardo. 

!Muy   presto. 
Re\. 
Presto  es  llevarlo  en  mi  obediencia  puesto. 
Lisardo. 
Señor,  yo  voy  mis  cosas  disponiendo 
a  término  que  pueda,  sin  errarme, 
perdona  si  el  respeto  voy  perdiendo, 
más  libre  y  menos  bárbaro;  casarme 
no  puedo;  mas  si  bien  me  reprehendo 
de  no  poder  vencerme  y  consolarme, 
yo  haré  cuanto  pudiere,  que  es  muy  justo, 
que  sólo  estime  obedecer  tu  gusto. 

Cargan  sobre  el  A-alor  obligaciones 
que  no  me  dan  lug'ar  a  obedecerte ; 
pero  yo  saldré  dellas.  si  hay  razones 
que  puedan  obligarme  de  otra  suerte. 

Rey. 
Y   si   anda  3-a   tu   honor   en   opiniones 
y  dicen  que  esa  dama  se  divierte 
con  cuantos  quieren  verla,  ¿será  justo 
mirar  su  obligación  y  no  mi  gusto? 

Lisardo. 
A  lo  que  miro  yo  ni  el  sol  se  atreve. 


694 


XADIE   SE   CONOCE 


porque  pide  licencia  a  mis  cristales 
para  entrar  a  tocar  en  esta  nieve. 

Rey. 
Derrite  el  sol  a  veces  nubes  tales. 
Amor,  como  te  engaña,  a  honrar  te  mueve 
quien  te  ofende  con  prendas  desiguales. 

LlSARDO. 

A  Vuestra  Majestad  le  han  engañado. 

Rey. 

¿  Quiéreslo  ver  ? 

LlSARDO. 

Yo  estoy  bien  confiado. 

Rey. 

¿Cuánto  va  que  esta  noche...? 

LlSARDO. 

No  me  digas 


cosa  tan  imposible. 


Rey. 


Verlo  tienes, 
para  que  mi  verdad  no  contradigas. 
Algún  engaño  a  su  lealtad  previenes. 
Mas,  ¿por  qué  destas  cosas  te  fatigas, 
¡oh,  gran  señor!,  y  tan  airado  Ajenes? 
¿Nunca  fuiste  mancebo?  ¿Nunca  diste 
lugar  a  amor?  ¿Tan  cuerdo  siempre  fuiste? 

¿Es  delito  querer,  siendo  querido, 
a  una  mujer  tan  principal? 

Rey. 

Si   fuera 
principal,  en  ser  casta  hubiera  sido 
disculpa  que  a  tu  error  darla  pudiera; 
pero    si    mientras    andas   divertido 
conmigo  dése  bosque  en  la  ribera 
entra  en  su  casa  quien  te  ofende,  ¿quieres 
que  diga  que  es  ejemplo  de  mujeres? 

LlSARDO. 

Llévame  a  que  lo  vea. 
Rey. 

Soy  contento, 
para  que  más  de  su  traición  te  asombres, 
y  mira  que  los  reyes,  está  atento, 
no  pasan  por  las  leyes  de  otros  hombres. 
Nunca  fué  mozo  un  Rey. 

LlSARDO. 

¡  Extraño  cuento  ! 


Rey. 

Que  es  hombre  aparte  de  los  otros  hombres, 
que,  a  ser  posible,  en  las  humanas  leyes 
viejos  habían  de  nacer  los  Reyes. 

(Vasc.) 

LlSARDO.  •      Si  no  guardara  respeto 
a  lo  que  el  cielo  me  avisa, 
yo  celebrara  con  risa, 
Fabio  amigo,  este  conceto, 

¿  Qué   te   parece   de   ver 
hecho  a  mi  padre  un  Catón 
y  perdido  de  afición 
de  una  rústica  mujer? 
Fabio.  Así  va  el  mundo,  señor; 

quien  puede  su  gusto  goce, 
porque  nadie  se  conoce 
ni  advierte  en  su  propio  error. 

Reprehende  un  viejo  a  un  mozo 
que  trata  de  amor,  sin  ver 
que  le  disculpa  tener 
crespo,  rubio  o  negro  el  bozo. 

Y  él  a  Jacinta  o  JMarfrodia, 
sirve,  solicita  y  trata, 
con  una  barba  de  plata, 
como  santo  de  custodia. 

Ríese  con  su  mujer 
en  la  mesa  del  vecino, 
que  a  ser  desdichado  vino, 
por  dicha  a  más  no  poder, 

el  que  le  murmura  mal 
y  vive  en  sus  cosas  ciego, 
3'   sale   su  mujer  luego, 
y  ve  el  señor  don  tal  (i). 

Riñe  un  padre  que  ha  jugado 
su  hacienda  a  un  hijo,  que  ya 
comienza  a  jugar,  y  está 
a   parecerlc    obligado, 

y  no  mira  y  considera 
que  ganando  lo  engendró, 
que  la  noche  que  perdió 
claro  está  que  no  pudiera. 

Maldice  la  madre  anciana 
la  hija  que  se  entretuvo 
sólo  un  momento  que  estuvo 
de  pechos  en  la  ventana, 

y  no  se  acuerda  que  fué 
dama  de  tres,  y  aun  de  trece, 
porque  sólo  le  parece 
yerro  el  que  en  los  otros  ve. 


(i)     Este  verso   parece   errado. 


ACTO    SEGUNDO 


695 


LlSARDO. 


Faeio. 


LlSARDO. 

Fabio. 


LlSARDO. 

Fabio. 


El  otro  que  no  alcanzó 
la  que  sin  razón  pretende, 
culpa  al  que   se  lo  defiende 
de  la  causa  que  le  dio. 

Culpa  un  bárbaro  ignorante 
a  un  sabio  de  algún  error, 
y  no  lo  hiciera  mayor 
que  el  suyo  algún  elefante. 

Ríese  el  otro,  en  efcto, 
del  testamento  que  vio, 
y  él  sin  hacerle  murió, 
de  prevenido  y  discreto. 

Trae  doña  Mergelina 
las  galas  de  don  Pascual, 
y  paréceie  muy  mal 
la  saya  de  su  vecina. 

Temblaba  el  otro,  cobarde, 
del  ruido  de  un  broquel, 
y  dice  que  huyeron   del 
seis  hombres  en  una  tarde. 

El  otro  que  gastó  mal 
mucha  hacienda  en  tiempo  breve, 
de  que  el  diablo  se  la  lleve 
y  se  vaya  tal  por  tal 

está   haciendo   admiraciones, 
como  alguno  que  en  linajes 
de  otros  hace  mil  potajes 
y  tiene  sus  dos  listones. 

¡  Oh,  cuánto  amor  desconoce  ! 
Mas  no  quiero  decir  más, 
pues  por  aquí   sacarás 
que  ninguno  se  conoce. 

Bien;  pero,  ¿qué  quiere  ser 
que  haya  entrado  en  nuestra  casa 
hombre  humano  ? 

Lo    que    pasa 
me  contó  Dorista  ayer. 

El  duque  Arnaldo  ha  venido, 
muy  falso,   a   fingir  amor 
a  Celia. 

¿Arnaldo  traidor? 
Por  obediencia  lo  ha  sido. 

Mándale  el  Rey  que  te  dé 
celos,    porque    así    la    dejes; 
luego  no  es  bien  que  te  quejes. 
¿Y  sin  avisarme  fué? 

Fuera  avisarte,  señor, 
a  tu  padre  deslealtad. 


LlSARDO. 

Felician. 

LlSARDO. 

Felician. 


(Sale    Feliciano.) 

Felician.  En  efeto,  la  ciudad 

me  ha  parecido  mayor. 


Esto  de  hacerse  los  ojos 
a   la    soledad   lo    causa. 
Yo  tengo  bastante  causa 
para    mayores    enojos. 
Señor. 

Feliciano   amigo, 
¿vino  Celia? 

Sí,  señor ; 
Celia  ha  venido  a  la  corte, 
y  vino  con  ella  el  sol. 
Ya  está  en  su  casa,  que  siente 
tu  ausencia,  y  tiene  razón, 
aunque  allá  sientan  la  suya 
las  riberas  que  pisó; 
que  parece  que  sin  ella 
están  los  prados  sin  flor, 
sin  consonancia  las  fuentes 
y  hasta  las  aves  sin  vbz. 
P>ien  parecía  en  los  campos ; 
pero    a    Celia    pareció 
tener  celos  de  tu  ausencia. 

LlSARDO.     Temo  a  mi-  padre. 

Felician.  Yo   no ; 

que    si    a    visitarla    envía 
con    este    su    necio    amor, 
dirán  que  a  la  corte  vino 
a    comprar  algo. 

LlSARDO.  Mejor 

fuera  que  allá  se  volviera. 

Fabio.         Celos  bachilleres  son : 
todo  lo  quieren  saber. 

Felician.  Pienso,  y  en  lo  cierto  estoy, 
que  piensa  que  te  diviertes 
por  respeto  y  por  temor 
de  tu  padre,  o  que  a  casarte 
ya  tienes  obligación. 

LiSARDo.     Voy  a  verla,  y  a  que  sepa 
que  antes  de  serle  traidor 
faltará  el   sol  a  su  esfera, 
al  mundo  el  aire  veloz, 
lengua  a  la  envidia  atrevida, 
al  poder  murmuración, 
al  sabio  algún  enemigo, 
el  necio  algún  defensor, 
libertad  al  vulgo  junto, 
■que  junto  es  bestia  feroz, 
y  desdichas   a  mujer 
que  quisiere  bien  a  dos. 

(Vase  LlSARDO  con  Feliciano  y  entra  Albano.) 

Albano.  El  Rey  me  envía  a  llamarte, 

Fabio. 


Ó96 


NADIE   SE   CONOCE 


Fabio. 

Aleano. 

Fabio. 


Albano. 
Fabio. 


¿A  mí? 

¿Y  te  admiró? 
No  me  admiró;  mas  parece 
cosa   nueva   a    mi   opinión; 
porque  la  tengo  en  la  corte 
de  mozo  de  buen  humor, 
no  de   consejero  sabio, 
no  de  buen  gobernador, 
no  de  soldado  valiente 
para  cualquier  facción; 
y  siendo  así,  no  te  espantes, 
Albano,  que  lo  esté  yo 
de  verme  llamar  de  un  Rey. 
Calla  y  ven. 

Ya  callo  y  voy. 


{Vanse,  y  salen  Celia,  Dorista  y  Belisa.j 

Celia.  Fué  mucha  bachillería 

dar  al  Duque  entrada  aquí. 
Dorista.     Engañarle  presumí ; 

no  entendí  que  te  ofendía. 
Celia.  ¡  Muy  bueno  pones  mi  honor 

si  lo  que  tú  hicieres  mal 

corre  por  mí ! 
Dorista.  Desigual. 

castigo  a  mi  grande  amor. 
Aventuro  yo  mi  vida 

por   servirte,  y  tú,   señora, 

me  pagas  ingrata  agora. 
Celia.         Estoy,  Dorista,  ofendida; 

porque  ya  que  te  fingías 

ser  yo,  no  habías  de  hacer 

lo  que  no  pudiera  ser 

conforme  a  las  prendas  mías. 
Belisa.  Pues,  señora,  ¿qué  has  perdido? 

Celia.        Belisa,   no   era  razón 

burlarse  de  mi  opinión, 

aunque  era  el  papel  fingido. 
Belisa.  Pensé  que  no  te  ofendía. 

Celia.         No  es  buen  modo  de  lealtad 

disf raziar    su    liviandad 

con   decir   que   me   servía. 
Dorista.        ¿  Quién  sirvió  que  no  tuviese 

este  premio  ? 
Celia.  Si  yo   fuera 

mujer  que  nacido  hubiera 

de   quien   menos  mereciese 
que  yo  ser  reina  de  Hungría, 

¿cómo  lo  tengo  de  ser? 
Dorista.     El   cielo   te   deje  ver, 

señora,   ese  alegre  día. 
Celia.  Sin  esto,  dicen  que  aquí 


Dorista. 
Celia. 


Dorista. 

Cilia. 
Dorista. 

Celia. 


Dorista. 
Celia. 

Dorista. 

Celia. 

Dorista. 

Celia. 

Dorista. 


Celia. 


Dorista. 

Belisa. 

Celia. 


viene  Lisardo :   ¿  a  qué  viene 

no   estando  yo  aquí  ?   ¿  Qué  tiene 

que  visitarte  sin  mí? 

Querrá  desmentir   espías. 
No   le   dejes   desmentir, 
que   suelen   noches   mentir 
lo  que  desmienten  los  días. 

Eso  sí,  di  que  son  celos, 
y   acaba  de   declararte. 
¿Celos?  ¿'Cómo?  ¿De  qué  parte? 
De  parte  de  tus  desvelos, 

que  no  hay  otra  parte  aquí. 
¿No  tienes   atrevimiento 
a   decir   con   mal   intento 
que  estoy  celosa  de  ti? 

No,    señora. 

¡  Aquí    me    ofrecen 

nuevas  desdichas  los  cielos ! 
No  digo  )'0  que  son  celos. 
¿  Qué  dices  ? 

Que  lo  parecen. 

i  No  lo  parecen  ni  son ! 
Pues  eso  los  celos  es : 
cosa  que  ves  y  no  ves 
entre  verdad  y  ilusión. 

Es  liaccr  sol  y  llover 
a  un  tiempo  y  en  un  lugar 
que  se  ve  un  hombre  mojar 
y  no  lo  quiere  creer. 

Es  un  sueño  desigual 
de  los  que  no  están  dormidos, 
respuesta  com  dos   sentidos, 
que  se  entiende  bien  y  mal. 

Está   entre   celos  amor 
siendo  en  luces  de  temores, 
tornasol  de  dos  colores, 
que  no  declara  el  color. 

Es  fuego  en  monte,  que  así 
la  vista  de   noche  acerca, 
que  parece   que   está   cerca 
y  está  mil  leguas  de  allí. 

Esto  es  celos,  que  el  amor 
finge    y    declara    después. 
¿  Qué  importa  si  es  o  no  es, 
si  después  es  lo  peor? 

.•\hora   bien ;   no   quiero  más 
fingimientos. 

Haz  tu  gusto. 
Gente   siento. 

¿  Este   disgusto, 
Dorista,  agora  me  das? 

Aquí  me  voy  a  esconder. 


ACTO   SEGUNDO 


697 


Ven,  Belisa. 
DoRiSTA.  Está  segura. 

Celia.         Xiiigún  valor  me  asegura : 

soy  mujer  y  eres  mujer. 

(Sale   el   Príncipe.) 

LiSARDO.         Dorista,   pienso   que   el   Rey, 
como  te  tiene  por  Celia, 
quiere  engañarme  con  celos, 
para  que  así  te  aborrezca. 
Dice  que  quiere  esta  noche 
hacer  que  3'0  mismo  vea 
que  no  mereces  mi  amor. 
¿Hay  gracia,  hay  cosa  como  ésta? 
Si  me  enojare  contigo, 
desde  agora  es  bien  que  adviertas 
que  me  des  satisfacioncs 
para   que   mejor    lo    crean, 
que    con    este    fingimiento 
vivirá  mi  Celia  bella 
segura   de    su   poder. 

Dorista.     Antes  pido  a  Vuestra  Alteza' 
de   rodillas   por  el   suelo 
que  no  permita  que  sea 
más   Celia. 

LiSARDO.  Dime  por  qué. 

Dorista.     Señor,   por   ciertas   sospechas. 

LiSARDO.     ¿Por  sospechas?  ¿De  qué  suerte? 
Levántate. 

Dorista.  Cuando   entienda 

que  me  has  hecho  esta  merced. 

LiSARDO.     Levantaréte   por    fuerza. 

{Al  asirle  los  brazos  para  levantarla,  entran 
Celia  y  Belisa.) 

Celia.         Xo  eran  mis  sospechas  vanas, 
los   dos   se   abrazan,   y   ella 
le  está  requebrando  agora. 

Belisa.       ¿  Qué  haces  ?  ¿  Por  qué  no  llegas  ? 

Celia.         ¿Así    se  tratan,    señor, 

las  amigas  en  la  ausencia? 
¿Los  brazos  dais  a  Dorista? 

LiSARDO.     Levántela  de  la  tierra : 
que   para  ninguna   cosa 
que  levantarla  no  fuera 
pudiera  darle  mis  brazos, 
que  no  para  hacerte  ofensa. 

Celia.         ¿  Quién  duda  que  es  levantarla 
igualarla  a  Vuestra  Alteza  ? 
Veis  aquí,  señor,  la  causa 
porque  vine  de  la  aldea. 
¡Oh,  mal   seguros  los  hombres! 


Dorista.     Estas  las  sospechas  eran 

por   quien   de    rodillas   quise, 
señor,  pediros  licencia. 

Celia.         Yo    la   tomaré   primero, 

para  pedir  c[ue  el  Rey  venga 
a  vengarse  y  a  matarme; 
diré  a  voces  que  soy  Celia. 
Toma,  Belisa,  este  traje. 
Venga  el  Rey,  máteme,  muera 
mujer  que  os  ha  merecido 
y  que  no  os  merece. 

Li  SARDO.  Espera, 

que   sin  causa  no   es   razón 
que    tus    méritos    ofendas, 
ya  que  mi  amor  no  conoces, 
ya  que  mi  valor  desprecias; 
mira  que  quien  pide  celos 
sin  ocasión  da  sospechas 
de  que  tiene  amor  fingido 
y  quiere  engañar  con  ellas. 
]\Ial   pagas,   Celia,  los  años 
que  te  he  servido  si  piensas 
que  una  dama  que  te  sirve 
me  obliga  a  que  te  aborrezca. 
Por    ti    pasé,    como    sabes, 
tanto  número  de  penas, 
que  es  imposible,  señora, 
que  pueda  olvidarme  dellas. 
Por  ti  se  cjueja  mi  padre, 
A'iendo  que  el  reino  se  queja, 
de  verme  sin  sucesión, 
ipuesto  que  de  ti  la  tenga. 
Por  ti... 

Celia.  Basta,    señor   mío ; 

no  digas  más,  que  ya  queda 
asegurada  mí   alma 
de  tu  amor  y  mis  sospechas. 
Perdona,   dulce   bien   mío, 
que  las  mujeres  más  cuerdas, 
si    con   amor    somos   locas 
con  los  celos  somos  necias. 
Mal  hice  en  creer  mi  engaño ; 
pero  quien  ama  y  no  cela 
el  viento,  el  sol  y  la  sombra 
no  es  honrada  o  no  es  discreta. 
Bien  sé  yo  lo  que  me  estimas, 
y  por  lo  mismo,  sí  es  Celia 
Dorista,   en  mí  transformada, 
me  dice   el  alma  que  tema ; 
que  como  por  mí  la  tienes 
y  vienes  de  fviera  a  verla, 
mientras  que  te  desengañas 


698 


NADIE   SE   CONOCE 


ya  puede  ser  que  me  ofendas, 
porque   la   imaginación 
suele  tener  tanta  fuerza, 
que  por  Celia  la  tendrás 
y  a  mí  me  tendrás  por  ella. 

LiSARDO.     Basta,  mi  bien;  yo  recibo 
la  satisfación,  y  crea 
vuesl:ro  amor  de  mi  lealtad 
que  no  haré  cosa  tan  ciega. 
Yo  os  tendré  por  Celia  a  vos, 
y  sabré  también  tenerla 
por  Dorista,  que  el  amor 
no  es  ciego  en  las  diferencias. 
Por  levantarla  del   suelo 
le  di   los  brazos,  que  llegan 
a  confirmar  con  los  tuyos, 
paces    para    ser    eternas. 

Celia.        Aquí   tienes   a   tu   esclava. 

Belisa.        Advierte   que   gente   suena. 

LiSARDO.  Escóndete,  Celia  mía, 
y  tú,  Belisa,  no  sea 
mi  desdicha  que  os   conozcan. 

Celia.         Mira  que   con   Celia  quedas. 

il'anse  Celia  y   Belisa,  y  queda  Dorista,  y  sale  el 
Duque  Arnaldo,  y  el  Príncipe  se  retira.') 

Arnaldo.        Ya  como  prenda  más  tuya 
tengo   más   atrevimiento, 
que  quiere  mi   pensamiento 
que  de  atreverme  se  arguya, 
pues  toda   la   fuerza  suya 
es  de  aquesta  causa  efeto, 
aunque  el  amor  y  el  respeto 
suelen   hacer   compañía; 
mas  nunca  la  cobardía 
fué   pensamiento   discreto. 

Amor  es  una  pasión 
que  hace   atrevido   al   cobarde, 
que   suele   alcanzarla   tarde 
el  que  pierde  la  ocasión. 
A   la   determinación 
sigue  la  buena   fortuna; 
quien  piense  tener  alguna 
a   ser  atrevido   pruebe, 
que  quien  ama  y  no  se  atreve 
no  puede  tener  ninguna. 

Quien  tiene  pleito  esté  cierto 
que  le  ha  de  solicitar; 
quien  navega  por  la  mar, 
procure   llegar   al   puerto ; 
quien  espera  bien  incierto 
a  su  pretensión  asista; 


dificultades   conquista 
quien   ama  y   tiene  valor, 
que   el    favor   por   el   temor 
suele  perderse  de  vista. 

Dorista.        ¿  Cuándo  he  sido  yo  tan  loca 
que  os  haya  dado  ocasión 
para    mayor    pretensión 
que  a  la  que  a  mis  prendas  toca? 

Si    me    dejé    visitar 
fué  porque  esta  cortesía 
a  ser  quien  sois   se  debía. 

Arnaldo.     Eso  me  pudo  obligar; 

porque  no  hay  por  donde  amor 
pueda    entrar    más    fácilmente. 

Dorista.     No  entra  bien  nadie  que  intente 
romper  la  puerta  al  honor. 
Y  el   respeto  que  se  debe 
a  quien  soy  y  al  dueño  mío 
no   permite   el   desvarío 
de  quien  a  los  dos  se  atreve. 

(Llega  LiSARDo  a  ella.) 

Arnaldo.         Señora... 

Lisardo.  Arnaldo,  ¿qué  es  esto? 

¿  Por  dónde  has  entrado  aquí  ? 
No   pudo   caber   en   tí 
ser  tan  libre  y  descompuesto. 

¿Tú  en  mi  casa?  ¿Tú  queriendo 
hacer   fuerza  a  quien  adoro? 
¿Así  se  guarda  el  decoro 
de  quien  tanto  honrar  pretendo? 

¿Quién  te  ha  dado  para  entrar 
puerta  donde  vivo  yo? 
¿Quién  la  licencia  te  dio? 
¿Quién  la  ocasión  y  el  lugar? 

¿  Cómo  has  entrado  ?  Responde. 
Pero   entre   tantos   desprecios 
no  sabrás  que  es  muy  de  necios 
entrarse  sin  saber  dónde. 

¿  Sabes  que  vivo  yo  aquí, 
que  aquestas  paredes  guardo, 
y  que  el  nombre  de  Lisardo 
por  privilegio  le  di? 

En  casas  reales  tienen 
los  que  delitos  han  hecho 
el  sagrado  de  mi  pecho, 
mas  no  los  que  a  hacerlos  vienen. 

Mirando  tu  atrevimiento 
no  sé  qué  castigo  darte, 
sino   sólo   disculparte 
con  tu  poco  entendimiento. 
Arnaldo.        Señor,  si  me  das  licencia, 


ACTO   SEGUNDO 


609 


LlSARDO. 


sabrás  que  estoy  disculpado 
con  no  haber  imaginado 
tu  ofensa  mi  diligencia. 

Que  si  supiera  que  aquí 
vivías,  antes  me  diera 
mil  muertes  que  te  ofendiera, 
i  No   hay   disculpas   contra   mí, 

quitarte  tengo  la  vida ! 


(Mete  mano  el  Príncipe,  y  entra  el  Rey  con  albaxo 
y  otros.) 

Rey.  ¿  Qué  es  esto  ? 

LisARDo.  ¿Tú  aquí? 

Rev.  Yo  vengo 

por  la  sospecha  que  tengo, 

verdadera  o  presumida. 
LisARDO.        Agora  lo  entiendo  todo. 
Rey.  Suelta  la  espada. 

LiSARDO.  ¿A   qué   efeto? 

Pues  por  tu  vida  prometo 

de  guardalla  deste  modo. 

(Envaínala.) 

Rey.  Los  locos  no  han  de  tener 

armas. 
LiSARDO.  ¿Pues   en  qué   lo   soy? 

Envainada  te  la  doy, 
y  aun  será  bien  menester; 

que  aun  pienso  que  importa  aquí 
darte  cubierto   su   acero, 
no  diga  algún  lisonjero 
que  desnuda  te  la  di. 

Ni  es  bien  que  seguro  esté, 
que  según  son  los  consejos 
dirá   alguno  desde  lejos 
que  para  ti  la  saqué. 

Mal  vienes  aconsejado; 
mucho  me  aprietas,   señor; 
bien  dijo  a  un  rey  un  cantor 
que   era   músico   extremado, 

viendo  algunos  caballeros 
que   le   adulaban   delante; 
"¿Para  qué  quieres  que  cante 
donde  hay  tantos  lisonjeros?" 

En  poderosos  oídos 
nunca   otra   música   suena. 
Rey.  Tarde  tu  disculpa  ordena 

culpar  mis  libres  sentidos; 

ni  lo  están  las  majestades 
de   algunas   comunes  leyes, 
que  también  tienen  los  reyes 
quien  les  diga  las  verdades. 


LlSARDO. 

Rey. 

LlSARDO. 

Rey. 


Albano. 
Rey. 

LlSARDO. 


Rey. 

DORTSTA. 

Rey, 


DORISTA. 


Rey. 

DoRISTA. 

Rey. 


DORISTA. 


En  no  se  haciendo  las  cosas 
a  gusto  del  vulgo  loco, 
culpan  y  tienen  en  poco 
las  personas  poderosas. 

Tú  no  has  de  entrar  en  la  corte. 
¿  Prende  sme? 

Sí. 

¿  Por  qué  ? 
Porque  de  lo  qtie  yo  sé 
larga  ausencia  te  reporte. — 
No  estarás  lejos,  Albano; 
ve   con  él. 

¿  Dónde,   señor  ? 
Al  fuerte  de  Miraflor. 
Beso  mil  veces  tu  mano 

por  la  merced  que  me  has  hecho, 
pues  sé  que  allí  me  verás. 
Celia. 

Señor. 

No  dirás 
que  con  riguroso  pecho 

quiero  quitarte  a  Lisardo, 
ni  será  mucha  prisión 
la  tuya. 

En  esta  ocasión 
piedad  de  tu  pecho  aguardo. 

Del  emperador  Conrado 
fué  mi  padre  general, 
que  no  hay  ser  más  principal 
que  nacer  de  ser  saldado. 

Muerto  me  trujo  a  esta  tierra 
ver  su  ingratitud,  señor, 
que  es  pagar  mal  la  mayor 
a  quien  ha  muerto  en  la  guerra. 

Aquí  Lisardo  me  vio, 
y  sabiendo  bien  quién  fui, 
cuando  la  mano  le  di 
la  de  marido  me  dio. 
¿  Esto   escucho  ? 

Soy  quien  digo. 
Yo  te  tuviera  respeto 
si   fueras,   Celia,  en  efeto, 
tal  para  igualar  conmigo. 
Que  si  bien  tu  calidad 
es  para   igualar  a  un   rey, 
no  has  guardado  bien   la  ley 
de  amor  ni  de  honestidad. 
Presente   está   el  Duque. 

El  sabe 
la  licencia  que  le  di: 
más  para  engañarte  a  ti 
que  porque  él  de  mí  se  alabe. 


'00 


NADIE    SE    CONOCE 


Pretendía  asegurarte 

de  que   no  era   su  mujer 

de  tu  hijo  con  hacer 

fingimientos   de   mi   parte. 
La  verdad  es  que  le  adoro. 
Rey.  Llevalda,  Duque,  en  prisión 

a  una   torre. 
DoRisTA.  La    opinión 

del  vulgo  ofende  al  decoro. 
Mas  no  ofende  la  verdad, 

3'  tú  sabrás  algún  día 

quién  soy. 
Rey.  Casarte  quería 

y  tener  de  ti  piedad. 
DoRisT.\.        Ya  lo  estoy. 
Rey.  Llevalda   luego. 

Arnalbo.     Camina  y  calla. 
DoRisTA.  ¡  Ah,   traidor  ! 

¿ese   fué  el   fingido  amor? 

(Llcvanla,  y   entra   F.\iiio.) 

Arnaldo.     Camina. 

Fabio.  ¡  Temblando    llego  ! — 

Aquí  está  Fabio,  señor. 
Rey.  ¿  Eres  tú  de  quien  más  fía 

mi  hijo? 
Faeio.  De  mí  soJía 

gustar,  por  hombre  de  humor. 
Pero  pensar  que  yo   sea 

de  más  consideración, 

es  ofender  su  opinión. 
Rey.  Yo  sé  muy  bien  que  te  emplea 

en  las  cosas  de  su  gusto, 

por  agudo  y  por  discreto. 
Fabio.         ¿  Quieres  decir,  en  ef eto, 

que  soy  su  alcahuete? 
Rey.  Al  justo. 

Fabio.  Del   mancebo   que   es   vicioso 

y  en  varios  gustos  ha  dado 

es  alcahuete  el  criado 

aquí,  y  allí  codicioso. 

Estos   se  llaman  ventores, 

porque  de  la  misma  traza 

van  levantando  la  caza 

a  sus  viciosos  señores. 
Mas  quien  sirve  a  un  firme  amante 

destos  de  pan  y  cuchillo, 

que  les  des  me  maravillo 

im  título   semejante. 
Rey.  ¿  Pues  cómo  se  ha  de  llamar  ? 

Fabio.         Guardarropa  del  señor, 

porque  el  criado  mejor 


Rey. 


Fabio. 

Rey. 
Fabio. 


Rey. 
Fabio. 


Rey. 
Fabio. 


Rey. 
Fabio. 


Rey. 

Fabio. 

Rey. 


Fabio. 

Rey. 

Fabio. 

Rey. 

Fabio. 

Rey. 


es  el  que   sabe   guardar. 

Con  eso  me  has  confesado 
que  has  sido  guarda  mayor 
de  Celia. 

¿Quién,  gran  señor, 
guardó  jamás  lo  guardado? 

¿Luego  hay  segura  mujer? 
Resquicios  tienen   a  veces 
donde  no  hay  ojos  jueces, 
y  algo  también  que  perder. 

¿Qué  es  resquicios? 

Ocasión, 
que  ellos  pesos  falsos  llaman 
cuando  a  los  hombres  que  aman 
les  suelen  dar  trascantón. 

Si  la  mujer  se  desliza, 
detenella  con  el  dar, 
que  si  dan  en  colear 
es  gente  resbaladiza. 

Xoy  conociendo  tu  humor. 
Con  eso  habrás  conocido 
de  qué  puedo  haber  servido 
al    Príncipe   mi    señor. 

Pero  en  lo  que  a  Celia  toca 
poco  había  que  guardar, 
que  en  prenda  tan  singular 
es  la  resistencia  poca. 

Arnaldo  me  ha  dicho  a  mí 
sus  flaquezas. 

Si   yo    fuera 
su  igual,  yo  le  desmintiera, 
que  hay  mucha  virtud  allí. 

Retárale   de   traidor, 
y  hubiera  caballo  y  lanza. 
Yo   quiero  hacer   confianza 
en  tu  ingenio  de  mi  honor. 

Bálsamo  pones  en  barro 
de  oro,  envuelto  en  anjeo. 
Honrarte,    Fabio,    deseo ; 
tienes  ingenio  bizarro. 

Para  lo  que  te  he  llamado 
ya  tú  lo  echarás  de  ver : 
cosas   son  desta  mujer. 
¿Está  el  Príncipe  casado? 

Para    Dios,    yo    lo    sospecno. 
¡  Perderé    el    seso  ! 

No  harás, 
si    ella    es   quien   es. 

¡  No  hables  más  ! 
Perdona. 

¡  Abrásasme    el    pecho  ! 

¿Qué  hijos  tiene?  Habla,  responde. 


ACTO   SEGUNDO 


701 


Faeio. 

¿  Xo    me    mandaste    callar  ? 

Rey. 

Agora  te  mando  hablar. 

Faeio. 

Tiene  al  Conde. 

Rey. 

¿  A    quién  ? 

I'abio. 

Al   Cond 

J-íey. 

;  Qué  Conde  v  de  dónde  ? 

Fabiü. 

Yo. 

el  Conde  le  oigo  nombrar. 

Rey. 

¡  El  seso  me  han  de  quitar ! 

;  Qué  años  ? 

Fabio. 

Cinco. 

Rey. 

¿  Xo  más  ? 

1\\EI0. 

Xo. 

Rey. 

; Tiene  más? 

Fabio. 

Tiene  al  r^íarqués. 

Rey. 

¿Qué  [Marqués? 

I-\\BIO. 

Otro  garzón. 

Rey. 

¿Tantos  tiene? 

Fabio. 

Tantos  son. 

Rey. 

¿X'o  ha}'  hijas? 

Fabio. 

Si,   señor :  tres. 

Rey. 

¿Tres  hijas? 

Fabio. 

Como  tres  flores ; 

y  la  que  está  en  la  barriga, 

que  todo  el  cielo  bendiga. 

l<xy. 

¡  Buen  fruto ! 

Fabio. 

¡  Lindos  amores ! 

Pesárame  que  la  tenga  (i) ; 

es  mujer  de  condición, 

que  con   la   imaginación 

no  hay  basquina  que  le  Yenga. 

Rey. 

Si  tú  mi  pecho  supieses, 

¡  oh,  cuánto  della  se  aparta ! 

Fabio. 

Solamente  de  una  carta 

amanece   en   cuatro   meses. 

Rey. 

¡  Fértil  cosa ! 

Fabio. 

¡  Gran  terreno ! 

Rey. 

¿Dónde  están? 

Fabio. 

Eso  no  sé. 

Rey. 

Daréte  tormento. 

Fabio. 

Haré 

lo  que  debo  a  ley  del  dueño. 

Rey. 

Tú  lo  dirás,  que  es  razón. 

\'cn  conmigo. 

Fabio. 

El  rigor  cese; 

que  no  es  justo  que  te  pese 

de  tener  tal  sucesión. 

Rey. 

Presto  verás. 

Fabio. 

X'o  lo  intentes, 

que  es  noble  aquesta  mujer; 

t,ij     Este   verso    parece   errado. 


si  no  es  que  quieres  hacer 
otra  historia  de  inocentes. 

{Vatisc,  y  salen  el  Príncipe  y   Alca.no. j 

Albaxo. 
Xo  tenga  Wiestra  Alteza  mal  conecto 
de  Albano,  si  es  servido,  en  este  caso. 

Lisardo. 
.\lbano,  tú  haces  bien,  yo  estoy  sujeto 
por  el  Rey.  mi  señor,  lo  sufro  y  paso. 
Basta  que  a  mí  me  prende  por  inquieto, 
.'-in  haber  dado  en  su  disgusto  un  paso : 
oféndele  el  amor  que  a  Celia  tengo. 

Albaxo. 
Quiere  casarte. 

Lisardo. 
A  obedecerle  vengo. 
Pero  dime,  por  Dios:  ¿quién  no  ha  querido 
tal  vez  en  tierna  edad,  de  cuantos  fueron? 
¿  Xunca  tener  amor  le  ha  sucedido  ? 

Alb.wo. 
Que  amaron  pienso  yo  cuantos  nacieron. 
Dijo  Xerón  que  todos  han  tenido 
ese  defecto,  si  hermosuras  vieron; 
mas  que  la  diferencia  consistía 
en  el  que  lo  callaba  o  lo  decía. 

Lisardo. 
Yo  sé  quien,  si  quisiera,  bien  pudiera 
conocerse;  mas  nadie  se  conoce: 
deja  la  edad,  si  el  tiempo  considera, 
que  lo  que  es  de  su  tiempo  entonces  goce. 
¿IMi  Celia  prende  con  crueldad  tan  fiera, 
y  en  su  pecho  mi   sangre  desconoce? 
;  El  me  hiciera  perder...! 

Albaxo. 

Xo  te  apasiones, 
que   retirarte  así  no  son  prisiones. 

Lisardo. 
¿Es  aqueste  el  castillo? 

Albaxo. 

;  Xo  le  viste 
estos  días  atrás,  que  en  su  ribera 
con  el  Rey  mi  señor  te  divertiste? 

Lisardo. 
¿Y  aquí  me  manda  que  sin  Celia  muera? 

Albaxo. 
Si  en  ser  tú  alcaide  yo  verla  consiste, 


702 


XADIE    SE    CONOCE 


de  noche  o  cuando  Vuestra  Alteza  quiera, 
iremos  juntos  donde  presa  vive. 

LlSARDO. 

Mas  cerca  pienso  yo  que  me  recibe.  (Ap.) 

¿Hay  engaño  a  su  engaño  semejante? 
Que  me  traiga  mi  padre  donde  tengo 
a  mi  querida  Celia?  ¿A  cuál  amante 
dio  el  cielo  mayor  bien,  si  a  verla  vengo? 
De  que  ha  prendido  a  Celia  está  arrogante, 
y  con  la  misma  Celia  me  entretengo, 
y  es  tanta  su  locura,  que  la  adora 
en  hábito  de  himiilde  labradora. 

Cubra  la  noche  de  su  sombra  escura 
el  resplandor  con  que  se  ilustra  el  día, 
que  aquí  será  de  Celia  la  hermosura 
opuesta  luz  a  la  tristeza  mía. 
Salga  la  blanca  aurora  en  rosa  pura, 
huya  sus  rayos  la  tiniebla  fría, 
que  aquí  también  será  mi  Celia  hermosa 
estrella  de  mis  ojos  amorosa. 

{Entra  Faeio) 

Fabio.  Si  fuera  yo    gran  señor, 

desta  prisión,  desta  ausencia, 

a  lo  cortesano  Fabio, 

el  pésame  recibieras ; 

y  aunque  te  le  vengo  a  dar, 

pretendo  que  a  solas  sea, 

por  excusar  ceremonias. 

LiSARDO.     Albano,  un  rato  nos  deja. 

Faeio.         Señor,  el  Rey  me  llamó : 

¿qué  te  diré   de   la   fuerza 
que  puso  en  que  le  dijese 
toda  la  historia  de   Celia? 
Preguntóme  por  tus  hijos, 
quiso  saber  cuántos  eran : 
di j ele  en  esto  verdad, 
para  moverle  a  clemencia; 
pero  no  donde  estuviesen, 
aunque   de   manera   queda, 
que  pienso  que  a  costa  mía 
ha  de  hacer  la  diligencia, 
i  Extraño   caso  que  aquí 
a   Celia  y  sus  nietos  tenga, 
y  que  ande  abrasando  al  mundo ! 
¿De  quién  tal  error  se  cuenta? 
Y  aun  esto  es  menos  que  estar 
perdido   de   amor   por   ella, 
y  pensar  que  con  mil  guardas 
la  tiene  en  sus  torres  presa. 


Puso  a  x\rnaMo  con  malicia 
para  que  tengas  sospecha, 
como    si    fuese   Dorista 
la  que  mil  años  poseas. 
Doite   el  parabién,   señor, 
desta  prisión,  pues  en  ella, 
siendo  el  tercero  tu  padre, 
la  gozas  cuanto  deseas. 

LiSARDO.     Así  es  verdad,  Fabio  amigo, 
y  que  no  tengo  defensa 
como  su  persecución: 
todo  es  mi  bien  cuanto  intenta. 
Aquí  con  Celia  y  mis  hijos 
pasaré,  sin  que  él  lo  entienda, 
alegres  noches  y  días, 
con  risa  de  ver  que  quiera 
eso  mismo  que  persigue, 
eso  mismo  que  desprecia. 

Fabio.         El  viene  con  este  achaque 

de  verte  a  ti,  y  viene  a  verla, 
y   a   darte   reprehensiones 
de  aquello  mismo  en  que  él  peca. 
¡  Oh,  qué  tiene  el  mundo  desto ! 

LisARDO.     ¿  Pues  quién  hay,  Fabio,  que  vea 
sus  faltas? 

Fabio.  Tenía  un  pintor 

hijos  y  hijas  muy  feas, 
y  las  figuras  que  hacía 
eran  por  extremo  bellas. 
Preguntáronle  la  causa, 
y  dio  esta  respuesta  honesta: 
"Pinto  los  hijos  de  noche, 
y  de  día  la  belleza 
de  las  figuras",  y  así, 
el  que  reprehendo  y  3'crra, 
de  noche  pinta  sus  faltas 
y  de  día  las  ajenas. 

{Sale   el   Rey   con   Celia,    Belisa  y   Feliciano.) 

Celia.  A  la  fe  que  con  tal  presa 

la  fortaleza  honraréis  (i). 

Felician.  Gran  favor  si  mi  humildad 
ser  su  alcaide  mereciera. 

Rey.  Llegadle  los  dos  a  hablar. 

Felician.  Dénos  los  pies  Vuestra  Alteza. 

Celia.         A  mí  la  mano,  señor: 

sepa  que  soy  su  alcaldesa. 


(i)     Quizás  estos  dos  versos  se  habrán  escrito  así; 

"Celia.  A  la  fe  que  con  tal  preso 
honraréis  la  fortaleza." 


ACTO   SEGUNDO 


70Í 


LlSARDO. 

Celia. 


Rev. 

Albaxo. 

Rey. 

Albaxo. 

Rey. 

Albano. 

Rey. 


-\LEAXO. 

Rey. 


Albano. 
Rey. 


Albano. 
Celia. 


LlSARDO. 

Rey. 
Albano. 
Rey. 
Albano. 

Rey. 
Aleano. 
Rey. 
Felician 

Rey. 
Albano. 


Levantaos. 

i  Qué  triste  estáis  ! 
¿De  qué  tenéis  tanta  pena? 
En  tierra  estáis  de  cristianos. 
Albano.   (Aparte.) 
Señor. 

¿No  es  bella? 
Es  un  ángel  disfrazado. 
¡  Con  qué  gracia  le  consuela ! 
A  solas  con  ella  habla. 
Pues  yo  te  digo  que  sean 
debajo  de  aquel  lenguaje 
las  razones  harto  cuerdas. 
¿Tiene  buen   entendimiento? 
No  es  posible  que  le  tenga 
la  Celia  que  él  quiere  tanto 
y  por  divina  celebra, 
como  le  tiene  Diana. 
¿  Cuándo  has  hablado  con  ella  ? 
Dos  o  tres  noches  después 
de  caza,  y  no  hay  diferencia 
della  al  mejor  cortesano: 
los  pensamientos  penetra; 
habla  en  todo  y  da  razones 
de  notable  sutileza. 
¡Diamante     engastado     en     plomo! 

[(Apahc.) 
Mi  bien,  ¿quién  habrá  que  crea 
tal  dicha  en  dos  que  se  aman? 
El  verte  preso  me  alegra, 
porque  con  ser  yo  tu  alcaide, 
tus  esposas  — ¡  ay,  quién  fuera 
tu  esposa ! — ,  estaré  segura  . 
de  que  nadie  te  entretenga. 
¿  Estás  contento  conmigo  ? 
Si  son  tus  brazos  cadena 
de  mi  prisión,  ¿qué  preguntas? 
Mucho  hablan.  (Aparte.) 

¿  Qué   recelas  ? 
Que  no  le  agrade  a  Lisardo. 
Mas  plega  a  Dios  que  la  quiera, 
para  que  esta  Celia  olvide. 
Más  vale  que  quiera  a  Celia. 
¿  Eso  dices  ? 

¡  Tal  estoy ! 
,  Xo  deis  ocasión  que  entienda 
el  Rey  nuestra  cifra. 

Mira 
que  pienso  que  la  requiebra. 
Delante  de  su  marido, 
¿qué  le  dirá  que  no  sea 


cosa  muy  puesta  en  razón? 

Rey.  Es  el  marido  una  bestia. 

¿Qué  respecto  ha  de  guardar 
a  la  humildad  la  grandeza? 
Erré  en  traerle  al  castillo. 

Albano.      ¿  Celos  tienes  ? 

Rey,  Ya  me  pesa. 

Celia.         A  hablar  a  tu  padre  voy. — 
Señor,  haga  que  no  vengan 
tantos  criados  acá, 
mire  que  es  la  casa' estrecha; 
que  yo,  con  mis  labradores, 
serviré,  con  su  licencia, 
al  Príncipe  mi  señor 
de  la  manera  que  sepa. 
Que  a  fe  que  si  alguna  noche 
probasen  las  ollas  nuestras, 
el  repollo  y  el  tocino, 
la  vaca  manida  y  tierna, 
que  olvidasen  las  perdices 
y  esos  guisados  que  llevan 
guardados   con    alabardas. 

Rey.  ¡  Qué  ignorancia  tan  discreta  ! 

Celia.         ]Mala  gente  hay  en  la  corte, 
pues  es  menester  que  venga 
quien  guarde  al  Rey  la  comida, 
que  si  no,  pienso   que  hubiera 
quien  le  agarrara  los  platos. 

Rey.  ¿No  ves  que  aquello  es  grandeza! 

Celia.         Más  seguranza  tenemos 
por  acá,  que  si  a  la  mesa 
llevo  la  comida  yo, 
solamente  van  con  ella 
perros  y  gatos,  que  son 
los   músicos  que  la   cercan. 
Tal  vez  se  suelta  el  pollino 
y  hasta  los  manteles  llega, 
por  dicha,  a  ser  maestresala. 
Rey.  Albano,   di  le  que   venga 

Lisardo  a  cenar  conmigo. 

(Vasc.) 

Albano.      ¿Halo  oído  Vuestra  Alteza?    . 

Lisardo.     Ya  voy,  aunque  sé  que  quiere 
que  todo  el  discurso  della 
sea  reprender  mi  amor. 

Celia.         Vamos,  marido,  pues  entra 
nuestra  rudeza  a  la  parte 
con  su  dorada  grandeza, 
y  veámoslos   cenar. 

Felician.  Vamos;  aunque  más  quisiera 


704 


NADIE   SE    CONOCE 


que  ¿11  nq'.eza  malsana, 
mi  bien  segura  pobreza. 

(P'ause.) 
Faeio.         Oiga. 

Belisa.  No   me   diga   nada. 

Fabio.         ¿Asperilla  se  me  muestra 

de  labradora  a  esta  parte  ? 
Belisa.        Pues  si  me  quiere  más  tierna 

vaya  a  buscarme  a  la  corte. 
Fabio.         Bien  dice,  que  allá  profesan 

blandura  para  pedir, 

y  en  agarrando,  aspereza. 


TERCER  JORNADA 
(Fileno,  Cílarino  y  B.\to,  villanos.) 

Bato.  ¿Que  la  mujer  de  Felino 

parió  una  niña? 
Clarino.  Tan  l^ella, 

que  pudiera  ser  estrella 

en  la  frente  de  algún  sino. 
Fileno.  A  la  fe  que  fue  dichosa 

en  parir  donde  está  preso 

el   Príncipe. 
Bato.  Yo  os  confieso 

que  hay  más  de  alguna  envidiosa ; 
pues  el  Rey  si  viene  acá 

algo  le  dará  también. 
Fileno.        Felino  es  hombre  de  bien. 
Bato.  ¿Está  rico? 

Clarino.  Rico    está : 

que  le  han  dado  muchas  cosas 

después  que  está  en  el  castillo. 
B.SkTO.  ¡  El  es  un  gentil  novillo  ! 

Fileno.       ¿Qué  palabras? 
Clarino.  Envidiosas. 

Bato.  Nunca  tuve  envidia  al  bien 

que  por  mal  camino  Aliene. 
Fileno.       ¿  Pues  qué  mal  camino  tiene 

que  alguna  cosa  le  den? 
B.^TO.  No  sé  a  quién  oí  decir 

que  tener  bella  mujer 

era  demanda  tener 

destas  de  andar  a  pedir. 
Todos,  en  efeto,  dan, 

porque  no  hay  hombre  que  vea 

visita  en  casa  de  fea. 
Clarino.     Malicias  no  faltarán. 

Cuando  la  vuestra  era  moza 
alguno  también  la  vía. 
Bato.  Era  su  primo,  y  podía. 


Clarino.     ¡  Lindamente  se  reboza 

con  un  pariente  un  delito. 
Fileno.        Anda,  que  no  os  conocéis ; 
que  lo  que  en  los  oti-os  veis 
tenéis  en  la  frente  escrito. 

B.A.T0.  Yo  he  visto  alguna  mañana 

al  Príncipe  hablar  con  ella, 
y  es  casada  y  no  es  doncella. 

Fileno.       Falta  ponéis  en  Diana 

por  envidia  y   intereses. 

B.^to.  Una  no,  que  más  han  sido : 

nueve  faltas  ha  tenido, 
pues  que  pare   a  nueve   meses. 

Clarino.         ¿  Y  las  vuestras,  no  las  veis  ? 

B.ato.  ¿Pues  cuándo  estuve  preñado? 

Clarino.     Cortesano  habéis  hablado ; 
hacéis  burla  y  ofendéis. 

Son  muy  bellacas  costumbres 
tirar  cañas  por  los  aires, 
y  en  son  de  decir  donaires 
deshonrar   con   pesadumbres. 

Mas  dejad  faltas  ajenas. 
¿Cuándo  el  bautismo  ha  de  ser? 

Fileno.       Hoy,  y  dicen  que  ha  de  haber 
colación  a  manos  llenas. 

Bato.  ¿Qué  darán  al  sacristán? 

Clarino.     Conforme  fuere  el  padrino. 

Fileno.       Bueno  será. 

B.^to.  Denle  vino. 

que  él  perdona  el  mazapán. 

Fileno.  Callad;  que  yo  sé  algún  día 

que  jugastes  al  rento}-, 
que  estuvistes... 

Bato.  Bueno    estoy. 

Fileno.       ¿  Conóceos  ? 

Bato.  Harto  querría. 

Clarino.         El  Rey. 

Bato.  ¿  Pues  vino  ? 

.Clarino.  Ya  vino. 

(Salen  el  Rey  y  Albaxo.) 

Rey.  Al  punto  que  me  avisaste 

y  del  caso  me  informaste, 
me  puse,  Albano,  en  camino. 
Labradores  hay  aquí. 

Clarino.     ¿Huese  Bato? 

Rey.  Vuelve  acá. 

El  Príncipe,  ¿dónde  está? 

B.\TO.  Con  la  parida  le  vi 

debe  de  haber  media  hora ; 
porque   está  ya  levantada, 
con  la  muchacha  abrazada. 


ACTO  TERCERO 


705 


Rey.  ¿Pues  tan  presto? 

Bato.  Es  labradora ; 

que  no  son  tan  melindrosas 

como  allá  las  cortesanas : 

son  fuertes  como  villanas ; 

como  pobres,  animosas. 
Aun  apenas  han  parido, 

cuando,  si  es  menester, 

se  levantan  a  poner 

la  olla  de  su  marido. 
Rev.  Vete. 

Rey.  ¡  Viva   su  mercé 

más  que  un  pleito  sin  favor ! 

Nunca  se  le  atreva  humor, 

ni  aun  una  gota  en  el  pie ! 
¡  Ni  se  le  atreva  algún  dia 

por  los  excesos  mayores 

el  fiscal  de  los  señores, 

que  llaman  apoplejía! 

(Vasc.) 

Rey. 
En  fin,  ¿mi  hijo  está,  como  me  adviertes, 
enamorado  desta  labradora  ? 

Albano. 
Señor,  a  mi  lealtad  y  a  tu  servicio 
fué  justo  darte  aviso  del  indicio. 
Que  deste  amor  me  ha  dado  el  verlos  juntos, 
reírse,  hablarse,  y,  si  verdad  te  digo, 
dar  lugar  el  villano  a  que  la  mano 
le  tomase  alguna  vez. 

Rey. 

¡  En    fin,   villano  ! 
Será  bueno  matarle. 

Albano. 

¿A  qué  propósito? 

Rey. 

Si  Lisardo  la  habla,  me  parece 
llegado  a  ejecución  este  deseo, 
que  si  es  A-erdad,  por  imposible  veo 
mi  pretensión. 

Albano. 
Señor,  es  ya  posible; 
respeto  de  que  el  parto   se  acercaba, 
y  el  amor  de  los  dos  me  ha  parecido 
que  fué  mayor  después  de  haber  parido. 

Ella  estaba  en  la  cama  con  su  hija, 
hermosa  como  el  sol  — mal  dije^ — . 

vil 


Rey. 


;  Cómo  ? 


Albano. 

Y  él  entraba  contento  a  visitarla. 
Sentábase  a  las  nueve,  y  a  las  doce, 
llamándole  a  la  mesa,  no  salía; 
pasaba  claro  el  sol  del  medio  día, 
y  el  Príncipe  en  la  silla  sin  moverse. 
Daban  las  dos,  y  entraban  a  atreverse, 
Fabio  tal  vez,  tal  vez  un  maestresala, 
y  a  entrambos  enviaba  noramala. 

Rey. 
¿  Qué  eso,  Albano,  pasó  ?  ¡  Mi  mal  es  cierto ! 
¡  Pluguiera  a  Dios  que  nunca  yo  intentara 
prender  a  Celia ! 

Albano. 
¿Quién  imaginara 
que  había  de  amar  aquesta  labradora 
y  por  ella  olvidar  tan  gran  señora? 

Rey. 
¿Quién  vio  que  yo  la  amaba  y  conquistaba 
con  la  plata  que  ves,  perlas  y  oro, 
perdiendo  a  cuanto  soy,  honra  y  decoro  í 
Yo  sabré  la  verdad. 

Albano. 

¿De  qué  manera? 
Rey. 
Agora  lo  verás,  pues  viene  a  verme. 

(Salen   el   príncipe    Lisardo    y    Fabio.) 

Lisardo. 
Aquí  tienes,  señor,  tu  humilde  hechura. 

Rey. 
Levántate,  Lisardo,  que  obligado 
de  tu  humildad,  ya  quiero  que  estés  libre, 
y  que  luego  te  vayas  a  la  corte. 

Lisardo. 

Recibo  la  merced  que  el  amor  tuyo 
a  mi  obediencia  intenta;  mas  no  quiero 
darte   ocasión  para'  pensar   que   a    Celia 
estimo    como    piensas,    porque    estimo 
tu  gusto  más,  y  quiero  que  le  tengas 
en  casai;me,  señor,  y  en  darle  al  reino. 
Ya  no  me  reñirás;  ya  es  acabado 
aquel  amor;  que  sólo  me  ha  quedado 
tal  arrepentimiento,  que  no  creo 
que  fué  jamás  tan  grande  mi  deseo. 
Entra  a  ver  a  la  parida,  pues  te  he  visto, 

45 


706 


XADIE   SE   CONOCE 


por  lo  que  tú  la  quieres  y  le  debo, 
que  en  aquesta  prisión  me  ha  regalado, 
y  hoy  quiere  bautizar  su  bella  hija, 
y  es  justo  que  yo  acuda  a  darla  gusto, 
pues  siendo  cosa  que  amas  es  tan  justo. 

iJ'asc.) 

Rey.  i  Fabio,  Fabio ! 

Fabio.  ¿Q'jé  me  mandas? 

Rey.  ¿  Qué  es  esto  ? 

Fabio.  La  obligación 

a  cosas  que  tuyas  son. 
Rey.  ¡  Bueno  en  disparates  andas  ! 

¿Lisardo  tiene  juicio? 
¿A  la  corte  no  verá 
que  por  él  tan  triste  está? 
Fabio.         Pienso  que  el  piadoso  oficio 
de  hallarse  presente  a  ver 
hacer  aqueste  bautismo 
le  detiene,  o  que  tú  mismo, 
señor,  le  vienes  a  hacer. 
Es  de  un  hijo  discreción 
estimar,  y  siempre  es  justo 
lo  que  a  su  padre  da  gusto. 
Rey.  ¿Pues  tiénesme  en  opinión 

que  había  de  querer  más 
que  gustar  de  ver  agora 
una  simple  labradora? 
F.\EI0.         ¿Y  tú  en  opinión  estás 

que  Lisardo  ha  de  querer 
más  que  reír  y  burlar 
con  mujer  que  va  a  labrar 
el  campo? 
Rey.  ¿  y  se  hecha  de  ver 

en  lo  que  labra  y  cultiva? 
Fabio.        Deste  bautismo  me  han  hecho 
mayordomo,  y  ya  sospecho 
que  quieren  que  se  aperciba. 

Voy  a  poner  en  razón 
las  fuentes  y  el  mazapán; 
prevenir  el  sacristán, 
porque   no  haya   excomunión. 

Que  sin  ocasión  ninguna 
son  sus  condiciones  tales, 
que  por  deuda  de  dos  reales 
me  echará  de  la  tribuna. 

{Vase.) 

Rey.  Albano,  esto  va  perdido. 

Parte  a  la  corte,  y  dirás 
al  duque  Arnaldo  que  vas, 
por  lo  que  has  visto  y  oído, 


por  Celia,  a  traerla  aquí; 

di  que  le  dé  libertad. 
Albano.      ¿Qué  dices? 
Rey.  Fué  crueldad 

prenderla  y  tratarla  así. 
Albano.  ¿Qué  dirá  el  Príncipe? 

Rey.  En  viendo 

cosa  que  tanto  ha  querido, 

pondrá  a  Diana  en  olvido. 

Ya  con  Celia  me  defiendo, 
a  quien  tanto  aborrecí. 
Albano.      ¿No  quieres  consejo? 
Rey.  No, 

que  desde  que  me  faltó 

razón  no  hay  consejo  en  mí. 
Albano.  No  he  visto  rey  sin  consejo. 

Rey.  Ni  yo  más  necio  criado. 

Albano.      Siempre  es  necio  el  que  es  honrado. 

(Aparte.) 

Mal  me  va  después  que  dejo 

lisonjas  y  adulaciones, 
que  no  se  puede  medrar 
sin  mentir  y  sin  tratar 
deslealtades  y  traiciones. 

(Vasc-) 

Rey. 

¡  Qué  fácil  es  reprehender  el  daño 
que  está  fuera  de  sí !  Por  mí  lo  siento ; 
yerro  en  lo  mismo  que  reñir  intento, 
y  viendo  la  verdad  amo  el  engaño. 

Ciego  a  mi  propio  error  miro  el  extraño, 
y  en  vez  de  tener  del  conocimiento, 
lo  que  niego  a  mi  mismo  pensamiento 
quiero  que  en  otros   tenga  desengaño. 

En  el  espejo  donde  puedo  verme 
miro  el  ajeno  error,  que  así  destierra 
amor  a  la  razón  que  ha  de  valerme. 

Burlo  del  que  cayó  y  estoy  en  tierra, 
y  conozco  por  mi  fin  sin  conocerme, 
que  nadie  se  conoce  cuando  yerra. 

(Sale    Celia    de   parida    con    tocado   y    cinta   por    la 
frente,  y   Belisa.) 

Celia.  Sea  Vuestra  Majestad 

bien  venido. 
Rey.  ¡  Oh,  mi  Diana  !, 

¿Con  tal  salud  y  hermosura 

de  la  cama  te  levantas  ? 
Celia.        A  tu  servicio,  señor, 

como  tu  hechura  }-  tu  esclava. 


ACTO  TERCERO 


707 


con   una   criada   más 

que  te  sirva,  y  que  has  de  honrarla 

hoy  con  sacarla  de  pila; 

pues  cuando  los  reyes  andan 

con  humildes  labradores 

por  las  riberas  de   caza 

ya  parece  que  con  ellos 

se  truecan,  si  no  se  igualan ; 

que  allá  en  las  cortes  son  otros 

entre  las  doradas  salas, 

donde  tiene  la  grandeza 

la  silla  de  su  arrogancia, 

digna  de  su  ostentación. 

Rey.  ,: Quién  te  dijo  esa  palabra? 

Que  esa  palabra  no  es 
de   las   menos  cortesanas. 

Celia.        Ya  lo  soy  yo  desde  el  día 
que  Su  Majestad  cesárea 
vino  a  hacer  corte  el  aldea 
y  palacios  las  cabanas. 

Rey.  Tu  ingenio  es  tal,  que  lo  creo: 

ya  me  parece  que  hablas 
de  otra  suerte. 

Celi.a.  Sí,  señor, 

siempre  habla  mejor  quien  gana. 
Ando  de  dicha,  y  así 
parece  que  digo  gracias, 
porque  todas  lo  parecen 
a  los  que  están  de  ganancia. 
A  la  mujer  no  hay  más  dicha 
que  tener  marido  y  casa 
a  su  gusto,  y  en  su  estado 
cuatro   cosas   necesarias : 
salud,  que  esto  es  lo  primero; 
hijos,  regalos  y  galas. 

Rey.  ;Y  todo  lo  tienes? 

Celia.  Todo, 

si   no   se  me  desbarata; 
mas  ya  no  hará,  si  Dios  quiere. 

Rey.  En  fin,  Diana,  ;te  agrada 

tu  marido  ? 

■Celia.  Sumamente. 

Rey.  ¿  Sumamente  ? 

Celia.  Bien    reparas ; 

pues  si  sumamente  dije 
he  puesto  suma  en  sus  gracias, 
siendo  sus  gracias  sin  suma. 

Rey.  Sólo  en  eso  eres  villana, 

pues  te  pagas  de  un  villano. 

Celia.         Después  que  entraste  en  su  casa 
la  ennobleciste  de   suerte, 
que  con  los  reyes  se  iguala. 


¿Qué  le  falta  para  rey? 

Rey.  ¿a  quién? 

Celia.  Mas,  ¿por  qué  dilatas 

el  hacerme  esta  merced? 

Rey.  Que  tú  gustes  dello  basta; 

que  me  debes  más  que  piensas. 

Celia.         Señor,  si  esta  niña  sacas 
de   pila,  que  lo  merece 
por  la  inocencia  y  la  cara, 
seremos   parientes   luego. 

Rey.  ¡  Qué  discreción  !  ¿  Quién  pensara 

que  ésta  supiera  decir 
con  tan  fáciles  palabras 
que  será  mía  después 
que  aquesta  merced  le  haga? — 
Ahora  bien;  pues  ya  estás  buena, 
quiero  que  a  la  corte  vayas, 
daré  un  oficio  a  tu  esposo. 

Celia.         Dame  tu  mano. 

Rey.  Levanta. 

Voy  a   esperar  a  la  iglesia; 
di  que  el  Rey  en  ella  aguarda 
la  niña  de  quien  tú  quieres 
que   sea  padrino. 
(Vase-) 

Celia.  Reparta 

todos  sus  bienes  el  cielo, 
en  las  paces  y  en  las  armas, 
en  tu  sucesión,   señor, 
de  suerte  que  en  Alemania 
tengan  las  tuyas  por  orla 
las  águilas  coronadas. — 
¿Qué  te  parece,  Belisa? 

Belisa.       Que  ya  tus  trabajos  paran, 

que  ya  se  acercan  tus  dichas 
y  logran  tus  esperanzas. 

(Salen  el  Príncipe  y  Fabio.) 

LisARDo.         No   sé  si  estamos  seguros. 

Celia.         ¿De  qué  suerte,  mi  señor? 

LiSARDO.     No  tiene  palabra  amor. 

Fabio.         Hace    amor    muchos    perjuros. 

LisARDo.        Al  Rey  le  ha  pesado  ya 
de    la   prisión    de    Dorista, 
que  como,  en  fin,  te  conquista 
•    celoso  de  verme  está. 
Y  de  manera  le  veo 
proseguir  en  este  error, 
que  ha  de  sentir  nuestro  amor 
la  fuerza  de  su  deseo. 

Celia.  No  hará,  porque  quiere  agora 

que  vaya  a  la  corte  yo. 


708 


NADIE   SE   CONOCE 


LiSARDO.     ¿Y  eso  ha  de  ser? 

Celia.  ¿Por    qué    no ? 

LisARDo.     ¿  Pues  cómo,  si  el  Rey  te  adora  ? 

Celia.  Yo  me  sabré  defender. 

LiSARDO.     Ese  es  engaño  animoso : 

contra  un  hombre  poderoso 
no  hay  resistencia  en  mujer. 

Fabio.  La  justicia  dicen  que  es 

como  la  tela  de  araña, 
que  una  mosca  se  enmaraña 
adonde  muere  después. 

Pero  un  valiente  animal 
la   tela   rompe   y   traspasa : 
lo  mismo  en  defensa  pasa 
de  una  mujer  principah 

El  pobre  quédase  aparte, 
pero  el  rico  y  el  señor 
rompen   la  puerta  al   honor 
y  pasan  de  la  otra  parte. 

LiSARDO.         Bien  dice;  no  hay  resistencia 
ni  quien  sus  gustos  impida, 
porque  quitarán  la  vida 
a  quien  faltare  paciencia. 

Fabio.  ¿  Sabes  cómo  han  enviado 

por  Dorista,  para  hacer 
que  la  vuelvas  a  querer? 

LiSARDO.     ¡  Qué  pesadumbre  me  has  dado ! 
Pero   Celia   está   segura 
de  que  es  Celia,  y  que  es  mi  vida, 
que  esotra  Celia  es   fingida. 

Celia.         ¿  Puede  haber  mayor  locura  ? 

¿  Por  quien   pretendió  quitarte, 
por  quien  tanto  te  ha  reñido, 
por  quien  dice  que  ha  tenido 
la  culpa  de  no  casarte, 
por   ésa  envía? 

LisARDO.  ¿  Qué    importa, 

si  eres  tú  la  verdadera? 

Celia.        Lo  que  tu  lealtad  espera 

mi  amor  me  vence  y  reporta. 
Bien  sé  yo  que  no  la  quieres. 

LiSARDO.     Palabra  te  da  mi  amor 
de  no  hablarla. 

Celia.  Eso   es   rigor. 

LiSARDO.     Pues  óyeme,  y  no  te  alteres. 
Primero  que  mi  amor,  Celia  divina, 

olvide  obligaciones  tan  notables, 

los   polos   de   los    cielos,   variables, 

vendrán   al  suelo   con   fatal   ruina. 
Primero  el  mar,  adonde  el  sol  declina, 

le  verá  amanecer,  y  sus  mudables 

ondas  sin  movimiento  favorables 


al   pecho   que    romperlas   determina. 

Primero  se  verá  roto  y  deshecho 
el  primer  movimiento  en  que  está  asida 
la  ardiente  esfera  del  supremo  techo, 

y  de   tinieblas   se   verá  vestida, 
que  dejes  tú  de  ser  alma  en  mi  pecho, 
luz  en  mis  ojos  y  en  mi  aliento  vida. 

Celia. 

Primero,   mi   Lisardo,   habrá    firmeza 
en  la  mudable  rueda  de  fortuna, 
y  no  se  quejarán  de  envidia  alguna 
la  virtud,  el   ingenio  y   la  nobleza. 

No   tendrá  lisonjeros   la   grandeza, 
ni  la  vida  mortal  muerte  ninguna; 
no  pedirá  su  luz  al  sol  la  luna, 
ni  será  desdichada  la  belleza. 

Primero  se  verá  que  se  concluya 
mi  amor  inmenso,  el  monte  más  pequeño 
al  Imperio  arrimar  la  frente  suya, 

y  el  agravió  tendrá   seguro   sueño, 
que  deje  yo  de  ser  esclava  tuya 
ni  tengan  estos  ojos  otro  dueño. 

(Salgan  ¡os  labradores  que  pudieren,  con  fuentes^  y 
aguamaniles,  los  músicos  de  villanos  bailando.  Al- 
BANO   y   el  Rey   detrás  del  que   trae   la  niña.) 

Cantan. 

"Que  si  linda  era  la  parida, 

por  mi  fe  que  la  niña  es  linda. 

La  parida  linda  era, 

pero  la  niña  no  hallara 

belleza  que  la  igualara 

si  tal  madre  no  tuviera : 

bien  lo  dijo  la  partera 

en  viéndole  la  barriga. 

Por  mi   fe",   etc. 
Bato.  ¡  Famosamente   lo   ha   hecho 

la  muchaohaj 
Felician.  ¡  Con  qué  risa 

estaba   mirando   al  cura, 

puesta  de  pies  en  la   pila. 
Bato.  ¿Sabéis  qué  noté? 

Clarino.  ¿  Qué    fué  ? 

Bato.  Que  cuando  el  Rey  la  tenía 

sobre  la  pila  desnuda, 

más  agua  dejó  que  había. 
Felician.  ¿Qué  sería  la  ocasión? 
Bato.  Miedo  que  del  Rey  tendría, 

que  da  gran  temor  un  Rey. 
Clarino.  ¿  Temor  en  aquella  niña  ? 
Bato.  ¿  Por  qué  pensáis  que  al  llegar 


ACTO  TERCERO 


709 


a  los  hombres  la  justicia 

no  dice  que  es  alguacil, 

porque  nadie  se  tendría; 

mas  dice:  "Ténganse  al  Rey''? 

Y  luego  el  temor  obliga 

a  respetar  aquel  nombre, 

no  porque  el  otro  lo  diga. 

Feliciax.  ¿  \''istes  qué  de  sal  le  puso 
el    cura  ? 

Clarixo.  Bien  se  entendía 

la  ceremonia. 

Bato.  A   la   fe 

que  si  algunas  cuando  chicas 
las  salasen,  que  después 
quizá  no  se  dañarían. 

Rey.  Aquí   está   el   Príncipe. 

Albano.  Aquí 

está  también  la  parida. 

Rey.  ¡Siempre  juntos!  ¡iCaso  extraño! 

Celia.        Mercedes  tan  infinitas 

¿quién  las  pagará,  señor? 

Rey.  Diana,  quien  las  reciba 

con  ánimo  de  pagarlas, 

Celia.         Soy  30  la  pobreza  misma. 

Albano.      ¿Dónde  está  tu  esposo? 

Felician.  Aquí, 

con  el  alma  agradecida 
de  lo  que  por  todos  haces. 

Rey.  Doy,  desde  luego,  a  la  niña 

dosmil   ducados  de   renta 
para  que  podáis  vestirla, 
y  palabra  de  tratarla 
como   a  mi  nieta  podría, 
si  la  tuviese. 

Felician-,  Bien  puede 

hacerlo  Su  Señoría, 
pues  ya  somos  sus  parientes. 

Rey.  Haced  muchas  alegrías 

y  llevadla  a  descansar. 

Bato.  ¡  Por  Dios,  que  en  toda  la  villa 

se  han  de  poner  hmiinarias ! 

Feliciax.  ;No  habrá  mañana  sortija? 

B.ATO.  ¡  Y  cómo !  Yo  salgo  a  ella, 

porque   tengo   una   pollina 
aue  corre  como  un  corchete. 

Clarino.     Toca,   Pascual,  y  relincha. 

Cantan.      "Que  si   linda  era  la  parida, 

por  mi  fe  que  la  niña  es  linda." 

(Vanse  todos,  y  queda  el  Rey  con  Albaxo.) 

Rey.  ¡  Cómo  tarda  Celia,  Albano  ! 

Albano.       Espantóme  de  que  sea 


tan  breve  el  camino  y  vea 
el  Duque,  si  está  en  su  mano, 

lo  que  esto  importa  a  tu  gusto 
y  que  se  detenga  allá, 
Pero  ya  a  la  puerta  está. 
Rey.  Llegó  a  templar  mi  disgusto. 

Aquí   me   quiero    esconder; 
tú  llama  al  Príncipe  luego, 

{Salen  el  Duque  Arkaldo  y   Dorista,  y  el 
Rey  se  esconde.) 

Dorista.        Alegre  y  sin  gusto  llego. 
Arnaldo.     ¿Eso   cómo   puede   ser? 
Dorista.         Porque  nace  mi  alegría 

de  que   al   Príncipe  veré ; 

mi  pena,  de  qué  no  sé: 

si  el  Rey  a  llamar  me  envía 
para   mayores   agravios. 
Arnaldo.     Si  el  Rey  vengarse  quisiera 

con  otro  término  fuera, 

como  lo  intentan  los  sabios, 
Pero  yo  sé  que  te  estima 

y  que  te  quiere  casar. 
Albano.      La  mano  me  puedes  dar, 
Dorista.     El  verte  humilde  me  anima. 
¿Vengo  a  morir  o  vivir? 

Tú  bien   lo   sabes,   Albano. 
Albano.      Pues  yo  te  pido  la  mano, 

vienes,  señora,  a  vivir. 
El  Rey,  ya  desengañado, 

quiere    que   vuelvas    a   ver 

al  Príncipe. 
Dorista.  Puede   ser 

que  le  hayan  bien  informado. 
Aunque  suele  a  los  señores 

la   primera   información 

darles  tan   fuerte  opinión, 

que  es  causa  de  mil  errores. 
Albano,         Voy  a  llamar  a  Lisardo; 

albricias  quiero  ganar, 

{Vase.) 

Dorista.     Nadie  las  pudiera  dar 

como  yo  del  bien  que  aguardo. 
En  fin,  Duque,  ¿ha  conocido 
el  Rey  quién  soy? 

Arn.^ldo.  Yo    sospecho 

que  aqueste  milagro  han  hecho 
ciertos   celos  que   ha  tenido. 

Esto  te  digo  obligado 
de  mi  amor,  que  comenzó 
fingido,  y  después  llegó 


710 


NADIE  SE   CONOCE 


a   darme   pena   y    cuidado. 

Que  a  no  ser  por  el  respeto 
del  Príncipe  mi   señor, 
hubiera  dado  a  mi  amor 
esperanzas  de  secreto. 

DoRisTA.         El  estar  agradecida 

por  lo  menos  me  debéis. 

Arnaldo.     ¿Obligaciones  hacéis 

de  lo  que  estáis  ofendida? 

{Salen  el  Príncipe,  Albaxo  y  F.\bio.) 

Albano.         Pensé  que  albricias  me  diera 
Vuestra  Alteza. 

LiSARDo.  Ya  pasó 

el  tiempo  en  que  diera  yo 
mil   reinos,   si    mil   tuviera. 

Albako.         ¿  Es   posible  ? 

LisARDO.  Yo  te  digo 

la  verdad. 

Albano.  Pues  vesla  aquí. 

DoEiSTA.     ¡  Señor  mío  ! 

LisARDO.  ¡  Tente ! 

DORISTA.  ¿  Así 

me  recibes? 

LiSARDO.  Si  contigo 

tengo  el  mayor  enemigo, 
de  mi  honor  y  de  mi  amor, 
¿de  qué  te  espanta  el  rigor 
con  que  te  aparto  y  desecho  ., 
porque  no  ofendas  el  pecho, 
ya  que  ofendiste  el  honor? 

DoRiSTA.         ¿Yo,  señor? 

LisARDo.  Ya  se  han  sabido, 

Celia,  todas  tus  maldades. 

DoRisTA.     ¿Luego  tú  te  persuades, 

Lisardo,  que  te  he  ofendido? 
¿No  sabes  que  fué  fingido 
del  Duque  mi  amor? 

Lisardo.  No    sé 

si  es  verdad  o  no  lo  fué; 
sé  que  en  un  hora  de  ausencia, 
como  os   falta  resistencia, 
perdéis  de  vista  la  fe. 

¡  Desdichado  del  que  alcanza 
tal  premio  en  tanta  fatiga, 
pues  mientras  más  os  obliga 
más  os  dispone  a  mudanza ! 
Burlaste  mi  confianza, 
perdiste  ei  mayor  amigo ; 
mas  no  he  podido  conmigo 
vengarme,  Celia,  en  matarte, 
porque  pienso  que  el  dejarte 


es  el  más  justo  castigo. 

Esas  prendas  que  tenías 
allá  también  las  tendrás: 
di  que  son  tuyas  no  más, 
y  no  digas  que  son  mías; 
que  aunque  con  ellas  solías 
prenderme  más  cada  hora, 
tu  sangre  así  lo  desdora, 
que  temo  alguna  traición 
cuando  me  acuerdo  que  son 
hijos  de  mujer  traidora. 
DoRiSTA.         i  Qué  buen  pago  que  me  quieres 
dar  con  tan  infames  nombres ! 
Mas,  ¿cuándo  mejor  los  hombres 
pagaron  a  las  mujeres? 
¿Tú  eres  Lisardo?  ¿Quién  eres? 
No  es  posible,  o  no  soy  yo 
la  que  tanto  te  obligó, 
pues  me   desprecias  así. 
!Mas  amor  dice  que  sí, 
y  tu  ingratitud  que  no. 

Como  ya  tratas  de  amar 
quien  sabes,  y  yo  también, 
que  te  merece  más  bien 
que  quien  te  supo  obligar, 
de  mí  te  quieres  quejar; 
que  sois  los  hombres  tan  fieros, 
tan  mudables,  tan  ligeros, 
que    cuando    olvidar   queréis, 
¡  cómo   en  la  mano  tenéis 
la  disculpa  de  ofenderos  ! 
Bien  me  pudieras  dejar 
mal  pagada  de  mi  amor 
sin  ofender  a  mi  honor 
ni  dar  al  vulgo  lugar 
a  que  me  pueda  infamar, 
siquiera  porque  tenía 
esta  sangre,  tuya  y  mía, 
necesidad  de   opinión; 
pero  siempre  la  traición 
lleva  la  crueldad  por  guía. 

Esas  prendas  no  diré 
que  son  tuyas  ni  son  mías, 
que  yo  acortaré  sus  días 
y  en  ellas  me  vengaré. 
En  los  brazos  tomaré 
partes  que  tengo  de  ti: 
diréles  que  te  perdí, 
y  tú  los  pierdes  a  ellos, 
y  me  mataré  con  ellos 
por  apartarme  de  ti. 
(Vase.   Y  sale  el  Rey,  y  detiénela.) 


ACTO  TERCERO 


711 


Rey.  Detente,   que   esta   crueldad 

no  cabe  en  humano  pecho; 
por  lo  menos  en  el  mío 
ha   podido    el    sentimiento 
dar  ocasión  a  los  ojos. — 
Dime,  Lisardo,  ¿qué  fiero  (i) 
,;  Cuál  áspid,  en  los  desiertos 
de   Arabia   o   Libia?   ¿Eres  tú 
mi  sangre?  Yo  no  lo  creo, 
ni  que  la   tengas   humana, 
pues   que   con   tanto   desprecio 
tratas  quien  amaste  tanto. 

Lisardo.     ¿Hablas  conmigo?  No  pienso 
que  te  acuerdas  que   tú   fuiste 
quien  aquí  me  tiene  presu, 
porque  quiero,  o  porque  quise 
la  que  dices  que  desprecio. 
¿Acuerdaste   que    en   su   casa 
entraste    una    noche    haciendo 
alarde  de  tus  crueldades 
con  este  mismo  sujeto? 
Esta  es  -la  misma,  ésta  es  Celia : 
dime   qué   pena   merezco 
por  obedecerte  yo 
Lo    mismo    que    quieres,    quiero. 
¿Tú  pretendes   que  la  olvide? 
Pues  eso  mismo  pretendo. 
¿Quieres  que  deje  mis  hijos? 
Pues,    señor,    mis    hijos    dejo. 
¿  Cómo   te   he   de   contestar, 
si    cuando    pienso    que    acierto 
yerro   más    por   tus   mudanzas 
y    acierto    más    cuando    yerro? 
De   manera   que   he   de    andar 
en  mis  desdichas  a  tiento, 
y   en    una    misma    ocasión 
queriendo  y  aborreciendo : 
cuando  olvido,  porque  olvido; 
cuando  quiero,  porque  quiero. 
¿Qué  quieres  hacer  de  mí? 

Rey.  Ya,  Lisardo,  es  otro  tiempo. 

Esta  dama  es  gran  señora, 
fué  su  padre  Filiberto 
gran    capitán   general 
del  águila  del  Imperio. 
Con  ella  no  sólo  puedes 
casarte,  pero  sospecho 
que  con  cualquier  dama  suya; 


(i)  Falta  un  verso  después  de  éste,  que  empezaba 
por  la  palabra  "tigre",  que  es  el  reclamo  de  la  página 
siguiente. 


y   cuando    lo   que   refiero 
no  te   obligara,  ¿no  basta 
que  ya  es  madre  de  mis  nietos? 
¿Qué  has  de  hacer  con  cinco  hijos, 
que  basta  cualquiera  dellos, 
creciendo,   a  dar  confusión 
a  tu  casa  y  a  tu  reino? 
Vuelve  en  ti,  no  seas  cruel. 

Lis.\RD0.     ¿  Agora  me  dices  esto  ? 

¿Celia  es  principal  agora? 
¿  No  dices  tú  que  la  vieron 
hablar  con  el  duque  Arnaldo? 

Rey.  Esa  fué  traza  y  concierto 

para  quitarte  el  amor 
con  la  capa  de  los  celos. 

Lisardo.     ¿Pues  qué  es  lo  que  agora  quieres, 
ya  que  tanto  mal  me  has  hecho? 

Rey.  Que  te  cases  y  que  pagues 

tus  justas  deudas. 

Lisardo.  No  creo 

que  hablas  de  veras. 

Rey.  Lisardo, 

esto   no   puede   ser  menos: 
paga  tanta  obligación, 
yo   hablaré   después   al   reino; 
yo  diré  que  cinco  hijos 
de  una  señora,  a  quien  tengo 
deudo  por  parte  de  Francia, 
son  muy  justos  herederos. 
No  hay  que  buscar  otra  cosa. 

Lisardo.     ¿Tit  no  lo  abonas? 

Rey.  Deseo 

que   conozcas   lo  que  vale 
y  hacer  este   casamiento. 
Venga  mi   Celia   conmigo, 
ya  es  mi  hija;  vengan  luego 
mis  nietos,  y  en  esta  aldea 
os  casaréis  con  secreto ; 
que  no  quiero  que  se  sepa 
hasta  que   todos   estemos 
contentos  y  en  paz. 

DoRiSTA.  Señor, 

la  tierra  que  pisas  beso. 

Rey.  Ven,  Celia ;  venid  con  ella 

vosotros. 

Arnaldo.  Tú  has  dado  ejemplo 

de  piedad  y  de  justicia. 

Albaxo.     Hoy  a  tus  gloriosos  hechos 
has  añadido  el  mayor. 

(Vanse  todos  acompañando  a  Dorista.    Y  quedan  el 
Príncipe  y  Fabio.) 

Fabio.         ¡Oh,  qué  lindos  lisonjeros! 


712 


NADIE   SE   CONOCE 


Cuando  el  Rey  la  aborrecía 
alababan  sus  despechos, 
y  ahora  los  vituperan. 

LisARDO.     Fabio,  ese  linaje  necio 
es  como  sombra, 

Fabio.  Bien  dices, 

siempre  va  siguiendo  al  cuerpo. 

(Salen  Celia  y  Belisa.) 

Celia.  ¡  Vengo  cual  fuera  de  mí ! 

Belisa.       Nunca  con  mayor  razón. 

Celia.        Lisardo,  ¿qué  confusión 
es  ésta  que  pasa  aquí? 

¿Dorista  en  nuestro  castillo, 
y  del  Rey  acomipañada? 

Lisardo.     Tú,   Celia,   fuiste  culpada: 
tú   fuiste,  Celia,   el  cuchillo 
para  nuestra  perdición.- 
Quiérela  hacer  degollar 
el  Rey,  pensando  acabar 
nuestra  amorosa  afición. 
Y  así  es  fuerza  que  de  aquí 
salgas  huyendo. 

Celia.  ¡  Qué  presto 

fortuna,  inconstante,  ha  puesto 
sus   pies   mudables   en   mí ! 

¿  Pero  cómo  haré,  mi  bien, 
que  no  den  muerte  a  Dorista, 
que  aunque  ella  no  se  resista 
es  grande  crueldad  también? 

Es  mi  prima,  y,  como  sabes, 
es  hija  del  conde  Alberto. 

Lisardo.     No  más  burlas,  que  no  es  cierto. 
Antes  ya,  quieren  que  acabes 

con  tus  desdichas  los  cielos, 
que  el  Rey,  celoso  de  mí, 
a  Dorista  trujo  aquí 
para  sosegar  sus  celos ; 

y  como  la  desprecié 
dice  que  me  ha  de  casar 
con  Celia,  y  que  quiere  hablar 
al  reino,  y  por  eso  fué 
acompañándola  aquí 
con  tan  alegres  efetos. 
que  le  ha  pedido  sus  nietos. 

Celia.         ¿Cierto? 

Lis.^RDO.  Todo  pasa  así. 

Celia.  ¿  Búrlase  el  Príncipe,  Fabio  ? 

Fabio.        La  verdad  te  ha  dicho  en  todo; 
no  hay  sino  buscar  el  modo 
conque  no  parezca  agravio 
de  su  honor  y  entendimiento 


Lisardo. 


Fabio. 


el  engaño  que  le  hacéis, 
pues  excusar  no  podéis 
de  acetar  el  casamiento. 
Celia.  ¿  Qué  modo  se  puede  hallar  ? 

Fabio.         ¿  Pues  cómo  se  puede  hacer, 
si  es  que  Dorista  ha  de  ser 
ia  que  se  viene  a  casar? 

Aunque  él  está  tan  perdido 
de  celos,  que  por  librarse 
de  Lisardo,  ha  de  alegrarse 
del  engaño  en  que  ha  vivido. 

Mirad  en  lo  que  han  parado 
aquellas  reprehensiones, 
¡  Qué  de  prudentes  Catones, 
doctos  en  razón  de  estado, 

hacen   cosas   semejantes, 
sin  conocer  sus  errores ! 
Solas  las  que  son  de  amores 
parecen  más  importantes. 

Es,  sin  duda,  por  que  son 
acciones  de  gran  flaqueza 
ofender  la  fortaleza 
y  derribar  la  opinión. 

A  un  hombre  grave  destruye 
y  desautoriza  el  ver 
que  siga  alguna  mujer, 
por  la  flaqueza  que  arguye. 

Dicen  que  la  autoridad 
fué  la  primera  inventora 
de  las  puertas  falsas. 
Lisardo.  Dora 

el  hurto  la  liviandad. 

Pero   dejemos,    ¡oh,    Fabio!, 
el  murmurar,  que  es  locura, 
pues  quien  agraviar  procura 
no  ha  de  quedar  sin  agravio. 

Grecia,    de    ciencias    abismo, 
puso  por  mayor  trofeo 
en  las  puertas  del  Liceo 
el   conocerse   a   sí   mismo. 

Mira,  Celia,  y  sólo  bien 
del  alma  con  que  te  adoro, 
cómo  tu  honor  y  decoro 
premian    los    cielos    también. 

Hoy  has  de  quedar  casada, 
porque,   como   vez  alguna, 
suele  burlar  la  fortuna, 
ésta  ha  de  quedar  burlada. 

Dame   tus   hermosos   brazos 
y  confirma  aquí   el   amor 
mientras  el  Rey  mi  señor 
nos   pone  mayores  lazos. 


ACTO  TERCERO 


7i; 


(Sclc  el  Rey.) 

Celia.  ¿Qué  mayor  pudiera  ser 

que  el  de  amor  en  mi  deseo? 

Rey.  ¡Cielos!,  ¿qué  es  esto  que  veo? 

Belisa.       ¡  El  Rey,  Celia  ! 

Rey.  i  Al  fin  muj  er  ! — 

Pues  di.  Lisardo:  ¿tratando 
de  casarte  con  quien  tienes 
gusto,  a  dar  los  brazos  vienes 
tan  públicamente,   cuando 
ya  tienes  a  Celia  aquí? 

Lisardo.     Pues  eso,  señor,  ¿qué  importa? 

Celia.         Si  su  merced  se  reporta, 

Celia.        sabrá  por  qué  se  los  di. 
Como  mi  marido  y  yo 
vamos  a  la  corte  ya 
y  el  señor  se  queda  acá, 
sus  nobles  brazos  me  dio, 

llegándole   yo  a   pedir 
la  mano  para  besar. 

Rey.  ¿y  sin  venirle  a  buscar 

no    te    pudieras    partir? 

Celia.  Soy  yo  tan  agradecida 

a  la  merced  que  me  has  hecho, 
que  quise  ofrecerle  el  pecho, 
la  sangre,  el  alma  y  la  vida. 

Rey.  Basta,  discreta  Diana, 

que  te  haces,  como  agora, 
cuando  quieres,  labradora; 
cuando  quieres,  cortesana. 

Vete  a  la  corte  con  Dios; 
buena  serás  para  allá. 

Celia.         Dadme  los  pies. 

Rey.  Bien  está. 

Celia.         Siento  apartarme  de  vos ; 
pero  ya  podría  ser 
que  nos  juntásemos  tanto, 
que  diese  a  este  reino  espante. 

Rey.   '         ¿Cierto? 

Celia.  Dios  lo  puede  hacer. 

Belisa.  Échame  también  a  mí 

en  merced  la  bendición. 

Rey.  En  la  corte  habrá  ocasión 

de  darte  remedio  a  ti. 

Haz  buen  oficio,  Belisa, 
en  mis  cosas. 

Belisa.  Vos  veréis 

que  memoria  en  mí  tenéis. 

Lisardo.     ;  Muriendo  me  estoy  de  risa ! 

Fabio.  ¿  Que  esto  no  conozca  un  hombre  ? 

Lisardo.     Nadie   se  conoce,  Fabio. 


Fabio.        Sí;  pero  siendo  tan  sabio, 

¿no  quieres  tú  que  me  asombre? 
Rey.  Lisardo. 

Lisardo.  Señor. 

Rey.  Aparte 

escucha. 
Lisardo.  ¿Qué  es  lo  que  quieres? 

Rey.  Parte  de  mi  alma  eres, 

della  te  quiero  dar  parte. 
De   ti   me  importa  saber 

una  verdad,  que  podría 

ser,  por  inocencia  mía, 

grande  error :  esta  mujer 
esta   Diana,   esa   bella 

labradora...,  óyeme  atento... 
Lisardo.     Ya  entiendo  tu  pensamiento. 

¿Es  amor? 
Rey.  ¡  Afuero  por  ella  ! 

Y  cuando  en  aquesta  edad 
llega  un  hombre  a  hablar  asi... 

Lisardo.     Antes  de  agoi-a  entendí, 
gran  señor,  tu  voluntad. 

Plega  el  cielo  que  si  he  dado 
mis  brazos  a  otra  mujer 
que  a  Celia,  y  esto  con  ser 
su  esposo,  escrito  y  jurado; 

si  jamás  llegué  mis  labios 
a  otro  clavel  que  a  su  boca, 
ni  en  plática,  mucha  o  poca, 
traté  amorosos  agravios; 

si   tomé  jamás  la  mano 
de  otra  mujer,  con  intento    • 
de  lascivo  pensamiento, 
todo  el  cielo  soberano 

se  conjure  contra  mí; 
pierda  el  crédito  y  honor, 
porque  no  puede  un  señor 
hacer  más  mal  contra  sí. 

Y  plega  a  Dios... 

Rey.  No  haya  más. 

Perdona,   hijo,   al  deseo, 
que  no  pensé  que  tan  feo 
cupiera  en  mi  edad  jamás. 

No  fuera  amor  tan  temido 
si  alguna  edad  respetara, 
si  algún  estado  mirara 
de  cuantos  serán  y  han  sido. 

¿  Por  qué  me  da  amor  tal  guerra  ? 
Dos  mundos  pintan  a  amor 
para  decir  que  es  señor, 
igualmente  en  cielo  y  tierra. 

En   cuya  conformidad 


14 


NADIE   SE   CONOCE 


vesme  aquí  rendido  y  preso, 
para  mi  grandeza  exceso, 
deshonor  para  mi  edad. 

Con  esto,  seguro  estoy. 
Pídeme,  si  hacerte  puedo, 
algún  gusto. 

LisARDo.  Cierto  quedo 

que  lo  estás  de  lo  que  soy. 

Y  pues  me  mandas  que  pida, 
ya  te  pido. 

Rey,  Ya  deseo 

saber  lo  que  es. 

LiSARDO.  Gran  señor, 

Arnaldo,  poco  discreto, 
ha  quitado  la  opinión 
a  una  dama,  de  quien  puedo 
asegurarte  que  tiene 
iguales  merecimientos. 
Entró  en  su  casa  atrevido, 
y  con  fingidos  requiebros 
solicitaba  su  honor. 

Rey.  ¿Pues  qué  resultaba  deso? 

LiSARDo.     Que  ella  está  sin  opinión. 

Rey.  Cobrarála   el   casamiento. 

LiSARDO.     Sólo  ese  remedio  tiene 
en  su  honor. 

Rey.  Prevenle  luego, 

LiSARDO.     Pues  luego  a  traerle  voy. 
Guárdete,  señor,  el  cielo. 

Fabio.         ¿Qué  le  has  dicho? 

LisARDO,  Fabio  amigo, 

como  veo  que  a  este  juego 
voy  ganando  voy  parando 
cuanto  delante  me  han  puesto. 

{Fase  el  Príncipe   con   Fabio.) 


Rey. 

Arnaldo. 

Rey. 

Arnaldo. 

Señor. 

Rey. 

Mi  hijo 
ha  sido  agora  tercero 
de  un  casamiento  contigo. 

Arnaldo. 

¿  Conmigo  ? 

Rey. 

Y  yo  te  prometo, 

Celia. 

que  porque  estás  obligado 

Rey. 

a  su  opinión  cuando  menos, 

Celia. 

te  has  de  casar. 

Rey. 

Arnaldo, 

¿Yo,  señor? 

Celia. 

Rey. 

Arnaldo,  ya  no  hay  remedio. 

Arnaldo. 

¿Yo  debo  a  nadie  opinión? 

Rey. 

Eso  te  dirán  muy  presto, 
porque  se  han  de  hacer  tus  bodas 
con  las  de  mi  hijo. 

Arnaldo.  Pienso 

que  te  han  engañado. 

Rey.  Mira 

que  no  es  caballero  cuerdo 
quien  niega  al  Rey  la  verdad. 

(Entra  Alean  o.) 

Albano.      Ya,  con  tu  consentimiento, 
vienen  el  Príncipe  y  Ceba, 
sus  damas  y  todo  el  pueblo 
a  jurar  el  desposorio 
en  tus  manos. 

Rey.  Yo  me  alegro. 

Mas,  Albano,  ¿mi  Diana 
fuese  a  la  corte? 

Albano.  Yo  creo 

que  ella,  su  marido  y  casa 
con  mucho  gusto  se  fueron. 

Rey.  Advierte  que  han  de  tenerle 

en  la  tuya,  porque  quiero 
ir  a  verla  algunas  noches. 

Albano.      Sólo  servirte  deseo. 

{Cantan  dentro) 

Rey,  ¿  Qué  es  esto  ? 

Albano.  Vienen  cantando 

los  labradores. 
Rey.  Teneos, 

que  es   esa   mucha  alegría 

para  casos  tan  secretos. 

{Salen  todos  los  labradores  con  inúsiea.  El  Príncipe 
galán  de  noz'io.  Celia  con  vestido  rico  de  dama,  con 
ella  Belisa  Dorista  y  Feliciano,  y  Fabio,  que 
las  trae  de  las  manos.) 


LlSARDO. 


Aquí  tienes,  gran  señor, 
a  tus  hijos. 

Aquí    tengo 
todo  mí  bien,  pues  casado 
y  con   sucesión  te  veo. 
Dame,  Celia,  tus  brazos, 
yo  te  recibo  en  mi  pecho 
para   confirmar   mi   amor. 
Yo  soy  tu  esclava. 

¿Qué  es  esto? 
Que  yo  soy  Celia,  señor. 
¿No   eres   Diana? 

Sabiendo 
que  me  querías  matar 
o    quitarme,    cuando    menos, 
mí  esposo  y  mis  bellos  hijos, 
tomé  este  traje,  y  viviendo 
con  este  engaño  segura 


ACTO  TERCERO 


715 


has  ablandado  tu  pecho. 
Pues  si  tanto  me  has  querido 
que   consideres   te  ruego 
que   no   es  mucho   que   Lisardo 
me  quiera  como  te  quiero. 
Tú  has  mandado  que  se  case, 
puesto  que  ya  estaba  hecho; 
si  agora  te  has  de  enojar, 
aquí  nos  tienes. 

Rev.  No  acierto 

a  responder  de  turbado. 
¿Hay  engaño  tan  discreto? 
Corrido  estoy,  duque  Arnaldo; 
Albano,   corrido  quedo. 
La  otra  Ceha,  ¿dónde  está? 

DoRisTA.     Aquí,   señor,   y   temiendo 

que  vengues  en  mí  tu  enojo. 

LiSARDO.     Esta  es  la  hija  de  Alberto, 
que  por  ser  Ceha  fingida 
en  tal  pehgro  se  ha  puesto. 
Manda  que  el  Duque  se  case, 
pues  por  su  loco  deseo 
le   ha   quitado   la   opinión. 

Arxaldo.     Antes   que   lo   mandes   llego 
a  darle  la  mano,  y  digo 
que  por  dichoso  me  tengo. 

Fabio.         ¿Fabio  no  ha  de  pedir  nada? 


Rey. 

¿Qué  quieres,  que  estoy  sin  seso. 

pues  no  conocí  mi  error 

y  castigado  le  veo? 

¿Qué  es  del  marido   fingido 

de    Celia? 

Felician. 

A  pedirte  llego 

perdón  del   engaño. 

Rey. 

A    todos 

desde  agora  le  concedo. 

Fabio. 

¿  Concedo  ? 

Rey. 

¿Qué   te   parece? 

Fabio. 

Palabra  de  jubileo. 

Mas,  ¿no  me  dan  a  Belisa? 

Rey. 

Con  un  oficio  muy  nuevo. 

Fabio. 

¿De  qué? 

Rey. 

De  guía  de   amor. 

Fabio. 

¿  Con  qué   renta  ? 

Rey. 

Con  docientos. 

Fabio. 

¿Yo,  señor? 

Rey. 

¿  Niegas  ? 

Fabio. 

¿Pues   no? 

Lisardo. 

Bien  has  dicho,  pues  con  eso 

da  fin  Nadie  se  conoce, 

si  no  son  dos,  que  esto  es  cierto: 

el  poeta   de   ignorante. 

y  nuestro  autor  de  sus  yerros. 

Fin. 

ERRATAS,  ADICIONES  Y  ENMIENDAS 


PAG.  COI-.       LIN. 


í      30  y   ¿7      IJi<-'e,   "aún"  ;   léase,   "auir". 
1      15   a   i<)     Están   mal   puntuados   estos  versos, 
que  deben  leerse  así  : 

"Si  el  amor  no  me  deb\elri, 
que   es   todo   antojos   amor, 
todo  ilusión  y  cautela, 
es   la   hija   de   Vidal, 
aquel  aldeano  rico." 


26     2     17 


•^4 


40 

-2 

40 

4- 

2 

14 

55 

I 

31 

55 

I 

32 

56 

I 

26 

56 

2 

20 

59 

2 

59 

61 

2 

últ. 

66 

2 

últ. 

68 

2 

21 

68 

0 

ante 

pÁü. 

COI 

.   LlN. 

I  01 

I 

I  7 

1  0  j 

- 

penúli. 

104 

I 

13 

114 

r 

35 

133 

I 

24 

138 

I 

25 

140 

I 

4-' 

140 

2 

6 

141 

2 

-5 

157     I     38  y  39 


82 

86 


2     26 


Dice,  "a  topes  les  impedía"  ;  '"léa- 
se .  "a  topes  lo  impedía". 

Dice,  "la  sabe"  ;  léase,  ''le  sabe". 

Dice,  "embestir"  ;  léase,  "envestir" 
Kxnvcsiir). 

"la  vida".  íAsi  en  el  original; 
pero  quizá  deba  decir  '"la  honra".) 

Dice.    "Luego" ;    léase,    "Leyó". 

Dice,  "trae  un  joyel"  ;  léase,  "trae 
joyel". 

i^Falta  al  margen  la  palabra  "Ju- 
lián.") 

(Falta   al   margen    la   palabra   "M.\- 

RÍA.") 

Dice,    Inglaterra";    léase,    "Ingala- 

terra." 
Dice,   "hoja"  ;    léase,   "honra". 
Dice,    '"Duni"  ;    léase,    "Duay." 
Dice,  "siento"  ;  léase,  "si  entro". 
Dice,    "mal    tratáis" ;    léase,    "nial 

me   tratáis". 
Dice,    "causa"  :    léase,    '"casa". 
Dice,    "más    famoso"  ;    léase,    "más 

honroso".  i 

5  Dice,  "caminan";  léase,  "camina".    ;   207     i      11 

8  y   II     (Falta  un  verso  a  cada  una  de  estas    j 

redondillas.)  212     i        5 

Dice,  "al  quer"  ;  léase,  "al  querer.    1 
Dice,    "si    la   hubo"  :    léase,    "si   lo    |   213     i      14 

hubo".  i  22^     I      16 


161  - 

31 

186  - 

í> 

188  I 

10 

192  I 

8 

207 

4 

99     2 


Dice,  "tonto  fué"  ;  léase,  "tonto  que 

fué". 
(Falta  al  margen  la  palabra   "Leo- 

N.'\RD0.") 


229  I  30 

245  I  4 

257  2  40 

258  I  7, 


Dice,  "Duque  y  el  Marqués";  léa- 
se,   "Duque   y    Marqués," 

Dice,  "tormento"  ;  léase,  "tormen- 
ta". 

(Faltan  dos  versos  para  que  sea 
redondilla.) 

Dice,  "Tú,  que"  ;  léase,  "Tú,  si, 
que." 

Dice,  "dulce  sueño"  ;  léase,  "dul- 
ce  dueño". 

(Falta  al  margen  la  palabra  "Oc- 
tavio.") 

Dice,  "de  lo  que"  ;  léase,  "de  que 
lo". 

Dice,    "puede"  ;    léase,    "pude". 

(Falta  al   margen  la  palabra  "Lau- 

R.\.") 

I  Sobra  al  margen  la  palabra  "L.^u- 

Dice,    "alcorcados"  :    léase,    "alcor- 
zados". 
Deben    decir    estos    versos: 

"  Pues  no  puede  hablar  conmigo 
respóndele  tú  que  puedes." 

Dice,   "os   tuviese"  ;   léase,   "os  es- 
tuviese". 
(Falta  al  margen  la  palabra  '"Uber- 

TC") 

Dice,  '"Vete"  ;  léase,  "Vele." 
Dice,  "ofenda"  ;  léase,  "ofensa". 
Dice,     "me    habéis"  ;     léase,     "me 

has". 
Dice,    "Luego   ha"  ;    léase,    "Luego 

no    ha". 
Dice,  "tu  hermosura";  léase,  "[en 

vano]   tu  hermosura". 
Dice,  "el  caso"  ;  léase,  "el  caso  he". 
Dice,  "sosechas"  ;  léase,  sospechas" 
Dice,    "rosto";    léase,    "rostro". 
Dice,  "quiere"  ;  léase,  "quieres". 
Dice,  "el  pollo";  léase,  "al  pollo". 
Dice,   "cabes"  ;   léase,   "cables". 

46 


718 


ERRATAS,    ADICIONES    Y    ENMIENDAS 


PAG.  COL.  LIN. 


261   I    4 


262 


25 


346  I   6 

349  I  -7 

355  -'  antep. 

356  2  35 
369  I   8 


385  2  9 

388  r  penúlt. 

416  I  25 

418  -'  25 

437  '  39 

441  j  2 

445  '  -'I 

457  2  20 

469  I  31 

492  2  29 

522  2  últ. 

530  r  47 


542  I  43 

54^  -  34 

555  I  6 

558  1  7 

561  2  30 

576  2  ante,'! 

577  2  i; 
577  2  46 

580  2  26 

582  2  35 

582  _.  39 


583 

14 

583 

22 

S86  . 

'      19 

586  . 

22 

588  : 

ri 

591   I 

37 

Dice,  "que  a  Juno  le  daba  el  vien- 
to" ;  léase,  "que  Juno  le  daba  a! 
Viento". 

Dice,  "estorbaba"  ;  léase,  "estorba- 
ra". 

Dice,  "mor"  ;  léase,  amor". 

(Falta  un  verso  a  esta  quintilla.) 

Dice,  "que  amor" ;  léase,  "que  el 
amor". 

Dice,  "Agúale"  ;   léase,   Agüele". 

Este  pasaje   debe  leerse   así : 

"conmigo. 
Conde.  A  este  infame  luego 

le  meted  en  el  castillo". 

(El  '"l'anse"  de  esta  linea  debe  co- 
locarse entre  la   13  y  la   14.) 

Dice,  "ablanda" ;  léase,  "ablan- 
dara". 

Dice,  "suyos  al"  ;  léase,  "suyos  lo". 

Dice,  "de  marte"  ;  léase,  "de  amar- 
te". 

Dice,    "quizás"  ;    léase,    "quizá". 

Dice,    "Dios"  ;    léase,    "Dioso." 

Dice,  "todos  dan" ;  léase,  "todos 
han". 

Dice,  "cortina  a  los"  ;  léase,  "corti- 
na de  los". 

Dice,   "la  boca"  ;    léase,   "la  toca". 

Dice,  "berberisma"  ;  léase,  "berbe 
risca". 

Dice,  "labra"  ;  léase,  "labrada". 

Este   ^■erso   quizá   deba   leerse   asi  : 

"lo  tierno  de  mi  amor  que  el  tiempo 
[adarva". 

Dice,  "serviros"  ;  léase,  "servirlos". 
Dice,  "D.  Juan"  ;  léase,  "D.  Dii;- 

GO." 

(Sobra  este  \erso  que  esta  repeti- 
do.) 

Dice,  "Las"  ;  léase,  "Los." 

Dice,    "mayor" ;    léase,    "mas   yo". 

Dice,    "efecto"  ;    léase,   "afecto". 

Dice,    "pereció"  ;    léase,    "pareció". 

Dice,  "arrimada"  ;  léase,  "ani- 
mada". 

Dice,  "y  yo  la"  ;  léase,  "y  la". 

Dice,  "ricas  peñas  despeñada"  ;  léa- 
se, "ricas  hebras  de  peinada". 

Dice,  "frondosos"  ;  léase,  "frondo- 
sas". 

Dice,  "traidor"  ;  léase,  "traidor  y". 

Dice,   "solo   es"  ;   léase,   "solo   el". 

Dice,    "¿Qué";   léase,   "¡Qué". 

Dice,  "fácilmente?";  léase,  "fácil- 
mente ! " 

Dice,  "restaurada"  ;  léase,  "restau- 
rara". 

Dice,  "con  fuerza"  ;  léase,  "fuerte" 


TAG. 

COL.  LIN. 

594 

I 

27 

600 

I 

If) 

600 

I 

21 

600 

I 

21 

614 

2 

46 

625 

2 

46 

626 

I 

J7 

627 


627 

62S 
628 


630 


6¿2 

633 
633 

634 


17,  18.  2 


Dice,  "ingrato"  ;  léase,  "ingrata". 

Dice,  "¡Haré";   léase,  "Haré". 

Dice,  "¡a  quien"  ;  léase,  "A  quien". 

Dice,  "pesadumbre!";  léase,  "pesa- 
dumbre". 

Dice,  "evitar"  ;  léase,  "quitar". 

Dice,   "es   el";   léase,    "en   el". 

Dice,    "Estas    dos    cartas"  ;    léase, 

"Estas    cartas". 
:  y  23  (Sobran  estas  lineas,  aunque 
están   en  e!   original,   porque  es- 
tán  fuera  de   rima.) 

21  Dice,    "cuanto    os    obliga"  ;    léase, 
"cuanto   obliga". 

5  Dice,  "excelente"  :  léase,  "excelso" 

a  o  Este   pasaje   deberá  ordenarse   asi : 

"Dox  Bernardo. 

Ya   le    tienes 
en  tu  presencia. 
(Sale  Ü.  JuAX  y  trae  preso  al   I.v- 

F.\NTE.) 

Dox  Juax. 

Dame,  excelso  Principe 
tus  generosos  pies,  adonde  el  mundo 
está  mirando  la  cruel  en\idia." 

7  Dice,     "imposible     allana"  ;     léase, 

"imposible  el  tiempo  allana". 

22  Esta    redondilla    debe    completarse 
así : 

"  üo.v  Ji".\x.   ¿Pues  cómo  quieres  que  esté? 

Jordán.       Con  mucho  gusto. 

Don  Juan.  ¿De  iiué? 

JoRD.'vx.     ¿De  qué?  Pues  \  uélvome. 

Dox  Juan.  Espera." 

17  Dice,    "movimiento";    quizá,    "na- 

cimiento", 
antep.  Dice.     "Abarca"  ;     léase,     "Abarca 

soy". 

37  Dice,  "Ya  sé"  ;  léase,  "Pues  ya  sé". 

42  Dice,  "el  preso"  ;   léase,   "el  preso 

salir". 

4  Este    verso    y    los    seis    rpie    si^utn 

deben   puntuarse   asi : 

"préndenme;    \  engo   en    ¡irisinn. 
DüX  Juan.  Encarecerte  no  puedo 
el  gusto  de  tu  venidr. 
y  a  tiempo  que  un  gran  pesar 
mi  vida  quiere  acabar, 
si  no   fueras  tú   mi   vida. 
Don  Beltrán  por  dos  traidores". 

634     2     41  Uice.  "y  contra"  ;   léase,  "que  con- 

tra". 
2        8  Dice,    "pude"  ;    léase,    "pudo". 

2     15  Dice,    "Echa";    léase,    "Echa." 

1  antL'p.  Dice,   "fiera"  ;   léase,   "fiereza". 

2  20  Dice,    "buen    hora"  :    léase,    "hora 
))i'ena". 


043 
647 
G49 
652 


ERRATAS,    ADICIONES    Y    ENMIENDAS 


719 


FAG.   COL.   LIN. 

4mo     1        1)  Dice,  "puedo";  léase,  "pudo". 

66o     t      1 6  Después    de    esta    línea    intercalar, 

en   otra  línea  la  voz 
"Marqués." 
tió^      1      35   y  ¿h     Estos    dos    versos    dirán : 

"no    me   quiero    defender, 
quiéromela   desceñir;". 

666  I  J7  Dice,  "advierte"  ;  léase,  "advierta". 

■6/0  J  5  Dice,  "huyó  por";  léase,  "huyó  a". 

6yo  2  7  Dice,  "fuego" ;  léase,  "fuga". 

670  j  46  Dice,    "Débeselo"  ;    léase.    "Débes- 

selo". 
Ó71      I        5  Dice,    "puede"  ;    léase,    "puedo". 

671  I      lu  Dice,  "'él  solo";   léase,  "el  sol  o". 
675     -'     3.5  Dice,    "¡oh,   qué    dolor! — ",    léase, 

";  Qué  dolor  I — " 


PAG.   COL.  LIN. 


675  ^ 

675  -> 

676  I 
678  1 


peniilt. 
últ. 


678  I 

679  1  1 1 

690  I  .( -• 

69 1  I  o 

705  I  12 

706  1  3o 
706  I  34 


Dice,   "Es";   léase,   "¿Es." 

Dice,   "acá";   léase,   "acá?" 

Dice,  "pero"  ;  léase,  "Pero." 

Dice,  "¡  Pues  brujas  tienen  que 
ser";  léase,  ";Pues  brujas  tienen 
que    ver." 

Dice,  "borracho!;  léase,  "borra- 
cho?" 

Dice,  "hablarle  en"  ;  léase,  "hablar- 
le  de". 

Dice,  "no  hay  muy" ;  léase,  "no 
muy". 

Dice,  "puedo"  ;  léase,  "puedes". 

Dice,  "Rey"  ;  léase  "Bato". 

Dice,  ";  Y  se  hecha"  ;  léase,  "Y  se 
echa". 

Dice,   "cultiva?"  ;    léase,   "cultiva". 


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